Tres visiones de Solaris

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Tres visiones de Solaris
Lem – Tarkovski – Soderbergh
Manuel Mije
Félix Morales
Luisfer Romero Calero
Tres visiones de Solaris
Por Manuel Mije, Félix Morales y Luisfer Romero Calero.
Presentación
Una idea peligrosa
Cuando desde la dirección de Generación Zero se nos hizo saber que el
siguiente número, el que ahora mismo estás leyendo, versaría sobre
Ciencia Ficción, fue casi instantáneo pensar en Lem. ¿Por qué Lem? La
lista de nombres que han escrito Ciencia Ficción es casi inabarcable y,
por suerte para los afectos al género, aquellos cuyas obras son reseñables
también se cuentan por decenas: Isaac Asimov, Philip K. Dick, Arthur C.
Clarke, Frederik Pohl, Orson Scott Card, Ray Bradbury, Dan Simmons,
H. G. Wells, el propio Howard Phillips Lovecraft en algunas ocasiones...
y esto sin ser exhaustivos con la recopilación de talentos, que podría
extenderse durante muchos más nombres y aun así siempre habría
alguien que nos acusaría de haber olvidado a su favorito. ¿Qué tiene,
pues, de especial Stanislaw Lem? La respuesta es compleja en muchos
aspectos pero sencilla en otros, pues si algo tiene Lem que no tiene nadie
más es Solaris. Se pueden alegar artefactos, teorías y personajes
fabulosos; psicohistorias, replicantes, dos mil unos, pórticos, Ender y los
cerdis (sí, sí, los cerdis, esos seres fantásticos y simpáticos incluso en los
momentos más dramáticos, ¿quién no querría un cerdi por mascota o
amigo?)... pero quizá, y sólo quizá, Solaris vaya más allá de todos ellos al
condensar en menos de trescientas páginas algunos de los temas más
importantes de la Ciencia Ficción y, además, ofrecer una lectura
demoledora de uno de los pilares de las sociedades desarrolladas
contemporáneas desde finales del siglo XIX, la ciencia.
Sin embargo, hablar de Solaris para plantear esto resultaría
prácticamente baladí desde el momento en el que basta con teclear autor
y obra en tu buscador de Internet favorito para encontrar cientos de
entradas que lo dicen. ¿Qué podríamos añadir que no hubiera sido dicho
una y otra vez hasta casi llegar a conseguir que el sentido final de la obra
se diluya en la interpretación repetitiva, casi canónica, de la misma? La
respuesta está en sus adaptaciones cinematográficas, tanto la rusa,
firmada por Tarkovski en 1972, como la norteamericana de Soderbergh,
treinta años más tarde. Y, sobre todo, la visión de cómo la propia historia
de Solaris y la solarística, así como las ideas “peligrosas” que se escondían
tras ellas se van viendo matizadas, llegando incluso a desaparecer
conforme avanzan los años y los ojos que se vuelven hacia el cielo en
busca de respuestas cada vez se plantean menos preguntas. Así pues,
pasen y lean la triste historia de la decadencia de la solarística, de la
capacidad de muchos para poner en duda las verdades que nos venden
como absolutas, y del apoteosis de la ciencia.
Una primera aproximación a Solaris
La pregunta sin respuesta
La novela de Lem (1961)
Ficha técnica:
Editorial / Colección: Planeta de Agostini / Biblioteca de Ciencia
Ficción
Género: Ciencia Ficción
Edición: Cartoné
Páginas: 237
Año de la edición: 2006
Traductor: Matilde Horne, F. A.
Diseño de portada: Esteoeste
ISBN: 84-674-2624-1
Idioma: Español
Sinopsis:
El astronauta Kelvin se enfrenta a una nueva modalidad de agresión, una
especie de enorme inteligencia oceánica que ocupa el planeta Solaris...
Éste es el punto de partida de una alegoría de la condición humana,
condenada a no obtener jamás respuestas definitivas a su ansia de
conocimiento. En la novela conviven la Ciencia Ficción, el misterio y el
amor en un ambiente denso e inquietante, repleto de imágenes
evocadoras y pinceladas de ironía que la han consolidado como un clásico
de la Ciencia Ficción.
Autor:
Stalislaw Lem (Polonia 1921-2006), científico, filósofo, ensayista y
escritor de Ciencia Ficción, considerado uno de los mayores exponentes
del género y de los pocos que siendo de habla no inglesa han alcanzado
fama mundial con este tipo de historias (llegó a ser nombrado miembro
honorario de la SFWA, la asociación de escritores norteamericanos de
Ciencia Ficción y Fantasía, en 1973, aunque fue expulsado en 1976 por
declarar de baja calidad la literatura norteamericana de Ciencia Ficción).
Sus novelas y relatos, normalmente cargados de sátira y contenido
filosófico, suelen abordar el tema del contacto entre la humanidad y otras
civilizaciones o formas de vida, la relación entre civilización y progreso
científico, y la cibernética en general, de la cual se consideró siempre un
apasionado.
Crítico con la ideología socialista imperante en su entorno, y en
general pesimista en todo lo concerniente a la condición humana, su
orientación hacia la Ciencia Ficción fue más una forma de eludir la
censura y la persecución a la que sus ideas le avocaban, lo que queda de
manifiesto con al abandono del género tras el colapso de la Unión
Soviética, pasándose por entero al ensayo.
Su vida, marcada en su juventud por la tragedia de la invasión nazi
y la Segunda Guerra Mundial, en la que participó como miembro de la
resistencia polaca, y después por la ocupación soviética y la asimilación
del país dentro de su esfera de influencia, fue una constante lucha por
mantenerse al margen de la ideología socialista y todas las imposiciones y
encorsetamientos a los que ésta sometía a sus pensadores y artistas
(abandonó la carrera de medicina por diferencias ideológicas, y varios de
sus primeros trabajos fueron censurados, lo que le obligó a camuflar sus
ideas dentro del género fantástico), algo que conseguiría gracias a la
profundidad de sus convicciones e ideas, su talento literario, capaz de
exponerlas de forma que pudieran eludir la censura, y su creciente fama
dentro y fuera de los límites del Komintern, lo que le permitió ser más
audaz en sus planteamientos y exposición de ideas al sentirse algo más
protegido frente a la ortodoxia comunista, siempre en disposición de
silenciarlo.
