SOBRE LA EXTERIORIZACIÓN DEL MÉRITO: UN ANÁLISIS ECONÓMICO DEL DERECHO PREMIAL ESPAÑOL Thomas Baumert y Francisco J. Roldán Documento de Trabajo nº 11. Marzo 2011 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 SOBRE LA EXTERIORIZACIÓN DEL MÉRITO: UN ANÁLISIS ECONÓMICO DEL DERECHO PREMIAL ESPAÑOL THOMAS BAUMERT y FRANCISCO J. ROLDÁN Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir” Resumen: El documento que presentamos analiza por primera vez el Derecho Premial español por medio de un análisis económico. El trabajo se estructura tal que sigue: : después de la breve introducción al Derecho Premial se analiza el concepto de "mérito", ofreciendo una revisión concisa acerca de las órdenes y medallas, y en términos generales, de las condecoraciones. A continuación, se muestra una visión general del actual sistema español de Condecoraciones Civiles. En el epígrafe siguiente, se reflexiona sobre el riesgo de una inflación de Condecoraciones Civiles (lo que implicaría una devaluación de lo que se considera una "acción meritoria"). En el quinto epígrafe se trata de contrastar empíricamente esta hipótesis, mediante el análisis de las categorías superiores de las principales Órdenes Civiles Españolas. Por último, resumimos nuestras conclusiones esbozando futuras investigaciones relacionadas con este tema, a la par que apuntamos algunas posibles propuestas de mejora para el sistema español de condecoraciones civiles. Palabras clave: Derecho Premial, Órdenes, Condecoraciones, análisis económico del derecho. 2 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 A Juan Velarde Fuertes, quien a sus innumerables méritos, suma la virtud de la humildad “Imaginaos, pues, que vosotros sois jueces que presidís un concurso de virtudes cívicas y considerad que si dais los premios a pocos pero dignos y de acuerdo con las leyes, tendréis muchos que tomarán parte en esta lucha por la virtud, pero si lo otorgáis por complacer al favoritismo y a los intrigantes, pervertiréis incluso a las naturalezas honestas”. Esquines, Contra Ctesifonte. 1.- Introducción “Otro medio de evitar los delitos es recompensar la virtud.”1 Esta afirmación incluida en la última parte del célebre tratado de Beccaria Dei delitti e delle pene (1764), sintetiza la esencia de lo que llegaría a convertirse en el Derecho Premial —o Laudativo— y, desde un punto de vista económico, en el arte de los incentivos públicos. Esto es, la concesión de distinciones honoríficas —incluyendo órdenes, condecoraciones y medallas— como una forma de reconocer públicamente el mérito a través de su exteriorización, actuando así simultáneamente como recompensa, como estímulo a la virtuosidad y como incentivo a la excelencia (cf. Fehr and Falk, 2002). Desde tiempos del antiguo Egipto,2 es costumbre que el Estado (o el Soberano) distinga a aquellos ciudadanos que hayan alcanzado méritos excepcionales —tanto militares como civiles— con órdenes, medallas, títulos y honores. La idea subyacente no es otra que diferenciar a estas personas del resto, permitiéndoles exteriorizar sus méritos por medio del derecho a usar un objeto ampliamente reconocido como una distinción.3 Hasta llegar a nuestros días, las medallas y órdenes se han generalizado a través de casi todas las naciones,4 independientemente de su forma de gobierno, tamaño o tradición cultural:5 desde repúblicas como Francia y Estados Unidos,6 hasta monarquías como 1 Beccaria [1764] (1991), p. 83. Las órdenes y condecoraciones ya eran conocidas en el Antiguo Egipto. Disponemos de numerosas evidencias de que los faraones recompensaban a sus valientes soldados y sirvientes destacados con collares adornados con colgantes antropomorfos. 3 Esto ocurre directamente con órdenes y medallas que se llevan en el uniforme de gala (o como miniatura o pequeña cinta en un traje civil), pero también indirectamente con otros premios, como los honores. Por ejemplo, es común ver a miembros de la nobleza usar anillos con el escudo familiar — otro objeto que es ampliamente reconocido como una distinción. 4 Cabe destacar una importante excepción: la Confederación Suiza no otorga ninguna orden en absoluto (aunque permite a sus fuerzas armadas aceptar y exhibir condecoraciones extranjeras). 5 Para una visión general de las órdenes y condecoraciones y su evolución a través de la historia véanse, entre otros, Hyeronymussen et al. (1966), Gritzner (1893), Klietmann y Neubecker (1984), Honig (1986), Perrot (1988), Damián (1991), Bander van Duren (1995) así como Mericka y Zwiebel (1995). Una —si bien incompleta— recopilación de las órdenes por naciones puede encontrarse en Frey (2005), pp. 39-68 (apéndice). 6 A diferencia de lo que comúnmente se cree, los Estados Unidos cuentan con un número importante de condecoraciones civiles, entre otras la Presidential Medal of Freedom, la Presidential Citizens Award, la Congressional Gold (and Silver) Medal, etc. Las cosas parecen haber cambiado mucho desde que Julio Verne describiera en 20.000 Leguas de viaje Submarino “[…] un bello ejemplar del Pez Caballero americano, el cual, cubierto con todas las condecoraciones y cintas de órdenes, es autóctono de las costas 2 3 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 España o Reino Unido. Desde dictaduras —de derechas como la Alemania nazi o socialistas como la antigua RDA o la URSS— a democracias como la antigua Atenas. Incluso el Vaticano cuenta con un importante número de distinciones en forma de órdenes y condecoraciones.7 No debe extrañarnos, pues, que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, generalmente muy pesimista en cuanto a la naturaleza humana y sus instituciones, mantuviera, por el contrario, una actitud ciertamente positiva hacia las condecoraciones. Así, refiriéndose a la orden prusiana Pour Le Mérite (fundada en 1740 por Federico el Grande),8 señaló en las Parerga y Paralipomena: “Las órdenes pueden considerarse letras de cambio giradas sobre la opinión pública, cuyo valor depende del crédito del librador. Actualmente se han convertido, al margen del ahorro que significan al Estado como substitutos de las recompensas pecuniarias,9 en una institución bastante útil, siempre que su reparto ocurra con juicio y criterio. Pues la gran masa tiene ojos y oídos, pero poco más, poca capacidad de juicio y aún menos memoria. Algunos méritos quedan fuera de su alcance de comprensión, otros los entienden y celebran al principio para olvidarlos enseguida. Así, considero muy acertado que una cruz o estrella proclamen a las masas en todo momento: ‘Este hombre no es como vosotros: él tiene mérito’. […] Por lo tanto, es un pleonasmo que cualquier orden lleve inscrita ‘pour le mérite’, puesto que todas las órdenes deberían ser al mérito, —ça va sans dire—.”10 El ça va sans dire final de Schopenhauer muestra como lo que a él le parecía evidente —una orden sólo tiene sentido si recompensa un mérito— no era una realidad extendida a mediados del siglo XIX, donde el estatus social y los privilegios heredados podían llegar a tener más importancia que los actos meritorios en sí mismos. Como indican Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003:26), “si pasamos por alto los benéficos logros que en esta materia [órdenes] inspiró el bonapartismo,11 muchas veces no se trató estadounidenses, curiosamente la nación en la que las órdenes y condecoraciones son menos consideradas”. Citado en Orseno (2006), p. 117. 7 Entre otras órdenes vaticanas destacan la Orden de Cristo, la Orden de la Espuela de Oro, la Orden de Pío XII, la Orden de San Gregorio el Grande y la Orden de San Silvestre. 8 La orden lleva la inscripción Pour le Mérite, puesto que el francés era la lengua oficial de la corte prusiana durante el reinado de Federico el Grande. Aunque originalmente fundada como una orden estrictamente militar, en 1842 se estableció también una versión civil de la misma (que, por cierto, se sigue concediendo). Parece que Schopenhauer se refería a ésta. El último caballero de la Pour le Mérite militar, el ilustre escritor Ernst Jünger, murió en 1998 a la edad de 102 años. Para una historia detallada de esta orden véase, entre otros, Previtera (2005). 9 Valga recordar, a modo de ejemplo, que la financiación necesaria para la creación de la Sociedad Kaiser-Wilhelm —predecesora de la actual sociedad Max Planck— fue reunida por el Emperador Guillermo II otorgando la Gran Cruz de la Orden del Águila Negra prusiana a todos aquellos industriales que contribuyeron con una donación superior a 100.000 marcos a la fundación de la misma. 10 Schopenhauer [1851] (1909) IV, pp. 425-426. 