p l u m a s y l e t r a s Argumentos en favor de conceder la facultad de iniciativa de ley al Poder Judicial como un mecanismo para consolidar la colaboración y el equilibrio de los órganos que ejercen el poder político en México Celia Blanco Escandón* La división de poderes El principio de la división de poderes ha trascendido en la organización política de nuestro país, constituyéndose en uno de sus instrumentos jurídicos y políticos más importantes. A través del mismo, se evita la concentración de las funciones del poder político en manos de una sola persona, se protegen la libertad y seguridad de los individuos, se distribuyen las funciones de la autoridad y se previenen abusos. A pesar de su denominación, el principio de la división de poderes acogido en el artículo 49 de la Constitución, al ser interpretado en relación con otros artículos complementarios del mismo ordenamiento, nos lleva hacia una * Profesora e investigadora de tiempo completo del Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Profesora de asignatura del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). 9 noción de colaboración más que de división entre las distintas ramas del poder político. De hecho, no se ha regulado en forma radical, lo cual ha permitido que en el ejercicio de las funciones públicas de nuestro país, exista participación, integración y colaboración entre las mismas. El principio de división de poderes, también conocido como el principio de separación de funciones del poder político, tiene como objetivos centrales, tanto evitar la tiranía y el autoritarismo, como el volver más eficientes las actividades de la autoridad pública. De conformidad con la doctrina tradicional, las funciones de la autoridad política a la luz de la división de poderes se dividen en legislativas, ejecutivas y judiciales. Cada función debe ser desempeñada por un órgano distinto, al cual se le confieren facultades específicas, mismas que –en teoría- ninguno de los otros poderes debe realizar. Así, al Poder Legislativo le corresponde la creación de las leyes, al Poder Ejecutivo, la tarea de administrar, ejecutar y poner en vigencia las leyes, así como el control de su cumplimiento, y al Poder Judicial, lo relativo a la administración de justicia. No obstante lo anterior, la diversidad misma de las actividades del Estado impide una verdadera separación de funciones. Cabe agregar que aunque el principio de la división de poderes es acogido y aceptado en nuestra Carta Magna, éste no es absoluto y admite excepciones, ya que permite en determinados casos, que un poder realice funciones que material y formalmente corresponden a otro. No obstante lo anterior, no debemos olvidar que el poder del Estado es uno solo y que lo único divisible son los órganos que lo ejercen y las funciones que se les atribuyen, resultando que el término división de poderes, en su concepción tradicional, no se adecua a la realidad de las actividades del Estado, pues la diversidad de sus órganos y funciones, así como el objeto para el cual fueron creados, no permite una verdadera separación de sus funciones. En este sentido, José Luis Caballero plantea que la teoría de la división de poderes se ha visto redimensionada en varios aspectos, mismos que van desde el fenómeno globalizador con todas sus implicaciones (integración regional, acuerdos comerciales, procesos de internacionalización de la tutela de los derechos humanos, etc.), hasta la recomposición interna de una sociedad mucho más exigente que busca controles más severos. Asimismo, señala que de forma paralela a los procesos de acotamiento entre poderes (checks and balances), de la sociedad y de los actores políticos hacia los poderes, han surgido en el constitucionalismo contemporáneo los llamados órganos constitucionales autónomos (El Instituto Federal Electoral, El Banco de México, Los Tribunales Agrarios y la Comisión Nacional de Derechos Humanos, entre otros), cuya característica principal es precisamente su pertenencia al Estado pero sin tener dependencia de los poderes ejecutivo, legislativo o judicial.1 1. Véase: Caballero Ochoa, José Luis, “Los órganos constitucionales autónomos: más allá de la división de poderes”, Revista Jurídica, Anuario del Departamento de Derecho de la Universidad Iberoamericana, número 30, México, 2000, pág. 153. 