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«I
I'
Año III
III
I.
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I
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Septiembre de 1906
.11
I
—
Núm. 33
El Relimen 1^
3^ Naturalista
REVISTA
MENSUAL
ÓRGANO DE LA SOCIEDAD VEGETARIANA ESPAÑOLA
DiPectop: D. JOSÉ CflliDERON
Trabajos de propaganda del Vegetarismo. — Estudios y adelantos
de Higiene y Medicina naturalista por autores y publicaciones
competentes. —Arte culinario vegetariano.
Variedades y noticias.
SE REMITE GRATIS A LOS SOCIOS
Administración t <3alle del Duque de Rlvas, 8»
«•H«IIWIIf)M*H«>«<l H(lltUlt)<H|H|atl(llt(MIH*M«MniNINItlll>>)lfH«nM«Hlnitllll*HIHIItllllUltl|tllHllltl>lltlttlM'<lt>l<>ll<l|i|lllMt.1lt<«ll«t<>1'lt>tll*>lt><tllll>ll
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ati-asadas, 2 ptas. por aQo.
]Vo M aervirá tiinsún ptáü» <|U< no •waq*. «eompafi*do 4« «1 (mp0rte4
Sumario:
La alimentación de loi níDoi, 11.— El alcohol en lot oiBot.—Lo$ niños. — |Vegetarinnol,Il(.>-CoDven«ciAn.—Recetas At cocina.—Anancioi.
«..•..«..«..•^«. •
Prohtbi«ia ta Caproduoeión úé los trAbaJot d» «aia ftavItU^
6 de parte de ello», sin indioar su prooedenoia.
COMO SE DEBE AUMENTAR A LOS I(lNOS
por Elena Sonowska
DOCTORA. EN UBDICINA
DE LA FACULTAD
II
DR
PARÍS
^
El alimento en los pueblos de origen europeo se basa principalmente en la carne, el trigo y las patatas.
Todo lo qne se come de legumbres verdes viene á ser inútil, por
el erróneo procedimiento de perder las aguas en que se cuecen abundantemente, que priva á las legumbres que se sirven á la mesa de este
modo de las materias minerales más útiles.
Las frutas se consideran como alimento de lujo que se toma en corta
cantidad y en determinadas estadones, si no es que se excluyen por nocivas, y hay que tener en cuenta que la anemia, ó, mejor dicho, la disemia, no tiene por causa ni la (alta de substancias alburoinoideas en la
sangre, ni la falta de hierro, sino la falta de sales nutritivas.
Por ejemplo: la falta de sosa, para un anémico, es funesta, porque
la sosa ayuda á eliminar el ácido carbónico, que se encuentra abundantemente en su organismo.
Si á la sangre le falta una cierta cantidad de substancias calcáreas,
los dientes se enfermas, los huesos se ablandan y se declara, como en
los anémicos, la osteomalaxia (que no es la raquitis) y la caries (osteoftoría).
Los alimentos que responden á nuestras necesidades por su provi«ón de albúmina, hidratos de carbono, azúcar ó grasa, son numerosos
y fáciles de escoger. No sucede lo mismo con los que contienen las
substancias minerales tan despredadas hasta ahora, y, no obstante, tan
útiles para el buen funcionamiento de los órganos.
Si consideramos las sales nutritivas de la leche como dosis normal,
veremos que la carne, el pan, las patatas, tas leguminosas no la contienen, aun cuando sean alimentos muyríeosen albuminoides.
Estos alimentos incompletos, á pesar del hierro que contienen, prodncen perturbaciones en la sangre, por carecer de sosa y de cal.
Lu frutal, l a legambres verdes, las ensaladas dan á la sangre buena
Canticíad de materias tnÍDerales, y precisamente loS alimentos inCotfi •
pletos es lo que produce los casos de dísemia en las mujeres encinta.
Para ayudar á expulsar los alimentos acumulados, el organismo pide
agua, y entonces se manifiesta esa sed anémica, muy próxima en condición i la sed de los febricitantes y de los diabéticos,
En las embarazadas, la disemia, ó sea la alteración de la sangre, no
se manifiesta siempre por hidremia, ó sangre acuosa; más bien enflaquece la madre, en cambio del aumento de volumen del feto, en quien
se produce un desarrollo anormal de grasas. Por otra parte, una sangre
, en buenas condiciones normales no puede producirse por influencia de
una sangre materna mal compuesta, y además la expulsión del ácido
carbónico es más difícil de ejecutar en el feto que en la madre.
Finalmente: el estado hidrémico de la madre se transmite al feto
por endósmosis, y favorece asi la anemia grasosa, y esta es la razón de
por qué se producen fetos de más de cuatro kilos, de madres débiles,
y por qué se ven esas desproporciones de volumen entre la madre y el
hijo.
Conocida la causa del mal, se hace forzoso combatirla: dar menos
líquidos á una mujer reconocidamente hidrémica, y darle, en cambio,
un alimento rico en sales minerales.
