implicaciones de la génesis del lenguaje y la comunicación humana

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M.D. Rius Estrada
Génesis y Desarrollo del Lenguaje
IMPLICACIONES DE LA GÉNESIS DEL
LENGUAJE Y LA COMUNICACIÓN
HUMANA EN LA CATEGORIZACIÓN
CONTEMPORÁNEA DE LA INFANCIA
MARIA-DOLORES RIUS ESTRADA
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M.D. Rius Estrada
Génesis y Desarrollo del Lenguaje
LA GÉNESIS DEL LENGUAJE
La génesis del lenguaje humano constituye uno de los temas más
universalmente apasionantes, ya que se interesan por él tanto profesionales
como profanos, y sus avances, hallazgos y respuestas a las incógnitas todavía
vigentes sobre qué es el lenguaje, llegan al fondo de cualquier persona por
sencilla que sea, cuando se le trasmiten de forma adecuada.
De hecho el lenguaje humano, ha logrado en la segunda mitad de
este siglo que terminamos, desprenderse de las amarras que lo tenían
identificado en un mismo registro con los comportamientos del lenguaje animal
y ha conseguido su definición propia, inédita y diferenciada de los mismos a
través del descubrimiento de los rasgos distintivos que el estudio del niño nos
ha revelado. Por ello en cualquier abordaje de la educación infantil es
imprescindible tratar del lenguaje, cómo so genera, cómo se implanta cómo se
desarrolla y cómo se convierte en un instrumento de hominización y
socialización.
En primer lugar, es bueno responder a esta pregunta ¿qué es el
lenguaje? Las respuestas son múltiples porque se trata de un fenómeno
complejo y hasta el momento no totalmente desvelado, sin embargo, para
obtener rigor en nuestra reflexión es preciso seleccionar una definición que
centre y dé sentido a las proposiciones que demostramos, aun siendo
conscientes de la mediatez de la misma respecto a nuestro trabajo y sabiendo
que elegir siempre supone seleccionar.
Sin negar otras apreciaciones que no serían útiles en este estudio,
hemos de decantarnos por aquellos conceptos que se derivan de los
descubrimientos hechos a partir de la investigación lingüística, psicolingüística
y sociolingüística de los años 40, ya que en ellos se pone de manifiesto tanto la
interdisciplinariedad del fenómeno a abordar, corno los avances de la especie
humana en la utilización extensiva del lenguaje. Teniendo en cuenta
fundamentalmente estos presupuestos, bien podemos afirmar que el lenguaje
es el instrumento regulador de la relación, la comunicación y el
pensamiento humanos.
Ahora bien el primer problema que se nos presenta es que la
proposición anterior es reversible, es decir, sin relación, comunicación y
pensamiento tampoco existiría el lenguaje. Esta complicación lógica no tiene
sin embargo ningún valor negativo en nuestro estudio y si, en cambio, aporta
una gama inmensa de posibilidades que nos ayudan a comprender más
conscientemente el lenguaje como fenómeno estrictamente humano.
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De hecho en el estudio filogenético de la evolución de la especie se
atribuye con harta razón el principio de la hominización a dos fenómenos muy
peculiares: la instrumentalización, mal llamada “manipulación” y la nominación
de los objetos, hechos, experiencias, mediante palabras. En efecto, podemos
hablar de homínidos, en cuanto descubrimos que los seres anteriores,
prehomínidos, no sólo usan objetos para rascarse, para llevarse a la boca, para
comer, sino que son capaces de transformarlos en objetos distintos. Un perro
puede oler un hueso, comérselo o jugar con el, pero nunca podrá roerlo de tal
manera que lo convierta en un peine y le adjudique una función simbólica mas
allá de las que le dista su conservación o supervivencia. La especie humana
primitiva, transformó objetos y los instrumentalizó para otros fines,
Por otra parte el lenguaje animal supone una inteligencia capaz de
dar información respecto al alimento, al territorio, al apareamiento y sobre una
infinidad de sucesos, pero e un lenguaje cerrado, no cambia a través de los
tiempos y no se ha descubierto en él todavía un claro componente simbólico.
