documento - Institutos UCV - Universidad Católica de Valencia

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 SOBRE LA EXTERIORIZACIÓN DEL MÉRITO:
UN ANÁLISIS ECONÓMICO DEL DERECHO
PREMIAL ESPAÑOL
Thomas Baumert y Francisco J. Roldán
Documento de Trabajo nº 11. Marzo 2011
http://www.ucv.es/jovellanos
Documento de Trabajo nº 11
SOBRE LA EXTERIORIZACIÓN DEL MÉRITO: UN ANÁLISIS
ECONÓMICO DEL DERECHO PREMIAL ESPAÑOL
THOMAS BAUMERT y FRANCISCO J. ROLDÁN
Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”
Resumen:
El documento que presentamos analiza por primera vez el Derecho Premial español por
medio de un análisis económico. El trabajo se estructura tal que sigue: : después de la
breve introducción al Derecho Premial se analiza el concepto de "mérito", ofreciendo
una revisión concisa acerca de las órdenes y medallas, y en términos generales, de las
condecoraciones. A continuación, se muestra una visión general del actual sistema
español de Condecoraciones Civiles. En el epígrafe siguiente, se reflexiona sobre el
riesgo de una inflación de Condecoraciones Civiles (lo que implicaría una devaluación
de lo que se considera una "acción meritoria"). En el quinto epígrafe se trata de
contrastar empíricamente esta hipótesis, mediante el análisis de las categorías superiores
de las principales Órdenes Civiles Españolas. Por último, resumimos nuestras
conclusiones esbozando futuras investigaciones relacionadas con este tema, a la par que
apuntamos algunas posibles propuestas de mejora para el sistema español de
condecoraciones civiles.
Palabras clave: Derecho Premial, Órdenes, Condecoraciones, análisis económico del
derecho.
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Documento de Trabajo nº 11
A Juan Velarde Fuertes, quien a sus innumerables méritos,
suma la virtud de la humildad
“Imaginaos, pues, que vosotros sois jueces que presidís un
concurso de virtudes cívicas y considerad que si dais los premios
a pocos pero dignos y de acuerdo con las leyes, tendréis muchos
que tomarán parte en esta lucha por la virtud, pero si lo otorgáis
por complacer al favoritismo y a los intrigantes, pervertiréis
incluso a las naturalezas honestas”.
Esquines, Contra Ctesifonte. 1.- Introducción
“Otro medio de evitar los delitos es recompensar la virtud.”1 Esta afirmación incluida en
la última parte del célebre tratado de Beccaria Dei delitti e delle pene (1764), sintetiza la
esencia de lo que llegaría a convertirse en el Derecho Premial —o Laudativo— y, desde
un punto de vista económico, en el arte de los incentivos públicos. Esto es, la concesión
de distinciones honoríficas —incluyendo órdenes, condecoraciones y medallas— como
una forma de reconocer públicamente el mérito a través de su exteriorización, actuando
así simultáneamente como recompensa, como estímulo a la virtuosidad y como
incentivo a la excelencia (cf. Fehr and Falk, 2002).
Desde tiempos del antiguo Egipto,2 es costumbre que el Estado (o el Soberano) distinga
a aquellos ciudadanos que hayan alcanzado méritos excepcionales —tanto militares
como civiles— con órdenes, medallas, títulos y honores. La idea subyacente no es otra
que diferenciar a estas personas del resto, permitiéndoles exteriorizar sus méritos por
medio del derecho a usar un objeto ampliamente reconocido como una distinción.3
Hasta llegar a nuestros días, las medallas y órdenes se han generalizado a través de casi
todas las naciones,4 independientemente de su forma de gobierno, tamaño o tradición
cultural:5 desde repúblicas como Francia y Estados Unidos,6 hasta monarquías como
1
Beccaria [1764] (1991), p. 83.
Las órdenes y condecoraciones ya eran conocidas en el Antiguo Egipto. Disponemos de numerosas
evidencias de que los faraones recompensaban a sus valientes soldados y sirvientes destacados con
collares adornados con colgantes antropomorfos.
3
Esto ocurre directamente con órdenes y medallas que se llevan en el uniforme de gala (o como miniatura
o pequeña cinta en un traje civil), pero también indirectamente con otros premios, como los honores. Por
ejemplo, es común ver a miembros de la nobleza usar anillos con el escudo familiar — otro objeto que es
ampliamente reconocido como una distinción.
4
Cabe destacar una importante excepción: la Confederación Suiza no otorga ninguna orden en absoluto
(aunque permite a sus fuerzas armadas aceptar y exhibir condecoraciones extranjeras).
5
Para una visión general de las órdenes y condecoraciones y su evolución a través de la historia véanse,
entre otros, Hyeronymussen et al. (1966), Gritzner (1893), Klietmann y Neubecker (1984), Honig (1986),
Perrot (1988), Damián (1991), Bander van Duren (1995) así como Mericka y Zwiebel (1995). Una —si
bien incompleta— recopilación de las órdenes por naciones puede encontrarse en Frey (2005), pp. 39-68
(apéndice).
6
A diferencia de lo que comúnmente se cree, los Estados Unidos cuentan con un número importante de
condecoraciones civiles, entre otras la Presidential Medal of Freedom, la Presidential Citizens Award, la
Congressional Gold (and Silver) Medal, etc. Las cosas parecen haber cambiado mucho desde que Julio
Verne describiera en 20.000 Leguas de viaje Submarino “[…] un bello ejemplar del Pez Caballero
americano, el cual, cubierto con todas las condecoraciones y cintas de órdenes, es autóctono de las costas
2
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Documento de Trabajo nº 11
España o Reino Unido. Desde dictaduras —de derechas como la Alemania nazi o
socialistas como la antigua RDA o la URSS— a democracias como la antigua Atenas.
Incluso el Vaticano cuenta con un importante número de distinciones en forma de
órdenes y condecoraciones.7 No debe extrañarnos, pues, que el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer, generalmente muy pesimista en cuanto a la naturaleza humana y sus
instituciones, mantuviera, por el contrario, una actitud ciertamente positiva hacia las
condecoraciones. Así, refiriéndose a la orden prusiana Pour Le Mérite (fundada en 1740
por Federico el Grande),8 señaló en las Parerga y Paralipomena:
“Las órdenes pueden considerarse letras de cambio giradas sobre la opinión pública, cuyo
valor depende del crédito del librador. Actualmente se han convertido, al margen del ahorro
que significan al Estado como substitutos de las recompensas pecuniarias,9 en una
institución bastante útil, siempre que su reparto ocurra con juicio y criterio. Pues la gran
masa tiene ojos y oídos, pero poco más, poca capacidad de juicio y aún menos memoria.
Algunos méritos quedan fuera de su alcance de comprensión, otros los entienden y celebran
al principio para olvidarlos enseguida. Así, considero muy acertado que una cruz o estrella
proclamen a las masas en todo momento: ‘Este hombre no es como vosotros: él tiene
mérito’. […] Por lo tanto, es un pleonasmo que cualquier orden lleve inscrita ‘pour le
mérite’, puesto que todas las órdenes deberían ser al mérito, —ça va sans dire—.”10
El ça va sans dire final de Schopenhauer muestra como lo que a él le parecía evidente
—una orden sólo tiene sentido si recompensa un mérito— no era una realidad extendida
a mediados del siglo XIX, donde el estatus social y los privilegios heredados podían
llegar a tener más importancia que los actos meritorios en sí mismos. Como indican
Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003:26), “si pasamos por alto los benéficos
logros que en esta materia [órdenes] inspiró el bonapartismo,11 muchas veces no se trató
estadounidenses, curiosamente la nación en la que las órdenes y condecoraciones son menos
consideradas”. Citado en Orseno (2006), p. 117.
7
Entre otras órdenes vaticanas destacan la Orden de Cristo, la Orden de la Espuela de Oro, la Orden de
Pío XII, la Orden de San Gregorio el Grande y la Orden de San Silvestre.
8
La orden lleva la inscripción Pour le Mérite, puesto que el francés era la lengua oficial de la corte
prusiana durante el reinado de Federico el Grande. Aunque originalmente fundada como una orden
estrictamente militar, en 1842 se estableció también una versión civil de la misma (que, por cierto, se
sigue concediendo). Parece que Schopenhauer se refería a ésta. El último caballero de la Pour le Mérite
militar, el ilustre escritor Ernst Jünger, murió en 1998 a la edad de 102 años. Para una historia detallada
de esta orden véase, entre otros, Previtera (2005).
9
Valga recordar, a modo de ejemplo, que la financiación necesaria para la creación de la Sociedad
Kaiser-Wilhelm —predecesora de la actual sociedad Max Planck— fue reunida por el Emperador
Guillermo II otorgando la Gran Cruz de la Orden del Águila Negra prusiana a todos aquellos industriales
que contribuyeron con una donación superior a 100.000 marcos a la fundación de la misma.
10
Schopenhauer [1851] (1909) IV, pp. 425-426.