10 Excepciones al principio de la separación de poderes El principio de la división de poderes fue acogido tempranamente en el continente americano por las colonias inglesas, siendo incorporado ya en la Constitución de los Estados Unidos de Norte América. Posteriormente aparece en latinoamerica en las colonias españolas, y será en su momento, integrado a las distintas normas constitucionales incluyendo, por supuesto, a la Constitución Política Mexicana. La disposición mexicana vigente es producto de toda una trasnformación política, social y económica que va desde el movimiento de Independencia, hasta la Revolución Mexicana.2 La Constitución de 1917 consagra el principio de la separación de poderes en su artículo 49, de la siguiente forma: “El Supremo Poder de la Federación se divide, para su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial”. El citado numeral se relaciona con todos los preceptos que se ocupan de la organización política del Estado mexicano y, de manera especial, con los artículos 50, 80 y 94, que aluden a las personas y a los órganos en los que se depositan dichos poderes. No obstante, el principio de la división de poderes es acogido y adoptado por nuestra Carta Magna, existen casos de excepción contemplados en el mismo ordenamiento, en donde se admite que para determinados casos, un solo poder realice funciones correspondientes a otro poder. Así, el artículo 49 en su segundo párrafo, señala que: “No podrán reunirse dos o más poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo salvo el caso de facultades extraordinarias del Ejecutivo de la Unión, conforme a lo dispuesto en el artículo 29”. Artículo 29: “En los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública o cualesquiera otro que ponga a la sociedad en grande peligro o conflicto, solamente el Presidente de la república Mexicana, de acuerdo con el Consejo de Ministros y con aprobación del Congreso de la Unión y, en los recesos de éste, de la Comisión Permanente, podrá suspender en todo el país, o en lugar determinado, las garantías que fuesen obstáculo para hacer frente, rápida y fácilmente, a la situación; pero deberá hacerlo por un tiempo limitado, por medio de prevenciones generales y sin que la suspensión se contraiga a determinado individuo. Si la suspensión se verificase en tiempo de receso, se convocará sin demora al Congreso para que la acuerde”. En el supuesto anterior, vemos como el Estado para salvaguardar el bien común, puede optar por suprimir cualquier límite externo a su poder que 2. México como país jurídicamente establecido no tiene en materia constitucional antecedentes previos a 1821, año en que se consumó jurídica y políticamente la Independencia. Para más información véase: Sánchez Bringas, Enrique, Derecho Constitucional, Editorial Porrúa, México, 1998, pág. 80 y siguientes. 11 pudiera representar un obstáculo para lograr su objetivo de proteger a la comunidad y defender el territorio nacional; esto es, cualquier obstáculo que le impidiera actuar pronta y oportunamente para enfrentar una problemática que pusiera en peligro los intereses de la sociedad. En la actualidad se habla más de una colaboración entre poderes que de una separación o división en sentido estricto: En el texto mismo de nuestra Ley Fundamental podemos apreciar los elementos de colaboración, integración, ayuda y apoyo mutuo entre los Poderes de la Unión, pues si bien es cierto que en el multicitado artículo 49 se establece la clásica división tripartita, también lo es que dicho precepto se encuentra vinculado con otros artículos del mismo ordenamiento de los que se desprende un funcionamiento coordinado y complementario entre dichas instituciones3. Cada uno de los poderes debe aportar, dentro de sus respectivas funciones, lo más posible para lograr que se protejan los derechos esenciales de los integrantes de la comunidad y para conformar con ello un sentimiento de seguridad jurídica derivado y soportado por el Estado. Esto se torna evidente cuando el legislativo participa en funciones ejecutivas al aprobar o rechazar Tratados Internacionales; también, cuando autoriza al poder ejecutivo a declarar la guerra; o bien, cuando aprueba los nombramientos de funcionarios propuestos por el ejecutivo, tal es el caso de ministros de la Corte y embajadores, por ejemplo. El legislativo asimismo, participa en funciones judiciales cuando se lleva a cabo un juicio político o incluso, un juicio de procedencia. El ejecutivo, por su parte, participa en funciones legislativas cuando promulga leyes o decretos reglamentarios, cuando presenta proyectos de ley; y, cuando veta leyes ante el poder legislativo. Lo vemos actuar en funciones judiciales cuando concede indultos o participa en la conmutación de sanciones y penas, por citar sólo algunos casos. Por último, el poder judicial participa en funciones legislativas cuando declara la incostitucionalidad de alguna ley emanada del Congreso o bien, de algún decreto del ejecutivo, y ejerce funciones ejecutivas cuando nombra y remueve funcionarios en los tribunales. En consecuencia, si el legislativo participa en las funciones del ejecutivo y del poder judicial, el ejecutivo interviene en labores propiamente legislativas y jurisdiccionales, y el poder judicial, en funciones de índole administrativa y en la creación de leyes, podemos afirmar que en la organización política mexicana no impera una verdadera independencia entre los órganos de autoridad, sino más bien, una interrelación de los mismos. 