Reserva de la Biósfera el Vizcaíno

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RESERVA DE LA BIOSFERA
EL VIZCAINO
La Reserva de la Biósfera el Vizcaíno, la más grande de México, se encuentra en el
centro de la Península de Baja California. Bañada al occidente por las aguas del
Océano Pacífico, en donde sus litorales forman vastos sistemas de lagunas costeras
que se pierden en el árido desierto, su territorio se extiende en llanuras bordadas de
dunas elevándose en la Sierra de San Francisco, para caer al Golfo de California.
Año con año, procedentes de latitudes más norteñas, cientos de miles de aves
migratorias llegan a las lagunas Ojo de Liebre y San Ignacio, al tiempo que, después
de un recorrido de diez mil kilómetros, la ballena gris (Eschrichtius robustus) se
refugia en estas tranquilas aguas. Durante los meses de invierno, los cetáceos se
cortejan, se aparean, y muchas hembras dan a luz a sus crías. Estas lagunas poseen
una gran importancia biológica, debido a la inmensa cantidad de moluscos,
crustáceos y peces que, en su etapa larvaria y juvenil, habitan en ellas, lo cual
constituye el alimento de aves y ballenas, y es la base de la actividad pesquera de la
región.
En el sistema lagunar de Guerrero Negro se encuentra la cuenca de producción de
sal por evaporación más grande del mundo, en donde, solamente en el año de 1989,
se extrajeron cinco millones de toneladas de sal. Además, ahí se hallan los
organismos más parecidos a los primeros seres vivos que se formaron en la Tierra
hace 3,500 millones de años. Se trata de bacterias que viven agrupadas en
estructuras formadas por láminas que se sedimentan una sobre otra, llamadas tapetes
microbianos. Estas estructuras se encuentran en muy pocos sitios del planeta, por
lo que poseen un alto valor científico y constituyen una parte esencial de la
diversidad de microorganismos de México.
Tierra adentro, se abre una de las zonas más áridas del país: el Desierto de San
Sebastián Vizcaíno. En sus extensas llanuras, de suelos salitrosos y escasa
vegetación, sobresalen las yucas y, como verdes obeliscos, se yerguen los cardones
(Pachycereus pringlei), que son los cactos más grandes del mundo, algunos con
diez toneladas de peso, veinte metros de altura, y edades que pueden llegar a los
doscientos años. En este escenario, con mucha suerte, se puede ver en plena carrera
a uno de los mamíferos más veloces del planeta, que en lapsos breves puede
alcanzar los noventa kilómetros por hora: el berrendo (Antilocapra americana). Este
herbívoro, que hace dos siglos habitaba por millones en el norte de México, hoy en
día la sub-especie peninsularis se encuentra exclusivamente en el Vizcaíno, reducida
a unos ciento cincuenta individuos, y se considera en peligro de extinción.
Las lagunas costeras y las llanuras del desierto se pierden en el oriente. Una
pendiente suave se va perfilando, alguno que otro cerro aislado rompe el paisaje,
hasta que la abrupta sierra de San Francisco hace su aparición. Esta cadena
montañosa, producto de la inmensa actividad tectónica, tiene grandes y profundos
cañones, elevaciones truncadas y alargadas, y sus cimas más elevadas llegan a los
1,600 metros sobre el nivel del mar. Unicamente el volcán de Las Vírgenes, situado
al sureste de la Reserva, la sobrepasa con sus 1,920 metros sobre el nivel del mar.
En las faldas de la sierra, crece una de las especies más peculiares del reino vegetal:
el cirio (Founquieria columnaris). Generalmente de un solo tronco, que llega a
medir veinte metros de altura y más de cuarenta centímetros de diámetro en la base,
el cirio se encuentra exclusivamente en Baja California y en una pequeña porción de
Sonora. Numerosas especies de agaves y cactáceas rodean, junto con el matorral, a
los cirios. Entre ellos es posible observar algunas manadas de borrego cimarrón
(Ovis canadensis), y en las alturas admirar el vuelo del águila real (Aquila
chrysaetos). Ambas especies están amenazadas.
En esta misma sierra se encuentran cuevas con pinturas rupestres consideradas por
el Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO como bien cultural, que
representan venados, ballenas, mantarrayas y hombres, testimonio de los grupos de
cazadores y recolectores que habitaron la península hace miles de años.
Actualmente, en la Reserva viven cerca de 30,000 personas; pescadores,
agricultores y ganaderos, entre otros, cuya participación en la conservación de este
patrimonio es fundamental. El ejercicio de sus actividades productivas de manera
racional, respetando las zonas núcleo, es la única manera de poder preservar este
legado de la naturaleza del que todos somos responsables.
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