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Introducción
Resulta un hecho comúnmente aceptado que el legado grecolatino forma la base donde se asienta la mayoría de las manifestaciones culturales de la civilización occidental y que la Antigüedad
clásica ha sido fundamental en la formación de las ideas estéticas,
morales y filosóficas del mundo actual, así como en la configuración de sus instituciones jurídicas y políticas.
Planificar un viaje, entender las instituciones europeas, reconocer los referentes clásicos en una obra de arte o literaria, expresarse con fluidez en la lengua materna, conocer el significado
del nombre de los días de la semana, comprender el porqué de
las festividades estacionales y rituales... son actividades de la vida
cotidiana que demuestran la utilidad de una asignatura como la
Cultura clásica. La lengua, el arte y el pensamiento grecolatino
ayudan a la comprensión y análisis de la realidad que nos rodea,
y aportan los conocimientos que constituyen una parte fundamental del bagaje que define hoy día a una persona culta.
En la Educación Secundaria Obligatoria, la Cultura clásica es una
materia optativa, desde la que además de la consecución de sus
objetivos específicos, contribuye en la adquisición de los objetivos
generales de la etapa. Cumple, por tanto, una triple finalidad:
Contribuir a que el alumnado reconozca (y reflexione sobre ellos) planteamientos ideológicos, actitudes vitales, concepciones del mundo e, incluso, hábitos y costumbres que
provienen de la Antigüedad clásica y que, a pesar de los siglos
transcurridos, continúan vigentes.
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Insertarse en el mismo marco teórico que las demás áreas lingüísticas del currículo, con las que comparte un enfoque común, unos mecanismos de aprendizaje y unos criterios didácticos destinados a alcanzar un mismo objetivo: el desarrollo y
la mejora de la capacidad de comprensión y expresión de los
usos y formas de comunicación por parte del alumnado.
Participar de los mismos objetivos que las áreas de ciencias
sociales, con las que colabora en el conocimiento de la cultura y el medio que nos han legado nuestros antepasados, para
que, desde su conocimiento, el alumnado pueda reflexionar
sobre los diferentes elementos de nuestra cultura, así como
desarrollar su personalidad desde una perspectiva abierta y
comprensiva con el mundo que le rodea.
programación
Objetivos
Despertar el interés y la curiosidad de los alumnos por la
Antigüedad clásica, para que, de esta manera, conozcan un
periodo fundamental para la formación de la cultura y la
identidad europeas.
Conocer y valorar las aportaciones del legado grecolatino presentes en el pensamiento, en las instituciones y en las costumbres del mundo actual.
Reflexionar sobre los símbolos, creencias, valores, modelos de
comportamiento, estereotipos y demás componentes del imaginario occidental, mediante la comparación y el análisis de
las semejanzas y diferencias entre el mundo actual y el de las
representaciones mentales de griegos y romanos en la Antigüedad.
Despertar una actitud crítica ante los prejuicios existentes
en las creencias, costumbres y tradiciones de nuestra sociedad que provienen o se relacionan con modelos socioculturales de la Antigüedad clásica.
Aprender a manejar textos de autores clásicos como fuente de información sobre el pensamiento, los valores y las costumbres de la Grecia y Roma antiguas.
Conocer el origen y la evolución de las lenguas europeas
actuales. Comprender y respetar la diversidad lingüística de
Europa, de España y de la propia comunidad autónoma,
como producto de procesos históricos complejos.
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Mejorar la capacidad de expresión oral y escrita del alumnado, así como enriquecer y ampliar su vocabulario tanto con el
conocimiento de los étimos griegos y latinos más productivos,
como mediante la adquisición de vocablos que les permitan acceder, paulatinamente, al manejo del registro culto de la lengua.
Profundizar en el análisis de la lengua propia (castellano, catalán, gallego, vasco) a través de la comparación con el
latín, modelo de lengua flexiva.
Comprender de manera correcta el significado de los latinismos y expresiones latinas que se han incorporado a la lengua
hablada, científica, literaria y del Derecho.
Contenidos
Como en cualquier otra área de la ESO, los contenidos que abarca la materia de Cultura clásica forman un conjunto de saberes de
tres tipos: conceptuales (aprendizaje de datos, hechos y conceptos), procedimentales (desarrollo de destrezas con las que se
construye el conocimiento) y actitudinales (adquisición de actitudes, valores y normas por las que se rige la ciencia y la vida en
sociedad).
En relación con estos contenidos, el mayor problema que se
presenta en esta asignatura es la amplitud y heterogeneidad del
legado de la Antigüedad clásica, dado que la Cultura clásica, en
la mayoría de las comunidades autónomas, sólo tiene asignadas
dos horas semanales y no es posible dividir los contenidos entre
3.º y 4.º, ya que no existe, en principio, ninguna garantía de que
los alumnos que la elijan en 3.º la escojan, de nuevo, en 4.º.
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No creemos que en estas condiciones sea posible analizar la totalidad de los conocimientos que abarca esta materia, con un mínimo de rigor científico y con el sosiego necesario para evitar un
tratamiento superficial y anecdótico que, necesariamente, conduce a una trivialización de esta área. Por ello, como ya hicimos
para 3.º de ESO, hemos seleccionado algunos contenidos para
este segundo nivel, procurando además que se encuentren implícitos los aspectos fundamentales tratados en el curso anterior, con
vistas a los alumnos que elijan esta asignatura en 4.º, pero de
manera que no resulten reiterativos para los que ya cursaron
Cultura clásica en 3.º.
Al igual que en nuestra propuesta de contenidos para 3.º de ESO,
hemos escogido también para 4.º aquellos aspectos del mundo grecolatino que, siendo esenciales y definitorios del mismo, pueden
resultar más atractivos para chicos y chicas de 16 años, de forma que
lleguen a estimular su curiosidad por conocer otros. Ésta es la razón
fundamental de que hayamos elegido la mitología como hilo conductor del trabajo en el aula, ya que probablemente sea uno de los
aspectos del legado grecorromano que ha conservado mejor su lozanía y que, además, puede despertar más interés en el alumnado por
muy variadas razones, entre las que destacamos:
El atractivo que los mitos clásicos mantienen gracias a su belleza, amenidad y carga simbólica.
El interés que adquieren en la adolescencia los grandes temas
existenciales: la muerte, la instauración de la autoridad, el
anhelo de inmortalidad, etc., sobre los que versa la mayoría de
los relatos míticos clásicos.
La mitología es un sistema de pensamiento que funciona
como un aglutinante de la totalidad de la cultura, lo que per-
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mite un acercamiento idóneo a los diversos aspectos del universo mental de la civilización clásica.
El potencial creativo que encierran los mitos clásicos y su capacidad para renovar constantemente su significado, como
demuestra su presencia en la literatura y el arte occidental
de todas las épocas.
La pervivencia de los mitos griegos en la cultura de nuestros
días, donde los personajes míticos divinos y humanos se han
convertido en símbolos y prototipos para expresar los grandes
problemas existenciales del ser humano.
Del amplio campo de la mitología clásica, y puesto que no es
posible abordarla en su totalidad, hemos seleccionado el estudio de los mitos y leyendas de los principales héroes y heroínas,
los seres fabulosos con los que deben enfrentarse, los lugares
que han de visitar, así como los dioses y diosas que les ayudan o
persiguen. Es decir, aquellos personajes que han pervivido hasta
nuestros días convertidos en símbolos y arquetipos de la cultura
occidental. Al igual que en el curso anterior, el estudio de los
distintos mitos introduce los aspectos de la civilización grecolatina que hemos escogido para estudiarlos, priorizando siempre
los que mejor puedan ayudar a entender nuestra identidad
como europeos.
Partiendo, por tanto, de estas consideraciones, en la propuesta
didáctica que realizamos hemos seleccionado los siguientes contenidos:
Conceptos
Principales leyendas y aventuras de los héroes y heroínas de
la mitología griega y romana (Hércules, Perseo, Jasón, Edipo,
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Ariadna, Medea, Antígona, etc.), los seres fabulosos con los
que deben enfrentarse (centauros, amazonas, esfinges, dragones, el Minotauro, la Gorgona Medusa, etc.), los lugares que
han de visitar (los Infiernos, el Jardín de las Hespérides, islas
perdidas, etc.), así como los dioses y diosas que les ayudan o
persiguen (Juno, Zeus, Afrodita, Atenea, etc.)
Diversas maneras en que estos personajes se han reflejado en
el arte y la literatura occidentales
Aspectos de la civilización grecolatina que perviven en nuestros días y nos ayudan a entender nuestra identidad como
europeos: la romanización, la democracia, la república, el Estado de derecho, la educación, la concepción del amor y la
amistad, etc.
Principales costumbres y elementos de la vida cotidiana de
griegos y romanos, especialmente los que reflejan su concepción del mundo, su sistema de valores, sus creencias y temores
Prejuicios heredados de la Cultura clásica que todavía siguen
vigentes
Nombres pertenecientes a los grandes autores de la literatura
grecolatina, que el alumnado adquirirá a través de la lectura
de fragmentos de obras
Selección elemental de étimos latinos y griegos relacionados
con el lenguaje de las ciencias y la técnica
Alfabeto griego como medio de acceder a la lectura de
buena parte de los étimos propuestos
Procedimientos esenciales para la formación de términos
de origen griego y latino
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Elementos básicos de la lengua latina: las clases de palabras,
la presentación de la flexión nominal y verbal, la concordancia y el orden de palabras, estructuras oracionales fundamentales
Práctica de ejercicios de definición, empleados para descubrir
las relaciones entre morfología y semántica, y también como
instrumentos para cuidar la precisión en la expresión y aprender a responder preguntas adecuadamente
Locuciones latinas y latinismos incorporados a la lengua
hablada
Análisis de la lengua propia a partir de la comparación con el
latín
Procedimientos
Lectura comprensiva de textos de autores clásicos
Uso de textos antiguos como fuente de información
Elaboración de resúmenes que recojan las ideas fundamentales de un texto
Utilización de los diversos registros (exposiciones orales, dramatización de textos escritos en el aula, redacción de textos periodísticos, etc.) que permitan desarrollar la capacidad de comunicación del alumnado
Manejo de bibliografía para poder comentar un texto
Realización de pequeñas investigaciones que relacionen elementos de la cultura clásica con aspectos culturales del presente
Interiorización de la idea de que todo vocablo se puede seccionar en sus elementos constitutivos y ser examinado, lo que
facilitará el análisis comprensivo de cualquier término desconocido con que pueda encontrarse el alumnado
Identificación del origen y comprensión del significado de
los prefijos y sufijos griegos o latinos más usados en la lengua
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Reconocimiento de los elementos básicos de las flexiones
nominal y verbal latinas
Análisis morfosintáctico y traducción de textos latinos adaptados y sencillos
Actitudes
Valoración del mito como un sistema de pensamiento diferente al racional, y no como una forma de pensamiento inferior
Respeto a la existencia de la variedad, sin que ello suponga la
desigualdad
Interés hacia los aspectos culturales extinguidos como medio
de despertar la curiosidad por culturas distintas a la propia
Interés por la civilización clásica como una fuente esencial
de conocimiento para explicar muchas de las características de la cultura occidental
Afición por la lectura y, en especial, por la literatura griega y
latina
Valoración de la aportación lingüística, literaria y cultural
del mundo clásico a la cultura universal
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Valoración positiva de la diversidad y parentesco cultural
entre las lenguas románicas, especialmente las de España
Interés por buscar explicaciones científicas, históricas o antropológicas a los fenómenos culturales, las costumbres, las
fiestas, etc.
Interés por descubrir y valorar un vocabulario culto internacional de origen grecolatino
Disposición para identificar elementos morfológicos y estructuras sintácticas elementales de la lengua latina, compararlos
tanto con la propia lengua como con otras, y valorar la aportación del latín al mejor conocimiento de otras lenguas
Estos materiales se estructuran en diez unidades didácticas, divididas en estos apartados: mitología, civilización y léxico e introducción al latín. Las unidades tratan los siguientes aspectos:
Unidad 1: Hércules
Trabajo y esclavitud en Grecia y Roma. Las clases
sociales
Vocabulario básico de economía. Lenguas indoeuropeas y lenguas románicas
Unidad 2: Teseo
Las formas de gobierno en Grecia
Vocabulario básico de política. Características de las
lenguas flexivas
Unidad 3: Perseo
Infancia y educación
Vocabulario básico de gramática y literatura. Diferencias entre el latín y las lenguas modernas
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Unidad 4: Jasón y Medea
Formas de gobierno en Roma
Vocabulario básico de medicina. El caso nominativo.
La flexión verbal
Unidad 5: El mito de las edades. La figura de Prometeo
El cómputo del tiempo
Vocabulario básico de ciencias sociales. El caso vocativo. Temas verbales y morfemas personales
Unidad 6: La creación de Pandora
La justicia y el derecho
Vocabulario básico de ciencias de la naturaleza. El
caso acusativo. Presente y pretérito perfecto de indicativo activo
Unidad 7: Edipo y Antígona
El teatro
Vocabulario básico de química. El caso genitivo. Pretérito imperfecto y pluscuamperfecto de indicativo activo
Unidad 8: Orfeo y Eurídice
La poesía lírica
Vocabulario básico de música. El caso dativo. El futuro
Unidad 9: Rómulo y la monarquía latina
La arquitectura pública y privada
Vocabulario básico de física. El caso ablativo. El adjetivo y su clasificación
Unidad 10: Los reyes etruscos
La romanización
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Vocabulario básico de matemáticas. Los numerales.
Los pronombres personales
Actividades
Como hemos visto, las unidades didácticas se dividen en tres apartados: mitología, civilización y léxico e introducción al latín.
Cada uno incluye, además de la información pertinente, una
serie de actividades con distintos niveles de complejidad y diferentes grados de elaboración, para dar respuesta a la diversidad
del alumnado y que pueden realizarse en su totalidad o bien sólo
en parte.
Los dos primeros apartados van siempre precedidos por un breve
cuestionario («Aproximación inicial») cuya finalidad es, por una
parte, conectar y sacar a la luz lo que el alumnado sabe de los contenidos que se van a tratar y hacerle reflexionar previamente
sobre ellos, mientras que, por otra parte, se pretende despertar su
interés y curiosidad. Se refiere, por tanto, a los aspectos más
importantes del mito o del tema estudiado, con el fin de resaltar
el carácter de los protagonistas o las características esenciales de
la información que se va a ofrecer posteriormente. Este cuestionario puede abordarse de dos maneras: o bien cada alumno lo
contesta por escrito en el cuaderno y luego lo contrasta con el
resto de la clase, o bien siguiendo el método de la lluvia de ideas,
cada uno expone lo que en ese momento sabe del tema, para que
el docente escoja y resuma lo que juzgue más interesante. Es posible que el alumnado no sepa responder alguna cuestión. En ese
caso, conviene que el profesor trate sólo las que no se responden
en la información presentada a continuación, y que remita a ésta
para las demás.
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En el apartado de mitología la información se suministra de forma
gradual. Normalmente, es el profesor quien inicia la narración. La
lectura de los textos aporta el conocimiento de las secuencias esenciales de cada mito, si bien éstos suelen necesitar una introducción
por parte del docente para enmarcarlos en un contexto y proporcionar los datos necesarios para que el alumnado no pierda el hilo
conductor del relato. Es conveniente que estas introducciones se
realicen de la manera más amena posible y procurando crear un
cierto suspense que estimule la lectura del texto (para facilitar esta
tarea, en cada unidad se incluye una sinopsis de los temas sobre los
que versan estas narraciones).
Hemos optado, sobre todo, por este último procedimiento, porque creemos que parte de la fascinación que estos viejos relatos
siguen ejerciendo reside en su textura narrativa eminentemente
oral, la cual no tiene ninguna similitud con la presentación descarnada y poco atractiva a que se ven obligados los diccionarios,
más atentos a recoger todos los datos y versiones que a deleitar a
sus lectores. Por otro lado, nos pareció apropiado que esta parte
del mundo clásico llegara a nuestro alumnado bajo la forma
denominada por Platón cuentos de nodriza, que pasaban directamente de una generación a la siguiente, constituyendo un bagaje
de conductas y de saberes fuera de texto. Por último, es también
una oportunidad de ofrecer a los alumnos la posibilidad de revivir el placer de escuchar una historia bien contada, algo cada vez
más inusual en una sociedad como la nuestra, donde la información y el conocimiento en general llegan más por la vista que por
el oído.
El alumnado, mientras escucha, puede anotar los hitos esenciales
del relato. No obstante, es fácil que, dada su inexperiencia en
tomar apuntes, esté más pendiente de la literalidad de lo que oye
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que de disfrutar con la historia. En ese caso, resulta preferible
que escuche tranquilamente y que, al final, se le entregue por
escrito una breve sinopsis del contenido.
El hilo conductor del trabajo en este apartado es, como ya se ha
indicado, la lectura y comentario de diversos fragmentos de
obras, pertenecientes a la literatura griega y latina, que van
narrando el mito. Se sugiere que estos textos se lean en voz alta.
Cada uno va acompañado de una serie de cuestiones, con una
finalidad múltiple: ayudar a la comprensión del texto, resumir sus
aspectos esenciales, ordenar la información suministrada sobre
las divinidades que intervienen o ampliar los datos sobre algún
personaje con una especial repercusión en la cultura occidental.
Se pueden contestar todas las cuestiones o sólo algunas, realizándolas en clase bien inmediatamente después de leer el texto, bien
dando un tiempo para hacerlas de forma individual o en grupo.
También se puede pedir que se respondan en casa o al finalizar la
unidad, y utilizarlas como una prueba de evaluación.
Las posibilidades son múltiples, dependiendo del nivel de la clase
y del interés que pueda despertar cada uno de estos textos.
Periódicamente, en los cuestionarios, se incluye alguna propuesta consistente en situar una ciudad o accidente geográfico en un
mapa mudo, así como trazar un itinerario. Su objetivo es reforzar
el conocimiento geográfico de la Antigüedad grecolatina. Para
contestarla, puede usarse directamente el mapa mudo que acompaña estos materiales o confeccionar uno basándose en él. El
alumnado encontrará la información que precisa en el apéndice
final de mapas de Grecia y Roma.
Al final de esta primera parte, se propone una serie de actividades de refuerzo, cuyo objetivo es, por una parte, ampliar la información con temas relacionados o profundizar en el contenido de
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la unidad y, por otra, familiarizar al alumnado con la búsqueda y
manejo de bibliografía y con la realización de pequeñas investigaciones. Suelen aparecer agrupadas en dos apartados y siempre
se ofrece la posibilidad de elegir una, de acuerdo con las preferencias o intereses personales. Las del primer apartado persiguen, por un lado, que los alumnos se ejerciten en buscar una
información y desarrollen la capacidad de resumir sus aspectos
esenciales y, por otro, que se acostumbren a expresarse oralmente con la máxima corrección. Es conveniente que, una vez entregado el resumen, se corrija lo más rápidamente posible, para
poder decidir en la clase siguiente a quién le corresponde hacer
la exposición. El tiempo debe limitarse (en muchos casos, cinco
minutos son suficientes) para fomentar la precisión. Puede ser
útil que después el resto de la clase opine sobre cómo se ha realizado la exposición o, incluso, la puntúe atendiendo a la claridad,
amenidad, estructuración de las ideas, rigor, seguridad, etc. En las
actividades del segundo apartado, normalmente, se puede elegir
entre efectuar una reflexión a partir de una información buscada
por el alumnado o suministrada por el profesor, o bien otras actividades de carácter más creativo, consistentes en trabajar el contenido de un mito mediante varios procedimientos opcionales:
escribir la página de un diario, componer un poema, elaborar
una versión humorística o realizar un trabajo periodístico (una
entrevista a algún personaje, una noticia sobre un suceso sorprendente, una crónica de sociedad, un editorial, una columna,
una nota necrológica, una tira cómica, etc.).
En este tipo de actividades, es muy importante el trabajo de
corrección y mejora del texto elegido, por lo que los originales
deben rehacerse tantas veces como resulte necesario, haciendo
las rectificaciones de la expresión, la ortografía y de otros errores
que se detecten.
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El apartado de civilización va precedido de un largo texto en
forma de relato, soliloquio, informe o diálogo que, si bien es de
elaboración propia, procura mantenerse siempre lo más fiel posible a los datos recogidos en los autores antiguos. Esta introducción
tiene siempre como protagonista a un personaje o un acontecimiento histórico de primera magnitud. Con ella hemos pretendido un doble objetivo: por una parte, dar a conocer al alumnado
personajes y acontecimientos esenciales de la Antigüedad clásica,
presentándolos de una forma cercana y amena para que despierten su interés; y, por otra, introducir los aspectos esenciales del
tema sobre civilización tratado en cada unidad.
Este texto puede leerse en voz alta de forma continuada o bien
haciendo breves interrupciones, para llamar la atención sobre
aquellos aspectos que se considere oportuno, o, incluso, invitando al alumnado a que los relacione con cuestiones que conozca
o sean de actualidad.
Existe también la alternativa de iniciar este segundo apartado con
la lectura de la información incluida en el Anexo que, de forma
sucinta y ordenada, recoge y resume los aspectos esenciales del
tema que va a exponerse. Esta información puede leerse en voz
alta en clase o, individualmente, en casa o en el aula.
En los textos de autores antiguos se tratan los aspectos esenciales
del tema propuesto. Estos textos son numerosos, por lo que es probable que no puedan verse todos en clase, dado el reducido número de horas lectivas. Es preciso, por tanto, que el profesor elija los
que considere más interesantes o apropiados para trabajar en el
aula y, asimismo, según su dificultad, seleccione los que crea convenientes para dar respuesta a los diversos intereses de los alumnos,
así como a sus distintas capacidades y ritmos de aprendizaje. En
relación con las cuestiones, deben seguirse estas mismas pautas.
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Al finalizar este segundo apartado, se propone también una serie
de actividades de refuerzo, de carácter heterogéneo, para elegir
una. Dos de ellas aparecen en todos los temas. Consisten en solucionar sendos cuestionarios relativamente amplios, cuyo objetivo
es ayudar al alumnado a ordenar y asimilar el contenido de la
información suministrada en el texto introductorio o en el
Anexo, respectivamente. Las demás actividades se proponen
ampliar la información estudiada o conectarla con temas afines
de actualidad.
En muchas unidades, se incluye en estos dos apartados un tema
para debatir en clase. Es importante que la discusión se lleve a
cabo de forma ordenada y que las opiniones expresadas sean
fruto de una reflexión. Para ello, los alumnos haciendo breves
interrupciones pueden escribir su opinión en el cuaderno, antes
de empezar el debate; a continuación, pueden exponer los argumentos a favor y en contra y, por último, dedicar un turno para
rebatir, argumentando las razones que se han dado en uno u otro
sentido. El docente, al principio, puede realizar el resumen de la
discusión y, cuando los alumnos vean la técnica que sigue, alguno
de ellos puede continuar esta tarea.
En el apartado de léxico no se incluye información previa, sino
que se pasa directamente a la solución de los ejercicios etimológicos que se plantean sobre el vocabulario básico de carácter científico y técnico, seguidos de una o dos actividades destinadas a
reforzar el léxico estudiado. Antes de iniciar este apartado, es
necesario dedicar un tiempo al conocimiento del alfabeto griego.
Para facilitar este aprendizaje, un método posible es dividir las
letras en tres grupos de ocho, de forma que se trabaje su memorización durante diez minutos las tres primeras clases, mientras se
van analizando otras cuestiones relativas al significado de los tér-
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minos mito y mitología. Las actividades de las secciones tercera,
cuarta y quinta proponen el conocimiento de una serie de locuciones latinas, acrósticos, abreviaturas o frases latinas famosas de
uso frecuente en el lenguaje oral y escrito. Al resultar prácticamente imposible que el alumnado aprenda todas las expresiones,
podrá escoger sólo las dos o tres que más le agraden. A continuación, se añade una actividad en la que puede poner a prueba los
conocimientos adquiridos. Finalmente, se incluye un apartado
destinado a la introducción al estudio del latín, donde se explican
los aspectos esenciales de esta lengua, y se proponen ejercicios
para reforzar su aprendizaje. En algunos casos, aparecen textos
latinos muy sencillos, y se pide a los alumnos que, con la ayuda del
profesor, intenten traducirlos. Lógicamente, como en el resto de
la unidad, el grado de interés del alumnado es el que debe marcar el tiempo que se dedique a este tercer apartado.
Los tres apartados van acompañados de ilustraciones, cuya finalidad didáctica, aparte de amenizar y aligerar el texto escrito, es ilustrarlo para contribuir a su comprensión o mostrar no sólo cómo
los griegos y romanos plasmaron en imágenes sus dioses, héroes o
episodios míticos, sino también de qué manera se representaron
en la pintura y escultura de épocas posteriores. De ahí, entonces,
la importancia de que el profesorado las comente en clase.
No es necesario tratar las unidades tal como se presentan, ni tampoco trabajar todos los contenidos, sino que, de acuerdo con las
características e intereses del alumnado, puede alterarse el orden
o, dentro de cada unidad, abordarse los tres apartados simultáneamente, lo que, sin duda, ofrecerá más variedad al desarrollo
de cada clase.
En cada unidad de esta guía, con el fin de facilitar el trabajo del
profesorado, se proporciona un esquema del mito escogido y se
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aporta un solucionario de las cuestiones de carácter más erudito,
o que puedan resultar algo confusas en su planteamiento o impliquen datos de los que no se suele disponer fácilmente.
Cuaderno de clase
El cuaderno de clase es un instrumento muy importante en la
metodología de trabajo que se propone, ya que en él queda reflejado cómo va elaborando la información cada alumno. Por ello,
el profesor debe controlarlo periódicamente (por ejemplo, al final de cada unidad) y valorarlo en la evaluación. Es conveniente
exigir que se lleve al día y que las actividades se resuelvan de
manera ordenada y clara, tanto las referidas al trabajo individual
o en grupo, como las correcciones y aclaraciones derivadas de
ponerlo en común con el resto de la clase o de las intervenciones
del profesorado. Asimismo, después de la lectura de cada texto, deben anotarse en el cuaderno las palabras cuyo significado se desconoce. Cuando el sentido del término no pueda deducirse por el
contexto, éste se buscará en el diccionario y, a continuación, se
anotará la definición hallada.
Principios metodológicos
Entendemos que el alumnado debe ser el auténtico agente
constructor de su saber, el cual surge tanto de sus propios intereses y necesidades como de sus conocimientos previos y experiencias individuales y colectivas. En el proceso de enseñanzaaprendizaje, tampoco debe olvidarse la gran influencia que
ejerce el entorno físico, socioeconómico y cultural del centro
donde desarrollamos nuestra labor docente.
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Por todas estas razones, en nuestra propuesta didáctica hemos
atendido a los siguientes principios de intervención educativa:
Partir de los conocimientos previos del alumnado, para lo
que hemos propuesto distintas actividades de aproximación
inicial.
Tener en cuenta las posibilidades reales de los alumnos. Para
ello hemos considerado las aportaciones de la psicología y la
pedagogía modernas en relación con el grado de madurez
general de los alumnos de 4.º de ESO y hemos utilizado las
técnicas didácticas más adecuadas para proponer actividades
coherentes, apropiadas para la edad y las diferentes capacidades e intereses, sin que resulten confusas ni arbitrarias,
sino motivadoras, con la mejor presentación posible, etc.
Asegurarse de que los alumnos construyan no sólo redes conceptuales, sino también los procedimientos necesarios y las
actitudes y valores propios de las sociedades democráticas
modernas.
Rechazar el simple aprendizaje memorístico de conceptos y
proponer auténticos aprendizajes significativos que se integren en la estructura cognitiva previa del alumnado, de forma
que puedan ser duraderos y sólidos, y contribuir a su desarrollo general.
Atender a la funcionalidad del aprendizaje, de modo que los
alumnos y alumnas utilicen los contenidos trabajados, cuando
lo necesiten, en situaciones y contextos distintos a los del aula,
para que puedan aprender por sí mismos y sea posible la educación permanente.
Desarrollar una metodología basada en la experimentación
y la participación activa de todo el alumnado; por ello, nues22
tro método es eminentemente activo: propone actividades
que permiten al alumnado reconocer, por propia experiencia, los principales elementos de la corriente cultural a la que
pertenecen.
Atender tanto a la personalización del alumnado (favoreciendo el desarrollo de su propia identidad, autonomía y autoestima) como a su socialización (a través de su correcta integración en el grupo-clase y en la sociedad donde vive).
El centro de interés de esta propuesta didáctica es la lectura significativa de textos de autores griegos y latinos. Con ella, se pretende analizar y consolidar la información que en cada momento se ha proporcionado; introducir al alumnado en el gusto por
una literatura que, a primera vista, le puede parece lejana e
incomprensible; y, finalmente, motivar y contextualizar el trabajo posterior, individual o en grupo, sobre los aspectos concretos
o generales que aparecen en estos fragmentos de la literatura clásica, aparte de los específicamente tratados en cada unidad.
El trabajo con los textos se ha planteado de manera que los alumnos puedan extraer de ellos información que, añadida a la que ya
poseen, les ayude, al mismo tiempo, a corregir las posibles carencias en su capacidad de comprensión y expresión tanto oral como
escrita. Asimismo, los textos seleccionados son numerosos, y su lectura presenta diversos niveles de dificultad, con el fin de que el profesorado pueda dar respuesta a la heterogeneidad y diversidad del
alumnado. Por tanto, cada profesor deberá seleccionar aquellos
textos que encuentre idóneos para la competencia e intereses de
sus alumnos.
Además, creemos que una correcta intervención educativa deberá tener en cuenta:
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Lograr una adecuada organización y distribución espaciotemporal. Así, la organización del aula debe ser la más apropiada en cada momento para favorecer el trabajo individual,
en pequeño o gran grupo, o la asamblea de clase que proponemos en algunos casos. En cuanto a la temporización, en
líneas generales consideramos que cada unidad didáctica
requiere unas diez sesiones (cuatro para cada uno de los apartados de mitología y civilización, y dos para el léxico), si bien
cada docente definirá la secuenciación temporal más conveniente a sus propósitos y a su grupo concreto.
Seleccionar y utilizar correctamente los recursos didácticos.
En nuestra propuesta, los recursos impresos (libro, cuaderno
del alumno y guía didáctica) son el material didáctico por
excelencia. También es conveniente que se disponga de una
pequeña biblioteca de aula, con los libros básicos para la consulta, investigación y ampliación de conocimientos de los
alumnos, facilitándoles la elaboración de las actividades de
consolidación, refuerzo o recuperación que les propongamos.
Emplear los recursos audiovisuales con una finalidad concreta e
integrada en los objetivos de la unidad didáctica correspondiente, para representar, aproximar o facilitar el acceso del
alumnado a la observación, investigación o comprensión de la
realidad que trabajamos en el aula (diapositivas o vídeos de
arte, documentales o películas de tema clásico, etc.); pero no
hacerlo nunca de forma indiscriminada y sin planificar, como
sucede en el ámbito doméstico, pues ello tendría más efectos
negativos que positivos y favorecería la pasividad y el desinterés del alumnado por la materia.
El uso del ordenador, si el centro dispone de un aula de
informática y con conexión a Internet. Puede ser un instru-
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mento útil, ya que los alumnos se muestran, por lo general,
bien dispuestos a emplearlo, exige un trabajo activo y permite el desarrollo de nuevos procesos cognitivos y distintos tipos
de actividades.
Las estrategias interactivas y comunicativas en el aula.
Deberemos crear el clima apropiado de seguridad y confianza que permita una adecuada interacción entre el docente y
el alumnado así como entre los propios alumnos, de forma
que favorezca la participación activa de todos, la comunicación, la libre expresión de ideas y opiniones, la colaboración
y el respeto mutuo.
La necesaria coordinación con los docentes de otras áreas,
en particular con los de Ciencias sociales, Ciencias de la
naturaleza, Lengua castellana y Lengua de la comunidad
autónoma, para unificar criterios y pautas de actuación, y
beneficiarse mutuamente. Por otro lado, se puede solicitar la
colaboración de los departamentos de Plástica, Música,
Tecnología, etc., para llevar a cabo actividades concretas.
Contenidos transversales
Creemos que existe una relación vital entre valores y educación,
ya que no puede haber una buena educación sin una auténtica
formación ética. Hablar de valores supone considerar la forma en
la que los seres humanos nos relacionamos con el mundo, nuestro entorno, y cómo aprendemos a resolver conflictos, a dialogar
y a cooperar.
La educación, sobre todo la obligatoria, no debe reducirse a una
mera adquisición de conocimientos académicos para conseguir en
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el futuro una buena salida profesional. Los docentes no podemos
olvidar un aspecto formativo básico como es la capacidad de crítica ante las pautas que impone la sociedad. Debemos fomentar el
gusto por adquirir nuevos conocimientos, así como enseñar a vivir
de una forma mejor y más digna, sin preocuparse exclusivamente
por obtener un trabajo bien remunerado.
hoy, tales como considerar al hombre el «sexo» por excelencia y
a las mujeres el «otro sexo», o pensar en los hombres como individuos y en las mujeres como seres genéricos que forman parte de
un colectivo, con la minusvaloración de las mujeres que se deriva
de todo ello.
Por otra parte, el individuo común, independientemente de su
posición social o cultural, posee una serie de valores o prejuicios
sobre aspectos diversos y los aplica indistintamente, de forma
inconsciente en la mayoría de los casos, tanto en su ámbito privado como profesional. Tales componentes ideológicos del subconsciente colectivo mediatizan y determinan, en gran medida,
las relaciones sociales. Pues bien, la mayoría de ellos procede del
ámbito grecorromano y otros se originan en la mentalidad judeocristiana.
La atención a la diversidad
Por esta razón, en nuestra propuesta didáctica hemos seleccionado contenidos y actividades que fomenten en el alumnado los
valores morales que han inspirado el modelo de Estado social y
democrático de derecho establecido por la Constitución española: la libertad, la igualdad, la solidaridad, el derecho a vivir en
un mundo saludable, a la calidad de vida, a la paz, a disfrutar de
una naturaleza conservada y sostenible, a la información y a la
protección de los derechos de los consumidores, a la igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres. Con relación a esta última cuestión, el estudio de la mitología griega resulta especialmente indicado, ya que la polaridad masculino/femenino es uno
de los rasgos fundamentales que impregnan la mayoría de sus
relatos. Además, en ellos el sexismo, a diferencia de lo que ocurre en las construcciones simbólicas actuales, es evidente, sin apenas estar enmascarado, por lo que en la mitología griega se puede
descubrir el origen de prejuicios sexistas que todavía perviven
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La actual Enseñanza Secundaria Obligatoria española se encuentra sometida a una tensión entre dos polos: la comprensibilidad y
la atención a la diversidad. Por un lado, debemos ofrecer las mismas posibilidades educativas básicas a todos los alumnos, para
garantizar el principio democrático de igualdad de oportunidades, independientemente de su origen socioeconómico, cultural
o de sus características personales; y, por otro lado, debemos dar
una respuesta educativa adecuada a las distintas capacidades,
motivaciones, intereses, estilos cognitivos y necesidades que presentan nuestros alumnos.
En el caso de que tengamos en el aula de Cultura clásica a algún
alumno con necesidades educativas especiales permanentes, las
dificultades que plantee su correcta integración deberán afrontarse con las ayudas o recursos educativos, psicológicos o médicos
más adecuados para conseguir las correspondientes adaptaciones
de acceso al currículo y/o las adaptaciones curriculares individuales significativas.
Los materiales didácticos que presentamos permiten la atención a
la diversidad del alumnado al proponer actividades variadas que
comprenden toda una gama de posibilidades entre lo más próximo y lo más distante, lo fácil y lo difícil, lo conocido y lo desconocido, lo particular y lo general, así como lo concreto y lo abstracto.
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Como ya hemos comentado, los textos seleccionados presentan
diversos grados de dificultad, tanto a nivel léxico como semántico, al igual que las actividades y los ejercicios de léxico. A su vez,
las actividades de refuerzo siempre permiten al alumno elegir
entre distintas opciones, que favorecen la creatividad y la fantasía,
o bien la búsqueda y tratamiento de la información.
_ Valorar la lectura de textos clásicos originales traducidos que
narren sus hazañas y disfrutar con ellos.
Al final del libro, se incluye un anexo con información más detallada sobre cada uno de los temas de civilización tratados, un breve
diccionario de mitología, el alfabeto griego, unos mapas y un índice de autores clásicos citados, que favorecerá la consulta y la realización de actividades adecuadas a las características individuales de
los alumnos.
_ Distinguir el marco geográfico e histórico de Grecia y Roma.
Finalmente, en esta misma guía didáctica se ofrecen orientaciones precisas y se añaden otras actividades, textos, bibliografía o
material complementario.
_ Establecer semejanzas y diferencias entre mitos y héroes antiguos y actuales.
Civilización
_ Reconocer los hitos esenciales de la literatura grecolatina como
base literaria de la cultura europea y occidental.
_ Conocer los elementos esenciales del desarrollo de la vida cotidiana en Grecia y en Roma, así como de sus instituciones jurídicas
y políticas, confrontándolos con los correspondientes actuales.
_ Localizar los principales vestigios clásicos en el patrimonio de la
comunidad autónoma, de España y de Europa.
Léxico e introducción al latín
Criterios de evaluación
Mitología
El alumnado, para superar la materia, deberá:
_ Conocer las principales leyendas y aventuras de los héroes y
heroínas de la mitología clásica.
_ Reconocer su presencia en el arte y la literatura occidentales.
_ Reconocer su valor como creadora de arquetipos humanos de
conducta y su papel en la producción de estereotipos y prejuicios sociales.
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_ Comprender la existencia de diversos tipos de escritura y su
función.
_ Identificar las lenguas románicas y su distribución geográfica.
_ Constatar el origen grecolatino de términos de uso común, así
como del léxico científico y técnico de las lenguas modernas.
Conocer los étimos correspondientes y deducir el significado
de nuevas palabras.
_ Formar familias de palabras y aplicar los mecanismos adecuados de derivación y composición.
_ Localizar expresiones y locuciones de origen latino en las lenguas conocidas por el alumno y explicar su significado.
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_ Identificar elementos morfológicos y estructuras sintácticas elementales de la lengua latina.
_ Comparar elementos morfológicos del latín con los de la lengua
propia.
Instrumentos y técnicas de evaluación
La normativa indica que la evaluación debe ser continua.
Entendemos esta exigencia como el medio para comprobar la
progresión en el aprendizaje de los diferentes contenidos propuestos, y poder corregir todo aquello que la impida o dificulte.
Debe considerarse la actitud y el trabajo que cada estudiante realiza en el aula, así como las actividades efectuadas fuera de ella,
tanto de forma individual como colectiva. Los instrumentos para
esta evaluación son básicamente dos:
El cuaderno de trabajo del estudiante.
El cuaderno de trabajo del profesor, en el que se anotan las
incidencias de las sesiones de trabajo, las intervenciones de
cada estudiante y las calificaciones de los trabajos realizados
fuera del aula (lectura de textos y solución de cuestionarios,
ejercicios sobre el mapa mudo, elaboración de paneles o
murales y los comprendidos en el apartado de actividades de
refuerzo).
Periódicamente, puede realizarse alguna prueba por escrito, para
que los alumnos puedan demostrar los conocimientos adquiridos. Estas pruebas, al margen de proporcionar un elemento más
para la evaluación, han de constituir per se una herramienta de
carácter pedagógico, que no sólo ayude a los alumnos a comprobar lo que saben, sino que se inserte en la actividad didáctica
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como un medio más de adquisición de conocimientos. Por tanto,
debe evitarse, en la medida de lo posible, el mimetismo, característico del examen tradicional, que supone realizar trabajos idénticos a otros ya efectuados. En estos controles se puede combinar:
Uno o más textos que sirvan de entrada, comentario o ejercicio deductivo de aspectos del mito y de los contenidos del
apartado de civilización, con la ayuda de un breve cuestionario.
Un breve resumen de uno de los relatos míticos tratados que
ayude a ejercitar la capacidad de síntesis.
Una pregunta directa sobre algunos aspectos de la información
cultural que obligue a seleccionar determinados elementos y no
otros.
La respuesta de los cuestionarios de los textos.
Uno o más ejercicios sobre el vocabulario tratado, bien de
combinación de elementos léxicos para obtener palabras,
bien de ubicación de éstas en un contexto.
Alguna frase donde se puedan aplicar algunos de los conocimientos adquiridos en los apartados II, III, IV y V de la tercera parte de cada unidad.
El comentario de alguna imagen que ilustre alguno de los
contenidos tratados y el reconocimiento de los personajes
míticos estudiados.
Una práctica que comporta excelentes resultados, aunque también aumenta considerablemente el trabajo del profesorado, es
añadir, en las correcciones de los trabajos o los controles, las indicaciones para enmendar los errores observados en vez de las
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soluciones, para que los alumnos rehagan tranquilamente las actividades en casa. De esta manera, cada uno comprueba sus propios fallos, fija en su memoria los conocimientos que allí se resaltan y puede superarse. Para estimular este trabajo, que siempre
resulta pesado y laborioso, cada autocorrección generará una
nueva nota que servirá para elevar la anterior.
Por último, se debe tener en cuenta que estas pruebas constituyen una actividad más, por lo que no es necesario que todos
los contenidos estudiados se pregunten en un examen escrito,
cosa que, por otra parte, disminuiría innecesariamente el escaso tiempo lectivo de esta materia.
Hojas de seguimiento para la evaluación continua
Proponemos unos ejemplos válidos para todas las unidades didácticas; hay uno diferente para cada apartado. Los nombres de los
alumnos se colocan de forma horizontal y los ítems por evaluar,
en posición vertical.
Mitología
UNIDAD
DIDÁCTICA
_ Conoce las características principales del héroe o heroína estudiado.
_ Conoce sus principales aventuras.
_ Reconoce a los personajes fabulosos con los que tuvo que
enfrentarse.
_ Identifica los lugares que visitó.
_ Conoce las características y atributos de los dioses o diosas que
le ayudaron o entorpecieron su labor.
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_ Identifica y reconoce su presencia en la literatura, las artes plásticas y la lengua hablada.
_ Reconoce su valor arquetípico y propone alternativas para superar estereotipos y prejuicios sociales inadecuados.
_ Participa de forma activa, ordenada y respetuosa en las distintas
actividades propuestas.
_ Realiza las actividades de refuerzo en los plazos previstos y de
forma satisfactoria.
_ Utiliza adecuadamente el cuaderno de clase.
Civilización
UNIDAD
DIDÁCTICA
_ Conoce las características principales del personaje histórico
que introduce la unidad.
_ Valora las aportaciones del mismo a la cultura occidental.
_ Reconoce los elementos esenciales de la vida cotidiana y de las
instituciones estudiadas, y los relaciona con los actuales.
_ Reconoce las principales manifestaciones de la cultura clásica y
a sus principales autores.
_ Valora la importancia de los textos clásicos como fuente de placer, de información y de saber.
_ Participa de forma activa, ordenada y respetuosa en las distintas
actividades propuestas.
_ Realiza las actividades de refuerzo en los plazos previstos y de
forma satisfactoria.
_ Utiliza adecuadamente el cuaderno de clase.
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UNIDAD
DIDÁCTICA
– Reconoce los étimos estudiados, los entiende y los usa con propiedad.
– Es capaz de formar familias de palabras mediante la derivación
y la composición.
– Deduce el significado de vocablos nuevos con criterios etimológicos.
_ Identifica locuciones y expresiones latinas, y conoce su significado y su uso correcto.
_ Identifica los elementos morfológicos y las estructuras sintácticas latinas estudiados.
_ Compara el latín con su propia lengua y valora el aprendizaje
de éste como una vía para mejorar su competencia comunicativa en otras lenguas.
Anexo: Información sobre algunos géneros periodísticos
En algunas actividades de carácter creativo, los alumnos deberán
tener en cuenta las características de los géneros periodísticos.
La noticia
La noticia parte de todo hecho que tenga interés para los lectores, generalmente y se trata de un suceso poco habitual que
puede tener consecuencias futuras o un acontecimiento normal
rodeado de circunstancias raras, inquietantes o sorprendentes.
La redacción de una noticia debe responder seis preguntas: qué
ha ocurrido, quién lo ha realizado, cuándo se ha producido,
dónde, por qué, cómo.
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Redacción de una noticia: la noticia suele tener tres partes.
_ Título: es el rótulo en negrita que explica sintéticamente lo que
ha ocurrido. Si la noticia es de importancia, puede llevar también
un antetítulo que concrete algunos detalles complementarios.
_ Lead (anglicismo que podríamos traducir como «cabecera»): es
un breve resumen en el que se recogen todos los datos esenciales
para que el lector pueda hacerse, rápidamente, una idea de la
noticia. Casi siempre se compone de un cuerpo mayor de letra
que el resto o se incluye en la primera página.
_ Cuerpo: es el desarrollo de la noticia con todos los detalles disponibles o con los que se quieren dar a conocer. Los aspectos
más importantes (la ampliación de lo ofrecido en la cabecera)
aparecerán al principio, mientras que se dejan para el final las
cuestiones secundarias, a las que sólo llegará el lector auténticamente interesado en la noticia.
Lenguaje de la noticia: las noticias deben escribirse en un lenguaje claro y directo. El redactor debe mantener la objetividad,
limitándose a narrar los hechos sin dar valoraciones sobre ellos.
Por lo general, se procura utilizar pocos adjetivos y adoptar un
tono aséptico.
Sin embargo, puede ocurrir que la objetividad recomendable se
vea alterada por los intereses del redactor o de la publicación y,
entonces, la noticia resulte manipulada. Se trata de casos en los
que se destacan cuestiones menores para que, de esta manera, las
de mayor importancia queden oscurecidas, o bien se mezclan los
hechos objetivos con la opinión del informante. Por ello, siempre
es recomendable saber de dónde procede la noticia y quiénes nos
la transmiten.
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La crónica
La crónica es el relato de un acontecimiento de relieve que interesa a un amplio sector del público. Amplía la noticia analizando
ciertos detalles de los hechos, y trata de presentarlos de forma
amena y como una experiencia vivida. Busca los aspectos humanos del suceso y las anécdotas significativas.
A diferencia de la noticia, que es una información siempre de
segunda mano (el periodista tiene como fuentes los informes de
la policía, la Administración, un sindicato, una agencia informativa, etc.), la crónica exige la presencia del periodista.
La redacción de la crónica tiene elementos comunes con la de la
noticia, pero el cuerpo presenta una estructura más libre. No es
imprescindible que aparezca la información más importante; el
corresponsal puede elegir el detalle más original, aunque sea
secundario, u optar por una narración de lo sucedido.
Las crónicas van firmadas y en ellas se mezcla la narración objetiva de los hechos con la valoración que el periodista realiza sobre
ellos. Es, por tanto, un género híbrido entre la información y la
opinión.
La entrevista
La entrevista es el diálogo que mantiene un periodista con un
personaje. Puede ser una larga conversación previamente acordada o un encuentro en medio de una sesión de trabajo. Este
intercambio de preguntas y respuestas tiene como objetivo retratar a la persona entrevistada y dar a conocer sus opiniones.
Cuando la conversación es larga, casi siempre va precedida por
una breve biografía, una descripción física y un retrato moral (eto-
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peya). Esta presentación informa a los lectores de todos los detalles significativos para interpretar adecuadamente las palabras del
personaje.
El periodista puede seleccionar las respuestas, pero, en este caso,
debe ser escrupulosamente fiel al espíritu de la conversación y no
transcribir frases sueltas que desvirtúen el sentido de las afirmaciones realizadas por el entrevistado.
La importancia del personaje: el objetivo de una entrevista no son
los hechos sino el personaje y sus opiniones.
El periodista debe ser hábil para extraer de su interlocutor todo lo
que pueda interesar al lector. Por eso, una entrevista no es una
charla de café, en la que se divaga sobre cualquier tema, sino que
requiere una preparación rigurosa. El periodista debe documentarse previamente y preparar las preguntas de forma que permitan
al personaje expresarse y autodefinirse. El entrevistador es un intermediario entre la persona entrevistada y el público. Su misión es
adivinar las preguntas que formularían los lectores si tuvieran la
oportunidad de realizarlas. Además, debe ordenarlas de manera
que se obtenga un coloquio fluido y coherente.
El retrato y sus tonos: en el retrato, el periodista debe trazar el
perfil físico y psicológico del personaje. Puede hacerlo de una
manera fría y objetiva o adoptar un tono efusivo y cariñoso.
También puede elegir, aunque no es recomendable, un tono crítico, pero siempre dentro del más absoluto respeto a la persona
entrevistada, aunque se discrepe de su forma de opinar. Sería deshonesto ponerle zancadillas en las preguntas o manipular las opiniones con las que el periodista no esté de acuerdo; lo más correcto, pues, es dejar que el entrevistado se defina con sus palabras.
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Estructura del diálogo: en la entrevista puede incluirse una cabecera o resumen inicial de los aspectos de mayor interés. Después,
se alternarán fragmentos narrativos y diálogo.
Es conveniente explicar al alumnado estas características y ofrecerles ejemplos de la prensa del día para que los analicen individualmente o en grupo.
La forma más frecuente es reproducir el diálogo alternando las
preguntas y respuestas. Para distinguir unas de otras, puede cambiarse el tipo de letra y poner delante las iniciales de los interlocutores o las siglas p (pregunta) y r (respuesta), o bien simplemente alternarlas sistemáticamente.
El editorial
El editorial es un artículo que se publica sin firma y que refleja la postura del periódico frente a los grandes acontecimientos de la realidad. Su misión no es dar una noticia, sino interpretarla.
Aunque recoge la opinión colectiva, el autor es un periodista (el
director, el redactor jefe, un especialista, etc.) que conoce bien la
ideología del periódico.
El editorial es una pieza didáctica, ya que expone unos hechos y
extrae unas conclusiones políticas, morales, sociales, etc.
El artículo firmado y la columna
El artículo es un trabajo firmado que trata de los más diversos
temas. Su enfoque puede variar desde la más estricta objetividad a
la manifestación de una opinión personal, pasando por el humor,
la crítica o la sátira.
La columna, como indica su nombre, es un artículo breve que
sólo ocupa una columna de una página (generalmente la quinta
parte). La brevedad obliga a concentrar las ideas y a presentarlas
de manera ingeniosa, viva y ágil.
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solucionario
unidad 1
Hércules
Aproximación inicial
A diferencia de las demás unidades, en las que, como hemos indicado, el método de lluvia de ideas nos parece el más adecuado, en
esta primera las cuestiones iniciales deben tratarse detenidamente,
ya que tienen como finalidad establecer las características de los
héroes de la Antigüedad clásica y su influencia en el concepto de
héroe construido por nuestra cultura. En primer lugar, los alumnos
deben debatir qué es para ellos un héroe, a partir de los cuentos,
cómics, libros, películas, series de televisión o juegos de ordenador,
así como las características que les permiten identificarlo. Si con el
debate no quedan definidos estos rasgos, se puede recurrir a la
figura de algún héroe famoso (por ejemplo, Astérix o Superman)
o a algunos pasajes de películas (La guerra de las galaxias, Indiana
Jones, Gladiator, El último mohicano, Willow, El señor de los anillos, etc.),
para pedir al alumnado que describa al protagonista, las acciones
que emprende y el motivo por el cual las hace, así como los medios
de que se vale. Una vez aclarado el concepto de héroe de ficción,
conviene que lo comparen con algún personaje histórico que sea
considerado como tal. Cuando las características de este tipo de
héroe estén perfectamente delimitadas, se puede analizar el significado de la palabra héroe en nuestra sociedad actual, las diferencias
entre uno real y otro imaginario, y la necesidad que tienen todas
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las sociedades y culturas de que existan estas figuras. Al final, es
conveniente resumir todas las ideas expuestas y sistematizarlas, de
modo que queden claros los siguientes puntos:
Un héroe es una persona que manifiesta una actitud extraordinaria en la lucha contra unos enemigos, más o menos monstruosos, que encarnan el mal. Suele enfrentarse a ellos individualmente, aunque a veces recibe la ayuda de algún compañero, el cual suele ser una divinidad en la Antigüedad clásica.
Normalmente, un héroe actúa para proteger una comunidad,
defender a personas tratadas injustamente, o para vengar una
ofensa cometida contra él o su familia; tras demostrar un gran
valor, inteligencia y capacidad de sufrimiento durante sus proezas, siempre excepcionales, consigue el triunfo.
En nuestra sociedad, se considera un héroe a cualquier persona que, en el cumplimiento de su deber, en la defensa de
unos valores éticos o en el intento de salvar una vida ajena,
arriesga la suya más allá de lo humanamente exigible, y llega
muchas veces a morir durante su empeño. Sus hazañas siempre aportan un beneficio para los demás o elevan el listón de
las posibilidades humanas. Es en ellas donde el héroe manifiesta su condición excepcional, la característica esencial de
todo héroe, así como su enorme capacidad para el esfuerzo,
el sufrimiento y/o el sacrificio.
Todas las sociedades y culturas necesitan estos personajes
excepcionales como modelos para contrarrestar la debilidad
intrínseca a la condición humana, para aportar un sentido al
mundo y una visión ética de la vida, así como para demostrar
la capacidad del ser humano de mantener la dignidad y defender valores superiores. Por esta razón, su nombre y ejem-
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plo perduran como un referente en el imaginario colectivo
de las sociedades. A este respecto, conviene diferenciar muy
claramente entre héroe y famoso (deportistas, figuras del cine o
la televisión, etc., cuyas acciones no contribuyen a dar un significado a la existencia humana ni aportan nada para mantener
la fe en unos valores realmente dignos). Se trata de personajes
que brillan fugazmente y pronto son olvidados y sustituidos por
otros. Un caso extremo es la tendencia actual a la creación de
auténticos antihéroes que hacen fortuna mostrando sus intimidades ante la curiosidad morbosa de los demás, quienes, contrariamente a lo que ocurre con los héroes, se sienten superiores en comparación con ellos.
A partir de estas premisas, expondremos las características de un
héroe clásico; destacan las siguientes:
Excepcionalidad, es decir, una naturaleza superior al resto de
los mortales, que se manifiesta en: el linaje (los héroes están
emparentados con los dioses, a veces son hijos de una divinidad); un nacimiento extraordinario (frecuentemente, como
consecuencia de su concepción divina: muchos de ellos suelen ser hijos de vírgenes); una infancia humilde y sin conocimiento de su verdadero linaje hasta que el éxito en sus hazañas (la marca por excelencia de su carácter heroico) deja patente su naturaleza excepcional. No obstante, reciben durante su niñez una educación especial a cargo de personajes
extraordinarios (por ejemplo, el centauro Quirón).
Realización de forma más o menos clara de un ritual de iniciación en la adolescencia, consistente en alguna hazaña que
pronto evidencia su condición heroica y descubre su verdadero linaje.
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Capacidades especiales: fuerza, valor, inteligencia, belleza, fortaleza, resistencia, etc., de entre las que destaca una en especial (en Hércules, su fuerza; en Ulises, su inteligencia; en
Aquiles, su valor, etc.).
Objetos especiales que le son propios. Constituyen una especie de continuación de su personalidad y llegan a formar una
parte esencial de su identidad: armas (espada, maza, arco,
casco, etc.); medios de locomoción (caballo, barco, sandalias,
botas, etc.); vestiduras (capa, traje, piel de algún animal, etc.).
nombre griego del dios
Zeus
nombre
romano
Júpiter
(imagen correspondiente
recortada de las láminas
incluidas al final del libro de
texto.)
atributos
funciones
rayo, cetro,
águila...
poder sobre el
cielo, fenómenos
atmosféricos...
otras informaciones
(epítetos, mitos en que interviene...)
(pueden añadirse a lo largo del curso.)
Gran capacidad de sufrimiento y sacrificio para realizar sus
hazañas que, unas veces, les son impuestas por los dioses y
otras, las busca siguiendo su propio afán de aventura. Su objetivo último siempre es conseguir la gloria personal. En relación con este aspecto, la generosidad y la capacidad de sacrificio que parece exigirse a los héroes de la vida real son ajenos
a los héroes mitológicos, puesto que todavía no existe conciencia del «yo». En el caso de los héroes clásicos, se ha dicho
que actúan de forma excepcional no por ser héroes, sino que
lo son precisamente porque llevan a cabo hazañas extraordinarias. Los motivos para realizarlas pueden ser diversos:
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_ La recuperación de un trono.
_ La venganza.
_ La expiación de una falta.
_ El afán de aventura, etc.
Caracter ajeno a la sociedad, ya que la mayor parte de su vida
transcurre al margen del espacio civilizado, lo cual explica:
_ Sus ataques de desmesura. Parecen contagiarse de la naturaleza salvaje de los monstruos contra los que deben luchar.
_ Su soledad. Tienen problemas en sus relaciones familiares y
suelen ser incapaces de llevar una vida normal. De hecho,
con alguna excepción, si no mueren jóvenes, envejecen con
dificultades.
Información
Esquema de la historia de Hércules
Alcmena es la esposa de Anfitrión, rey de Tebas.
Zeus se enamora de Alcmena y desea fervientemente unirse a
ella, que ama a su marido y no parece dispuesta a serle infiel.
Zeus, aprovechando que Anfitrión se ha marchado a guerrear
contra los telebeos, adopta su figura y acude al palacio.
Alcmena, sin sospechar nada, se une con el dios.
Apolo, para contribuir al placer de Zeus, obedece sus órdenes
y alarga la noche retrasando la aparición de la Aurora, la cual
anuncia la llegada del carro del Sol.
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En dicha unión Alcmena concibe un hijo, que cree de su
marido, puesto que ese mismo día regresa el verdadero
Anfitrión y también se une con su esposa. Fruto de esta última
unión, nace Ificles, hermano gemelo de Heracles.
Hera, esposa de Zeus, enterada de la aventura de su marido,
se encoleriza y trama la manera de vengarse.
Actividades
Antes de iniciar la lectura de los textos, conviene aclarar al alumnado que pueden encontrarse en la mitología griega diversas versiones de cada mito, debido al hecho de que en Grecia nunca
existió un libro sagrado como la Biblia que recogiera los diversos
relatos. Los mitos no sólo se transmitían por tradición oral, provocando variantes de las historias, sino que fueron la fuente de la
creación artística y literaria, lo que dio lugar a numerosas versiones, en muchos casos aparentemente contradictorias. Además, en
diferentes ciudades se introdujeron variaciones en la narración
de los mitos con fines políticos y de propaganda ideológica (por
ejemplo, los atenienses con la figura de Teseo o los espartanos
con la de Heracles).
1. En este texto, se debería comentar previamente que se trata
de la traducción en prosa de unos versos pertenecientes a un
poema épico y, a continuación, explicar someramente el funcionamiento de los epítetos homéricos que, aparte de ser un
procedimiento métrico, sirven para señalar las características
o cualidades esenciales de personas, animales y cosas.
También es necesario señalar el valor del sufijo -ida como patronímico: Persíada (hijo o descendiente de Perseo), Cronida
(hijo de Crono).
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Asimismo, junto con este texto, se incluye el primer ejercicio sobre los dioses olímpicos: se trata de que los alumnos recopilen los
datos básicos sobre las divinidades que aparecen. Encontrarán la
información en el pequeño diccionario del anexo. Se les puede
proponer que construyan fichero con los datos de cada dios o
héroe. A continuación, ofrecemos unos ejemplos:
Con la última cuestión se pretende que los alumnos ubiquen geográficamente el mito y que se familiaricen con el escenario de
la Antigüedad clásica. Para ello, deben fotocopiar el mapa
mudo incluido al final del libro, y facilitar, así, la corrección.
Los griegos suponían que la sede de los dioses se ubicaba en
el monte Olimpo, cuya cumbre suele estar envuelta en nubes
que ocultan a los mortales la visión de los palacios divinos.
Según Homero, las Horas, hijas de Zeus, son las encargadas de
extender estas nubes que esconden las puertas de entrada.
Heracles, desde el momento de su nacimiento, dio muestras de su
gran fuerza y corpulencia, como podrá verse en el texto 2b.
El gran juramento de los dioses lo instituyó el propio Zeus,
como garantía de la pervivencia en el mundo del orden establecido por el mismo dios. Estipuló la obligatoriedad de cumplirlo, condenando a los infractores a apartarse, en medio de
grandes padecimientos, de la comunidad de los dioses. Por
tanto, a Zeus, muy a su pesar, no le queda más remedio que
cumplir su predicción, por lo que debe beneficiar a Euristeo,
en vez de a su hijo Heracles, como era su deseo.
En una ocasión, Lino intentó castigarlo, pero Heracles montó en
cólera y lo golpeó con la lira, con lo que le causó la muerte (al respecto, se puede comentar que los héroes griegos, en su origen,
no actuaban de forma modélica, sino que eran frecuentes sus
manifestaciones de desmesura).
Ilitía, hija de Zeus y Hera, es la diosa de los partos, la cual
debe estar al lado de la parturienta para que ésta pueda dar a
luz. De ello se vale Hera para retrasar el nacimiento de Heracles, que permaneció así diez meses en el seno de su madre.
Cuando Heracles cumplió los dieciocho años, destacaba por su
gran estatura. Su primera hazaña (rito de iniciación) consistió en
matar al león del monte Citerón, que causaba grandes estragos
en la región.
Euristeo es nieto de Perseo (hijo de Zeus y Dánae, y otro de
los grandes héroes griegos) y primo hermano de Anfitrión y
Alcmena (por tanto, tío de Heracles). Nació sietemesino, ya
que Hera adelantó su alumbramiento para que pudiera reinar en Micenas, Tirinto y Midea, ciudades situadas en la región de la Argólide, en el Peloponeso.
En los cincuenta días que tardó en cazar y matar a este león, también dio muestra de su gran virilidad, ya que se instaló en el palacio
del rey Tespio, quien, deseoso de emparentar con un descendiente
de Zeus, cada noche ordenaba a una de sus cincuenta hijas que se
metiera en la cama del héroe, el cual creía que siempre era la
misma. De estas uniones nacieron cincuenta niños, los Tespiadas.
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Continuación del esquema de la historia de Hércules
Heracles demostró ser, desde el principio bastante indisciplinado,
lo que obligaba a Lino, su maestro de música, a reprenderlo continuamente.
Según algunas versiones, Anfitrión, temiendo el carácter irascible
de Heracles, decidió confiar su educación a Quirón, un centauro
sabio y bondadoso, maestro de héroes (entre ellos, de Aquiles).
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En el camino de regreso, Heracles liberó a los tebanos de pagar
un tributo al rey de Orcómeno. Como agradecimiento, Creonte,
el rey de Tebas, le dio en matrimonio a su hija mayor, Mégara.
b) Una vez que Heracles vuelve en sí, se da cuenta de su terrible crimen y se llena de desesperación. Así lo encuentra
Teseo, rey de Atenas.
Heracles vivió feliz con Mégara y tuvieron varios hijos (el número
varía según las versiones).
b1) Con el episodio de las serpientes, Hera continuó su persecución contra Heracles, iniciada ya desde el momento
mismo de su concepción, al retrasar su nacimiento. Pero este
suceso también sirvió para que Heracles evidenciara su condición de hijo de un dios, al ahogar con sus manos a los enormes reptiles.
Según la versión de Eurípides, en ausencia de Heracles, Lico mata
al rey Creonte y se apodera del trono de Tebas, mientras Mégara
y sus hijos se refugian en el altar de Zeus para evitar la muerte.
Cuando Heracles regresa, mata a Lico y se dispone a abrazar a su
esposa e hijos, pero sucede algo terrible.
2. a1) Heracles odia a Euristeo porque sabe que el trono que
ocupa le estaba destinado a él. De hecho, siempre sentirá
Argos como su patria y es en el Peloponeso donde se establecerán sus descendientes. Por eso, los espartanos se consideraban descendientes de los Heraclidas.
a2) Las confunde con los hijos de Euristeo.
a3) Las Gorgonas eran monstruos femeninos (se verán en la unidad 3) que tenían el poder de petrificar a quien las mirase.
a4 y a5) Entre las características de la diosa Atenea está su
especial predilección por los grandes héroes, a los que en
todo momento suele proteger. En el caso de Heracles, con su
ayuda trata de contrarrestar el odio de Hera y favorecer así a
uno de los hijos predilectos de Zeus.
a6) Entre los atributos de Heracles, figura la piel del león de
Nemea que, por ser invulnerable a las flechas y las lanzas,
utilizará como coraza, y la gran maza o clava, símbolo de su
gran fuerza física, la cual él mismo talló a partir del tronco
de un olivo.
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b3) Heracles piensa en suicidarse, pero Teseo lo disuade
haciéndole ver que incluso los dioses están obligados a asumir
sus propias faltas y los errores impuestos por el destino. Sería
un acto de soberbia que los dioses se sometieran al destino y
un mortal no.
b4) La purificación es un ritual de la religión griega mediante el cual los mortales limpiaban sus faltas, si bien siempre
tenían que expiar su responsabilidad con alguna acción compensatoria. En nuestros días, la confesión es el ritual de purificación por excelencia de la religión católica.
b5) La ilustración reproduce un fresco romano donde se
representa a Heracles ahogando a las serpientes, ante la admiración de Alcmena y Anfitrión.
3. Nos apartamos aquí de la versión de Eurípides, que intercala,
en medio de los trabajos, el episodio del ataque de locura de
Heracles y el asesinato de su mujer e hijos, situándolo tras su
regreso del Hades. Sobre los 12 Trabajos, existen también
diversas versiones que explican, de forma distinta, las razones
por las que Heracles se ve obligado a someterse a la voluntad
de Euristeo. Pero todas ellas coinciden en resaltar el contras-
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te entre el héroe y Euristeo, un hombre con deformidades físicas y miedoso, que no sabe estar a la altura del poder que
Zeus, a pesar suyo, le concedió.
3.1 Esta actividad puede requerir algún tiempo, si se confecciona el mural en clase y se exponen oralmente los 12 Trabajos. Para abreviar se puede pedir que se elabore, en casa, un
panel en una cartulina donde se explique cada uno, acompañado de alguna ilustración. Para evitar que los alumnos se
limiten a copiar los datos de forma literal, se les propone que
estructuren la información siguiendo un esquema similar a
éste:
– Nombre del trabajo.
– Petición de Euristeo.
– Características del objeto, animal o monstruo sobre el que
versa el trabajo.
– Lugar donde sucede.
– Adversarios contra los que Heracles debe luchar y peligros
que ha de superar.
– Personas que ayudan a Heracles en su empresa y/o medios
que utiliza para conseguir su objetivo.
– Destino final del objeto o trofeo obtenido, y reacción de
Euristeo.
Los 12 trabajos de Hércules
1. El león de Nemea. El león de Nemea es un monstruo hijo de
Ortro y Equidna, y nieto de Tifón. Es hermano de otro monstruo,
la Esfinge de Tebas. Hera lo educó –o tal vez la diosa de la Luna,
Selene, que lo habría entregado en préstamo a Hera– y lo llevó a
la región de Nemea, donde asolaba el país, devorando a sus habi-
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tantes y ganados. Este león tenía por guarida una caverna con dos
accesos, y era invulnerable. Heracles empezó por dispararle flechas, pero sin resultado; entonces, amenazándolo con la maza, le
obligó a entrar en la cueva y clausuró una de las entradas. Lo cogió luego entre sus brazos y lo ahogó. Muerta ya la fiera, Heracles
la despellejó y se revistió con su piel; la cabeza le sirvió de casco.
Cuenta Teócrito que el héroe estuvo largo tiempo perplejo ante
esta piel, que ni el hierro ni el fuego podían rasgar. Finalmente,
se le ocurrió la idea de romperla con las propias garras del monstruo, con lo que consiguió su propósito. Heracles llevó el león a
Micenas, y Euristeo se asustó tanto del valor del héroe, capaz de
abatir un monstruo semejante, que le prohibió la entrada en la
ciudad, ordenándole que, en adelante, dejase su botín ante las
puertas de ésta. Para perpetuar la hazaña de Heracles, Zeus puso
al león entre las constelaciones.
2. La hidra de Lerna. Al igual que el león de Nemea, la hidra de
Lerna es un monstruo, hija de Equidna y Tifón. La crió Hera para
que sirviese de prueba a Heracles, debajo de un plátano, cerca de
la fuente de Amimone. Se representa esta hidra como una serpiente de varias cabezas, cuyo número varía desde cinco o seis
hasta cien, según los autores. A veces, incluso se tenían por cabezas humanas. El hálito que salía de sus fauces era mortal: quienquiera que se acercase, incluso mientras el monstruo dormía, moría infaliblemente. Devastaba también las cosechas y los ganados
del país. Para combatirla, Heracles utilizó flechas encendidas;
pero también se dice que le cortó las cabezas con una harpe (especie de cimitarra). Le ayudó en esta hazaña su sobrino Yolao,
ayuda muy necesaria, pues de cada cabeza cortada surgía otra
nueva. Para impedir que volvieran a salir, Heracles cauterizaba
con fuego cada herida, lo que hacía imposible que la carne creciera de nuevo. Una vez muerto el monstruo, el héroe empapó
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sus flechas con la sangre de la hidra, que era venenosa, y de esta
manera convirtió las heridas que causaban en irremediablemente mortales.
3. El jabalí de Erimanto. Euristeo le encargó traer vivo un monstruoso jabalí que vivía en el monte Erimanto. Heracles, con sus
gritos, forzó al animal a salir a su encuentro; después lo obligó a
ir hasta una zona cubierta de una capa espesa de nieve, fatigándolo de tal modo que logró capturarlo. Con el animal sobre sus
espaldas, regresó a Micenas. Al verlo, Euristeo, aterrorizado, se
ocultó en una tinaja. En Cumas se enseñaban los colmillos de este
jabalí, conservados como un exvoto.
4. La cierva de Cerinia. El cuarto trabajo que Euristeo impuso a
Heracles fue la captura de una cierva que habitaba en Énoe.
Eurípides cuenta, simplemente, que era un animal de gigantesco
tamaño que asolaba las cosechas. Heracles la mató y consagró su
cornamenta en el templo de Ártemis. Pero esta versión presenta
contradicciones con la leyenda tal como se cuenta generalmente,
y tiene por objeto borrar del ciclo lo que parecía un rasgo de
impiedad del héroe. Esta cierva, según Calímaco, era una de las
cinco que Ártemis había encontrado paciendo en el monte Liceo.
Todas tenían cornamentas de oro y eran mayores que toros. La
diosa se quedó con cuatro, que enganchó a su cuadriga; pero la
quinta, por orden de Hera, se refugió en el monte Cerinia, y con
el tiempo sirvió como prueba a Heracles. El animal estaba consagrado a Ártemis, y se dice que llevaba un collar con la inscripción
«Taigeto me ha dedicado a Ártemis». Matarla, e incluso tocarla,
era, por tanto, un acto impío.
Esta cierva era muy veloz. Heracles la persiguió un año entero sin
alcanzarla; sin embargo, acabó fatigándose y buscó refugio en el
monte Artemisio. Como Heracles iba tras ella sin descanso, mien-
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tras cruzaba un río, el héroe la hirió levemente con una flecha,
después de lo cual le fue muy fácil apresarla y cargarla sobre sus
hombros. Sin embargo, cuando atravesaba Arcadia, se encontró
con Ártemis y Apolo; ambas divinidades quisieron quitarle el animal, que les pertenecía y, además, lo acusaron de haber intentado matarlo, lo cual constituía un sacrilegio. Heracles salió del
apuro cargando la responsabilidad a Euristeo, hasta el extremo
de que los dioses le devolvieron la cierva y lo autorizaron a proseguir su camino. Píndaro da una versión mítica de esta persecución. Según él, Heracles siguió la cierva hacia el norte, a través
de Istria, el país de los Hiperbóreos, e incluso el de los Bienaventurados, donde Ártemis lo acogió benévolamente.
5. Las aves del lago Estinfalo. Las aves que vivían en una espesa selva
a orillas del lago Estinfalo, en Arcadia, habían huido en otro tiempo de una invasión de lobos. Se habían multiplicado en proporciones extraordinarias, hasta el punto de convertirse en una plaga
para los países vecinos. Devoraban los frutos de los campos y destruían las cosechas; por eso Euristeo ordenó a Heracles que
acabase con ellas. La dificultad residía en obligarlas a salir de su
tupido bosque. Para conseguirlo, el héroe recurrió a unas castañuelas de bronce, que él mismo se fabricó o, en otras versiones,
que le había dado Atenea, elaboradas por Hefesto. El ruido de
este instrumento asustó a las aves, por lo que abandonaron la
espesura, y Heracles pudo derribarlas fácilmente a flechazos.
Otras tradiciones presentan estos animales como aves de rapiña
que devoraban incluso a las personas. También se decía que sus
plumas eran de acero, agudísimas, y que las disparaban como flechas contra sus enemigos.
6. Los establos del rey Augias. Augias era rey de Élide, en el
Peloponeso, e hijo de Helio (el Sol). Había heredado de su padre
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numerosos rebaños, pero no se cuidaba de quitar el estiércol que
iba depositándose en los establos, con lo que el suelo quedaba
privado de abonos y el país condenado a la esterilidad. Por orden
de Euristeo, quien quería humillar al héroe imponiéndole un trabajo de esclavos, Heracles tuvo que encargarse de limpiar estos
establos. Pero antes de hacerlo, estipuló con Augias un salario;
según unos, el rey se comprometía, si Heracles conseguía realizar
la limpieza en un día, a entregarle parte de su reino; según otros,
tenía que darle, en iguales condiciones, la décima parte de sus
rebaños. Heracles realizó la proeza concentrando en el patio del
establo, tras desviarlos, el curso de dos ríos, el Alfeo y el Peneo. Sin
embargo, Augias le negó el salario convenido, y llegó incluso a desterrar al héroe de su reino. Más tarde, éste emprendió una guerra
contra él.
7. El toro de Creta. El toro de Creta es el animal que, según unos,
había raptado a Europa por cuenta de Zeus y, según otros, había
sido amante de Pasífae, esposa de Minos, rey de Creta.
Finalmente, una tercera tradición lo presenta como un toro milagroso, salido del mar, un día en que Minos había prometido a
Posidón sacrificar lo que apareciese en la superficie de las aguas.
Pero Minos, al ver la belleza del toro, lo quiso guardar como
semental y lo envió a sus rebaños, de forma que sacrificó al dios
otro menos precioso. Posidón se vengó volviendo furioso al animal. Este toro que, como algunos autores aseguran, lanzaba
fuego por la nariz, era el que Heracles debía traer vivo, por orden
de Euristeo. El héroe pasó, pues, a Creta y pidió la ayuda de
Minos; éste se la negó, pero lo autorizó a apresar el animal a condición de hacerlo solo. Heracles capturó el toro, regresó con él a
Grecia y lo presentó a Euristeo, quien quiso dedicarlo a Hera. Sin
embargo, la diosa se negó a aceptar un presente ofrecido en nombre de Heracles y soltó a la bestia, que recorrió la Argólide, cruzó
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el istmo de Corinto y llegó al Ática.
8. Las yeguas de Diomedes. Diomedes era un rey de Tracia, propietario de unas yeguas que se nutrían de carne humana. Eran cuatro, y se llamaban Podargo, Lampón, Janto y Deino. De las dos tradiciones relativas a esta leyenda, la más antigua cuenta que Heracles partió solo a Tracia por vía terrestre, y entregó a Diomedes
a la voracidad de sus animales, después de lo cual, éstos, saciados,
se dejaron conducir sin dificultad.
9. El cinturón de la reina Hipólita. A petición de Admete, hija de
Euristeo, Heracles se dirigió al reino de las Amazonas a la conquista del cinturón de su reina, Hipólita. Se dice que este cinturón era el del propio Ares, que lo había entregado a Hipólita para
simbolizar el poder que ella poseía sobre su pueblo. Heracles se
embarcó con varios compañeros voluntarios en una sola nave, y,
tras numerosas aventuras, llegó al puerto de Temiscira, el del país
de las Amazonas. Allí Hipólita accedió de buen grado a cederle su
cinturón, pero Hera, disfrazada de Amazona, suscitó una disputa
entre los hombres del séquito de Heracles y las Amazonas. Se
entabló una batalla campal, y Heracles, creyéndose traicionado,
mató a Hipólita. Otras tradiciones cuentan, por el contrario, que
se rompieron las hostilidades con el desembarco de Heracles y
sus compañeros. Una de las amigas (o la hermana) de Hipólita,
Melanipa, cayó prisionera en la acción y, para rescatarla, Hipólita
concertó una tregua, en la que entregó su cinturón a cambio de
la libertad de Melanipa.
10. Los bueyes de Geriones. Geriones era un gigante monstruoso que
poseía tres cabezas y un cuerpo triple hasta las caderas. Era hijo
de Crisaor y, por tanto, nieto de Posidón y la Gorgona Medusa.
Tenía grandes manadas de bueyes, que guardaba su pastor Euritión en la isla de Eritia. Euritión tenía como auxiliar al mons-
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truoso perro Ortro, nacido de Tifón y Equidna. Esta isla estaba
situada en el occidente extremo, y también en ella el pastor
Menetes guardaba los rebaños de Hades. Euristeo envió allí a
Heracles, con la orden de traerle los preciosos bueyes. La primera dificultad era cruzar el Océano, y, para resolverla, el héroe
pidió prestada la copa del Sol. Era ésta una gran copa en la que
el Sol se embarcaba todas las noches, cuando llegaba al río
Océano para regresar a su palacio situado en el oriente del
mundo. Pero el Sol no se la cedió espontáneamente. Mientras el
héroe atravesaba el desierto de Libia, el calor solar lo incomodó
tanto que amenazó al astro con dispararle sus flechas. Éste le
pidió que no lo hiciese, y Heracles accedió a condición de que le
prestase su copa para cruzar el Océano hasta Eritia; el Sol aceptó
el trato. Luego, una vez embarcado, el héroe tuvo que amenazar
al dios Océano con sus flechas, ya que, para ponerlo a prueba, lo
sacudía con cierta rudeza sobre las olas. Esta divinidad tuvo
miedo, de forma que la travesía fue tranquila en lo sucesivo, hasta
la llegada a Eritia. Allí lo vio el perro Ortro y se lanzó contra él,
pero Heracles lo abatió de un mazazo. Otro tanto le ocurrió al
boyero Euritión, que había acudido en auxilio de su perro. Luego
partió con los bueyes. Menetes, el pastor de Hades, testigo presencial de la escena, corrió a avisar a Geriones, quien se presentó
al momento y dio alcance a Heracles en las márgenes del río
Ántemo, y le atacó, pero no tardó en caer bajo las flechas del
héroe. Entonces éste embarcó los animales en la copa del Sol y
puso rumbo a la orilla opuesta del Océano, a Tartesos.
Durante este viaje de regreso de Heracles a Grecia, acontece la
mayoría de las aventuras que se le atribuyen en el occidente mediterráneo. Cuéntase que, ya en el viaje de ida, había liberado a
Libia de un gran número de monstruos, y que, como recuerdo de
su paso por Tartesos, había erigido dos columnas, una a cada lado
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del estrecho que separa Libia de Europa: son las Columnas de
Hércules (el peñón de Gibraltar y el de Ceuta).
11. El can Cerbero. El undécimo trabajo que Euristeo impuso a
Heracles consistió en enviarle al Hades, el país de los muertos,
con la orden de que le trajese el perro Cerbero. Este monstruo
tenía tres cabezas de perro, un rabo acabado en una especie de
dardo de escorpión y multitud de serpientes en su espalda. Se
dice que era hijo de Equidna y Tifón y, por tanto, hermano de Ortro, el perro de Geriones, de la hidra de Lerna y del león de
Nemea. Heracles, pese a su valor, no habría podido salir victorioso de esta empresa, si, por mandato de Zeus, no le hubiesen ayudado Hermes y Atenea. Ante todo, se hizo iniciar en los misterios
de Eleusis, que precisamente enseñaban a los creyentes la manera de llegar, con plena seguridad, al otro mundo después de la
muerte. Según la tradición más generalmente admitida, Heracles,
para bajar a los Infiernos, tomó el camino del lago Ténaro. Pero
los habitantes de Heraclea del Ponto creían que había descendido y regresado por una misma boca: la boca del Infierno, situada
cerca de su ciudad. Al verlo llegar a su reino, los muertos sintieron miedo y huyeron; sólo dos le aguardaron: la Gorgona Medusa
y el héroe Meleagro. Heracles desenvainó la espada para acometer a la primera, pero Hermes, quien le guiaba, le advirtió que era
sólo una sombra vana. Contra Meleagro tensó el arco, pero él se
le acercó y le relató su muerte en términos tan conmovedores que
Heracles no pudo contener las lágrimas. Le preguntó si le quedaba alguna hermana; Meleagro le contestó que Deyanira aún
vivía y el héroe le prometió casarse con ella. Más allá encontró a
Teseo y Pirítoo, que estaban vivos, pero Hades los tenía encadenados por haber llegado hasta su mansión para llevarse a
Perséfone. Heracles, con permiso de Perséfone, libertó a Teseo,
mas Pirítoo tuvo que quedarse en los Infiernos, como castigo a su
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audacia. Para dar sangre a los muertos, quienes mediante libaciones sangrientas pueden recuperar un poco de vida, Heracles ideó
sacrificar algunos animales de los rebaños de Hades. Al verlo, el
pastor Menetes trató de oponerse, pero Heracles lo agarró por la
cintura, de manera que le quebró varias costillas, y lo habría matado de no interceder Perséfone por él. Finalmente, Heracles se
presentó ante Hades y le pidió autorización para llevarse a Cerbero. El dios accedió, pero con la condición de que debía dominar al animal sin recurrir a sus armas habituales, revestido únicamente con su coraza y su piel de león. El héroe atacó a Cerbero,
luchó contra él a brazo partido, agarrándolo por el cuello y casi
ahogándolo, hasta que consiguió someterlo. Subió luego a la tierra con su botín, y salió por la boca del Infierno situada en
Trecén. Al ver a Cerbero, Euristeo experimentó tal terror que
corrió a ocultarse en la tinaja, su habitual refugio. No sabiendo
qué hacer con el perro, Heracles lo devolvió a su dueño, Hades.
