Introducción - Iberoamericana / Vervuert

Anuncio
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 11
INTRODUCCIÓN
La gloria de Calderón puede decirse
que, más que gloria de un poeta,
es gloria de una nación entera.
MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO
I.1. HACIA
LA BÚSQUEDA DE UNA DEFINICIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL
La identidad nacional es un concepto abstracto que se forma y moldea de manera continua a partir de las creencias, aspiraciones e intereses de la minoría intelectual que lo gestiona; cobra cierta forma y
existencia, aunque nunca definitiva, una vez que un conjunto de individuos lo acepta como aquello que representa el verdadero reflejo de la
realidad y la historia nacional; y, finalmente, encarna valores comunes
como representación directa de la nación a la que todos pertenecen.
El proceso de génesis y formación de las distintas identidades nacionales occidentales, en el que el pasado distintivo de cada sociedad
ocupa un lugar primordial, se caracteriza por su elevado subjetivismo
al intervenir en su producción factores y condicionantes de índole política y cultural. Ross Poole indica en su ensayo Nation and identity
que en el proceso de formación de la identidad nacional interviene
un gran número de factores culturales, políticos, económicos y sociales que son imperativos para la formación y existencia de la nación
porque: «national identity is [...] the mobilization of linguistic and
other cultural resources to create [...] a conception of ourselves as belonging to a particular nation»1. Las minorías intelectuales de cada país,
conscientes del papel primordial que la historia y el pasado desempeñan como nexos aglutinadores y definidores de lo nacional, han llevado a cabo una ardua labor que, para unos, se traduce en una profunda
1
Poole, 1999, p. 69.
01-primero.qxd
10/09/2011
12
3:02
Page 12
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
exaltación y análisis de lo que representa la parte más exclusiva de la
historia y cultura nacionales y, para otros, implica el rechazo y, en ciertos casos, el menosprecio de aquellos aspectos que sus contrarios consideran esenciales en la configuración del mismo pasado.
A partir del siglo XVIII, las élites intelectuales de cada país, basándose en los rasgos esenciales del pasado de sus respectivos pueblos, son
las especialmente interesadas en imponer un determinado concepto
de identidad nacional exclusivo y único que, como bien destaca
Benedict Anderson, las diferencie notoriamente del resto de identidades que están formándose al mismo tiempo2. De este modo, las clases
dominantes no solo se encuentran detrás del proyecto de formación
de lo nacional desde sus mismos orígenes, sino que también son plenamente conscientes de que el hecho de identificar la esencia de lo
nacional con su/s propio/s perfil/es ideológico/s es aquello que les
permitirá alcanzar un mayor poder político y/o control social. En relación a este aspecto, la élite directora de cada país es la primera interesada en conseguir que sus miembros se identifiquen «with the
figures or representations»3 que ellos prefieren y han diseñado en cada
momento. De ahí procede su fuerte y combativa elección selectiva,
exaltación, mitificación, modificación e incluso rechazo de aquellos
datos del pasado que no concuerdan con sus propias aspiraciones de
poder. Esto explica que una de las características esenciales de la identidad nacional sea el cambio continuo en el que los diferentes aspectos que la definen pueden variar dependiendo de cuál sea la
orientación ideológica de las minorías dirigentes que lo controlan y
manipulan desde arriba.
Autores como Jesús Pérez Magallón consideran la identidad nacional «como una construcción maleable y resbaladiza, provisional y
heterogénea, que depende, por encima de todo, de la posición y el
contexto de quien habla» debido a que cada ideología «impone la supresión o represión de todo lo que no cuadra con ella»4. Cada grupo
ideológico es plenamente consciente de que sus objetivos pueden alcanzarse de manera fácil si toda la comunidad siente el mismo apego,
cercanía sentimental e identificación ideológica hacia la idea de na-
2
Anderson, 1994, p. 123.
Poole, 1999, p. 45.
4
Pérez Magallón, 2002b, p. 279.