3. Vésae: Herrera Beltrán, Fidel, La División de Poderes en México: teoría y práctica democrática, Cámara de Diputados, LVII Legislatura, México, 2000, pág. 136 y siguientes. 12 La facultad de iniciativa de ley Elisur Arteaga Nava define a la facultad de iniciativa de ley como: “...la facultad o el derecho que la constitución otorga y reconoce a ciertos servidores públicos, entes oficiales y particulares a proponer, denunciar o solicitar al órgano legislativo colegiado un asunto, hacer de su conocimiento hechos o formular una petición, en relación con materias que son de su competencia, de lo que puede derivar una ley o un decreto; estos pueden ser decretos propiamente dichos, o decretos declaración, decretos resolución o decretos acuerdo”. Asimismo, añade: “En virtud del ejercicio de esa facultad o de ese derecho, su titular provoca la acción del órgano legislativo, de las partes que lo componen o entes que dependen de él y los conmina a adoptar una resolución en la materia objeto de iniciativa”.4 En cuanto al fundamento constitucional de la facultad de iniciativa de ley, éste se encuentra en el artículo 71 de nuestra ley fundamental y señala: “Artículo 71.- El derecho a iniciar leyes o decretos compete: I.- Al Presidente de la República; II.- A los diputados y senadores del Congreso de la Unión; y III.- A las legislaturas de los estados. Las iniciativas presentadas por el Presidente de la República, por las legislaturas de los Estados o por las Diputaciones de los mismos, pasarán desde luego a comisión. Las que presentaren los diputados o los senadores, se sujetarán a los trámites que designe el Reglamento de Debates”. Como se puede apreciar, la iniciativa de ley en el fuero federal, es una facultad otorgada exclusivamente al Presidente de la República, a los Diputados y senadores del Congreso de la Unión, a las legislaturas de los estados, y a la Asamblea del Distrito Federal: En México, por disposición constitucional, el Presidente de la República goza de la facultad de iniciar leyes, la cual puede realizar, indistintamente, ante cualquiera de las cámaras, ante la comisión permanente, o bien, ante el Congreso. La iniciativa presidencial comprende casi todas las materias, e incluso, derivado de mandamiento expreso en la Constitución podrá ejercer dicha facultad de manera exclusiva en materia hacendaria, suspensión de garantías y otorgamiento de facultades extraordinarias, en su informe anual, nombramientos, uso de la 4. Arteaga Nava, Elisur, Derecho Constitucional, Editorial Oxford, México, 2001, págs. 173 y 174. 13 guardia nacional, tratados y convenciones, salida de tropas nacionales del territorio mexicano, licencias y renuncias de ministros de la Corte, entre otros. Las iniciativas de los legisladores las pueden ejercitar los diputados y senadores en forma individual o a través de sus grupos parlamentarios, y pueden hacerlo respecto de cualquier materia a excepción de las que corresponden exclusivamente al ejecutivo y de aquéllas que por su naturaleza, corresponden a otros órganos. Aunado a ello, tienen exclusividad para presentar el proyecto de la Ley Orgánica del Congreso y sus modificaciones. En cuanto a la iniciativa de las legislaturas estatales, éstas pueden presentar, ante una de las Cámaras Federales, un decreto que contenga el proyecto de reformas constitucionales, de ley federal o de reformas legislativas federales, para que el proyecto se remita a la comisión que corresponda. El envío del proyecto al Congreso de la Unión puede hacerlo la legislatura del Estado si se encuentra en periodo de sesiones, de lo contrario, podrá hacerlo la diputación permanente.5 La facultad de iniciativa de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, únicamente procederá en los casos en que el proyecto se refiera a materias relativas a dicha entidad federativa. Al analizar al legislativo y al ejecutivo con relación al Poder Judicial, nos encontramos con el hecho de que a pesar de que nuestra constitución coloca a los órganos que ejercen el poder político en una situación de colaboración, no