12. Las manzanas de las Hespérides. Cuando aconteció la boda de
Hera con Zeus, la diosa Gea (la Tierra) había regalado a la novia,
como presente nupcial, unas manzanas de oro, que Hera encontró maravillosas, hasta el punto de haberlas mandado plantar en
su jardín de las inmediaciones del monte Atlas. Como las hijas de
Atlante solían ir a saquear este jardín, la diosa confió la custodia
del árbol maravilloso con sus manzanas a un dragón inmortal de
cien cabezas, nacido de Tifón y Equidna. Asimismo, colocó como
guardianas a las tres ninfas del atardecer, las Hespérides, llamadas
Egle, Eritia y Hesperaretusa, es decir, «la Resplandeciente», «la
Roja» y «la Aretusa de Poniente», nombres que recuerdan los matices del cielo cuando el Sol va hacia el ocaso. Las manzanas de
este lugar son las que Euristeo ordenó traer a Heracles.
El Jardín de las Hespérides se ubica tanto al oeste de Libia, como
al pie del Atlas, o en el país de los Hiperbóreos. La primera
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preocupación de Heracles fue la de conocer el camino que conducía al país de las Hespérides. Para ello, partió en dirección
norte y supo, por una ninfa, que sólo el dios marino Nereo podría
informarle sobre el país que buscaba. Las ninfas lo llevaron ante
Nereo mientras éste dormía, y, aunque el dios adoptó toda clase
de formas, Heracles lo ató fuertemente y no consintió en soltarlo
hasta que le hubo revelado el lugar donde se hallaba el Jardín de
las Hespérides. Realizó un complicado itinerario que le llevó por
Libia, Egipto, Asia Menor y Arabia, y desde allí, hacia el Norte,
hasta el pie del Cáucaso. Durante la ascensión de esta montaña,
liberó a Prometeo, cuyo hígado devoraba un águila y se regeneraba al momento. Agradecido, el titán le aconsejó que no cogiera con su propia mano las manzanas maravillosas, sino que encomendara esta misión a Atlante. Heracles prosiguió su camino y
llegó finalmente al país de los Hiperbóreos; fue al encuentro del
gigante Atlante, quien sostenía el Cielo sobre sus hombros, y le
ofreció aliviarlo de su carga el tiempo que necesitara para ir a
recoger tres manzanas de oro en el Jardín de las Hespérides, el
cual se hallaba contiguo. Atlante aceptó de buen grado; pero, a
su regreso, declaró a Heracles que él mismo llevaría los frutos a
Euristeo, y entretanto el héroe seguiría sosteniendo la bóveda
celeste. Éste simuló consentir en ello; sólo pidió a Atlante que lo
descargase por un momento, el tiempo necesario para ponerse
una almohada en los hombros. El gigante accedió sin recelo, pero
Heracles, tan pronto se vio libre, cogió las manzanas que Atlante
había dejado en el suelo y emprendió la fuga. Según otras tradiciones, Heracles no necesitó la ayuda de Atlante, sino que mató
al dragón de las Hespérides, o lo durmió, y se apoderó de los
áureos frutos. También se cuenta que las Hespérides, desesperadas por haber perdido las manzanas que debían custodiar, se
transformaron en árboles: un olmo, un sauce y un álamo, a cuya
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sombra se refugiaron más tarde los Argonautas. El dragón fue
transportado al cielo, donde se convirtió en constelación: la
Serpiente. Heracles, en posesión ya de las manzanas de oro, las
llevó fielmente a Euristeo. Pero éste, cuando las tuvo en sus
manos, no supo qué hacer con ellas y las devolvió al héroe, quien
las ofreció a Atenea. La diosa las restituyó al Jardín de las
Hespérides, pues la ley divina prohibía que estuviesen en otro
lugar que no fuese aquél. (P. Grimal).
3.2 Tradicionalmente, los seis primeros trabajos se sitúan en el
Peloponeso y los seis restantes, en el resto del mundo conocido
en aquella época. Es conveniente ofrecer al alumnado la siguiente información para que, en una fotocopia del mapa mudo, señalen los lugares y coloquen junto a ellos, mediante un número o el
nombre, el trabajo correspondiente:
León de Nemea (monte Citerón)
Hidra de Lerna (Argos)
Jabalí de Erimanto (cerca de Acaya)
Cierva de Cerinia (cerca de Corinto)
Aves del lago Estinfalo (cerca de Olimpia)
Establos de Augias (Elis)
Toro de Creta
Yeguas de Diomedes (Tracia)
Amazonas (centro de Asia Menor)
Gerión (Cádiz)
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Trecén (sur del Ática)
Hespérides (cordillera del Atlas)
Continuación del esquema de la historia de Hércules
4. a) Cuando Heracles bajó al Hades, se encontró con Meleagro
y, conmovido por su muerte, le prometió casarse con su hermana Deyanira. Ésta es la narradora del texto.
Al terminar los trabajos, Heracles se dispuso a cumplir su promesa, por lo que fue a Calidón para pedirla en matrimonio a
su padre Eneo. Sin embargo, la muchacha ya tenía otro pretendiente.
a2) Tal vez, de la misma manera que el agua puede adaptarse a la forma del recipiente que la contiene, también las divinidades relacionadas con ella poseen el poder de metamorfosearse.
a4) En Grecia era el padre o, en su defecto, el tutor quien
decidía el matrimonio de una mujer.
a6) La ilustración muestra una cerámica griega de figuras
rojas, donde se representa a Heracles sujetando con sus poderosos brazos al río Aqueloo, representado con cuernos y con
cola de serpiente. De esta manera, se funden en una sola imagen dos de las identidades de Aqueloo, descritas por Deyanira. El lenguaje pictórico se permite estas licencias para poder
ofrecer la máxima información.
Continuación del esquema de la historia de Hércules
b) Tras residir un tiempo en Calidón, Heracles abandonó
esta ciudad con su esposa Deyanira. En el viaje utilizaron los
servicios del centauro Neso, quien ayudaba a los viajeros a
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cruzar el río Eveno. El centauro cruzó en primer lugar al
héroe, y, cuando transportaba a Deyanira, trató de violarla, lo
que Heracles impidió matándolo con una flecha.
Heracles y Deyanira se instalaron en la casa de Ceix, acogiéndose a su hospitalidad, a cambio de la cual Heracles realizó
varias expediciones guerreras para él. En una de ellas, causó
la muerte a Ífito, hijo de Éurito, rey de Ecalia, en un acceso de
locura. Para purificarse de este crimen fue de nuevo a Delfos,
pero la Pitia se negó a contestarle. Heracles, encolerizado,
amenazó con saquear el santuario y robar el trípode sagrado.
Apolo acudió en auxilio de su sacerdotisa y se entabló una
lucha entre ambos. Zeus, con un rayo, puso fin a este enfrentamiento entre hermanos. La Pitia dijo a Heracles que, para
expiar su crimen, debía servir un año como esclavo de Ónfale,
reina de Libia. Ónfale le obligó a realizar varias proezas, así
como a vestirse de mujer e hilar la lana, mientras ella se apoderaba de su maza y vestía la piel del león.
Una vez finalizado este nuevo periodo de servidumbre,
Heracles volvió a Ecalia en busca de Yole, la hija de Éurito, de
quien se había enamorado. Como Éurito se negó a sus deseos,
arrasó su ciudad, se apoderó de Yole, la convirtió en su concubina y regresó a casa de Ceix, donde le esperaban su esposa Deyanira y su hijo Hilas. Antes de llegar, se detiene para
dedicarle un sacrificio a Zeus, como agradecimiento por su
victoria.
b3) Los Centauros son seres híbridos, mitad caballo y mitad
hombre. Tienen el busto, y a veces las piernas, como los
humanos, pero la parte posterior, desde la grupa, es de caballo. Viven en los montes y bosques, y son seres salvajes que se
alimentan de carne cruda, famosos por su brutalidad y lujuria.
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Personifican, por tanto, los aspectos más violentos de la naturaleza salvaje. Sólo hay entre ellos dos excepciones: los centauros Folo y Quirón, quienes no sólo carecen del carácter
brutal de sus congéneres, sino que son sabios, benévolos, hospitalarios y amantes de los humanos.
b5) Deyanira en ningún momento quiere causarle daño a
Heracles, sino que su única aspiración es recuperar el amor
de su esposo. Por eso, no reacciona agresivamente ante la presencia de Yole ni se manifiesta celosa, sino triste, al verse desplazada por otra mujer más joven.
b6) La ilustración que acompaña este texto reproduce un
mosaico romano, donde se representa al centauro Neso con
Deyanira sobre su grupa. Él la abraza, mientras ella forcejea y
grita para evitarlo; Heracles le apunta con su arco.
c3) Una libación es un ritual consistente en derramar sobre el
suelo, en honor de los dioses, unas gotas de un líquido, antes
de beberlo.
c4) Sobre el final de Heracles, no deja de parecer una paradoja que el mayor héroe de la mitología griega, quien derrotó a tantos monstruos, muriese a causa de una mujer. Sin
embargo, tal vez porque ningún adversario podía vencerlo sin
menoscabar su condición heroica, tenía que morir a manos
de una figura que, dada su débil naturaleza, nunca puede ser
el oponente de un héroe.
c6) En la ilustración, se ve a Heracles subido ya a la pira (la
leña es visible), desnudo, como la pintura y escultura griegas
suelen representar a los héroes y dioses, y tumbado sobre la piel
del león, en el momento de entregar su arco a Filoctetes.
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d2 y d3) Al saber Deyanira que es la causante de la muerte de
su esposo, decide, sin ninguna duda, suicidarse. No actuó así
Heracles, cuando no sólo mató con sus propias manos a su
mujer, sino también a sus hijos. Es cierto que pensó en suicidarse, pero, finalmente, no lo hizo. Esta diferencia de actuación es el reflejo de la distinta valoración que los hombres y
las mujeres reciben en una cultura de ideología patriarcal.
Por este motivo, en las tragedias griegas las mujeres mueren
con mucha más frecuencia que sus maridos (Edipo y Yocasta,
Creonte y Eurídice).
e2) El fuego despoja a Heracles de su parte mortal para que,
purificado y libre de la corrupción que ésta supone, pueda llegar al Olimpo, donde finalmente se reconciliará con Hera y
vivirá como un dios inmortal.
e5) Los emperadores romanos solían representarse con los
atributos de Júpiter u otros dioses, como una manera de evidenciar su deificación y apoteosis post mortem. En este caso,
son bien evidentes los atributos propios de Heracles: la piel
del león y la clava.
f2) En el mundo griego, la apoteosis es propiamente la divinización de un héroe, como es el caso de Heracles. En el
mundo grecorromano se divinizaba también, con fastuosos rituales de homenaje, al fundador de una ciudad o a un benefactor eminente, y en Roma se celebraba la apoteosis de los
emperadores una vez muertos, quienes pasaban a recibir
culto. Por esta razón, hoy día hablamos de apoteosis, en sentido figurado, cuando asistimos a un homenaje fastuoso a un
personaje o colectividad, o para referirnos a un final, especialmente brillante, de un espectáculo teatral o musical donde
interviene toda la compañía. Asimismo, calificamos de apote-
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ósico a todo lo fastuoso y brillante, o a lo que se acompaña de
grandes manifestaciones de glorificación.
f3) Hebe es hija de Zeus y Hera, y su nombre significa «juventud». Su matrimonio con Heracles simboliza que el héroe no
sólo ha vencido a la muerte, sino a un aspecto todavía más
temible para los griegos: la vejez. Hebe, como buena hija, se
encargaba de servir la bebida a Zeus, papel que compartía con
Ganimedes.
5. A modo de ejemplo, se adjunta un esquema que puede servir
de guía a los alumnos para realizar esta actividad.
Dramatización: Hércules y las manzanas del Jardín de las
Hespérides
Primera escena
Un narrador explica al público quién es Hércules, por qué es
esclavo de Euristeo, quién es éste y dónde se encuentra en ese
momento el héroe (debe escribirse el texto del narrador).
Personajes: Hércules, esclavo, Euristeo (deben escribirse los
diálogos entre ellos).
Hércules vuelve de su décimo trabajo trayendo los bueyes
que ha robado a Geriones.
Un esclavo anuncia a Euristeo la llegada de Hércules.
Euristeo, asustado, se esconde en la vasija.
Euristeo encarga a Hércules un nuevo trabajo: robar las
manzanas del Jardín de las Hespérides.
Lugar: palacio de Euristeo (se debe describir el decorado y la
manera de vestir de los personajes, y especificar si hay música).
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Segunda escena
El narrador da a conocer al público quién es Prometeo y cómo
entabló amistad con Hércules, después de que éste lo liberara
del castigo impuesto por Zeus: estaba atado en el monte
Cáucaso y, todos los días, un águila le devoraba el hígado, que
por la noche le crecía de nuevo (debe escribirse el texto del
narrador).
Personajes: Hércules y Prometeo (se debe escribir el diálogo
entre ellos).
Hércules pregunta a Prometeo de quién son las manzanas
y dónde se hallan.
Prometeo se lo explica, le indica el camino y le aconseja
que no las recoja él, sino que debe conseguir que lo haga
Atlante.
Lugar: el campo (se debe describir el decorado y la forma de
vestir de los personajes, e indicar si se debe oír música).
Tercera escena
El narrador explica al público quién es Atlante, cómo Zeus, al
derrotar a los Titanes, lo condenó a sostener el mundo sobre
sus hombros, y dónde vive (debe escribirse el texto del narrador).
Personajes: Hércules y Atlante (debe escribirse el diálogo
entre ellos).
Hércules convence a Atlante de que vaya a buscar las manzanas, ofreciéndose a sustituirle en su tarea de sostener el
mundo.
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Lugar: cordillera del Atlas (se debe describir el decorado y los
vestidos de los personajes, y comentar si debe oírse música).
Cuarta escena
El narrador relata cómo Atlante con la ayuda de sus hijas,
quienes otras veces ya habían robado alguna manzana, consigue burlar al dragón y arrancar las frutas (debe escribirse el
texto del narrador)
Personajes: Hércules y Atlante (debe escribirse el diálogo
entre ellos).
Atlante se niega a formar de nuevo el mundo sobre sus hombros.
Hércules le engaña.
Lugar: cordillera del Atlas (se debe describir el decorado y los
vestidos de los personajes, y comentar si debe oírse música).
Actividades de refuerzo
1. a) «Existen varias leyendas que cuentan cómo Heracles, cuando todavía era un bebé, fue amamantado en el seno de Hera,
lo que se considera la condición necesaria para que el héroe
pudiera, tras su muerte, gozar de la inmortalidad. Para ello,
fue preciso recurrir a un ardid. Según ciertas tradiciones,
Hermes acercó el niño al pecho de la diosa dormida. Cuando
ésta se despertó, lo arrojó lejos de sí, pero ya era demasiado
tarde. La leche que fluyó de su pecho dejó en el cielo una
estela: la Vía Láctea (galaxia viene de la palabra griega galasías, «lácteo»). Otra tradición cuenta el episodio de modo distinto: Alcmena, temiendo los celos de Hera, habría expuesto
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al pequeño Heracles, recién nacido, en los alrededores de
Argos –y no de Tebas, como la verosimilitud parecería exigir
si esta leyenda se integrase en el ciclo tebano del héroe–, en
un lugar que, en lo sucesivo, se denominó Llanura de
Heracles. Atenea y Hera acertaron a pasar por allí. Atenea,
admirada ante el vigor y la belleza del recién nacido, pidió a
Hera que le diese el pecho. Así lo hizo la diosa, pero Heracles
chupó con tal violencia que la hirió; ésta, entonces, lo rechazó con viveza. Atenea lo recogió, lo entregó a Alcmena y le
ordenó que criase sin temor a su hijo» (P. Grimal).
b) Cuando Heracles fue en busca de los bueyes de Geriones,
en el viaje de ida, libró a Libia de un gran número de monstruos, y, como recuerdo de su paso por Tartesos, erigió dos
columnas, una a cada lado del estrecho que separa Libia de
Europa: son las Columnas de Hércules (el peñón de Gibraltar y el de Ceuta). En ellas grabó esta frase: Non plus ultra,
para indicar que más allá no había más tierra, sino únicamente el mar lleno de monstruos y calamidades. Cuando
Colón descubrió América, los Reyes Católicos colocaron en
su escudo esta frase, aunque suprimiendo, lógicamente, la
negación (Plus ultra); esta divisa todavía aparece en el escudo de España. En la actualidad, se utiliza para indicar que algo ha conseguido su máxima cima y no puede ser superado.
2. Trabajo y esclavitud en Grecia y Roma. Las clases
sociales
Aproximación inicial
Aunque Cristo predicó la igualdad de todos los seres humanos, la
Iglesia no abolió la esclavitud, que siguió siendo una realidad
durante toda la Edad Media cristiana. El descubrimiento de
América y su explotación económica por parte de las metrópolis
europeas propició, a partir del siglo XVI, un próspero comercio de
esclavos procedentes del África negra. Durante el siglo XVIII, la esclavitud fue duramente criticada por los filósofos ilustrados, sobre
todo por Voltaire y Montesquieu; por otro lado, los economistas
liberales señalaron su arcaísmo improductivo. Gran Bretaña encabezó el movimiento abolicionista, de forma que se condenó la
trata de negros en el Congreso de Viena (1815) y se prohibió la
esclavitud en 1833.
Todavía a comienzos del siglo XX existían Estados esclavistas;
Mauritania fue el último país en abolir la esclavitud (1980), pero,
en la práctica, sigue vigente de manera solapada en varios Estados
del Tercer Mundo. Además, nuestra época ha creado nuevas formas de esclavitud (comercio de niños, trata de blancas, explotación infantil, tanto laboral como sexual, etc.).
Según nuestro Código Civil, la ciudadanía o nacionalidad se
adquiere por dos derechos que derivan del sistema judicial romano: el ius sanguinis (derecho de sangre o ascendencia) o el ius soli
(nacimiento dentro del país). También se puede conseguir por
matrimonio con un ciudadano del país, o por residencia. Los
principales derechos del ciudadano son poder elegir y ser elegi-
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do para los órganos de gobierno, ser protegido por las leyes, acceder a la educación, la sanidad y el mundo laboral en igualdad de
condiciones con los demás ciudadanos. Los principales deberes
son someterse a las leyes del país, pagar impuestos y contribuir a
la defensa del mismo en caso de guerra. (En líneas generales,
éstos coinciden con los de los ciudadanos de la Atenas y Roma clásicas, como verán los alumnos en la «Información»).
Información
«Cornelia (siglo II a. de C.) es la hija de Escipión el Viejo. Su
padre la entregó en matrimonio a Tiberio Sempronio Graco.
Según algunos autores, como Livio, Valerio Máximo y Cicerón,
este matrimonio selló la reconciliación entre los dos hombres,
hasta entonces enemigos declarados. Ella dio a su marido doce
hijos, entre ellos Tiberio, uno de los mayores, y Cayo, uno de los
menores (los Gracos). Plutarco y otros autores la alaban como
una mujer, descendiente del poderoso y culto linaje de los
Escipiones, de conducta singular, con un papel importante en la
vida cultural y social de su época, y como la excelente educadora
de los Gracos.
Cornelia sufrió la muerte consecutiva de sus dos hijos Tiberio
y Cayo. En el año 124 a. de C., Nepote escribió una «carta»
de Cornelia a Cayo, donde lo apremia a la moderación y al
dominio del sentimiento de venganza.
En la historia de Roma, Cornelia aparece como un personaje
de gran nobleza. Es modelo de sobriedad y autodominio,
como si fuese pareja de Catón el Censor. Plutarco menciona
que la viuda rechazó una petición de matrimonio del rey egipcio Ptolomeo (VI o VII, ya que no está muy claro). Aunque este
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relato no ha tenido ninguna resonancia en otros autores, se le
concedió más notoriedad a la anécdota relatada por Valerio
Máximo, en el contexto de una serie de testimonios sobre la
renuncia a los artículos de lujo: cuando una matrona romana
presumía de sus joyas ante Cornelia, ésta le mostró a sus hijos
diciendo que ellos eran sus únicos y verdaderos tesoros».
(E. M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE, De Adriano a Zenobia.)
Actividades
1. La ilustración corresponde a un cuadro de Suvée, el cual
reproduce el interior de una casa romana, tal como se consideraba en la época del pintor. Las estatuas, colocadas en las
hornacinas abiertas en la pared, representarían a los antepasados, como corresponde a una familia de la nobleza de los
Gracos. Los alumnos deberían observar atentamente las
robustas columnas que enmarcan la escena por la derecha. En
el centro, aparece el personaje de Cornelia en el momento de
mostrar con orgullo sus hijos a otra matrona romana y pronunciar la famosa frase haec ornamenta sunt mea.
2. a1) El trabajo, para griegos y romanos, era una actividad realizada no por voluntad propia, sino por necesidad. Según
Aristóteles, el ocio era la condición inherente a una vida civilizada, pues ofrecía a los hombres libres la posibilidad de disfrutar de los placeres nobles de la vida. El trabajo envilece porque se considera una tarea de esclavos. El trabajo manual,
según Jenofonte, denigra al hombre, ya que lo debilita y lo
feminiza. En una mujer, por el contrario, el hilar y tejer la lana
se consideraba una ocupación que dignificaba, entre otras
razones porque las mujeres tenían vedada toda actividad pública.
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a4) Sólo la agricultura se consideraba una profesión digna del
hombre libre, entre otros motivos porque la posesión del
suelo era inseparable de la ciudadanía.
a5) En nuestra sociedad, el trabajo en el campo ha perdido la
aureola de nobleza que tenía en la Antigüedad clásica, si bien
hasta hace poco, en zonas como Andalucía, los grandes terratenientes todavía solían llamarse «labradores».
b1) Tanto Sócrates como Cicerón consideran indigno el trabajo manual, si bien en el caso del segundo la razón se debe
a su condición de trabajo asalariado, lo cual obliga a depender de la voluntad de quien paga, aunque excluye aquellas
actividades que requieren preparación intelectual.
b3) En la actualidad, la valoración del trabajo intelectual es
ambigua, ya que, si bien sigue gozando de un prestigio social
mayor que el trabajo manual, no siempre es el mejor remunerado (suele ser proverbial el comentario de que un fontanero gana más dinero que muchas personas con estudios universitarios).
b4) La ilustración muestra un relieve romano que representa
a un maestro en clase (más que a un pedagogo, cuya misión
principal es acompañar al niño a la escuela), mientras desenrolla un papiro para leerlo a sus alumnos.
c1) Es uno de los textos más conocidos de Aristóteles. En él
justifica la inferioridad de los esclavos y de las mujeres por un
imperativo de la naturaleza difícilmente argumentable, como
lo es cualquier manifestación de racismo.
c3) La Declaración de Independencia de los EE.UU. de América (1776) sostiene ya por evidentes en sí mismas estas verda-
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des: que todos los hombres son creados iguales; que su creador les ha dotado de ciertos derechos inalienables, entre los
cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
de la revolución francesa (1789), cuyo lema es «Libertad,
igualdad, fraternidad», proclama en su art. 1.º: «Los hombres
nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en el bien común.
Finalmente, la Declaración Universal de Derechos Humanos
(1948) sentencia en su art. 4.º: «Nadie estará sometido a esclavitud ni servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están
prohibidas en todas sus formas».
c5) El voto para las mujeres no se consiguió hasta el siglo XX.
Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, distintos
grupos de mujeres, sobre todo en Gran Bretaña y EE.UU.,
aunque también en otros lugares, exigieron la modificación
de la ley electoral y el voto femenino. En 1917, se concedió el
derecho al voto a las mujeres cabeza de familia mayores de 30
años. En 1928, se consiguió en Gran Bretaña el voto para
todas las mujeres. En España, el voto femenino se aprobó en
1932, con la Segunda República.
d1) Los últimos tiempos de la República, debido fundamentalmente a las diferencias económicas existentes entre la
población, estuvieron agitados por guerras civiles que ensangrentaron diversas provincias del imperio. En la península
Itálica, los grandes propietarios que formaban la oligarquía
senatorial fueron acaparando las tierras propiedad del Estado
(ager publicus), procedentes de la conquista, lo que provocó la
ruina de los pequeños campesinos, ya que, al no poder competir con los precios de los grandes latifundios, se endeuda-
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ban, hipotecaban la tierra y la perdían. Así pasaban a formar
parte de los plebeyos, predispuesto a todo tipo de desórdenes
callejeros, que hicieron peligrar la seguridad interna de
Roma. Anteriormente, una salida fácil era enrolarse en el ejército, donde se recibía una paga y, al licenciarse, una tierra en
cualquier provincia. El ejército era, pues, gigantesco, ya que se
necesitaban muchos soldados para las múltiples guarniciones
de todos los territorios, pero con la ruina de los campesinos
romanos (sólo podían ser reclutados los que poseían tierras),
de los que fundamentalmente se nutrían las legiones, se produjeron grandes problemas para el sostenimiento de éstas.
Los tribunos intentaron promulgar una ley agraria que limitara los latifundios y repartiera el ager publicus entre todos,
pero no lo consiguieron. Los conflictos sociales que esto generaba, junto con los problemas ocasionados por la administración directa de un imperio territorial que ya abarcaba todo el
entorno del Mediterráneo, dieron lugar a una fractura de la
sociedad romana entre los que detentaban el poder político y
económico (clases senatorial y ecuestre) y los sometidos. Las
luchas civiles producidas por todo ello causaron la crisis de la
República y provocaron un cambio en la forma de gobierno.
d5) La ilustración reproduce una conocida estatua de un patricio llevando, en una ceremonia, las máscaras de sus antepasados. Éste era un privilegio exclusivo de la clase senatorial.
Los bustos se guardaban en casa y se elaboraban a partir de la
mascarilla mortuoria del difunto, confeccionada con cera.
f) En este texto, se refleja perfectamente, con el tono satírico propio de la obra a la que pertenece, el paso de un esclavo a liberto y la condición de ambos estados en la Roma
imperial.
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Actividades de refuerzo
3. La idea de que la esclavitud desapareció de la Europa occidental a fines de la Edad Media, es totalmente infundada. El
profesor Domínguez Ortiz ha demostrado que el número de
esclavos en Castilla alcanzó su máximo a fines del siglo XVI;
eran unos cien mil, concentrados sobre todo en las ciudades
andaluzas. Sin embargo, la esclavitud europea tiene escasa
importancia comparada con la ultramarina. El descubrimiento de América abrió unas posibilidades de expansión ilimitadas a la agricultura de plantación dedicada a productos tropicales (caña de azúcar, café, tabaco, cacao), para su exportación. Para ello, se necesitaba disponer de mano de obra adecuada, y esta mano de obra compatible con el duro trabajo en
las plantaciones de Brasil o de las Antillas fue el negro africano, cuya captura se produjo en tal escala que provocó el
empobrecimiento del continente africano. Se ha calculado
que, en cuatro siglos, se transportaron de África a América
unos doce millones de esclavos, pero incluso esta cifra traduce mal la magnitud de las pérdidas, ya que a ella hay que
sumar las muertes acontecidas durante las expediciones de
captura y las defunciones en el curso del viaje (éstas, con frecuencia, significaban la pérdida de la mitad del cargamento
humano), sin contar que se seleccionaba a los individuos jóvenes y robustos. Los portugueses fueron quienes iniciaron este
comercio del negro a gran escala, a mediados del XV, y convirtieron sus establecimientos coloniales (Angola, Guinea) en
centros de captura y trata de esclavos. Un breve del papa
Nicolás V, emitido en 1452, les autorizaba a conquistar las tierras africanas en poder de los sarracenos y a esclavizar a sus
habitantes. Era como una continuación de la reconquista, llevada ahora a suelo africano. La Iglesia no se opuso, por tanto,
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a la captura y venta de esclavos. Los portugueses, que habían
iniciado el cultivo de la caña de azúcar en las islas del Atlántico, lo implantaron con éxito en ciertas regiones de Brasil;
pero la mano de obra indígena no hubiera bastado para ello,
pese a las expediciones de captura de indios a las que se dedicaban sistemáticamente los bandeirantes. Así pues, el desarrollo de la primera producción azucarera hubiera sido imposible en Bahía o Pernambuco sin las crecidas importaciones de
esclavos, de modo que pudo llegar a decirse: Brasil tiene su
cuerpo en América y su alma en África. De esta manera, se
formó una sociedad esclavista cuyos dos polos, contrapuestos
e integrados, eran la casa grande del dueño y la senzala del
esclavo.
La esclavitud en la América española: los asientos. La importación de esclavos negros parece haberse iniciado muy tempranamente en la América española, tanto que en 1516 el cardenal Cisneros prohibió que fueran llevados más negros a las
Antillas, temeroso de las consecuencias que podía acarrear su
multiplicación. Pero, como las leyes españolas se opusieron
muy pronto a la esclavización de los indígenas americanos
(aunque se buscaron diversos modos de burlarlas y en uno y
otro lugar del continente hubo esclavos indios hasta fines del
siglo XVII), puesto que, a diferencia de lo que sucedía con los
negros, no parecía haber justificación moral para someterlos
a servidumbre, el propio padre Las Casas propugnó la importación de esclavos africanos para liberar a los indios de los trabajos pesados; estos esclavos se destinaban a las minas, ya que
se les consideraba inútiles para la agricultura. El comercio de
esclavos estuvo raras veces en manos de españoles, quienes no
dispusieron de factorías africanas donde proveerse de trabajadores forzados. La Corona concedía licencias particulares a
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quienes deseaban llevar negros a América, o concertaba un
asiento para introducir un número determinado de esclavos
en unos años. Los primeros asientos se establecieron con
negociantes alemanes; en la primera mitad del siglo XVII se
otorgaron con frecuencia a portugueses, y en la segunda mitad, a holandeses, con diversas excepciones, como la de 1677,
en que se hizo cargo del asiento el comercio y consulado de
Sevilla. En 1696, se otorgó a la Compañía Real portuguesa,
pero uno de los primeros actos de gobierno de Felipe V fue
dar el asiento de esclavos a la Compañía Real de Guinea, una
empresa francesa en la que estaban directamente interesados
el propio monarca español y su abuelo Luis XIV. En 1713, los
británicos obtuvieron en el tratado de Utrecht la concesión
del asiento por treinta años, comprometiéndose a introducir
un total de ciento cuarenta y cuatro mil negros. En 1748 se
renovó este contrato, pero en 1750 Gran Bretaña accedió a
renunciar a él, a cambio de una indemnización. En lo sucesivo la Corona no dio más asientos de carácter general, sino que
concedió licencias particulares, como la otorgada en 1786 a
unos comerciantes de Liverpool para que introdujeran unos
seis mil negros anuales. A partir de 1789 se declaró el comercio libre de esclavos por dos años, y esta disposición se siguió
renovando regularmente hasta que tuvo lugar la abolición oficial de la trata de esclavos.
La edad dorada del esclavismo en América. El desarrollo de
la producción azucarera en las Antillas y Brasil, así como el
cultivo del algodón y del tabaco en la parte meridional de
EE.UU., llevó a su auge el sistema de la plantación esclavista.
Ello sucedía en un periodo en que ya se estaba tronando en
Europa contra la esclavitud, en nombre de unos principios éticos (Montesquieu, Voltaire), políticos (Raynal) o económicos
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(Adam Smith). Las Antillas francesas vieron multiplicarse su
población negra, que se explotaba allí de forma mucho más
brutal que en la América anglosajona o en la española; la
emancipación dictada por la Convención francesa en 1794
fue anulada por Napoleón, lo que dio lugar a las insurrecciones negras que conmovieron la vida de Haití a comienzos del
siglo XIX. También Brasil se resistió a todas las presiones en
favor de la abolición y vio aumentar el número de los esclavos
hasta 1850. El imperio esclavista, dominado por la aristocracia
rural de los propietarios, murió muy lentamente: en 1871 se
concedió la libertad de vientres (es decir, se declaraba libres a
los hijos de esclava que nacieran en lo sucesivo) y en 1885 se
dio la libertad a los esclavos mayores de sesenta años. Sólo en
las últimas horas del imperio, en 1888, se promulgó la llamada «ley áurea», que extinguía la esclavitud en Brasil. A Cuba
comenzaron a llegar esclavos en gran escala, en tiempos de la
ocupación británica (1762-1763); se vendieron en menos de
un año once mil esclavos en La Habana, hecho que demostró
la capacidad de absorción de aquel mercado. Así se explica
que, entre 1792 y 1821, se introdujeran en la isla unos seiscientos mil negros y que, entre 1774 y 1842, la proporción de
blancos en su población disminuyera del 68 al 42%. La prohibición oficial de la trata detuvo este proceso, ya que se ha calculado que entre 1823 y 1865, en plena prohibición, entraron
en Cuba más de trescientos mil negros. Una aristocracia parasitaria, cuya riqueza se basaba en la explotación del esclavo
africano, puso poco empeño en luchar por una independencia que podía poner en peligro la estabilidad del sistema
social, mientras que la economía del monocultivo condenó a
Cuba a seguir dependiendo económicamente de EE.UU., tras
conseguir su independencia.
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Las etapas de la abolición. El movimiento abolicionista
empezó en la Gran Bretaña (1807) y culminó en prohibiciones internacionales de la trata en los congresos de Viena
(1815), Aquisgrán y Verona (1822). En EE.UU. el enfrentamiento entre los abolicionistas del Norte y los esclavistas del
Sur traduce la oposición entre una sociedad capitalista, que
deseaba desarrollar la economía norteamericana por las vías
de la industrialización, y una aristocracia de plantadores, que
había optado por una producción intensiva de base agraria
destinada a la exportación. La pugna –que en el terreno literario se manifestó con hechos tales como la publicación de La
cabaña del tío Tom (1852)– condujo a la guerra de Secesión, al
término de la cual se concedió la libertad a los esclavos
(1865). En España, Fernando VII prohibió la trata de esclavos,
debido a las presiones del gobierno británico, que le compensó económicamente por los beneficios que perdía. Sin
embargo, las primeras medidas abolicionistas efectivas las promulgaron los gobiernos revolucionarios de la etapa 18681874: la libertad de vientres, y la abolición de la esclavitud en
la Península y en Puerto Rico (1873). El miedo a perder el
apoyo de los propietarios cubanos frenó las medidas relacionadas con esta isla, donde el problema era de dimensiones
mucho más considerables que en la Península o en Puerto
Rico. En 1880 se concedió la libertad a los esclavos cubanos,
pero se les dejó sujetos a tutela mediante un régimen de
patronato que aún había de permanecer seis años. Estos
hechos contribuyen a explicar la decidida participación de los
negros en las luchas por la independencia de Cuba.
Las condenas internacionales de la esclavitud se han reiterado en numerosas ocasiones: el Acta de Berlín (1885), la
Conferencia Colonial de Bruselas (1890), la Convención de
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Ginebra sobre la esclavitud (1926), el art. 4.º de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU (1948). Esta misma
repetición, así como la existencia de un informe sobre la esclavitud en la Comisión Internacional de los Derechos Humanos, se explica por el hecho de que la esclavitud todavía no ha
desaparecido por completo en ciertos Estados del mar Rojo,
el Golfo Pérsico y el océano Índico» (Nueva Enciclopedia
Larousse).
4. Para encontrar información sobre los emigrantes, la prensa
es, sin duda, la mejor fuente, dada la actualidad de este fenómeno social.
5. «Espartaco es originario de Tracia y, según algunos autores, de
sangre real; pertenecía a la palestra de un tal Léntulo de
Capua. Con algunas decenas de gladiadores, se sublevó en el
año 73 a. de C. Este movimiento pudo propagarse rápidamente por la participación de los esclavos, sometidos a un
trato extraordinariamente duro y que, a menudo, habían llegado a esta situación sin culpa alguna. Pasó por Campania
con su grupo de partidarios, que aumentaba continuamente,
y venció a los ejércitos enviados por Roma y que estaban bajo
el mando de los dos cónsules, Léntulo y Gelio. El ejército de
esclavos atravesó toda Italia e incluso se alió con los galos en
la llanura del Po. Los grandes éxitos desembocaron en una
mayor debilidad, a pesar de las advertencias de Espartaco contra el ansia de botín y la relajación de la disciplina. Por fin, el
pretor Craso (posteriormente miembro del triunvirato con
César y Pompeyo) pudo alcanzar la victoria en el año 71 a. de
C., cerca de Petelia, en el sur de Italia.
a lo largo del camino entre Brindisi y Roma. Algunos autores de la Antigüedad, entre ellos Plutarco en su biografía de
Craso, muestran cierta admiración por la valentía de Espartaco, sus advertencias en contra de la rapiña y su habilidad
como estratega, comparándolo con Aníbal, quien después
de la batalla de Cannas también había conseguido mantener
el país aterrorizado. Sin embargo, para Cicerón, y un siglo
más tarde para Lucano, Espartaco es un malvado. Desde
finales del siglo XVIII, Espartaco desempeñó un papel importante en las discusiones políticas y literarias, sobre todo en
Alemania. Lessing lo llamó defensor de los Derechos Humanos. En sus cartas a Engels, Marx lo caracterizó como un
representante del antiguo proletariado. En un escrito sobre
el Estado, publicado póstumamente en 1930, Lenin lo ensalzaba como el gran caudillo de las rebeliones de los esclavos,
que estremecieron los cimientos del sistema romano. En
1932, Stalin declara que las rebeliones de esclavos debían
considerarse como factor de la liquidación del antiguo modo de producción. En el mundo comunista, pues, Espartaco
siguió siendo un símbolo apreciado de la revolución contra
la clase propietaria: así, el club de fútbol de Praga lleva su
nombre». (E. M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Según la mayoría de los autores, Espartaco pereció en esta
batalla; los colaboradores supervivientes fueron crucificados
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3. Léxico
unidad 2
Actividades
1. 1 c + 1 = economía
c + 2 = economista
a + 3 = microeconomía
c + 4 = economizar
c + 5 = económico
b + 6 = macroeconomía
2 Ecología, ecosistema, autonomía, anomia.
2.
a + fic- +1 = bonificar
d + fac- + 2 = factura
c + fac- + 3 = manufactura
b + fic- + 4 = beneficio
d + fac- + 5 = facturar
a + fic- + 6 = bonificación
c + fac- + 7 = manufacturar
b + fic- + 8 = beneficiario
3. 1 1 hipoteca 2 hipotecario 3 hipotecable
2 biblioteca, discoteca, hemeroteca, pinacoteca.
4. 1 fiscalizar
2 fiscal
3 fisco
5. 1 duopolio
2 oligopolio
3 monopolio
6. Finanzas: f3
Inflación: c2
Exportar: g8
Erario: e1
Financiar: a9
Salario: h7
Importar: i5
Hacienda: b4
Deflación: d6
2 confiscar
7. 1 V, 2 F, 3 V, 4 F, 5 V, 6 V, 7 F, 8 V.
8. a4; b5; c6; d1; e7; f2; g8; h3.
9. 1 ratio, 2 plus, 3 deficit, 4 INRI, 5 per capita, 6 memorandum,
7 superavit, 8 non plus ultra, 9 gravamen, 10 motu proprio,
11 panem et circenses.
82
1. Teseo
Aproximación inicial
El laberinto es un recinto creado artificialmente, por medio de
caminos que se entrecruzan, de modo que es difícil orientarse
para salir de él. Aparecen ya formas laberínticas en el arte prehistórico, con un significado esotérico o religioso.
Cuando se descubrieron las ruinas del palacio de Minos, en
Cnosos (Creta), algunos autores lo identificaron con el «laberinto» presente en el mito, dado que en sus muros exteriores
aparecían innumerables representaciones de la doble hacha
(labrys en cario), símbolo heráldico del rey de Creta. Este laberinto o «palacio de las hachas» tuvo sus precedentes en los
hipogeos dedicados al culto de la Diosa Madre. Su complicada
planta se conoce hoy gracias a las excavaciones de Evans.
Un dédalo es un laberinto; la palabra procede del nombre del personaje que construyó el laberinto de Creta.
La ilustración muestra un mosaico romano que representa, en el
centro de un laberinto, a Teseo venciendo al Minotauro y dispuesto a matarlo. Ésta es la hazaña de Teseo más reproducida en
el arte antiguo, tanto en la cerámica como en los relieves o los
numerosos mosaicos romanos. A partir de éste, sería interesante
que los alumnos describieran las características de un laberinto
(si bien la ilustración no lo muestra completo), así como la acción
que representa y los principales rasgos de los dos personajes.
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Esquema de la historia de Teseo
Teseo es el hijo de Egeo, rey de Atenas, y, por antonomasia, el
héroe nacional de Atenas y el Ática.
Egeo fue a Delfos a consultar cómo podía tener un hijo varón.
En el camino de regreso, fue acogido hospitalariamente en el
palacio de Piteo, rey de Trecén.
A partir de este punto del relato, existen dos tradiciones sobre
los orígenes de Teseo: la humana y la divina. Según la primera, es hijo de Egeo y Etra, ya que Piteo embriagó a Egeo
y, por la noche, le introdujo en el lecho a su hija Etra, la
cual concibió un hijo, Teseo. En cambio, según la versión
ateniense, éste en realidad era hijo de Posidón: la misma
noche en que Etra se unió a Egeo, había acudido, engañada por un ensueño que le mandó Atenea, a ofrecer un sacrificio en una isla y allí el dios se había unido a ella.
Egeo no se llevó el niño a Atenas, porque temía a los Palántidas, sus sobrinos, los cuales, creyendo que Egeo no podía
tener hijos, tenían la pretensión de sucederle en el trono.
Teseo se quedó en Trecén con su madre Etra y con su abuelo
materno Piteo.
Actividades
1. a2) Piteo y Etra le habían recomendado que fuera a Atenas
por mar, pues el istmo de Corinto estaba repleto de monstruos y bandidos. Sin embargo, Teseo, celoso de la gloria de
Heracles, quiso imitarlo y optó por la ruta terrestre.
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El camino a Atenas supone para Teseo un auténtico rito de
paso a la edad adulta, simbolizado por su hazaña de acabar con
todos los bandoleros y monstruos que hacían intransitable el
lugar. Sólo después de superar con éxito esta iniciación, está
preparado para que su padre lo reconozca como heredero.
Además, estas hazañas permiten confirmar su condición de
héroe, una de cuyas características era, precisamente, la de librar a la humanidad de las calamidades y limpiar la tierra de
monstruos.
a3) El bandido Procrustes simboliza la intolerancia hacia las
personas diferentes, e intenta que todo el mundo ajuste su
comportamiento a las medidas impuestas por él.
a5) El carácter de Teseo como héroe nacional ateniense hizo
que su presencia en la cerámica ática fuera abrumadora. Además
del motivo de la lucha contra el Minotauro, se reprodujeron profusamente las otras hazañas del personaje, en particular el enfrentamiento con los diversos monstruos en el camino de Trecén
a Atenas, como en esta ilustración. Estas hazañas, que se consideraban paralelas a las de Heracles, aparecen tratadas, sobre todo
en las copas, como ciclos de gestas, por lo que en una misma
copa podemos observar varias de ellas, tanto en el interior como
en el exterior.
b2) Aunque la figura de Medea se tratará de forma completa
en la unidad 4, la cual versa sobre Jasón, los alumnos deben
saber que Medea, hija del rey de la Cólquide y nieta de Circe,
es, como su abuela, una famosa hechicera, experta en todo
tipo de filtros y venenos.
Desde la más remota antigüedad, las mujeres de la cuenca
mediterránea recolectaban y conocían las propiedades bue-
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nas y malas de las hierbas, de las bayas y de las especias, saber
que se transmitía de madres a hijas. En el mundo griego
muchas mujeres eran llamadas pharmakis (esto es, «brujas,
hechiceras»), no sólo cuando, como Medea o Circe, utilizaban sus conocimientos para perjudicar a los varones, sino también al preparar pociones milagrosas que procuraban el bienestar y la tranquilidad espiritual, como es el caso de Helena.
Los varones, quienes no conocían los secretos de la elaboración de los filtros de amor y muerte, temían terriblemente a
estas magas poderosas.
b4) Este relieve trata el tema del reconocimiento de Teseo por
Egeo, reproduciendo el momento en el cual éste ofrece a su
hijo la copa con el veneno, ante la mirada de Medea; sin
embargo, este motivo apenas aparece en el arte antiguo. La
pintura moderna, en especial la francesa, representa a menudo esta escena, siguiendo el relato de Plutarco y, sobre todo,
el de Ovidio.
El concurso del Premio de Roma de 1832 tuvo como motivo
«Teseo reconocido por su padre» y consiguió el premio
H. Flandrin, con un famoso cuadro (París, École des Beaux-Arts)
en el que vemos la copa derramada con el veneno, el reconocimiento de la empuñadura de la espada y la contrariedad de
Medea, quien se dispone a huir.
Información
Esquema de la historia de Minos y el Minotauro
Minos es el legendario rey de Creta, hijo de Zeus y Europa,
que, según la tradición, civilizó a los cretenses, los gobernó
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con justicia y bondad, y les dio excelentes leyes, inspiradas
directamente por su propio padre divino.
Se casó con Pasífae, hija del Sol (Helio) y Perseis, de la que
tuvo varios hijos, entre ellos, Androgeo, Ariadna y Fedra.
Minos había llegado al trono de Creta con la ayuda de Posidón,
quien hizo salir del mar un toro atendiendo a su súplica; de
esta forma dejó claro a sus hermanos que él debía ser el rey,
puesto que gozaba del favor de los dioses.
Sin embargo, Minos no quiso sacrificar el toro a Posidón,
como le había prometido, dado que era un magnífico ejemplar, de manera que lo envió junto a sus rebaños para mejorar
su raza.
El dios hizo entonces que la reina se enamorara del toro.
Pasífae, para poder consumar su terrible pasión, pidió a Dédalo, el arquitecto de palacio, que le construyera un simulacro de
ternera en madera, después se introdujo en él y realizó la
monstruosa cópula.
Fruto de esta unión nació el Minotauro, un monstruo con
cuerpo humano y cabeza de toro, que se alimentaba de carne
humana.
Cuando nació el Minotauro, Minos hizo que Dédalo construyera un gran laberinto, del que nadie, excepto él, supiera salir,
y encerró allí al Minotauro.
Posteriormente, Androgeo, hijo de Minos, acudió a Atenas
para participar en las competiciones atléticas organizadas por
Egeo y derrotó a todos sus rivales, lo que motivó la envidia de
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éste. Así pues, lo mandó a combatir con el toro de Maratón,
que asolaba el país, y Androgeo murió.
Minos emprendió varias expediciones militares contra Atenas
para vengar la muerte de su hijo y, tras derrotar a los atenienses en esta gran guerra, les exigió, cada año, un tributo de siete
jóvenes y de siete doncellas, que eran ofrecidos como comida al
Minotauro.
Teseo se ofreció voluntariamente para ir a Creta. Su padre le
entregó dos juegos de velas: velas negras para la ida, pues el
viaje era funesto, y velas blancas para la vuelta, por si lograba
vencer al Minotauro y regresaba a Atenas sano y salvo.
Al llegar a Creta, Ariadna, una hija de Minos, se enamoró de
él y decidió ayudarle.
2. a) En estas actividades, únicamente conviene ofrecer los datos
más esenciales sobre Dédalo, ya que es objeto de una de las
actividades de refuerzo: era un genial artista, arquitecto, escultor e inventor de recursos mecánicos. Es el artesano por excelencia de la mitología griega. Era ateniense de nacimiento,
pero, tras cometer un crimen, fue desterrado y Minos lo acogió en Creta y lo convirtió en su arquitecto
c3) Ariadna suplica que recoja sus huesos, pues enterrar a los
muertos con el ritual debido era una obligación ineludible
para los antiguos, para despedir y honrar a la persona fallecida y, a la vez, asegurarse de que su alma partía al Más Allá, y
no permanecía en el mundo de los vivos, sin reposo, e incluso atormentando a éstos (para más información, remitimos a
Cultura clásica 1, págs. 100 y ss., «La muerte y los rituales funerarios»).
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c4) Los mitógrafos difieren en los motivos del abandono:
unos aseguran que la dejó porque no la quería, tras servirse
de su amor para salir del laberinto; otros, que la había abandonado por orden de Dioniso, quien amaba a la joven; otros,
en fin, que se lo había ordenado Atenea o Hermes...
c6) El motivo del abandono de Ariadna por Teseo se encuentra con frecuencia en el arte, desde la Antigüedad. Ariadna
aparece dormida, o bien sumida en una profunda tristeza,
perfectamente captada por este cuadro de G. F. Watts, quien
ha logrado reproducir la sensación de bella melancolía y emotividad del texto de Ovidio en el que se inspiró.
d1) Para la información básica sobre Baco, remitimos al breve
diccionario de mitología del anexo o a la unidad 5 de Cultura
clásica 1.
d2) Se llama constelación o asterismo al grupo de estrellas fijas
próximas que presentan una figura convencional determinada. Los griegos, como otros pueblos de las más diversas culturas, se han enfrentado ante el cielo estrellado con una mezcla
de religiosidad, interés utilitario y temor. Todo ello cristalizó
en un sentimiento poético de contemplación, el cual originó
un despliegue creador de bellas leyendas. Una parte de estas
leyendas se recoge bajo la clasificación de catasterismo, palabra
que A. Ruiz de Elvira define en su doble acepción como la
conversión en constelación de un personaje o ser mitológico,
y también la constelación misma que así resulta y que por su
nombre, forma y cualidades se admitía que seguía siendo el
mismo personaje o ser en cuestión, transformado en astro
pero conservando de algún modo, más que en las metamorfosis ordinarias, su antigua personalidad o individualidad peculiar. Se han contado hasta ochenta y ocho constelaciones, la
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mayoría asociadas a héroes o monstruos procedentes de la
mitología clásica (Andrómeda, Centauro, Géminis –Cástor y
Pólux–, Hércules, Hidra, León, Orión, Pegaso, Perseo, Tauro
–Zeus transformado en toro para raptar a Europa–, etc.). En
el texto, se alude a la constelación de la Corona o de Ariadna.
d3) El encuentro de Baco y Ariadna ha sido objeto de un buen
número de representaciones, a partir de este cuadro
de Tiziano (1522-1523), conservado en la National Gallery de
Londres, y que ilustra el famoso texto de Catulo. Frente al
estatismo y la tristeza de las representaciones del abandono,
destacan aquí el colorido, el movimiento, el bullicio y la alegría que traen Baco y su cortejo a la solitaria Ariadna.
e2) Al acercarse a la costa del Ática, Teseo olvidó cambiar las
velas negras por las blancas, en señal de victoria, tal como le
había indicado Egeo, quien, al ver las velas negras y suponer
que su hijo había muerto, se suicidó arrojándose al mar. Éste,
aún hoy, lleva su nombre: mar Egeo.
f2) La primera acción de Teseo como rey de Atenas fue el
sinecismo, esto es, la unificación en una sola ciudad de varias
poblaciones dispersas por el campo. Atenas se convirtió en la
capital del Estado, dotándola de importantes edificios públicos; también instituyó las fiestas de las Panateneas, fiesta
nacional de Atenas, acuñó moneda, etc., y, al igual que
Heracles había fundado los Juegos Olímpicos en honor de
Zeus, Teseo reorganizó en Corinto los Juegos Ístmicos, en
honor de Posidón.
f4) La figura de Teseo, héroe nacional, unificador y liberador,
que se identifica con su ciudad, sirve a Tucídides para justificar el papel hegemónico de Atenas entre los Estados griegos,
desde los tiempos más remotos y, en especial, a partir de la vic90
toria contra los persas en Salamina. Atenas se revelaba como
la polis culta por excelencia, «escuela de Grecia», benefactora
de los griegos, liberadora de los persas, asilo de exiliados políticos, y defensora de los Estados débiles y de los oprimidos por
la tiranía; en fin, semejante en todo a su héroe legendario
Teseo.
Respecto a la cuestión de hasta qué punto los griegos creían
en sus mitos, se debe tener en cuenta que con ellos dieron
forma, autoridad y legitimación a la retórica y a la acción políticas. Y que era usual el empleo de argumentos con precedentes míticos para reforzar una causa política. Los especialistas,
basándose en la frecuencia con que se invocaban los mitos en
situaciones críticas de la política, llegan a la conclusión de que
los griegos se los tomaban en serio, o que en cualquier caso
podían ser verosímiles en dichos contextos, y llegaban incluso
a utilizarse como paradigmas en la política. De esta manera, la
actualización del mito se convertía a veces en acción política;
así, antes de pasar a Asia Menor, el rey espartano Agesilao
quiso hacer un sacrificio en Áulide, como el realizado por
Agamenón. De igual modo, los espartanos buscaban los huesos de Orestes y los atenienses se llevaron a su tierra los de
Teseo, desde Esciro, como se verá más adelante.
Actividades de refuerzo
1. «Ícaro es hijo de Dédalo y de una esclava de Minos llamada
Náucrate. Cuando Dédalo hubo enseñado a Ariadna cómo
Teseo podría encontrar su camino en el laberinto, y después
de que éste diera muerte al Minotauro, Minos, irritado, encerró en el laberinto a Dédalo y a su hijo. Pero Dédalo, a quien
nunca faltaban recursos, fabricó para Ícaro y para sí mismo
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unas alas, y las fijó con cera en los hombros de los dos, hecho
lo cual, ambos emprendieron el vuelo. Antes de partir, Dédalo
había recomendado a Ícaro que no se remontase con exceso
ni volase demasiado bajo. Sin embargo, Ícaro, lleno de orgullo, no atendió los consejos de su padre; se elevó por los aires,
y se acercó tanto al Sol que la cera se derritió, por lo que se
precipitó al mar. Este mar, desde entonces, se llamó mar de
Icaria (el que rodea la isla de Samos).
Otra versión contaba que Dédalo había huido de Atenas después de asesinar a su sobrino y discípulo Talo. Su hijo Ícaro,
desterrado a su vez, había emprendido la búsqueda de su
padre. Sin embargo, naufragó en las aguas de Samos, y el
mar de aquellos parajes recibió un nombre derivado del
suyo (como en la versión ordinaria). Las olas arrojaron su
cuerpo a la costa de la isla de Icaria, donde Heracles le dio
sepultura.
Se decía, también, que Ícaro y Dédalo habían huido de
Creta cada cual en un barco de vela. Dédalo acababa de
inventar el uso de las velas, pero Ícaro no supo gobernar su
nave y naufragó. Otra versión cuenta que, al abordar en la
isla de Icaria, saltó torpemente a tierra y se ahogó. Todas
estas variantes tienen por objeto reducir el carácter maravilloso de la aventura, ya que suprimen el episodio de las alas.
Se enseñaba la tumba de Ícaro en un cabo del mar Egeo.
Además, se relataba que Dédalo había erigido dos columnas,
una en honor de su hijo y la otra señalada con su propio
nombre, en las islas del Ámbar; y también que había representado con sus propias manos, en las puertas del templo de
Cumas (dedicado a Apolo), el triste fin de su hijo. A veces,
se considera a Ícaro como el inventor del trabajo en madera». (P. GRIMAL)
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2. «Si Creta es la mayor de las islas griegas por su superficie, hubo
también un tiempo en que lo fue por su esplendor. Su longitud, de este a oeste, es de doscientos sesenta kilómetros, y su
anchura máxima, de sesenta. Es como un muro que sirve de
límite sur al mar Egeo; las altas montañas que la forman ofrecen a sus costas un aspecto bastante diverso. La situación que
ocupa permitió que, en la época turbulenta en torno al año
2000 a. de C., desarrollara una civilización, llamada minoica,
antecesora de la civilización helénica que anuncia ya la gloria
futura de Grecia. Al estar lo suficientemente alejada del continente como para no temer las invasiones que, por entonces,
afectaban a toda la península Balcánica, por ser rica en productos agrícolas tales como la vid y el olivo, además de estar
provista de calas y bahías bien abrigadas, como la de Candía,
que en nuestra época ha adquirido la importancia de la antigua Cnosos, Creta pudo contar con una existencia independiente y, según sus necesidades, establecer o romper sus relaciones con las Cíciades y el Peloponeso, así como con las
antiguas civilizaciones del Nilo y de Oriente. Su mejor época es
la comprendida entre los siglos XVIII y XV a. de C. Hasta entonces, bien en el neolítico, bien durante el periodo minoico antiguo, cuyo comienzo es incierto, pero que termina alrededor
del 2200 a. de C., la isla estuvo ocupada por un pueblo que, al
parecer, era ya industrial, aunque su civilización no era especialmente brillante. Hacia el año 2000 a. de C. se construyen
palacios, se fundan ciudades y se entrevé ya una existencia opulenta y pacífica, dirigida por unos príncipes que, con dominios
de escasa extensión, obtienen productos con los cuales comercian. No son raras las relaciones con el extranjero, y Creta
adopta muchas técnicas procedentes de Egipto; algunas vasijas
de piedra o de terracota parecen haberse copiado de las que
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se fabricaban en el país de los faraones. Los particulares se
construyen casas muy iluminadas, de varios pisos; su aspecto
nos ha llegado, con gran viveza, a través de unas curiosas láminas de loza. En el siglo XVIII a. de C., una catástrofe cuya naturaleza ignoramos, ya fuera una invasión o, con más probabilidad, un temblor de tierra, afectó a Creta. Pero sobre los palacios arrasados se construyeron otros más bellos y más amplios,
planeados para la comodidad de sus habitantes y provistos de
un gran patio central, con aposentos ocupados por la familia
real, otros por cortesanos y domésticos. Las ruinas de Cnosos,
Malia y Festos, así como las de la villa de Hagia Tríada, nos
revelan la extraordinaria prosperidad de Creta durante esta
época. En estos edificios, es sorprendente el poco espacio que
se reservaba para el culto divino: la piedad de la época se conforma con pequeñas capillas. Es así porque las divinidades son
adoradas sobre todo al aire libre; la divinidad principal es
femenina y en ella reside el principio de la fecundidad; tiene
su sede en la cumbre de las montañas, cerca de las fuentes, a
la sombra de un gran árbol. Las fiestas que se celebran en su
honor tienen lugar fuera de los edificios, muchas veces en el
patio del palacio, en presencia de espectadores que se apiñan
alrededor, de pie o sentados en graderíos; se celebraba una
especie de corridas de toros durante las cuales acróbatas de
ambos sexos se entregaban a ejercicios sumamente peligrosos.
Los aposentos consistían en habitaciones pequeñas que dan a
patios estrechos; los fragmentos de las pinturas descubiertas en
las paredes nos asombran por la libertad de su técnica y de su
inspiración. La debilidad de las defensas nos revela que los
habitantes de estos enormes edificios poseían un sentimiento
de seguridad casi total: no era la guerra la que enriquecía a
príncipes y súbditos, sino la agricultura, el comercio y la indus-
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tria; entre las cien ciudades que, según los antiguos, hubo en
Creta –y, aunque la cifra es exagerada, las excavaciones han
demostrado que, en verdad, las aglomeraciones urbanas eran
extraordinariamente populosas–, la paz sólo se turbó en casos
excepcionales. De este hecho procede, sin duda, la reputación
legendaria de Creta entre los griegos de la época clásica: se
hablaba con admiración de un soberano, Minos, que, según la
tradición, gobernó en la isla; también citaban otros reyes,
como Radamantis, cuyo sentido de la equidad era tal que
seguían juzgando a los muertos en los Infiernos. El inmenso
palacio de Cnosos, que los griegos ya no conocieron, se convirtió en el Laberinto. Sin duda, el Minotauro que devoraba a
los jóvenes prisioneros, exigidos a los vencidos, no simbolizaba
tanto la crueldad como el poder de Creta. En el siglo XVI a. de
C., cuando la Grecia balcánica salió del periodo de agitación
coincidente con el principio del milenio, el mundo cretense
establece relaciones que en el Peloponeso aparecen atestiguadas por la importación e imitación de obras minoicas. A la
gran isla se debe también, en parte, la formación y desarrollo
de la civilización micénica. Ignoramos la fecha en que cambiaron de cariz las relaciones entre los dos países. Pero, a finales
del siglo XV a. de C., Creta entra en decadencia y podemos
creer que el poderío micénico triunfó mediante la fuerza
sobre los soberanos de Creta; en adelante será la Argólide y no
la isla de Minos la cuna de la civilización. Como todas las regiones rodeadas por el mar Egeo, Creta, tras la ruina del mundo
micénico, cae en una especie de sopor y padece el choque de
la invasión doria. Sin embargo, parece ser que, igual que a
principios del segundo milenio, Creta se mantiene un tanto al
margen de lo que sucede en el continente: su cerámica no deja
de experimentar la influencia del estilo geométrico, pero las
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formas de las vasijas, así como su decoración, son bastante diferentes de las del continente y se deja sentir claramente la fuerza de la tradición local. En Creta se advierte mayor libertad,
más fantasía que en el resto de la Hélade. También como a
principios del segundo milenio, Creta establece contactos bastante estrechos con Oriente y con Egipto, y es en la isla donde
aparecen, por primera vez, algunos de los rasgos más característicos de la cultura griega del futuro. Debió de ser intensa la
actividad espiritual durante todo el siglo VII: en todo caso, los
habitantes del continente envían sus legisladores a Creta, y la
mayor parte de las técnicas que se desarrollarán en el Peloponeso, en el Ática y en las Cíclades parecen haberse ensayado, y
tal vez inventado, en la isla de Minos; este hecho se muestra
particularmente claro en el arte del bronce y de la terracota,
pero sin duda fue también en Creta donde se tallaron las primeras estatuas de piedra. La arquitectura cretense no parece
haber ejercido gran influencia sobre la del continente, aunque
no faltaban los monumentos, entre los que destaca la construcción, en la llanura central de Mesara, del pequeño templo
de Prinias, con su curiosa decoración esculpida.
Continuación del esquema de la historia de Teseo
Después de haber sido, como ya hemos dicho, el crisol de
todas las invenciones griegas, Creta cae en una verdadera
decadencia, seguramente debido al hallazgo de nuevas rutas
de navegación. A principios del siglo VI, el aislamiento que
condicionó su poderío se convierte en causa de su inferioridad. Sigue siendo rica y materialmente próspera, pero en el
mundo griego sólo desempeña un papel muy borroso». (P.
DEVAMBEZ, Diccionario de la civilización griega).
1.2. Como todo héroe que se precie, también Teseo quiere contar entre sus trofeos con una Amazona. Su comportamiento con
ella no desmerece de su condición de héroe, dado el carácter
monstruoso que los griegos atribuían a estas mujeres (eran guerreras), cuya naturaleza se veía como una amenaza para el orden
instaurado por los varones en la polis griega. Por otro lado, la
Amazona no era una esposa legítima, sino una especie de «trofeo», y el hecho de que le diera un hijo a Teseo prueba que éste
no sólo la había vencido en el terreno de las armas, sino que también le había hecho reconocer su condición de mujer, cuya función social no era luchar sino, ante todo, dar hijos varones a sus
Tras la muerte de Egeo, Teseo tuvo que desembarazarse de sus
primos, los Palántidas, los cuales, viendo esfumarse sus aspiraciones al trono, se amotinaron y atacaron la ciudad. Teseo
mató a los cincuenta hijos de Palante, sus primos hermanos.
Luego llevó a cabo grandes reformas en la ciudad. Atenas se
convirtió en la capital de un nuevo Estado unificado y la dotó
de magníficos edificios públicos como el Pritaneo, la Bulé, etc.,
instituyó las fiestas de las Panateneas y reorganizó los Juegos
Ístmicos en Corinto.
Teseo concedió protección al héroe Edipo, que se había refugiado en Colono (véase unidad 6), y, después, participó en la
campaña de los Siete contra Tebas, pues Adrasto le había pedido que le ayudara a recuperar los cadáveres de los caídos
ante la ciudad (véase también unidad 6).
A continuación, decidió acompañar a Heracles en su trabajo
al país de las Amazonas.
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maridos. Por otra parte, un héroe griego se medía por su valentía
y por el éxito de sus hazañas, no por su cortesía hacia las mujeres
(algo desconocido en esta sociedad tan patriarcal), hecho más
propio de los héroes medievales.
5. Las Amazonas son uno de los motivos más frecuentes en la cerámica ática, donde encontramos tanto el episodio de Heracles
como el de Teseo, así como en la decoración escultórica de los
templos (Basas, Eretria, Partenón, etc.), que presenta escenas de
combate o rapto. En la iconografía ateniense, el enfrentamiento
y la victoria de Teseo contra las amazonas sirvió de motivo mítico
para ilustrar la victoria de griegos contra persas (véase en la unidad 9 «Pericles y la construcción del Partenón»).
2. 1 y 2. Consúltese el breve diccionario de mitología.
3 y 4. En la mitología griega, encontramos una serie de relatos
sobre adolescentes de ambos sexos que, en el tránsito a la madurez,
adoptan una actitud rebelde y extraña que los llevará finalmente a
la ruina. Estos mitos tienen la función de ejemplificar a los jóvenes
las consecuencias de no aceptar el matrimonio patriarcal, una de
las instituciones básicas que, en la religión olímpica, definen a los
seres humanos.
Éste es el caso de Hipólito, un joven que, frente a los demás jóvenes de su edad y sexo, quienes despiertan a la relación erótica y
la valoran sobremanera, decide mantenerse casto como una ninfa
y consagrarse a Ártemis. Este desprecio del placer erótico provocará la ira de Afrodita y la trágica muerte de Hipólito en plena
juventud, muerte que pone de manifiesto el peligro que supone
para los adolescentes el no aceptar las obligaciones impuestas por
la sociedad a los adultos, entre ellas, la de casarse y asegurar con
sus hijos varones la pervivencia de la ciudad.
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3.1. Estas palabras de Hipólito se suelen poner como ejemplo de
la misoginia griega, cuyo sueño más querido es un mundo sin
mujeres, como en el que vivían los varones en el reinado de
Crono, antes de que los dioses fabricaran la temible raza de las
mujeres. Para el imaginario griego, la felicidad de la edad de oro
se asociaba con la ausencia de mujeres (se verá en la unidad 6).
El deseo de Hipólito se repite luego en boca de algunos romanos
y, después, en ciertos padres de la Iglesia. En el año 131 a. de C.
el censor Metelo Numídico inicia así un discurso: «Si pudiéramos
vivir sin las mujeres, Quirites, viviríamos todos sin ese engorro...».
Por otro lado, san Agustín (PG 38, Sermo LI) dice: «Ya que no
tenéis otra manera de tener hijos, consentid en la obra de la
carne sólo con dolor, puesto que es un castigo de aquel Adán del
que descendemos...».
Hipólito también quiere que las mujeres enmudezcan. El silencio femenino ha sido otro de los grandes deseos de la sociedad
patriarcal. Para griegos y romanos la palabra era un instrumento
esencial en la filosofía, la práctica judicial y la política, del que se
sentían muy orgullosos y al que dedicaron importantes estudios de
retórica y oratoria, pero para ellos la palabra no pertenecía al
género femenino, no era de su incumbencia. Según la ideología
patriarcal, la mujer es «por naturaleza» ligera, incauta e irreflexiva y, por tanto, debe guardar silencio, debe callar, ya que la palabra, usada por ella, se convierte en vana charlatanería, o peor, en
causa de desagradables equívocos y daños inútiles.
4.1. Fedra actúa de acuerdo con el código de honor, imperante en
la sociedad patriarcal, que deshonra a la mujer infiel (se consume
o no el adulterio), no le deja más salida que la muerte. Fedra acepta, por tanto, y hace suyas estas reglas impuestas por los varones,
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por lo que se siente incapaz de hacer frente a la vergüenza y a la
pasión amorosa que la deshonra. No obstante, antes de morir, decide vengarse de Hipólito, por la arrogancia con la que ha reaccionado al conocer su amor por él, en vez de compadecerla. Fedra,
además, teme que el joven, en su intransigencia, se lo cuente a
Teseo, lo que supondría su deshonra y la de sus hijos.
3. Fedra, antes de morir, escribió una carta a su marido en la que
acusaba a Hipólito de haber querido violarla. Teseo, preso de
cólera, rogó a Posidón que matara a su hijo.
5. Todas las representaciones de Fedra en el arte figurativo de la
Antigüedad siguen el Hipólito de Eurípides. A menudo, la joven
aparece sentada o tumbada, y triste, con la carta en la mano, en
compañía de su nodriza. El joven Hipólito está a su lado, cazando
o en el carro. El tema se repite en mosaicos o pinturas murales de
Antioquía y Pompeya (como el de la ilustración).
5. 2. La autoinmolación de Fedra le devuelve el honor y deja
intacta su nobleza, a pesar de haber calumniado a Hipólito, cuyo
desprecio por Afrodita fue, al fin y al cabo, el desencadenante de
la tragedia. Se puede decir que Hipólito es, para los griegos, más
responsable de lo ocurrido que Fedra.
4. Rubens recrea la muerte de Hipólito en este famoso cuadro
(1611-1612), que ilustra el texto de Eurípides en Hipólito (págs.
1172 y ss.), o la versión de Ovidio en las Metamorfosis (XV, págs. 497546) (la tromba de agua, el monstruo marino, los caballos espantados, el carro volcado, Hipólito derribado y enredado con las riendas, arrastrado y golpeado furiosamente contra las piedras...).
Esquema de las últimas aventuras de Teseo
Fedra, despreciada por Hipólito y desesperada, se ahorca.
Ya en su madurez, Teseo participó junto a su amigo Pirítoo, el
héroe lapita, en el combate contra los Centauros, pues éstos,
ebrios durante una boda, habían intentado violar a Hipodamia, la prometida de Pirítoo. Los Centauros fueron vencidos
y obligados a abandonar Tesalia.
Teseo, tras leer la nota de su esposa muerta, expulsa y maldice a Hipólito, y ruega a Posidón, su padre, que acabe con él.
Después, ambos amigos decidieron que sólo se casarían con
hijas de Zeus.
Un día, mientras Hipólito paseaba en su carro junto al mar,
un monstruo marino enviado por Posidón asusta a los caballos,
que hacen volcar el carro y provocan la muerte de Hipólito.
Conviene resaltar, de nuevo, la dimensión de exceso y desmesura que caracteriza a los héroes griegos. Esta desmesura le
llega a Teseo en su madurez, la cual viene simbolizada por el
impío propósito al que se entrega con su amigo Pirítoo.
Esquema de la muerte de Fedra e Hipólito
Los esclavos llevan a palacio el cuerpo destrozado de Hipólito
y, al verlo, Egeo se llena de dolor.
Ártemis aparece como deus ex machina para situar de nuevo los
hechos, al revelar que Fedra ha sido el instrumento de
Afrodita para castigar a Hipólito.
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6. a5) Es probable que la mayoría de los alumnos recuerde cómo
Teseo ayudó a Heracles a salir de su desesperación, tras haber
matado a su mujer Mégara y a sus hijos, llevándoselo a Atenas
para purificarlo. Heracles le corresponde liberándolo del
Hades.
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b1) La Pitia es la sacerdotisa de Apolo en Delfos que, en estado de trance, emitía oráculos en su nombre (véase Cultura clásica 1).
2. Las formas de gobierno en Grecia
b3) La tumba de Teseo en Atenas era un asylon, esto es, un
lugar inviolable, que acogía a perseguidos de todo tipo, quienes acudían buscando protección o amparo. En Grecia varios
templos tenían reconocido el derecho de asilo, originado en
el respeto y el temor a la divinidad. Esta tradición de asilo religioso se mantuvo en las iglesias cristianas, y no se podía detener al perseguido que se acogía «a sagrado», incluido el
delincuente. El mundo moderno conoce el asilo territorial (la
persona perseguida en su Estado, una vez cruza la frontera,
queda a salvo) y el diplomático (al ser acogido en una embajada), si bien se han establecido tratados de extradición para
entregar a los delincuentes a las autoridades judiciales de sus
países respectivos.
Aproximación inicial
b4) Los patronos son santos bajo cuya invocación y protección
se pone una iglesia, un pueblo, una ciudad o un país, para que
los ampare, ayude y defienda de todo tipo de males.
La etimología de democracia se estudia en el léxico de esta misma
unidad (pág. 53).
Las características principales de los actuales sistemas democráticos
son:
– La soberanía popular.
– La igualdad ante la ley, en derechos y obligaciones.
– La libertad individual y colectiva.
– El Estado de Derecho.
– El sufragio universal.
Según la Constitución española de 1978, España se constituye
en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna
como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político. El fin primordial de la Constitución es consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la
voluntad popular (Preámbulo). La soberanía nacional reside
en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado
(art. 1.2).
Las principales libertades que garantiza son las siguientes:
– Libertad ideológica, religiosa y de culto.
– Libertad de residencia y movimiento por el territorio nacional.
– Libertad de expresar y de difundir pensamientos, ideas y
opiniones.
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– Libertad de producción artística, literaria, científica y técnica.
– Libertad de cátedra.
– Libertad de prensa.
– Libertad de reunión y de asociación, etc.
Estas libertades sólo están limitadas por el respeto a los derechos
que la Constitución exige, en particular el derecho al honor, a la
intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y
de la infancia.
El adjetivo espartano tiene en las lenguas modernas el sentido
de «duro, riguroso», debido a las duras costumbres del sistema espartano, patentes en los textos que proponemos. Lacónico se refiere a Laconia, la región donde se halla enclavada
Esparta o Lacedemonia; como en el caso de espartano, ha
adquirido un doble sentido, pasando también a significar
«breve, conciso», en alusión a los ideales educativos de Esparta, donde el cultivo de la retórica era inexistente. Consecuentemente, se contaba con una escasa capacidad para la oratoria,
de donde proviene la acepción actual de lacónico como
«parco en palabras».
Información
«La vida de Alcibiades está repleta de impresionantes aventuras y
peripecias. Este joven, ahijado de Pericles, cuyo trato cultivaba
Sócrates, estuvo en el centro de toda la vida política de finales del
siglo V a. de C. Empujado por la ambición y dotado de un talento extraordinario, determinó primero la política de Atenas; después, la de Esparta y, por último, la de los sátrapas persas. Su vida
tuvo altibajos dignos de una tragedia griega: en Atenas, Alcibiades
lo dirigía todo, pero pronto tuvo que huir de la ciudad, ya que lo
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condenaron a muerte; al cabo de varios años, regresó como salvador, entre honores y homenajes, para ser exiliado de nuevo por
una decisión política, a una aldea de la Alta Frigia donde acabó
asesinado. Siguiendo su trayectoria, pasamos de una ciudad a
otra, de Sicilia a Lidia, y de un proyecto a otro, acompañados de
la pertinaz piedra de escándalo que sus amores e insolencias
ponen en su carrera.
»Esta vida de aventuras no se desarrolla en un ambiente normal.
La guerra del Peloponeso, en la que él desempeñó un papel decisivo, fue uno de los principales puntos de inflexión de la historia
griega: se inició cuando Atenas estaba en la cúspide de su poderío y de su esplendor, y terminó en una derrota aplastante, ya que
Atenas perdió su imperio y su flota; se acabó aquí el siglo de los
grandes trágicos y de la gloria. Pues bien, Alcibiades influyó en
todas las decisiones, tanto en un bando como en el otro; le cabe,
pues, una responsabilidad innegable en el desaguisado. Por otra
parte, murió el mismo año de la derrota de Atenas. Desde todos
los puntos de vista, su aventura personal se reflexionó con los momentos cruciales de la historia de Atenas. Por esta misma razón,
su figura centró la atención de los mayores espíritus de la época,
a los que movió a la reflexión. Nada más empezar, hemos mencionado a Pericles y a Sócrates: el que dio su nombre al siglo y el
fundador de la filosofía occidental, respectivamente. Pero pueden
agregarse otras muchas personalidades: Alcibiades es uno de los
personajes de Tucídides, el gran historiador de la época. Platón lo
menciona con frecuencia. Aparece en los escritos de Jenofonte,
tanto en las obras históricas como en sus recuerdos de Sócrates.
Algunos, como Aristófanes o Eurípides, hicieron alusiones o transposiciones del personaje y otros, como Isócrates y Lisias, disertaron
sobre su trayectoria y su carácter inmediatamente después de su
muerte.
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»En efecto, existía el problema de Alcibiades: este pupilo de
Pericles parecía haber seguido en política el rumbo opuesto al de
su maestro, y, durante veinticinco años, se observó que este cambio de rumbo coincidía con la ruina de Atenas. ¿Existía alguna
relación? ¿En qué consistía? ¿Se trataba, simplemente, del relevo
generacional, cuestión de personas y temperamentos? ¿Había que
ver en ello una degeneración más amplia del sentido cívico y de la
moral en los comportamientos políticos? ¿Esta decadencia era
señal o era causa de una crisis de la democracia y de su funcionamiento? Si, tal como sugiere la visión del momento, esta última hipótesis es la válida, la cuestión nos interesa sobremanera, e
interesa a todo el que defienda la idea de democracia. Podemos
añadir, incluso, que la vida de Alcibiades planteó en el siglo V a.
de C. dos problemas de política que todavía siguen siendo de
actualidad.
»En primer lugar, Alcibiades encarna el imperialismo ateniense en
su forma extrema y conquistadora, así como en las imprudencias
que provocaron su caída. Por tanto, este personaje, al que iluminan
los análisis de Tucídides, nos permite reflexionar sobre el espíritu
de conquista. Por otro lado, Alcibiades es la figura que antepone la
ambición personal al interés común. En este aspecto es exponente
del análisis de Tucídides, que muestra cómo los sucesores de Pericles, incapaces de imponerse por méritos como él, se vieron reducidos a la necesidad de halagar al pueblo y recurrir a las intrigas
personales, nefastas para la colectividad. Así pues, toda reflexión
sobre los problemas de la democracia en general gana con el examen de las rocambolescas aventuras de Alcibiades, las cuales se clarifican con los análisis de Tucídides y de los filósofos del siglo IV a.
de C.
»Alcibiades es un caso único y extraordinario, pero también resulta un ejemplo típico que a cada instante puede servirnos de
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modelo. Por ello, sin duda, descubrimos en él tanto parecido con
la actualidad de nuestro tiempo. En la vida de Alcibiades encontramos ambición y lucha por el poder, hallamos victorias deportivas que tanto contribuyen a la popularidad de los campeones,
pero que acarrean procesos de índole financiera. Se presentan
«casos» en los que, de la noche a la mañana, aparecen comprometidos todos los grandes. Vemos virajes de la opinión pública en
uno u otro sentido. En algunos momentos, tenemos la impresión
de que el célebre texto en el que Tucídides compara a Pericles
con sus sucesores podría aplicarse al general De Gaulle y los
suyos.
»Sin duda, hay que guardarse de las comparaciones, que siempre
son odiosas, pero uno siente que se le aviva el interés por esta vida
de Alcibiades, al descubrir que se sitúa en una crisis sentida de
forma muy próxima.» (J. DE ROMILLY, Alcibiades.)
Actividades
1. Se trata del famoso busto de Pericles, copia romana de un
original de Cresilao (c. 440 a. de C.). Pericles aparece siempre
representado con el yelmo en la cabeza, debido a su condición militar, o, según otros, para disimular un pequeño defecto en la constitución de su cráneo (para más información
sobre el genial estadista, véase la unidad 9, «Pericles y la construcción del Partenón»).
2. a1) Según J. de Romilly, en Atenas acaecía algo que hasta
entonces nunca se había visto. ¿Quiere esto decir que no
había habido democracia en ningún otro lugar? Quizá sí la
hubo en Grecia o fuera de Grecia [...]; pero hay una distinción capital: a pesar de que Atenas no inventó la democracia,
fue la primera que tomó conciencia de sus principios, que la
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nombró, que analizó su funcionamiento y sus formas, y que,
por tanto, inventó, sin ninguna sombra de duda, la idea
misma de democracia.
Los atenienses se sentían, pues, muy orgullosos de su régimen
político, ya que, frente a la monarquía, la oligarquía o la tiranía, creían que era el régimen que mejor garantizaba los ideales de igualdad y libertad de todos los ciudadanos. La democracia ateniense alcanza su máxima perfección en la época de
Pericles.
En Atenas el régimen tradicional había sido la oligarquía, que
sustituyó el poder del rey por el de unos pocos, y las magistraturas las ocupaban exclusivamente nobles. El origen social
determinaba los derechos y la posición de las personas; los
nobles eran los dueños de las tierras y tenían la obligación de
defender la comunidad. Se consideraban descendientes y elegidos de los dioses, y, por tanto, la riqueza sólo les correspondía a ellos, frente al pueblo llano que vivía en la pobreza.
Es importante que el alumnado distinga entre la democracia
ateniense, que era directa, apropiada para un Estado pequeño, y las actuales, que son representativas, adecuadas para
amplios territorios. En las democracias modernas, el pueblo
elige a sus representantes y prácticamente no interviene en
política hasta la celebración de nuevas elecciones; en cambio
en Atenas el ciudadano no sólo depositaba el voto, sino que
intervenía directamente en el gobierno, como obligación continua y compatible con sus tareas cotidianas.