3
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 13
INTRODUCCIÓN
13
ción que ellos mismos han elaborado y manipulado a conciencia. En
determinados momentos, la lucha por el poder llega a convertirse en
una disputa voraz y despiadada, porque todos son conscientes de que
una vez que el fin se alcance, siquiera sea provisionalmente, una vez
que la batalla ideológica se gane, la facción triunfadora podrá imponer al resto su hegemonía sobre la identidad nacional. Aunque en la
mayoría de los casos las circunstancias políticas ayudan a que un determinado modelo de identidad nacional termine estableciéndose
como dominante y representativo de una sociedad, la lucha por el poder no termina ahí porque el grupo de adversarios se mantiene en la
oposición para tratar de invalidarlo y tratar de imponer también su
propio modelo.
La lucha se establece además con el fin de que la sociedad se identifique con un conjunto de referentes recuperados intencionadamente del pasado que, de alguna manera, despierten y activen en ella la
deseada respuesta de apego sentimental a la nación.Tales referentes son
normalmente personajes (reyes, héroes legendarios, escritores de cierto renombre, etc.) o sucesos de la historia (guerras, cruzadas, conquistas, etc.) mitificados como consecuencia de la divulgación de una
imagen estereotipada de ellos mismos que contiene y representa los
valores de la ideología que se quiere imponer a toda la sociedad. David
Miller menciona que inevitablemente «there is an inevitable element
of myth in the stories which nations tell themselves»5, puesto que la
defensa y creencia de la sociedad en ciertos símbolos recuperados intencionadamente del pasado contribuye a reforzar los sentimientos relacionados con la nación y su identidad nacional. Por esta razón, los
valores que la clase dominante intenta imponer varían de un país a
otro y de una ideología a otra, alimentando la formación de múltiples identidades nacionales cuyos principales elementos constitutivos
dependen de la situación e intereses políticos y/o culturales dominantes en cada momento. No obstante, nótese que, aunque existe una
gran diversidad de identidades nacionales con distintas peculiaridades
y diferencias en términos ideológicos y aunque, tal y como indica
Handler, «nationalists believe profoundly in the uniqueness of their
cultural identity»6, el/los proceso/s de formación de la/s identidad/es
5
6
Miller, 1995, p. 36.
Handler, 1994, p. 6.
01-primero.qxd
10/09/2011
14
3:02
Page 14
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
nacional/es para cada país comparte/n los mismos elementos formativos y atraviesa/n por las mismas etapas que las del resto de países.
Esto es precisamente lo que ocurre en el caso particular de España, al
que está dedicado el presente trabajo.
I.2. LA
IDENTIDAD NACIONAL EN PRÁCTICA: EL CASO ESPAÑOL
En el caso concreto del proceso de formación de la identidad nacional española a lo largo del siglo de las luces y el siglo diecinueve,
el papel y la presión ejercidos por las distintas fuerzas político-literarias del país para defender determinados intereses políticos es también
el factor esencial a partir del que se busca lograr la “artificial” asunción por parte de toda la comunidad de cierta manera de entender la
identidad nacional. Durante estos siglos, la minoría intelectual intenta reconstruir nuestra historia y crear una nueva conciencia nacional
para conseguir, según José Álvarez Junco, «adaptar la nación a un modelo unido y homogéneo»7 del ser español. En España, el proceso de
configuración de la identidad nacional se resume en un largo y acalorado debate en el que participan los más destacados intelectuales del
país con la intención de llegar a imponer lo que Juan Pablo Fusi define como su propio «sentimiento de nación, la elaboración de ideas
y teorías sobre España y su historia»8. En realidad, tales pensadores encarnan la representación de aquello que Pérez Magallón define como
«dos sectores minoritarios que llevan a cabo una batalla ideológica de
claras implicaciones políticas»9 que se materializa, según palabras de
Fusi, en un «debate político [...] que no [es] otra cosa que un debate sobre la nación española [...] y sobre la propia cultura española»10
en su lucha por obtener la supremacía y el derecho a imponer sus
propias ideas sobre lo nacional.