Las mujeres que siguen acertadamente este régimen, dan á luz pronto y sin accidentes, porque el feto, en buenas condiciones de salud,
nace flaco y en p( rfecta relación de volumen con las proporciones ca^
vernosas de la madre. Aconsejamos, pues, á las madres que no desdeñen estos consejos y que mediten y estudien su conveniencia.
Veamos ahora el pequeño y tierno ser que viene al mundo.
Algunas horas después de su nacimiento hay que ponerlo al pecho,
sin esperar la subida de la leche; los calostros pronto vienen y limpian
los intestinos del niño, al mismo tiempo que lo alimentan suñcientemente en las primeras veinticuatro horas, al cabo de las cuales la leche
sube.
A partir de este momento y durante el primer mes de la existencia
del infante, es necesario darle de mamar cada dos horas, por lo pronto,
y después cada tres, hasta que llegue i sacar de cada vez grandes cantidades de leche, que necesite más tiempo para digerirla.
Desde que cumpla los seis meses no dar jamás de mamar al niño
durante la noche, y de este modo sencillo y natural de criar á los niños,
obtendremos, salvo herencias insuperables de ciertos males, un infante
sano, que funcione armónicamente en él el instinto de alimentación y U
facilidad de dormir.
Opina el profesor Budín, de U Qtnica de obstetricia de Pai(s, que,
— t4o —
ftttú t>ot ctHuejo de tos médicos, se saele dar á los niftos demasiada
cantidad de leche, y exhorta con empeño á las madres qae se abstengan cuidadosamente de ese exceso, porque el niño, dice, si no toma
mucha leche, podrá no engordar, quizás llegue á enflaquecer, pero no
tendrá perturbaciones digestivas, y en cuanto se llegue á proporcionarle, con ciertos tanteos, la estrictamente necesaria, el niño volverá á
desarrollarse rápidamente. Es preferible dar poco, por algún tiempo,
á dar de más.
Mr. Maurel, autor de la obra Higiene alimenticia del niAo de pecho
{Hygüne alimentaire du nourrison) dice que es preciso evitar que el
nifio se encuentre ahito, y para dar una idea de la manera de aumentar
las dosb de alimento, establece la siguiente escala gradual;
Durante los cuatro primeros meses, 5 gramos diarios por kilogramo
de peso de la criatura.
2,50 gramos durante los segundos cuatro meses.
1,35 en los cuatro siguientes.
Y 0,65 durante el segundo año.
Por regla general, la ración de leche de la madre que se debe dar
á los niños no éAt exceder de 100 gramos por kilogramo de peso del
niño, y no exceder tampoco de siete las veces que se ponga al pecho en
las veinticaatro horas.
El biberdn no debe de adoptarse sino en aquellos casos en que se
haga imprescindible su adopddn por no haber manera de procurar al
niño otra manera nat aral de alimentarlo.
Hay que tener muy en cuenta las condiciones de las distintas leches
que se pueden suministrar, y saber que la cantidad de albuminoides que
encierran 100 gramos de leche, es:
En la mujer...'.
En la vaca
En la cabra
1,9 gramos.
3.6
»
4,0
•
De snerte, qtn para summistrar á los niños estas dos últimas. en biberón, hay que mesclarlas con ignal cantidad de agua. Esto tiene el inctmveniente de que la mezcla es indigesta para algunos niños, y, además, que con solo adidooarle agua á la leche se altera profundamente
ra naturaleza y sos cualidades nutritivas. Bueno es, en tal caso, añadir á
U ledie, en vez de agua, on codmiento de avena, 6 darles la leche vegetal del Dr. Lahmaan, que fnect ha dado nray buenos resultados,
no sólo como alimento artificial en casos ordinarios, sino a niños de
Mdod qodMntada por deficiencias de la madre ó del biberte.
Stt ú laaientd^ caso de tener qoe recarrir al MMrdn, debe adop-
— 141 —
(arse la leche de vaca ó de cabra, criadas en la dehesa ó en el monte,
huyendo en absoluto de la leché de esos animales criados en establo.
El mismo Dr. Lahmann dice en su obra sobre la degeneración dietética de la sangre, en el capítulo de la Disemia de los niños, que,
mientras que el niño criado al pecho ingiere en mil partes de alimento,
870 de agua y 130 partes de substancia seca, el niño criado con leche
aguada toma en las mismas mil partes 956 de agua y 44 de substancia
seca.
£1 niño criado al pecho aprovecha en un litro de 34 á 35 gramos
de albúmina, 37 i 40 de grasa, 48 á 62 de azúcar, y de cuatro, cinco á
siete de sales nutritivas.
El niño criado con leche cortada ingiere en un litro de ella 11 gramos de albúmina, 13 de grasa, 16,5 de azúcar y 2,4 de sales, sin contar
con que la mayor cantidad de agua en que van diluidas esas substancias,
no permite que el niño las aproveche íntegramente, y trae por resaltado
la hidremia.