Lo que permite hablar solamente de códigos de señales. Los primeros
homínidos crearon el lenguaje oral y dieron nombres a los objetos,
construyeron representaciones del mundo y las explicitaron mediante la palabra
y la iconografía, generaron la lengua natural, que es el lenguaje oral pero
diversificaron sus códigos en lenguas tribales de una pluralidad asombrosa,
atendiendo a representaciones inéditas dentro de cada una de sus culturas
Este lenguaje no es un mero código de señales informativas, sino un código de
signos formativos de la relación, la comunicación y el pensamiento simbólicos,
muy distante del mero factor’ inteligencia animal.
Estos fenómenos, lejos de haber desaparecido de nuestro entorno
pueden seguir observándose en los procesos ontogenéticos infantiles para
generar, construir y desarrollar su propio lenguaje. En efecto, los niños y niñas
pequeños inventan palabras, crean proposiciones inéditas, regulan su relación
con los gestos, dan sentido a su llanto, y no sólo pueden cambiar la función de
un objeto, sino que pueden sustituir el propio objeto por símbolos internos que
a su vez solo podrán ser conocidas por medio del lenguaje humano, expresado
fundamentalmente en palabras o silencios.
De esta manera no es extraño que no sólo se hable del lenguaje
como de un instrumento, sino que se le denomine el instrumento.
Este instrumento es causa y efecto de relación, es causa y efecto de
comunicación y es causa y efecto de desarrollo del pensamiento infantil y como
tal vamos a contemplarlo en esta reflexión
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LA NATURALEZA DEL LENGUAJE
El lenguaje como “el máximo y sorprendente logro del
pensamiento simbólico” (Botkin, 1979) constituye una gramática inédita
natural del sujeto que permite una generación sin límites de signos mediante la
elección y la combinación. El lenguaje hace viable la obtención de infinitas
posibilidades a partir de un número finito de elementos” (Chomsky, 1971).
Los hablantes pueden producir y comprender mensajes jamás oídos
hasta entonces y generar reglas mediante procesos recurrentes e iterativos que
hacen posible la creación de contenidos simbólicos, colectivos o personales,
cuyo contexto constituye el espacio humano y cultural necesario para el
desarrollo y la emancipación de la especie. A su vez, pueden fijar códigos de
signos precisos y rigurosos, cuyas características esenciales denotan un
elevado grado de formalización del conocimiento que .sobrepasa el espacio y
el tiempo de aprendizaje necesario para llegar a su dominio.
Por todo ello se entiende el lenguaje como un instrumento muy
peculiar y sin embargo su adquisición está ya latente en todo niño que viene a
este inundo desde el primer momento de su nacimiento, como lo demuestra la
desproporción existente entre el escaso tiempo y las limitadas acciones con las
que los adultos enseñan el lenguaje a sus pequeños y el inmenso volumen de
aprendizaje desarrollado por los mismos en un espacio tan breve.
La razón fundamental es que el lenguaje no se aprende sólo por
imitación, sino que se genera a partir de la interacción; no sólo se decodifica
mediante la asociación significante sirio que se comprende a través de la
simbolización
semántica;
no
se
repite
automáticamente
por
condicionamientos mecanicistas, sino que se construye a partir de estructuras
mentales. En definitiva el lenguaje está íntimamente vinculado a las estructuras
de la comunicación humana, nace con ella, se desarrolla por ella y no se
explica sin ella.
El lenguaje desde sus orígenes, como instrumento que permite
describir y organizar las relaciones entre el mundo del sujeto y el de los
objetos, debe explicarse a partir de la configuración del mundo objetad en el
niño y de las relaciones de aproximación, percepción, interiorización y
vinculación que se producen entre él y el mundo exterior
En principio, los Objetos, materiales o sociales no son idénticos, o
mejor dicho son de índole muy distinta. Pues bien el lenguaje está
intrínsecamente vinculado a las relaciones que el sujeto establece
fundamentalmente con los objetos sociales, es decir a las relaciones
personales, de las cuales se derivan las demás.