Finalmente, liberado ya del yugo soviético y la sombra de la
censura y la represión política, se entrega por entero al desarrollo y
exposición de sus ideas en formato de ensayo científico y filosófico.
También se dedica a la redacción de informes con análisis prospectivos
para gobiernos de distintos países y a la ciencia en general, aunque sin
abandonar nunca del todo su faceta literaria, siendo profesor de literatura
polaca en la Universidad de Cracovia desde 1973 hasta su muerte en
2006.
Análisis:
A principios de la década de los sesenta, el mundo de la literatura de
Ciencia Ficción vio cómo se alzaba uno de sus hitos, Solaris: Stanislaw
Lem, un novelista encuadrado dentro de la esfera soviética de influencia
y poseedor de una suficiente formación científica, publicaba la novela en
1961, quizá el título más conocido de su valiosa obra. Hablamos de
Ciencia Ficción de esa que se ha dado a llamar “de ideas”, pero aplicando
este apelativo sólo para indicar su profundidad y búsqueda de
significación y aporte más allá del mero entretenimiento intelectual, y no
para esconder posibles taras a nivel estrictamente literario.
Solaris es profunda, multifacética, una lectura análoga al
encapsulado de una cebolla cuyas capas hay que ir apartando si se quiere
llegar a su corazón. La premisa inicial de la obra es sencilla en su
formulación: ¿qué pasa cuando el ser humano se enfrenta a un problema
sin respuesta (y no caigamos en el error de sus personajes: no hay
respuesta… humana)? La lectura de la obra nos desvela que esta
pregunta sencilla demanda una respuesta compleja, difícil de asir para el
que quiera viajar por sus páginas con la pisada débil del lector distraído
que no acostumbra a buscar significados, sino sólo evasión.
Es momento también de decir que en el presente trabajo no se
pretende reseñar la obra del maestro polaco, tarea de la que ya se
ocuparon muchos otros. No, para nuestro objetivo, el de comparar las
huellas que del pensamiento original de Lem quedaron en las dos
secuelas cinematográficas, nacidas de Solaris a lo largo de los cuarenta
años posteriores a su publicación, no es necesario.
Por lo tanto, considerándonos excusados de valorar aspectos
literarios, volvemos atrás, a la pregunta que entendemos es el alma de la
obra: ¿qué pasa cuando al ser humano se le plantea un problema sin
respuesta? La contestación a esta pregunta la tenemos que abordar desde
las tres perspectivas que nos da el propio autor:
1. Respuesta de la sociedad
2. Respuesta de la comunidad científica, de la ciencia en general
3. Respuesta ontológica del ser humano
Respuesta de la sociedad
Para Lem, la respuesta de la sociedad es pasiva, totalmente entregada a
los deseos y ambiciones de los científicos, esa especie de élite social en la
que cree con fe ciega, aceptando sin ningún tipo de reticencias aparentes
sus demandas, haciendo suyas sus ilusiones, sus anhelos.
Como se menciona en uno de los libros ficticios que se nombran, la
Introducción a la Solarística, de Muntius:
La solarística es la religión de la era cósmica; una fe disfrazada de
ciencia. El Contacto, la meta de la solarística, no es menos vago y oscuro
que la comunión de los santos o la vuelta del Mesías. La exploración es una
liturgia que se sirve de un lenguaje metodológico; los sabios trabajan
esperando una consumación, una Anunciación.
En esta religión los científicos son los iniciados, y la humanidad
una inmensa comunidad de fieles que pagan religiosamente sus diezmos
para alimentar la máquina solarística en busca de una epifanía cósmica.
El avance de la propia solarística, el trabajo de estos teólogos de
nuevo cuño, forma el corpus doctrinal que moldea las opiniones del
público (en la novela se llegan a citar unos estudios de psicólogos que
vinculan los cambios en la opinión pública a las fluctuaciones de las
hipótesis científicas). Al principio se presenta el fenómeno como la
existencia de una especie de yogui cósmico del que extraer verdades,
quizá el mismo sentido de la existencia. Más tarde, conforme la
frustración se instala en la comunidad científica debido a la falta de
resultados válidos en sus experimentos, a la vacuidad formal del inmenso
archivo en el que se registra la fenomenología solariana, la visión
pragmática toma el testigo para mantener el interés de los fieles si no
hacia el objetivo final de Contacto, sí a la obtención de otros “beneficios
intermedios” en forma de hallazgos prácticos. Por último, parece que la
crisis de fe de los propios iniciados, el derrotismos de una comunidad
científica que poco a poco va conformándose con mantener la solarística
aunque sea como mero campo de estudios sin objeto, negándose a admitir
la derrota, termina calando en la sociedad, provocando su indiferencia, el
olvido de Solaris, y reaccionando contrariamente a las iniciativas de los
que desde ciertas instituciones científicas abogan por aumentar la
inversión en recursos para volver a poner la solarística en el foco de
atención.
Las únicas iniciativas que parten de la propia sociedad terminan
siendo la de una fundación-empresa que hace suya la visión pragmática
del fenómeno tratando de sacar beneficio de Solaris, y la aparición de una
herejía (manteniendo el símil religioso), un grupo de individuos no
iniciados que trata de buscar su propio sentido de Solaris al margen de la
corriente oficial, ya definitivamente en punto muerto. Cuando la herejía
desaparece por sí sola, Solaris es ya historia para el público.
Respuesta de la comunidad científica
En este caso se trata de la escenificación de una gran derrota, tras la cual
se esconde una crítica a la propia ciencia, al método científico, y a la
lucha de egos que impone su ley sobre la honesta búsqueda de verdades y
resultados que se le presupone a los que forman la vanguardia del
progreso humano.
