Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa La librería de Antonio de Ulloa. Una aproximación a través de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. Carlos Alberto González Sánchez Catedrático de Historia Moderna Universidad de Sevilla Merece nuestra enhorabuena y felicitación la dirección de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, por recuperar la memoria de uno de los personajes más singulares y universales de la España del siglo XVIII: el sevillano Antonio de Ulloa de la Torre Guiral (1716-1795). El acierto de la exposición que la Hispalense le dedica vuelve a hacer justicia a un hombre excepcional del Setecientos español, una época, en cualquier caso, carente de los genios y la refulgencia de Francia o Inglaterra. Aunque todavía sigue siendo poco conocido, ni bastante apreciada su rica y versátil personalidad intelectual entre el común de sus compatriotas coetáneos, en particular los hispalenses. Sin ser una inteligencia privilegiada aventajaba a muchos de sus pares en méritos y talentos varios, más en aquella Sevilla dieciochesca, una nostálgica sombra de lo que antaño fuera gracias a la Carrera de Indias. Donde la mediocridad y el provincianismo imperantes no impidieron la salida a escena de alguna que otra figura al nivel de la cultura europea; pero, conforme a la impronta hispana, amoldada a la ortodoxia y la fidelidad a la autoridad política y religiosa1. Pese a ello, Ulloa fue una de las conspicuas insignias de la Ilustración española, cuyo perfil resume los rasgos específicos del reformismo borbónico durante el reinado de Carlos III; eso sí, sorteando toda innovación capaz de poner en duda el sistema establecido2. La esencia de unas peculiares Luces nacionales siempre bajo la atenta vigilancia del estado, o sea, de una monarquía antes despótica que ilustrada; el baluarte de una ideología cristiana anclada en el tomismo escolástico y el rigorismo moral. He aquí el punto de mira de la crítica de Feijóo y Mayáns, y, con acierto, de las reformadoras aspiraciones políticas de Campomanes, Aranda y Floridablanca. Los tres, 1 Al respecto el libro de RODRÍGUEZ GORDILLO, J. M., ed. (1991): La Sevilla de las Luces, Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla. Sigue siendo imprescindible AGUILAR PIÑAL, F. (1989): Historia de Sevilla. Siglo XVIII, Universidad de Sevilla, Sevilla. 2 Sin duda la mejor biografía de Ulloa es la de SOLANO PÉREZ-LILA, F. de (1999): La pasión de reformar. Antonio de Ulloa, marino y científico 1716-1795, Universidad de Sevilla-Escuela de Estudios Hispano Americanos, Sevilla. No obstante, es genial el perfil del personaje que traza DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1995): “Prólogo”, II Centenario de don Antonio de Ulloa (Losada, M. & y Varela, C., eds.), Escuela de Estudios Hispano Americanos-Archivo General de Indias, Sevilla. 1 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa adalides de una eficiente generación de gobernantes ilustrados empeñados en librar a España de su atraso, mas eclipsada en la década de los ochenta. No obstante hicieron gala de un programa, con las medidas idóneas, que, a la postre, no fue más allá de la retórica oficial y unos decretos sin aplicación práctica. Como fuere, la propiedad agraria no experimentó alteración alguna, descendió el número de alumnos universitarios y la renovación de los planes de estudios apenas si tuvo efectos. En cambio, continuó un palmario anquilosamiento de la ciencia, y el conocimiento en general, en un país sobrado de funcionarios, juristas y teólogos; a la vez deficitario en científicos y humanistas. Quizás a ello se deban las contradicciones del discurso estatal volcado en la glorificación del progreso y la razón, en la férrea defensa de la ortodoxia y la tradición nacional; además de la justificación de la Inquisición como atalaya de sus fundamentos ideológicos3. Ulloa, en suma, testimonia esas bondades y ambigüedades, las propias de un erudito católico y conservador. Un autodidacta hombre de acción y pensamiento garante de una inquietud cultural insaciable, amante de los libros, las ciencias y las humanidades. Exponente, pues, de una curiosidad cosmopolita resultado de su competencia personal, acrecentada, desde temprana edad, gracias a sus asiduos viajes intercontinentales, en los que adquirió unas habilidades anímicas y saberes teóricoespeculativos, inusuales en la España de su tiempo, en todo momento supeditados al servicio del Estado. Un eficaz testimonio de estas variopintas aficiones seguro que subyacían en la librería particular de nuestro homenajeado, de la que lamentablemente no disponemos de un documento capaz de permitirnos su aprecio en un momento dado; como un inventario notarial o el catálogo de la misma que el ilustre marino menciona en su testamento. Afortunadamente la Biblioteca de la Universidad de Sevilla custodia un imponderable conjunto de libros, 77 con certeza, procedentes de su repertorio bibliográfico, suficiente para hacernos, siquiera, una vaga idea de sus intereses temáticos. Bien saben los avezados en estos entresijos que es sumamente arriesgado inferir la lectura o el estudio de libros a partir de su simple presencia en una fuente historiográfica, aún siendo un grato indicio de afanes de conocimiento, muy útil para el 3 Sobre el tema HERR, R. (1988): España y la revolución del siglo XVIII, Aguilar, Madrid; SARRAILH, J. (1974): La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Fondo de Cultura Económica, México; DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1988): Carlos III y la España de la Ilustración, Alianza, Madrid; MESTRE SANCHÍS, A. (1998): La Ilustración española, Arco/Libros, Madrid; y MANTECÓN MOVELLÁN, T. A. (2013): España en tiempos de Ilustración: los desafíos del siglo XVIII, Alianza, Madrid . Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa mejor discernimiento de la predisposición intelectual de sus dueños. Sin embargo, la mera ubicación o posesión es indicativa de alguna cuita y consideración, al menos la exhibición de los títulos que interesaron al propietario y los que no, los que leía y debía leer, o exclusivamente tener para disfrutar de su visión y pertenencia; por su rareza y la dificultad de su hallazgo, la belleza de sus ilustraciones o la muy cuidada estampa y encuadernación. Objetos de culto de bibliófilos, en fin, que en sus anaqueles se diferencian como cuanta joya de especial valor y particularidad. Aunque también pudieron ser la consecuencia involuntaria de una herencia, un regalo u otro evento accidental. En el Antiguo Régimen, todavía más, la secuela de determinadas escalas de valores -estamentales, profesionales y personales- que apremiaban la apariencia y exteriorización del estatus social representado, en aras de la aceptación y el reconocimiento, público y en cada grupo, del nivel de estima y dignidad acaudalados, hitos de quién da más y mejor4. Antes de extraer otras alternativas examinemos el lote de libros en cuestión, el medio más oportuno a la hora de despejar conclusiones y conjeturas de mayor alcance. Nos centraremos en los títulos más decisivos y significativos. De entrada despunta la cuantía de la temática científica, acaparadora del ochenta por ciento del total de los