Nótese que el debate en torno a la formación de la idea de lo nacional en el caso español merece cierta atención y consideración, especialmente si se tienen en cuenta aspectos como el elevado número
7
Álvarez Junco, 2001, p. 83.
Fusi, 2000, p. 123.
9
Pérez Magallón, 2002b, p. 302.
10
Fusi, 2000, pp. 148-149.
8
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 15
INTRODUCCIÓN
15
de pensadores involucrados en él, la gran difusión y proliferación de
escritos sobre el tema a lo largo de sucesivas décadas, así como el hecho de que el debate en cuestión representa el indicio histórico más
claro de la más «profunda escisión y tensión que existió en el país»11
entre las dos tendencias ideológicas principales de los siglos XVIII y
XIX. A lo largo del proceso, cada bando se enfrenta con el contrario
con el fin de que su versión sobre el carácter nacional de los españoles prevalezca por encima del resto. La recién mencionada ruptura ideológica se concretiza desde el principio en una lucha que, como bien
menciona Sánchez Blanco, se produce entre los conservadores, quienes “habla[n] de restaurar las virtudes, el estilo o la cultura de algún
tiempo pretérito” debido a que para ellos la esencia de lo nacional
guarda una estrecha relación con el pasado de España y la revalorización del legado perteneciente al pasado; y los reformistas, quienes
«asum[e]n consciente y explícitamente la tarea de buscar y divulgar la
novedad»12 y adoptan una postura de burla de los valores tradicionales defendidos por el bando contrario con la que pretenden construir
su propio edificio identitario. Los intelectuales adscritos a este último
bando, el reformista, se muestran muy receptivos hacia las ideas procedentes del exterior en la medida en que estas puedan ayudar a modernizar España, a superar en ella lo que Fusi define como las «atrofias
congénitas e insuficiencias constitutivas»13 típicas del pasado, a hacerla más competitiva y a regenerarla hasta convertirla en una de las primeras potencias de Europa.
En cierta manera, si para los conservadores la constante renovación
cultural es el mayor enemigo por la amenaza que representa para el
mantenimiento de la tradición y de su poder y control sobre el resto
de la sociedad; para los reformistas la renovación representa el medio
fundamental de progreso y el antídoto contra el atraso de una España
apegada en exceso a los valores más tradicionales. En general, la polémica en torno a la definición de la identidad nacional es, primero,
una lucha entre aquellos que están a favor de la introducción de cambios como esencia de progreso y ayuda en la eliminación del atraso
cultural e ideológico que el país arrastra desde el pasado y, segundo,
11
12
13
Sánchez Blanco, 1999, p. 133.
Sánchez Blanco, 1999, p. 131.
Fusi, 2000, p. 16.
01-primero.qxd
10/09/2011
16
3:02
Page 16
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
una defensa de los que temen que la llegada de los cambios mencionados amenace la conservación de la tradición y del orden establecido. Fusi resume esta dualidad que atañe a la dimensión espiritual del
ser español mediante lo siguiente: «la vehemencia ideológica de los
españoles se ve fragmentada desde el siglo XVIII en dos Españas: la liberal y europeísta y la tradicionalista y católica [...], dos Españas antagónicas y adversarias y con concepciones históricas opuestas e
incompatibles»14.
