LA APOCALÍPTICA DE GÜNTER GRASS

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LA APOCALÍPTICA DE GÜNTER GRASS
Consideraciones en torno a La ratesa
VÍCTOR ARTEAGA VILLA∗
Resumen:
Sin lugar a dudas, Günter Grass se yergue como la más poderosa de las voces de la tradición
literaria en lengua alemana de la última mitad del siglo XX. Joven escaldado por los horrores de la
máquina nihilista de destrucción nacionalsocialista, Grass, con su “Trilogía Danzig” (El tambor de
hojalata, El gato y el ratón y Años de perro), contravino el tácito acuerdo de la primera generación
germana de posguerra, comprometida con el silencio, y obligó a un acto de reparación moral
acusando la complicidad de todos y desenmascarando la bufonada silente: “¡Hubo una guerra y de
ella todos los alemanes somos no sólo responsables, sino culpables, y de ella sí tenemos que hablar!”. Desde su
tribuna artística, en la que se funden el dibujante, el escultor y el escritor, Grass, laureado con el
premio Nobel de literatura en 1999, asume la causa del hombre y advierte sobre la tentación de la
aniquilación. La ratesa, su novela apocalíptica y quizá la más lograda de las que suman su
producción, al tiempo que especula sobre el fin de la humanidad, dogmatiza un credo poético para
profesar la fe en el hombre, contra las heréticas estéticas de la desaparición y los falaces cánones del
desvanecimiento.
Palabras Clave: Auschwitz, Günter Grass, Literatura Apocalíptica, Novela Alemana, Premio Nobel.
Absgtract:
Without question, Günter Grass, stands as the most powerful voice in the German literary tradition
of the second half of the twentieth century. Scalded as a youngster by the horrors of the nihilist
machine of nationalist destruction, Grass, by means of his “Danzig Trilogy” (The Tin Drum, Cat and
Mouse and Dog Years) contravened the unspoken pact of the first German postwar generation,
linked with silence, and made an act of moral fixing, pointing out everyone’s complicity and taking
off the mask of silent clowning: “There was a war; and we Germans are not only responsible, but
guilty of charge. Of this war we surely have to talk!” From his artistic platform, in which the
painter, the sculptor and the writer unite, Grass, granted with the Nobel Prize in 1999, takes on the
human cause and warns everyone of the temptation of annihilation. The Rat, his apocalyptic novel,
and perhaps the most well achieved of his works, both speculates about the possible end of
humanity and dogmatizes a poetical creed to profess faith in man, against the heretic aesthetics of
disappearance and the deceptive canons of fading.
Key Words: Auschwitz, Günter Grass, Apocalyptic Literature, German Novel, Nobel Prize.
∗
Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Profesor interno de la
Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades de la misma Universidad, y Profesor de Cátedra en
el área de Literatura, de la Universidad de Antioquia.
Artículo recibido el día 29 de julio de 2004 y aprobado por el Consejo Editorial el día 01 de
septiembre de 2004.
Dirección del autor: [email protected]
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¡Se acabó!, dice. Vosotros fuisteis. Habéis sido, se os recuerda como una ilusión. Nunca
más señalaréis fechas históricas. Se han extinguido todas las perspectivas...1.
Al escribir ‘La ratesa’, no quise, ni mucho menos, escribir una obra siniestra que
anunciara la destrucción. En mi obra hay también pasajes que hacen reír mucho...
Porque la comicidad, la comicidad desesperada, es a menudo la expresión más exacta
incluso de la desesperación. Cuento también con ella en mi obra2.
Era el mejor de los tiempos y también el peor; la época de la sensatez, y de la tontería;
era la época de las creencias y, de igual modo, de la incredulidad; era la estación de la
luz y, al mismo tiempo, de la oscuridad; era la primavera de la esperanza y el invierno
de la desesperación; ante nosotros teníamos cuanto se pudiera apetecer, pero tampoco
había nada; todos nos encaminábamos directamente al cielo y, asimismo, seguíamos el
camino opuesto...3.
1. La causa del hombre: razón de ser de la literatura
Fue en la época infantilmente romántica de la fiebre socialcomunista cuando
se acuñó el discurso del compromiso del artista y del intelectual con la causa. La
causa, el insubstancial, ignorante, etéreo y amorfo pueblo, se hacía coincidir con el
Partido, en virtud de sus intereses convertibles. Afiliación nominal y juramentada,
militancia testificada y defensa apasionada eran las modestas demandas con las
que se requería al camarada, quien todo lo recibía del Partido a cambio de tan
poco. Pero lentamente, por el peso tan contradictorio de su propio impacto, el
compromiso del artista y del intelectual devino contra la causa. ¿De que vale una
ración de pan negro y duro si no se tiene libertad? El pan sacia, la libertad
embriaga. Y la ebriedad de la libertad narcotiza frente a las mordeduras del
hambre. Que lo digan, o lo contradigan, Pasternak o Solhenitzin o Brodsky... Una
superficial mirada a la historia enseña que las estructuras nunca cambian, sólo las
coyunturas. Y las coyunturas no son más que campos de resemantización, según
Bourdieu, o juegos de lenguaje, desde Wittgenstein, del yugo: del absolutismo a la
república, de la dictadura a la democracia, del alzamiento a la revuelta, del lager al
gulag, del garrote a la guillotina... Ante la golosina del poder, el disfraz corderil del
lobo, la transferencia pactada entre los enemigos públicos que son los mejores
amigos íntimos, el desplazamiento temporal del embrujo autoritario que recurre a
estratagemas tan sutilmente emocionales que van desde el énfasis disfémico
(Claudio) y el superlativo gesto parlante (Hitler) hasta el laconismo craso
(Adenauer). El sino eterno de Cronos es el sesgo propio del ejercicio político: el
padre redentor tiene que devorar a su pueblo filial. La revolución, en un comienzo,
para los artistas y los intelectuales, auténticos voceros del pueblo. La revolución,
luego, contra los artistas y los intelectuales, inescrupulosos traidores del pueblo.
GRASS, GÜNTER. La ratesa, Alfaguara, Madrid 1988, 18.
Grass, GÜNTER. Conversaciones con Bernhardt Pinkerneu, Gedisa, Barcelona 1990, 132.
3 DICKENS, CHARLES. Historia de dos ciudades Porrúa, México 2003, 3.
1
2
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3
Entonces, ¿con qué comprometerse el artista y el intelectual? ¿Por Stalin o contra
Stalin? ¿Por la Larga Marcha o contra la Larga Marcha? ¿Por los húngaros o contra
los húngaros? ¿Por la Primavera de Praga o contra la Primavera de Praga? ¿Por el
castrismo o contra el castrismo? ¿Cuál es el bando del arte? ¿Cuál es la tribuna de
la inteligencia? ¿Cuál es el escaño del artista? ¿Cuál es el lado del intelectual? Sólo
una cosa es segura: el de la política es el peor de los mundos posibles. Por tanto,
para el artista, para el intelectual: no alinearse, no alistarse, no polarizarse, no
parcializarse, no asumir la causa del Partido, el pueblo, ni siquiera tomar partido.
La causa sola del artista, el arte; el compromiso único y posible del artista, el
hombre. Y en el caso concreto de la literatura, el hombre: el hombre de aquí y
ahora, a guisa de León Felipe, así como el hombre apostado a la puerta del futuro,
abrumador y amenazante, pero también liberante y esperanzador. Avocamos a
Günter Grass para que nos dé cuenta de los perfiles de este hombre: entre el
presente y el porvenir.
¿Qué es la literatura? La literatura es la vida, la vida del hombre. Esa vida
que es la catapulta que dispara al más noble y al más sublime de cuantos ejercicios
pueda el hombre acometer; pero, también, al más difícil y al más hermoso: la
escritura. Porque, el hombre escribe para justificar su vivir, su vivir intenso, su
vivir con sangre, su vivir con espíritu; a la manera como el aforismo nietzscheano
lo sostiene: sólo la escritura con sangre, la escritura con espíritu, da razón de la
existencia4. La literatura es un humanismo. Como tal, es el registro histórico del
hombre que, siempre con una intención premeditada, nunca inocente, jamás
ingenua, testifica del mejor modo lo que éste es, lo que ha sido y lo que será. La
literatura es un arco del tiempo, un panóptico de los siglos, una garita de los años,
una atalaya de los días, un inspector de las horas... Porque, el hombre escribe para
ganar la batalla al raudal del cronos que se sucede sin clemencia y a la fugacidad
del kairós que se escapa con la agilidad lisa del pez inatrapable. Günter Grass,
cuando acudió a Estocolmo a recoger el premio Nobel de literatura, definió al
escritor como a ese “alguien que escribe contra el tiempo que pasa”5. La literatura
es la más genuina aventura humana que, superando los horizontes y las
geografías, atravesando los calendarios, prorrogando los plazos y dispensando los
vencimientos, dice, como el arqueólogo frenético y auscultador de las eras del
cámbrico, todo lo permitido del pasado paleozoico, mesozoico y cenozoico; escribe,
al modo de la doncella soñadora y reciente en pubertad, las intimidades del
presente; y, especula, como epígono del futurólogo clarividente y astrológico, el
porvenir. Porque, la literatura es el hombre peregrino de a pie descalzo que
trasiega por los caminos de la historia. La literatura derrumba los olvidadizos
confines inmanentes de los determinismos humanos para instalarse en las
memoriosas moradas trascendentes, donde el hombre estrena para siempre la
4
5
NIETZSCHE, FEDERICO. Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid 2000, 164.
GRASS, GÜNTER. Continuará. El Mundo, Madrid, diciembre 9 de 1999, 9 - 11.
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4
novedad de su libertad. Porque, la literatura es el canto victorioso de Nemosine
que no se deja sumergir en las aguas turbulentas de Leteo; es el triunfo de la
eternidad sobre la muerte, de la esperanza frente a la fatalidad.
¿Qué sería del hombre sin la posibilidad literaturizante de la realidad, de la
quimera y del sueño que es la vida, como por boca del atormentado Segismundo lo
planteó Calderón de la Barca, en aquel siglo dorado de la furtiva España? La
literatura es la síntesis acabada de un proceso que convirtió al silencio en balbuceo,
que articuló el balbuceo en palabra, que hizo de la palabra narración, que estatuyó
la narración como tradición oral, primero, y como costumbre escrita, después. La
literatura se constituyó en el preliminar desafío cultural humano: obligó a la
alfabetización, instó al hablar y al escuchar, convocó al fantasear y al recordar,
condujo a la confusión de la oscuridad con el crepúsculo, porque aquellos
primerísimos narradores no dependían de la claridad del día ni de las lámparas de
la noche, adjetivó de literaria la hermosa soledad del hombre, en medio de la cual
masticó frases fibrosas para hacer una papilla dócil que, en la palabra pronunciada
con premura o parsimonia o dibujada con ternura o virulencia en el papel
inmaculado, inauguró aquello de géneros, escuelas y tendencias... La literatura es
la diégesis inagotable que fatigó la mano y demandó los tipos sueltos. La literatura
se hizo Gutenberg, se hizo imprenta, se hizo libro impreso, se ha hecho texto
electrónico... La literatura transfiguró la vida humana en mito y en leyenda, en
verso y prosa, en cuento y lírica, en tragedia y comedia, en ensayo y panegírico...
