De vuelta a casa - TheLongWayNorth

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REPORTAJE
LONG WAY NORTH (3 DE 3, TALLINN-TERRASSA)
De vuelta a casa
Lejos de ser un mero trámite de asfalto, el regreso a casa, pasando por los países de
la Europa del Este, se convierte en una auténtica aventura de cariz postsoviético.
Estaba a pu
■■SERGIO MORCHÓN
Día 17. 9 de agosto
Oulu-Tallinn
A contrarreloj
FOTOS: SERGIO MORCHÓN / www.thelongwaynorth.com
Hoy ha sido un día duro. Los más de 600
kilómetros recorridos han transcurrido por
carreteras generales y autopistas.
Me estresa tener que llegar a una hora
determinada. Hoy el límite eran las 16.30, hora
que tenía que estar en Helsinki para coger el ferry
hacia Tallinn,…siempre que hubiera plazas libres.
La única diversión que he tenido en el camino
ha sido intentar leer a tiempo los nombres de
las poblaciones que indicaban en los carteles
de la carretera. Si había más de dos, era tarea
prácticamente imposible, ¡los nombres finlandeses
son de lo más complicados!
A eso de las 15 horas he llegado a la capital
finlandesa, con lo que aún me quedaba
prácticamente una hora para visitarla. Entre
edificios fríos, sobrios, repetitivos y monótonos
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SOLO MOTO
propios de una ciudad sovietizada, sorprende
la manera que tienen de indicar el número de
las casas: mediante un cubo amarillento, otrora
blanco, con el número correspondiente, que se
supone que se ilumina por las noches.
En la cola para coger el ferry coincido con un
dicharachero motorista polaco y su pareja. Van con
una BMW R 1100 GS de hace bastantes años, y
vienen de la zona norte de Noruega.
- Así que vienes de Cabo Norte, ¿no? -me pregunta.
- Pues sí -afirmo.
- Oye, ¿a ti qué te ha parecido Finlandia? -me
pregunta por sorpresa.
- Pues, monótona -acabo diciendo.
- ¡Yo iba a decir aburrida! -responde-. Cuando no
ves un lago, ves un bosque, y cuando no ves un
bosque, te encuentras un lago.
Sonrío asintiendo.
Tallinn se presenta ante mí con una Ciudad Vieja
que me llama poderosamente. Me desplazo a
cenar a la zona vieja. La verdad es que, a pesar
de parecer bastante turística, me impresiona
gratamente. Se ha merecido ser incluida en la lista
de próximas ciudades a visitar.
Hoy he recorrido 618 kilómetros en 6 horas y 36
minutos, a una media de 93,5 km/h. La media de
consumo ha sido de 4,9 l/100 km. Llevo 9.680
kilómetros.
Día 18. 10 de agosto
Tallinn-Siauliai
Del policía al militar
- ¿Es su primera vez en Estonia? -pregunta.
- Sí -respondo escuetamente.
- ¿Sabe que lo que ha hecho puede ser castigado
con la cárcel? Acompáñeme al coche patrulla -dice
el enorme policía.
Mientras le acompaño al vehículo repaso
mentalmente las circunstancias que me han
llevado hasta esa situación. Después de rodar
unos kilómetros a rueda de dos Mercenarios de
Tallinn, como indicaban sus chalecos, y sin miedo
a unos radares ideales para moteros porque están
de cara, me he desviado de la ruta por indicación
del GPS. A unos centenares de metros del
inicio de unas obras, un individuo con chaleco
fluorescente ha salido al medio de la carretera y
me ha hecho parar en el arcén. “Politsei”, destacaba
en su chaleco amarillo.
-Buenos días -me ha dicho. ¿Sabe a qué velocidad
circulaba?
Esta pregunta es invariable independientemente del
país donde te paren. Parece como si el policía de
tráfico quisiera jugar a que adivines la velocidad, y
siempre me ha parecido que, si la acertaba, me llevaría
de premio una conmuta de la multa. Esta vez estaba
fácil, porque de reojo he podido ver un 83 en la pistola
radar que aún sostenía en la mano. Pero no he querido
hacerme el listo; no sé nada sobre la policía de Estonia
y no era el momento de investigar.
-A unos 70 por hora -he mentido.
-Pues no. Circulaba a 83 km/h. Y 200 metros más
atrás tiene usted una señal de 50. Ha sobrepasado el
límite en 30 km/h, y esto puede traerle problemas.