Muchos son los autores que han aportado luz a este respecto y es
bueno tenerlos en cuenta:
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“El hecho de que la primera de todas las relaciones establecidas en
la vida del lactante sea una relación con un compañero humano tiene particular
importancia. Es una iniciación específicamente humana para las interrelaciones
sociales, y aquí es donde comienza el desarrollo de la expresión facial, de su
uso semántico, que conducirá finalmente al desarrollo de la palabra y del
lenguaje” (Spitz, 1958).
Esta relación incipiente es una relación física de reconocimiento que
se dimensiona paulatinamente en el plano psíquico, haciendo al niño capaz de
detectar el rostro, los pasos, el tono de voz, el movimiento del compañero
humano y preferirlo a los objetos materiales en multitud de momentos. Este
encuentro y esta exigencia provocan irresistiblemente la creación de mensajes
formulados en palabras, en susurros, en cadencias, en fantasías fónicas. Nadie
se acerca a un bebé sin intercambiar estos tipos de mensajes con él y por
supuesto, encuentra respuesta motórica, facial o sonora según la evolución del
niño construyendo una primera formación asimétrica del diálogo.
“Cuando la madre y el bebé se amoldan recíprocamente en la
situación alimentaria, ello constituye el comienzo de una relación humana. Se
establece así el modelo para la capacidad del niño de relacionarse con objetos
y con el Mundo” (Winnicott. 1967).
La sintonía entre madre-bebé, constituye el preludio de la relación
binaria palabra—silencio como se ha demostrado en la experimentación
llevada a cabo entre crías de animales y bebés cuando maman. La succión
animal es lineal y discontinua, la succión de los niños es rítmica y cíclica
alternando la mamada como expresión activa, con la respiración como silencio
pasivo, como si quisiera ponerse de manifiesto la estructura incipiente de la
comunicación entre personas que aunque de modo desigual pueden
acompasar sus mensajes en el retorno del feed back comunicativo, en el que el
niño al detenerse para respirar provoca una respuesta materna,
“La coordinación mutua de los bebés con los adultos cambia en el
transcurso de su desarrollo conjunto y esa transformación no es otra cosa que
el desarrollo de la comunicación humana” (Kaye, 1982).
Tal comunicación va cambiando el reconocimiento por vinculación
afectiva, es decir por consciencia do pertenencia a un territorio, a un espacio y
con unas personas. Este hallazgo infantil provoca el inicio de la simbolización al
tener que superar la frustración que supone la pérdida por ausencia de los
objetos vinculantes y de esta forma los objetos externos, internalizados como
vínculos de afección y apego devienen objetos internos y crean un mundo
interior consciente o inconsciente que organiza las relaciones en otro plano, el
espacio de la interiorización.
“Mas allá de cualquier otra cosa, el lenguaje es una forma
sistemática de comunicarse con los demás, de afectar su conducta y la
nuestra, de compartir la atención, y de constituir realidades a las cuales nos
adherimos de la misma forma que nos adherimos a los .hechos de la
naturaleza” (Bruner, 1983).
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Esas realidades interiores a las que nos adherimos permanecen en
nosotros y crean los primeros vestigios de] pensamiento, la memoria que
permite el recuerdo, el sentido de la propia realidad que la hace comprensible,
la sustitución de la misma por las palabras, meros signos y complejos signos
sin referente en el significado, la organización del juicio y del razonamiento
infantil, haciendo avanzar el pensamiento hasta los umbrales de las estructuras
do personalidad que configuran la propia conciencia del “yo corporal”, del “yo
psíquico” y del “yo mismo”.