La literatura, testigo del hombre, es génesis y apocalipsis, es actualidad y
escatología, es terrenalidad y celestialidad, es aquí y ahora, es estaticidad y
dinamismo... La literatura es el hombre mismo: instante y devenir, palabra y
pluma, discurso y tinta, papel y voz.
Si desconocemos esta elemental verdad apodíctica, la literatura carecería de
sentido: ¿Para qué, entonces, escribir? ¿Para que, entonces, leer? ¿Para qué
zambullirse en el inmenso mar del exotismo y de la belleza, de la poética y de la
fantasía, de la imaginación y del ensueño, de la piedra y del río, del aire y del agua,
de las hadas y de los gnomos, de los patriarcas y de las matronas, de los héroes y
de los villanos, de las ratas y de los gatos? Si la literatura no es el hombre que se
construye y se destruye, que se deconstruye y se reconstruye; si la literatura no es
vínculo con la vida, pero desde lo existencial, más que desde lo intelectual,
menester sería que sobre los grandes maestros, sobre Homero y Cervantes, sobre
Goethe y Dostoyevski, sobre Proust y Joyce, sobre Mann y Faulkner, sobre Calvino
y Yourcenar..., quienes han radiografiado al hombre – actor, dramático y
magnífico, al hombre – director, perfeccionista y desvelado, al hombre –
espectador, aterrado y excitado, en el teatro del mundo que reviste el escenario del
tiempo con el ropaje de la hipérbole y de la metáfora, se arrojara una paletada de
tierra para esculpir, a guisa de epitafio, sobre la fría losa sepulcral del hombre, las
mismas palabras de la Ratesa apocalíptica de Grass: “¡Se acabó!... Vosotros fuisteis.
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5
Habéis sido, se os recuerda como una ilusión. Nunca más señalaréis fechas
históricas. Se han extinguido todas las perspectivas...”6.
2. Ubicación del estado del arte: lo apocalíptico está de moda
El inicio de las diez “novelas” que integran la espléndida empresa apócrifa
que Italo Calvino condensa en “Si una noche de invierno un viajero”, recoge los
tópicos más universales de la narrativa, casi al modo como el gran Borges
estableciera que la poesía ha canonizado cinco temas preferentes: el amor, la vida,
la muerte, la noche y el día. Calvino escribe, para una decena de autores
imaginarios, “una novela toda sospechas y sensaciones confusas; una toda
sensaciones corpóreas y sanguíneas; una introspectiva y simbólica; una
revolucionaria existencial; una cínico – brutal; una de manías obsesivas; una lógica
y geométrica; una erótico – perversa; una telúrico – primordial; una apocalíptica alegórica”7. No es gratuito que Calvino concluya su decálogo novelado con un
texto de acento apocalíptico8. La emulación de las visiones joaneas en el Patmos de
la primera generación cristiana, sesgadas por la fatalidad, pero pobladas de
consuelo e inundadas de esperanza, al unísono, se volvió asunto de la cotidianidad
filosófica, teológica y literaria tras las grandes humillaciones y desilusiones del
humanismo clásico griego, del humanismo cristiano, del humanismo occidental: la
de Copérnico (la tierra del hombre no es el centro del universo), la de Marx (el
hombre depende de unas relaciones sociales inhumanas), la de Darwin (el hombre
proviene de la esfera infrahumana), la de Freud (la conciencia espiritual del
hombre se asienta en el inconsciente instintivo)... Hans Küng, el polémico teólogo
de la Universidad de Tubinga, anota que:
El humanismo ilustrado del honnete homme, el humanismo académico de los
humaniora, el humanismo existencial del Dasein individual arrojado a la nada, todos
ellos ya han tenido su época. Y no digamos nada del fascismo y del nazismo, que,
fascinados por el superhombre de Nietzsche, también al principio se las daban de
humano y social, pero cuya demencial ideología de ‘el pueblo y el Führer’ y ‘la sangre
y el suelo’ ha costado a la humanidad millones de vidas y el mayor derrumbamiento
de los valores humanos de toda la historia9.
¿Qué ha quedado de los grandes ideales? ¿Qué ha sido de lo que
imaginaron y esperaron los enciclopedistas franceses con su optimismo histórico –
filosófico, Lessing con su educación del género humano, Kant con su idea de la paz
perpetua, Hegel con su concepción de la historia como el proceso de la conciencia
de la libertad, Marx con su utopía de la sociedad sin clases, Teilhard de Chardin
Idem, nota 1.
CALVINO, ITALO. Si una noche de invierno un viajero. Siruela, Madrid 2001, 10.
8 Idem, 243 – 251.
9 KÜNG, HANS. Ser cristiano. Madrid, Cristiandad 1978, 36.
6
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6
con su evolución hacia el punto omega...? Frente a la irresolución de esos
cuestionamientos y el desvanecimiento de sus propios argumentos, en virtud del
posmoderno panorama desolado que los acompaña, no queda más que proponer
lo apocalíptico.
En efecto, los títulos apocalípticos son los más prolíficos, desde El programa
suicida. Futuro o decadencia de la humanidad (1968), de Karl Steinbuch, hasta El fin de
la historia y el último hombre (1992), de Francis Fukuyama, seguidor de la
peculiarísima interpretación de Hegel, propuesta por el filósofo ruso Alexandre
Kojève, en París, quien creyó que con la desintegración del socialismo realmente
existente en el imperio soviético se iniciaba el “fin de la historia”, pasando por otros
que podrían rezar así: La confusión planificada; Después de nosotros, la Edad de Piedra;
El fin de la era técnica; No hay lugar para el hombre; El suicidio programado; La tierra,
condenada a muerte; El futuro amenazado... Un estudioso tan prominente del
comportamiento como fue Konrad Lorenz nos ofrece, en sus Ocho pecados capitales
de la humanidad civilizada, una serie de factores que han influido para la elaboración
de la actual cartografía apocalíptica: superpoblación, asolación del espacio vital,
carrera de competición consigo mismo, muerte por cremación del sentimiento,
degeneración genética, ruptura de la tradición, endoctrinación y armas atómicas.
Alentados y constreñidos por la falsa idea del progreso, que desbordó las
esferas de la filosofía de la historia para afincarse en una única comprensión
semántica científico - tecnológica, hoy se respira, un aire apocalíptico. Como atrás
quedó dicho, los apocalipsis lo cubren todo: desde la literatura, donde bastaría con
mencionar a George Orwell con su 1984, el del Gran Hermano de tinte pesimista, y a
Aldous Huxley con Un mundo feliz, de acento más optimista; hasta la filosofía y la
teología, disciplinas donde destacan tanatologías como las de Martin Heidegger,
con su anticiparse hacia la muerte; Jean Paul Sartre, con su absurdidad de la
muerte; Karl Jaspers, con su idea de la muerte como realización; Ernst Bloch, con
su Principio esperanza; Jürgen Moltmann, con su Teología de la esperanza; Hans Küng,
con su ¿Vida eterna?...
Los apocalipsis no son ahora las exhortaciones de consuelo y esperanza
destinadas a una comunidad humano - religiosa particular, sino un aviso de
destrucción y aniquilación dirigido a todos los hombres. Los actuales Nerón,
Galva, Nerva, Decio, Domiciano..., son las ojivas nucleares, las armas biológicas,
las epidemias de orígenes extraños, la manipulación genética, las hambrunas, las
incontables migraciones forzadas, las discriminaciones sociales, las
programaciones de la vida, la inversión del auténtico sentido de las cosas, los
desplazamientos del ser por el hacer y por el tener...
Al comenzar la década de los ochenta, en algunas escuelas alemanas de
secundaria se les pidió a los jóvenes que se pronunciaran sobre el futuro de la
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7
humanidad. Muchos de ellos entregaron sus respuestas como elaboraciones
poéticas. Son muy significativos los dos siguientes textos, que dejan mucho que
pensar y que no precisan de ser comentados. El primero dice:
Los escaparates de nuestra cultura/ de museo se hacen añicos/ con las piedras que nos
dieron/ cuando pedíamos pan./ Queremos que nos devuelvan nuestra sangre,/ que
nos la han extraído/ para nutrir con ella/ los mercados de consumo./ Que nos
devuelvan nuestro lenguaje,/ que nos lo han negado/ para poder alimentarnos/ con
simples palabras./ Que nos suelten las manos,/ que nos las han atado/ para
ofrecernos la ternura/ de segunda mano./ Que nos devuelvan nuestro amor,/ que nos
lo han robado/ para poder así/ violentarnos./ Queremos volver a ver/ con nuestros
propios ojos,/ que nos los han tapado/ para desorientarnos./ Que nos devuelvan
nuestra paz,/ que nos la han denegado/ para instigarnos/ a unos contra otros./ Que
nos devuelvan nuestras canciones,/ que nos las han falseado/ para engañarnos./ Que
nos devuelvan nuestra juventud,/ que nos la han quitado/ para envejecernos./ Podéis
quedaros con el odio,/ con la hostilidad;/ nosotros, la juventud,/ os devolveremos
agradecidos/ nuestro silencio,/ nuestra desesperación./ Y nos solidarizamos/ con el
malestar general”. El segundo es este: “Yo quería leche/ y recibí la botella,/ quería
padres/ y recibí juguetes,/ quería hablar/ y recibí un libro,/ quería aprender/ y recibí
calificaciones,/ quería pensar/ y recibí saber,/ quería un panorama/ y recibí una
ojeada,/ quería ser libre/ y recibí disciplina,/ quería amor/ y recibí moral,/ quería
una profesión/ y recibí un trabajo,/ quería felicidad/ y recibí dinero,/ quería libertad/
y recibí un automóvil,/ quería un sentido/ y recibí una carrera,/ quería esperanza/ y
recibí angustia,/ quería cambiar/ y recibí compasión,/ quería vivir...10.
¿Debe comprometerse el escritor? ¿Hasta qué grado debe hacerlo? ¿Es el
escritor la conciencia de la nación? Estas tres preguntas se las plantea Günter
Grass11.
Ningún otro pueblo, como el alemán, ha experimentado, a lo largo de su
historia, el contraste entre la promesa y la cancelación, entre la validación y la
anulación, entre la esperanza y el escepticismo, entre la exaltación y la depresión,
entre la cordura y la insensatez, entre la lucidez y la demencia, entre la gloria y la
pena, entre la afirmación y la negación, entre el cielo y el infierno, entre la ilusión y
la tragicidad, entre el sueño plácido y la pesadilla atroz... Alemania acunó los
grandes ideales de la humanidad: la reforma luterana, con su fidelidad al
Evangelio; el programa de la Ilustración, con su culto a la Razón y su imperativo
de salir de la cómoda “minoría de edad”; la educación del género humano, con su
prospecto de cultura universal... Alemania produjo espíritus tan magníficos como
Lutero y Herder, como Kant y Lessing, como Beethoven y Wagner... Pero de
Alemania también salió Adolfo Hitler, y sus secuaces, con su deicida carrera
pangermana de conquista, de destrucción y de muerte. En uno de los poemas de
“La ratesa”, se lee:
10
11
KÜNG, HANS. ¿Vida eterna? Trotta, Madrid 2002, 317 – 320.
GRASS, GÜNTER. Ensayos sobre literatura. Fondo de Cultura Económica, México 2002, 76.