El descubrimiento de Solaris se produce algo más de ciento treinta
años antes del comienzo de la trama de la novela, pero no es hasta
pasados cuarenta años del descubrimiento inicial cuando mandan una
expedición (debido a que las primeras observaciones estiman la
posibilidad de una órbita estable, algo teóricamente imposible para un
astro que orbita alrededor de un sistema binario de soles). Esta
expedición no ve en Solaris nada más que otro planeta muerto, y su único
aporte es la puesta en funcionamiento de varios satélites que confirman el
mantenimiento estable de la órbita. Estos resultados provocan un
escándalo por su oposición a la ortodoxia científica, y en esta ocasión no
sólo se desestiman y se silencian los resultados, sino que incluso se mata
al mensajero dando por sentado el fallo en los equipos que verifican esos
datos.
Los siguientes diez años quedan in albis, mencionando el autor
apenas una voz que intuye lo que puede haber en Solaris pero que, por
supuesto, es también silenciada, una vez más por no casar con la
ortodoxia y los egos que en ella se manejan. Al término de este decenio se
manda una segunda flotilla que deja tras de sí un satélite de mayores
prestaciones que, una vez más, verifica los datos que daban la órbita
como estable. Es a partir de aquí, tras la tercera confirmación de datos,
cuando por fin se acepta la realidad de la órbita de Solaris.
El inicio oficial de la solarística se establece un año y medio
después, con la llegada al planeta de la tercera expedición, la de
Shannahan, que ya significa una gran inversión. Durante los dieciocho
meses que duran los trabajos, las observaciones indican que el océano es
una formación orgánica, que modifica su órbita no se sabe cómo, pero
que no está vivo, no se atreven a decirlo. Como no se atreven, los
científicos implicados se ven obligados a buscar epítetos intermedios tales
como “formación prebiológica” (forma de vida primitiva), “máquina
plasmática” (quizá privada de vida, parabiológica, pero capaz de
emprender actividades útiles), y ya en la Tierra, desde el sector
conservador, “formación geológica particular” (una vez más negándose
no sólo a admitir la posibilidad de vida sino también esos términos
medios prebiológicos o parabiológicos). Sólo algunas voces, de forma
más intuitiva que demostrada, hablan de “océano homeostático”,
admitiendo la posibilidad de vida.
Otro de los resultados hallados a raíz de la expedición de
Shannahan es la forma que usa el océano para estabilizar la órbita de
Solaris, imponiéndola directamente. Frente a la solución que ofrece la
ciencia humana para el problema, la que usa el ser al que los humanos se
niegan a considerar como vivo e inteligente resulta estar varios pasos más
allá de nuestro conocimiento.
Hasta aquí poco más de sesenta años de historia de Solaris, sólo
veinte de investigación, apenas diez de solarística (frente a los setenta
que aún quedan por delante hasta llegar al punto en el que comienza la
historia de la novela), y en ellos un perfecto resumen de todo lo que
vendrá después. La solarística se convierte en la frontera de la ciencia, el
territorio al que se trasladan todos aquellos científicos aventureros que,
como si de la fiebre del oro se tratase, buscan su gloria particular en
tierra de promisión.
El avance de la materia, si es que se le puede llamar tal, es siempre
de la misma manera: el océano está dotado de una fenomenología que
abruma a los investigadores, que exige un ingente gasto en tiempo y
recursos sólo para ser archivada, y de la que apenas se consigue sacar
algún resultado concreto. La comunidad científica pretende explicar el
fenómeno solarista, llegar al contacto si es que eso es posible, siempre
dentro de los límites del conocimiento humano, rechazando toda
explicación o atisbo de la misma que vaya más allá. Cuando ya se han
chocado repetidas veces con la misma pared terminan admitiendo lo que
antes rechazaban, y entonces, en lugar de hallar respuestas, lo que
encuentran son preguntas más complicadas que las anteriores.
Durante todo el proceso se van elevando egos sólo por ser los más
audaces a la hora de aventurarse a dar explicaciones sin confirmación,
llegando a bravatas de tal magnitud como la de dar nombre científico,
con familia y especie, a un ser único. El tiempo que permanecen en el
centro de atención es efímero, desde que consiguen aceptación a sus
hipótesis hasta que el siguiente ego aventurero formula una nueva que
socava la fragilidad de las anteriores, condenando al desprestigio y al
olvido a los que se erigieron sobre ellas.
En resumen, el papel de la ciencia y de los científicos en la novela
de Stanislaw Lem no es el de una comunidad abnegada y altruista que
busca la verdad por sí misma y el beneficio de la especie humana, sino
más bien el de un grupo formado por algunos científicos (en el correcto
sentido de la palabra) y una legión de oportunistas en busca de prestigio
o simple sustento que, más que tratar de hallar la verdad de la realidad
con la que se encuentran, intentan imponer sus propias verdades y que,
una vez se dan cuenta de la inutilidad de su postura como censores de la
verdad en lugar de buscadores de la misma, prefieren considerar el
problema como irresoluble en lugar de admitir su fallo.
Al final vuelve a quedar el camino expedito para los verdaderos
científicos, pero ya en una rama de la ciencia que ha malgastado la
mayoría de los recursos a su alcance, y que difícilmente volverá a
conseguirlos al quedar en entredicho por la mala praxis de muchos
precursores.
Respuesta del ser humano
Más allá de la sociedad, más allá de la ciencia, su método, sus rivalidades
y egos, la historia que se narra en Solaris apunta al propio ser humano,
como especie y como individuo, como ser consciente ávido de
conocimiento y trascendencia pero que se ve lastrado en la búsqueda de
ambos por esa miopía que le lleva a considerarse centro del universo,
medida de todo lo demás, el elegido, algo que en la misma novela se
nombra varias veces como “la misión del hombre”.
El enfrentamiento del hombre con Solaris, además de una batalla
perdida en el plano científico, es también una derrota en el plano
espiritual, ontológico. El océano desde un principio se revela como “más
que el hombre”: en sus creaciones, longus, mimoides y demás
fenomenología, que son muy superiores por ejemplo a la estación, de la
que se afirma que es uno de los grandes logros de la humanidad; también
en su conocimiento y manejo de las leyes del universo, escenificado por
ejemplo en ese ejercicio de mantener la órbita del planeta de una forma
que los científicos ni siguiera llegan a comprender; y en su misma
relación con los seres humanos, porque cuando éstos experimentan con el
océano éste casi ni se inmuta, o reacciona en un primer momento para
luego perder interés, mientras que cuando es Solaris quien experimenta
con el hombre, obliga a este último a replantearse su esencia como ser
vivo, su pequeñez.