11 En el “antiguo régimen” había un gran número de órdenes y condecoraciones, entre otras, la Orden de San Miguel (fundada en 1469). Más adelante, el “Convento” suprimió todo tipo de premios, sustituyéndolos por distinciones no jerárquicas como espadas grabadas, coronas de hojas de roble, etc. En su tiempo como cónsul, Napoleón amplió el número de estas recompensas, llegando a otorgar más de dos mil en los treinta primeros meses de su consulado. Sin embargo, Napoleón no quedó satisfecho con ello. Los buenos resultados obtenidos tras la concesión de “banderas de honor” a los regimientos más valientes, le hicieron proponer al Consejo de Estado en 1802 la posibilidad de otorgar una condecoración accesible a todos los franceses, fueran civiles o militares. Uno de los miembros del Consejo protestó, tildando las condecoraciones de “fruslerías” (des Hochets). La respuesta de Napoleón: “¿Fruslerías? Con estas fruslerías los hombres son conducidos a la batalla. […] Voltaire afirmó que todos los soldados eran Alejandros a cinco sous al día. Estaba en lo cierto. ¿De verdad creéis que se puede acabar con el enemigo solamente con un buen plan de batalla? ¡Jamás! En las repúblicas, los soldados han obtenido grandes logros cuando han sido impulsados por su honor. […] No diré que una orden pueda salvar a la República. Pero puede ser una gran ayuda.” Cronin (1983), pp. 266-267. Esta nueva orden, la Legión de Honor (de hecho, la primera orden moderna) no sólo era accesible al ejército indistintamente del rango individual, sino también a la población civil, de acuerdo con el principio de Napoleón según el cual “cette institution 4 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 tanto de reconocer públicamente méritos y servicios más o menos extraordinarios, como de satisfacer la fatuidad de las oligarquías y clientelas políticas del momento”.12 Así pues, cabe entender el comentario final del filósofo germano como un guiño irónico (Fuhrmann, 1992:8). *** En términos generales, los incentivos han recibido la atención no ya de los economistas, sino también de otras áreas afines a las ciencias sociales como la Sociología o el Derecho.13 Sin embargo, el interés se ha centrado casi exclusivamente en los incentivos monetarios (así recientemente Stiglitz, 2006), dado que este tipo de compensación permite maximizar la utilidad del receptor (Becker, 1974),14 o en incentivos no monetarios (vehículos de empresa, mejores oficinas, etc.) englobados bajo el término fringe benefits. A su vez, el Análisis Económico del Derecho ha estudiado principalmente los incentivos negativos, tales como multas y castigos.15 A pesar de ello, una categoría principal —si no la de mayor importancia— de incentivos positivos usados por los estados, ha sido hasta la fecha prácticamente ignorada por políticos y académicos: la concesión de órdenes, medallas, condecoraciones y otras distinciones honoríficas —es decir, el Derecho Premial— a las que ya se refería Beccaria lamentando que: “Sobre este asunto [el Derecho Premial] observo al presente en las leyes de todas las naciones un silencio universal.16 Si los premios propuestos por las Academias a los descubridores de las verdades provechosas han multiplicado las noticias y los buenos libros, ¿por qué los premios distribuidos por la benéfica mano del Soberano no iban a multiplicar asimismo las acciones virtuosas?” 17 Disponemos de evidencias que apuntan a que el propio Beccaria tenía la intención de escribir un completo Tratado de Derecho Premial, aunque finalmente no culminase su mel sur le même rang prince, le maréchal et le tambour”. Para una historia de la legión de Honor, véase Daniel (1948). A modo de anécdota, cabe indicar que durante la Primera Guerra Mundial la Legión de Honor fue otorgada a título póstumo a ¡una paloma mensajera!, que, tras entregar el mensaje que portaba, murió a consecuencia de los gases tóxicos inhalados sobre las trincheras. Prusia reaccionó ante la Legión de Honor otorgando la Cruz de Hierro, con similares características “democráticas”. Véase Nimmergut (1990), pp. 34-35. Referencias adicionales a la Cruz de Hierro pueden encontrarse en la nota al pie 58. 12 Esto ha sido —y continúa siendo— especialmente cierto en el parqué diplomático. Von Bismark incluyó en sus memorias la anecdótica respuesta del embajador prusiano von Jordan ante la sugerencia de ceder una de sus muchas condecoraciones: “Je vous les cède toutes, pourvu que vous m’en laisserez une pour couvrir mes nudites diplomatiques” (von Bismark, 1898, t. I, p. 81). 13 Una visión general de estos estudios, que entre otras cuestiones incluyen la economía de la estima y la reputación, los bienes invaluables y de posición, los efectos de señalización, los regalos, así como la literatura de incentivos (en particular, los incentivos no monetarios, intrínsecos y simbólicos) se ofrece en Frey (2005), p. 9. 14 Para una visión general de la Economía de los Premios, véase English (2005). 15 En realidad, algunos incentivos “positivos” como las reducciones de impuestos, deberían ser considerados propiamente como una disminución de un incentivo negativo. Desde una perspectiva jurídica, los premios y condecoraciones son también materia de la Teoría de la Justicia, tratada, entre otros, por Rawls (1971) y Sen (2009). 16 Cabe señalar una importante excepción histórica: en la antigua Roma la recompensa pública no era un mero acto social, como ocurre hoy en día, sino el equivalente positivo del Derecho Penal. En este sentido, von Ihsering (1884), I, pp. 181-182, citando a Tito Livio y Valerio Maximus afirma que, al final de la República, “el Derecho Premial estaba más desarrollado que el Derecho Penal”. 17 Beccaria [1764] (1991), p. 83. 5 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 propósito (Jiménez, 1915:27). Fue finalmente Dragonetti (1836) quien publicó un Tratado de las Virtudes y los Premios. Sin embargo, es Jeremy Bentham (1818) a quien debemos considerar el padre fundador del Derecho Premial gracias a su obra Théorie des Peines et des recompenses. Más adelante, La Grasserie (1900) publicaría un importante artículo en La Scuola positiva acerca de este tema en el que afirmaba (erróneamente) ser el primero en introducir el concepto de Derecho Premial. Por último, debe destacarse que la monografía probablemente más importante acerca de esta materia fue escrita precisamente por un español, Luis Jiménez de Asúa (1915), con el título de La recompensa como prevención general. El Derecho Premial. *** Sólo muy recientemente los trabajos de Frey (2005) y Frey y Neckermann (2006) han abordado los premios y condecoraciones desde una perspectiva económica, ofreciendo un sólido marco teórico si bien carente de cualquier análisis empírico.18 Frey (2005:4) señala algunas posibles razones de por qué los economistas han ignorado durante tanto tiempo el estudio de los premios: En primer lugar, los premios pueden ser considerados como un incentivo menos eficiente, puesto que no son fungibles y sí difíciles de aplicar marginalmente. En segundo lugar, los premios podrían ser considerados un mero reflejo del éxito y de altos ingresos monetarios. En tercer lugar, los economistas asumen que los premios, como tal, carecen de interés para sus beneficiarios, dado que no pueden ser consumidos. Sin embargo, este último punto merece una consideración más profunda, ya que, en la práctica, las medallas y órdenes fueron utilizados a menudo como un sustituto monetario. Por ejemplo, durante el segundo Reich alemán (1871-1918), existía una Sonderklasse (clase especial) de las principales órdenes, compuestas íntegramente de brillantes. Después de la concesión, estas órdenes eran generalmente devueltas al joyero oficial de la Casa Real, Wagner & Sohn y Gb. Friedländer de Berlín, quienes las cambiaban por otro ejemplar hecho de piedras simili, recibiendo el beneficiario la diferencia en dinero efectivo (alrededor de 6.000 marcos del Reich). Este procedimiento era considerado por el Kaiser como una forma de “pago” a sus súbditos sin “ofender su honor” (Thies, 2011:72). A pesar de ello, existen grandes diferencias entre los premios u honores y las asignaciones monetarias, que justifican plenamente su análisis por separado (Frey, 2005:5):19 Los costes materiales de los premios pueden ser muy bajos —cuando no nulos para el donante, pero el valor para el receptor puede ser muy alto. En este 18 Según Frey (2005), p. 33, los premios constituyen un tipo de recompensa extrínseca no material cuya eficacia como instrumento de incentivo dependerá positivamente de: (1) Cuanto más efectivas sean las restricciones autoimpuestas para controlar el número de premios. (2) Cuanto más capaz sea el donante de diferenciar entre premios. (3) Cuanto menor sea la probabilidad de que el premio sea rechazado. (4) Cuanto menos posible sea formular contratos previos específicos, y supervisarlos a posteriori. (5) Cuanto más importante sea la motivación intrínseca. (6) Cuanto menor sea el número de otras entidades en condiciones de suministrar de forma independiente premios similares. 19 Para un análisis más amplio de estas cuestiones, véase Frey y Neckermann (2006). 