Los parásitos ¿Cómo se relacionan los seres vivos? Dentro de un

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Los parásitos
¿Cómo se relacionan los seres vivos?
Dentro de un ecosistema, cada ser vivo interactúa con su entorno y a su vez con los
otros organismos con los que comparte el hábitat. Como se ha mencionado en textos
precedentes de la colección Aportes para el Aula, existen muchos tipos de relaciones,
ya sea entre individuos de la misma especie o de especies diferentes, que pueden ser
beneficiosas, neutras o perjudiciales para los participantes de las mismas (ver Aportes
para el Aula 1, p. 25).
En las relaciones intraespecíficas: individuos de la misma especie pueden forma una
sociedad altamente especializada, en la que existe una organización compleja, con
división del trabajo y funciones definidas para cada integrante. Esta situación
corresponde a las colonias de algunos insectos sociales tales como las abejas, las
hormigas y las termitas.
En otros casos, se conforma una estructura social que facilita o favorece la
alimentación, la reproducción, la protección y la migración de la población. Por
ejemplo, los grandes mamíferos acuáticos migran en manada, protegiendo a sus crías
de los predadores.
Cuando uno o más recursos se ven disminuidos o son escasos, puede generarse
competencia para obtenerlos: la luz del sol en un bosque muy frondoso; las presas en
una manada de carnívoros, las hembras en la época de reproducción…
Relaciones Interespecíficas: en la página 27 de Aportes para el Aula 1 se presenta
un cuadro que resume las características de este tipo de interacciones.
Predación
Parasitismo
Comensalismo
Mutualismo
Simbiosis
En el presente capítulo se desarrollarán las generalidades del parasitismo, como una
relación que puede mostrar diferentes grados de compromiso, y de beneficio o
perjuicio para cada uno de sus componentes. Se prestará particular atención a
aquellos grupos de parásitos que afectan al hombre y a los animales, llegando a tener
relevancia por sus implicancias en la salud pública.
Los parásitos, un modo de vida exitoso
Los parásitos son organismos que obtienen sus nutrientes de otro ser vivo, el
hospedador o huésped, provocándole daño pero sin causarle la muerte inmediata o a
corto plazo. Habitualmente este daño depende de ciertas condiciones, por ejemplo el
número de parásitos o el estado general del huésped. Sin embargo, muchas veces el
organismo parasitado vive normalmente, y no presenta ningún signo o síntoma que
manifieste la presencia del parásito.
Existe una íntima asociación entre parásito y hospedador, y una dependencia del
primero respecto del segundo en cuanto a la regulación de su ambiente. El huésped
en sí mismo, constituye el hábitat temporal o definitivo del parásito. Tomando como
referencia la localización de los parásitos, estos pueden clasificarse en:
Endoparásitos: se encuentran en el tubo digestivo y sus anexos (hígado), o
invadiendo los diferentes tejidos (sangre, músculos) u órganos (ojos, cerebro,
pulmones, riñón, gónadas) del huésped.
Ectoparásitos: viven sobre la superficie del cuerpo (piel, pelos) como las
pulgas, los piojos y las garrapatas, o en cavidades externas tales como la
branquial (monogeneos).
El ciclo de los parásitos puede involucrar una o más especies hospedadoras, y
también incluir estadios de vida libre. En base a estas condiciones, se pueden
clasificar en:
Directo o monoxeno: el parásito ingresa y se reproduce en un hospedador,
liberando al ambiente las formas infectantes (quistes, huevos, larvas) que
infectarán a un nuevo individuo.
Indirecto o heteroxeno: el mismo se desarrolla en dos (o más) especies
hospedadoras, una de las cuales es el huésped definitivo (que alberga las
formas adultas o reproductivas) y el otro el huésped intermediario (en el que se
desarrollan las formas inmaduras o larvales). Este ciclo puede involucrar
animales vertebrados y/o invertebrados.
Se estima que aproximadamente la mitad de las especies de la Tierra y mucho más de
la mitad de los individuos son parásitos. En general, los organismos de vida libre
albergan varios parásitos de diferentes especies. Por ejemplo, un mismo pez puede
servir de huésped para tenias (platelmintos), gusanos redondos (nematodes) y
parásitos unicelulares, que habitan en diferentes regiones del cuerpo. Por otro lado,
muchos parásitos son específicos de una o pocas especies de huéspedes. Este es el
caso del Plasmodium sp., el protozooario causante de la malaria en el humano.