lo hace de manera equilibrada ni proporcional. El Poder Judicial no ha contado con la facultad constitucional para participar en la conformación de su organización y estructura, ni en las modificaciones a leyes secundarias que pudiera percibir como poco idóneas e ineficaces. Al Poder Judicial no se le ha concedido la facultad de iniciativa de ley ni siquiera para resolver cuestiones relativas a su propio funcionamiento y organización, y mucho menos, en cuanto a problemas relacionados con las funciones de los otros dos poderes que afecten a la sociedad. En este sentido, cabe mencionar que si bien es claro que al legislativo le corresponde una facultad de iniciativa irrestricta con respecto al Poder Judicial, no sucede lo mismo con el Poder Ejecutivo, en donde encontramos que al Presidente de la República no sólo se le otorga la facultad de iniciativa en cuestiones relacionadas con su ámbito jurídico, sino que se le concede dicha facultad en cuestiones relacionadas con la organización del Poder Judicial. A mayor abundamiento, cabe destacar que el desequilibrio manifiesto que existe en las facultades encomendadas al Ejecutivo respecto al judicial, no sólo lo encontramos la facultad de iniciativa, sino además, en las disposiciones en las que se establece la intervención del Presidente de la República en la selección, remoción y licencia de los ministros de la Corte, así como en el presupuesto. 5. Véase: Sánchez Bringas, Enrique, op. cit., pág. 420. 14 Opiniones en torno a la posibilidad de otorgar la facultad de iniciativa de ley al Poder Judicial En nuestro país, la facultad para proponer o iniciar leyes en el ámbito federal compete al Presidente de la República, a los diputados y senadores del Congreso de la Unión, a los Congresos Estatales, y de forma más restringida, a la Asamblea del Distrito Federal, excluyendo por completo al Poder Judicial de la Federación. ¿Cuáles son los argumentos para obstaculizar el fortalecimiento y el equilibrio en el ejercicio de las funciones públicas, al negarle el acceso a la facultad de iniciativa al Poder Judicial? Existen diversos criterios en contra de que se conceda al Poder Judicial dicha facultad. Felipe Tena Ramírez, por ejemplo, señala que: “No cualquier persona tiene el derecho de iniciar leyes o decretos, sino únicamente el Presidente de la República, los diputados y senadores del Congreso de la Unión y las legislaturas de los estados, según dispone el artículo 71. Esto quiere decir que la evolución legislativa depende en México únicamente de aquellos funcionarios que la Constitución supone los más indicados para interpretar las necesidades del país. Las demás autoridades se igualan a los particulares por cuanto carecen de facultad de iniciativa, inclusive la Suprema Corte de justicia de la Nación, órgano considerado el más idóneo técnicamente para formular ciertos proyectos de ley, pero que no tiene dicha facultad por considerarse que debe haber completa separación entre la función del juez, que es el intérprete de la ley, y la del legislador, en el cual tiene cierta influencia el punto de vista del autor de la iniciativa. ¿Cómo podría juzgar imparcialmente la Suprema Corte la constitucionalidad de una ley cuyo proyecto ella misma hubiera formulado?” 6 En el mismo sentido se pronuncia Elisur Arteaga Nava cuando manifiesta lo siguiente: “Dar a la Corte una intervención más allá de lo que se le permite actualmente pudiera traer serios inconvenientes; uno de ellos, es que desaparecería su imparcialidad respecto de ciertas materias; al no haber otras instancias, los Ministros de la Corte pudieran llegar a conocer de controversias constitucionales, acciones de inconstitucionalidad o amparos ejercitados en contra de leyes o reformas a leyes que ellos hubieran iniciado; otro, si para salvaguardar la autoridad de la corte los legisladores optan por aprobar la iniciativa en sus términos, lo que llevaría a que perdieran su carácter de auténticos representantes. O asumen su función de manera plena y, en algunas ocasiones, rechazan la iniciativa, porque contiene vicios de inconstitucionalidad o de incongruencia, con lo que se vería la autoridad de la corte seriamente dañada”.7 6. 7. Tena Ramírez, Felipe, Derecho Constitucional Mexicano, Editorial Porrúa, México, 2001, pág. 286. Arteaga Nava, Elisur, op. cit., págs. 184 y 185. 