EL NUEVO PADRE EL NUEVO DISCURSO Y SUS

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EL NUEVO PADRE
EL NUEVO DISCURSO Y SUS CONSECUENCIAS SOBRE LA CUESTIÓN
DEL PADRE
Silvia Amigo
Resumen
Si un humano vale sólo por su excelencia de objeto a consumir, sea en base a su juventud, su
belleza, su musculatura, su capacidad económica, excluyendo el hecho que sea hombre o mujer,
estamos bien cerca de encarar la posibilidad de emergencia de una manera de relacionarse con el
otro dependiente del discurso del capitalista introducido en la subjetividad. En ese caso no habrá
funcionamiento del deseo regulado por el fantasma, haciéndose posible consumir objetos
(incluido allí el partenairesexual) que, al no remitir a la hendija del sexo, no castran. Debemos
añadir que Lacan agrega que además este discurso forcluye “las cosas del amor”. ¿Qué
consecuencias, entonces, extraer sobre la cuestión del “nuevo Padre”, o del Padre a secas?
Palabras clave: Modernidad, capitalismo, discurso del amo, cuestión del Padre, declinación,
cuerpo, goce, subjetividad de la época, mercancía, deseo, diferencia sexual.
En su seminario “El saber del psicoanalista”, en que construye también las fórmulas de la
sexuación, Lacan introduce, hablando en Milán, un nuevo discurso, que se produce como una
anomalía o “diferente combinatoria” del discurso del amo: el del capitalista. ¿Qué incita a Lacan
a agregar a sus cuatro discursos uno más? ¿Se trata de una preocupación política? ¿De una crítica
del capitalismo como fuente de la creciente injusticia del mundo que habitamos? No podemos
descartarlo, pero creemos que centralmente esta herramienta le permite afrontar con recursos
más afinados un fenómeno que ya había puntualizado en los años treinta, en sus escritos sobre
“La familia”. Allí hablaba, deplorándola, de la declinación de la función del padre en la era
moderna, post cartesiana, constituyendo este desfallecimiento un meollo problemático que lo
desveló hasta el fin de su obra. En “La ética” despliega otra vez la cuestión, dejándose enseñar
por la trilogía de Claudel los relieves dolorosos del “padre humillado”. No se trata, sin embargo,
de rechazar a Descartes, refugiándonos en el oscurantismo. De su cogito y del Siglo de las Luces
que éste inauguró, así lo explicita Lacan en “Ciencia y verdad”, es hijo el psicoanálisis mismo,
quien no deja de infligirle al discurso del que naciera, en retorno, una interpretación1. Descartes,
al expropiar a Dios el verbo y ponerlo bajo la égida del único ser que piensa (el parlêtre) hace
nacer al sujeto moderno, y a “La”2 ciencia, diferenciada de la episteme griega. Este gesto
desolidariza el saber que acumula la res pensante de la verdad que esta cadena de pensamientos
pueda implicar. Le queda a Dios el rol de garantizar esta verdad desde un cielo inalcanzable. La
res extensa, la que no piensa, es ofertada por el cogito a las ciencias empíricas y la técnica, y no
debemos olvidar que allí, en la extensión, ubica Descartes al cuerpo. La manipulación sin límites,
hasta la depredación (incluida allí la de los cuerpos) no se hará esperar, dado que esta cosa
extensa ha perdido el amparo de Dios padre. Al igual que el hombre; la naturaleza y el cuerpo
eran sus criaturas, y como a tales les prestaba protección, haciéndolas inaccesibles a la
manipulación. Que Dios y el padre puedan tener un punto de intersección puede discutirse, pero
sin dudas Lacan así lo creía. Así, afirma (y lo hace varias veces) que el verdadero ateísmo no
consiste en no creer en Dios, sino en considerar que Dios es inconsciente. La posición del
inconsciente está en dependencia de la eficacia de esta figura paterna que, necesaria y no
contingentemente, será idealizada por el sujeto. Llevado al extremo, el post cartesianismo
declara a Dios fuera de juego y esto aun como posición inconsciente, lo que no puede no
preocupar a un psicoanalista. Porque lleva a producir, con seguridad, un cambio en la
subjetividad de la época, al subvertir los fundamentos de la posición discursiva del Padre, que
dejaría de garantizar el basamento legal e inconsciente del deseo. Para que se pueda prescindir
del Padre hay que poder servirse de él. Y para obtener este servicio la etapa de idealización, de
deificación de esa figura no puede estar ausente, aunque deba ser barrada para alcanzar su
eficacia, reduciéndola a un significante sin sentido (el unario) que torna inalcanzable al objeto a.