11
En el “antiguo régimen” había un gran número de órdenes y condecoraciones, entre otras, la Orden de
San Miguel (fundada en 1469). Más adelante, el “Convento” suprimió todo tipo de premios,
sustituyéndolos por distinciones no jerárquicas como espadas grabadas, coronas de hojas de roble, etc. En
su tiempo como cónsul, Napoleón amplió el número de estas recompensas, llegando a otorgar más de dos
mil en los treinta primeros meses de su consulado. Sin embargo, Napoleón no quedó satisfecho con ello.
Los buenos resultados obtenidos tras la concesión de “banderas de honor” a los regimientos más
valientes, le hicieron proponer al Consejo de Estado en 1802 la posibilidad de otorgar una condecoración
accesible a todos los franceses, fueran civiles o militares. Uno de los miembros del Consejo protestó,
tildando las condecoraciones de “fruslerías” (des Hochets). La respuesta de Napoleón: “¿Fruslerías? Con
estas fruslerías los hombres son conducidos a la batalla. […] Voltaire afirmó que todos los soldados eran
Alejandros a cinco sous al día. Estaba en lo cierto. ¿De verdad creéis que se puede acabar con el enemigo
solamente con un buen plan de batalla? ¡Jamás! En las repúblicas, los soldados han obtenido grandes
logros cuando han sido impulsados por su honor. […] No diré que una orden pueda salvar a la República.
Pero puede ser una gran ayuda.” Cronin (1983), pp. 266-267. Esta nueva orden, la Legión de Honor (de
hecho, la primera orden moderna) no sólo era accesible al ejército indistintamente del rango individual,
sino también a la población civil, de acuerdo con el principio de Napoleón según el cual “cette institution
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tanto de reconocer públicamente méritos y servicios más o menos extraordinarios, como
de satisfacer la fatuidad de las oligarquías y clientelas políticas del momento”.12 Así
pues, cabe entender el comentario final del filósofo germano como un guiño irónico
(Fuhrmann, 1992:8).
***
En términos generales, los incentivos han recibido la atención no ya de los economistas,
sino también de otras áreas afines a las ciencias sociales como la Sociología o el
Derecho.13 Sin embargo, el interés se ha centrado casi exclusivamente en los incentivos
monetarios (así recientemente Stiglitz, 2006), dado que este tipo de compensación
permite maximizar la utilidad del receptor (Becker, 1974),14 o en incentivos no
monetarios (vehículos de empresa, mejores oficinas, etc.) englobados bajo el término
fringe benefits. A su vez, el Análisis Económico del Derecho ha estudiado
principalmente los incentivos negativos, tales como multas y castigos.15 A pesar de ello,
una categoría principal —si no la de mayor importancia— de incentivos positivos
usados por los estados, ha sido hasta la fecha prácticamente ignorada por políticos y
académicos: la concesión de órdenes, medallas, condecoraciones y otras distinciones
honoríficas —es decir, el Derecho Premial— a las que ya se refería Beccaria
lamentando que:
“Sobre este asunto [el Derecho Premial] observo al presente en las leyes de todas las
naciones un silencio universal.16 Si los premios propuestos por las Academias a los
descubridores de las verdades provechosas han multiplicado las noticias y los buenos libros,
¿por qué los premios distribuidos por la benéfica mano del Soberano no iban a multiplicar
asimismo las acciones virtuosas?” 17
Disponemos de evidencias que apuntan a que el propio Beccaria tenía la intención de
escribir un completo Tratado de Derecho Premial, aunque finalmente no culminase su
mel sur le même rang prince, le maréchal et le tambour”. Para una historia de la legión de Honor, véase
Daniel (1948). A modo de anécdota, cabe indicar que durante la Primera Guerra Mundial la Legión de
Honor fue otorgada a título póstumo a ¡una paloma mensajera!, que, tras entregar el mensaje que portaba,
murió a consecuencia de los gases tóxicos inhalados sobre las trincheras. Prusia reaccionó ante la Legión
de Honor otorgando la Cruz de Hierro, con similares características “democráticas”. Véase Nimmergut
(1990), pp. 34-35. Referencias adicionales a la Cruz de Hierro pueden encontrarse en la nota al pie 58.
12
Esto ha sido —y continúa siendo— especialmente cierto en el parqué diplomático. Von Bismark
incluyó en sus memorias la anecdótica respuesta del embajador prusiano von Jordan ante la sugerencia de
ceder una de sus muchas condecoraciones: “Je vous les cède toutes, pourvu que vous m’en laisserez une
pour couvrir mes nudites diplomatiques” (von Bismark, 1898, t. I, p. 81).
13
Una visión general de estos estudios, que entre otras cuestiones incluyen la economía de la estima y la
reputación, los bienes invaluables y de posición, los efectos de señalización, los regalos, así como la
literatura de incentivos (en particular, los incentivos no monetarios, intrínsecos y simbólicos) se ofrece en
Frey (2005), p. 9.
14
Para una visión general de la Economía de los Premios, véase English (2005).
15
En realidad, algunos incentivos “positivos” como las reducciones de impuestos, deberían ser
considerados propiamente como una disminución de un incentivo negativo. Desde una perspectiva
jurídica, los premios y condecoraciones son también materia de la Teoría de la Justicia, tratada, entre
otros, por Rawls (1971) y Sen (2009).
16
Cabe señalar una importante excepción histórica: en la antigua Roma la recompensa pública no era un
mero acto social, como ocurre hoy en día, sino el equivalente positivo del Derecho Penal. En este sentido,
von Ihsering (1884), I, pp. 181-182, citando a Tito Livio y Valerio Maximus afirma que, al final de la
República, “el Derecho Premial estaba más desarrollado que el Derecho Penal”.
17
Beccaria [1764] (1991), p. 83. 5
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propósito (Jiménez, 1915:27). Fue finalmente Dragonetti (1836) quien publicó un
Tratado de las Virtudes y los Premios. Sin embargo, es Jeremy Bentham (1818) a quien
debemos considerar el padre fundador del Derecho Premial gracias a su obra Théorie
des Peines et des recompenses. Más adelante, La Grasserie (1900) publicaría un
importante artículo en La Scuola positiva acerca de este tema en el que afirmaba
(erróneamente) ser el primero en introducir el concepto de Derecho Premial. Por último,
debe destacarse que la monografía probablemente más importante acerca de esta
materia fue escrita precisamente por un español, Luis Jiménez de Asúa (1915), con el
título de La recompensa como prevención general. El Derecho Premial.
***
Sólo muy recientemente los trabajos de Frey (2005) y Frey y Neckermann (2006) han
abordado los premios y condecoraciones desde una perspectiva económica, ofreciendo
un sólido marco teórico si bien carente de cualquier análisis empírico.18 Frey (2005:4)
señala algunas posibles razones de por qué los economistas han ignorado durante tanto
tiempo el estudio de los premios:
 En primer lugar, los premios pueden ser considerados como un incentivo menos
eficiente, puesto que no son fungibles y sí difíciles de aplicar marginalmente.
 En segundo lugar, los premios podrían ser considerados un mero reflejo del éxito
y de altos ingresos monetarios.
 En tercer lugar, los economistas asumen que los premios, como tal, carecen de
interés para sus beneficiarios, dado que no pueden ser consumidos.
Sin embargo, este último punto merece una consideración más profunda, ya que, en la
práctica, las medallas y órdenes fueron utilizados a menudo como un sustituto
monetario. Por ejemplo, durante el segundo Reich alemán (1871-1918), existía una
Sonderklasse (clase especial) de las principales órdenes, compuestas íntegramente de
brillantes. Después de la concesión, estas órdenes eran generalmente devueltas al joyero
oficial de la Casa Real, Wagner & Sohn y Gb. Friedländer de Berlín, quienes las
cambiaban por otro ejemplar hecho de piedras simili, recibiendo el beneficiario la
diferencia en dinero efectivo (alrededor de 6.000 marcos del Reich). Este procedimiento
era considerado por el Kaiser como una forma de “pago” a sus súbditos sin “ofender su
honor” (Thies, 2011:72).
A pesar de ello, existen grandes diferencias entre los premios u honores y las
asignaciones monetarias, que justifican plenamente su análisis por separado (Frey,
2005:5):19

Los costes materiales de los premios pueden ser muy bajos —cuando no nulos
para el donante, pero el valor para el receptor puede ser muy alto. En este
18
Según Frey (2005), p. 33, los premios constituyen un tipo de recompensa extrínseca no material cuya
eficacia como instrumento de incentivo dependerá positivamente de: (1) Cuanto más efectivas sean las
restricciones autoimpuestas para controlar el número de premios. (2) Cuanto más capaz sea el donante de
diferenciar entre premios. (3) Cuanto menor sea la probabilidad de que el premio sea rechazado. (4)
Cuanto menos posible sea formular contratos previos específicos, y supervisarlos a posteriori. (5) Cuanto
más importante sea la motivación intrínseca. (6) Cuanto menor sea el número de otras entidades en
condiciones de suministrar de forma independiente premios similares.
19
Para un análisis más amplio de estas cuestiones, véase Frey y Neckermann (2006). 6
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sentido, la relación coste-beneficio es diferente a la de los regalos (generalmente
menos valorados por el beneficiario que el coste que supone para el donante).