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8
Había una vez un país, cuyo nombre era Alemán./ Era hermoso, ondulado y llano/ y
no sabía que hacer de sí mismo./ Entonces hizo una guerra, porque quería/ estar en el
mundo entero y así se hizo pequeño./ Tuvo una idea que calzaba botas,/ y se fue, con
sus botas de guerra, a ver mundo,/ volvió como guerra, se hizo el inocente y se calló,/
como si llevara zapatillas de fieltro,/ como si por ahí fuera no hubiera visto nada
malo./ Sin embargo, leyendo hacia atrás, esa idea con botas/ podía reconocerse como
crimen: tantos muertos./ Entonces el país, llamado Alemán, fue dividido./ Ahora se
llama así dos veces y,/ por hermosamente ondulado y llano que fuera,/ seguía sin
saber que hacer de sí mismo./ Tras corta reflexión, ambas partes se ofrecieron/ para
una tercera guerra./ Desde entonces ni una palabra más, Paz en la Tierra12.
El nacionalsocialismo, con sus campos infames de muerte y su imposición a
los judíos de “estrellas amarillas”, arrojó al ostracismo, al desprecio, a la
desconfianza, a los alemanes y a todo lo tocado de alemán. Después de Hitler, es
decir, después de la más profunda abyección a la que ha sido sometida la raza de
los hombres sapientes, que se llamó Auschwitz, los alemanes sólo pudieron
interrogarse sobre algo fundamental: ¿Cómo escribir después de Auschwitz?
Günter Grass, y con él, toda la generación del “Grupo 47”, inspirado y
convocado por Hans Werner Richter, asumió la tarea inaplazable e intransferible
de reivindicar, desde las letras, la golpeada conciencia alemana. A la manera como
Lutero se convirtió en el inventor de Alemania como un proyecto lingüístico, con
su traducción del Nuevo Testamento, que armonizó en una expresión de lengua
única los dialectos dispersos, Grass, haciendo caso omiso de la brutal sentencia de
Theodor Adorno, “escribir después de Auschwitz es algo bárbaro, y eso corroe también la
conciencia de por qué se hace imposible escribir hoy”, junto con Heinrich Böll, ya
consagrado para la época, Wolfgang Koeppen, Günter Eich y Arno Schmidt, se dio
a la tarea de escribir, de escribir después de Auschwitz, de escribir sobre la amarga
y lacerante herida que Auschwitz abrió en el corazón de los alemanes, a fin de
reinventar a Alemania. Y esto, porque las jóvenes generaciones de escritores
alemanes tenían que recuperar su conciencia y su lengua. Así lo expresó Grass al
momento de recoger el Nobel de literatura en Estocolmo, en diciembre de 1999:
Contra el fatídico presagio de Adorno, nadie quería, nadie podía callar. Porque había
que sacar el idioma alemán del paso militar, hacerlo salir de lo idílico y las intimidades
azuladas. Para nosotros, niños escaldados, de lo que se trataba era de renegar de las
magnitudes absolutas, el blanco y el negro ideológicos. Nuestros padrinos eran la
duda y el escepticismo; nos ofrecieron como regalo la gran variedad de grises. Por lo
menos yo me impuse ese ascetismo, para descubrir entonces la riqueza de mi lengua
declarada culpable de una forma demasiado global, su seductora delicadeza, su
tendencia cavilosa hacia lo profundo, su dureza sorprendentemente flexible, sí, su
12
KÜNG, HANS. ¿Vida eterna?, o. c., 102 – 103.
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9
encanto dialectal, su simplicidad y ambigüedad, sus extravagancias y su hermosura
que florece en subjuntivos13.
Grass comprendió que tenía que comprometerse, comprometerse hasta lo
más medular, comprometerse para erguirse como la conciencia de su nación. Así,
entonces, tenía que escribir. ¿De qué tenía que escribir Grass? Primero, de la
experiencia de la guerra. Después, tarde, pero, después, sin falta, de la apocalíptica.
Y así, matriculado en este género, el último dentro de las novelas de Calvino, el
apocalíptico – alegórico, se inscribe la sugestiva novela que publicara en 1986, con
el título de Die Rättin, traducida al castellano en 1988 como La ratesa.
3. Günter Grass o la excelencia de la actual literatura alemana
Antes de considerar el hilo central de nuestra exposición, la apocalíptica
grassiana expresada en La ratesa, de la que ya se ha ocupado Karl – Josef Kuschel14,
es necesario que dediquemos unas líneas al escritor.
Un adecuado e inicial sendero que hacia él nos conduce es la trascripción de
algunos de los argumentos capitales que, sobre el hombre y la obra, elaboró la
Academia Sueca en el fallo con que se decidió, el 30 de septiembre de 1999, a
concederle el premio Nobel de literatura. Para los académicos suecos, Grass “es
autor de fábulas negras y juguetonas con las que retrata la cara olvidada de la
historia”. “...Se trata de un testigo – espectador del mundo, un apóstol tardío de la
lucidez en una era que se ha cansado de la razón, un fabulista y disertante erudito,
registrador de voces y monólogos presuntuosos, creador, y al mismo tiempo recreador, de unos modismos irónicos que sólo él sabe ordenar”. Grass se ubica al
lado de los grandes maestros alemanes del siglo XX: en su dominio de la sintaxis
alemana y su prontitud para aprovechar las sutilezas laberínticas de su lengua,
evoca a Thomas Mann, a Alfred Döblin, a quien reconoce como su maestro15, a
Heinrich Böll. Su escritura constituye un diálogo con las grandes tradiciones de la
cultura tedesca. “En todas sus novelas Grass adopta un acercamiento discursivo al
mundo y asume una posición de dudas frente al futuro de la humanidad. Su obra
ha sido motivo de debate público de la historia y la literatura alemanas. Constituye
para esta literatura una fuente de fuerza, de novedad y de irritación. Él está al lado
de las grandes figuras de la literatura universal, tales como García Márquez,
Rusdhie, Gordimer, Lobo Antunes y Kenzaburo Oe”, advierte la Academia de la
ciudad de las estacas.
GRASS, GÜNTER. Continuará, o .c., 9 – 11. Esta idea, de modo similar, ya la había expresado en su
conferencia Escribir después de Auschwitz, pronunciada en 1990, aparecida en Artículos y opiniones.
Barcelona, Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores, 1999, 117 – 154.
14 KUSCHEL, KARL – JOSEF. “La pesadilla del fin de la humanidad. Estudio sobre la idea del
apocalipsis en la obra de Günter Grass”, en Concilium, 277, septiembre de 1998, 23 – 33.
15 GRASS, GÜNTER. Ensayos sobre literatura, o. c., 78 – 106.
13
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10
Günter Grass nació el 16 de octubre de 1927 en Danzig – Langfuhr, la ciudad
que se hizo célebre por servir de detonante a la invasión de Polonia por el ejército
alemán de Hitler, en 1939. La ciudad, entonces territorio alemán, es hoy posesión
polaca y lleva el nombre de Gdansk. Grass creció marcado por la ascendencia del
nazismo. Su infancia y adolescencia no tuvieron problemas hasta el estallido de la
conflagración bélica. Muy joven, hacia 1943, cuando contaba sólo 16 años de edad,
se enroló en las filas nacionalsocialistas. En 1945, muy poco antes de finalizar la
guerra, fue herido cerca de Kottbus. Transportado a Baviera, fue entregado a las
tropas de ocupación norteamericanas, permaneciendo cautivo hasta 1946. Una vez
liberado, deambuló, sobreviviendo de la caridad pública, por las calles de su
ciudad natal. Luego trabajó como jornalero en una granja y más tarde en una mina
de potasa. En 1948, se traslada a Düsseldorf – Rath e ingresa a una fábrica de
marmolerías para sepulturas. Se aloja en el hogar de “Caritas”. Desde finales de
este año y hasta la primavera del siguiente, estudia escultura en el Instituto de
Artes de esta misma ciudad. Además de la escultura, se ejercita, por su cuenta, en
pintura. Por las noches interpreta el saxofón y la trompeta en una orquesta de
cabaret. Estas experiencias marcarán indeleblemente y definirán su posterior
vocación literaria. Sus primeros poemas datan de esta época. Lector rabioso desde
sus más tiernos años, “leía de una forma especial: con los dedos índices en las
orejas”16, Grass confiesa que se convirtió en escritor por el ingreso intempestivo de
la política en su ambiente familiar:
¿Cómo me convertí en escritor? La capacidad de soñar despierto durante largos ratos,
el gusto por el chiste verbal y los juegos de palabras, la pasión por mentir sin ganar
nada con ello, porque describir la verdad hubiera sido demasiado aburrido..., en pocas
palabras, lo que de forma bastante vaga se llama talento, existía ya sin duda, pero fue
la brusca irrupción de la política en el idilio familiar lo que dio a aquel talento que
navegaba demasiado ligero un lastre permanente y cierto calado”17. Dice amar su
profesión: “Sí, amo mi profesión. Me proporciona una compañía que se expresa con
muchas voces y quiere ser llevada lo más fielmente posible a mis manuscritos. Lo que
más me gusta es encontrarme con mis libros, hace años extraviados o expropiados por
el lector, cuando leo en público lo que, escrito e impreso, encontró su reposo. Entonces,
frente a un público joven, destetado pronto del lenguaje, o ante un público anciano,
pero no harto todavía, la palabra escrita y expresada se convierte de nuevo en palabra
hablada. Y ese hechizo se produce una y otra vez. De esa forma se gana el sustento el
chamán que hay en todo escritor. A él, que escribe contra el tiempo que pasa, a él, que
miente reuniendo verdades durables, a él le creen su promesa tácita: continuará...18.
En 1955, se hace miembro del “Grupo 47”, ya referido atrás: asociación de
escritores de las dos Alemanias, surgidas tras la conclusión de la guerra,
convocada por Hans Werner Richter para reflexionar sobre la propia obra y, en
GRASS, Günter. Continuará, o. c., 9 – 11.
Idem.
18 Idem.
16
17
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11
especial, sobre la función del escritor en un país dividido, en el que el idioma había
sido desnaturalizado y violentado durante poco menos de quince años de nazismo.
En este mismo año 55, sus poemas son enviados por su mujer a un concurso
literario, en el que obtienen el primer premio. En 1956, publica su primer libro de
versos, Las ventajas de las gallinas. Luego viaja a París, donde permanecerá hasta
1959. La carrera literaria de Grass es introducida por poemas extravagantes,
atravesados por una lírica muy particular donde reinan la ironía y el humor, y
obras teatrales cortas, permeadas por la tonalidad del absurdo y la comicidad de
Beckett. Tío, tío, Los malos cocineros y Faltan diez minutos para Búfalo, las tres de 1957,
serán las primeras piezas dramáticas de Grass. Su descubrimiento internacional
viene en 1959, cuando publica El tambor de hojalata. La novela, de más de quinientas
páginas, es una alegoría picaresca, un panorama satírico de la realidad alemana
durante la primera mitad del siglo XX, una narración llena de fantasía y humor
corrosivo en la que el autor cuenta su niñez en Danzig. Escrita en París, publicada
por la editorial de Hermann Luchterhand Verlag, el 4 de agosto del año en
mención, bajo el título original de Die blechtrommel, y llevada al cine en una óptima
producción del cineasta germano Volker Schlöendorff, que obtiene el Óscar a la
mejor película extranjera en 1979, considerada hasta el momento una de las cinco
mejores adaptaciones de una obra literaria para el cine, narra la vida de un
hombre, Óskar Matzerath, que decide quedarse estancado en sus tres años de
edad. Se trata de un enano que no quiere afrontar la adultez para convertirse en un
testigo implacable de la Alemania nazi. La obra está matizada por una artera
acusación política: es un ejemplo de insurgencia intelectual contra el orden
establecido arbitrariamente por los mayores. Si la disciplina era impuesta por
Hitler y el nazismo, la rebelión, la desobediencia, son aún más valientes y suicidas.