Salvando las distancias entre la tiranía y la democracia griega
con las tiranías/dictaduras y democracias actuales, es importante que el alumnado reflexione sobre la naturaleza de
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ambos regímenes y las consecuencias que se derivan de su
aplicación. Conviene aclarar a los alumnos que el sistema
democrático garantiza la igualdad ante la ley, esto es, igualdad
de oportunidades, derechos y obligaciones, independientemente del origen social, sexo, religión, etc. El texto a explicita bien este concepto, recordando que se eligen los cargos
públicos en función de los méritos personales y no de otras
consideraciones.
Libertad es la palabra clave que aparece en todas las manifestaciones democráticas, ya que la democracia es el único
gobierno que garantiza las libertades individuales y colectivas.
Para los griegos es una de las palabras más amadas y que
mejor define su condición y forma de vida, frente a los persas,
egipcios, etc., que están sometidos al poder de un monarca
absoluto. La actual bandera griega tiene los tonos azul y blanco del mar Egeo con olas, metáfora de la libertad, pues el mar
no se puede domeñar ni limitar sus aguas; además, presenta
nueve franjas por cada una de las nueve letras de la palabra
libertad en griego: eleuzeria.
a4) Se trata del famoso relieve conocido como Atenea pensativa o melancólica, del 450 a. de C.; se halló en la Acrópolis de
Atenas, y representa a la diosa apoyada sobre su lanza y girando pensativa la cabeza, con una gran sencillez en la técnica,
pero sin dejar de emanar finura, sensibilidad y sobriedad. En
esta obra, apreciamos que el paso de la escultura arcaica a la
clásica ya se ha producido, pues la figura empieza a expresar
carácter y emociones.
b2) En los sistemas democráticos, el uso de la palabra era fundamental para la política, lo cual supuso el desarrollo de la
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retórica y también la aparición de los primeros demagogos o
«conductores del pueblo». Aunque originariamente se entendía demagogo como «jefe del partido popular», la palabra
adquirió pronto el sentido peyorativo que tiene hoy, como
persona que utiliza la palabra para convencer y movilizar a las
masas con fines partidistas, o para servir a sus intereses personales, frecuentemente adulando o fomentando las más bajas
pasiones con el fin de garantizarse el voto.
f y g1) La ocupación habitual de la mujer grecorromana era
el hilado y el tejido (para más información véase Cultura clásica 1, págs. 40 y ss., «La vida de las mujeres en Grecia y Roma»).
Actividades de refuerzo
1. 3. La guerra del Peloponeso fue un gran conflicto que enfrentó a Atenas y Esparta, y dividió Grecia (431-404 a. de C.).
Esparta dominaba la Liga del Peloponeso, en la que habían
entrado beocios, focenses y locrios opuntios. Cuando Atenas
intentó incluir en la Liga de Delos a ciudades que estaban en
la esfera de influencia espartana, Esparta decidió acabar con
el imperialismo ateniense.
Después de las guerras Médicas (490-479 a. de C.), Atenas se
convirtió en la ciudad hegemónica de Grecia gracias a su
poderosa flota, construida por iniciativa de Temístocles, jefe
del partido popular. Arístides, jefe del partido aristocrático,
organizó la Liga o Confederación marítima ático-délica, base
del futuro imperialismo ateniense. Durante ese periodo hubo
en Atenas una lucha entre demócratas y conservadores; este
enfrentamiento terminó con el triunfo de la democracia radical de Pericles (462 a. de C.), quien eliminó los obstáculos que
impedían que todo el poder residiera en la asamblea. Poco a
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poco, Atenas fue convirtiendo la Liga ático-délica en un imperio propio, lo que la condujo a un enfrentamiento con Esparta en la guerra del Peloponeso (431-406). En esta contienda,
se decidía quién iba a imponer su hegemonía sobre los demás
Estados griegos; se enfrentaban, además, dos concepciones
políticas completamente distintas. Al principio, la guerra fue
en cierta medida favorable a Atenas, mientras siguió las directrices de Pericles, pero a su muerte en el 429 a. de C. los políticos que le sucedieron no estuvieron a la altura de las circunstancias, y debilitaron la posición de Atenas con sus luchas
partidarias. Sobre todo, resultó un golpe decisivo el fracaso de
la expedición a Sicilia, operación inspirada por Alcibiades. El
partido popular se desprestigió considerablemente con este
desastre. Fracasada la expedición ateniense a Sicilia (415-413
a. de C.), se produjo un golpe de Estado oligárquico (411 a.
de C.), que excluyó la asamblea del gobierno de la ciudad.
Ante la mala gestión política de la oligarquía, la flota, fondeada en Samos, se sublevó y eligió como general a Alcibiades,
pese a su turbulento pasado. Bajo su mando los atenienses
vencieron en Cízico (410 a. de C.), lo que favoreció la caída
del gobierno oligárquico y la restauración de la democracia.
Alcibiades (410-408 a. de C.) restableció la hegemonía ateniense en el Egeo y regresó triunfalmente a Atenas, donde se
le absolvió de las acusaciones de traición e impiedad. Dos
años más tarde los espartanos, bajo el mando de Lisandro,
derrotaron la flota ateniense en Notión (406 a. de C.); como
consecuencia, la asamblea acusó de negligencia a Alcibiades
quien, odiado por todos, huyó a Tracia. Los atenienses reorganizaron la armada y obtuvieron un gran triunfo naval en las
Arginusas (406 a. de C.), sobre el almirante espartano Calicrátidas, que carecía de la experiencia de Lisandro. Una gran
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tempestad impidió a los generales atenienses ocuparse de los
náufragos, por lo cual fueron acusados y condenados a su
regreso a Atenas en medio de la histeria colectiva. Los espartanos, de nuevo, entregaron el mando de las operaciones
navales a Lisandro, quien consiguió el apoyo de los persas. El
último enfrentamiento de la guerra del Peloponeso se desarrolló en Egospótamos (405 a. de C.), donde Lisandro sorprendió a la flota ateniense mientras sus hombres se aprovisionaban en tierra firme, de forma que pudo apoderarse sin
lucha de casi todas las naves enemigas (aproximadamente,
ciento sesenta trirremes). Posteriormente, Lisandro obligó a
todos los colonos atenienses a regresar a su patria, con lo que
se agravaron los múltiples problemas de subsistencia que ya
tenía Atenas: la falta de alimentos, el hacinamiento de la
población, el peligro de epidemias... Los atenienses, desmoralizados, iniciaron conversaciones de paz con Lisandro, pero,
ante las duras exigencias espartanas, desistieron en un principio; no obstante, obligados por la gravedad de la situación,
enviaron a Terámenes a Esparta con plenos poderes para
negociar la paz. Se llegó a las siguientes condiciones, que la
asamblea ratificó:
– Destrucción de las murallas y fortificaciones.
– Entrega de las naves.
– Abandono de su imperio.
– Regreso de los desterrados.
– Ingreso en la Liga del Peloponeso.
A finales de abril del año 404 a. de C., Lisandro entraba triunfalmente en el Pireo y apoyó la instauración en Atenas de un
régimen oligárquico, el de los Treinta Tiranos, que fracasó
por su extrema crueldad. Después de una guerra civil, se res-
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tauró la democracia (403 a. de C.), la cual permaneció prácticamente sin cambios sustanciales hasta la victoria de Macedonia sobre Atenas (338 a. de C.).
Las principales fuentes sobre el conflicto son la Historia de la
Guerra del Peloponeso de Tucídides y las Helénicas de Jenofonte.
3. Léxico
Actividades
1. 1 a-2: monarquía
d-5: jerarquía
b-4: patriarca
e-1: oligarquía
c-3: anarquía
2. 1 a-3: aristocracia
d-2: gerontocracia
g-5: tecnocracia
b-7: democracia
e-4: burocracia
c-6: autócrata
f-1: teocracia
a-3: política
d-1: megalópolis
b-4: cosmopolita
2 ácrata
3. 1 a-2: policía
c-5: metrópolis
5. 1 1V, 2 F, 3 V, 4 V, 5 F.
6.
a3, b5, c7, d6, e2, f8, g1, h4.
7.
1 conditio sine qua non; 2 lapsus linguae; 3 placet
4 peccata minuta; 5 vox populi; 6 mare magnum
7 honoris causa; 8 sui generis.
8.
En esta actividad, los alumnos deben deducir y explicitar las
diferencias morfológicas de género y número en los nombres, y de número, persona, tiempo y modo en el verbo.
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9. En las lenguas románicas, la declinación de los pronombres
personales constituye el único resto de la declinación latina.
Se debe reflexionar sobre las diferencias que éstos presentan
y deducir a qué obedecen; permitirá introducir los conceptos
de declinación y caso.
10. 1 Livia filiam amat; 2 Livia cum filia venit; 3 Domus filiae pulchra
est; 4 Livia filiae vivit.
La Pitia le predijo que de su hija nacería un varón, pero que
este nieto lo mataría.
Acrisio, para impedir el nacimiento de este niño, encerró a su
hija en una cámara subterránea de bronce.
Zeus, que había visto a Dánae y se había enamorado de ella,
penetró en la cámara en forma de lluvia de oro y la fecundó.
Dánae dio a luz a su hijo y durante unos meses, con la complicidad de su nodriza, pudo ocultarlo de su padre.
unidad 3
Sin embargo, el niño, un día mientras jugaba, dio un grito y
Acrisio lo oyó.
1. Perseo
Ignorando las explicaciones de su hija sobre el origen divino
del niño, encerró a ambos en un cofre y los arrojó al mar.
Aproximación inicial
Durante días, la madre y el hijo fueron a la deriva, a merced
de las olas, hasta que llegaron a una playa de la isla de Sérifos.
En relación con estas aventuras de Zeus, los alumnos deben
recordar los amores de éste con Alcmena.
Respecto a las Medusas marinas, se puede pedir al alumnado
que las describa y que opine sobre el motivo por el cual se les
dio este nombre.
Allí los encontró dentro del cofre, todavía con vida, un pescador llamado Dictis, hermano de Polidectes, el rey de la isla.
Dictis recogió a los náufragos, y los llevó a su casa. Cuidó de
Dánae y educó al niño, quien se convirtió en un espléndido
joven.
Información
Actividades
Esquema del nacimiento y la infancia de Perseo
Dánae es hija de Acrisio, rey de Argos.
Acrisio, como no tenía ningún hijo varón, se fue a Delfos para
consultar la forma de conseguirlo.
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1. 1. En estas ilustraciones, como en las demás, los alumnos deben describir el personaje o personajes representados, añadiendo, si lo saben, su nombre y las características que les han
permitido deducirlo; asimismo deben relatar la acción desarrollada. En estos dos casos, se trata del mismo motivo mítico:
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Dánae y la lluvia de oro. En el cuadro de Tiziano aparece una
sirvienta que intenta recoger la lluvia de monedas y en el de
Correggio, Dánae está acompañada por unos «amorcillos» (trasunto del personaje de Eros o Cupido) que erotizan la escena.
2. Las Gorgonas eran tres monstruos femeninos, hijas de
Forcis y Ceto. Dos de ellas poseían la condición de inmortalidad, pero la tercera, llamada Medusa, no.
Continuación de la historia de Perseo
Perseo no tiene más remedio que obedecer a Polidectes e ir
en busca de la Gorgona Medusa.
Su primer problema es no conocer el lugar donde viven las
Gorgonas.
Siguiendo los consejos de Hermes y Atenea, visita a las
Fórcides o Grayas, una especie de ogros con afición a la carne
humana y que ya habían nacido viejas.
Su misión era cerrar el camino que conducía a las Gorgonas,
aparte de ser las únicas que sabían dónde vivían las ninfas de
Occidente, al mismo tiempo que poseían los medios necesarios para que un mortal pudiera enfrentarse a las Gorgonas.
2. b2) Para los griegos, Finisterre y el estrecho de Gibraltar suponían el final de su mundo conocido. De ahí que creyeran que,
más allá, había lugares terribles, donde apenas brillaba la luz
del Sol, habitados por todo tipo de monstruos. Algo similar ocurría a los europeos con el océano Atlántico, hasta los descubrimientos de Colón.
b5) Debe comentarse que Perseo, al conseguir su propósito y
eludir el peligro que las Grayas suponían, hace patente su
116
condición de héroe (conviene recordar que se reconoce a un
héroe por sus hazañas). Hasta ese episodio, no se le había
presentado la ocasión de demostrarla, ya que su infancia
transcurrió como la de cualquier otro niño de Sérifos. El episodio de las Grayas supone, pues, su rito de iniciación.
b6) La ilustración representa el momento en que Perseo arrebata a las Grayas su único ojo.
c2) Las alas son un símbolo de los mensajeros de los dioses.
Por esta razón, los ángeles también tienen este atributo.
d6) El nombre de medusa proviene del personaje mitológico,
dada la semejanza que los zoólogos observaron entre los tentáculos de estos celentéreos y los cabellos serpentinos de
Medusa.
e2) La violación de Posidón a Medusa es especialmente ofensiva para Atenea, no tanto por el hecho en sí, sino por consumarla en el templo de una diosa con una vocación tan firme
por la virginidad. Atenea no podía actuar contra un dios tan
poderoso como Posidón, pero, por otra parte, una ofensa a
una divinidad no podía quedar impune y alguien debía pagar
por ella, aunque fuera inocente. Por este motivo, existe una
versión en la cual se relata que Medusa se jactaba de que su
cabello era más hermoso que el de Atenea, de forma que ésta
la castigó por su osadía.
f5) Probablemente, los alumnos que cursaron Cultura clásica
1 recuerden que, lo mismo que Andrómeda, Ifigenia pagó la
ofensa que su padre Agamenón había hecho a la diosa Ártemis, por lo que fue sacrificada en el puerto de Áulide, para
que, a cambio, la diosa permitiera partir a la flota griega hacia
la conquista de Troya.
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f6) Las Nereidas eran divinidades marinas, hijas de Nereo y
Dóride, hija, a su vez, de Océano (el sufijo -ida equivale a
«hijo/a de»). Entre ellas destacan Tetis, madre de Aquiles;
Galatea, el amor del cíclope Polifemo; y Anfítrite, esposa de
Posidón. Todas eran muy bellas y vivían en el fondo del mar,
aunque también les gustaba jugar en las olas, entre caballos
de mar, delfines y tritones.
f7) En el cuadro de G. Cesari se incluye un elemento que no
aparece en el mito griego: Perseo va montado en el caballo
alado Pegaso, indicio de que el pintor confundió este personaje con Belerofonte, el jinete de este animal. La confusión se
explica porque ambos héroes lucharon contra un ser monstruoso y, además, Pegaso está presente en el mito de Perseo,
ya que éste permitió el nacimiento de aquél al decapitar a su
madre.
g3) La figura de san Jorge recoge elementos tanto del mito de
Perseo, la lucha con el dragón por salvar a una doncella,
como del de Belerofonte y su enfrentamiento con la Quimera,
donde contó, gracias a Atenea, con la ayuda del caballo
Pegaso.
g4) En este cuadro, G. Vasari representa el momento en que
Perseo se dispone a liberar a Andrómeda, tras matar a Medusa
y depositar su cabeza sobre unas algas que, con su contacto, se
han petrificado, dando origen al coral. Vasari, con toda certeza, se inspiró en el siguiente pasaje de las Metamorfosis de
Ovidio: «Para no magullar contra la arena dura la cabeza portadora de serpientes, mulle con hojas la tierra, extiende plantas nacidas bajo las aguas, y coloca encima la cabeza de la
Forcínide Medusa». Los tallos recién cortados y vivos aún en
su porosa médula absorbieron el poder del monstruo, se
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endurecieron a su contacto y adquirieron en sus ramas y hojas
una extraña rigidez. Entonces las Ninfas marinas ensayan
aquel prodigio en otros tallos, se regocijan de que ocurra lo
mismo, y arrojan una y otra vez a las olas las semillas que sacan
de aquéllos. Aún ahora han conservado los corales la misma
propiedad de cobrar dureza al contacto del aire, de manera
que lo que era flexible vástago dentro del mar se convierte en
piedra encima de los mares.
h4) Este relieve corresponde a una de las metopas del templo
de Selinunte, donde se representa, en un estilo muy arcaico,
a Perseo decapitando a Medusa, sin mirarla, mientras Atenea
permanece al lado del héroe.
i4) Perseo es bisabuelo de Heracles, ya que fue padre de Alceo
(progenitor de Anfitrión, el marido de Alcmena) y Electrión
(padre de Alcmena, madre de Heracles).
Actividades de refuerzo
1. a) «Las sirenas son genios marinos, mitad mujer, mitad ave.
Son hijas de la musa Melpómene y del dios-río Aqueloo.
Libanio cuenta que habían nacido de la sangre de Aqueloo
cuando Heracles lo hirió. Las sirenas se mencionan por primera vez en la Odisea, donde figuran dos. Otras tradiciones
posteriores citan cuatro: Teles, Redne, Molpe y Telxíope; o
tres: Pisínoe, Agláope, Telxiepia. Son músicas notables y,
según Apolodoro, una tocaba la lira, otra cantaba y la tercera tocaba la flauta. Según la versión más antigua, las sirenas
habitaban una isla del Mediterráneo y con su música atraían
a los navegantes que pasaban por allí. Entonces, los barcos se
acercaban peligrosamente a la costa rocosa de la isla y zozo-
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braban al chocar con los escollos; después, los cadáveres de
sus tripulantes se corrompían bajo el sol. Se cuenta que los
argonautas pasaron cerca de las Sirenas, pero Orfeo cantó
tan melodiosamente mientras la nave Argos estuvo al alcance
de su música, que los héroes no sintieron la tentación de
acercarse, excepto Butes, quien se arrojó al mar para ir a su
encuentro, aunque Afrodita lo salvó. Al pasar por los mismos
parajes, Ulises, prudente y curioso a la vez, mandó a sus marinos que se tapasen los oídos con cera, y él se hizo amarrar al
mástil, con orden de que nadie lo desatase por insistentes
que fuesen sus ruegos. Al obrar de este modo, seguía los consejos de Circe, quien le había revelado el peligro al que se
exponía. Cuando comenzó a oír la voz de las Sirenas, Ulises
sintió un invencible deseo de ir hacia ellas, pero sus compañeros se lo impidieron. Se dice que las Sirenas, despechadas
por su fracaso, se precipitaron al mar y perecieron ahogadas.
Desde la Antigüedad, los mitógrafos han especulado sobre el
origen y la doble forma de las Sirenas. Ovidio dice que no
siempre habían poseído alas de ave, sino que antes eran
muchachas de aspecto normal, compañeras de Perséfone.
Pero cuando ésta fue raptada por Plutón, pidieron a los dioses que les diesen alas para poder ir en busca de su compañera, tanto por mar como por tierra. En cambio, otros
autores aseguraban que esta transformación era un castigo
infligido por Deméter, porque no se habían opuesto al rapto
de su hija. Algunas versiones afirman que Afrodita les había
arrebatado su belleza porque despreciaban los placeres del
amor. Finalmente, se contaba también que, después de su
metamorfosis, pretendieron rivalizar con las musas, las cuales, irritadas, las habían desplumado y se habían coronado
con sus despojos.
120
»Tradicionalmente, la isla de las Sirenas se sitúa frente a la
costa de la Italia meridional, sin duda delante de la isla de
Sorrento» (P. GRIMAL).
b) Polifemo es el cíclope más famoso. Los cíclopes son seres
monstruosos y gigantescos, que poseen sólo un enorme ojo,
colocado en la frente, y a quienes les gusta la carne humana.
Polifemo es hijo de Posidón y de la ninfa Toosa, hija, a su vez,
de Forcis. La Odisea lo presenta como un horrible gigante, el
más salvaje de todos los cíclopes. Es pastor, vive de sus ovejas
y habita en una caverna. Aunque conoce la utilidad del fuego,
devora la carne cruda. Conoce el vino, pero lo bebe raramente y no se preocupa de los efectos de la embriaguez. No es del
todo insociable, ya que los demás cíclopes acuden en su
ayuda, aunque es incapaz de hacerles comprender su problema. Ulises llegó a la isla donde vivía Polifemo, quien lo capturó, junto con doce de sus compañeros, y los encerró en su
caverna. Cuando el cíclope le preguntó por su nombre, Ulises
con gran astucia le dijo que se llamaba «Nadie». Entonces
empezó a devorar a algunos hombres, y prometió a Ulises que
se lo comería en último lugar, como agradecimiento por
haberle dado un vino delicioso. Durante la noche, mientras el
cíclope estaba profundamente dormido bajo los efectos del
vino, Ulises y sus compañeros afilaron una enorme estaca y,
después de endurecerla al fuego, la clavaron en el único ojo
del gigante. Por la mañana, al salir el rebaño a pacer, los griegos, agarrados al vientre de los carneros, franquearon el
umbral de la caverna, donde Polifemo, ciego, comprobaba
con las manos que sólo salieran los animales. Ya en libertad, y
cuando la nave se hubo hecho a la mar, Ulises, a gritos, se dio
a conocer a Polifemo, burlándose de él. Se daba el caso de
que, en otro tiempo, un oráculo había vaticinado al cíclope
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que sería cegado por el héroe. El monstruo, furioso por el
engaño, arrojó contra el barco enormes peñascos, pero sin
alcanzarlo. De aquí proviene la cólera contra Ulises de Posidón, padre de Polifemo. Con posterioridad a los poemas homéricos, este cíclope se convierte, de un modo harto singular,
en el protagonista de una aventura amorosa con la nereida
Galatea. Teócrito, en su Idilio, nos ha conservado el más célebre cuadro del cíclope galante, enamorado de una doncella
coqueta que lo encuentra demasiado vulgar. Por otro lado,
Ovidio trata el mismo tema.
Textos sobre el significado del personaje de Medusa
2. 1. 1. «Verla [a Medusa], aunque sólo sea un instante, es dejar
para siempre la claridad del sol, perder la vida con la vista: ser
transformado en piedra, bloque ciego, opaco a los rayos luminosos. [...] Si la visión de este monstruo es insostenible, es
porque mezcla en su faz lo humano, lo bestial y lo mineral; es
la figura del caos, del retorno a lo informe, a lo indistinto, a la
confusión de la Noche primordial: el rostro mismo de la
muerte, de esta muerte que no tiene rostro» (J. P. VERNANT).
2. 1. 2. «¿Qué hay en Medusa que justifique este espanto supremo? ¿Una fealdad horripilante o una belleza devastadora?
¿Este tipo de belleza fatal y helada que seduce hasta el punto
de paralizar y cortar cualquier retirada, pero también cualquier avance, que genera un deseo que ni ella misma ni ninguna otra cosa del mundo puede saciar? [...]
»¿Cómo impresiona a Medusa su propio poder? Lo ignoramos,
pero somos capaces de intuirlo. El pathos meduseo nos conmueve, incluso en mayor grado que el de la Esfinge tebana,
porque ésta, al menos, gozaba de los jóvenes y conversaba con
122
ellos, mientras que Medusa carece de interlocutor, está condenada al silencio de los fondos marinos. Ella nada dice a Perseo
ni a ningún otro; no puede hablar, no puede opinar. En su
soledad, únicamente grita. ¿Cómo fueron sus amores con
Posidón? Se nos escapan los pormenores, pero no la brutalidad general del idilio: debió poseerla sin mirarla, como las fieras. Amada y decapitada sin intercambio de miradas, Medusa
es el monstruo más solitario que conocemos, o, al menos, el de
más patético exilio» (P. PEDRAZA).
2. 1. 3. «Si la Esfinge y las Sirenas representan la seducción de la
voz femenina, la fascinación de la mirada la encarna la
Gorgona Medusa, uno de los personajes más terroríficos, si no
el que más, de la mitología griega, cuyo rostro petrificaba a
toda persona que depositaba en él su mirada. En este sentido
se ha dicho que Medusa encarna la muerte en lo que ésta
podía tener de más inhumano y terrorífico para un griego, ya
que la petrificación supone no sólo la privación de la vida,
sino el retorno a lo informe y la vuelta, en definitiva, a la confusión del caos primigenio. Pero, junto a su imagen de horrible Gorgona, hay una variante en la leyenda sobre Medusa
que nos habla de una joven de extraordinaria belleza, belleza
que despierta los celos de la diosa Atenea y por ello la convierte en un ser aterrador. Medusa fue condenada de esta
manera a una existencia solitaria y alejada de cualquier manifestación de vida, un monstruo que no busca a sus víctimas,
sino que es buscada por ellas, y cuya vida terminó el día en
que Perseo, con la ayuda de Atenea, cortó su cabeza para, en
la versión tradicional, llevársela como trofeo pero, según otras
versiones, para no separarse jamás de esta resplandeciente faz.
Esta doble tradición es la que ha hecho preguntarse si es la
fealdad o la belleza la causa del terror que suscita Medusa, o
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es, precisamente, la mezcla inseparable de las dos la que desvitaliza a sus víctimas paralizándolas en la fascinación por una
belleza fatal, ante la que no pueden retroceder, pero hacia la
que tampoco pueden avanzar, ya que “genera un deseo que ni
ella misma puede saciar”. Medusa se ha convertido así en el
símbolo de los peligros que encierra la belleza femenina, ya
que, bajo el brillo y la seducción que ejerce el rostro de una
mujer, puede estar agazapada la más terrorífica de las muertes, en ese juego de interferencias entre Thánatos (Muerte) y
Eros (Amor) tan querido de los griegos» (M. MADRID).
2. Infancia y educación
Aproximación inicial e Información
«En la historia del mundo occidental, Alejandro Magno (356-323
a. de C.) es sinónimo de héroe, de conquistador y, a veces, de destructor. Ya antes del nacimiento de Alejandro se dan signos de
que del matrimonio de Filipo y Olimpia, reyes de Macedonia,
nacerá un niño excepcional. Olimpia sueña que un rayo se clava
en su seno, y Filipo, en una visión onírica, cierra la matriz de su
esposa con un sello en forma de león: señal de que nacerá de ese
seno un niño con el orgullo de un león.
»El oráculo de Apolo en Delfos dio, en relación con Zeus/Amón,
la noticia de que una serpiente habría dormido al lado de
Olimpia; con ello se establece la idea, de la cual también participará más tarde Alejandro, de que el padre no era Filipo sino Zeus.
Desde sus años jóvenes el hijo del rey muestra una gran ambición,
tanta incluso que le preocupa que su padre, rico en éxitos, no le
124
deje suficiente mundo para conquistar. Irritado por su padre, quien
considera indomable al caballo Bucéfalo («cabeza de buey»),
Alejandro doma a este gigantesco y excepcional animal, con cuernos en su cabeza, y que después llevará por todos los países.
»De la educación de Alejandro se encargan con esmero los artistas
Apeles y Lisipo, y Aristóteles, el cual educa al joven en la comprensión de la filosofía y de las letras. El libro favorito de Alejandro es
la Ilíada de Homero, que lleva con él en todos sus viajes dentro de
una cajita, guardándola bajo su almohada. Pronto surgen las dificultades entre Filipo y su hijo, y Olimpia participa en ellas instigando a Alejandro en contra de su marido. Alejandro estalla cuando Filipo quiere repudiar a su mujer en favor de una tal Cleopatra.
La riña entre padre e hijo en un banquete no desemboca en una
lucha a muerte sólo porque ambos combatientes están bebidos. Sin
embargo, los conflictos continúan aumentando tanto que, cuando
Filipo es asesinado por un cortesano agraviado, se sospecha que
Alejandro y Olimpia están implicados en ello.
»Tras la muerte de Filipo, el reino macedonio es asediado por
peligros tanto internos como externos. Alejandro acaba rápidamente con sus adversarios y marcha entonces contra Tebas, la
cual arrasa, salvo la casa del poeta Píndaro, aunque más tarde se
mostrará arrepentido de esta destrucción.
»A partir de este momento, sus conquistas se sucedieron sin tregua,
y en ellas se entremezclaron episodios de brutalidad con ejemplos
de clemencia. Las expediciones de Alejandro pueden analizarse
según dos ejes principales: la conquista de Asia, a la sazón bajo el
dominio de Darío III, de 334 a 327 a. de C.; a continuación la de la
India, de 327 a 325 a. de C. Aún le quedaban dos años de vida,
durante los cuales reside en las ciudades de Persia; mientras preparaba una nueva expedición a Arabia le sorprendió la muerte.
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»Los acontecimientos más sobresalientes de esta grandiosa epopeya fueron tanto las batallas como los actos simbólicos que llevó
a cabo, en especial su intento de identificarse con Aquiles, el
héroe por excelencia de la guerra de Troya. La primera victoria
de Alejandro sobre el ejército persa fue en Gránico, en la primavera del año 334 a. de C. Le siguió la conquista de las ciudades
griegas situadas en las costas meridionales de Asia Menor, de
Licia, Panfilia y Frigia. Fue entonces cuando acaeció el incidente
del nudo gordiano, en la ciudad Frigia de Gordio. La primera
batalla en toda regla entre el ejército macedonio y los persas tuvo
lugar en Iso, Cilicia, el año 333.
príncipes locales se le someten espontáneamente y Alejandro les
concede audiencia en Taxila, pero otros rehúsan reconocer su
autoridad, como el rey indio Poro. Tras una batalla regular especialmente sangrienta –Poro combate con trescientos carros y doscientos elefantes–, Alejandro se impone, aunque debe reconocer
el valor de su adversario. A la pregunta de cómo desea ser tratado, Poro responde: “Trátame como a un rey”. En el otoño del año
326 a. de C., hallándose a las orillas del río Hífasis (actual Bias),
agotados tras ocho años de campañas, los soldados de Alejandro
se niegan por primera vez a obedecer las órdenes del conquistador: emprenden el camino de regreso.
»Tras su derrota, Darío se refugia en Babilonia para recomponer
su ejército. Alejandro continúa la conquista de las ciudades costeras: en el año 332 a. de C., Tiro, asedio que dura seis meses. Tras
esta difícil conquista marcha victorioso sobre Egipto, lo ocupa y
funda Alejandría. Dirigiéndose entonces hacia el este, logra sobre
Darío una segunda victoria, en una batalla en las proximidades de
Gaugamela (llamada también batalla de Arbela, nombre de una
villa próxima), y se adueña de las residencias de Darío: Babilonia,
Susa, Persépolis, Pasagarda. Alejandro persigue a Darío, que se ha
refugiado en Media, donde lo asesinan unos conjurados persas a
cuyo frente se ha puesto el sátrapa Beso. Alejandro se erige entonces en vengador y heredero político de Darío; se ocupa de sus
funerales y persigue a Beso, a quien manda juzgar y ejecutar en
329 a. de C. Adopta el ceremonial de la corte de Darío y se casa
con Roxana, hija del noble bactrio Oxiartes, en 327 a. de C. Algunos macedonios sienten recelos de verse tratados en el mismo
plano de igualdad que los persas, pero Alejandro los reprime
enérgicamente.
»Durante el invierno de este mismo año, descienden por el Indo
con una considerable flota construida en ese mismo lugar (en
torno a mil barcos), y someten o masacran a los pueblos que
encuentran a su paso. En el año 325 a. de C., Alejandro se instala en Patala, en el delta del Indo, y decide que el regreso del ejército a Persia se efectúe en varias columnas: una expedición, por
las regiones del interior; otra, en paralelo a las costas del golfo
Pérsico; una tercera, por mar, bordeándolo. Tras este difícil regreso, aguarda a Alejandro, una vez llegado a las capitales persas, la
tarea de reprimir las revueltas e incipientes complots. En el año
324 a. de C., adoptando la costumbre persa de la poligamia, se
casa con dos princesas aqueménidas en una suntuosa fiesta nupcial, donde también contraen matrimonio numerosos compañeros de armas, emparentándose con jóvenes muchachas de la
nobleza persa o meda.
»En la primavera de 327 a. de C, el ejército emprende la conquista de la India; cruza el río Indo un año más tarde. Algunos
126
»Algunos soldados macedonios reprueban esta política de fusión
cultural y se sienten amenazados; Alejandro los tranquiliza, y
empieza con los preparativos de la expedición que proyecta
emprender hacia Arabia. Llegado a Babilonia, es víctima de una
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fiebre maligna, a resultas de la cual muere el 13 de junio del año
323 a. de C. Su sucesión se prevé complicada: interrogado en su
lecho de muerte, parece que dijo que dejaba su reino “al mejor”.
Los conflictos entre sus sucesores fueron muy violentos, ya que
Alejandro no había dejado ningún heredero directo, sin contar a
su hermanastro, retrasado mental, y al hijo póstumo que esperaba Roxana. Fue Tolomeo quien logró hacerse con el cadáver de
Alejandro y lo trasladó a Alejandría para darle allí sepultura». (E.
M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
en un monte o bosque, los padres no quedaban manchados
por su muerte, ya que salvar al niño o la niña siempre estaba
en manos de los dioses. El motivo de la exposición de hijos no
deseados es frecuente en los mitos; tal vez el caso de Edipo es
el más significativo.
f2) Hasta hace poco, en Gran Bretaña, los castigos corporales
formaban parte de la educación de los niños y niñas, sobre
todo en los exclusivos colegios privados para las elites. Todavía
en nuestros días, es un tema polémico y existen personas que
continúan estando a favor de ellos.
Actividades
2. a1) Las mujeres en Esparta gozaban de una mayor libertad y
de una consideración social superior a las de otras ciudades
griegas. Esta situación era una consecuencia más del hecho de
que, en esta ciudad, todo estaba destinado a conseguir que sus
ciudadanos fueran guerreros invencibles. De ahí que se prescribiera que las niñas practicaran deporte y se ejercitaran fisícamente, bajo la creencia de que así se favorecería el que dieran a luz hijos sanos y fuertes. Por ese motivo, esta ciudad era
la única donde se equiparaba la muerte de un guerrero en la
batalla con la de una mujer en el parto; ambos recibían los
mismos honores por su fallecimiento glorioso.
a3) La ilustración reproduce un mosaico de una villa romana.
Al respecto, conviene dejar claro que las mujeres romanas gozaban de mucha más libertad que las griegas, sobre todo una vez
casadas.
b2) La costumbre de «exponer» a un recién nacido estaba
muy extendida por toda Grecia, pero sin llegar a los extremos
de lo que ocurría en Esparta. Se pensaba que, al abandonarlo
128
Actividades de refuerzo
1. Con un ejército compuesto por unos cuarenta mil hombres
y el firme propósito de liberar las ciudades griegas sometidas
por los persas, Alejandro atravesó el Helesponto en la primavera de 334 a. de C., iniciando su marcha contra el imperio persa y dejando su reino en manos de Antípatro. Precisamente, la composición de su ejército, unida a su indiscutible
talento como estratega y a la hábil elección de hombres capacitados y de confianza como generales, constituyó la clave
de sus victorias. Ya en la configuración de su primer ejército
se reunía un conjunto equilibrado de efectivos con armas
diferentes. Este conjunto lo formaban la infantería pesada,
integrada por contingentes griegos enviados por la Liga de
Corinto y por mercenarios; la falange macedonia de armamento pesado, con la característica sárissa (una lanza de
unos cinco metros de longitud); la infantería ligera, compuesta por macedonios, tracios y peonios dotados de jabalina; el cuerpo de arqueros cretenses; y, ocupando una posición relevante, la caballería pesada macedonia, principal
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cuerpo de choque de su ejército, apoyados por la ligera, de
tesalios y tracios.
Cuando arribó a tierras asiáticas, Alejandro inauguró la serie
de acciones rebosantes de carga simbólica e ideológica, con su
visita a la tumba del mítico Aquiles en Troya. Casi de inmediato, se enfrentó a las tropas persas, superiores en número,
junto al río Gránico, obteniendo una rotunda victoria y enviando a Atenas trescientas armaduras de los vencidos como
ofrenda a la diosa Atenea. Esta primera victoria no sólo asestaba un golpe de gracia al imperio persa, sino que validaba el
poder y las fuerzas de Alejandro; asimismo consolidaba su
posición frente a los griegos. Nada podía detener ya su avance hacia las ciudades griegas de la costa de Asia Menor, que se
concretó en la toma de Sardes y Éfeso, y en una fácil neutralización de la resistencia por parte de Mileto y Halicarnaso, animada por el rodio Memnón, aliado de los persas. Ante estas
ciudades se presentó como libertador, instaurando sistemas
pretendidamente democráticos, si bien bajo su control.
En su marcha hacia el interior, por Licia y Panfilia, llegó a
Gordion en Frigia, donde se hallaba el célebre nudo que,
según la leyenda, otorgaría el dominio de Asia a quien fuera
capaz de deshacerlo. Alejandro lo resolvió cortándolo con un
golpe de espada, incorporando otro acto repleto de simbolismo a sus acciones de confirmación, alarde de poder y legitimación de sus ambiciones. A través de Capadocia dirigió su
ejército hacia Siria, alcanzando la ciudad de Tarso en la región
de Cilicia, donde se vio retenido por una grave enfermedad.
Pero, apenas se hubo restablecido, continuó con la conquista
de las ciudades próximas, como Solos y Malos.
Encaminándose hacia el norte de Siria, en el otoño del año
333 a. de C., llegó a enfrentarse con el propio rey aqueméni130
da, Darío III, en Issos. En esta batalla infligió una nueva derrota a las tropas persas, obligando al Gran Rey a retirarse más
allá del río Éufrates y quedando a su merced el campamento
donde se encontraba la familia real, la esposa, los hijos y la
madre de Darío. Comenzó así una nueva etapa en la que consolidó su control en Asia Menor, en cuyas costas sucumbieron
los últimos focos de resistencia persa, mientras la flota macedonia liberaba las islas del Egeo; también abrió nuevas posibilidades de conquista en la región siriopalestina, cerrando las
salidas al mar del imperio persa, al tiempo que lograba acallar
las voces de determinados sectores griegos que aún se alzaban
en su contra.
Las ciudades fenicias de la costa, desde Arados a Sidón, se
entregaron sin presentar oposición alguna ante el irrefrenable avance del macedonio. Simultáneamente, Alejandro rehusaba las ventajosas propuestas de Darío III, que le ofrecía los
territorios asiáticos del otro lado del Éufrates, así como una de
sus hijas en matrimonio y diez mil talentos, a cambio de la paz
y de la liberación de su familia (cuyos integrantes sí restituyó
al rey persa). Empeñado en su campaña de conquista, llegó
ante las puertas de la ciudad de Tiro, cuya larga resistencia se
reveló inútil, castigándose a su población de forma ejemplar, al
igual que la de Gaza, pues en el invierno del año 332 a. de C.
había culminado ya la conquista de Palestina y se dirigía hacia
Egipto.
Ante la población egipcia, bajo el yugo persa, Alejandro se
convirtió en el auténtico artífice de su liberación; por ello, al
alcanzar el delta del Nilo, no encontró demasiadas dificultades para vencer al sátrapa persa, aislado y sin el apoyo del pueblo egipcio. A su llegada a Menfis, se le aclamó como liberta-
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dor, invistiéndole con el poder y la corona del faraón. Precisamente, una de sus primeras medidas fue la fundación de una
ciudad en el delta del Nilo, a la que dio su propio nombre,
Alejandría. Después, se dirigió a través del desierto hasta el
santuario del oráculo de Amón, en el oasis de Siwa, donde los
sacerdotes lo proclamaron «hijo de Amón», dios que los griegos ya identificaron con Zeus, de manera que consolidaba su
propia ascendencia divina, como descendiente de la dinastía
argéada, la cual se remontaba a Heracles y, por ende, al propio Zeus.
Alejandro no se demoró mucho tiempo en Egipto, sino que
retrocedió sobre sus pasos para llegar a las costas fenicias,
desde donde partió hacia Mesopotamia en el verano del año
331 a. de C. Habiendo dejado atrás el río Éufrates y después
de atravesar el Tigris, se encontró en Gaugamela con el ejército de Darío, quien había renovado sin éxito su propuesta de
paz. La victoria en esta batalla resultó decisiva, pues la retirada
desordenada de los persas y la huida del rey dejaron indefensos muchos de los centros vitales del imperio persa. Babilonia
fue fácilmente sometida, apoderándose así del magnífico tesoro real, y en Persia sucumbieron una tras otra las ciudades de
Susa, Persépolis, donde incendió el palacio real, y Pasargada.
Los continuos éxitos de Alejandro se vieron transitoriamente
ensombrecidos por la sublevación de Esparta, secundada por
otras ciudades antimacedonias y finalmente reprimida por Antípatro. En la primavera del año 330 a. de C., Alejandro de
nuevo emprendió la marcha en pos del Gran Rey hacia
Media. Al llegar a Ecbatana, Darío se había escabullido otra
vez, refugiándose en Bactriana. Antes de continuar la persecución, Alejandro decidió reorganizar sus tropas, relevando a
132
los efectivos griegos recompensados con magnanimidad, al
tiempo que encomendaba al macedonio Harpalo la custodia
de las ingentes riquezas obtenidas en los botines. En su enconado acoso al rey persa se adentró en la región del nordeste,
atravesando las Puertas Caspias. Entretanto, Darío había sido
derrocado por Beso, el sátrapa de Bactriana, quien ante el
avance de Alejandro ordenó dar muerte al gran rey, proclamándose soberano él mismo con el nombre de Artajerjes.
Teniendo en cuenta la inesperada forma en que se habían
precipitado los acontecimientos y se había transformado la
situación, en ese verano del año 330 a. de C., no resulta extraño que Alejandro se hiciera cargo de los restos de su difunto
enemigo, ordenando su sepultura y unos sepelios reales. Con
este aparente gesto de benevolencia, en realidad estaba subrayando su condición de legítimo sucesor de Darío III y, como
tal, debía acabar con el usurpador del trono y conquistar los
territorios orientales del imperio persa.
En la región suroriental del mar Caspio y en el área irania,
fueron sometidos diversos pueblos, así como los territorios de
Partia. Alejandro marchó entonces hacia Oriente, conquistando sucesivamente Aria, Drangia, Aracosia, donde se detuvo en la primavera del año 329 a. de C. antes de atravesar el
Paropániso, y la cordillera del Hindu-Kush. Sin que las imponentes alturas supusieran un obstáculo, llegó a Batriana, el
refugio del usurpador que, sin embargo, se había dado a la
fuga. Siguiéndolo con tenaz empeño por el territorio de Sogdiana, Beso fue finalmente capturado y ejecutado. Alejandro
tomó la capital de Sogdiana, Macaranda (Samarcanda), alcanzando así el límite del imperio persa. Sin embargo, la búsqueda de una frontera natural explica su posterior campaña
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en la India, en la región del río Indo, conocida como la de los
«cinco ríos» (Punjab). En la primavera del año 326 a. de C.,
llegó a las riberas del Indo, granjeándose pronto el apoyo del
rey Taxiles y de otros príncipes de la zona del río Hidaspes.
Finalmente, alcanzó el río Hifasis, el más oriental de todos,
obteniendo de esta forma la sumisión de la región. Disuadido,
ante la negativa del ejército de seguir avanzando hacia el este
y tras convertir este curso fluvial en el límite oriental del imperio, emprendió el regreso.
En la región del Hidaspes, donde se detuvo el ejército en el
invierno de 325 a. de C. para construir una flota, se produjo
el enfrentamiento con los malios, en el que Alejandro resultó
gravemente herido por una flecha. En el verano del mismo
año emprendió el retorno, dividiendo el ejército con el fin de
seguir un doble itinerario, uno por tierra, a lo largo de la
costa y bajo el mando de Alejandro, y otro por mar, con la
flota construida para la expedición a través del océano Índico
y del Golfo Pérsico, dirigido por Nearco. En el itinerario
seguido por Alejandro, destaca su enconado empeño de atravesar el desierto de Gedrosia (Beluchistán), emulando al propio Ciro, pero con un elevado coste en vidas entre las filas de
su ejército. En la primavera del año 324 a. de C. llegaba a
Susa, dirigiéndose durante el verano a la ciudad de Opis y en
el invierno del mismo año, por fin, a Babilonia, convertida en
capital de su efímero imperio. Desde allí se afanaba en sus planes para preparar una amplia expedición de conquista a
Arabia, que se truncó con su prematura muerte, el 13 de junio
del año 323 a. de C., provocada por la fiebre, acaso originada
por anteriores y crónicas afecciones nunca curadas.
134
3. Léxico
Actividades
1.
a + 2 = gramática
c + 8 = semántica
e + 6 = etimología
g + 3 = morfología
b + 4 = literatura
d + 7 = filología
f + 1 = sintaxis
h + 5 = fonética
2.
a + 3 = monólogo
c + 2 = epílogo
b + 4 = prólogo
d + 1 = diálogo
3. 1
a + 4 = ortografía
c + 1 = criptografía
e + 2 = tipografía
b + 5 = caligrafía
d + 3 = taquigrafía
2
4. 1
2
Biografía: escrito que explica la historia de la vida de una
persona. Autobiografía: vida de una persona escrita por
ella misma. Monografía: descripción y tratado de determinada parte de una ciencia o de un asunto en particular.
a + 5 = anónimo
c + 6 = homónimo
e + 1 = parónimo
g + 8 = patronímico
b + 7 = antónimo
d + 2 = sinónimo
f + 4 = pseudónimo
h + 3 = topónimo
Onomástica: ciencia que trata de la catalogación y estudio
de los nombres propios.
5.
a + 2 = metonimia
b + 3 = metátesis
c + 1 = metáfora
6.
a + 8; b + 5; c + 7; d + 1; e + 2; f + 3; g + 6; h + 4.
7. 1
alter ego, in aeternum, carpe diem, curriculum vitae, junior, etc.,
cum laude, numerus clausus, stricto sensu, 10 ex cathedra, 11
cum laude.
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unidad 4
Información
Esquema de la historia de Jasón
Jasón es hijo de Esón, a quien le correspondía el trono de Yolco
(Tesalia), pero éste le fue arrebatado por su hermanastro Pelias.
1. Jasón y Medea
Jasón fue educado por el centauro Quirón en el monte Pelión.
Aproximación inicial
Cuando alcanzó la edad adulta, se dirigió a Yolco para tratar
de recuperar el trono de su padre.
Posiblemente, salvo en el caso de Medea, las Sirenas y las Amazonas, la mayoría de los alumnos no sepa contestar estas cuestiones introductorias. Si alguno conoce la respuesta, conviene resaltarlo y pedirle que informe al resto de la clase, y que el profesor
se limite a corregir datos erróneos, de forma que se deje la explicación para los textos de la unidad. Si nadie puede responder, la
mejor opción es dejar la solución en suspenso.
En cuanto a la ilustración, por el pie de foto saben que se refiere
a los argonautas, aunque no aparece ningún elemento que les indique la razón de este nombre. Como en el resto de las ilustraciones, se les debe pedir que la describan. Cualquier alumno puede
ya comentar que pertenece a una vasija griega, de figuras rojas, en
la que se representan unos guerreros, lo cual se deduce porque
llevan armas (lanzas, espadas), así como cascos y escudos; aparecen dos personajes que probablemente reconocerán: en el centro
Heracles (por la clava y el arco), y a la izquierda Atenea (por la
vestidura larga); las demás figuras están desnudas (héroes) o llevan la túnica corta de los guerreros. También pueden explicar
que la presencia de la diosa indica la realización de una hazaña
peligrosa en la que ésta actúa de protectora.
En el camino, perdió una sandalia (tal vez, al cruzar algún río).
Cuando llegó a Yolco, descalzo de un pie, su presencia conmocionó enormemente a Pelias, a causa de un oráculo que
éste había recibido.
Actividades
1.
Estas cuestiones se responden a partir de la narración del
profesor o profesora.
2.
1 Como se sabe, los griegos pensaban en Delfos como el centro de la tierra y, por eso, lo consideraban «el ombligo del
mundo». De hecho, en su Museo se conserva una reproducción de éste, tallada en piedra.
Esquema de la historia del vellocino de oro
Frixo y Hele eran dos hermanos, hijos de Atamante y Nefele,
que reinaban en el país de Coronea, en Beocia.
Atamante se separó de Nefele para casarse con Ino, una hija
del rey Cadmo de Tebas, y tuvo otros dos hijos de ella.
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Ino, celosa de los hijos del primer matrimonio, tramó un engaño para librarse de ellos.
Jasón preparó una expedición, a la que se unieron los héroes
más famosos de su época.
Persuadió a las mujeres del reino para que, a escondidas de
sus maridos, tostasen el trigo destinado a la siembra.
Encargó a Argos, el más hábil artesano de Yolco, la construcción de un medio de transporte para llegar hasta la Cólquide.
El trigo, lógicamente, no fructificó tras sembrarse, por lo que
el rey, temiendo que fuera una plaga enviada por alguna
divinidad, mandó un mensajero a consultar el oráculo de
Delfos.
La diosa Atenea inspiró a Argos la construcción de una nave y
le aconsejó que, como mascarón, colocara una rama del roble
sagrado de Dodona, tallada por ella misma y dotada de una
propiedad maravillosa.
Ino sobornó a los mensajeros para que comunicaran al rey
que Apolo reclamaba el sacrificio de su hijo Frixo, porque
sólo así el trigo volvería a fructificar.
3. b2) En esta respuesta, no conviene ofrecer la explicación completa del motivo por el cual la rama del roble de Dodona posee
la facultad de hablar. Deberá realizarla el alumno o alumna que
elija como actividad de refuerzo, precisamente, la búsqueda de
información sobre el santuario de Dodona.
Cuando Atamante se disponía a sacrificar a su hijo, Nefele
interviene para salvarle y envía un carnero, regalo de Hermes,
que tenía su lana de oro (vellocino o toisón) y la facultad de
caminar por el aire.
Frixo y su hermana Hele subieron al carnero y huyeron en
dirección a oriente.
Cuando sobrevolaban el actual mar de Mármara, Hele se cayó
y murió, recibiendo su nombre este lugar (Helesponto).
Frixo llegó a la Cólquide y fue recibido hospitalariamente por
Eetes, rey de Colco.
Frixo sacrificó el carnero a Zeus y consagró su piel a Ares, colgándola en un árbol de un bosque dedicado al dios, quien
envió un dragón para custodiarla.
Cuando Jasón reclamó el trono a Pelias, éste prometió devolvérselo si era capaz de traerle el vellocino de oro.
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b6) Sobre Orfeo, salvo que alguien disponga de más información, basta comentar su condición de músico excepcional, ya
que su figura se trata con todo detalle en la unidad 8.
c2) Las Harpías eran dos seres (en algunas versiones, tres) que
se representan como mujeres aladas (o aves con cabeza de
mujer) y dueñas de unas afiladas garras. Pertenecen, por tanto,
a la especie de monstruos alados como las Sirenas y las Esfinges, con las que comparten también su carácter de daímones
o genios infernales.
Se puede destacar el carácter refinado y cruel que tienen los
castigos de los dioses de la mitología clásica, sin necesidad de
ser truculentos o morbosos (cf. Tántalo, Sísifo o las Danaides).
c4) Boreas es el dios del viento del Norte. Según los griegos,
habita en Tracia, el país más frío de Grecia, y se representa
como un hombre alado con barba y gran corpulencia. Era
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hijo de Eos (Aurora) y el titán Astreo (pertenecía, por tanto,
a la estirpe de los Titanes). Raptó a Oritía, hija de Erecteo, rey
de Atenas, cuando jugaba con sus amigas en la ribera del río
Iliso. Con ella concibió a sus hijos Calais y Zetes, que acompañaban a Jasón. Eran seres alados, como corresponde a su
naturaleza aérea, es decir, simbolizan su condición de hijos de
un viento y su facilidad para desplazarse tan rápidamente
como su progenitor.
d, e, f3) Las obras de Hefesto son siempre maravillosas y causaban la admiración de los dioses por su maestría e ingenio. Este
dios es el creador de los primeros autómatas que se conocen en
la cultura occidental. Homero ya ofrece la descripción de aquellos que le ayudaban en su fragua. Estos toros son también autómatas y, por tanto, imposibles de domesticar por un mortal,
salvo que cuente con la ayuda de alguna divinidad.
La petición de Eetes a Jasón era doble: uncir los toros y, con
ellos, labrar un campo y sembrar en él, en vez de semillas de
cereal, los dientes de un dragón. Por tanto, son dos pruebas
las que proponen a Jasón, a cuál de las dos más peligrosa.
d, e, f5) Hécate es objeto de una de las actividades de refuerzo. Por eso, en esta respuesta es suficiente señalar su carácter
de diosa de la magia.
g, h3) Jasón es fácilmente reconocible porque suele representarse, como en esta famosa estatua de B. Thorvaldsen, con el
vellocino.
Continuación del esquema de la historia de Jasón y el vellocino de
oro
Medea ayuda a Jasón a librarse de las asechanzas de su padre
de la siguiente manera:
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– Le proporciona un bálsamo que le vuelve invulnerable al
fuego y al hierro, durante un día entero, para protegerlo de los
toros de Hefesto.
– Le previene de que, una vez consiga uncir los toros y sembrar los dientes del dragón, de éstos nacerán unos guerreros
terribles que intentarán darle muerte.
– Para evitarlo, aconseja a Jasón que arroje una piedra en el
centro y los guerreros se enzarzarán en una lucha entre ellos
hasta matarse.
Eetes, cuando ve que Jasón ha superado las pruebas, no está
dispuesto a cumplir con su promesa y entregarle el vellocino,
sino que se dispone a dar muerte a Jasón y a sus compañeros
mientras duermen.
Medea avisa a Jasón y, huyendo con él, lo lleva hasta el bosque donde está el vellocino.
4. b3)La ilustración de esta copa ática muestra una escena en la
que se ve a Jasón vomitado por el dragón, a instancias de la
diosa Atenea, quien aparece con aire protector a su lado. No
nos ha llegado ningún testimonio escrito de este motivo de la
leyenda, por lo que desconocemos los pormenores del episodio. Se puede aprovechar esta circunstancia para explicar la
limitación de nuestro conocimiento sobre los detalles de
muchos mitos, así como de las vías por las que nos han llegado. Asimismo, se puede pedir a los alumnos que imaginen y
den su propia versión de este hecho.
5. a1) Esta versión recogida por Apolodoro carga todo tipo de crímenes sobre Medea para justificar su imagen de mujer salvaje
y cruel (cf. su actitud con el joven Teseo), y exculpar a Jasón.
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a2) Para explicar la facultad de hablar que tiene la nave, debe
recordarse que lleva como mascarón una rama del roble de
Dodona.
a3) Circe es hija del Sol y de la oceánide Perseis (según algunos autores, su madre es Hécate). Es, por tanto, hermana de
Eetes, rey de Colcos, y de Pasífae, esposa de Minos. Vive en la
isla de Ea (o Eea), y a todos los marineros que llegan a su palacio, tras acogerlos amablemente, les ofrece una bebida que los
convierte en animales. Sólo Ulises, gracias al antídoto que le
proporciona Hermes, consiguió salir indemne de la magia de
Circe.
Continuación del esquema de la historia de Jasón y los argonautas
Los argonautas llegan a la isla de Circe donde, gracias a la
petición de Medea, son purificados de la muerte de Apsirto.
Desde allí inician el camino de regreso a Yolco. Sin embargo,
antes de llegar, todavía deben vencer numerosos peligros.
b2) Las Rocas Errantes eran unos peñascos marinos móviles
que destrozaban, al entrechocar entre sí, a todos los barcos
que pasaban a través de ellas.
b3) Escila y Caribdis son dos monstruos marinos que, tradicionalmente, se situaban en el estrecho de Mesina. Escila
tenía forma de mujer y, en su parte inferior, la rodeaban unos
perros que devoraban todo lo que estaba a su alcance. Se dice
que había sido una hermosa joven por cuyo amor Glauco
había despreciado el de Circe, quien, en su despecho, convirtió a Escila en un ser monstruoso. Su muerte se atribuye a
Heracles, quien, enfurecido, acabó con ella por haber devo-
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rado algunos de los bueyes que el héroe había robado a
Geriones. Caribdis, hija de Gea y Posidón, era un enorme
remolino marino que tres veces al día absorbía todo lo que
flotaba a su alrededor.
b4) Talo es, tal vez, el autómata más famoso de los fabricados
por el maravilloso arte de Hefesto. También se dice que era el
último representante de los hombres de la raza de bronce. Su
cuerpo se movía gracias al icor, nombre que Homero da a la
sangre de los dioses, que corría por sus venas. Protegía la isla
de Creta arrojando grandes piedras contra los intrusos. A quienes se salvaban de este ataque, les esperaba una muerte atroz:
Talo calentaba su cuerpo con fuego al rojo vivo y luego oprimía con sus brazos a los sobrevivientes de forma que resultaran
abrasados.
Un cyborg es un ser de la nueva mitología creada por la ciencia
ficción que, a diferencia de los robots, con una apariencia semejante a la de una máquina, presenta un aspecto exterior parecido al de un ser humano. Resulta, por tanto, un robot humanizado. El caso paradigmático está encarnado por el personaje del
replicante Nexus VI en la novela Do Androids Dream of Electric
Sheep?, de Phiplip K. Dick, en la que se basó la película Blade
Runner (Ridley Scott, 1982); este cyborg incluso tiene sentimientos y se propone impedir su destrucción, cuando se entera de
que ésta se programó en el momento mismo de su creación.
b5) En la ilustración se muestra un vaso donde se reproduce
el momento en que Talo se derrumba, una vez que Medea le
ha sacado el clavo y le fluye el icor.
b6) Para trazar el itinerario de regreso de los argonautas, a los
alumnos puede servirles de guía el mapa que acompaña el
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texto d, en la pág. 83. En cuanto a la ubicación de la isla de las
Sirenas y demás personajes míticos, ya desde la Antigüedad se
ha discutido mucho si correspondería o no a un lugar geográfico concreto. Entre las hipótesis que más se barajaron, se
apuntan los siguientes:
– Golfo de Nápoles: la isla de las Sirenas.
– Monte Circeo, al sur del Lacio: la isla de Ea, morada de
Circe.
– Estrecho de Mesina: Escila y Caribdis.
– Sicilia: la isla Trinacria.
– Corfú: la isla de los feacios.
c1) En ausencia de Jasón, Pelias, creyendo que éste había
muerto, obligó a Esón a suicidarse.
c2) El repudio de Medea por parte de Jasón, que le permitía
casarse con la hija del rey de Corinto, es el motivo que
Eurípides eligió de este mito para componer una tragedia,
Medea, considerada como una de las obras maestras del teatro
griego, entre otras cosas, por la enorme fuerza y la fascinación
que sigue ejerciendo su protagonista. También es una de las
más representadas en la actualidad.
c3) En este vaso con figuras negras, se describe el momento en
que Medea muestra a Pelias (sentado a la izquierda) cómo ha
conseguido rejuvenecer un carnero después de cocerlo. Los
otros personajes presentes son las hijas de Pelias.
6. 4 Los argumentos de Jasón para justificar el repudio de Medea,
hoy día, rezuman cinismo. Sin embargo, probablemente,
muchos de los espectadores atenienses estarían de acuerdo
con ellos, ya que, tal como reconocían las leyes, el esposo tenía
el derecho de repudiar a su mujer. Además, la condición de
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extranjera y bárbara de Medea justificaría no sólo este rechazo, sino la creencia de que ésta ya debería darse por satisfecha
por el hecho de vivir en la civilizada Hélade, donde impera la
ley y la justicia, en vez de la violencia y la barbarie, como en su
patria. No opinaría así Eurípides, ya que el retrato que realiza
de Jasón, de su egoísmo y debilidad, no presenta ninguna afinidad con el espléndido héroe que embarcó a la búsqueda del
vellocino, del que hablaba la versión tradicional del mito.
7. 1 Medea prometió a Egeo que, si la acogía en Atenas y se casaba con ella, le daría un hijo varón. Egeo en ese momento no
sabía que ya había engendrado en Etra a su hijo Teseo.
3 El efecto del veneno con el que Medea impregna el velo y la
corona nupcial que envía a Glauce es similar al de la hidra de
Lerna, con el que, sin saberlo, Deyanira impregnó la túnica
que entregó a Heracles. En ambos casos, las vestiduras se adhirieron al cuerpo, abrasándolo en medio de terribles dolores
de sus víctimas.
8. a, b2) Para un hombre griego, una de las desgracias más terribles era morir sin hijos varones que siguieran su estirpe.
Medea, con sus acciones, consigue así infligir a Jasón un dolor
mayor al de la muerte, ya que lo deja sin hijos varones y sin la
esposa que podía haberle dado otros.
a, b4) El crimen de Medea debía de ser especialmente espantoso para los griegos, no sólo porque jamás se piensa que una
madre pueda asesinar a sus hijos, sino porque, al hacerlo, contraviene un principio del derecho ateniense: los hijos pertenecen al padre, no a la madre, hecho que no admitía discusión en caso de divorcio. Por eso, la acción de Agamenón al
sacrificar a su hija Ifigenia no recibe ninguna crítica por parte
del ejército griego reunido en Áulide.
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a, b6) Las dos ilustraciones tienen el mismo tema: Medea, provista de un puñal, se dispone a matar a sus hijos. En el fresco
romano, el personaje contempla a los niños con infinita tristeza, como si todavía dudara de su terrible decisión, mientras
la figura del pedagogo parecería querer protegerlos. El cuadro de E. Delacroix es más explícito y representa a Medea ya
totalmente enajenada en su afán de venganza, cogiendo a sus
hijos en un abrazo que va a terminar con su muerte.
Actividades de refuerzo
1. 1a) El santuario de Dodona. Dodona era una ciudad griega
situada en el Epiro, el antiguo país de los molosos. En la
Antigüedad era famosa porque allí se ubicaba un santuario.
En su origen, dicho lugar parece que fue un oráculo desde
donde la diosa Gea (Tierra) profetizaba. En época histórica,
el santuario estaba dedicado a Zeus y de él se encargaban
unos sacerdotes llamados selli. El hecho de que estos sacerdotes fueran descalzos y, por tanto, estuvieran en contacto directo con la tierra se interpreta como un vestigio de su antigua
función. El culto era muy austero, ya que no había danzas ni
cantos. En él se recurría a diversos procedimientos para los
oráculos: el vuelo de las palomas, los dados, el sonido de una
bandeja de bronce; pero, sobre todo, el ruido que hacían al
moverse con el aire las hojas de las encinas o robles sagrados.
En este rumor se consideraba que se mezclaba la voz de Zeus.
Como ocurría también con Delfos, este oráculo tuvo una importancia no sólo religiosa sino también política, y fue muy
valorado por los atenienses, entre otras cosas, porque sus vaticinios solían favorecerles más que los de Apolo en Delfos. Los
etolios destruyeron este templo en el año 219 a. de C. Posteriormente, los cristianos lo convirtieron en una iglesia.
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1b) La diosa Hécate. Hécate es una diosa que los romanos
identificaron con Diana, y sobre la que apenas existe ningún
relato mítico. Es una divinidad bastante misteriosa, que se
caracteriza más bien por sus funciones y atributos que por las
leyendas en que interviene. Hesíodo la considera hija de
Asteria y Perses, y descendiente directa de la generación de los
Titanes. Es, pues, independiente de las divinidades olímpicas,
pero Zeus le mantuvo, y aun acrecentó, sus antiguos privilegios. Extiende su benevolencia a todos las personas, y concede
los favores que se le piden; otorga principalmente la prosperidad material, el don de la elocuencia en las asambleas políticas, así como la victoria en las batallas y en los juegos. Procura
abundante pesca a la gente de mar y aumenta o disminuye el
ganado, a voluntad. Sus prerrogativas se extienden a todos los
dominios, contrariamente a como ocurre, en general, con las
divinidades. Se invoca particularmente como diosa nutricia de
la juventud, con igual título que Ártemis y Apolo. Posteriormente, Hécate sufrió una especialización en un sentido diferente. Se la consideró como la divinidad que preside la magia
y los hechizos, y se vinculó al mundo de las sombras. Se aparece a los magos y a las brujas con una antorcha en la mano o en
forma de distintos animales: una yegua, una perra, una loba,
etc. Además, se le atribuye la invención de la hechicería. Finalmente, la leyenda la ha introducido en la familia de los magos
más reconocidos, Eetes y Medea de Cólquide. Tradiciones tardías le dan por hija a Circe (en otras versiones, Circe es tía de
Medea, e incluso a veces se la considera su madre). Hécate,
como maga, preside las encrucijadas, los lugares por excelencia de la magia. En ellas se levanta su estatua, en forma de
mujer con triple cuerpo, o bien tricéfala. Antiguamente, estas
esculturas eran muy abundantes en los campos, y a su pie se
depositaban ofrendas. (P. GRIMAL).
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2a) Atalanta. Es una heroína considerada hija de Yaso, hijo, a
su vez, de Licurgo y descendiente de Árcade. Sin embargo,
según Eurípides, Atalanta tiene por padre a Ménalo, epónimo
del monte Ménalo; y en otra versión, más generalmente admitida desde Hesíodo, es hija de Esquenco, uno de los hijos de
Atamante y Temisto. Como su padre sólo quería hijos varones,
abandonó en el monte Partenio a la niña recién nacida. Una
osa la amamantó hasta un día en que aparecieron unos cazadores que la recogieron y la criaron. Convertida ya en mujer,
Atalanta no quiso casarse y se mantuvo virgen, dedicándose,
como su patrona Ártemis, a cazar en los bosques. Los centauros Reco e Hileo intentaron violarla, pero ella los mató con
sus flechas. Tomó parte en la cacería del jabalí de Calidón,
donde desempeñó un importante papel.
En los juegos fúnebres celebrados en honor de Pelias, obtuvo
el premio de la carrera –o quizás el de la lucha– con Peleo
como adversario. Atalanta no quiso casarse, ya por fidelidad a
Ártemis, ya porque un oráculo le había anunciado que, de
hacerlo, se convertiría en animal. Por eso, con objeto de alejar a los pretendientes, había anunciado que su esposo sería
únicamente el hombre capaz de vencerla en una carrera, con
la condición de que, si era ella la ganadora, mataría a su contrincante. Atalanta era muy ligera y corría velozmente. Se dice
que empezaba dando un poco de ventaja a su rival y lo perseguía, armada de una lanza, con la que lo atravesaba al alcanzarlo. Numerosos jóvenes habían encontrado la muerte de
este modo cuando surgió un nuevo pretendiente, llamado, en
algunas ocasiones Hipómenes, hijo de Megareo, y Melanión
(o Milanión)en otras, hijo de Anfidamante y, por tanto, primo
hermano de Atalanta (en la versión en que ésta aparece como
hija de Yaso).
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El recién llegado traía consigo las manzanas de oro que le
había dado Afrodita. Estas manzanas procedían de un santuario de la diosa en Chipre o del Jardín de las Hespérides.
Durante la carrera, en el momento en que iba a ser alcanzado, el joven fue echando, uno por uno, los áureos frutos a los
pies de Atalanta. Ella, curiosa –y quizás también, enamorada
de su pretendiente y feliz de engañarse a sí misma–, se detuvo
el tiempo necesario para recogerlos, con lo que Melanión –o
Hipómenes–, ganó y obtuvo el premio convenido. Más tarde,
en el transcurso de una cacería, los dos esposos entraron en
un santuario de Zeus (o de Cibeles), donde saciaron su sed de
amor. Indignado ante este sacrilegio, este dios los transformó
en leones (lo cual se explica por la creencia griega de que los
leones no se unían entre sí, sino con leopardos). Se enseñaba
también, en la región de Epidauro, una fuente de Atalanta: se
contaba que, estando sedienta en una cacería, la joven había
golpeado la roca con su jabalina, y al punto había brotado una
fuente. Atalanta tuvo de su marido –o de Ares– un hijo,
Partenopeo, que participó en la primera expedición contra
Tebas (P. GRIMAL).
2b) Las Amazonas. Son un pueblo de mujeres que desciende
del dios de la guerra Ares y de la ninfa Harmonía. Su reino se
ubica al norte, en las laderas del Cáucaso, en Tracia, o bien en
la Escitia meridional (en las llanuras de la margen izquierda
del Danubio). Se gobiernan por sí mismas, sin intervención
de ningún hombre, y a su cabeza tienen una reina. Sólo toleran la presencia de hombres a título de criados, para los trabajos serviles. Según algunos, al nacer mutilaban a sus hijos
varones, y los volvían ciegos y cojos; según otros, los mataban,
y, en determinadas épocas, se unían con extranjeros para perpetuar la raza, criando sólo las niñas. A estas hijas les cortaban
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un seno para que no les estorbase en la práctica del arco o el
manejo de la lanza, costumbre que explicaba su nombre («las
que no tienen seno»). Su pasión principal es la guerra. Diversas leyendas cuentan los combates que mantuvieron los héroes griegos contra estas extranjeras: Belerofonte, cumpliendo
una orden de Yóbates; Heracles, a quien Euristeo ordenó ir a
las márgenes del río Termodonte, en Capadocia, a apoderarse del cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas. Hipólita
habría consentido en dar esta prenda al héroe, pero Hera,
celosa de éste, provocó una sedición entre las Amazonas, de
forma que Heracles tuvo que matar a la reina y retirarse
luchando. También formaba parte de esta expedición Teseo,
quien se apoderó de una Amazona, llamada Antíope. Para
vengar el rapto, las Amazonas se dirigieron contra Atenas, y la
batalla aconteció en la propia ciudad; las invasoras acamparon
en la colina que, posteriormente, recibió el nombre de Areópago («colina de Ares»). Fueron vencidas por los atenienses,
acaudillados por Teseo. También se contaba que las Amazonas habían enviado a Troya un contingente mandado por su
reina Pentesilea, en socorro de Príamo. Pero Aquiles no tardó
en dar muerte a Pentesilea, cuya última mirada despertó en él
un amor abrasador. Principalmente, la diosa a quien adoraban las Amazonas era, naturalmente, Ártemis, cuya leyenda
ofrece muchos aspectos comunes con el género de vida asignado a aquéllas, guerreras y cazadoras. Por esta razón, se les
atribuye a veces la fundación de Éfeso y la construcción del
gran templo de Ártemis en esta ciudad (P. GRIMAL).
3. 2 Las aventuras de Odiseo o Ulises. Éstas constituyen el objeto de la Odisea, el segundo poema atribuido a Homero. Tras la
destrucción de Troya, los griegos embarcaron con el botín en
dirección a sus distintas ciudades. Menelao salió el primero,
150
con Néstor. Ulises fue el único que partió con Agamenón
entre todos los príncipes griegos, pero pronto una tempestad
lo separó de él y lo arrojó a Tracia, al país de los cicones,
donde tomó la ciudad de Ísmaro. Entre todos sus habitantes,
sólo perdonó la vida a uno, Marón, sacerdote de Apolo. Agradecido, Marón le obsequió con doce jarras de un vino dulce y
fuerte, que le sería de gran utilidad en el país de los cíclopes.
En el desembarco, Ulises perdió seis hombres de cada una de
sus naves y, ante un contraataque de los cicones del interior,
volvió a hacerse a la mar. Navegando con rumbo sur avistó,
dos días después, el cabo Malea; pero un violento viento del
norte lo empujó hasta la costa de Citera, y al cabo de otros dos
días llegaba al país de los lotófagos. Envió a algunos de sus
hombres a informarse sobre sus habitantes, quienes los recibieron amistosamente. Les dieron a probar un fruto del país,
el loto, el cual constituía su alimento, y era tan exquisito que
los griegos se negaron a embarcar de nuevo, olvidando que
debían regresar a su patria. Ulises tuvo que obligarlos empleando la fuerza.
Los geógrafos antiguos situaban este país en la costa de
Tripolitania. Remontando hacia el norte, Ulises y sus compañeros llegaron a una isla llena de cabras donde pudieron avituallarse abundantemente. De allí pasaron al país de los cíclopes, identificado siempre con Sicilia. Acompañado de doce
hombres, Ulises desembarcó y entró en una caverna. Había
procurado llevarse varios odres de vino, como presente de
hospitalidad hacia las personas que encontrase. En la caverna
hallaron abundante queso, leche fresca y cuajada, etc. Sus
compañeros insistieron en que Ulises se aprovisionase y partiese, pero él se negó. Y cuando llegó el dueño de la cueva, el
cíclope Polifemo, se apoderó de los extranjeros y los encerró
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en su antro; luego se dispuso a devorarlos de dos en dos.
Ulises le ofreció vino de Marón. El cíclope, quien nunca había
probado el vino, lo encontró bueno, y bebió tanta cantidad
que se emborrachó. Entonces preguntó su nombre a Ulises, el
cual respondió: «Nadie». En recompensa de tan excelente
bebida, el cíclope le prometió que lo devoraría el último y,
tras una última copa, se quedó dormido. Ulises, sirviéndose
de una estaca endurecida al fuego, perforó el único ojo del
gigante y, al llegar la mañana, el héroe logró que sus compañeros escaparan de la cueva atándolos a los vientres de las ovejas, de manera que pasaron desapercibidos cuando el cíclope
palpó los lomos de los animales conforme iban saliendo. Él
mismo escapó el último agarrado al vientre de un carnero.
El cíclope pidió socorro a sus congéneres. Pero, al preguntarle éstos quién le atacaba, el gigante hubo de contestar: «Nadie». Los demás cíclopes, que no comprendieron el sentido
de la respuesta, lo tomaron por loco y se marcharon. Desde
este momento, Posidón, que era el padre del cíclope, empezó
a odiar a Ulises.
Habiendo escapado de este modo del cíclope, Ulises llegó a la
isla de Eolo, el dios de los vientos, quien lo recibió hospitalariamente y le dio un odre de piel de buey donde estaban encerrados todos los vientos, excepto una brisa favorable, que le
había de conducir directamente a Ítaca. Ya los navegantes
podían ver las hogueras encendidas por los pastores en la isla
cuando Ulises se durmió. Sus compañeros, creyendo que el
odre encerraba oro, lo abrieron, y los vientos, al escaparse
huracanados, los impulsaron en dirección contraria. Los barcos llegaron de nuevo a la isla de Eolo, y Ulises fue otra vez al
encuentro del dios para pedirle un viento favorable. Eolo le
contestó que no podía hacer nada en su favor, ya que los dio-
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ses habían manifestado muy claramente su oposición a su
regreso. Ulises reanudó su navegación al azar y, remontando
hacia el norte, arribó al país de los lestrigones, identificado
generalmente con la costa de los alrededores de Formias o de
Gaeta, al norte de la Campania.
Actuando con prudencia, aprendida en su aventura con los
cíclopes, Ulises envió a varios hombres a explorar. Éstos se
encontraron con la hija del rey, quien los condujo ante su
padre, Antífates. El rey devoró a uno en el acto, y los demás
huyeron, perseguidos por él y por todo el pueblo, en dirección a sus naves. Los lestrigones apedrearon a los griegos,
hundieron los barcos y mataron a sus tripulantes. Sólo Ulises
logró cortar el cable que sujetaba su nave y hacerse a la mar.
Reducida su tripulación a los navegantes de un solo barco,
continuó remontando la costa hacia el norte y pronto llegó a
la isla de Eea, morada de la ninfa Circe –ubicada en el actual
promontorio del monte Circeo, al sur del Lacio–. Ésta lo
envió a consultar el alma de Tiresias para saber cómo regresar
a Ítaca. Tiresias le comunica que llegará a su patria solo y en
un barco extranjero; además, una vez allí tendrá que vengarse de los pretendientes que intentaban casarse con su mujer
Penélope y, más tarde, partir otra vez con un remo al hombro,
en busca de un pueblo que no conociera la navegación. Allí
debía ofrecer un sacrificio expiatorio a Posidón y, finalmente,
moriría, de edad avanzada, en medio de la dicha y lejos del
mar. Tras ver a cierto número de héroes entre los muertos
evocados, Ulises vuelve a la mansión de Circe. Finalmente, la
abandonó, no sin que la maga le aconsejara cómo esquivar los
peligros que le acechaban.
Pasó primero a lo largo de la isla de las Sirenas (situada, según
se creía, en las cercanías del golfo de Nápoles), cuyo canto
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pudo escuchar porque tapó con cera los oídos de sus compañeros y les ordenó que lo ataran al mástil de la nave, para
impedir que se arrojara al agua hechizado por la voz de las
Sirenas. Después evitó pasar por las Rocas Errantes y eligió el
estrecho entre Caribdis y Escila, que devoró a seis de sus marineros, aunque los demás se salvaron; también el barco escapó
ileso a los remolinos de Caribdis. Pronto llegó a la isla de
Trinacria, donde pacían unas manadas de toros blancos propiedad del Sol. Allí amainó el viento y escasearon los víveres.
A fin de remediar el hambre, los marineros sacrificaron varias
vacas del Sol para comérselas, pese a la prohibición de Ulises,
quien sabía por Circe que debían respetarlas. El Sol, al verlo,
se quejó a Zeus y le pidió reparación, bajo amenaza de bajar
al Hades e iluminar el país de los muertos. Por eso, Zeus,
cuando el barco volvió a zarpar, envió una terrible tempestad
que hizo zozobrar la nave, y sólo Ulises, que no había participado en el festín sacrílego, pudo salvarse a duras penas, agarrado a un mástil. La corriente lo arrastró de nuevo a través
del estrecho, y sólo por milagro escapó al abismo de Caribdis.
Tras nueve días a la deriva, llegó a la isla de Calipso (probablemente la región de Ceuta, en la costa marroquí, frente a
Gibraltar), quien lo acogió amorosamente y le ofreció quedarse con ella convertido en inmortal.
do y agarrado a un madero, llegó a la isla de los feacios, que
en la Odisea se llama Esqueria y es probablemente Corfú.
Extenuado, se durmió en los matorrales que bordeaban un
río. Por la mañana lo despertaron los gritos y las risas de un
grupo de muchachas. Era Nausícaa, la hija del rey de la isla,
con sus criadas, que habían ido a lavar la ropa y a jugar a orillas del río. Ulises se presentó ante ellas y les pidió ayuda.
Nausícaa le indicó el camino del palacio de su padre, el rey
Alcínoo, mientras ella regresaba por otra ruta, con sus sirvientas, a fin de no despertar la malicia de los transeúntes.
Alcínoo y la reina Arete tributaron a Ulises una acogida muy
afectuosa y hospitalaria. Se dio en su honor un gran banquete, durante el cual Ulises contó sus aventuras con todo detalle.
Después lo cargaron de regalos y, al declinar el ofrecimiento
de casarse con Nausícaa y, en cambio, insistir en su deseo de
regresar a Ítaca, pusieron una nave a su disposición. Durante
el viaje, que fue breve, Ulises se quedó dormido, y los marinos
feacios lo depositaron en un lugar apartado de la isla de Ítaca
con los tesoros que le había regalado Alcínoo. El barco volvió
a Esqueria, pero en el momento de llegar a la isla, Posidón lo
convirtió en una roca, con lo cual se vengó del servicio prestado a Ulises contra voluntad del dios. La propia ciudad
quedó rodeada por una montaña y dejó de ser puerto.
La estancia en la mansión de Calipso duró diez años –o bien
ocho, cinco o incluso uno, según los diversos autores–. Finalmente, tras los ruegos de Atenea, protectora del héroe, Zeus
hizo que Hermes ordenara a Calipso soltar a Ulises. Ésta, sin
deseo alguno, puso a disposición del héroe la madera necesaria para construir una balsa, y Ulises partió con rumbo hacia
el este. Pero la cólera de Posidón no menguaba. El dios provocó una tempestad, que destruyó la balsa, y el héroe, desnu-
La ausencia de Ulises ha durado veinte años. Mientras tanto,
Penélope lo ha aguardado fielmente, a pesar de ser objeto del
acoso de los pretendientes, que, establecidos en el palacio de
Ulises, devoran sus riquezas en continuos banquetes. Estos
pretendientes suman ciento ocho. Procedían de Duliquio, Same, Zacinto y de la propia Ítaca –que son los países sobre los
cuales se extiende la autoridad de Ulises–. Penélope trataba
de desanimarlos, y para ello se valió de una estratagema que
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se ha hecho célebre. Les había prometido elegir a uno cuando terminase de tejer una tela que sirviera de mortaja para su
suegro Laertes. Durante el día trabajaba en la labor, y por la
noche deshacía el trabajo diurno, hasta que los pretendientes
descubrieron su engaño y la obligaron a terminar la tela.
lo. Ulises la anima a realizar el proyecto. Al día siguiente, se
celebra el concurso: se trata de atravesar con una flecha los
anillos formados por varias hojas de hacha juntas. Sucesivamente, todos los solicitantes empuñan el arco, pero ninguno es capaz de tensarlo.
Al despertarse, Ulises resuelve no dirigirse al palacio. Acude
primero a la casa de Eumeo, el jefe de sus porquerizos, en
quien tiene gran confianza. Se da a conocer y encuentra allí a
su hijo Telémaco. Entonces ambos se dirigen al palacio; Ulises
sigue disfrazado de mendigo. Nadie lo reconoce, excepto su
perro Argo, que, con sus veinte años a cuestas, llevaba una
existencia miserable. Al ver a su amo, utiliza sus últimas fuerzas en levantarse gozoso para saludarlo y, al instante, cae
muerto. En palacio, Ulises pide de comer a los pretendientes.
Éstos lo insultan, y un mendigo llamado Iro, habitual de estos
festines, desafía al intruso que viene a amenazar su privilegio.
Ulises lo derriba a puñetazos. El héroe es entonces objeto de
una serie de ofensas por parte de los pretendientes, y, sobre
todo, del que aparece como más importante, Antínoo.
Al fin, Ulises pide el arma, y da en el blanco a la primera. Sus
criados cierran las puertas del palacio. Telémaco acude a las
armas, y comienza la matanza de los pretendientes. Luego, las
criadas, que no habían mostrado la discreción conveniente, se
llevan los cadáveres, limpian la sala y son ahorcadas en el patio
del palacio, junto con el cabrero Melancio, quien se había
puesto de parte de los enemigos de su señor. Al fin, Ulises se
da a conocer a Penélope y, para eliminar sus últimos escrúpulos, le describe la cámara nupcial, que sólo ellos dos conocen.
