La múltiple influencia de Mariano Agulló en el renacimiento catalán

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DISCURSOS
LEÍDOS ANTE L A
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA
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DE
D. LORENZO RIBER CAMPINS
EL DIA 9 DE FEBRERO DE 1930
IMPRENTA DE A. ORTEGA
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DISCURSOS
LElDOS ANTE L A
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA
DE
D. LORENZO RIBER CAMPINS
EL DIA 9 DE FEBRERO DE 1930
IMPRENTA DE A. ORTEGA
Aribíu, núm. 7
BARCELONA
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S E Ñ O R E S ACADÉMICOS :
E n el infierno de Virgilio, las sombras que vagan por los amenos
verdores del Elíseo, conservan los mismos afectos y los amores
mismos que tuvieron acá arriba, cuando respiraban auras vitales.
Si yo, p a r a entrar aquí, hubiera tenido que llenar u n vacío de aquellos que a b r e la muerte y los sella con su majestad ; .ahora temería. Temería que la inaplacada s o m b r a volase, inulta e irritada, en
derredor del asiento que yo h a b r í a tenido la osadía de detentar,
con una ambición que se parecería mucho a u n sacrilegio. N o soy
sucesor de nadie, por buena suerte mía. E n torno de mi cabeza no
vuela n i n g u n a s o m b r a no aplacada. N o gravita sobre mí la column a de f u e g o de ninguna gloria. Es'te e s el consuelo de mi oscuridad : que n o d e s h o n r a r é n i ofenderé a nadie. No e n t u r b i a r é ningún esplendor, n i seré infiel a ninguna herencia. N o me acosará
ningún aparecido glorioso, a r m a d a su mano con los fuegos n e g r o s
de las F u r i a s . Seré el.primero de los míos ; y será tarea harto fácil oscurecerme y eclipsarme a mí, cuando haya vuelto a la oscuridad originaria sobre la que habéis dejado caer un rayo súbito de
vuestra luz.
Aliviado del peso de la responsabilidad de una sucesión desigual
y empequeñecida, me ligaría a mí mismo con un grave reato de ingratitud, si en esta ocasión, tal vez la más alta de mi vida, no evocara el recuerdo de los dos egregios varones que h a n venido acá
de aquella misma tierra de Mallorca que habéis querido que yo representara : el Reverendo P a d r e Don Miguel Mir y el Excmo. Señor Don Antonio M a u r a . A mi circunstancia de terrigena debo el
alto honor de poder rendir a los dos egregios paisanos que me
precedieron, este pálido tributo d e justicia. Aquel que la hizo a tantos y sospesó el mérito de tanto, h e n o m b r a d o a Sainte-Beuve, escribe : «Yo me imagino que en Grecia, antes de la edad de los elogios y de los panegíricos, cuando se e r a de la escuela de Xenofonte,
loaba uno a sus amigos, con una p a l a b r a j u s t a y ligera d e j a d a caer
al pasar. » N o es con una p a l a b r a estricta y leve, dicha al descuido,
que se pueden encarecer dignamente los múltiples merecimientos
de los dos personajes que vinieron acá de la misma tierra de don-
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de yo también he venido. Pero i de qué diferente m a n e r a vinieron I
Menéndez y Pelayo, en una coyuntura como la de hoy, al recibir la
Academia e n su seno al Reverendo P a d r e Miguel Mir, pidió prestadas a Lope de Vega, aquellas palabras de bienvenida con que saludó la gloria gemela y la aparición de las rimas de los dos h e r manos Argensolas : «Parece que vinieron de A r a g ó n a r e f o r m a r
e n nuestros poetas la lengua castellana..,»
De la isla de Mallorca en que tal vez se habla y se escribe lo pus
beli catalanesc del món, según la f r a s e de R a m ó n M u n t a n e r (el
Xenofonte catalán o el Alonso de Ercilla catalán, e n el sentido de
que él fué a la vez actor y autor de la epopeya), vino D o n Miguel
Mir a enseñar acá cómo se escribe el más lácteo y sabroso castellano. D o n Antonio M a u r a vino acá a enseñar cómo se h a b l a el castellano más noble e imperativo. D e la pluma del P. Mir fluía u n a
oración más suave que la miel. D e la boca de Don Antonio M a u r a
b r o t a b a el m a n a n t i a l del verbo vivo, soflamado d e pasión y vehículo de aquella persuasión, que los antiguos calificaron de dulce y
a t a r o n a l cielo con una cadena de oro. T o d o esto t r a j e r o n lellos ;
yo, h a b r é traído no sé qué son ronco y peregrino que ofenderá
vuestros oídos delicados y religiosos como los de los atenienses, según de la frase de Cicerón : yo h a b r é traído algo así como aquel
horrísono stridor punicus de que h a b l a S a n Jerónimo. E s u n pecado original e n mí que b o r r a vuestra bondad y de que yo no me
sabría avergonzar demasiado, como tampoco sabría avergonzarme demasiado de mi rostro nativo.