6 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 sentido, la relación coste-beneficio es diferente a la de los regalos (generalmente menos valorados por el beneficiario que el coste que supone para el donante). La aceptación de un premio conlleva una relación especial, en la cual el receptor debe cierto grado de lealtad al donante. El contrato respectivo es, sin embargo, tácito, incompleto y difícil (si no imposible) de hacerse cumplir por el donante. Las condecoraciones constituyen un instrumento de incentivo mejor que los pagos monetarios cuando el rendimiento del receptor sólo puede ser vagamente determinado. Por medio de las condecoraciones es menos probable “expulsar” la motivación intrínseca de los receptores que a través de la compensación monetaria. Las condecoraciones no están sujetas al pago de impuestos, en tanto que los ingresos monetarios sí lo están.20 Tal es así, que pensadores como Rousseau y Bentham mantuvieron una actitud ciertamente negativa hacia las compensaciones monetarias, en tanto que se mostraron firmes partidarios de las órdenes y condecoraciones. Por ejemplo, el filósofo ginebrino rechazó enérgicamente todo tipo de recompensa pecuniaria, aduciendo que: “[Las recompensas pecuniarias] tienen el defecto de no ser bastante públicas, de no hablar sin cesar a los ojos y a los corazones, de desaparecer tan pronto como se otorgan y de no dejar ningún trazo visible que excite a la emulación, perpetuando el honor que debe acompañarlas”. Una actitud similar fue compartida por Jeremías Bentham, aunque desde un punto de vista más pragmático, al concluir que “aunque [la recompensa pecuniaria] no es ejemplar ni característica, […] es, frecuentemente de una indispensable necesidad” (Bentham, 1818: II: 103). *** La discusión sobre la conveniencia de señalar dentro de la sociedad a aquellas personas que han alcanzado méritos excepcionales —sean civiles o militares— distinguiéndolas con un signo distintivo (medallas, órdenes, distinciones y otras condecoraciones)21 puede remontarse a los tiempos de la Grecia clásica —ya hemos visto que su uso se sitúa aún más atrás—, y más concretamente, a los años finales de la época helenística.22 Siguiendo el excelente estudio de Fuhrmann (1992), podemos localizar el origen de este debate en la Política de Aristóteles. En ella, el estagirita discute la conveniencia de distinguir públicamente (τιμή) a aquellos ciudadanos que hubieran actuado en favor de las polis, concluyendo que, si bien podría tener un efecto positivo, debería ser descartado por el riesgo de que pudiera conducir a abusos: 20 Este punto necesita ser matizado de hecho, en algunos países (como España) recibir una condecoración conlleva el pago de un impuesto específico. 21 Aunque en el presente estudio nos centramos exclusivamente en las órdenes civiles, por una cuestión de estilo, emplearemos indistintamente estos términos como sinónimos a lo largo de este texto. 22 Para las condecoraciones de los antiguos griegos (y romanos) véase, entre otros, Kuhl y Kohner (1893), pp. 310-312. De entre las condecoraciones militares romanas destacan —por su similitud con las placas y cruces actuales— las phalerae, de donde deriva el término phalerística para los estudios de las órdenes, condecoraciones y medallas. Conviene recordar, no obstante, que las condecoraciones también eran conocidas en otros ámbitos culturales, como demuestran los torques galos. 7 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 “Aunque suena bien al oído, no carece de riesgos el decretarlo. Puede incitar, en efecto, a denuncias falsas y ocasionar trastornos políticos”.23 Sin embargo, eran estos los pensamientos de un filósofo, no de un estadista, siendo así que tenemos amplias evidencias de que las órdenes civiles fueron muy comunes en tiempos de Aristóteles, y de que su concesión provocaba acalorados debates. Como ejemplo, podemos citar la discusión en el 336 a. C. sobre la conveniencia de distinguir públicamente a Demóstenes (384-332 a. C.) por sus méritos en favor de Atenas. Ctesifonte propuso que su amigo Demóstenes debía ser recompensado con una corona de oro24 por sus servicios distinguidos al Estado. La oposición a Demóstenes, encabezada por Esquines (389-314 a. C.) intentó desacreditar los logros de los primeros, defendiendo la independencia ateniense de Filipo de Macedonia y acusando a Ctesifonte de haber violado la Ley en la presentación de la moción. El asunto quedó en suspenso hasta el año 330 a. C. (seis años después de que ocurriera el hecho original), cuando los dos rivales se enfrentaron con los discursos titulados respectivamente, Contra Ctesifonte25 y Sobre la Corona,26 que acabó en una victoria aplastante para Demóstenes. Como Atenas vivía entonces un período de relativa calma y estabilidad política, el debate público entre Demóstenes y Esquines se convirtió en un evento que atrajo a las multitudes, incluso allende de Atenas, lo que explica que Teofrasto lo calificara como la “Batalla de los Oradores”. Formalmente, era Ctesifonte quien estaba siendo acusado; sin embargo, resultaba evidente para todos que el ataque realmente iba dirigido contra Demóstenes. En su discurso, Esquines advertía —además de aducir argumentos estrictamente jurídicos— del riesgo de una posible “inflación”27 debida a una relajación en los méritos necesarios para la concesión de órdenes. Debido a la importancia de este razonamiento, consideramos conveniente reproducir la cita en toda su extensión: “Puesto que he hablado de coronas y regalos [dos tipos de condecoraciones], mientras todavía lo recuerdo, os advierto, atenienses, que si no ponéis fin a estos innumerables regalos y a las coronas entregadas caprichosamente, ni los que lo reciben os lo agradecerán, ni prosperarán los asuntos de la ciudad. Pues de ninguna manera volveréis a los malos mejores y en cambio a los buenos los precipitaréis a un extremo descorazonamiento. Creo poder presentaros grandes pruebas de que es verdad lo que digo. Pues si alguien os preguntara cuándo os parece la ciudad más gloriosa, en las presentes circunstancias o en tiempo de los antepasados, todos estarías de acuerdo que entonces. Pero, ¿eran entonces los hombres mejores que ahora? En aquellos tiempos eran eminentes, ahora muy inferiores. Pero las recompensas, las coronas, las proclamaciones, las comidas en el pritaneo, ¿eran entonces más numerosas que ahora? Los honores eran entonces raros entre nosotros y el nombre de la ciudad era honrado. Pero ahora el motivo ha perdido su valor, y dais coronas por costumbre, no deliberadamente. ¿No es pues extraño, si consideramos así las cosas, que las recompensas sean ahora más numerosas pero en cambio la ciudad fuese entonces más poderosa? ¿Y que los hombres fuesen entonces mejores y ahora peores? Intentaré explicároslo. ¿Creéis acaso, atenienses, que alguien querría ejercitarse en el pancracio o en algún otro de los ejercicios más pesados para tomar parte en las Olimpiadas o en algún otro 23 Aristóteles (1951): Política (edición bilingüe), (1269a), p. 50. La “corona de oro” fue uno de los premios civiles más importantes concedidos en Atenas. 25 Esquines [330 a. C.] (1969). 26 Demóstenes [330 a. C.] (1912). 27 Curiosamente, esta primera descripción “intuitiva” de la inflación no se ha tenido en cuenta por los historiadores del pensamiento económico antiguo, aunque sí hayan buscado este tipo de indicios en los escritos de otros autores, principalmente Jenofonte y Aristóteles. Véase al respecto, entre otros, Laistner (1923). 24 8 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 de los certámenes donde se otorgan coronas, si se entregaran estas no al más fuerte sino al intrigante? Nadie hubiese querido. Pero, a lo que creo, puesto que la victoria es una cosa rara, disputada, bella e inmortal, hay quienes quieren exponer sus cuerpos y arriesgarse a costa de los mayores sufrimientos”.28 Como se demostrará en este trabajo, los argumentos de Esquines siguen siendo válidos hoy en día, y el actual sistema español de las órdenes civiles sufre de exactamente los mismos problemas y entraña los mismos riesgos que aquél declarase en referencia a Atenas — salvo que hoy en día parece más que improbable que un discurso de este tipo despierte el menor interés público. *** El presente documento está estructurado tal que sigue: después de la breve introducción al Derecho Premial se analiza el concepto de “mérito”, ofreciendo una revisión concisa acerca de las órdenes y medallas, y en términos generales, de las condecoraciones. A continuación, se muestra una visión general del actual sistema español de condecoraciones civiles. En el epígrafe siguiente, se reflexiona sobre el riesgo de una inflación de condecoraciones (lo que implicaría una devaluación de lo que se considera una “acción meritoria”). En el epígrafe quinto se trata de contrastar empíricamente esta hipótesis, mediante el análisis de las categorías superiores de las principales Órdenes Civiles españolas. Por último, resumimos nuestras conclusiones esbozando futuras investigaciones relacionadas con este tema, a la par que apuntamos algunas posibles propuestas de mejora para el sistema premial español. 2.