Al analizar el proceso de formación de la identidad nacional española es necesario tener en cuenta la manera con la que el resto de
Europa percibía la situación político-hegemónica de España en el contexto internacional de aquella época. A pesar de que la opinión generalizada consideraba que el país se encontraba sumido en una profunda
decadencia tanto por haber perdido la mayor parte de la hegemonía político-militar de la que había disfrutado en otros tiempos como por albergar en su seno una seria y latente crisis en las instituciones
administrativas y burocráticas; sin embargo, no es bueno generalizar y
hacer extensible el estado de crisis a todos los órdenes debido a que,
como bien destaca Pérez Magallón, «cuando se juzga que la época de
que hablamos es de decadecia y degeneración [...] quien/es emite/n esa
opinión [...] tienden a confundir y sobreponer pérdida de hegemonía
político-militar con inexistencia de vitalidad artística, literaria, intelectual y científica»15 y, consecuentemente, tienden a considerar la época
«no solo como ‘inferior’ a lo que se tuvo, sino como algo indigno de
la menor consideración o digno del mayor desprecio»16.Tener en cuenta este aspecto facilita la comprensión de muchos de los postulados sobre los siglos XVIII y XIX relacionados, no solo con prejuicios exógenos,
adscripción a cierta ideología política, ignorancia y falta verdadera de
conocimientos, sino también con la puesta en funcionamiento a nivel
internacional de una especie de imperialismo cultural a partir del que
se determina la esencia de la realidad social y cultural de un mundo diferente al que se mira con cierto sentimiento de superioridad.
Ya desde el siglo XVIII, tanto a nivel interno como externo se acepta sin reticencias que «España no estaba a la altura de los otros países
14
15
16
Fusi, 2000, p. 16.
Pérez Magallón, 2002a, p. 53.
Pérez Magallón, 2002a, p. 53.
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 17
INTRODUCCIÓN
17
civilizados de Europa y que obraba bajo los antiguos prejuicios de la
Santa Inquisición, de la oscuridad intelectual y de la resistencia contra todo progreso»17. Es decir, su excesivo apego a las tradiciones es
considerado un atraso por todos aquellos países europeos y minorías
intelectuales españolas que conciben la modernidad a partir de la ruptura con ese pasado. Como respuesta a las destructivas críticas recibidas, no exclusivamente desde el exterior, sino también a nivel interno,
se origina dentro de España, como bien señala Gies, «una violentísima reacción y unas furibundas réplicas»18 que llevan a los líderes intelectuales del país, portavoces de las principales tendencias ideológicas
de la nación, a emprender una extrema reflexión sobre posibles soluciones fácticas para sacar al país de su asumida decadencia. En otras
palabras, lo que se busca es la elaboración de un proyecto apropiado
de regeneración de España para el presente y futuro que la devuelva
a su estado anterior de «entidad reconocida y respetada en Europa»,19
la propia de los tiempos de Carlos I y Felipe II.
En ese contexto, la frecuente aparición de interrogantes del tipo: qué
es España y qué significa ser español son, en realidad, mecanismos de autodefensa de la propia cultura nacional para luchar contra las agresiones
culturales procedentes del exterior. Esto es lo que ha llevado a Pérez
Magallón a considerar que la posible asunción de esa decadencia es quizás, «no solo un mito impotente y resignado» sino también, «una estrategia de preservación de la identidad nacional»20. Ello explica la estrategia
seguida por el sector conservador español centrada en la defensa de los
modelos pertenecientes al pasado y afines con el mantenimiento de la
tradición y cultura de tiempos más gloriosos para el imperio-nación. El
periodo de la historia que toman como modelo a seguir es el correspondiente a los Siglos de Oro de la cultura española por destacarse dentro de él los valores característicos de lo que se entiende que son los
valores constitutivos y definidores del ser español, los cuales básicamente se resumen en dos: monarquismo y catolicismo. En definitiva, para
este sector ‘lo propio’ por ser el equivalente de ‘lo español’ es el verdadero y único símbolo de patriotismo.
17
18
19
20
Gies, 1999, p. 307.
Gies, 1999, p. 307.
Gies, 1999, p. 311.
Pérez Magallón, 2002a, p. 237.
01-primero.qxd
10/09/2011
18
3:02
Page 18
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
El sector reformista, que también reacciona ante las críticas dirigidas desde el exterior con una preocupación profunda, trata de buscar
posibles alternativas con las que poder sacar al país del asumido estado de decadencia en que se encuentra. Su postura pasa por aceptar las
críticas originadas en el exterior para volver a restaurar el prestigio y
el papel protagonista que el país había disfrutado en épocas pasadas.