Allá, en mis verdes años, tuve la f o r t u n a de e s t a r en proximidad
y contacto con el Reverendo Don Miguel Mir que f u é bibliotecario vuestro perpètuo. Como siempre tenía a m a n o ,el riquísimo tesoro bibliográfico de esta Academia y lo tenía a perpetuidad (con
la m e n g u a d a perpetuidad que hubisteis de l a m e n t a r demasiado
pronto y que tienen todas las cosas d e los mortales) y como morab a en la propia ciudad de los libros de quien e r a custodio y gobernador, halló e n sí mismo fortaleza p a r a consumar m a g n á n i m a mente el sacrificio de desprenderse, a favor de sus coterráneos, de
su p r o p i a copiosísima biblioteca, parte muy g r a n d e de su alma.
Los que a m a m o s los libros, los que vivimos de su dulce comercio
y de su contacto fecundo, podemos medir la extensión y la intenr
sidad del sacrificio del P a d r e Mir, al a p a r t a r de sí la mitad de su
alma. T a n t o m o n t a levantar el cuchillo sobre Isaac, sobre J e f t é o
sobre Ifigenia. E l confió la custodia de sus caros libros a la R e a l
y Episcopal Biblioteca de P a l m a de Mallorca. B a j o su manto pre-
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l a t i d o los acogía complacidamente aquel noble obispo que se llamó el Doctor D o n P e d r o J u a n Campins que tan bellas empresas
promovió y que otras más altas hubiera acometido si una diócesis
de más vasto regimiento hubiera sido confiada a la vigilancia de
su cayado pastoral o u n a muerte llorada y p r e m a t u r a no hubiese
encadenado el e m p u j e de aquella su mano breve, fina y fría, en
cuyo anular a r d í a el fuego suave de u n crisólito, la piedra mística
del Apocalipsis e n cuya blanda firmeza se asienta e l séptimo fundamento de la Ciudad de Dios. Yo entonces vivía no muy lejos del
abrigo de la inmensa Catedral que surgió de u n voto de Don Jaime
el Conquistador y elevó a l cielo el vuelo delirante de sus alas de
piedra. Bajo el sol de estío, a r d e encendida por un lado como un
candelabro de oro mientras que por el otro lado deja fluir por sus
muro« u n a penumbra clara y fresca, como una a g u a c l a r a y fresca. La p a l m e r a y el cedro del Templo me cobijaban e n su somb r a levítica. Las cajas de libros del P a d r e Mir llegaban a la Biblioteca Episcopal solemnes y grávidas. E s t a l l a b a n de tan llenas ; como las g r a n a d a s que desbordan de rubíes jugosos y de tesoros fabulosos. 1 Con qué avidez y con qué avaricia sumergía yo
mis manos e n ellas, como en los costales de trigo egipcíaco, en
busca de la preciosa taza escondida I E l l a s p e r t u r b a r o n con la
brusquedad de una invasión, los altos y severos anaqueles e n donde los Santos Padres, envueltos en anclios pergaminos, blandos
al ojo y al tacto como u n antiguo marfil, reunidos en asamblea
muda, g u a r d a b a n aquel silencio vivo y activo, aquel silencio a p o calíptico, «como de media h o r a » del cual brota el raudal de las
sientencias inmortales. N i una mano diurna que los tocara y los