No sin razón debemos asentar sobre las estructuras de la
comunicación humana incipiente la génesis y el desarrollo del lenguaje. Pero
comunicación es un término que debemos delimitar si no queremos ser vagos e
imprecisos.
En realidad la comunicación humana puede ser definida como la
posibilidad de sustituir objetos externos por objetos internos y es en esta
tesitura en la que hay que hay que insertar el lenguaje, o mejor dicho los
diferentes lenguajes que so desarrollan en la primera infancia como
instrumentos portadores de mensajes con sentido.
LA EVOLUCIÓN DEL LENGUAJE
En presencia de la base comunicativa los lenguajes infantiles comienzan a
organizarse en etapas sucesivas hasta desembocar en la oralización, máximo
exponente del lenguaje humano como es aprender a hablar.
Las relaciones sensoriales y motóricas.
Durante las dos primeras semanas el niño vive en un estadio
indiferenciado de aislamiento perceptivo en el que el binomio excitación—
sosiego lo domina todo, No hay por tanto discriminación de objetos ni siquiera a
nivel sensorial y las relaciones se estructuran por medio de un sistema
interoceptivo preconsciente. Diríamos que el sueño, el llanto y la comida
dividen en tres espacios la vida del niño, sin que él pueda participar en ella. Su
actividad os fruto de una organización filogenética en la que no tiene cabida la
relación con el mundo exterior ni el lenguaje.
Desde los quince días hasta los des meses aproximadamente, se
producen una serie de organizaciones ontogenéticas a partir de la maduración
neurológica que provocan las primeras sensaciones y que van cambiando el
sistema interoceptivo por mecanismos que permiten la percepción paulatina del
mundo exterior y su adaptación a él. La respiración—succión, la respiración-deglución, la regulación del llanto, la organización de la audición, la orientación
a la fuente sonora, la contemplación del sonido, la decodificación de mensajes
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tonales, la organización de la visión, la percepción de luz y la oscuridad y la
discriminación luminosa de los objetos son buena muestra de ello.
Entre estas manifestaciones, se distingue de forma prematura una
reacción motórica del bebé ante la aproximación del ser humano y una
identificación de la leche como objeto vital, único que calma el llanto, al
producir la satisfacción de la necesidad primaria que constituye el hambre. Por
supuesto, no hay indicios de relación, ni lenguaje.
Las relaciones perceptivas
En los cinco meses siguientes, es decir de los tres a los siete meses,
aparecen las primeras manifestaciones de una relación, que en principio es una
relación de reconocimiento no primario, se trata del reconocimiento del rostro
humano, es lo que todos los autores denominan significativamente “Gestaltseñal”, que constituye el reconocimiento de los atributos del rostro visto de
frente: frente—ojos—nariz--boca, a la que sigue una respuesta la “sonrisa de
los tres meses”. No es una sonrisa de identificación semántica, pero sí de
discriminación perceptiva y es de notar que la primera respuesta del niño a
estímulos del mundo exterior esté reservada a la expresión del rostro humano
cuyos rasgos distintivos son diferenciados de cualquier otro objeto.
Esta fase instaura los inicios de una relación cada vez más estrecha
del niño con sus congéneres y cambia las formas del llanto impulsivo, no
regulable más que por la satisfacción inmediata del alimento, por el llanto
rítmico y el lloriqueo a medida que se percibe la presencia del ser humano, a
través de sus palabras o requiebros. Aparece, por tanto, una primera
percepción del lenguaje adulto y una incipiente reacción al mismo, corno lo
demuestra el niño cuando modifica su llanto por el hipo y llega a suspenderlo
cuando oye las palabras de la madre.