A la mañana siguiente, Ulises se traslada al campo, donde residía su padre, y también revela su identidad. Entretanto, los
familiares de los pretendientes se han reunido y exigen, armados, satisfacción. Sin embargo, gracias a la intervención de
Atenea, la cual adopta la figura del anciano Mentor, no tarda en
restablecerse la paz en Ítaca (P. GRIMAL).
Penélope, enterada de que ha llegado un mendigo extranjero, desea verlo para preguntarle si tiene noticias de UIises;
pero éste decide aplazar la entrevista hasta el anochecer. Llegada la noche, Telémaco, siguiendo órdenes de su padre,
manda transportar a una habitación alta todas las armas que
contiene el palacio. Entonces se desarrolla la conversación
entre Ulises y Penélope. El héroe no se da a conocer, y se limita a pronunciar palabras de esperanza. Ella ha soñado que
su marido iba a volver pronto, pero no cree en el sueño y se
propone, al día siguiente, organizar un concurso entre los
pretendientes y otorgar su mano al vencedor. Les entregará
el arco de Ulises, y el ganador será el que mejor sepa utilizar-
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2. Las formas de gobierno en Roma
Aproximación inicial
Como en las otras unidades, estas cuestiones iniciales pueden responderse a partir de la información ofrecida en los textos, o bien
en el resumen correspondiente del anexo.
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Información
Tiberio Claudio Nerón (42 a. de C.-31 d. de C.) es hijo de Tiberio
Claudio y de Livia. En el año 38, poco antes del nacimiento de
Druso, hermano de Tiberio, Livia se divorció de su marido para
casarse con Augusto. Tiberio recibió el nombre de Tiberio Julio
César. Se hizo digno de mérito durante las campañas militares en
España, Armenia y Galia. Cuando Agripa, marido de Julia, la hija
de Augusto, y destinado a ser el sucesor de Augusto, falleció en el
año 12 a. de C., Livia consiguió que su hijo mayor Tiberio ocupase su puesto, incluyendo el matrimonio con Julia. Tiberio se divorció contra su voluntad y la de su esposa, Vipsania Agripina,
para contraer matrimonio con Julia, una mujer licenciosa e insoportable, según todos los autores antiguos. En el año 6 a. de C. se
estableció en Rodas, posiblemente para apartarse de las intrigas
tendidas para reservar la sucesión de Augusto a Lucio y Cayo, los
hijos del matrimonio anterior de Julia con Agripa. La insistencia
de Livia, que consiguió desterrar a Julia perpetuamente a la isla
de Pandataria por impudicia, contribuyó a que Augusto hiciese
volver a su hijastro de Rodas.
Después del fallecimiento de los dos hijos de Julia, Tiberio fue
adoptado como hijo y sucesor por Augusto. De nuevo se le encargó el mando de las campañas militares, especialmente en Germania. Cuando falleció Augusto en el año 14, Tiberio se convirtió
en su sucesor. Se mostró un dirigente competente del Imperio
romano, que entretanto se había hecho gigantesco. Sin embargo,
también fue un autócrata cínico, inescrutable e inaccesible, que,
con la ayuda de numerosos delatores y nuevas o revividas leyes
sobre delitos de lesa majestad, eliminaba sin piedad a los adversarios, reales o supuestos. En este clima recayó sobre él la sospecha de haber hecho envenenar a su sobrino Germánico, tan que-
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rido en todas partes. En el año 27, el emperador se retiró definitivamente a la isla de Capri, inasequible para los administradores
romanos y para su familia, incluso para Livia, su ambiciosa madre.
En dicho lugar se habría entregado a los desenfrenos sexuales
más perversos y crueles. Dejó el gobierno en manos de su confidente Sejano.
Este comandante de la guardia imperial ya había adquirido importantes poderes, desde hacía tiempo, como mano derecha de
Tiberio. También habría mantenido una relación adúltera con
Livila, la esposa de Druso, el hijo de Tiberio. Después de que ésta
hubiese asesinado a Druso, su confidente se dirigió a Tiberio con
la petición de casarse con ella, pero tal pretensión le fue denegada.
Cuando Tiberio recibió en Capri la advertencia de que Sejano estaba planeando hacerse con el poder, tomó medidas. Sejano fue
atraído al Senado con la noticia de que se leería una carta de
Tiberio, por la que se le concederían ascensos u honores; su
guardia personal fue despedida. Sin embargo, la carta resultó
contener una serie de acusaciones en su contra y fue capturado
por Macro, un oficial de la guardia imperial convertido en confidente de Tiberio. Se le ejecutó ese mismo día, junto con los
miembros de su familia.
Tiberio, que había designado a su nieto Gemelo y a su sobrino
segundo, Calígula, como sus sucesores para gobernar alternativamente, falleció en el año 37; según diversas noticias, Calígula
habría precipitado el fin del enfermo Tiberio asfixiándolo con
una almohada. Dión Casio describe malévolamente el primer periodo de gobierno, y sitúa la degeneración por el abuso de poder
sólo después de la muerte de Germánico. Éste, voluntariamente
o no, suponía un peligro para Tiberio por su enorme popularidad, así que este último tuvo que dominarse hasta que Germánico
desapareció del escenario. Suetonio y Tácito, historiógrafos que
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se lamentan de la pérdida de poder de la elite senatorial a la que
Augusto todavía había tratado con respeto, escriben en términos
muy duros sobre Tiberio, instigado por el odio y la desconfianza.
Suetonio describe cómo consigue matar a la esposa y los hijos de
Germánico, y divaga sobre las torturas y desenfrenos sexuales en
Capri. Tácito se disculpa por su enumeración, a veces monótona,
de tristes hechos que contrastan tan desfavorablemente con el
vigor de la vida política en la antigua República, donde, al fin y al
cabo, todo era una cuestión de conflictos de poderes (E. M.
MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Actividades
1. La primera ilustración es una estatua imperial de Tiberio,
donde aparece ligeramente idealizado, como es usual en este
tipo de esculturas.
La segunda es un fragmento del relieve perteneciente al
altar denominado Ara Pacis, que Augusto mandó construir
para celebrar el final de las guerras civiles y donde hizo
esculpir a los miembros de su familia. En este fragmento, la
figura central es Agripa, primer marido de Julia, la hija de
Augusto.
2. a1) Polibio presenta una imagen idealizada de la República
romana, como la forma perfecta de gobierno, por su equilibrio y equidad, sobre todo, porque una de las finalidades de
su obra era justificar el dominio de Roma sobre los pueblos
conquistados.
a3) El lema de la República romana era Senatus Populusque
Romanus, que dejaba claro la equivalencia de poder entre el
Senado y el pueblo. Sin embargo, la realidad era distinta.
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El Senado, aunque sólo era un consejo asesor, poseía un gran
poder sobre las asambleas y las magistraturas y, de hecho,
tenía la última palabra en todos los ámbitos de la política interior y exterior, así como en el campo fundamental de las
finanzas. El estamento senatorial constituía, pues, una auténtica oligarquía, una clase política cada vez más cerrada. Su elevada preeminencia sobre el resto de la sociedad romana se
manifestaba en signos externos, tales como el uso exclusivo de
la túnica orlada con una ancha franja de púrpura, las sandalias
doradas, el anillo de oro y el derecho a exhibir en las ceremonias los bustos de sus antepasados. El pueblo, no obstante,
aceptó este estado de cosas, ya que sentía vínculos de dependencia social y moral con los miembros de esta aristocracia,
como las relaciones de clientela y patronato y el respeto al mos
maiorum, es decir, a las sagradas costumbres de los antepasados.
Las asambleas eran, ciertamente, una pieza imprescindible
para el funcionamiento del Estado, ya que en ellas se elegía a
los magistrados, se votaban las leyes y se decidía la declaración
de guerra y la firma de tratados. Pero el principio de la soberanía del populus, expresado en las asambleas, resultaba en
muchos aspectos más formal que real, y estaba sometido a una
serie de cortapisas que aseguraban el control por parte del
Senado y los distintos magistrados.
b2) El temor a que el poder pudiera acumularse en una sola
persona, tal como lo habían detentado los primitivos reyes de
Roma, hizo que todas las magistraturas republicanas fueran
colegiadas y anuales.
b3) Los cónsules eran los magistrados supremos, y desempeñaban la dirección jurídica del Estado y el mando del ejército. Su ámbito de competencias apenas tenía límites: convoca-
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ban las asambleas populares y el Senado, y juzgaban las causas
de carácter civil y penal. Eran, en definitiva, las cabezas visibles del Estado. Todos los magistrados les estaban subordinados, ya que ellos eran la cúspide del cursus honorum. Sólo los
tribunos, elegidos por el concilium plebis, quedaban fuera de la
carrera de las magistraturas, y podían ejercer su derecho de
veto no sólo sobre cualquier ley que lesionara los intereses de
la plebe, sino también sobre las acciones de los cónsules, contra quienes muchas veces propusieron las leyes más progresistas del Estado romano.
c1) Según Salustio, el miedo al enemigo exterior era el fundamento en que se basaba la concordia entre los diversos estamentos de la sociedad romana, a pesar de las diferencias
económicas y de todo tipo que existía entre ellos. Estas diferencias ocuparon el primer plano una vez que los romanos
acabaron con Aníbal, su mayor enemigo, en la batalla de
Zama, la cual puso fin a las guerras Púnicas y al peligro que
durante años supusieron los cartagineses.
e1) El paso del río Rubicón, como se sabe, marcó el inicio de la
guerra civil entre César y Pompeyo. Sobre el significado de
esta frase y la de Alea iacta est, véase pág. 117.
Actividades de refuerzo
3. 2 Julia. Era la muy querida hija de Augusto y su primera esposa
Estribonia, quien la dio a luz poco antes de ser repudiada por
el emperador para casarse con Livia. Julia vivió siempre con él,
y fue educada en la tradición de austeridad de las antiguas casas
nobles; durante su juventud, hilaba la lana y tejía las túnicas de
su padre, lo que no fue impedimento para que recibiera la educación refinada y la cultura de las mujeres de su época. Augusto
162
sentía ciertamente por su hija un gran afecto, aunque esperaba
sobre todo que ella le ayudara a resolver el difícil problema de
su sucesión. Puesto que Livia no era capaz de darle un hijo,
Julia podía traer a la casa imperial un yerno capaz de tomar,
algún día, la responsabilidad del poder. Se tenía aún el recuerdo de que, muchos siglos antes, los reyes de Roma transmitían
de esa forma su dignidad.
No es casualidad que los poetas Propercio y Virgilio, cada uno
a su manera, evocaran esta antigua costumbre. Y, hacia el
tiempo en que Virgilio contaba cómo el viejo Latino, el rey de
los laurentes, había entregado a Eneas la mano de su hija
Lavinia y su reino, Augusto elegía por yerno al joven Marcelo,
hijo de Octavia, su propia hermana. Algo menos de un año
después, Marcelo moría. Julia no contaba por entonces más
que dieciséis años. Augusto se apresura a casarla por segunda
vez. El nuevo esposo de Julia será Agripa, fiel amigo de
Augusto. Agripa debió interrumpir su matrimonio, que era
feliz, con Marcela, la hija mayor de Octavia. Él tenía cuarenta
y un años. La elección, bastante sorprendente, sin duda le
vino dictada a Augusto por el recuerdo de la crisis que, en el
año 23 a. de C., había conducido el régimen a su perdición:
muy enfermo, pudo pensar en cierto momento que había de
tener solucionado en breve plazo el asunto de su sucesión, y
el hombre que designó fue precisamente Agripa. Es natural
que quisiera hacer definitivo un arreglo que, en el año 23 a.
de C., no había sido más que mera improvisación dejada al
azar. Enseguida, la unión entre Julia y Agripa se revelaría
fecunda: Cayo César y, después, Lucio nacerían en los años 21
y 17 a. de C., separados por una hija, la joven Julia.
En adelante, se puede creer asegurada la sucesión. Augusto se
apresura, en el año 17 a. de C., a celebrar los juegos seculares,
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que simbolizan el inicio de una era de prosperidad y de paz,
las que prometen a Roma los hijos de Julia. Pero cinco años
más tarde, Agripa muere bruscamente, por lo que Augusto
busca un tercer esposo para su hija. En esta ocasión, no pudo
sustraerse a las insistencias de Livia, y eligió a Tiberio. Durante algunos años, hubo entendimiento entre los esposos, pero
después las desavenencias se interpusieron en la pareja.
Recientemente se han podido demostrar las verdaderas razones: Tiberio sólo ha sido elegido a título de «protector» de los
jóvenes herederos; Augusto le tiene reservado un papel secundario y temporal. Julia no puede aceptar una decisión como
ésta, mientras que Tiberio, modestamente, se acomoda bastante bien en esta función. A ella le horroriza, tras haber esperado convertirse algún día en la consorte del emperador, descender a un segundo plano. Así se lo hace saber a Tiberio,
reprochándole lo que ella considera cobardía. Y Tiberio,
finalmente, decide abandonar Roma y retirarse a Rodas como
simple ciudadano.
El exilio de Tiberio, esa salida a la que Augusto intenta oponerse por todos los medios, todavía hoy sigue estando rodeado de misterio. Probablemente, Tiberio se sentía en una posición ambigua. Ya se comenzaba a murmurar en Roma que él
conspiraba para eliminar a Cayo y Lucio, lo que no era más
que una calumnia, si bien tenía todos los elementos para parecer creíble. ¿Acaso no resultaría natural desear el poder, en
especial cuando se tiene al lado a una mujer cuya desmesurada ambición es conocida por todos? Ciertamente, Tiberio no
deseaba el poder, de lo cual tenemos constancia, o creemos
tenerla, ya que en su época se le tenía por un verdadero maestro en el arte del disimulo, un arte heredado de su madre, y
sus negativas, tanto como su actitud poco definida, no con-
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vencían a nadie. Tiberio huía de algo retirándose a Rodas,
pero ¿era solamente del peligro que conllevan las situaciones
ambiguas?
Algunos afirman que Julia no le era fiel y que él encontró así
el modo de escapar de su deshonor. Los historiadores cuentan
sobre la hija de Augusto numerosas anécdotas escandalosas,
repetidas hasta la saciedad con el paso del tiempo. Ellos nos
hablan de su coquetería, que en ocasiones la llevaba a vestir
de manera indecente, que provocaba los comentarios irritados de su padre; también se le atribuía un dicho, en respuesta a la sorpresa de algunos amigos al ver hasta qué punto los
hijos que había dado a Agripa se parecían a su padre: Yo sólo
cojo pasajero cuando el muelle está lleno.
En resumen, Julia se ha convertido en el símbolo de todas las
infamias perpetradas, según gusta imaginar, en las estancias
más sombrías del palacio imperial. Llegados a este punto,
resulta igualmente difícil tanto aceptar como contradecir los
juicios tradicionales, y se pueden invocar, ya sea para acusarla
o para defenderla, argumentos similares. Justo es decir que
resulta poco verosímil que Julia pudiera mantener, durante
mucho tiempo, una vida abocada al exceso en una ciudad tan
ansiosa de escándalos como era Roma, con todas las miradas
puestas en ella, y donde la policía imperial, y quizá la clarividencia de Livia, imposibilitaban semejantes licencias. Pero
también se puede pensar que Julia, esposa disimuladora mientras aún esperaba alcanzar el poder, se entregó abiertamente
a un libertinaje al que llamaba su verdadera naturaleza una
vez que se desesperó con la actitud de Tiberio, y comenzó a
traicionarle, quizás, algo antes de su partida hacia Rodas.
Pudo ocurrir también que se levantara alrededor de su desordenada vida, durante años, una especie de conspiración de
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silencio, sin que nadie se preocupara de informar al emperador y a Livia de que ella estaba esperando pacientemente el
momento idóneo.
Después de todo, Julia no era la única gran dama romana que
aceptaba en ocasiones determinados encuentros clandestinos.
El propio Augusto apenas si respetaba el honor de las
«matronas», y se llegaba a afirmar que las leyes sobre adulterio las impusieron algunos senadores que esperaban de esta
manera estorbar sus andanzas. Sin embargo, no se puede
negar que, tras la partida de Tiberio hacia Rodas, Julia mantuvo numerosas relaciones. Tenía treinta y tres años; se encontraba en la plenitud de su belleza, y su carácter excesivo la llevaba a sobrepasar cualquier límite con tal de ver satisfecha su
sensualidad. No obstante, no era sólo la búsqueda del placer
lo que la llevaba a rodearse de amantes, como afirman algunos autores.
El historiador Veleyo Patérculo redactó una lista de sus «amistades». Especialmente, cierto nombre llama la atención, el de
Lulo Antonio, hijo de Antonio y de Fulvia, y uno de los yernos
de Octavia. Lulo parece haber sido su preferido, si bien compartía los favores de Julia con un tal Apio Claudio Púlquer y,
tal vez, aunque esto no es seguro, con uno de los hijos de P.
Clodio. Se menciona también a un Sempronio Graco y un
Cornelio Escipión, lo que, en resumen, indica que se encontraban vinculados con esta mujer los nombres más célebres de
la aristocracia, por lo cual no cabría extrañarse si se sugiere,
como todo invita a pensar, que Julia atraía hacia sí a todos estos
jóvenes no tanto para satisfacer sus pasiones como para preparar una conjura contra su propio padre. Ella quería gobernar. Ahora bien, Augusto les reservaba el poder a sus nietos
Cayo y a Lucio César, a quienes había adoptado, sustrayéndo166
los así a su madre, que de este modo no podía ejercer la
menor influencia sobre ellos.
Por otro lado, Julia no sentía ninguna inclinación por el cargo
de emperadora-madre, puesto que ambicionaba ser la consorte de un príncipe, «la primera dama de Roma», en sustitución de Livia. Para ello, no vería ningún otro medio salvo el
de destronar a Augusto, es decir, asesinarle. Para lograrlo, se
sirvió de su influjo sobre los jóvenes nobles entre los que ella
repartía sus encantos. Se comprende en esas condiciones por
qué había convertido en su favorito a Antonio. Pensaba, con
motivo o sin él, que el recuerdo de los días anteriores a Accio
no se había borrado por completo y que podía surgir todavía
un «partido antoniano», decidido a empuñar las armas en
favor del hijo del vencido. Se trata de una opinión compartida, como es evidente, por este mismo Antonio, a quien, por
añadidura, le animaba el deseo de vengar a su padre. Puede
imaginarse fácilmente la cólera, casi el desespero, de Augusto
al enterarse de que su propia hija preparaba un parricidio, y
que resurgía en contra de él, y de su propia sangre, la vieja
coalición entre una mujer y un Antonio.
Los otros amigos de Julia agitaban irritados también sus
numerosos agravios contra el nuevo régimen. Ellos echaban
de menos los tiempos de la «libertad», cuando los nobles
detentaban el poder sin la necesidad de compartirlo con
nadie. Se trataba de un nuevo complot, formado por una
camarilla de jóvenes irresponsables, probablemente sin gran
influencia real, aunque peligroso por su loca impulsividad,
que soñaba con repetir los sucesos de los Idus de marzo.
Séneca ha dejado de esta conjura un retrato que se supone
exagerado, pero que ciertamente debe de contener alguna
verdad, pues otros testimonios confirman muchos detalles:
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Numerosos amantes introducidos en su casa por manadas, vagabundeos nocturnos por la ciudad en alegre y avinado tropel; el mismo
foro o la Rostra, en donde su padre promulgara las leyes sobre el adulterio, son los lugares elegidos por la hija para sus desenfrenos; reuniones cotidianas en Marsias, mientras que de adúltera se torna en
prostituta profesional, concediéndose el derecho de disfrutar de todo
en los brazos de un amante desconocido (De Beneficiis, VI, 32, 1).
Julia contaba con algunos cómplices en su propia casa, entre
otros cierta liberta llamada Febe, que se suicidaría al ser informado Augusto de estas escapadas nocturnas. No deja de resultar un tanto sorprendente que los conjurados eligieran el
foro, aunque fuera en plena noche, para celebrar sus conciliábulos. Quizá pensaban que su mejor salvaguarda consistía
precisamente en la publicidad. Pero, sobre todo, desafiaban a
la opinión pública. Julia, una vez decidida a romper con la
austeridad e incluso con la decencia, quiso afirmar su derecho
soberano, que parecía tener garantizado por la pertenencia a
su clase, a desafiar todas las leyes del decoro. Es posible, igualmente, que ella se viera arrastrada a estas locuras por culpa de
Antonio, quien se acordaba de las insolencias de su padre. Sin
embargo, éste podía permitirse el lujo de dejar en mal lugar
la casa de Pompeyo, así como de escandalizar a una aristocracia todavía convaleciente a causa de la guerra civil. Para eso
era Antonio el triunfador, el compañero del dictador.
El otro Antonio, su hijo, había tan sólo heredado un nombre
peligroso. No podía aspirar a sobrevivir si no se adhería al
nuevo régimen. Roma llevaba veinticinco años viviendo bajo
la autoridad moralizadora de Augusto. El tiempo de la «vida
sin parangón» ya había pasado. Augusto acabó por comprenderlo (sería, nos cuenta Dión Casio, el último en enterarse);
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sólo se le puso en guardia cuando las verdaderas intenciones
de los conjurados fueron evidentes. Entonces, su cólera no
respetó a nadie. El escándalo había durado aproximadamente tres años. Será en el año 2 a. de C. cuando adviene el castigo. A Lulo Antonio lo condenaría a muerte. Julia fue enviada
al exilio a la isla de Pandataria (Ventotene), frente a las costas
de Campania, y viviría allí como una prisionera sin otra compañía que la de su madre Escribonia, quien pidió y consiguió
compartir su castigo. Después de la muerte de Augusto, la primera diligencia de Tiberio se encaminó a agravar todavía algo
más su situación (entretanto, ella había sido transferida a Reggio, en Calabria), hasta el punto de que, al cabo de unos
meses, murió a causa de las privaciones y de la miseria. A los
demás amantes de Julia, solamente se les confinó.
Algunos años más tarde, en el año 8, una nueva tragedia, en
apariencia bastante similar a la primera, vendría a agitar de
nuevo la casa imperial. En esta ocasión la culpable será Julia,
la joven hija de Julia y Agripa. Las circunstancias en las que se
produjo el escándalo resultan todavía más oscuras que las que
habían rodeado la condena de la primera Julia. Los agravios,
oficialmente, eran los mismos; siguiendo el ejemplo de su
madre, la muchacha, esposa de Emilio Paulo, había mantenido una relación prohibida con un joven noble, D. Junio
Silano. Pero determinados indicios sugieren que esto únicamente fue un pretexto: su marido, Emilio Paulo, sería ejecutado (lo sabemos por Suetonio) por haber conspirado contra
Augusto.
Por otro lado, el exilio de Julia la joven parece haber coincidido con el alejamiento de su hermano Agripa Póstumo, al
cual se acusaba de actuar como una especie de bestia, inhumana y cruel. Resulta bastante inquietante asistir así a la
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deportación, uno tras otro, de los dos últimos hijos de Julia y
Agripa, los únicos en los que sobrevivía la sangre del propio
Augusto y que no tenían ninguna vinculación con los
Claudios. La última hija, la primogénita Agripina, debió seguramente su salvación al matrimonio con Germánico, el nieto
de Livia.
Entre los demás acontecimientos del año 28, Tácito (Annales,
IV, 71, 5) relata la muerte de la joven Julia de este modo:
Hacia esa misma época moría Julia, encontrada culpable de adulterio
y condenada por Augusto pese a ser su nieta, y abandonada en la isla
de Trimera, no lejos de las costas de Apulia. Allá viviría en el exilio
durante veinte años, gracias a la ayuda que le enviaba Livia, quien,
tras abatir por medio de oscuras intrigas a los hijos nacidos de su primer matrimonio, a pesar de que se encontraban en la cima de su fortuna, presumía todavía de piedad hacia ellos en su desgracia (P.
GRIMAL, El amor en la Roma antigua).
3 Livia. Octavio Augusto se casó a los 23 años con Estribonia,
de la que se separó muy pronto, porque, con la firma de la paz
de Micena con Sexto Pompeyo, había dejado de serle útil políticamente y porque se había enamorado de otra mujer: Livia
Drusila. Sus retratos nos muestran una belleza serena, de facciones redondeadas y labios carnales. Así pues, ella suscitó en
el corazón de Octavio una ardiente pasión. Pero, a primera
vista, dos obstáculos se interponían al amor: Livia estaba casada con Tiberio Claudio Nerón y esperaba un hijo, el futuro
emperador Tiberio. Además, su familia tenía serias razones
para odiar a Octavio, puesto que M. Livio Druso Claudiano, el
propio padre de Livia, había sido proscrito y se suicidó después de la batalla de Filipo, donde había combatido por Bruto
y Casio. Pero Octavio era el dueño y señor, y todos se plega-
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ban a sus deseos. Cuando Escribonia hubo alumbrado a su
hija Julia, Octavio la repudió.
Después consiguió, no sabemos por medio de qué argucias o
presiones, que Livia le fuera entregada por su propio marido.
Antonio, el rival de Octavio, en una de esas cartas insultantes
que desde Alejandría le escribía, afirma que Nerón tuvo que
ser testigo de su propio deshonor el día en que, en un banquete al que asistía con Livia y Octavio, éste, incapaz de resistirse a la pasión, abandonó repentinamente el comedor
llevándose consigo a Livia a una habitación vecina, y volviéndola a traer luego con las orejas enrojecidas y los cabellos
desordenados. Nerón, en tales condiciones, sólo podía renunciar a esa mujer reclamada por el amo. Y Livia, por su parte,
no podía hacer otra cosa más que obedecer. Lo haría de bastante mal grado, por lo que parece: era una esposa joven
(tenía 23 años), a punto de ser madre por segunda vez, que
detestaba abandonar a un marido con el que había compartido los peligros de la guerra y los sinsabores del exilio. Ella se
vería obligada, sin embargo, a dejar la casa de su marido e instalarse en la de Octavio, donde, el 14 de enero del año 38 a.
de C., traía al mundo a su segundo hijo, Druso.
Tres días más tarde se casaba solemnemente con Octavio, no
sin que los sacerdotes aseguraran que los dioses no veían el
menor impedimento a este matrimonio. Aunque, para casarse con Livia, Octavio no había tenido que enfrentarse a la opinión pública (que, sin embargo, no se privaba de cotillear
sobre el particular), podría pensarse que el amor no era la
única cuestión que estaba en liza en este asunto: una alianza
con los Claudios, la muy aristocrática gens a la que pertenecía
Livia, venía a consagrar en cierto modo la reconciliación
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entre el heredero de César y los proscritos del año 43 a. de C.
Este matrimonio resultaría ser muy provechoso. Al final de su
vida, Octavio Augusto sentía todavía afecto por Livia. En sus
últimos momentos le diría: «¡Livia, acuérdate de nuestra unión
mientras vivas! ¡Adiós!». Ésas fueron sus últimas palabras. Es
bien cierto, según el testimonio que nos ofrece el mismo
Augusto, que este matrimonio concertado en medio del odio,
la violencia y el escándalo llegaría a ser, a pesar de todo, una
unión dichosa si se juzga sólo por las apariencias. Sin embargo, cómo se puede llamar feliz un matrimonio que sería estéril, o casi (nacería un hijo, aunque apenas vivió), cuando la
ausencia de heredero constituyó para Augusto un drama que
le pesaría toda su vida; cómo se puede considerar feliz una
unión a la que Livia, por su parte, sería fiel, aunque debiendo
soportar las numerosas aventuras de Augusto, llevadas con
entera libertad y a veces incluso con la complicidad de su
esposa. Si Augusto juzga su matrimonio de manera distinta a
como nosotros estamos tentados de hacerlo, debe de ser porque no se sentía atado por los imperativos ordinarios y porque, de forma semejante a los romanos de su época, ponía
por encima de los «accidentes» de la carne esa concordia, esa
unión de voluntades que nos parece la gran conquista del
amor romano.
En cambio, Livia siempre le fue fiel, no traicionó jamás ningún secreto, y era requerida a menudo como consejera por su
esposo. A medida que pasaron los años, parece que su influencia fue en aumento. Hoy día, no es fácil medir con precisión
el papel que ella tuvo en la formación y en la consolidación
del régimen imperial. Los indicios que se suelen aportar no
siempre se pueden interpretar con certeza, pero es seguro
que sin Livia el Imperio no hubiera sido como fue tras la
muerte de Augusto.
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Como las «matronas» de la generación anterior, Livia procura
el engrandecimiento de su gens. Su habilidad se orientaba a
poner al servicio de la gens Claudia el poder que César, y después Augusto, otorgaron a su propia familia, la gens Julia. Y su
habilidad era grande. Conocemos el juicio que sobre ella se
formó su biznieto Calígula (Cayo César): un Ulises con faldas.
Calígula tan sólo la conocería en su vejez, aunque ya se había
comenzado a ver su influencia bastantes años atrás. El gran
problema para Augusto no era tanto gobernar como asegurar
su sucesión, el conseguir que el sistema político que había edificado, y que se apoyaba en su persona pudiera algún día funcionar en su ausencia. Su poder personal descansaba, en
parte, sobre el carácter semidivino que le reconocía el pueblo:
él era divi filius, hijo del dios César. ¿A quién transmitir ese
carisma, sino a un hijo? Ahora bien, Livia no demostró ser,
decididamente, una fecunda esposa. Sin embargo, tenía dos
hijos de su primer matrimonio, Tiberio y Druso.
¿Por qué no hacía que Augusto los adoptara, del mismo modo
que él había sido adoptado por César, del que no era hijo consanguíneo? Livia necesitaría largos años para arrancar el
Imperio de manos de la gens Julia y entregárselo a un Claudio,
a ese Tiberio por el cual Augusto no sentía la menor simpatía
y que, en lo más hondo de su corazón, se sentía republicano.
Es posible que el azar favoreciera los propósitos de Livia
haciendo desaparecer, uno tras otro, a todos los herederos
elegidos sucesivamente por su marido: el joven Marcelo en el
año 23 a. de C., y después los dos nietos de Augusto, Cayo y
Lucio, los «príncipes juveniles», que morirían, respectivamente, en los años 2 y 4. En la actualidad, no se piensa seriamente que Livia pudo haber ayudado a la fortuna, aunque esas
muertes sucesivas la favorecieron tanto que cualquier suposi-
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ción parece posible. Finalmente, ella ganó la partida, y fue su
voluntad la que impuso a Tiberio, al cual Augusto se resignó
a adoptar porque no tenía la menor elección. (P. GRIMAL).
3. Léxico
Actividades
1. 1 a + 2 = psiquiatra
c + 1 = geriatra
b + 4 = pediatra
d + 3 = foniatra
2 Iatrógeno: califica las enfermedades que, paradójicamente,
tienen su origen en los hospitales o en las prácticas médicas
(literalmente, generado por la medicina).
2. 1 a + 4 = cefalalgia
c + 1 = neuralgia
e + 6 = analgésico
g + 2 = ostalgia
b + 5 = gastralgia
d + 3 = menalgia
f + 7 = nostalgia
3. 1 a + 3 = fisioterapia
c + 1 = hidroterapia
e + 4 = psicoterapia
g + 2 = talasoterapia
b + 5 = helioterapia
d + 6 = hipnoterapia
f + 7 = quimioterapia
4. 1 a + 2 = glucemia
c + 4 = leucemia
e + 1 = anemia
b + 5 = alcoholemia
d + 3 = uremia
2 a + 3 = hemofilia
c + 2 = hemostático
b + 1 = hemorragia
3 a + 3 = hematuria
c + 2 = hematocrito
b + 1 = hematoma
174
5. 1 a + 5 = cardiopatía
c + 1 = neuropatía
e + 3 = psicopatía
b + 6 = (p)neumopatía
d + 2 = encefalopatía
f + 4 = osteopatía
6. 1 a + 4 = hepatitis
c + 5 = rinitis
e + 2 = flebitis
b + 1 = gastritis
d + 3 = otitis
7.
1 F, 2 V, 3 V, 4 F, 5 V, 6 V, 7 F, 8 V, 9 V, 10 V, 11 F.
8.
a + 3; b + 4; c + 5; d + 7; e + 2; f + 1; g + 6.
9.
ad hoc, per se, quórum, referéndum, alias, casus belli, in vivo... in
vitro.
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unidad 5
1. El mito de las edades. La figura de Prometeo
Aproximación inicial
En esta ilustración de una copa con figuras negras, los alumnos
podrán reconocer con facilidad a los dos personajes representados, ya que los han tratado desde la unidad 1: uno es Atlas sosteniendo el mundo y el otro, Prometeo atado a una roca del
Cáucaso, aquí en forma de columna, mientras un ave (águila o
buitre) le devora durante el día el hígado que le crece de noche.
Información
Casi todas las cuestiones se pueden contestar, sin problemas, a partir de la lectura de los textos. Para que el alumnado lo perciba,
conviene recalcar la concepción pesimista que encierra este relato, donde las sucesivas razas humanas suponen una degradación
no sólo de sus condiciones materiales de vida, sino sobre todo de
la moral y las costumbres.
2. a1) Los hermanos Prometeo y Epimeteo («el Inteligente» y
«el Necio») se han considerado un símbolo de la condición
humana, mezcla de inteligencia previsora e insensatez.
a3) Sobre los beneficios del fuego, los alumnos pueden señalar fácilmente el progreso técnico, la mejora en la alimenta-
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ción y la salud que aportan los alimentos asados o cocidos, así
como en el bienestar y en la lucha contra los animales.
a5) La dos visiones, progresista y conservadora, presentes en
toda la historia del pensamiento occidental, se remontan, respectivamente, a estos dos mitos que nos han llegado uno en la
versión de Hesíodo y el otro en la de Platón, aunque en este
último parece reproducirse la opinión de Protágoras. En
dicho mito, la finalidad del gran sofista es justificar la distinción entre la técnica política, o arte de convivir en las ciudades
de acuerdo con unas leyes moralmente válidas para todos, y
las otras técnicas especializadas, como la medicina. También
pretende señalar que el progreso humano se basa no sólo en
el dominio de unas técnicas instrumentales y especializadas,
sino en unas normas morales que permitan la convivencia y la
sociedad civil. Para ello, se debe educar a las personas desde
la niñez, de modo que aflore en ellas su sentido innato de la
moralidad y la justicia.
a7) Las dos ilustraciones representan a Prometeo realizando
las dos acciones a partir de las que se convirtió en un referente cultural para Occidente, desde los griegos a nuestros días:
es el padre y gran benefactor de la humanidad.
b1, 2, 3 y 4) En relación con la Edad de Oro, durante el reinado de Crono, ya se ha visto cómo vivían los seres humanos
y su naturaleza prácticamente divina. No existía, pues, una
línea clara que diferenciara a las personas de los dioses y tampoco de los animales. Desde el punto de vista humano, ésta
era una época de plena felicidad; sin embargo, desde la visión
divina, en ella reinaban la injusticia y el desorden, ya que
Crono se negaba a que sus hijos crecieran. Tras ser derrotado
por ellos y expulsado del trono divino, Zeus, el nuevo rey, ins-
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tauró el «orden» (kosmos) que existe ahora en la naturaleza, el
cual, entre otras cosas, se caracteriza por la jerarquización y la
separación nítida de los seres. Por eso, puso fin al comensalismo de los dioses y hombres, y marcó los límites y las características de la condición humana. Este cambio, en el lenguaje
mítico, se expresa de diversas maneras (aniquilación de una
raza y creación de otra, instauración del sacrificio sangrante
como nuevo modo de relacionarse hombres y dioses –cf. unidad 6–, etc.). En este texto, el protagonismo recae sobre
Prometeo y sobre el castigo que recibió por enfrentarse al
nuevo rey de los dioses. Como se verá en la unidad siguiente,
en la versión de Hesíodo, su motivación era rivalizar en inteligencia con Zeus, pero para Esquilo, en la tragedia donde se
incluye este texto, la razón fue su gran devoción por la humanidad, a la cual no sólo libró de ser aniquilada y sepultada en
el Hades, sino que le proporcionó todo tipo de inventos y
hallazgos para que pudiera sobrevivir y progresar: el calendario, los números, el alfabeto, la agricultura, la rueda, las naves,
las medicinas, la adivinación, la minería. Esta versión difiere
de la que se ofrece en el texto anterior, donde Platón recoge
la tradición de la filosofía presocrática, según la cual fueron
los seres humanos, gracias a su ingenio, los que poco a poco
hallaron los procedimientos e instrumentos para mejorar su
vida y dominar la naturaleza.
b5) El valor simbólico de la figura de Prometeo queda claro
en el siguiente texto de C. García Gual, Prometeo: mito y tragedia: Esquilo se ha servido de un viejo mito para revestirlo de la forma
trágica. Y en esta forma trágica se nos ofrece una parte, una parte
esencial, de la leyenda de Prometeo, el dios rebelde, el ladrón del fuego,
el filántropo promotor de la cultura humana, del que la mitología griega nos cuenta varias andanzas. Sobre la figura de Prometeo tenemos
178
tres relatos antiguos de innegable fascinación: el de Hesíodo, el de
Esquilo (si el autor de la tragedia de que vamos a hablar fue Esquilo)
y el de Platón (es decir, el que Platón pone en boca del sofista
Protágoras en el diálogo de tal nombre, y que puede provenir de la
enseñanza del democrático pensador de Abdera). Las variantes entre
una y otra versión son muy interesantes y sugestivas, y han dado
lugar a numerosos comentarios filológicos. Contrastaremos esos textos
para ilustrar así la complejidad de la tradición mítica en torno a la
figura de Prometeo; aunque nuestro comentario va a centrarse sobre el
héroe de la tragedia, ese héroe anormal y divino, ese patético rebelde,
símbolo de la arrogancia inflexible contra la tiranía. Paradójicamente, el destino doliente de este dios se convierte, para el espectador
de la tragedia atribuida al gran Esquilo, en un símbolo del destino del
hombre. De los protagonistas de tragedia griega, Prometeo es un titán
preolímpico, uno de los más próximos a nuestra comprensión y simpatía. En su obcecada oposición al designio del todopoderoso Zeus, en
su decisión de sufrir por los más débiles, en ese afán humanitario de
redentor por la cultura de una humanidad desamparada, se expresa
un magnánimo impulso que ha atraído desde siglos atrás la admiración cordial de poetas y filósofos. Desde Goethe y Shelley a Albert
Camus y Kazantzakis son múltiples las alabanzas de Prometeo, considerado como el rebelde altivo contra la tiranía del más fuerte, que en
la tragedia griega se llama Zeus. Todo eso enlaza con un motivo de
resonancias míticas muy hondas: el del rapto del fuego, arrebatado al
dominio de los dioses para obsequio de los hombres y fundamento de
la cultura. Pero sobre este punto quisiera recordar las palabras de
Werner Jaeger: «En Prometeo el dolor se convierte en el signo específico del género humano. Aquella creación de un día trajo la irradiación
de la cultura a la oscura existencia de los hombres de las cavernas. Si
necesitamos todavía una prueba de que este dios encadenado a la roca
en escarnio casi de sus acciones encarna, para Esquilo, el destino de
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la humanidad, la hallaremos en el sufrimiento que comparte con ella
y multiplica los dolores en su propia agonía. No es posible que nadie
diga hasta qué punto llegó el poeta a la plena conciencia de su simbolismo. La personalidad individual, característica de las figuras
míticas de la tragedia griega y que las hace aparecer como hombres que
realmente han vivido, no aparece de un modo tan claro en Prometeo.
Todos los siglos han visto en él la representación de la humanidad.
Todos se han sentido encadenados a la roca y participado con frecuencia en su odio impotente. Aunque Esquilo lo ha tomado ante todo
como figura dramática, la concepción fundamental del robo del fuego
lleva consigo una idea filosófica de tal profundidad y grandiosidad
humana, que el espíritu del hombre no la podrá agotar jamás. Estaba
reservada al genio griego la creación de este símbolo del heroísmo doloroso y militante de toda creación humana, como la más alta expresión
de la tragedia de su propia naturaleza» (Paideia).
b7) Las representaciones del castigo de Prometeo en la pintura occidental han sido muy abundantes. En este cuadro de J.
Jordaens se realza el dramatismo y la crueldad de la escena.
4. d) Son frecuentes los mitos griegos sobre el nacimiento del primer varón, generalmente a partir de la tierra, pero sólo existe
uno sobre el nacimiento de la primera mujer, el que recoge
Hesíodo y que se estudia en la siguiente unidad. Para la mitología griega, por tanto, los hombres y las mujeres son seres de
naturaleza diferente y carecen de un origen común. En el relato de Deucalión y Pirra se fortalece esta creencia por el hecho
de que nacen mujeres de las piedras arrojadas por ella y varones de las de él. Como señala N. Loraux: «Los dos sexos separados y paralelos se reproducen cada uno por su lado, sin mezclarse».
a, b, c y d8) La primera ilustración representa una estatua
romana de Zeus, quien se reconoce por la barba, la posición
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majestuosa y por llevar el cetro real en la mano. En la segunda, se trata el tema del diluvio universal, un mito presente en
muchas culturas, como es el caso de Grecia e Israel. La tercera
muestra un paisaje, donde aparecen dos columnas, pertenecientes al santuario de Delfos. La cuarta es un famoso cuadro
de Rubens, en el cual se representa a Pirra y Deucalión cuando arrojan las piedras a sus espaldas, que se transforman en
hombres y mujeres de la nueva raza humana, capaz de soportar todo tipo de sufrimientos que los dioses quieran enviarles,
gracias a la dureza y resistencia del material originario del que
nacieron.
Actividades de refuerzo
Textos complementarios
Texto 1
Viendo Yavé que la maldad de los hombres sobre la tierra era muy grande
y que todos los pensamientos de su corazón tendían continuamente al mal,
se arrepintió de haber creado al hombre sobre la tierra y se afligió tanto en
su corazón, que dijo: «Exterminaré de sobre la faz de la tierra al hombre que
he formado; hombres y animales, reptiles y aves del cielo, todo lo exterminaré, pues me pesa de haberlos hecho». Mas Noé encontró gracia a los ojos
de Yavé. Ésta es la historia de Noé: Noé era justo, íntegro y temeroso de Dios
entre sus contemporáneos. Engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet. La tierra
estaba corrompida delante de Dios y toda ella llena de iniquidad. Miró Dios
a la tierra y he aquí que estaba corrompida, porque todo mortal había
corrompido su camino sobre ella. Entonces dijo Dios a Noé: «Veo llegado el
fin de toda carne, porque la tierra está toda llena de iniquidad por causa
de los hombres. He aquí que voy a exterminarlos a todos ellos juntamente
con la tierra. Hazte un arca de maderas resinosas, divídela en compartimentos y calafatéala con pez por dentro y por fuera. Éstas serán sus dimen181
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siones: trescientos codos de largura, cincuenta de anchura y treinta de altura. Harás arriba un tragaluz y a un codo de éste la terminarás. A un lado
harás la puerta, y en el arca harás tres pisos. Yo voy a arrojar sobre la tierra un diluvio de aguas para destruir bajo el cielo toda carne en la que
haya hálito vital. Todo cuanto hay sobre la tierra morirá. Contigo, en cambio, estableceré mi Alianza. Entrarás tú en el arca y contigo tus tres hijos y
tu mujer y las mujeres de tus hijos. De todos los seres vivientes meterás contigo en el arca dos individuos de cada especie, macho y hembra, para que
se salven contigo. De las aves del cielo según su especie, de todos los animales según su especie, de todos los reptiles de la tierra según su especie, dos
entrarán contigo para que se salven. Y por tu parte procúrate todo aquello
que pueda serviros de alimento tanto a ti como a ellos». Hízolo así Noé,
conforme Dios le mandó. Después, dijo Yavé a Noé: «Entra en el arca tú
con toda tu familia, porque sólo tú has sido hallado justo en medio de esta
generación. De todos los animales puros tomarás siete pares de cada especie, machos y hembras, y de los impuros tomarás un par, macho y hembra;
también de las aves del cielo siete pares de cada especie, a fin de conservar
la especie sobre la tierra. Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra por espacio de cuarenta días y cuarenta noches y exterminaré de sobre
ella todos los seres que he hecho». Noé hizo todo cuanto Dios le había mandado.
Tenía Noé seiscientos años cuando sobrevino el diluvio inundando la tierra. Noé, pues, junto con su mujer, sus hijos y las mujeres de sus hijos,
entró en el arca para librarse de las aguas del diluvio. Los animales puros
e impuros, las aves del cielo y los reptiles terrestres de dos en dos entraron
con Noé en el arca, macho y hembra, conforme había ordenado Dios. Al término de los siete días cayeron sobre la tierra las aguas del diluvio. Era el
año seiscientos de la vida de Noé, el día diecisiete del mes segundo cuando
irrumpieron todas las fuentes del abismo y se abrieron las cataratas del
cielo. Y la lluvia cayó sobre la tierra por espacio de cuarenta días y cuarenta noches. Aquel mismo día entró en el arca Noé con sus hijos Sem, Cam
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y Jafet, con su mujer y las mujeres de sus tres hijos. Y con ellos toda bestia
según su especie y todo ganado según su especie, y todo reptil terrestre según
su especie y toda ave del cielo según su especie. De dos en dos entraron en
el arca después de Noé, de toda carne en la que palpita hálito vital. De toda
especie animal, macho y hembra entraron en el arca conforme se lo había
ordenado Dios, y Yavé cerró la puerta tras él. Diluvió por espacio de cuarenta días sobre la tierra, y las aguas, siempre en crecida, levantaron en
alto el arca, que flotaba sobre las aguas. Más y más crecieron y aumentaron las aguas sobre la tierra, mientras el arca continuaba flotando sobre su
superficie. Tanto crecieron las aguas sobre la tierra que llegaron a cubrir
todos los montes más altos de debajo del cielo. Quince codos subieron las
aguas por encima de los montes más altos. Entonces pereció todo animal
que se mueve sobre la tierra, tanto de las aves del cielo como de los ganados, bestias y reptiles terrestres y todo ser humano; todo aquello con hálito
vital en sus narices y que habita la tierra seca pereció. Todos los seres vivientes sobre la superficie de la tierra fueron exterminados; hombres y bestias,
reptiles y aves del cielo desaparecieron de sobre la tierra. Únicamente quedó
Noé, y los que estaban con él en el arca. La inundación de las aguas sobre
la tierra duró ciento cincuenta días.
Acordose Dios de Noé y de todos los que estaban con él en el arca. Hizo
pasar un viento sobre la tierra y bajaron las aguas. Se cerraron las fuentes del abismo y las cataratas del cielo y cesó de caer la lluvia. Después las
aguas fueron retirándose gradualmente de sobre la tierra y al cabo de ciento cincuenta días comenzaron a secarse. El día diecisiete del séptimo mes
quedó anclada el arca sobre los montes de Ararat. Continuaron alejándose las aguas hasta el mes décimo, y el primer día de este mes aparecieron
las cimas de los montes. Al cabo de cuarenta días abrió Noé la ventana
que había hecho en el arca y soltó un cuervo que revoloteaba sobre las
aguas, yendo y viniendo, hasta que se secaron las aguas sobre la tierra.
Soltó después una paloma para ver si se habían secado las aguas sobre la
tierra. Mas la paloma no encontrando dónde posarse, volvió de nuevo con
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él al arca, porque las aguas cubrían todavía la superficie de la tierra. Sacó
Noé la mano, la agarró y la metió en el arca. Esperó siete días más y de
nuevo soltó la paloma fuera del arca. A eso de la tarde volvió a él trayendo en su pico una rama tierna de olivo. Conoció así Noé que las aguas no
cubrían ya la superficie de la tierra. No obstante esperó otros siete días y
de nuevo soltó la paloma que ya no volvió más a él.
El año seiscientos uno de la vida de Noé, el primer día del primer mes se
secaron las aguas sobre la superficie de la tierra. Levantó Noé la cubierta
del arca, miró y he aquí que estaba seca la superficie de la tierra. El día
veintisiete del segundo mes la tierra estaba completamente seca. Entonces
habló Dios a Noé y le dijo: «Sal del arca tú, tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos contigo. Haz salir también todos los animales de toda especie que están contigo: aves, ganados y todo reptil terrestre. Llenad la tierra, procread y multiplicaos sobre ella». Salió pues Noé con sus hijos, su
mujer y las mujeres de sus hijos. Y todas las bestias, los ganados, las aves
y todo reptil terrestre salieron también del arca, una especie después de
otra. Noé levantó un altar a Yavé y tomando de todos los animales puros
y de todas las aves puras ofreció holocaustos sobre él. Yavé aspiró el agradable olor, diciéndose en su corazón: «No maldeciré más la tierra por
causa del hombre, porque los impulsos del corazón del hombre tienden al
mal desde su adolescencia; jamás volveré a castigar a los seres vivientes
como acabo de hacerlo. Mientras dure la tierra, sementera y cosecha, frío
y calor, verano e invierno, día y noche no se interrumpirán más».
(Génesis VI-VIII).
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2. El cómputo del tiempo
Información
Cayo Julio César (100-44 a. de C.) era hijo de Cayo Julio César y
de Aurelia, sobrina de Mario. El vínculo familiar con Mario contribuyó a que César escogiese el bando de los Populares en su primera actuación política. En el año 84 a. de C. contrajo matrimonio con Cornelia, hija del mandatario de ese momento, Cinna.
Como yerno suyo estuvo en grave peligro cuando Sila tomó el
poder y restableció la hegemonía del partido senatorial conservador, los Optimates. No quiso divorciarse de Cornelia y, finalmente, Sila lo perdonó. En un viaje a Rodas, donde quiere completar
su formación en retórica, cayó en manos de los piratas, un relato
que está algo adornado en la historiografía. Pagó un rescate,
pero, todavía en cautiverio, les anunció insolentemente que se
vengaría. En efecto, inmediatamente después de su liberación
reunió un grupo de barcos y hundió a los piratas.
Tras una estancia en Oriente donde, entre otras cosas, participó
en la lucha contra Mitrídates, regresó a Roma. En la carrera que
comienza entonces, se hace querer en amplios círculos por su
enorme generosidad. Así, como edil, ofrece grandes juegos al
pueblo romano. Esta forma de actuar le conlleva continuamente
problemas financieros, de los que siempre le salvan sus amigos.
En los años siguientes, Craso, que es inmensamente rico, le ayudará, y César conseguirá acumular una nueva fortuna como propretor en España. En el año 63 a. de C. es nombrado pontifex
maximus, una prestigiosa función religiosa que se investía para
toda la vida. En el Senado, se enfrenta con los Optimates, el partido conservador, y sobre todo con Catón de Útica. Así se produ-
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ce una disputa en torno a la cuestión de cómo proceder con los
partidarios de Catilina, que habían urdido una rebelión. César
–algunos autores sostienen que él mismo habría pertenecido
durante algún tiempo a los conspiradores– plantea que es suficiente con el arresto y el destierro, pero Catón y Cicerón logran
que el Senado se exprese a favor de la condena a muerte.
En el año 63 a. de C., César se pone en un aprieto por el extraño
escándalo surgido en torno a Clodio Pulcher. Este demagogo
agresivo y temido había penetrado en la casa del pontifex maximus
para reunirse con Pompeya, que, tras el fallecimiento de Cornelia, se había convertido en la segunda esposa de César. César se
divorcia de Pompeya, pero no insiste en tomar medidas contra
Clodio Pulcher, y más tarde incluso se habría servido de los sicarios de Clodio en la lucha de poder contra Cicerón y Pompeyo.
En el año 60 a. de C. conquista la función pública más alta, el
Consulado, en la que supera tanto a su compañero de Consulado,
Calpurnio Bíbulo, representante de los Optimates, que, según
Suetonio, ya por aquellos días se habla de dos cónsules, Julio y
César. Entretanto, se ha aliado con los dos hombres más poderosos de Roma: Craso, quien puede dominar con sus inmensas
riquezas el panorama político, y Pompeyo, que durante sus batallas en Oriente ha ganado gran fama y seguidores. La relación
con este último se refuerza, ya que César le entrega en matrimonio a su hija Julia.
Como cónsul consigue llevar adelante una ley de distribución que
proporciona tierras de los bienes del Estado a plebeyos y veteranos. Con el apoyo de Craso y Pompeyo, se fuerzan las disposiciones legales especiales que otorgan a César competencias extraordinarias: recibe el mando supremo a largo plazo sobre la Galia
Cisalpina (la parte de la península Itálica comprendida entre el
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Rubicón y los Alpes), lliria y la Galia Transalpina (entonces todavía sólo la Galia Narbonense, la Provenza). Se le prorrogan estas
competencias después de la deliberación entre los miembros del
triunvirato de Lucca.
El genio militar de César somete en esos años gran parte del
noroeste de Europa. En el tratado Comentarii de Bello Gallico realiza un informe de sus campañas militares, sucesivamente, contra
los germanos que están bajo el mando de Ariovisto, quienes son
vencidos en Besançon, contra las tribus del actual norte de
Francia y Bélgica, y contra los armoricanos y los vénetos, en las
actuales Normandía y Bretaña. César también describe las dos
invasiones de Britania. La primera no conduce a nada, mientras
que en la segunda se impone una tasa a los habitantes de la parte
meridional de la isla. A continuación, César tuvo que enfrentarse
a las invasiones de los germanos y a los levantamientos de los belgas, en los que Ambiorix, procedente del país de los Tungros
(alrededores de Tongeren), desempeña un importante papel.
Finalmente, la amenaza más peligrosa surge de los galos, unidos
bajo el liderazgo de Vercingetórix, quien es derrotado finalmente en Alesia (la actual Auxois) y tiene que someterse. César se convierte entonces en dueño y señor de un extenso territorio, que
resultará ser una enorme garantía de poder en el futuro. Cuando
regresa con sus legiones a la Galia Cisalpina, se dibuja el principio de la lucha final por el poder. El Senado, que entretanto se ha
asegurado el apoyo de Pompeyo, deniega a César una prolongación de sus competencias y tampoco le permite que, estando
fuera de la ciudad de Roma, aspire a un nuevo consulado. Por
tanto, el candidato tendrá que dirigirse sin legiones y sin competencias a Roma, donde por otra parte todavía le están esperando
una serie de procesos. Mientras, bajo la amenaza del poder de
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César, Pompeyo ha sido elegido único cónsul. César da ahora un
paso decisivo: cruza con sus tropas el Rubicón, la frontera de la
Galia Cisalpina que se le había concedido.
lugar en el teatro o cerca de él. En el vacío de poder que se produce tras este asesinato, Marco Antonio, con una gran oración
fúnebre, consigue volver los ánimos contra Bruto y sus cómplices.
Diversos autores han dramatizado esta travesía. Así, Suetonio describe cómo César reflexiona antes de realizarla. Aparece un personaje gigantesco que coge la trompeta de un soldado y vadea el
río haciéndola sonar. Con las palabras Alea iacta est («La suerte
está echada», expresión de una obra perdida de Menandro, que
significa que el asunto está decidido), César cruza ahora el río. La
guerra con Pompeyo finaliza con la victoria de César en Farsalia
en el año 48 a. de C. César persigue a Pompeyo hasta Egipto, pero
allí se entera de que éste ha sido asesinado a su llegada al país. El
hecho de que le ofrezcan la cabeza de su contrincante como trofeo, para él, es ir demasiado lejos, de forma que les da la espalda.
Según Plinio, todavía muestra su magnanimidad de otro modo:
quema las cartas de Pompeyo y se priva así de la posibilidad de
perseguir a sus partidarios, un proceder que también elogia
Séneca en De ira.
Suetonio concluye su biografía con descripciones del coraje personal de César, que han permanecido en la memoria de épocas
posteriores. Así, existe el relato en el que César durante un ataque de los enemigos en Alejandría fue el primero en saltar a un
bote desde un puente; cuando éste se sobrecarga, se salva nadando. Además, en esta acción, habría sujetado sus documentos por
encima del agua y el manto de general, entre los dientes.
Al mismo tiempo, según sus contemporáneos, también se va comportando como un rey en muchos aspectos, y se adorna con una
diadema de oro, imitando a Alejandro. Suetonio ejemplifica su
conducta arrogante con el hecho de que no se levanta de su
asiento cuando el Senado comparece. Su relación con Cleopatra,
presente en Roma de un modo llamativo, puede haber contribuido a que recayeran sobre él las sospechas de que tenía aspiraciones monárquicas. En los Idus de marzo del año 44 a. de C., es asesinado por algunos senadores conspiradores, entre ellos M. J.
Bruto. Casio Suetonio menciona los presagios de esta muerte que
se avecina y cita una predicción del adivino Espurina. Este autor
también da detalles acerca del asesinato, que probablemente tuvo
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Actividades
2. a4) En el antiguo calendario romano el año comenzaba con la
primavera en marzo, mes que Rómulo nombró en honor del
dios Marte, su padre.
d) Jano es uno de los dioses más antiguos del panteón romano. Se le representa con dos caras opuestas, una que mira
hacia delante y otra, hacia atrás. Sus leyendas son exclusivamente romanas y están ligadas a las de los orígenes de la ciudad. Según ciertos mitógrafos, Jano era en Roma una divinidad indígena, y en otro tiempo habría reinado en ella con
Cameses, un rey mítico del cual apenas se conoce más que el
nombre. Más tarde, a la muerte de Cameses, reinó solo en el
Lacio, y acogió a Saturno, expulsado de Grecia por su hijo
Júpiter. Mientras Jano ocupaba el Janículo, Saturno reinaba
en Satumia, ciudad emplazada en la cumbre del Capitolio. Se
atribuyen a este reinado de Jano las habituales características
de la Edad de Oro: honestidad perfecta en los seres humanos,
abundancia, paz completa, etc. Jano habría sido el primero en
emplear barcos para trasladarse de Tesalia a ltalia, así como el
inventor de la moneda.
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En efecto, las monedas romanas de bronce más antiguas llevaban en el anverso la efigie de Jano, y en el reverso una proa
de barco. Jano habría civilizado, además, a los primeros habitantes del Lacio, los aborígenes –lo cual se atribuye también a
Saturno–. Antes de él, éstos llevaban una existencia mísera y
no conocían ciudades, ni leyes, ni el cultivo del suelo. Jano les
enseñó todo esto. Después de su muerte, Jano fue divinizado,
y a su personalidad divina se unen otras leyendas que no parecen guardar relación con las precedentes. Se le atribuye especialmente un milagro que salvó a Roma de la conquista sabina. En la época en que Rómulo y sus compañeros raptaron a
las mujeres sabinas, Tito Tacio y los sabinos atacaron la nueva
ciudad. Una noche, Tarpeya, hija del guardián del Capitolio,
entregó la ciudadela al enemigo. Éste escaló las alturas, y estaba a punto de rodear a los defensores, cuando Jano hizo brotar ante los asaltantes un surtidor de agua caliente, que les
asustó y les puso en fuga. Para conmemorar este milagro, decidieron que en tiempos de guerra se dejaría siempre abierta la
puerta del templo de Jano, para que el dios en cualquier
momento pudiera acudir en auxilio de los romanos, mientras
que en los periodos de paz se cerraría. (P. GRIMAL).
d4) En la costumbre romana de las strenae está el origen del
regalo de las «estrenas» o «aguinaldos» familiares que se recibe en Navidad, así como en la costumbre de felicitar las
Navidades y el año nuevo.
e1) Ante diem tertium Idus Novembres: 11 de noviembre.
Pr. Idus Novembr.: 12 de noviembre.
Hora quinta: una hora antes del mediodía (varía cada día del
año si nos regimos por el horario actual).
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Ante diem XII Kal. Decembr.: 20 de diciembre.
Ante mediam noctem: antes del punto medio entre la puesta y la
salida del sol.
Ad meridiem: al finalizar la hora sexta, justo el punto medio
entre la salida y el ocaso del sol.
Ante diem VIII Kal. Decembre: 24 de diciembre.
Hora noctis nona: en la tercera vigilia, pasada ya la mitad del
periodo de oscuridad, entre el ocaso y la salida del sol.
f1) En las creencias romanas los manes son las almas de los
muertos. Se les nombra por antífrasis (como las Erinias), pues
manes es un antiguo vocablo latino que significa «los benévolos». De este modo, por medio de una inocente lisonja, la
gente se congraciaba con ellos tan sólo nombrándolos. Los
manes eran objeto de culto; se les ofrecía vino, miel, leche, así
como flores. Había dos fiestas especialmente consagradas a
ellos: las rosaria (o violaria), en que se adornaban las tumbas
con rosas o violetas, y las parentalia, celebradas del 18 al 21 de
febrero. Se creía que la costumbre de las parentalia en Italia la
había introducido Eneas, quien instituyó esta fiesta en honor
de su padre Anquises. También se contaba que, cierto año, en
Roma se olvidaron de celebrar la festividad de los muertos, los
cuales se vengaron invadiendo la ciudad. Salieron de sus tumbas y se esparcieron por todas partes, y sólo la celebración de
los ritos consiguió aplacarlos (P. GRIMAL).
f4) Los rituales para honrar la memoria de los muertos existen en todas las culturas y han perdurado hasta nuestros días,
en que el carácter no laborable de la festividad del día 1 de
noviembre tiene su justificación en permitir que todo el
mundo pueda ir al cementerio a llevar flores a los difuntos.
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Actividades de refuerzo
3. Marco Antonio y Cleopatra. Tras la derrota del Senado, en el
campo de batalla de Farsalia, entre otras cosas, se produjo una
violenta reacción y algunos romanos creyeron llegado el
momento de rehabilitar otras formas de vida, prohibidas por
la moral tradicional. Una reacción tanto más comprensible
por cuanto sobrevenía después de las angustias generadas por
la guerra civil, ya que, desde siempre, a las grandes tensiones
nacionales ha seguido cierto relajamiento general de las costumbres. El protagonista de esta nueva moral (o, si se prefiere, de esta inmoralidad) sería Marco Antonio. Él se dejó llevar
por su temperamento, que le predisponía a todos los excesos,
y también por una determinada tradición familiar, que quería
que la gens Antonia descendiera de Hércules, el de las proezas
heroicas y grandiosas, el «monstruo sagrado» que escapaba a
las normas de la moral habitual, capaz de estrangular a un
león tan sólo con sus manos y de darles, en una sola noche,
cincuenta hijos a las hijas de Testio.
Plutarco nos explica cómo, en su manera de vestir y en su
aspecto, Antonio se esforzó siempre por imitar a Hércules.
Mientras César batallaba todavía por España, con intención de
reducir los últimos restos del partido senatorial, Antonio recorría Italia con sus comediantes y bailarinas, deteniéndose a pie
de camino para celebrar unos banquetes en los que se bebía
más de la cuenta y se solía acabar en orgías. Durante algún
tiempo, la influencia de su esposa Fulvia, y quizá también las
reprimendas de César, pondrían algún freno a ese furioso apetito de goce, que tanto chocaba a la opinión pública, o al
menos a los aristócratas, pues parece que el pueblo se encaprichó de él como de un héroe. Era difícil, en una Italia ins-
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tintivamente «burguesa», dotar a su propio personaje de las
oportunas dimensiones míticas. César, que lo intentaría con
mayor sutilidad que Antonio, no lo conseguiría, y pagó el fracaso con su vida. Pero aún quedaba Oriente, y sería allí donde
el heráclida iba a intentar recrear su propio mito.
En el reparto del mundo que había seguido a la conclusión
del segundo triunvirato, Antonio obtuvo el Oriente, con cierta facilidad, ya que a Octavio le satisfacía mantener alejado a
este dudoso aliado suyo de una Italia donde se dirimía, realmente, el destino del orbe. Desde el año 41 a. de C., Antonio
se encontraba en Asia Menor. Él se presentó allí no tanto a la
manera de un Hércules, tal como cabría esperarse, sino de un
Dioniso. En realidad, se percibe en la mística de ese tiempo
más de una analogía entre Hércules y el dios de las Ménades:
se trata, en ambos casos, de héroes triunfadores, que descienden a los Infiernos y que acceden a los secretos del más allá;
se sabe que los Ptolomeos se habían atribuido una doble
ascendencia que los relacionaba con uno y con otro. Estamos
en una época donde los viejos mitos son objeto de ciertas exégesis, a veces sutiles y otras más complacientes, prestándose a
todas las interpretaciones. Ahora bien, los reinos de Oriente
habían visto nacer y desarrollarse las hermandades de adoradores de Dioniso, que ejercían un gran poder sobre el mundo
del espíritu. Los componentes de estas cofradías se reclutaban
sobre todo entre los «dionisiastas», músicos, cantantes o danzarines, cuyos oficios consistían precisamente en participar,
en las ciudades, en las fiestas de esta divinidad. Y así encontraremos a Antonio, al llegar a Asia Menor, rodeado de artistas de esa índole, lo que causa enorme indignación a Plutarco.
Cuando efectuó su entrada en Éfeso, lo hizo como triunfador
dionisíaco. Las mujeres corrían disfrazadas de bacantes, mien-
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tras que los hombres y jóvenes precedían su cortejo vestidos
de sátiro y de dios Pan; la ciudad entera rebosaba de hiedra y
de tirsos, de liras y de flautas, al tiempo que el pueblo le aclamaba. Bajo esta apariencia enloquecida se ocultaba cierta
intención política. Se trataba de atraer las simpatías populares, y nada podía servir mejor a los designios de Antonio que
el apoyo de los sectarios del dios del que pretendía ser encarnación.
Heredero de los proyectos de César, Antonio esperaba emprender una expedición a la India, más allá del reino de los partos.
¿Quién no recordaba la triunfal parada «militar» que protagonizó Dioniso, que llegó hasta orillas del Ganges? En Roma, todo
esto se habría considerado de locos, una farsa indigna. Pero en
Éfeso, al son de las flautas y de los tamboriles, era quizá lo más
sabio y adecuado.
Tal sería el momento elegido por Cleopatra para presentarse
ante el futuro conquistador del mundo. En el curso de la
guerra contra los asesinos de César, Cleopatra se había mantenido fiel al partido de Casio, y Antonio, después de su victoria, entendía que había de pedirle cuentas. Le envió un
mensajero con la orden de que se dirigiera a Cilicia para disculparse, si es que quería hacerlo. Cleopatra, que conocía
bien a Antonio, puesto que se habían encontrado en Roma –y
quizá por haber sido ya su amante–, decidió presentarse en
Tarso y mantener con él una entrevista decisiva. Ella estaba
enterada, gracias a sus agentes, de su conducta tras llegar a
Asia Menor. Así pues, sabía lo que Antonio pretendía y los
medios con los que contaba, y juzgó que podía ganarle si le
seguía el juego. Remontó el curso del Cidnus a bordo de una
embarcación real, de dorada popa y velas color púrpura; los
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remos tenían incrustaciones de plata, y la cadencia se daba a
los remeros por medio de flautas, acompañadas de liras y de
syrinx. Ella se recostaba bajo un palio bordado en oro, parecida a la diosa Afrodita, mientras que unos efebos situados a
ambos lados de su reclinatorio, tal como se veía en las pinturas, la refrescaban con sus abanicos.
Entre el séquito había unas sirvientas, jóvenes y hermosas, que
se parecían a las Gracias y a las Nereidas; los perfumadores
expandían su humo aromático por las riberas. Las muchedumbres acudieron de todas partes para gozar del espectáculo
y, pocos instantes después de su llegada, ¡Antonio se había quedado solo, sobre su tribuna, en medio del ágora! Enseguida se
extendió el rumor de que la diosa Afrodita había venido en
persona a reunirse con Dioniso, para mayor gloria de Asia. Al
caer el sol se celebró, en el río, una extraordinaria fiesta nocturna. Antonio, olvidando que él era el amo y que la reina
había acudido obedeciendo sus órdenes, aceptó la hospitalidad de Cleopatra a bordo de tan celestial galera. Y en ese
momento da comienzo una aventura «sin parangón» (ése fue
el término con que los propios amantes se refirieron a la vida
que llevarían en lo sucesivo) entre el nuevo Dioniso y la nueva
Isis. Juntos, fueron a Alejandría, mientras Fulvia desencadenaba la guerra civil en Italia. Ambos, Cleopatra y Antonio, salían por la noche y, disfrazados, se dedicaban a molestar por
las calles a los transeúntes, quienes les insultaban y en ocasiones incluso les llegaban a golpear. El resto del tiempo,
Cleopatra jugaba a los dados con él, bebía en su compañía o
cazaba, o bien le miraba ejercitarse con las armas. Fueron
momentos deliciosos. Cleopatra conjugaba a las mil maravillas
el hacerle rabiar con, al mismo tiempo, el serle agradable.
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Sin embargo, nos equivocaríamos si creyéramos que Antonio
se sentía completamente subyugado por la reina. No se había
convertido, en sus brazos, en ese instrumento maleable con el
que ella soñaba. Cuando las noticias llegadas de Italia anunciaron los manejos de Fulvia para comprometerle a sus espaldas, no dudó en abandonar Alejandría, dirigiéndose primero
a Grecia y después a Brindisi, donde alcanzaría la paz con
Octavio. Además, como la situación exigía un arreglo definitivo, y ya que Fulvia había muerto en el ínterin, accedió a convenir un nuevo matrimonio, esta vez con Octavia, la hermana
de Octavio. Probablemente, no se sentía demasiado bien en el
papel de «marido» de la reina: ella no era para él más que una
concubina, apenas algo más que una cortesana. Quizás incluso
la considerara como su propio instrumento para conseguir el
dominio total de Oriente: después de todo, los reyes de Egipto
accedían normalmente a la soberanía del país por medio del
matrimonio. Pero, por el momento, había que esperar. El
sueño de supremacía oriental quedaba aparcado. Para materializarlo, convenía, primeramente, tener las manos libres en
Italia, cosa que le aseguraba su matrimonio con Octavia.
Durante tres años, sin que se volviera a acordar de Cleopatra,
Antonio se portó con su esposa como un hombre fiel. Incluso
cuando estaba en Siria para dirigir las operaciones contra los
partos, durante la primavera del año 38 a. de C., no aprovechó la ocasión para reencontrarse con la reina. Evidentemente, apenas le ocupó lugar su amor por ella, el recuerdo de
aquel invierno maravilloso y de la vida sin parangón que disfrutaran, lo que no deja de confundir un tanto a algunos historiadores, a quienes gustaría poder explicar toda la historia
de ese periodo en relación con los encantos de Cleopatra.
Otros autores, por contra, reducen la importancia del papel
196
de la reina y señalan, de acuerdo con los testimonios antiguos,
que Cleopatra no era ya en ese momento demasiado joven, y
que seguramente Octavia debía de ser mucho más seductora
que ella. De hecho, el debate quizá no sea tan simple, y no
admita situarlo en el plano de la mera pasión.
Octavia y Cleopatra simbolizan dos «tentaciones» de Antonio,
tentaciones políticas antes que pasionales, dos caminos entre
los que era preciso elegir. Y sería propio de una moral algo
estrecha el pensar, al modo de Pródicos, que uno de los caminos representa el de la virtud y el otro, el de la molicie. Del
lado de Octavia estaba Roma, con su tradición de matrimonios políticos, de las alianzas sabiamente dosificadas, y el reparto del poder con Octavio; reparto que, como Antonio bien
tenía que saber, sólo iba a ser transitorio. Frente a ella, se
encontraba Cleopatra, cuyo apoyo podía transformar al general romano en un soberano helenístico; era una vieja tentación a la que, cada vez con mayores dificultades, habían podido resistirse los imperatores que habían gozado de Oriente. En
compañía de ella, más de la mitad del camino estaba ya
hecho: en el año 40 a. de C. nacieron dos gemelos como fruto
de sus amores, Alejandro-Helios y Cleopatra-Selene, cuyos
nombres astrales (la Luna y el Sol) no dicen bastante del
ambiente religioso en el que se criarían.
Antonio, en el año 37 a. de C., se encuentra verdaderamente
delante de un cruce de caminos, y es necesario reconocer que
la situación política en Italia, donde Octavio se esforzaba visiblemente por eliminar a sus colegas de triunvirato, asociados
y cómplices en los días difíciles y ahora odiados rivales, no le
invitaba a permanecer inactivo. Su única oportunidad residía
en lograr una victoria absoluta en Oriente, en alcanzar el
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éxito mediante una aventura grandiosa que redujera a nada
los retorcidos cálculos de Octavio. Ahora bien, este acrecentamiento de su prestigio, del que tanta necesidad tenía, y a
falta del cual sería irremediablemente barrido de la escena
política, solamente podía aspirar a obtenerlo si estrechaba su
alianza con Cleopatra. Ésta, por su parte, no permanecía en
absoluto inactiva, y no era sólo, ni en especial, el amor que
pudiera sentir por Antonio lo que la impulsaba. Durante el
tiempo de ausencia de Antonio, se había entregado a numerosas intrigas en Oriente. Su objetivo resulta evidente: recuperar aquel «gran Egipto» que, en otro tiempo, reunía bajo la
corona de los Ptolomeos parte de Siria. Para lograrlo, necesita fortalecerse frente a Roma. Su juego consistía, en primer
lugar, en mantener dividido lo máximo posible este imperio
que, en tiempos de César, había flaqueado en el intento de
devorar su reino; y, lo que aún es mejor, ella no desesperaba,
gracias a Antonio, en lograr que el poder romano sirviera a
sus designios. En esta diplomacia, el amor no viene a ser sino
un elemento más, un medio entre otros; pero no el único. La
propaganda de Octavio ha popularizado la figura, convertida
en legendaria, de un Antonio esclavizado por sus pasiones,
traidor a su patria con tal de complacer a la reina, un nuevo
Hércules arrastrándose a los pies de Ónfale. Se trataba de un
pretexto excelente para justificar la ruptura definitiva con el
amo de Oriente, alrededor del cual se concentraba cada vez
más la renacida oposición «republicana»; pero ésta no era, sin
duda, la verdad, o por lo menos toda la verdad. Después de la
entrevista en Tarento entre Octavio y Antonio, en la primavera del año 37 a. de C., éste recobraba el Oriente: su elección
estaba consumada. Reemprendía así, tras un intervalo de tres
años, sus proyectos de guerra contra el reino parto, y su pri-
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mera decisión fue reunirse con Cleopatra. Octavia se quedaba
en Occidente, al cuidado de su hermano.
El invierno del año 37-36 a. de C. lo pasó en Siria. Mientras
proseguían los preparativos de guerra, Antonio y la reina recobraron su perdida intimidad. Los dos niños nacidos en el año
40 a. de C., Alejandro y Helena, fueron reconocidos oficialmente, lo que convertía a Antonio, moralmente, en protector
del reino de Egipto, asociándose más estrechamente con la
dinastía legítima. Se trataba de una solución muy astuta al problema político que significaba Egipto, una provincia nada fácil
de gobernar. Frente a frente, Antonio y Cleopatra eran opuestos uno al otro, radicalmente, por todo lo que representaban.
La reina intentaba desesperadamente mantener un reino anacrónico dentro del mundo romano, y Antonio se esforzaba por
asociar ese mismo reino, con más apremio que nunca, a la
suerte de Roma, por movilizar sus fuerzas sin correr el riesgo
de una anexión abierta. Estos dos rivales, estos dos políticos,
no tenían más remedio que amarse si lo que querían era alcanzar sus designios. Y lo milagroso del caso es que a ninguno le
repugnaba tal idea.
Antonio parece haber sido perfectamente consciente de la
situación. El dios que llevaba dentro de sí y que le impulsaba
a amar, a prodigarse en desórdenes siempre renovados, era su
guía y su fuerza. ¿Acaso no había sido Dioniso a la vez conquistador y dios de la orgía, de la sexualidad desenfrenada?
En cuanto a Cleopatra, era la madre Isis, personificación de la
feminidad y de la fecundidad –de lo que daban prueba sus
sucesivas maternidades–, figura mítica de la esposa que devolvía la vida al esposo en virtud de sus caricias, un esposo que las
potencias malignas se encarnizaban, inútilmente, por arran-
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carlo de sus manos. En Egipto, los Ptolomeos habían creado
una nueva divinidad, Serapis, en la que se fundían el antiguo
Osiris y el Dioniso heleno; este dios se había popularizado con
rapidez en todo el orbe mediterráneo, hasta el punto de que
en la propia Roma los poetas le rendían sus alabanzas. Todo
estaba preparado para la aventura «sin parangón» de esos dos
amantes, unidos, lo quisieran o no, por una situación política
que no tenía más salida que su amor, y también por los mitos
que se habían originado antes de ellos, los cuales les ceñían
como la malla mágica con la que Hefesto, en tiempos muy
antiguos, castigó los amores de Afrodita y de Ares. Durante
seis años se prolongaría esta extraña situación. Octavia, que
comprendía a Antonio, y que le era tan fiel como en otra
época le fuera Fulvia, se esforzaba en proporcionarle lo que
éste esperaba de Cleopatra, es decir, armas y dinero. Así, iría
hasta Oriente cargada de regalos sacados a su hermano. Él
tuvo el coraje de no sucumbir a la tentación y de mantener sus
propósitos. ¿Qué eran dos mil o tres mil hombres al lado de
los posibles recursos de todo un reino? Y, además, Cleopatra,
cuando el peligro se hizo acuciante, supo interpretar mejor
que nunca su comedia de amor. Pronto llegó la ruptura con
Roma, y Antonio, convertido en rey helenístico, tanto en
pensamiento como en hechos, se vio obligado a aceptar la
guerra contra ella. Así termina, en las aguas de Accio, este
drama cuyo final, si la fortuna hubiera concedido la victoria a
la flota de Antonio, pudo haber cambiado ciertamente el
rumbo del mundo. Pero los encantos marchitos de Cleopatra
quizá no habrían soportado la responsabilidad. Y, sin embargo, la derrota de Antonio y el fin de una «vida sin parangón»,
que se convertiría en unión más allá de la muerte, no pudieron abolir una experiencia, no suprimieron una mística de la
200
realeza «dionisíaca» que encontrará otros medios para sobrevivir en el seno mismo de Roma.
La noche que precedió a la muerte de Antonio, hacia la
medianoche, mientras la ciudad de Alejandría permanecía
sumergida en el silencio oprobioso de la angustia, he aquí que
el aire se llenó de una música sobrenatural. Se diría que eran
los sonidos emitidos por una infinidad de instrumentos varios
que acompañaban los cantos y los gritos de una muchedumbre de bacantes. El tumulto llenó las calles en un instante, sin
que se viera a nadie; después se desplazó, y llegó a la puerta que
se abría en dirección al enemigo. Allí se redobló el estruendo,
para cesar bruscamente como si el invisible gentío hubiera
dejado la ciudad. Todos los habitantes de Alejandría lo escucharon, y alcanzaron a comprender: era Dioniso, que abandonaba a Antonio. De hecho, se trataba también del final de
una era: la ley de Roma iría reemplazando la mística orgiástica de la que Antonio y Cleopatra serían los últimos adeptos
sobre el trono de los Ptolomeos. Octavio, el nuevo amo, era
un conquistador sombrío. Arrastraba consigo el puritanismo
romano, del que imitaba su austeridad sin aprovechar sus virtudes. (P. GRIMAL, El amor en la Roma antigua).
3. Léxico
Actividades
1.
a-6, b-4, c-5, d-1, e-3, f-2
2.
a + 2 = paleolítico
c + 1 = megalito
b + 4 = neolítico
d + 3 = monolito
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a + 2 = paleografía
c + 4 = cartografía
e + 3 = etnografía
g + 7 = demografía
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b + 5 = historiografía
d + 1 = geografía
f + 6 = gliptografía
a + lógos = 4; b + syn = 6; c + diá = 5; d = 7.
e + aná = 1; f = 2; g + cum = 3.
5.
1 + h; 2 + e; 3 + d; 4 + c; 5 + j; 6 + i; 7 + a; 8 + b;
9 + f; 10 + g.
6.
1 beligerante; 2 belicoso; 3 bélico; 4 belicismo; 5 rebelde.
7.
1 F, 2 V, 3 F, 4 V, 5 V.
8.
a + 4; b + 1; c + 2; d + 3; e + 7; f + 5; g + 6.
9.
1 ad calendas graecas; 2 a posteriori; 3 in memoriam; 4 idem;
5 ipso facto; 6 sine die; 7 o tempora, o mores; 8 a priori; 9 in albis.
unidad
6
1. La creación de Pandora
Aproximación inicial
Algunos autores han relacionado los mitos sobre una primitiva Edad de Oro o paraíso perdido con esa inclinación de los
seres humanos a idealizar el pasado (cualquier tiempo pasado fue
mejor), bien porque el paso del tiempo suele despojar los
recuerdos de los aspectos negativos, bien porque se tiende a
recordar con más detalle las vivencias buenas que las malas
experiencias. Además, existe otra constante que suele darse
en la mayoría de la gente: considerar la infancia como la
época más feliz de su vida.
En ningún texto de la mitología griega se nos dice claramente si existían o no mujeres en la Edad de Oro. Concretamente,
el texto canónico de Hesíodo no las menciona en ningún
pasaje. Así pues, dado que en numerosos mitos los varones
nacen directamente de la tierra y, sobre todo, que Hesíodo
sitúa la fabricación de Pandora con posterioridad a la Edad de
Oro, puede suponerse que también los hombres de esta edad
nacían de la tierra y que las mujeres todavía no existían.
El cuadro de J. Cousin representa a Eva al estilo tradicional de
Venus, con una intención clara, por tanto, de resaltar el aspecto erótico de esta mujer. En ella, el pintor funde las dos primeras mujeres de las dos mitologías esenciales de la cultura
occidental, la griega y la hebrea, a pesar de que estas figuras
son distintas en muchos e importantes aspectos.