La novela capta la reacción alemana al surgimiento del nazismo, a los horrores de
la guerra y a la sensación de culpa que siguió a la caída de la estulticia de Hitler.
El Grass de El tambor de hojalata rompe los cánones y traspasa el realismo al
hacer que su protagonista tenga una inteligencia supranormal, aunque viva en el
cuerpo de un niño que nunca crece, pero que tiene un poder especial cuando hace
vibrar su tambor de estaño y el de romper los cristales al momento de gritar
ensordecedoramente. El pronunciamiento de la Academia de Suecia trae las
siguientes observaciones sobre El tambor de hojalata:
Cuando publicó la novela, fue como si la literatura alemana se hubiera concedido un
nuevo comienzo después de décadas de destrucción lingüística y moral. Dentro de las
páginas de ésta, Grass recrea el mundo perdido del que su creatividad saltó: su casa
natal de Danzig. Recordando los años de su infancia, antes de la catástrofe de la
guerra. Él se remonta a los fundamentos de su vida asumiendo la enorme tarea de
repasar la historia contemporánea evocando a los que la historia repudió y olvidó: las
víctimas y los perdedores, aquellos a quienes los dirigentes les dijeron que creían en
ellos pero que, sin embargo, los olvidaron. Grass concede nuevos descansos a los
límites del realismo literario teniendo como a su protagonista y narrador una
inteligencia infernal en el cuerpo de un viejo – niño de tres años, un monstruo que
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12
predomina como compañero de los seres humanos a quienes se acerca y a quienes
ayuda con su tambor de hojalata. El inolvidable Óskar Matzerath es un intelectual
cuya aproximación crítica es puerilidad, un carnaval del hombre que cada uno es, el
dadaísmo en acción de la vida provinciana de la cotidianidad alemana. Óskar acusa
cómo el mundo pequeño de cada cual se puede involucrar en la locura del gran cerco
mundial. No es demasiado audaz afirmar que ‘El tambor de hojalata’ se ha convertido
en uno de los trabajos literarios más imperecederos del siglo XX.
A El tambor de hojalata le siguen dos novelas en las que también su fondo
será la guerra y la inmediata posguerra, en las que Grass desarrolla una sátira
grotesca que va más allá de lo puramente histórico. El gato y el ratón, 1961, y Años
de perro, 1963. Estas obras son un vasto panorama de una zona rural con el nazismo
y la guerra presentes. Su lenguaje es complejo, expresionista y joyceano. El
protagonista de Años de perro, alegoría de Príncipe, el perro del Führer que
abandona a su amo en busca de otro, recorre una Europa totalmente devastada. En
esta novela hay una correspondencia con Tula, una niña extraordinariamente
precoz y que es la gran heroína de El gato y el ratón. Estas tres novelas integran la
llamada “Trilogía Danzig”. En 1960, Grass participa activamente en la campaña, a
nombre del Partido Social Demócrata, que llevará a Willy Brandt a la Cancillería
alemana. Desde entonces ha sido categórico en su afirmación acerca del
compromiso político y moral del escritor, que no ha abandonado, sino que, por el
contrario, ha trasladado a otras esferas. Su participación también ha sido destacada
en los grupos de medioambientalistas, pacifistas, antiimperialistas y defensores de
los derechos humanos, Desde hace unos veinte años es presidente – fundador de
una asociación protectora y promotora de los derechos de los gitanos residentes en
Alemania, a la que hizo destinataria, en parte, de la dotación económica del premio
Nobel. En 1989, fue uno de los intelectuales que firmaron una carta al presidente
de los Estados Unidos solicitando un diálogo directo con Nicaragua. Asimismo,
pidió al gobierno alemán que impusiera sanciones económicas al régimen de Irán
por la condena a muerte del escritor Salman Rusdhie. En 1997, junto con otros 26
escritores, solicitó a las Naciones Unidas la legalización del uso de narcóticos.
En 1977, publicó El rodaballo, una obra en la que es más claro el influjo de
Joyce. El punto de partida de la novela es un cuento de los hermanos Grimm: un
pescador suelta un pez que acaba de capturar cuando éste le promete auxiliarle en
la eterna lucha del hombre contra la mujer, Es una historia de la humanidad por
boca (ojos y oídos) de un pez parlante, pensante y narrante. A pesar del
argumento, en apariencia sencillo, la novela es densa y de difícil comprensión,
especialmente para un lector no germánico. En la contracarátula del libro, en la
edición de Alfaguara, podemos leer esta presentación:
Es, sin lugar a dudas, el más grassiano de los libros de Grass. En ninguno de ellos
muestra tanta capacidad fabuladora, tanto barroquismo controlado, un instinto tan
seguro para la sátira, tanto rigor en la composición o una mezcla tan eficaz de poesía y
sensualidad. Son nueve mujeres, nueve las que sirven para narrar la historia del
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13
Hombre, desde los tiempos prehistóricos hasta el alzamiento de los obreros de
Gdansk. Cientos de miles de años de lucha entre sexos y clases sociales, entre progreso
y superstición, distribuidos en nueve capítulos que corresponden a los nueve meses
del embarazo de la mujer del autor. Y todo ello casi en forma de libro de cocina.
Otras de las obras más destacadas de Grass son: Los plebeyos ensayan la
revolución, 1966; ¡Hable! Discursos, cartas abiertas, comentarios, 1969; Anestesia local,
1969; y, Diario de un caracol, 1972. El Encuentro en Telgte, 1979, es una parábola
directa, una novela vital, divertida, picaresca; es una crítica a los intelectuales que
se refugian en su torre de marfil, inventándose una reunión de literatos durante la
Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). Partos mentales o los alemanes se extinguen,
1980, es un libro de perspectivas sorprendentes, de papeles intercambiados, saltos
de lugar y tiempo y, sobre todo, de ideas. El viaje al futuro que emprende Grass,
mientras viaja con su mujer por China a la vez que sus personajes, Háre y Dörte, lo
hacen por la India y Bali intentando decidir si han de tener un hijo en un mundo
acosado por el armamentismo, la política de bloques, la desocupación, entre otros,
forma parte del monólogo interior del autor, en el que el lector es invitado a
participar. Un monólogo lleno de ironía y humor, ligero y brillante a pesar de los
serio de la situación que a todos nos atañe. En pleno fragor posrevolución cultural
en Shangai, el autor y su mujer, Ute, tienen la ocurrencia de preguntarse qué
sucedería si en lugar de novecientos cincuenta millones de chinos, el mundo
contara con tal cantidad de alemanes. ¿Una pesadilla? Quizá. Pero si, por otro lado,
como temen algunos políticos, los alemanes están en peligro de extinguirse en uno
y otro Estado germano –para la época-, ¿arreglaría eso las cosas? Malos presagios es
una novela de 1991. Es un momento de grandes cambios en Europa. Todo parece
de pronto imaginable, nada imposible. Una polaca y un alemán –ella restauradora,
él historiador de arte- se conocen en Danzig en 1989, el Día de los Fieles Difuntos.
Al visitar juntos un cementerio tienen una idea: ¿no sería un acto humanitario y
una contribución a la reconciliación entre Polonia y Alemania dar a los alemanes
en otro tiempo huidos o expulsados de Danzig la posibilidad de encontrar el
último reposo en su antigua tierra? Fundan una Sociedad Germano – Polaca de
Cementerios e inauguran el primer Cementerio de la Reconciliación. Pero con los
nuevos socios entran en juego nuevos intereses... Una parábola urdida con gusto
por el detalle, contada con ironía suave y agudeza satírica, una historia de amor
serena y melancólica: una gran novela llena de ternura y de pasión por la vida. Es
cuento largo, cuyo título de traducción más acertado sería Un vasto campo, es una
novela de 1995. Alemania, entre la caída del Muro de Berlín y la unificación, entre
el júbilo y la resaca. En los cinco libros que integran esta novela, Grass elabora una
obra maestra, un punto de vista insólito e irritante para muchos, una
sobrecogedora mezcla del pasado y del presente. Diciembre hiela, y el Muro está
cayendo. Dos viejos, uno alto y enjuto, otro pequeño y rechoncho; uno de pasos
largos, bastón y bufanda al viento, otro de pasitos cortos, con una cartera repleta
de documentos, se acercan a la Potsdamer Platz, atraviesan la abierta frontera y
doblan a la derecha, camino de la Puerta de Brandeburgo, a lo largo del muro...
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Dos viejos que tienen cosas en común: sus recuerdos se remontan muy lejos en el
tiempo, ambos viven según el modelo de sus predecesores y tienen el pasado tan
presente y actual como la vida de todos los días... Un panorama profundamente
literario de la historia alemana, desde la Revolución de marzo de 1848 hasta
nuestros días. Una demostración de que el tiempo está dentro del tiempo, una
deslumbrante muestra de talento literario y percepción del mundo.
El último trabajo literario de Grass, previo al Nobel, es Mi siglo, presentado
en la Feria Internacional del Libro de Francfort, el 13 de octubre de 1999. Se trata de
una radiografía histórico – literaria del siglo XX. Vale destacar otras obras como:
Inundación, 1956; Cartas a través de la frontera, correspondencia con Pavel Kohout,
1968; Piezas dramáticas, 1972; El burgués y su voz, 1974; Ensayos sobre literatura, 1980;
En el cuarto trastero, 1982; Diario de una abadesa, 1987; y, Hallazgos para no lectores,
1998.
En el discurso de recepción del Nobel, pronunciado en Estocolmo el 7 de
diciembre de 1999, Grass se refiere a la tradición oral de la literatura, hace un breve
recuento de cómo surgió su inclinación literaria y concluye con una mordaz
imprecación a la idea del progreso, retrotrayendo nuevamente sus ideas expuestas
en La ratesa, con una impronta apocalíptica frente al futuro de la humanidad.
El Nobel de literatura, que dedicó a su madre, a su maestro Döblin y a su
gran amigo Böll, quien lo obtuvo en 1972, se sumó a una larga lista de premios
literarios recibidos por Grass: el “Georg Büchner”, de la Academia de Lengua y
Poesía de Darmstadt, en 1965; el premio al “Mejor novelista extranjero”, en
Francia, en 1962; el “Fontane Prize”, 1968; el “Internazionale Mondello”, en 1977;
en “Alejandro Makakowski”, en 1979; el “Antonio Feltrinelli”, en 1982; el “Grober
der Literaturpreis Bayerischen Akademie”, en 1994; el “Príncipe de Asturias”,
1999, entre otros. Es Doctor “Honoris Causa” de varias Universidades, entre ellas,
las de Kenyon, Harvard, Poznan y Gdansk.