desvelara ; n i tampoco una mano nocturna. Los libros del P. Mir
i n t r o d u j e r o n en la impasibilidad de aquel concilio juventud y novedad, inquietud y estruendo ; y e n aquel convento de sileniclosos metieron m u n d a n a l ruido y e n el coral gregoriano los gritos ensordecedores de E s t e n t o r y aquel l a r g o alarido de Filoctetes. Venían de la calle, e n g e n d r a d o s por las disputas de los hombres. E n tonces comenzaron a serme familiares los n o m b r e s ilustres que
encuentro aquí, que nunca soñé que p u d i e r a n ponerse en lista con
el pobre y oscuro mío. H u b e de h u r t a r h o r a s a l sueño p a r a leer
La leyenda de los Siete I n f a n t e s de L a r a , «La T i r a n a » el Alivio
de Caminantes. Si de las furtivas lecturas nocturnas, más sabrosas porque e r a n vedadas, los ojos salían con mucha n o c h e ; el entendimiento habíase poblado de estrellas. Aquellos libros comunicáronme el a m o r de los libros. Comunicáronme el a m o r de los
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clásicos castellanos y de los sabrosos arcaismos que tienen son de
oro y color de trigo candeal. E l amor de los libros es un a m o r moroso y p r o f u n d o . D u r a n t e las ánuas vacaciones estivales, cuando
vuestro bibliotecario podía a p a r t a r s e de la dulce y fecunda compañía de vuestros libros y poner un alto en sus tareas académicas,
a c o s t u m b r a b a el P. Mir venir a ponerse en contacto como Anteo,
con su m a d r e tierra y a volver a gozar de la conversación y comercio de los que él separara de sí p a r a que f u e r a n a fructificar en
otras manos y en otras mentes. F u é en aquel tiempo y e n el recinto
de la Biblioteca Episcopal en donde yo tuve la suerte de c a p t a r su
sabiduría, p a r c a de palabras y de beber su voz, escandida por largos silencios. | Oh dulces y frescos años idos! ] Oh primavera y
f i o r i Mi alma se abría cual u n cáliz p r o f u n d o que tiene sed de
rocío. Las campanas de la Catedral, vasos insignes de devoción, las
campanas de la Catedral —vasa psalnii— vertían sobre aquel recinto en donde moraba el grave Silencio, con un dedo sobre la
boca, no sé que voces profundas de eternidad. U n a luz verde cernida
por los ramajes del huerto episcopal poblaba y hacía religiosa la
estancia de los libros. Si acaso por el huerto cerrado, como en los
días de la Sulamita se levantaba el Aquilón o soplaba el Austro,
el vergel prelaticio d e r r a m a b a su alma en mil efluvios y ofrecía mil
olores al sentido. A veces toda la ingente masa del Palacio E p i s copal que según la nobJe leyenda q u e ostenta en su frente, f u é
construido ad Dei laadem et Patrias decorem se estremecía desde sus f u n d a m e n t o s herida por el mugido melodioso y tenaz del tropel de las muchas aguas, al romper en los muros, del precioso color de las h o j a s del otoño. E n medio de esta solemnidad, las palabras del P. Mir caían lentas y espaciadas. Yo las bebía, sentado
casi a sus pies, con la docilidad de u n pequeño-Samuel o con la curiosidad de un joven Anacarsis.