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Página 204
Actividades
1. El triunfo de Zeus sobre Crono supuso para los hombres el fin
de la Edad de Oro y su separación de los inmortales. La tarea
de delimitar la esfera que en el orden olímpico correspondía
a los seres humanos, la llevó a cabo Prometeo, quien, mediante el sacrificio de un buey, pretendió engañar a Zeus y rivalizar con él. El rey de los dioses en todo momento era consciente del engaño de Prometeo, pero aceptó entrar en el
juego, porque planeaba un nuevo estatus para los hombres,
con el que se pusiera fin al estado de permanente felicidad
que había caracterizado la vida humana bajo el reinado de
Crono. Los griegos conocían los acontecimientos que tuvieron lugar en ese momento, sobre todo, por la narración que
de ellos realizó Hesíodo, quien se refiere en dos ocasiones al
mito de Prometeo, una en la Teogonía y otra en los Trabajos y
Días.
inteligencia astuta) y cuyas armas suponen el engaño, así
como la ocultación de bienes dentro de males y males dentro
de bienes. La victoria, lógicamente, será para Zeus, el metíeta
por excelencia, y con ella quedarán fijados los límites de la
condición humana. Vernant analiza este relato en tres niveles:
Análisis formal:
Los agentes son Prometeo y Epimeteo, que representan a los
seres humanos, y Zeus, que representa a los dioses.
Las acciones consisten en un duelo de astucia, cuyas reglas de
juego residen en la dinámica dar/no dar, y en sus contrapartidas tomar/rechazar lo que es dado, o rechazar/tomar/robar
lo que no es dado.
La estructura del relato consta de tres secuencias:
Prometeo entrega un regalo a Zeus, y éste lo acepta.
Para ayudar al comentario de este relato central en la mitología
griega, resumimos las principales conclusiones de la conocida
interpretación realizada por J. P. Vernant. Este autor distingue
tres partes del mito:
Zeus no da a los hombres el fuego ni el sustento, por lo que
Prometeo roba el fuego.
Zeus priva del fuego y de los cereales a los hombres, como
consecuencia del engaño perpetrado por Prometeo en el
reparto de la comida del sacrificio.
La lógica del relato muestra que las reglas del juego dar/no
dar pueden integrarse una en otra, ya que:
Prometeo roba el fuego y se lo entrega a los hombres.
Zeus, como respuesta, castiga a los hombres enviándoles a la
mujer y, posteriormente, castiga a Prometeo encadenándolo
en el Cáucaso.
El relato se presenta como un duelo entre Zeus y Prometeo,
un duelo de astucia entre dos divinidades dotadas de métis (la
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Zeus da un regalo a los hombres, y Epimeteo lo acepta.
No dar es igual a esconder un bien para que se obtenga con
esfuerzo: las divinidades no dan la semilla de los cereales,
habrá que esconderla en la tierra; el fuego habrá que esconderlo en la cañaheja y la semilla del hombre habrá que
esconderla en el vientre de la mujer.
Dar es igual a esconder un mal bajo la apariencia seductora
de un bien: cada regalo es un engaño, ya que dentro lleva un
mal.
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Análisis del contenido semántico. Entre los diversos elementos del relato hay una serie de oposiciones y equivalencias,
que les conlleva una notable ampliación de su campo de significación.
Pandora es igual a las partes del buey inmoladas (ambas son
un engaño) y es igual, en particular, al lote divino (ambos
son un regalo seductor y falso).
Los cereales son igual que Pandora (ambos necesitan sembrarse para dar su fruto).
El fuego es igual que los cereales (ambos necesitan una semilla).
Pandora es igual que el fuego (ambos pueden quemar y
secar al hombre).
Los resultados de este nivel de análisis son congruentes con
los del anterior y vienen a aclarar las características de la condición humana: para los seres humanos, los bienes se hallan
escondidos en los males y los males en los bienes. Todo es
ambiguo y la existencia humana se encuentra bajo el signo de
la mezcla de bienes y males, así como de la duplicidad.
Análisis del contenido sociocultural. El fraude prometeico
tiene varias consecuencias para los seres humanos:
El trabajo para conseguir el alimento, esto es, la agricultura.
La utilización del fuego, lo que supone el alimento cocido,
la tecnología y el sacrificio.
El matrimonio como medio para conseguir una legítima descendencia, lo cual significa el nacimiento a partir de una mujer,
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es decir, un inicio para la vida y, por tanto, también un final de
la misma.
Todos estos elementos se interrelacionan y sirven de cuadro
de referencia, en otros muchos relatos, para definir los rasgos
específicos de la condición humana y distinguirla tanto de la
divina como de la animal: frente a la omofagia y alelofagia de
los animales y al néctar y ambrosía de las divinidades, los seres
humanos se nutrirán de cereales y alimentos cocidos; frente a
la promiscuidad de los animales y la ausencia de nacimientos
entre los dioses, la humanidad se caracterizará por el matrimonio; frente a la vida feliz y ociosa de las divinidades o la
inconsciencia de los animales, los seres humanos tendrán que
trabajar.
De acuerdo con este análisis de Vernant, el mito de Prometeo
relaciona el ritual del sacrificio con los acontecimientos primordiales que han otorgado a la humanidad sus rasgos distintivos: está formada por seres separados y distintos de las
divinidades, con las que, no obstante, tienen contacto, y, al
mismo tiempo, son seres diferentes de los animales, con los
que, sin embargo, presentan muchos puntos en común. Y este
carácter ambiguo de la naturaleza humana se ve reforzado
por el hecho de que, en la vida, los bienes y los males se hallan
indisolublemente unidos.
En cuanto a la figura de Pandora, es el elemento más importante del mito y el símbolo más claro de la ambigüedad de la
existencia humana. Hesíodo describe a esta primera mujer
como una doncella maravillosamente vestida y adornada por
dioses y diosas; todo en ella respira encanto, gracia y sensualidad; su visión provoca la admiración de hombres y dioses; su
imagen es igual a la de las diosas. Pero bajo este aspecto mara-
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villoso se esconde un carácter voluble y una mente cínica: no
se conforma con la penuria, sino con la saciedad; en su pecho
esconde mentiras y palabras seductoras; su mente está siempre ocupada en perniciosas tareas; es como los zánganos que
pretenden vivir a costa del trabajo de las abejas.
Pandora representa mejor que nadie todas las tensiones de la
condición humana: es un ser doble que, en el exterior, se asemeja a las diosas, pero que, en su interior, esconde un corazón de «perro». Hesíodo dice que es un bello mal, reverso de un
bien, es decir, con ella se le plantea al hombre el siguiente
dilema: casarse, con lo que obtendrá un bien, los hijos, pero
también un mal, la mujer; o no casarse, en cuyo caso conseguirá un bien (no habrá mujer), pero, asimismo, un mal (no
tendrá hijos). De esta forma, los dos términos del dilema se
presentan bajo un aspecto similar: un bien que tiene como
contrapartida un mal, o un mal que tiene como contrapartida un bien. En la mujer, por tanto, el bien y el mal se asocian
como las dos caras inseparables de una misma realidad. La
fabricación de la primera mujer es el golpe de gracia en el
duelo de Zeus con Prometeo, una respuesta digna del rey de
los dioses. Se comprende que Zeus estalle de risa y gozo con
la idea de este «regalo» que prepara para los hombres; la primera acción de Pandora es abrir la tinaja, con lo que cumple
su misión de instrumento de la venganza del dios y, al mismo
tiempo, cierra el círculo de la narración iniciada con el engaño de Prometeo: Pandora destapa la tinaja y se encuentra
con los males, de igual modo que Zeus descubrió la grasa y se
halló con los huesos (M. MADRID, La dinámica de la oposición
masculino/femenino en la mitología griega).
Hesíodo presenta una imagen totalmente negativa tanto de la
naturaleza de las mujeres como de su actividad, considerán208
dolas seres que no son acreedores de ningún elogio, a no ser
por su terquedad en cumplir el fin para el que Zeus ordenó
su creación. A este respecto, uno de los aspectos que más
llama la atención es la insistencia con que, en los Trabajos,
Hesíodo proclama la inutilidad y holgazanería de las mujeres,
precisamente en un mundo donde los campesinos tienen que
trabajar tan duramente para arrancar el sustento a la tierra.
No creemos necesario argumentar que esta imagen no puede
reflejar la realidad histórica, ya que las mujeres contemporáneas de Hesíodo debieron de trabajar tan duramente como
los varones, tanto en la casa como ayudando en las tareas del
campo, aunque sólo sea porque, de no ser así, sería el único
caso en la historia de la humanidad en el cual las mujeres
campesinas no han trabajado, y ello mucho menos en un
momento de crisis económica donde todos los esfuerzos vendrían a resultar pocos. Estos seres perezosos y glotones que,
como zánganos, aguardan ociosos la llegada de sus maridos a
casa son, claramente, un producto de la imaginación del
poeta.
De la relación de calificativos que Hesíodo aplica a Pandora se
puede concluir que las mujeres son criaturas fabricadas artificialmente, dotadas de una naturaleza fría y húmeda, engaños
vivientes de bella apariencia pero con corazón desleal; que tienen a su cargo la reproducción de la especie, pero cuya maternidad plantea problemas; que son las causantes de los males
que afligen a la condición humana; y que su humanidad es
dudosa. Todos estos aspectos confieren a las mujeres una
naturaleza propia a la que Hesíodo alude con ese hallazgo lingüístico que constituye el sintagma génos gynaikôn («raza de las
mujeres»), por medio del que éstas se perciben como un
colectivo donde las semejanzas (su condición de thelyterai,
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«que amamantan») se imponen a las diferencias que puedan
presentar como individuos, y que tanta fortuna van a tener en
la literatura posterior. De ahí que la expresión thelyteráon
gynaikôn génos («raza de las femeninas mujeres») resuma
como ninguna otra la alteridad que Hesíodo otorga a las
mujeres, así como su carácter de especie distinta, en la cual
derivan de ellas mismas en una sucesión cerrada; al mismo
tiempo, permite, según N. Loraux, agruparlas para facilitar el
vituperio. En cuanto a su comportamiento, las mujeres hesiódicas son volubles, mentirosas y desmesuradas por su glotonería y lujuria, pero, sobre todo, holgazanas y perezosas.
Respecto a la humanidad de las mujeres, Hesíodo presenta a
la primera de ellas con una apariencia semejante a la de las
diosas, pero con un corazón de perro, una descripción que la
coloca fuera de los límites que encuadran lo propiamente
humano, en un caso por exceso y en el otro por defecto. Las
mujeres están dotadas de la capacidad del lenguaje articulado, propia del ser humano, y así lo señala explícitamente
Hesíodo con el vocablo anthrópou, pero cuando hablan sólo
dicen mentiras, con lo que pervierten el fin último de esta
habilidad de los humanos para entenderse. Por último,
Pandora es una criatura sin padre ni madre, ni relación familiar alguna, es decir, un artificio que las divinidades han inventado para castigar a los hombres. Por otra parte, cuando aparece la primera mujer, los hombres ya existían como comunidad constituida y, de hecho, se dice que de Pandora desciende no la raza humana, sino la de las mujeres. Por tanto,
Pandora no es propiamente la madre de la humanidad, sino,
como señala Loraux, sólo la madre de las mujeres. Tal vez
sería un poco gratuito concluir que Hesíodo no considera a las
mujeres como seres humanos, pero tampoco queda muy claro
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que se pueda afirmar lo contrario (M. MADRID, La misoginia
griega).
16) La caja de Pandora era, en realidad, una tinaja. El hecho
de que en la tradición occidental el término tinaja se convirtiera en caja parece deberse a una mala lectura del texto griego realizada por Erasmo, quien leyó pyxís donde ponía píthos.
2. 1 En el capítulo segundo del Génesis, al menos en la versión oficial impuesta por el cristianismo, Yavé, una vez terminada la
creación, pensó que no era bueno que el hombre estuviese
solo, y entonces creó a la mujer de una costilla de Adán
(Génesis II, 20-3). Eva, pues, no fue creada de tierra y agua ni
en el momento primordial de la creación, como ocurrió con
el primer hombre, sino que se creó como un complemento de
éste, una porción suya destinada a procurarle compañía y felicidad. Pero Eva pervirtió el fin para el que fue creada, pecó e
hizo pecar a Adán, y por ello durante toda la existencia sus
hijas tendrán que pagar y expiar esta culpa. No sucedió de
esta forma porque el mal estuviera en la primera mujer como
algo congénito con su ser, sino porque, dada su naturaleza
inferior, fue elegida por el enemigo de Yavé, y así fueron su
debilidad, su irresponsabilidad y su incapacidad para prever
las consecuencias de sus acciones lo que le impidieron resistirse a la serpiente. De esta manera, los encantos que Yavé le
había dado para que proporcionara al hombre la felicidad,
Eva los utilizó para seducirlo y acarrearle el mal (M. MADRID).
7 La concepción del trabajo como «castigo divino» o «maldición bíblica» estuvo vigente durante mucho tiempo, sobre
todo en las zonas de influencia católica; por el contrario los
protestantes, convirtieron el trabajo en un camino para la salvación. En las sociedades occidentales actuales, el derecho a
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trabajar en condiciones dignas es fundamental y, por el
contrario, es el paro lo que se considera una lacra social. No
obstante, al mismo tiempo, también en nuestra cultura está
presente la concepción heredada de la Antigüedad clásica de
que el ocio es una condición inherente a una vida civilizada,
ya que, como decía Aristóteles, permite a los hombres libres
disfrutar de los placeres nobles de la vida.
Actividades de refuerzo
2. 1 El feminismo es un movimiento social y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII –aunque sin adoptar
todavía esta denominación– y que supone la toma de conciencia de las mujeres, como colectivo humano, de la opresión,
dominación y explotación de que han sido y son objeto en el
seno del patriarcado, por parte del colectivo de varones, bajo
sus distintas fases históricas de modelo de producción, lo cual
las mueve a la acción para la liberación de su sexo con todas
las transformaciones de la sociedad que aquélla requiera.
Marcuse dice que el movimiento feminista actúa a dos niveles:
uno, el de la lucha por conseguir la igualdad completa en lo económico, social y cultural; otro, «más allá de la igualdad», tiene
como contenido la construcción de una sociedad donde quede
superada la dicotomía hombre/mujer, una sociedad con un
principio de la realidad nuevo y distinto (Marxismo y feminismo).
Los orígenes del feminismo como movimiento colectivo de
mujeres hay que situarlos en los albores de la revolución francesa. Entre los numerosos Cahiers de doleances («cuadernos de
quejas») que se publicaron entonces con ocasión del anuncio
de convocatoria de los Estados Generales, varios se hacían eco
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de quejas femeninas. En 1791, Oympia de Gouges publica Los
Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, réplica femenina y feminista de la Declaración de Derechos del Hombre (1789) que no
incluía, ciertamente, a la mujer. De Gouges pide también la
abolición del matrimonio y su sustitución por un «contrato
social» entre hombre y mujer en paridad de derechos.
En 1792, paralelamente a los sucesos de Francia, en Inglaterra
otra mujer, Mary Vollstone Kraft escribió y publicó un libro
titulado Vindicación de los derechos de la mujer. El derecho al trabajo, a la educación, la emancipación económica y la paridad
de modales se solicitan y razonan concienzudamente en el
libro, el cual, a pesar de su halo romántico y de haber sido
superado por los acontecimientos, se considera un símbolo del
feminismo en tanto que primer libro publicado en favor de
derechos de las mujeres. El segundo paso importante se dio en
Estados Unidos de América. En 1848, en la población de
Séneca Falls del Estado de Nueva York, se leyó la Declaración de
Séneca Falls redactada por Lucretia Mott, de Filadelfia, y
Elisabeth Cady Stanton, que utilizaron como modelo, como
antes había hecho De Gouges con Los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana, un documento anterior debido a los hombres y
que tampoco las incluía: la Declaración de Independencia de
Estados Unidos. Paradójicamente, mientras que las mujeres
habían podido votar –de modo restringido, en tanto que propietarias solamente– cuando Norteamérica había sido una
colonia de Gran Bretaña, este voto les fue prohibido a partir
de la Independencia.
La participación de las mujeres en la lucha por la abolición de
la esclavitud les permitió darse cuenta de que ellas mismas
estaban también sometidas. La Declaración de Sentimientos de
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Séneca Falls fue firmada por sesenta y ocho mujeres y treinta
y dos hombres, y en ella se pedía igualdad de derecho de propiedad, de salario en el trabajo, a la custodia de los hijos, derecho de hacer contratos, de llevar a alguien a los tribunales y
de ser llevada (comparecía el marido en sustitución de la
mujer), de prestar testimonio y de votar. Lo más difícil de
adquirir fue el voto, y el año 1848 fue el punto de partida de
la lucha por el sufragio, la cual ha durado hasta nuestros días
–Suiza concedió el voto a la mujer en 1972 y no en todos los
cantones–. En 1900 sólo un país había concedido el voto a la
mujer. En España, el voto femenino se obtuvo en 1931, durante la Segunda República. La opresión de las leyes poniendo trabas a la actividad cultural, social, familiar y política de las mujeres obliga a que se hable más de «derechos de la mujer» que
de feminismo propiamente dicho. No es extraño, pues, que un
movimiento que tiene raíces tan hondas dé lugar a diversas
corrientes de pensamiento:
Feminismo burgués: se origina en la revolución burguesa,
primero de Francia y más tarde de los demás países. Está llevado por mujeres de la clase burguesa y aristocrática, o con
su mentalidad. Es reformista y no revolucionario. Se conforma con obtener para las mujeres las mismas oportunidades
que los hombres, sin cuestionarse el modelo socioeconómico vigente. Creen que, cuando todas las mujeres trabajen
como los hombres y en los Parlamentos el porcentaje de
diputados esté al 50% (como es la proporción de hombres y
mujeres en la sociedad), las cosas funcionarán bien.
Feminismo sufragista: ya no existe, pues salvo unos pocos
países, las mujeres tienen el voto en prácticamente todo el
mundo. Fue una forma de feminismo burgués, puesto que
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se concentró en la lucha por el voto como si éste y el sistema
parlamentario occidental fuesen la solución definitiva a los
problemas del mundo. Duró desde 1880 aproximadamente
hasta la primera guerra mundial. La lucha sufragista estuvo
unida muchas veces, sobre todo en Estados Unidos, a la lucha contra el alcohol. No obstante, las sufragistas dieron la
medida de hasta dónde podían llegar las mujeres cuando se
disponían a reivindicar, ya que utilizaron gran diversidad
de medios para conseguir sus objetivos. Se las ridiculizó porque se las temía. Pero han quedado en la historia del feminismo como mujeres de gran inteligencia y valor.
Feminismo católico: las mujeres católicas habitualmente se
han organizado en sus propias asociaciones, independientes
de las demás. Han solicitado siempre el derecho a la educación de la mujer, aunque fundamentalmente para que sea
mejor madre de sus hijos. Han reivindicado también la
igualdad de salario. Han denunciado la prostitución como
un atentado a la moral pública, pero sin plantearse su origen o explicándolo con razonamientos inaceptables, tales
como la ignorancia y la falta de preparación de las mujeres.
Luchan por una mayor consideración de la mujer, pero sin
apartarla del hogar y la familia, considerados como principales centros de realización. Incluso las más progresistas,
retenidas por su deber de obediencia al Papa, no suscriben
documentos conjuntos con otros grupos feministas a causa
de obstáculos como el divorcio, los anticonceptivos y la interrupción voluntaria del embarazo. Luchan por su derecho a
asistir a los Concilios, por el derecho a ser ordenadas sacerdote y por una mejora del estatus de las monjas.
Feminismo socialista: es el de aquellas mujeres que militando en partidos socialistas o comunistas estan presentes, a su
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vez, en alguna organización feminista (doble militancia), o
bien se organizan dentro de su propio partido para cuestiones específicamente femeninas, separadas de los hombres, a
los que llevan luego sus conclusiones con el objetivo de que
el partido las asuma. Esta forma de actuación, muy frecuente en España, desde 1976 ó 1977 no lo es tanto en otros países de Europa, como Francia, por ejemplo. Las feministas
«de partido» suelen dar prioridad a la lucha de clases tradicional y critican a las independientes, por considerar que la
división de fuerzas en el seno del feminismo actúa a favor
del capitalismo y retrasa la lucha por los objetivos socialistas.
Ven a las mujeres burguesas como enemigas de clase y se
centran en los derechos de las trabajadoras.
Feminismo radical: el feminismo radical considera la lucha
socialista como una condición necesaria, pero no suficiente,
para el establecimiento de una sociedad en la que las mujeres sean libres. Se supone que el socialismo no incluye el
feminismo, mientras que el feminismo sí puede contener el
socialismo. Marcuse reconoce que también las instituciones
socialistas pueden discriminar a la mujer y que, en este sentido,
no sólo está justificado sino que es necesario un movimiento de mujeres independiente (Marxismo y feminismo). Él sólo constató un
aspecto que las mujeres ya tenían muy claro y que, desde
hacía tiempo, estaban realizando. El feminismo radical piensa que las mujeres han de organizarse solas, sin hombres,
pues la lucha va dirigida contra las instituciones del patriarcado que ellos representan. Se acepta la participación paralela de varones antipatriarcales.
Feminismo homosexual: es la organización feminista de las
mujeres lesbianas, quienes luchan básicamente por el dere-
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cho a una vida privada y una sexualidad sin injerencias del
Estado y la autoridad, pero asumen también los demás puntos de las feministas radicales. A veces entran en conflicto
con ellas, a causa de temas tales como el divorcio y el aborto que, como homosexuales, no les afectan. Las lesbianas
empezaron a agruparse como feministas en Estados Unidos.
Feminismo de la diferencia: es una corriente del feminismo
que data de 1978. Junto con los razonamientos de «igualdad» entre los sexos en que se apoyan socialistas y radicales,
las feministas de la diferencia reivindican simultáneamente
aquellas cualidades femeninas que piensan pueden ser congénitamente propias de la mujer, tales como la sensibilidad,
la intuición, una menor agresividad, etc. Hay un temor a
que la mera igualdad política y laboral con el hombre no
haga sino que las mujeres se parezcan cada vez más a los
varones en competitividad, insensibilidad y espíritu de agresión, con lo que aquéllos acabarían ganando la partida. Las
feministas radicales o socialistas temen, en cambio, que una
exaltación de los valores supuestamente «femeninos», pero
impuestos culturalmente a la mujer para su alienación,
pudieran relegarla de nuevo a las tareas y roles tradicionales.
Actualmente, el término ha quedado relegado, pero en cambio las feministas tienen más claro que el concepto de
«igualdad entre los sexos» no pasa necesariamente por la
imitación. Tanto el feminismo radical como el homosexual
y el de la diferencia quedan incluidos dentro de la denominación más amplia de feminismo independiente, el cual
puede diversificarse incluso en más corrientes, ya que las
sutilezas de opinión pueden llegar a ser extremas.
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Feminismo oficial: es aquella parte de la lucha por la liberación de la mujer que han tomado bajo su control y autoridad las fuerzas políticas dominantes, en el ámbito de la organización mundial, las Naciones Unidas. El 7 de noviembre
de 1967 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración sobre la Eliminación de la Discriminación contra
la Mujer. Su objetivo es conseguir la igualdad de derechos
para hombres y mujeres, de acuerdo con las disposiciones
de la Carta y los principios enunciados en la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
La Declaración consta de once artículos, y existe una
Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer cuya
misión es velar por la aplicación de la Declaración en todos
aquellos países adscritos a la Organización de las Naciones
Unidas y que, además, han suscrito documentos relativos a la
supresión de discriminaciones concretas. El feminismo oficial
no puede considerarse feminismo en tanto que sólo es una
forma restringida de intentar la canalización de los verdaderos derechos y necesidades de las mujeres, desde una ratificación total de la sociedad existente y sin poner en cuestión ninguno de los sillares en que ésta se sustenta. Sin olvidar la
realidad de algunas mejoras concretas aunque esporádicas,
especialmente en el terreno de la educación y en el de la
igualdad de salarios –si bien de hecho muchas veces no se
cumple–, la actividad para la no discriminación de la mujer
confirma al hombre en su lugar superior e intenta que ésta se
eleve a su mismo nivel (V. SAU, Diccionario ideológico feminista).
2 La tradición nacional de cada ciudad griega da como ancestro un «primer hombre», fundador de la estirpe y héroe civilizador o político, nacido del suelo, como Erictonio de Atenas;
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de un río nutriente, como Foroneo de Argos; de una ciénaga,
como Alalcómenes de Beocia; o incluso surgido de la unión
de un dios y una mortal (o una ninfa), como Árcade, epónimo de los arcadios, que es hijo de Zeus y de la ninfa Calisto, o
Pelasgo, hijo de Zeus y de la mortal Níobe. Aunque la erudición alemana del siglo XIX intentó reducir estas múltiples
leyendas a un único mito, un relato sobre el origen de la
humanidad común a todos los griegos y del cual cada ciudad
sólo presentaría una versión local: los hombres nacieron de la
Tierra, o de la unión de la Tierra y el Cielo (Zeus representaría el Cielo y cada una de sus compañeras la Tierra-madre, de
la que ellas sólo serían una hipóstasis apenas individualizada).
Sin embargo, es un mal método intentar siempre reconstituir
la unidad, como si un logos primitivo, uno y siempre perdido,
se manifestase aún a través de los fragmentos del discurso,
como vestigios contingentes de un paradigma desaparecido.
No es que cada ciudad no quiera explicar a su manera el nacimiento de un primer hombre.
Pero cualquier tradición nacional no busca tanto dar una
visión de los inicios de la humanidad como postular la nobleza originaria de una estirpe. Entre cada uno de estos «primeros hombres» de nacimiento milagroso o de origen divino y
las razas de los primeros hombres surgidos de la tierra o creados por los dioses, se abre una diferencia, la misma que separa al individuo de la especie, el nombre del anonimato. No
hay, en los mitos griegos, un ancestro genérico de la humanidad que reciba un nombre –incluso tampoco el de Hombre,
como Adán en el Génesis–, sino que, inversamente, cualquier
ancestro de una estirpe heroica o de una colectividad cívica se
caracteriza por el nombre que lleva y que, de un modo u otro,
transmite a sus descendientes (así, en los trágicos, los ate-
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nienses son todos Erecteidas, y una de las diez tribus que constituyen el cuerpo cívico de Atenas se denomina Erechtheis;
mientras que los argivos, a su vez, conmemoraban el recuerdo
de la primera ciudad fundada por Foroneo).
Algunos textos califican a Pelasgo o a Foroneo de «primer hombre» (prótos anthrópos). ¿Debemos concluir que, al atribuirse un
ancestro primordial, todas las ciudades reivindicaban, cada una
para sí, el honor de haber hecho nacer a la humanidad?
Ciertamente, el carácter insular de las ciudades griegas las estimulaba a ello, así como también la rivalidad en el prestigio que
las enfrentaba: de este modo, Argos hace de Foroneo el héroe
civilizador que, reuniendo a los hombres en una ciudad, pone
fin por primera vez a su dispersión y a su soledad (Pausanias, 11
15, 5); los argivos llegan a afirmar que fue Foroneo y no
Prometeo quien dio el fuego a la humanidad (íd., 11 19, 5). En
Atenas, en cambio, predomina otro modelo, pues allí, atribuyéndose colectivamente la autoctonía de Erictonio, los ciudadanos se consideran primero como andres ejemplares, surgidos del
suelo cívico que, más que una madre, es la tierra de sus padres;
por otra parte, el deseo de haber visto nacer al primer humano
(anthrópos) tiene lugar después de proclamar la ejemplaridad de
los autóctonos y no es seguro (a pesar de Platón, Menexeno, 237
d 7) que haya jugado un papel importante en la tradición nacional de Atenas. (N. LORAUX, en Diccionario de las Mitologías T. II).
Árcade: es hijo de Zeus y de la ninfa cazadora Calisto, compañera
de Ártemis. Según otra versión, se le considera hijo del dios Pan.
Cuando murió Calisto, amada de Zeus, o, según la versión más
extendida, quedó transformada en osa, Zeus confió el niño a
Maya, madre de Hermes, quien lo crió. Por parte de su madre,
Árcade era nieto del rey Licaón, que reinaba en el país llamado
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más tarde Arcadia. Un día Licaón, deseando poner a prueba la
clarividencia de Zeus, parece que le sirvió los miembros del niño,
guisados y dispuestos para comer; pero el dios no cayó en la trampa, y, derribando la mesa, fulminó con un rayo la casa de Licaón.
El rey fue transformado en lobo, y Zeus, reuniendo los miembros
de Árcade, le restituyó la vida. Un día, siendo ya hombre, Árcade
encontró en una cacería a su madre en forma de osa, y la persiguió. El animal se refugió en el templo de Zeus «Licio». Árcade
penetró tras ella en el sagrado recinto. Pero una ley del país castigaba con la muerte a quien entrase así en el templo. Sin embargo, Zeus se apiadó de ellos y, para evitar que los matasen, los
transformó en constelaciones: la Osa y su Guardián (Arturo).
Árcade reinó sobre los pelasgos del Peloponeso, que después de
él adoptaron el nombre de arcadios. Sucedió al hijo de Licaón,
Níctimo, y enseñó a su pueblo a cultivar el trigo, arte que había
aprendido de Triptólemo, a elaborar el pan y a hilar la lana. Se
casó con Leanira, hija de Amiclas de la que tuvo dos hijos, Élato
y Afidas. De la ninfa Erato tuvo un tercer hijo, Azán. Entre los
tres, repartió el reino de Arcadia (P. GRIMAL).
Erictonio: es uno de los primeros reyes de Atenas. Las tradiciones
acerca de su genealogía varían: tan pronto se le da por madre a
Atis, hija de Cránao, como –y ésta es la versión más corriente– se
le cree hijo de una pasión de Hefesto por Atenea. El dios había
recibido en su taller la visita de Atenea, que iba a encargarle
armas, y Hefesto, al verla, se enamoró de ella. La diosa huyó, pero
su perseguidor le dio alcance a pesar de ser cojo. Atenea se defendió y, en el forcejeo, parte del semen del dios se le esparció por la
pierna. Asqueada, se secó esta inmundicia con lana, que arrojo al
suelo. La Tierra, así fecundada, dio nacimiento a un niño, que la
diosa recogió y llamó Erictonio –nombre cuyo primer elemento
recuerda el de la «lana», y el segundo, el del «suelo» del que el
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niño había nacido–. Atenea, sin que lo supiesen los dioses, introdujo a Erictonio en una cesta, que confió a una de las hijas de
Cécrope. Las muchachas, acuciadas por la curiosidad, abrieron la
canasta y vieron al niño guardado por dos serpientes.
Según ciertas versiones, el propio cuerpo de la criatura acababa
en una cola de serpiente, como la mayor parte de los seres nacidos de la Tierra; o bien, al encontrarse con la canasta abierta,
escapó, en forma de serpiente, yendo a refugiarse tras el escudo
de la diosa. Las doncellas, aterrorizadas ante el espectáculo, se
volvieron locas, y precipitaron desde lo alto de las rocas de la
Acrópolis. Atenea educó a Erictonio en la Acrópolis, en el recinto sagrado de su templo. Más tarde, Cécrope le traspasó el poder.
Según ciertos autores, Erictonio expulsó a Anfictión, que reinaba
en Atenas. Se casó con una ninfa náyade, Praxítea, y tuvo un hijo,
Pandión, que le sucedió en el trono de Atenas. Se atribuye generalmente a Erictonio la invención de la cuadriga, la introducción
en el Ática del uso del dinero y la organización de las Panateneas,
la festividad de Atenea, en la Acrópolis. Algunas de estas innovaciones se asignan también a su nieto Erecteo (P. Grimal).
mir la querella entre Hera y Posidón, quienes se disputaban el
Peloponeso. Decidió en favor de Hera. Se contaba también que
Foroneo había enseñado a los hombres a reunirse en las ciudades
y les había mostrado el uso del fuego. También se le atribuía la
introducción en el Peloponeso del culto a la Hera argiva. Las tradiciones no concuerdan en relación con el nombre de su esposa:
a veces la llaman Cerdo; otras, Telédice, así como también Peito.
Asimismo, varía mucho la lista de sus hijos, según las fuentes.
Corrientemente se cita a Car, el primer rey de Mégara, y a la
Níobe argiva (P. GRIMAL).
2. La justicia y el derecho
Aproximación inicial
Espartos: los Espartos, los «hombres sembrados», son los que
nacieron en el lugar de la futura ciudad de Tebas de los dientes
del dragón muerto por Cadmo, los cuales sembró en el suelo por
consejo de Atenea (o de Ares). Salieron armados del suelo y se
destruyeron mutuamente. Sólo sobrevivieron cinco: Ctonio,
Udeo, Peloro, Hiperenor y Equión. Cadmo los admitió en su ciudad, y con su ayuda construyó la Cadmea, que es la ciudadela de
Tebas (P. GRIMAL).
Como se sabe, el Derecho es una de las grandes aportaciones de
los romanos a la civilización occidental. En las sociedades primitivas y también en los primeros tiempos de Roma, el Derecho
nace de la religión. El propio término ius tiene valor religioso:
como compuesto, iusiurandum significa lo que es lícito mediante
el cumplimiento de ciertos ritos religiosos o mágicos, en todo
caso, ritos oficiales que constituyen el Derecho y que sólo conocen los sacerdotes; si el hombre no cumple los ritos comete iniuria. El otro gran concepto jurídico es el fas: la aprobación divina
de los actos jurídicos realizados conforme al ius, que otorga a
cada acto su eficacia.
Foroneo: en las leyendas del Peloponeso, es el primer hombre,
hijo del dios-río Ínaco y de una ninfa, Melia, cuyo nombre recuerda el de los fresnos. Foroneo fue elegido como árbitro para diri-
La designación inicial del Derecho como ius fasque revela la íntima unión de religión y Derecho en la Roma antigua. Esto implica que el Derecho no es escrito, ni siquiera en esta época, con-
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suetudinario, sino basado en la decisión del juez-sacerdote: la
sanción judicial se formula después de un rito sagrado que la convierte también en sagrada, adquiere fuerza absoluta (erga omnes),
y crea un Derecho que paulatinamente irá transformándose en
costumbre. Esta sanción judicial, dado el contenido religioso del
Derecho, fue patrimonio de la clase sacerdotal, que lo interpretó
y aplicó conforme a unas fórmulas rituales secretas: las «acciones
legales». El proceso se presenta, pues, como un acto religioso,
altamente formalista y ritualizado. Los pontífices son, en la mentalidad primitiva, los intermediarios ineludibles para que la justicia se produzca, como son los mediadores necesarios para interpretar la voluntad divina o incluso para dominarla en los ritos
exclusivamente religiosos; son, además, los únicos competentes
para indicar el calendario público y establecer, según la división
de los días en fasti y nefasti, aquéllos en los que se puede decir el
fas, o sea, los propicios para el ejercicio de la justicia. Semejante
misión indica los conocimientos matemáticos y astronómicos de
estos «peritos sagrados», reclutados entre los patricios y de gran
poder político.
Desde la Ley de las XII Tablas a finales de la República, el monopolio del Derecho de los pontífices entra en crisis, como consecuencia de lo que puede considerarse una conquista de los pueblos civilizados: la fijación escrita de la ley, primera garantía de
seguridad jurídica. Este lento proceso llevó aparejada en Roma la
progresiva laicización del Derecho: se establece la distinción
entre el ius (Derecho humano) y el fas (Derecho divino), si bien
estos conceptos no llegan nunca a oponerse de una manera total,
como prueba de la propia definición de jurisprudencia:
Iurisprudentia est divinarum atque humanarum rerum notitia (ANA M.ª
MOURE, Temas de COU: Latín y Griego).
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Información
Sócrates (469-399 a. de C.), hijo del escultor Sofronisco y la comadrona Fainarete, era él mismo escultor. Según Pausanias, una
obra suya (Las Tres Gracias) se hallaba en la entrada del ágora de
Atenas. Tanto en política como en varias expediciones militares
se comportó como un ciudadano ateniense leal. Así, luchó en
Potidea, Delion y Anfípolis entre los años 432 y 429 a. de C.,
habría salvado la vida de su amigo Alcibiades en Potidea o en
Delion. A causa de estas guerras, perdió su modesto caudal. Las
actividades más importantes para Sócrates eran la filosofía y la
enseñanza a la juventud aristocrática.
Sus ideas filosóficas no se conocen por sus propios escritos:
la conversación misma, el diálogo con amigos y forasteros debía
conducir a la formulación de la verdad o, al menos, a un intento
de la verdad. Muchas de sus ideas se conocen a través de sus alumnos directos, Platón y Jenofonte, pero también gracias a Aristóteles, aunque siempre debemos tener en cuenta que estos autores,
y particularmente Platón, ponen en boca de Sócrates sus propias
ideas. En una alusión irónica a la profesión de su madre, Sócrates
llama a su manera de trabajar un método de comadrona: él
mismo no tiene una doctrina o verdad que sacar a la luz, pero
ayuda al otro para que nazca la verdad. Su manera de actuar se
describe en los diálogos de Platón y en su biografía, obra de
Diógenes Laercio. A veces, Sócrates mistifica conscientemente su
propio conocimiento o su fuente de conocimiento. Así, en el
Symposion, es una sacerdotisa de Apolo con dones proféticos la
que inspira sus ideas al pensador.
Sócrates es blanco de las burlas por su aspecto. Con su cabeza
gruesa, su calva, sus ojos saltones y su nariz chata se habría parecido a un Sileno. Este aspecto lo aprovecha el propio pensador
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continuamente para ilustrar sus ideas: ese Sileno es una apariencia, ya que dentro se esconde un elemento divino, lo verdadero,
el alma. También establece paralelos con su profesión: el molde
para una estatua de bronce es áspero y frío, el resultado del proceso es una estatua lisa. El hecho de que hubiese enseñado a la
juventud aristocrática a ser impertinente y, de ésta y otras maneras,
estuviese minando las verdades y los valores establecidos en la
sociedad ateniense, habría provocado seguramente las protestas
en contra de su conducta. Aristófanes ya ridiculizaba a Sócrates en
la comedia Las nubes (423 a. de C.). En el año 399 a. de C., se produjo el proceso ante el areópago a causa de su «corrupción de la
juventud». A pesar de la denuncia poco clara y después de una
defensa impresionante, en la que Sócrates de ningún modo bajó
la cabeza y de la que tenemos dos versiones en las Apologías de
Platón y Jenofonte, el septuagenario fue condenado a muerte. En
la cárcel, todavía reúne el último día a sus amigos y, hasta que la
cicuta empieza a hacer su efecto lentamente, habla con ellos de
la inmortalidad del alma. Todo ello lo narra Platón en su Fedón. A
una edad relativamente avanzada, Sócrates se casó con Jantipa, y
tuvieron tres hijos. De su esposa apenas se sabe nada.
Platón describe en el ya mencionado Fedón la visita que ella le
hace a la cárcel, junto con su hijo mayor. Es despedida por Critón:
aparentemente Sócrates prefiere la conversación filosófica y quiere mostrar su imperturbabilidad ante la proximidad de la muerte. A través de algunos pasajes del Symposion de Jenofonte, Jantipa
ha conseguido su proverbial mala reputación. Cuando Sócrates,
preguntado por Antístenes sobre el matrimonio, dice que un
hombre debe dejar hacer todo a una mujer mientras estén bien
juntos, Antístenes sugiere que debe educar a la suya. Pero ella es
muy pesada es la respuesta de Sócrates; probablemente se trataba
de una broma, pero pasó a la posteridad como un estigma. En la
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literatura posterior, existen numerosos ejemplos, en Diógenes
Laercio, en las Moralia de Plutareo, en Eliano y en Gelio, donde
Jantipa aparece representada como una arpía frente a un imperturbable Sócrates que reacciona humorísticamente. Así, existen
relatos en los que, celosa, perturbaba las conversaciones del filósofo con sus amigos. Se cuenta que una vez, después de haberle
echado un sermón atronador, derramó una tina de agua sucia
sobre la cabeza de Sócrates, a continuación de lo cual éste observó que tras el trueno se podía esperar la lluvia. A una pregunta de
Alcibiades de por qué no se deshacía de una mujer tan protestona, Gelio le hace contestar que con Jantipa puede practicar el
sufrimiento de la injusticia y la impertinencia. Tal vez, la supuesta tensa relación sea la causa de que en varias fuentes se hable
de una segunda mujer, Mirto. En la imitación de un diálogo platónico, injustamente atribuido a Luciano, Alción, Sócrates llama
a Mirto y a Jantipa sus dos esposas (E. M. MOORMANN & W.
UITTERHOEVE).
Actividades
1. a) Las Leyes de las XII Tablas, escritas en el 450 a. de C., significan la promulgación del derecho escrito, constituyen el primer código anotado de derechos y deberes de los romanos,
que regula asimismo la normativa civil y penal. En ellas se define el principio de que la ley ha de ser igual para todos, prohibiéndose expresamente que se propongan leyes dirigidas a unos en particular (IX, 1). Lo conservamos sólo de manera fraccionaria a
través de las múltiples citas literales de sus leyes, que muestran
una arcaica, rígida y concisa expresión formular. Hay testimonios de que su aprendizaje memorístico era una norma dada
en la propia ley y, así, incluso los analfabetos sabían recitarlas.
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Su reconstrucción y estudio crítico han puesto de manifiesto
que las Tablas contenían normas correspondientes a la fase
cultural del siglo V, junto a otras ancestrales y antiquísimas. La
puesta por escrito de una ley que obligaba a todos supuso que
los pontífices perdieran el monopolio de la jurisprudencia
que, hasta entonces, había sido la gran clave del poder patricio. La narración tradicional explica la ley como fruto de la
victoria de los plebeyos sobre los patricios después de años de
lucha, que se inicia en el 462 a. de C. con la moción presentada por el tribuno de la plebe Terentilio Arsa.
todo Zeus, son los encargados de castigar la injusticia, es decir,
la violación de este orden normal. Sin embargo, el valor de la
dike es relativamente pequeño. Pero ya en el siglo VIII encontramos en el poeta Hesíodo la creencia en un orden general
basado en un principio divino: Dike es una diosa, hija de
Zeus, que la protege cuando es agraviada y castiga al culpable.
Esta justicia se concibe como una defensa del pueblo, al cual
pertenece el poeta, frente a los nobles que administran una
«justicia» parcial.
En Grecia, al comienzo de la época arcaica, se detecta en
numerosas ciudades la publicación de las normas de justicia:
el Código de Dracón en Atenas, de Zaleuco en Locros, etc.
Estas compilaciones suelen reproducir en lo esencial la legalidad existente. Pero pronto resulta evidente la crueldad e insuficiencia de las leyes y, en nombre de principios generales, se
llega a la modificación de estas normas. Así aparecen los legisladores que crean unos códigos u ordenaciones (Solón en
Atenas, Pítaco en Mitilene, etc.) que se rigen por un concepto de la justicia como un principio general de tendencia igualitaria, que buscará una mejora en las condiciones de vida del
pueblo con vistas al beneficio de toda la ciudad.
Actividades de refuerzo
b) La justicia (dike) en Homero, como señala Rodríguez
Adrados, no es más que el orden general de los acontecimientos: es dike de los mortales que el alma marche al Hades
cuando muera; de los servidores, el tener miedo cuando tienen un nuevo amo; de los reyes, amar a algunos súbditos y
odiar a otros; de la noche, seguir al día, etc. Este «orden natural» es también un orden humano que, como suele ocurrir, se
considera ejemplar, socialmente aprobado. Los dioses, sobre
228
1. 3 Los discursos de Lisias. La afición de los atenienses a los
pleitos y la exigencia del sistema judicial, que obligaba a
los ciudadanos a acusar o defenderse personalmente ante los
tribunales, originó la existencia de los logógrafos, profesionales especializados en escribir discursos por encargo, que luego
los interesados memorizaban y recitaban ante el tribunal. Nos
han quedado numerosas muestras de este tipo de discursos, y
entre ellas destacan los de Lisias (445-380 a. de C.), un meteco ateniense que, por su condición de no ciudadano, no pudo
pronunciar discursos políticos y tuvo que dedicarse a componerlos para otros. Los antiguos alaban en él, sobre todo, el
arte de la caracterización, consistente en acomodar los discursos a las personas que los habían de pronunciar, como por
ejemplo en el caso del lisiado que pedía la prolongación de la
asistencia pública que le prestaba el Estado. De sus doscientos
treinta y tres se han conservado treinta y cuatro, entre ellos el
famosísimo Contra Eratóstenes, miembro de la oligarquía de los
Treinta Tiranos, bajo el cual fue sentenciado a muerte
Polemarco, hermano de Lisias. Es el único pronunciado por
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el propio orador. Además de sus discursos judiciales, hay de él
un Erótico (discurso al amor) que Platón somete a aguda crítica en el Fedón. Este discurso, lo mismo que el Epitafio (oración
fúnebre), de dudosa autenticidad, consagrado a los caídos en
la guerra corintia, son únicamente modelos literarios; otro
tanto puede decirse de la Defensa de Sócrates, dirigida contra el
sofista Polícrates. Lisias es un narrador nato, con un estilo sencillo y claro que sabe siempre adaptarse a la personalidad de
su cliente y a la circunstancia de su defensa. Gracias a sus discursos, tenemos muchas noticias sobre las intimidades de un
hogar ateniense, los bajos fondos de la ciudad o los entresijos
de la política y las finanzas de Atenas.
Los discursos de Cicerón. Cicerón ostenta de forma insuperable la característica, propia de otros muchos personajes
romanos, de aunar pensamiento y acción, otium y negotium.
Desarrolla una actividad intelectual incesante y una tarea política intensa. Esta última era para el romano deber primordial.
Cicerón nos dice que él podía haber vivido muy tranquilo,
entregado a las dulzuras del estudio que, desde su niñez,
había sido su mayor encanto; pero no dudó en exponerse a las
más duras tempestades para salvar y para comprar, a costa de mi
propio riesgo, la tranquilidad de todos; porque la patria nos engendra y nos educa no para que hagamos lo que nos plazca,
sino que se reserva para su servicio lo más y lo mejor de nuestra
alma, de nuestras cualidades naturales y de nuestra inteligencia (De
Rep. I, 4). En este ideal de servicio a la patria y a los conciudadanos, nace y se desarrolla la elocuencia ciceroniana. Él quiere ser el orator optimus, en los dos planos: moral y literario. Él
mismo cuenta (Br., 304 y ss.) su formación y sus comienzos en
el foro: su ocupación en el estudio día y noche; sus ejercicios
dialécticos con el estoico Diódoto; sus ejercicios de declama-
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ción en griego y en latín; su débil constitución física, que
hacía peligrosa su dedicación a la oratoria, pero que él está
dispuesto a superar; su viaje a Grecia y a Asia, donde escucha
las lecciones de filósofos y rétores de primera fila, como
Antíoco, Demetrio Siro, Molón de Rodas, etc.; y su vuelta a
Roma y la fulgurante carrera en el foro. Sus discursos pueden
dividirse en «judiciales», pronunciados ante un tribunal,
como abogado defensor o acusador (respectivamente, discursos pro y discursos in), y «políticos», pronunciados en el Senado o en el foro (bien en defensa o contra alguien). Citemos,
por orden cronológico, algunos de los más importantes:
In C. Verrem (70): Cicerón había sido cuestor en Sicilia y
había dejado allí un buen recuerdo; por eso, cuando los sicilianos acusan de concusión y extorsión a su ex-gobernador
Gayo Verres, encomiendan a Cicerón la defensa de sus intereses, mientras que Verres era defendido por Hortensio.
Cicerón, después de un exhaustivo acopio de pruebas, argumentos y testimonios irrefutables contra las tropelías de
Verres, escribe siete discursos demoledores. Parece que sólo
pronunció los dos primeros, pues el acusado, viéndose perdido, se desterró voluntariamente, adelantándose al fallo
seguro del tribunal. Las Verrinas, obra maestra de la oratoria
por la solidez argumental y la brillantez de expresión, dispararon definitivamente a Cicerón hacia la fama.
Pro lege Manilia o De imperio Gn. Pompei (66): Cicerón apoya
la propuesta de ley del tribuno Manilio en orden a que se
conceda a Pompeyo el mando supremo (imperium) de las
tropas romanas en la guerra contra Mitrídates, rey del
Ponto. Este discurso, que anuda la amistad entre el orador
y el general, contiene el mayor elogio conocido de las cualidades militares y personales de Pompeyo.
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In L. Catilinam (63): Catilina, candidato al Consulado junto
con Cicerón, no es elegido. Y trama una conjuración para
hacerse con el poder, incluyendo en ella el asesinato de Cicerón. Éste, que está al tanto de todas las maquinaciones por
la información que recibe de uno de los conjurados, pronuncia contra Catilina cuatro discursos en el Senado, el
primero de ellos (Quousque tandem...?) en presencia del propio Catilina, al que señala acusadoramente una y otra vez,
presionándole para que salga de Roma y se ponga abiertamente al frente de las tropas que tenía preparadas, cosa que
consigue. La actuación de Cicerón le acarreó una gloria apoteósica y el apelativo de «padre de la patria».
Pero esta misma actuación, en la que mandó ejecutar a los
cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar
al pueblo, le ha de ser más tarde funesta, ya que en ella se
apoyará su mortal enemigo Clodio para enviarlo al destierro, donde pasó un año de amarga desesperación. A su vuelta dio las gracias, en sendos discursos, al Senado (Cum senatu gratias egit) y al pueblo (Cum populo gratias egit), que
habían apoyado su regreso. Y, posteriormente, tuvo la ocasión de tomarse la revancha contra Clodio en otros dos discursos: el Pro Caelio (56), en defensa de su joven amigo
Celio, ex-amante de Clodia (la Lesbia de Catulo), hermana
de Clodio, la cual, por despecho, le acusaba de haber querido envenenarla. Cicerón aprovecha la oportunidad para
poner en la picota a la hermana y, de paso, al hermano, con
un ataque rebosante de sarcasmo y de certera ironía contra
la infamante vida privada y pública de ambos; y el Pro Milone
(52), en defensa de Milón, que había dado muerte a Clodio
en un encuentro callejero entre bandas rivales, de las que
ellos eran los respectivos jefes. Cicerón asume con entusias232
mo esta defensa, pronunciada en el foro en un ambiente
tenso, entre los gritos e insultos mutuos de los partidarios de
ambos cabecillas.
Pro Archia poeta (62): toma como pretexto la defensa del
poeta griego Arquías, a quien se acusaba de usurpación del
derecho de ciudadanía, para realizar un elogio encendido y
entusiasta de las letras en general y de la poesía en particular.
Pro Marcello y Pro Ligario (46): tras el triunfo de César,
Cicerón, perdonado, pronunció estos discursos en defensa
de dos personajes que habían sido, como él, enemigos del
dictador. Apela a la cementa cesariana, de la que hace un
desmedido elogio.
In M. Antonium oraciones Philippicae (44-43): las catorce
Filípicas contra Marco Antonio fueron el canto de cisne de
Cicerón como orador y, para muchos, sus mejores piezas oratorias, que componen, según Wuilleumier, un friso grandioso y deslumbrante por la pureza del vocabulario, la justeza de los
términos, la variedad de las figuras, la densidad de la expresión, el
vigor de las frases, la vivacidad del ritmo y el martilleo de las cláusulas, donde se reflejan la pasión del hombre y el ardor de la lucha
(A. HOLGADO REDONDO, Temas de COU: Latín y Griego).
Los sofistas. Son los exponentes del nuevo pensamiento griego, que consideran de validez general, y no unido a una u otra
ciudad. Llevan a cabo una auténtica revolución cultural, al
romper con la tradición y al pretender crear un hombre
nuevo y moderno que se atuviera, en su conducta individual y
social, a la razón. La palabra sofista, primero sinónimo de sofós,
adoptó con este movimiento un sentido transitivo: «el que
hace sabio a otro». Eran educadores dedicados a la enseñan233
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za de los jóvenes de clases acomodadas. Percibían, por tanto,
honorarios, cosa que siempre escandalizó y les reprochó
Sócrates. Los sofistas están alejados de la antigua religiosidad:
así, Protágoras escribió un tratado que empezaba diciendo
que no sabía si existían o no los dioses, pero que no le importaba, ya que la vida era corta y el problema, complejo.
También se muestran distantes de los valores absolutos y tradicionales.
Para Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, afirmación que supone una creencia en el relativismo, frente a los
valores absolutos, ya que para los sofistas una gran parte de la
conducta humana es nómos, «convención», y no hay verdades
absolutas, sino opiniones más o menos correctas, de modo
que es el hombre dotado de una mejor educación el que hace
triunfar las mejores sobre las peores. A esto le llaman «convertir en fuerte el argumento débil». Hay varias escuelas de
sofistas. Una de tipo liberal, cuya figura más eminente es
Protágoras, quien ve en la posesión común de la razón el fundamento de la democracia. Pero Gorgias opina que es la
pasión la que triunfa sobre la razón y que el orador debe
dominar todos los registros de lo emocional para atraerse a su
público. Existe también una tendencia sofística inmoral,
como la de Calicles, quien piensa que la justicia es la conveniencia del fuerte. A veces, se ha identificado a todos los sofistas
bajo este último tipo, por influencia de Sócrates y Platón, y se
ha olvidado el importante papel que tuvieron en el fundamento de la idea de democracia o en la creación del concepto de técnica. Tanto la medicina de Hipócrates como la historia de
Tucídides estuvieron fuertemente influenciadas por las teorías de los sofistas.
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La figura de Aquiles. La leyenda de Aquiles es una de las más
ricas y antiguas de la mitología griega. Debe su celebridad,
ante todo, a la Ilíada, cuyo tema no es la conquista de Troya,
sino la cólera de Aquiles, que, en el curso de la expedición,
estuvo a punto de provocar la pérdida del ejército griego. Así,
el poema épico más leído de toda la Antigüedad contribuyó a
popularizar las aventuras del héroe. Otros poetas y las leyendas populares se apoderaron de su protagonista y se las ingeniaron para completar la narración de su vida, inventando
episodios que colmaron las lagunas de los relatos homéricos.
De este modo, fue creándose poco a poco un ciclo de Aquiles,
con frecuencia sobrecargado de incidentes y leyendas muchas
veces divergentes, que inspiró a los poetas trágicos y épicos de
toda la Antigüedad, hasta la época romana.
Aquiles era hijo de Peleo, quien reinaba en la ciudad de Ptía,
en Tesalia. Es descendiente directo, por su padre, de la raza
de Zeus, y su madre es una diosa, Tetis, hija de Océano, el dios
del Océano. Las versiones no coinciden en lo referente a su
educación. Ora nos lo presentan como criado por su madre
en la casa paterna, bajo la dirección de su preceptor Fénix o
del centauro Quirón, ora nos cuentan que sus padres tuvieron
una riña y que su madre abandonó a su marido, de modo que
el niño fue confiado al referido centauro, quien habitaba en
el monte Pelión. Tetis, por ser diosa, había formado con el
mortal Peleo una unión que no podía ser duradera: demasiadas diferencias separaban a los esposos. Aquiles –dicen– era el
séptimo hijo del matrimonio, y Tetis había intentado eliminar
de la naturaleza de cada uno de ellos los elementos mortales
aportados por Peleo. Para ello, los sometía a la acción del
fuego, el cual los mataba. Pero cuando nació el séptimo hijo,
Peleo se puso al acecho y sorprendió a Tetis en el momento
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de efectuar su peligroso experimento. Le arrancó el niño, que
salió con sólo los labios y el huesecillo del pie derecho quemados. Tetis, enojada, volvió al seno del mar, a vivir con sus
hermanas.
Habiendo salvado a su hijo, Peleo llamó al centauro Quirón,
experto en el arte de la medicina, para que sustituyese el
hueso quemado. A este fin, Quirón desenterró un gigante,
Dámiso, que en vida había sido un corredor extraordinario, y
puso en lugar del hueso que faltaba el correspondiente del
gigante. Ello explica las aptitudes de corredor que tanto distinguieron a Aquiles. Otra leyenda afirma que, en su infancia,
su madre lo bañó en las aguas del Éstige, el río infernal. Esta
agua tenía la virtud de volver invulnerables a quienes se
sumergían en ella. Sin embargo, el líquido milagroso no
mojó el talón por el que Tetis sostenía al niño, y quedó vulnerable.
En el Pelión, Aquiles quedó al cuidado de la madre del
Centauro, Fílira, y de su esposa, la ninfa Cariclo. Ya mayor,
empezó a ejercitarse en la caza y la doma de caballos, así como
en la medicina. Además, aprendió a cantar y a tocar la lira, y
Quirón lo ilustraba acerca de las virtudes antiguas: el desprecio de los bienes de este mundo, el horror a la mentira, la
moderación, la resistencia a las malas pasiones y al dolor. Era
alimentado exclusivamente de entrañas de leones y jabalíes,
para comunicarle la fuerza de estos animales; de miel –que
debía conferirle dulzura y persuasión– y de médula de oso.
En la Ilíada, Aquiles decide participar en la expedición de
Troya correspondiendo a una invitación personal que Néstor,
Ulises y Patroclo fueron a hacerle a Tesalia. Marcha al frente
de una flota de cincuenta naves, que transporta un cuerpo de
236
mirmidones. Va acompañado por su amigo Patroclo y su preceptor Fénix. En el momento de partir, Peleo formula el voto
de consagrar al río Esperqueo –que regaba su reino– los cabellos de su hijo, si éste volvía sano y salvo de la expedición. Por
su parte, Tetis advierte a Aquiles del fin que le aguarda: si va a
Troya, su fama será inmensa, pero breve su vida. Si se queda,
en cambio, vivirá muchos años, pero sin gloria. Sin vacilar,
Aquiles opta por la vida corta y gloriosa.
Tal es la tradición homérica. Pero los poetas posteriores,
sobre todo los trágicos, narran esta partida de una manera
muy distinta. Dicen que un oráculo había revelado a Peleo (o
a Tetis) que Aquiles moriría frente a Troya. Cuando entre los
griegos se debatió la cuestión de marchar al Asia contra la ciudad de Príamo, Peleo (o Tetis) trató de ocultar al muchacho
vistiéndolo de doncella y recluyéndolo en la corte de
Licomedes, rey de Esciro, donde compartía la vida de las hijas
del monarca. Allí pasó nueve años. Lo llamaban Pirra (es
decir, «la rubia») por sus cabellos de un rubio de fuego. Bajo
este disfraz, se unió a Deidamía, una de las hijas de Licomedes, con la que tuvo un hijo, Neoptolemo que, más adelante,
debería llamarse Pirro. Pero el disfraz fue inútil para burlar el
destino. Ulises había sabido, por mediación del adivino
Calcante, que Troya no podría tomarse sin la intervención de
Aquiles. Inmediatamente salió en su busca, y acabó por enterarse del lugar de su retiro. Entonces se presentó en la corte
de Esciro disfrazado de mercader, y, entrando en el aposento
de las mujeres, ofreció sus mercancías. Las mujeres escogieron utensilios para bordar y telas, pero Ulises había cuidado
de mezclar armas preciosas con estos objetos. A ellas se dirigió
inmediatamente la codicia de «Pirra». Muy poco le costó a
Ulises persuadir al muchacho de que se descubriese.
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También se dice que, para estimular la manifestación del instinto bélico de Aquiles, Ulises imaginó otra treta: de repente
hizo sonar la trompeta en el harén de Licomedes. Mientras las
mujeres escapaban asustadas, sólo Aquiles permaneció firme,
pidiendo armas; tan poderoso era el espíritu guerrero en él.
Por tanto, Tetis y Peleo hubieron de resignarse a lo inevitable,
y nada contrarió ya la vocación guerrera de Aquiles. Al salir de
Áulide, donde se hallaba concentrada la flota griega, Tetis dio
al héroe una armadura divina, ofrecida antaño por Hefesto a
Peleo como regalo de boda. Añadió a ella los caballos que
Posidón le había regalado en la misma ocasión. Además, en
un último esfuerzo para conjurar el destino, colocó junto a su
hijo a una esclava, cuya única misión era impedirle, con sus
consejos, que diese muerte a un hijo de Apolo, pues un
oráculo había revelado que Aquiles moriría de muerte violenta si mataba a un hijo de este dios, sin dar más datos sobre él.
Según la tradición seguida por la Ilíada, el ejército griego pasó
directamente de Áulide a Troya; mas otras leyendas posteriores se refieren a una primera tentativa que terminó en fracaso. Desde Argos, la flota griega se trasladó a Áulide, donde
quedó inmovilizada por una calma chicha, enviada, según
Calcante, por la diosa Ártemis, la cual exigía el sacrificio de la
hija de Agamenón, Ifigenia. El padre se avino al sacrificio y,
para atraer a su hija a Áulide sin despertar sus sospechas ni las
de su madre (Clitemnestra), ideó como pretexto prometer a
la doncella con Aquiles. Éste no estaba al corriente del ardid
del rey; cuando lo supo, la joven estaba ya en Áulide, y era
demasiado tarde para actuar. Trató de oponerse al sacrificio,
pero los soldados, amotinados contra él, lo habrían lapidado.
Tuvo que resignarse a lo inevitable. Parece que fueron sobre
todo los trágicos los que desarrollaron este episodio.
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Entretanto, llegan los vientos propicios, y el ejército, al mando
de Télefo, aborda a la isla de Ténedos. Allí, en un banquete,
explota la primera riña entre Aquiles y Agamenón. En
Ténedos fue también donde Aquiles dio muerte a un hijo de
Apolo, Tenes, cuya hermana trataba de raptar. Al darse cuenta, demasiado tarde, de que había cumplido el oráculo contra
el cual le previniera su madre, celebró en honor de Tenes
magníficos funerales y mató, en castigo de su negligencia, a la
esclava encargada de impedir aquel homicidio. Nueve años
permanecieron los griegos ante Troya, antes de que se iniciaran los acontecimientos cuyo relato constituye la Ilíada. Este
periodo está lleno de gestas, algunas de las cuales conoció ya
el poeta autor de aquella obra, mientras otras son de elaboración posterior.
La Ilíada cita una serie de operaciones de piratería y bandolerismo realizadas contra las islas y ciudades de Asia Menor,
especialmente contra Tebas de Misia, que fue tomada por
Aquiles, y cuyo rey, Eetión, padre de Andrómaca, sucumbió a
sus manos, así como sus siete hijos. También raptó a la reina.
De la misma serie es la operación contra Lirneso, en la que
capturó a Briseida, mientras Agamenón se apoderaba de
Criseida en la acción de Tebas. Junto con Patroclo, Aquiles
intenta una razia contra las manadas de bueyes que Eneas apacentaba en el Ida.
Entre esos combates preliminares de los nueve primeros años,
se introdujeron aún otros episodios, particularmente las escaramuzas del desembarco, en el curso de las cuales los troyanos, victoriosos al principio, fueron puestos en fuga por
Aquiles, que mató a Cicno, hijo de Posidón.
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Se contaba también que Aquiles, quien no figuraba entre los
pretendientes de Helena antes de haber sido elegido Menelao
por esposo, sintió curiosidad por verla, y que Afrodita y Tetis
les proporcionaron una entrevista en un lugar apartado. Mas
no parece que nunca se haya tratado de presentar a Aquiles
como enamorado de Helena. Con el décimo año de guerra
empiezan las narraciones propiamente homéricas, así como la
riña por causa de Briseida. Una epidemia diezmaba las filas de
los griegos; Calcante revela que la plaga se debe a la ira de
Apolo, quien la ha enviado a petición de su sacerdote Crises,
cuya hija Criseida fue raptada y atribuida a Agamenón como
parte del botín de Tebas. Aquiles convoca una asamblea de los
jefes y obliga a éste a restituir la doncella. Pero el rey, en compensación, exige que se le entregue a Briseida, la cual en el
reparto había correspondido a Aquiles. Éste se retira a su tienda, y se niega a tomar parte en la lucha contra los troyanos
mientras se le dispute la propiedad de la joven. Cuando los
heraldos se presentan a reclamarla, él la entrega y protesta
solemnemente contra aquel acto que considera injusto.
Luego, dirigiéndose a la orilla del mar, invoca a Tetis, la cual
le aconseja dejar que los troyanos ataquen y lleguen hasta las
naves, al objeto de hacer indispensable su presencia, pues él
solo inspira al enemigo el terror suficiente para impedirle que
acometa a los griegos con eficacia. Tetis, volviéndose al cielo,
se dirige al encuentro de Zeus y le pide que conceda la victoria a los troyanos mientras Aquiles continúe al margen de la
lucha.
Zeus consiente en ello, y durante varios días se suceden las
derrotas de los griegos. En vano Agamenón envía un embajador a Aquiles para aplacarlo y le promete a Briseida un magnífico rescate, así como veinte de las mujeres más hermosas de
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Troya, y a una de sus hijas en matrimonio. Aquiles se mantiene inflexible. La lucha se acerca al campamento, mientras él
la contempla desde el puente de su nave. Al fin Patroclo, que
no puede resistir, pide a Aquiles permiso para acudir en auxilio de los griegos, cuyos barcos van a ser incendiados. Aquiles
se aviene a prestarle su armadura.
Muy pronto, sin embargo, tras algunos éxitos que sólo duran
mientras los troyanos lo toman por Aquiles, Patroclo sucumbe bajo los golpes de Héctor. Su amigo es preso de un inmenso dolor. Tetis oye sus lamentos y se le presenta, prometiéndole una nueva armadura en sustitución de la que Héctor
acaba de conquistar sobre el cadáver de Patroclo. Sin armas,
aparece Aquiles, cuya voz ahuyenta a los troyanos, que en
torno al cuerpo de Patroclo luchan contra los griegos por la
posesión del cadáver. A la mañana siguiente, Aquiles propone
a Agamenón olvidar sus diferencias. Está decidido a combatir
a su lado. A su vez, Agamenón le pide perdón y le restituye a
Briseida, a la que ha respetado. Y muy pronto Aquiles vuelve
a la lucha, aunque no antes de que su caballo Janto (el
Alazán), que por un momento ha recibido milagrosamente
los dones de palabra y de profecía, le haya predicho su próxima muerte. Aquiles, despreciando la advertencia, se adelanta
al combate, y los troyanos emprenden la fuga; sólo Eneas, inspirado por Apolo, quiere resistir. La lanza de Aquiles atraviesa el escudo de su adversario. Éste se dispone a arrojar una
enorme piedra, cuando Posidón los aparta a ambos del peligro y los envuelve en una nube. Varias veces Héctor también
intenta atacar a Aquiles, pero en vano. Los dioses se oponen.
Los hados no permiten que, de momento, se enfrenten
ambos héroes.
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Aquiles prosigue su avance hacia Troya. Al vadear el
Escamandro, captura a veinte jóvenes troyanos y los destina a
ser sacrificados sobre la tumba de Patroclo. El dios del río
intenta detener la carnicería y dar muerte a Aquiles, cuyas víctimas obstruyen su lecho. Aquiles sigue atacando en dirección
a las puertas, a fin de cortar la retirada a los troyanos, pero lo
desvía de su ruta Apolo, quien lo atrae con un engaño. Al volver a Troya, es ya demasiado tarde; sólo Héctor se halla ante
las puertas Esceas. Pero, en el momento de entrar en combate, al ver avanzar a Aquiles, el troyano siente miedo. Dando
tres veces la vuelta a la ciudad, Aquiles se lanza a una caza del
hombre, que no termina hasta que Zeus, alzando la balanza
del Destino, pesa la suerte de Aquiles contra la de Héctor. El
platillo de éste se inclina hacia el Hades. Entonces Apolo
abandona a Héctor.
La Odisea nos presenta a Aquiles en el reino de los muertos,
donde recorre a grandes zancadas la pradera de Asfódelos.
Allí se apiñan los héroes, sus amigos de la guerra: Ayax, hijo
de Telamón, Antíloco, Patroclo, Agamenón. Completan este
ciclo las narraciones posteriores a los poemas homéricos.
Viene primero la lucha con la reina de las Amazonas,
Pentesilea. Esta reina acudió en socorro de Troya, donde
llegó en el momento de celebrarse los funerales de Héctor.
Comenzó rechazando a los griegos hasta su campamento,
pero después Aquiles la hirió mortalmente y, antes de que
ella expirara, le descubrió el rostro. Ante tanta belleza, el
héroe se sintió sobrecogido de dolor. Su pena fue tan manifiesta –Aquiles era incapaz de disimular sus sentimientos–,
que Tersistes se burló de él por enamorarse de una muerta.
Aquiles lo mató de un puñetazo.
Entra en escena Atenea e inspira al troyano el deseo fatal de
enfrentarse a su enemigo. Para ello adopta la figura de
Delfobo, hermano del héroe. Héctor cree que éste acude en
su ayuda. Desengañado muy pronto, muere, y predice a
Aquiles que tampoco su hora está lejana. Al expirar, pide a su
enemigo que entregue su cadáver a Príamo. Aquiles se niega
y lo arrastra atado a su carro tras perforarle los talones y atarlos con una correa. Luego regresa al campamento, y se celebran los funerales de Patroclo. Todos los días, Aquiles arrastra
alrededor de Troya el cuerpo de su enemigo, el que le arrebató a su llorado amigo. Al cabo de doce días, Tetis, por encargo de Zeus, comunica a Aquiles que los dioses se sienten
indignados por su falta de respeto a los muertos. Príamo, que
acude en embajada a reclamarle el cadáver de Héctor, es bien
recibido por Aquiles, el cual le devuelve a su hijo a cambio de
un cuantioso rescate. Tal es el relato de la Ilíada.
Se relataba luego la lucha contra el hijo de la Aurora,
Memnón, en presencia de las dos madres –Eos, la de
Memnón, y Tetis, la de Aquiles–. Finalmente, se hablaba de su
amor por Políxena, una de las hijas de Príamo. Habiéndola
visto en ocasión del rescate del cuerpo de Héctor, Aquiles se
prendó de ella hasta el extremo de prometer a Príamo que,
traicionando a los griegos, se pondría de su parte si el rey consentía en otorgarle a la doncella en matrimonio. Príamo estuvo de acuerdo, y el pacto debía sellarse en el templo de Apolo
Timbreo, que se levantaba a poca distancia de las puertas de
Troya. Aquiles acudió sin armas, y allí fue donde Paris, oculto
detrás de la estatua del dios, lo mató. Entonces los troyanos,
apoderándose del cadáver, exigieron por él el mismo rescate
que habían pagado por el cuerpo de Héctor. Sin embargo,
esta romántica versión del fin del héroe parece tardía.
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Otros autores cuentan que Aquiles halló la muerte combatiendo, cuando, una vez más, acababa de rechazar a los troyanos hasta los muros de su ciudad. Se le apareció Apolo y le
ordenó retirarse; al no obedecer, lo mató de un flechazo. A
veces el arquero que dispara la flecha es Paris, pero Apolo
dirige el proyectil al único punto vulnerable del cuerpo del
héroe: el talón. En torno a su cuerpo se produjo una lucha tan
fiera como la que había seguido a la muerte de Patroclo.
Finalmente, Áyax y Ulises lograron conducirlo al campamento, manteniendo al enemigo a distancia. Los funerales fueron
celebrados por Tetis y las Musas, o las Ninfas; Atenea ungió el
cuerpo con ambrosía para evitar su putrefacción. Después de
que los griegos le hubieron erigido una sepultura a la orilla
del mar, se dice que Tetis se llevó el cuerpo a la desembocadura del Danubio, a la isla Blanca, donde Aquiles siguió
viviendo una existencia misteriosa. Los marinos que pasaban
por las cercanías oían durante el día un continuo crujido de
armas y, por la noche, el ruido del chocar de copas y los cantos de un banquete eterno.
Dícese también que, en los Campos Elíseos, Aquiles se casó
con Medea, o con Ifigenia, Helena o Políxena, y que, antes de
la partida de los griegos, tomada ya Troya, una voz salida de la
tumba de Aquiles había pedido que sacrificasen a Políxena en
memoria del héroe. El recuerdo de Aquiles quedó muy vivo
en la imaginación popular de los griegos, y su culto se difundió por las islas y por el continente asiático, teatro de sus hazañas. El retrato homérico de Aquiles es el de un joven de gran
belleza: cabello rubio, ojos centelleantes y poderosa voz.
Desconocedor del miedo, su mayor pasión es la lucha. Es violento y ama la gloria por encima de todo. Pero su carácter
tiene facetas más dulces, casi tiernas. Músico, sabe aquietar las
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preocupaciones con la lira y el canto. Quiere a su amigo
Patroclo y a Briseida, con la que lleva una existencia de amor
correspondido. Se manifiesta cruel, cuando manda ejecutar a
los prisioneros troyanos y exige, desde la ultratumba, que
sacrifiquen a Políxena sobre su sepultura. Es hospitalario y
llora con Príamo al presentarse éste a reclamarle el cuerpo de
su hijo. En los Infiernos se alegra al saber que su hijo
Neoptólemo destaca por su valentía. Venera a sus padres, confía en su madre y, cuando conoce la voluntad de los dioses, no
demora su ejecución.
A pesar de todos estos rasgos humanos, los filósofos helenísticos, y particularmente los estoicos, han considerado a Aquiles
como el prototipo del hombre violento, esclavo de sus pasiones, y se han complacido en contraponerlo a Ulises, el hombre prudente por excelencia. También se sabe el culto que
Alejandro tributó a Aquiles, a quien tomó como modelo.
Ambos murieron jóvenes. (P. GRIMAL).
El oráculo de Delfos. Este santuario de Apolo estaba ubicado
en uno de los lugares más impresionantes de la geografía
helénica. Apolo había desplazado de este lugar a otros dioses
más antiguos que él de época micénica, a la diosa Tierra y a
Posidón. Como en otras ocasiones, asistimos a la lucha entre
lo antiguo y lo nuevo con la victoria de la divinidad invasora.
El dragón de Delfos, Pitón, fue vencido por Apolo, que ocupó
desde entonces su puesto. Delfos no aparece en los poemas
homéricos, pero sí en la Teogonía de Hesíodo, donde se nos
cuenta cómo Zeus colocó la piedra que tragó su padre, tras
vomitarla, en la anchurosa Tierra, en la divina Pito, bajo las
laderas del Parnaso, con el fin de que allí constituyese un
monumento perdurable, asombro de los humanos. Para los
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homéridas, por el contrario, Apolo vaticinaba desde un laurel,
que, como el olivo a Atenea, pertenece al dios de Delfos.
bían de Delfos la solución adecuada. En su templo estaban
escritas sentencias tan famosas como: conócete a ti mismo y nada
en exceso, mediante las cuales Delfos se relaciona con las leyes
morales más que con prescripciones sociales.
El siglo VI a. de C. fue el momento de mayor esplendor de este
santuario panhelénico, que se llenó de estatuas, tesoros y
ofrendas procedentes de toda la Hélade. Su fama rebasó las
fronteras del mundo griego y reyes de estirpe extranjera,
como Creso y Amasis, preguntaron a su oráculo y le obsequiaron con largueza. En forma versificada, Apolo respondía
por boca de la Pitia, sentada sobre el trípode sagrado, a las
preguntas que le llevaban mensajeros de toda Grecia sobre las
más diversas actividades y problemas. Herodoto nos ha conservado gran número de estos oráculos, que revelan el amplio
poder y reconocimiento de que gozó este santuario en la
Antigüedad.
El texto es con frecuencia muy ambiguo, con lo que quedaba
siempre a salvo la veracidad del vaticinio pítico. Los intérpretes de Apolo se encontraban esparcidos por todo el territorio
griego, y con ellos este dios se convirtió en el verdadero guía
de la nación helena en sus realizaciones más importantes. La
colonización y la fundación de nuevas ciudades se efectuaban
según los preceptos délficos. El culto a los héroes y a posibles
dioses extranjeros era regulado por Delfos, que rara vez permitía el culto a otros dioses. Legisladores como Licurgo y
Solón estuvieron vinculados al oráculo de Apolo, y el calendario griego surge no antes del siglo VII a. de C., precisamente en la época en que Delfos comenzó su mayor florecimiento. La vida y el culto quedaban así regulados por Apolo, cuyo
nombre aparece repetidas veces en la denominación de los
días de los meses. La consecución de la paz entre los hombres
y los dioses, así como de la tranquilidad política y social reci-
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En general, esta especie de convenios, que llenaban las paredes y columnas del templo, tenían que ver con la amistad, el
respeto a los mayores, la educación de los hijos, el propio
dominio, la gratitud, el odio a la soberbia, la justicia, etc.
Procedentes de los siete sabios, Delfos las acogió y protegió.
Por último, diremos que Píndaro, Sócrates y Platón, por ejemplo, fueron grandes admiradores del Apolo délfico, que para
el segundo era el único dador de leyes (J. GARCÍA LÓPEZ, La
Religión Griega.
3. Léxico
Actividades
1. 1 a + 3 = biología
d + 4 = bioesfera
2 a + 1 = aerobio
d + 2 = microbio
e + 3 = antibiótico
b + 1 = biocenosis
e + 2 = biótopo
b + 4 = anfibio
c + 5 = anaerobio
2.
a + 2 = omnívoro
c + 3 = herbívoro
b + 1 = carnívoro
3.
a + 2 = metabolismo
c + 1 = anabolismo
b + 3 = catabolismo
4.
a + 2 = protozoo
c + 4 = saprozoo
e + 5 = neozoico
b + 1 = espermatozoo
d + 3 = paleozoico
f + 6 = mesozoico
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5.
a + 4 = citoplasma
c + 2 = cromatoplasma
b + 1 = protoplasma
d + 3 = amiloplasma
6.
a + 4 = atmósfera
c + 3 = astenosfera
e + 2 = mesosfera
b + 1 = litosfera
d + 5 = endosfera
7.
ósmosis = ẃsm’j + 4
fagocito = fa´gw + 3
^
fagocitosis = fa´gw + 5
genotipo = génoj + t›poj + 1
pangea = p≠n + g≈ + 6
fenotipo = faínw + t›poj + 7
oncogén = ◊gkoj +génoj + 2
8.
1 V, 2 F, 3 F, 4 V, 5 F, 6 V, 7 F.
9.
a + 8; b + 6; c + 2; d + 3; e + 7; f + 4; g + 1; h + 5.
10. 1 de incógnito, 2 habitat, 3 máxime, 4 en flagrante / infraganti, 5
de iure ... de facto, 6 sub judice, 7 ex aequo, 8 in dubio, pro reo, 9
op. cit.
unidad 7
1. Edipo y Antígona
Aproximación inicial
Se entiende por destino o hado la divinidad o voluntad divina que regula de una manera fatal los acontecimientos humanos, sin que los mortales y, ni siquiera, los mismos dioses puedan cambiar sus designios. En la mitología griega, son tres las
divinidades que rigen el destino, las tres Moiras, hijas de Zeus.
Posteriormente, se fueron divinizando otras abstracciones
como Ananke («la Fatalidad»), Tiche («la Casualidad»). Los
romanos adoraban el Fatum (la palabra divina, expresión de una
decisión ineluctable) y la Fortuna (buena o mala). A las tres
Moiras griegas corresponden las tres Parcas romanas.
La historia de Edipo ilustra la tragedia de un hombre
enfrentado a su destino fatal, por eso se le ha llamado a
menudo «el hijo de la Fortuna».
En las actividades de refuerzo se propone un trabajo sobre el
complejo de Edipo. Si los alumnos no saben nada del tema en
cuestión, el profesor debe indicar únicamente que el principio
fue formulado por S. Freud, el padre del psicoanálisis, basándose en el mito que van a estudiar, y que alude al conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta
respecto a sus padres, en forma de atracción por el progenitor
de sexo contrario y repulsión por el del mismo sexo, complejo
que alcanza su mayor intensidad entre los 3 y los 5 años.
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La Esfinge aparece representada por primera vez en Egipto,
en monumentos funerarios. Tiene forma de león, echado
sobre el vientre, con las patas delanteras extendidas y paralelas, mientras que la cabeza adopta los rasgos del rostro del
faraón, cubierta con una toca almidonada. Esta figura aparece también en el arte griego arcaico, así como en las estelas y
el arte funerario etrusco.
Para los griegos, la Esfinge por excelencia era el monstruo nacido de Tifón y Equidna. La descripción de su aspecto físico está
incluida en el texto 2a.
Actividades
1. 1 El antiguo nombre de Delfos era Pitón, debido a la serpiente Pitón, o la Dragona, un monstruo hijo de Gea que residía
en el lugar, se alimentaba de animales y personas, y emitía
oráculos. Apolo la mató y, tras purificarse, se apropió del oráculo de Gea en Delfos. A causa de la antigua denominación, a
la profetisa que emitió allí los nuevos oráculos en nombre de
Apolo se la llamó Pitia.
4 La ilustración muestra el interior de una copa griega, en la
que aparece la Pitia sentada en el trípode dispuesta para entrar
en trance, mientras en otra estancia del templo el consultante
espera la respuesta. La columna representa el templo de Apolo.
Esquema de la historia de Layo y Yocasta:
Layo y Yocasta son los reyes de Tebas, la principal ciudad de
Beocia, una región situada al norte de Atenas.
Como no tienen hijos, Layo se dirige a Delfos para consultar el
oráculo.
250
Pasa el tiempo y el rey no vuelve; por esta razón se propaga en
Tebas el rumor de que ha muerto a manos de unos bandidos.
Coincidiendo con la desaparición de Layo, la diosa Hera, para
vengar un antiguo delito de éste, envía a Tebas a la Esfinge, la
cual se establece en una roca a poca distancia de la ciudad,
junto al camino. Desde allí devastaba el país, y a todos los
caminantes que entraban o salían de la ciudad les proponía
un enigma, que hasta entonces nadie había resuelto. Si no
sabían la respuesta, la Esfinge se arrojaba sobre ellos y los asfixiaba.
