6 Junio / Julio 2002

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Junio - Julio 2002 • Año II • Número 6
#6
Junio / Julio
2002
SUMARIO
El revés del trauma
La segregación del otro sexo
Por Eric Laurent
Por Nieves Soria
Muerte y resurrección de la histérica
El caso Anna Freud
Por Marie-Hélène Brousse
Por Alejandra Glaze
Identificar(se) al síntoma
El revés del trauma
Por Eric Laurent
Por Ana Ruth Najles
Efectos de formación
Por Hebe Tizio
PSICOANÁLISIS PURO Y PSICOANÁLISIS APLICADO
Responder al síntoma o responder
del síntoma
El psicoanálisis aplicado y
el psicoanálisis puro
Por Vicente Palomera
Por Joseph Attié
Lateralidad del efecto terapéutico
en psicoanálisis
Las psicoterapias y el psicoanálisis
Por Agnés Aflalo
Por Serge Cottet
LA OPINIÓN ILUSTRADA
Apropiaciones de la noción de estilo en
el ensayo argentino contemporáneo
Paul Auster responde a los argentinos
Por Emiliano Canal
Por Paola Piacenza
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Lateralidad del efecto terapéutico en psicoanálisis
Por Serge Cottet
Serge Cottet es psicoanalista, Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (Francia), y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Cottet analiza en este artículo, que la relación existente entre el salto entre la verdad y el efecto terapéutico, es todo un misterio de la interpretación. Sostiene que no se debe dejar de lado que al mismo tiempo que Lacan muestra que la represión
no se levanta por la toma de conciencia de lo verdadero, pone en función el medio decir de la verdad y su efecto sobre el
inconsciente, fundando su equívoco interpretativo, cierta lateralidad a la que apunta Lacan, que es más bien metonímica.
El problema clínico que planteamos hoy encuentra su origen en los principios freudianos que conciernen a la diferencia entre
la terapéutica médica y el psicoanálisis. Todas las terapias, psicoterapia incluida, se apoyan en el saber hacer del terapeuta. El
psicoanálisis, por el contrario, hace intervenir el consentimiento del sujeto a la cura, incluso si la buena o mala voluntad del
sujeto enfermo juega un papel en medicina.
Señalamos entonces la discontinuidad, el hiato entre el acto analítico y el efecto de curación. Está muy marcada en él la ausencia de relación de causa efecto. El efecto, cuando se produce, es indirecto, oblicuo, inesperado, diferido. Para resumir este
carácter exterior, empleamos la expresión consagrada desde entonces por Lacan de “cura por añadidura” [1]. Obtenemos un
más de lo que era legítimo esperar: en más.
Hay que señalar que este en más enmascara aquello de lo que se trata, y es que más bien es a partir de una pérdida, de una
caída, de un en menos, de una sustracción como hay oportunidad de ver, por ejemplo, apaciguarse un síntoma. De allí la
oposición: pérdida de algo como condición de una plusvalía o incluso una falta en gozar, factor de un mas de gozar. Podemos
pensar en paradojas del tipo: el que paga sus deudas se enriquece. El psicoanálisis no enriquece sino por el contrario, empobrece y “desnuda considerablemente al sujeto” [2]. En el encuentro con esta miseria y, como diría Nietzsche, “motivando su
pobreza”, es como se recubre eventualmente la gran salud.
La curación: ¿un fantasma?
Un apotegma freudiano resume este punto de vista justificando la abstención terapéutica en psicoanálisis por la crítica del
“furor sanandi”. Se inscribe bajo la autoridad del cirujano del siglo XIV, Ambroise Paré: “Yo lo pensaba, Dios lo curó” [3]. La
modestia opuesta allí al orgullo terapéutico da por lo tanto, plenos poderes al sujeto. Es así como Lacan interpreta esta sentencia. Dios aquí, es el sujeto mismo.
La misma abstención es reivindicada por Lacan en “Variantes de la cura tipo”, precedida de una advertencia. Pone en guardia
contra la indiferencia al problema terapéutico que podría resultar de un freudismo dogmático; la ausencia de criterios terapéuticos confiere al psicoanálisis una suerte de extraterritorialidad. Bajo pretexto de que el psicoanálisis no puede tomar a su cargo
apreciaciones tan elementales como “mejorado, muy mejorado, incluso curado” [4], se instala el escepticismo terapéutico. ¿El
analista está por ello relevado de toda responsabilidad con respecto a ello?: “Que sus criterios se desvanezcan en la medida misma que se apela allí a una referencia teórica es grave cuando la teoría es invocada para dar a la cura su estatuto” [5]. El análisis
encuentra aquí una coartada, invoca por ejemplo la resistencia para no decir nada de los efectos terapéuticos que la doctrina sin
embargo puede dilucidar.