Así que aquí estoy, dirigiéndome al coche patrulla. Tras
40 minutos de papeleo y explicaciones, finalmente me
dice que puedo aceptar la multa -que tiene una rebaja
sustancial de la cuantía- o no. Cuando me dice que
no tengo que pagarla al momento, y descartado un
posible soborno, acepto. Este lío me va a costar 480
coronas estonias, unos 30 míseros euros.
viaje en el qu
nto de finalizar un
A media tarde llego a Riga, capital letona. La
entrada a la ciudad por sus suburbios me indican
que algo está cambiando. Aceras que son
simplemente un bordillo medio enterrado por la
arena y el polvo, gente parada sin hacer nada,
motoristas sin casco, niños sin isofix.… El centro
de la ciudad está mucho más cuidado. No es tan
grande ni espectacular como Tallinn, pero también
es algo menos Disney que la capital de Estonia.
Como viene siendo habitual, tampoco tengo la
cartografía de Riga, así tomo una carretera que
parece ser la buena. Se convierte en camino y
finalmente acaba en una especie de almacenes
abandonados, donde desaparece la ruta. Perros
ladrando, maquinaria pesada medio desvencijada, el
sol que comienza a esconderse.… Pinta mal la cosa.
De repente, aparece un individuo ataviado con
un calzón verde militar y una camiseta imperio
gastada, de un color entre amarillento y crudo. Bien
podría haber sido el carnicero de Riga o un antiguo
miembro de la KGB soviética. Decido atacar en
lugar de defenderme:
-¿Du yu espic inglis?
-Niet (o algo parecido) -contesta.
e el objetivo era
la ruta, no el desti
no alcanzado.
De todas maneras, le enseño el GPS y digo:
-Quiero ir a la A8, que está detrás de las vías
del tren.
El agente ruso me mira perplejo, desaparece
en busca de unas gafas de cerca, y se ilumina
cuando me oye decir Jelgava.
-Ahhhh, Jelgava. Edredsfkga sreda,
garaergasd Most. Fefrfza sdfrfaerg -clarifica.
Afortunadamente, con la mano y un móvil hace
la señal de cruzar un puente. Le doy las gracias,
deshago unos cuantos kilómetros hasta llegar al
puente donde, como dijo claramente el agente
ruso, puedo cruzar a la carretera correcta.
En la frontera lituana, una pequeña garita con
unos precios indica que hay que comprar la
viñeta, una pegatina para poder circular. Me
tengo que poner en cuclillas para poder hablar
con la señorita que se encuentra dentro, que me
comunica que las motos no necesitan viñeta.
Hoy he recorrido 628 kilómetros en 7
horas y 58 minutos, a una media de 79
km/h. El consumo ha sido de 4,8 l/100 km.
He superado los 10.000 kilómetros, llevo
exactamente 10.308.
SOLO MOTO
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REPORTAJE
El lago di Garda
y las montañas
prealpinas me
recordaron a
los más fríos y
sobrios fiordos
noruegos.
En Siauliai está la llamada colina de las Cruces, donde millones de crucifijos se amontonan desde hace siglos.
“El trabajo os
hará libres”,
irónico cartel
a la entrada
del campo de
concentración
de Auschwitz.
Bratislava, capital de Eslovaquia, sorprende por sus palacios de colores pastel.
Las supuestas autopistas polacas son toda una
pesadilla, con roderas, semáforos cruces, y camiones
circulando a toda velocidad...
Día 19. 11 de agosto
Siauliai-Warsaw
Viaje a otra época
Faltan palabras para describir la sobrecogedora
sensación de estar en la colina de las Cruces, en
Siauliai. Si digo que hay millones de cruces, no peco de
exagerado. Cruces colgadas de otras cruces, cruces
clavadas encima de otras cruces.… Cruces fractales, en
definitiva. Es una pequeña colina, en medio de ningún
lado, que se ha ganado la fama por sí misma.
He continuado la ruta por Lituania hacia su capital,
Vilnius, ciudad más moderna pero sin tanta gracia
como sus hermanas Riga o, por supuesto, Tallinn.
El camino hacia Polonia transita por carreteras
secundarias que parecen trasladarte a otra época:
gallinas en los márgenes de la calzada, caballos
tirando de carros, señoras con largas faldas de colores
imposibles y pañuelo en la cabeza.