Se han hecho experiencias diferentes para buscar el modo de dar
«1 biberón mayor cantidad de albúmina y de grasa, empleando nueces
y almendras, sin resoltado, por la falta en éstas de sales nutritivas, y
después de algunos tanteos, Lahmann presenta una leche vegetal c o m puesta del siguiente modo:
Grasa.—34,72 por 100; caseina vegetal y otras partes azoadas similares, 19 por 100; azúcar y dextrina vegeta!, 31,0a por 100; goles, 1,64
por 100, y, finfilmente, agua, 20,62 por 100.
E L RíGiMEM NATURALISTA desconoce los resultados prácticos d e la
adopción de este alimento artificial para asunto de tanta importancia y
transcendencia, como la crianza de un niño, y, por lo tanto, sf atiene en
cuanto á encarecer ó rechazar su eficacia, á la competencia y sabiduría
umversalmente reconocida de su autor el Dr. Lahmann, y á la prudendencia y prevención del que trate de adoptarlo.
Sobre todas esta« clases de leche, en cuanto á su saturación de substancias azoadas en relación con la leche d e mujer, está la leche d e
burra, que tiene las mismas condiciones que la de mii^er (1,7 gramos)»
y no hay necesidad de mezclarle agua.
Pasados los tres primeros meses se puede ya intentar la alimentación del niño, privado del seno de la madre ó de la nodriza, con leche
pura, pero observando mucho los efectos que la disminución de agua
paulatinamente va produciendo en el niño y cuidando con estricta vigilancia de no incurrir en exceso, porque la sobre-alimentación es el.mayor perjuicio que se le puede causar á la criatura.—DR, HALAMI i k » MOWSKA.
(De la Kt/orm* Akmtntair*, AbiU, 1906.)
i>-
EL ALCOHOL EN LOS NIÑOS
Escribiendo para las mujeres no se puede estar largo tiempo sin
hablar de los niños. Como madres educadoras ó guardas de estos seres
tiernos, bellos, encantadores, que ríen á nuestro alrededor y tienen de
ángeles todo lo que les falta para ser hombres y mujeres, la suerte de
la infancia nos interesa siempre.
Siendo compleja la vida del ser humano, su desenvolvimiento físico
y anímico requiere cuidados excepcionales; se necesita el conocimiento
de una seri: de ciencias y principios difíciles, ¡y aun hay quien cree que
decir que se eduque á la mujer para el hogar es condenarla á la ignorancia I Para nada necesita más instrucción y talento.
Como la tierra se cuida y se prepara para recibir la simiente que ha
de |;erminar en sus entrañas, así el cuerpo del niño se ha de desarrollar
sano y fuerte para que su sensibilidad, su voluntad y su pensamiento
sean justos, rectos y bien dirigidos.
La higiene y la gimnasia, queridas lectoras, he aquí las dos ciencias
á que primero hemos de pedir auxilio. Hoy nosfijaremosen un punto
de la primera, en el funesto alcoholismo, que con las enfermedades hereditarias y la tuberculosis forma la trilogía de la muerte.
Los niños y los adolescentes sufren las consecuencias del alcoholismo. Hay en nuestras sociedades una tolerancia vergonzosa para el
hombre borracho, que debiera ser perseguido como criminal de la peor
especie, puesto que destruye la moral, la familia y envenena á la Humanidad con un germen destructor.
Soy enemiga de ir á bascar manoseados ejemplos antígnos; pero
bueno será recordar que en Atenas Oracón condenaba á muerte & las
gentes que se encontraban borrachas en las calles, y en Lacedemonia,
Licurgo emborrachaba á los ilotas para que el desdichado ejemplo de
degradación inspirase repugnancia á la juventud.
En aquella época, atenienses y lacedemonios fueron robustos y
bellos, ciudadanos de cerebro cultivado y hombres sanos de espíritu
y de cuerpo.
Coando los sabios preceptos de austeridad fueron desechados empezó la caída del hermoso pueblo griego.
Ahora, el niño está familiarizado con el ejemplo de los borrachos,
no le inspiran el horror que debieran sentir por tan degradante vicio,
y hay más: llevan con ellos el germen del alcoholismo hereditario, un
germen morboso, en estado ¡atente, que po^a un día desarrollarse y
producir tristes coiuccueQcias.
-
143 —
Poco puede hacer la madre para inspirar horror á la bebida si su
predicación no está secundada por el medio social en que el hijo se
desarrolla; pero puede procurar por todos los medios que no se aficione á las bebidas alcohólicas y combatir el vicio.
Hay entre el pueblo un error muy difícil de desarraigar. Creen como
un articulo de fe que el vino da la fuerza y la salud d ¡os niños.
Nada más absurdo que esta creencia, que hace dar de beber á los
pequeñuelos desde la edad más tierna vino y bebidas espirituosas. En
algunas provincias de Francia se mezcla aguardiente á la leche del biberón, y las nodrizas toman vino con exceso en todas partes.