volúmenes. En concreto un tercio de la muestra corresponde a la astronomía, la física y las matemáticas, las tres disciplinas que protagonizaron la revolución científica moderna desde mediados del siglo XVII, fiadoras del mecanicismo y la experimentación. Aquí lideradas por el incomparable Isaac Newton (1642-1727) y sus seguidores. Sin olvidar que en la matematización del movimiento espacial y, en última instancia, la aniquilación del cosmos aristotélico, también fueron esenciales las aportaciones de Galileo (1564-1642), Descartes (1596-1650) y Huygens (1629-1695). La primacía de dichas materias en la historiografía tradicional tampoco debe llevarnos a arrinconar otras con un papel decisivo en aquel viraje revolucionario de la ciencia: la medicina, la química, la biología, la geodesia o la historia natural. La mecanización de la naturaleza posibilitó una diferente interpretación de los fenómenos y procesos naturales, auspiciando así la separación del observador de sus objetos de conocimiento. En esta directriz Galileo propuso una filosofía natural concebida matemáticamente, la clave de su libro de la naturaleza escrito en lengua 4 Al respecto BOUZA, F. (1992): Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos XV-XVII), Síntesis, Madrid. Un meritorio estudio es el de GÉAL, F. (1999): Figures de la bibliothèque dans l´imaginaire espagnol du siècle d´Or, Honoré Champion, París. 3 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa matemática, a saber, ángulos, círculos, poliedros y otras figuras geométricas. De esta guisa el mundo empezó a obedecer a leyes matemáticas. La ciencia, pues, a partir de las pautas formales subyacentes en el universo, pretendía aislar los factores explicativos de sus causas naturales, es decir, su origen. Unas premisas culminantes en las proposiciones que Newton enunció en su emblemática obra, publicada en 1687, Philosophiae naturalis principia mathematica (“principios matemáticos de la filosofía natural”). En ella expone cómo la máquina del mundo responde a leyes matemáticas, asequibles mediante un lenguaje de idéntica índole. Dichas normas, junto a la mecánica celeste y terrestre, son indisociables en la observación explícita de la naturaleza5. Newton, no obstante, alcanzó una cima trascendental con su hallazgo de la gravitación universal, la atracción actuante entre dos cuerpos con una fuerza inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Este descubrimiento, en definitiva, proclamó la homogeneización y objetivación del mundo natural y, en consecuencia, la idea de un universo, uniforme y abstracto, infinito y unido en función de sus leyes y contenidos fundamentales. El conocimiento del mundo, por ende, se objetiva, en tanto que la astronomía y la física dejan de ser autónomas y se convierten en disciplinas recíprocas, debido a la dependencia de ambas de la geometría. En fin, cualquier proceso natural sucede en una trama de tiempo y espacio, abstracta, autosuficiente y al margen de la experiencia humana, local y limitada. Newton, claro está, relegó la investigación causal a favor de las formulaciones matemáticas de las regularidades observables en la naturaleza. Por ello Wilhelm Leibniz (1646-1716) le reprochó con acritud la utilización del enorme prestigio intelectual de las matemáticas para reintroducir principios ocultos, como antaño, y así desechar el anhelo de un universo mecánico en su totalidad. Según Leibniz, una causa mecánica admisible era el requisito indispensable de la comprensión del mundo, de ahí que considera ininteligibles y ocultas las teorías de Newton. A ambos, geniales como pocos en la historia, le debemos el cálculo infinitesimal, el lenguaje que crearon para la expresión y explicación de realidades abstractas e intangibles. Desde finales del siglo XVII la filosofía debatió estas propuestas relacionadas con la correcta comprensión de las ideas de Newton; en particular si éste había 5 Sobre la Revolución Científica es muy amplia la bibliografía, pero un libro reciente con una visión actual y sugerente es el de SHAPIN, S. (2000): La revolución científica. Una interpretación alternativa, Paidós, Barcelona. De PRINCIPE, L. (2013): La revolución científica: una breve introducción, Alianza, Madrid; y el libro de BARONA, L., MOSCOSO, J. & PIMENTEL, J. eds. (2003): La Ilustración y las ciencias. Para una historia de la objetividad, Universitat de València, Valencia. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa perfeccionado el mecanicismo o lo había refutado; también si la explicación física delimita las causas mecánicas. Una problemática todavía hoy en controversia entre historiadores y científicos. A su vez la experiencia, “lo que ocurre en el mundo” y perciben los sentidos, a costa del principio de autoridad entonces vigente, conformó un fundamento clave en las reflexiones de Galileo, Pascal, Descartes, Hobbes y otros muchos. Las matemáticas, la vía inexcusable hacia una física teórica, empezaron a revelar la estructura interna del universo. Grata huella de estos fundamentos de la ciencia moderna exhiben los libros de Ulloa conservados en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla. En cuanto a las matemáticas, en primer lugar despunta el protagonismo de Newton y sus Principia mathematica, éstos en ediciones diferentes: dos de Londres de 1726, una de ellas con la dedicatoria manuscrita del presidente de la Royal Society inglesa Martin Folkes (16901754), en su portada con el texto “viro doctrina simul et moribus spectabili”. Resta la de Ginebra en tres tomos (1739-1740-1742). El insigne científico inglés también consta con su Arithmetica Universalis (Londres, 1722) y un tratado de geometría y cálculo infinitesimal, pero la traducción al inglés de su original en latín (Londres, 1737); otro de lo mismo sobre curvatura (Londres, 1746) y una cronología histórica (Londres, 1728). A la zaga del anterior encontramos al matemático y editor escocés Patrick Murdoch (+1774), un destacado dispensador de los descubrimientos newtonianos. El filósofo cartesiano francés Jacques Rohault (1620-1675), autor de un sistema de filosofía natural aquí en la versión londinense de 1728-29, ilustrada por el eminente filósofo inglés Samuel Clarke (1675-1729) con las anotaciones de Newton. No menos fascinantes resultan las Instituzioni analitiche de la matemática italiana, algo poco común, María Gaetana Agnesi (1718-1799), libro, todo un hito opinan los expertos, que ha pasado a la historia por ser el primer procedimiento conjunto de los cálculos diferencial e integral. Si acaso resta mencionar el diccionario matemático del francés, miembro de la Academia de las Ciencias de París, Jacques Ozanam (1640-1717)6. Otra de las cuantiosas taxonomías diferenciadas corresponde a la física, donde aparece el filósofo natural inglés, de origen francés, John Theophilus Desaguliers (1638-1744) y su famosa disertación sobre las propiedades de la electricidad. Desaguliers, uno de los asistentes de Newton, fue un afamado divulgador de la obra de 6 Muy útil para estos entresijos BERNAL, J. D. (1997): Historia social de la ciencia, Península, Barcelona; y HAWKING, S., ed. (2010): A hombros de gigantes. Las grandes obras de la física y la astronomía, Crítica, Barcelona. 