Videopresentación sobre Madame de Lambert

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Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
TRANSCRIPCIÓN DE LAS VIDEOPRESENTACIÓN:
-Las “Reflexiones sobre el gusto” de Madame de Lambert
Profesor: Juan Martín Prada
AVISO: Este documento se ha realizado a través de software de reconocimiento de voz,
partiendo de las videopresentaciones impartidas por el profesor Juan Martín Prada e incluidas
en este curso MOOC. Dada la dificultad en convertir una presentación oral en texto escrito,
este documento puede contener algunas variaciones respecto al material original.
Las “Reflexiones sobre el gusto” de Madame de Lambert
Profesor: Juan Martín Prada
[inicio de audio]
En esta sesión vamos a hacer un breve repaso de las consideraciones estéticas propuestas por
una de las intelectuales francesas del s. XVIII más relevantes, Anne-Thérèse de Marguenat de
Courcelles, más conocida como Marquise de Lambert o Madame de Lambert.
Como podemos leer en una completísima reseña biográfica aparecida con motivo de su
muerte en el Mercure de France, Madame de Lambert había nacido en París en 1647, llegando
a vivir hasta los 86 años de edad, falleciendo, por tanto, en 1733.
En su educación tuvo sin duda un muy especial papel su madre, de gran cultura y metalidad
abierta, así como el segundo marido de ésta, François Le Coigneux de Bachaumont, quien
habría inculcado a la joven Anne-Thérèse su grandísima pasión por la literatura.
En 1710, con 67 años de edad, comenzó a liderar en París un salón literario que alcanzó una
grandísima popularidad, cuyas reuniones tendrían lugar en una de las salas que ella había
alquilado del Hôtel de Nevers, en la rue de Richelieu, un edificio que aún hoy existe, y que
vemos en la imagen en una fotografia reciente. Un salón que recibía visitas dos veces a la
semana, y por el que pasaron algunos de los más relevantes intelectuales franceses del
momento, como Fontenelle, Antoine Houdar de la Motte, Montesquieu, y un larguísimo
etcétera. Un salón cuya importancia llegó a ser tal que algunos lo consideraron como la
antecámara de la Académie française.
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Madame de Lambert fue autora de un buen número de obras, entre las que destacan las que
vemos en la imagen, escritas entre mediados de los años 20 y hasta su muerte en 1733.
Muchos de estos escritos de Lambert fueron traducidos al castellano en 1781 de mano de un
interesante personaje, María Cayetana de la Cerda y Vera, condesa de Lalaing, nacida en
Badajoz en 1755 y una de las primeras en introducir en España el pensamiento de las ilustradas
francesas. Y precisamente en consideración a esta traductora, he considerado oportuno hacer
uso, en los textos de Lambert que vamos a ir viendo en esta presentación, de la traducción al
castellano realizada por ella y publicada en Madrid, como digo, en 1781.
Madame de Lambert es hoy, sin lugar a dudas, una de las figuras principales del siglo XVIII en la
reclamación de los derechos de las mujeres y es, por tanto, una figura esencial en la historia
del feminismo. No obstante, escribió, como vemos, también sobre muchos otros temas: sobre
la educación, la amistad, la vejez, las riquezas, y también sobre la cuestión del gusto, de forma
particular en ese ensayo breve que tituló Reflexiones sobre el gusto y sobre el que haré
algunos comentarios.
Desde luego, los debates sobre el gusto eran en aquel momento tema candente en los salones
literarios franceses del momento, como atestigua la propia autora en el siguiente párrafo:
“Todo el mundo habla del gusto: se sabe que el talento del gusto es superior a los otros, se
conoce toda la necesidad que hay que tenerle; y con todo nada es menos conocido que el
gusto” (p. 201).
Sus consideraciones en relación a este concepto son, desde luego, muy claras y concretas: “El
gusto es el primer movimiento, y una especie de instinto, que nos arrastra y nos conduce más
seguramente que todos los razonamientos” (p. 202). Volveremos sobre esta afirmación más
adelante.