Suiza, este admirable país, que marcha al frente de los adelantos
educativos del mundo todo, ha formado una estadística; los cerebros
mejor dotados son los de los niños que no han probado jamás el alcohol; ellos son también los más sanos y más fuertes.
Los hijos de padres que no han bebido tienen la mayor ventaja.
Muchas, queridas lectoras, lloráis cerca de una cunita los sufrimientos de UD ser inocente víctima de tan funesto vicio, y no hay amor que
indemnice á una madre de ver al hijo como azucena marchita caer
minada por el tallo á causa de los vicios del que escogió como compañero de su vida. Muere el amor; se deshace el hogar, la familia y la
sociedad entera.
La lucha contra el alcoholismo, la liberación de tantos seres inocentes como lo sufren, esta es la cruzada moderna, de la que las mujeres han de ser los guerreros más esforzados.
COLOMBINE.
(Heraldo dt Madrid. 8 de Julio.)
LOS
NIÑOS
MADRID
En estos meses de verano suele aumentar ;en Madrid lo más negro,
lo más triste, lo más vergonzoso de nuestra salvaje mortalidad: la de
los niños. Cada mañana y cada tarde cruzan las calles céntricas de la
corte estas procesiones lúgubres que van precedidas de una carroza
blanca, arrastrada por caballos blancos, empenachados con plumajes y
florones albos queflameanjuguetonamente indpulsados por el viento.
Y en la carroza una cajita, blanca también, festoneada con cintas
azules ó con cintas rosas, conduce el cuerpo muerto de un pequeñín, al
que no hemos sabido preparar nosotros los hombres civilizados, IM
hombres de corazón y de entendimiento, hechos á imagen y semejaoM
— T44 —
de Dios, domiaadores de ia Naturalexa por la ciencia j por el arte, de
un pequeñÍD, os digo, "I que no hemos sabido preparar una atmósfera
oxigenada, libre de miasmas y contagios, al que ni siquiera hemos sabido dar una madre bien nutrida y de entendimiento cultivado.
Porque la verdad es que entre nosotros los niños no mueren. Los
matamos, y sabe Dios sólo qué genios, qué ingenios, qué sabios, qué
artistas se nos van en esas generaciones víctimas de nuestra crueldad
y nuestro abandono.
DIONISIO PÉREZ.
(D: íiuevo Mundo, núm. 651.^
¡VEGETARISMO!
III
—¡Quítese usted inmediatamente de mi presencial—gritó la señora
de la casa tan pronto me vio aparecer por la puerta de la sala;—¡vayase
usted á cien leguas de aquí; que no le vea yo á usted á tiro, porque no
respondo de su vida! ¡Asesino! ¡Protervo! ¡Matasanos!
—Cálmese usted, señora — contesté, —y dígame usted la causa de
tan olímpica furia, que yo le prometo obediencia ciega á sus órdenes,
por roncho que me cuC'.te obedecer la de destierro, á cien leguas nada
menos. Hablemos en pai, que puede ser que así concluyamos por entendernos. ¿Qué agravios ha recibido usted de mí?
—Contéaleme usted antes. ¿Qué ha dicho usted á mí marido y á
mi hija; qué sortilegios ha empleado; de qué medios se ha valido para
trastornarles la sesera á ese par de tontos, que se niegan rotundamente
á comer carne y á comer pescado, y pretenden que en casa no entren
esos comestibles ni otros qne se le parescan? ¿Q|ué les doy de comer?
Crea usted que si no se tratara de marido y de hija, mañana mismo les
ponía delante un buen pienso, y que se cebaran en él y me dejaran en
paz. ¿Qué demonios les ha metido usted en la cabeza? ¿Cómo ha con(cguido usted que ese par de glotones se quieran meter ahora poco
menos que á capuchinos ó trapenses en cuanto al refectorio?
—Pues, señora, no he necesitado recurrir al demonio para enseüiaries el buen camino. Al contrario; he empezado por exorcísarlos, diciéndoles á los dos que se mirasen primero al espejo y me dijeran desapasionadamente ti su marido de usted teníafigurahumana ó se asemejaba más á uno de aquellos ídolos carrilludos y barrigudos con las
, piernas llenas de tolondrones y los dedos retorcidos en forma de gancho, que vimcM hace algunos afios en aquella pagoda que visitamos en
Singapoore ó en Punta de Gales, ó en ambos sitios. Le dije á su hija de
< asted que le preguntase á su espejo si el color pálido y la tristeza de su
^aknda, coneapondiendo á una laxitud y á uo cansando del que no
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145
-
cesa de laoientarse, son apariencias 3^ energías que acusen una salud
perfecta. Y no les he dicho más por el pronto.
—Bueno, ¿y qué?