El discurso del amo, el del inconsciente, pone en el lugar del agente a un unario que apunta al
saber y lo puntúa. Este unario induce la castración. Este discurso, de tan mala prensa en el
ambiente lacaniano, garantiza sin embargo (siempre que haya rotación de discursos y no
congelamiento en esta única combinatoria) que el saber no avance sin la nota de orden de
sinsentido que le impone... el padre, que toma su lugar (adecuada elaboración de su faz
idealizada mediante) en ese significante que logra abolir un sentido “todo”, un “todo” jouis–
sens (gocesentido). A la vez, deja al otro el lugar del saber, reconociéndole aun al esclavo su
posesión3.
Bajo la barra, en este discurso, el sujeto y el objeto a esperan la rotación hacia el discurso del
analista para conectarse en el fantasma. En ese discurso, obtenible como “contrapunto”4 del
discurso del amo, el objeto está bordeado por su poinçoin y desde esa grieta inconsciente hace
barrado al sujeto. Nada más lejos del consumo de objetos por un miembro de la sociedad de
masas.
A la luz de estas breves reflexiones podemos hacer ver ahora las novedades que introduce la
modernidad sobre la cuestión del Padre y la formalización que lleva Lacan a cabo con la
introducción de su nuevo discurso. En el del capitalista, tan astuto como “destinado a reventar”5,
el sujeto va al lugar del agente. Pero este sujeto no guarda relación alguna con el objeto a. La
flecha oblicua que los uniría esta tachada. ¿Qué implica esto? Se trata de un sujeto de la
apetencia y no del deseo, sujeto no dividido por el a sino consumidor de objetos que no lo
castran. El fantasma está profundamente out of order. No hay regulación, por la grieta
del poinçon, de deseo alguno. Y ninguna rotación la hará posible. El unario, bajo el sujeto, está
impedido de puntuar, escandir, hacer “no todo” a un saber hipertrófico (saber pretendido del
cuerpo, saber pseudocientífico) que se desentiende, sin que nada ponga borde, de sus
consecuencias de verdad, potencialmente deletéreas. Tachada está la flecha que los conectaría.
Este discurso, que nos atrevemos, a nuestra cuenta y riesgo, a homologar al discurso de la ciencia
(de ninguna manera a la ciencia misma, de cuya frontera común con el psicoanálisis Lacan
siempre se ocupó denodadamente), formaliza y cierne en su escritura la declinación de la figura
del Padre que Lacan deplorara. No porque tuviera un apego sexista por el varón devenido padre,
ni porque añorara las prerrogativas del amo. Se trata de su empeño en resguardar las condiciones
de posibilidad de la conservación del sujeto del deseo, que no en todo discurso, no en cualquier
escena de la cultura puede ser albergado.
Ahora bien, tal como comentábamos más arriba, Lacan presenta este discurso al mismo tiempo
en que despliega sus fórmulas de la sexuación. En éstas se distribuyen el costado hombre y mujer
del parlêtre según las maneras de colocarse bajo los cuantores de la sexuación en relación al
significante fálico. Este significante se hace eje distribuidor de la diferencia sexual. ¿Podemos
creer caída en lo obsoleto esta referencia al falo como eje de esta diferencia? ¿Podemos decretar
que la importancia de la diferencia sexual sea un error prejuicioso de Freud y Lacan? ¿O que
para que haya formación del objeto, como falta cernida por la letra y vestida con pantallas
imaginarias, sea necesaria la diferencia sexual, aunque se la reniegue? Bien lejos se halla el
psicoanálisis de dejar en inferioridad a las mujeres, puesto que ellas se organizan, como “no
todas” haciendo argumento a la función fálica, y gracias a ese “no todo” se hacen además
deíctico del objeto a, “la hora” (leurre, l’heure)6 de lo real.