La denominada “misión del hombre”, esa especie de trascendencia
final, de contacto quizá con la divinidad, es la clave de la gran derrota
existencial del hombre en su enfrentamiento con Solaris. Cuando los tres
últimos habitantes de la estación tocan este punto es cuado más vértigo
les produce. Los hombres han terminado por dominar su entorno, se
creen dioses menores con el destino de llegar a ser algo más, y entonces
se encuentran, en la ínfima porción que conocen de la infinitud del
universo, con otro ser (y podría haber más) que demuestra con hechos
que está muy por delante de ellos en esa carera hacia la trascendencia. El
Dios de los hombres creó el universo, la vida, quizá uno de los últimos
pasos en ese camino a la divinidad; el océano, en su entorno, es capaz de
crear una réplica mejorada de ese producto superior de la creación que el
hombre cree ser. Los designios de Solaris son inextricables para el
hombre, como los designios de su propio Dios, y su indiferencia hacia la
humanidad también es la misma. Por eso el ser humano se asusta, porque
las analogías son demasiado evidentes.
El antropocentrismo cae en la novela, es explícitamente
ridiculizado tanto por los sucesos que se cuentan, como por los propios
protagonistas en sus desesperadas reflexiones, como por algunos de los
autores ficticios que se citan, que en último término, aunque también
alejados de esa verdad más allá del alcance humano, sí que parecen
atisbar algo de luz al final del camino. Más aún, el antropocentrismo no
sólo se muestra como ridículo, sino también como nocivo, porque queda
de manifiesto que incluso lastra el camino hacia la verdad. Se señala que
es posible, casi seguro, que el hombre no llegará a ella por incapacidad
material, pero es que incluso en sus primeros pasos en la senda del
descubrimiento, ese ansia suya por, más que mirar hacia la luz de la
razón, mirarse en un espejo que le devuelva esa imagen de grandeza que
tiene de sí mismo, genera frustración, desencanto, y que cada paso que da
hacia delante esté condenado a ser desandado poco después.
Finalmente, la ridiculez del antropocentrismo llega al esperpento,
porque el hombre, o más bien la imagen que Solaris le devuelve de él
mismo, no es ya que no sea centro del universo, modelo del entorno,
medida de todas las cosas, sino poco más que uno mota de polvo,
insignificante casualidad con ínfulas de grandeza, un gusano solitario
dentro de una manzana que, a falta de otros con los que compararse, se
cree centro del universo. Solaris rompe la manzana, saca al gusano de su
autocomplaciente aislamiento, y cuando éste ve la inmensidad más allá
del encierro que lo hacía especial, lo único que le queda es cerrar los ojos,
porque ni siquiera tiene valor para enfrentarse con su propia miseria.
Segundo viaje a Solaris
El misticismo de Tarkovski
La película de Tarkovski (1972)
Ficha técnica:
Dirección: Andréi Tarkovski
Producción: Viacheslav Tarasov
Guión: Fridrikh Gorenshtein, Andréi Tarkovski (basada en la novela de
Stanislaw Lem)
Música: Eduard Artemyev
Fotografía: Vadim Yusov
Reparto:
Natalya Bondarchuk-Hari
Donatas Banionis-Kelvin
Jüri Järvet-Snaut
Anatoli Solonitsyn-Sartorius
Vladislav Dvorzhetsky-Berton
Avigdor Leinov-Gibarian
País: Unión Soviética
Duración: 165 minutos
Sinopsis:
El solarista Kris Kelvin es enviado a la estación espacial que orbita
Solaris, un planeta cubierto casi en su totalidad por un océano cuyas
características y naturaleza llevan décadas siendo estudiadas por la
comunidad científica. Su misión es determinar la viabilidad del proyecto
y decidir sobre su continuidad o el cese de las actividades. Una vez allí se
encuentra con que la situación en el lugar dista mucho de lo que esperaba
encontrarse. Conforme pasa el tiempo y se ve involucrado en la realidad
de Solaris, todo su universo se tambalea.
Autor:
Andréi Tarkovski (Rusia 1932-Francia 1986), director de cine, actor y
escritor. Considerado uno de los más grandes autores del cine soviético y
de la historia del cine en general, aclamado ya desde su primer
largometraje La infancia de Iván (1962), León de Oro en el Festival de
Cine de Venecia (según Ingmar Bergman, uno de los autores favoritos
del propio Tarkovski: “Un verdadero milagro”).
Considerado un “poeta de la imagen”, las películas de Tarkovski,
de marcado carácter intimista, suponen una perpetua búsqueda de
formas narrativas propias, de los límites del lenguaje cinematográfico, e
incluso un posicionamiento militante en lo relativo a las
responsabilidades del artista respecto a la sociedad (en este caso la
soviética, con todo lo que ello suponía).
Sus historias se enfocan en el hombre y su espiritualidad, y en su
posición dentro de la sociedad moderna y frente a los avances de la
tecnología, de la cual consideraba que comenzaba a dominar al propio ser
humano en lugar de servirle.
Fue también autor intelectual de la teoría cinematográfica a la que
denominó “Esculpir en el tiempo”, que, a partir de la premisa de que el
cine tiene la capacidad de fijar el tiempo, considera que el autor debe
esculpir ese bloque de tiempo hasta sacar a la luz la imagen
cinematográfica.
Como artista “puro”, la vida de Tarkovski estuvo marcada por las
vicisitudes a las que le abocó su búsqueda de independencia formal y de
una voz propia frente a las limitaciones, tanto creativas como
presupuestarias, impuestas por las autoridades soviéticas.
Hijo del reconocido poeta Arseni Tarkovski, estudió música,
pintura y escultura antes de interesarse por el cine, reconocerlo como
vocación, e inscribirse en el afamado Instituto Estatal de Cinematografía
de Todas las Rusias bajo las enseñanzas de Mijaíl Romm.