—Pues nada: que su marido de usted convino conmigo en que no
se presentaría candidato en ninguna parte donde se necesite un Adonis
6 un Narciso, y su hija de usted me confesó que no podía con su estampa...
-^Siga usted.
—Después de quedar de acuerdo los tres en el punto anterior, les
pregunté los medios que habían ustedes puesto para restablecer las
fuerzas perdidas de la chica, y me dijo ella misma con el asentimiento
de su papá, que en estos tres últimos años habla recurrido primero á
los ferruginosos, tomando al principio á pasto agua contenida en una
olla llena de clavos, pestillos, cerrojos, llaves...
—No diga usted disparates. La olla tenía pedazos de hierro, nada
más; casi todo limaduras.
—Bueno, lo que fuera. Hierro i pasto. ¿No es eso?
—Sí, señor, y no le sentó del todo mal. Le volvieron los colores y
se entonó y se mejoró á ojos vistas.
—Malos ojos serían los que tal mejoría vieron, porque, según lo que
me contó ella misma, á cambio de una coloración en las mejillas, que
no es, seguramente, una señal infalible de mejcr salud, sobrevinieron
ciertas congestiones y desarreglos...
—Que fué una verdadera lástima, y yo lo sentí muchísimo, porque
hubo que suspender el agua de hierro, y se perdió todo lo que se había
ganado en aquella temporada.
—Justo, y para recobrar el terreno que se suponía perdido, y
mientras tomaba la niña pildoras de genciana y quina—y qué se yo que
más,—para restablecer el equilibrio, recurrieron ustedes á los jugos de
carne cruda por medio de prensas ó al baño María...
—Excelentes, amigo mío, excelentes. ¡Ayl ¡Ojalá no le hubiera repugnado el sabor de aquel jugo, porque allí había vida, sí, señor; allí
había fuerzas, y vigor, y salud.
—Y estreñimientos, y ataques nerviosos, y...
—Eso teiiía otra causa, ¿qué tenía que ver con eso el jugo de carne?
—Pero, para combatir esa causa, ¿no tomaba aquellas pildoras?
—Las pildoras no le hicieron nada.
—Las pildoras no le hicieron nada: las limaduras de hierro la congestionaron y desarreglaron: el jugo de carnes la repugnó y le levantó
el estómago, y se perdieron sf-ís meses de lucha, y el mal siguió avanzando, y el bolsillo de ustedes enflaqueciendo al par que engordaban
ottos que no hay que decir quiénes eran. Para ver de remediar ette estado de cosas, opinaron los médicos que debía de tomar la niña las consabidas aguas minerales, y fueron ustedes cuatro ó cinco temporadas á
Marmolejo, ¿no es ciertq? Y, luego, viendo que las aguas de Marmolejo
agravaban el conflicto que trajeron las limaduras de hierro, aconsejaron
lai aguas de Mondáriz, y mucha Somatóse, hasta el punto de que hablarle ahora á su hija de usted de Somatóse, y ponerse á dar gritos y
abalanzarse á la gente, es todo uno; tal horror le tiene á ese famoso re«
constituyente.
-
f 4 « -
No hay tal cosa. Coa la Somatóse y con las aguas de Mondáriz se
puso como una rosa: se mejoró extraordinariamente, como no ha estado nunca; pero el disgusto que la dio aquel canallita de novio, que en
mal hora se le puso delante, la arruinó por completo. Esa fué la causa
de que no se restableciera mi hija; no le quede á usted la menor duda.
—Claro, y en venganza de haber ella misma echado á la calle á
aquel muchacho, cada vez que le hablan de la Somatóse, muerde.
-^Lo echó ella á la calle porque él dio motivo para ello. No había
quién le hiciera estudiar para acabar la carrera de leyes, y, naturalmente, ella no había de estar toda la vida esperando que á él le diera la
gana de hacerse una posición y un porvenir.
—Y, por consiguiente, al novio y á la Somatóse, los tiró por la ventana, y se dedicó á continuar anémica y desarreglada.
—No sea usted pesado. Le he dicho á usted que con las aguas de
Mondáriz y con la Somatóse se puso divinamente.
—Pero, era porque estaban combinadas con el novio. En cuanto
faltó el Espíritu Santo, se acabó la Trinidad, y entonces echaron ustedes mano de glicero-fosfatos, de hemoglobinas, de carnes líquidas y en
pasta, de específicos maravillosos, que como les faltó combinarse con
otro novio nuevo y más estudioso, no dieron el resultado apetecido, y
en total, mucho tiempo y mucho dinero perdidos, muchas porquerías
en el estómago, que Dios sabe qué estragos habrán hecho, y la muchacha mucho más anémica que al principio, y aburrida, desesperada y
sin remedio conocido. Esto, en cuanto á la niña. En cuanto al papá...
—El papá—dijo la señora riendo—tiene la culpa de cnanto le sucede.