En la historia, el psicoanálisis siempre fue trabajado, ya sea por un exceso de activismo, como en Ferenczi, ya sea por la indiferencia terapéutica. De hecho, Freud motiva su reserva por una concepción del síntoma que no deja de tener referencias médicas.
Podríamos decir que existen síntomas que es peligroso curar, como lo afirmaba Charcot en su tesis de 1857: De l’expectation
en médecine. Retomaba por su cuenta la expresión de Dominique Raymond (1757) en su Traité des maladies, que es peligroso
curar. Si ya no se trata en el siglo XIX de una concepción de la terapia como restitutio ad integrum es porque el organismo es
concebido como un todo, relativo a los intercambios con el medio, por lo cual debe velarse desde el momento que se toca una
de sus partes. Mutatis mutandi, tocar un síntoma no impide que otro se vuelva a formar en otra parte [6].
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Por lo tanto es legítimo tratar el problema a la vez en su dimensión ética (no retirarse del juego en el acto analítico) y en su
dimensión fantasmática. Nunberg afirmaba ya que la curación es un síntoma: “El deseo de curación –que debemos como todo
otro síntoma, considerar desde un punto de vista psicoanalítico (...)”; o para retomar sus términos un poco peyorativos “una
demanda regresiva” [7]. Lo que no impide que, planteando la pregunta a Jacques Lacan: “La curación es también un fantasma”
[8], Jacques-Alain Miller presionaba a este último a decir dónde se sitúa la implicación del psicoanalista en el asunto.
Conocemos la razón fundamental que hace objeción a una concepción médica del tratamiento, la íntima coordinación de un
síntoma y de una estructura singular. Recordamos aquí la interdependencia que existe entre todos los síntomas y finalmente su
dependencia en relación con un fantasma. Por lo tanto hay que llegar al hueso de la neurosis, al corazón del ser (Kern unseres
Wesen) para que el síntoma pierda eventualmente el beneficio que procuraba. Es la lección que podemos extraer por ejemplo
del análisis que hace Lacan de la frigidez que “supone toda la estructura inconsciente que determina la neurosis, incluso si ella
aparece fuera de la trama de los síntomas” [9]. Podemos comentarlo de este modo. En apariencia, el síntoma puede parecer aislado, no parece coordinado a otros que pueden desaparecer en el curso del análisis, salvo precisamente aquel que nos interesa
en la medida en que implica una identificación fundamental a lo que Lacan llama aquí “la escala fálica”. Es por lo tanto nada
menos que una problemática de la identificación femenina lo que está en juego.
Sabemos también que Freud iba muy lejos en la lucha contra el síntoma sabiendo las astucias que utilizaba el inconsciente para
desplazarlo. Estas sustituciones mismas caracterizaban la impotencia terapéutica en tanto no estuvieran analizados el autocastigo y el masoquismo del sujeto. Algunos post-freudianos abusaron de este modo de una así llamada “neuroosis de base” [10],
haciendo del síntoma una lejana superestructura. Bergler especialmente agrega sobre el beneficio del síntoma reduciéndolo al
masoquismo original y universal. Como dice uno de sus pacientes: “La salud, llega como un pobre primo del campo. Nadie lo
esperaba y nadie lo recibe con estusiasmo” [11].
Vista al bies, efecto lateral
El efecto terapéutico separado e indirecto se revela simétrico de la interpretación. Una primera elucidación del efecto terapéutico fue propuesta en el nombre de la verdad como causa en el “Discurso de Roma” de 1953. Sin embargo el salto entre la verdad
y el efecto terapéutico es todo un misterio de la interpretación. La interpretación, a condición que toque lo verdadero y descifre
el mensaje del síntoma, libera la palabra prisionera hasta allí en una retórica del inconsciente. Se supone que el abandono de un
cifrado simbólico de la pulsión libera la demanda implicada en el síntoma. Lacan se opone a una tradición que hace depender
el efecto terapéutico de la sola relación transferencial. Es, por ejemplo, el punto de vista de Glover que hace valer el papel de la
sugestión en el resultado terapéutico de una interpretación inexacta.
Al mismo tiempo que Lacan muestra que la represión no se levanta por la toma de conciencia de lo verdadero, pone en función
el medio decir de la verdad y su efecto sobre el inconsciente. Es indirectamente, de modo oblicuo, como tenemos la oportunidad de poner en movimiento una rectificación subjetiva. Es un efecto sesgado: “Es lo que Freud capta en una de sus vistas al
sesgo con lo que sorprende lo verdadero” [12]. Este carácter indirecto es señalado por Lacan con otra metáfora que toma de la
astronomía de Arago: “No apunten directamente a una estrella de la quinta magnitud. Es mirando un poquito de costado como
puede aparecer” [13].