Tras graduarse y conseguir el éxito con su primer film, La infancia
de Iván, Tarkovski fue inmediatamente puesto bajo la estricta vigilancia
de las autoridades rusas, las cuales no dejaron de acosarle a partir de ahí,
negándole proyectos y prohibiendo sus filmes (Andrei Rublev lo fue
durante cinco años, es incluso se saboteó su participación en el Festival
de Cine de Cannes, para después ser distribuida sólo parcialmente). Con
El espejo (1975) a punto estuvo de terminar en la cárcel, y Stalker (1979),
tuvo que ser rehecha con una dramática reducción presupuestaria
después de un accidente que destruyó la primera versión.
Nostalgia (1983) fue su última película rodada bajo vigilancia de la
Unión Soviética, pues tras su conclusión huyó a Suecia para, por fin,
rodar en libertad. Por desgracia, sólo pudo rodar una película en esta
nueva etapa, Sacrificio (1986), la cual consiguió un reconocimiento sin
precedentes para el cine ruso (cuatro galardones en el Festival de Cine de
Cannes).
A finales del mismo 1986 murió en Francia, a la edad de 54 años,
víctima del cáncer.
Análisis:
Con Andréi Tarkovski, Solaris toma nuevas dimensiones. De una parte,
quizá por falta de presupuesto para emprender otro enfoque, quizá por
voluntad propia, el director se sumerge en los personajes y saca de sus
actores tipos reales que, una vez subidos al pedestal que es la pantalla, se
salen de ésta como si quisieran formar parte de nuestra cotidianeidad.
Por otra parte, juega con una profundidad ya apuntada por Lem, pero
que apenas llega a ser desarrollada en la novela y casi podría quedar
como una anécdota más dentro de su discurso, una ironía. Ante la
imposibilidad del conocimiento científico los seres humanos vuelven a
creer en dioses, y Solaris sería un dios joven que está dando sus primeros
pasos. Tarkovski, que ya era seguido de cerca por el Partido Comunista
por sus veleidades místicas, desarrolla, en cierto sentido, esta idea del
dios menor. Lem, a decir de algunos, no estaba totalmente de acuerdo
con esto.
Para exponer su visión de Solaris, adaptándose a los medios que
tenía a su alcance, Tarkovski dota a la historia de un prólogo y un final
inexistentes en la novela y que cambian en gran medida el sentido de
ésta. Comienza la película en un entorno idílico, en el campo, con un Kris
Kelvin que, tras estudiar la solarística, se despide de su familia y el
mundo antes de ir a una misión en la estación que orbita sobre el planeta
océano. En éstas recibe la visita de Berton, que le expone el equivalente
fílmico al Pequeño Apócrifo de la novela. Este es el vehículo que utiliza el
director para salvar la problemática que le hubiese supuesto llevar a la
gran pantalla la fenomenología de Solaris, así como para exponer algunas
de las cuestiones científicas que se plantean. Presenta una ciencia que
quiere avanzar pero niega los datos que no puede adaptar a un esquema
que se sabe anquilosado y aun así se niega a cambiar. El propio Kelvin
rechazará a Berton. Tarkovski habla de la responsabilidad científica, de
ética a la hora de experimentar, y, mientras tanto, el mundo observa
curioso Solaris a través de la televisión. Aquello que trae de cabeza a los
científicos es objeto de documentales. Berton avisa a Kelvin: a pesar del
rechazo, no debe olvidar que Solaris, de algún modo, nos conoce, sabe
leer en nosotros como nosotros no sabemos leerle.
El prólogo plantea hechos fundamentales, cuando Kelvin retorne a
su hogar al final de la película y, metáfora quizá del cristianismo (no
olvidemos que Tarkovski era un poeta visual), caiga de rodillas ante su
padre, sabremos que Solaris ha creado un paraíso, lo más fiel posible a la
realidad, para el protagonista. Un elíseo imperfecto en el que las aguas
son estáticas y la lluvia cae dentro de la casa, prueba quizá de la
condición de dios menor del océano, definitiva muestra de que la ciencia
jamás conocerá a Solaris, como jamás supo explicar ni comprehender a
ninguna otra deidad. De este modo los añadidos delante y detrás de la
historia de Lem la matizan y dotan de un sentido nuevo que, si bien
estaba indicado en la obra original, no era, en ningún momento, el
leitmotiv de la misma.
En la estación espacial que orbita Solaris, se desarrollará la historia
ya conocida en la que los visitantes, creaciones del dios menor, aspirantes
a humanos, conviven con aquellos de cuyas mentes han sido extraídos.
Kelvin recibirá la visita de su mujer muerta, Hari, y, tras un primer
encuentro desafortunado en el que se deshará de ella de un modo
bastante expeditivo, reanudarán su historia de amor. Hari descubrirá que
no es real sino una proyección de Kelvin y luchará denodadamente para
humanizarse, consiguiendo llegar a ser más humana que los compañeros
de la estación espacial, Snaut y Sartorius. Ambos, atrapados por sus
propios fantasmas y su sentido del deber científico, buscan la explicación
a los visitantes y el modo de hacerlos desaparecer. En la habitación de
Sartorius se intuyen horrores, un enano escapa mientras habla con
Kelvin, y más tarde le reprochará a éste que su ejemplar de visitante es
sin duda uno de los buenos, con el que puede establecer relaciones
emocionales positivas. Sartorius es un ser atormentado, y Solaris planta
ante él los horrores que capta en su psique. Representante de la ciencia a
ultranza, partidario de experimentos carentes de ética, Sartorius
propondrá enviar un encefalograma de Kelvin a Solaris, así
desaparecerán los visitantes. Esto termina siendo, a modo de plegaria, el
camino que permite al nuevo dios crear el paraíso. Y es un paraíso para
Kelvin que, a través del amor, entra en comunión con este dios al que
nadie ha comprendido. El único modo de conseguir ese contacto fallido,
un contacto apenas comprendido, tan sólo una intuición, un sentimiento.
Snaut, por su parte, a medio camino entre ambos observa con un sentido
lírico cada vez más acentuado cómo se desarrollan los hechos.