El establecimiento de la relación vinculante
De los ocho a los doce meses se produce un cambio cualitativo en la
percepción del ser humano. La sonrisa de reconocimiento no indicaba
“conocimiento” personal, A partir de ahora las respuestas del niño muestran
una percepción diacrítica del objeto, no se ríe ante cualquier rostro humano
sino ante el de la madre, el padre, el hermano o sustituto, identificando
claramente propios y extraños, a partir del papel intérprete que se atribuye a los
propios y que se niega a los extraños. Es decir el niño no reconoce sino que
“conoce”. Conoce quien es su mamá o sustituto y no solamente lo expresa
mediante risas y algarabía de todo su cuerpo, sino sobre todo con el dolor por
la ausencia, generando la llamada “angustia de los ocho meses”.
Esta situación, reiteradamente repetida, da cuenta del
establecimiento de la pareja simbólica, es decir de una relación vinculante,
afectiva y genuinamente humana a la que el niño se apega y respondo con
alborozo por su presencia y con dolor sentido por su ausencia. Es el amanecer
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de la relación comunicativa y al mismo tiempo la configuración de todos los
mecanismos fonadores que van a permitir que aparezca el lenguaje o
emergiendo de las estructuras subyacentes que lo generan
Así pues los lloriqueos, gasulleos y gorjeos se combinan con
gorgoritos, risas y carcajadas que desembocan en vocalizaciones, laicos y
balbuceos. Son los primeros intentos de hacer notar la presencia de las
personas que le son propias, de requerir a su vez la presencia de la pequeña
comunidad de hablantes familiar y de expresar el sentimiento do pérdida. Estas
manifestaciones constituyen un verdadero lenguaje significativo no articulado.
Paulatinamente, los conatos de habla irán convirtiéndose en cadenas fónicas,
regulares, que repetidas indefinidamente provocaran el fenómeno do la
ecolalia, por el cual el niño se habla a sí mismo, se escucha a si mismo y se
repite iterativamente.
Las palabras que el niño pronuncia no son tales y mejor es llamarles
“pseudopalabras”, porque tienen una función simbólica clara y específica, pero
no se corresponden a la estructura semántica del adulto. Cuando un niño o una
niña, en su cuna, repite cadenas fónicas como: “pa pa pa pa papapapa pa pa
pa pa” y los adultos le adjudican el significado de “está llamando al papá”, y
sobre todo “me está llamando a mí” —como orgullosamente cree descubrir el
padre--, se desvían do la realidad estructura] del sujeto, quien sencillamente
establece una iteración de cadenas fónicas cuyo remoto significado puede sor:
“vengan aquí a mi cuna”.
Esta creencia familiar, forma parte de una interpretación fomentada
desde teorías mecanicistas que se caracterizan por el desconocimiento de las
reglas generativas que pueden estudiarse en la génesis del lenguaje, tal y
como se ha conseguido demostrar en las investigaciones llevadas a cabo a lo
largo de los últimos treinta años, produciendo quizá la que ha sido denominada
como mayor revolución científica del Siglo XX.
No es posible hablar de relaciones entro la lingüística y la psicología
pues la lingüística forma parte de la psicología. En general se establece esta
distinción: la lingüística es el estudio del lenguaje, y la psicología el estudio de
la adquisición o del uso del lenguaje. Para mí esta distinción carece de sentido.
Ninguna disciplina puede interesarse en el uso de un saber, sin que la
naturaleza de ese saber le concierna. Quiero decir que si la psicología se limita
a describir modelos de percepción, o de locución, excluyendo de su campo el
sistema mismo que es adquirido o utilizado de esta manera, se condena a una
esterilidad total. Esta psicología carece de objeto”. (Chomsky, 1977)
La realidad es que los instrumentos que se siguen utilizando para
comprobar y medir el lenguaje de los niños en las escuelas infantiles o de otros
grados primaria y secundaria, se encuentran en este modelo que pugna por
mantenerse. Desde él se recopilan porcentajes de palabras, nombres,
adjetivas, verbos, artículos, etc.; se llenan protocolos y se sacan conclusiones
estadísticas a las que incluso se les podrán atribuir significados, pero de las
que no puede explicarse su sentido.
