VIOLENCIA en RÍO - Archivos del presente

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VIOLENCIA EN RÍO / Alfredo Sirkis
VIOLENCIA en RÍO
Aquí se describe un problema estructural de las grandes ciudades brasileñas,
sobre todo en Río. Se trata de un acercamiento a la situación espacial
específica de la favela actual, que avanza en la exposición desagregada de
los diversos factores que generan la continua y sistemática reproducción
de la violencia por el narcotráfico.
Alfredo Sirkis
Escritor y periodista
L
a particularidad de la violencia en Río de Janeiro, en relación a otras grandes
ciudades, es el control territorial ejercido por facciones del tráfico de drogas,
dotadas de armamento de guerra, en la mayoría de las setecientos cincuenta
favelas de la ciudad.
Por la peculiar geografía de esta ciudad, esto afecta a los barrios de clase media
y el centro, a diferencia de otras metrópolis donde las villas miseria se sitúan en áreas
periféricas tornándose menos visibles aún cuando son más extensas y numerosas. La
boca-de-fumo del narco minorista, en la favela, es el comienzo y menos calificado
eslabón de la cadena económica del tráfico de drogas.
Su poderío financiero es poco significativo en el contexto más general de apropiación de riqueza de este negocio tremendamente lucrativo. Pero es la instancia del
narcotráfico que más afecta el día a día de la población, tanto de la ciudad formal como
de la propia favela. La droga es la base logística de ese ejército pulverizado, caótico, con
un grado tosco de organización interna o de articulación, que son las famosas facciones: Comando Vermelho, Amigos dos Amigos, Terceiro Comando y sus subfacciones.
Su control territorial, ostentación y uso de armamento de guerra, disposición para
matar y morir, su peculiar subcultura de existencia efímera y muerte, se transformó en
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el principal problema de seguridad
El peligro para la población viene pública de la ciudad.
El peligro para la población
menos del llamado crimen
viene menos del llamado crimen
organizado que de este crimen organizado que de este crimen
desorganizado, anárquico y muy
desorganizado, anárquico
joven. Son estos soldados de la
y muy joven
segunda o tercera línea del tráfico, de las comunidades menos
rentables, los más jóvenes y más propensos a drogarse, aquellos que
más amenazan físicamente a la población en las calles y demás sitios. El grado de
adiestramiento y sofisticación militar de estos grupos, aunque bien equipados, viene
siendo, hasta hoy, primitivo.
Son regularmente abatidos, pero se reconstituyen rápidamente como las cabezas
de la mitológica Hidra de Lerna. La capacidad de subsistencia de esta modalidad
específica de tráfico es el aspecto más grave y desafiante de nuestra inseguridad
pública, pues no hay garantía alguna que el fenómeno no sea capaz de continuar
ampliándose, ganando en intensidad y barbarie, asumiendo, con el tiempo, características militares más consistentes.
La pobreza, la exclusión, el desempleo y la concentración de la renta, asociadas
a una cultura consumista, hedonista, son el telón de fondo pero, al contrario de
nuestro viejo raciocinio, simplista, la relación de la pobreza con la violencia raramente
es lineal. Todo es más complicado de lo que osa soñar nuestra sociología: de hecho,
en las favelas de Río se vive mejor hoy que hace una o dos décadas.
En casi todo el país se dio una reducción de la miseria absoluta y hasta una
discreta retracción en la notoria concentración de la renta. Aumentó mucho la transferencia de recursos vía proyectos de compensación social directa, se intensificaron
inversiones en obras públicas en las favelas y en ellas ocurrió una fuerte expansión
de la economía informal de la cual el tráfico representa, de hecho, una proporción
bastante reducida. Diversas favelas, como la famosa Rocinha, presentan actualmente,
una mayoría de habitantes con un patrón de consumo similar al de la clase media
en términos de posesión de bienes durables, electrodomésticos, etcétera.
En tanto, no se puede pretender que en el mismo período la violencia haya
retrocedido. En Río de Janeiro, en términos estrictamente cuantitativos, el número de
homicidios puede haber disminuido un poco con relación a su auge al inicio de los
años noventa, pero la inseguridad aumentó con una mayor y más intensa percepción
de peligro en lo cotidiano. Los barrios de las zonas norte y oeste de Río quedan vacíos
por la noche, como en un tácito toque de queda, y en la zona sur el movimiento
nocturno cayó drásticamente. El miedo se ha vuelto un componente del día a día.