La aceptación de un premio conlleva una relación especial, en la cual el receptor
debe cierto grado de lealtad al donante. El contrato respectivo es, sin embargo,
tácito, incompleto y difícil (si no imposible) de hacerse cumplir por el donante.

Las condecoraciones constituyen un instrumento de incentivo mejor que los
pagos monetarios cuando el rendimiento del receptor sólo puede ser vagamente
determinado.

Por medio de las condecoraciones es menos probable “expulsar” la motivación
intrínseca de los receptores que a través de la compensación monetaria.

Las condecoraciones no están sujetas al pago de impuestos, en tanto que los
ingresos monetarios sí lo están.20
Tal es así, que pensadores como Rousseau y Bentham mantuvieron una actitud
ciertamente negativa hacia las compensaciones monetarias, en tanto que se mostraron
firmes partidarios de las órdenes y condecoraciones. Por ejemplo, el filósofo ginebrino
rechazó enérgicamente todo tipo de recompensa pecuniaria, aduciendo que:
“[Las recompensas pecuniarias] tienen el defecto de no ser bastante públicas, de no hablar
sin cesar a los ojos y a los corazones, de desaparecer tan pronto como se otorgan y de no
dejar ningún trazo visible que excite a la emulación, perpetuando el honor que debe
acompañarlas”.
Una actitud similar fue compartida por Jeremías Bentham, aunque desde un punto de
vista más pragmático, al concluir que “aunque [la recompensa pecuniaria] no es
ejemplar ni característica, […] es, frecuentemente de una indispensable necesidad”
(Bentham, 1818: II: 103).
***
La discusión sobre la conveniencia de señalar dentro de la sociedad a aquellas personas
que han alcanzado méritos excepcionales —sean civiles o militares— distinguiéndolas
con un signo distintivo (medallas, órdenes, distinciones y otras condecoraciones)21
puede remontarse a los tiempos de la Grecia clásica —ya hemos visto que su uso se
sitúa aún más atrás—, y más concretamente, a los años finales de la época helenística.22
Siguiendo el excelente estudio de Fuhrmann (1992), podemos localizar el origen de este
debate en la Política de Aristóteles. En ella, el estagirita discute la conveniencia de
distinguir públicamente (τιμή) a aquellos ciudadanos que hubieran actuado en favor de
las polis, concluyendo que, si bien podría tener un efecto positivo, debería ser
descartado por el riesgo de que pudiera conducir a abusos:
20
Este punto necesita ser matizado de hecho, en algunos países (como España) recibir una condecoración
conlleva el pago de un impuesto específico.
21
Aunque en el presente estudio nos centramos exclusivamente en las órdenes civiles, por una cuestión de
estilo, emplearemos indistintamente estos términos como sinónimos a lo largo de este texto.
22
Para las condecoraciones de los antiguos griegos (y romanos) véase, entre otros, Kuhl y Kohner (1893),
pp. 310-312. De entre las condecoraciones militares romanas destacan —por su similitud con las placas y
cruces actuales— las phalerae, de donde deriva el término phalerística para los estudios de las órdenes,
condecoraciones y medallas. Conviene recordar, no obstante, que las condecoraciones también eran
conocidas en otros ámbitos culturales, como demuestran los torques galos.
7
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“Aunque suena bien al oído, no carece de riesgos el decretarlo. Puede incitar, en efecto, a
denuncias falsas y ocasionar trastornos políticos”.23 Sin embargo, eran estos los pensamientos de un filósofo, no de un estadista, siendo así
que tenemos amplias evidencias de que las órdenes civiles fueron muy comunes en
tiempos de Aristóteles, y de que su concesión provocaba acalorados debates. Como
ejemplo, podemos citar la discusión en el 336 a. C. sobre la conveniencia de distinguir
públicamente a Demóstenes (384-332 a. C.) por sus méritos en favor de Atenas.
Ctesifonte propuso que su amigo Demóstenes debía ser recompensado con una corona
de oro24 por sus servicios distinguidos al Estado. La oposición a Demóstenes,
encabezada por Esquines (389-314 a. C.) intentó desacreditar los logros de los primeros,
defendiendo la independencia ateniense de Filipo de Macedonia y acusando a Ctesifonte
de haber violado la Ley en la presentación de la moción. El asunto quedó en suspenso
hasta el año 330 a. C. (seis años después de que ocurriera el hecho original), cuando los
dos rivales se enfrentaron con los discursos titulados respectivamente, Contra
Ctesifonte25 y Sobre la Corona,26 que acabó en una victoria aplastante para Demóstenes.
Como Atenas vivía entonces un período de relativa calma y estabilidad política, el
debate público entre Demóstenes y Esquines se convirtió en un evento que atrajo a las
multitudes, incluso allende de Atenas, lo que explica que Teofrasto lo calificara como la
“Batalla de los Oradores”.
Formalmente, era Ctesifonte quien estaba siendo acusado; sin embargo, resultaba
evidente para todos que el ataque realmente iba dirigido contra Demóstenes. En su
discurso, Esquines advertía —además de aducir argumentos estrictamente jurídicos—
del riesgo de una posible “inflación”27 debida a una relajación en los méritos necesarios
para la concesión de órdenes. Debido a la importancia de este razonamiento,
consideramos conveniente reproducir la cita en toda su extensión:
“Puesto que he hablado de coronas y regalos [dos tipos de condecoraciones], mientras
todavía lo recuerdo, os advierto, atenienses, que si no ponéis fin a estos innumerables
regalos y a las coronas entregadas caprichosamente, ni los que lo reciben os lo agradecerán,
ni prosperarán los asuntos de la ciudad. Pues de ninguna manera volveréis a los malos
mejores y en cambio a los buenos los precipitaréis a un extremo descorazonamiento. Creo
poder presentaros grandes pruebas de que es verdad lo que digo. Pues si alguien os
preguntara cuándo os parece la ciudad más gloriosa, en las presentes circunstancias o en
tiempo de los antepasados, todos estarías de acuerdo que entonces. Pero, ¿eran entonces los
hombres mejores que ahora? En aquellos tiempos eran eminentes, ahora muy inferiores.
Pero las recompensas, las coronas, las proclamaciones, las comidas en el pritaneo, ¿eran
entonces más numerosas que ahora? Los honores eran entonces raros entre nosotros y el
nombre de la ciudad era honrado. Pero ahora el motivo ha perdido su valor, y dais coronas
por costumbre, no deliberadamente. ¿No es pues extraño, si consideramos así las cosas, que
las recompensas sean ahora más numerosas pero en cambio la ciudad fuese entonces más
poderosa? ¿Y que los hombres fuesen entonces mejores y ahora peores? Intentaré
explicároslo. ¿Creéis acaso, atenienses, que alguien querría ejercitarse en el pancracio o en
algún otro de los ejercicios más pesados para tomar parte en las Olimpiadas o en algún otro
23
Aristóteles (1951): Política (edición bilingüe), (1269a), p. 50.
La “corona de oro” fue uno de los premios civiles más importantes concedidos en Atenas. 25
Esquines [330 a. C.] (1969).
26
Demóstenes [330 a. C.] (1912).
27
Curiosamente, esta primera descripción “intuitiva” de la inflación no se ha tenido en cuenta por los
historiadores del pensamiento económico antiguo, aunque sí hayan buscado este tipo de indicios en los
escritos de otros autores, principalmente Jenofonte y Aristóteles. Véase al respecto, entre otros, Laistner
(1923).
24
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de los certámenes donde se otorgan coronas, si se entregaran estas no al más fuerte sino al
intrigante? Nadie hubiese querido. Pero, a lo que creo, puesto que la victoria es una cosa
rara, disputada, bella e inmortal, hay quienes quieren exponer sus cuerpos y arriesgarse a
costa de los mayores sufrimientos”.28
Como se demostrará en este trabajo, los argumentos de Esquines siguen siendo válidos
hoy en día, y el actual sistema español de las órdenes civiles sufre de exactamente los
mismos problemas y entraña los mismos riesgos que aquél declarase en referencia a
Atenas — salvo que hoy en día parece más que improbable que un discurso de este tipo
despierte el menor interés público.
***
El presente documento está estructurado tal que sigue: después de la breve introducción
al Derecho Premial se analiza el concepto de “mérito”, ofreciendo una revisión concisa
acerca de las órdenes y medallas, y en términos generales, de las condecoraciones. A
continuación, se muestra una visión general del actual sistema español de
condecoraciones civiles. En el epígrafe siguiente, se reflexiona sobre el riesgo de una
inflación de condecoraciones (lo que implicaría una devaluación de lo que se considera
una “acción meritoria”). En el epígrafe quinto se trata de contrastar empíricamente esta
hipótesis, mediante el análisis de las categorías superiores de las principales Órdenes
Civiles españolas. Por último, resumimos nuestras conclusiones esbozando futuras
investigaciones relacionadas con este tema, a la par que apuntamos algunas posibles
propuestas de mejora para el sistema premial español.
2.- ¿Qué se considera meritorio?