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Siguiendo el curso de nuestro análisis, comprobamos cómo en la
etapa siguiente, quizá entre los doce y quince meses, el dolor por el objeto
perdido, es reemplazado por una imagen mental. El reconocimiento consciente
de los objetos vinculantes y la experiencia asidua de una pérdida coyuntural de
los mismos, a la que sigue cada vez el inmediato hallazgo, configuran el inicio
de la memoria y convierten las cadenas fónicas en palabras, que sirven corno
reclamo de deseos, o que expresan verdaderos juicios: “papa, no ta”, el papa
no esta, pero se piensa en él, se le recuerda y se le mantiene vivo coma objeto
propio que no se pierde por la ausencia.
En este momento se estructura el lenguaje como nominador de
objetos o de deseos, como precursor de la realidad, como simbolización del
afecto, como denotador de la experiencia, como organizador do las estructuras
del pensamiento.
Las relaciones personales de identificación
En el momento en que los objetos simbólicos se adueñan de la
mente infantil el lenguaje sufre un avance insospechado, no tanto en
mecanismos articulatorios, para los que ser necesaria una inculturación
paulatina en la lengua de su comunidad lingüística, cuanto en la calidad de sus
expresiones, connotando todas y cacle una de las estructuras mentales que se
organizan en el sujeto. Sucede esto de los quince a los treinta y seis meses.
En primer lugar aparece la instauración de la propia mismidad o
“self”, sujeto-objeto que se identifica con los demás objetos en un mismo
conjunto representacional y que genera la construcción de la tercera persona
gramatical en las expresiones infantiles: “el nene”, ¿Por qué dice “el nene”
cuando se refiero a sí mismo? Porque es un objeto—entre—los— objetos y por
tanto no existe distancia respecto a ellos, sino identificación, aunque exenta de
simbiosis.
“yo”
“el
objeto
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-
nene”
entre--los-objetos
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Ahí se pone de manifiesto que la imitación no es causa de la
producción del lenguaje. El sujeto en su contexto oye “nene” cuando los adultos
se refieren a él, pero simultáneamente oye “yo” cuando los adultos se refieren a
ellos mismos. ¿Por qué elige “nene” y desecha “yo”?. Porque su inundo
relacional y conceptual es “cosmocéntrico”. Si averiguamos dónde está él
realmente, nos sorprenderemos verdaderamente. El constructo infantil de
realidad en este momento es un “gran saco”, donde caben y conviven todos los
objetos internos: su mama, su chupete, su osito, su señorita, su papilla, su
hermano y él niño. Es esa relación de elementos—de—un—conjunto, la que le
impide separarse de los objetos, y le aboca lingüísticamente a generar “el
nene”. Por tanto la mimesis es selectiva y no representa una relación causa—
efecto en la génesis del lenguaje.
Más tarde, el desarrollo de relaciones personales individuadas,
cambia la relación de identificación por la de distanciamiento y se produce la
diferenciación del sujeto respecto a los otros objetos. El niño es un sujeto—
frente--a— los—objetos y aparece el “yo”, la primera persona gramatical, como
expresión lingüística de la indíviduación.
“yo”
“el
nene”
sujeto—frente--a—los--objetos
¿Por que, cambia ahora “el nene” por “yo”, si sigue oyendo las dos
palabras en su entorno, y ya hizo una opción? Afortunadamente este fenómeno
se da en una edad en la que los niños y las niñas están lejos de las influencias
de la escuela obsesionada por enseñar “rutinas orales” y podemos comprobar
que en el medio familiar estándar, nunca los adultos “enseñan” expresamente a
sus bebés a decir “yo”. Y sin embargo, la realidad nos dice que en un
determinado momento aparece el término en el lenguaje infantil, no sólo como
elemento de usa sino y sobre todo como instrumento de reafirmación.