Con todo ello pretenden llegar a construir una nueva identidad española que según la mentalidad de los conservadores serviría para «debilitar el antiguo carácter de la Nación»21. Ante semejante postura
ideológica, el núcleo intelectual conservador intenta frenar la expansión de las ideas novedosas que pretenden ser implantadas dentro de
España mediante la anulación de la validez de todos los escritos de la
época de la Ilustración a los que considera antinacionales y extranjeros. El bando conservador, que desmiente así lo que de alguna manera impera en el exterior de España, defiende la idea de que lo
verdaderamente español se encuentra dentro del país, que es algo intrínseco a nuestra cultura y que es algo que puede llegar a apreciarse
estudiando y recuperando las obras literarias de épocas pasadas, y en
concreto las pertenecientes al siglo XVII, por ser las que mejor reflejan las características del auténtico ser español. Al observar las soluciones planteadas por ambos sectores ideológicos, encontramos la esencia
del debate que se establece en torno a la identidad nacional española y que puede resumirse mediante las siguientes identificaciones: por
un lado tradición, conservadurismo y españolismo con la hispanidad
tradicional; y, por otro lado, cambio, reformismo y cosmopolitismo con
el europeísmo moderno. La parafernalia ideológica recién descrita demuestra que los modelos literarios del Siglo de Oro, y posiblemente
más unos que otros, son los que verdaderamente representan la esencia de la idea de lo nacional. Es decir, el debate establecido en torno
al Siglo de Oro, y sobre todo el esfuerzo reformista por depurar el canon que configura la noción misma de Siglo de Oro, nos presenta diferentes formas de reacción ante la existencia de un mismo problema
que se resume, según Pérez Magallón, en «la defensa crítica de la identidad nacional»22.
21
22
Carnero, 1982, p. 307.
Pérez Magallón, 2002a, p. 236.
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 19
INTRODUCCIÓN
19
En el centro de la diatriba ideológica que busca la recuperación o
el olvido de los valores característicos del Siglo de Oro, los conservadores sienten especial predilección por la figura de uno de sus dramaturgos más destacados, Calderón de la Barca. El fervor hacia el
dramaturgo es tal que muy pronto comienzan a vincular su nombre
con lo verdaderamente español, así como a venerarlo como símbolo aglutinador del carácter nacional. Carnero condensa bien esta apreciación
del bando conservador al afirmar que Calderón pasa a ser considerado por los representantes del grupo como «el compendio de las cualidades distintivas del carácter español»23. Puede afirmarse así que el
sector conservador español se apropia inicialmente de la imagen del
dramaturgo con la intención de convertirlo en el icono característico
de una de las posibles maneras de entender la identidad nacional, y es
en este momento cuando se lo hace «emblema de lo español»24.
Resulta necesario recordar que a los conservadores no les interesa
la obra de Calderón en sí misma, sino más bien la interpretación simplificada que ellos mismos han creado de ella para lograr sus propios
fines políticos y culturales; para defender lo que ellos entienden como
propio o nacional; en último término, para articular un modelo nacional que guíe los programas políticos del gobierno. Por lo tanto, la
apreciación del pasado literario, su revalorización y exaltación se convierten en una especie de reconsideración sobre cómo tiene que ser
el futuro de España. Por esa razón, para Olga Bezhanova y Pérez
Magallón «en este entramado intelectual, la recepción calderoniana durante el siglo de la ilustración constituye un episodio esencial, significante y trascendente, en la configuración cultural del país»25.
