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UM-Tesauro II(12)...
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LOS DERECHOS HUMANOS: UNA CUESTIÓN FILOSÓFICA
Desde la década de los ’80 la UNESCO
sostiene que “subyacentes a las relaciones entre la
práctica de los derechos humanos y las
oportunidades disponibles para la promoción de
estos derechos en las diferentes comunidades,
existen fundamentos filosóficos que merecen
estudiarse en detalle”.
La razón fundamental de ahondar en la base
filosófica de los derechos humanos está
relacionada con la evolución de la misma idea de
derechos humanos y con la ampliación del
contenido de los mismos en virtud de la
incorporación de derechos culturales y sociales.
La interpretación de los derechos es, por lo tanto,
una instancia de reflexión filosófica que comporta
dos etapas: 1) identificación del contexto
filosófico inicial que da su sentido a esos
derechos; y 2) investigación del desarrollo de esos
derechos en contextos filosóficos y culturales de
los que han de recibir su reinterpretación.
El reconocimiento de que el hombre es
esencialmente social y cultural indica que la
comunidad es, de muchas formas, indispensable
para el individuo que es parte de ella. Y, en
particular, es indispensable para la realización de
su libertad. La comunidad es, pues, responsable
de que se respeten los derechos humanos de cada
individuo. Así, es natural admitir que la
comunidad misma tiene derechos. Pero sus
derechos derivan a su vez de los del individuo.
Parece preciso e imperioso, pues, buscar la
fuente de los derechos humanos en la naturaleza
misma del hombre, lo cual impone una reflexión
específicamente filosófica tanto más necesaria
cuanto que la existencia misma de esta
“naturaleza” no es universalmente reconocida, e
incluso quienes la postulan no coinciden en su
descripción y caracterización. Ahora bien, ¿cómo
debe concebirse una “naturaleza humana” para
que sea posible considerar al hombre como sujeto
de derechos?
Cualquier régimen de los derechos positivos
reposa, en efecto, sobre un conjunto de creencias
morales profundas respecto de la persona
humana, y de la dignidad y la libertad que
estamos (o no) obligados a concederle. Todo
sistema moral supone una concepción de lo que
podría llamarse la dignidad humana. De esta
concepción de dignidad humana forman parte la
libertad, el derecho de reivindicación, la
capacidad de iniciativa y la posibilidad de
determinar de alguna forma la acción de la
sociedad; si faltaran estas nociones, nuestros
regímenes de derechos positivos no podrían
sostenerse.
Los
derechos
humanos
manifiestan,
precisamente, el reconocimiento de la dignidad y
la libertad de la persona humana, tanto
individual como socialmente. No deben, por lo
tanto, ser confundidos con condiciones para la
felicidad y el bienestar, o con procedimientos
adecuados para el ordenamiento de la vida
individual o comunitaria. No constituyen una
técnica para lograr la paz, la felicidad, el confort o
la justa distribución del ingreso; antes bien, hacen
posible el simple reconocimiento de la libertad
como constituyente de lo humano. El
fundamento de los derechos humanos es absoluto
sólo si la persona que los invoca está
absolutamente comprometida con los valores
que, en su opinión, dan sentido y realidad a su
propia libertad. Sólo tal compromiso absoluto y
la decisión de defender, aún con riesgo de la
propia vida, esos valores, pueden justificar la
aplicación universal de estos derechos. Pero esto
es lo mismo que decir que ellos no están, por así
decir, fundamentados en una presunta naturaleza
humana ahistórica, fija, invariable, etc., sino
fundados en (o desplegados a partir de) el
compromiso con un proyecto históricamente
situado de humanidad deseable. Porque ser
hombre significa venir a serlo, en un devenir
continuamente redefinido; y si los derechos
humanos en su despliegue histórico caracterizan
y definen la deviniente humanidad del hombre,
entonces,
desconocerlos
implica
la
deshumanización no sólo de aquellos a quienes
esos derechos les son negados o retaceados, sino,
más profundamente, la de quien los niega. Pues
la deshumanización de los primeros es relativa
mientras que la del segundo (que, al negarlos, se
niega a sí mismo) es absoluta.