En efecto si observamos a una criatura de esta edad veremos que a
la pregunta espontánea de “¿quién quiere salir de paseo?” o cualquier otra,
responde enérgicamente diciendo “yo, yo, yo, yo”, con tanta fuerza y tanto
énfasis, que hasta se pone colorada y suda e infla sus venas. Todos esos
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rasgos suprasegmentales e indiciales del lenguaje, abocan a una conclusión,
su mundo relacional y conceptual se encuentran construyendo la relación
subjetiva del “yo” frente a los “otros”.
A su vez la experiencia del principio de territorialidad, la defensa de
lo propio y la búsqueda de seguridad en el espacio que estructura la persona
individuada, genera el “mí o” como relación de pertenencia indicando con ello
que un objeto es abarcado por su cuerpo o está en su territorio, nunca una
indicación de propiedad privada, ni mucho menos de especulación adquisitiva.
Podemos sintetizarlo con das expresiones: “es mío porque lo tengo yo, porque
lo abrazo y lo posee mi cuerpo” pero no “es mío porque me lo ha comprado mi
papá”, puesto que aunque a veces aparece también esta respuesta, si se
inquiere su significado, fácilmente se descubre que el sujeto no sabio lo que os
“comprar”.
La mediación del adulto en los conflictos de pertenencia provocará la
transferencia necesaria para su regulación. Al mismo tiempo surgirá la primera
comprensión semántica: el “no” como detención do la acción peligrosa, que
instaurará la comprensión del límite y la asimilación de la frustración. Sólo el
razonamiento adulto sobre el cambio de acción mejorará la calidad de los
juicios e implantará definitivamente las estructuras mentales del pensamiento
infantil mediante el tira y afloja del debate.
A medida que se va alcanzando la autonomía fruto de una
independización del pensamiento y una comprensión de la realidad frente a la
fantasía, aparece el lenguaje autónomo, en forma do lenguaje monologante
que no tiene en cuenta al interlocutor.
La estructuras formales del lenguaje
De los dos a los seis o siete anos la estructura de personalidad
incipiente, la experiencia relacional del niño y el aparato mental de su
pensamiento le permiten generar reglas combinatorias con las que dotarse de
un lenguaje inédito y personal, lenguaje creador e innovador en cada contexto.
De este modo partiendo de la holofrase o estructura proposicional en una sola
palabra, sufrirá la primera crisis de reconstrucción, o crisis del silencio, tras la
cual se observan las primeras estructuras de frase. Todavía la dislalia evolutiva
implicar una nueva regresión o crisis do crecimiento que implantare por fin un
lenguaje monologante de calidad.
Después de este logro, le espera una última crisis, la disfemia
evolutiva, algunas veces casi imperceptible y otras muy alarmante, que
permitirá el estadio del afianzamiento de la autonomía y la seguridad personal.
Pero una voz superada desembocará en el lenguaje dialogante, o lenguaje
socializado, idéntico en estructura al lenguaje de los adultos en el sentido de
que el sujeto puede tener en cuenta al interlocutor y, por tanto, generar
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mensajes, esperar respuestas y repercutirlas sobre los mensajes creando
nuevas proposiciones aunque nunca las haya oído,
Esta realidad compleja del lenguaje es abordable por niños y niñas
en condiciones normales de relación y su progreso depende de la capacidad
que los adultos tengamos para conectar con él, analizar sus acciones y dar
respuesta adecuada a sus demandas, creando espacios de seguridad y
estructurando los límites adecuados que le permitirán vivir equilibradamente y a
la vez desarrollar la ingente dotación lingüística que le ha legado su especie.
C O R O L A R IO
Si la Historia de la Infancia se escribe desde las categorías que
subyacen en el pensamiento que la sociedad tiene de “niño”, debemos
constatar que en la actualidad la educación esta todavía lejos de las teorías
analíticas que explican el niño como sujeto medito de comunicación, sin
homologación ni sublimación respecto al mundo adulto.
Y también podernos comprobar el rechazo sistemático de las
gramáticas generativas por algunos profesionales, que permiten explicitar la
naturaleza del lenguaje inherente al sujeto y a su mundo de relaciones y nunca
fuera de él como algo escindido.