A paso de cangrejo, publicado en 2002, es la postrera producción literaria de
Grass. Vertido al castellano en 2003, así se presenta:
A través de tres generaciones investigamos el hundimiento del buque Wilhelm
Gustloff en 1945. En la acción murió un gran número de civiles que huían del avance
soviético. Ninguno de los dos bandos dio publicidad al hecho: los alemanes para no
minar la moral de la población y los rusos para no difunfir el asesinato de tantos
inocentes. Una de las supervivientes da a luz un niño a los pocos minutos de ser
rescatada. Tiempo más tarde, este niño crecerá para dejar la Alemania oriental y pasar
al Oeste a estudiar periodismo. Lejos de dedicar su vocación a esclarecer el
acontecimiento, Paul se convertirá en un periodista mediocre. Será su hijo Konrad, un
muchacho solitario, quien comience a destapar la verdad19.
19
GRASS, GÜNTER. A paso de cangrejo, Alfaguara, Madrid 2003, contracarátula.
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15
4. La trama apocalíptica de La ratesa
Miguel Sáenz, traductor de La ratesa, presenta así la novela:
Un hombre recibe como regalo de Navidad una rata enjaulada que lo perseguirá en
sus pesadillas, que lo acosará de día y de noche para profetizarle el fin de la especie
humana. De hecho, le hablará como si ese fin hubiera llegado, como si las ratas –
eternas compañeras del hombre a lo largo de la historia- fueran ya las únicas
supervivientes, el único rastro de vida tras el holocausto atómico. ‘La ratesa’ es una
fábula, una alegoría futurista, un nuevo apocalipsis en el que humor y ternura, burla y
candor, configuran, de la mano de una libérrima estructura formal, no sólo una
extraordinaria novela, sino, además, una sobrecogedora advertencia acerca del
presente y del futuro del hombre sobre la tierra20.
La ratesa es una novela de casi medio millar de páginas. La Ratesa y el
género de las ratas son las protagonistas. Están por la ruina, ansían un mundo
imaginario en el que no queda lugar para los hombres:
¡Se acabó!, dice. Vosotros fuisteis. Habéis sido, se os recuerda como una ilusión. Nunca
más señalaréis fechas históricas. Se han extinguido todas las perspectivas. La habéis
cagado bien. Y realmente por completo. ¡La verdad es que ya era hora! En el futuro,
nada más que ratas. Al principio pocas, porque al fin y al cabo casi toda la vida
encontró su fin, pero ya mientras habla se multiplica la Ratesa, informando sobre
nuestra salida de escena... ¡estáis fuera de juego, fuera!...”21.
Las ratas son, pues, los personajes ideales de esta monumental profecía del
desastre; la heroína del título aparece como la madre primigenia de una estirpe de
ratas que en lo sucesivo subyugará a la tierra, en lugar de los hombres. Las ratas
siempre:
¡Historias de ratas! Cuántas sabe. No sólo en las zonas relativamente cálidas; al parecer
las hay hasta en los iglús de los esquimales. Con los deportados, las ratas lograron
colonizar Siberia. En compañía de los exploradores polares, las ratas de los barcos
descubrieron el Ártico y el Antártico. Ningún yermo les resultó demasiado
inhospitalario. Detrás de las caravanas, atravesaron el desierto de Gobi. Siguiendo a
píos peregrinos, se dirigieron a la Meca y Jerusalén. Con las migraciones de los
pueblos del género humano pudo verse, en filas apretadas, la migración de las ratas.
Fueron con los godos hasta el Mar Negro, con Alejandro a la India, con Aníbal a través
de los Alpes y, pegadas a los vándalos, entraron en Roma. Tras los ejércitos
napoleónicos hasta Moscú, ida y vuelta. También con Moisés y el pueblo de Israel
atravesaron las ratas el Mar Rojo, a pata enjuta, para saborear en el desierto del Sinaí el
maná celestial; desde el principio hubo desperdicios suficientes22.
GRASS, GÜNTER. La ratesa, o. c., contracarátula.
Idem, 18.
22 Idem, 18 – 19.
20
21
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16
Al último suspiro humano, sólo ratas: de rabo largo, de bigotes adivinos, de
dientes que crecen; las ratas, “las apretadas notas de pie de página del hombre, su
comentario desbordante”23. Las ratas, las que se mofan y ridiculizan la vida del
hombre, de la que se han cansado:
No, dice la Ratesa con que sueño, estamos hartas de esas consejas. De tanto Había una
vez. De todo lo escrito en letras de molde. De las pedanterías y el latín eclesiástico.
Nuestra especie ha engordado con eso; devorando, se ha abierto camino hasta la
erudición. Esos pergaminos con manchas de humedad, mamotretos encuadernados en
cuero, obras completas repletas de fichas y enciclopedias superladinas. De D’Alambert
a Diderot, lo conocemos todo: la santa Ilustración y el asco del conocimiento que
siguió. Todas las secreciones de la razón humana. Mucho antes aún, ya en tiempos de
San Agustín, nos habíamos atiborrado. De Sankt Gallen a Uppsala: no hubo biblioteca
de monasterio que no nos hiciera más sabias. Haya significado lo que haya significado
la expresión ratón de biblioteca, somos muy leídas, en las épocas de hambre nos hemos
cebado con citas, conocemos de corrido la literatura de creación y de pensamiento, y
nos han hartado presocráticos y sofistas. ¡Saciado los escolásticos! Vuestras frases
intrincadas, que nosotras no hacíamos más que abreviar, nos sentaban siempre bien.
Notas de pie de página, ¡qué guarnición más sabrosa! Ilustradas desde el principio,
ensayos y tratados, digresiones y tesis nos resultaban sabihondamente entretenidas.
¡Ay, vuestros sudores mentales y ríos de tinta! ¡Cuánto papel se emborronó para
fomentar la educación del género humano! Panfletos y manifiestos. Palabras incubadas
y sílabas medidas. Versos contados y sentidos expuestos. Cuánta pretensión. Nada era
indudable para los hombres. A cada palabra se oponían siete. Vuestra disputa sobre si
la Tierra era redonda y el pan realmente el cuerpo del Señor, desde todos los púlpitos.
Nos gustaban especialmente vuestras disputas teológicas. Realmente, la Biblia podía
leerse de esta manera o de aquella24.
Las ratas, desde siempre en la Tierra, incluso antes que el “homo sapiens”:
“Desde siempre hemos estado aquí. En cualquier caso, existíamos hacia finales del
Cretáceo, cuando no había ni idea del hombre”25. Las ratas, verdaderos agentes de
la desaparición de los dinosaurios:
Estúpidos seres de sangre fría que ponían huevos ridículamente grandes, de los que
salían desgarbadamente nuevos monstruos que crecían gigantescamente, hasta que
nos hartamos de aquellas exageraciones de la Naturaleza..., cascamos sus huevos
gigantescos. Estúpidos y congelados por el frío de la noche, los saurios se quedaban
desvalidos, incapaces de defenderse. Ellos, caprichos de una Naturaleza a menudo
caprichosa, tuvieron que ver, desde lo alto de sus cabezas relativamente diminutas,
semiovaladas en el acto de la Creación, cómo nosotras, seres de sangre caliente desde
el principio, nosotras, los primeros mamíferos vivíparos, nosotras, con nuestros dientes
en constante crecimiento, nosotras, las ágiles ratas, roíamos agujeros en sus
gigantescos huevos, por muy tenazmente que quisieran resistir sus cáscaras duras y
tenaces... No duraron mucho. Después de perder sus huevos gigantescos, privados de
sus futuros bebés monstruos, los dinosaurios se arrastraron hasta los pantanos, para
Idem, 20.
Idem, 30 – 31.
25 Idem, 32.
23
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17
hundirse sin quejas y extraordinariamente ilesos... Por nosotras desaparecieron los
saurios... Pero nadie, ningún investigador del Cretáceo tardío, ningún pontífice de las
teorías evolucionistas quiso certificar nuestra hazaña. Por razones hasta ahora
ignoradas, se dijo, los dinosaurios se extinguieron. Se supuso como causas de la
extinción de los monstruos la formación de cáscaras estratificadas en los huevos, un
cambio brusco de clima y tormentas torrenciales; a nosotras, la especie de las ratas,
nadie quiso reconocernos el mérito26.
Las ratas, a las que finalmente, en la antesala de la liquidación humana, se
ha decidido consultar sobre el futuro: “¿Qué puede decirnos la rata actualmente?,
fue una de esas preguntas retrasadas. ¿Nos ayudará la rata en nuestros
problemas?... ¿Nos está la rata más próxima de lo que hemos querido reconocer
desde tiempo inmemorial?... ¡Dinos algo, rata! ¿Qué podemos hacer, rata?
¡Ayúdanos, rata!”27. Pero no, la rata no aportará nada para que sobreviva el
hombre, por el contrario, ha venido a anunciar el fin.
El hombre la conmina:
¡No, rata, no! Nada de final. Especialmente ahora que las Superpotencias por fin entran
en conversaciones, para decisiones a tiempo, y concretamente las acertadas, porque
entre tanto todo el mundo ha comprendido que sólo medidas equilibradas por ambas
partes al mismo tiempo, a fin de que previsiblemente, aunque en el último minuto. ¿Y
tú, rata te pones a hablar de corten, fundido, apaga y vámonos, liquidación por
derribo, balance de caja, amén, érase una vez, se terminó, telón y juicio final, el
Acabose por así decirlo? Cuando se nos ha confiado y tenemos el deber, aunque no sea
por nosotros, por nuestros hijos, para que un día no tengamos que avergonzarnos y
estemos sin, quiero decir, los grandes ideales, como la educación del género humano o
que debe desaparecer el hambre más brutal y debe desaparecer la montaña de basura,
por lo menos de la vista, hasta que finalmente medidas de apoyo y unos cuantos peces
en el Elba y el Rin. ¡Y eso es! También queremos el desarme antes que sea demasiado
tarde28.
La Ratesa, que persigue al narrador en primera persona en sus sueños y en
sus ensueños, le profetiza el fin del género humano, merecido por sus propias
culpas. Las ratas han salido del colapso atómico como únicas vencedoras de la
guerra; la Tierra, hace saber la Ratesa al narrador, es ahora al fin la propiedad de
quienes siempre han sabido cómo eludir hábilmente las mayores catástrofes. Se
salvaron inclusive del diluvio universal, al que hubieran debido sucumbir, porque
no pudieron entrar en el Arca de Noé: se enterraron en lo profundo de la tierra y
desarrollaron un complejo sistema de corredores cuyas salidas mantenían tapadas
con sus gruesos traseros las ratas viejas. Una táctica parecida, explica la ratesa al
narrador en sueños, es la que emplearon cuando llegó el intercambio de golpes
nucleares. “¡Historias de ratas!”, se indigna el hombre, y replica a la certidumbre de
Idem, 32 – 33.
Idem, 49 – 50.
28 Idem, 51 – 52.
26
27
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18
desastre de la Ratesa: “¡No ratesa, no! Aún somos muchos. Hay continuas noticias que
informan de nuestros actos. Estamos discurriendo planes que prometen éxito”. Entre el
hombre y la Ratesa se llega a una apuesta narrativa. Mientras el animal,
competidora del hombre desde los orígenes, pero también compañera de camino,
informa desde el otro lado de la frontera detrás de la cual no hay más que historia
humana, el narrador se esfuerza por seguir tejiendo ésta y sus propias historias,
por oponer un relato al amenazante fin.
Habla, por ejemplo, de Óskar Matzerath, el protagonista de El tambor de
hojalata, que ahora tiene sesenta años y ha encontrado la suerte como productor de
cine y viaja a Polonia para celebrar el 107 cumpleaños de su abuela Ana Koljaiczek.