Y del Excrao. Sr. Don Antonio Maura, ¿qué diré ? Dios le negó
aquellos ocios lentos del Títiro virgiliano, de que pudo gozar y que
pudo hacer fértiles el P. Mir. Don Antonio M a u r a por un altoi imperativo de su conciencia y por un indeclinable impulso de su vocación, hubo siempre de a n d a r sumergido e n el civil oleaje. Sólo
una vez alcancé a verle en mi vida, en medio de su pueblo que le
vitoreaba con frenesí. E r a u n varón romano de la estirpe àe los
Catones y los Régulos ; un varón de Tito Livio o de Plutarco ; merecedor de la encina civil. N o era h o m b r e que dejase o tomase Ja
segur al antojo del aura popular. De en medio de su pueblo hervoroso y de e n medio del trueno de los aplausos que le acompañaba,
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emergía su f i g u r a procer —velut marpesia cuates—, y en su frente
q u e b r a b a la tempestad de los vítores con l a vana percusión del
oleaje. Presentóseme entonces como aquel varón justo y de pro-,
pósito tenaz que ni el cielo d e r r o c a d o en lluvia ni una .catástrofe
cósmica intimidarían ;
Si jractus Ulabafur
impavidum
ferient
orbis
ruinae
Ambos a dos, el Reverendo P. Miguel Mir y el Excmo. Sr. Don
Antonio M a u r a ilustraron y engrandecieron el idioma glorioso que
no era el suyo nativo. Ambos fueron lustre y decoro d e esta Academia. Ellos por la potencia de la savia nueva obraron el milagro
del brote fértil inserto en la corteza del árbol distinto que se lanza
al cielo y expande su brava lozanía
maravillado del follaje ignoto .
y de unos f r u t o s que no son los suyos.
Horacio cuenta de sí mismo que, cuando allá e n su juventud
a pesar de ser naius mare citru, es decir, nacido del lado de acá
del m a r (este m a r e r a el m a r jónico), entreteníase en hacer ve'rsos
griegos, que él mismo califica de p o b r e s : Graecos...
versículos,
apareciósele Quirino p a s a d a la media noche, que es cuando dicen
verdad los sueños, y le reconvino de esta m a n e r a : « No f u e r a mayor
locura llevar leña al bosque, que querer aumentar tú las gloriosas
falanges de los poetas de la G r e c i a » .
N o a b u n d a n los Horacios en nuestras cansadas literaturas. Ni
tampoco es frecuente el caso de que Calíope tenga que enviarai poeta infante las próvidas palomas augurales que le preserven
de las picaduras de las víboras y de las saetas apolíneas, n i p a r a
g u a r d a r l e de los osos, es menester que le protejan el sueño incauto debajo de las f r o n d a s nuevas. N o a todos se muestra, entre los
intersticios y rendijas del rompido sueño, la faz del P a d r e Quirino,
celoso numen indígena temeroso e n su cruda y verde seruecitudMas, todos los que nacimos del lado de allá del mar, allí donde
muestran sus lomos los peces de R o g e r de Lluria, sentimos un día
u otro, la voz del dios autóctono que se remueve y se despierta dentro de nosotros mismos. La augusta selva no necesita de nuestro
haz ruin, ni las claras y espesas huestes han de ilustrarse con nuestros hechos oscuros. Y aún cuando pudiéramos alimentar la ambición de tejer grandes coronas, iríamos a colgarlas del muro fa-
miliar y a e n g u i r n a l d a r con ellas el dintel conocido. E l inieluctable imperio y la majestad de este dios inmortal y oscuro así lo quieren. Y nos enraizamos en nuestro breve patrimonio y aprehendemos la m a n o morena de Ruth. Y con un secreto gozo nos dedicamos a rehacer la modesta hacienda d ü a p i d a d a y a resucitar la simiente del h e r m a n o que murió.