La violencia en las grandes ciudades se convirtió en una de las mayores amenazas
a la democracia brasileña. El gran temor de la sociedad fue, durante muchos años, la
vuelta al autoritarismo. Bajo ese prisma traumatizado, se trató la cuestión de la autoridad,
del Estado, de la policía, de las leyes. Pero hoy, nos encontramos en el extremo opuesto:
el de la dilución de la autoridad, de la pulverización del poder del Estado. El gran riesgo
contemporáneo –no sólo en Brasil sino en otras partes del mundo– es menos la vuelta
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Mimi Mollica / Corbis
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Uno de los soldados del grupo Amigos dos Amigos (AdA), patrulla una calle de la favela “Morro do Macaco” (una de las más violentas
de Río), donde existe una larga guerra por el control de mercado de la droga que parece no tener fin. Durante la noche la favela está
bajo el control de los soldados del AdA, que la protegen del ataque de otros grupos o de la policía.
de una clásica dictadura, como aquellas que tuvimos, que el llamado síndrome de los
Estados fallidos o Nuevo medievalismo: la gradual pérdida de control por parte del Estado
de derecho frente a la ascensión, caótica pero consistente, de micro-potestades locales.
Hoy una dictadura militar es ejercida in loco por cada grupo armado que controla una
favela y por la banda podre de la policía a la cual paga protección.
Nadie ignora la existencia amplia y promiscua relación de extorsión-protección-exterminio de buena parte de la policía con las facciones del tráfico, ni la
actuación violenta, obtusa e irresponsable de policías en numerosas incursiones. La
institucionalización de la corrupción en las policías asumió proporciones inéditas en
los últimos años, de 1998 a 2004, en Río. Pero una posición de principios contra
la autoridad constituida y la condescendencia y simpatía por los bandidos con la
cual flirtean algunas almas radicales bien pensantes se transformó en una dificultad
suplementaria en el combate a la criminalidad violenta que asola a la ciudad y su
periferia, al inhibir la acción policial. El desafío directo de los bandidos al estado de
derecho con sus acciones terroristas, incendios de ómnibus con los pasajeros adentro,
el poder de las facciones del tráfico dentro del sistema penitenciario, desde donde
comandan el crimen afuera, el rápido regreso de los criminales violentos, presos y
condenados en función de los famosos mecanismos de progresión y posibilidad de
salir en libertad con una sexta parte de la pena cumplida; la situación atemorizante de
los menores asesinos que se benefician con las lagunas del Estatuto del Menor para
regresar rápidamente a las calles a matar de nuevo, son elementos que contribuyen
a esa percepción social de total desprotección de la población.
Para enfrentar la crisis de inseguridad es necesaria una estrategia combinada,
una terapia múltiple que tenga en cuenta lo cultural, económico, social y urbanístico,
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hasta llegar a lo policial y lo militar. La batalla cultural es de central importancia, pues
no habrá éxito si no es deconstruida la cultura bandida. Las brigadas del tráfico son,
en sí, efímeras, acaban liquidadas en pocos meses, raramente años. Sus integrantes
son muertos por la policía o bandas rivales. Pero esta liquidación sistemática no
permite ver un agotamiento de sus efectivos porque hay una alta tasa de reposición
en una franja etaria cada vez más joven.
La simple ecuación económica por la cual el joven avispado, camello y después
soldado del tráfico gana sustancialmente más que el joven albañil, vendedor o empleado no explica por sí solo el fenómeno.
