Procesos de organización de la lucha

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PROCESOS DE ORGANIZACIÓN DE LUCHA CARCELARIA EN COLOMBIA
Ninguna condena y ninguna cárcel será capaz de cambiar nuestra opción. La opción del
ataque permanente sigue en vigencia hasta el fin… C.F.
Los procesos de organización al interior de las cárceles en Colombia han configurado uno de los
elementos menos tratados en la historia de lucha y la confrontación política y social de los
movimientos revolucionarios, las reivindicaciones y las propias dinámicas de los individuos.
A pesar de las diferentes y variadas formas de organización que pueden surgir en una prisión, como
los denominados grupos generacionales que se constituyen en “combos” “pandillas” o “parches” y
sin tintes ideológicos o reivindicativos, en este caso especifico, el artículo se perfila hacia formas de
organización que posean un andamiaje ideológico y pasen del simple espontaneismo o la
organización funcionalista, a la acción constante y permanente contra el régimen carcelario.
Por lo cual, se hace necesario la compresión de los procesos organizativos en las cárceles a partir
de la diferencia entre posibles acciones que surgen desde la espontaneidad como los motines,
disturbios entre otros, y no espontaneas como pueden ser la consecución de mejoras a partir de
huelgas, desobediencias y retenciones con fines políticos. A pesar que los anteriores factores
también pueden ser desarrolladas por formas de organización como los “caciquismos”, estos
carecen de sentidos trasformadores y son provocados a partir de los propios intereses de la
“pandilla” o del autoritarismo que maneja el “cacique” a partir del miedo y la coacción, punto
fundamental y diferenciador con las formas organizativas aquí desarrolladas.
En concordancia, estas formas de organización no tienen un punto único de causa y nacimiento,
más bien en él, confluyen varios elementos que posibilitan su existencia, la fortalecen y le otorgan
aires de pluralidad y dialogo entre los diferentes sectores de lucha.
En se sentido, las condiciones en que el sistema carcelario subyuga y somete los detenidos
mediante férreos controles y adoctrinamientos, un hacinamiento constante,
problemas de
salubridad, falta de atención jurídica y maltratos por parte de la guardia entre otros, no estaban por
fuera de estas causas que posibilitarían dicho crecimiento. A la par, la contextualización política del
país en el cual, el aumento de la fuerza narcotraficante en vastos sectores del Estado y la política
pública, la configuración de fuerzas revolucionarias armadas de varios tintes y afinidades políticas, y
el surgimiento y fortalecimiento de los escuadrones de la muerte o paramilitares, al igual que las
redes de microtráfico y pandillismo, contribuirían en un entramado sin igual, que dejará como
resultado sendos enfrentamientos armados al interior de las cárceles.
Esta configuración determinaría uno de los principales ejes de organización al interior de las mismas
como medio de defensa frente a los ataques de organizaciones narcotraficantes y paramilitares por
el control general de las prisiones, en términos en que estas podían convertirse en espacios de
tráfico de droga y difusión de tendencias antiguerrilleras como parte de una estrategia estatal de
reproducción del conflicto armando al interior en tiempos en los que las organizaciones de presos se
fortalecían y por lo cual, estas últimas debían ser eliminadas.
Ante esta amenaza, los grupos guerrilleros optarían por conformar grupos al interior de las prisiones
tanto de vigilancia nocturna como de colectivos reconocidos tanto por los grupos creados por los
“caciques” como por los procesos sociales en general.
La propuesta pasaría de la defensa al ataque desde un sentido amplio. Para evitar el derramamiento
de sangre, estos colectivos o grupos que nacieron desde una necesidad de afrontar armadamente al
enemigo, unificarían grupos más amplios creando espacios de debate y discusión con el fin de
terminar con la guerra interna.
Realmente, las colectividades guerrilleras junto a los presos de carácter social y el conjunto de
presos políticos, originarían las denominadas mesas de trabajo que luego se configurarían hasta
niveles nacionales.