- ¿Qué se considera meritorio? Siguiendo la recomendación de Cicerón a su hijo, según la cual cada estudio debe comenzar con la definición del tema a tratar,29 podemos considerar el objeto de nuestro estudio, el Derecho Premial, como aquella rama de la Ley que regula la concesión de honores, incluyendo órdenes, condecoraciones y medallas. Se trata, por lo tanto, de un mecanismo de reconocimiento público de un mérito a través de su exteriorización, actuando simultáneamente como recompensa, incentivo a la excelencia y estímulo al virtuosismo futuro. En segundo lugar debemos definir el concepto de mérito. Según el English Dictionary, mérito designa una “excelencia, cualidad superior o valor. Una cualidad o virtud que merece alabanza o aprobación”. Según el Diccionario de Autoridades español (1734), mérito significa “la acción o derecho que uno tiene a obtener una recompensa por algo bien hecho y un castigo por algo que se hace mal”. El diccionario de la RAE30 incluye dos significados de mérito en referencia a las personas: (1) Una acción que hace a un hombre digno de un premio o castigo, y (2) El resultado de una buena acción que hace que una persona sea digna de reconocimiento. El término mérito deriva del sustantivo latino meritum que, a su vez, proviene del participio pasado merere (merecer). En realidad, la palabra no aparece en la versión 28 Esquines, [330 a. C.] (1961), p. 1308. Cicerón [44 a. C.] (1792), p. 7. 30 21ª edición. 29 9 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 latina de la Biblia, la denominada vulgata, y no es hasta la Edad Media31 cuando se hace referencia a ella, aunque entonces de forma muy extensiva. Por ejemplo, San Isidoro de Sevilla, en sus famosas Etimologías, no define mérito, sino que sólo menciona las siguientes palabras relacionadas (que, de hecho, hablan de los muy diferentes tipos de acciones “meritorias”): “Se denomina eméritos a los veteranos y licenciados del ejército que ya no están en condiciones de ir a la guerra. Deben su nombre a que se han hecho ‘merecedores’ de su soldada; es decir, de las pagas que merecen por sus servicios. ”32 Pero también: “Meretrix (meretriz): se la denomina así porque ‘merece’ el precio que cobra por su lascivia. De ahí también la denominación de las tabernae meritoriae (prostíbulos)…También los soldados, cuando cobran su soldada, emplean el verbo mereri.”33 Valga por último, en relación a las derivaciones del término mérito, apuntar una curiosidad etimológica: a diferencia de otros idiomas, alemanes y holandeses merecen (verdienen) el dinero que ganan. Del mismo modo, los británicos earn money, mientras los estadounidenses make money y los húngaros “buscan” dinero (keres pénzt). Todos estos verbos implican un previo esfuerzo, y en los idiomas de origen germánico, incluso un mérito. Por el contrario, en las lenguas mediterráneas, de origen latino, esto ocurre sin aparentemente ningún esfuerzo, empleando el mismo verbo “ganar” al trabajo o a la lotería: los franceses gagner de l'argent, los españoles ganan dinero, los italianos guadagnare il quattrino y los rumanos a câştiga bani.34 *** La actitud filosófica y social hacia el mérito ha sido crucial en varios aspectos que, lamentablemente, sólo podemos esbozar brevemente en esta etapa de nuestra investigación. Hemos de limitarnos a enfocar esta cuestión desde dos perspectivas: la religiosa y la política. En cuanto a la primera, el mérito teológico refleja aquellas acciones que deberían recibir de Dios una recompensa en forma de la felicidad eterna, siendo la pregunta de en qué medida la meritoria labor y el precio recompensado 31 Durante la Edad Media, los guerreros que habitualmente participaban en las Cruzadas exteriorizaban la santidad de su misión vistiendo un símbolo religioso —una cruz— en su capa. Al mismo tiempo, como los gastos para el mantenimiento de un caballo eran muy elevados, la posibilidad de convertirse en un caballero —es decir, un guerrero a caballo— estaba cada vez más restringida a la nobleza. La coincidencia de estos factores favorecieron la creación de las Órdenes de Caballería (de forma análoga a los Caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo), una hermandad social de los soldados nobles que se organizaban en una jerarquía compartiendo un código de creencias y de honor basado en los principios de valor, lealtad, generosidad, cortesía y honradez. La orden más antigua parece ser la Orden de la Banda, fundada en 1330 por Alfonso XI de Castilla. Le sigue la Orden de la Jareta (1348), la Orden de la Estrella (1351), la Orden del Nudo (1355), la Orden del Dragón (1413), la Orden del Toisón de Oro (1431), la Orden del Cisne (1444) y la Orden De San Miguel (1469). Véase al respecto Keen (1987), especialmente el capítulo X. Al ir entrando en la época moderna, estas órdenes perdieron su valor original, mientras que los símbolos exteriores —las cruces, capas, etc.— adquirieron “vida propia”, consolidándose de forma muy similar a la que conocemos hoy en día, si bien con carácter principalmente militar. Véase al respecto Wehrgeschichtliches Museum Rastatt (1994), p. 5 y, en general, Frick (1967), Roesch (1967) y Smith (1996). 32 San Isidoro de Sevilla (1961), IX, 3, 34. 33 San Isidoro de Sevilla (1961), X, 182. 34 He desarrollado esta reflexión a partir de una idea original de Kostolany (2000), p. 34. 10 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 corresponden total o parcialmente. En el primer caso, cuando esta correlación es perfecta, el mérito es de condigno, y dar la recompensa, debería ser, por tanto, lo justo, mientras que en el segundo —siendo ahora imperfecta la equivalencia— el mérito sería de congruo y la recompensa no sería una cuestión de justicia, sino de equidad.35 Resumiendo este asunto bastante complejo, la pregunta sobre el mérito teológico podría formularse en los siguientes términos: ¿Puede un hombre hacer alguna acción o trabajo que debiera merecer una recompensa de Dios? En esta cuestión aparentemente simple, se encuentra la principal razón del cisma entre el Catolicismo y el Protestantismo, ya que éste último considera la predestinación y afirma que el hombre sólo puede tener algún mérito a través de la gracia de Dios. Esto es relevante hasta el punto de que Kunze en su Real Encyklopädie no dudó en afirmar que la “Reforma fue esencialmente una lucha contra la Doctrina de Mérito”. 36 Del mismo modo, las diferencias entre los defensores de las libertades y los conservadores políticos por un lado, y la política socialista o comunista por el otro, yacen en gran medida en la primacía del mérito individual sobre la equidad o al revés. Se ha llegado incluso a denominar como meritocracia una forma de organizar la sociedad según el factor distintivo del mérito. Por supuesto, la pregunta sobre qué ha de considerarse meritorio ha cambiado a través del tiempo y el espacio,37 al igual que lo ha hecho el reconocimiento de las diferentes órdenes y medallas.38 Así, por ejemplo, la Unión Soviética concedió la Medalla de Héroe de la Unión Soviética a Ramón Mercader, el asesino de Trotzki, mientras que la Alemania nazi otorgó condecoraciones a muchas personas involucradas en el Holocausto. *** En un segundo paso debemos aclarar la diferencia entre órdenes, condecoraciones y medallas. Las órdenes derivan de los títulos medievales de caballero y el espíritu encarnado por las Cruzadas. En consecuencia, están organizadas de forma jerárquica, es decir, en varias clases o rangos que se reflejan en el tamaño y la forma de los símbolos de acompañamiento (por lo general en orden creciente de importancia — Medalla, Cruz, Cruz del Comandante, Gran Cruz de Comandante, Caballero, Gran Cruz, Collar). Las condecoraciones son simplemente un signo de distinción de algunas personas merecedoras de ello, por parte del Estado o del Soberano, aunque los recompensados no constituyen un tipo de órgano colegiado o corporativo. Hoy en día las órdenes y las condecoraciones son frecuentemente confundidas, debido al parecido existente entre los símbolos de unas y otras, a pesar de que sea un requisito fundamental el que cuenten con el reconocimiento necesario para poder identificarlas con facilidad (Jiménez de Asúa, 1915:39-40). Además, y como veremos más adelante, esta confusión se ha institucionalizado recientemente en España: muchas condecoraciones son formalmente denominadas como órdenes, aunque deberían ser consideradas propiamente como medallas. Las medallas son distinciones individuales (ya sea de una sola clase o en la 35 Véase, entre otros, Marín (1715). “El concepto de mérito en un sentido ético-religioso, marca una diferencia fundamental entre las confesiones, en tanto que en el catolicismo reconocen un mérito del Hombre frente a Dios, mientras que el Protestantismo niega esta posibilidad”. Kunze (1908:500). 37 Esta cuestión ha sido profusamente estudiada por varios autores. Tal vez el ejemplo más conocido es la obra de Le Maitre de Claville (1734), si bien cabría destacar el menos famoso, aunque más relevante, libro de Abbt (1768). Para una interesante monografía sobre la cuestión de los valores y el mérito en la antigua Grecia véase Adkins (1960). 