Las ganancias materiales son ciertamente mayores, pero no tanto como para
que compensen realmente el grado de riesgo. La verdad es que en esas comunidades
existe una fuerte cultura joven de exaltación del modo de vida bandido, al cual es
preciso contraponer, con eficacia, una cultura de vida y respeto por el otro, a través
de la escuela, del arte, por diversas formas de diversión más saludables y lúdicas
como el deporte. En este proceso
es fundamental garantizar la perPara la gran mayoría de la
manencia del adolescente en la
población hay un consenso acerca escuela, de aquí la importancia de
programas como el Bolsa Escola
de la lentitud e ineficacia del
focalizados específicamente en
sistema judicial brasileño y su
los adolescentes. Al contrario de lo
que sucede con los niños menores,
permisividad con el crimen
a los que las familias casi siempre
se esfuerzan por mantener en la
escuela, el adolescente es sometido a fuertes presiones sociales y frecuentemente familiares, para generar dinero en las calles. Mantenerlo en la escuela,
premiar su buen rendimiento, puede ser la forma decisiva de impedir que cada vez
más adolescentes caigan en las redes del tráfico y sucumban al canto de sirenas de
la cultura bandida.
Para la gran mayoría de la población hay un consenso acerca de la lentitud e
ineficacia del sistema judicial brasileño y su permisividad con el crimen. El código
penal, y sobre todo, las leyes de ejecuciones penales y el Estatuto del Menor son vistos
como factores de estímulo a la violencia. La controversia se establece en el ámbito
de los especialistas, abogados, académicos y de las ONG que trabajan con el sector
donde esas leyes liberales tienen muchos defensores. No hay por lo tanto cómo negar
que mecanismos como los de la progresión de la pena, la inimputabilidad criminal
de los menores y las mil y una oportunidades de licencias jurídicas accesibles a los
defensores de los bandidos, son un poderoso factor de impunidad y reincidencia.
Una eventual resocialización de los detenidos a través de la educación y del trabajo
es un objetivo válido pero raramente alcanzado. Pero tomar esto como la punta de
la protección de la sociedad es un error al cual la mayoría de la población contrapone
la convicción de que las prisiones deberían servir, principalmente, para proteger a la
sociedad de la amenaza de violencia y muerte por parte de los delincuentes.
Se discute la participación o no de las Fuerzas Armadas en el combate al tráfico.
La cuestión no es cuánto sino cómo. No es como la mayoría de las personas imagina:
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un patrullaje ostentoso, el ejército en las calles. Ese tipo de actuación es, de hecho,
inconveniente porque expone a las tropas a eventuales situaciones de conflicto del
ámbito policial, no militar y puede resultar en desgastes y vulnerabilidades. La participación debe ser en acciones de apoyo e inteligencia focalizadas en la eliminación de
la ostentación de armamento de guerra y en acciones precursoras de la eliminación
del control territorial. Las Fuerzas Armadas tienen condiciones, por lo menos en
teoría, para realizar un trabajo de inteligencia y monitoreo aéreo de las comunidades
dominadas por el narcotráfico, con el uso de pequeños aviones sin piloto y realizar un
trabajo de tratamiento de esas imágenes y de sus informaciones tácticas en tiempo
real. También pueden apoyar operaciones policiales particularmente difíciles, que
demanden medios blindados de transporte o de helicópteros más sofisticados que
los de la policía. Puede haber situaciones excepcionales que justifiquen operacionalmente la participación de fuerzas de elite como los boinas verdes, los paracaidistas
o guardiamarinas, y sería fundamental incorporarlos a todas las eventuales bajas
de esos cuerpos en una fuerza de
seguridad evitando que su eventual
Por lo menos una parte de las
desempleo sea utilizado, como viene
ocurriendo en algunos casos, por el milicias está envuelta en algún
tráfico. Sin embargo, parece incontipo de delito –transporte
veniente utilizar las fuerzas regulares
pirata, toma de terrenos,
y simples reclutas para el control
extorsiones–, y sus métodos
policial de vías públicas en períodos
son expeditivos
continuos, si para períodos cortos
como fue el caso de Río 92 y el de
los Juegos Panamericanos.
Existen dos nuevas discusiones relevantes: la de la escala de servicio de las
policías y la de las milicias. El nudo gordiano de la ineficiencia policial está en su
escala de servicio, de veinticuatro horas de trabajo por setenta y dos de franco,
con la subsiguiente segunda profesión –casi siempre mejor remunerada. Así, un
enorme contingente policial es desviado de sus funciones lejos de las calles. La dificultad del control policial intensivo en Río es, para empezar a hablar, cuantitativo.