Sobre esta m u e r t e se entonó u n treno solemne, casi digno de
Jeremías. Aquel que mereció bien de nuestra literatura peninsular
y que tan sagazmente la siguió por sendas que aún no e r a n trilladas, Tiknor, el g r a n hispanófilo norteamericano, al e n c o n t r a r s e
en la mitad de su camino, con la anfractuosidad creada p o r el hundimiento y con la imponente verticalidad de u n continente vacío,
escribió estas p a l a b r a s :
«La degradación y envilecimiento de los dos dialectos más cultivados en las c o m a r c a s del S u r y del E s t e de E s p a ñ a , que comenzó en el reinado de los Reyes Católicos, no p u e d e n considerarse
como completos hasta el momento en que la sede del gobierno nacional establecióse p r i m e r a m e n t e e n Castilla la Vieja y después en
Castüla la Nueva. D e s d e este momento la superior autoridad del
castellano quedó definitivamente a s e g u r a d a y reconocida. E l cambio no f u é por cierto, ni injusto ni inoportuno. La lengua del N o r te era, e n aquella sazón, más llena, más robusta, más rica en construcciones e idiotismos ; y e r a bajo todos conceptos más apta y adecuada p a r a ser la lengua nacional. Y sin e m b a r g o nos es muy difícil seguir los resultados de esta revolución, sin experimentar los
sentimientos de una compasión bien natural. La l e n t a y progresiva
decadencia y la desaparición final de una lengua, acumula en nuestra mente pensamientos de melancolía, que se avienen muy bien
con la desgracia presente. Nos imaginamos que u n a parte de la inteligencia del m u n d o se h a extinguido. Que hasta nosotros mismos
hemos sido f r u s t r a d o s de una porción de la herencia intelectual a la
que teníamos, bajo ciertos respectos, tanto derecho como aquéllos
q u e la destruyeron y que venían obligados a transmitírnosla t a n
intacta como ellos la recibieron. U n sentimiento parejo (experimentamos por la pérdida del griego y del latín, al ver que los pueblos que h a b l a b a n estas lenguas se e n c u m b r a r o n al g r a d o más
a l t o de la civilización y dejaron, detrás d e sí, estos m o n u m e n t o s
que servirán a todas las venideras generaciones, p a r a apreciar y
compartir su gloria. P e r o aun es m a y o r la lástima a l ver que la
lengua de u n a nación m u e r e e n plena juventud, .antes d e que su
genio se h a y a cumplidamente d^esplegado, cuando los atributos de
— y —
su belleza comienzan a manifestarse y cuando por todas partes asoman y florecen las esperanzas del f r u t o cierto.»
Mas ¿quién no cree en la resurrección ? D o b l a r a muerto es un
oficio lóbrego y comprometido. Necróforos hay que son sobradamente oficiosos y crueles en su piedad. Camilo jullian, el robusto y h o n r a d o t r a b a j a d o r marsellés, autor de la recia liistoire de la
Ooule, a quien los trabajos profundos de investigación han puesto
en tan íntimo contacto con ios celosos númenes indígenas y con
el genio d e Vercingetorix y que ha ido, como los exploradores de
Eneas, a buscar la semilla del fuego en las venas del sílice; e n el.
elogio que hÍ20 del leve poeta tolonés Juan Aicard provenzal como
él y que había certificado la muerte de lo que llamaba él el patois
de los felibres, al sucederle bajo la cúpula del Instituto de Francia,
le reconvino con piedad de esta m a n e r a :
«Vos decís que el provenzal es un patois. | Oh la fea p a l a b r a !
¡ y c u á n injusta e s ! E l patois es la deformación local de u n a
lengua determinada. E s la excrecencia caprichosa que se cría y se
nutre sobre un tronco lingüístico- E l habla de M o n t m a r t r e sí que
está en vías de convertirse en el patois de París. Pero el provenzal es una lengua que tiene, por ella misma, sus raíces y sus ramas, su propia savia y su libre expansión. E l ¡provenzal ha nacido. ha crecido aparte, sobre un terreno que era bien el suyo.