15 Respecto a estas objeciones, debe hacerse notar que el hecho de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuviera que resolver sobre la inconstitucionalidad de una ley cuya iniciativa hubiera provenido de ella misma, no tendría por qué afectar su imparcialidad ya que la facultad de iniciativa se limita a promover una propuesta de ley y a solicitar el inicio del proceso legislativo. Una vez iniciado dicho proceso, la iniciativa sería analizada por los legisladores, que actuarían de forma independiente sin importar el órgano que la haya formulado y/o presentado. El Poder Legislativo tiene que discutir la propuesta respectiva y analizarla conforme a sus propios términos y criterios, determinando su conveniencia o inconveniencia, así como sus argumentos y consideraciones para aprobarla o rechazarla en función del aporte social real que represente. Si una iniciativa de ley presentada por la Corte fuera aprobada dentro de este contexto, las razones de sustento representarían, indudablemente, la convicción del legislador ya que el órgano que presenta una iniciativa de ley no participa en la resolución. En suma, si la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuviera que conocer de una ley, cuyo proyecto de iniciativa hubiera sido elaborado por ella misma, ello no afectaría su imparcialidad para declarar sobre su constitucionalidad o inconstitucionalidad en virtud de que la ley, a través del proceso legislativo, se impregna de las apreciaciones y consideraciones que los legisladores planteen. Independientemente de la intención del órgano que presente la propuesta de ley, al momento de su discusión y aprobación, lo que prevalece siempre es el ánimo del Congreso, el cual se verá plasmado en la ley o decreto. Aún más, la iniciativa de ley no tiene que ser aceptada en todos sus términos por el Poder Legislativo, pudiendo ser modificada, aceptada parcialmente o rechazada, y en consecuencia, lo que subsiste en la ley a final de cuentas, es el criterio que tuvo el legislador para fundamentar y justificar su aprobación. El ministro Juventino V. Castro y Castro ha señalado, por su parte, que lo que se busca no es otorgar la facultad al Poder Judicial para que presenten iniciativas de ley en el terreno de las leyes ordinarias, ni que la Suprema Corte de Justicia tenga exactamente las mismas facultades que el Presidente de la República, los miembros de las Cámaras, o las legislaturas de los estados, sino más bien, una facultad limitada referente a las leyes de su ramo. Con ello, sostiene el ministro, se resolvería el problema de que la Suprema Corte llegara a conocer sobre la inconstitucionalidad de una ley cuya iniciativa hubiera surgido de ella misma.8 Ahora precisa citar a algunos otros tratadistas que además de Don Juventino V. Castro y Castro, se manifiestan a favor de la posibilidad de otorgar la facultad de iniciativa al Poder Judicial de la Federación: 8. Véase: Castro y Castro, Juventino V., La posible facultad del poder judicial para iniciar leyes, Coordinación general de Compilación y Sistematización de tesis de la Suprema Corte de justicia de la Nación, México, 2000, pág. 117 y siguientes. 16 Enrique Sánchez Bringas comenta que: “Debe observarse que el Poder Judicial de la federación carece de facultades para iniciar procedimientos congresionales, lo que constituye una deficiencia porque son los juzgadores federales quienes, debido a sus atribuciones, disponen de amplios conocimientos de las normas jurídicas vigentes y de los requerimientos sociales que generan sus modificaciones y la creación de nuevas prescripciones”.9 Joel Carrancó Zuñiga sostiene que: “Una participación regulada y tutelada por la propia Constitución del poder Judicial en las iniciativas de leyes o decretos que atañen a su ramo, legitimarían su conformación, dándole solidez y consistencia a éstas, sea en su organización y estructura prevista en la carta Magna, o bien, en la preparación de leyes o reformas de éstas concernientes a sus funciones, así pues, quedarían comprendidas la Ley orgánica del poder Judicial de la federación, la Ley de amparo, y en menor medida, los códigos de procedimientos penales y civiles de aplicación federal, entre otros”.10 Con base en las razones expuestas arriba, resulta pertinente señalar que en tanto la función del Poder Judicial de la Federación consista en aplicar el Derecho existente para resolver los conflictos de intereses que se le presenten, esta actividad presupone la inclusión de la aplicación de leyes emitidas por el Congreso de la Unión, lo que implicaría la necesidad de confrontarlas con la problemática específica y con la realidad social, resultando en consecuencia, que por la naturaleza propia de sus labores, el Poder Judicial de la Federación se encuentra ampliamente capacitado para conocer los problemas y necesidades de la sociedad y, en consecuencia, para presentar iniciativas de ley. En tal virtud, resulta