Siguiendo la recomendación de Cicerón a su hijo, según la cual cada estudio debe
comenzar con la definición del tema a tratar,29 podemos considerar el objeto de nuestro
estudio, el Derecho Premial, como aquella rama de la Ley que regula la concesión de
honores, incluyendo órdenes, condecoraciones y medallas. Se trata, por lo tanto, de un
mecanismo de reconocimiento público de un mérito a través de su exteriorización,
actuando simultáneamente como recompensa, incentivo a la excelencia y estímulo al
virtuosismo futuro.
En segundo lugar debemos definir el concepto de mérito. Según el English Dictionary,
mérito designa una “excelencia, cualidad superior o valor. Una cualidad o virtud que
merece alabanza o aprobación”. Según el Diccionario de Autoridades español (1734),
mérito significa “la acción o derecho que uno tiene a obtener una recompensa por algo
bien hecho y un castigo por algo que se hace mal”. El diccionario de la RAE30 incluye
dos significados de mérito en referencia a las personas: (1) Una acción que hace a un
hombre digno de un premio o castigo, y (2) El resultado de una buena acción que hace
que una persona sea digna de reconocimiento.
El término mérito deriva del sustantivo latino meritum que, a su vez, proviene del
participio pasado merere (merecer). En realidad, la palabra no aparece en la versión
28
Esquines, [330 a. C.] (1961), p. 1308. Cicerón [44 a. C.] (1792), p. 7.
30
21ª edición.
29
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latina de la Biblia, la denominada vulgata, y no es hasta la Edad Media31 cuando se hace
referencia a ella, aunque entonces de forma muy extensiva. Por ejemplo, San Isidoro de
Sevilla, en sus famosas Etimologías, no define mérito, sino que sólo menciona las
siguientes palabras relacionadas (que, de hecho, hablan de los muy diferentes tipos de
acciones “meritorias”):
“Se denomina eméritos a los veteranos y licenciados del ejército que ya no están en
condiciones de ir a la guerra. Deben su nombre a que se han hecho ‘merecedores’ de su
soldada; es decir, de las pagas que merecen por sus servicios. ”32
Pero también:
“Meretrix (meretriz): se la denomina así porque ‘merece’ el precio que cobra por su
lascivia. De ahí también la denominación de las tabernae meritoriae
(prostíbulos)…También los soldados, cuando cobran su soldada, emplean el verbo
mereri.”33
Valga por último, en relación a las derivaciones del término mérito, apuntar una
curiosidad etimológica: a diferencia de otros idiomas, alemanes y holandeses merecen
(verdienen) el dinero que ganan. Del mismo modo, los británicos earn money, mientras
los estadounidenses make money y los húngaros “buscan” dinero (keres pénzt). Todos
estos verbos implican un previo esfuerzo, y en los idiomas de origen germánico, incluso
un mérito. Por el contrario, en las lenguas mediterráneas, de origen latino, esto ocurre
sin aparentemente ningún esfuerzo, empleando el mismo verbo “ganar” al trabajo o a la
lotería: los franceses gagner de l'argent, los españoles ganan dinero, los italianos
guadagnare il quattrino y los rumanos a câştiga bani.34
***
La actitud filosófica y social hacia el mérito ha sido crucial en varios aspectos que,
lamentablemente, sólo podemos esbozar brevemente en esta etapa de nuestra
investigación. Hemos de limitarnos a enfocar esta cuestión desde dos perspectivas: la
religiosa y la política. En cuanto a la primera, el mérito teológico refleja aquellas
acciones que deberían recibir de Dios una recompensa en forma de la felicidad eterna,
siendo la pregunta de en qué medida la meritoria labor y el precio recompensado
31
Durante la Edad Media, los guerreros que habitualmente participaban en las Cruzadas exteriorizaban la
santidad de su misión vistiendo un símbolo religioso —una cruz— en su capa. Al mismo tiempo, como
los gastos para el mantenimiento de un caballo eran muy elevados, la posibilidad de convertirse en un
caballero —es decir, un guerrero a caballo— estaba cada vez más restringida a la nobleza. La
coincidencia de estos factores favorecieron la creación de las Órdenes de Caballería (de forma análoga a
los Caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo), una hermandad social de los soldados nobles que se
organizaban en una jerarquía compartiendo un código de creencias y de honor basado en los principios de
valor, lealtad, generosidad, cortesía y honradez. La orden más antigua parece ser la Orden de la Banda,
fundada en 1330 por Alfonso XI de Castilla. Le sigue la Orden de la Jareta (1348), la Orden de la
Estrella (1351), la Orden del Nudo (1355), la Orden del Dragón (1413), la Orden del Toisón de Oro
(1431), la Orden del Cisne (1444) y la Orden De San Miguel (1469). Véase al respecto Keen (1987),
especialmente el capítulo X. Al ir entrando en la época moderna, estas órdenes perdieron su valor
original, mientras que los símbolos exteriores —las cruces, capas, etc.— adquirieron “vida propia”,
consolidándose de forma muy similar a la que conocemos hoy en día, si bien con carácter principalmente
militar. Véase al respecto Wehrgeschichtliches Museum Rastatt (1994), p. 5 y, en general, Frick (1967),
Roesch (1967) y Smith (1996).
32
San Isidoro de Sevilla (1961), IX, 3, 34.
33
San Isidoro de Sevilla (1961), X, 182.
34
He desarrollado esta reflexión a partir de una idea original de Kostolany (2000), p. 34.
10
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corresponden total o parcialmente. En el primer caso, cuando esta correlación es
perfecta, el mérito es de condigno, y dar la recompensa, debería ser, por tanto, lo justo,
mientras que en el segundo —siendo ahora imperfecta la equivalencia— el mérito sería
de congruo y la recompensa no sería una cuestión de justicia, sino de equidad.35
Resumiendo este asunto bastante complejo, la pregunta sobre el mérito teológico podría
formularse en los siguientes términos: ¿Puede un hombre hacer alguna acción o trabajo
que debiera merecer una recompensa de Dios? En esta cuestión aparentemente simple,
se encuentra la principal razón del cisma entre el Catolicismo y el Protestantismo, ya
que éste último considera la predestinación y afirma que el hombre sólo puede tener
algún mérito a través de la gracia de Dios. Esto es relevante hasta el punto de que Kunze
en su Real Encyklopädie no dudó en afirmar que la “Reforma fue esencialmente una
lucha contra la Doctrina de Mérito”. 36
Del mismo modo, las diferencias entre los defensores de las libertades y los
conservadores políticos por un lado, y la política socialista o comunista por el otro,
yacen en gran medida en la primacía del mérito individual sobre la equidad o al
revés. Se ha llegado incluso a denominar como meritocracia una forma de organizar la
sociedad según el factor distintivo del mérito. Por supuesto, la pregunta sobre qué ha de
considerarse meritorio ha cambiado a través del tiempo y el espacio,37 al igual que lo ha
hecho el reconocimiento de las diferentes órdenes y medallas.38 Así, por ejemplo, la
Unión Soviética concedió la Medalla de Héroe de la Unión Soviética a Ramón
Mercader, el asesino de Trotzki, mientras que la Alemania nazi otorgó condecoraciones
a muchas personas involucradas en el Holocausto.
***
En un segundo paso debemos aclarar la diferencia entre órdenes, condecoraciones y
medallas. Las órdenes derivan de los títulos medievales de caballero y el espíritu
encarnado por las Cruzadas. En consecuencia, están organizadas de forma jerárquica, es
decir, en varias clases o rangos que se reflejan en el tamaño y la forma de los símbolos
de acompañamiento (por lo general en orden creciente de importancia — Medalla, Cruz,
Cruz del Comandante, Gran Cruz de Comandante, Caballero, Gran Cruz, Collar). Las
condecoraciones son simplemente un signo de distinción de algunas personas
merecedoras de ello, por parte del Estado o del Soberano, aunque los recompensados no
constituyen un tipo de órgano colegiado o corporativo. Hoy en día las órdenes y las
condecoraciones son frecuentemente confundidas, debido al parecido existente entre los
símbolos de unas y otras, a pesar de que sea un requisito fundamental el que cuenten
con el reconocimiento necesario para poder identificarlas con facilidad (Jiménez de
Asúa, 1915:39-40). Además, y como veremos más adelante, esta confusión se ha
institucionalizado recientemente en España: muchas condecoraciones son formalmente
denominadas como órdenes, aunque deberían ser consideradas propiamente como
medallas. Las medallas son distinciones individuales (ya sea de una sola clase o en la
35
Véase, entre otros, Marín (1715).
“El concepto de mérito en un sentido ético-religioso, marca una diferencia fundamental entre las
confesiones, en tanto que en el catolicismo reconocen un mérito del Hombre frente a Dios, mientras que
el Protestantismo niega esta posibilidad”. Kunze (1908:500).
37
Esta cuestión ha sido profusamente estudiada por varios autores. Tal vez el ejemplo más conocido es la
obra de Le Maitre de Claville (1734), si bien cabría destacar el menos famoso, aunque más relevante,
libro de Abbt (1768). Para una interesante monografía sobre la cuestión de los valores y el mérito en la
antigua Grecia véase Adkins (1960).
38
Gritzner (1893), p. v.