5 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa su maestro. En tres ocasiones recibió las prestigiosa Medalla Copley de la Royal Society de Londres, institución a la que perteneció. A la electricidad (Londres, 1745 y 1746) también dedicó su inteligencia Sir William Watson (1715-1787), otro inglés, visible en el repertorio, físico, médico y naturalista. Aunque en un principio estuvo centrado en la botánica, dedicación que le permitió introducir en Inglaterra la nomenclatura binomial de Linneo. Sus méritos la aseguraron la Medalla Copley y su ingreso en la Royal Society, de la que fue vicepresidente. Podemos seguir con el físico M. de Mairan, secretario perpetuo de la Academia de las Ciencias francesa, en la biblioteca de Ulloa con un discurso sobre la fuerza motriz de los cuerpos vivos (París, 1741), y la refutación que le hiciera Deidier. Llegamos así al insigne René Antoine Reamur (1683-1757) y uno de sus ensayos acerca de la temperatura (París, 1722). Al igual el objeto de estudio, el calor y el frío (París, 1749), de Jean-Jacques D´Ortous de Mairan (1678-1771), físico y matemático francés discípulo de Malebranche y componente de la Academia de Ciencias. Sobre el movimiento y su aceleración (Lyon, 1727, 1ª edición de 1682) trata la obra del jesuita y matemático Claude-François Milliet Dechales (1621-1678), eximio traductor y profesor de hidrografía en Marsella. Mas una de las mayores autoridades encontradas es el celebrado abad y físico Ecmé Mariotte (c.1620-1684), ahora con sus Oeuvres (La Haya, 1740, 1ª edición 1717), experto, de la Academia parisina, en la comprensión de los gases, hoy todavía famoso por la ley que descubrió junto a Boyle, que nos hizo entender cómo el volumen de un gas, a temperatura constante, es proporcional al inverso de la presión. En pocas palabra, uno de los pioneros de la física experimental moderna. Por último el profesor de astronomía y matemáticas en la Universidad de Leiden Willem Jacob Gravesande (1688-1742), investigador de la dilatación del volumen de los sólidos en sus encomiables Physices elementa (Leyden, 1742); y cómo no Pierre Varignon (1654-1722) y su Nouvelle mecanique ou statique (París, 1725), composición de este matemático y académico francés pionero defensor del cálculo infinitesimal, amigo de Newton y Leibniz. Ya advertimos del papel crucial que la mecánica desempeñó en la Revolución Científica, disciplina concerniente al movimiento y reposo de los cuerpos, bajo la acción de fuerzas, y su evolución en el tiempo. La astronomía, cuyo avance estuvo estrechamente ligado al desarrollo de las materias anteriores, entre los tomos de Ulloa se despliega en títulos al estilo de las Observations astronomiques (Avignon, 1777 y París, 1782) de Antoine Darquier de Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Pelleoix (1718-1802), el francés descubridor en 1779 de la Nebulosa del Anillo. La De astronomica specula domestica (Viena, 1745) de Giovanni Jacopo Marinoni (16761755), un astrónomo italiano que desarrolló su trabajo en Austria, buen amigo de Euler. En la misma estela, el interesantísimo Uranoscopior (Londres, 1735), un manual de observación celeste del inglés Charles Leadbetter; y Étienne Simon de Gamaches (1672-1756), moralista y astrofísico francés en la senda de Newton, miembro de la Academia. De él tenemos su Astronomie physique (Paris, 1740), en la que compara sus indagaciones con las newtonianas. Terminamos este apartado con un discurso, en torno a la inclinación de las órbitas de los planetas (París, 1748), de Pierre Bouguer (16981758). Más próximo a la astrología está el Abrégé de l´Astronomie inférieure des sept metaux (París, 1775, 1ª edición 1644) de Lande, interesado en el sistema de los planetas y los signos del Zodiaco. Los tratados científicos enumerados nos plantean un interrogante inevitable: ¿poseía Ulloa los conocimientos suficientes para la comprensión de tan complejas proposiciones matemáticas, físicas y astronómicas -en particular el cálculo infinitesimal- planteadas en dichos impresos? Basta con hojear los Principia matemática de Newton, repletos de operaciones numéricas, para darnos cuenta de su dificultad si no se domina el lenguaje matemático necesario, no apto para curiosos o meros aficionados y sólo a la altura de estudiosos y profesionales de la ciencia. La respuesta es una incógnita, pues muy poco sabemos de la formación científica del ilustrado sevillano, ni siquiera la que recibió durante su corta instrucción en la Escuela de Guardias Marinas de Cádiz, inaugurada en 1717. Allí ingresó, con 17 años, en 1733, donde permanecería hasta el 3 de enero de 17357. Aquella institución militar, recepto de segundones de familias nobles, en general fue un semillero de brillantes navegantes con una aceptable cualificación científico-técnica, aunque no al nivel excepcional de Jorge Juan (1713-1773), humanista e ingeniero naval del todo versado en física y matemáticas. En la Escuela gaditana brillaban por su ausencia los libros de los autores atrás aludidos, mientras que arreciaban los manuales de matemáticas de Euclides, Tosca o Kresa. Hasta el último tercio del siglo XVIII no llegarían compendios matemáticos 7 SELLÉS, M. (1995): “Antonio de Ulloa y la ciencia de su época”; y ORTE LLEDÓ, A. (1995): “Antonio de Ulloa, astrónomo”, ambos en II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 59-78 y 185-196 respectivamente. 7 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa aplicados a la náutica, como el de Pedro Manuel Cedillo y Rujaque (1676-1761)8. Además la divulgación de la nueva ciencia no empieza allí hasta mediados de la centuria, en buena medida a instancias del insigne físico y matemático suizo Leonhard P. Euler (1707-1783)9. El hecho de no haber pasado por la Universidad, siquiera le sirvió a Ulloa para librarse del pétreo escolasticismo arraigado en los centros académicos españoles, característico de un acervo intelectual de espaldas a la observación, la especulación y la experimentación. Sin embargo su autodidactismo deja ver una instrucción elemental en astronomía, exhibida en la expedición geodésica hispano-francesa, empresa que requería unos adecuados conocimientos en matemáticas, cosmografía, física y astronomía. Según los historiadores del sevillano, estos rudimentos, en alguna medida, los iría adquiriendo gracias al asesoramiento de sus tutores y mentores, entre ellos Jorge Juan, el primero, y los académicos franceses participantes en la misión sudamericana. Pero no cabe duda que a unos y a otros sorprendía la fuerza y frescura de sus ideas, las de un agudo observador y un cuidadoso escritor, muy lúcido en la descripción de sus observaciones y la divulgación de las nuevas ideas científicas en cierne. Como fuere, en la España dieciochesca, la física, las matemáticas y la astronomía distaban mucho de las aserciones desplegadas en los libros de Ulloa hasta ahora mencionados. Materias que a lo sumo auspiciaron nombres de segundo orden, a años luz de Newton, Leibniz o Descartes; tal vez algún contacto tuvieron con ellos los estudiantes españoles en Francia a principios del siglo. El cálculo infinitesimal, dicen sus historiadores, no sería realidad en los centros de estudios españoles sino a partir de 1748, año en el que se publicaron las Observaciones astronómicas y physicas de Jorge Juan, con la colaboración, no en los capítulos matemáticos, de Ulloa, quien así pudo beneficiarse de la pericia del primero10. Si bien, antes ya los enseñaba Pedro Padilla autor del Curso militar de Matemáticas (Madrid, 1756)- en la Academia de Matemáticas del Cuartel de los Guardias de Corps, de la que era director; quizás también en el madrileño Colegio Imperial de los Jesuitas. De las universidades, la de 8 Muy difundidos fueron sus manuales Compendio de la arte de navegacion, Sevilla, Lucas Martín de Hermosilla, 1717; y Tratado de la cosmographia, y la nautica, Cádiz, Imprenta Real de la Marina, 1745. 