no sólo conveniente sino necesario que el Poder Judicial de la Federación tenga la posibilidad de contar con cierta participación en la elaboración de leyes, y esto se puede lograr concediéndole la facultad de presentar iniciativas de ley ante el Congreso de la Unión, a través de la Suprema Corte de Justicia. No podemos olvidar que el Estado de Derecho implica que el poder político se atenga a la constitución y a las leyes que de ella emanan, siendo además necesario que dichas normas sean lo más apegado a la realidad social. Es preciso que la autoridad actúe conforme a las normas jurídicas, pero también que dichos ordenamientos sean acordes a las necesidades de la comunidad, las cuales no se pueden vislumbrar en su integridad si se deja de lado la opinión proveniente del Poder Judicial Federal. 9. Sánchez Bringas, Enrique, op. cit., pág. 422. 10. Carrancó Zuñiga, Joel, Poder Judicial, Editorial Porrúa, México, pág. 248. 17 Conclusiones • El ideal de una sociedad jurídicamente organizada es que exista una integración entre el beneficio social, la autoridad política y el sistema normativo. • Para lograr dicha integración es necesaria la participación y colaboración recíproca y equilibrada de los organismos que ejercen la soberanía del pueblo. Tal realidad emana de la organización establecida en la Constitución Mexicana: del texto mismo del artículo 49 constitucional se desprende la expectativa de conseguir un equilibrio en las funciones públicas de los Poderes de la Unión. • En la actualidad, se suscitan fuertes controversias por el desequilibrio real que impera entre los Poderes. Es indudable que entre las facultades que han sido concedidas y que han propiciado la inequidad de funciones de los órganos que ejercen el Poder Político, encontramos a la iniciativa de ley. El Poder Ejecutivo tiene cierto grado de participación en la propuesta y elaboración de leyes, las que formalmente deberían corresponder al Poder Legislativo, pero no sucede lo mismo con relación al Poder Judicial. • El Poder Judicial de la Federación, por la naturaleza misma de sus funciones, se encuentra capacitado para tener la facultad de iniciativa de ley, ya que su función principal consiste precisamente en la aplicación e interpretación del derecho. Si la Suprema Corte de Justicia de la nación presentara iniciativas de ley en representación del Poder Judicial Federal, aumentaría la posibilidad de que se generarán ordenamientos jurídicos más apegados a las necesidades del pueblo y que resultaran, en consecuencia, más eficaces. • La aplicación de la ley implica su interpretación y esta actividad, cuando es desempeñada por algunos de los órganos depositarios del Poder Judicial de la Federación, crea la jurisprudencia, fuente formal del derecho que funge también como fuente real e inspiradora de las normas que expide el legislador. • El hecho de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación llegara a conocer sobre la inconstitucionalidad de una ley cuya iniciativa ella misma hubiera presentado, no obstaculiza la facultad de iniciativa de ley de la que debiera gozar el Poder Judicial de la Federación, pues la facultad de iniciativa de ley únicamente concede la posibilidad de expresar opiniones y plantear posibles soluciones a los problemas que aquejan a la sociedad en un lugar y tiempo determinados, para poder así crear, conforme al proceso legislativo, leyes que beneficien a la comunidad. 18 • En suma, sostenemos que es necesario para lograr el equilibrio entre las funciones del Estado, que se otorgue a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en representación del Poder Judicial de la Federación, la facultad de iniciativa de ley. Nota: El día 15 de diciembre de 2003, el Senado finalmente aprobó por unanimidad reformas al artículo 71 constitucional para permitir que la Suprema Corte presente iniciativas de ley sólo en asuntos relativos a la organización y funcionamiento del Poder Judicial. Según el dictamen apoyado por 95 votos de los senadores presentes, esta reforma se justifica siempre y cuando las iniciativas que proponga se refieran únicamente a su organización y funcionamiento. Esta nueva facultad dota de facultad de iniciativa al pleno la SCJN para que ésta pueda proponer cambios a su Ley Orgánica. Esta reforma constitucional es un paso histórico que indudablemente favorecerá la participación de los tres Poderes de la Unión en la esfera de las decisiones públicas y promoverá el proceso de transformación del Poder Judicial. Para terminar, cabe señalar que el artículo 71 de la Constitución no había sido reformado desde su promulgación en 1917. 19