Sin embargo son varias las investigaciones que demuestran que no
se puede estudiar el lenguaje escindido del sujeto:
“Una reflexión detenida nos hace ver que el lenguaje es ante todo
expresión, es decir, proyección del sujeto hablante, Cuando se ha dicho que el
lenguaje es también información, no se ha parado mientes en el hecho de que
el mensaje —lo que se informa— no puede aislarse porque compone una parte
de la expresión, incluso en aquellos casos en los que se da el mensaje sin
sujeto ostensible, como es el caso de un disco o una cinta magnetofónica. La
diferenciación entre un lenguaje puramente expresivo y otro puramente
informativo es falsa, porque en la comunicación del mensaje, aún con
independencia de su contenido, se expresa el sujeto.” (Castilla del Pino, 1972).
De hecho, la intuición de Freud de que “El educador debe poseer
formación analítica, pues de lo contrario, el objeto de sus esfuerzos, el niño,
seguirá siendo para é] un enigma inaccesible” (Freud, 1925), cobra todo su
sentido hoy, cuando se observan análisis pedagógicos del sujeto, cuyos
resultados representan, en repetidas ocasiones, casi una reducción al absurdo
del mismo, sobre todo si se compara con su vida extraescolar, por falta de
sentido y significado de los datos.
Si analizamos las preguntas que se hace Chomsky acerca del tema
que planteamos nos resultan clarificadoras porque describen una situación real:
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“Pareciera que la concepción instrumentalista del lenguaje estuviera ligada a la
concepción empirista según la cual la estructura intelectual de los hombres está
concebida únicamente para la satisfacción de sus necesidades elementales
(alimento, bienestar, seguridad, etc.). ¿Por qué esta reducción de las
necesidades intelectuales y artísticas a las necesidades elementales?”
(Chomsky, 1977).
Poro estas preguntas encuentran respuestas en su amplia y
comprometida experiencia como intelectual: “Este conjunto de creencias
conviene perfectamente al desarrollo de la intelligentsia tecnocrática: le ofrece
un papel social muy importante. Y para justificarlo, es muy útil creer que los
hombres son organismos vacíos, maleables, controlables, gobernables. El
empirismo se ajusta aquí a la perfección”. (Chomsky, 1977).
Si comparamos ese cúmulo de ideas que van forjando una
mentalidad alternativa desde diferentes círculos intelectuales, con las creencias
que representan una mentalidad al uso, en muchos profesionales do la
educación, de índole positivista, empírica y mecanicista, aunque a veces se
disfrace con el determinante “cognitivo”, nos daremos cuenta do la distancia
que separa ambas conceptualizaciones en su fundamento y en su frecuencia
de intervención educativa, tanto en el ámbito de la pedagogía social corno de la
escolar.
Quizá la esperanza de presente y de futuro esta en que ambas
mentalidades y conceptualizaciones gravitan sobre el concepto de infancia,
pero además ambas crean diferentes modelos do intervención, y por supuesto
distintos resultados, cuya calidad ha de ser comparada en términos de
explicación de desarrollo o de alineación del sujeto y del propio grupo social
sobre el que se incide,
Aunque como él mismo reconoce, con el riesgo de una
simplificación, es bueno recordar la reflexión de Castilla del Pino: “Si no
contuviese una formulación retórica, por lo que asimismo entra de
simplificación, me atrevería a afirmar que para el hombre de hoy, que intenta
comprender eso que ambiguamente denominamos “el mundo” -que no es el
mundo físico, sino la construcción humana del mundo—, hay tres instrumentos
intelectuales preferentes: la economía, la lingüística y el psicoanálisis”. (Castilla
del Pino, 1972).
Puedo resultar enigmático, pero si nos preguntamos por la
naturaleza de cada una de las ciencias mencionadas, creo que no le falta
razón.
Barcelona, 15 de septiembre de 1993
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