Y adelantando algo que también aparecerá en la Crítica del Juicio de Kant, escribe la Marquise
de Lambert: “A una persona inteligente se le puede atraer a nuestro parecer; pero nunca hay
seguridad de atraer una persona sensible a nuestro gusto: no hay prisiones, ni hechizos para
atraerlos a sí” (p. 202). Añadiendo que “nada se contiene en los gustos, y todo viene de la
disposición de los órganos, y de la relación que se encuentra” (p. 202). Evidentemente, aquí
está anteponiendo la experiencia sensorial ante cualquier tipo de consideración, digamos, de
tipo conceptual. El gusto, en definitiva, no puede depender de reglas.
Y como decía antes, su posicionamiento es muy parecido al que defenderá Kant muchas
décadas más tarde, cuando éste escriba, en su Crítica del Juicio que “no hay ningún argumento
empírico para imponer a nadie el juicio de gusto” (p. 133). En efecto, como veremos, para Kant
“el juicio de gusto se formula siempre totalmente como un juicio singular de objeto” (p. 133). Y
al igual que para Madame de Lambert, Kant considerará inútil que queramos demostrar la
belleza de una obra de arte citando a Batteux o a Lessing o a otros críticos del gusto o a las
reglas por ellos establecidas; en definitiva, el gusto tiene que ver con una relación directa,
sensorial, con los objetos.
Para la formulación de este punto de Lambert se apoyó en esta cita de Pascal, que paso a leer
y que ella misma incluye en su ensayo: “Hay, dice, un modelo de gracias y de hermosura, que
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consiste en la conformidad que tenemos con la cosa que nos agrada: todo lo que está formado
sobre este modelo, nos da una sensación agradable, que es lo que se llama gusto. Cuál es este
modelo, y en qué se ha de conocer, es lo que se ignora” (p 202). Es decir, e insisto en este
punto, el gusto no podría depender de reglas o de cualidades ideales del objeto, sino en una
especie de indeterminada y quizá indeterminable conformidad o adecuación entre el objeto y
la disposición de nuestros órganos perceptivos, y todo ello de acuerdo a un modelo de belleza
que, como dice Pascal, desconocemos. Lo cual, desde luego, no supone que nuestra pensadora
caiga en la defensa de un relativismo total en relación al gusto. Por el contrario, habría en
Madame de Lambert la reclamación de una cierta universalidad de gusto que en su caso
dependería de su exactitud: “Hay no obstante una exactitud del gusto, como la hay del
sentido. La exactitud del gusto juzga de todo lo que se llama gracias, afectos, decencia, finura,
o flores del espíritu (si me es lícito hablar así); es un no sé qué de sabio, y de hábil, que conoce
lo que conviene, y sabe tomar en cualquier cosa la medida que se debe guardar” (p. 203). En
definitiva, nos dice, “Como no hay en cada cosa más que una sola verdad: en habiéndola
alcanzado, se ha adquirido lo seguro, y lo fácil: tampoco hay en cada cosa más que un buen
gusto, sin el cual nada puede agradar en cierto grado” (p. 203-204).
Hay que tener muy en cuenta que para Madame de Lambert la cuestión del gusto no está
referida sólo a la valoración de las obras de arte, sino, más extensamente, digamos, al “arte de
vivir”, en todas sus dimensiones.
Visto todo esto creo que debemos ahora comentar la definición que nos plantea del término
“gusto”: “El gusto tiene por objeto lo agradable (…) El gusto es un no sé qué, que se siente, y
no se puede decir, que atrae, y que une íntimamente” (p. 204).
En relación a esta expresión “no se qué” que ella emplea en el texto, creo que conviene que
recordemos que se trata de una expresión muy empleada en la Francia del momento, sobre
todo desde que Dominique Bouhours (1628 –1702) publicara en París, en el año 1671, el
escrito que vemos en la imagen Les Entretiens d'Ariste et d'Eugène, y en el que esa expresión,
“Je ne sais quoi“ se empleaba como referencia a todo lo que se resiste a la categorización,
indicando la posibilidad de un conocimiento digamos de lo inefable a través de las operaciones
del corazón. Por tanto, con ese “no sé que” se refería Bouhours a ese conocimiento más allá
del alcance de la razón y que, en cierta forma, tendría ecos, pienso, de la teoría de Pascal de la
revelación. Es una expresión que aparecerá como sabemos luego en Shaftesbury, y también en
Benito Jerónimo Feijoo, quien publicará en 1734 un texto precisamente titulado El no sé qué y
que aparece recogido en su Teatro crítico universal (tomo sexto, discurso duodécimo).