2. a5) La ilustración reproduce una estatua llamada la Esfinge
de Naxos, en la que el monstruo aparece sobre una columna.
En la iconografía griega la columna alterna con la roca.
b2) Creonte es el hermano de Yocasta, la reina viuda. En Grecia, la mujer siempre se consideró como una eterna menor de
edad, sometida primero a la autoridad del padre, luego a la
del marido y, en caso de ausencia de uno de éstos, a la de los
hermanos, los hijos varones o el pariente masculino más próximo. Por eso, aunque la reina ocupa el trono en ausencia del
rey, no puede disponer de sí misma, sino que, en este caso, es
su hermano quien debe autorizar su nuevo matrimonio.
b3) La boda con la reina viuda convertía al nuevo marido en
rey, ya que para los griegos la esposa simboliza y se identifica
con las posesiones del marido, y éste la «siembra» igual que
siembra sus campos.
c1) Edipo respondió que ese ser era el hombre, pues de
pequeño anda a gatas, luego camina con dos piernas y cuando es viejo debe apoyarse en un bastón.
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c2) El problema del enigma propuesto por la Esfinge reside
en que éste no se encuentra en la pregunta, sino en la respuesta. En efecto, el gran enigma que Edipo no sabe resolver
es «¿Qué es el hombre?», y más concretamente «¿Quién es el
hombre Edipo?», cuya identidad es el auténtico interrogante,
que él resolverá no con ingenio y sabiduría sino con sufrimiento y honradez.
c3) El propio G. Moreau comentó este cuadro en los siguientes términos:
La pintura supone al Hombre llegado a la hora grave y serena de la
Vida, encontrándose en presencia del enigma eterno. Ella le oprime, le
aprieta bajo su garra terrible. Pero el viajero orgulloso y tranquilo, en
su fuerza moral, la mira sin temblar. Es la quimera terrestre, vil como
la materia, atractiva como ella, representada por esta cabeza encantadora de la mujer con sus alas, prometedora del ideal, pero con el cuerpo de monstruo, del carnicero que desgarra y aniquila. Edipo no es un
héroe, una naturaleza jerárquicamente superior a la Humanidad, es
el hombre con su miseria y su grandeza. Tiene la actitud del viajero
fatigado, pero todavía lleno de fuerzas.
El ropaje es verde sombrío, muy severo, el sombrero echado sobre los
hombros es negro. Tiene en la mano una lanza roja. La hora del día
es la mañana, un creciente pálido se ve aún en el cielo. El aspecto severo de las altas cimas graníticas. El antro, la guarida del monstruo, es
un pedazo de granito rojo, de una cierta forma arquitectónica particular. Un resto de viejo laurel muerto está al pie (Archivo del
Museo Gustave Moreau, París).
Esquema de la historia de Edipo
Tras derrotar con su inteligencia a la Esfinge, Edipo entró en
Tebas, donde todos los tebanos lo saludaron como su salvador,
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y contrajo matrimonio con la reina viuda, convirtiéndose en
el nuevo rey de Tebas.
Edipo fue feliz en su matrimonio, y de su unión con Yocasta
nacieron cuatro hijos: dos varones, Eteocles y Polinices, y dos
mujeres, Antígona e Ismene.
Los días felices terminaron cuando una terrible peste azotó la
ciudad de Tebas y sus habitantes morían, uno tras otro.
Tebas era presa del dolor y el llanto, y los tebanos, encabezados por el sacerdote de Zeus, acudieron al palacio de Edipo,
llevando en sus manos ramas de olivo con cintas de lana, en
calidad de suplicantes; se arrodillaron ante él y le pidieron
que les salvara de la terrible enfermedad, como ya había
hecho antes al librarlos de la cruel Esfinge.
Edipo decidió que su cuñado Creonte fuera a Delfos y preguntara qué debía hacerse para salvar la ciudad.
Creonte, al volver, dijo que Apolo ordenaba expulsar de Tebas
al asesino del rey Layo, un tebano residente en la ciudad, cuya
presencia era la impureza que provocaba la cruel enfermedad.
3. 2 La peste que hace estragos en Tebas presenta todas las características de una enfermedad mítica, de un castigo divino: afecta por igual a personas, animales y plantas (como la peste enviada por Apolo a los griegos en el canto primero de la Ilíada). La
esterilidad que acaba con todo germen de vida en las mujeres,
los ganados y los campos procede de un miasma religioso.
Antes de la aparición de la medicina científica, se creía que las
enfermedades las enviaban los dioses, que se vengaban así de
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alguna ofensa recibida o castigaban un crimen. El miasma es
la emanación fétida que desprenden los cuerpos enfermos, las
materias en descomposición o las aguas estancadas, y hasta
que se descubrieron los microbios, los miasmas se consideraban los agentes causantes de las enfermedades. Así pues, se
creía que, al igual que la manzana podrida acaba pudriendo
por contacto todas las manzanas del cesto, el criminal, el
impuro, podía contaminar y destruir el cuerpo social, por lo
que debía ser extirpado para evitar estas consecuencias funestas. Esta idea la defienden, desde la Antigüedad hasta nuestros días, algunos partidarios de la pena capital.
Continuación del esquema de la historia de Edipo
Edipo reacciona sospechando que Creonte, a quien habría
correspondido el trono de Tebas si él no hubiera vencido a la
Esfinge, lo ha tramado todo para apartarlo del poder, y por
eso le ha sugerido preguntar al adivino.
Edipo detiene a Creonte y le condena a muerte, pero Yocasta
intercede por su hermano, quien acaba siendo desterrado.
Yocasta, con la intención de tranquilizar a Edipo, muy afectado por las palabras de Tiresias, le asegura que tanto los
oráculos como las palabras de los adivinos son patrañas sin
ningún fundamento y, para demostrarlo, le cuenta un oráculo que le llegó hace años a Layo, su primer marido.
Sorprendido y dolorido porque el anterior rey había muerto
a manos de un compatriota que, además, tenía la desfachatez
de permanecer en la ciudad, Edipo intensificó las investigaciones, pues temía que este asesino también quisiera matarlo
a él, para ocupar el trono. Sin embargo, no consiguió más
información.
4. 2 La exposición era el abandono a su suerte de los recién
nacidos, pero sobre todo de las recién nacidas, que el padre
no admitía. En Grecia era un uso que las leyes consentían y la
conciencia social aprobaba sin problemas, y que, a pesar de
la propuesta de Aristóteles de prohibirla, continuó aplicándose en la época helenística.
Creonte le sugiere que pregunte al adivino Tiresias, un anciano ciego, pero con capacidad para ver y comprender lo que
está oculto para los demás.
En Roma, los recién nacidos se depositaban a los pies del pater
familias, quien podía, según su propio criterio y sin tener que
dar ninguna explicación de sus motivos, levantarlos del suelo
y aceptarlos en la familia, o bien abandonarlos sobre las aguas
de un río o en otros lugares donde estaban destinados a
morirse de hambre y frío, a no ser que alguien los recogiera.
Esto último no ocurría precisamente por razones filantrópicas, sino para utilizar a los niños como esclavos y, en el caso de
las niñas, para dedicarlas a la prostitución.
Tiresias acude al palacio real y es interrogado por Edipo. Al
principio responde con evasivas, dice saber la identidad del
asesino de Layo, pero que no la revelará; Edipo monta en
cólera y amenaza al adivino.
Entonces Tiresias le dice que es él mismo el impuro que mancilla la ciudad, y se marcha dejando a Edipo totalmente desconcertado.
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3 y 4 Los pastores de Layo abandonaron a Edipo con los pies
atravesados en el monte Citerón, en la parte de Beocia más
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próxima a Corinto. El niño fue encontrado por unos pastores
de Pólibo, el rey de Corinto, quien siempre había deseado
tener un hijo sin conseguirlo, por lo que Edipo fue adoptado
y educado en palacio como si se tratase del verdadero hijo del
rey.
Cuando creció, un joven ebrio le dijo que él no era hijo natural de sus padres y Edipo, a pesar de que éstos desmintieron
terminantemente el hecho, decidió acudir a Delfos para averiguar su auténtico origen. Ante la pregunta de su procedencia, el oráculo no contestó, pero le predijo que mataría a su
padre y se acostaría con su madre. Para no ver jamás cumplidos sus funestos oráculos, pensó que lo mejor sería no volver
nunca a Corinto, por lo que decidió irse a Tebas. En el camino de Delfos a Tebas se encontró, sin saberlo, con su padre, y
lo mató.
5. El pensamiento jurídico griego ya distinguía entre la
acción y la intención. Desde el punto de vista ético, Edipo
puede ser inocente, pues no tenía ninguna intención de
cometer tales crímenes, sino que se ve arrastrado a ellos por
la fatalidad de su destino. Pero, desde el punto de vista de los
hechos, Edipo es culpable, porque éstos se han producido,
perturbando el orden natural de las cosas: es una aberración,
por un lado, quitar la vida a quien nos la ha dado y, por otro,
dar un salto atrás en la sucesión normal de las generaciones
humanas, entrando como hombre en la vagina de la que se
salió como niño. El parricidio y el incesto han tenido lugar, de
manera que la compasión que despierta Edipo por no merecer su trágico destino se entremezcla en la mente del espectador con el sentimiento de repugnancia por los hechos cometidos, así como el temor, más general, de que las personas no
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poseamos la capacidad de controlar nuestra propia vida y
nuestro destino.
Continuación del esquema de la historia de Edipo
Edipo, víctima de la maldición que él mismo había proferido contra el asesino de Layo, es expulsado de su ciudad.
Sus hijos varones, Eteocles y Polinices, se niegan a intervenir
en su favor y a prestarle auxilio, por lo que Edipo los maldice.
6. a2) En Edipo en Colono, como en otras muchas tragedias griegas, está presente la inversión de los papeles atribuidos a cada
sexo. En este caso, se produce entre los hijos y las hijas de
Edipo, ya que son éstas las que acompañan a su padre en el
destierro, mientras que los hijos se han quedado en Tebas, al
igual que, dice Edipo, ocurre en Egipto, donde los hombres
permanecen en casa tejiendo cuando las esposas van en busca
de recursos. Por eso, llama a sus hijas «varones» (Edipo C. 339345, 1368) y no mujeres.
a5) El cuadro de André Marcel Baschet, Edipo maldice a su
hijo Polinices (1883), conservado en la Escuela Superior de
Bellas Artes de París, presenta a un Edipo anciano, con una
larga barba blanca, y ciego, en el momento en que maldice a
su hijo. Junto al personaje, aparecen sus dos hijas: Ismene, vestida de blanco (color de la pureza y la inocencia), y Antígona,
vestida de rojo y cubierta con un velo negro (el rojo alude a
su carácter y el negro a su final trágico).
b5) El lienzo Edipo y Antígona de Charles François Jalabert
(1819-1901) ilustra el triste peregrinar de Edipo, acompañado
por su fiel lazarillo, ante el desprecio y el rechazo de todos,
quienes bien le dan la espalda, bien tapan sus narices o bocas,
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con expresiones de asco y de temor. En primer término, a la
derecha, una madre deja de amamantar a su hijo, para señalar a Edipo y advertir de la presencia del impuro.
Continuación del esquema de la historia de Edipo
Tras un largo y penoso deambular, Edipo llega a Colono, en
el Ática, y pide hospitalidad al rey Teseo.
Éste se la concede, y Edipo decide pasar allí sus últimos días.
Habiendo declarado un oráculo que el país donde estuviera la
tumba de Edipo tendría la bendición de los dioses, Creonte y
Polinices trataron de persuadirlo, ya moribundo, de que
regresara a Tebas. Pero Edipo se negó y quiso que sus cenizas
permanecieran en la tierra que le había acogido, y allí murió.
Eteocles y Polinices, que eran gemelos, decidieron gobernar
alternativamente un año cada uno.
Eteocles, al acabar su periodo, se negó a ceder el trono a su
hermano y lo expulsó de Tebas.
7. a1 y 2) En la poesía épica se denominan combates singulares
los que establecen dos héroes no sólo como respuesta a un
desafío (la guerra entonces se detiene), sino también cuando
se encuentran en medio del fragor de la batalla. Entonces el
poeta pasa por alto cualquier otro aspecto de la narración y
centra su atención, exclusivamente, en la descripción de las
vicisitudes de este enfrentamiento. Estos combates suelen
seguir pautas muy ritualizadas: como aproximación inicial,
suelen intercambiar algunas palabras, cuya finalidad es comprobar que ambos son mortales y ninguno tiene naturaleza
divina, así como confirmar el linaje de cada uno; iniciada la
lucha, primero se arrojan desde lejos las lanzas (una o dos,
según si pueden conseguir la segunda); a continuación, si la
lanza no ha dejado fuera de combate al adversario, desenvainan las espadas y se preparan para la lucha cuerpo a cuerpo;
y, por último, si pierden esta arma, recurren a cualquier otro
elemento que pueda servir para atacar al adversario (piedras,
etc.). Estos combates recuerdan a los torneos medievales, que
tan profusamente ha ilustrado el cine, aunque en este caso se
realizan a pie y no a caballo.
La lucha fue encarnizada y cruel.
a4) Cuando cayeron los dos hermanos, Creonte se colocó al
frente del ejército tebano y puso en fuga a los soldados de
Polinices. Muertos los dos hijos de Edipo, Creonte accedió a
trono y comenzó a gobernar de un modo cruel: prohibió
enterrar a los soldados caídos en el bando de Polinices y
decretó grandes honras fúnebres para los muertos en el ejército vencedor.
Viendo aquello, Polinices decidió evitar que murieran más
hombres, por lo que se acercó a la muralla y retó a su hermano a un combate singular para poner fin a la contienda: el
vencedor sería el único rey de Tebas.
b) Respecto de la importancia de cumplir con los rituales
funerarios debidos a los muertos, véase Cultura clásica 1, págs.
100 y ss., o esta misma guía, unidad 2, en relación con la súplica de Ariadna de que se recojan sus huesos.
Furioso por la injusticia cometida, Polinices fue a pedir ayuda
a Adrasto, el rey de Argos, quien le prestó su ejército, y juntos
convocaron a seis conocidos guerreros, con sus respectivos
ejércitos, para atacar cada una de las siete puertas de la muralla de Tebas, con el objetivo de recuperar el trono.
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b3) Antígona no está dispuesta a dejar insepulto a su hermano,
y pide colaboración a Ismene para enterrarlo. Ésta le contesta
que están solas, sin padres, sin hermanos, y que la naturaleza
las hizo mujeres para no luchar contra los hombres, que son
más fuertes y tienen el poder. Antígona menosprecia a Ismene
por su cobardía y dice que lo hará ella sola, aunque la maten.
Esquema de la historia de Antígona
Al amanecer, Antígona acude junto al cuerpo insepulto de
Polinices, destrozado por los perros y las aves de rapiña; profiere maldiciones contra los autores de tal ultraje, y cumple
con los ritos funerarios debidos al muerto, siguiendo la preceptiva natural.
Los centinelas apostados por Creonte la ven, la detienen, y la
llevan a su presencia.
c1) Las leyes no escritas (nómoi ágrafoi) eran las que pertenecían a la esfera de lo que hoy llamaríamos derecho natural,
común a todos los pueblos, y que tenían como máximos
garantes a los dioses. Estas leyes protegían derechos elementales como el derecho a la vida o, como en este caso, prescribían las honras fúnebres a los muertos; todos las respetaban y
nunca perdían vigencia, por lo que no era necesario fijarlas
por escrito. Así pues, las leyes no escritas las habrían establecido los dioses mismos en la conciencia de todos los mortales,
frente a las leyes positivas, determinadas por los hombres, y
que, por tanto, podían variar según las culturas y los regímenes políticos.
c2) Con esta metáfora, Creonte compara a la mujer con un
campo que debe ser arado para dar frutos. Y Creonte, incapaz de comprender el sentimiento amoroso de Hemón hacia
260
Antígona, considera que, para la función reproductora que
la sociedad patriarcal asigna a la mujer, Antígona, quien ha
demostrado tener un espíritu indómito y libre, no es la más
adecuada, no es «una buena mujer». La imagen de mujermateria, mujer-objeto de placer y reproducción, está muy
presente en todo el discurso de Creonte: Nada peor, hijo mío,
que una mala mujer en casa como compañera del lecho; pues una
mala mujer es un frío objeto para estrechar entre los brazos. [...]
Olvídate, pues, de Antígona [...] así no nos llamarán inferiores a
una hembra.
c5) La figura de Antígona goza de escasas representaciones,
tanto en el arte antiguo como en el moderno. El retrato de
Lord Leighton (1882) nos muestra una Antígona serena y triste, con un rostro muy iluminado frente al fondo negro, en el
que el autor –según sus propias palabras– quiso reflejar todo
lo noble, honorable y valeroso que hay en el corazón humano, siguiendo una iconografía que recuerda a la de los mártires o santos del cristianismo.
Frente a esta Antígona casi divinizada, el dibujo de J. Cocteau
(1922) nos presenta una heroína mucho más humana, que
frunce el ceño y cierra los puños amenazantes, como una fuerza poderosa enfrentada cara a cara con el poder absoluto de
Creonte.
El lienzo de Marie S. Stillman (1844-1927) reproduce la escena en la que Antígona cumple con los ritos funerarios a su
hermano, cubriendo su cuerpo con un lienzo y derramando
sobre él una fina capa de tierra, mientras los cuervos se acercan o revolotean alrededor del cadáver. En este caso, la pintora se aparta de la versión de Sófocles y hace aparecer en
escena una Ismene temerosa, la cual vigila para evitar que las
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descubran, al tiempo que es incapaz de dirigir la mirada al
cuerpo en descomposición de Polinices.
Continuación del esquema de la historia de Antígona
Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, acude
ante su padre para interceder por ella. Creonte intenta convencer a su hijo de que ésta no le conviene, con los argumentos ya descritos, y le conmina a que no traicione el amor de un
padre por el goce de una mujer.
En un bello parlamento, Hemón explica a su padre que la justicia, la inteligencia y la prudencia son excelentes regalos
otorgados por los dioses a los hombres, y le dice que todo el
pueblo de Tebas cree que Antígona actuó correctamente al
cumplir con los ritos funerarios prescritos por los dioses.
Creonte monta en cólera y le dice que no está dispuesto a recibir lecciones de cordura provenientes de un imberbe de su
edad y, puesto que se ha atrevido a enfrentarse a su padre,
hará traer a Antígona para que muera de inmediato y ante los
ojos de su prometido.
Hemón decide abandonar la casa de sus padres y le dice a
Creonte que no volverá a verlo nunca más.
Posteriormente, llega el adivino Tiresias para incriminar a
Creonte por su impía acción, la cual altera el orden normal
de las cosas establecido por los dioses, pues a Antígona la ha
enterrado viva en un sepulcro y, en cambio, impide que se
sepulte el cadáver de Polinices, privándolo del eterno descanso. Tiresias le dice que, aunque sea rey, no tiene potestad
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alguna para actuar de tal forma, y le pronostica funestos
augurios.
Creonte reflexiona y, finalmente, cede. Autoriza el funeral de
Polinices y ordena sacar a Antígona del sepulcro, para después dirigirse él mismo a la tumba.
8. 4 El tema de los amantes finalmente unidos en la muerte aparece en varios relatos mitológicos como éste o el de Píramo y
Tisbe, o bien en historias más recientes como la de Romeo y
Julieta, los amantes de Teruel, etc.
5 En la pareja Antígona-Hemón observamos una interesante
inversión de los papeles tradicionales asignados a varones y
mujeres: Antígona se suicida por defender un ideal y no
doblegarse ante un decreto que considera injusto e indigno,
mientras que Hemón se suicida por amor; es, en realidad, el
único caso que recoge la tragedia griega de suicidio de un
hombre por amor, frente al gran número de suicidios femeninos. La literatura clásica pone en escena a muchas mujeres
capaces de acciones heroicas o terribles, pero siempre impulsadas por amor o por ver amenazado su «lecho», lo más
importante para ellas (Ariadna, Fedra, Medea, Alcestis...),
frente a los héroes masculinos que se mueven por otros intereses como la competición, la gloria, la ambición o el poder.
En este caso, se invierten los roles, y Antígona llegará a afirmar que lo que ha hecho por su hermano no lo habría realizado por su marido, esto es, por Hemón, pues, jamás, ni aunque fuera madre de hijos, ni aunque mi esposo muerto se estuviera
pudriendo, hubiera tomado sobre mí semejante fatiga [...]. Muerto mi
esposo, otro hubiera podido tener, y un hijo de otro varón si lo perdía...
(nótese la coincidencia ideológica con la opinión de Creonte
también se pueden arar los campos de otras).
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Actividades de refuerzo
1. a) Fortuna, Imperatrix Mundi.
O Fortuna, velut luna, statu variabilis, semper crescis, aut decrescis;
vita detestabilis nunc obdurat et tunc curat ludo mentis aciem, egestatem, potestatem dissolvit ut glaciem.
Sors inmanis et inanis, rota tu volubilis, status malus, vana salus,
semper dissolubilis, obumbrata et velata mihi quoque niteris; nunc per
ludum, dorsum nudum fero tui sceleris.
Sors salutis et virtutis mihi nunc contraria, est affectus et deffectus,
semper in angaria. Hac in hora, sine mora cordum pulsum tangite;
quod per sortem sternit fortem, mecum omnes plangite!
«Oh Fortuna, como la luna, de naturaleza cambiante, siempre
creces o decreces, la vida detestable a veces ensombrece y a
veces ilumina la mente como un juego, y funde como el hielo
la opulencia y pobreza.
»Suerte monstruosa e inane, tú, rueda voluble, mala situación,
vana salud, siempre disoluble, oscurecida y velada me iluminas
también; y, ahora, por tu cruel juego, llevo el dorso desnudo.
»Hoy me es adversa la suerte en salud y fuerza, hace y deshace, siempre en esclavitud. En esta hora, sin demora, pulsa la
cuerda vibrante; puesto que la suerte abate al fuerte, llorad
todos conmigo».
2 «Si el Edipo Rey conmueve al auditorio moderno lo mismo
que conmovía a su auditorio griego contemporáneo, la única
explicación que cabe encontrar es que su efecto no radica en
el contraste entre el destino y la voluntad humana, sino que
ha de buscarse en la naturaleza peculiar del material con que
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se ejemplifica dicho contraste... Su destino nos conmueve únicamente porque pudo haber sido el nuestro, porque el
oráculo nos impuso antes de nuestro nacimiento la misma
maldición que le impuso a él. Tal vez es el hado de todos nosotros el dirigir nuestro primer impulso sexual hacia nuestra
madre y nuestro primer odio e impulso homicida contra
nuestro padre. Nuestros sueños nos convencen de que esto es
así. El rey Edipo, que mató a su padre Layo y se casó con su
madre Yocasta, nos muestra meramente el cumplimiento de
nuestros deseos de infancia. Pero, más afortunados que él,
posteriormente hemos logrado, si es que no nos hemos convertido en psiconeuróticos, despegar nuestros impulsos sexuales de nuestras madres y olvidar nuestros celos a nuestros
padres» 5. (S. FREUD, A Collection of Critical Essays, 20-23).
2. El teatro
Aproximación inicial
Trágico remite a tragodía o «canción del macho cabrío». Se cree
que, primitivamente, la tragedia fue una canción ejecutada por un
coro, mientras se sacrificaba un macho cabrío al dios Baco. Posteriormente, se intercalaron en los intervalos del canto unas representaciones que realizaban actores disfrazados de sátiros, con pieles
de macho cabrío. Más tarde, Esquilo y Sófocles perfeccionaron
aquel acto escénico creando dramas, generalmente, con un desenlace funesto, el cual inspiraba temor; de ahí el sentido moderno de
tragedia como «desgracia o suceso fatal».
Cómico remite al término griego komodía o «canto del festín», en
el que está el origen de la comedia dramática posterior.
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Información
Esquilo es un poeta trágico ateniense (525-455 a. de C.), nacido
en Eleusis. Combatió en Maratón en el año 490 a. de C. y en
Salamina en el 480 a. de C. Debutó en el teatro en el año 500 a.
de C., pero no obtuvo el primer puesto en el concurso trágico
hasta el 484 a. de C. Sus comienzos, pues, fueron laboriosos y difíciles. Triunfó en el 472 a. de C. con Los Persas, y Hierón, tirano de
Siracusa, lo invitó a su corte para representar esta obra. Al regresar a Atenas, Esquilo representó la trilogía tebana, de la cual solamente nos queda una tragedia, Los siete contra Tebas. En el 458 a.
de C. triunfó la Orestea, única trilogía que nos ha llegado completa. Más tarde, Esquilo volvió a viajar hacia Sicilla y murió en
Gela.
De las noventa tragedias y dramas satíricos compuestos por
Esquilo, no nos quedan más que siete tragedias:
Las suplicantes: se ha querido considerar recientemente como
una obra tardía de Esquilo, pero es, desde luego, la que presenta una estructura más arcaica, ya que predomina el elemento lírico y el verdadero protagonista con la suerte en
juego es el coro de las Danaides, perseguidas por sus primos,
quienes pretenden tomarlas como esposas a pesar suyo.
Los persas: en esta obra, ocho años después de la batalla de
Salamina, Esquilo presenta las consecuencias de la victoria
griega en el palacio de Susa, capital del imperio persa. La aparición del viejo rey Darío, evocado desde su tumba por los
encantamientos de los Fieles que forman el coro, es una
soberbia escena teatral. Para la representación de esta obra,
que ensalzaba el sentimiento nacional, Pericles fue el corega
de Esquilo.
266
Los siete contra Tebas: el personaje de Eteocles, defensor de su
patria frente a la coalición formada por Polinices, es tal vez la
figura masculina más hermosa de todo el teatro griego.
Prometeo encadenado: en esta tragedia –teológica– todos los actores, así como los coreutas (las Oceánidas) son seres divinos.
Los tres dramas que forman la serie de la Orestea: Agamenón,
que presenta al jefe de los aqueos, vencedor en Troya y asesinado por su esposa Clitemnestra al regresar al palacio de
Micenas; Las Coéforas, donde, a su vez, Clitemnestra muere a
manos de Orestes, vengador de su padre; y Las Euménides,
obra en la que Orestes, a fin de purificarse de su matricidio,
el cual comete por orden de Apolo, marcha a Delfos, perseguido por las Erinias, y luego a Atenas, donde lo absuelve el
tribunal del Areópago, instituido por Atenea; a partir de
aquel momento, las Erinias, terribles furias vengadoras, pasarán a ser las Euménides, esto es, «las Benefactoras».
En Esquilo se advierte un gran número de innovaciones técnicas.
Como Píndaro, contemporáneo suyo, Esquilo es un creyente y un
teólogo, dispuesto siempre a reflexionar sobre los dioses. Era
hombre de carácter apasionado y arrogante, según nos es presentado en Las ranas de Aristófanes. La tragedia de Esquilo es un
espectáculo grandioso que suscita en el espectador un sentimiento de inquietud, temor, angustia, espanto y terror. El lirismo de las
partes corales se distingue por su fuerza y brillantez; no seduce,
pero sí impresiona y deslumbra. Su estilo se caracteriza por un vocabulario lleno de neologismos y de palabras compuestas, a veces
muy largas; por la abundancia de imágenes violentas y expresivas;
por el tono casi siempre elevado y ampuloso que, sin embargo, no
excluye expresiones y desarrollos sumamente realistas.
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La Némesis, esto es, la Justicia divina, está en el centro del pensamiento teológico de Esquilo: Jerjes y Agamenón son víctimas de su
orgullo, por haber olvidado los límites impuestos al destino y la
condición humanos. Ahora bien, ¿son justos los dioses? Esquilo
plantea este problema en el Prometeo; los otros dos dramas que
componían la trilogía sacaban en conclusión que, si Zeus, el dios
supremo, no siempre es justo, sí, al menos, acabó siéndolo. Para
Esquilo, los designios divinos tienen siempre un sentido, aunque
aparezca oscuro, y el hombre piadoso tiene obligación de tratar de
conocerlo y entonces acomodar a él sus actos: Orestes, el asesino
de su madre, es al fin absuelto por haber obedecido a los dioses.
Esquilo «instruyó al pueblo», como dice Aristófanes, y su teatro,
aunque sitúe el destino del hombre bajo un aspecto terrible, es en
realidad optimista. Este optimismo lúcido, fortalecido por una fe
que no es ciega, sino que trata incansablemente de encontrar una
justificación racional a través de los antiguos mitos, acaba por
conseguirse después de una larga y violenta lucha interior. Por la
nobleza de inspiración, el poder de imaginación creadora y la solidez de su sentido dramático, Esquilo es, sin duda, el mayor de
los poetas trágicos de Grecia. (R. FLACELIÈRE, Diccionario de la civilización griega).
Actividades
1. El teatro de Epidauro se halla en la ladera del monte Cinortio.
Es el teatro griego más famoso y mejor conservado; todavía en
nuestros días se dan en él representaciones. Sus armoniosas
proporciones se inscriben maravillosamente en el paisaje y
está dotado de una acústica excepcional. Fue construido a
principios del siglo III a. de C. –lo que dificulta su atribución
a Policleto el Joven–; en su forma primitiva, constaba de una
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orquesta circular con una thyméle (o altar de Dioniso) en su
centro, así como treinta y cuatro filas de gradas divididas en
doce sectores (kerkídes) capaces de dar asiento a unos seis mil
espectadores. Esta orquesta circular es la única en Grecia que
no fue transformada ulteriormente. En el siglo II a. de C. se
añadieron los sectores superiores del graderío, separados por
un diázoma, de manera que se duplicó prácticamente el aforo,
hasta acoger casi doce mil espectadores.
La primera y la última fila de la parte inferior y la primera fila
de la parte superior eran los lugares de honor: aquí las gradas
se sustituyeron por tronos de piedra. Los espectadores podían
acceder a la parte superior del graderío por unos accesos laterales sin necesidad de atravesar la orquesta, que tiene más de
veinte metros de diámetro. Delante de la orquesta, frente a la
cávea, se levantaba la escena, compuesta de dos elementos
angulares flanqueando el proscenio, con una fila de semicolumnas jónicas adosadas a la fachada; aquí se suspendían las
tramoyas y decorados móviles (períakta). Entre la escena y la
cávea había dos pasadizos laterales, los párodoí, que permitían
el paso del coro, el mensajero, el heraldo, etc.; sus puertas
monumentales daban un mayor empaque a la simplicidad de
conjunto del edificio.
El teatro de Dioniso se halla sobre las pendientes meridionales de la acrópolis de Atenas, junto al santuario de Dioniso
Eleuterio; su primera fase se remonta al siglo VI a. de C. En
efecto, fue Pisístrato quien introdujo en Atenas las Grandes
Dionisiacas, fiestas que se acompañaban de bailes y coros,
junto a escenas dialogadas y representadas con mímica, de las
que habría nacido la primera representación dramática que
tuvo lugar justamente en este teatro, en el año 534, y cuyo
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autor fue el semilegendario Tespis. Hacia finales del siglo, se
construyó en el teatro un escenario amurallado y una cávea de
madera. Pero la grandiosa disposición definitiva se debe a
Licurgo (siglo IV a. de C.).
compasión la contemplación del dolor ajeno y, por otro, nos
provoca temor el que en algún momento podamos vernos en
una tesitura semejante.
b) Se alude en el texto al empleo de máquinas como recurso
escénico (véase pág. 269 del anexo).
La cávea, reconstruida en mármol, se encarama por las pendientes de la acrópolis, con treinta metros de altitud, cien de
largo y noventa de ancho. A sus pies se extiende la orquesta,
el plano destinado al coro, en medio del cual estaba el altar
de Dioniso. En el mismo plano, el escenario quedaba frente al
espectador. El número total de asientos del teatro de Dioniso
se calcula entre los catorce mil y diecisiete mil, aunque probablemente era mayor: Platón llega a hablar incluso de treinta mil personas. Desde el siglo I, la primera fila estaba reservada a los pritanos, arcontes y sacerdotes, quienes tenían
asientos con respaldos; la mayoría de estos puestos de honor
son de época romana, pero es bastante probable que se trate
de copias de los asientos originales. El mejor asiento, en el
centro, se reservaba al sacerdote de Dioniso.
En cuanto a las ilustraciones de la cerámica, es interesante que
los alumnos se fijen en la indumentaria de los actores, las máscaras, las escenas representadas, etc., y que a continuación las
describan.
2. a3) Aristóteles utilizó un término médico, kátharsis (‘purga,
purificación’), para definir el sentimiento de purificación que
la tragedia provocaba en los espectadores, mediante la compasión y el temor que suscitaba en ellos.
Según Aristóteles, la compasión la produce el hombre que no
merece su destino, mientras que el temor lo suscita el que sea
un ser semejante a nosotros. Así, por un lado, nos produce
270
d1) En Atenas, parásito era el ciudadano alimentado en el
Pritaneo a expensas del Estado, y también el asesor de un
magistrado que se admitía en los banquetes oficiales, o el asistente de los sacerdotes en los sacrificios, invitado a las comidas comunes, y que se encargaba de conservar las provisiones
de la divinidad en el parasiteion. En la época helenística, el
parásito es un nuevo tipo social que rodea a los príncipes y es
alimentado por ellos.
En Roma, parásito es el individuo admitido a la mesa de un
rico en calidad de cliente, o bien a cambio de su ingenio o sus
gracias. El parásito se convirtió pronto en uno de los tipos de
la comedia clásica latina y en objeto favorito de la sátira,
pasando luego a la tradición dramática y satírica occidental.
3. Léxico
Actividades
1.
a + 2 = clorhídrico
c + 3 = anhídrido
1 a + 5 = hidrógeno
c + 7 = hidrostática
e + 3 = hidrodinámica
g + 1 = hidrófila
b + 1 = deshidratar
b + 4 = hidrófugo
d + 6 = hidráulica
f + 8 = hidrólisis
h + 2 = hidroeléctrica
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2. 1 a + 3 = ánodo
c + 2 = electrodo
e + 1 = método
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b + 4 = cátodo
d + 5 = periodo
3.
anión y catión
4.
a + 4 + e; b + 1 + g; c + 9 + f; d + 3 + b; e + 8 + d;
f + 7 + j; g + 10 + a; h + 5 + h; i + 6 + i; j + 2 + c.
5.
1 F, 2 V, 3 V, 4 F, 5 F, 6 F, 7 V, 8 V, 9 F.
6.
a + 4; b + 6; c + 8; d + 1; e + 7; f + 2; g + 5; h + 3.
7.
1 ultimatum; 2 manu militari; 3 vis comica; 4 accesit;
5 deus ex machina; 6 ex profeso; 7 grosso modo; 8 rara avis;
9 viceversa.
8.
1 V, 2 F, 3 F, 4 V, 5 F, 6 V, 7 F.
9.
La fortuna fue propicia a los romanos y la ciudad que Rómulo
había fundado floreció entre las ciudades vecinas. Muchas personas
acudían junto a los romanos; así que los habitantes de Roma eran
romanos y forasteros. Los romanos llamaban «plebeyos» a los forasteros, y a sí mismos «patricios».
Muchos plebeyos poseían grandes riquezas, que habían acumulado
gracias al comercio.
unidad 8
1. Orfeo y Eurídice
Aproximación inicial
Orfeón es el nombre que reciben algunas asociaciones corales. En España, los más importantes son el Orfeó Català y el
Orfeón Donostiarra, fundados respectivamente en 1891 y
1897.
En este soneto, Garcilaso compara su propio dolor con el de
Orfeo y considera que el suyo es mayor, pues él se ha perdido
a sí mismo (se llora por perdido).
La mayoría de los alumnos recordará a este personaje que acompañó a Jasón en la búsqueda del vellocino de oro. La lectura del
soneto sirve de excelente introducción al tema, ya que trata sobre
quejas y lamentos que cambian el curso de los ríos y desplazan los
árboles en los montes, fieras que escuchan música, así como un
descenso a los reinos del espanto.
Actividades
1. 1 La patria de Orfeo es Tracia, región al norte de Grecia que
se extendía hasta el Danubio por el norte y por el este hasta el
mar Negro, con una naturaleza montañosa y salvaje. Esta
región jamás se consideró propiamente griega; su lengua no
tenía relación con el griego y adoraban a sus propios dioses.
Fue anexionada a Macedonia por Filipo II.
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2 Desde la época alejandrina, se atribuye a Calíope el dominio
de la poesía lírica.
2. a-f2) Himeneo, cubierto por azafranado manto: es el dios que
preside el cortejo nupcial y los esponsales. El azafranado
manto alude al velo de color anaranjado con que se cubría la
novia romana el día de la boda.
Estigia: es el río o lago del Hades a través del cual Caronte conducía las almas de los muertos.
Ante Perséfone y ante el soberano que gobierna el repulsivo reino de las
sombras: para Perséfone y Hades, el soberano del reino de las
sombras, véase el Breve diccionario de mitología.
Tártaro: es la parte más profunda del Hades, en la que los condenados sufren sus castigos.
Las tres gargantas, provistas de culebras en vez de vello: alude al
perro Cerbero, del cual ciertas versiones dicen que tenía tres
cabezas y su lomo se hallaba cubierto de erguidas serpientes.
Si la fama del antiguo rapto no ha mentido, también a vosotros os
unió el Amor: se refiere al rapto de Perséfone por Hades.
Las almas sin sangre: al Hades iban únicamente las almas de los
muertos. La sangre se asociaba a la vida, mientras que su pérdida, a la muerte.
Tántalo: éste había sacrificado a su propio hijo, ofreciéndolo
como alimento a los dioses. Fue condenado a hambre y sed
eternas.
Ixión: es un rey lapita, padre de Pirítoo y amigo de Teseo,
famoso por su conducta impía y sacrílega. Para no pagar la
dote, arrojó a su suegro a una sima con brasas ardientes,
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donde murió; después se atrevió a enamorarse de Hera y trató
de violarla. Zeus lo ató a una rueda encendida que daba vueltas y su castigo no cesaría jamás.
Titio (o Ticio): era un gigante enviado por Hera para violar a
Leto, quien acababa de dar a Zeus a Ártemis y Apolo, pero fue
fulminado por Zeus. En el Hades dos águilas devoraban eternamente su hígado, que volvía a crecer con las fases de la luna.
Sísifo: fue un rey de Corinto, que encadenó a la Muerte cuando vino a buscarlo. Por este motivo, se le condenó a subir una
gran piedra por la ladera de una montaña, que siempre volvía
a caer, debiendo empujarla de nuevo, con un esfuerzo tan
inútil como querer rehuir la muerte.
Erinias (o Euménides): son unas divinidades violentas, identificadas con las Furias romanas, cuya misión principal es la venganza del crimen.
El barquero: es Caronte.
Ayuno del don de Ceres: alude al pan, el alimento, pues Ceres es
diosa de la agricultura, en particular de los cereales.
El inútil don de Plutón: se refiere a la muerte (en general, para
todo lo relativo al Hades y la muerte, véase Cultura clásica 1,
págs. 100 y ss.).
3 La figura de Orfeo se ha representado multitud de veces en
la historia del arte, sobre todo en los tres episodios principales del mito: Orfeo encantando a los animales, sus amores con
Eurídice y su bajada al Hades, y su muerte a manos de mujeres tracias.
_ El cuadro de N. Poussin (1648-1650) nos muestra la época
feliz de Orfeo y Eurídice, disfrutando de su vida juntos y de la
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música, en medio de un hermoso paisaje y una atmósfera
bucólica (Museo del Prado).
_ El cuadro Orfeo en la tumba de Eurídice de G. Moreau (1890)
constituye una de las pocas representaciones del dolor de
Orfeo por la pérdida irreparable de Eurídice.
_ De un relieve votivo originario de Atenas (c. 420 a. de C.),
conocemos dos copias romanas en mármol conservadas en el
Louvre y en el Museo Nazionale de Nápoles: el relieve reproduce la mirada de Orfeo quebrantadora del pacto, tras quitar
el velo que cubre a Eurídice, mientras Hermes ya coge la
mano de ésta para apartarla definitivamente de su esposo y
llevarla de nuevo al Hades. Toda la escena emana un gran
patetismo y melancolía.
_ E. S. Bergamo (1805-1854) ilustra el preciso momento en el
que Orfeo, coronado de laurel, junto a Eros que lleva una
antorcha para iluminar el camino, y cuando ya está a punto de
salir de las tinieblas a la luz, se vuelve y ve que pierde a
Eurídice para siempre; deja caer la lira e intenta cogerla, pero
la rigidez del cuerpo y la expresión del rostro de la mujer
revelan su muerte definitiva.
_ El lienzo de E. Lévy La muerte de Orfeo (1866, Museo de
Orsay, París) refleja el momento previo al despedazamiento
por parte de las bacantes. El cuerpo de Orfeo yace tendido en
el suelo; su rostro, más que temor, refleja un abatimiento y
una tristeza infinitos. La lira del personaje está rota a su lado
y la corona de laurel, seca. Frente al abatimiento de Orfeo,
destaca el movimiento vertiginoso y salvaje, y la mirada agresiva de las bacantes, que hacen sonar instrumentos de percusión, mientras lo desnudan o lo amenazan con armas diversas.
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En primer plano, una bacante coronada con las hojas de vid
de Dioniso sostiene una serpiente. Vemos también un leopardo, una mesa con un ánfora y una copa de vino, y al fondo la
figura de un sátiro.
_ Frente a este salvajismo de las bacantes, G. Moreau pintó en
su cuadro Doncella tracia con la cabeza de Orfeo (1865) a una
joven tracia que ha recogido la cabeza y la lira de Orfeo, sosteniéndolas delicadamente entre sus manos.
Conviene comentar que, según la versión del mito más difundida, el cuerpo de Orfeo se enterró a los pies del Olimpo, pero
su cabeza y su lira se arrojaron al río Hebro, arrastrándolas la
corriente marina hasta la isla de Lesbos, que llegaría a ser tierra
privilegiada para la poesía lírica y cuna de grandes poetas como
Alceo y Safo.
_ El cuadro de J. F. Pierre Peyron (1744-1814) representa,
sobre un gran fondo oscuro y rodeada de sus hijos y de su
marido Admeto, la figura de Alcestis muerta. Los tonos claros
y la iluminación sobre el personaje resaltan su pureza, entrega y heroísmo. Alcestis se convirtió en el arquetipo de esposa
perfecta que llega a dar la vida por su marido. Eurípides le
dedicó una tragedia.
Actividades de refuerzo
1. 1) Dafnis y Cloe. Su historia se narra en la breve novela
bucólica de Longo (siglo II), la única novela griega que sigue
siendo célebre en nuestros días. La acción transcurre en la
isla de Lesbos. Dos niños abandonados, Dafnis y Cloe, recogidos por unas familias de campesinos pobres, se crían juntos; un día Dafnis contempla a Cloe mientras se baña y se
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enamora de ella. Pronto surge un adversario, el pastor
Dorcón, y entre los dos jóvenes nace la rivalidad, pero Cloe
elige a Dafnis. Tras la separación temporal de los enamorados y la iniciación amorosa de Dafnis por parte de Licenia,
la obra concluye con la boda de los protagonistas. Fue modelo para la novela pastoril posterior y a ella dedicó M. Ravel
su famosa sinfonía coreográfica Dafnis y Cloe (1912).
Apolo y Dafne. El primer amor de Febo fue Dafne, la hija del río
Peneo y no fue producto del ciego azar, sino de la violenta cólera de
Cupido. A éste había visto Apolo en el momento en que doblaba los
extremos de su arco tirando de la cuerda, y le dijo: «¿Qué tienes tú que
ver, niño retozón, con las armas de los valientes? Llevar esa carga me
cuadra a mí, que sé dirigir golpes infalibles a una fiera o a un enemigo, que hace poco he tendido por tierra, hinchada por mis innúmeras
flechas, a Pitón, que con su vientre venenoso oprimía tantas yugadas
de tierra. Tú conténtate con estimular con tu antorcha no sé qué pasiones amorosas, y no trates de aspirar a la gloria que me es propia».
A lo que respondió el hijo de Venus: «Aunque tu arco atraviese todo lo
demás, el mío te va a atravesar a ti, y en la misma medida en que
todos los animales son inferiores a la divinidad, otro tanto es menor
tu gloria que la mía». Dijo, y batiendo las alas se abrió camino por los
aires y fue raudo a detenerse en la sombreada cima del Parnaso, donde
sacó de su aljaba portadora de flechas dos dardos de diferente efecto;
el uno hace huir al amor, el otro lo produce. El que lo produce es de oro
y resplandece su afilada punta; el que lo hace huir es romo y tiene la
caña guarnecida de plomo. Éste fue el que clavó el dios en la ninfa,
hija del río Peneo, mientras que con el otro hirió hasta la médula de
Apolo después de atravesarle los huesos.
En el acto queda el uno enamorado; huye la otra hasta del nombre del
amor y se complace en las espesuras de las selvas y en los despojos de
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las fieras que cautiva, émula de la virginal Ártemis; una cinta sujetaba sus cabellos abandonados en desorden. Muchos la pretendieron,
pero ella rechaza a sus pretendientes y, libre de marido al que no soportaría, recorre los parajes más solitarios de los bosques y desdeña enterarse de lo que es el Himeneo, el Amor o el lazo conyugal. Muchas
veces le dijo su padre: «Un yerno me debes, hija». Muchas veces le dijo
su padre: «Me debes nietos, hija mía». Ella, que odiaba como un crimen las antorchas nupciales, mostraba su bello rostro teñido de avergonzado rubor y, en los brazos acariciantes de su padre y colgada de
su cuello, le decía: «Concédeme, padre mío querido, poder disfrutar de
una virginidad perpetua; también a Diana se lo concedió su padre».
Él desde luego atendió a sus ruegos; pero a ella su mismo atractivo le
impide lograr lo que desea, y su hermosura se opone a sus anhelos.
Febo está enamorado, ha visto a Dafne y ansía unirse a ella; lo que
ansía, espera conseguirlo, y le engañan sus propios oráculos. Y como
arden las pajas livianas una vez despojadas de las espigas, así se
encendió en llamas el dios, así se quemaba su corazón entero y con sus
esperanzas alimentaba un amor estéril. Advierte que sus cabellos le
caen por el cuello sin aliño y se dice: «¿Y si se los peinara?». Ve sus
ojos que resplandecen como ascuas y semejantes a estrellas, ve su boca,
que no basta con ver; se extasía con sus dedos y manos, con sus brazos y con sus antebrazos desnudos en más de la mitad; y las partes
ocultas las supone mejores aún.
Pero ella huye más veloz que la brisa ligera, y no se detiene a estas
palabras con que él la llama: «Ninfa, por favor, Peneide, detente; no
soy un enemigo que te persigo; detente, ninfa. Así huye la cordera del
lobo, así la cierva del león, así las palomas, con las alas revoloteando
del águila, cada una de sus enemigos; el amor es el motivo que tengo
para seguirte. ¡Desgraciado de mí! No vayas a caerte de bruces, no
vayan las zarzas a señalar tus piernas que no merecen ser heridas, y
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no vaya yo a ser causante de tu dolor. Son fragosos los parajes por
donde te precipitas; no corras tanto, yo te lo pido, y modera tu huida;
también yo te seguiré más despacio. Pero entérate de a quién gustas;
no es un habitante del monte, no soy un pastor, no un ser repelente
que guarde aquí vacas o rebaños de ovejas. No sabes, temeraria, no
sabes de quién huyes, y por eso huyes. A mí me obedecen como esclavas
la tierra de Delfos y Claros y Ténedos y la residencia real de Pátara;
Júpiter es mi padre; por mediación mía se revela tanto lo que será como
lo que ha sido y lo que es; gracias a mí suena el canto en armonía con
las cuerdas. Infalible es mi flecha, desde luego, pero hay una que lo es
aún más que la mía, y que ha causado una herida en mi corazón
antes intacto. Invento mío es la medicina, en todo el mundo se me
llama auxiliador, y el poder de las hierbas me está sometido. ¡Ay de mí,
porque ninguna hierba es capaz de curar el amor, y no sirven de nada
a su señor las artes que sirven a todos los demás!».
Aún iba a seguir hablando cuando Dafne huyó a la carrera, despavorida, y al abandonarlo dejándolo con la palabra en la boca, aun
entonces le pareció agraciada; el viento le descubría las formas, las brisas que se le enfrentaban agitaban sus ropas al choque, y un aura
suave le empujaba hacia atrás los cabellos; con la huida aumentaba
su belleza. Pero el joven dios no puede soportar por más tiempo dirigirle en vano palabras acariciantes, y, obedeciendo a los consejos de su
mismo amor, sigue sus huellas en carrera desenfrenada.
Corren veloces el dios y la muchacha, él por la esperanza, ella por el
temor. Sin embargo, el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es
más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y
echa su aliento sobre los cabellos de ella que le ondean sobre el cuello.
Agotadas sus fuerzas, palideció; vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira a las aguas del Peneo y dice: «Socórreme, padre; si los
ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la
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que he gustado en demasía». Apenas acabó su plegaria cuando un
pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas
van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen
transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento
antes tan veloces quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea
copa posee el lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que
de ella queda.
Aún así sigue Febo amándola, y apoyando su mano en el tronco percibe cómo tiembla aún su pecho por debajo de la corteza reciente; y
estrechando en sus brazos las ramas, como si aún fueran miembros,
besa la madera; pero la madera huye de sus besos. Y el dios le habla
así: «Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás
mi árbol; siempre te tendrán mi cabellera, mi cítara, mi aljaba; y lo
mismo que mi cabeza permanece siempre juvenil con su cabellera
intacta, lleva tú también perpetuamente el ornamento de las hojas».
Terminó de hablar Apolo; el laurel asintió con sus ramas recién
hechas, y parecía que, como si fuera una cabeza, agitaba su copa.
(OVIDIO, Metamorfosis I, 452-567, traducción de A. Ruiz de
Elvira).
A esta historia, G. Bernini (1622-1624) le dedicó un impresionante grupo escultórico en mármol a tamaño natural
(Galleria Borghese, Roma).
Eros y Psique. Eros, el hijo de Afrodita, era el dios griego del
amor. En multitud de leyendas se le representa como un niño,
pero en la época de esta historia se había convertido en un
joven muy hermoso. Con su arco y su aljaba, siempre llena de
flechas, tenía el poder de inocular el amor tanto a los dioses
como a los hombres. Quien fuese rozado por su flecha se enamoraba inmediatamente de la primera persona que veía.
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—Dime, Eros –le dijo un día Afrodita–. ¿He envejecido? ¿Me
han salido arrugas en la piel? ¿Hay hilos blancos en mis cabellos?
Eros se quedó desconcertado. No era el tipo de pregunta que
esperaba de una mujer considerada como el símbolo mismo
de la belleza, y que además lo sabía. No entendía la pregunta
de su madre, pero respondió sinceramente:
—Nadie es más hermosa que tú y nadie lo será jamás. ¿Acaso
el mismo Paris no relegó a Hera y Atenea al segundo lugar?
¿Pero a qué viene esta pregunta?
—No dudaba de tu respuesta –dijo Afrodita, sonriendo–, pero
parece que la mortal Psique no está de acuerdo. He oído de
fuentes autorizadas que pretende ser más hermosa que yo. Se
jacta de ser como la luna y yo una estrella lejana que palidece
ante el esplendor de sus rayos.
—Por lo menos se expresa poéticamente –observó Eros, aunque Afrodita no hizo caso de la observación.
—Hay que castigarla. Vete a buscarla y atraviesa su corazón
con tu flecha, pero asegúrate de que cerca de ella haya algún
ser horrible. Quiero que sufra por amor a la más abominable
criatura del mundo.
Eros no estaba impaciente por llevar a cabo su misión: intentó convencer a su madre, pero al fin se vio obligado a ceder.
Cuando fue a buscarla, Psique estaba durmiendo en un
prado, rodeada de flores, y quedó tan impresionado por su
belleza que tropezó en una piedra y cayó junto a ella. La
punta de una de sus flechas le arañó una pierna y, aun antes
de que comprendiera lo que había pasado, descubrió que
estaba perdidamente enamorado de ella.
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Sabía que tenía que tener mucho cuidado. Afrodita no debía
descubrir nada de su amor, y así decidió esconder su verdadera identidad incluso a Psique. Aquella noche fue a verla.
—Nuestro amor será el más grande que nunca haya existido
–le bisbiseó en la oscuridad–. Ven y seremos tan felices como
no es posible imaginar.
—¿Pero quién eres tú para hablarme de ese modo? –le preguntó la joven, más fascinada que alarmada.
—No me preguntes eso. Todas las noches, cuando las aves
rapaces comiencen a volar por el cielo oscuro, yo estaré contigo, pero no tendrás que mirar nunca mi rostro ni intentar
descubrir mi nombre. Ten confianza en mí.
Y así, todas las noches Eros y Psique se amaban, y todas las
mañanas, antes de que el sol saliera por el oriente, el joven se
marchaba.
Pasaron los días y Psique recibió la visita de sus hermanas. Se
escandalizaron un poco con la historia de la nueva vida de
Psique, pero en el fondo la envidiaban.
—También podías haberle echado una miradita rápida siquiera con el rabillo del ojo –dijo una de las hermanas.
—Yo no podría soportar no saber quién es –añadió la otra.
—A lo mejor es un monstruo horrible con siete cabezas –la
acosó de nuevo la primera.
—¡O tiene cuernos como una cabra!
Horror tras horror, sus palabras salían descontroladas de su
imaginación. Psique se limitaba a sonreír.
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Sin embargo, aquella noche no conseguía librarse de las insinuaciones de sus hermanas. Sentía en su corazón que no
podían ser verdaderas, pero, aunque no lo fueran, había deseado tantas veces ver a aquel maravilloso ser que venía a verla
en la oscuridad... Hasta entonces había sido fiel a su promesa.
Pero ¿qué mal habría en echar sólo una ojeada?
—Oh diosa del amor, tú puedes comprender mis sufrimientos
–le suplicó–. He perdido el bien más precioso que tenía y sólo
por mi curiosidad. Ayúdame, te lo ruego. Ya he sido bastante
castigada por mi ligereza.
A la mañana siguiente se despertó antes del alba y de puntillas
bajó a buscar una lámpara. Cuando Psique volvió, el joven
estaba todavía durmiendo: levantó la luz, y lo que vio la colmó
de felicidad, porque el joven era mucho más bello de cuanto
había imaginado. ¡Cómo iba a burlarse de las dudas y sospechas de sus hermanas!
—El joven que amas es mi hijo Eros. ¿Por qué va a amar un
dios a una muchacha tan sosa como tú? Es posible que vuelva
a ti, pero sólo si haces exactamente lo que yo te diga.
Eros se movió y aun en sueños se cubrió el rostro con un
brazo. Psique tuvo miedo de que se despertase y, como no
quería ser descubierta, apagó la luz a toda prisa, pero una
gota de aceite hirviendo cayó sobre el brazo de Eros, el cual
abrió inmediatamente los ojos y la vio.
Al joven se le ensombreció el rostro, pero no dijo nada; se
levantó en silencio y dejó la estancia. Psique rompió a llorar.
Aquella mañana sus hermanas notaron que tenía los ojos enrojecidos y le hicieron varias preguntas sin recibir respuesta.
Llegó la noche, y ella se quedó sola en su lecho, escuchando
todos los ruidos nocturnos. El más mínimo sonido la hacía
sobresaltarse, pero luego se desvanecía en la nada. Se dio
cuenta de que su enamorado no volvería.
Pasaron varios meses, tristes y largos meses, y Psique anduvo por
el mundo buscándolo, hasta que, desesperada, se dirigió a
Afrodita.
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Los dioses no perdonaban fácilmente cuando habían sufrido
alguna ofensa, y Afrodita no era una excepción.
Psique asintió esperanzada, pero no sabía aún que las pruebas
serían muy difíciles para una muchacha como ella. Como primera prueba, Afrodita la llevó a un granero, donde había un
gran montón de trigo, centeno y cebada.
—¿Ves esta simiente? Tal como está no sirve para nada. Separa
el trigo del centeno y de la cebada y haz tres montones separados. Cuando hayas terminado ven a verme.
Psique se sentó en el suelo y puso manos a la obra. Pero enseguida se dio cuenta de que aunque viviera mil años no sería
capaz de terminarlo. Después de una jornada de trabajo se preguntó si no valía la pena confesar su incapacidad. De pronto
algo atrajo su atención.
A la luz del último rayo del sol, que ya estaba poniéndose,
vio avanzar por el pavimento un pequeño ejército de hormigas. Al llegar al montón de grano se dividieron en tres
columnas: las hormigas del primer grupo se ocupaban del
trigo; las del segundo, del centeno, y las del tercero, de la
cebada. Apretando los granos entre sus minúsculas patitas,
iban y venían hacia adelante y hacia atrás. Entretanto, los
montones empezaban a crecer. Ya muy entrada la noche ter-
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minaron y se fueron tan silenciosamente como habían venido.
Afrodita se enfureció cuando se enteró de que el trabajo
había sido terminado en tan poco tiempo, y no podía comprender la razón. Ni siquiera Psique podía explicarse lo que
había sucedido; ¿acaso Eros, compadecido, había enviado a
las hormigas en su ayuda?
Afrodita, al ver el trabajo realizado, sospechó que no podía ser
obra de sus mortales manos y le impuso una nueva prueba:
—¿Ves allá abajo –le dijo– aquel bosque, cuyos últimos arbustos se reflejan en las aguas del río? Allí pastan unas ovejas cuyos
vellones brillan como el oro. Tráeme inmediatamente uno.
Afligida, Psique estaba decidida a arrojarse al río desde una
roca para acabar con sus penas. Pero entonces, una caña
verde le dijo desde el cauce del río:
—Psique, aunque sometida a tan crueles pruebas, no mancilles la santidad de mis aguas con tu muerte, pero no te acerques ahora a las ovejas: cuando reflejan los ardientes rayos del
sol están rabiosas, y con sus acerados cuernos, su testuz de roca
e incluso con sus mordiscos envenenados atacan a los mortales
hasta matarlos. Espera a que caiga el sol y las ovejas descansen,
y entonces te bastará sacudir las ramas de los árboles para
encontrar la lana de oro, pues queda diseminada por el bosque enredada en la espesura.
Tampoco esta vez quedó conforme Afrodita, y le mandó una
tercera prueba, más difícil todavía: traerle una jarrita de agua
helada de una fuente tenebrosa, cuyas aguas negruzcas alimentaban la laguna Estigia y la estruendosa corriente del
Cocito. La prueba era realmente imposible. La fuente estaba
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protegida por dragones, y hasta las mismas aguas, que sabían
hablar, se defendían a sí mismas gritando sin parar. Pero el
águila de Zeus, que debía a Eros algunos favores, cogió la jarrita entre sus garras y, balanceándose sobre sus pesadas alas,
extendidas como remos a derecha e izquierda, pasó entre los
dragones, engañó a las aguas y consiguió la jarrita de agua
para Psique.
Como última prueba, Afrodita la mandó descender al mundo
de ultratumba para buscar un cofrecito lleno de amor. Psique
se encontró a Orfeo de regreso de su trágico viaje, y por ello
supo dónde estaba el estrecho pasadizo que conducía al
Hades. No perdió tiempo y partió para su misión.
Como había sido enviada por Afrodita, Caronte y Cerbero la
dejaron pasar sin hacerle preguntas, y muy pronto la joven fue
llevada a presencia de la reina de los infiernos.
—Afrodita tendrá su cofrecito –dijo Perséfone, después de
haber escuchado el relato–. Pero lo que contiene el cofrecito
es sólo para ella. Ninguna otra persona debe abrirlo.
La diosa le entregó la arqueta y la joven emprendió el viaje de
regreso. Mientras se acercaba al oscuro pasadizo para volver a
subir, las palabras de Perséfone le daban vueltas en la mente.
La tentación de ver lo que había dentro del cofrecito se iba
haciendo cada vez más fuerte. Sólo de pensar en el poder que
aquella arqueta podía conferirle olvidó por completo que la
curiosidad ya había arruinado su vida con Eros. Quizá pudiera reconquistar el amor de su enamorado.
Apenas llegó a la luz del sol, la joven levantó la tapa. En vez de
amor, el cofrecito contenía sueño eterno. Psique se dejó caer
sobre la hierba, cerró los ojos y se durmió. Zeus se apiadó de
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ella y la llevó al cielo junto a Eros. Y quizá sigue allí, tendida
entre las flores, como cuando Eros la vio por vez primera. (M.
GIBSON, Monstruos, dioses y hombres de la mitología griega).
Eco y Narciso. La ninfa Eco se había sentado al sol en una
colina no lejos de Atenas. Con la cabeza echada hacia atrás y
los ojos cerrados gozaba las caricias de la brisa sobre sus mejillas y dejaba que el sol acariciase su rostro. Sus rubios cabellos
le caían por los hombros y ondeaban al viento dulcemente.
Poco a poco, Eco se inclinó hacia adelante, cogiéndose las
rodillas entre las manos y mirando los árboles de un bosquecillo que había a sus pies. Un poco más allá, en la ladera rocosa, había una bandada de abubillas. Con sus picos cortos y
corvos estaban buscando hormigas en el terreno seco y arenoso. El marrón claro de sus plumas contrastaba vivamente
con el verde de los árboles.
Cuando la ninfa se puso de pie, volaron para volver a posarse
en otro sitio. Eco las siguió con la mirada y luego se adentró
entre la sombra de los árboles. Le pareció oír voces. Sí, un
hombre y una muchacha estaban hablando. Decidió ver quiénes eran sin darse a conocer. Sospechaba un encuentro
romántico y no podía resistir la curiosidad de averiguar si la
muchacha era una de sus amigas.
Se movió con precaución para ir a colocarse detrás de un
matorral que le permitiera ver sin ser vista. En un pequeño
claro, sentada en la hierba, había una ninfa que conocía,
pero cuando se dio cuenta de que el brazo que la ceñía era
el del poderoso Zeus, Eco empezó a retroceder llena de
miedo. Temía la reacción de Zeus si la sorprendía espiándole, y sólo cuando estuvo a una distancia razonable se sintió
aliviada.
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Pero otra vez empezó a latirle con fuerza el corazón: una señora alta y hermosa se dirigía hacia ella. Eco la conocía: era la
reina de los cielos, la esposa de Zeus. La expresión de su rostro no era precisamente de alegría.
—Dime, ninfa. ¿Has visto pasar a mi marido y quizá acompañado? Creo que tiene que estar por aquí y necesito encontrarlo.
—¿Cómo podré responder si no sé quién es? –dijo Eco.
Naturalmente, Eco sabía la respuesta, pero temía verse
envuelta en una contienda entre Zeus y Hera. Sus peleas eran
famosas y la gente hacía lo posible por no entrometerse. Hera
la miró fijamente, sospechando que no era tan inocente como
parecía.
—Bueno, mi marido es Zeus. No me digas que tú, una ninfa,
no lo conoces.
—Ahora que sé quién es, creo que lo conozco –respondió
Eco–. He estado dando vueltas por el bosque toda la mañana
y no me he encontrado con nadie.
Hera se dejó convencer y se volvió por donde había venido. Al
llegar al Olimpo, echó una mirada hacia abajo y vio a su marido y a la ninfa que paseaban por el bosque mano sobre mano.
La expresión de su rostro cambió inmediatamente. Estaba
claro que la ninfa la había engañado, y eso tenía que pagarlo.
La maldijo, condenándola al silencio, de modo que no pudiera pronunciar más que las últimas palabras de las frases de los
demás que le llegasen al oído.
En aquel tiempo, vivía en aquella misma parte del país un
joven llamado Narciso, hijo del río Cefino y de la ninfa
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Liríope. Era Narciso tan hermoso, que todas las muchachas
que lo veían se enamoraban irremediablemente de él. Pero su
madre lo había echado a perder: le había repetido una y otra
vez que era demasiado guapo para andar perdiendo el tiempo con las muchachas del lugar, y Narciso se lo creyó hasta volverse desdeñoso. Creció su vanidad hasta tal punto, que decidió que ninguna mujer de la tierra era digna de él.
Muy pronto sus amigos, que no podían soportar su presunción, lo abandonaron. Narciso se quedó solo, aunque satisfecho con la compañía de sí mismo. Un día, la ninfa Eco, ahora
triste y solitaria figura reducida al silencio, mientras estaba
paseando por el bosque en que se había encontrado con
Hera, lo vio y comprendió al instante que Narciso era el amor
de su vida.
Se acercó, deseosa de comunicarse con él, pero el joven le
indicó con señas que se alejara. Estaba imaginando que era un
dios y no quería que nadie turbara su sueño.
—Déjame solo, muchacha –le dijo con desprecio–. ¿No ves
que me estorbas?
—... me estorbas –repitió la ninfa.
—¿Qué yo te estorbo? ¡Vamos, no digas tonterías!
—¡... tonterías! –continuó Eco.
—Eres una insolente. Si supieras quién soy, serías más amable.
Ya va siendo hora de que las ninfas aprendáis a tener más respeto.
—... amor –asintió la muchacha.
—Justo lo que pensaba. Eres como las demás. Ya no me queda
más que decirte adiós –concluyó Narciso, alejándose.
—... adiós –contestó Eco.
Narciso atravesó las espesuras de los árboles y se detuvo junto
a una fuente que había en el claro. Las aguas de las lagunas
cercanas estaban limpias, inmóviles, tersas como un espejo.
Tenía sed y se inclinó para beber. Pero se quedó como aturdido: su imagen reflejada en el agua le hizo creer que había
encontrado a la persona más bella que jamás hubiera podido
imaginar.
Se quedó admirado, más encantado cada vez. Luego empezó
a hablar, pero aunque los labios de la imagen se movían no le
llegaba ningún sonido. Se inclinó entonces para besarla. Pero
el agua, al moverse, despedazó los contornos de la imagen y la
hizo desaparecer.
Narciso se quedó perplejo. Luego, cuando la laguna recobró
su inmovilidad, el rostro volvió a aparecer con nitidez en toda
su belleza. El joven se inclinó de nuevo para darle otro beso;
lo intentó por tercera vez, pero inútilmente. La imagen desaparecía y parecía huir de él.
—¡Me has rechazado! –gritó desesperado–. ¡No puedo vivir sin ti!
Y diciendo esto, tomó el puñal y se hundió la afilada hoja en
el corazón.
—... más respeto –respondió la ninfa.
—¡Adiós, amor! –dijo mientras caía.
—Eso está mejor. Pero vosotras, las muchachas, no vais buscando más que el amor.
—¡... amor! –repitió como un eco una voz lejana entre los
árboles.
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Narciso murió. Aunque vanidoso y egoísta, había sido un
joven muy hermoso y los dioses se entristecieron ante el pensamiento de verlo desaparecer para siempre. Entonces convirtieron todas sus gotas de sangre en una flor.
Desde entonces hay una flor que lleva el nombre del infortunado joven y crece perfectamente a las orillas de las fuentes.
El final de Narciso está relatado de un modo bellísimo en el
libro III de las Metamorfosis. La última voz que despidió, mirando al agua como solía, fue: «¡Ay, joven en vano amado!», y las
mismas palabras repitió el lugar; dijo «adiós», y «adiós» respondió Eco. Dejó caer su cansada cabeza sobre la verde hierba y la muerte cerró aquellos ojos que admiraban la hermosura de su señor. Y aún en la laguna Estigia se contemplaba
atentamente luego que fue recibido en el imperio de Plutón.
Le lloraron las Náyades, sus hermanas, y le ofrecieron los
cabellos que se habían cortado sobre su sepulcro. Lloraron
también las Dríades, y Eco corresponde a su llanto. Disponían
ya la hoguera, la leña partida y el féretro; pero en ninguna
parte encuentran el cadáver y, en su lugar, hallaron una flor
roja ceñida de unas hojas blancas. (M. GIBSON).
Hero y Leandro. Hero y Leandro eran dos jóvenes habitantes
de sendas ciudades costeras del Helesponto: Hero, de Sesto y
Leandro, de Abido. Sesto estaba en la costa tracia, mientras
que Abido se localizaba en la costa de Asia Menor. Entre
ambas ciudades mediaba el mar, que precisamente en aquella
parte llegaba a su máxima angostura: según los cálculos de los
antiguos, eran aproximadamente siete estadios, es decir, unos
mil doscientos cuarenta y tres metros, los que separaban las
dos poblaciones (hoy algo más, unos mil ochocientos metros,
por la erosión que ha sufrido el litoral). Pues bien, con oca-
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sión de las fiestas de Afrodita celebradas en Sesto, donde la
bellísima Hero ejercía como sacerdotisa de la diosa, se
encuentran ambos en el templo y Leandro se enamora instantáneamente de la muchacha. Se le declara y consigue felizmente provocar en ella el mismo sentimiento. En aquélla, su
primera entrevista, acordaron verse a escondidas, de noche,
en la torre costera, donde Hero vivía aislada, por voluntad de
sus padres, con la única compañía de una sirvienta. Leandro
fue fiel a su cita diariamente durante un cierto tiempo; cruzaba a nado cada noche el brazo de mar que lo separaba de su
amada, mientras ella lo alumbraba y guiaba con un candil
desde su atalaya; gozaban ambos de sus furtivas relaciones y, al
rayar el alba, volvía Leandro a su ciudad, de modo que nadie
se percató de sus amores mientras duraron. Hasta que, entrado el invierno, una noche de tempestad acabó con la vida del
amante nadador e, indirectamente, con la de Hero, quien, a
la mañana siguiente, al ver el cadáver de Leandro sobre la
playa, se arrojó desde la torre también ella y murió con él.
Eran extraños y fueron amantes. Él era de otras playas y ella
también. Sólo el mar les servía de camino. Y su gozo estaba
más allá del mar. Ella vigilaba en la torre con su lámpara, con
sus ojos fieles en las aguas del estrecho. Leandro era un delfín
todas las noches rumbo al amor solícito de Hero; y al alba
regresaba a su ciudad. Pero vino una noche de truenos y huracanes, el viento apagó el candil, las olas insensibles inundaron
el cuerpo del nadador, y la mañana descubrió sobre la arena
–cuenta Museo– los cuerpos jóvenes, lívidos, de los dos amantes. (V. CRISTÓBAL, Amores míticos).
Acis y Galatea. Fruto de Fauno y de la ninfa Simétide (hija del río
Simeto) fue Acis, gozo inmenso de su padre y de su madre, pero mayor
aún para mí, pues sólo a mí se unió él. Hermoso, y con su octavo cum-
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pleaños por segunda vez celebrado, llevaba las tiernas mejillas marcadas por un tenue bozo: a él buscaba yo, y a mí el Cíclope Polifemo, sin
punto de reposo. Mira, si me preguntas qué era en mí más apasionado, si el odio al Cíclope o el amor a Acis, te lo diré: ambos eran iguales. ¡Oh, cuán grande es el poder de tu reino, Venus bienhechora!
Porque aquel ser bestial, espantable hasta para las mismas selvas, a
quien ningún extraño pudo ver impunemente y despreciador del gran
Olimpo, y con él de sus dioses, supo lo que es el amor, y presa de violenta pasión arde en ella, olvidado de sus ganados y de sus cuevas. Y
ya te preocupas de tu figura, y ya tratas de agradar, ya peinas con un
rastrillo, Polifemo, tus cabellos tiesos, ya te place recortarte con una
hoz la erizada barba, y contemplar en el agua tu rostro feroz y acicalarlo; cesan tu afición a la matanza, tu salvajismo y tu sed infinita
de sangre, y llegan ya y se marchan sin peligro los bajeles.
Durante esa época arribó Télemo al siciliano Etna, Télemo el
Eurímida, a quien ningún ave de agüero hizo engañarse nunca, y
dirigiéndose al terrible Polifemo le dijo: «el ojo único que llevas en
medio de la frente, te lo arrebatará Ulises». Se echo a reír y habló así:
«Oh el más necio de los adivinos, te engañas; la Nereida Galatea me
lo ha arrebatado ya». Así desdeña él vanamente a quien le anuncia
la verdad y, o bien camina por la playa, que hace trepidar bajo sus
pasos de gigante, o bien cansado vuelve a sus cuevas tenebrosas.
Se alarga hacia el mar un risco en forma de cuña de prolongada punta,
cuyos flancos están bañados por las marinas ondas que los circundan.
A él subió el salvaje Cíclope y se sentó en medio; sus lanudas reses le
seguían sin que nadie las guiase. Después de poner ante sus pies el pino
que le servía de cayado, propio para servir de soporte a veleras antenas,
y de echar mano a una zampoña formada de cien cañas ensambladas,
todos los confines de los montes percibieron sus pastoriles silbidos, y las
ondas los percibieron. Escondida yo bajo una roca y descansando en los
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brazos de mi Acis, con mis oídos recogí a lo lejos las siguientes frases,
palabras que oí y he retenido:
«Oh Galatea, más blanca que las hojas de la nevada alheña, más florida que los prados, más espigada que el estirado sauce, más brillante que el cristal, más juguetona que el cabrito, más pulida que las
conchas que el agua continua desgasta, más agradable que los soles
del invierno, que la sombra del verano, más noble que las manzanas,
más distinguida que el plátano alto, más resplandeciente que el hielo,
más dulce que la uva madura, más blanda que las plumas del cisne
y la leche cuajada, y si no me huyeras, más hermosa que un jardín
regado. Y al mismo tiempo, Galatea, más cruel que los novillos sin
doma, más dura que una encina añosa, más falsa que el agua, más
escurridiza que las ramas del sauce y las vides blancas, más inconmovible que estos peñascos, más impetuosa que los ríos, más orgullosa que el alabado pavo real, más cruel que el fuego, más erizada que
las espinas, más salvaje que la osa preñada, más sorda que los mares,
más furiosa que una serpiente a la que se ha pisado, y, lo que principalmente quisiera poderte quitar, más huidiza no ya que el ciervo
agitado por claros ladridos sino incluso que los vientos y la brisa
veloz.
«Aunque si me conocieras bien, sentirías haber huido de mí, censurarías tú misma tu propia tardanza y te esforzarías por retenerme: poseo
una cueva, parte de una montaña, suspendida en la roca viva, en la
cual ni se nota el sol en pleno verano ni se nota el invierno; poseo frutas que cargan sus ramas; poseo uvas semejantes al oro en prolongadas viñas, y también otras de color purpúreo: para ti las reservo, unas
y otras. Tú misma con tus manos cogerás blandas fresas brotadas en
las sombras del bosque, tú misma cerezas silvestres de otoño, y ciruelas, no sólo las que por su negro jugo presentan un tono cárdeno, sino
también las de clase superior, y que semejan cera reciente.
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«Siendo yo tu esposo no te faltarán ni castañas ni frutos del madroño: todos los árboles estarán a tu servicio. Este ganado es todo mío; y
muchas son las cabras que andan por los valles, muchas las que oculta la selva, muchas las que se recogen en las cuevas; y no podría yo,
si acaso me lo preguntaras, decirte cuántas hay; propio de pobres es
contar el ganado. En cuanto a la prosperidad de estas reses, no te fíes
de mí; tú misma puedes ver, delante de ti, cómo apenas pueden abarcar entre las patas las hinchadas ubres. Hay también un producto
menor, corderos en tibios apriscos, y luego, de la misma edad, cabritos
en otros apriscos. Siempre dispongo de leche como la nieve; de ella conservo una parte para beber, y el resto lo solidifica el líquido cuajo. Y
no dispondrás sólo de placeres ordinarios y obsequios vulgares, como
gamos, liebres y cabras, o un par de palomas, o un nido arrancado de
la copa de un árbol. Descubrí dos cachorros gemelos de una peluda
osa, que podrían jugar contigo, y tan parecidos que difícilmente se los
distinguiría. Los descubrí y dije: «ésos los guardaré para mi dueña».
«Y ahora, saca ya del mar azul tu espléndida cabeza, ven ya, Galatea,
y no desdeñes mis obsequios. Porque yo me conozco bien, y hace poco
me he visto reflejado en las límpidas aguas, y al verme me ha gustado
mi propia imagen. Contempla lo corpulento que soy; no es mayor que
mi cuerpo Júpiter en el cielo (puesto que soléis hablar de que reina un
tal Júpiter); una cabellera abundantísima se derrama sobre mi fiero
semblante y sombrea como un bosque mis hombros. Y no estimes feo el
que mi cuerpo esté erizado de una apretada espesura de rígidas cerdas:
feo es un árbol sin hojas, feo un caballo si la crin no cubre su blonda
cerviz; el plumaje protege a las aves, y a las ovejas las hermosea su
lana; a los hombres les cuadra la barba y las cerdas hirsutas».
«Un solo ojo tengo en mitad de la frente, pero semejante a un inmenso escudo. ¿Y qué? ¿No lo ve todo desde el cielo el gran Sol? Sin embargo, el Sol no tiene sino un disco. Añade que en vuestro mar es rey mi
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padre; a él te doy por suegro. Sólo te pido que te apiades de mí, que
escuches mis humildes súplicas, porque sólo a ti me rindo yo; y yo, que
desprecio a Júpiter y al cielo y al rayo destructor, a ti te venero, Nereida;
tu cólera es más temible que el rayo. Y además, para mí sería más tolerable este desdén tuyo, si fueras esquiva para todos; mas ¿por qué,
rechazando al Cíclope, amas a Acis y a mis abrazos juzgas preferible
a Acis? Pero está bien: que ése se agrade a sí mismo y te agrade, mal
que me pese, a ti, Galatea; con sólo que se me ofrezca ocasión, ya se
dará cuenta de que mis fuerzas están en proporción con mi enorme
cuerpo; he de arrancarle vivas las entrañas, y he de cortar y esparcir
sus miembros por los campos y por tus ondas (¡que sea así como a ti se
una!). Porque estoy ardiendo, y el fuego, agitado, se desborda con más
violencia, y me parece que se ha trasladado y llevo en mi corazón el
Etna con sus fuegos; y tú, Galatea, no te conmueves».
Después de haber manifestado tales quejas en vano (porque yo lo veía
todo), se levanta y, como un toro enfurecido a quien han arrebatado la
vaca, no puede permanecer inmóvil y vaga por la selva y por los riscos
familiares, hasta que el monstruo, de improviso y cuando nada temíamos, nos ve a mí y a Acis, y grita: «Os he visto y os aseguro que éste
va a ser vuestro último encuentro de amor». Y era su voz todo lo imponente que había de ser la de un Cíclope irritado; con aquel alarido se
estremeció el Etna. Yo entonces, aterrorizada, me sumergí en el mar de
inmediato. Acis había vuelto la espalda y dándose a la fuga, decía:
«Socórreme, Galatea, por favor; socorredme, padres, y acoged en vuestro reino a quien está a punto de perecer». Le sigue el Cíclope y le arroja un trozo que arranca del monte y, aunque sólo le alcanza la punta
misma del peñasco, da con Acis entero por suelo. Entonces yo (lo único
que el destino me permitía hacer) conseguí que Acis recuperara las fuerzas de sus antepasados. De la mole manaba sangre color de púrpura y
en un breve espacio de tiempo comenzó a perder su rojez; toma el color
de un río enturbiado por las primeras lluvias, y poco a poco se torna
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claro. Luego la mole quebrada se entreabre y por sus grietas aparecen
cañas lozanas y la cóncava abertura de la roca resuena con aguas saltarinas. De pronto, ¡oh prodigio!, surge hasta la cintura un joven ceñido de juncos entrelazados en sus nacientes cuernos. De no ser porque
era más grande y su cara de un color azul de mar, aquel joven era Acis.
Pero así y todo era Acis convertido en río, y sus aguas conservaron su
antiguo nombre. (OVIDIO, Metamorfosis XIII, 750-897).
Procris y Céfalo. Procris era mi esposa; su padre, Erecteo, rey de
Atenas, la unió a mí: feliz me llamaban y lo era, pero no lo quisieron
así los dioses; en otro caso, quizá seguiría siéndolo ahora. Corría el
segundo mes después de los ritos del matrimonio, cuando, estando yo
tendiendo las redes a los ciervos astados, desde la más alta cima del
siempre florido Himeto me ve la dorada Aurora, al amanecer, después
de ahuyentadas las tinieblas, y contra mi voluntad me rapta.
Permítaseme expresar la verdad y que la diosa me perdone: aun cuando ella es admirable por su rostro de rosas, aun cuando ocupa el lindero entre el día y la noche, aun cuando se nutre de aguas de néctar, yo
amaba a Procris; en mi corazón estaba Procris, y Procris siempre en mi
boca. Yo hablaba de vínculos matrimoniales y de abrazos inéditos y de
tálamos recientes y de las primeras alianzas de un lecho abandonado.
Se apiadó la diosa y dijo: «Cesa en tus lamentos, ingrato; ¡ten a
Procris! Pero, si mi mente ve el porvenir, querrás no haberla tenido».
Y encolerizada me devolvió a ella. Regresaba yo considerando en mi
interior las advertencias de la diosa, y me acometió el temor de que mi
esposa no hubiera guardado bien las leyes del matrimonio: su belleza
y juventud me ordenaban creer en el adulterio, su carácter me impedía
creerlo; pero, aun así, yo había estado ausente y todo lo tememos los
que amamos. Decido, para mi mal, investigar y atentar con obsequios
a su casta firmeza; la Aurora estimula estos temores míos y cambia mi
figura (creí advertirlo).
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Entro, sin que se me pueda reconocer, en la Atenas de Palas, y penetro
en mi casa; mi casa misma estaba libre de culpa y ofrecía indicios de
pureza y estaba angustiada por el rapto de su dueño; con dificultad y
gracias a mil tretas conseguí el acceso hasta la Eréctide. Al verla quedé
maravillado y casi abandoné el plan concebido para probar su fidelidad; apenas pude contenerme para no confesarle la verdad, apenas
para no darle besos como hubiera debido. Triste estaba ella (pero aun
así ninguna puede haber más hermosa que ella en su tristeza), y
sufría el dolor de la ausencia del esposo que le habían arrebatado.