9 SOLANO PÉREZ-LILA, F. (1999): La pasión de reformar, pp. 21-56. También su “Antonio de Ulloa, marino”, II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 219-240. 10 MARTÍNEZ ALMIRA, M. (2002): Jorge Juan y las ciencias bajo el signo de la monarquía ilustrada, Manuel J. Gil Navarro, Alicante; y VALVERDE, N. (2012): Un mundo en equilibrio: Jorge Juan (17131773, Marcial Pons, Madrid. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Salamanca era la única que enseñaba matemáticas, pero las características de los siglos XVI y XVII, es decir, en la órbita del tomismo académico11. En España en cambio predominaban geógrafos y naturalistas, algo preocupante, dice Domínguez Ortiz, en un contexto donde, además de una adecuada infraestructura económica, la racionalización del arte militar requería los recurso derivados del desarrollo de la nueva ciencia; ante todo vitales para la marina, debido a los avances que venía experimentando en torno a la física de fluidos, los cálculos del velamen y la artillería naval12. Unos conocimientos que, en comparación con Francia e Inglaterra, llegaron a nuestro país con bastante retraso, compensado por el espionaje industrial y la importación de técnicos y tecnología. En extremo, un episodio más de la tardía irrupción de la Revolución Científica en los dominios de la Monarquía Hispánica, consecuencia de una compleja serie de condicionantes culturales, económicos, ideológicos, políticos y sociales, difícil de abordar en estas páginas. No será hasta las dos décadas finales del siglo XVII cuando empiece a generarse un movimiento, los novatores, en contra de los presupuestos metodológicos y epistemológicos de los saberes tradicionales, fundamentados en un férreo 13 escolasticismo . Su programada asunción sistemática de las innovaciones científicas constituyen la antesala de la Ilustración española, aunque casi reducida a determinados focos intelectuales de Valencia, Zaragoza, Madrid y Sevilla. Ciudad esta última en la que sobresalieron los médicos Juan Muñoz y Peralta (1695-1746) y Salvador Leonardo de Flores. Sin embargo, las prácticas ilustradas nacionales, a grandes rasgos, no fueron más allá de una puesta al día de lo realizado durante el Renacimiento, línea de continuidad que tampoco impidió una jalonada e incompleta asunción de las novedades procedentes del exterior. En aras de la increpación de las viejas doctrinas preponderantes, incluso entre las mentes más receptivas. Un hito excepcional acaeció en la capital hispalense: la fundación, en 1700, de la Regia Sociedad de Medicina y Demás Ciencias, la institución científica con el perfil más moderno conocido hasta las fechas. En origen la Veneranda Tertulia Hispalense que, a partir de 1697, cobijó en su casa Muñoz y Peralta. En adelante, bajo la nueva denominación y el refrendo de sus estatutos, afrontaría unas encomiables iniciativas en 11 VERNET GINÉS, J. (1998): Historia de la ciencia española, Alta Fulla, Barcelona. DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1995): “Prólogo”, II Centenario de don Antonio de Ulloa. 13 Es fundamental PESET REIG, J. L. & BOLAÑOS, M., dirs. (2002): Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla. IV, siglo XVIII, Junta de Castilla y León, Valladolid. También PÉREZ MAGALLÓN, J. (2002): Construyendo la modernidad: la cultura española en el “Tiempo de los Novatores” (1675-1725), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid. 12 9 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa medicina, química e historia natural14. No por casualidad editó la primera revista científica española: Disertaciones y luego Memorias, publicada con interrupciones desde 1736 a 1819. Volvamos a los libros objeto de nuestro interés. Tras el encumbrado relieve de las matemáticas, la física y la astronomía, a mucha distancia sobresalen los libros de historia natural y geodesia, dos campos científicos en los que gravitaban los grandes marinos, militares y viajeros del Setecientos español, Ulloa entre ellos. Respecto a la primera, la mitad de sus títulos pertenecen al gran George-Louis Leclerc Buffon (1707-1788), naturalista, botánico, matemático, biólogo, cosmólogo y escritor, autor de un monumental tratado de historia natural decisivo en Lamarck, Cuvier y Darwin. Del que tenemos la edición parisina (1750-1753), en cinco tomos, con la descripción del Gabinete Real francés. En esta obra también tuvo una notoria intervención Louis Jean Marie Daubenton (1716-1799), médico y naturalista compatriota de Buffon, y amigos desde la infancia, como él miembro de la Academia de las Ciencias. Daubenton llegaría a ser el primer director del Museo de Historia Natural de Francia, nombre dado al Gabinete Real a raíz de la Revolución Francesa. Por lo demás, un catálogo descriptivo, en seis volúmenes (París, 1732-1750), con una selección de piezas que ganaron el premio de la Academia de las Ciencias parisina desde su fundación. O una historia natural crítica dedicada a piedras y conchas (París, 1752), ilustrada con bellos dibujos. El Real Gabinete de Historia Natural de España, que fundara en Madrid Fernando VI en 1753, fue uno de los ansiados proyectos de Ulloa, presentado en 1752 al monarca, quien designó al ilustre sevillano como su director, encargado de reunir el instrumental, los objetos y demás materiales, y, en lo sucesivo, la planificación de ambiciosos proyectos. Ulloa pensaba que este tipo sui generis de “museos” -“archivos de la naturaleza” los llamaba-, debían constituir el registro de las rarezas y las cosas admirables, naturales y artificiales, visibles en el mundo: plantas, minerales, fósiles, animales, diferencias climáticas y geográficas, enfermedades endémicas y sus antídotos, los pueblos aborígenes y sus costumbres. Sin embargo sus obligaciones sólo le 14 LÓPEZ PIÑERO, J. M. (1995): “Antonio de Ulloa y la tradición de la ciencia moderna en Sevilla”, II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 25-43; y MONTAÑANA RAMONET, J. María. (2004): Los inicios de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla, Real Academia de Medicina de Sevilla, Sevilla. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa permitirían detentar el cargo hasta 1755, fecha a partir de la cual, y pese al esfuerzo de otros directores, el gabinete dejó de prosperar15. Ulloa, un próvido marino ilustrado, aprovechó sus viajes a América para llevar a cabo estudios sobre dichos fenómenos, aunque tuvo una especial predilección por la paleontología. Rienda suelta pudo empezar a dar a estas inquietudes, siendo muy joven, durante los nueve años de su misión geodésica en Quito, según detalla en la relación de aquel viaje. Al igual cuando fue gobernador en Huancavelica y superintendente de su mina de mercurio (1758-1763), que describe con rigor en sus Noticias americanas (1772), en concreto la petrificación de cuerpos marinos. Unas observaciones similares haría, mientras cumplía con sus obligaciones estatales, en los parajes de México, Cartagena, Panamá, Loja, Popayán, los Andes, el Marañón y la Luisiana. Más tiempo habría empleado en estas aficiones científicas de no haber tenido que atender a tantos requerimientos de la Corona. He aquí que sus especulaciones teóricas conecten mejor con el saber de los mejores naturalistas españoles que con el de los más adelantados de nuestra ciencia ilustrada16. La geodesia es otra de las principales taxonomías diferenciadas, trasunto del desarrollo que alcanzó en la época como una ciencia, e ingeniería, dedicada al estudio de las formas de la Tierra y, cual disciplina matemática, a la medición y el cálculo de superficies curvas. Ahora la encontramos cobijando un conjunto de libros en su totalidad referidos a la expedición geodésica hispano-francesa de Sudamérica en 1736; relaciones de la misma publicadas por algunos de sus eximios artífices. Caso del insigne naturalista, matemático y geógrafo Charles-Marie de La Condamine (1701-1774), con la narración del viaje de vuelta del equipo francés, con él al frente, y, en detalle, la arriesgada incursión que hicieron en el Amazonas en los años cuarenta (París, 1745). Por su parte, Pierre Bouguer (1698-1758), astrónomo y matemático francés, considerado el padre de la arquitectura naval, consta en el listado con dos ejemplares del relato completo de dicho evento (París, 1749); y unas memorias de la Real Academia de las Ciencias francesa sobre dicho evento (París, 1752). Le sigue la de Jorge Juan (17131773), con la colaboración de Ulloa, publicada en Madrid en 1748. Resta la de Pierre Louis Maupertuis (1698-1759), filósofo y astrónomo, director de la Academia de las 15 PUIG SAMPER, M. A. “Antonio de Ulloa, naturalista” en II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 97-124; y CALATAYUD, M. A. (2000):, Catálogo crítico de los documentos del Real Gabinete de Historia Natural, Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid.. 16 PUIG SAMPER, M. A. (1991): Las expediciones científicas durante el siglo XVIII, Akal, Madrid. 11 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Ciencias gala, centrada en las observaciones realizadas, a su mando, en el círculo polar, pero la edición inglesa (Londres, 1738). Tan trascendental empresa, bajo la tutela estatal de España y Francia, se llevó a cabo para de una vez por todas dirimir las controversias entre cartesianos y newtonianos sobre la figura de la Tierra. Esférica hasta que en 1689 Newton, en sus Principia, demostró su achatamiento en los polos a causa de la gravitación universal. Un año después Huygens, a la cabeza de los cartesianos, deducía que dicho aplastamiento era de una dimensión diferente a la del sabio inglés. Con el fin de resolver estas disparidades la Academia de París, conforme la propuesta del reconocido astrónomo Louis Godin (1704-1760), sugirió medir un grado de meridiano en dos latitudes diferentes. De esta manera, si los valores eran iguales la Tierra sería esférica, de lo contrario podría averiguarse el eje achatado y su magnitud17. Bastaba, pues, el apresto de dos expediciones con la distancia pertinente entre una y otra, acordándose que fueran Laponia y Quito los lugares de destino. La primera al mando de Maupertuis y, la otra, dirigida por Godin, auxiliado de La Condamine, Bouguer, Jorge Juan, el joven, de 14 años, Antonio de Ulloa y Pedro Vicente Maldonado. La de Laponia concluyó, en 1738, favorable al achatamiento polar, o sea, a Newton. En cambio, la sudamericana, que había salido de Cádiz en 1735, se demoró en demasía porque, por orden real, fue suspendida en dos ocasiones para que su barco acudiera al socorro de El Callao y Guayaquil ante la ofensiva inglesa. Por fin Ulloa pudo regresar desde el puerto limeño, rumbo a España, en 1745, pero vía América del Norte. En el trayecto su fragata entró en Louisbourg, donde fue apresada por los ingleses el 13 de agosto de 1745, mas tuvo tiempo para arrojar al mar la documentación más comprometida resultante de aquella expedición. Hecho prisionero fue trasladado a Londres, ciudad en la que sorprendió a los miembros de la Royal Society con sus conocimientos del continente americano. Pese a lo delicado de las circunstancias, se le dispensó un trato deferente y aun, tras ser liberado, fue nombrado Fellow de la Royal Society el 15 de mayo de 1746. Un mes después llegaba a Madrid. En lo sucesivo también disfrutó de la consideración de las Academias de París, Berlín, Estocolmo, 17 Fundamental LAFUENTE, A. & MAZUECOS, A. (1987): Los caballeros del punto fijo: ciencia, política y aventura en la expedición geofísica hispano-francesa al virreinato del Perú en el siglo XVIII, Serbal, Barcelona; y LAFUENTE, A. & DELGADO, A. J. (1984): La geometrización de la tierra: observaciones y resultados de la expedición geodésica hispano-francesa al virreinato del Perú, 17351744, Instituto Arnau Vilanova, Madrid. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Leipzig y Bolonia; con poco más de 30 años ya acaudalaba inusitada fama internacional. El acontecimiento científico comentado se saldó con tres de sus mejores libros: las Observaciones astronómicas y físicas (Madrid, 1748), la Relación del viaje (Madrid, 1748), en cuatro tomos, y una Disertación histórica y geográfica sobre el meridiano (Madrid, 1749). No obstante, su obra señera tal vez sea Noticias americanas (Madrid, 1772), un compendio del excelente conocimiento que lograra en sus venturas ultramarinas. Continuaremos con la náutica, epígrafe de los libro Ulloa donde lo más sobresaliente remite al matemático suizo Jean Bernoulli (1667-1748), divulgador de las aportaciones de Leibniz sobre el cálculo infinitesimal. A la vez que hacía novedosos estudios de óptica y acerca de la aplicación de las matemáticas a la navegación a vela, argumento de nuestro ejemplar de su Essay d´une nouvelle théorie de la manoeuvres des vaisseaux (Basilea, 1714). Además, y siendo algo puntual en la serie, dos españoles: el oficial de la marina valenciano Francisco Ciscar (c.1760-1833), sobrino del ilustrado Gregorio Mayáns, y su manual sobre máquinas y maniobras (Madrid 1791); y Jorge Juan con su exitoso Examen marítimo teórico-práctico (Madrid, 1771)18. Vinculado a los apartados anteriores aparece la geografía, quizás la disciplina en la que mejor encaja Ulloa, pues no podemos calificarlo de naturalista como tal en su tiempo. Sus inclinaciones científicas están más próximas a las de un geógrafo, ejercicio que entonces también barajaba rudimentos y nociones de la historia natural. Apreciables en los títulos correspondientes a esta taxonomía; por ejemplo el Bengal Atlas (Londres, 1780), el trabajo más aclamado de James Rennell (1742-1830), el geógrafo e historiador inglés pionero de la oceanografía moderna. Un marino que viajó a lo largo de la India, experiencia que le facultó la composición de esta primigenia serie de mapas bengalíes, casi fieles a la realidad, con fines comerciales y militares. Semejante es el cometido de los planos italianos, del Piamonte, Génova y el Milanesado (1748), de Guillaume Dheulland (1700-1770), maestro grabador y cartógrafo conocido por su gran plano de París de 1756. O el del marqués José Bernardo Chabert de Cogolin (1724-1805), marino y astrónomo, en el relato (París, 1753) de su viaje, una orden del rey francés, en 1750 a la América septentrional, con el objetivo de rectificar los mapas de aquellas costas. Por lo demás el itinerario histórico sobre las primeras expansiones y exploraciones de los 18 SELLÉS, M., PESET, J. L. & LAFUENTE, A., comps. (1988): Carlos III y la ciencia de la Ilustración, Alianza, Madrid. 