38 Gritzner (1893), p. v. 36 11 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 clasificación bronce/plata/oro, aunque esto último, a diferencia de lo que ocurre con las órdenes, no implica ninguna jerarquía entre los receptores), destinadas a reconocer o un simple acto de valentía, conmemorar un acontecimiento aislado o distinguir la buenas conductas, así como los largos y/o valiosos servicios. Otra diferencia a tener en cuenta se configura entre órdenes, condecoraciones y medallas oficiales (las concedidas por un Estado, como la Orden de la Jareta) y dinásticas (como la Orden del Toisón de Oro) por una parte, y las privadas o semiprivadas (como la Orden del Mérito Olímpico) por el otro. 3.- Sobre el Sistema Español de condecoraciones civiles Una explicación en profundidad de los estatutos y los procedimientos de concesión de las diferentes órdenes civiles españolas, rebasaría el propósito inicial de este estudio. Por lo tanto, nos limitaremos a hacer un breve esbozo de la evolución histórica y actual situación del Derecho Premial español actualmente vigente.39 Cabe comenzar nuestra revisión con la aprobación del Reglamento Provisional de Administración de Justicia, del 26 de Septiembre de 1835, el primer intento moderno de organizar las múltiples leyes coexistentes referidas a las órdenes y condecoraciones vigentes en aquel momento. Significativamente, se suprimió el requisito de nobleza (hidalguía) para la obtención de las más altas categorías dentro de cada orden. Sin embargo, y a excepción de este punto, el Reglamento obtuvo pocos resultados, siendo así que siguieron coexistiendo gran cantidad de normas y leyes referentes a las órdenes —religiosas, militares, civiles— y medallas. Y este desconcierto no cambió con los intentos siguientes, el Real Decreto de 26 de julio de 1847 (revisada por el Real Decreto de 28 de octubre de 1851), cuyo objetivo era organizar definitivamente las órdenes civiles y condecoraciones españolas. El advenimiento de la Primera República (9 de marzo de 1873) significó la supresión de las órdenes de Carlos III, María Luisa e Isabel la Católica. Sin embargo, sólo un año después, el Gobierno decidió que también las repúblicas podrían otorgar no ya condecoraciones, sino también honores. El regreso de la monarquía, con la proclamación de Alfonso XII en la ciudad de Sagunto, restauró, el 6 de enero de 1875, todos los honores y órdenes, haciendo constar en el Preámbulo del Decreto que: “La concesión parca y justificada de las condecoraciones no puede menos de estimular el celo de los funcionarios públicos y de todas las clases sociales en general que aspiren a obtener un signo por el cual se demuestre que han sobresalido en el cumplimiento de sus deberes”.40 En 1918 y 1925, dos Reales Decretos regularon el sistema de condecoraciones militares, pero no fue hasta el advenimiento del Gobierno de Primo de Rivera (19231930), cuando se llevó a cabo el siguiente intento de (re) organización de las órdenes civiles. Se creó una comisión encargada de analizar esta cuestión, que llegó a redactar un informe final. Pero, una vez más, no estaba destinado a llegar a buen puerto. Poco antes de que el texto fuese presentado y aprobado, la caída del Gobierno lo dejó en agua de borrajas. En analogía a la Primera, la Segunda República suprimió todas las órdenes (24 de Mayo de 1931) a excepción de la de Isabel la Católica (sic) aduciendo que: 39 Para una revisión de la evolución reciente del Derecho Premial en España, véase Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), pp. 25-48. 40 Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 28. 12 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 “Sin menoscabo del espíritu republicano de la nación, debe conservarse la orden [de Isabel la Católica] para evocar su nombre, tradiciones y grandezas imperecederas del pasado histórico de España y muy principalmente también porque circunstancias de orden internacional aconsejan la conservación de una distinción honorífica destinada a premiar servicios de dicho carácter y virtudes cívicas, altos merecimientos para con la Humanidad, la Patria y la República o méritos relevantes en la política, en la ciencia, en las artes y en las letras.”41 No obstante, como complemento a la Orden de Isabel la Católica, se creó la Orden de la República,42 una condecoración “sin aquellas características que incorporaban las antiguas órdenes y que las hacían incompatibles con el espíritu del nuevo régimen”.43 Después de la Guerra Civil, el régimen de Franco se tomó su tiempo antes de restaurar las leyes que habían estado en vigor hasta 1931. Los primeros pasos fueron la creación, en 1937, de la nueva Orden Imperial del Yugo y las Flechas y la restauración de la Orden de Isabel la Católica (la cual coexistió durante un tiempo con su homónima en la zona republicana). El 11 de abril de 1939 se otorgó la Orden de Alfonso X El Sabio y, en 1942, fueron restauradas la Orden de Carlos III, la Orden del Mérito Civil y la Orden del Mérito Agrícola. Por último, en 1944 fueron creadas dos nuevas órdenes: la Orden de San Raimundo de Peñafort y la Orden de Cisneros. *** De acuerdo con el artículo 62.f) de la Constitución Española de 1978, la concesión de todo tipo de honores y distinciones se reserva exclusivamente a SM el Rey, viniendo a confirmar así una tradición ancestral. Sin embargo, y a pesar de este principio tan nítido, de facto, —y aunque la concesión se haga siempre en nombre del Jefe del Estado— es el poder ejecutivo quien confiere las condecoraciones: el Gobierno las de mayor rango (Grandes cruces y Collares) y el Ministerio correspondiente las de menor. Tradicionalmente se ha considerado que estas concesiones eran completamente discrecionales. No obstante, recientes interpretaciones del artículo 106.1) de la Constitución y de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa han considerado que, como mínimo, todos los criterios objetivos respecto de la adjudicación pudieran ser objeto de revisión por los tribunales. Lamentablemente, esto rara vez ocurre, y las irregularidades no son una excepción (Ceballos-Escalera y GarcíaMercadal, 2003:74). Varias obras, algunas de ellas de forma muy amplia, han estudiado las Órdenes Españolas y sus estatutos. Entre ella podemos destacar las siguientes: Gorregaray Gil (1864-1865), Silva Jiménez (1906), Sosa (1913-1915), Fernández de la Puente (1953), Calvo Pascual (1987), Grávalos y Calvo (1988), Lorente Aznar (1999), Pérez Guerra (2000), así como el estudio ya citado de Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003). A las anteriores podríamos añadir varias monografías centradas en órdenes específicas.44 Cabría resumir, que el actual sistema español de condecoraciones civiles 41 Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 30. Para un informe detallado de la historia de esta orden ver Fernández-Xesta (2001). 43 Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 31. 44 Por ejemplo, véanse Kalff (1963), Terlinden (1970), Azcárraga (2001) y Ceballos-Escalera (2000) en referencia a la Toisón de Oro; Ceballos-Escalera et al. (2007) para la Orden del Mérito Civil; CeballosEscalera et al. (2003) para la Orden de Alfonso XII, etc. 42 13 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 está compuesto por las siguientes (una visión general de las diferentes clases que constituyen estas órdenes figura en el anexo):45 Insigne Orden del Toisón de Oro (fundada en 1496). Real y Distinguida Orden Española de Carlos III (fundada en 1771, reformada en 200246), la más importantes de las órdenes españolas, cuya lema es “virtuti et merito” (a la virtud y al mérito). Real y Americana Orden de Isabel la Católica (fundada en 1815; reformada en 1998), y lleva por lema “A la lealtad acrisolada”. Orden Civil del Mérito Agrícola (fundada en 1905; reformada en 1987). Orden al Mérito en el Trabajo (fundada en 1926; reformada en 1982). Orden de Alfonso X El Sabio (fundada en 1939). Esta orden sustituyó a la Orden de Alfonso XII (establecida en 1902). Orden Civil de Sanidad (fundada en 1943). Orden Imperial del Yugo y las Flechas (fundada en 1937). Orden de San Raimundo de Peñafort (fundada en 1944). Orden de Cisneros (fundada en 1944). Orden del Mérito Civil (fundada en 1926; reformada en 1998). Orden del Mérito Deportivo (fundada en 1982). Orden de la Solidaridad Social (fundada en 1988). Orden del Mérito Constitucional (fundada en 1988). Orden al Mérito del Plan Nacional sobre Drogas (fundada en 1995). Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo (fundada en 1995). Un par de puntos han de ser matizados en referencia a estas órdenes: en primer lugar, la Insigne Orden del Toisón de Oro no es propiamente una orden española, sino una orden dinástica, vinculada a la Casa de los Borbones. Por su parte, la Orden Imperial del Yugo y las Flechas y la Orden de Cisneros no se han otorgado desde 1978, —la primera debido a su fuerte simbolismo falangista, la segunda sin razones tan evidentes— aunque todavía hay muchos portadores vivos. Finalmente, las últimas cinco órdenes y, de forma más agravante, las tres últimas, no son propiamente órdenes —aunque erróneamente lleven tal denominación— sino condecoraciones (Ceballos-Escalera y García-Mercadal, 2003:65).47 Por tanto, las obviaremos en el análisis empírico de nuestro estudio. 