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Ahora bien, el intento de aplicación universal
de los derechos hace cada vez más evidentes las
condiciones sociales del desarrollo del individuo.
Ciertamente, las condiciones de una vida
plenamente humana dependen de la sociedad.
Así, por ejemplo, hoy se afirman derechos como
el de la educación que sólo pueden ser
garantizados por acciones colectivas. Porque el
derecho a la educación sólo se respeta cuando la
sociedad se asigna efectivamente la tarea de
promoverlo.
De hecho, el alcance de los derechos y
libertades que el individuo goza efectivamente en
una sociedad es un indicador eficaz del carácter
de ese sistema social y político y de su grado de
democracia efectiva. La transición de un sistema
social a otro siempre ha ido acompañada por un
cambio en el sistema de derechos y libertades
reales. Estos cambios han quedado expresados en
la legislación bajo la forma de derechos y
libertades legales. Ahora bien, el legislador no
puede inventar esos derechos y libertades que se
manifiestan a partir de las relaciones sociales de
las que forma parte el individuo en un
determinado sistema económico, social y cultural.
Sólo puede expresarlos legalmente, darles forma
jurídica.
Por lo tanto, hay que admitir que existen
derechos que no derivan de la legislación positiva
de los Estados, puesto que esta legislación misma
es la que debe juzgarse a la luz de tales derechos.
Por eso, el concepto mismo de derechos humanos
es un desafío al iuspositivismo, cualesquiera sean
las dificultades, sobradamente conocidas, de las
doctrinas iusnaturalistas. Y es que si quisiéramos
comprender los derechos humanos a partir de los
mecanismos, instituciones y codificaciones de la
ley, olvidaríamos que la justicia, precisamente,
implica (como sabemos desde Kohlberg) la
percepción de los casos y condiciones en que es
éticamente necesario transgredir la ley. Así, lo
jurídico no puede analizar el concepto de justicia
porque inevitablemente lo supone en tanto que
fundamento ético-filosófico.
Lo cierto es que la noción de derechos
humanos desborda los marcos de cualquier
consideración meramente jurídica o taxonómica
de los derechos y libertades, puesto que, como
anotaba Descartes en su Discurso del método, “la
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multitud de las leyes proporciona a menudo
excusas a los vicios”.
Reiteramos, pues, que los derechos humanos
no son producto de convenciones o pactos sino
que pretenden ser objeto de un reconocimiento
de lo que el hombre es. No se limitan a regular las
prácticas de convivencia sino que, más
profundamente, definen nuestra idea de lo
humano. O, lo que es lo mismo, son expresión de
un proyecto posible y mundial de humanidad.
No dependen, por ello, de alguna jurisprudencia,
sino que pretenden una validez universal. No
pueden ser decretados por ningún derecho
positivo. No pueden ser creados arbitrariamente.
Tampoco pueden ser hallados en alguna
naturaleza humana atemporal. Sólo pueden ser
reconocidos y proclamados en un marco cultural
una y otra vez históricamente determinado. Este
marco
opera
como
su
contexto
de
descubrimiento, aunque en sí no lo constituye.
Si quiere permanecer fiel a su caracterización
de reconocimiento ontológico de la libertad y la
dignidad humana reales, si quiere escapar de las
huecas proclamaciones ideológicas y, en última
instancia, encubridoras de intereses económicos o
políticos, si quiere evitar, también, las
declamaciones demagógicas y ambigüas, el
discurso de los derechos humanos debe buscar su
explícita fundamentación ético-filosófica en la
reflexión crítica. No existen derechos humanos
sin el compromiso profundo de los individuos (y,
consecuentemente, de la sociedad a la que
pertenecen) con los valores que dan sentido y
realidad a su libertad y dignidad concretas (en un
proyecto de humanidad posible y deseable).
Quien no se considera libre ni digno, difícilmente
pueda llegar a serlo efectivamente.
Prof. Ricardo ÁLVAREZ
Ricardo Álvarez ejerce la docencia en la Facultad de
Filosofía, Ciencias de la Educación y Humanidades de la
Universidad de Morón, como profesor titular de Metafísica y
adjunto de Filosofía del Derecho y Filosofía de la Historia.
También actúa en otras casas de estudios.
ricardo [email protected]
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