De este modo, Lacan fundaba su equívoco interpretativo en una concepción de la verdad que no es jamás toda, ni absoluta, ni
buena para decir. No sólo la interpretación no puede confundirse con la comunicación de la verdad, sino sobretodo una práctica
tal es inútil cuando, como dice Freud, el sujeto no está listo para escuchar. El sadismo de la verdad surge en los comienzos del
psicoanálisis, es decir con el análisis salvaje [14]. Estos matices, que invitan a un cierto tacto, fueron incomprendidos y olvidados en general por el movimiento post-freudiano. Por ejemplo, Alexander quien “desconocía el espíritu mismo de la terapéutica
freudiana” [15]. El resultado buscado, en efecto, no resulta de ninguna comunicación de la verdad si es cuestión más bien de
realización “....” . Por ejemplo, el hombre de las ratas, según Lacan, se curó demasiado rápido [16]. Es que la interpretación
edípica, si es verdadera, hace cortocircuito con los fundamentos de la autodestrucción del sujeto. En ese caso, el alivio fue
obtenido luego de la reducción de la culpabilidad. Sin embargo, esta no es estrictamente equivalente a los deseos de muerte
expresados en la infancia. El imperio del superyó alcanza a la pulsión de muerte como interna al deseo. El imaginario edípico
es tocado, pero en esa época, Freud que desconocía la pulsión de muerte, no pudo elucidar enteramente la estructura del deseo
que permanece intocada. Esta mortificación del deseo no encuentra su razón de ser en el mito familiar. El narcisismo mortífero
no queda tomado enteramente en el mito edípico. Por ello la revelación y el recuerdo de este no impide a la verdad quedar
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impotente. Lacan indica que el efecto terapéutico no podía obtenerse más que a condición de no aliviar demasiado pronto la
culpabilidad.
Al subrayar la estructura particular de la autodestrucción en la neurosis obsesiva, Lacan barre un manejo interpretativo fundado
en la relación de objeto. Ninguna revelación de esta relación llamada arcaica o inmadura podrá levantar el goce implicado
en una identificación mortal. El sujeto destruye su propio deseo por su agresividad. Como en el film L’Assassin musicien del
director Benoir Jacquot que comenta Lacan, el sujeto no asesina más que a él mismo.
Si la interpretación se dirige a la causa del deseo, el efecto puede extenderse a todo el campo cubierto por la libido. Notamos
que en esas condiciones, todos los objetos del sujeto obsesivo pueden ser puestos en serie. Son, por así decirlo, intercambiables.
Siempre es sobre el fondo de destrucción del Otro que toman su lugar en el deseo del sujeto. Podríamos pensar entonces que
bastaría tocar cualquiera de ellos en la serie a, a’, a’’, etc., para que la incidencia mortal del goce narcisístico constituya una
interpretación para el sujeto. Es la intuición borgesiana de Lacan en el Seminario VIII (capítulo 18). En tanto que para Freud,
el alivio de la culpabilidad implicada en el síntoma pasa por el Nombre del padre. Es incluso su orientación en relación con
el hombre de los lobos: “Exponía en la cura la queja que no podía soportar a la mujer, y todo el trabajo tuvo por objeto descubrirle su relación inconsciente con el hombre” [17]. Freud, quien considera en esa época a su paciente como un neurótico, tiene
la idea de una reducción, bajo transferencia, de la demanda homosexual cuya consecuencia debería ser una liberación de la
energía libidinal en favor de la mujer.
Podemos preguntarnos si la interpretación que Lacan da de la estructura del deseo obsesivo es equivalente. En Freud, el efecto
lateral esperado se desprende de la metáfora paterna. Tocando la cuestión del padre vendrá el resto.
La lateralidad a la que apunta Lacan es más bien metonímica. Podemos pensar que una cualquiera de las posiciones deseantes
del sujeto marca el mismo impasse del deseo. Sería algo a verificar en el caso del hombre de las ratas. Por lo menos podemos
admitir que un solo corte en lo simbólico hace prosperar el sentido inconsciente [18]. Evocando los últimos días de un obsesivo,
Lacan menciona el peligro de un despertar propio a desplegar su mortificación. De allí la metáfora del caso de M. Waldemar de
Edgar Poe. Muerto simbólicamente, continúa hablando, mientras que despierto se licúa y se descompone. En ese caso, la interpretación verdadera no suprime el problema de la angustia. No olvidemos que, en la clínica freudiana, el beneficio del síntoma
(lusgewinn) se obtiene contra la angustia y como defensa contra esta. Admitiendo que la angustia se articule sobre el deseo del
Otro, se capta que el síntoma se interpreta como una estrategia defensiva. ¿El síntoma no es él mismo una tentativa de curación
e incluso una suplencia, como dice Lacan de la fobia: suplencia de las carencias simbólicas del Otro a propósito del pequeño
Hans?