En todo caso, creo que no debiéramos olvidar que en el caso español este “no sé qué” ya
aparecía muchos años antes de que lo empleara Feijoo en una famosa glosa de San Juan de la
Cruz: la titulada “Glosa a lo divino”, y que decía así: “Por toda la hermosura, nunca yo me
perderé, sino por un no se qué, que se alcanza por ventura”.
Pero regresando de nuevo a Madame de Lambert, tenemos que apuntar que el gusto, para
ella, ha de ser entendido como una combinación de corazón y de entendimiento: “Hasta ahora
se ha definido el buen gusto como un uso establecido por las personas del gran mundo culto y
espiritual. Yo creo que depende de dos cosas: de un afecto muy fino en el corazón, y de una
gran exactitud en el entendimiento” (p. 204).
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Asimismo, y para apoyar sus afirmaciones, Madame de Lambert citará frecuentemente a
aquellos pensadores que, como Malebranche, habían defendido que las mujeres estaban
especialmente dotadas para las cuestiones del gusto: “Un Autor muy respetable (Padre
Malebranche) concede al sexo ((aquí ha que leer, evidentemente, “sexo femenino”)) todas las
gracias de la imaginación. Lo que corresponde al gusto, dice, es de su jurisdicción” (Reflexiones
nuevas sobre las mujeres, p. 173).
Desde luego, a lo largo de sus escritos vemos a una clara defensora de la superioridad de ese
entendimiento que viene de la sensibilidad y de la fuerza de la imaginación.
Así, y partiendo de los que criticaban a las mujeres diciendo que el afecto “las domina y las
distrae”, lo que afirmará Madame de Lambert es que, por el contrario, “el afecto no perjudica
al entendimiento; pues él suministra nuevos espíritus que iluminan; de modo que las nuevas
ideas se presentan más vivas, más limpias y más desenredadas (Reflexiones nuevas sobre las
mujeres, p. 175).
Para nuestra pensadora, pues, es tan posible llegar a la verdad a través del calor de los afectos
como a través de la exactitud de los razonamientos. Ciertamente, en sus textos vemos que
está convencida de que “la persuasión del corazón es superior a la del entendimiento”
(Reflexiones nuevas sobre las mujeres, p. 175.)
No en vano, sus textos son una aclamación de lo afectivo y de la sensibilidad: “Un solo
movimiento del corazón, un afecto tiene más crédito sobre el alma, que todas las sentencias
de los Filófosos. La sensiblidad socorre al espíritu, y sirve a la virtud” (Reflexiones nuevas sobre
las mujeres, p. 175.
Y ya para terminar esta presentación, no olvidemos el compromiso de Madame de Lambert en
pos de la igualdad y por el reconocimiento de los derechos de la mujer en esa Francia de la
primera mitad del siglo XVIII, un compromiso que tan explícito se hace en este fragmento de
su texto Reflexiones nuevas sobre las mujeres: “¿qué derecho tenéis vosotros para privarnos
de estudio de las Ciencias, y de las bellas Artes? Las que se han dedicado a ellas ¿no las han
conseguido en lo sublime, y en lo agradable? Si las poesías de ciertas Damas tuvieran la
circunstancia de la antigüedad, las miraríais con la misma admiración que las obras de los
Antiguos” (p. 172).
Y de hecho, quisiera aprovechar este comentario de la protagonista de esta sesión, para hacer
también un pequeño homenaje al notable papel que las mujeres van a tener en el desarrollo
de las artes durante el siglo XVIII, a pesar de todas las inmensas dificultades que casi todas
ellas tuvieron para acceder a la formación artística. Recordemos, por ejemplo, en el campo de
la pintura, por citar uno solo de los campos de la creación, las excelentes obras de Angelica
Kauffmann, Marie-Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun, o la neerlandesa Rachel Ruysch,
especializada en la pintura de naturalezas muertas. Todas ellas figuras esenciales en el
desarrollo de la pintura europea del siglo XVIII.
[fin de audio]
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