Los parásitos y patógenos (agentes causantes de enfermedad) constituyen un grupo
extraordinariamente grande y variado con representantes en todos los reinos: desde
bacterias hasta animales, protistas, hongos y vegetales. Asimismo, afectan a
diferentes seres vivos, incluyendo animales, plantas y organismos unicelulares ¡y
también a otros parásitos!
La otra mitad
El huésped, por su parte, se defiende del ataque del parásito presentando
mecanismos para resistir las infecciones o infestaciones.
Toda reacción de un organismo a la presencia de otro depende de su capacidad para
reconocer la diferencia entre lo que es “propio” y lo que no. En los animales
invertebrados los fagocitos, una población de células especializadas, son los
responsables de la mayor parte de la respuesta de un huésped ante los invasores.
Estas células pueden rodear y digerir pequeños cuerpos extraños, y encapsular otros
mayores.
En los vertebrados, además de la fagocitosis, existe un proceso mucho más complejo:
la respuesta inmune. Esta involucra diferentes tipos celulares que atacarán al invasor,
ya sea actuando directamente sobre el mismo o a través de la producción de
moléculas o sustancias nocivas. A su vez, el individuo puede conservar en su
“memoria inmune” el recuerdo del intruso, previniendo o atenuando las reinfecciones.
Los peces, al ser los primeros vertebrados del planeta, comparten una larga historia de
co-evolución con los invertebrados. Esta coexistencia, desarrollada durante miles de
años, ha posibilitado la adaptación y la selección de los organismos más exitosos. Por
esta razón, es frecuente encontrar peces que presentan una gran abundancia y
diversidad de parásitos.
¿Qué es una zoonosis?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define como zoonosis a aquellas
enfermedades o infecciones que se transmiten naturalmente de los animales
vertebrados al ser humano. Pueden estar provocadas por virus, bacterias, hongos y
parásitos.
Las condiciones bajo las cuales viven nuestros animales domésticos han sido
modificadas intensa o totalmente, afectando muchas veces el equilibrio de la relación
huésped parásito al que se llega en la vida silvestre, luego de miles de años de
selección natural. Cuando este delicado equilibrio es afectado, se produce un
desbalance hacia uno u otro extremo causando la enfermedad del huésped o la
eliminación del parásito por parte del mismo.
Entre las vías de transmisión podemos mencionar las siguientes:
Digestiva: agua o alimentos contaminados con el patógeno.
Ano-mano-boca: ciclo de autoinfección.
Vectorial: la forma parasitaria es transmitida por otro organismo, generalmente
un insecto picador.
Congénita o vertical: pasa de una generación a la siguiente (madre a hijo).
Por contacto: es el ejemplo de ectoparásitos como la sarna o las pulgas.
Por tejidos: transfusiones de sangre y transplante de órganos infectados.
¿Qué es un vector?
Un vector es un ser vivo que transporta patógenos, y puede transmitirlos a un nuevo
huésped. Hablamos de vector mecánico, en el caso de que el organismo transportado
no cumpla ninguna parte de su ciclo vital en el mismo, sólo es trasladado (Ej. las
cucarachas y las moscas llevan miles de bacterias y otros tantos microorganismos en
sus superficies corporales y en sus patas). En cambio, cuando el vector es
fundamental para la biología del parásito, nos referimos a un vector biológico (Ej. la
vinchuca es indispensable en el ciclo del protozoo Trypanosoma cruzi, agente
etiológico del Mal de Chagas).
En el caso de las zoonosis, la transmisión se realiza por contacto, a través de un
vector o por ingestión del patógeno.
Zoonosis de origen alimentario
En nuestro país, la población humana posee determinados hábitos alimentarios que pueden
representar un riesgo relativo para la transmisión de parásitos y otros patógenos.
Muchas personas, acostumbran consumir la carne vacuna y de cerdo poco cocida o “jugosa”, y
también embutidos y chacinados que no se cocinan (jamón crudo, salame, bondiola). El cerdo
es el transmisor por excelencia de la triquinosis, causada por la Trichinella spiralis, cuyas larvas
se enquistan en los músculos de su hospedador y son liberadas únicamente cuando estos
tejidos son digeridos. Otros reservorios de este nematodo son los jabalíes, peludos, mulitas y
ratas.
Por otro lado, las tenias grandes (género Taenia) parasitan bovinos y porcinos, y al humano.
Las larvas se enquistan principalmente en la masa muscular de los animales, y cuando una
persona ingiere el tejido infectado (un bife “vuelta y vuelta”, por ejemplo) puede convertirse en
huésped definitivo de una respetable tenia (llega a medir entre 3 y 10 metros, dependiendo de
la especie de tenia). Cuando este gusano plano, alcanza su madurez sexual comienza a liberar
los huevos que llegarán al ambiente con la materia fecal de la persona portadora, reiniciando el
ciclo.