Estas mesas de trabajo a pesar de tener fuerte presencia de grupos revolucionarios (ELN- FARCEPL y Quintín Lame), estaban dispuestos a minimizar los intereses propios de cada organización
para dotar de un ambiente de participación y activismo en dichas mesas, dejando la política sectorial
de lado y
optando por generar propuestas para atacar problemáticas relacionadas con las
condiciones carcelarias en general.
Ante este panorama, el gobierno aceptaría la instauración de dichas mesas en parte porque era
funcional para generar un orden interno y por otro acabar con las noticias y la opinión pública sobre
la pésima administración de las cárceles. Aunque realmente las causas estaban dadas a la presión
generada por los diferentes colectivos y grupos políticos, por lo cual, aceptarían algunas
resoluciones de dichas mesas en las que se exponían las principales reivindicaciones.
El contexto carcelario empezaría un cambio trascendental con la política gubernamental de Pastrana
iniciándose así el establecimiento y adaptación de la política carcelaria del Buro Federal de los
Estados Unidos junto a la implantación de Plan Colombia, el cual específicamente contenía la
política carcelaria en la cual el sector privado podría entrar a administrar y/o vigilar cárceles,
permitiendo por ejemplo que grupos paramilitares cumpliesen dicha labor.
Mientras tanto, la labor de las mesas continuaba en ascenso, a tal punto que con la resolución del
99, un documento emitido por estas, fomentaba no solo los acuerdos internos para las cárceles sino
que se promovía la crítica y la propuesta unificada en torno al cambio estructural de la prisión,
proponiendo la eliminación del hacinamiento con la puesta en libertad de gran parte de los
sindicados, la integración de parte del empresariado para la formación laboral al interior de las
prisiones (esta iniciativa aceptada a regañadientes por parte de algunas organizaciones
subversivas), la prohibición de llevar detenidos rurales a centros urbanos y la promoción de mesas y
comisiones en cárceles enfocadas hacia la educación, la ayuda jurídica, la salubridad, la atención
medica, y la alimentación etc.
Los procesos de organización específicamente se hacían por una suerte de elección o consenso de
personas que tuviesen un perfil social y reflexivo en torno a las temáticas propias de las cárceles.
Así pues, se elaboraba una serie de condiciones sobre la posible elección de los miembros por
pabellón y luego por patios (condiciones como la labor social, el trabajo comunitario etc.), y los
cuales oscilaban entre 3 y 5 personas. Para tales elecciones se disponía de un comité formado por
organismos como la Personería, la Defensoría del Pueblo y delegados de los presos para una
vigilancia estricta en caso de votaciones.
Así pues, el número promedio de constitución de una mesa de trabajo por cárcel estaba determinada
por 10 miembros delegados de diferentes patios y pabellones para la discusión y toma de decisiones
directamente.
En cárceles como la Modelo, las decisiones eran en su mayoría consensuadas y las reuniones se
generaban en pabellones de alta seguridad en tanto eran espacios ´más “neutrales”. En esta cárcel,
se tomaban decisiones como huelgas de hambre, asambleas informativas, cede de actividades
lúdicas y de trabajo, estados de alerta, el no ingreso de cuerpos de custodia a los patios de
concentración y retención voluntaria de mujeres en los días de visita como forma de solidaridad de
ellas mismas hacia sus compañeros.
Así pues, en diálogos con otras penitenciarias, se iniciaría la conformación de una mesa regional a la
cual asistía un delegado por penitenciaria y luego esta, integraba a su vez, una mesa de carácter
nacional.
Otro de los aciertos de esta forma de organización estaba dada hacia la alimentación, la cual en
cárceles como Bellavista, Itagüí y la cárcel de mujeres en Medellín, se transformaba la perspectiva
de la pésima alimentación por un menú con 16 posibilidades, contribuyendo en un control sobre la
alimentación y el cambio de contratos con las compañías prestamistas de este servicio.
Estas mesas de trabajo, con un fuerte carácter autónomo y regulador del trato suministrado por el
sistema penitenciario, constituiría una serie de acuerdos en búsqueda de la convivencia de los
presos, hasta el punto en que cárceles como Itagüí se prohibiría el consumo de estupefacientes, con
reacción por parte de los distribuidores al interior reflejado en amenazas a los delegados de las
mesas.