Si un humano vale sólo por su excelencia de objeto a consumir, sea en base a su juventud, su
belleza, su musculatura, su capacidad económica, excluyendo el hecho que sea hombre o mujer,
estamos bien cerca de encarar la posibilidad de emergencia de una manera de relacionarse con el
otro dependiente del discurso del capitalista. En ese caso no habrá funcionamiento del deseo
regulado por el fantasma, haciéndose posible consumir objetos (incluido allí el partenairesexual)
que, al no remitir a la hendija del sexo, no castran. Debemos añadir que Lacan agrega que
además este discurso forcluye “las cosas del amor”.
¿Qué consecuencias, entonces, extraer sobre la cuestión del “nuevo Padre”, o del Padre a secas?
Tener un niño o no tenerlo debiera depender del deseo inconsciente (regulado éste por la
complicada cadena de dependencias de la elaboración de la figura paterna que esbozamos arriba)
de quien o quienes lo hacen venir al mundo. Por supuesto una pareja heterosexual puede
encargar hoy día un niño para consumir, apto genéticamente, aun una excelente “mercancía”
utilizando el boom de mercado que implican los diversos institutos de fertilización asistida y los
laboratorios de genética. Estos proveen un buen ejemplo que permite discriminar el uso legítimo
de la ciencia del imperio de su discurso de ilusión totalizante. Para quien desea
inconscientemente a un niño y además puede hacer de ese deseo acto decidido, toda la batería
“científica” que proveen resulta un recurso válido para llegar al acto de la concepción. Para quien
apetezca un niño, en cambio, para consumo utilitario o reivindicativo, el mismo recurso
conllevará las complejas consecuencias del discurso que tratamos, el del capitalista: no hay
regulación de la apetencia por el deseo, ni el saber científico se ve escandido por la verdad
subjetiva. Ni habrá amor real que resguarde la vida de ese retoño. Bajo estas condiciones, nos
atrevemos a afirmar que no hay nuevo Padre, sino que el Padre ha quedado fuera de juego.
Desde luego, no se puede decidir sino en el seno de un análisis cuál de estas alternativas presiden
la demanda de llegada al mundo de un hijo. Es decir, caso por caso, y de modo sólo determinable
en la intimidad de un psicoanálisis y no por dispositivos institucionales de escrutamiento de
quien emite esta demanda. Pero podemos sí, en cambio, leer una pendiente de aquello que da en
llamarse “subjetividad de la época”, que tiende a regirse por lo que aquí llamamos “nuevo
discurso”. Aún una necesaria discriminación. Cuando Lacan formaliza esta combinatoria de
letras se refiere no al capitalismo en sí (merezca éste las consideraciones que merezca) sino al
nuevo discurso introducido en la subjetividad. Valen para el par capitalismo/discurso del
capitalista las mismas consideraciones que para el par ciencia/discurso de la ciencia7. Lo que
implica entonces que no se trata, desde el psicoanálisis, de la pretensión de llevar a cabo una
intervención política en el sentido “trivial” del término.
El problema no es moral sino que gira en torno a la ética, a la distribución y las condiciones de
goce que determina un discurso. Cualquier modalidad de hacer nacer un niño que vaya en la
línea de hacerlo equivaler a una mercancía, entraña una vigencia de ese discurso. Esta
modalidad, insistimos, deja al Padre por fuera de la trama que sostiene y resguarda esa llegada de
un nuevo parlêtre.
En cambio cuando se decide tener un niño según la ley del deseo, el Padre estará en el horizonte
alcanzable de ese niño.