En concreto, para los conservadores, Calderón es simplemente el
máximo representante de un pasado que contiene los valores, creencias y tradiciones que desean perpetuar y conservar por encima de
todo. Por otro lado, en respuesta a esta inclinación favorable del sector conservador hacia la figura del dramaturgo, los reformistas reaccionan dotando y caracterizando su imagen con connotaciones
negativas en tanto que su presencia contribuye a mantener unos valores que consideran anticuados y nefastos para el futuro de España.
23
24
25
Carnero, 1982, p. 307.
Pérez Magallón, 2002b, p. 86.
Bezhanova, Pérez Magallón, 2004b, p. 247.
01-primero.qxd
20
10/09/2011
3:02
Page 20
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
Es decir, el grupo reformista, consciente de la ruptura y distancia existente entre su época y la de Calderón, cree en la necesidad de establecer nuevas formas de pensamiento más acordes con su propio
momento histórico y con la tendencia seguida por el resto de países
de Europa. Por ello, a pesar de que con sus críticas, por un lado, aceptan la idea artificialmente creada de la época y figura del dramaturgo
español; por el otro, se embarcan también en un proceso que, aunque
a simple vista se presenta como una aproximación a lo moderno, es,
en realidad, una defensa de lo propio a partir de la que se replantean
la noción misma de la identidad nacional. Para cualquiera de las posturas ideológicas recién descritas y presentes ya desde finales del siglo
XVII, la imagen del dramaturgo, y no su obra, se convierte en el elemento diferenciador del pasado que compendia ciertas características
del tipo de identidad nacional defendida por unos y repudiada por
otros. La eclosión a lo largo de más de dos siglos de semejante visión
tan polemizada de Calderón ha permitido la obtención de una imagen del dramaturgo, no solo artifical, sino también repleta de connotaciones conservadoras, católicas, intolerantes y xenófobas que han
dañado la correcta recepción de su compleja obra.
El objetivo principal del presente trabajo es demostrar que en el
proceso formativo de la identidad nacional española, que encierra la
misma complejidad y subjetividad que el resto de identidad/es nacional/es occidentales en formación, Calderón ocupa un rol importante
por ser uno de los elementos más representativos del rico caudal del
pasado cultural español. Su imagen sufre la manipulación de las minorías intelectuales que luchan por imponer al resto su propia manera de
entender España, su propia idea acerca de los específicos constituyentes que ellos consideran como esenciales y exclusivos de lo español.
Calderón participa de lleno en el proceso en el que se busca que la
identidad de cada miembro de la sociedad —el yo de cada individuo—
se constituya por una identidad colectiva —por un nosotros— que no
es ni más ni menos que una creación artificial que se utiliza para lograr una manipulación más fácil por parte de las élites intelectuales del
país. La línea argumentativa se opone al tradicional sector de la opinión crítica que se niega a aceptar la existencia de repercusiones o connotaciones políticas en la historia de la recepción calderoniana de los
siglos XVIII y XIX y prefiere reducir la esencia del debate a problemas
puramente estéticos y/o literarios. Tal descuido se explica por la ob-
01-primero.qxd
10/09/2011
3:02
Page 21
INTRODUCCIÓN
21
servancia, no de la continuidad temporal, sino de una aparente discontinuidad de las distintas polémicas calderonianas que se desarrollan
a lo largo de los siglos XVIII y XIX al valorarlas como diversos incidentes aislados que estallan por la mera discordia surgida entre diferentes
sectores en relación a las tendencias literarias y estéticas predominantes en cada momento.
El presente trabajo se inscribe en la línea de la crítica que emerge durante el último cuarto del siglo XX que admite como certera la
posibilidad de la existencia de una continuidad-discontinuidad en el
debate calderoniano al considerarlo un incidente que va más allá de
lo meramente literario. Tras él se esconde un trasfondo político donde lo que en verdad se discute es el verdadero significado de lo español. El estudio de la excesiva sencillez de un mismo asunto tratado a
lo largo de tanto tiempo nos da la clave para llegar a entender que la
orientación crítico-literaria de la obra de Calderón esconde, en realidad, los intereses políticos de dos bandos ideológicamente irreconciliables en la historia de España para los que existen dos maneras muy
distintas de entender el significado de lo español. Para todos ellos, la
imagen del dramaturgo representa el punto de fricción de una disputa de larga duración en la que participan muchos pensadores e intelectuales de cierta relevancia en el panorama cultural de los siglos XVIII
y XIX y en la que lo que se discute es básicamente «en qué consist[e]
ser español»26. Este análisis de la recepción calderoniana y su participación en el proceso formativo de la identidad nacional es el que me
propongo efectuar en la presente obra.