En esta misma cárcel se lograría constituir un canal de televisión, manejando por los propios presos
con énfasis en educación y el entretenimiento en los días de visita.
En vista de estos cambios generados por las mesas de trabajo desde la base hasta la mesa
nacional, la entrada del gobierno de Álvaro Uribe Vélez y su arremetida contra organizaciones
alternativas, empezaría un proceso de desarticulación, en principio de la mesa nacional, impidiendo
las reuniones con excusas como la carencia de “viáticos” y “personal para la movilización” de los
presos. Luego, a través de la disminución de las mesas locales, debido al traslado de presos
reconocidos, (táctica que anteriormente era confrontada con fuertes protestas al interior del penal),
pero luego con amenazas y prohibición de espacios de encuentro.
A pesar del decaimiento de la mesa nacional, de las mesas regionales y la culminación en el 2006
de las locales, la constitución de organizaciones al interior de las penitenciarías continuaría.
Sin embargo, 6 años antes en un intento de reagrupación de las fuerzas de los presos políticos que
tenían como punto de referencia las desobediencias civiles generadas en los EPCAMS de
Combita, Girón, La Dorada y San Isidro, hasta el 2005, la política represiva promovida por el Estado
con las judicializaciones, los traslados, los aislamientos, las desarticulaciones con la ley de justicia y
paz, hasta los traslados masivos generado por pabellones enteros como sucedía
en la
Dorada(2006) y Combita (2007), terminarían con una posible articulación de un movimiento Nacional
Carcelario.
Aunque la política represiva era constante, varios reductos de organizaciones continuaban
desarrollando trabajo, y eran constituidas principalmente por presos políticos los cuales, a la luz de
hoy, se denominan como “colectivos”, cuya “dirección” y desarrollo interno es irregular en las
penitenciarias, ya que algunos de ellos configuran relaciones de verticalidad e imposición, y otras
van más hacia el ámbito de la convivencia y la regulación de temas como la vistas, el consumo de
drogas y alcohol.
A ello, es necesario realizar un punto de quiebre en el cual, ciertas normas de convivencia y
conducta al interior de los patios escondían acciones represivas por parte de la administración con
el fin de contribuir a un ordenamiento de los presos y su respectivo control, principalmente a cuenta
de grupos paramilitares o bandas con control interno.
A pesar de esto, en su mayoría, las colectividades de presos políticos presuponen trabajo social y
educativo al interior de las cárceles, llegando a posicionarse en patios determinados como fuerza de
cambio en las relaciones internas.
En su gran mayoría, los presos pertenecientes a esas colectividades ven en estas organizaciones la
posibilidad y herramienta de lucha contra la propia dinámica carcelaria y en búsqueda de
reivindicaciones de tipo social, político entre otras.
Algunos de estos grupos, también presuponen el estudio como fuente de conocimiento y formación,
en tanto se constituyen bibliotecas al interior y se intenta mantener la información con base en
periódicos afines a la perspectiva política.
En cárceles como la picota en Bogotá, existen murales de información donde se cuelgan noticias
preponderantes.
Por este mismo campo, la constitución de grupos de estudio y la publicación de periódicos como el
“faro” han sido un factor de desdoblamiento en la fuerza organizacional de los presos, los cuales
observan en organizaciones al exterior elementos de solidaridad activa y revolucionaria en tanto,
observan el sistema penitenciario como un sistema de dominación de clase, tendiente a desaparecer
en un proceso revolucionario.
Desde esta perspectiva, las formas de organización de presos en confluencia con organizaciones al
exterior, debe profundizar en elementos de comunicación, de articulación y movilización de los
presos y que posibiliten escenarios más radicales que la propia “convivencia pacífica” muchas
veces utilizado por el propio INPEC como tarea de adoctrinamiento, o disciplinamiento social,
pasando hasta la coordinación de actividades
estrategias revolucionarias.
y reivindicaciones concretas enmarcadas en
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