Mientras trato de arreglar con un par de bridas una de
las maletas con la cerradura rota, veo a un empleado
de la gasolinera haciendo negocios con tres o cuatro
tipejos más. Se intercambiaban bolsitas por billetes.…
Mejor no miro más y salgo de ahí cuanto antes.
Y así he llegado a Varsovia, donde pasan más de
45 minutos desde que he visto el cartel hasta que
llego a la dirección donde tenía que haber un hotel.
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SOLO MOTO
Cracovia fue un
soplo de aire
fresco después
de la agobiante
y gris visita a
Auschwitz.
Y no hay nada. Mejor dicho, ningún hotel. Es un
típico barrio satélite, compuesto por centenares de
edificios alargados, todos idénticos, de la época
prosoviética, que parecen estanterías. Una rápida
llamada al equipo de apoyo en España -gracias,
Belén- y obtengo una nueva dirección.
El GPS me ha llevado a la dirección exacta, pero
aquí lo único que se llama Barnabitów es un
supermercado y un centro cultural. Sin mucha fe,
entro en el centro cultural, un edificio sobrio -muy
sobrio- de hormigón gris. Hay una especie de
recepción, donde pregunto a una señora de pelo
canoso si sabe dónde está el Hotel Barnabitów. “Es
aquí”, me dice. No me lo puedo creer, el hotel parece
más un albergue para exiliados de la guerra fría. Pero
al fin he llegado, pasadas las 10 de la noche.
Hoy he recorrido 743 kilómetros en 9 horas y 33
minutos, a una media de 78 km/h. El consumo
medio ha sido de 4,9 l/100 km. Llevo 11.056
kilómetros recorridos.
Día 20. 12 de agosto
Warsaw-Krakóv
Silencio
Me es tremendamente difícil escribir algo
coherente después de haber visitado el campo de
concentración y exterminio de Auschwitz. No soy
capaz de hilar palabras para expresar todo lo que he
sentido. Así que hoy escribiré poco.
Para llegar a Auschwitz desde Varsovia he recorrido
más de 200 kilómetros por autovías polacas. Ya había
probado las carreteras y sus roderas, pero lo de las
autovías no tiene nombre. De momento, es lo más
peligroso que he hecho durante el viaje. Imagina una
autovía donde por el carril de la izquierda se circula
a 140 km/h, cuando está limitado a,…no he visto ni un
cartel indicador, supongamos que 100 km/h. Imagina
un carril de la derecha plagado de peligrosísimas
roderas con camiones circulando a 90 km/h. Imagina
que cada dos o tres kilómetros te encuentras un
semáforo, un cruce, un pequeño espacio a la izquierda
para realizar cambios de sentido y una limitación a
70 km/h. Imagina radares en esos puntos que se
quedan impasibles ante los veloces coches del carril
izquierdo. No he visto destellar ni uno. Imagina que
los camiones de la derecha no frenan ni se ponen a
70 km/h cuando toca. Y ahora imagíname a mí allí en
medio. Una locura.
A mediodía he llegado a Auschwitz. Es gratuito,
cosa que me parece muy bien, ya que se alza como
monumento mundial contra el holocausto. Pero de
10 a 15 solamente se puede entrar con un guía
que debes pagar. La moto la tienes que dejar en
un parking que no es gratuito. La visita con guía
desmerece mucho, no porque diera datos poco
interesantes, sino que Auschwitz es un lugar que
invita a la reflexión. A la reflexión personal. En algunos
momentos he podido evadirme del grupo y sentir en
soledad todo aquello. La entrada en la cámara de
La visita al campo de concentración de Auschwitz es un
retorno al horrible pasado de los tiempos de la guerra;
un lugar que invita a la reflexión personal
gas. Tus problemas dejan de serlo en comparación
con lo que adivinas que pasó allí dentro.
Cracovia se convierte en un oasis tras el duro día. Y
no de kilómetros, sino de sensaciones.
Hoy he recorrido 399 kilómetros en 4 horas y 57
minutos, a una media de 81 km/h. El consumo ha
sido de 4,8 l/100 km. Llevo 11.456 kilómetros.