Admitiendo que la creencia del neurótico sea que el Otro quiere su castración, nos explicamos una estrategia indirecta que,
apuntando un fantasma del Otro, volvería inútiles estas defensas mismas. Podemos siempre indicar al sujeto que el Otro, demasiado preocupado por su propia castración, no desea la suya. Mejor aún, podemos favorecer una interpretación que desuponga al Otro y el saber, incluso la existencia. Lo más curioso es que esta estrategia de la desuposición tenga un efecto terapéutico
en lo real. ¿Por qué una reducción del sentido inconsciente, una puesta en evidencia de lo que J.-A. Miller llama una “debilidad
mental”, produciría indirectamente y por añadidura un alivio terapéutico? Freud tocaba el Nombre del padre para disolver la
reälangst. Por lo tanto dando un sentido simbólico al síntoma, apuntaba a reducir la satisfacción real que procuraba. ¿Cómo
obtenemos el mismo efecto deseado por la desuposición del Otro?
Cura de una fobia
Un ejemplo clínico permite notar cómo se disuelve la pareja angustia/objeto. Se trata de una fobia clásica a las escalera, ascensores y aviones en una joven mujer muy enganchada con la interpretación psicoanalítica. La historia de su análisis pone primero
en función el falicismo de la persona, su identificación a la única, la mejor, sobre el fondo de una grave carencia paterna. Otra
fobia de impulsión agresiva, esta vez, subraya los celos del sujeto, niño frente al alter ego. Este síntoma hace pareja con un donjuanismo furibundo. La performance sexual conforta el narcisismo de esta joven conquistadora. El análisis revela a
la paciente su estrategia de defensa y de compensación frente al abismo abierto por el Otro.
Sin embargo, la elucubración sobre el sentido familiar del síntoma alivia ciertamente la fobia a las alturas pero sin hacer desaparecer la impulsión. El sujeto no se considera curado sino después de una mutación de su relación al saber. La cual se opera
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por un desplazamiento de la performance fálica sobre el éxito intelectual. El donjuanismo retrocede. El cursor de la operación
vuelve a una suerte de sublimación obtenida bajo transferencia por identificación a su analista. Resultado: la angustia misma se
desplaza y se convirtió en una duda sobre sus capacidades intelectuales con sentimiento de impostura.
Finalmente, la paciente toma distancia con la sujeción que operaba el analista especialmente autorizándose a volverse psicoanalista ella misma. Hace la experiencia del lugar que ocupa como Otro de la transferencia. La fobia desaparece entonces
completamente pero no la angustia que se adhiere a identificaciones artificiales, a un “falso self”, a papeles sociales.
Para concluir. El efecto indirecto podría expresarse de este modo: no cosquillear demasiado el sentido del síntoma. Ustedes
suprimen el síntoma pero la angustia subsiste. Es la inconsistencia del Otro, su desuposición lo que comanda la reducción de la
angustia.
Traducción: Silvia Baudini
Bibliografía
1. J. Lacan: “Variantes de la cure type”, Ecrits, Seuil, 1966, p. 324
2. J. Lacan, Le Seminaire XI, Les Quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, Paris, Seuil, 1973
3. S. Freud, Technique analytique, traducción Anne Bermann, Paris, PUF, 1967, pp.65-66
4. J. Lacan, “Variantes de la cure type”, op. cit., p. 324.
5. Ibid., p. 325.
6. Sobre todos estos puntos ver G. Canguilhem. “Une pédagogie de la guerison est-elle possible?”.,Nouvelle revue de psychanalyse nro 15, Paris, Gallimard,1978
7. H Nunberg., “Du désir de guérison”, Nouvelle revue de psychanalyse nro 15., op.cit., p.112
8. J. Lacan, Télévision, Paris, Seuil, 1974, p.17
9. J. Lacan, “Propos directifs pour un congrès sur la sexualité féminine”, Ecrits, op. cit., p.731
10. E. Bergler, La névrose de base, Paris, Petite Biblioghèque Payot, 1949.
11. E. Bergler, Les parents no sont pas responsables de la névrose de leur enfant, Paris, Petite Bibliothèque Payot, 1973, p. 182
12. J. Lacan, “La direction de la cure”, Ecrits, op. cit., p. 625.
13. J. Lacan, Le Seminarioe XI,op.cit., p.94.
14. S. Freud, “La psychanalyse sauvage”, La technique analytique, op. cit., pp. 40 y 100.
15. J. Lacan, “Discours de Rome” Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, p. 129.
16. J. Lacan, “La direction de la cure”, op. cit., p. 598.
17. S. Freud, “L’homme aux loups. Etrait del’histoire de’une névrose infantile”, L’homme aux loups par ses psychanalystes et
lui même, Paris, Gallimard, 1981, p. 264.
18. Ornicar? Nro 12-13, p. 15.
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