Hari se humaniza. Es un tema que se ha visto y se verá en el
género cientos de veces, miles de veces. Los límites de lo humano: Blade
Runner en el cine, las ovejas eléctricas del libro, El hombre del bicentenario
en ambos formatos, Ghost in the shell en el anime... Hari es uno más de
esos personajes que buscan la humanidad que les es negada de partida,
quizá, como preconizan algunos, la más patética de todos. Un ser no
humano, una réplica imperfecta, condenada por los recuerdos de su
amante, de los cuales surge, a intentar suicidarse una y otra vez. Un ser
no humano enamorado, que no puede vivir sin su objeto de deseo cerca
(atraviesa puertas metálicas para estar con él). Una copia que se hará
más humana que los propios humanos a través del amor y, por ello
mismo, dará su vida por el bienestar de Kelvin. Y nos recuerda al
mensaje bíblico, también presente en Lem: no hay amor más grande que
dar la vida por los demás.
Así, Tarkovski, centra su visión en los personajes, en su historia y
desarrollo, en sus relaciones, y deja el problema de comprender Solaris
aparcado hasta un final incierto que tiñe definitivamente de misticismo su
aproximación, quedando la ciencia, su crítica y sus dificultades como
meros acompañantes que hacen más vivas y dinámicas las
conversaciones, pero realmente no son el objeto fundamental de su
discurso. Su visión de Solaris comparte con la original de Lem una
potencia y profundidad que atrapan al que se aproxima a ella, que lleva a
la reflexión e invita al visionado reiterativo de la misma. Una película
para ver varias veces y encontrar nuevos recovecos por los que
profundizar en cada una de estas ocasiones. De este modo, poniendo los
acentos en otras cuestiones, Tarkovski, como Lem, nos obliga a pensar, a
ir más allá de lo visto, a buscar nuestras propias respuestas a esa
pregunta sin resolver.
Tercer viaje a Solaris
Solaris sin Solaris
La película de Soderbergh (2002)
Ficha técnica:
Dirección: Steven Soderbergh
Producción: James Cameron, Rae Sanchini, Jon Landau
Guión: Steven Soderbergh (basada en la novela de Stanislaw Lem)
Música: Cliff Martínez
Fotografía: Peter Andrews (Steven Soderbergh)
Reparto:
George Clooney-Chris Kelvin
Natascha McElhone-Rheya Kelvin
Jeremy Davies-Snow
Viola Davis-Helen Gordon
Ulrich Tukur-Gibarian
País: EEUU
Duración: 94 minutos
Sinopsis:
Cuando el doctor Kelvin recibe una llamada pidiendo ayuda proveniente
de una base espacial situada junto al planeta Solaris, emprende un viaje
hacia lo desconocido de consecuencias imprevisibles para su futuro. Ya
en la base se da cuenta de que casi todos sus habitantes han muerto y los
pocos que sobreviven han enloquecido. Empieza a tener encuentros con
un fantasma del pasado que parece haber vuelto a la vida: su propia
mujer, fallecida años atrás. Puede que todo sea fruto de su imaginación, o
puede que realmente se le esté brindando una segunda oportunidad. En
un duelo entre la realidad y la ficción, Kelvin se enfrentará al más
peligroso de todos los desafíos: el de su propia mente.
Autor:
Steven Soderbergh (EEUU 1963), productor cinematográfico, guionista,
director de fotografía, editor y director de cine, considerando uno de los
mayores artífices de la revolución del cine independiente de los años 90
(el crítico de cine Roger Ebert dijo de él que era el “chico póster de la
generación Sundance”) con su película, ganadora de la Palma de Oro en
Cannes, Sexo metiras y cintas de vídeo (1989), y consolidado con la
consecución del Óscar al mejor director por Traffic (2000).
Se trata de un autor cinematográfico completo que, al estilo de
Orson Welles (cuando éste tuvo libertad creativa), trabaja en muchas de
sus películas no sólo como director, sino también como guionista, director
de fotografía (con el seudónimo de Meter Andrews), editor (con el
seudónimo de Mary Ann Bernard), productor (junto a George Clooney)
e incluso actor. También es conocido por otras muchas iniciativas como
contribuir al reestreno en DVD de El tercer hombre, experimentos como
Full Frontal (2002), K Street (2003), una serie de diez capítulos sobre
políticos filmada al estilo de Full Frontal, Bubble (2006), interpretada por
actores amateurs y distribuida en modo day-and-date (estrenada en cines
y HDNet al mismo tiempo y pocos días después en DVD), lo que le valió
críticas por parte de los dueños de salas, y The Girlfriend Experience (2008),
protagonizada por la actriz porno Sasha Grey.
Actualmente es un autor ampliamente reconocido tanto por el
público, con Ocean`s Eleven (2001) recaudó 183 millones de dólares, como
por la crítica, siendo en único director que ha sido nominado en un
mismo año (2000) por dos películas tanto en los Óscar, los Globos de
Oro, y los premios Directors Guiad of America, con Erin Brockovich y
Traffic.
Análisis:
Hay que tenerlos bien puestos para meterse en un jardín como el de
revisitar un clásico del cine de Ciencia Ficción. Solaris (1972, Andréi
Tarkovski) no sólo es un paradigma de la ficción especulativa puramente
metafísica y la coherencia estética, sino que es uno de los mayores
contraataques que el cine de este lado del Atlántico ha ejecutado contra
la mercadotecnia hollywoodiense (la denominaron la 2001 soviética,
refiriéndose a la ínclita película de Stanley Kubrick).
Y es lo que hizo Steven Soderbergh, un cineasta reconocido por
tener olfato comercial (la saga Ocean, Erin Brockovich) y también un
espíritu crítico y alternativo (Sexo, Mentiras y Cintas de Vídeo, Traffic), que
con un guión propio adaptó libremente ciertos elementos de la novela
original homónima de Stanislaw Lem (una obra capital en la literatura
fantástica del siglo XX). Si la Solaris de Tarkovski luchaba
involuntariamente contra el progresivo auge del montaje del cine
norteamericano, con tres horas de sencillez en la puesta en escena pero
una densidad de contenido impresionante, Soderbergh se decanta por
algo más convencional que pueda llegar a un público más amplio. Las
referencias se mantienen, sí, pero en este caso al servicio de una historia
de amor que envuelve a los dos protagonistas (o, si nos ponemos
quisquillosos, a sólo uno de ellos), quedando las reflexiones sobre el
planeta Solaris eclipsadas por la pasión romántica, el drama más puro.