« ¿ Y decís además que va a m o r i r ? Decidme, si os place, cuáles son los síntomas que os indican que una lengua está en trance
y artículo de morir. Así las lenguas, como las naciones y las creencias atraviesan crisis de desahento y de declinación. P e r o acabamos de ver (esto lo decía en el mes de noviembre de 1924) la resurrección de naciones que se decía que estaban muertas ; creencias
que se habían perdido h a n sido reencontradas y lenguas que se
creían adormecidas h a n m a d r u g a d o p a r a cantar su gloria. Del
porvenir de un idioma, así como del poi^venir de una fé o de una
patria, nadie sabe n a d a y la ciencia no puede hacer más que callar
sobre la ley del m a ñ a n a . E n el siglo p a s a d o e r a creencia g e n e r a l
que el catalán estaba a punto de f e n e c e r ; y he aquí que a h o r a h a
producido u n poeta muy g r a n d e y obras científicas de primer orden. H a c e r m o r i r una lengua es u n pecado contra la vida social... »
E n t r e todos aquellos que no se resignaron con indolencia a la
muerte y que no quisieron poner sus manos en este crimen contra la vida social, f i g u r a Mariano Agualó y Fuster, hijo de Mallorca. E l tuvo aquella indómita virtud que en A b r a h a m alabó San Pablo : ¡n spem contra spem. E l esperó c o n t r a la esperanza. E n la
IO
primera elección de tema p a r a este discarso ritual, quise hablaros
d e la aportación de Mallorca al renacimiento de Cataluña. Los
operarios f u e r o n pocos y ia recolección f u é mucha ; mas a l descender la corriente me encontré con la g r a n f i g u r a de Mariano Aguiló,
su epígono y más ferviente promotor. E l l a obstruyó todo mi horizonte e invadió todo el espacio que podía yo dedicar a u n discurso d e esta índole. Además hay brevedades que son injusticias
y yo por ansia de la obligada brevedad no h a b í a de incurrir e n
mengua alguna de justicia. La múltiple influencia
de Mariano
Aguiló en el renacimiento
catalán^ será mi tema. Mariano Aguijó
fué muy poco cuidadoso de la popularidad. Tomó por divisa altiva de toda su obra : No guardes a quants plaus mas a quals. E s t a
divisa traducida a l catalán y a la modestia cristiana es aquello del
poeta romano : Odi profan¡um vulgus, et arceo. Sacrificó la cantidad a Ja calidad. Puesto que según la f r a s e de Eximenis la vida
e r a breve y el arte e r a largo, afanóse p a r a llenar él solo su tarea. La e m p r e s a e r a de tal ambición que forzosamente había de
dejar claros. R e m e m b r ó lo p a s a d o ; ordenó, h a s t a donde pudo, lo
presente ; proveyó a lo venidero, h a s t a donde pudo c o l u m b r a r la
perspicacia h u m a n a , que siempre será corta de vista. P o r esta triple tarea, C a t a l u ñ a debe a Mallorca, u n a triple gratitud.
Ya h a p a s a d o tiempo suficiente y h a n pasado suficientes cosas
desde que Mariano Aguiló y F u s t e r c e r r ó sus ojos e n la noche eterna. p a r a que podamos medir toda la longitud de proyección que
tuvo su vida no corta. A la h o r a presente, el árbol no estorba de ver
el bosque n i la m o n t a ñ a e s t o r b a de ver la sierra. E n lo más bravio
de la cordillera mallorquina, hubo, hasta hace pocos años, un árbol que los siglos p l a n t a r o n allí, monumento d e religiosa veneración, catedral del totem y de nuestros genios tutelares : la g r a n
encina d e Mossa. Cayó vencido p o r la e d a d el venerable árboí mítico. La tierra, como e n ios héroes de Homero, resonó d e su caída.
Cual e n esta encina grandiosa, a h o r a ya es dable ver en la f i g u r a
aislada y v e n e r a n d a del apóstol y del p r o f e t a de nuestro Renacimiento, la solidez del tronco adusto, la amplitud de sus ramas, la
altura y densidad de su copa, el refrigerio de su s o m b r a y la bendición d e su f r u t o . Mariano Aguiló tiene a l g o de patriarcal. Sólo
treinta y dos años nos s e p a r a n de su muerte ; y a p e n a s cumpliéronse cien de su nacimiento que fué fiel y modestamente conmemor r a d o en fecha reciente. Y no obstante p a r e c e que tiene ya aquella
s a g r a d a majestad que tienen los viejos poetas, f u n d a d o r e s de pueblos y de literaturas. E l crítico de la literatura latina, el sesudo y
—
II
—
comedido Quintiliano, asimila el genio un poco agreste y salvaje
de Ennio, el poeta s a g r a d o e hijo de la tierra, a una de aquellas
selvas pobladas de sombra religiosa como la que llena los templos,
en donde e n t r a uno con el corazón somovido y tímido y como empequeñecido d e n t r o del pecho. Y dice ; Adoremos a Ennio, como una
de aq^iiellas selvas que la antigüedad hizo sagradas; en quien ios
roUa.síísimos árboles seculares no muestran tanta belleza como inspiran venerable y religiosa
emoción.