La subvaluación de la diferencia sexual anatómica, crucial para Freud, y mantenida por Lacan,
como causa de deseo, plantea un enigma seguramente resoluble con más tiempo de experiencia.
No creemos que esta declinación pueda no tener consecuencias. Lo que no prejuzga sobre la
calidad de las mismas. En principio, sobre el centralísimo rol materno en su función de pasadora
del Nombre–del–Padre. Habría que determinar, según la experiencia que de hecho está en curso,
estemos o no de acuerdo con ello, si un sujeto anatómicamente varón puede ecuacionar el niño a
una falta fálica, abriéndose así la posibilidad de llevar a cabo el primer tiempo de la metáfora
paterna. Como también, si un sujeto anatómicamente mujer puede sostener el rol paterno edípico
(segundo tiempo de la metáfora paterna) y sus consecuencias identificatorias para conformar el
ideal del yo, determinante de la identidad sexual.
Sabemos que pisamos un suelo ríspido. Hoy se considera “políticamente incorrecto” el mero
hecho de plantearse estos interrogantes, considerándose “correcto” apoyar sin más trámite que
cualquiera haga suyo un niño. Ya hay una pequeña corriente de analistas que apoya
calurosamente esta alternativa.8
Por nuestra parte creemos a lo “políticamente correcto” subsidiario del discours courant9 ese que
gira en vacío sin decir ya nada. Veníamos desplegando las razones que nos llevan a pensar que,
para la subjetividad de la época, es este nuevo discurso, ese que escribe la declinación del Padre,
el “courant”.
Se puede y entonces, además, se debe esperar de un analista que ni se demuestre alarmado por un
fenómeno que aun no ha desplegado sus consecuencias; ni que apoye irresponsablemente, por las
mismas razones, usos y costumbres simplemente porque están de moda.
Proponemos, como terreno firme al que poder atenerse ante la evidencia de las nuevas formas
exteriores de la paternidad, utilizar una herramienta sólida para pensar una combinatoria
discursiva (la del capitalista) que pone al Padre en situación (al menos) de declinación.
En relación a las nuevas formas de conformación familiar y de maternidad y paternidad creemos
que un analista debiera, en principio, aceptar que eso está sucediendo, guste o no. Esto impone
un tiempo de atención, lectura y formalización que permita discriminar qué hay ahí de novedad
creativa, o cuánto hay de prevalencia del discurso del que tratamos con su secuela deplorable de
declinación de la figura paterna. Nos encontramos en medio del tiempo de comprender, aun lejos
del momento de concluir.
____________________
1. Puede remitirse al lector al artículo Silvia Amigo, “¿Qué significa investigar, en
psicoanálisis?”, en Imago-Agenda de agosto, 2005.
2. Esta mayúscula que Lacan otorga a la ciencia que inaugura Descartes se diferencia de la
episteme griega, la que no implicaba una operatividad sobre lo real ni un avance tecnológico
comparable a la avanzada cartesiana. Aparece este “La” en el cuarto apartado de Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis.
3. Lacan, Jacques, Cap.VI “Le maître châtré” y VII “Œdipe et Moïse et le père de la horde” en
L’envers de la Psychanalyse Seuil, Paris,1991.
4. Ibid Nota N° 3
5. Lacan, Jacques “Alocución” de Clausura las jornadas de la E.F.P. el 19/4/70, dedicadas a la
enseñanza. Texto comentado por Ricardo Estacolchic en los Cuadernos Sigmund Freud ,N°16 de
la E.F.B.A.
6. Lacan, Jacques, “L’étourdit”, Scilicet N° 4, París, 1970.
7. Siliva Amigo, ob. cit.
8. Puede consultarse, al respecto, el número de Imago-Agenda, titulado “Transgéneros” del mes
de 2005, en particular la entrevista a Jean Allouch. Benjamín Domb responde con firmeza y
respeto la posición allí adoptada por aquél, en la sección “Letra” del correo de la E.F.B.A. del
mes de diciembre 2005.
9. Ibid. Nota N°6.
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