¿Para qué contar cuántas veces su virtuosa entereza rechazó mis incitaciones, cuántas veces me dijo «Para uno solo guardo mis goces»?
¿Para qué hombre en su sano juicio no habría sido bastante grande
aquella prueba de su fidelidad? ¡Yo no me doy por satisfecho y hurgo
en mis propias heridas! Cuando, hablándole de darle una fortuna por
una noche y aumentando aún mis promesas, la obligué al fin a vacilar, grito entonces yo, desgraciado farsante: «Por desgracia es un falso
adúltero el que tienes delante. ¡Era tu propio marido! ¡Estás cogida,
pérfida, por mi propio testimonio!».
Nada dijo ella; solamente, doblegada por callada vergüenza, huye de
su traidor hogar a la vez que de su mal esposo; y, odiando, por su resentimiento hacia mí, el linaje entero de los hombres, vagaba por los montes ocupándose en las tareas de Diana. Entonces a mí, abandonado,
me acometió una pasión impetuosa que llegaba hasta los huesos, le
pedía perdón y confesaba mi falta, así como que también yo habría
podido sucumbir a semejante culpa por el ofrecimiento de regalos, si
tan grandes regalos me hubieran ofrecido. Una vez que así lo declaré,
considerando ella que había vengado la anterior afrenta a su virtud,
se entrega de nuevo a mí y pasa en armonía conmigo unos dulces años.
A lo largo de nuestros primeros años, yo era justamente feliz con mi
esposa y ella era feliz con su marido. La mutua solicitud y el amor de
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nuestra unión nos poseía a los dos, y ella no hubiera preferido el tálamo de Júpiter a mi amor, ni a mí había ninguna que me cautivase
aunque viniese la misma Venus; iguales ardores inflamaban nuestros
corazones. Apenas el sol rozaba las cimas con sus primeros rayos, solía
yo ir a cazar animosamente a los bosques y no solían ir conmigo sirvientes ni caballos ni perros de sutil olfato, ni acompañarme las nudosas redes de lino: estaba yo seguro con mi jabalina; pero cuando mi
diestra estaba saciada de mortandad de fieras, buscaba yo el frío y las
sombras y la brisa que salía de los frescos valles: en busca de la brisa
suave iba yo, acalorado, la brisa era lo que esperaba, y ella era el descanso de mis fatigas. «Brisa», (bien me acuerdo) «ven», solía yo cantar, «Confórtame y entra en mi regazo, deliciosa, y ten la gentileza de
aliviar, como sueles hacerlo, los ardores que me tuestan».
Puede ser que añadiera yo (a ello me arrastraba mi destino) más palabras cariñosas, y que acostumbrara a decir «Tú eres mi gran encanto,
tú me reconfortas y me animas, tú haces que ame las selvas y los parajes solitarios, y que ese aliento tuyo siempre lo aspire mi boca».
Aquellas palabras ambiguas llegaron, engañándolos, a los oídos de
alguien que pensó que el nombre, tantas veces pronunciado, de la
brisa, era el de una Ninfa: y cree que una Ninfa es objeto de mi amor.
Y al punto, delator irresponsable de una culpa supuesta, va a ver a
Procris y le cuenta los susurros que ha oído de mi lengua. Crédula
cosa es el amor: cayó, según se me indica, desvanecida por repentina
angustia; y cuando, tras largo tiempo, volvió en sí, se llamó desgraciada, mujer de adverso destino, se lamentó de mi inconstancia, y,
espoleada por una culpa inexistente, temió lo que no es nada, temió
un nombre sin cuerpo, y sufre la pobre como si se tratara de una rival
verdadera. Muchas veces, sin embargo, duda, y tiene la esperanza, en
medio de su inmensa aflicción, de engañarse, y rehúsa dar crédito a
la denuncia, y no está dispuesta a condenar las faltas de su marido
si ella misma no las ve. Las siguientes luces de la Aurora habían desa-
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lojado a la noche: salgo, me dirijo a la selva, y, tendido, una vez vencedor, por la hierba, dije: «Brisa, ven y alivia mi fatiga».
Y de repente creí oír, en medio de mis palabras, no sé qué gemidos; aun
así dije: «Ven, preciosa». Las hojas caídas hicieron de nuevo un leve
rumor, y yo creí que era una fiera y lancé mi volandera jabalina: era
Procris, y apretando la herida en medio del pecho grita: «¡Ay de mí!».
Cuando reconocí la voz de mi fiel esposa, a su voz corrí, presuroso y
horrorizado. Moribunda la encuentro, sucios de sangre los vestidos en
desorden, e intentando arrancar de la herida la jabalina (¡desgraciado de mí!), levanto delicadamente en mis brazos su cuerpo más querido que el mío, y, desgarrándome la ropa desde el pecho, ligo sus tremendas heridas y trato de contener la hemorragia y le suplico que no
me abandone convertido en un criminal por su muerte. Desprovista de
fuerzas, y a punto ya de morir, Procris consiguió decirme estas pocas
palabras: «Por los vínculos de nuestro matrimonio, por los dioses del
cielo y por los míos, por el bien que pueda yo haberte hecho y por el
amor que aún ahora, al morir, conservo y es la causa de mi muerte, te
pido suplicante que no permitas que la Brisa se haga esposa en mi propio tálamo». Así dijo, y entonces fue cuando comprendí yo, y se lo hice
saber a ella, que se trataba de una confusión de nombre. ¿Pero de qué
servía hacérselo saber? Se derrumba, y sus pocas fuerzas huyen a la
vez que su sangre, y mientras aún puede mirar algo, me mira a mí, y
en mí y en mi boca exhala su desventurado espíritu; aunque, por la
expresión más plácida de su rostro, pareció morir tranquila. (OVIDIO,
Metamorfosis VII, 836-862).
Tisbe y Píramo. Píramo era el más bello de los jóvenes y Tisbe sobresalía entre las muchachas que tenía el Oriente. Ocupaban dos casas
contiguas, allí donde se dice que Semíramis ciñó de muros de tierra cocida su elevada ciudad. La vecindad les hizo conocerse y dar los primeros pasos; con el tiempo creció el amor; ellos habrían querido celebrar la
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legítima unión de la antorcha nupcial, pero se opusieron los padres;
mas, y a eso no podían oponerse, por igual ardían ambos con cautivos
corazones. Ningún confidente hay entre ellos, por señas y por gestos se
hablan, y cuanto más ocultan el fuego, más se enardece el fuego oculto.
La pared medianera de ambas casas estaba hendida por una delgada
grieta que se había producido antaño, durante su construcción. El
defecto, que nadie había observado a lo largo de los siglos, –¿qué no
notará el amor?– vosotros, amantes, fuisteis los primeros en verlo, y lo
hicisteis camino de vuestra voz; y así solían pasar seguras a su través,
y en tenue cuchicheo, vuestras ternezas. Muchas veces, cuando de una
parte estaba Tisbe y de la otra Píramo, y habían ellos percibido mutuamente la respiración de sus bocas, decían: «Pared envidiosa, ¿por qué
te alzas como obstáculo entre dos amantes? ¿Qué te costaba permitirnos unir por entero nuestros cuerpos, o, si eso es demasiado, ofrecer al
menos una abertura para nuestros besos? Pero no somos ingratos; confesamos que te debemos el que se haya dado a nuestras palabras paso
hasta los oídos amigos».
Y después de hablar así en vano y separados como estaban, al llegar
la noche se dijeron adiós, y dio cada uno a su parte besos que no llegaron al otro lado. La aurora siguiente había ahuyentado las nocturnas
luminarias, y el sol había secado con sus rayos las hierbas cubiertas de
escarcha; se reunieron en el lugar de costumbre. Y entonces, después
de muchos lamentos murmurados en voz baja, acuerdan hacer en el
silencio de la noche la tentativa de engañar a sus guardianes y salir
de sus puertas, y, una vez que estén fuera de sus hogares, abandonar
también los edificios de la ciudad; y, para evitar el riesgo de extraviarse en su marcha por los anchos campos, reunirse junto al sepulcro
del rey Nino y ocultarse a la sombra del árbol. Un árbol había allí,
cuajado de frutos blancos como la nieve, un erguido moral, situado
en las proximidades de un frío manantial.
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Este plan adoptan; y la luz del día, que les pareció tardar en alejarse,
se sumerge en las aguas, y de las mismas aguas sale la noche.
Hábilmente en medio de las tinieblas hace Tisbe girar la puerta en su
quicio, sale, engaña a los suyos, con la cara tapada llega a la tumba,
y se sienta bajo el árbol convenido; el amor la hacía atrevida. He aquí
que llega una leona con el hocico espumeante embadurnado de sangre
de unos bueyes que acaba de matar, y con la intención de apagar su
sed en las aguas de la vecina fuente. La babilonia Tisbe la vio de lejos,
a los rayos de la luna, y con pasos asustados huyó a una oscura
cueva; y al huir, cayó de su espalda un velo que dejó abandonado.
Una vez que la feroz leona hubo aplacado con abundante agua su
sed, al volver al bosque se encontró el tenue velo sin su dueña, y con
su boca ensangrentada lo desgarró.
Píramo salió más tarde, vio en el espeso polvo huellas seguras de una
fiera, y palideció su semblante entero; pero cuando encontró también
la prenda teñida en sangre, dijo: «Una sola noche acabará con los
enamorados; de los dos, ella era la más digna de una larga vida,
mientras que mi alma es culpable; yo he sido quien te he perdido, infortunada, yo que te he mandado venir de noche a un lugar terrorífico,
y no he venido aquí el primero. Despedazad mi cuerpo y devorad a fieros mordiscos estas vísceras criminales, oh leones todos que habitáis
bajo esta roca. Pero es de cobardes desear la muerte». Coge del suelo el
velo de Tisbe, lo lleva consigo a la sombra del árbol de la cita, y después de dar lágrimas y besos a la conocida prenda, dice: «Recibe ahora
también la bebida de mi sangre». Y hundió en sus ijares el hierro que
llevaba al cinto, y sin tardanza se lo arrancó, moribundo ya, de la
ardiente herida, quedando tendido en tierra boca arriba; la sangre
salta a gran altura, no de otro modo que cuando en un tubo de plomo
deteriorado se abre una hendidura, que por el estrecho agujero que
silba lanza chorros de agua y rasga el aire con su persecución. Los frutos del árbol toman, por las cruentas salpicaduras, un tinte oscuro, y
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la raíz, humedecida en sangre, matiza de color púrpura las moras que
cuelgan.
dos, conserva las señales de nuestra ruina, y ten siempre frutos negros
y propios para el luto, en memoria de nuestra doble sangre».
He aquí que, sin estar libre de miedo todavía, pero para no hacer
defección a su amante, vuelve Tisbe, busca al joven con los ojos y con
el alma, y arde en deseos de contarle el enorme peligro de que se ha
librado; y si bien reconoce el lugar y la forma del árbol que ha visto,
con todo la hace dudar el color del fruto; quédase perpleja sobre si será
el mismo árbol. Mientras vacila, ve que unos miembros temblorosos
palpitan sobre el suelo ensangrentado; retrocedió, y con el semblante
más pálido que el boj sufrió un estremecimiento semejante al del mar
que susurra cuando una leve brisa roza su superficie. Mas una vez
que, poco después, reconoció a su amor, se maltrata con sonoros golpes
los brazos que no lo merecían, se arranca los cabellos, y abrazando el
cuerpo amado inundó de lágrimas sus heridas y mezcló su llanto con
la sangre; y estampando sus besos en el rostro helado gritó: «Píramo,
¿qué desventura me ha dejado sin ti? Píramo, respóndeme; es tu adorada Tisbe quien te llama; escúchame y yergue tu cabeza abatida».
Dijo, y colocando la punta de la espada bien por debajo de su pecho,
se dejó caer sobre el hierro que aún estaba tibio de la otra sangre. Sus
súplicas conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres; pues el
color del fruto, una vez que está bien maduro, es negruzco, y lo que
resta de sus piras descansa en una única urna. (OVIDIO,
Metamorfosis IV, 53-166, traducción de A. Ruiz de Elvira).
Al nombre de Tisbe levantó Píramo los ojos, sobre los que gravitaba ya
la muerte, y después de verla a ella, los volvió a cerrar. Cuando ella
reconoció su prenda, y vio el marfil desprovisto de su espada, exclamó:
«¡Tu propia mano te ha dado muerte y tu propio amor, infortunado!
Para esto sólo tengo yo también una mano fuerte, y tengo también
amor que me dará fuerzas para herirme. Iré tras de ti que ya has perecido, y de tu muerte se dirá que he sido yo trágica causa y compañera;
y tú, a quien sólo la muerte ¡ay! podía arrancarme, ni aun la muerte podrá arrancarte de mí. Una cosa, sin embargo os han de pedir las
súplicas de los dos, oh infelicísimos padres mío y suyo, que a aquellos
a quienes unió un fiel amor y la última hora, no les rehuséis ser sepultados en la misma tumba. Y tú, árbol, que con tus ramas das sombra
ahora al pobre cuerpo de uno solo, pero pronto la darás a los de los
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Dido y Eneas. Dido (llamada también Elisa) es hija de un rey
fenicio, que les lega su reino a ella y a su hermano Pigmalión.
Dido se casó con su rico tío Sicarbas (o Acerbas o, en Virgilio,
Siqueo). Dicho Sicarbas fue asesinado por Pigmalión, quien
codiciaba sus riquezas. Dido embarcó clandestinamente con
un número de fieles llevándose consigo los tesoros.
Desembarcó en la costa norteafricana, donde el rey indígena
Yarbas estaba dispuesto a cederle una porción de tierra, tan
grande como pudiera abarcar una piel de bovino. Cortando la
piel en tiras sumamente finas, consiguió una gran superficie
en propiedad. Fundó Cartago y fue su primera reina. Yarbas
pretendió su mano y por su rechazo –puesto que ella había
jurado por lealtad a su marido asesinado que nunca se casaría
con otro hombre– la amenazó con declarar la guerra a la ciudad. Entonces Dido se suicidó en una pira.
Así es la versión más antigua de la historia, sólo conocida gracias al historiador romano Justino del siglo II d. de C. Virgilio
trenza una adaptación de este relato dentro de su Eneida. En
esta versión, Eneas desembarca en la costa de Cartago a causa
de una tormenta y Dido lo recibe hospitalariamente. Afrodita
y Eros despiertan en Dido el amor por el troyano. Cuando una
tormenta sorprende a los dos durante una partida de caza y
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buscan amparo en una gruta, ella se le entrega. Viven entonces como marido y mujer hasta que Yarbas se dirige indignado
a Zeus, porque Dido ha renunciado a su promesa de lealtad
hacia su esposo asesinado, no por él sino por Eneas. Zeus, a
través de Hermes, hace saber en términos severos a Eneas que
su misión es colocar en Italia los cimientos para un reino y
que tiene que romper la relación con Dido: una orden que
Eneas ejecuta obedientemente aunque a su pesar. Cuando
Dido ve partir la flota de Eneas, hace que su hermana Ana
levante una hoguera, teóricamente para quemar todo lo que
le recuerda a Eneas, y busca entonces la muerte en esta pira.
Cuando más tarde Eneas desciende al reino de los muertos, el
espíritu de ella, en su furia y amargura, se aparta de él. El relato de Dido, punto álgido del dramatismo en la Eneida de
Virgilio, lo trata Ovidio en Las Heroidas en forma de una carta
de Dido a Eneas, la cual alcanza una gran repercusión en el
arte figurativo del último periodo del Imperio romano. (E. M.
MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Euridice una profunda reforma de la ópera, eliminando todos
los gorgoritos y adornos superfluos que los divos exigían a los
autores para su lucimiento personal, al afirmar que la única
regla que seguiría para componerla sería la de reforzar una
expresión grande e intensa, emocionar el corazón y excitar las emociones. Trabajó codo con codo con Calzabigi, el libretista, para
conseguir la tan ansiada fusión de poesía y música.
El mito de Orfeo, como no podía ser menos, tratándose del
músico mítico por excelencia, ha tenido un lugar destacado
en la historia de la música, en especial en el género que combina música, poesía y drama, esto es, en la ópera.
Posteriormente, destacan las óperas de Haydn, L’anima del filosofo, y Offenbach, Orphée aux enfers.
Monteverdi había recibido el encargo del Duque de Mantua
de poner música al mito de Orfeo, deseoso de revivir el teatro
griego y lo que éste había logrado: la síntesis armoniosa entre
música y palabras. Por su Orfeo (1607), Monteverdi se considera el verdadero padre del bel canto.
Entre los siglos XVII y XVIII se escribieron más de cincuenta
óperas sobre Orfeo, la más célebre de las cuales ha sido la de
Gluck. Este compositor se había propuesto con su Orfeo ed
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Se estrenó en Viena en 1762 y obtuvo un éxito clamoroso, por
su gran belleza musical y la calidad lírica del libreto. La pieza
más famosa es el aria que canta Orfeo en el acto III: Que faró
senza Euridice?, cuando pierde a su amada para siempre; en
ella el autor logra un dramatismo, una intensidad y una emoción pocas veces conseguidos en la historia de la ópera.
Otros pasajes notables los constituyen el coro de las Furias:
Qui mai dell’Erebo?, cuando Orfeo entra en los Infiernos al
principio del acto II, y, en el mismo acto, el extraordinario
canto de los espíritus felices en los Campos Elíseos.
2. La poesía lírica
Aproximación inicial
Originariamente, se llamó poesía lírica a aquella que se cantaba acompañada de un instrumento musical, la lira, por lo
general.
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Tras la división de los tres grandes géneros poéticos en épica,
lírica y drama, se llamó lírica al género literario en el que
domina el sentimiento subjetivo del poeta. Dentro de la lírica,
los poemas son de extensión reducida y de temática variadísima, pues expresan toda la gama de sentimientos humanos, si
bien los temas amorosos ocupan un lugar preponderante. Se
habla de varios subgéneros como la elegía, el epigrama, el
yambo o la lírica coral.
Un tópico (del griego tópos, «lugar») es un lugar común, un
asunto o tema de conversación muy utilizado o al que se recurre habitualmente al hablar o escribir. Así pues, los tópicos
literarios son aquellos temas recurrentes a lo largo de la historia de la literatura, como la fugacidad de la vida, el goce de
la juventud, etc.
Un mecenas es un protector de las letras y las artes. El vocablo
procede de Cayo Cilnio Mecenas, consejero de Augusto (69-8
a. de C.) y hombre de gran riqueza, quien se rodeó de importantes hombres de letras, como Virgilio, Horacio, Propercio...,
y los protegió.
Información
La poesía lesbia fue un fenómeno aislado que no tuvo imitadores
hasta que despertó la simpatía de Catulo y Horacio. Los poetas
normales en Grecia eran profesionales que confeccionaban
poemas épicos, odas, himnos, poesías líricas, tragedias o comedias para algún concurso o representación pública. Eran los
maestros del pueblo, y el tema de sus composiciones era esencialmente su historia, o, mejor, su prehistoria con toda la floración de mitos. La poesía lesbia y la helénica de Calímaco, Filetas
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y otros sirvieron de trampolín para la nueva generación romana; pero todas las influencias sociales y literarias son de segundo orden comparadas con el genio de Catulo (87-57 a. de C.).
Fue hijo de un prominente ciudadano de Verona; se le educó
esmeradamente y se le envió a Roma con el propósito indudable de comenzar su carrera política, atacando brillantemente
a cierto malandrín que ocupaba un puesto muy elevado.
Describe Catulo cómo su amigo Licinio Calvo, vástago de una
noble familia romana y a quien él admiraba como alma del
grupo, se conquistó un nombre fustigando a Vatinio, partidario de Julio César. Aquel círculo de amigos compenetrados
ideológicamente pudo desafiar los gustos populares y tradicionales. Catulo se puso a escribir sátiras contra César, una
con su amigo Calvo; y acabó por sentir que su vocación le llevaba a considerar la poesía como el destino de su vida y no
sólo como un pasatiempo ocasional, igual que le ocurriría después a Virgilio.
Parece que esto se debió a que su amor por Lesbia fue muy
diferente de las breves aventuras sentimentales de su amigo.
Estas jóvenes podían poseer un grado de erudición comparable al de la segunda Safo con un gusto más refinado que las mismas
musas, pero Lesbia era casi seguro la gran matrona de una
familia distinguida, mujer de un cónsul, divorciada de su marido anterior, de gran ingenio y encanto, con chispa y sal,
pero amoral, irresponsable y frívola. Estaba Catulo en casa de
su amigo Alio cuando se le presentó Lesbia como una diosa,
como su querida. Esta temática que luego desarrolló Propercio
–el servitium a una domina–, y que llegaría a ser un tópico en
la poesía posterior, empezó con Catulo, el cual de hecho invirtió el sentido usual de las relaciones en la poesía erótica grie-
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ga. Los poetas helénicos describen la pasión incontenible de
las amantes, no de los amantes.
Catulo se aplica a sí mismo lo que Safo contaba de sí misma
–el seudónimo Lesbia es una alusión a Safo de Lesbos–.
Catulo se compara a Juno cuando ésta tuvo que soportar las
infidelidades de Júpiter. Además, él quería que su amor y el de
Lesbia durasen para siempre y fuesen algo mucho mayor que
la pasión. Cuando ella le ofrece un afecto eterno, se agarró a
esta promesa como a un clavo ardiendo, e intentó ahogar sus
temores con un cúmulo de palabras grandilocuentes que culminaron con el vínculo eterno de una inviolable amistad, y ya sabemos por el poema treinta el sentido de seriedad que daba él a
la amistad. En otro poemita, simboliza su concepto de amor
utilizando una comparación única en la literatura antigua: su
amor hacia Lesbia es como el afecto que siente un padre por
sus hijos, sus hijas y sus yernos –en el caso del amor paterno,
o afecto, usa la palabra diligere, muy diferente de amare–.
En otra poesía realiza la misma distinción entre el amor y la
«benevolencia», bene velle. Al parecer, Catulo deseaba casarse
con Lesbia en cuanto muriese su marido. Pero el amor pasional que celebraban los poetas no tenía nada que ver con el
matrimonio. La composición setenta nos da una idea de la
forma en que Catulo supo comunicar un sentido personal a
un tema calcado de Calímaco. Éste refiere el juramento que
prestó un tal Calignoto a una tal Jonis y cómo lo quebrantó,
porque los dioses no registran los juramentos de los amantes.
Catulo sustituye a Calignoto por su Lesbia –mulier mea– y a
Jonis por sí mismo, y refuerza el juramento con una hipérbole: aunque el propio Júpiter viniera a cortejarla. A esto
alude también en la composición setenta y dos. Así, lo que
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podría parecer algo impersonal lo incorpora Catulo a la historia de su propio amor, de esa pasión de intensidad incontenible que le invadió desde su primer arrebato de amor por
Lesbia hasta su traición y la de sus falsos amigos, convertidos
en rivales; así como desde la reconciliación hasta la nueva
infidelidad.
En su repudio final vuelve al metro sáfico y termina con una
comparación: ha caído cortado como una flor tronchada por la reja
del arado. La misma comparación que recogería Virgilio al describir la muerte de Eurialo, que cayó también tronchado más
joven que Catulo. El poema setenta y seis es una plegaria vigorosa y solemne desarrollada en veintiséis estrofas elegíacas: en
ella implora ayuda para librarse de su amor, esa horrible enfermedad. En el poema ocho desarrolla el mismo tema en un estilo más ligero y tristemente irónico. Aquí Catulo descarga
sobre sí la pesada maza del escazonte –el trote de los yámbicos terminado con el espondeo del último pie–, y se presenta
como un «melancólico clown» atenazado por la alternativa de
repudiar su amor o de volverse a él con todo el impulso de su
anhelo. Es muy característica su manera de dirigirse a sí
mismo y de referirse a su propia persona como Catulo, en tercera persona. Supo combinar, paradójicamente, la jovialidad
y el humorismo de los alejandrinos con la intensidad y sinceridad de una pasión desesperada. Si la poesía es la clara expresión de sentimientos encontrados, como dijo Auden, Catulo
fue el primero que pulsó esta cuerda moderna. Podía sentir
intensamente y analizar fríamente, como en los poemas
ochenta y tres y noventa y dos, donde deduce el amor que le
profesa Lesbia de la obsesión con que le traiciona y de la identidad de sus sentimientos: Mi Lesbia me maldice, me nombra a
todas horas: apuesto la cabeza a que me adora...
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En el poema ochenta y cinco acertó a expresar en un solo
pareado, con la simplicidad de un arte consumado, el choque de sus sentimientos. Es el famoso odi et amo. Era éste un
conceptismo helénico, expresado muchas veces con ingenio,
pero Catulo supo darle una sinceridad punzante en la que se
transparenta toda su pasión por Lesbia.
mite conocer que Clodia se casó relativamente tarde para las
costumbres de la época; en efecto, cuando murió su padre,
aún estaba soltera y es de suponer que no porque le faltasen
pretendientes. Clodia era bella, el resplandor de sus ojos era
tal que amigos y enemigos la llamaban Boopis, «grandes ojos»
(el sobrenombre de Hera, la esposa de Zeus).
Esta espontaneidad y naturalidad transparente, y al parecer
sin artificio, tanto de ésta como de otras muchas poesías cortas de Catulo, junto con su exquisita claridad, ha dado lugar a
creer que en Catulo hay dos poetas irreconciliables: el hijo
espontáneo de la naturaleza que escribía buena poesía cuando no intentaba presentarse como un alejandrino erudito, y
mala, cuando lo intentaba. Pero tener esta visión es desconocer el arte supremo de las poesías ocasionales que parecen
nacer como las flores silvestres, sin cultivo. Catulo sabía exactamente cuándo debía emplear el lenguaje más sencillo de la
conversación corriente y cuándo la pomposidad poética tradicional.
Aparte de estos datos, ¿qué sabemos de ella? Que en el año
63 a. de C. es la esposa de Quinto Cecilio Metelo Celere, destacado hombre político que se convertirá en cónsul en el 60 a.
de C. y morirá en el 59 a. de C. Dos años más tarde tiene lugar
la fecha del encuentro entre Clodia, que entonces tenía treinta y tres años, y Catulo, casi diez años más joven que ella. Y es
precisamente Catulo una de las fuentes que tradicionalmente
ha servido de base para comprender algo sobre ella, sobre su
modo de vivir. Pero Catulo estaba locamente enamorado
de Clodia y en la misma medida locamente celoso; sintiéndose traicionado, la amaba y la odiaba al mismo tiempo, como
dice uno de sus célebres versos (odi et amo). No era, y no es
por tanto, una fuente objetiva.
Apenas tenemos espacio más que para mencionar la variedad y
el encanto de otras poesías ocasionales de Catulo que no tienen
nada que ver con Lesbia: el velero, Sirmio, los epigramas satíricos, el puente en Colonia, aparte de los muchos poemitas salvajemente obscenos o ferozmente agresivos. El único tema que
nunca trató Catulo fue la filosofía (C. A. WATTS, Los romanos).
Clodia era hermana de Clodio, ex tribuno y jefe de un grupo
que apoyaba violentamente la política de los Populares y, en
particular, la de César. De su vida sabemos poco con certeza,
poco más que alguna fecha. Para empezar, el año de su nacimiento, el 94 a. de C. Después, el año de la muerte de su
padre, el 76 a. de C., una fecha que nos interesa porque per-
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Éste es el problema cuando se trata de Lesbia. Pocas veces las
fuentes son tan descaradamente tendenciosas. Poco importa si
por amor, como en el caso de Catulo, o por otras razones (sobre
todo, políticas), como en el caso de Cicerón, el otro hombre
que nos habla de ella. Pero después volveremos a Cicerón.
Comencemos ahora por Catulo. Nos planteamos un problema
preliminar. ¿Podemos creer la narración de su amor? Dicho de
otro modo, lo que cuenta Catulo ¿es un verdadero amor o
–como algunos sostienen– son sus versos el fruto de una imaginación poética que describe el objeto del amor, reproduciendo
los modelos literarios?
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Los que apuestan por la segunda hipótesis sostienen, como
lógica consecuencia, que es imposible reconstruir el carácter
de Lesbia sobre la base de sus poesías. Pero, si acaso se debe
desconfiar de Catulo, no es porque él no describa un amor
auténtico. Catulo no es fiable más bien porque es un enamorado que no consigue entender a la mujer que ama.
Es cierto que Clodia debía de ser una mujer difícil de comprender; demasiado difícil quizá, no sólo para Catulo y para
algún otro hombre de su época, sino incluso para muchos
hombres bastante más próximos a nosotros en el tiempo.
Precisamente por esto, porque no consiguió entenderla, es
por lo que Catulo insulta a Clodia, describiéndola en ocasiones como una mujer desenfrenada, situada en los límites de la
depravación. Clodia es por tanto un tópico, pero no necesariamente literario. Es el estereotipo, hondamente enraizado
en la mentalidad masculina, de la mujer que, al afrontar una
relación, rechaza o desilusiona cualquier pretensión de exclusividad.
La historia que se desprende de las poesías de Catulo es la historia de un amor que es, a la vez, continua incomprensión;
pero que, a pesar de esto, o quizá por esto precisamente, hace
vivir a sus protagonistas momentos de intensísima pasión. Por
ejemplo, la que se describe en el celebérrimo canto de los mil
besos. A veces es Lesbia la que pide estos besos, la que quiere
que Catulo le haga saber cuántos serán suficientes para saciarlo. Pero con la pasión se alternan su frialdad, los abandonos,
los distanciamientos que en ciertos momentos parecen definitivos.
Lo cierto es que Lesbia, no se sabe cuántas veces, después de
abandonar a Catulo, vuelve con él. En ocasiones lo insulta, y
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Catulo ve en los insultos una prueba de amor. A veces descarga feroces invectivas contra él en presencia de su marido;
¿quizá para tranquilizarlo? ¿Quizá para reírse de él? Y Catulo
continúa alabando a Lesbia, a su belleza. Pero el suyo es un
amor envenenado, odi et amo. Y es en estos momentos, cuando
cree que el amor se ha terminado definitivamente, cuando
está decidido a hacerlo terminar también dentro de sí, cuando Catulo lanza la más terrible de las invectivas: que se complazca ampliamente en sus trescientos amantes. Que los abrace a todos a la vez, aunque no ame a ninguno. Que les reviente las entrañas...
Una Lesbia increíble, un estereotipo tan banal que desconcierta: A aquella Lesbia a la que he amado / más que a ninguna otra
y más que a mí mismo, / es fácil encontrarla en cualquier esquina, en
cualquier callejuela / masturbando a todos los hijos del gran padre
Remo. Sin embargo, ha habido quien ha creído que Lesbia era
tal y como la describe Catulo. Aún no hace muchos años (y, a
veces, todavía hoy) en la mayoría de las publicaciones, Lesbia
aparece como una mujer lujuriosa, inmoral, ávida de placer y
de poder. Alguno incluso (es sólo un ejemplo) ha llegado a
verla como una «mujer vampiro», una mujer que necesitaba las
traiciones como el aire, que engañaba al marido con el amante... y al
marido y al amante con cualquier pisaverde. Angustiaba a todos, en
ocasiones con su odio, más aún con su amor, reservándose el privilegio de cada infidelidad, buscando ansiosamente los abandonos, los
rechazos, los definitivos olvidos (E. CICCOTTI, 1895).
Un estereotipo, decíamos. Pero, aunque dicho estereotipo se
rechace, es posible conformarse una idea de Lesbia a partir
de las poesías de Catulo. De estos versos, una vez depurados del
veneno de los celos y las incomprensiones, emerge una mujer
que, al parecer, amó a su vez a Catulo. Pero lo amó a su mane-
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ra, y no como Catulo quería ser amado. Lo amó como ama
una mujer libre y, se diría, feliz de vivir; cruel quizá, pero,
consciente o inconscientemente, suele ocurrir a los enamorados. Las infamias de las que Catulo acusa a Lesbia se encuadran, por tanto, en el marco y en el juego que contrapone a
menudo a los dos combatientes en una guerra de amor. Uno
pide amor eterno y exclusivo; el otro ofrece un amor, si no
ocasional, menos comprometido. Éste parece ser el problema entre Catulo y Lesbia.
Pero, por detrás de este estereotipo, parece dibujarse una
figura real de mujer fuerte, autónoma, y desde luego voluble
en el amor. Voluble, al parecer, antes, durante y después de su
relación con Catulo. Terminada ésta, Clodia se convierte en la
amante de Celio Rufo; al menos, según la reconstrucción de
Cicerón, que proyecta una imagen de Lesbia tan sombría que
vuelve inofensivas las peores invectivas de Catulo.
En efecto, Cicerón atribuía todo tipo de perversidad a Clodia,
entre otras cosas, la definía «Clitemnestra», un nombre que
era sinónimo de asesina, y además quadrantaria, «mujer de
cuatro perras». Por no hablar del rumor que él se ocupó de
difundir, según el cual Clodia habría sido la amante de su hermano Clodio y habría envenenado a su marido para heredar
sus bienes y darse a la buena vida.
Pero de nuevo se trata de acusaciones sin fundamento, y tampoco en esta ocasión es difícil entender la causa. Cicerón era
acérrimo enemigo de Clodia por motivos familiares. Clodio,
el hermano de ella, era su más odiado rival político. La imagen más sombría que presentó de Clodia tuvo lugar con ocasión de un discurso pronunciado durante un juicio, en el año
56 a. de C., en defensa de Celio Rufo, ex amante de Clodia;
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en aquel proceso, Clodia actuó como testigo propuesta por
los acusadores de Celio (por tanto, en contra de Celio).
Clodia, decía Cicerón, había sido la amante de Celio y cuando éste la dejó, perdida ya toda esperanza de reconquistarlo,
había jurado venganza. Precisamente por esto, Clodia, tergiversando la realidad de los hechos, sostenía que Celio había
tomado posesión de sus joyas y había intentado matarla.
Volcado en la defensa de Marco Craso, Cicerón (cuya arenga,
de entre las de los abogados que intervinieron en la causa, es
la única que nos ha llegado) había dado la vuelta a la situación. De acusadora, Clodia pasó a ser acusada. Es cierto que
Celio había mantenido una relación con ella, pero ¿podía
derivarse una culpa de esto? Una vez muerto su marido, en
lugar de aguardar la vejez y la muerte (un punto importante
éste en la defensa de Cicerón, como veremos luego), se había
dado a la buena vida, frecuentando a las personas más indignas. Su casa de Roma, los jardines a lo largo del Tíber, las
calles mismas fueron testigos de una conducta desvergonzada.
Clodia se comportaba, hablaba y vestía como una prostituta. Por
no referirse a lo que sucedía en su villa de Bayas, junto a Nápoles: festejos en la playa, banquetes, comilonas, intrigas amorosas, cantos, excursiones en barca, orgías en las que hasta los
esclavos participaban. Nadie podía considerar a Celio culpable.
En su juventud, todos habían frecuentado a las prostitutas; no
sólo Celio sino también nuestros maiores; también los antiguos
padres que hicieron grande a Roma. Cicerón dijo: si alguno considerase la conveniencia de que se prohíba que los jóvenes se relacionen
con prostitutas, entraría en conflicto con las viejas costumbres, y con
cuanto se permitió a nuestros antepasados. ¿Acaso existió algún tiempo
en que no se hizo esto? ¿Cuándo se reprobó? ¿Cuándo no se permitió?
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Sólo faltaban dos datos para completar el retrato de Clodia y
Cicerón no los olvidó. Posiblemente, en un momento pasado
la mujer envenenó a su marido, y durante toda la vida fue la
amante de su hermano.
mo tiempo el periodo de la viudez, suicidándose inmediatamente, o poco después de la muerte del marido, como ilustran
los casos de Porcia, Cornelia o Arria, un patrón que, bien pensado, si se hubiera difundido más allá de ciertos límites, podría
haber originado serios problemas sociales, pero al cual obviamente (y por suerte) no todas las viudas se adecuaban. Sólo
algunas lo hicieron, e inmediatamente su nombre entraba en
la historia. (E. CANTARELLA, Pasado Próximo).
Al fin y al cabo, los testimonios de los esclavos de Clodia no
tenían ningún valor. Después de participar en los excesos de
su dueña, ésta los liberó para comprar su complicidad.
Ante esta situación, una vez que Clodia fue puesta en su sitio,
a Cicerón sólo le quedaba recrearse en las virtudes y en los
méritos de Celio: excelente retórico, administrador público
de gran valía, apreciadísimo por Pompeyo. Los romanos no
debían, no podían permitir que uno de sus mejores conciudadanos fuese víctima de una venganza innoble, urdida por
una mujer incalificable.
Actividades
1.
Rufo fue absuelto. Clodia contaba entonces treinta y ocho
años, y a partir de ese momento no se tienen más noticias
sobre su persona.
¿Qué decir de ella a la luz de estos testimonios? Sin duda se
había alejado, y mucho, del modelo femenino que los antiguos
ejemplos continuaban propagando. Era muy distinta del
patrón que los romanos habían propuesto y seguían proponiendo a las viudas, y no sólo hasta la época en que Lesbia
vivió, sino incluso después. Lesbia, que era precisamente una
viuda, se había distanciado de este modelo de un modo excesivamente clamoroso. Pero para comprender hasta qué punto, y
darse cuenta de las causas que provocaron las reacciones de sus
conciudadanos, hay que contemplar más de cerca cómo se suponía (y se quería) que se comportasen las viudas. El modelo
de viuda más elevado era el de la mujer que reducía a brevísi-
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La escultura de A. Cánova Eros y Psique (1787-1793), que
encabeza el tema, es la más conocida entre todas las que
reproducen el mito. El autor la subtituló El beso de la vida, el
beso de la muerte, dotando a los personajes mitológicos de la
carga simbólica que se hallaba ya encerrada en sus nombres
(«Amor» y «Alma-Mariposa»).
Las otras ilustraciones reproducen pinturas de L. AlmaTadema, pintor inglés (1836-1912), especialista en escenas
de la Antigüedad grecolatina. En estos cuadros recrea, con
un estilo realista y meticuloso, así como con una gran sensualidad, la vida lujosa y despreocupada de la alta sociedad
romana, en particular las mujeres de la época imperial.
4.
a1) Cnosia remite a Ariadna, nacida en Cnosos (Creta),
mientras que se refiere a Andrómeda como joven cefea por
Cefeo, su padre. Liber es el Dioniso itálico, con el cual
quedó identificado desde muy temprano, pues su nombre,
que significa «libre», se relacionó con uno de los sobrenombres de Dioniso: Lieo, «el liberador o el que desata».
b2) Véase el Breve diccionario de mitología y Cultura clásica 1
(«El culto privado a los dioses»).
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b4) Ya hemos visto que, por su relación con Dafne, el laurel
pasa a ser el árbol de Apolo, dios de los músicos y poetas.
6.
a y b1) La metáfora rosa y azucena remite a la tez blanca y
sonrosada de la amada, por tanto, a su belleza juvenil. Sin
embargo, a la vez, la flor roja y la flor blanca simbolizan las
dos caras del amor: la primera, la pasión, y la segunda, la ternura, el amor espiritual, como confirman las series de adjetivos y verbos del tercer y cuarto verso, con los que se relacionan semánticamente (así, rosa se relaciona con ardiente y
con enciende, mientras que en la serie opuesta azucena se
corresponde con honesto y refrena).
La primavera ha sido desde siempre una metáfora de la plenitud y belleza de la juventud, frente al viento helado del invierno, que deshoja la rosa, remitiendo a la vejez y la muerte.
Actividades de refuerzo
3.
Tanto en Grecia como en Roma el estatus de las mujeres fue
el de eternas menores de edad, ya que siempre estuvieron
sometidas a la autoridad de un varón, el padre, el marido, el
hermano mayor o, en su defecto, cualquier otro pariente.
Las mujeres carecían, pues, de derechos políticos y jurídicos. Como ya vimos, el matrimonio era el estado al que aspiraban. Las obligaciones de las mujeres casadas eran gobernar la casa, vigilar el trabajo de las esclavas y cuidar de los
hijos varones mientras eran niños y de las hijas hasta que se
casaban. Su ocupación habitual era el hilado y el tejido.
tir a determinadas fiestas religiosas. Una excepción a esta
situación la constituían las mujeres espartanas, ya que a lo
largo de toda su vida gozaban de una gran libertad y, dado
que sus esposos vivían acuartelados y dedicados totalmente
a la vida militar, ellas se responsabilizaban de todo lo referente a la economía y administración de la casa.
Con todo, hay excepciones tanto en Grecia como en Roma,
y hubo mujeres que, a pesar de las trabas que la sociedad les
imponía, fueron grandes artistas (como la poetisa Safo de
Lesbos) o tuvieron gran influencia en la política (como
Aspasia en Atenas o Livia en Roma).
El divorcio en la Antigüedad clásica suponía siempre que los
hijos se quedaban con el padre y éste tenía que devolver la
dote de su esposa. En Grecia, el marido podía divorciarse sin
alegar motivo alguno. La falta de hijos podía ser causa de
repudio y el adulterio probado de la esposa obligaba prácticamente al marido a divorciarse o ser censurado socialmente. También el padre de una mujer casada podía provocar el
divorcio de su hija para casarla con otro hombre. El caso
extremo lo constituían las hijas únicas, ya que, en caso de
fallecimiento de su padre, se convertían en herederas y
entonces el pariente varón más próximo podía exigir su
divorcio para casarse con ella y administrar así el patrimonio
familiar. Las mujeres, sólo en caso de recibir malos tratos
por parte del marido, podían recurrir al arconte para pedirle que disolviera su matrimonio. En Grecia la mujer divorciada estaba socialmente mal vista.
En la Grecia antigua las mujeres pasaban su vida en el gineceo, la parte de la casa reservada para ellas. No acompañaban a sus maridos en sus distracciones y sólo salían para asis-
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3. Léxico
8.
Actividades
10. Oh compañeros, la divinidad pondrá fin también a estos
males. Recobrad los ánimos y desechad el triste temor. Tal vez un
día nos complacerá recordar estas cosas.
1.
a + 2 = musicógrafo
c + 1 = musicología
b + 3 = musicoterapia
2.
a + 2 = sinfonía
c + 1 = megafonía
e + 5 = micrófono
g + 7 = polifonía
b + 3 = fonógrafo
d + 6 = cacofonía
f + 4 = eufonía
3.
a + 4; b + 5; c + 1; d + 6; e + 2; f + 7; g + 3.
4.
a + 2; b + 3 ; c + 4; d + 5; e + 1.
5.
1 V, 2 F, 3 F, 4 F, 5 F, 6 F, 7 F, 8 V.
1 inter nos, 2 totum revolutum, 3 errata(s), 4 ex novo, 5 contra naturam, 6 delirium tremens, 7 addenda, 8 post mortem
Nota: el audiómetro es un aparato utilizado por los otorrinolaringólogos para realizar una audiometría o medición de la agudeza del aparato auditivo. El aparato que mide la intensidad del sonido, graduándola en fones o decibelios, es el fonómetro. Modernamente se
llama también audímetro al aparato que mide el nivel de contaminación acústica en las ciudades.
Algo que no se puede oír es inaudible (conviene que los alumnos recuerden el sufijo latino -bilis, que expresa posibilidad), e
inaudito se refiere a aquello que no se ha oído nunca, algo insólito.
6.
Sexteto, cuarteto y quinteto remiten a los numerales latinos
sex, quattuor y quinque (6, 4 y 5). Los numerales latinos se
estudian en la unidad 10.
7.
a + 5; b + 1; c + 6; d + 8; e + 2; f + 7; g + 3; h + 4.
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unidad 9
1. Rómulo y la monarquía latina
Aproximación inicial
Los alumnos que han cursado Cultura clásica en 3.º ya conocen
tanto a Eneas como a Rómulo y Remo, por lo que podrán informar sobre ellos al resto de la clase. En caso contrario, el docente
puede resumir los hechos principales de «la leyenda de Eneas»
(véase Cultura clásica 1, págs.158 y ss., en el apartado de
«Información»):
Eneas, cuando la pérdida de Troya es irremediable y siguiendo los consejos de su madre, la diosa Venus, regresa a su casa
para salvar a su familia.
Se hacen a la mar y llegan a Tracia, donde un presagio les
obliga a abandonar el país. Después de pasar por muchas islas,
desembarcan en Creta.
Cuando se acercan a Sicilia una erupción del Etna les obliga a bordear la costa y una tempestad los arroja, con las
naves maltrechas y ellos mismos cansados y abatidos, a las
costas de África, donde Dido, reina de la ciudad de Cartago,
los acoge.
Eneas, fiel seguidor de los designios divinos, reconstruye la
flota y, a su pesar, parte de Cartago, costea la isla de Sicilia y
finalmente arriba a Italia, a Cumas.
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De la ribera de Cumas se dirige a la desembocadura del
Tíber y llega hasta el lugar de la futura Roma, donde reinaba
el arcadio Evandro, quien amistosamente acoge a Eneas.
Cabe recordar a los alumnos que la relación entre Eneas y la casa
de Troya es doble: por una parte, su esposa Creúsa es hija de Príamo y, por otra, Anquises, su padre, es pariente próximo de
Príamo, ya que los dos tienen como antepasado a Dárdano. Para
la aparición del fantasma de Creúsa, remitimos a la unidad 7,
donde el fantasma de Patroclo se aparece a Aquiles (actividad 2),
y a la 9, en la que este último es quien se manifiesta en sueños a
su hijo Pirro (texto c).
Los nombres de las siete colinas de Roma aparecen en el
plano de la página 225. De momento, como en el caso de
Eneas, Rómulo y Remo, sólo interesa sondear los conocimientos previos de los alumnos, es decir, si conocen el nombre de alguna colina y qué había o se encuentra en ella, etc.
En cuanto a la Eneida de Virgilio, es posible que no conozcan
la respuesta. El profesor puede apuntarlo y explicar que su
nombre se debe al héroe Eneas, y que es un poema épico al
estilo de la Ilíada.
Los augurios eran presagios que obtenían los augures a partir
del vuelo, canto de las aves u otras técnicas adivinatorias (para
más información véase Cultura clásica 1, «El culto privado a los
dioses», págs. 54 y ss.).
La estatua de la loba es un famoso bronce del siglo V a. de C.,
que se encuentra en el Palazzo dei Conservatori de Roma, en
pleno Capitolio. Los gemelos los añadió Antonio Pollaiolo
en el siglo XV.
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Información
Esquema de la historia de Eneas
Tras la muerte de Creúsa, Eneas se hace a la mar con su padre
Anquises, su hijo Ascanio y otros supervivientes. Soportan muchas penalidades hasta llegar a Cartago.
Cuando se acercan a Sicilia una erupción del Etna les obliga a
bordear la costa, y llegan a Drépano donde muere Anquises. Se
hacen de nuevo a la mar y Juno, enemiga de los troyanos, consigue de Eolo, rey de los vientos, que desencadene una gran
tempestad. Como consecuencia, la flota de Eneas se dispersa
por el mar, perdiendo a algunos de sus mejores hombres.
Cuando finalmente Neptuno calma el mar, las naves maltrechas, con sus tripulantes cansados y abatidos, se encuentran frente a las costas de África.
Allí la reina Dido, hija de Belo, rey de Tiro, había fundado la
ciudad de Cartago, tras huir de la codicia de su hermano
Pigmalión, quien había dado muerte a su marido Siqueo.
Dido, por intervención divina, se enamora de Eneas y ofrece
hospitalidad a él y a sus seguidores. Viven una intensa historia de amor hasta que Mercurio, por orden de Júpiter, se
aparece a Eneas y le ordena seguir su viaje hasta las tierras
de Italia para cumplir su destino.
Eneas, fiel seguidor de los designios divinos, reconstruye la
flota y, de noche, a escondidas de Dido, se hace a la mar.
Dido, desesperada por el abandono de su enamorado, se suicida, lanzándose a la pira funeraria que había preparado.
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Costeando Sicilia, los troyanos desembarcan en Drepanum y
celebran unos funerales en honor de Anquises. Pisan la tierra
de Italia en la costa de Cumas; allí Eneas visita a la sibila que
le acompaña al Hades, donde su padre le predice el futuro de
Roma.
De la ribera de Cumas se dirige a la desembocadura del Tíber,
enviando una embajada al rey Latino.
Actividades
1. 2 El texto dice que Eneas era hijo de Anquises y Venus, y
del hijo de Eneas, Iulo, afirmaba descender Julio César y su
familia, la gens Iulia. Este parentesco divino justificaría el acceso de la familia Julia a la púrpura imperial, pues la realeza
siempre ha pretendido justificar su estatus por su presunta
ascendencia divina.
No obstante, el propio historiador Tito Livio es crítico respecto a la historicidad de estas leyendas tradicionales, pues dice
que no es mi intención ni afirmar ni rechazar los hechos anteriores a
la fundación de la ciudad, que nos han llegado a través de leyendas
poéticas y no en documentos auténticos de los hechos; a la antigüedad
le estaba permitido hacer más nobles los orígenes de las ciudades mezclando lo humano con lo divino.
3 Para los dioses Penates, véase el Breve diccionario de mitología.
5 Los datos relativos a Creúsa se deben haber ofrecido ya en
la información.
6 Su madre biológica es Creúsa.
8 La ilustración ofrece un detalle del gran fresco El incendio del
Borgo, en las Estancias de Rafael en el Vaticano (1514-1517);
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muestra a Eneas, con su padre Anquises sobre sus hombros, y
el pequeño Ascanio huyendo del incendio y destrucción de
Troya. Si bien el fresco debía ilustrar el incendio del barrio
(borgo) que rodeaba al Vaticano, ocurrido en el año 847 y
extinguido gracias a la bendición solemne que León IV dio
desde el balcón de su palacio, Rafael se permitió la libertad de
situarlo idealmente en la ciudad de Troya, e, incluso, incluir
este impresionante grupo de Eneas, uno de los más bellos de
su autor.
2. 2 Para la diosa Vesta/Hestia, véase el Breve diccionario de mitología.
5 La estatua de Ares es la famosa escultura sedente conocida
como Ares Ludovisi, copia romana de una obra griega original
de Escopas (siglo IV a. de C.), que, junto al Ares Borghese de
Alcamenes (siglo V a. de C.), resultó de gran importancia para
la iconografía del dios en el arte romano y en las representaciones posteriores. Muestra al dios desnudo, con unas hermosas proporciones masculinas y en actitud tranquila, en reposo,
sentado junto a sus armas (Museo de las Termas, Roma).
El cuadro de P. da Cortona (1643; Louvre, París) se titula
Rómulo y Remo recogidos por Fáustulo. La pintura moderna ha
representado, de forma destacada, el descubrimiento por
parte de Fáustulo de los dos bebés amamantados por la loba
(Rubens, Lafosse, Ingres, entre otros.). En el cuadro mencionado, aparece Fáustulo depositando a Rómulo en manos de
Larencia, mientras señala el lugar donde lo ha encontrado y
en el que todavía permanecen Remo y la loba. Es uno de los
tres lienzos que el autor aportó a una serie de pinturas inspiradas en la historia romana para el Hôtel de la Vrillière de
París.
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6 Lupa tiene en latín el doble sentido de «loba» y «prostituta»,
como ocurre con el castellano zorra; de lupa, procede lupanar,
«prostíbulo».
Esquema de la historia de Rómulo y Remo
Mientras Rómulo y Remo participaban en unos juegos, unos
salteadores, airados porque les habían arrebatado el botín, les
tendieron una emboscada.
Rómulo pudo escapar, pero detuvieron a Remo y lo llevaron
ante Amulio, acusándole de saquear junto a una pandilla de
jóvenes las tierras de Numítor.
Remo fue entregado a Numítor para que lo castigase.
Ya hacía tiempo que Fáustulo sospechaba que los gemelos eran
de sangre real, pues los hechos y las fechas coincidían con lo
que se contaba. Así pues, decidió contar el secreto a Rómulo.
Por su parte, Numítor, al enterarse de que Remo tenía un
hermano gemelo y tras conocer su edad y su talante regio,
concluye que se trata de sus nietos.
Por un lado, Rómulo convoca a los pastores para que se dirijan al palacio real y, por otro, acude Remo en su ayuda con
otro grupo de fieles a Numítor, y de esta forma matan al rey.
Numítor convoca una asamblea y pone de manifiesto los crímenes de su hermano así como la justa venganza de sus nietos, contando la historia del nacimiento y la crianza de éstos.
Rómulo y Remo se abren paso entre la muchedumbre y
saludan como rey a su abuelo. Un clamor inmenso brota del
pueblo, el cual le ratifica el título y el poder de rey.
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para recibirla cuando lo mataste. Cuando vuelvas a labrar la tierra,
no producirá nada. Andarás por la tierra errante y sin hogar.
3. a-c4) Sin duda, los alumnos recuerdan el enfrentamiento
mortal entre Eteocles y Polinices, los hijos de Edipo, por el
trono de Tebas. Por otra parte, los relatos de rivalidad entre
hermanos, contrapunto del amor fraternal, son muy frecuentes en todas las culturas; quizá el ejemplo arquetípico sea el de
Caín y Abel que narra la Biblia:
Y Caín le dijo a Dios:
—No puedo soportar este castigo. Me estás arrojando de la tierra y me
privas de tu presencia. Seré un proscrito, y cualquiera que me encuentre me matará.
Adán y Eva tuvieron dos hijos. El más joven, Abel, era pastor, mientras que su hermano mayor, Caín, trabajaba en el campo. En cierta
ocasión ambos le hicieron ofrendas a Dios. Caín le ofreció una parte
de sus cosechas, el fruto de los campos, mientras que Abel decidió ofrecerle la mejor y más grande de sus ovejas. Dios quedó complacido con
la ofrenda de Abel, mas no con la de Caín. Y como Caín no pudo
encontrar ninguna razón para este favoritismo, se sintió muy enojado y amargado con Dios y con su hermano, Abel.
A lo que Dios le respondió:
—No. Si alguien te matara, será siete veces castigado.
Entonces Dios puso una señal en la frente de Caín, para advertir a
todos los que lo encontrasen que no lo mataran. Y Caín se alejó de la
presencia de Dios y se fue a vivir a una tierra llamada Nod, que significa «Errante», al oriente del Edén.
San Agustín señalaba la inmoralidad del fratricidio como una
prueba más de su argumentación sobre la nulidad e inexistencia de los dioses romanos, ya que habían permitido semejante hecho contra naturam. Sin embargo, Maquiavelo en El
Príncipe (1513) defiende el asesinato argumentando que
Rómulo tuvo que actuar así por el bien del Estado.
Dios vio la ira de Caín, y dijo:
—¿Por qué estás tan enojado? Si trabajas duramente, triunfarás. Si
no lo haces, la culpa será tuya.
Pero Caín no se tranquilizó con estas palabras. La ira creció en su
interior. Sin embargo, como no era prudente estar enfadado con Dios,
dirigió su furia contra su hermano menor. Siguió a Abel cuando éste
se dirigía al campo, y allí lo atacó y asesinó.
—Caín, ¿dónde está tu hermano? –le dijo Dios.
—No lo sé –replicó Caín–. No soy el guardián de mi hermano.
Pero Dios, por supuesto, sabía lo que había sucedido.
—¿Por qué has cometido un acto tan horrendo? –le dijo Dios a
Caín–. La sangre de tu hermano se escucha desde la tierra con voz que
clama venganza. Yo te maldigo; nunca más labrarás la tierra. Ella ha
absorbido la sangre de tu hermano como si hubiese abierto su boca
330
4b) Hécuba-Príamo / Anquises-Venus / Creúsa-Eneas /
Amulio-Numítor / Rhea Silvia-Marte / Rómulo-Remo.
4.
a3) Frente a la pasividad tradicional de la mujer en la guerra,
en la que sólo participan como víctimas sufridoras, aportando
a sus hijos o convirtiéndose en esclavas de los vencedores (los
alumnos recordarán el caso sintomático de las troyanas
Hécuba, Andrómaca, Casandra, Políxena, etc.), las Sabinas
irrumpen valientemente en el campo de batalla y consiguen
poner fin a la guerra. Este hecho insólito, que unas mujeres
abandonen el ámbito que se les consideraba propio, el hogar,
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y se adentren en un terreno masculino por excelencia como
es la guerra, se justifica por el motivo de la irrupción: actúan
así con la intención de preservar su familia, de no perder a
padres y esposos, y de no manchar con un parricidio la frente de sus
hijos, hijos de unos y nietos de otros. Prefieren que las maten a perder a padres y esposos o dejar sin parientes masculinos a sus
hijos. Este heroísmo casaba muy bien con la ideología patriarcal y, por esta razón, las Sabinas se convirtieron en un modelo para las mujeres romanas.
a4) El famoso cuadro El rapto de las sabinas (1799; Louvre,
París), de J. L. David, describe magistralmente la escena de la
irrupción de estas mujeres. Es una escena de enfrentamiento
entre masas, en el que hombres y mujeres desempeñan papeles antagónicos: a la violencia de los hombres en la lucha, se
opone la aflicción de mujeres y niños, que lloran, suplican o
rasgan sus vestidos. En primer plano, Hersila, vestida de blanco, se interpone entre Tacio, el rey sabino, que guarda su
espada en la vaina, y Rómulo, que se detiene y no lanza su jabalina. A su alrededor otras mujeres levantan a sus hijos y los
ofrecen como escudos contra las armas, o bien suplican o se
cogen a las rodillas de los litigantes, consiguiendo que el fragor de la batalla se paralice y las armas queden en suspenso.
5. 1 y 2 Los senadores afirmaban que Rómulo había sido elevado a los cielos por obra del propio Júpiter, el dios que ejerce
su poder sobre truenos y relámpagos. No obstante, el propio
Tito Livio dice que también circuló, si bien de forma soterrada, la versión de que Rómulo fue despedazado por los senadores con sus propias manos. Sin embargo, el miedo, por
un lado, y la admiración que sentían hacia el rey, por otro,
hizo que se consagrara la primera versión. La revelación de
Próculo Julio de que Rómulo se le había aparecido como un
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dios y le había revelado el destino glorioso de Roma, hizo que
se aceptara finalmente este hecho extraordinario.
3 Ya hemos visto que Livio se muestra escéptico ante estas historias (una vestal violada por un dios, una providencial crecida de las aguas impide que la corriente del Tíber arrastre a los
gemelos, una loba los amamanta...), por lo que utiliza para
narrarlas formas como cuentan o se dice, o bien busca una
explicación racional (la loba era una mujer de lupanar, los
senadores asesinaron a Rómulo, etc.). En todo el periodo
legendario de la historia romana, se repiten los signos que
confirman la asistencia de los dioses a los romanos y el destino glorioso que, en consecuencia, les está reservado. En esta
idea gloriosa de la Roma aeterna, destinada por los dioses a
regir el mundo, sí que cree Tito Livio, y ésta es, para él, la función principal de la leyenda, como él mismo nos dice: Si a
algún pueblo se le debe reconocer el derecho a sacralizar sus orígenes y
a relacionarlos con la intervención divina, es de tal índole la gloria
militar del pueblo romano que la pretensión de que su nacimiento y el
de su fundador se deba a Marte más que a ningún otro la acepta el
género humano con la misma ecuanimidad con que acepta su dominio [...] nunca hubo Estado alguno más grande ni más íntegro ni
más rico en buenos ejemplos... Por tanto, la leyenda cumple la
función de cimentar la idea de que Roma accedió al dominio
sobre los demás pueblos y se convirtió en el princeps terrarum
populus, guiada por un destino providencial. Fue también,
pues, un «pueblo elegido»; la profecía de Rómulo divinizado
a Próculo Julio así lo confirma.
6. 4 Egeria es una ninfa de Roma, en su origen una diosa de
las fuentes, ligada al culto de la Diana de los Bosques, en
Nemi. Se le tributaba culto también en Roma, cerca de la
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puerta Capena, al pie de la colina de Celio. Según unas versiones habría sido la consejera del piadoso rey Numa; según
otras, su esposa o amiga y tenía costumbre de citarse con él de
noche. Le dictó su política religiosa y le enseñó oraciones y
conjuros. La muerte de Numa sumió a Egeria en la más negra
desesperación.
Actividades de refuerzo
1. 1 Coincidió que había, entonces, en ambos ejércitos (el romano y el albano) tres hermanos gemelos, muy parejos en edad
y fuerza. Es comúnmente admitido que fueron los Horacios y
los Curiacios, y prácticamente no existe en la Antigüedad
hecho más conocido; sin embargo, aun siendo tan notorio el
acontecimiento, persiste la incertidumbre sobre los nombres:
a qué pueblo pertenecían los Horacios, y a cuál los Curiacios.
Hay historiadores a favor de ambas versiones; sin embargo, la
mayoría llama Horacios a los romanos. Los reyes plantean a
los gemelos que luchen con sus armas por su patria respectiva: la supremacía estará donde esté la victoria. No hay objeciones. Se acuerda el lugar y la hora. Antes de llevar a cabo el
combate, se firmó un acuerdo entre romanos y albanos en el
que se estipulaba que el pueblo vencedor ejercería sobre el
otro una autoridad incuestionable.
Cada tratado tiene sus propias cláusulas, pero todos se realizan con un procedimiento idéntico. En este caso se procedió,
según dicen, de la manera que se describe a continuación –y
no se recuerda ningún otro tratado más antiguo–. El fecial
preguntó al rey Tulo lo siguiente: Rey, ¿me ordenas que formalice
un tratado con el «pater patratus» del pueblo albano? El rey se lo
334
ordenó, y él prosiguió: Reclamo de ti, rey, la hierba sagrada. A lo
que éste contestó: Toma hierba pura. El fecial trajo de la ciudadela la hierba pura. Acto seguido, formuló al rey esta pregunta: Rey, ¿me designas tú a mí como enviado real en representación del
pueblo romano de los «quirites», e incluyes en tal misión a mis ayudantes y a mis utensilios sagrados? Respondió el rey: Sí, en la medida en que se haga sin menoscabo de mis derechos y los del pueblo romano de los «quirites».
El fecial era Marco Valerio; hizo pater patratus a Espurio Fusio,
tocándole la cabeza y los cabellos con la hierba sagrada. El
pater patratus tenía por misión pronunciar el juramento, es
decir, sancionar el tratado, y lo realizaba con un texto complejo expresado en una larga fórmula ritual que no vale la
pena reproducir. A continuación, después de recitar las cláusulas, dijo: Escucha, Júpiter; escucha, «pater patratus» del pueblo
albano; escucha tú, pueblo albano. Tal como esas cláusulas han sido
públicamente leídas de la primera a la última según estas tablillas de
cera, sin malicia ni engaño, y tal como han sido en este lugar y en este
día perfectamente comprendidas, el pueblo romano no será el primero
en apartarse de ellas. Si es el primero en apartarse de ellas por decisión
pública y por malicia o engaño, entonces ese día tú, Júpiter, hiere al
pueblo romano como yo ahora voy a herir a este cerdo en este lugar y
en este día; y hiérele con tanta más contundencia cuanto mayor es tu
fuerza y tu poder. Dicho esto, golpeó al cerdo con la piedra de
sílice. Igualmente, los albanos recitaron sus fórmulas rituales
y su juramento, por medio de su dictador y de sus sacerdotes.
Concluido el tratado, los gemelos, según lo acordado, empuñaron las armas. Al animar cada bando a los suyos recordándoles que los dioses de su patria, la patria, los padres, los ciudadanos que habían quedado en la ciudad y los que estaban
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en el ejército tenían, en ese momento, los ojos puestos en sus
armas y en sus manos, ellos, fogosos ya por temperamento y
henchidos por los gritos de aliento, avanzaban hasta el medio
de las líneas. Habían tomado asiento, a un lado y a otro,
delante de su campamento, los dos ejércitos, exentos de peligro inmediato pero no de preocupación; en efecto, en el valor
y la suerte de unos pocos hombres estaba en juego la supremacía. Por eso, quedan en tensión y en suspenso ante aquel
espectáculo en absoluto agradable.
Se da la señal y, con las armas prestas, los jóvenes, tres de cada
lado, como batallones en formación de combate, se lanzan al
choque asumiendo el coraje de dos grandes ejércitos. Unos y
otros llevan presente no su propio riesgo, sino el poder o la
esclavitud de su pueblo y el destino de su patria, que habrán
de ser, en adelante, los que ellos hayan labrado. Nada más
resonar las armas al primer choque y brillar las espadas relucientes, un estremecedor escalofrío recorre a los espectadores; la esperanza no se inclina a una parte ni a otra y se les
corta el aliento y la palabra. Trabados, acto seguido, en un
combate cuerpo a cuerpo, ofreciendo a la vista no sólo ya el
movimiento de los cuerpos y el amago incierto de las armas
ofensivas y defensivas, sino también las heridas y la sangre, dos
romanos se desplomaron uno tras otro, mientras que los tres
albanos quedaban heridos. Al caer aquéllos, el ejército albano
lanzó un grito de júbilo; las legiones romanas, perdida toda
esperanza pero no libres de inquietud, estaban angustiadas
por la suerte de su único superviviente al que habían rodeado
los tres Curiacios. Afortunadamente, éste estaba ileso, aunque
en evidente inferioridad: él solo frente a todos a la vez, pero
temible para cada uno por separado.
336
Por este motivo, para obligarlos a luchar individualmente,
emprendió la huida en la idea de que lo iban a perseguir
según a cada uno se lo permitiesen sus heridas. Se había alejado un cierto trecho del lugar del combate y, al mirar hacia
atrás, observa que le siguen muy distanciados entre sí y que
uno está ya cerca. Se vuelve violentamente contra él, y, mientras el ejército albano grita a los Curiacios que ayuden a su
hermano, ya el Horacio, eliminado su adversario, buscaba, victorioso, una segunda pelea. Entonces, con un griterío semejante al de los que animan a los suyos ante un éxito inesperado, los romanos alientan a su combatiente y él se apresura a
liquidar la lucha. Antes de que el tercer Curiacio, que ya no
estaba lejos, pudiese alcanzarlo, da muerte al segundo. Quedaba ya igualada la lucha, uno de cada bando, pero no tenían
la misma moral ni las mismas fuerzas: uno, ileso, y dos veces
vencedor, afrontaba lleno de valor su tercera pelea; el otro,
arrastrando un cuerpo agotado por la herida, agotado por la
carrera, vencido ya por la muerte de sus hermanos ante sus
propios ojos, se ofrece a su adversario victorioso. Aquello no
fue un combate. El romano grita, fuera de sí: He ofrecido dos víctimas a los manes de mis hermanos; la tercera la voy a ofrecer a la
causa de esta guerra, para que el pueblo romano domine sobre el albano. Hunde su espada en vertical en el cuello del Curiacio que
a duras penas sostenía las armas y, una vez abatido, lo despoja.
Los romanos acogen al Horacio con ovaciones y enhorabuenas. Su alegría era tan intensa cuanto desesperada había sido
la situación. Se dedican, después, unos y otros a enterrar a los
suyos, con ánimo bien distinto: unos habían ensanchado su
poder, los otros habían pasado a dominación extranjera. Los
sepulcros existen aún en el lugar en que cayó cada uno; los
dos romanos en un mismo sitio, más cerca de Alba; los tres
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albanos en dirección a Roma, pero distantes entre sí, según
se desarrolló el combate.
Antes de marcharse de allí, Metio, ateniéndose al tratado, pregunta a Tulo cuáles son sus órdenes. Tulo le manda que mantenga en armas a la juventud, ya que recurrirá a sus servicios
en caso de guerra con Veyos. Sin más, los ejércitos volvieron a
casa.
Iba Horacio en cabeza, mostrando ante sí los despojos de los
tres gemelos. Su hermana, una doncella que había estado prometida a uno de los Curiacios, le salió al encuentro delante de
la puerta Capena y, al reconocer sobre los hombros de su hermano el manto guerrero de su prometido que ella misma
había confeccionado, se suelta los cabellos y entre lágrimas
llama por su nombre a su prometido muerto. Encolerizan al
orgulloso joven los lamentos de una hermana en el momento
de su victoria y de una alegría pública tan intensa. Desenvaina,
pues, la espada y atraviesa a la muchacha mientras la cubre de
reproches: Marcha con tu amor a destiempo a reunirte con tu prometido, ya que te olvidas de tus hermanos muertos y del que está vivo, ya
que te olvidas de tu patria. Muera de igual modo cualquier romana
que llore a un enemigo. Una acción semejante les pareció horrorosa a los senadores y al pueblo, pero su proeza reciente le servía de cobertura. No obstante, fue acusado ante el rey. Éste,
para no asumir personalmente la responsabilidad de un proceso tan penoso e impopular y del castigo consiguiente, reunió a la asamblea del pueblo y dijo: De acuerdo con la ley nombro
duunviros para que juzguen a Horacio de crimen de alta traición.
La ley tenía una fórmula ritual espeluznante: Los duunviros juzgarán el delito de alta traición; si el reo apela al pueblo, se abrirá un
debate sobre la apelación; si la sentencia de los duunviros es confir-
338
mada, se le tapará la cabeza, se le colgará con una cuerda del árbol
que no produce fruto, se le azotará dentro o fuera del «pomerium». De
acuerdo con ella se nombraron los duunviros; estimaban éstos
que con semejante ley no podían absolverle ni aunque fuese
inocente; le condenaron, pues, y uno de ellos dijo: Publio
Horacio, te declaro culpable de alta traición. Lictor, átale las manos.
El lictor se había acercado ya y comenzaba a colocarle la cuerda; en ese instante Horacio, por consejo de Tulo, intérprete
benévolo de la ley, dijo: Apelo. Y se abrió ante el pueblo el
debate sobre la apelación. Los asistentes a aquel juicio se conmovieron, sobre todo cuando Publio Horacio padre declaró
que él juzgaba justificada la muerte de su hija; que, de no ser
así, habría castigado a su hijo en virtud de su derecho de padre.
Suplicaba, a continuación, que no le privasen por completo de
hijos, al que poco antes habían visto rodeado de una familia
extraordinaria.
Tras estas palabras, el anciano, abrazando al joven y mostrando con orgullo los despojos de los Curiacios, fijados en
el lugar que hoy se llama Trofeo de Horacio, decía: A éste, a
quien hace poco habéis visto marchando con las insignias y las ovaciones de la victoria, romanos, ¿sois capaces de verlo con la horca
al cuello, atado, azotado y torturado? A duras penas podrían los
albanos soportar la vista de un espectáculo tan vergonzoso. Lictor,
anda y ata las manos que hace poco, empuñando las armas, dieron
el dominio al pueblo romano. Anda, cubre la cabeza del libertador
de nuestra ciudad; cuélgalo del árbol que no produce fruto; azótalo
dentro del «pomerium», con tal que sea en medio de sus trofeos y
despojos del enemigo, o fuera del «pomerium», con tal que sea en
medio de las tumbas de los Curiacios. Pues, ¿a dónde podéis llevar
a este joven donde su gloria no lo exima de un suplicio tan vergonzoso?
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No pudo el pueblo resistir las lágrimas del padre ni el valor
del hijo, el mismo siempre ante cualquier peligro. Lo absolvieron, más por admiración a su valentía que por la justicia de
su causa. No obstante, a fin de que el crimen manifiesto fuese
purgado con algún sacrificio, se ordenó al padre que purificase a su hijo, con cargo al tesoro público. El padre, después
de llevar a cabo unos sacrificios expiatorios que, en adelante,
constituyeron una tradición de la familia de los Horacios, atravesó un tronco en la calzada e hizo pasar por debajo al joven,
con la cabeza cubierta, como si fuera bajo un yugo. Tal tronco existe todavía, restaurado constantemente por el Estado: se
le llama «el tronco de la hermana». A la Horacia se le levantó
un sepulcro de piedra tallada en el lugar en que había caído
herida de muerte. (TITO LIVIO).
2 Cuando Rómulo murió, muchos años después de haber
enterrado a Tito Tacio, los romanos dijeron que el dios Marte
le había raptado para conducirle al cielo y transformarle en
dios, el dios Quirino. Y como a tal le veneraron a partir de
entonces, como hacen hoy los napolitanos con San Genaro.
Le sucedió, como segundo rey, Numa Pompilio, al que la tradición nos describe como mitad filósofo y mitad santo, como
lo fue varios siglos después Marco Aurelio. Lo que más le
interesaba eran las cuestiones religiosas. Y dado que en esta
materia debía de existir una gran anarquía porque cada uno
de los tres pueblos veneraba sus propios dioses, entre los
cuales no se alcanzaba a comprender cuál era el más importante, Numa decidió poner orden. Y para imponer este
orden a sus rencillosos súbditos, hizo cundir la noticia de
que cada noche, mientras dormía, la ninfa Egeria iba a visitarle en sueños desde el Olimpo, para transmitirle directa-
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mente las instrucciones para ello. Quien hubiese desobedecido, no era con el rey, hombre entre hombres, con quien
habría tenido que habérselas, sino con el padre eterno en
persona.
La estratagema puede parecer infantil, mas también hoy sigue
arraigando, de vez en cuando. En pleno siglo XX, Hitler, para
hacerse obedecer por los alemanes, no supo escoger otra
mejor. Y, de vez en cuando, descendía de la montaña de
Berchstegaden con alguna nueva orden del buen Dios en el
bolsillo: la de exterminar a los hebreos, por ejemplo, o la de
destruir Polonia. Y lo bueno es que, al parecer, también él se
lo creía. En estos asuntos, la humanidad no ha progresado
mucho desde los tiempos de Numa.
Sin embargo, también en esta leyenda acaso hay un fondo de
verdad, o, al menos, una indicación que nos permite reconstruirla. Hayan sido los que fueren sus nombres y sus orígenes,
los de la antiquísima Roma, más que verdaderos reyes debieron de ser Papas como por lo demás lo era el «arconte
Basileo» en Atenas.
En aquellos tiempos, todas las autoridades se apoyaban ante
todo en la religión. El poder del propio pater familias, o jefe de
casa, sobre la esposa, los hermanos menores, los hijos, los nietos
y los esclavos, era más que nada el de un sumo sacerdote a quien
Dios había delegado ciertas funciones. Y por esto era tan fuerte.
Y por esto las familias romanas eran tan disciplinadas. Y por esto
cada cual asumía los propios deberes y los cumplía en la paz y
en la guerra.
Numa, al establecer un orden de prioridad entre los varios
dioses que los distintos pueblos se habían traído a Roma, realizó tal vez una obra política fundamental: la que después per-
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mitió a sus sucesores, Tulo Hostilio y Anco Marcio, conducir
el pueblo unido a las guerras victoriosas contra las ciudades
rivales de la región. Mas, como poderes políticos auténticos,
no debían de tener muchos, porque los más grandes y decisivos permanecían en manos del pueblo que les elegía y ante el
cual tenían siempre que responder. Esto, de por sí, no significaría nada, porque en todos los tiempos y bajo cualquier régimen quien manda dice hacerlo en nombre del pueblo. Pero
en Roma no se trató de palabrerías, al menos hasta la dinastía
de los Tarquinos, los cuales, por lo demás, perdieron el trono
precisamente porque quisieron quedarse sentados como dueños en vez de como «delegados». Y la división del mando estaba hecha aproximadamente así.
y comenzó a nombrar «funcionarios» a quienes encomendárselos. Así nació la llamada «burocracia». El que había sido
ante todo un sacerdote se torna obispo, y designa párrocos y
curas que le ayuden en las funciones religiosas. Después, necesita también de quien provea a los caminos, al censo, al catastro, a la higiene, por lo que nombra personas competentes
que se ocupen de esos asuntos. Así nace el primer «ministerio»: el llamado Consejo de los Ancianos o Senado, constituido por un centenar de miembros que eran descendientes, por
derecho de primogenitura, de los pioneros venidos con
Rómulo a fundar Roma; al principio, tan sólo tienen la misión
de aconsejar al soberano, pero después se tornan progresivamente más influyentes.
La ciudad estaba dividida en tres tribus: la de los latinos, la de
los sabinos y la de los etruscos. Cada tribu estaba dividida en
diez curias o barrios. Cada curia, en diez gentes, o manzanas
de casas y cada una de éstas, en familias. Las curias se reunían
generalmente dos veces al año, y en estas ocasiones celebraban el comicio curiado, que, entre otras cosas, se ocupaba
también de la elección del rey, cuando uno moría. Todos tenían igual derecho de voto. La mayoría decidía. El rey desempeñaba su cargo.
Y por fin nace, como organización estable, el ejército, basado
a su vez sobre la división en las treinta curias, cada una de las
cuales había de proporcionar una centuria, o sea, cien infantes, y una decuria, o sea, diez jinetes con sus caballos. Las
treinta centurias y las treinta decurias, es decir, tres mil trescientos hombres, constituían juntas la legión, que fue el primer y único cuerpo de ejército de la antiquísima Roma. Sobre
los soldados, el rey, que era su comandante supremo, tenía
derecho de vida o de muerte. Mas tampoco este poder militar
lo ejerce de manera absoluta y sin control. Dirige las operaciones, pero después de haber pedido consejo al comicio centuriado, o sea, a la legión en armas, cuya aprobación solicita
también para el nombramiento de los oficiales que en aquellos tiempos se llaman pretores.
Era la democracia absoluta, sin clases sociales, la cual funcionó mientras Roma fue un pequeño y pacífico villorrio habitado por poca gente, la cual raramente asomaba la cabeza fuera
de los muros. Después, los habitantes aumentaron y también
incrementaron las exigencias. El rey, que antes, además de
decir la misa, o sea, de celebrar los sacrificios y los otros ritos
de la liturgia, debía aplicar también las leyes, es decir, actuar
de juez, ya no tuvo tiempo para asumir todos estos cometidos
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En suma, los romanos habían tomado todas las precauciones
para que el rey no se convirtiese en un tirano. Tenía que quedarse en «delegado» de la voluntad popular. Cuando una ban-
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dada de pájaros pasaba por los aires o un rayo partía un árbol,
era deber suyo reunir a los sacerdotes, estudiar con ellos el
sentido de aquellos signos y, si le parecía que significaban algo
no muy bueno, designar los sacrificios que debían realizarse
para aplacar a los dioses, evidentemente ofendidos por algo.
Cuando dos particulares litigaban entre sí y acaso uno robaba
o degollaba al otro, no era asunto suyo ocuparse de ello. Pero
si uno cometía algún delito contra la comunidad o el Estado,
entonces unos guardias lo conducían a su presencia y tal vez
le condenaba a muerte. Por lo demás, no podía tomar decisiones. Tenía que pedirlas en tiempo de paz a los comicios
curiados y en tiempos de guerra, a los centuriados. Si era astuto, lograba, como todavía ocurre hoy, presentar como «voluntad del pueblo» la suya personal. De lo contrario, tenía que
soportarla. Mas siempre debía rendir cuentas, para ejecutarla,
al Senado.
Tal era el orden que el primer rey de Roma, haya sido o no
Rómulo, y fuese la que fuere la raza a la que pertenecía, dio a
la Urbe. Y tal fue el que su sucesor Numa dejó a su sucesor
Tulo Hostilio, de temperamento mucho más vivaz. Éste llevaba en la sangre la política, la aventura y la codicia. Pero el
hecho de que el comicio le hubiese elegido, precisamente a
él, por soberano significaba que, tras los cuarenta años de paz
que le asegurara Numa, toda Roma tenía muchas ganas de
movimiento. De los burgos y ciudades que la circundaban,
Alba Longa era la más rica e importante. No sabemos qué pretexto escogió Tulo para declararle la guerra. Tal vez ninguno.
Mas ocurrió que un buen día los atacó y arrasó, por bien que
la leyenda haya transformado aquel acto de fuerza en un acto
caballeresco y casi simpático. Dícese, en efecto, que ambos
ejércitos remitieron la suerte de las armas a un duelo entre
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tres Horacios romanos y tres Curiacios albalonganos. Éstos
mataron a dos Horacios. Pero el último, a su vez, les mató a
ellos y decidió la guerra. Permanece el hecho de que Alba
Longa fue destruida y su rey, atado por las piernas a dos carros
que, lanzados en dirección opuesta, le despedazaron. Así fue
como Roma trató a la que consideraba como su madre patria,
la tierra de donde decía que sus fundadores habían venido.
Naturalmente, el advenimiento debió de alarmar un poco a
todas las demás poblaciones de la región que, no habiendo
experimentado la influencia etrusca, se habían quedado atrasadas en el llamado progreso y, por tanto, se sentían más débiles y estaban peor armadas que los romanos. Tulo Hostilio y su
sucesor Anco Marcio, que siguió el ejemplo, buscaron camorra
un poco con todas ellas.
Para concluir, el día en que fue elevado al trono Tarquino
Prisco como quinto rey, Roma era ya el enemigo público
número uno de aquella región cuyos límites no se conocen
con exactitud, pero que debía de extenderse aproximadamente hasta Civitavecchia, al Norte, cerca de Ricti, al Este y
hasta Frosinone, al Sur.
Ahora bien, es muy probable que esa política de conquistas,
destinada a tornarse aún más agresiva con los tres últimos
reyes de la dinastía tarquina, fuese de inspiración sobre todo
etrusca. Y esto por un simple motivo: mientras latinos y sabinos eran agricultores, los etruscos eran industriales y comerciantes.