13 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa holandeses en las Indias Orientales (Amsterdam, 1595) de Willem Lodewijcksz, de los pocos impresos encontrados editados en los siglos XVI y XVII. En cuanto a la biología y la química, en particular hemos de mencionar al egregio y versátil René-Antoine Ferchault de Reamur (1683-1757), el académico francés empeñado en la metalurgia, la temperatura, la porcelana y, sobre todo, la entomología. Materia zoológica de la que Ulloa consiguió los seis tomos de sus Memoires pour servir a l´histoire des insectes (Paris, 1734-1742) y el compendio metalúrgico L´art de convertir le fer forgé en acier et l´art d´adoucir (París, 1722). Seguimos con el popularísimo Cours de chymie (Paris, 1756), muy útil para la medicina, del médico y químico francés Nicolas Lemery, (1645-1715), cuya primera edición se hizo en 1675. Lemery fue el primero en desarrollar teorías en torno al ácido base, en particular el sulfúrico; por ello, durante más de cien años, se le consideró la suprema autoridad de la química moderna en Europa. Una cúspide que no alcanzaron los Elementa chemiae (París, 1733) del humanista holandés Herman Boerhaave (16681738), botánico y profesor de medicina en Leiden, quien tuvo una reconocida influencia en la investigación química de su tiempo. No olvidemos que Ulloa también ha pasado a la historia como uno de los descubridores del platino y otros metales. La filosofía natural fue el ámbito del conocimiento, del mundo, a partir del cual comenzó a desarrollarse la ciencia moderna19. Quizás a ello responda el interés de Ulloa al respecto, visible en varios de sus libros; como el Arte general y breue en dos instrumentos para todas las ciencias (Madrid, 1584) del filósofo español Pedro de Guevara (+1611), recopilado del Arte magna y el Arbor Scientiae de Raimundo Lulio, cuyo pensamiento Guevara difundió en Castilla. Éste, en la corte de Felipe II, fue maestro de las princesas Isabel Clara y Catalina Micaela; además de colaborador en la Academia matemático-filosófica creada por el monarca bajo la tutela de Juan de Herrera en El Escorial, para la que tradujo algunas obras de Lulio. Nada tiene en común su planteamiento filosófico con el del System of natural philosophi (Londres, 1728-29) del físico cartesiano Jacques Rohault (1620-1675). La versión sita en la Universidad Hispalense, en dos volúmenes, va con las notas, la mayoría tomadas de Newton, del doctor Samuel Clarke (1675-1729), el filósofo inglés más influyente de la generación entre Locke y Berkeley, entusiasta de Descartes y Newton. 19 Una obra interesante es la de GRIBBIN, J. (2011): Historia de la ciencia: 1543-2001, Crítica, Barcelona. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Ya, concluyendo la cuantiosa materia científica, baste citar a Jean Le Rond d´Alembert (1717-1783), el eminente filósofo enciclopedista, matemático autodidacta, miembro de la Academia de Ciencias de Francia; aquí con un tratado divulgativo sobre las causas del viento (París, 1747). También los Elementa matheseos universa (Ginebra, 1753, 1ª edic. 1710) del cartesiano alemán Christian Wolff (1679-1754), centrado en dotar a la filosofía de un método como el de las matemáticas. Sólo nos queda un lote de libros muy variopinto, donde aparecen los clásicos latinos Pomponio Mela y Valerio Máximo, recopilaciones jurídicas, civiles y eclesiásticas de la república de Ginebra, el código visigótico de Teodorico; la lógica escolástica del jesuita Juan de Ulloa (1639c.1721) y, en semejante línea tomista, los comentarios de las sentencias de Pedro Lombardo del obispo de Canarias Bartolomé de Torres (1512-1568). Sí llaman la atención dos ejemplares del Diccionario trilingüe –castellano, vascuence y latín- (San Sebastián, 1745), del padre ignaciano Manuel de Larramendi (1690-1766); o la Gramatica arabigo-española vulgar y literal: con un diccionario (Madrid, 1775), y la doctrina cristiana añadida, dirigida a evangelizadores, del franciscano descalzo Francisco Cañes (1720-1795), misionero en Asia, Tierra Santa y Damasco. Así como el famoso libro de jardinería y agricultura de Jean de la Quintinie (1626-1688), su obra mejor conocida. Finalmente la historia de Francia de Gustave Decondray; una publicación periódica francesa sobre historia de las ciencias y las bellas artes, en circulación de 1701 a 1767, y los documentos, manuscritos, que Ulloa esgrimió en la defensa de su honestidad durante la campaña de las Islas Terceras20. El lugar de publicación de los libros en escena nos va a suministrar algunas pistas fundamentales. En efecto, la mitad del conjunto se estamparon en París, circunstancia en nada sorprendente por ser la capital francesa el centro mundial de la ciencia y la tipografía en el siglo XVIII. Seguida de Londres, como desvela la segunda posición que alcanza en nuestro repertorio; donde, en mucha menor cuantía, constan otras plazas editoriales importantes de Alemania, Suiza, Italia y Holanda. España es puntual, con Madrid a la cabeza, entonces el eje de la imprenta hispana. La primacía de 20 Fundamental PÉREZ-MALLAÍNA, P. E. (1995): Antonio de Ulloa. La campaña de las Terceras, Universidad de Sevilla, Sevilla. 15 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Francia e Inglaterra se reitera en la nacionalidad de casi el ochenta por ciento de los autores hallados21. En resumidas cuentas, los textos abordados nos testimonian y sugieren algunas pinceladas, en materia científica sobre todo, de la curiosidad, preferencias y gustos del marino ilustrado sevillano objeto de nuestra atención; o de lo que él creía oportuno en los anaqueles de su librería. Tal vez esta muestra de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla pueda contemplarse como una suerte de maqueta, microcosmos o miniatura, de los perfiles de un todo mayor no equiparable: la biblioteca, más o menos completa, del personaje; quién sabe. En cualquier caso reúne no pocas de las inquietudes intelectuales de Ulloa, de la peculiar atracción que sintió por el estudio de la naturaleza, sus fenómenos y exotismos. Cuita que se benefició de sus obligaciones profesionales en el Nuevo Mundo y, en definitiva, de su pragmatismo ilustrado, incardinado en el más preciso conocimiento de los territorios de la Monarquía Hispánica, con vistas a su mejor control y la eficacia de su explotación. Las Luces en Ulloa fundamentalmente subyacen en su afán por remediar el atraso científico de España, su sensibilidad social y su conciencia cultural didáctica y divulgadora. De ahí que juzgara a la ciencia y la educación como los medios ideales para liberar a las masas de su ignorancia y, en consecuencia, de sus miserias. De esta manera entroncaba con los planes pedagógicos, en todos los niveles de la enseñanza, de los brillantes ministros de Carlos III, en pos del progreso y bienestar del país. Todo ello unido a un incondicional espíritu de servicio al Estado. En su testamento, otorgado en San Fernando el 27 de febrero de 1796, dejó sentado que la difusión de los saberes naturales, las ciencias y las lenguas ministran reglas simples y verdaderas para dirigir las operaciones de la vida humana: teniendo el sabio una ventaja conocida sobre el que no lo es: mediante que el uno se gobierna por principios seguros y el otro por casualidades contingentes; y así los adelantamientos y progresos de las naciones cultas son la obra de la aplicación y sabiduría: siguiendo este mismo ejemplo el sujeto que aprovecha su tiempo en estos estudios se ilustra para sí propio y para los adelantamientos de su propia patria22. 