E l genio de Mariano Aguiló y F u s t e r es así. N o son los siglos
precisamente quienes le han comunicado aquel s a g r a d o respeto
que inspiran las instituciones vetustas, los templos antiguos, los
bosques milenarios. F u é el entusiasmo más que sacerdotal, de
apóstol o de hierofante, que e n su t a r e a puso y la majestad y la
santidad con que supo sellarla, lo que le h a ganado este unánime
respeto. M a r i a n o Aguiló es nuestro segundo D o c t o r Humillado. El,
pero, no f u é u n a voz en el desierto. E l no llenó un siglo que no
le atendía, con sus gesticulaciones grandiosas y estériles. Apenas
tenía gestos ; apenas tenía voz. P o r esto no predicó sobre los tejados, sinó que habló al oído del corazón, con aquel acento que el
a m o r calienta y que hace que la voz se torne sumisa y grávida, con
aquel acento que pone temblor en el labio y enciende eai la mejiDa
una flor de sangre. A u n apostolado así acostumbra a n d a r ligada
la persuasión. H u b i e r a podido esculpir e n su sepulcro aquella leyenda que e n el cementerio de Marsella, ostenta la tumba de los
Rostand, estirpe de poetas y de hombres de acción : Egerunt et
cecinerunt.
O b r a r o n y cantaron. E l también obró y cantó. P r o movió un éxodo ; y por el camino de este éxodo caminamos aún
con el suave e m p u j e incontrastable que él nos dió. Su obra, si es
lícito c o m p a r a r cosas g r a n d e s a cosas no tan grandes, es a los ojos
del pueblo que le sigue, como una columna de nube, que d a somb r a fresca o como una columna de fuego que d a calor y lumbre.
E n toda su vida, c o n s a g r a d a a u n único ideal^ se distinguen fácilmente tres aspectos.
Primeramente, Mariano Aguiló fué un poeta. Privilegio y suerte h a sido de los cantores de la primera h o r a del Renacimiento
catalán, digo, de los ruiseñores nocturnos y de las alondras m a ñ a n e r a s tener una destinación cuasi mítica; algo de aquello que fué
atribuido a Anfión, quien al son de su lira primaria, que no e r a
más que la concha de u n a tortuga, edificó los muros y la ciudad
de Tebas, la ciudad de las cien puertas. Jamás, como en los días
de esta a l b o r a d a y d e este fresco y rosado despertar, n u e s t r a poe-
—
12
—
sia h a tenido tanta eficacia sobre los corazones y sobre las inteligencias. H a n surgido, sin duda, en nuestro pueblo, poetas -más
g r a n d e s que los poetas de la p r i m e r a hora. P e r o ni tuvieron en su
tiempo, ni probablemente tendrán en la posteridad, un imperio tan
potente ni comunicarán aquella emoción virginal que comunicaron los otros a su pueblo y que debe parecerse m u c h o a la emoción
c[ue causa la aparición del primer a m o r inexperto.