36
11
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clasificación bronce/plata/oro, aunque esto último, a diferencia de lo que ocurre con las
órdenes, no implica ninguna jerarquía entre los receptores), destinadas a reconocer o un
simple acto de valentía, conmemorar un acontecimiento aislado o distinguir la buenas
conductas, así como los largos y/o valiosos servicios. Otra diferencia a tener en cuenta
se configura entre órdenes, condecoraciones y medallas oficiales (las concedidas por un
Estado, como la Orden de la Jareta) y dinásticas (como la Orden del Toisón de Oro)
por una parte, y las privadas o semiprivadas (como la Orden del Mérito Olímpico) por
el otro.
3.- Sobre el Sistema Español de condecoraciones civiles
Una explicación en profundidad de los estatutos y los procedimientos de concesión de
las diferentes órdenes civiles españolas, rebasaría el propósito inicial de este estudio.
Por lo tanto, nos limitaremos a hacer un breve esbozo de la evolución histórica y actual
situación del Derecho Premial español actualmente vigente.39 Cabe comenzar nuestra
revisión con la aprobación del Reglamento Provisional de Administración de Justicia,
del 26 de Septiembre de 1835, el primer intento moderno de organizar las múltiples
leyes coexistentes referidas a las órdenes y condecoraciones vigentes en aquel
momento. Significativamente, se suprimió el requisito de nobleza (hidalguía) para la
obtención de las más altas categorías dentro de cada orden. Sin embargo, y a excepción
de este punto, el Reglamento obtuvo pocos resultados, siendo así que siguieron
coexistiendo gran cantidad de normas y leyes referentes a las órdenes —religiosas,
militares, civiles— y medallas. Y este desconcierto no cambió con los intentos
siguientes, el Real Decreto de 26 de julio de 1847 (revisada por el Real Decreto de 28
de octubre de 1851), cuyo objetivo era organizar definitivamente las órdenes civiles y
condecoraciones españolas. El advenimiento de la Primera República (9 de marzo de
1873) significó la supresión de las órdenes de Carlos III, María Luisa e Isabel la
Católica. Sin embargo, sólo un año después, el Gobierno decidió que también las
repúblicas podrían otorgar no ya condecoraciones, sino también honores. El regreso de
la monarquía, con la proclamación de Alfonso XII en la ciudad de Sagunto, restauró, el
6 de enero de 1875, todos los honores y órdenes, haciendo constar en el Preámbulo del
Decreto que:
“La concesión parca y justificada de las condecoraciones no puede menos de estimular el
celo de los funcionarios públicos y de todas las clases sociales en general que aspiren a
obtener un signo por el cual se demuestre que han sobresalido en el cumplimiento de sus
deberes”.40
En 1918 y 1925, dos Reales Decretos regularon el sistema de condecoraciones
militares, pero no fue hasta el advenimiento del Gobierno de Primo de Rivera (19231930), cuando se llevó a cabo el siguiente intento de (re) organización de las órdenes
civiles. Se creó una comisión encargada de analizar esta cuestión, que llegó a redactar
un informe final. Pero, una vez más, no estaba destinado a llegar a buen puerto. Poco
antes de que el texto fuese presentado y aprobado, la caída del Gobierno lo dejó en agua
de borrajas.
En analogía a la Primera, la Segunda República suprimió todas las órdenes (24 de Mayo
de 1931) a excepción de la de Isabel la Católica (sic) aduciendo que:
39
Para una revisión de la evolución reciente del Derecho Premial en España, véase Ceballos-Escalera y
García-Mercadal (2003), pp. 25-48.
40
Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 28.
12
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“Sin menoscabo del espíritu republicano de la nación, debe conservarse la orden [de Isabel
la Católica] para evocar su nombre, tradiciones y grandezas imperecederas del pasado
histórico de España y muy principalmente también porque circunstancias de orden
internacional aconsejan la conservación de una distinción honorífica destinada a premiar
servicios de dicho carácter y virtudes cívicas, altos merecimientos para con la Humanidad,
la Patria y la República o méritos relevantes en la política, en la ciencia, en las artes y en las
letras.”41
No obstante, como complemento a la Orden de Isabel la Católica, se creó la Orden de
la República,42 una condecoración “sin aquellas características que incorporaban las
antiguas órdenes y que las hacían incompatibles con el espíritu del nuevo régimen”.43
Después de la Guerra Civil, el régimen de Franco se tomó su tiempo antes de restaurar
las leyes que habían estado en vigor hasta 1931. Los primeros pasos fueron la creación,
en 1937, de la nueva Orden Imperial del Yugo y las Flechas y la restauración de la
Orden de Isabel la Católica (la cual coexistió durante un tiempo con su homónima en la
zona republicana).
El 11 de abril de 1939 se otorgó la Orden de Alfonso X El Sabio y, en 1942, fueron
restauradas la Orden de Carlos III, la Orden del Mérito Civil y la Orden del Mérito
Agrícola. Por último, en 1944 fueron creadas dos nuevas órdenes: la Orden de San
Raimundo de Peñafort y la Orden de Cisneros.
***
De acuerdo con el artículo 62.f) de la Constitución Española de 1978, la concesión de
todo tipo de honores y distinciones se reserva exclusivamente a SM el Rey, viniendo a
confirmar así una tradición ancestral. Sin embargo, y a pesar de este principio tan nítido,
de facto, —y aunque la concesión se haga siempre en nombre del Jefe del Estado— es
el poder ejecutivo quien confiere las condecoraciones: el Gobierno las de mayor rango
(Grandes cruces y Collares) y el Ministerio correspondiente las de menor.
Tradicionalmente se ha considerado que estas concesiones eran completamente
discrecionales. No obstante, recientes interpretaciones del artículo 106.1) de la
Constitución y de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa han
considerado que, como mínimo, todos los criterios objetivos respecto de la adjudicación
pudieran ser objeto de revisión por los tribunales. Lamentablemente, esto rara vez
ocurre, y las irregularidades no son una excepción (Ceballos-Escalera y GarcíaMercadal, 2003:74).
Varias obras, algunas de ellas de forma muy amplia, han estudiado las Órdenes
Españolas y sus estatutos. Entre ella podemos destacar las siguientes: Gorregaray Gil
(1864-1865), Silva Jiménez (1906), Sosa (1913-1915), Fernández de la Puente (1953),
Calvo Pascual (1987), Grávalos y Calvo (1988), Lorente Aznar (1999), Pérez Guerra
(2000), así como el estudio ya citado de Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003). A
las anteriores podríamos añadir varias monografías centradas en órdenes
específicas.44 Cabría resumir, que el actual sistema español de condecoraciones civiles
41
Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 30.
Para un informe detallado de la historia de esta orden ver Fernández-Xesta (2001).
43
Citado en Ceballos-Escalera y García-Mercadal (2003), p. 31. 44
Por ejemplo, véanse Kalff (1963), Terlinden (1970), Azcárraga (2001) y Ceballos-Escalera (2000) en
referencia a la Toisón de Oro; Ceballos-Escalera et al. (2007) para la Orden del Mérito Civil; CeballosEscalera et al. (2003) para la Orden de Alfonso XII, etc.
42
13
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está compuesto por las siguientes (una visión general de las diferentes clases que
constituyen estas órdenes figura en el anexo):45
 Insigne Orden del Toisón de Oro (fundada en 1496).
 Real y Distinguida Orden Española de Carlos III (fundada en 1771, reformada
en 200246), la más importantes de las órdenes españolas, cuya lema es “virtuti et
merito” (a la virtud y al mérito).
 Real y Americana Orden de Isabel la Católica (fundada en 1815; reformada en
1998), y lleva por lema “A la lealtad acrisolada”.
 Orden Civil del Mérito Agrícola (fundada en 1905; reformada en 1987).
 Orden al Mérito en el Trabajo (fundada en 1926; reformada en 1982).
 Orden de Alfonso X El Sabio (fundada en 1939). Esta orden sustituyó a la Orden
de Alfonso XII (establecida en 1902).
 Orden Civil de Sanidad (fundada en 1943).
 Orden Imperial del Yugo y las Flechas (fundada en 1937).
 Orden de San Raimundo de Peñafort (fundada en 1944).
 Orden de Cisneros (fundada en 1944).
 Orden del Mérito Civil (fundada en 1926; reformada en 1998).
 Orden del Mérito Deportivo (fundada en 1982).
 Orden de la Solidaridad Social (fundada en 1988).
 Orden del Mérito Constitucional (fundada en 1988).
 Orden al Mérito del Plan Nacional sobre Drogas (fundada en 1995).
 Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo (fundada en
1995).
Un par de puntos han de ser matizados en referencia a estas órdenes: en primer lugar, la
Insigne Orden del Toisón de Oro no es propiamente una orden española, sino una orden
dinástica, vinculada a la Casa de los Borbones. Por su parte, la Orden Imperial del Yugo
y las Flechas y la Orden de Cisneros no se han otorgado desde 1978, —la primera
debido a su fuerte simbolismo falangista, la segunda sin razones tan evidentes— aunque
todavía hay muchos portadores vivos. Finalmente, las últimas cinco órdenes y, de forma
más agravante, las tres últimas, no son propiamente órdenes —aunque erróneamente
lleven tal denominación— sino condecoraciones (Ceballos-Escalera y García-Mercadal,
2003:65).47 Por tanto, las obviaremos en el análisis empírico de nuestro estudio.
