La expulsión de los moriscos

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La expulsión de los moriscos
La expulsión de los moriscos, es decir, de la minoría musulmana
que vivía en España como legado de la España árabe, constituye
uno de los temas capitales de nuestra historia. La tolerancia
religiosa que había caracterizado la Edad Media, expresada por el
mozarabismo y el mudejarísmo fue sustituida, con el advenimiento
de los tiempos modernos, por la tendencia asimiladora de los
Reyes Católicos y de los primeros Austrias. Al fracasar la
asimilación ganó cuerpo la idea de la expulsión, decretada por
Felipe III en 1609. España aprovechó la coyuntura pacifista del
Occidente europeo-paz de Londres de 1604, tregua con los
holandeses de 1609-para concentrar sus flotas en el Mediterráneo
y resolver un aspecto crucial de su unidad interna con la expulsión
masiva de los moriscos.
Con la excepción de los señores afectados en sus propiedades, la
durísima medida de Felipe III fue recibida con un aplauso general.
El 4 de Abril de 1609, Felipe III recluido en el Alcázar de Segovia,
firmó el terrible decreto que había de borrar de sobre la faz de
España, millares de pobladores dedicados, en su mayor parte, al
cultivo de las tierras.
El decreto de expulsión. En realidad, estaba calcado del de los
Reyes Católicos contra los judíos en 1492 y, como aquel, se
atendía exclusivamente a la religión y no a la raza.
Le importaba poco a Felipe III la cuestión política. Muy influenciado
por el Duque de Lerma y su confesor Fray Gaspar de Córdoba y
una vez orillada la cuestión religiosa. En su indolencia dejaba el
gobierno completamente abandonado en las manos del Duque de
Lerma y Marques de Denia.
No le alarmaba el temor de una rebelión de los moriscos, hecho
con el que amenazaba el Arzobispo Ribera, porque la proporción
de los cristianos con los moriscos era bastante tranquilizante. En
el censo de 1599, había en el Reino de Valencia 28.071 familias
moriscas por 73.721 cristianas.
La laboriosidad, la sobriedad, la frugalidad en su trato, el ningún
lujo que tenían en sus casa y en los vestidos, y el afán en al que a
pesar de los impuestos que pagaban iban allegándose dinero y
proporcionándose una situación más ventajosa que la de muchos
cristianos viejos, la rapidez con la que se multiplicaban por no
admitir entre ellos el celibato y casarse muy jóvenes, el no
contribuir al servicio de las armas, del que estaban eximidos, sin
perder gente en las costosas guerras que entonces mantenía
España, el no emigrar en busca de riquezas al nuevo mundo, todo
esto hacia que los moriscos se multiplicaran con extraordinaria
rapidez.
Era tal el crecimiento de la población morisca, que a principios del
siglo XVII y a petición de las Cortes del Reino se suspendió la
formación de los censos para no revelar a los moriscos la fuerza
que tenían.
La situación se hacia insostenible. La ambición del Duque de
Lerma , que obtuvo para sí y sus hijos, de la parte que se apropio
de las ventas de las casas de los moriscos la cantidad de 500.000
ducados. El codicioso ministro estaba acostumbrado a explotar en
provecho propio las grandes medidas políticas.
El día 23 de Septiembre de 1609 en las calles y plazas de Valencia,
se pregonó la pragmática de expulsión, en la que el rey
apellidando herejes, apostatas y traidores a los moriscos, decía
que, usando de clemencia, no les condenaba a muerte, ni
confiscaba sus bienes, con tal de que se apresurasen a ser
embarcados en el termino de tres días y dejasen para siempre las
tierras de España.
En ese plazo tan corto de tres días, los moriscos y sus mujeres,
bajo pena de muerte, debían dirigirse a los puertos que cada
comisario les señalase.
No se les permitía sacar de sus casas más que los bienes que
pudieran llevar sobre sus cuerpos. Se autorizaba a cualquiera que
encontrase a un morisco desbandado fuera de su lugar pasados
los tres días del edicto, para poder apoderarse de lo que llevara,
prenderle y darle muerte si se resistía.