Día 21. 13 de agosto
Krakóv-Budapest
Harto
Estoy realmente harto de las carreteras y de los
conductores polacos. No aguanto su manera de
conducir, parecida a la hindú pero 100 km/h más
rápida. Afortunadamente tengo que salir rápido del
país hacia Eslovaquia, pero la carretera que tenía que
coger para atravesar los Cárpatos está cortada. Así
que toca estudiar alternativas. Y, como casi siempre
en la vida, a veces las cosas inesperadas suelen ser
más interesantes que las programadas; así descubro
los encantos del lago Miedzybrodzkie y sus curvas.
Finalmente, las autopistas eslovacas. No pensaba yo
que desearía tanto encontrarme una autopista como
las de toda la vida, sin radares, cruces, semáforos, sin
vendedores de setas...…Pero sí. Antes de eso, me paro
en el primer establecimiento tras la frontera eslovaca,
que anuncia “Vignette” (la pegatina obligatoria
para circular), y pregunto a la dependienta del
establecimiento que no sabe decirme si necesitaba o
no el adhesivo. Decido seguir hacia delante.
El casco antiguo de Bartislava resulta un agradable
paseo. En pocos kilómetros cruzo la frontera húngara,
y aquí toca pagar la viñeta. Tras otros 200 kilómetros
de autopista, puedo descubrir las maneras de los
conductores húngaros, similares a las nuestras.
Finalmente, Budapest me abofetea vilmente y por
sorpresa. ¿Por qué nadie me avisó de lo bella
que es la ciudad? Edificios señoriales por todas
partes, cubistas, modernistas, rococós.…Y de pronto…
preciosos puentes, tan bellos que no me he dado
cuenta de si el Danubio es realmente azul.
Una cena a orillas del Danubio me ayuda a reponer
fuerzas.
Hoy han sido 606 kilómetros en 7 horas y 20
minutos, a una media de 83 kim/h. El consumo ha
sido de 4,9 l/100 km. Llevo 12.062 kilómetros.
Día 22. 14 de agosto
Budapest-Zagreb 14/08/2010
Vuelven los peajes
Las autopistas húngaras no están nada mal, sobre
todo si las comparamos con las polacas. Tienen
señales de tráfico particulares, aunque no tan
exóticas como la de los renos; “Peligro, perros”
es una de ellas. Pero al contrario de lo que pasa
en Escandinavia, donde tienen que pasar 3.000
kilómetros para ver un reno, aquí en dos kilómetros
ya he visto un perro, enorme, que se paseaba
tranquilamente por el arcén.
La frontera de Croacia ha sido la primera de este
viaje donde me han pedido el pasaporte. Y luego, un
recuerdo ya muy lejano ha vuelto a hacerse presente:
los peajes. Desde Francia que no veía uno.
Una importante contractura en el cuello y espalda
han hecho que los poco más de 400 kilómetros de
hoy sean un auténtico suplicio. Circular a 130 km/h
con la escasa protección de la moto ha sido duro. Si
al principio del viaje las protecciones aerodinámicas
eran más que suficientes, tras 12.000 kilómetros ya
casi no tolero que me dé ni una brizna de viento.
En Zagreb se ha concretado un reencuentro
largamente planificado con tres amigos en ruta,
con una buena cena en compañía de sus y de mis
anécdotas. ¡Gracias, amigos!
Hoy he recorrido 463 kilómetros en 5 horas y 55
minutos, a una media de 78 km/h. El consumo ha
sido de 4,9 l/100 km. Llevo 12.525 kilómetros.
Día 23. 15 de agosto
Zagreb-Brescia
¡Qué bien se come en Italia!
Hoy he sido realmente consciente de que el
viaje está tocando a su fin. Estoy en estos días
que son, igual que los primeros son simplemente
SOLO MOTO
97
REPORTAJE
Precioso
conjunto
monumental en
Brescia, Italia.
Al fondo, una
gran tormenta
espera el
momento de
descargar.
14.400 kilómetros,
15 países,
otras tantas
pegatinas y una
experiencia vital
enriquecedora.
Los paisajes de la Lombardía, en la carretera que conecta el lago di Garda con el de Iseo.
Unos españoles
jugando al mus
en Zagreb,
capital de
Croacia.
de traslado, de retorno a casa. Autopista en
su mayor parte, directamente de Zagreb a
Barcelona. La ruta me lleva a Eslovenia, donde me
espera una frontera como las de antaño, con una
cola interminable para enseñar el pasaporte. La cola
continúa en la siguiente gasolinera para comprar la
viñeta correspondiente. Primera parada en Ljubljana,
acogedora ciudad completamente levantada por
las obras. Tanto la calle del río como las aledañas
merecen una visita con calma. El ambiente que se
respira es bastante más culto y educado.