45
También contamos con cuatro órdenes “históricas” que derivan directamente de las medievales órdenes
de caballeros —Orden de Santiago, Orden de Alcántara, Orden de Calatrava y la Orden de Montesa—
las cuales, de todos modos, han degenerado en una especie de “club nobiliario” siendo, por tanto,
excluidas de nuestro estudio.
46
Se refiere en todas los casos al año de la reforma más reciente. 47
Véanse las definiciones supra.
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4.- Sobre la devaluación del mérito (¿existe una inflación de órdenes?)
Al igual que otros bienes, las medallas, órdenes y distinciones tienen un valor
positivamente relacionado con la escasez. Por lo tanto, aumentar el número de
condecoraciones otorgadas, podría reducir su valor percibido, especialmente si es
debido a una relajación del mérito subyacente requerido.48 Como hemos tenido ocasión
de apuntar anteriormente, esta cuestión ya fue señalada por Esquines:
“Pero ¿eran entonces los hombres mejores que ahora? Los honores eran entonces raros
entre nosotros y el nombre de la ciudad era honrado. Pero ahora el motivo ha perdido su
valor y dais coronas por costumbre, no deliberadamente.”49
Dos milenios y medio más tarde, el asunto sigue sin resolverse en España, como
demostraremos más adelante, ya que existe un claro crecimiento en el número de
concesiones, a la par que se ha experimentado un aumento en el número de
condecoraciones (o clases de órdenes ya existentes). Esto ha ido acompañado, de una
frecuente concesión —al menos en apariencia— arbitraria, a menudo, por “uso y
costumbre”.50 Por consiguiente, no es de extrañar la advertencia de Jiménez de Asúa al
respecto:
“Pero hoy la recompensa honorífica siente pesar sobre ella un mayor descrédito; el
desprecio, ese gran destructor de prestigios, está arruinando el valor de las distinciones. Es
necesario confesar que las causas son justificadas. Hoy la condecoración no es el recuerdo
de una acción virtuosa o heroica, sólo ya conservada en la memoria de su autor como
motivo de envanecimiento; es algo que adorna con su brillo, que completa un traje de
fiesta; los uniformas, con su magnificencia y su esplendor, no significan para muchos, el
distintivo de un Cuerpo, sino un objeto de adorno; así, las insignias, los collares, las cruces,
son un complemento más, decorativo. Muchas veces ya no tienen como fin recompensar:
cuando un soberano hace un viaje por una nación extranjera, el Jefe de la Potencia visitada
concede condecoraciones al séquito del regio huésped, es una reminiscencia de la antigua
costumbre de los mutuos presentes, como fuente de amistad; no tienen ninguna
significación laudativa. El abuso y la desnaturalización de las distinciones ha traído su
descrédito.”51
Este aumento en el número de concesiones —y su posterior devaluación— podría
deberse a tres posibles razones:
48
Parthey (1907), pp. 450-451 indica una forma de inflación intencionada en una condecoración: con el
objetivo de degradar la Legion d’Honneur otorgada por Napoleón (véase la nota al pie 11), a los ojos de
los franceses, Luis XVI ideó como remedio el otorgamiento masivo de esta orden —normalmente
destinada a los valientes del frente de batalla o por méritos extraordinarios— como un premio para
escolares y estudiantes destacados. Además, se crearía una nueva Orden de San Luis que debía ser usada
simultáneamente por todos los caballeros de la Legión de Honor. Sin embargo, el sentido del honor de los
franceses reaccionó de forma tan adversa, que el rey se vio obligado a abandonar por completo esta idea.
Y, en efecto, la orden mantuvo su prestigio, y fue de nuevo llevada con orgullo. Este hecho no escapó a la
atención de los viajeros extranjeros como se puede leer, entre otros, en las memorias de Schack (1888). El
prestigio de la condecoración continuó siendo tal, que Von Bismarck (1898, I, 81-82) recordaba como en
un altercado público los agentes del orden cesaron la violencia contra las masas al detectar entre los
manifestantes un “Monsieur décore”.
49
Esquines [330 a. C.] (1961). 50
La costumbre de otorgar condecoraciones a visitantes extranjeros —de la que proviene el uso
diplomático de “intercambio de órdenes” aún hoy en vigor— tiene su origen en la Edad Media y provocó
que algunas órdenes, como el Toisón de Oro, fueran incompatibles con cualquier otra condecoración.
Keen (1987) pp. 278-280.
51
Jiménez de Asúa (1915), p. 55.
15
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(a) Un aumento de las personas meritorias, como resultado de una sociedad más
virtuosa.
(b) Una relajación de los méritos necesarios, o peor aún, su concesión “rutinaria” (el
problema apuntado por Esquines).
(c) Un control menos limitado de la concesión, a fin de reducir al mínimo el
número de falsas no-adjudicaciones (error de tipo II o “falso negativo”).
Y de nuevo, también Schopenhauer fijará su atención en este riesgo de inflación,
aduciendo que:
“[…] Las condecoraciones pierden su valor cuando son otorgadas injustamente, o sin la
debida selección, o con demasiada frecuencia. Por lo tanto, el Soberano debería ser tan
cuidadoso en su concesión como un hombre de negocios al firmar una letra de cambio.”52
Cabe destacar, que el símil monetario además de por Esquines y Schopenhauer —
aunque en el primer caso de una forma más intuitiva— es empleado también
explícitamente por Jiménez Asúa (“desacreditar”) y por Beccaria, cuando, refiriéndose a
las condecoraciones, afirma que:
“La moneda del honor es siempre inagotable y fructífera en las manos del sabio
distribuidor”.53
Con respecto al punto (c), se impone señalar que la concesión de condecoraciones no
sólo actúa como un incentivo positivo para la persona condecorada (o al que aspira a
recibirla), sino que también puede tener un efecto negativo externo, —simultáneo— en
la persona decepcionada por no recibirla cuando debería (error tipo II). Esta cuestión ya
fue motivo de reflexión por parte del padre del moderno Derecho Premial, Jeremy
Bentham, al afirmar que:
“Entre los individuos colocados en una línea de igualdad no se puede favorecer a unos con
un grado de elevación, sin hacer sufrir a otros un rebajamiento relativo”.54
Más de un siglo después, la cuestión seguía siendo aguda, como se demuestra en el
discurso de Winston Churchill ante la Cámara de los Comunes el 22 de agosto de 1944:
“Una medalla brilla, pero también ensombrece. La tarea de regular la concesión para tales
premios no admite una solución perfecta. No es posible satisfacer a todo el mundo sin
correr el riesgo de no satisfacer a nadie. Lo único que es posible es dar la mayor
satisfacción al mayor número y tratar de herir el sentimiento de los menos.”55
Sin embargo, al tratar de minimizar errores de tipo II, debería ser recordado que ambos
fallos —errores y arbitrariedad— son mucho menos graves en materia de recompensas
que en materia de castigos (Holbach, 1904:6).
***
En general, los regímenes totalitarios son especialmente propensos a la creación y
concesión de órdenes —tanto militares como civiles— independientemente de ser de
52
Schopenhauer [1851] (1909), IV, p. 426. Beccaria [1764] (1991), p. 83.
54
Bentham (1818), pp. 34-35.
55
Citado en Frey (2005), pp. 25-26.
53
16
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extrema derecha56 o de extrema izquierda.57 Por supuesto, la inflación de las
condecoraciones se produce principalmente en tiempos de guerra y es más grave cuanto
más persista el conflicto. Por ejemplo, el estadounidense Corazón Púrpura fue otorgado
sólo tres veces durante la Guerra Civil, pero 28.686 veces durante la batalla de Iwo Jima
(Frey y Neckermann, 2006:4). Algo similar ocurrió con la prusiana (luego alemana)
Cruz de Hierro, aunque en este caso la inflación se corrigió de alguna manera por la
creación de clases adicionales.58 Sin embargo, el fenómeno de la inflación de
condecoraciones ha sido también experimentado en tiempos de paz por las órdenes
civiles. Tal vez los ejemplos más conocidos sean los de las antiguas repúblicas
socialistas (las cuales, dicho sea de paso, en su esfuerzo por una sociedad sin clases
establecieron órdenes de clase única — y que, por lo tanto, no debieran ser consideradas
órdenes, sino medallas). De hecho, los países comunistas presentaban un elaborado
sistema de honores con cientos de condecoraciones (siendo probablemente la más
famosa la de Héroe del Trabajo), habiéndose estimado que aproximadamente uno de
cada 1.000 rusos (hombres, mujeres y niños) recibieron un galardón del estado (Phillips,
2004:56), una cantidad muy superior a la mayoría de países comparables (Frey,
2005:14). Lo mismo ocurrió en la antigua RDA. Por el contrario, sólo uno de cada
10.000 alemanes ha sido galardonado con la Bundesverdienstkreuz, incluyendo todas las
clases de la orden (Fuhrmann, 1992:8).