Es una fuerza insuficiente, mal relacionada con la población, casi toda al borde
de pequeños actos de corrupción y crecientemente intimidada. Si contásemos
con los treinta y ocho mil policías militares para todo el Estado –la mitad en la
capital– que componen los efectivos, en el papel, tendríamos un número todavía
insuficiente, pero razonable. Pero, considerada la escala de servicio, aquellos que
ejercen funciones burocráticas, los que están de vacaciones y los de licencia, ¿cuál
es el contingente real disponible todos los días? Menos de un cuarto. El problema
no es apenas cuantitativo. Los efectos de la discontinuidad del horario de trabajo
sobre la capacidad de investigación, la motivación, la disciplina, el brío profesional
y el sentido de carrera en un servicio público tan especializado son muy negativos.
Una policía part time nunca será una policía de calidad. Asimismo, las milicias son
un tema reciente que los medios descubrieron hace algunos meses y vienen siendo
objeto de mucha polémica. Objetivamente suplen, con cierto éxito, la dificultad de
un control territorial alternativo al de los traficantes. La situación policial con relación
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a las favelas consiste en incursiones que, eventualmente, producen efectos (prisión,
muerte de delincuentes en confrontaciones, decomiso de armas y drogas). Pero su
permanencia en la favela es limitada en el tiempo y después, el tráfico retorna y
vuelve a controlar el territorio. Las milicias formadas por policías, habitantes de las
comunidades o de barrios próximos, actuando en sus horarios libres como otras
seguridades privadas, producen ese efecto de ocupación permanente del territorio.
Esta función, de hecho, condice con un control policial comunitario que en Río sólo
se consiguió, hasta hoy, implantar en forma limitada, en algún que otro barrio de
clase media. No es un despropósito comparar a estas milicias con las seguridades de
los condominios o de las calles en áreas de clase media o alta. Si los comerciantes
locales y otros habitantes de una favela se asocian para financiar una seguridad local
para mantener apartado el tráfico, no es menos legítimo que la idéntica actitud por
parte de los condominios de clase media.
El problema es que por lo menos una parte de las milicias esté envuelta en algún
tipo de delito –transporte pirata, toma de terrenos, además de eventuales extorsiones,
imposición de contribuciones no voluntarias– y sus métodos son expeditivos. A pesar
de esto, es una estupidez el discurso académico y periodístico que pretende igualarlas
con el tráfico o a los paralimitares colombianos que masacran poblaciones.
La demanda por una fuerza de seguridad local capaz de garantizar el control
territorial y mantener apartado al tráfico existe, y si algunos de esos grupos pudieran ser transformados en cooperativas de seguridad libremente financiadas por la
comunidad local, sin la práctica de delitos, bajo el control de la policía y coordinados
dentro de una estrategia global de seguridad, el fenómeno podría ser transformado
en algo positivo. De cualquier manera, esto es en primer lugar prueba cabal de un
vacío de poder. Cuando la policía sea capaz de ejercer un control efectivo en las
favelas, ellas probablemente tenderán a desaparecer. Por otro lado, si la opinión de
los habitantes de la favela en cuestión es tomada en cuenta, será difícil encontrar
quien prefiera el tráfico a la milicia.
Finalmente, no hay cómo evitar la discusión del propio sentido de ilegalidad
de las drogas. Las muertes por sobredosis representan una proporción minúscula
comparadas con el número de víctimas de las guerras envueltas en su billonario
comercio. La legalización, circunscribiendo el problema a la salud pública, defendida
consistentemente por conservadores realistas como Milton Friedman, Premio Nóbel
de Economía, William Buckley Jr. y la revista británica The Economist, merecería tener
sus argumentos examinados con seriedad. No hay indicios, por lo tanto, de que el
enfoque internacional de este problema vaya a cambiar en un futuro previsible. Por
esto, la desaparición del narcotráfico como tal parece un objetivo imposible mientras
exista un mercado para las drogas ilegales.
Pero la eliminación de esta modalidad específica, el narco minorista con control
territorial militar sobre las favelas, en Río de Janeiro, es un desafío que tal vez todavía
puede ser enfrentado y vencido. 
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