En su vida ha pensado en otra cosa que en la comida. Si hacía alguna
ganancia en Bolsa, si obtenía algún ascenso ó ventaja, siempre lo refería
á mejoras y reñnamientos culinarios, y no hay idea de las cantidades de
cosas que han entrado en aquel corpachón, y lo que él ha gastado en
vinos, cervezas y licores. Come y bebe que da espanto, y es natural que
esté como dice usted, más gordo que un Dios de aquellos que vimos en
Malasia y en China, y eso no pnede ser sano.
—¿Pero, qué dice usted, sano? Vo creo qne no se ha hecho usted
nunca cargo de la gravedad del mal que aqueja á su marido de usted.
Su marido de usted está de tal manera congestionado, que cuesta trabajo á todos entenderle ia mitad de lo qne habla. Se duerme á lo mejor,
sin darse cuenta él mismo de que se ha dormido, y en medio de ese
estado congestivo y pletórico, qne amenaza con una apoplegía como un
rayo, lo tiene usted &tigado siempre, cansado, sin fuerzas, y siempre
con hambre, con mucha hambre, qne ustedes achacan á glotonería, á
an hábito en él desordenado, á un placer que le incita á incurrir en el
pecado de la gula por pura sensuaUdad...
—Y no es otra cosa, créalo usted—decía la obstinada señora—lo
mismo es acabar de comer, volverla á empezar con el mismo afán y la
misma ansia que si no hubiera comido.
—¿Y cree usted que en eso no hay otra cosa que un afán de gczar
comiendo? No, señora; eso es nn efecto del exceso de alimentación.
— ¡Hombre, qué cosa más rara! Querer comer por estar harto.
—Sí, sdlora; aunque no es predsamente exacto que haya hartura,
como usted aee. A su muido de usted le sncede con la comida lo que
á los morñnótnanos con la morfina. En el principio, la primera inyección
les produce el bienestar y placer deseados; luego, necesitan doblar la
dosis para sentir iguales sensaciones, y más tarde, la dosis doblada no
produce efecto ya, por la saturación de la sangre, y tienen que ir progresivamente aumentando la cantidad de morfina que absorben, hasta
un punto, que si cuatro ó cinco personas tomaran aquella cantidad repartida entre ellas, no podrían tolerarla, y morirían. Su marido de usted
necesita ahora comerse un ternero entero para sentir los efectos del
alimento, y como no se come el ternero, el alimento ordinario no le
basta, y repetiría, como usted dice, quién sabe cuántas veces, hasta
sentir los efectos de la saciedad, ó morir en la demanda.
—Eso me lo ha dicho usted lo menos veinte veces.
—¿Y cuántas veces más tendré que repetirlo para que se convenza
usted que es urgente é indispensable el cambiar de régimen?
—Ninguna, porque admito que sea necesario y urgente ese cambio;
pero lo que no podré admitir jamás es que á mi hija le convengan las
zanahorias y los pepinos para restablecer las fuerzas que no ha podido darle hasta ahora lo que hemos hecho para el caso. Será erróneo y
disparatado el camino que hemos seguido, será forzoso emprender otro,
no sé cuál; pero no me convenceré jamás de que ese camino sea el
qu^ usted me mdica. No creo en la eficacia de las lechugas. |Qué quiere usted que le diga!
—Haga usted la prueba. Ha hecho usted tantas en tres años, que
una más ó menos no debe de arredrarle.
—Buenas son las pruebas cuando dan algún fundamento para la
esperanza; pero, cuando sabe una que va á perder el tiempo, es un
pecado el hacer esa prueba.
—Usted no sabe que va á perder el tiempo. Usted lo único que hace
es figurarse que lo va á perder, y para vencer esa preocupación, no
tiene usted que hacer más que una reflexión, y es, que no siendo yo un
insensato, ni persona sospechosa de querer el mal de su hija de usted,
y habiendo yo experimentado en mi mismo y er mi prcpia familia,
como usted sabe, los efectos saludables del vegetarismo, algún crédito
merezco, alguna autoridad tengo para darle á usted un consejo que yo
he seguido antes y del que no tengo más que motivos de satisfacción
por los resultados.
—No diré que nó, y aun creo que con mi marido conseguirá usted
algo; siquiera, que no engulla más, y tenga tiempo de digerir esas grasas que lleva encima; pero con mi hija, aunque vengan frailes descalzos
á persuadirme de que le alimenta más un higo que un roastbeef, no lo
conseguirán jamás.
—Repito lo de antes: haga usted la pruebA, y piense usted que los
religiosos y religiosas de ciertas órdenes; los budhistas, que son thuchos
millones de seres; los indigentes; los anacoretas; los vegetarianos mismos que usted conoce, viven sin necesidad de carnes, ni vinos, ni pescados, y muchos, muchísimos, con grandes ayunos y privac ones, y
están ágiles y capaces de cualquier trabajo; pues del mismo modo vivirá
también, sin peligro, su hija de usted los seis meses, por ejemplo, que
dure la prueba. Si al cabo de ese tiempo observa usted, imparcialmente, algún adelanto, entonces le será á usted fácil creer y perseverar en
— 148 —
el régimen de las lechogasi como usted le llama; y si, por el contrario,
no. se observara ese adelanto, tiempo habría entonces para volver á las
carnicerías, salchicherías, pescaderías y pollerías en busca de la gran
salud que reparten á domicilio, como, por ejemplo, la que i ustedes mismos le han repartido há^ta ahora.