Cada vez que estallaba una nueva guerra, los primeros tenían
que abandonar sus tierras, dejándolas arruinar, para enrolarse en la legión, de forma que se arriesgaban a perderlas si el
enemigo vencía. Los segundos, en cambio, llevaban siempre
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las de ganar: aumentaban los consumos, llovían los «pedidos»
del gobierno y, en caso de victoria, conquistaban nuevos mercados. En todos los tiempos y en todas las naciones ha sido
siempre así: los habitantes de las ciudades quieren las guerras
contra la voluntad de los campesinos que, además, tienen que
hacerlas. Cuanto más se industrializa un Estado, más ventaja
saca la ciudad al campo y más aventurera y agresiva se torna
su política.
Hasta el cuarto rey, el elemento campesino prevaleció en
Roma y su economía fue sobre todo agrícola. Aquellos tres mil
trescientos hombres que constituían su ejército nos demuestran que la población total debía de ascender a unas treinta
mil almas, de las cuales la mayor parte estaba seguramente
diseminada en el campo. En la ciudad propiamente dicha
debió de estar, poco más o menos, la mitad, que a la sazón se
había desparramado desde el Palatino sobre las demás colinas. La mayor parte de ellos vivían en cabañas de barro construidas confusa y desordenadamente, con una puerta para
entrar en la vivienda, pero sin ventanas y una sola estancia
donde comían, bebían y dormían todos juntos, padre, madre,
hijos, nueras, yernos, nietos, esclavos (quien los tenía), gallinas, asnos, vacas y cerdos.
Por la mañana, los hombres bajaban al llano para labrar la tierra. Y entre ellos estaban también los senadores que, como
todos los demás, uncían sus bueyes y sembraban la simiente o
segaban las espigas. Los chicos les ayudaban, pues la labor del
campo era su única y verdadera escuela, su único y verdadero
deporte. Y los padres aprovechaban la ocasión para enseñarles
que la semilla sólo daba buen fruto cuando el cielo mandaba
el agua y sol en justas dosis sobre la gleba; solamente cuando
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los dioses lo querían; que los dioses sólo lo querían cuando los
hombres habían cumplido sus deberes hacia ellos; y que el primero de estos deberes consistía en la obediencia de los jóvenes
a los viejos.
Así crecían los ciudadanos romanos, al menos los de ascendencia latina y sabina, que debían de constituir la mayoría. La
higiene y el cuidado de la propia persona debían de estar
reducidos al mínimo, incluso para las mujeres. Nada de afeites, nada de coqueterías, poca agua o nada de ella, la cual las
mujeres tenían que ir a buscar abajo y traer en ánforas puestas sobre la cabeza. No había retretes ni cloacas. Se hacían las
necesidades puertas afuera y allí se dejaban. Barbas y cabello
crecían descuidadamente. En cuanto al vestir, es mejor no
hacer caso de los monumentos, que, por lo demás, pertenecen
a épocas mucho más recientes, cuando Roma poseía una
verdadera industria textil y una categoría de sastres evolucionados, que en su mayor parte eran de origen y de escuela griegos. En aquellos tiempos lejanos, la toga, que después adquirió
tanta grandiosidad, o no había nacido aún o estaba reducida a
su aspecto más elemental. Tal vez se asemejaba a la túnica que
hoy usan los abisinios: un trozo de tela blanco, tejido en casa
por las esposas e hijas con lana de oveja, con un agujero en
medio para pasar la cabeza. Pocos tenían una de recambio. En
general, llevaban siempre la misma, en verano y en invierno,
de día y de noche; imaginad con qué consecuencias.
No se privaban de ningún placer, ni siquiera de los de la mesa.
Contra las teorías de los modernos científicos americanos,
según los cuales la fuerza de un pueblo viene condicionada
por su consumo de calorías y vitaminas, que a su vez está condicionado por la variedad de alimentos, los romanos demos-
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traron que se puede conquistar también el mundo comiendo
tan sólo un amasijo mal cocido de agua y harina, dos aceitunas y un poco de queso, regado solamente los días de fiesta
con un vaso de vino. El aceite parece ser que llegó más tarde
y, al principio, sólo lo usaron para untarse la piel, en defensa
de las quemaduras del frío y de las del sol. Ello debía de
aumentar no poco el hedor general.
A este régimen no escapaba siquiera el rey, que tan sólo con
la dinastía de los Tarquinos tuvo un uniforme, un yelmo e
insignias especiales. Incluso Anco Marcio fue igual entre los
iguales, también aró la tierra detrás de bueyes uncidos al
yugo, sembró la simiente y segó la espiga. No parece ser cierto que tuviese un palacio o por lo menos una oficina. Sí, en
cambio, que andaba entre la gente sin una escolta para protegerse, porque, de haber tenido una, todos le habrían acusado de querer reinar por la fuerza en vez de con el consenso
del pueblo. Las decisiones las tomaba bajo un árbol, o sentado a la puerta de su casa, tras haber oído las opiniones de los
ancianos que formaban círculo a su alrededor. Subía a la
cátedra, y tal vez vestía un traje especial sólo cuando tenía
que realizar un sacrificio o celebrar alguna otra ceremonia
religiosa.
Los romanos tampoco iban a la guerra con algo que semejase
una organización militar propiamente dicha. El pretor que
mandaba la centuria o la decuria no tenía insignias de grado.
Las armas eran sobre todo garrotes, piedras y toscas espadas.
Hizo falta tiempo antes de que se llegase al yelmo, al escudo y
a la coraza, invenciones que entonces debieron de conseguir
el efecto que en nuestros días realizaron la ametralladora y el
tanque. Así pues, las grandes campañas que Roma emprendió
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bajo sus primeros y belicosos reyes debieron de parecer, más
que nada, expediciones punitivas y resolverse en grandes
matanzas de hombre contra hombre, sin asomo de táctica y de
estrategia. Los romanos las ganaron no tanto por ser los más
fuertes, sino porque eran los más convencidos de que su
patria había sido creada por los dioses para efectuar grandes
empresas y que morir por ella constituía no un mérito, sino
solamente el pago de una deuda contraída en el momento de
nacer.
El enemigo, una vez abatido, cesaba de ser un «sujeto» para
convertirse solamente en un «objeto». El romano que lo había
hecho prisionero le consideraba como una cosa propia: si estaba de mal humor, lo mataba; si estaba de buen humor, se lo
llevaba a casa como esclavo y podía hacer de él lo que quisiera:
matarlo, venderlo, obligarlo a trabajar... Las tierras eran requisadas por el Estado y arrendadas a los súbditos. Con mucha
frecuencia se destruían las ciudades y se deportaba a sus moradores.
Con estos sistemas, Roma creció a expensas de los latinos al
sur, de los sabinos al este y de los etruscos al norte. En el mar,
del que distaba pocos kilómetros, no osaba aventurarse porque todavía no tenía una flota y su población campesina desconfiaba de él por instinto. Bajo Rómulo, Tito Tacio, Tulo
Hostilio o Anco Marcio, los romanos fueron «rurales» y su
política, «terrestre».
Fue el advenimiento de una dinastía etrusca lo que cambió
radicalmente las cosas, tanto en la política interior como en la
exterior. (I. MONTANELLI, Storia di Roma).
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2. La arquitectura pública y privada
Aproximación inicial
Independientemente de su nivel de precisión, la descripción que
ofrezcan los alumnos de un atrio, un acueducto o una plaza de
toros, inspirada en los anfiteatros romanos, con su arena circular
y sus gradas, así como la estructura común de una plaza mayor,
con sus edificios públicos y religiosos, servirá de excelente introducción a las distintas construcciones de la arquitectura pública y
privada en Grecia y Roma.
Información
Pericles (495-429 a. de C.) fue hijo de Jantipo y de Agariste, mujer
que pertenecía al linaje de los Alcmeónidas. Se opuso al gobierno de Cimón, y con Efialtes intentó conseguir una democracia
amplia. Después del asesinato de Efialtes y el exilio de Cimón en
el año 461 a. de C., obtuvo el liderazgo político de Atenas. La
democracia se evidenció en la ampliación de los derechos a las
clases bajas, la distribución de jornales entre los que querían presenciar las asambleas del pueblo y no podían perder ningún
ingreso, y la ampliación del poder del demos («asamblea del pueblo») y de la boulé («consejo de los quinientos», sorteados entre la
población). El derecho de ciudadanía se restringió a los hijos de
padre y madre atenienses. Pericles fue escogido como estratega
durante varios años consecutivos (442-429 a. de C.) y pudo determinar la política casi en solitario en el consejo de los diez estrategas. Ésta estaba orientada a la ampliación del poder ateniense
dentro de la Confederación Marítima Ático-Délica, a la lucha con-
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tra los persas y al saneamiento de las relaciones con Esparta. Con
los persas se hizo un tratado en el año 449 a. de C. (la Paz de
Calias), y con los espartanos se consiguió tres años más tarde la
Paz de los Treinta Años. Por supuesto, Pericles tuvo que soportar
la oposición de las fuerzas aristocráticas.
Pericles persiguió conscientemente una unidad política y cultural, y trató de proporcionar a Atenas una posición tan brillante y
dominante, por lo menos, como con los Pisistrátidas (560-511 a.
de C.). Amplió las fortificaciones comenzadas por Temístocles y
abogó por la construcción de la tercera «gran muralla» que
comunicaba la ciudad portuaria del Pireo con Atenas. La Alianza
Marítima Ático-Délica se subordinó completamente a Atenas y
las riquezas de su tesoro, en su mayor parte de Delos, se transfirieron a Atenas y se emplearon para el embellecimiento y
ampliación de la ciudad. Así comenzaron la reconstrucción del
santuario de Deméter en Eleusis y la construcción del Partenón
(447-438 a. de C.) en la Acrópolis, que todavía estaba llena de
escombros desde su destrucción por los persas en el año 480 a.
de C. Ese largo periodo en ruinas tal vez se pueda explicar por
los continuos esfuerzos a causa de la guerra, los cuales habrían
sido superados con los dos tratados de paz. En cuanto al aspecto
cultural, Atenas consiguió una posición directriz gracias al
ambiente que rodeaba a Pericles: el filósofo Anaxágoras, el poeta
Sófocles, el historiador Herodoto y el arquitecto y escultor
Fidias, entre otros. Se iniciaron concursos musicales en un nuevo
odeón a los pies de la Acrópolis y se estimularon las representaciones teatrales.
A Esparta le resultó imposible tolerar el creciente poder de Atenas.
Los conflictos de ésta con las aliadas de Esparta, Corinto y Megara,
dieron lugar a la guerra del Peloponeso, que estalló en el año 432-
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431 a. de C. Pericles replegó a la población del campo dentro de
las «grandes murallas» y dejó el Ática como pasto para las tropas
espartanas. Sin embargo, esto condujo a fricciones y al hambre, y
posiblemente a la peste, de tan mala fama, que azotó a la ciudad en
dos oleadas en los años 429 y 428 a. de C.; esta enfermedad podría
haber tenido su origen en las condiciones antihigiénicas, aunque
un elemento exógeno, como en la Edad Media, sería la causa más
probable. Tal vez Pericles también tuvo que soportar muchos ataques personales por ello: en las comedias se le acusó de abuso de
poder, y su segunda esposa, la influyente Aspasia, originaria de
Mileto, fue como una espina clavada para muchos. Fidias, amigo
personal de Pericles, ya había tenido que marcharse en el año 438
a. de C. a causa de un supuesto hurto de oro. Probablemente, también Pericles murió a causa de la peste del año 429 a. de C. Por lo
demás, el enfrentamiento con Esparta sólo acabaría en el año 404
con un tratado de paz excesivamente desfavorable para Atenas.
necesariamente de los propios autores. Sin embargo, la mayoría
de las veces se describe una imagen positiva, casi hagiográfica. Es
fiel a su esposa Aspasia. Su rigurosa castidad es ilustrada tanto por
Valerio Máximo como por Cicerón (De officiis) con el relato en el
que, cuando su amigo Sófocles, escritor de tragedias y compañero estratega, alabó en cierta ocasión en términos entusiastas la
belleza de un joven que pasaba, le reprendió diciéndole que se
tenía que mostrar recatado no sólo con sus manos sino también
con su mirada. Su perspicacia táctica se evidenció en la justa ponderación de abandonar la tierra al enemigo y hacer la guerra en
el mar. Sus dones retóricos no se conocen por los discursos escritos de su puño y letra, pero sí a través de los admirables discursos
que Tucídides le hace expresar en su obra histórica: el referente
a la decisión de empezar la guerra con Esparta, el relativo a los
caídos en el primer año de guerra, y el realizado para defenderse
y para estimular a la población durante el segundo año de guerra.
Plutarco califica a Pericles como el mejor orador de su tiempo; es
incorruptible, reservado en el trato y nunca busca el beneficio
personal. En su biografía paralela, lo enlaza con Fabio Máximo,
entre otros, porque ambos mantenían una línea de gobierno
constante frente a la errónea política del día a día. También
Tucídides, que asimismo ejercía como estratega en la política y la
guerra, da una imagen positiva retomada por los oradores del
siglo IV Isócrates y Demóstenes, quienes también alabaron la política edificadora de Pericles. La crítica ya surgió en el siglo V, proveniente de los autores de comedias, sólo conocidos gracias a fragmentos de sus obras, Éupolis y Cratino y, póstumamente, en Los
Acarnienses (425 a. de C.) y La Paz (421 a. de C.) de Aristófanes.
Pericles sirvió, desde la Ilustración, como ejemplo de político
moderno y crítico en el que domina la razón. La oración fúnebre,
arriba mencionada, se hizo muy famosa y, muy a menudo, se imita
en los siglos XVIII y XIX. Algunos de sus fragmentos se colocaron
en los autobuses londinenses en 1915, con la finalidad de animar
a los ingleses a ir a luchar contra Alemania. Y Pericles, que fue el
que desarrolló Atenas hasta transformarla en la capital cultural de
Grecia, se convirtió naturalmente en el representante por excelencia de este auge, durante la creciente admiración que surge
desde finales del siglo XVIII por la Hélade. El gran florecimiento
artístico y literario condujo a menudo a la glorificación del hombre que había hecho esto posible.
Las críticas recogidas en el Gorgias de Platón y en El Estado de los
Atenienses de Aristóteles se atribuyen a desconocidos y no son
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En la literatura y el arte se ha reservado un lugar modesto para
este hombre de Estado. Plutarco ha descrito su aspecto: tendría
una cabeza asimétrica y exageradamente grande. Este rasgo físico
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ya había dado lugar a apelativos como el de «cabeza de cebolla».
Los retratos le muestran llevando un casco, según Plutarco por las
razones mencionadas, pero, en realidad a causa de sus funciones.
Fidias se habría representado con él en el escudo de la estatua de
Atenea para el Partenón, lo cual dio motivo para la crítica por ser
ilícitas las glorificaciones personales. En la Antigüedad, sólo se
conocen retratos de la época posterior a Pericles y faltan las representaciones narrativas. (E. M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Actividades
1. Las ilustraciones del Partenón, la metopa de hombre y centauro así como la maqueta con la reconstrucción de la acrópolis quedan suficientemente explicadas con la lectura del
texto La construcción del Partenón.
En cuanto al famoso friso de las cariátides del Erecteo, en la
Acrópolis de Atenas, se puede decir que se da el nombre de
cariátide a toda figura femenina que realiza la función de columna (si es masculina, se denomina atlante, en alusión al
titán que sujeta el mundo). Aparecen a menudo en las artes
menores (así, un gran número de trípodes o calderos descansan sobre los brazos levantados o la cabeza de graciosas estatuas femeninas). Las cariátides, pues, son mucho menos frecuentes como elemento arquitectónico (destacan las fachadas
de los tesoros de Cnido y Sifno, en Delfos, y, sobre todo, las del
Erecteo de Atenas).
Son seis muchachas, cuatro en la fachada y una a cada lado,
que se yerguen sobre un muro que disimula la escalera secreta por donde se bajaba desde la plataforma sagrada hasta el
interior del templo. La mayoría de especialistas coincide en
afirmar que representan a las arréforas, jóvenes que, una vez al
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año y en una cesta colocada sobre la cabeza, transportaban
desde el Erecteo hasta el santuario de Afrodita, objetos rituales y misteriosos. Por esta razón, el curioso capitel adopta la
forma de un cesto.
Una tradición recogida por Vitrubio afirmaba que los habitantes de Carias (Laconia) se aliaron con los persas y que algunas mujeres se unieron a ellos en el lecho; los griegos, tras
conseguir la victoria, se habrían vengado matando a los hombres y vendiendo como esclavas a las mujeres y, para que no se
olvidara la traición, los arquitectos habrían erigido estatuascolumna de las mujeres cariátides, quienes soportarían así el
peso de su vergüenza eternamente. Esta tradición carece de
fundamento, pues ya hemos visto que las cariátides arquitectónicas son muy anteriores a las guerras Médicas (tesoro de
Sifnos, 525 a. de C.).
Actividades de refuerzo
4. Se tardaba cerca de media hora en recorrer a pie el contorno
de las murallas de la antigua Pompeya. La población de la ciudad, de unas veinte mil almas, era cuatro veces más numerosa
que la de Herculano y representaba el promedio de las ciudades italianas de aquella época. En sus orígenes, Pompeya no
había sido más que un irregular conglomerado de edificios,
pero en el siglo V a. de C. se había hecho ya una planificación
urbanista metódica y geométrica, conforme al modelo griego.
A partir de entonces, se había ido expandiendo gradualmente.
Sila y Augusto habían contribuido en ella con edificios y
monumentos embellecedores; pero la máxima actividad edilicia se efectuó bajo Nerón, a consecuencia del terremoto del
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año 62 a. de C. Sus calles, ateniéndonos a los criterios urbanísticos de hoy, son demasiado estrechas; pero esta característica, así como los balcones que resalían de muchas casas y tiendas, proporcionaba un poco de sombra durante los tórridos
estíos. Estaban pavimentadas con grandes lastres de lava grisácea del Vesubio, en las que son todavía visibles los profundos surcos cavados por las ruedas de los carruajes. Como a
menudo se llenaban de basuras o se inundaban de agua, se
había dispuesto en ellas, a trechos grandes, piedras que permitiesen a los peatones cruzar de una acera a otra.
Las encrucijadas de las calles de la ciudad desierta, sacadas a
luz por las excavaciones, impresionaron profundamente a
Madame de Staël, quien habla de ellas en su novela Corinne ou
l’Italle, donde describe sus viajes: Cuando te detienes en medio de
una de estas encrucijadas, desde las que se ven todas las zonas de la
ciudad, que sobrevive aún casi completa, parece que estés esperando a
alguien, que el dueño esté a punto de llegar, y de la misma apariencia
de vida que ofrece este sitio hace que se sienta con mayor tristeza el
silencio eterno que reina en él. Muchas de aquellas encrucijadas
estaban provistas de fuentes, adornadas con mascarones esculpidos en piedra, y de abrevaderos, servidos –igual que los
grandes baños públicos– por depósitos que alimentaba una
derivación del acueducto, de veintiséis kilómetros de longitud, del Serino, construido tierra adentro en las proximidades
del Avelino.
En las murallas de Pompeya, muy importantes para los estudiosos de las fortificaciones antiguas de Italia, pueden distinguirse
cuatro fases de construcción sucesivas. En un principio, no hubo
más que un terraplén defendido con una empalizada; después,
a mediados del siglo V, se le añadió un revestimiento de toba y
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de piedra calcárea del Sarno, que fue reforzado varias veces en
el siglo II a. de C., y al que, hacia el año 100 a. de C., se añadieron doce torres. Hay siete puertas, de importancia y arquitectura diversas; algunas de ellas estuvieron originariamente ornadas
con estatuas de Minerva.
Junto a los muros estaban, por fuera, los cementerios, con
filas de mausoleos en forma de capillas de variada arquitectura; se han hallado algunos que contenían bellas pinturas
murales, joyas y otros objetos valiosos. Porque los difuntos
debían poder gozar en el más allá de algunas de las cosas gratas que poseyeron en esta vida. Sus parientes no se contentaban con visitar sus tumbas, sino que celebraban en ellas festines anuales; pero, cuando buscaron refugio en las mismas
durante la famosa erupción del Vesubio, muchos quedaron a
su vez sepultados. En Pompeya, la relación entre los muertos
y los vivos es siempre íntima y compleja.
Los edificios públicos resisten bien la comparación con los de
cualquier otra ciudad de las mismas proporciones, aun en la
Italia de hoy, donde son tantas las ciudades pequeñas que
desde el Renacimiento pueden estar orgullosas de sus bellas
plazas y de sus espléndidos palacios municipales. Como el
reducido foro triangular de la primera Pompeya griega, el
gran foro rectangular, construido después en otra parte de la
población, sobre uno de sus escasos terrenos llanos, era un
conjunto de magnífica concepción, con su columnata de edificios de dos plantas, recubiertos de estucos y pinturas, los cuales medían ciento cincuenta y cinco metros de largo por treinta y ocho de ancho: casi un precedente de la Plaza de San
Marco de Venecia. En el lado occidental estaba la basílica,
noble edificio con columnatas interiores, que servía para reu-
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niones de carácter jurídico, comercial y social: antepasado de
las iglesias basilicales, de los tribunales y lonjas, así como de
esos pasajes cubiertos, las galerías, en que suelen darse hoy
cita los habitantes de las ciudades italianas.
Pompeya posee también un anfiteatro de piedra, lo bastante
grande como para que quepa sentada en él toda la población
de la ciudad; mucho más antiguo que su equivalente de
Roma, es el edificio más antiguo de este género que ha llegado hasta nosotros. La Campania, bajo el influjo de los samnitas y los etruscos, sentía especial pasión por los crueles juegos
gladiatorios y quizá se la transmitiese a los romanos. Pompeya
contaba también con cuarteles para los gladiadores, en los
que había unas cien celdas, repartidas en dos pisos y agrupadas en torno a un gran espacio rectangular. En estos edificios
se encontraron sesenta y tres esqueletos de personas que perdieron la vida durante la erupción, entre ellos el de una mujer
enjoyada, que había ido allí de visita. En muchas partes de la
ciudad abundan los graffiti que celebran a los gladiadores
favoritos.
Por fortuna, los pompeyanos eran tan aficionados al teatro
como a los juegos circenses. Había en la ciudad dos bellos teatros de piedra: ¿son hoy numerosas, acaso, las ciudades de
veinte mil habitantes que puedan enorgullecerse de tener
igual proporción de teatros? El Gran Teatro de Pompeya, lo
mismo que el anfiteatro, es más antiguo que cualquier edificio equivalente de Roma; los asientos de toba de su cávea se
construyeron unos trescientos años antes que el Coliseo.
Pompeya se gloriaba también de poseer un elegante Teatrillo
u Odeion, con capacidad para mil o mil quinientos espectadores, los cuales, a diferencia de los del Gran Teatro, tomaban
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asiento bajo una especie de techumbre. Aunque las funciones
teatrales no tuviesen, seguramente, tanto público como los
combates de gladiadores, era mucho, empero, el entusiasmo
que suscitaban, a juzgar por los numerosos graffiti que alaban
a los actores y por la bella efigie en bronce de uno de ellos,
descubierta en las excavaciones.
Pompeya poseía además dos campos de deportes (llamados
palestras) y no menos de cuatro lujosos establecimientos de
baños públicos (¡mucho más, también en este caso, de lo que
pueda hallarse hoy día en ciudades del mismo tamaño!). Sus
calidaria, tepidaria y frigidaria, y a veces sus laconica (los hoy
conocidos como «baños turcos»), aunque pequeños en comparación con los más vastos y tardíos edificios del mismo género en la capital, nos proporcionan las más completas y pormenorizadas informaciones de cuantas podemos obtener en
parte alguna del mundo romano acerca de sus baños, sus refinados sistemas de calefacción central, y la animada vida social
que allí se desenvolvía.
Como en otras ciudades del Imperio, la vida estaba íntimamente ligada con la religión, ya fuese ésta la oficial, ya la individual o doméstica. En Pompeya se han sacado a la luz diez
templos dedicados a diferentes divinidades, si bien en la mayoría de los casos se trata de escasas y decepcionantes ruinas.
El santuario del protector de la comunidad griega primitiva,
Heracles, apenas tiene nada que mostrar. El templo de su
sucesor, Apolo, en tanto que principal deidad de la comunidad local, es más fácilmente reconstruible, pues aún pueden
verse parte de las cuarenta y ocho columnas de su pórtico, así
como una soberbia estatua de bronce del dios (que es sólo
una copia, mientras que el original se guarda en el museo de
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Nápoles). Sin embargo, durante la mayor parte de su existencia, Pompeya estuvo bajo la protección especial de la diosa
Venus –la Afrodita griega–, que era para los pompeyanos la
deidad omnipresente, garantizadora de su vida amorosa así
como protectora de la naturaleza misma y del Universo. Con
todo, su templo, gravemente dañado por el terremoto del 62,
apenas había empezado a reconstruirse cuando sobrevino la
catástrofe final.
El templo de Júpiter, rey de los dioses, se hallaba en un extremo del foro, como era de rigor en una ciudad romana. Había
también allí varios monumentos dedicados al culto a los
emperadores, en particular un santuario dedicado al genio de
Vespasiano, emperador que murió sólo un año antes de la destrucción de la ciudad. Estos diversos cultos eran más o menos
formales, de carácter nacional y cívico; pero los que calaban
mucho más hondo en los sentimientos de los pompeyanos,
como en los de millones de habitantes del Imperio, eran los
cultos de las religiones mistéricas, que prometían a sus iniciados la salvación en la vida futura y cuya ulterior difusión por
todo el mundo antiguo impediría pronto el cristianismo.
En Pompeya, uno de tales lugares de culto, el templo de la
divinidad egipcia Isis es el mejor conservado de todos los edificios de la ciudad; sus exóticas características, propias de una
comunidad en la que había fuerte proporción de mercaderes
orientales, en 1788 las reprodujo Giambattista Piranesi en un
bello grabado. Al producirse la erupción, los sacerdotes de
Isis, que estaban comiendo, huyeron por las calles llevándose
consigo los tesoros del templo. Pero fueron sucumbiendo uno
tras otro, al tiempo que se dispersaban sus bienes según caían;
los últimos supervivientes buscaron refugio en una casa, don-
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de quedaron aprisionados y murieron. Otro culto mistérico
de Pompeya fue el de Dioniso, dios del vino y libertador de la
humanidad; los ritos dionisíacos aparecen pintados en los
muros de la llamada Villa de los Misterios, fuera de la ciudad,
auténtico memorial de su enigmático esoterismo.
Pero son las casas particulares de Pompeya las que constituyen
aún la más estupenda serie de monumentos de la ciudad; son
únicas, junto con las de Herculano, en su potencia evocadora
del mundo antiguo. Nos referimos, claro está, a las de las clases
sociales superior y media; pues las de los pobres, a no ser que
viviesen encima de sus tiendas o talleres, eran demasiado
humildes y precarias como para sobrevivir. La casa típica de los
pompeyanos más ricos constaba, en su primera época, de una
sola planta, aunque después se añadieron otras, y es un edificio
abierto sólo hacia el interior, ciego para la calle (como luego lo
serían las casas de las ciudades árabes), con cierto número de
piezas agrupadas en torno a un atrio que recibía la luz por arriba; detrás suele haber un jardín –o más de uno–, cerrado por
una columnata o peristilo.
A nosotros estas casas nos parecen una curiosa combinación
de elegancia y falta de comodidad. Las habitaciones eran,
generalmente, pequeñas; las cocinas y los baños, de tosca
construcción e incómodos; la iluminación y la calefacción,
insuficientes; las ventanas, pocas y por lo común sin vidrios:
las vidrieras de selenita –una especie de yeso– eran más raras
en las casas particulares que en los baños públicos. Por lo
tanto, en invierno haría en tales interiores un frío mortal y, si
los batientes permanecían cerrados, debían de reinar olores
no muy agradables (a veces se procuraba disimularlos tostando pan). Así y todo, estas pequeñas estancias están llenas de
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pinturas murales y sus pavimentos, cubiertos de mosaicos, lo
cual, junto con los abundantes relieves de estuco, compone la
más exquisita decoración de interiores que jamás se haya
visto.
Parece ser que los antiguos creían romper la armonía de las
líneas arquitectónicas si colgaban cuadros en las paredes. En
cambio, las recubrían enteramente con pinturas al fresco;
algunas de las más bellas pueden verse hoy en el Museo
Arqueológico Nacional de Nápoles. Los temas representados
son variadísimos: escenas mitológicas, paisajes idílicos que
prefiguran los de Alessandro Magnasco, fantasías arquitectónicas, retratos, naturalezas muertas que prenuncian las de los
pintores holandeses del siglo XVII, escenas de amor y de erotismo. Algunas son copias de obras griegas; otras son originales. Es una pintura ligera, aérea, alegre y graciosa, que muestra el perfecto dominio de una técnica difícil por parte de los
artistas y, por la de los ricos propietarios comitentes, un gusto
bastante seguro.
Los mosaicos son también una de las maravillas del arte decorativo antiguo. Los romanos conocían las alfombras orientales,
pero raramente las usaban para cubrir sus suelos, para los que
preferían una decoración musivaria, tan esencial a la belleza de
un interior como las pinturas de las paredes.
Los mosaicos pueden clasificarse, aproximadamente, dividiéndolos en dos categorías: el tapete, con motivos insertos en
un panel central (emblema) rodeado de mosaico uniforme,
sin dibujos; y el tapiz, con dibujos que se extienden por toda
la superficie y que reproducen a veces pinturas famosas, como
por ejemplo la batalla de Isso, entre Alejandro y Darío. En
contraste con esta profusión ornamental de las paredes y del
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pavimento, los muebles eran escasos, al menos para nuestras
costumbres actuales. Pero las mesas de bronce y las lámparas,
los bastidores y los pies de los lechos, los divanes de madera y
los trípodes que han llegado hasta nosotros muestran que el
mobiliario, en su esencial sencillez, era funcional, elegante, y
marcaba una neta distinción entre las piezas de valor y los
objetos de producción corriente.
Las casas de Pompeya formaban un todo con sus jardines, que
eran y siguen siendo, deliciosos precursores de los jardines al
estilo italiano. Gracias a ellos, las pequeñas y oscuras habitaciones tenían siempre asegurada la comunicación con el exterior y con el aire libre; y la sugestiva mezcla que en ellos
encontramos de plantas, flores y árboles con estatuas, bajorrelieves, fuentes con mascarones y máscaras colgantes balanceadas por el viento, realiza la feliz fusión de naturaleza y arte
que Goethe consideraba como la principal característica de
Pompeya. (M. GRANT, Eros en Pompeya).
3. Léxico
Actividades
1. a + 9; b + 1; c + 3, d + 2; e + 6; f + 7; g + 10; h + 4;
i + 5; j + 8.
2. a + 6; b + 7; c + 4; d + 1; e + 3; f + 2; g + 5.
3. a + 9; b + 11; c + 4; d + 6; e + 7; f + 10; g + 2;
h + 3; i + 8; j +; 1 k + 5.
4. a + 3; b + 1; c + 2; d + 5; e + 4.
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5. 1 F, 2 V, 3 F, 4 V, 5 V, 6 F, 7 V.
unidad 10
6. a + 7; b + 3; c + 1; d + 2; e + 8; f + 5; g + 4; h + 6.
7. 1 campus, 2 excursus, 3 in situ, 4 desideratum, 5 modus vivendi,
6 statu quo, 7 ad nauseam.
1. Los reyes etruscos
Aproximación inicial
Sobre la civilización etrusca hay información abundante en el
apartado de Actividades de refuerzo. Si los alumnos no saben
nada de los etruscos, el profesor debe apuntar únicamente
que son un pueblo que apareció durante el siglo VIII a. de C.,
en la actual región italiana de la Toscana, aunque su procedencia se discute aún hoy. Además, en esta breve exposición
se añadiría que los etruscos estuvieron en contacto con la cultura helénica a través de las colonias griegas en el sur de Italia
y Sicilia, y que desarrollaron una importante civilización, la
cual influyó poderosamente en la posterior romana.
En las monarquías actuales, el sucesor del rey es su hijo primogénito, o los demás hijos o descendientes directos, hermanos del rey, descendientes de la rama colateral, etc., con unas
reglas en el orden de sucesión al trono muy estrictas. Hay
monarquías en las que se mantiene el mejor derecho del primogénito, independientemente de que sea hijo o hija, y otras
en las que sólo reina la hija mayor en el caso de ausencia de
hijos varones (como la española).
El concepto de república y las diferencias que presenta con la
monarquía podrán explicarlo a partir de la información extraída de «Las formas de gobierno en Roma» (pp. 256-259 del
anexo).
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Información
La información sobre los reinados de Numa Pompilio, Tito Tacio
y Anco Marcio se encuentra en esta misma guía, en la unidad 9.
Sobre estos personajes versa precisamente una de las exposiciones propuestas en las «Actividades de refuerzo».
Actividades
1. a) Los hallazgos arqueológicos han confirmado que, en el
siglo VII a. de C., los etruscos se apoderaron de Roma y que la
dinastía toscana de los Tarquinios reinó desde el 616 al 510 a.
de C. En el año 509 a. de C., la tiranía de Tarquinio el
Soberbio provocará la sublevación de Roma, y hasta mediados
del siglo III, tras largas campañas militares, no se consiguió
someter definitivamente a los etruscos de toda Italia.
a7) La ilustración presenta un hermoso relieve en madera
(1643) conservado en el Museo Capitolino de Roma. En la
parte superior izquierda, vuela el águila con el sombrero de
Tarquinio. En el carro, aparecen éste y Tanaquil y, sobre ellos,
algunos monumentos romanos anacrónicos como el Panteón
(siglo II) y la pirámide de Cestio (12 a. de C.). En la parte
superior derecha, vemos a Numa Pompilio y la ninfa Egeria
ante el roble sagrado.
b2) A partir del ensayo que Bachofen dedicó a Tanaquil (Die
Sage von Tanaquil, 1870), se ha hablado de una primacía
femenina en Etruria, de matriarcado, evidenciado por el uso
del matronímico en vez del patronímico para individualizar
a las personas, lo que le llevó a la conclusión de que en la
sociedad etrusca el nombre, la pertenencia a la familia y los
derechos sucesorios se transmiten por vía materna. Por otra
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parte, la arqueología había revelado que las etruscas sabían
leer, participaban en banquetes junto a los hombres, recostadas al igual que ellos y no sentadas como las romanas (así
se observa en el famoso sarcófago de la ilustración); además,
gozaban de gran prestigio y libertad de acción.
La canción de cuna etrusca conservada por Persio corroboraría la idea de que el que se casaba con la hija del rey se convertía en el futuro rey: Hunc optent generum rex et regina, puella
hunc rapiant; quidquid calcaverit hic rosa fiat («Que lo deseen
como yerno un rey y una reina. Que las chicas se lo disputen.
Que por donde pise nazca una rosa»).
E. Cantarella, como otros muchos especialistas, ha puesto
recientemente en entredicho la teoría matriarcal etrusca y, si
bien admite que las mujeres participaban de una cultura
social y jurídica diferente de la romana, la cual les garantizaba una considerable dignidad, libertad de movimientos y ciertos derechos que una romana envidiaría, en ningún caso se
puede hablar de poder femenino ni de matrilinealidad.
3 Servus en latín significa «esclavo», (en castellano ha dado la
palabra siervo).
5 Le legitima la sucesión el matrimonio con la hija del rey.
Esquema de la historia sobre el asesinato del rey Tarquinio Prisco
y la estratagema utilizada por Tanaquil para conseguir el acceso al
trono de Servio Tulio
Los hijos de Anco Marcio, llenos de rencor porque habían
sido desposeídos del trono de su padre por un forastero que
ni siquiera era de Italia, pues procedía de Corinto, y que, además, ahora lo iba a poner en manos de un esclavo, decían que
era una gran deshonra para los romanos en general y para su
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familia en particular que el trono de Rómulo, dios hijo de un
dios, recayera en un esclavo hijo de esclava.
a4) Tito Livio no explica cómo los mataron, pero deja claro
que hubo crimen, del cual culpa a Tulia la mayor.
A fin de impedirlo prepararon el atentado contra el rey
Tarquinio; escogieron para ello a dos pastores que, armados
con hachas, simularon una ruidosa reyerta en el vestíbulo del
palacio real y pidieron la mediación del rey.
a5) Un parricidio es el asesinato de un familiar: padre, madre,
hijo o cualquier otro de los ascendientes o descendientes legítimos, o bien ilegítimos o del cónyuge; la palabra procede del
latín par-paris, «igual, semejante».
Cuando se presentó ante ellos, mientras escuchaba a uno, el
otro lo asesinó con el hacha; después ambos huyeron.
b6) Tulia presenta similitudes sobre todo con Clitemnestra,
que ha pasado a ser el prototipo de la mujer infiel, intrigante
y asesina.
Tanaquil ordena cerrar el palacio y expulsa a los testigos.
Hace acudir a Servio y le ordena acatar su plan.
c2) Los alumnos recordarán la prohibición de Creonte de
enterrar a Polinices.
La multitud se agolpa ante palacio; Tanaquil se asoma por una
ventana y les tranquiliza diciendo que el arma no ha penetrado
profundamente al rey, quien ya ha vuelto en sí y sólo está aturdido por el golpe, de forma que pronto podrán verlo en persona.
c3) Como tiranía o dictadura.
Entretanto, ordena que el pueblo obedezca a Servio Tulio,
que será rey en funciones.
Esquema de la historia de Lucio Junio Bruto, la consulta al
oráculo de Delfos y la discusión sobre la virtud de Lucrecia y
las otras esposas de los oficiales
Durante algunos días Servio actúa como si, de vez en cuando,
fuera a consultar al rey.
Los hijos de Anco, al enterarse de que el rey vivía y de que
habían sido apresados los pastores, se exiliaron.
c5) Consúltese en el anexo «Las formas de gobierno en
Roma» (pp. 256-259).
Una serpiente se deslizó desde una columna de palacio y provocó el pánico general.
Finalmente comunican la muerte de Tarquinio, y Servio, protegido por una amplia escolta, fue nombrado rey con el consentimiento del Senado, pero sin que el pueblo lo eligiera.
El rey envió a sus dos hijos Tito y Arrunte a consultar el
oráculo de Delfos, asignándoles como acompañante a Lucio
Junio Bruto, hijo de Tarquinia, una hermana del rey, el cual
se había hecho pasar por tonto (de ahí el sobrenombre de
Bruto), al ver los crímenes de su tío materno.
2. a2) El autor remite, sin duda, a los crímenes familiares registrados en las tragedias griegas, en especial, en los palacios reales de Tebas y Micenas.
Una vez realizado el encargo de su padre, preguntaron quién
de los dos heredaría el trono de Roma, y desde la gruta una
voz les respondió: aquél de vosotros, jóvenes, que dé primero un beso
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a su madre. Tito y Arrunte juran que no revelarán este presagio a su hermano Sexto, que se ha quedado en Roma, y será
el azar el que decida quién de ellos dos besará primero a su
madre.
Sin embargo, Bruto, comprendiendo que las palabras de
Apolo tenían otro sentido, simuló perder el equilibrio a causa
de un resbalón y besó la tierra, porque ésta es la madre común
del género humano.
Posteriormente, durante el sitio de la ciudad de Árdea, y debido a la inactividad, los hijos del rey se divertían en festines y
francachelas. En una de ellas, los tres hijos del rey y su primo
Colatino hablaban sobre la virtud de sus esposas. Deciden
apostar y partir a Roma para comprobarla en persona.
Gana Colatino, pues a su esposa Lucrecia la hallan hilando
sola, ya muy entrada la noche, mientras las demás esposas se
están divirtiendo en un suntuoso banquete. Sexto Tarquinio
queda prendado de la belleza y virtud de Lucrecia.
Los romanos varones disponían de un nombre de pila o praenomen, un nombre familiar o cognomen, y un tercer nombre, el
de la gens, llamado nomen, de modo que cada hombre quedaba identificado como un ser único e irrepetible. Las mujeres
siempre fueron excluidas de este sistema onomástico, designadas habitualmente con el nombre de familia en femenino,
por ejemplo Julia o Tullia. Si había más de una mujer en la
familia, como sucedía habitualmente, se diferenciaban entre
sí por el sobrenombre de mayor o minor, o bien, prima, secunda, tertia... y así sucesivamente, o también por medio de diminutivos como Livilla o Iulilla, por ejemplo. Moses Finley, en
The Silent Woman of Rome, ofrece una explicación a este pecu-
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liar sistema onomástico romano: Los romanos, al no llamar a las
mujeres por su nombre, querían transmitir un claro mensaje: que la
mujer no era y no debía ser un individuo, sino tan sólo una fracción
pasiva y anónima del grupo familiar. Siendo su destino el de esposa
(de un marido no elegido por ella) y madre (de unos hijos sobre los que
no tenía ningún poder), no había razón alguna para individualizarla y reconocerla como singular, específico e irrepetible ser humano.
2 La vieja sentencia mater certa, pater semper incertus ha aterrorizado a los varones durante siglos y, por ello, han establecido
penas durísimas para las adúlteras o para varones que seducen
a mujeres casadas y, por tanto, violan la propiedad privada de
otro. No hay que olvidar que en el mundo clásico adúltero no
es el hombre casado que engaña a su esposa –práctica totalmente habitual y manifiesta–, sino el hombre, soltero o casado, que mantiene relaciones sexuales con una mujer casada.
Respecto a la distinta consideración del adulterio masculino y
femenino, es muy ilustrativa una norma atribuida a Rómulo,
de la que nos habla Catón y que seguía vigente siglos después:
Si sorprendes a tu mujer cometiendo adulterio, puedes matarla impunemente; en cambio si es ella la que te sorprende a ti, no puede tomarse la justicia por su mano; ella no tiene derecho.
9 Las representaciones de Lucrecia han sido muy frecuentes a
lo largo de la historia, convertida en una heroína casta, víctima heroica de la lascivia y símbolo de la fidelidad en el matrimonio, de las que muchos dicen, como san Jerónimo, que ya
no quedan en su época. En este caso, Tintoretto ha ilustrado el
momento de la amenaza, previo a la violación (c. 1568-1571).
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Actividades de refuerzo
1. 1 En oposición a los romanos de hoy, que lo hacen todo en
broma, los de la Antigüedad lo hacían todo en serio. Especialmente, cuando se empecinaban en destruir a un enemigo,
ya que no sólo le hacían la guerra y no le daban tregua hasta
haberlo derrotado, aun a costa de emplear ejército tras ejército y dinero sobre dinero, sino que después entraban en su
casa y no dejaban piedra sobre piedra.
Un trato particularmente severo les reservaban a los etruscos,
cuando, después de haber soportado muchas humillaciones,
se sintieron lo bastante fuertes para poder desafiarles. Fue
una lucha prolongada y sin exclusión de golpes; al vencido no
le dejaron ni los ojos para llorar. Rara vez se ha visto en la
Historia desaparecer a un pueblo de la faz de la Tierra y a otro
borrar todas sus huellas con tan obstinada ferocidad. Por este
motivo, no ha quedado casi nada de la civilización etrusca.
Sólo se han conservado algunas obras de arte y unos miles de
inscripciones, de las que solamente pocas palabras han sido
descifradas.
Sobre esos escasísimos elementos, cada cual ha reconstruido
aquel mundo a su manera. Entretanto, nadie sabe con precisión de dónde procedía aquel pueblo. A juzgar por cómo ellos
mismos se representaron en los bronces y las vasijas de barro
cocido, parece que eran más rollizos y corpulentos que los
villanoveses (pueblo indoeuropeo del que descienden umbros, sabinos y latinos), y con unos rasgos que recuerdan a la
gente de Asia Menor. En efecto, muchos sostienen que llegaron por mar, de aquellas regiones; y eso lo confirmaría el hecho de que fueron los primeros, entre los habitantes de Italia,
que poseyeron una flota. No cabe duda de que ellos dieron el
372
nombre de Tirreno, que quiere decir precisamente «etrusco»,
al mar que baña la costa de la Toscana. Tal vez llegaron en
masa y sometieron a la población indígena, o quizá desembarcaron en corto número y se limitaron a dominarla mediante sus armas más eficaces y su técnica más desarrollada.
La superioridad de su civilización frente a la villanovesa queda
demostrada por los cráneos hallados en las tumbas, que muestran trabajos de prótesis dental bastante logrados. En la vida
de los pueblos, los dientes son un signo de gran importancia.
Se deterioran con el desarrollo del progreso, que hace más
imperiosa la necesidad de cuidados perfeccionados. Los etruscos conocían ya el «puente» para reforzar los molares y los
metales que se necesitaban para fabricarlos. En efecto, sabían
labrar no sólo el hierro, que fueron a buscar y encontraron en
la isla de Elba, transformándolo de bruto en acero, sino también el cobre, el estaño y el ámbar.
Las ciudades que inmediatamente se pusieron a construir en
el interior, Tarquinia, Arezzo, Perusa, Veyes, eran mucho más
modernas que los poblados fundados por los latinos, los sabinos y otras poblaciones villanovesas. Todas tenían bastiones de
defensa, calles, y sobre todo, albañales. Seguían, en suma, un
«plan urbanístico», como se diría hoy, y confiaban a la competencia de ingenieros, que eran excelentes para aquel tiempo,
lo que los demás dejaban al azar y al capricho de los individuos. Sabían organizarse para trabajos colectivos, de utilidad
general, y lo demuestran los canales con los que bonificaron
aquellas comarcas infestadas por la malaria. Mas, sobre todo,
eran formidables mercaderes, apegados al dinero y dispuestos
a cualquier sacrificio por multiplicarlo. Los romanos ignoraban aún lo que había detrás del Soracte, montículo poco distante de su ciudad, cuando ya los etruscos habían llegado al
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Piamonte, Lombardía y Véneto, cruzando a pie los Alpes y, remontando el Ródano y el Rin, llevado sus productos a los mercados franceses, suizos y alemanes para cambiarlos con los de
la localidad. Fueron ellos quienes trajeron a Italia la moneda
como medio de cambio, que los romanos copiaron después;
este hecho es tan cierto que dejaron grabada en ella la proa de
una nave antes de haber construido jamás ninguna.
Era gente jovial que se tomaba la vida por el lado más agradable, y por esto al final perdieron la guerra contra los melancólicos romanos, quienes adoptaban una actitud vital austera. Las
escenas reproducidas en sus vasijas y sepulcros nos muestran
hombres bien vestidos, con aquella toga que después los romanos copiaron convirtiéndola en su traje nacional, de luengos
cabellos y barbas ensortijadas, muchas alhajas en el cuello, en
los dedos, y siempre dedicados a beber, comer y conversar,
cuando no practicaban alguno de sus ejercicios deportivos.
Éstos consistían, sobre todo, en el boxeo, el lanzamiento del
disco y la jabalina, la lucha, y en otras manifestaciones que
nosotros creemos, erróneamente, exquisitamente modernas:
el polo y el toreo. Naturalmente, las reglas de aquellos juegos
eran distintas a las que hoy se usan. Mas, sin duda, entonces, el
espectáculo de la lucha entre el toro y el hombre en la arena
era altamente estimado: hasta el punto de que los que morían
deseaban llevarse a la tumba alguna escena-recuerdo pintada
en las vasijas, para continuar divirtiéndose con ellos también
en el más allá.
Un gran paso adelante, respecto de las arcaicas y patriarcales
costumbres romanas y de los demás indígenas, era la condición de la mujer, que en los etruscos gozaba de gran libertad,
y que, en efecto, viene representada en compañía de los varo-
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nes, tomando parte en sus diversiones. Parece ser que eran
mujeres muy bellas y de costumbres muy libres. En las pinturas aparecen enjoyadas, llenas de afeites y sin demasiadas
preocupaciones de pudor. Comen a más no poder, y beben a
gollete, tendidas con sus hombres en amplios sofás. O bien
tocan la flauta y danzan. Una de ellas, quien luego alcanzó
gran importancia en Roma, Tanaquil, era una «intelectual»
que sabía mucho de matemáticas y de medicina. Esto significa que, a diferencia de sus colegas latinas condenadas a la más
negra ignorancia, iban a la escuela y estudiaban. Los romanos,
que eran grandes moralistas, llamaban toscanas, o sea «etruscas», a todas las mujeres de costumbres fáciles. Y en una comedia de Plauto figura una chica acusada de seguir las costumbres
toscanas porque se hace prostituta.
La religión, que es siempre la proyección de la moral de un
pueblo, estaba centrada en un dios llamado Tinia, quien ejercía su poder con el rayo y el trueno. No gobernaba directamente a los hombres, sino que confiaba sus órdenes a una
especie de gabinete ejecutivo, compuesto de doce grandes
dioses, tan grandes que era incluso un sacrilegio pronunciar
sus nombres. Abstengámonos de ello, pues, nosotros también,
para no confundir la cabeza de quien nos lee. Todos juntos
formaban el gran tribunal del más allá, donde los genios,
especie de dependientes o de guardias municipales, conducían las almas de los difuntos, en cuanto habían abandonado
sus respectivos cuerpos. Y allí comenzaba un proceso en toda
regla. Quien no lograba demostrar haber vivido según los preceptos de los jueces era condenado al infierno, a menos que
los parientes y amigos vivos hiciesen por él muchos rezos y
sacrificios para obtener su absolución. En este caso, quedaba
absuelto en el paraíso, para continuar gozando en él de los
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placeres terrenales a base de bebida y comilonas, sopapos y
cancioncillas, cuyas escenas se había hecho esculpir en el
sepulcro.
Pero del paraíso parece ser que los etruscos hablaban poco y
raramente, y quedaba más bien en una vaguedad. Tal vez iban
muy pocos para saber algo preciso de él. De lo que estaban
informadísimos era sobre el infierno, y conocían, uno por
uno, todos los tormentos que en él se padecían. Evidentemente, sus sacerdotes creían que, para tener sujeta a la gente,
valían más las amenazas de la condenación que las esperanzas
de la absolución. Y este modo de ver las cosas se ha perpetuado hasta los tiempos más recientes, hasta los de Dante, que,
nacido también en Etruria, manifestó el mismo parecer y se
prodigó más acerca del infierno que sobre el paraíso.
Con todo eso, no debemos pensar que los etruscos fuesen florecillas de gentileza. Mataban con relativa facilidad, aunque
fuese con la buena intención de ofrecer en sacrificio a la víctima por la salvación de algún amigo o pariente. Sobre todo,
a este cometido se destinaba a los prisioneros de guerra.
Trescientos romanos, capturados en una de las muchas batallas que se libraron entre los dos ejércitos, fueron lapidados
en Tarquinia. Y a la mañana siguiente, sobre sus hígados todavía palpitantes de vida, trataron de determinar los futuros
eventos de la guerra. Evidentemente, no lo lograron, ya que,
de lo contrario, la hubiesen interrumpido enseguida. Pero la
costumbre era frecuente, aunque en general se servían de
vísceras de algún animal, oveja o toro, aspecto que los romanos copiaron.
Políticamente, sus dispersas ciudades no consiguieron unirse
jamás, y, desgraciadamente, no hubo ninguna lo bastante pode-
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rosa para tener en un puño a las otras, como hizo Roma con las
rivales latinas y sabinas. Existió una federación llamada de Tarquinia, mas no acabó con las tendencias separatistas. Los doce
pequeños Estados que formaban parte de ella, en vez de unirse contra el enemigo común, uno tras otro se dejaban derrotar
y anexionar por Roma. Su diplomacia era como la de ciertas
naciones europeas que prefieren morir solas a vivir juntas.
Todo ello ha sido reconstruido, mediante deducciones, con
los restos del arte etrusco que se han conservado y que constituyen la única herencia dejada por aquel pueblo. Se trata
especialmente de cerámica y bronces. Entre la cerámica, la
hay bellísima, como el Apolo de Veyes, llamado también el Apolo
caminante, de terracota policromada, la cual denota en los
alfareros etruscos una gran pericia y un gusto refinado. Los
bronces son casi siempre de imitación griega y, salvo algún raro
ejemplar como el «búcaro negro», no nos parecen gran cosa.
Pero por muy escasos que sean esos restos, bastan para hacernos comprender cómo los romanos, una vez hubieron oprimido a los etruscos, tras haber seguido un poco su escuela y
haber soportado su superioridad, sobre todo en el campo técnico de la organización, no sólo destruyeron a este pueblo,
sino que procuraron borrar toda huella de su civilización. La
consideraban enferma y corruptora. Copiaron todo lo que les
acomodó. Mandaron a las escuelas de Vejo y de Tarquinia a
sus jóvenes para instruirles, sobre todo en medicina e ingeniería. Imitaron la toga. Adoptaron el uso de la moneda. Y, tal
vez, también tomaron prestada la organización política, que,
sin embargo, los etruscos tuvieron en común con todos los
demás pueblos de la Antigüedad, con el paso, también en su
caso, de un régimen monárquico a otro republicano, regido
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por un lucumon, magistrado electivo, y, por fin, a una forma de
democracia dominada por las clases ricas. Pero las propias
costumbres, basadas en el sacrificio y la disciplina social,
Roma quiso preservarlas de la molicie etrusca. Comprendió
instintivamente que no bastaba vencer en la guerra al enemigo y ocupar sus tierras, si después se le daba la oportunidad de
contaminar la casa del amo, asimilándolo en calidad de esclavo o de preceptor, como solía hacerse en aquellos tiempos
con los vencidos. No sólo destruyó al pueblo etrusco, sino que
se empeñó en sepultar todos sus documentos y monumentos.
Esto sucedió, empero, mucho tiempo después de que se
hubiese establecido contacto entre los dos pueblos, los cuales
precisamente ya se habían encontrado en Roma cuando vinieron los albalonganos y, al parecer, hallaron instalada una
pequeña colonia etrusca, que había denominado el lugar con
un nombre de su país. Parece, en efecto, que Roma proviene
de Rumón, que en etrusco quiere decir «río». Y si esto es verdad, hay que deducir que la primera población de la Urbe la
integraban no solamente latinos y sabinos, pueblos de la
misma sangre y del mismo tronco, como haría creer la historia del famoso «rapto», sino también etruscos, gente de raza,
lengua y religión muy diferentes. Es más, según ciertos historiadores, el propio Rómulo habría sido etrusco. De todos
modos, etrusco fue ciertamente el rito según el cual se fundó
la ciudad, al trazar un surco con un arado arrastrado por un
buey y una yegua blancos, después de que doce pájaros de
buen agüero hubieron revoloteado sobre sus cabezas.
Sin querer competir con los entendidos que hace siglos vienen discutiendo sobre esos problemas, mencionaremos la versión que nos parece más probable de las dos.
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Cuando latinos y sabinos llegaron a orillas del Tíber, los etruscos, que tenían la pasión del turismo y del comercio, habían
fundado ya en ellas un pequeño poblado, el cual debía servir
de estación de maniobras y abastecimientos para sus líneas de
navegación hacia el sur. Aquí, y especialmente en Campania,
habían establecido ya ricas colonias: Capua, Nola, Pompeya y
Herculano, donde las poblaciones locales, que se llamaban
sanitas y que eran de origen villanovés a su vez, iban a cambiar
sus productos agrícolas con los industriales que llegaban de la
Toscana. Era difícil, desde Arezzo o desde Tarquinia, llegar
hasta allí por vía terrestre. No había caminos y la región estaba infestada de animales salvajes y de bandidos. Visto que eran
los únicos que poseían una flota, resultaba mucho más fácil
para los etruscos ir por mar. Pero el viaje era largo y requería
semanas enteras. Las naves, grandes como cascarones de
nuez, no podían embarcar muchos víveres para los hombres,
y necesitaban de puertos, a lo largo de la ruta, donde proveerse de agua y harina para el resto del trayecto. La desembocadura del Tíber, a mitad del camino, constituía una cómoda
bahía para llenar las bodegas vacías, y además, navegable
como era en aquellos tiempos, ofrecía asimismo, un cómodo
medio para remontar hasta el interior y llevar a cabo algún
negocio con los latinos y los sabinos que lo habitaban. La
región estaba salpicada no se sabe si de una treintena o una
setentena de burgos, cada uno de los cuales constituía un pequeño mercado de intercambio. No es que pudieran hacerse
grandes negocios, porque el Lacio no era rico más que en
madera, debido (quién lo diría hoy) a sus maravillosos bosques. Por lo demás, no producía ni siquiera trigo, sino solamente farro, y un poco de vino y de aceituna. Por esto fundaron Roma, llamándola así o con otros nombres, pero sin dar
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demasiada importancia al hecho. ¡A saber cuántas Romas
había escalonadas a lo largo de la costa tirrena entre Liorna y
Nápoles! Y pusieron en ellas, para cuidarlas, una guarnición
de marineros y de mercaderes que tal vez consideraban aquel
traslado como un castigo. Debían mantener en orden sobre
todo el astillero, para la reparación de las naves deterioradas
por las tempestades, y los almacenes, para abastecerlas.
Después empezaron a llegar por grupos los latinos y los sabinos, un poco tal vez porque comenzaban a sentirse estrechos
en sus casas, y un poco porque también ellos tenían ganas de
comerciar con los etruscos, de cuyos productos estaban necesitados. Que entonces tuviesen ya un plan estratégico de conquista, primero de Italia y después del mundo, y que por esto
considerasen indispensable la posición de Roma, son fantasías de los historiadores contemporáneos. Aquellos latinos y
sabinos eran unos rústicos de pasta labriega, para los cuales la
geografía se resumía en el huerto doméstico.
Es probable que estos nuevos venidos llegasen a las manos
entre ellos. Pero es también posible que después, en vez de
destruirse recíprocamente, se aliaran para hacer frente a los
etruscos, quienes debían de mirarles un poco como los ingleses miran a los indígenas en sus colonias. Ante aquella gente
forastera que les miraba de arriba a abajo y que hablaba un
idioma incomprensible para ellos, debieron darse cuenta de
que eran hermanos familiarizados por la misma sangre, igual
lengua e idéntica miseria. Por esta razón, pusieron en común
lo poco que tenían: las mujeres. El famoso rapto no es probablemente más que un signo de este acuerdo, del que es natural que los etruscos hayan quedado excluidos, pero por propia
voluntad. Se sentían superiores y no querían mezclarse con
aquella chusma.
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La división racial continuó al menos cien años, durante los
cuales latinos y sabinos, fusionados ya en el tipo romano,
debieron de tragar mucha saliva. Cuando, después de
Tarquino el Soberbio, que fue el último rey, pudieron tomar
la ventaja, la venganza no conoció cuartel. Y tal vez el ensañamiento que pusieron en destruir la Etruria no sólo como
Estado, sino también como civilización, les fue inspirado precisamente por las humillaciones que los etruscos les habían
hecho sufrir incluso en su patria. Y de ellos quisieron depurarlo todo, hasta la historia, dando también a Rómulo un certificado de nacimiento latino, cuando quizá lo tuviera etrusco,
y haciendo remontar el origen de la ciudad a la unión con los
sabinos. (I. MONTANELLI).
2. 2 Según Tito Livio, L. J. Bruto puso, durante su ejercicio
del poder como cónsul de la nueva República, más empeño
en proteger la libertad del que había puesto en reivindicarla.
Sabía que el nombre de su colega en el Consulado, a falta de
otro inconveniente, pues la virtud de Colatino era irreprochable, era mal visto por los ciudadanos. Decían que los
Tarquinios se habían habituado al poder y ya no sabían vivir
como simples ciudadanos, que aquel nombre no era grato y
que era un peligro para la libertad. Bruto convocó al pueblo a
una asamblea y le hizo repetir el juramento de que no consentiría que volviese a haber en Roma rey alguno, ni persona,
que representase un peligro para la libertad. Luego dijo a
Lucio Tarquinio Colatino algo que no le habría dicho jamás si
el amor de la patria no le hubiese obligado: que el pueblo
romano no creía tener aún la libertad plena; que la estirpe
real, el apellido real, estaba aún en la ciudad e, incluso, en el
poder; y que no la persona, pero sí el nombre, era un obstáculo para la libertad y un peligro para la República. Por
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tanto, le rogó que por propia iniciativa alejase el nombre real
de Roma, que se fuese como amigo con todos sus bienes, pues
el pueblo creía que la realeza desaparecería únicamente cuando se hubiera ido toda la familia Tarquinia. Colatino se quedó
sin habla, pero, luego, cuando empezó a replicar, toda la
nobleza lo rodeó y le hizo la misma petición. Finalmente, presionado incluso por Espurio Lucrecio, su suegro, y pensando
que aquello era irremediable y que, en caso de oponerse, se
arriesgaba a la pérdida de sus bienes o a cualquier otra ignominia, presentó su dimisión como cónsul, trasladó todos sus
bienes a Lavinio y se marchó de la ciudad.
Bruto, previa autorización del Senado, presentó al pueblo una
propuesta de destierro de toda la familia Tarquinia. Todos
pensaban que la guerra contra dicha familia pronto tendría
lugar. Había entre la juventud romana de alta cuna un grupo
de jóvenes a los que todo se les había permitido durante la
monarquía, de forma que se habían habituado a vivir como
reyes junto a los jóvenes Tarquinios. Miraban con desprecio la
situación igualitaria presente y añoraban los años de la
monarquía, pues decían que la libertad del populacho los
había convertidos a ellos, la gente de calidad, en esclavos. Así
pues, de forma soterrada, iban tanteando los ánimos de otros
jóvenes para intentar de nuevo instaurar la monarquía, y a los
que acogían bien sus palabras, les entregaban una carta de los
Tarquinios en la que les pedían encontrar la manera de hacerlos entrar en Roma clandestinamente durante la noche.
Los dos hijos de Bruto, Tito y Tiberio, fueron incorporados a
la conspiración por sus tíos maternos. Pero un esclavo escuchó lo que dialogaron y lo denunció a los cónsules. Éstos
interceptaron la carta de los Tarquinios y ordenaron la detención de todos los conjurados, entregando al pueblo los bienes
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reales para que los saquearan y así perdiesen todo deseo de
avenencia con ellos. De esta forma, la magnífica finca de los
reyes junto al Tíber pasó a ser el «Campo de Marte».
Después del saqueo de los bienes reales, los traidores fueron
juzgados, condenados y ejecutados. El cargo de cónsul que detentaba Lucio Junio Bruto impuso al padre el deber de ordenar la ejecución de sus propios hijos, Tito y Tiberio, y el azar
quiso que, además, él fuera el designado para presidirlo. Livio
describe así la ejecución:
Todas las miradas se dirigían a los hijos del cónsul y a su padre [...].
Los cónsules fueron a ocupar sus sillas y los lictores recibieron la orden
de proceder a la ejecución. Desnudaron a los reos, los azotaron con las
varas y los hirieron de muerte con el hacha. En todo momento el público contemplaba al padre, su rostro, su expresión, en la que percibían
destellos de sentimientos paternales en medio de su función pública de
impartir justicia.
La pintura de J. L. David que aparece en la pág. 229 muestra
cómo se lleva el cuerpo de uno de los hijos a la casa paterna,
en presencia de un Bruto imperturbable y de unas mujeres
sumidas en la desesperación (1789, Louvre, París).
2. La romanización
Información
Publio Elio Adriano (76-138), originario de Itálica (España), era
hijo de Publio Elio Adriano y Domicia Paula. Desde el año 85,
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estuvo bajo la custodia del que posteriormente sería el emperador, Trajano, recibiendo una formación orientada a la carrera
militar. En el año 100 se casó con Vibia Sabina, una sobrina lejana de su tutor. Se distinguió en muchas de las campañas militares
de Trajano y también en expediciones independientes, entre
otras, en las guerras dacias y partas, así como en Siria. La relación
con Trajano debió de ser siempre problemática y no basada en
una sólida amistad. Así, éste nunca lo adoptó, aunque lo pretendiese su esposa Plotina. Cuando Trajano falleció en el año 117, no
había designado oficialmente un sucesor. Las tropas de Siria,
donde Adriano era gobernador en ese momento, lo proclamaron
emperador y el Senado las siguió un año más tarde, confiando en
la noticia, probablemente divulgada por Plotina y su círculo, de
que Trajano adoptó a Adriano y por ello había sido designado
como sucesor.
En Roma, una ciudad en la que debió de estar poco a causa de sus
muchas expediciones y viajes, supo imponer respeto por su rápido y eficaz saneamiento de la situación política y, sobre todo,
financiera. También sus enormes actividades constructivas despiertan admiración (los templos de Venus y de Roma, el
Panteón). Las provincias orientales, recientemente conquistadas
por Trajano, fueron abandonadas y se consolidaron las fronteras:
en Inglaterra, por ejemplo, esto dio lugar a la construcción de la
Muralla de Adriano, comenzada bajo la supervisión personal del
emperador en el año 122. Un viaje por Grecia y el Oriente en el
año 128 estuvo marcado, asimismo, por notables actividades constructivas. Así, entre otras, se construyó una gran biblioteca en
Atenas, y Jerusalén, de hecho, fue fundada de nuevo bajo el nombre de Aelia Capitolina. En Egipto fundaría Antinoopolis. En el
viaje de regreso desde este país, Adriano tuvo que verse con el
sangriento levantamiento de los judíos bajo el liderazgo de Bar
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Kochba. Sólo consiguió regresar a Italia en el año 135, donde no
se instaló en Roma sino en su casa de campo en Tíbur (Tívoli), la
cual probablemente fue proyectada en gran parte por él mismo.
Durante una cura médica falleció en Bayas en el año 138.
En el transcurso de su viaje por Asia Menor en el año 123, había
conocido en Bitinia al joven Antinoo. Acogió al muchacho inmediatamente en su séquito, oficialmente como su sirviente personal, pero en realidad como su amante. El emperador aparecía en
todas partes con Antinoo a su lado. En el año 130, Antinoo se
ahogó en el Nilo, en Hermópolis (Egipto), bajo circunstancias
poco claras. Algunos autores aceptan que fue por accidente, pero
también existen especulaciones sobre un suicidio ritual, debido a
que iba a poner en un aprieto al emperador cuando regresara a
Roma, donde ya se había tachado de escandaloso el lugar preeminente que tenía Antinoo. La relación con Sabina, que ya no era
demasiado afectuosa, pudo haber sido otro factor determinante.
La muerte por propia elección de Antinoo también puede interpretarse, finalmente, como el término de una época ideal, que en
todo caso habría llegado a su fin al convertirse el joven en adulto.
Inmediatamente, Adriano declaró dios a Antinoo y fundó en la
orilla frente a Hermópolis la llamada Antinoopolis, probablemente también porque se necesitaba una nueva ciudad por razones demográficas. Antinoo habría aparecido en el cielo, sobre
ella, adoptando la forma de una estrella. (E. M. MOORMAN & W.
UITTERHOEVE).
Actividades
1. José de Madrazo pintó esta Muerte de Viriato (Casón del Buen
Retiro, Madrid) dentro de una serie de cuadros que pretendía
ilustrar y combatir la infamia romana, pues el pintor, animado
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por un impulso de patriotismo tras la invasión napoleónica de
España, resolvió pintar únicamente obras con escenas evocadoras de la resistencia hispana contra Roma. El cuadro, que
sigue los moldes neoclásicos decimonónicos, no representa el
momento del asesinato, sino el descubrimiento del cadáver
por los soldados y su desolación ante el caudillo muerto.
2. a y b1) Iberia era el nombre que en la Antigüedad dieron
algunos geógrafos e historiadores griegos a la actual península Ibérica. A partir de la conquista romana de este territorio
(205 a. de C.), el nombre Hispania fue imponiéndose poco a
poco y, finalmente, fue aceptado por todos.
a y b2) Se llamaba Turdetania a la región situada en la actual
Andalucía, desde el Guadiana hasta el estrecho de Gibraltar;
estaba habitada por iberos descendientes de los tartesios.
a y b5) La toga era la prenda más característica de un ciudadano romano. En Roma, los hombres llevaban sobre la piel
una túnica hasta la rodilla, ceñida con un cinturón. Encima
de ella se ponían la toga, la pieza de vestir más significativa para un ciudadano, la cual no podían llevar los esclavos ni al
principio tampoco los plebeyos. Se trataba de una gran pieza
de tela semicircular, gruesa y de lana en invierno, y fina en verano, enrollada en torno al cuerpo y sobre un hombro; era
complicada de poner, ya que sus abundantes pliegues debían
arreglarse y presentar una caída elegante. La toga que llevaba
la nobleza estaba orlada con una franja dorada o de púrpura,
un tinte muy costoso, obtenido de un molusco marino que
vive en las costas de Fenicia, y que fue en muchas culturas
monopolio de la alta nobleza, especialmente de la realeza.
c3) Dado que la paz es la ausencia de guerra, se llamó pacificar al sometimiento definitivo de una provincia o territorio, ya
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que de esta forma se terminaba con el enfrentamiento armado. En concreto, se habla de pax romana para referirse a la
situación de paz vigente en el mundo mediterráneo durante
los dos primeros siglos del Imperio. Esta paz, salvaguardada
por los ejércitos romanos, se evocó en la numismática imperial, bajo la figura de una mujer que sostiene una rama de
palma o de olivo, y a ella se le dedicó el famoso Ara pacis
Augustae y un templo en Roma.
Remitimos, igualmente, a los interesantes textos de Veleyo
Patérculo y Salustio sobre la pax romana, recogidos en Cultura
clásica 1, pp. 74-75.
c6) Al mar Mediterráneo (que significa mar «en medio de tierras»), los romanos lo llamaron Mare Nostrum, «nuestro mar»,
una vez que hubieron conquistado todos los territorios que lo
circundan.
d1) Escipión Emiliano (185-129 a. de C.) conquistó Numancia. Fue un brillante orador, así como un enamorado de la cultura griega y distinguido militar. Su mayor gloria consistió en
poner fin a las guerras Púnicas con la toma y destrucción de
Cartago (146 a. de C.), que fue arrasada según las órdenes de
Roma, aunque Apiano cuenta que él derramó lágrimas ante la
destrucción de esta grandiosa ciudad.
Tras la rendición de Numancia regresó a Roma, donde desafió el sentir popular al afirmar que el asesinato de Tiberio
Graco, su propio cuñado, había sido justo. Después, en sus
intervenciones políticas, se opuso a las reformas que encabezaba Cayo Graco, por lo que, cuando en el año 129 a. de C. se
halló a Escipión muerto en su cama, corrió el rumor de que
Graco y sus partidarios lo habían estrangulado.
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d2) Respecto al asedio, remitimos a «Las tácticas militares en
Grecia y Roma», en Cultura Clásica 1, págs. 86 y ss.
e1 y 2) Los árabes dieron al río Betis el nombre de Guadalquivir, que aún conserva.
Actividades de refuerzo
3. Lucio Eneo Séneca. Este filósofo (c. 4 a. de C.-65 d. de C.)
nació en Córdoba, al igual que el poeta Lucano. Era hijo de
Lucio Eneo Séneca y de Helvia. Siguiendo las huellas de su
severo padre, perfecciona sus conocimientos de retórica.
Agripina la Menor, para que se hiciese cargo de la educación
del joven Nerón, revocó su exilio, decretado por Calígula, el
cual tenía celos de su elocuencia según Dión Casio. Durante
los primeros años de la dignidad imperial de Nerón, el orador, filósofo y literato –que ya tenía varias tragedias a su nombre, y que en su tratado De clementia ya había enseñado a
Nerón una especie de manual del soberano– adquirió una
posición política fuerte y una gran fortuna. Después de la
muerte de Agripina y de su partidario, Burro, se debilitó su
posición. En el año 62 a. de C. se retiró a sus propiedades
rurales para dedicarse a sus escritos filosóficos y literarios,
entre los que se encuentran las Epistulae morales, las cuales se
han conservado.
Fue obligado a acabar con su vida, por orden de Nerón, al ser
sospechoso de complicidad en la conspiración de Pisón,
según Dión Casio con razón, según Tácito sin pruebas. Este
último da una descripción dramática del discurrir de los acontecimientos (Dión Casio es más sobrio): después de que un
centurión transmita la orden imperial a Séneca, éste amones-
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ta a sus amigos, que estallan en lamentos, y les recuerda sus
sabias lecciones acerca de la aceptación del destino. Paulina,
su esposa, quiere morir junto a él, y ambos deciden cortarse
las venas. Temiendo que el dolor de uno minara el valor de
otro, Séneca persuade a su esposa para que se despida de él y,
después, abandonar la vida en habitaciones diferentes. El
anciano pierde la sangre demasiado despacio, y cuando una
copa de cicuta tampoco le conduce a una muerte rápida, se
mete en un baño de agua caliente que acelera su fin. Nerón,
por temor a la ira excesiva del pueblo, ordena detener el suicidio de Paulina, quien sobrevivirá a su marido algunos años.
Tácito y Suetonio presentan a Séneca como un personaje
noble, diametralmente opuesto a Nerón, en cambio Dión
Casio es manifiestamente malicioso. Acusa a Séneca de mantener relaciones adúlteras con Julia, la hija de Germánico, y
con Agripina, retratándolo como un intrigante, ávido de dinero y de poder, cuyos modales son contrarios a sus doctrinas, e
incluso le imputa el haber sido el instigador del asesinato de
Agripina por Nerón.
Desde la Edad Media hasta el Barroco, Séneca gozó de una
reputación excelente y su fallecimiento llegó a compararse
con la pasión de Cristo. Sin embargo, para Diderot y otros
autores, Séneca no posee en modo alguno una nobleza similar a la de Sócrates, ya que participó demasiado de la mala
reputación de Nerón (E. M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Marco Valerio Marcial. Fue un poeta latino (40-104), de origen hispano (Bilbilis, cerca de la actual Calatayud). En el año
64 se trasladó a Roma para completar sus estudios jurídicos.
Como Séneca y Lucano habían muerto ya, la colonia hispana
había quedado sin protectores; llevó primero una vida de
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parásito y adulador, casi al borde de la miseria. Luego Tito le
confirió títulos honoríficos y gozó de la protección de
Domiciano, en cuyo reinado publicó prácticamente toda su
obra. Con el advenimiento de Nerva y Trajano y la reacción
antidomiciana hubo de regresar a Celtiberia (98), donde lo
protegió Marcela, una dama rica.
Su obra cumbre la constituyen los Epigramas, doce libros publicados espaciadamente, en los que brilla su estilo perfecto,
su habilidosa versificación, y un ingenio agudo y sutil que sabía
mezclar en sus poemas la sal y la hiel, no menos que el candor, en
acertadas palabras de Plinio el Joven. Creó el modelo definitivo del epigrama y su influencia llega a nuestros días.
Marco Ulpio Trajano. Este emperador (53-117) fue originario
de Itálica (Hispania). Sirvió a los emperadores Domiciano
(81-96) y Nerva (96-98), sobre todo en las fronteras del norte
del Imperio romano, formadas por el Rin y el Danubio. Por su
competencia y lealtad, Nerva lo adoptó y se le cedió una parte
de las competencias imperiales. En el año 98, al fallecer
Nerva, le sucede en el trono; fue el primer emperador originario de España. Se mostró como un soberano humano, accesible a sus soldados y súbditos, así como poseedor de un gran
sentido de la justicia. Alrededor del año 100, se convirtió en
el primer emperador al recibir del Senado el epíteto de
Optimus («el mejor»).
A pesar de su política encaminada a la paz, en gran medida
estuvo ocupado por necesarias operaciones militares. En el
norte fortificó las fronteras a lo largo del Rin, fundando nuevos campamentos militares y ciudades, sobre todo en lugares
donde los romanos ya estaban establecidos; entre otras, Ulpia
Noviomagus Nimega (Países Bajos) y Ulpia Traiana Xanten
390
(Alemania). Las guerras en el este contra los dacios (101-106)
y contra los partos (113-117) mantuvieron al emperador alejado de Roma largo tiempo. La sumisión de Mesopotamia le
permitió penetrar profundamente en el Oriente Medio, pero
no resultó una expansión definitiva del territorio. En Siria y
en la actual Israel, llamada entonces Arabia por los romanos,
y en Jordania se fundaron o se ampliaron asentamientos
importantes (Damasco, Bosra, Petra). Finalmente, hay que
mencionar una dura intervención, según algunos autores,
contra los judíos rebeldes en Palestina.
El emperador también se mostró activo en el sentido legislativo
y organizador. Se extendió la red de vías –en todas partes se
encuentran miliarios con su nombre–, y la administración de
las provincias se estandarizó. Con los enormes tesoros que especialmente había producido la campaña dacia, Roma fue embellecida y abastecida de numerosos acueductos.
Trajano murió en el año 117, en la costa del mar Negro. Dejó
a Adriano, su sobrino y mano derecha, un imperio que había
alcanzado su máxima expansión. Sus cenizas fueron inhumadas en una urna bajo la Columna Trajana, situada en el Foro
Trajano, lugar que lleva su nombre al haberlo arreglado él
mismo, si bien fue terminado por su sucesor.
Ya en la Antigüedad y mucho tiempo después, hasta la época
de Montaigne, Trajano se consideró no sólo como un excelente emperador romano sino como el mejor, debido también
al calificativo ya mencionado de Optimus. En la mayoría de los
escritos aparece como un soberano pacífico perfecto; por
ejemplo, Plinio el Joven, en un discurso extremadamente
lisonjero y ostentoso, el Panegyricus in Traianum, muestra a
Trajano como un reflejo de Júpiter que debe salvar el mundo
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de la maldad. También el contemporáneo Dión Crisóstomo se
expresa en tales términos. De los demás autores, Dión Casio
es el más importante, mientras las cartas del mencionado
Plinio, en las que se tratan cuestiones de naturaleza administrativa, ilustran el desarrollo normal de los acontecimientos
en una provincia. Los Comentarii, una especie de memorias
obra del propio Trajano, se han perdido.
Las numerosas campañas militares de Trajano se han documentado de manera extensa mediante monedas y relieves;
son testimonios especialmente importantes el Arco de
Benevento del año 109 y la Columna Trajana del año 107-112,
consagrada en el año 113. El primer monumento conmemora las guerras contra los partos y se encuentra al final de la
nueva vía a Brindisi, construida como continuación de la antigua Vía Apia. La advocación divina del soberano se expresa
por la presencia de los dioses olímpicos y de Heracles. La
Columna «describe» las guerras contra los dacios, entre los
años 101-102 y 105-106, en un friso de doscientos metros de
largo que no se debe interpretar literalmente como una
reproducción histórica, sino más bien como una expresión
épica de esas expediciones. El emperador está representado
unas sesenta veces, aunque nunca en actitud de combate.
(E. M. MOORMANN & W. UITTERHOEVE).
Flavio Teodosio. Este emperador romano (379-395) era llamado el Grande (Coca 347-Milán 395). El emperador Graciano le designó magister militum y luego, Augusto de Oriente. Se
estableció primero en Tesalónica y después en Constantinopla. Tomó partido por la fe de Nicea y promulgó el famoso Edicto de Tesalónica (el 28 de febrero de 380), mediante el
cual obligaba a la conversión al catolicismo de todos sus súb-
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ditos y proscribía otras corrientes cristianas, como el arrianismo u otras «herejías», las cuales persiguió con particular saña.
Integró la jerarquía eclesiástica en el orden civil, dictó pena
de muerte para los herejes y los apóstatas, e intentó acabar
para siempre con el paganismo: sucesivamente se prohibieron
los oráculos, los sacrificios, la visita a los templos, así como los
juegos olímpicos y otras manifestaciones culturales del
mundo clásico.
Intervino en las numerosas guerras por el poder en Occidente,
eliminó a sus adversarios y reconstruyó en su persona la unidad
del Imperio romano por última vez (394-395). Fue excomulgado por san Ambrosio, hasta que hizo penitencia por la
matanza de los habitantes de Tesalónica que se sublevaron ante
el Edicto. A su muerte, legó el Imperio de Oriente a su hijo
mayor Arcadio y el de Occidente, a su hijo menor Honorio.
3. Léxico
Actividades
1.
a + 1; b + 2; c + 3; d + 4; e + 5.
1. 1 = polígono; 2 = binomio; 3 = diámetro; 4 = polinomio;
5 = monomio; 6 = trigonometría; 7 = poliedro; 8 = bisecar;
bisectriz; 9 = bisección; 10 = diagonal; 11 = tetraedro; 12
= icosaedro.
2. tetrágono, tetraedro; pentágono, pentaedro; hexágono,
hexaedro; heptágono, heptaedro; octágono u octógono,
octaedro; eneágono, eneaedro; decágono, decaedro; dodecágono, dodecaedro.
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GD Cultura clásica ok
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2.
a + 3 = isomorfismo
c + 4 = isométricas
b + 2 = isósceles
d +1 = isoperimétricas
3.
a + 2 = equivalencia
c + 4 = equidiferencia
b + 3 = equidistancia
d + 1 = equilátero
4.
a + 3; b + 6; c + 2; d + 7; e + 10;
f + 1; g + 4 ; h + 9 ; i + 5; j + 8.
5.
1 V, 2 F, 3 V, 4 V, 5 F, 6 V, 7 F, 8 V, 9 V, 10 F.
6.
a + 4; b + 5; c + 2; d + 3; e + 7; f + 8; g + 6; h + 1.
7.
1 factotum; 2 mutatis mutandis; 3 primus inter pares;
4 mea culpa; 5 in mente; 6 do ut des; 7 in extremis
8 ad hominem; 9 gratia et amore.
8.
1 90; 2 duodécimo; 3 MCMXLV, MMMXXII; 4 1.826.
9.
3 Eolo, ya que el padre de dioses y rey de hombres te concedió el
apaciguar las olas o encresparlas con el viento, un pueblo enemigo
mío, que lleva Troya a Italia y a sus vencidos Penates, cruza el mar
Tirreno. Infunde fuerza a los vientos, anega las naves hundidas y
siembra de cuerpos el mar. Tengo dos veces siete primorosas ninfas,
de las cuales te daré como esposa a la más bella, a Deyopea, para
que, por tales méritos, viva contigo durante años y te haga padre de
una hermosa prole.
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