Habla de los hijos del Canciller federal, que en una exhibición de un bosque
ficticio, rasgan el telón y huyen al bosque moribundo como Hänsel y Gretel. Habla
de cinco mujeres a bordo de un barco explorador, que oficialmente tienen que
averiguar la cantidad de medusas en el mar Báltico, pero que de hecho andan en
busca de la ciudad sumergida de Vineta. Habla del pintor Malskat, que poco
después de la Segunda Guerra Mundial falsificó frescos medioevales y ahora se le
está juzgando en Lübeck. Habla del triunfo de Solidaridad, en el país del Obispo de
Roma polaco... En resumidas cuentas, historias todas ellas que no llegan a buen fin.
Los hilos narrativos de los doce capítulos de la novela se entrecruzan, los detalles
se exponen en el lenguaje sensorial y enérgico propio de Grass, la sátira se vuelve a
veces bruscamente sermón moral, y viceversa.
La Ratesa se hace acreedora al premio Nobel. Ya era hora que el galardón
recayera en ella:
Porque hacía tiempo figuraba en la lista de candidatos. Se la consideraba favorita.
Como representante de millones de animales de laboratorio, desde los conejillos de
Indias hasta los macacos rhesus, se honra ahora a la rata, de pelo blanco y ojos rojos.
Ella, sobre todo ella, ha hecho posibles todas las investigaciones y hallazgos
‘nobelados’ en la esfera de la medicina y, por lo que se refiere a los descubrimientos de
Watson y Crick, también premios Nobel, en el campo, prácticamente ilimitado, de la
manipulación genética29.
Gracias a la rata, que permitió que, en 1953, James Watson y Francis Crick
postularan que el ADN se enrolla formando una doble hélice, una espiral:
Se puede clonar, más o menos legalmente, maíz y verduras, pero también toda clase de
animales. Por eso, las ratas – hombre que aparecen cada vez más dominantes hacia el
final de esa novela -‘La ratesa’- es decir, en la época posthumana, se llaman
watsoncricks. Reúnen lo mejor de ambas especies. Lo ratesco reside en lo humano y a
la inversa. El mundo parece querer recobrar la salud gracias a ese cruce. Había llegado
el momento en que, después del Big Bang, cuando sólo sobrevivieran ratas, cucarachas
y moscardas, y un resto de huevos de peces y ranas, se pusiera otra vez orden en el
29
GRASS, GÜNTER. Continuará, o. c., 9 – 11.
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19
caos, concretamente con ayuda de los watsoncricks, que salieron milagrosamente bien
librados30.
Este es el discurso onírico que se escucha en Estocolmo en la entrega del
premio Nobel:
¡Distinguida Academia!, podría empezar yo en suelo sueco, y saludarte en mi primera
frase, como la Rata por antonomasia, aunque no parezcas estar presente, y sólo
entonces saludar al presente rey de Suecia. Enseguida entraría en materia: ¡Por fin,
Majestad! Ya era tiempo de honrar unos méritos y de reconocer unas contribuciones a
la medicina humana, especialmente en la esfera de la investigación genética y de la
persistentemente afortunada manipulación genética, que no hubiera sido concebible
sin la rata.
¡No, señoras y señores! No nos hagamos la vida demasiado fácil al limitarnos a honrar
a la rata de laboratorio. Eso sería erróneo y poco sincero a la vez. Se debe honrar a ese
género ratesco tan próximo al hombre en general, a la rata en sí. A ella, la
incomprendida, clasificada como animal dañino; a ella, a la que, durante siglos, se han
imputado todos los males y plagas; a ella, invocada como insulto, siempre que el odio,
echando espuma por la boca, trataba de expresarse; a ella, que aquí provocaba horror,
allá suscitaba el asco, y siempre se asociaba con la carroña, el hedor, la basura; a ella
que, en el mejor de los casos, es querida y apreciada por unos jóvenes confusos que,
con gritos y estridencias, se han situado al margen; aquí debe cantarse a la rata, por sus
beneficios para el género humano.
Se podría decir: ¿y no se aplica lo mismo a los ratones de laboratorio, conejillos de
Indias, monos rhesus, perros, gatos, etc.? Ciertamente, también esos animales deben
ser honrados. Sus servicios a los humanos son indiscutibles. Junto con las ratas, los
monos y los perros fueron los primeros mamíferos enviados al espacio. Laika se
llamaba, recordémoslo, la perrita soviética. La expresión conejillo de Indias se ha hecho
proverbial. Estoy seguro también de que los miembros de la Academia sueca, al buscar
candidatos dignos del premio, han sopesado cuidadosamente si no habría que honrar
al mono rhesus o al perro, si es que no al ratón; y sin duda no fue fácil para esos
caballeros decidir.
Pero acertaron al preferir a la rata. Desde tiempo inmemorial, ella ha estado con
nosotros. Mucho tiempo antes de nosotros, estaba ya ahí amamantando, como si su
tarea fuera hacer posible, después de otros animales, también el hombre. Por eso,
cuando Dios envió el Diluvio sobre la tierra y ordenó a su siervo Noé que construyera
un Arca de Salvación para todo lo que se arrastraba o volaba, no se excluyó a la rata,
como atestigua el primer libro del Génesis.
Desde entonces, toda la literatura ha tenido conciencia de la existencia de la rata. Lo
ratesco se ha convertido en principio. Baste citar la novela ‘La peste’ o la obra de teatro
de Hauptmann denominada –desde luego, en plural- igual que nuestra galardonada.
Pasando por Goethe y el frecuentemente citado Orwell, podrían mencionarse otros
ejemplos de la participación de las ratas en la evolución de la literatura mundial;
cuando no se la nombra literalmente, incluso, en el título, como la rata más valiente (el
editor anota que se trata de una alusión al relato de Patricia Highsmith, “The bravest
rat in Venice”), se la encuentra entre líneas con su cola larga. Es verdad que nuestros
escritores se han complacido en confirmar la mala fama de nuestra galardonada,
aunque fuera en imágenes inolvidables y de fuerza legendaria: horrible, la escena de la
tortura de la famosa novela de Orwell; dudoso el énfasis en la excepción, el niño
30
Idem.
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20
mordido por las ratas. Resulta, en cambio, meritorio que, gracias a la colección de
cuentos de Grimm y al poema narrativo de Robert Browning, se haya conocido al
Flautista de Hamelín; una pequeña ciudad, por cierto, cuyos habitantes se alegrarán
especialmente de la concesión del premio Nobel de este año.
Tengámoslo en cuenta: esclava la mayoría de las veces de la miseria humana, la
pobreza, el hambre, el horror, la enfermedad y la necesidad de asco, la rata no ha
recibido hasta ahora más que unos discutibles honores literarios: se le han imputado
las plagas, la miseria devoradora la ha hecho aparecer, su hogar se ha llamado cloaca,
suburbio, mazmorra, campo de concentración, inframundo. Ha anunciado la
desgracia, los malos tiempos y el barco que se hunde.
Sí, siempre estuvo ahí, también mirando retrospectivamente la Historia. Consideremos
ante todo la historia sueca; el lugar de la concesión del premio otorga un privilegio:
cuando comenzó la gran migración de los pueblos desde la superpoblada isla de
Gotland, las ratas de los barcos navegaron bajo las tablas de cubierta con los godos
hacia el sur, por el mar Báltico, hasta que divisaron tierra, el estuario del Vístula, y la
Historia siguió su curso con las ratas a sus talones. Y cuando el gran rey de Suecia
llevó su ejército de campesinos a través del Báltico, con una flota poderosa, para
participar en las guerras de religión que afligían a Alemania, las ratas habían hecho su
nido en todos los barcos. Y, naturalmente, cuando el cadáver real volvió, otra vez
había ratas sobre la quilla.
Sin embargo, cuando, al principio de nuestro siglo, la flota rusa del Báltico estaba
anclada en el fondeadero de Libau, una pequeña ciudad de ese mar, cuando todas las
calderas se encendieron, se levaron las anclas y comenzó el largo viaje por mar hasta el
Japón, miles y miles de ratas abandonaron los navíos de línea y acorazados, buques de
convoy y torpederos, porque estaba vaticinado el hundimiento de esa flota en el Mar
Amarillo. Las ratas se salvaron nadando; sin embargo, nadie entendió aquella huída de
advertencia y, todo lo más, les gritaron maldiciones.
¡Ellas son nuestras contemporáneas! No es posible imaginar sin las ratas la variada
historia del género humano. Y ahora, finalmente, tarde, pero esperemos que no
demasiado tarde, se las honra. Se expresa la gratitud humana. Sí, hemos aprendido de
ellas. Paciente y desinteresadamente, nos ayudaron a encontrar nuevos caminos para
la medicina. Cabe preguntarse ¿qué sería de la industria farmacéutica sin las ratas? Y si
la esperanza de vida del hombre moderno, calculada según la media actual, se
aproxima a los ochenta años bíblicos, hay que atribuir igualmente ese avance al
sacrificio de ellas.
Han tenido que sufrir por nosotros. No le ha sido fácil a la ciencia hacer frente a las
protestas de los protectores de animales; pero sus experimentos no eran un fin en sí
mismos, sino algo rentable: las ratas no han padecido en vano. Después de colaborar
durante muchos años con famosos investigadores genéticos, por fin han conseguido
estar asociadas a los hombres no sólo ideal, simbólicamente o en imágenes poéticas,
sino participando también en lo humano; la rata empieza a influir en el hombre, y el
hombre en la rata. Porque, después del núcleo del átomo, se ha logrado dividir el de la
célula. Se ha descifrado el código genético. Y he aquí que en el núcleo de la célula
estaba guardada la memoria de esa célula, que puede transferirse a otra parte. Según
métodos genéticos, ahora puede ser manipulada. Lo mismo que en otro tiempo la
gramática parda consiguió obtener de caballo y asno el útil mulo, hoy se puede
obtener, de microorganismos, bacterias reprogramadas que, obedeciendo a una orden
genética, se comerán todo el petróleo derramado. Síseñor, el elemento fáustico en el ser
humano ha hecho esto posible y mucho más; porque ella, nuestra rata, se sacrifica por
el progreso futuro.
Sé que no faltan enemigos del progreso, que en todo tiempo han tratado de
desacreditar las grandes ideas y de sepultar con sus temores todo lo atrevido. A ellos
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21
hay que decirles: ¡lo que se descuidó en la Creación es hoy un acontecimiento! Allí
donde –con el mayor respeto- Dios estimó haber actuado bien pueden introducirse
ahora correcciones hace tiempo necesarias. El tronco torcido que, según el filósofo
Kant, será inmutablemente la imagen del hombre, puede ser por fin, lo sabemos,
enderezado. Las características más nobles de ambas especies, la más preciosa herencia
de los hombres y las conocidas cualidades de las ratas, pueden formar ahora una
simbiosis en genes elegidos, porque, si todo siguiera como fue y es, el hombre sería
libre para comportarse, sin mejorar, como lo ha hecho desde los tiempos de Adán, y
fracasaría por las deficiencias de sus propios fundamentos. Sus genes, ahora
descifrados, revelan cosas horribles. Pobremente dotado, tendría que destruirse a sí
mismo. Al llegar al límite de sus posibilidades, no tendría otra opción que extinguir a
sus iguales, a los incorregibles hombres.