Si bien el consumo de pescado crudo no es tan común en Argentina como en otros países
(Perú y Japón, por ejemplo), la globalización ha derivado en la introducción de comidas
exóticas como el sushi y el ceviche. Ambas preparaciones, que consisten en pescado o
mariscos crudos o marinados en jugo de limón, pueden transmitir anisákidos, gusanos
redondos altamente resistentes, que además provocarían importantes alergias alimentarias.
En la zona lacustre patagónica, es habitual el consumo de carne ahumada o salada de trucha,
salmón y otros peces. El riesgo de este hábito consiste en la presencia de otra tenia grande, el
Diphylobotrium latum, que sobrevive a las técnicas de conservación mencionadas, y puede
parasitar al hombre y a otros animales piscívoros.
También existe la Sarcocystiosis que está relacionada al consumo de carne de guanaco.
Asimismo, se debe tener en cuenta que el pescado y los mariscos crudos pueden ser
portadores de Vibrio cholerae, la bacteria que causa el cólera. Normalmente, el medio de
transmisión de este patógeno es el agua contaminada con materia fecal de personas o
animales infectados,
La importancia del agua en la transmisión de patógenos
La dispersión y transmisión de agentes patógenos, especialmente de las formas de
resistencia tales como huevos y quistes, es habitual en el medio acuático. Estos
pueden llegar al agua de bebida o de riego de vegetales para consumo humano o
pasturas para los animales, por contaminación con materia fecal y otros residuos. Las
condiciones higiénico-sanitarias deficientes que normalmente acompañan a
poblaciones de bajos recursos sociales y económicos agravan esta situación. Muchos
parásitos intestinales, entre ellos amebas y helmintos, cumplen un ciclo continuo de
reinfección que es muy difícil de interrumpir.
En otros casos el ciclo vital del parásito se desarrolla en forma total o parcial en el
medio acuático. Se trata generalmente de los estadios inmaduros o larvas, que se
encuentran libres en el agua, y necesitan de este medio para parasitar un nuevo
hospedador.
A veces, son los vectores que transmiten un parásito en particular los que desarrollan
una parte de su ciclo en el agua. Tal es el caso de los mosquitos que pueden transmitir
además otros patógenos como el virus del dengue y el de la fiebre amarilla. Los del
género Anopheles en particular, transmiten la malaria o paludismo picando a una
persona infectada con el Plasmodium (parásito unicelular que se reproduce
sexualmente en el insecto y asexualmente en el humano) y posteriormente a otra
sana. El parásito en sí no necesita de un cuerpo de agua para reproducirse o infectar a
sus huéspedes, pero el insecto que actúa como vector sí, ya que deposita sus huevos
y desarrolla las fases de larva y pupa en el agua.
¿Qué podemos hacer?
La prevención es el primer paso para evitar la aparición, el desarrollo y la difusión de cualquier
enfermedad. Un punto fundamental a tener en cuenta es la higiene de los alimentos, ya que
como se ha mencionado anteriormente, los mismos son una de las principales vías de
transmisión de patógenos, no sólo en el caso de parásitos. Algunas recomendaciones a tener
en cuenta para protegernos de la transmisión de enfermedades parasitarias, y de patógenos en
general son:
• Lavar muy bien frutas y verduras con agua potable, teniendo especial cuidado si van a
consumirse crudas.
• Tener en cuenta las condiciones en las que se preparan los alimentos, extremando las
medidas higiénicas, y la utilización de agua potable o previamente hervida.
• Cocción adecuada, total y uniforme, de las carnes. Si se van a consumir productos
sometidos a procesos de salazón o ahumado, tales como chacinados o embutidos (salames,
jamón crudo, bondiola), es fundamental conocer su procedencia. Los parásitos presentan
formas resistentes a estos métodos de conservación. Si son de elaboración “casera”, debemos
estar seguros de que se les ha realizado el correspondiente control bromatológico. ¡Cuidado
con el sushi y el ceviche!
• No consumir berro crudo, especialmente si fue recogido en cuerpos de agua que son
visitados por el ganado.
• Desparasitar nuestras mascotas.
• Evitar alimentar a los perros con vísceras y carne crudas, ya que estos tejidos pueden
alojar estadios parasitarios que se transmitirán a los canes.
• No permitir que los animales entren a las huertas, evitando la contaminación de las
verduras con sus heces.
• Siempre lavarse las manos antes de preparar y comer los alimentos, y después de ir al
baño.
• Ventilar bien los ambientes, permitiendo que entre la luz del sol.
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