Imaginemos la sorpresa que ocasiono en los moriscos este terrible
bando. Se les obligaba a abandonar la tierra en la que habían
nacido, ellos y sus antepasados, el suelo que habían regado con el
sudor de frente y que habían fertilizado con su industria.
El mayor peligro para los moriscos estaba en llegar a los puertos
de mar, deseosos los cristianos viejos de vengarse y atraídos por
el amor al pillaje, formaban cuadrillas en los caminos, que
asaltaban, robaban y asesinaban a los infelices moriscos.
Soldados y paisanos rivalizaban en codicia y crueldad. Muchos
señores tuvieron que acompañar hasta el mar a sus vasallos. El
Duque de Maqueda llevo su generosidad hasta ir con sus vasallos
de Aspe y Crevillente y dejarlos en Oran.
Muchas de las familias, que creyéndose más seguras habían
fletado para sí buques para ser trasladados a África, perecieron
en el camino victimas de la codicia y brutalidad de sus patrones.
Fueron robadas y degolladas durante la travesía y arrojadas al
mar.
En el destierro de los moriscos se repitieron las escenas de
amargura de la expulsión de los judíos en el siglo XV. Los
sentenciados habían de seguir habitando en sus lugares. ¡Qué
tristeza en los últimos días de estancia en el solar de los
antepasados, sin cultivar ya los huertos que habían de pasar a
manos extrañas!. hasta que se presentase el comisario que debía
conducir a la desventurada caravana hasta el puerto en el que
esperaran las galeras del Rey.
Desde una perspectiva moral la expulsión de los moriscos fue un
acto de barbarie e intransigencia religiosa y política.
Aproximadamente, 112.000 personas (más de 42.000 desde los
puertos de Denia y Javea) fueron echados de su país por la
sencilla razón de que eran diferentes: hablaban otra lengua, tenían
otras costumbres y adoraban al mismo dios de forma distinta.
Los 127.000 moriscos expulsados o muertos representaban un 30
% de la población valenciana. La perdida demográfica fue terrible
y la repoblación tardo cerca de un siglo en llenar parcialmente
aquel vacío.
En el orden económico se vio privada la nación de la población
más útil, productora y contribuyente. Costo el trasporte de los
moriscos a África, 800.000 ducados. Por otra parte, los moriscos
pusieron en circulación gran cantidad de moneda falsa que afecto
al comercio y a la hacienda publica.
Los campos quedaron sin cultivo. Los señores territoriales
perdieron muchas de sus rentas. Las fortalezas feudales fueron
derribadas y sus dueños, que no podían defenderse por la falta de
vasallos, se concentraron en las ciudades. La industria falta de
brazos se arruinó cerrándose las fábricas y talleres.
Los moriscos expulsados produjeron otra clase de males a España
más funestos que los que se pretendían evitar con la expulsión,
males que cubrieron sus costas de luto y desolación por muchos
años. Animados los moriscos del más profundo odio contra los
españoles, muchos de ellos se dedicaron a ejercer la piratería
sembrando el terror en nuestras costas.
Los ataque s sufridos por los calpinos en 1637 y 1744 son buena
prueba de ello.
Los últimos morisco de la Marina (mayoritariamente niños y
posiblemente huérfanos de la batalla del Vall de Laguar) fueron
bautizados en la iglesia de San Pere de Benissa el 28 de Octubre
de 1610. Benissa contaba en 1609, según el censo de Francisco de
miranda, con 210 casas de cristianos viejos y 30 de moriscos.
En Calpe, los pocos moriscos que había vivían en la Coma de la
Morería (Casa de Cultura) el resto se encontraba disperso en las
distintas alquerías de la Cometa, Toix, Enchinent,etc,.
Los moriscos vendieron precipitadamente todos los bienes que no
podían llevar consigo, provocando una brusca caída de los precios
por un exceso de oferta.
Esta circunstancia propició el que unos cuantos terratenientes
foráneos se hicieran con las mejores tierras de Calpe.
Andrés Ortolá Tomás 1999
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