No debe ocurrir así. Hay que corregir el rumbo. La Razón y la Ética nos obligan a
subrayar aquí: sólo mediante aditivos escogidos podrá el hombre subsistir en el futuro,
en un nuevo modelo. Sólo cuando lo ratesco enriquezca la sustancia humana, la
complete, la controle, por una parte amortigüe, por otra refuerce, quite aquí, de allá,
libere del yo, abra el nosotros y, al mejorarnos, vuelva a hacernos aptos para la vida,
podremos confiar en el futuro. El homo sapiens sanará por la especie rattus
norvegicus. La Creación se realizará. Sólo el hombre – rata tendrá un futuro.
Todavía -¡Majestad!- sólo podemos imaginarlo. Todavía -¡dignísima Academia!- su
imagen carece de perfiles precisos. En el mejor de los casos, se puede ver claramente en
sueños. Sin embargo, las últimas manipulaciones nos permiten reconocer los primeros
signos de su existencia. Tanto en los centros de investigación norteamericanos como en
los laboratorios soviéticos, en los institutos japoneses como en los indios, por todas
partes, y también en la venerable universidad sueca de Uppsala, está surgiendo, se está
produciendo, en todo el mundo ratas y hombres están decididos a una nueva
Creación.
Por eso hay que honrarlo también a él. Al felicitar a nuestra rata por su merecido
premio Nobel, le deseamos felicidad a él, que todavía no existe pero al que esperamos.
Ojalá venga, a liberarnos y superarnos, a mejorarnos y hacernos otra vez posibles, a
rescatarnos y redimirnos, pronto, grito, pronto, antes de que sea demasiado tarde, que
venga: ¡el glorioso hombre – rata!31.
La novela, finalmente, en el escenario de un teatro cósmico, aunque con la
diferencia, eso sí, de que el telón parece haber caído ya sobre el último acto del
drama de la humanidad, en la cápsula espacial que gira alrededor de la Tierra y en
la que el narrador sueña y contempla con su mirada la total desolación del mundo
y lo que queda de vida en esta Tierra vacía de seres humanos, clausura todas las
utopías: los Cuentos de Hadas, las Narraciones de la Infancia y del Hogar, las
Historias de los Bosques Encantados, los Príncipes Besucodespertadores, la Bella
Durmiente, Rúmpeles -Tíjeles, Hänsel y Gretel, la Muchacha de las Manos
Cortadas, Yorinde y Yoringuel, Blancanieves y los Siete Enanitos, la Perversa
Madrastra, la Patrona de la Casita de Mazapán, Nabiza, Rapónchigo, la Bruja, el
Rey Sapo, la Dama, Caperucita Roja, el Lobo, la Abuela, el Sastrecillo Valiente...
Todo se ha perdido, hasta los Grimm Brothers han renunciado a la empresa de su
Diccionario y se han dejado enredar por la maquinaria burocrática: Jacobo se ha
convertido en Ministro de bosques, lagos y medio ambiente, y Guillermo, su
31
GRASS, GÜNTER. La ratesa, o. c., 173 – 178.
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22
hermano, en subsecretario del mismo despacho... En el futuro nada más que ratas.
En el futuro nada más que ratigonza.
5. La noche del hombre: la apocalíptica de Günter Grass
Por fin, valiéndonos de la totalidad de los elementos expuestos con
anterioridad, llegamos al asunto nuclear y titular de esta disertación: la
consideración de la apocalíptica grassiana a partir de La ratesa. Estamos ante la
noche del hombre, su epílogo, su colofón: la pesadilla escatológica del fenecer de la
humanidad.
Queremos, una vez más, traer las palabras que Grass dejó escapar en la Sala
de Conciertos de Estocolmo el 7 de diciembre de 1999, en su discurso de recepción
del premio Nobel de literatura. Son las palabras con las que cerró su discurso:
...Toda reserva del tiempo se ha agotado hasta llegar al colapso humanamente posible.
Un valle de lágrimas mantiene cautivo a Occidente. ¿Qué hacer? En mi impiedad, sólo
puedo doblar la rodilla ante el santo que, hasta hoy, me ha sido de más ayuda y ha
hecho rodar los peñascos más pesados. Por eso imploro: ¡Santo Sísifo, ‘nobelado’ por la
gracia de Camus, te lo ruego, haz que la piedra no se quede arriba y podamos seguir
haciéndola rodar, para que, como tú, podamos ser felices con nuestro peñasco, y la
historia narrada de nuestra penosa existencia no tenga fin! ¿Se escuchará mi hondo
suspiro? O, según los más recientes rumores, ¿será sólo el ser humano seleccionado
producido por clonación el que será capaz de asegurar la continuación de la historia
humana? Con ello he vuelto al principio de mi discurso y abro otra vez ‘La ratesa’, en
cuyo capítulo quinto se habla de la concesión del premio Nobel a la rata de laboratorio,
como representante de millones de millones de otros animales de experimentación al
servicio de la ciencia investigadora. Y enseguida me resulta claro qué poco pudieron
contribuir todos los méritos hasta ahora premiados a eliminar del mundo el hambre,
ese azote de la Humanidad. Es verdad que se ha conseguido dar unos riñones nuevos
a cualquiera que pueda pagarlos. Se pueden transplantar corazones. Telefoneamos de
forma inalámbrica por el mundo. Los satélites y las estaciones espaciales giran
solícitamente a nuestro alrededor. Se han inventado y fabricado sistemas de armas,
como consecuencia de investigaciones premiadas, con cuya ayuda sus poseedores
pueden protegerse de la muerte de muchas formas. Todo aquello de lo que es capaz el
cerebro humano ha sido asombrosamente plasmado. Sólo el hambre sigue sin
resolverse. Incluso aumenta. Allí donde el hambre era como hereditaria, se transforma
en depauperación. Por todo el mundo se desplazan corrientes de refugiados; el hambre
las acompaña. Y no hay voluntad política, acompañada de conocimientos científicos,
decidida a poner fin a esa miseria que prolifera... Cuando en 1973, en Chile, apoyado
por la activa benevolencia de los Estados Unidos, golpeó el terror, Willy Brandt, como
primer Canciller federal alemán, pronunció su discurso de ingreso en las Naciones
Unidas. Habló de la depauperación universal. Su grito de ‘¡También el hambre es una
guerra!’ fue tan convincente que se ahogó en un aplauso inmediato. Yo estaba presente
cuando se pronunció ese discurso. En aquella época escribía mi novela ‘El rodaballo’,
en la que se trata de la base primaria de la existencia humana, la alimentación, es decir,
de la carencia y la abundancia, de grandes comilones e innumerables hambrientos, del
placer del gusto y de las migajas de la mesa del rico. Ese tema nos ha quedado. A la
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23
riqueza que se acumula responde la pobreza con mayores tasas de crecimiento. El
Norte y el Oeste opulentos, ansiosos de seguridad, pueden seguir queriendo
protegerse y afirmarse como fortaleza contra el Sur pobre; las corrientes de refugiados
los alcanzarán sin embargo y ninguna reja podrá contener la afluencia de hambrientos.
De eso habrá que hablar en el futuro. En definitiva, la novela de todos nosotros debe
continuar. E incluso aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya,
cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores
que nos hablarán al oído, devanando otra vez las viejas historias: en voz alta o baja,
jadeante o demorada, a veces próxima a la risa y a veces próxima al llanto32.
Los narradores postreros hablarán de lo mismo: de la pesadilla final que
aceleran los grandes contrastes humanos. Retomemos algunas ideas atrás
esbozadas. Al lector de La ratesa, en una visión onírica del narrador, se le presenta
la posibilidad de que la autodestrucción de la humanidad se haya producido ya y
que, después de esa era humana, haya sobrevivido únicamente la especie de las
ratas. Grass, como lo hizo en su discurso de Estocolmo, afronta la cuestión de la
esperanza, “la novela de todos nosotros debe continuar”, en un mundo
desesperanzado, donde “la miseria prolifera”. Descifrando bien la estructura
fundamental de la obra, encontramos en esa novela una oscilación calculada entre
la realidad y la posibilidad, entre la vida real y el ensueño, entre la facticidad y la
fatalidad. Aparece la dura confrontación con la realidad posible de una
autodestrucción atómica de la humanidad. La novela ofrece todos los argumentos
posibles que hablan en favor de esta eventualidad: se acepta que mueran los
bosques; existe el delirio del superarmamento nuclear, alimentado por la idea de la
seguridad mediante el “equilibrio de la disuasión”, despojándose de la propia
responsabilidad para delegarla en aparatos internacionales; está la incapacidad
para aprender de catástrofes anteriores y se toma realmente en serio el ideal de la
Ilustración de “educar al género humano” en educación. Grass aseveró en Estocolmo:
Por muy deudores que seamos de la tradición iluminadora de la razón, el curso
absurdo de la Historia se burla de toda explicación razonable... Cuánto tiempo
necesitó el proceso de la Ilustración europea, desde Montaigne, pasando por Voltaire,
Diderot, Kant, Lessing y Lichtenberg, para llevar la lámpara de la razón a los más
oscuros rincones de las tinieblas escolásticas. Con frecuencia se extinguía la lucecita.
La censura retrasó esa iluminación por la razón. Sin embargo, cuando ésta, luego, se
instaló cómodamente a pleno día, era una razón enfriada, reducida a lo técnicamente
viable y comprometida sólo con el progreso económico y social, que se hacía pasar por
Ilustración y, a toda costa, inculcó a sus hijos, peleados desde el principio, el
capitalismo y el socialismo, una jerga racionalizante y la vía respectiva adecuada hacia
el progreso. Hoy vemos adónde ha llevado la Ilustración a esos hijos genialmente
malogrados33, es decir, mal educados.
32
33
GRASS, GÜNTER. Continuará, o. c., 9 – 10.
Idem.
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24
En un poema clave de la novela se expresa con extraordinaria densidad este
escepticismo humano, más aún, se trasluce la convicción del fracaso de la
Ilustración:
Nuestro propósito era que había que aprender/ no sólo a manejar cuchillo y tenedor,/
sino también a los semejantes, y además a la Razón,/ ese todopoderoso abrelatas,/
poco a poco./ Educado, el género humano podría libremente,/ sí, dirigir libremente su
destino, a fin de que,/ como mayor de edad, aprendiera a apartar/ cautelosamente a la
Naturaleza, lo más cautelosamente posible/ del caos.../ Semiilustrado el género
humano debería/ no seguir haciendo el bestia sin sentido en el fango original,/ sino
empezar a lavarse sistemáticamente./ Claramente lo decía la higiene aprendida:/ ¡Ay
de los sucios!/ En cuanto llamamos avanzada a nuestra educación,/ el saber fue
declarado poder/ y dejó de estar confiado al papel. Gritaron/ los ilustrados:/ ¡Ay de
los que ignoran!/ Cuando finalmente la violencia, pese a toda Razón,/ fue imposible
de eliminar en el mundo, el género humano/ se educó en la intimidación recíproca./
Así aprendió a guardar la paz hasta que algún accidente/ no ilustrado se produjo./
Entonces la educación del género humano/ estuvo prácticamente acabada. Una gran
claridad/ iluminó todos los rincones. Lástima que luego/ se hiciera tan oscuro y nadie
encontrara ya/ el camino de su escuela34.