45 También contamos con cuatro órdenes “históricas” que derivan directamente de las medievales órdenes de caballeros —Orden de Santiago, Orden de Alcántara, Orden de Calatrava y la Orden de Montesa— las cuales, de todos modos, han degenerado en una especie de “club nobiliario” siendo, por tanto, excluidas de nuestro estudio. 46 Se refiere en todas los casos al año de la reforma más reciente. 47 Véanse las definiciones supra. 14 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 4.- Sobre la devaluación del mérito (¿existe una inflación de órdenes?) Al igual que otros bienes, las medallas, órdenes y distinciones tienen un valor positivamente relacionado con la escasez. Por lo tanto, aumentar el número de condecoraciones otorgadas, podría reducir su valor percibido, especialmente si es debido a una relajación del mérito subyacente requerido.48 Como hemos tenido ocasión de apuntar anteriormente, esta cuestión ya fue señalada por Esquines: “Pero ¿eran entonces los hombres mejores que ahora? Los honores eran entonces raros entre nosotros y el nombre de la ciudad era honrado. Pero ahora el motivo ha perdido su valor y dais coronas por costumbre, no deliberadamente.”49 Dos milenios y medio más tarde, el asunto sigue sin resolverse en España, como demostraremos más adelante, ya que existe un claro crecimiento en el número de concesiones, a la par que se ha experimentado un aumento en el número de condecoraciones (o clases de órdenes ya existentes). Esto ha ido acompañado, de una frecuente concesión —al menos en apariencia— arbitraria, a menudo, por “uso y costumbre”.50 Por consiguiente, no es de extrañar la advertencia de Jiménez de Asúa al respecto: “Pero hoy la recompensa honorífica siente pesar sobre ella un mayor descrédito; el desprecio, ese gran destructor de prestigios, está arruinando el valor de las distinciones. Es necesario confesar que las causas son justificadas. Hoy la condecoración no es el recuerdo de una acción virtuosa o heroica, sólo ya conservada en la memoria de su autor como motivo de envanecimiento; es algo que adorna con su brillo, que completa un traje de fiesta; los uniformas, con su magnificencia y su esplendor, no significan para muchos, el distintivo de un Cuerpo, sino un objeto de adorno; así, las insignias, los collares, las cruces, son un complemento más, decorativo. Muchas veces ya no tienen como fin recompensar: cuando un soberano hace un viaje por una nación extranjera, el Jefe de la Potencia visitada concede condecoraciones al séquito del regio huésped, es una reminiscencia de la antigua costumbre de los mutuos presentes, como fuente de amistad; no tienen ninguna significación laudativa. El abuso y la desnaturalización de las distinciones ha traído su descrédito.”51 Este aumento en el número de concesiones —y su posterior devaluación— podría deberse a tres posibles razones: 48 Parthey (1907), pp. 450-451 indica una forma de inflación intencionada en una condecoración: con el objetivo de degradar la Legion d’Honneur otorgada por Napoleón (véase la nota al pie 11), a los ojos de los franceses, Luis XVI ideó como remedio el otorgamiento masivo de esta orden —normalmente destinada a los valientes del frente de batalla o por méritos extraordinarios— como un premio para escolares y estudiantes destacados. Además, se crearía una nueva Orden de San Luis que debía ser usada simultáneamente por todos los caballeros de la Legión de Honor. Sin embargo, el sentido del honor de los franceses reaccionó de forma tan adversa, que el rey se vio obligado a abandonar por completo esta idea. Y, en efecto, la orden mantuvo su prestigio, y fue de nuevo llevada con orgullo. Este hecho no escapó a la atención de los viajeros extranjeros como se puede leer, entre otros, en las memorias de Schack (1888). El prestigio de la condecoración continuó siendo tal, que Von Bismarck (1898, I, 81-82) recordaba como en un altercado público los agentes del orden cesaron la violencia contra las masas al detectar entre los manifestantes un “Monsieur décore”. 49 Esquines [330 a. C.] (1961). 50 La costumbre de otorgar condecoraciones a visitantes extranjeros —de la que proviene el uso diplomático de “intercambio de órdenes” aún hoy en vigor— tiene su origen en la Edad Media y provocó que algunas órdenes, como el Toisón de Oro, fueran incompatibles con cualquier otra condecoración. Keen (1987) pp. 278-280. 51 Jiménez de Asúa (1915), p. 55. 15 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 (a) Un aumento de las personas meritorias, como resultado de una sociedad más virtuosa. (b) Una relajación de los méritos necesarios, o peor aún, su concesión “rutinaria” (el problema apuntado por Esquines). (c) Un control menos limitado de la concesión, a fin de reducir al mínimo el número de falsas no-adjudicaciones (error de tipo II o “falso negativo”). Y de nuevo, también Schopenhauer fijará su atención en este riesgo de inflación, aduciendo que: “[…] Las condecoraciones pierden su valor cuando son otorgadas injustamente, o sin la debida selección, o con demasiada frecuencia. Por lo tanto, el Soberano debería ser tan cuidadoso en su concesión como un hombre de negocios al firmar una letra de cambio.”52 Cabe destacar, que el símil monetario además de por Esquines y Schopenhauer — aunque en el primer caso de una forma más intuitiva— es empleado también explícitamente por Jiménez Asúa (“desacreditar”) y por Beccaria, cuando, refiriéndose a las condecoraciones, afirma que: “La moneda del honor es siempre inagotable y fructífera en las manos del sabio distribuidor”.53 Con respecto al punto (c), se impone señalar que la concesión de condecoraciones no sólo actúa como un incentivo positivo para la persona condecorada (o al que aspira a recibirla), sino que también puede tener un efecto negativo externo, —simultáneo— en la persona decepcionada por no recibirla cuando debería (error tipo II). Esta cuestión ya fue motivo de reflexión por parte del padre del moderno Derecho Premial, Jeremy Bentham, al afirmar que: “Entre los individuos colocados en una línea de igualdad no se puede favorecer a unos con un grado de elevación, sin hacer sufrir a otros un rebajamiento relativo”.54 Más de un siglo después, la cuestión seguía siendo aguda, como se demuestra en el discurso de Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes el 22 de agosto de 1944: “Una medalla brilla, pero también ensombrece. La tarea de regular la concesión para tales premios no admite una solución perfecta. No es posible satisfacer a todo el mundo sin correr el riesgo de no satisfacer a nadie. Lo único que es posible es dar la mayor satisfacción al mayor número y tratar de herir el sentimiento de los menos.”55 Sin embargo, al tratar de minimizar errores de tipo II, debería ser recordado que ambos fallos —errores y arbitrariedad— son mucho menos graves en materia de recompensas que en materia de castigos (Holbach, 1904:6). *** En general, los regímenes totalitarios son especialmente propensos a la creación y concesión de órdenes —tanto militares como civiles— independientemente de ser de 52 Schopenhauer [1851] (1909), IV, p. 426. Beccaria [1764] (1991), p. 83. 54 Bentham (1818), pp. 34-35. 55 Citado en Frey (2005), pp. 25-26. 53 16 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 extrema derecha56 o de extrema izquierda.57 Por supuesto, la inflación de las condecoraciones se produce principalmente en tiempos de guerra y es más grave cuanto más persista el conflicto. Por ejemplo, el estadounidense Corazón Púrpura fue otorgado sólo tres veces durante la Guerra Civil, pero 28.686 veces durante la batalla de Iwo Jima (Frey y Neckermann, 2006:4). Algo similar ocurrió con la prusiana (luego alemana) Cruz de Hierro, aunque en este caso la inflación se corrigió de alguna manera por la creación de clases adicionales.58 Sin embargo, el fenómeno de la inflación de condecoraciones ha sido también experimentado en tiempos de paz por las órdenes civiles. Tal vez los ejemplos más conocidos sean los de las antiguas repúblicas socialistas (las cuales, dicho sea de paso, en su esfuerzo por una sociedad sin clases establecieron órdenes de clase única — y que, por lo tanto, no debieran ser consideradas órdenes, sino medallas). De hecho, los países comunistas presentaban un elaborado sistema de honores con cientos de condecoraciones (siendo probablemente la más famosa la de Héroe del Trabajo), habiéndose estimado que aproximadamente uno de cada 1.000 rusos (hombres, mujeres y niños) recibieron un galardón del estado (Phillips, 2004:56), una cantidad muy superior a la mayoría de países comparables (Frey, 2005:14). Lo mismo ocurrió en la antigua RDA. Por el contrario, sólo uno de cada 10.000 alemanes ha sido galardonado con la Bundesverdienstkreuz, incluyendo todas las clases de la orden (Fuhrmann, 1992:8). De todos modos, como ocurre con la inflación monetaria, el proceso es reversible y se puede corregir —aunque mucho más lentamente— como demuestra el ejemplo alemán. Después de los complejos y a menudo redundantes sistemas de premios en vigor durante el Segundo Reich y la inflación de concesiones experimentada durante el período nazi, la República Federal de Alemania decidió conceder un único galardón, la Bundesverdienstkreuz (en analogía a la francesa Légion d’Honneur). Este hecho podría hacer creer que ha habido un aumento en la concesión de esta orden. A pesar de ello, ha ocurrido lo contrario: en su objetivo de mantener el valor y la apreciación pública de la orden, está siendo otorgada de manera cada vez más escasa (de 5.257 concesiones en 1991 a menos de la mitad, 2.312 en 2006). Otra forma de minimizar una posible inflación es garantizar que las personas tengan que “ascender lentamente por una escalera social de clases para un premio” (Frey, 2005:26). Esto ocurre, por ejemplo, en la italiana Ordine al Merito, para cuya obtención se requiere una edad mínima de 35 años, no pudiéndose saltar ningún grado. Los receptores deben trabajar su escalada desde Cavaliere, Ufficiale, Comendador, Grande Ufficiale, Cavaliere di Gran Croce hasta Cavaliere de Gran Croce di decorato Gran Cordone. Por último, la solución más simple no debería ser olvidada. Así como en economía controlar (es decir, sobre todo evitar) la inflación requiere unos bancos centrales con la mayor independencia posible del poder político, por el mismo principio, evitar una inflación de órdenes requiere una evaluación hecha por un tribunal (habitualmente una Cancillería) que sea independiente del Ejecutivo. Como hemos indicado antes, esto no ocurre en España. Sin embargo, según lo declarado ya en su momento por La Grasserie (1900:395): “esta idea tan simple que, puesto que el castigo no puede ser más que el resultado de un juicio, hace falta también un juicio para otorgar la recompensa, no ha germinado todavía en el cerebro social”. 56 Para una revisión de las órdenes otorgadas por la Alemania nacionalsocialista, véase entre otros, Klietmann (1991). 57 Véase, entre otros, McDaniell y Smith (1997). 58 Véanse Hütte (1968), Wiliamson (1984), Bowen (1986), Nimmergut (1990) y Previtera (2007). 17 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 En conjunto, podemos concluir que, en una analogía casi perfecta con la economía, donde un aumento en la cantidad de dinero en circulación conduce a una reducción del valor del mismo, un aumento en el número de órdenes otorgadas implicará una disminución en el valor percibido de las mismas y de los méritos subyacentes, pervirtiendo así su función original. Por lo tanto, es necesario “ser avaro con las recompensas, porque su prestigio depende de su escasez” (Jiménez Asúa, 1915:57). En el epígrafe siguiente vamos a tratar de contrastar empíricamente si los gobiernos españoles han actuado de acuerdo con este principio en la concesión de condecoraciones civiles. 5.- Análisis Empírico En los últimos años, los medios de comunicación han dirigido su atención al tema de las condecoraciones, preferentemente —cuando no exclusivamente— en aquellos casos de otorgamiento de dudoso merecimiento o, directamente, sospechosos de favoritismo.59 Este hecho genera en la opinión pública una lógica suspicacia ante las órdenes, que acaba poniendo en entredicho el sistema premial en su conjunto y, más concretamente, las condecoraciones (cf. Castellano, 2010). Valga recordar tan sólo unos pocos ejemplos como botón de muestra: Frente a la costumbre de conceder a un ministro saliente la Gran Cruz de la orden correspondiente a su ministerio (por lo general el primer acto del nuevo ministro), el ex ministro de Defensa, José Bono, decidió otorgarse a sí mismo la Orden del Mérito Militar al inicio de su mandato (aunque posteriormente anunció que la devolvería). Un segundo ejemplo sería la Comisión encargada de evaluar la televisión pública española. Las conclusiones de su estudio fueron, cuanto menos, ya que se afirmaba que la televisión pública no sería viable nunca más si se continuaba gastando más de lo que se ingresaba (¡sic!). Por este trabajo, todos los miembros recibieron la condecoración española de mayor importancia, la Gran Cruz de Carlos III, muchos de ellos saltándose varios grados. Más recientemente, la generosa concesión de órdenes (por más ende pensionadas) por el Ministro de Interior a los responsables de algunas investigaciones de dudosa efectividad, ha aumentado las sospechas sobre la regularidad de los otorgamientos. Igualmente agravante ha sido percibida por una parte importante de la población la concesión de la máxima orden española, la Gran Cruz de Carlos III al responsable marroquí de la toma del islote de Perejil. ¿Significan estos casos que se da una devaluación del mérito fruto de la relajación de los requisitos justificativos de la concesión de órdenes? Dado que en actual etapa de nuestra investigación sólo disponemos de información numérica limitada —habida cuenta de que las respectivas cancillerías de las órdenes nos han negado los datos referida a las clases inferiores alegando el secreto estadístico— habremos de limitarnos 59 No deja de resultar llamativa la escasa cobertura de la que, por el contrario, son objeto los otorgamientos de condecoraciones “sobradamente justificadas”. Habitualmente, estas noticias queden relegadas a la sección de “Agenda”. Únicamente si el premiado es un personaje mediático la noticia pasa a una sección de mayor relieve (así el otorgamiento de los Gran Cruz del Mérito Civil a J.M. Serrat o la Medalla del Mérito al Trabajo a alguna actriz famosa, etc. Lógicamente, cabe señalar alguna notable excepción, como ha sido el amplio eco que ha encontrado en los medios de comunicación la reciente concesión de la Medalla de Oro al Mérito en la Investigación a Santiago Grisolía. 18 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 a dar respuesta a esta pregunta extrapolando a partir de los grados superiores. Por consiguiente, los únicos datos disponibles por el momento son los relativos al número de Grandes Cruces y Collares otorgados a partir de 1995, coincidiendo con información que, por imperativo legal, tiene que ser publicada en el BOE.60 Por lo tanto, nuestro análisis empírico se ha de limitar por el momento a las clases más altas de cada orden en los años comprendidos entre 1995 y 2009. El gráfico 1 recoge la evolución en el número de condecoraciones otorgadas durante el período en cuestión (en el anexo se encuentra la misma información detallada para cada orden individual incluyendo la representación gráfica de la tendencia). Tal y como se desprende de los mencionados gráficos, los datos apuntan a una clara tendencia de aumento en el número de condecoraciones concedidas a lo largo del período estudiado. Únicamente tres —la Orden de Alfonso X El Sabio, la Orden de San Raimundo de Peñafort y la Orden de la Seguridad Social (esta con un levísimo incremento)— presentan una ligera disminución (o permanecen constantes) entre 1995 y 2009. En consecuencia, podemos concluir, que en ocho de once órdenes, se ha registrado un aumento (en algunos casos agudo) en el número de condecoraciones otorgadas. Esto vendría a validar, en principio, nuestra hipótesis acerca de la inflación del sistema español de condecoraciones civiles. Tal y como hemos señalado ya anteriormente, esta tendencia alcista es contraria a la que se está aplicando en países como Alemana con respecto a la Cruz del Mérito (Bundestverdienstkreuz, vid supra) o la Legion d`Honneur francesa, como se muestra en el gráfico 2 (dado que en nuestro caso trabajamos con una serie relativamente corta, no hemos considerado necesario relativizar los datos en término per cápita, como sí ocurre en el gráfico 2). Otras dos cuestiones merecen ser señaladas. En primer lugar, resulta llamativo que la Gran Cruz con un menor otorgamiento (y por tanto, en principio, la más “meritoria”, sea la correspondiente a la Orden del Mérito Agrario, y eso a pesar de que ésta se otorga en tres sub-secciones. Por otro lado, y tal y como se desprende del gráfico 3, el número de concesiones a mujeres durante el período mencionado apenas excede, en total, el 17 por ciento (porcentaje que resulta algo mayor en la Medalla del Trabajo, en la Orden de Carlos III y en la del Mérito Deportivo). A modo de comparación: de 1965 a 2004, el porcentaje de órdenes concedidas a las mujeres en Gran Bretaña, pasó de alrededor de un 16 a un 35 por ciento (Phillips, 2004:73). A su vez, en el caso de la Bundesverdienstkreuz alemana, se pasó de un 16 por ciento de condecoradas al 25 por ciento en 2007, momento en el que el entonces Presidente de la República Federal, el conservador Horst Köhler, decidió adoptar una política que tuviera más en cuenta las propuestas de mujeres, por lo que en 2009 alcanzó el 30,5 por ciento. Por su parte, la Legión de Honor gala ha pasado de una cuota femenina del 8 por ciento en 1985 al 18 por ciento en 2006, manteniendo desde entonces una clara tendencia hacia una mayor equidad, como demuestra el hecho de que ya en 2005 en porcentaje de mujeres propuestas hubiera alcanzado el 50 por cierto. No deja de resultar llamativo que tras casi dos legislaturas de un gobierno progresista, que ha proclamado la igualdad imperativa entre sexos uno de sus objetivos prioritarios, haya pasado tan asombrosamente por alto esta cuestión. 