Si en el siglo XVIII destacan por su participación en la polémica figuras de la talla de Ignacio de Luzán, Tomás Erauso y Zabaleta, José
Clavijo y Fajardo, Cristóbal Romea y Tapia, Nicolás Fernández de
Moratín, Blas Nasarre y Férriz y Francisco Mariano Nipho, entre
otros, en el siglo XIX son figuras relevantes José Joaquín de Mora,
Nicolás Böhl de Faber, Antonio Alcalá Galiano, Antonio López Soler,
Agustín Durán, Alberto Lista, Mariano José de Larra y José María de
Carnerero, Marcelino Menéndez Pelayo y Juan Valera, por mencionar
a algunos. Mediante el análisis de los planteamientos de todos ellos se
demostrará que las contrarias posturas desde las que analizan el significado de la obra y figura de Calderón testimonian la existencia de
26
Manrique Gómez, Pérez Magallón, 2006, p. 429.
01-primero.qxd
22
10/09/2011
3:02
Page 22
LA RECEPCIÓN DE CALDERÓN EN EL SIGLO XIX
una prolongada polémica fruto de una disconformidad no solo literaria, sino también y especialmente política. Se ha mencionado ya que
el aspecto diferenciador de todos ellos se encuentra no en la manera
de interpretar el significado de la obra calderoniana, sino en la diferente actitud de aceptación o rechazo. En otras palabras, en esta batalla ideológica, unos abogan por la defensa férrea de Calderón porque
han encontrado una identificación plena entre el significado de lo que
ellos entienden por lo español y la producción dramática de la figura
barroca, y los otros, quienes desean cambiar la negativa percepción
predominante en otros países acerca de lo español. Estos últimos son
conscientes de que el teatro es un vehículo idóneo para moldear la
opinión pública y, consecuentemente, defienden la necesidad de la representación en la escena de un tipo de comedias que transmitan un
espíritu nacional muy distinto al contenido en las obras calderonianas. Esta es la razón por la que el debate en torno a la producción
dramática de Calderón trasciende las razones puramente estéticas y se
convierte en un asunto de gran relevancia para la configuración de
los rasgos esenciales de la nación que los representantes de los dos
bandos quieren establecer a partir de sus propias convicciones ideológicas. En estas y no en otras se encuentran las razones de la elección
y constante reaparición de Calderón en las distintas polémicas.
Este libro tiene por objeto el estudio de la recepción calderoniana
durante el siglo XIX y su interacción con el proceso de formación de la
identidad nacional española. En el capítulo primero se analiza lo ocurrido durante la querella calderoniana (1814-1820), una polémica en la
que la figura de Calderón es el punto central de la discusión. Además,
se compara la esencia y las principales motivaciones de la querella calderoniana con la serie de polémicas desarrolladas a lo largo del siglo XVIII
en las que Calderón también ocupaba un lugar central. El capítulo segundo y el tercero tienen por objeto realizar un minucioso estudio de
los distintos documentos de la década absolutista fernandina en los que
reaparece la esencia de lo debatido en la querella calderoniana. El motor
principal será el estudio de varias revistas literarias y políticas y también
de algunos discursos literarios e ideológicos de esa época. El capítulo
final se centra en el estudio y contraste de la apropiación conservadora de Calderón efectuada por Menéndez Pelayo y el intento de apropiación liberal que lleva a cabo Juan Valera.
Descargar