—La prueba se hará, desgraciadamente—dijo mi contrincante—no
porque yo la autorice, sino porque mi marido quiere que se haga; pero
así como de éste no me da cuidado, porque necesita una tregua para su
estómago, y además tiene en sí mismo bastante alimento para dos años
que durara el experimento, respecto á mi hija no pienso del mismo
modo, y al primer síntoma alarmante ó siquiera desfavorable, al menor
retroceso que yo note en ella, en aquel punto y hora se acaba el vegetarismo, como dos y tres son cinco, y la haré volver á la razón, mal que
le pese á quien quiera que sea.
—¿A cuál razón la hará usted volver? ¿A la de los específicos. Somatoses y gliceros-fosiatot? ¿A la de las carnes líquidas y en pasta? ¿A la
razón de Marmolejo, N'ichy ó Mondáriz? ¿A la de las aguas de cerrajas?
¿A la de las carnicerías y pescaderías? Todas esas razones las hemos
experimentado ya, y aun creo que volvemos también á la razón poderosísima del novk) reconstituyente en ñgura de un bizarro capitán; sin
.embargo, nada de eso dio resultado, y no veo por qué lo habría de dar
ahora; por lo tanto, no se precipite usted; observe sin prejuicios ni'impaciencias, y aguarde con confianza y calma el verdadero resultado de
la prueba, teniendo en cuenta que no se ganó Zamora en una hora, y
que las plantas, para dar sos frotos, necesitan tiempo y sazón.
—Altó veremos.
—Ya lo creo que lo veremos, si vivimos, que poco hemos de vivir
para ello, y para que entretanto haga usted ánimo y esperanza, le diré
á usted una máxima de Budha, el reformador del Asia: Come pan y
frutos de la tierra, que ellos te llevarán d ti. Come carne, y tú la llevarás á ella.
—Vaya un personaje que me pone usted por ejempla A Budha...
—No hablamos de teología; halamos de higiene, y para comprender que ese señor no andaba muy descaminado, nos basta con ver la
raza que ha formado. Esos no llevan la carne á cuestas, como su marido de usted, ni dejan las lechugas por la Somatóse, como su hija...
—Dios dirá—dijo la señora con aire de desaliento.
—Amén—contesté lleno de fe y de esperanzas.
(Continuará).
LIBRERÍA ACADÉ.MICA É INTERNACIONAL
Cali* del Prado, núm. 11. Madrid'
SB RBCOMIENDA Á LOS SEÑORES SUSCRIPTORES
( ¥ é » a e 1» t l A n » 4 0 • • • B C I S B ) .
CONVERSACIÓN
{K fuerza de conocer á los hombres
he llegado á amar á los animales.)
{Fihso/ía china.)
(iQué hermosa serta, Dios m(o, la
Naturaleza, si no existiera el hombrel)
{yorge Satid.)
II
La idea de un paraíso de animales circulando sin temor alrededor
del hombre, no es imaginaria. Algo semejante se ofrecía de tiempo en
tiempo á los náufragos, que, como Robinsón, abordaban en alguna isla
desierta, de las que ya no quedan ejemplares. Pájaros de extraños plumajes venían á saludar la ñgura insólita que se avanzaba sobre su balsa
ó su embarcación, posáüdose en ésta y deseándole la bienvenida en su
lenguaje. El recién llegado avanzaba hacia la costa en medio de una
legión de focas, como anfítrite entre su cortejo de tritones. Los leones
de mar, sentados en la playa, le contemplaban gravemente como senadores romanos recibiendo un embajador extranjero. Los pájaros bobos
(pingüinos) le seguían con torpes pasos, y el albatros desplegaba sobre
la cabeza del náufrago la inmensa envergadura de sus alas.
En regiones más cálidas ó menos exploradas, aun ahora, se ve á
menudo á los delfines servirle de avanzada; la tortuga dejar un instante
sus huevos en la arena para sumergirse en el mar; los loros multicolores y las cotorras lanzar desde lo alto de los árboles cus gritos grotescos, no de indignación y de cólera, sino de sorpresa y curiosidad; el
pájaro-carpintero, interrumpido un momento en su trabajo, continua
perforando un tronco con su acerado pico; la tórtola no cesa de arrullar á su compañera; los monos acogen al nuevo huésped con gestos
qoe no tienen nada de hostiles.