Poco después, llego a Italia. Pasaré la noche en
Brescia, donde llego con las últimas luces del día y
podré, después de muchos días a base de pan de
molde y salami, degustar lo bien que se come en Italia.
Hoy he recorrido 583 kilómetros en 5 horas y 38
minutos, a una media de 103 km/h. El consumo
ha sido de 5,8 l/100 km. Llevo recorridos 13.108
kilómetros.
Día 24. 16 de agosto
Brescia-San Remo
Unas curvas, por favor
Se me debe de haber secado el cerebro. Llevo 24
días fuera de casa, más de 13.000 kilómetros, y la
jornada de hoy se me hace corta. No quiero limitarme
únicamente a recorrer los casi 350 kilómetros de
autopista que me separan de Mónaco. Desde el
Paralelo 71 (allá por Noruega) que no cojo una curva
en condiciones. Así que decido dar un rodeo para
visitar el lago di Garda.
98
SOLO MOTO
Sus aguas azules me dan la bienvenida a través de
unos frondosos árboles. A pesar del intenso tráfico,
disfruto en compañía de otros siete moteros italianos
de una magnífica ruta que rodea su orilla oeste.
Las altas montañas prealpinas me hacen considerar
el lago como una versión latina, más cálida y cercana,
de esos fríos fiordos noruegos que ya añoro.
La carretera entre Storo y Breno es simplemente
increíble. Los tornanti, como llaman aquí a esas
curvas imposibles, se van sucediendo uno tras otro,
primero de subida y luego de bajada, hasta llegar a
carreteras ya más convencionales.
La autopista se torna también divertida, con
curvas, puentes y túneles que sirven para salvar las
montañas costeras y que no me abandonan hasta
llegar a San Remo, lugar escogido para pasar la
última noche del viaje. Allí me deleito con unos
spaghetti con almejas que harían llorar y arrollidarse
pidiendo perdón al pobre turco que me sirvió una
pasta incomestible en Estocolmo.
Hoy he recorrido 586 kilómetros en 8 horas y 5
minutos, a una media de 72 km/h. El consumo
ha sido de 4,5 l/100 km. Llevo recorridos 13.709
kilómetros.
Día 25. 17 de agosto
San Remo-Terrassa
Last lap
Es la última jornada, la última vez que empaqueto
mi equipaje, que introduzco la ruta en el GPS,
que compruebo que todo está en orden antes de
arrancar. “Last Lap, Sergio”, pienso. Y qué mejor
última vuelta que empezar el día dándola a un circuito
mítico, aunque no sea de motos. Así que enfilo Santa
Devota, subo hacia el Casino, Mirabeau, Loewe, el
Túnel, la Rascasse... Voy pasando por esas curvas
míticas mientras pienso en mi última etapa.
Pasan kilómetros y kilómetros de aburridas
autopistas de territorio conocido de recorrerlo
bastantes veces en coche y moto.
Pienso en lo que he hecho durante los 14.500
kilómetros recorridos en 25 días, y todo para llegar
al mismo sitio de partida, para ver una simple bola
de hierros en la otra punta de Europa. Pero no.
Ha sido mucho más que eso. Una de las premisas
que impuse a la salida era que lo más importante
del viaje no era el destino, sino el camino. Y ahora
puedo añadir que lo importante no es sólo el
camino, sino la compañía. Porque no me he ido
solo. Aunque parezca un tópico, he viajado con
vosotros. Una de las cosas más importantes que he
hecho cada día, a pesar de la hora o de lo cansado
que estaba, ha sido escribir esta crónica. Porque
necesitaba compartirlo con vosotros. ¡Gracias por
acompañarme!
A las 17:05 horas apago el motor de mi F 800
GS en el parking de casa. Lo que para mí era una
hazaña ha finalizado con éxito.
Hoy he recorrido 732 kilómetros en 6 horas y 33
minutos, a una media de 112 km/h. El consumo
ha subido hasta los 6,2 l/100 km. He recorrido 16
países en 25 días durante 14.441 kilómetros y más
de 170 horas sobre la moto. 
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