No es casualidad que James Cameron esté entre los productores, cuando
él mismo tomó la historia de Titanic para encumbrarla con una historia
de amor entre dos pasajeros del barco.
Los méritos que podemos asignar a la versión de Tarkovski actúan
precisamente como detonantes para considerar a esta revisión de
Soderbergh como una obra estrictamente menor. El reparto es conocido
y solvente, con el actor-prototipo George Clooney como Kris Kelvin,
Natasha McElhone (la encantadora Sylvia de El Show de Truman) como
Rheya, y Viola Davis, Ulrich Tukur y Jeremy Davies, como los
tripulantes de la nave.
Ni siquiera la fascinante música a cargo de Cliff Martinez (el
batería anterior a Chad Smith en la banda Red Hot Chili Peppers) ni la
inspirada fotografía de Peter Andrews (el propio Soderbergh) camuflan
las ingentes limitaciones de esta nueva propuesta. Llaman la atención los
cambios de nombres respecto al origen Lem/Tarkovski (Snaut/Snow,
Hari/Rheya), el diseño de la nave, mezcla de Aliens y Abyss (películas del
mencionado Cameron), pero lo que más clama al cielo es ese famoso
cuarto de hora con un idilio anodino (nalgas de Clooney en primer plano
incluidas). Buscando una profundización de personajes, que por cierto
Tarkovski lograba con mucha más fluidez, este Solaris tiene una falta de
ritmo que merma y mucho su potencial.
Si es en el amor en lo que hemos de centrarnos en esta película de
2002, hay que reconocer que tiene elementos logrados, aunque en parte
similares a la relación Deckard/Rachel en Blade Runner. Pero si Tarkovski
enriquecía la historia con una metáfora del hijo pródigo y terminaba
reflexionando (¿inconscientemente?) sobre la felicidad, Soderbergh
regala la cámara a Clooney para que durante más de una hora, su Kris
Kelvin dude entre si considerar humana a esa Rheya idealizada que
Solaris ha puesto a su servicio. Los doppelganger que Solaris introduce
en la nave (nunca sabemos si para estudiar a la raza humana o por pura
hostilidad ante el temor de una invasión inminente) permiten una
subtrama de terror como la del pobre Snow, interpretado con carácter
por Jeremy Davies.
¿Es posible enamorarse de una proyección del subconsciente, del
recuerdo de una ex-mujer inestable y profundamente infeliz que, ahora
sin embargo en la nave es sólo un reflejo mejorado de ella?
Lamentablemente, esta cuestión se desarrolla de manera demasiado
reiterativa, y se ahonda mucho en mostrar un futuro próximo donde
siempre llueve, meramente interracial y con lagunas argumentales de
peso. Se dice que unas fuerzas de seguridad han intentado, por la fuerza,
resolver la misión de forma drástica, pero Kelvin llega al lugar y la única
adversidad que encuentra es una tripulación resignada a la vaciedad.
La ambigüedad de su final apenas es una ayuda. Pero es que las
comparaciones son odiosas. Si Tarkovski realizó unos últimos cinco
minutos soberbios, que para que el esto escribe representan uno de los
mejores finales de la historia del cine, Soderbergh optó por un final
abierto que quizás no quiere decir nada. En el cine de esta década hemos
visto muchos finales abiertos, simplemente porque se han convertido en
una moda, una máscara que intenta dotar a la película en cuestión de
audacia y profundidad. Si acaso la falta de límites del amor, el cómo el
amor puede ayudarnos a traspasar cualquier barrera física y, en este
caso, sideral.
Conclusiones
Lucifer derrotado una vez más
Según varias tradiciones, Lucifer, que en latín vendría a significar “el
portador de la luz”, fue algo así como Prometeo, un rebelde con causa, la
de la sabiduría. Lucifer fue derrotado y castigado por su osadía, por
querer traer el conocimiento a los hombres, por intentar alumbrar su
camino hacia la verdad. Después, como ocurre siempre, los vencedores
fueron los que escribieron la historia, los que confundieron las ansias de
libertad con ciega rebeldía, pervirtiendo así el mensaje.
Stanislaw Lem es un moderno Lucifer, y Solaris esa luz que se ha
ido velando con el pasar del tiempo. Lo que en un primer momento fue
un alegato contra la ceguera de la ciencia y su método, contra la
megalomanía de la humanidad y esa idea de grandeza que se sustenta
únicamente en el desconocimiento de todo lo que esté más allá de la
experiencia humana, fue perdiendo contenido, pasando por el tamiz de
un cineasta genial con un lenguaje propio y unas ideas propias (que en
algún caso fagocitaron las de Lem), hasta convertirse en la enésima
revisión del paradigma de la historia de amor imposible (Romeo y
Julieta), todo en aras de alimentar la moderna maquinaria de Hollywood
en la que lo más importante es la viabilidad comercial de las obras.
El autor polaco tenía mucho que contar, muchas ideas “peligrosas” que
sólo podía exponer ocultándolas bajo el envoltorio de lo fantástico, en
concreto de la Ciencia Ficción, una artimaña con la que eludir la censura.
Por eso Solaris no es un ensayo unívoco, un texto que nos lleva de la
mano hacia el mensaje que quiere transmitir. Es un ensayo cifrado con el
código de la Ciencia Ficción, una exposición en clave que, como tal, sólo
será accesible al que quiera arañar su corteza y mirar hacia lo que se
esconde detrás.