21 Muy útil DOMERGUE, L. (1984): Le livre en Espagne au temps de la Révolution Francaise, Presses Universitaires, Lyon. 22 En RAVINA MARTÍN, M. (2008): 23 testamentos del Cádiz de la Ilustración, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Cádiz, p. 225. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa Acto seguido destacan algunas de sus iniciativas oficiales, entre ellas el envío a Ginebra de relojeros para el mejor aprendizaje y perfeccionamiento de su arte. Un proyecto que podría ser decisivamente útil para la marina, porque entonces la exactitud en la fijación de la hora permitía despejar con mayor precisión la longitud. Pero tal plan no llegaría a generar los resultados esperados, al igual que el de formar en París a grabadores hábiles en el trazado de mapas y planos geográficos. Alguna repercusión sí tuvo su idea elevar el nivel técnico de la imprenta nacional, ensayada en el taller madrileño de Juan de Zúñiga, donde se imprimió en 1748 la relación que hicieron Jorge Juan y él de la expedición geodésica, ilustrada con virtuosas estampas finas. Otra de sus últimas voluntades primordiales alude a sus hijos Ventura, Antonio, Javier, Martín y Pepe, para quienes estipula su ingreso en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz y, hasta los 14 años, un buen aprendizaje de latín, francés y aritmética; luego, matemáticas, inglés, física, cálculo, química, historia antigua y moderna, dibujo, baile y nociones de música23. La obra de Ulloa aspiraba a la difusión generalizada de los logros de los científicos profesionales y, en especial, los de los viajeros y exploradores españoles. Su conservadurismo y un acendrado credo católico, pero sin fanatismos, le impidieron llegar a ser un ilustrado en el sentido estricto del concepto; pese a ello rebasó con creces a los novatores. Un Heliocentrista convencido que, a diferencia de Jorge Juan, jamás denunció la prohibición de las obras de Galileo en la España de su tiempo24. Antes de terminar parece obligado elucubrar acerca de cómo y por qué los libros auscultados reposan hoy en los estantes del Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad. Unas cuestiones de compleja resolución en virtud de la información disponible al respecto, escasa y poco esclarecedora. En principio sirva la memoria anual de la biblioteca hispalense de 1862, en la que su director, don Ventura Camacho, avisa de la incorporación, entre 1843 y 1861, de volúmenes procedentes de la librería del célebre Almirante. Una eventualidad coincidente con entrada, en dicho establecimiento, de libros de la biblioteca –la primera pública de Sevilla desde 1749- del Colegio agustino de San Acacio, fundado en 1593 para estudios teológicos, cuyos 23 RAVINA MARTÍN, M., 23 testamentos, pp. 226-28. OROZCO, A. (1995): “Antonio de Ulloa, un ilustrado curioso”, en II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 241-256. También DEFORNEAUX, M. (1973): Inquisición y censura de los libros en la España del siglo XVIII, Taurus, Madrid; DOMERGUE, L. (1982): Censure et lumières dans l´Espagne de Charles III, CNRS, París; y DOMERGUE, L. (1996): La censure des livres en Espagne à la fin de l´ancien régime, Casa de Velázquez, Madrid. 24 17 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa fondos, cual los de otras órdenes religiosas de la capital andaluza, empezarían a engrosar las paredes de la Universitaria después de la desamortización de Mendizábal25. Si bien, desconocemos la cronología y pormenores precisos de tan importante trasvase de impresos. ¿Podrían haber llegado los libros de Ulloa desde San Acacio? Aunque carecemos de la prueba certera, sí sabemos que allí, hacia 1748, Martín de Ulloa, hermano de Antonio, hizo entrega de una copia del documento que el marino escribió para probar su correcto proceder durante la Campaña, a su cargo, de las Islas Terceras. Unos datos insuficientes e inadecuados para mayores extrapolaciones. El actual responsable del Fondo Antiguo, don Eduardo Peñalver, redundando en esta última posibilidad, advierte que algunos de lo tomos de Ulloa restan mezclados con los de San Acacio, circunstancia que podría estar indicando una entrada conjunta. A la par, refiere los libros del ilustrado con su ex-libris en la portada, consistente en el escudo del linaje familiar con sus armas, éstas conformadas por un ajedrezado de quince piezas, ocho de oro y siete de gules, más tres fajas de plata cada una; rodeado de emblemas, banderas, cañones y, arriba, a pesar de no haber participado ni ganado ninguna batalla naval, una corona. Estos impresos, encuadernados en pasta española con dorados en el lomo, presentan una factura muy similar a la de otros muchos llegados de San Acacio. De otro lado, el distintivo de algunos libros de Ulloa es la etiqueta del librero de París Hypolite Louis Guerin. El hecho de, hasta ahora, no haberse localizado un inventario de su biblioteca, o el catálogo de la misma que mandó elaborar, mencionado en su testamento, del todo dificulta la identificación de sus impresos. Tal índice, en cualquier caso, manifiesta el cuidado y denodado aprecio que nuestro protagonista sentía por su biblioteca; una deferencia también expresada en la manda testamentaria en la que, como los excelsos aristócratas bibliófilos del Antiguo Régimen, la vincula, junto a los libros heredados de su hermano Martín en 1787, al mayorazgo estipulado, para su primogénito, en una cláusula anterior. Así quería prevenir su disgregación o enajenación en el futuro. Los libros de la Universidad de Sevilla, sin embargo, son un indicio inequívoco del incumplimiento de su postrera voluntad traída a colación. El sino de muchas de las más ricas bibliotecas de la España moderna. También fueron objeto de vinculación 25 Remito a LÓPEZ LORENZO, C. (2013): “El Colegio de San Acacio: primera biblioteca pública de Sevilla”, Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla (Peñalver, E., comp.), Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa todas las cosas de su habitación dedicadas al estudio, como instrumentos matemáticos y demás objetos propios de un gabinete de historia natural hogareño; el símbolo del avance del conocimiento y, acaso, de una de las vertientes cruciales de su existencia. Citemos