De todos modos, como ocurre con la inflación monetaria, el proceso es reversible y se
puede corregir —aunque mucho más lentamente— como demuestra el ejemplo alemán.
Después de los complejos y a menudo redundantes sistemas de premios en vigor
durante el Segundo Reich y la inflación de concesiones experimentada durante el
período nazi, la República Federal de Alemania decidió conceder un único galardón, la
Bundesverdienstkreuz (en analogía a la francesa Légion d’Honneur). Este hecho podría
hacer creer que ha habido un aumento en la concesión de esta orden. A pesar de ello, ha
ocurrido lo contrario: en su objetivo de mantener el valor y la apreciación pública de la
orden, está siendo otorgada de manera cada vez más escasa (de 5.257 concesiones en
1991 a menos de la mitad, 2.312 en 2006). Otra forma de minimizar una posible
inflación es garantizar que las personas tengan que “ascender lentamente por una
escalera social de clases para un premio” (Frey, 2005:26). Esto ocurre, por ejemplo, en
la italiana Ordine al Merito, para cuya obtención se requiere una edad mínima de 35
años, no pudiéndose saltar ningún grado. Los receptores deben trabajar su escalada
desde Cavaliere, Ufficiale, Comendador, Grande Ufficiale, Cavaliere di Gran Croce
hasta Cavaliere de Gran Croce di decorato Gran Cordone.
Por último, la solución más simple no debería ser olvidada. Así como en economía
controlar (es decir, sobre todo evitar) la inflación requiere unos bancos centrales con la
mayor independencia posible del poder político, por el mismo principio, evitar una
inflación de órdenes requiere una evaluación hecha por un tribunal (habitualmente una
Cancillería) que sea independiente del Ejecutivo. Como hemos indicado antes, esto no
ocurre en España. Sin embargo, según lo declarado ya en su momento por La Grasserie
(1900:395): “esta idea tan simple que, puesto que el castigo no puede ser más que el
resultado de un juicio, hace falta también un juicio para otorgar la recompensa, no ha
germinado todavía en el cerebro social”.
56
Para una revisión de las órdenes otorgadas por la Alemania nacionalsocialista, véase entre otros,
Klietmann (1991).
57
Véase, entre otros, McDaniell y Smith (1997).
58
Véanse Hütte (1968), Wiliamson (1984), Bowen (1986), Nimmergut (1990) y Previtera (2007). 17
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En conjunto, podemos concluir que, en una analogía casi perfecta con la economía,
donde un aumento en la cantidad de dinero en circulación conduce a una reducción del
valor del mismo, un aumento en el número de órdenes otorgadas implicará una
disminución en el valor percibido de las mismas y de los méritos subyacentes,
pervirtiendo así su función original. Por lo tanto, es necesario “ser avaro con las
recompensas, porque su prestigio depende de su escasez” (Jiménez Asúa, 1915:57). En
el epígrafe siguiente vamos a tratar de contrastar empíricamente si los gobiernos
españoles han actuado de acuerdo con este principio en la concesión de condecoraciones
civiles.
5.- Análisis Empírico
En los últimos años, los medios de comunicación han dirigido su atención al tema de las
condecoraciones, preferentemente —cuando no exclusivamente— en aquellos casos de
otorgamiento de dudoso merecimiento o, directamente, sospechosos de favoritismo.59
Este hecho genera en la opinión pública una lógica suspicacia ante las órdenes, que
acaba poniendo en entredicho el sistema premial en su conjunto y, más concretamente,
las condecoraciones (cf. Castellano, 2010). Valga recordar tan sólo unos pocos ejemplos
como botón de muestra:
 Frente a la costumbre de conceder a un ministro saliente la Gran Cruz de la
orden correspondiente a su ministerio (por lo general el primer acto del nuevo
ministro), el ex ministro de Defensa, José Bono, decidió otorgarse a sí mismo la
Orden del Mérito Militar al inicio de su mandato (aunque posteriormente
anunció que la devolvería).
 Un segundo ejemplo sería la Comisión encargada de evaluar la televisión
pública española. Las conclusiones de su estudio fueron, cuanto menos, ya que
se afirmaba que la televisión pública no sería viable nunca más si se continuaba
gastando más de lo que se ingresaba (¡sic!). Por este trabajo, todos los miembros
recibieron la condecoración española de mayor importancia, la Gran Cruz de
Carlos III, muchos de ellos saltándose varios grados.
 Más recientemente, la generosa concesión de órdenes (por más ende
pensionadas) por el Ministro de Interior a los responsables de algunas
investigaciones de dudosa efectividad, ha aumentado las sospechas sobre la
regularidad de los otorgamientos.
 Igualmente agravante ha sido percibida por una parte importante de la población
la concesión de la máxima orden española, la Gran Cruz de Carlos III al
responsable marroquí de la toma del islote de Perejil.
¿Significan estos casos que se da una devaluación del mérito fruto de la relajación de
los requisitos justificativos de la concesión de órdenes? Dado que en actual etapa de
nuestra investigación sólo disponemos de información numérica limitada —habida
cuenta de que las respectivas cancillerías de las órdenes nos han negado los datos
referida a las clases inferiores alegando el secreto estadístico— habremos de limitarnos
59
No deja de resultar llamativa la escasa cobertura de la que, por el contrario, son objeto los
otorgamientos de condecoraciones “sobradamente justificadas”. Habitualmente, estas noticias queden
relegadas a la sección de “Agenda”. Únicamente si el premiado es un personaje mediático la noticia pasa
a una sección de mayor relieve (así el otorgamiento de los Gran Cruz del Mérito Civil a J.M. Serrat o la
Medalla del Mérito al Trabajo a alguna actriz famosa, etc. Lógicamente, cabe señalar alguna notable
excepción, como ha sido el amplio eco que ha encontrado en los medios de comunicación la reciente
concesión de la Medalla de Oro al Mérito en la Investigación a Santiago Grisolía.
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a dar respuesta a esta pregunta extrapolando a partir de los grados superiores. Por
consiguiente, los únicos datos disponibles por el momento son los relativos al número
de Grandes Cruces y Collares otorgados a partir de 1995, coincidiendo con información
que, por imperativo legal, tiene que ser publicada en el BOE.60
Por lo tanto, nuestro análisis empírico se ha de limitar por el momento a las clases más
altas de cada orden en los años comprendidos entre 1995 y 2009. El gráfico 1 recoge la
evolución en el número de condecoraciones otorgadas durante el período en cuestión
(en el anexo se encuentra la misma información detallada para cada orden individual
incluyendo la representación gráfica de la tendencia).
Tal y como se desprende de los mencionados gráficos, los datos apuntan a una clara
tendencia de aumento en el número de condecoraciones concedidas a lo largo del
período estudiado. Únicamente tres —la Orden de Alfonso X El Sabio, la Orden de San
Raimundo de Peñafort y la Orden de la Seguridad Social (esta con un levísimo
incremento)— presentan una ligera disminución (o permanecen constantes) entre 1995
y 2009. En consecuencia, podemos concluir, que en ocho de once órdenes, se ha
registrado un aumento (en algunos casos agudo) en el número de condecoraciones
otorgadas. Esto vendría a validar, en principio, nuestra hipótesis acerca de la inflación
del sistema español de condecoraciones civiles. Tal y como hemos señalado ya
anteriormente, esta tendencia alcista es contraria a la que se está aplicando en países
como Alemana con respecto a la Cruz del Mérito (Bundestverdienstkreuz, vid supra) o
la Legion d`Honneur francesa, como se muestra en el gráfico 2 (dado que en nuestro
caso trabajamos con una serie relativamente corta, no hemos considerado necesario
relativizar los datos en término per cápita, como sí ocurre en el gráfico 2).
Otras dos cuestiones merecen ser señaladas. En primer lugar, resulta llamativo que la
Gran Cruz con un menor otorgamiento (y por tanto, en principio, la más “meritoria”, sea
la correspondiente a la Orden del Mérito Agrario, y eso a pesar de que ésta se otorga en
tres sub-secciones. Por otro lado, y tal y como se desprende del gráfico 3, el número de
concesiones a mujeres durante el período mencionado apenas excede, en total, el 17 por
ciento (porcentaje que resulta algo mayor en la Medalla del Trabajo, en la Orden de
Carlos III y en la del Mérito Deportivo). A modo de comparación: de 1965 a 2004, el
porcentaje de órdenes concedidas a las mujeres en Gran Bretaña, pasó de alrededor de
un 16 a un 35 por ciento (Phillips, 2004:73). A su vez, en el caso de la
Bundesverdienstkreuz alemana, se pasó de un 16 por ciento de condecoradas al 25 por
ciento en 2007, momento en el que el entonces Presidente de la República Federal, el
conservador Horst Köhler, decidió adoptar una política que tuviera más en cuenta las
propuestas de mujeres, por lo que en 2009 alcanzó el 30,5 por ciento. Por su parte, la
Legión de Honor gala ha pasado de una cuota femenina del 8 por ciento en 1985 al 18
por ciento en 2006, manteniendo desde entonces una clara tendencia hacia una mayor
equidad, como demuestra el hecho de que ya en 2005 en porcentaje de mujeres
propuestas hubiera alcanzado el 50 por cierto. No deja de resultar llamativo que tras casi
dos legislaturas de un gobierno progresista, que ha proclamado la igualdad imperativa
entre sexos uno de sus objetivos prioritarios, haya pasado tan asombrosamente por alto
esta cuestión.