La novela de Lem es fuertemente crítica con la ciencia, socava los
cimientos de ese orgullo humano que nos hace creernos los hijos de Dios,
el paso anterior a la divinidad, la cúspide de la creación del único que
está por encima de todos. Lem se ríe del antropocentrismo, ridiculiza las
capacidades y los logros del hombre, sustituye la imagen de gigante que
la humanidad tiene de sí misma por la de un gusano insignificante al que
le da miedo ver su verdadero reflejo, que no lo acepta, algo que en claves
del partido era una crítica a la única sociedad pura y verdadera, la
marxista leninista.
Cuando Tarkovski, otro autor perseguido por la censura soviética al igual
que Lem, consiguió que le aceptaran el proyecto, quien tomaba el testigo
de nuestro moderno Lucifer no era un científico y filósofo ensayista
disfrazado de escritor de Ciencia Ficción, sino un poeta visual, un
director de cine con mayúsculas que puso su arte por delante de
cualquier mensaje, sobre todo de los mensajes de otros.
A Tarkovski no le importaba la crítica a la comunidad científica y
su método y, aunque el también tuviera que ocultar sus mensajes,
renegaba de la Ciencia Ficción per se, pensando que podía enturbiar esa
poesía de las imágenes que buscaba como medio. Tarkovski lo dice
explícitamente en boca del padre de Kelvin (personaje que, por otra
parte, añade él mismo a la historia): “no me gustan las modernidades”. El
hecho de adaptar historias de Ciencia Ficción fue simplemente porque
éstas ya le llegaban cifradas, facilitando el encubrimiento de sus propias
ideas tras las historias de otros.
De Solaris se queda con la experiencia humana, con la vida interior
de sus personajes, con sus conflictos más allá de los filosófico-científicos,
con la humanización de Hari. La solarística se reduce al informe de
Berton, la fenomenología solariana a las réplicas y ese final añadido,
sustentado en el añadido inicial de la relación entre Kelvin y su padre, en
el que la derrota moral e intelectual con la que culmina la historia del
personaje principal de la novela es sustituida por esa epifanía final en la
que Solaris, como dios menor (idea apuntada en la novela pero no
desarrollada hasta ese punto), concede la redención a Kelvin.
El último en adaptar la historia es Soderbergh, a priori un autor venido
del cine independiente y que vive en democracia, en el país de las
libertades, hijo pródigo de la meca del cine en la que se supone que hasta
los sueños son realizables. La verdad es otra muy distinta, la tiranía del
partido es sustituida por otra mucho más voraz, mucho más presente, una
tiranía de verdad ineludible ya sea con el disfraz de la Ciencia Ficción o
cualquier otro que se busque. La tiranía a la que se ve sometido
Soderbergh es la de la taquilla, la de Hollywood, la del público medio al
que se le suponen inquietudes de perfil bajo, o de la crítica que busca cine
por encima de verdades comprometidas. Es una tiranía mucho más
severa y presente porque parte desde dentro del propio autor, de su
autocensura, y se alimenta de imposiciones externas.
Cuando Soderbergh, autor por otra parte de talento y capacidades
para hacer buen cine, toma Solaris como historia que contar, se olvida de
cualquier mensaje de profundo calado que pueda entorpecer su labor
cinematográfica, quedándose con la parte más accesible al público por
conocimiento (o estrechez de miras), y que le puede dar más juego: la
historia de amor, la cual infla, inventa y ensalza sobre todo lo demás
(como dato sólo hay que contabilizar el metraje que dedica a la relación
previa a la visita de Kelvin a Solaris, casi la mitad de la cinta, en
contraste con los meros apuntes que supone tanto en la novela como en la
versión de Tarkovski).
Soderbergh también aporta ideas (aunque luego no las desarrolle),
como la que transforma a Sanut en un Snow-réplica que plantea el
dilema de si los visitantes pueden tener derecho a defenderse de los
humanos, o esa empresa que termina por hacerse cargo de las
investigaciones (algo ya apuntado por Lem). Pero también se ve obligado
a concesiones como la de esa visita de marines-pistoleros que provocan
una masacre (sólo apuntada, eso sí), el propio Snow, personaje peculiar
de esos que amortizan su aparición en pantalla, o el hecho de introducir
diversidad racial y genérica en la tripulación (como sólo son tres,
Sartorius es una mujer negra, economizando personajes).
Así es la derrota de este Lucifer moderno, la pérdida de esa luz que una
vez quiso dejarnos como legado. Las ideas pierden su valor cuando se
someten al arte, y más aún cuando ya no queda nadie a quien le interese
(o son muy pocos como para darles importancia frente a la mayoría) y el
principal valor de una obra es la amplitud de su público objetivo.
Aunque, quién sabe, quizá Lucifer en esta ocasión sí que obtuvo
una victoria, aunque fuera pírrica, porque a fin de cuentas parte de su
mensaje era que la humanidad, la civilización, el hombre, no quiere saber
de su insignificancia general y la de su progreso en particular, o que hay
respuestas que van mucho más allá de él, sino que se contenta en la
autocomplacencia de admirar sus propias capacidades, en concreto su
capacidad para el arte, o la recreación de uno de sus sentimientos más
comunes, el amor.
Sabemos con certeza que nuestro Lucifer renegó en vida de la
tergiversación de su mensaje, lo que no sabemos es si desde su tumba se
está riendo de todos nosotros porque, al final, terminamos dándole la
razón: cuando al hombre se le plantea una pregunta sin respuesta, o
acude a Dios, o se mira a sí mismo, o simplemente mira para otro lado.
Fuentes
-Solaris (novela), Stanislaw Lem, 1961
-Solaris (película) Andréi Tarkovski, 1972
-Solaris (película) Steven Soderbergh, 2002
-Especial Tarkovski, Solaris, Roberto Geuffre, y Stalker, Maximiliano
Passaggio,
revista
Fonoscopio,
Octubre
2007
(http://www.fonoscopio.com.ar/)
-“Solaris”, de Stanislaw Lem, Juanma Santiago, Literaturas.com,
suplemento Ñ,Noviembre2004 (http://www.literaturas.com/)
-Stanislaw Lem - The Official Site (http://english.lem.pl/)
-Wikipedia (http://es.wikipedia.org/)
Félix Morales, Luisfer Romero Calero y Manuel Mije (Sevilla Escribe),
2010.
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