60 En una segunda fase se pretende obtener datos más detallados, desglosados para cada clase de condecoración, la fecha exacta de otorgamiento y el sexo de la persona galardonada. En estos momentos estamos en contacto con los distintos ministerios con el fin de obtener dicha información. 19 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 Fuente: Salvo que se indique lo contrario, todos los gráficos y recuadros son de elaboración propia. Gráfico 2: Otorgamientos per cápita de la Legión de Honor francesa Fuente: www.legiondhonneur.fr 20 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 6.- Conclusiones El principal objetivo de este estudio ha sido la realización de un análisis del sistema laudativo español desde un enfoque económico. Para ello, y tras un breve repaso de la evolución histórica del Derecho Premial, hemos considerado conveniente indagar en el concepto de “mérito” y de “meritorio” como base de aquellas obras y acciones que debieran ser merecedoras de una distinción social. A su vez, tras haber presentado sucintamente el actual sistema español de condecoraciones civiles, nos hemos adentrado en la cuestión nuclear de este trabajo, a saber, el riesgo de que un otorgamiento desmesurado de órdenes y medallas derive en una inflación de las mismas, devaluando así los hechos meritorios subyacentes a las distinciones y conduciendo, por ende, a una perversión del sistema de recompensas —es decir, del Derecho Premial— en su conjunto. El estudio se completa con una primera aproximación empírica al tema — preliminar en tanto que únicamente disponemos de datos referidos a las clases superiores de cada orden— a fin de contrastar si la anterior hipótesis se confirma en el caso español. Esta cuestión, que en tiempos recientes apenas ha atraído la atención de los políticos españoles, ha sido en cambio objeto de intensos estudios y debates parlamentarios en otros países europeos (véase, por ejemplo, Philips, 2004 y la Oficina del Gabinete, Reino Unido, 2005). No asombra, pues, que en nuestro país comience a ser acuciante una revisión del Derecho Premial vigente. Como ya hemos señalado con anterioridad, España presenta una tendencia radicalmente opuesta en el número de concesiones de condecoraciones civiles, al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en Francia y Alemania. Más allá de esta incipiente “inflación” de órdenes, llaman la atención las importantes diferencias en los otorgamientos por sexos que se dan en el caso español, claramente sesgadas a favor de los hombres, siendo mucho menos equitativa en este sentido que otros países europeos. Por último, el sistema laudatvo español adolece de una proliferación de órdenes y condecoraciones autonómicas sin un claro ordenamiento entre sí ni con respecto a las nacionales. En este sentido, la política seguida en Alemania 21 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 de imponer un máximo de condecoraciones a otorgar por año (restringiendo a treinta el número de Cruces de Mérito destinadas a políticos parlamentarios), e impulsando las propuestas de candidatas femeninas. Al margen de estas cuestiones, Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003:47-48) apuntan una serie de reformas necesarias, que, a grandes rasgos, compartimos: a) El reforzamiento del papel de la Corona como vínculo identitario del sistema de honores y distinciones español.61 Para ello, los galardones deberían ir acompañados de un acto de la mayor solemnidad y ceremonia posible, articulado en torno a la figura del monarca, tal y como ocurre en el caso británico. b) Una drástica simplificación de las distinciones actualmente existentes, manteniendo las más arraigadas —con unos criterios de concesión nítidos y rigurosos— y refundiendo las demás en la Orden del Mérito Civil, evitando, en la medida de lo posible, cualquier duplicidad. c) La creación de una única Cancillería de Títulos, Órdenes y Condecoraciones, dependiente de Presidencia del Gobierno. d) La recuperación de la Jefatura de Protocolo del Estado. e) La renegociación con la Santa Sede de un nuevo régimen para las Órdenes de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara (cf. la nota al pie 45). f) Sería conveniente que las Órdenes se presentaran, de forma análoga a lo que ocurre con la Legión de Honor francesa, en internet (p.e. www.legiondhonneur.fr), presentando sus estatutos, difundiendo noticias relacionadas con la orden, organizando exposiciones, etc., dotando así de contenido a las órdenes y poniendo fin a la opacidad imperante en ellas hasta el momento. Cabe indicar que, a pesar de lo señalado en el punto (b), la “activación” de nuevas órdenes tal y como ha ocurrido recientemente con la Medalla al Mérito en la Investigación —fundada en 1980— puede resultar sumamente útil.62 Valga citar al final de este trabajo las palabras de Montesquieu, cuyo discurso sigue siendo aún válido más de dos siglos y medio después de que fueran escritas: “En los Gobiernos despóticos, como hemos dicho, lo que determina a actuar es únicamente la esperanza de las comodidades de la vida, y así el príncipe no puede recompensar más que dando dinero. En una Monarquía, donde reina el honor, el príncipe recompensaría únicamente con distinciones, si las distinciones que establece el honor no llevasen consigo un lujo que crea necesidades; así pues, el príncipe recompensa con honores, que a su vez proporcionan fortuna. Pero en una República, donde reina la virtud, motivo que se basta a sí mismo y que excluye a los demás, el Estado no recompensa más que con testimonios de dicha virtud. Es regla general que la gran cantidad de recompensas en la Monarquía y en la República son signo de decadencia, porque prueban que sus principios están corrompidos: en una, la idea del honor ya no tiene tanto vigor; en otra, la cualidad de ciudadano se ha debilitado. Los peores emperadores romanos fueron aquellos que más dieron, por ejemplo Calígula, Claudio, Nerón, Otón, Vitelio, Comodo, Heliogábalo y Caracalla. Los mejores, como 61 El poeta Novalis (Friedrich von Hardenberg) (1999), como buen romántico, prefería ver sustituidas las órdenes y medallas por regalos reales, si bien desde una perspectiva claramente democrática: “Qué son las condecoraciones? Fuegos fatuos os estrellas fugaces. La cinta de una condecoración, que debería ser una vía láctea, por lo común es sólo un arcoíris, un borde de la tormenta. Una carta, una imagen de la reina; esas serían condecoraciones, distinciones que encenderían hecho extraordinarios. Hasta las amas de casa meritorias deberían obtener insignias parecidas”. 62 Podría, por ejemplo, plantearse una condecoración específica para méritos económicos y empresariales. 22 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 Augusto, Vespasiano, Antonino Pío, Marco Aurelio y Pertinax fueron económicos. En tiempo de los buenos emperadores, el Estado recobraba sus principios: el premio del honor suplía los demás tesoros.”63 Cabe concluir, pues, que es necesario llevar a cabo una revisión, simplificación y ordenación del actual sistema premial que acabe con el descrédito que ahora lo ensombrece y le permita recobrar el necesario prestigio y esplendor que inspiraron originalmente su creación. Recordemos que “la moneda del honor es siempre inagotable y fructífera en manos de un sabio distribuidor”64. Debemos, pues, dejar de considerar las condecoraciones y distinciones como un caduco vestigio del pasado, como un mero residuo anacrónico, y volver a verlas como lo que pueden ser (y de hecho son en nuestros países vecinos): un potente y eficiente mecanismo de recompensa, impuso a la emulación, estímulo a la virtuosidad e incentivo a la excelencia.65 Mas para ello es indispensable controlar el “valor” de las condecoraciones por medio de otorgamientos restrictivos, que no devalúen sino enaltezcan el mérito y la virtud. Sólo una Nación que premie a los mejores, y distinga como ejemplar a los más dignos, una Nación en la que se dé por supuesto que cada orden es pour le mérite, estará sentando las bases para una sociedad más excelsa — ça va sans dire. 63 Montesquieu, [1748] (1984), t. I, p. 80. Véase la nota al pie 53. 65 A lo largo del texto hemos revisado sendos estudios, algunos de ellos muy recientes, que avalan esta afirmación desde un punto de vista económico. 64 23 http://www.ucv.es/jovellanos Documento de Trabajo nº 11 BIBLIOGRAFÍA: Abbt, Th. (1768): Vom Verdienste. Neue vermehrte und sehr verbesserte Auflage. Friedrich Nicolai, Berlin und Stettin. Adkins, A. W. H. (1960): Merit and responsibility: a study in Greek values. Clarendon, Oxford. Aristóteles (1951): Política (Edición bilingüe). Instituto de Estudios Políticos, Madrid. Azcárraga, J. de (2001): La insigne Orden del Toisón de Oro. Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid. Bander van Duren, P. (1995): Orders of Knighthood and Merit. Gerrards Cross, Buckinghamshire. Beccaria, C. [1764] (1991): De los delitos y de las penas. Compañía Europea de Comunicación e Información, Madrid. Becker, G. S. (1974): “A Theory of Social Interactions“, Journal of Political Economy, 82, pp. 1063-1093. Bentham, J. 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