60
En una segunda fase se pretende obtener datos más detallados, desglosados para cada clase de
condecoración, la fecha exacta de otorgamiento y el sexo de la persona galardonada. En estos momentos
estamos en contacto con los distintos ministerios con el fin de obtener dicha información.
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Fuente: Salvo que se indique lo contrario, todos los gráficos y recuadros son de elaboración propia.
Gráfico 2: Otorgamientos per cápita de la Legión de Honor francesa Fuente: www.legiondhonneur.fr
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6.- Conclusiones
El principal objetivo de este estudio ha sido la realización de un análisis del sistema
laudativo español desde un enfoque económico. Para ello, y tras un breve repaso de la
evolución histórica del Derecho Premial, hemos considerado conveniente indagar en el
concepto de “mérito” y de “meritorio” como base de aquellas obras y acciones que
debieran ser merecedoras de una distinción social. A su vez, tras haber presentado
sucintamente el actual sistema español de condecoraciones civiles, nos hemos adentrado
en la cuestión nuclear de este trabajo, a saber, el riesgo de que un otorgamiento
desmesurado de órdenes y medallas derive en una inflación de las mismas, devaluando
así los hechos meritorios subyacentes a las distinciones y conduciendo, por ende, a una
perversión del sistema de recompensas —es decir, del Derecho Premial— en su
conjunto. El estudio se completa con una primera aproximación empírica al tema —
preliminar en tanto que únicamente disponemos de datos referidos a las clases
superiores de cada orden— a fin de contrastar si la anterior hipótesis se confirma en el
caso español.
Esta cuestión, que en tiempos recientes apenas ha atraído la atención de los políticos
españoles, ha sido en cambio objeto de intensos estudios y debates parlamentarios en
otros países europeos (véase, por ejemplo, Philips, 2004 y la Oficina del Gabinete,
Reino Unido, 2005). No asombra, pues, que en nuestro país comience a ser acuciante
una revisión del Derecho Premial vigente. Como ya hemos señalado con anterioridad,
España presenta una tendencia radicalmente opuesta en el número de concesiones de
condecoraciones civiles, al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en Francia y
Alemania. Más allá de esta incipiente “inflación” de órdenes, llaman la atención las
importantes diferencias en los otorgamientos por sexos que se dan en el caso español,
claramente sesgadas a favor de los hombres, siendo mucho menos equitativa en este
sentido que otros países europeos. Por último, el sistema laudatvo español adolece de
una proliferación de órdenes y condecoraciones autonómicas sin un claro ordenamiento
entre sí ni con respecto a las nacionales. En este sentido, la política seguida en Alemania
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de imponer un máximo de condecoraciones a otorgar por año (restringiendo a treinta el
número de Cruces de Mérito destinadas a políticos parlamentarios), e impulsando las
propuestas de candidatas femeninas. Al margen de estas cuestiones, Ceballos-Escalera y
García-Mercadal (2003:47-48) apuntan una serie de reformas necesarias, que, a grandes
rasgos, compartimos:
a) El reforzamiento del papel de la Corona como vínculo identitario del sistema de
honores y distinciones español.61 Para ello, los galardones deberían ir
acompañados de un acto de la mayor solemnidad y ceremonia posible, articulado
en torno a la figura del monarca, tal y como ocurre en el caso británico.
b) Una drástica simplificación de las distinciones actualmente existentes,
manteniendo las más arraigadas —con unos criterios de concesión nítidos y
rigurosos— y refundiendo las demás en la Orden del Mérito Civil, evitando, en
la medida de lo posible, cualquier duplicidad.
c) La creación de una única Cancillería de Títulos, Órdenes y Condecoraciones,
dependiente de Presidencia del Gobierno.
d) La recuperación de la Jefatura de Protocolo del Estado.
e) La renegociación con la Santa Sede de un nuevo régimen para las Órdenes de
Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara (cf. la nota al pie 45).
f) Sería conveniente que las Órdenes se presentaran, de forma análoga a lo que
ocurre con la Legión de Honor francesa, en internet (p.e.
www.legiondhonneur.fr), presentando sus estatutos, difundiendo noticias
relacionadas con la orden, organizando exposiciones, etc., dotando así de
contenido a las órdenes y poniendo fin a la opacidad imperante en ellas hasta el
momento.
Cabe indicar que, a pesar de lo señalado en el punto (b), la “activación” de nuevas
órdenes tal y como ha ocurrido recientemente con la Medalla al Mérito en la
Investigación —fundada en 1980— puede resultar sumamente útil.62
Valga citar al final de este trabajo las palabras de Montesquieu, cuyo discurso sigue
siendo aún válido más de dos siglos y medio después de que fueran escritas:
“En los Gobiernos despóticos, como hemos dicho, lo que determina a actuar es únicamente
la esperanza de las comodidades de la vida, y así el príncipe no puede recompensar más que
dando dinero. En una Monarquía, donde reina el honor, el príncipe recompensaría
únicamente con distinciones, si las distinciones que establece el honor no llevasen consigo
un lujo que crea necesidades; así pues, el príncipe recompensa con honores, que a su vez
proporcionan fortuna. Pero en una República, donde reina la virtud, motivo que se basta a sí
mismo y que excluye a los demás, el Estado no recompensa más que con testimonios de
dicha virtud.
Es regla general que la gran cantidad de recompensas en la Monarquía y en la República
son signo de decadencia, porque prueban que sus principios están corrompidos: en una, la
idea del honor ya no tiene tanto vigor; en otra, la cualidad de ciudadano se ha debilitado.
Los peores emperadores romanos fueron aquellos que más dieron, por ejemplo Calígula,
Claudio, Nerón, Otón, Vitelio, Comodo, Heliogábalo y Caracalla. Los mejores, como
61
El poeta Novalis (Friedrich von Hardenberg) (1999), como buen romántico, prefería ver sustituidas las
órdenes y medallas por regalos reales, si bien desde una perspectiva claramente democrática: “Qué son
las condecoraciones? Fuegos fatuos os estrellas fugaces. La cinta de una condecoración, que debería ser
una vía láctea, por lo común es sólo un arcoíris, un borde de la tormenta. Una carta, una imagen de la
reina; esas serían condecoraciones, distinciones que encenderían hecho extraordinarios. Hasta las amas de
casa meritorias deberían obtener insignias parecidas”.
62
Podría, por ejemplo, plantearse una condecoración específica para méritos económicos y empresariales.
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Augusto, Vespasiano, Antonino Pío, Marco Aurelio y Pertinax fueron económicos. En
tiempo de los buenos emperadores, el Estado recobraba sus principios: el premio del honor
suplía los demás tesoros.”63
Cabe concluir, pues, que es necesario llevar a cabo una revisión, simplificación y
ordenación del actual sistema premial que acabe con el descrédito que ahora lo
ensombrece y le permita recobrar el necesario prestigio y esplendor que inspiraron
originalmente su creación. Recordemos que “la moneda del honor es siempre
inagotable y fructífera en manos de un sabio distribuidor”64. Debemos, pues, dejar de
considerar las condecoraciones y distinciones como un caduco vestigio del pasado,
como un mero residuo anacrónico, y volver a verlas como lo que pueden ser (y de
hecho son en nuestros países vecinos): un potente y eficiente mecanismo de
recompensa, impuso a la emulación, estímulo a la virtuosidad e incentivo a la
excelencia.65
Mas para ello es indispensable controlar el “valor” de las condecoraciones por medio
de otorgamientos restrictivos, que no devalúen sino enaltezcan el mérito y la virtud.
Sólo una Nación que premie a los mejores, y distinga como ejemplar a los más
dignos, una Nación en la que se dé por supuesto que cada orden es pour le mérite,
estará sentando las bases para una sociedad más excelsa — ça va sans dire.
63
Montesquieu, [1748] (1984), t. I, p. 80.
Véase la nota al pie 53. 65
A lo largo del texto hemos revisado sendos estudios, algunos de ellos muy recientes, que avalan esta
afirmación desde un punto de vista económico. 64
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Orden o Condecoración/
Clase
Collar
Gran Cruz
Encomienda de
Número
Toisón de Oro
X
-
-
-
-
-
-
-
Carlos III
X
X
X
X
-
X
-
-
Isabel la Católica
X
X
X
X
X
-
X
-
Alfonso X El Sabio
X
X
X
X
-
X
-
X
Mérito Agrario
-
X
X
X
X
X
X
X
Mérito Civil
X
X
X
X
X
X
X
-
Sanidad
-
X
X
X
X
-
-
San Raimundo de Peñafort
-
X
X
X
X
X
X
-
Mérito Deportivo
-
X
X
X
-
X
-
X
Solidaridad Social
-
X
X
X
-
-
-
X
Medalla del Trabajo
-
-
-
-
-
-
-
-
32
Encomienda
Cruz de
Oficial
Cruz
Medalla
Otros
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