al completo esta parte del protocolo notarial correspondiente: También es mi voluntad que quede vinculada la librería que tengo, los instrumentos matemáticos y todas las cosas de historia natural, minerales de oro, plata y de otros metales y cosas de curiosidad antiguas y modernas que sirven para la instrucción, y los legajos de papeles manuscritos, todo está puesto en catálogos donde consta lo que es cada cosa y se comprenden en estantes en tres cajas con cerradura de pino y de cedro y en dos cajones, sin que esto se pueda vender ni enajenar en modo alguno: siendo todo ello útil para la instrucción de mis hijos y sucesores; debiéndolos poseer el que poseyere el vínculo pero se aprovecharán de su lectura y estudio los demás hermanos; con la circunstancia de no sacarse de la librería o parage donde los tenga aquel colocadas, para evitar que se extravíen o menoscaben”26. Según el profesor Pérez-Lila, la biblioteca y las colecciones mencionadas en la testamentaría, permanecieron entre sus descendientes casi 150 años, pues terminarían vendiéndose alrededor de 1945, sin que sepamos su paradero, excepto el del conjunto de libros abordado en estas páginas y su enigmático origen27. BIBLIOGRAFÍA -AGUILAR PIÑAL, F. (1989): Historia de Sevilla. Siglo XVIII, Universidad de Sevilla, Sevilla. -ÁLVAREZ SANTALÓ, L. C. (1982): “Librerías y bibliotecas en la Sevilla del siglo XVIII”, La documentación notarial y la historia II, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, pp. 165-185. -BARONA, L., MOSCOSO, J. & PIMENTEL, J. eds. (2003): La Ilustración y las ciencias. Para una historia de la objetividad, Universitat de València, Valencia. -BERNAL, J. D. (1997): Historia social de la ciencia, Península, Barcelona. 26 RAVINA MARTÍN, M., 23 testamentos, p. 226; y RAVINA MARTÍN, M. (2001): “El mundo libro en el Cádiz de la Ilustración”, Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 9, pp. 89-102. ÁLVAREZ SANTALÓ, L. C. (1982): “Librerías y bibliotecas en la Sevilla del siglo XVIII”, documentación notarial y la historia II, Universidad de Santiago de Compostela, Santiago Compostela, pp. 165-185. 27 SOLANO PÉREZ-LILA, F. de, La Pasión de Reformar, p. 412. 19 del De La de Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa -BOUZA, F. (1992): Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos XV-XVII), Síntesis, Madrid. -CALATAYUD, M. A. (2000):, Catálogo crítico de los documentos del Real Gabinete de Historia Natural, Museo Nacional de Ciencias Naturales, Madrid. -DEFORNEAUX, M. (1973): Inquisición y censura de los libros en la España del siglo XVIII, Taurus, Madrid. -DOMERGUE, L. (1984): Le livre en Espagne au temps de la Révolution Francaise, Presses Universitaires, Lyon. -DOMERGUE, L. (1982): Censure et lumières dans l´Espagne de Charles III, CNRS, París. -DOMERGUE, L. (1996): La censure des livres en Espagne à la fin de l´ancien régime, Casa de Velázquez, Madrid. -DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1988): Carlos III y la España de la Ilustración, Alianza, Madrid. -DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. (1995): “Prólogo”, II Centenario de don Antonio de Ulloa (Losada, M. & y Varela, C., eds.), Escuela de Estudios Hispano Americanos-Archivo General de Indias, Sevilla. -GÉAL, F. (1999): Figures de la bibliothèque dans l´imaginaire espagnol du siècle d´Or, Honoré Champion, París. -GRIBBIN, J. (2011): Historia de la ciencia: 1543-2001, Crítica, Barcelona. -HAWKING, S., ed. (2010): A hombros de gigantes. Las grandes obras de la física y la astronomía, Crítica, Barcelona. -HERR, R. (1988): España y la revolución del siglo XVIII, Aguilar, Madrid. -LAFUENTE, A. & MAZUECOS, A. (1987): Los caballeros del punto fijo: ciencia, política y aventura en la expedición geofísica hispano-francesa al virreinato del Perú en el siglo XVIII, Serbal, Barcelona. -LAFUENTE, A. & DELGADO, A. J. (1984): La geometrización de la tierra: observaciones y resultados de la expedición geodésica hispano-francesa al virreinato del Perú, 1735-1744, Instituto Arnau Vilanova, Madrid. -LÓPEZ LORENZO, C. (2013): “El Colegio de San Acacio: primera biblioteca pública de Sevilla”, Fondos y procedencias: bibliotecas en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla (Peñalver, E., comp.), Sevilla, Universidad de Sevilla, Sevilla. -LÓPEZ PIÑERO, J. M. (1995): “Antonio de Ulloa y la tradición de la ciencia moderna en Sevilla”, II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 25-43. Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa -MANTECÓN MOVELLÁN, T. A. (2013): España en tiempos de Ilustración: los desafíos del siglo XVIII, Alianza, Madrid. -MARTÍNEZ ALMIRA, M. (2002): Jorge Juan y las ciencias bajo el signo de la monarquía ilustrada, Manuel J. Gil Navarro, Alicante. -MESTRE SANCHÍS, A. (1998): La Ilustración española, Arco/Libros, Madrid. -MONTAÑANA RAMONET, J. María. (2004): Los inicios de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla, Real Academia de Medicina de Sevilla, Sevilla. -OROZCO, A. (1995): “Antonio de Ulloa, un ilustrado curioso”, en II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 241-256. -ORTE LLEDÓ, A. (1995): “Antonio de Ulloa, astrónomo”, II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 185-196. -PÉREZ MAGALLÓN, J. (2002): Construyendo la modernidad: la cultura española en el “Tiempo de los Novatores” (1675-1725), Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid. -PÉREZ-MALLAÍNA, P. E. (1995): Antonio de Ulloa. La campaña de las Terceras, Universidad de Sevilla, Sevilla. -PESET REIG, J. L. & BOLAÑOS, M., dirs. (2002): Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla. IV, siglo XVIII, Junta de Castilla y León, Valladolid. -PRINCIPE, L. (2013): La revolución científica: una breve introducción, Alianza, Madrid. -PUIG SAMPER, M. A. “Antonio de Ulloa, naturalista” en II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 97-124. -PUIG SAMPER, M. A. (1991): Las expediciones científicas durante el siglo XVIII, Akal, Madrid. -RAVINA MARTÍN, M. (2001): “El mundo del libro en el Cádiz de la Ilustración”, Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº 9, pp. 89-102. -RAVINA MARTÍN, M. (2008): 23 testamentos del Cádiz de la Ilustración, Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, Cádiz, p. 225. -RODRÍGUEZ GORDILLO, J. M., ed. (1991): La Sevilla de las Luces, Ayuntamiento de Sevilla, Sevilla. -SARRAILH, J. (1974): La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, Fondo de Cultura Económica, México. -SELLÉS, M. (1995): “Antonio de Ulloa y la ciencia de su época”, II Centenario de don Antonio de Ulloa, pp. 59-78. 21 Carlos Alberto González Sánchez: La librería de Antonio de Ulloa -SELLÉS, M., PESET, J. L. & LAFUENTE, A., comps. (1988): Carlos III y la ciencia de la Ilustración, Alianza, Madrid. -SHAPIN, S. (2000): La revolución científica. Una interpretación alternativa, Paidós, Barcelona. -SOLANO PÉREZ-LILA, F. de (1999): La pasión de reformar. Antonio de Ulloa, marino y científico 1716-1795, Universidad de Sevilla-Escuela de Estudios Hispano Americanos, Sevilla. -VALVERDE, N. (2012): Un mundo en equilibrio: Jorge Juan (1713-1773), Marcial Pons, Madrid. -VERNET GINÉS, J. (1998): Historia de la ciencia española, Alta Fulla, Barcelona.