Nosotros mismos hemos visto en el corazón de los intrincados bosques del Canadá, cuando los pinos estaban enterrados «hasta las rodillas» en la nieve, á la liebre blanca (la marta) detenerse á contemplarnos coa inocente y conñada curiosidad, y las ortegas, -esas tan estimao.
das y solicitadas perdices de la América del Norte, permanecer en su
rama sm inmutarse por nuestra presencia. Mal justificada nos pareció
la confianza de esos animales, porque el indio que nos guiaba iba ya,
si no lo hubiéramos impedido, á trepar al árbol para derribar á garro*
tazos á las infelices ortegas.
Eo ett« inocenUsima coafianu hay algo que conmueve hondamente:
la inocencia, qiíe n(> es capaz ni aon de sospechaf el mal, f el testimonio vivo de la existencia de criaturas inofensivas que el hombre debería
proteger en vez de perseguirlas.
La alianza fraternal de las criaturas; la edad de oro feliz, no te ha
realizado por la razón principal de que «unos animales sirven de alimento á otros*.
En este hecho natural, los carnívoros obedecen á instintos cuyo origen primordial emana del poder divino que dio forma á sus zarpas, á
sus dientes, á sus garras, á sus picos.
El hombre no cesa jamás en su ardor por devorar carne y pescado,
pareciéndole á la vulgar generalidad de las gentes que el estómago humano no llega á la ssu;iedad sino despoát de un consumo ilimitado de
criaturas animales, despedazadas en trozos sanguinolentos y absurdamente condimentados. Nosotros mismos, miembros afortunadamente
de lo mis selecto de las falanjes vegetarianas, deberíamos pensar con
hocdo remordimiento en todos los degüellos y muertes ejecutados en
otros tiempos, que no queremos renovar, para satisfacer nuestros hoy
aborrecidos apetitos. ¡Cuántas víctimas inocentísimas despezadas para
poner sus despejos mot tales en ragonts, asados, cocidos y picadillos
para dar satisfacdón á lo que llamábamos nuestro apetito, que no era,
en su voracidad, otra cosa que un trasunto de los instintos sanguinarios de las bestias carniceras.
El uso, la rutina, son una cansa, la más principal, de nuestras costumbres n^nrofágicas; j todo cuanto á esto se refiere en todos los ámbitos del mundo, es, sencillamente, un efecto de la misma cansa: la
costumbre. ¿Esas tribus de antropófagos que se comen á sus próximos
{orientes, á <yié instinto obedecen? Con la misma naturalidad que nosotros seguimos las modas del vestir, siguen ellos las costumbres que
aprendieron de sus padres, y como éstos, engullen con placer un beefsteak de «pápá abuelo*, un solomilllo de «suegra* ó unas chuletas de
(Sobrino*. Es la moda de ellos.
Supongamos un pueblo alimentado por tradición exclusivamente de
vq^ales, rodeado de animales cuadrúpedos y volátiles á quienes no
les pide otro tributo que el de sus lanas, su leche y sus huevos; á ese
pueblo, la idea de quitarles la vida á esos seres para comérselos después, le parecería monstruosa y repugnante. Las costumbres y hábitos
de tal pueblo tendrían que ser, á la fuerza de la lógica, dulces y puras.
Afortunadamente, loi vegetarianos son incomparablemente más numerosos que.tos aecrófogos en todo el mando, y son, además, de muy
Ittperíor concíiclón pót stt valor moral. De t.aoo millones de KabitáoteS
del planeta, 500 millones de budhistas son vegetarianos por exigencia
de su religión. Cerca de too millones de mahometamos lo son por costumbre, j entre los cristianos, un gran número de proletarios ó habitantes de varias comarcas, lo son de hecho, si no lo son por convicción.
X.
(De li A/^aturistí.—BTVistltis, i." Abril.)
RECETAS DE COCINA
Malón Jean-Bart.
Tomar un melón medio madu"o. Cortarle alrededor del tallo una
cantidad de seis centímetros de diámetro y por esa abertura introducid
una cuchara y sacar las tripas y pipas del melón. El hueco que queda
se llena de fruta 1 variadas, tales como fresas, frambuesa, moras, cerezas sin hueso, pedazos de albaricoques, melocotones y plátanos cortados en ruedas ñnas.
Sobre todas estas frutas se vierte un jarabe de azúcar, que se puede
hacer del modo siguiente: En ico gramos de agua se derriten al fuego
150 gramos de azúcar, se añaden algunas (muy pocas) gotas de esencia
de vainilla y este jarabe hirviendo se echa dentro del melón hasta' llenarlo. Se vuelve á poner la tapa que se cortó del melón y se coloca
éste en un sitio muy fresco, donde se le deja durante seis horaj, ó mejor una noche entera. El melón se corta en la meta en el momento de
servir en tajadas como el melón natural.
Nota.->-Las frutas de carne dura como las cerezas, melocotones, etcétera, conviene, para que se ablanden, hervirlas en el jarabe de azúcar antes de echarlas en el melón.
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