En este poema Grass va trazando la línea de decadencia que se ha
producido en la historia de la cultura. Transcurrió por etapas: el fango original (el
estado de naturaleza), la razón (el saber), el poder (la violencia), la intimidación
recíproca, la aniquilación atómica. Por esta trayectoria, el camino de la humanidad
puede sólo considerarse como camino “en dirección equivocada”. Algo va mal: algo
está mal en la Creación en general. Pero una obcecación colectiva impide que
“alguien investigue ya qué y cuándo y dónde se hizo algo mal”. Tampoco se averigua
cuál es la culpa y quiénes son los culpables. Esto lo expresa de manera sumamente
plástica otro poema:
Hay algo que no va bien./ No se qué, posiblemente la dirección./ Algo mal hecho,
pero qué,/ y cuándo y dónde mal hecho,/ sobre todo cuando todo va como la seda,/
aunque sea en una dirección/ que las señales indican como equivocada./ Ahora
buscamos la fuente del error./ La buscamos como locos fuera de nosotros,/ hasta que
de repente alguien dice nosotros,/ todos nosotros podríamos ser, es una suposición,/
la fuente del error o podrías serlo/ tú o tú./ No se trata de personalizar./ Todo el
mundo cede el paso a todo el mundo./ Mientras todo avanza como sobre ruedas/ en
la dirección equivocada,/ de la que se dice que,/ aunque sea equivocada, no hay
otra,/ los hombres se saludan entre sí/ gritándose: Yo soy fuente de error, ¿tú
también?/ Pocas veces hemos estado tan de acuerdo./ Nadie se pregunta ya dónde y
cuándo y qué/ se hizo mal./ Tampoco se buscan responsabilidades/ ni responsables./
Porque sabemos que cada uno de nosotros./ Contentos como nunca todos corremos/
en la dirección equivocada según los signos,/ confiando en que estén equivocados/ y
nos salvemos otra vez35.
34
35
GRASS, GÜNTER. La ratesa, o. c., 173 – 176.
Idem, 207 – 208.
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25
Tal es el resultado: allá donde, considerado superficialmente, todo va “como
la seda”, no hay conciencia de censura o de culpa. Cuando se ve que hay errores,
entonces se achacan a otros. Y como todos hacen lo mismo, las cosas siguen como
antes. No se ve lo equivocada que es la dirección. Se elude con la ingenua
esperanza de que “nos salvaremos otra vez”.
Este síndrome de obcecación, represión e ingenuo consuelo, lo describe la
novela como no lo ha hecho ninguna otra obra de la literatura en los años ochenta.
Se hacen ver drásticamente las consecuencias: el hombre pone fin, él mismo, a su
propia posición en el cosmos. Y puesto que así sucede, el hombre no se encuentra
ya en el centro de la novela, sino que ese lugar lo ocupa un bicho, el más astuto y
mejor adaptado en la historia de la evolución. La rata se convierte en el adversario
y en el reemplazo del hombre. En boca de la rata se pone todo el desprecio
humano del que se han hecho acreedores los hombres, manifiesto en las palabras
que exordian nuestra exposición: “¡Se acabó!, dice. Vosotros fuisteis. Habéis sido,
se os recuerda como una ilusión. Nunca más señalaréis fechas históricas. Se han
extinguido todas las perspectivas”36.
Es pues, totalmente lógico que incluso el narrador, en sueños, no excluya la
posibilidad de tener que decir un adiós definitivo. Al comienzo relativo de la
novela se ha puesto conscientemente un poema en el que de nuevo –como Grass
explica comentándose a sí mismo- “por el placer de vivir se narra todo cuanto agrada,
desde las cosas pequeñas hasta las ideas que son dignas del hombre”. Por tanto, es un
poema de despedida, que resulta tanto más doloroso cuanto más se evocan “las
cosas” que nos resultan queridas:
Soñé que tenía que despedirme/ de todas las cosas que me han rodeado/ proyectando
su sombra: de todos esos pronombres/ posesivos. Despedirme del inventario, esa
lista/ de objetos diversos hallados. Despedirme/ de los perfumes empalagosos,/ de
los olores que me mantenían despierto, de lo dulce,/ de lo amargo, de lo agrio
propiamente dicho/ y de la acritud ardiente de los granos de pimientas./ Despedirme
del tictac del tiempo, de la irritación del lunes,/ de las miserables ganancias en la
lotería de los miércoles, del domingo/ y su perfidia, apenas se sienta el aburrimiento a
la mesa./ Despedirme de todas las citas; de lo que en el futuro/ debe cumplirse./ Soñé
que tenía que despedirme de toda idea,/ nacida viva o muerta, del sentido que busca
un sentido/ al sentido,/ y de la esperanza, corredora de fondo/ también. Despedirme
del interés compuesto/ de la rabia contenida, del producto de los sueños
acumulados,/ de todo lo que está en el papel, recuerda un parecido/ y, como corcel y
caballero, se convierte en monumento./ Despedirme de todas las imágenes que el
hombre se ha fabricado./ Despedirme de la canción, de los lamentos rimados,
despedirme/ de las voces entretejidas, del júbilo a seis voces, despedirme/ del celo
instrumental,/ de Dios y de Bach...37.
36
37
Ver notas 1 y 6.
GRASS, GÜNTER. La ratesa, o. c., 109 – 110.
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26
¿Despedirse, por tanto, de la “esperanza corredora de fondo”, despedirse de
“toda idea”, de “todo sentido” en general? Pero hay en esta novela una
contracorriente que impide que el sueño aquí proyectado se convierta en pesadilla.
Pues la novela, como lo hemos dicho con anterioridad, está escrita como duelo
verbal entre el narrador y la rata. Es verdad que a la novela no se la minimiza
simplemente como un “ensueño”, porque su contenido es una amenaza posible y
latente, pero a la vez el narrador interpela a la rata. Ambas posiciones narrativas se
enlazan entre sí como visiones oníricas. Al principio sueñan para el narrador la
rata y sus relatos, más tarde el narrador se convierte en producto de los sueños de
la rata. El final queda en suspenso: no se sabe quién está soñando en quién, algo así
como sucede con la trama de Las ruinas circulares, de Jorge Luis Borges, donde no
se logra concluir con exactitud si un hombre sueña una mariposa o una mariposa
sueña un hombre. De este modo la realidad llega al umbral y sigue habiendo una
distancia de tiempo entre la facticidad y la fatalidad. Esto deja margen para la
esperanza, principalmente con miras al lector.
Desde el punto de vista de la historia de la obra, este escepticismo
antropológico y político que sustenta toda la concepción de la novela se encontraba
ya preparado en Grass. Todavía en 1980 se escuchaba cierta esperanza en su novela
“Partos mentales o los alemanes se extinguen”. El libro termina invitando a los lectores
a cargar sobre sí pacientemente con el peso de la existencia. Y lo fundamentaba con
la interpretación del Sísifo en Camus, al que invoca como el santo en su discurso
de Estocolmo. Pero ya en 1982, se marcó un giro decisivo en el pensamiento de
Grass, que antes se había comprometido incluso en actividades políticas. En 1982,
Grass pronuncia unas palabras en Roma, en nombre de los galardonados, al serle
concedido el Premio Internacional de Literatura “Antonio Feltrinelli”. El breve
texto de Grass lleva por título
El aniquilamiento de la humanidad ha comenzado”. Grass desestima la alianza entre la
literatura y el futuro: “Pues con la amenazadora pérdida de futuro para la humanidad,
la hasta ahora segura ‘inmortalidad’ de la literatura ha degenerado en una simple
pretensión irreal. Se habla ya de poesía desechable. El libro, esa mercancía duradera,
comienza a parecerse a los envases de consumir y tirar. Antes de que se decida si
vamos a tener todavía futuro, no se cuenta ya con el futuro. La misma hybris que se
ocupa de hacer que el hombre se destruya a sí mismo, amenaza ahora, antes de que
llegue esa destrucción, con entenebrecer la mente humana, con extinguir su sueño de
un mañana mejor y con convertir en ridícula toda utopía, incluso el ‘Principio
esperanza’ de Ernst Bloch38.
¿Habría algún escape? O preguntándose más modestamente: ¿Qué se podría
hacer en concreto? Para Grass la respuesta está ya bien clara desde 1982: los
GRASS, GÜNTER. El aniquilamiento de la humanidad ha comenzado. El Mundo, Medellín, octubre 2 de
1999, 4 – 5.
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hombres tendrían que estar dispuestos a practicar la renuncia a sus “inventos”, a
realizar el desarme ecológico y militar “hasta quedarse desnudos”:
¿Serán capaces los hombres de prescindir de sí mismos? Ellos, que están dotados de
razón, que son creadores de manera semejante a como lo es Dios, cada vez más
capaces de inventar su propia destrucción, ¿serán capaces de decir ¡no! a sus inventos?
¿Estarán dispuestos a practicar la renuncia ante lo humanamente posible y a ser
modestos ante los restos de la naturaleza destruida? Y la última pregunta: ¿Estaremos
dispuestos a hacer algo que podríamos hacer: a alimentarnos unos a otros, hasta que el
hambre sólo fuera una leyenda y el mal cuento de ‘érase una vez’? Las respuestas a
estas preguntas debieran haberse dado hace ya mucho tiempo. Sin embargo, en medio
de mi perplejidad, sé muy bien que el futuro no volverá a ser posible sino cuando
encontremos una respuesta y hagamos lo que, como huéspedes en este globo
terráqueo, debemos hacer como una deuda que tenemos con la naturaleza y con
nosotros mismos, no asustándonos unos a otros, quitándonos recíprocamente el
miedo, realizando el desarme hasta quedar desnudos39.
El final de la novela La ratesa es una única lucha por la posibilidad de la
esperanza. En las últimas tres páginas se encuentra un conmovedor cántico a la
esperanza, que bien pudiera ser el contracántico al cántico de despedida que
citábamos anteriormente: “Soñé que tenía que despedirme de toda idea”. Así había
dicho antes. Pero ahora el poema comienza con el verso “Soñé que podía tener
esperanza”. Y esta esperanza se va deletreando estrofa tras estrofa. Es una
esperanza que sería casi contagiosa, si la risa de la Ratesa no desenmascarase tal
esperanza como un autoengaño:
Soñé que podía tener esperanza,/ acabar de comerme las migas o lo que hubiera
quedado/ en los platos y esperar que algo,/ no una idea, más bien una casualidad,/
calificada de amistosa, estuviera en camino/ sin tropezar con fronteras,/ se extendiera
contagiosamente./ Soñé que podía esperar otra vez/ las manzanas del invierno, el
ganso por San Martín,/ las fresas año tras año/ y la calva incipiente de mis hijos,/ la
cana de mi hija. La felicitación de mi nieto,/ esperar anticipos, intereses compuestos,
como si el hombre/ tuviera otra vez un crédito ilimitado.../ Soñé que por fin podía
confiar: por todas partes/ se dejan las llaves de contacto y, con las puertas abiertas,/
los hombres están ya seguros unos de otros./ Mi esperanza no me engañó: nadie/
come ya su pan sin compartirlo; pero aquella alegría/ en que yo confiaba no es nuestro
estilo;/ las ratas se ríen abiertamente de nosotros,/ desde que, con la última
esperanza,/ lo hemos malgastado todo40.
39
40
Idem.
GRASS, GÜNTER. La ratesa, o. c., 441.
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