Mariano Aguiló además de poeta fué u n filólogo, tal como e r a
posible serlo e n aquellos tiempos. U n instinto, cuasi aemidivino,
p a r a no decir una suerte de s o b e r a n a iluminación como aquella que
ilustró a R a i m u n d o Lulio e n ia c u m b r e de Randa, revelóle en la
f u g a c i d a d de un lampo lo que los otros aprenden a copia de años
y de beveras disciplinas. Aguiló fué de aquellos quos aeguus aniavit
hipíter. Dios le dotó con una cuasi infalible sagacidad y con un
gusto incormptibie. P a r a decirlo con palabras lulianas, él a p r e n dió por manera de amor aquello que los otros aprenden t r a b a j o samente por manera de saber. E l adivinó la unidad biológica del
idioma debajo de los destrozos que a c u m u l a r o n luengos años de
incultura y de desconocimiento, como quien, con ojo cierto descubre bajo las ruinas y el m a t o r r a l que invadió el edificio caído, la
harmónica unidad y el bello ordenamiento arquitectónico. F u e
apóstol del idioma catalán y el más decidido propulsor de su renacimiento. P a r a decirlo con nobles símiles que h a l a g a r í a n su ascendencia hebraica, fué, a la vez, su Ezequiel y su Nehemías. Como
E2,eQuiel, Aguüó y F u s t e r vaticinó ai espíritu ; insufló alma y vida
en los huesos áridos que se levantaron con rumoroso tumulto de resurrección y como Nehemías levantó los muros de la ciudad sentada en e l polvo. Inventarió todos sus vilipendiados monumentos.
Amó a su lengua con un a m o r exclusivo y corrió en pos de ella con
un a m o r desalado y con u n transporte casi místico. Así como F r a n cisco de Asís desposóse con la pobreza, Mariano Aguiló desposóse
indisolublemente con la Lengua, que e r a la Cenicienta y la Muerta
Viva y la Bella Durmiente, que esperaba, sin saberlo, el a s c u a de
aquel beso que le Irabía de poner sobre los labios el s a b o r cálido de la vida. E l cantó a su lengua con un sincerísimo acento de
pasión que n o conocieron los trovadores que c a n t a r o n a su D a ma. Fué mucho más a f o r t u n a d o que R a i m u n d o Lulio que se quedó
aislado espléndidamente. Aguiló tuvo la f o r t u n a de asociar todo su
pueblo a la g r a n d e obra de la restauración, cuya f ó r m u l a acertó a
p l a s m a r en dos versos milagrosos :
—
II
—
Pöble que sa llengua cobra
se recobra a si mateix.
Pueblo que recobra su lengua, recóbrase a sí mismo.
Mariano Aguiló f u é el primero de nuestros folkloristas. Tuvo
ia filia más cordial y más e n t r a ñ a d a e n el alma, de nuestros libros
arcaicos, archivo de nuestro lenguaje, arca de nuestros tesoros.
Y como no toda nuestra riqueza e s t a b a c e r r a d a ; y como no todo
nuestro idioma estaba catalogado, sino que la parte más sabrosa
y viva volaba aun en boca de los hombres parlantes, como los calificaba Homero, él fué a buscar a estos h o m b r e s parlantes en donde se e n c o n t r a b a n . E l a m o r no conoce medida, dice Auslas March.
P o r a m o r a su D a m a , la Bella D o r m i d a sobre el haz de los
cabellos de seda, él que estaba a m a r r a d o al duro banco de un empleo burocrático y con los pies metidos e n u n cepo implacable, hízose caballero andante, como Tirante el Blanco y como el Dante, hízose peregrino de amor. Y f u é a buscar a la lengua, virgen y m a d r e ,
e n su soledad y e n su esquivo a p a r t a m i e n t o . Recorrió en su busca
tocios los vericuetos de la heredad p a t e r n a . Si el idioma catalán,
como instrumento de cultura había sido arrimado en u n a b a n d o no secular, subsistía vivo en la boca del pueblo, con la misma p u r a
y f r á g i l continuidad con que la fuente m a n a de las quiebras de
la peña. Y allá f u é A g u ü ó a buscar el idioma templado en el púdico temblor de las a g u a s frías. Subió a las cumbres tocadas de
nieve ; bajó al medroso misterio forestal de los p r o f u n d o s abetares pirenaicos, perseguidor de recatadas canciones feudales, minucioso cazador de vocablos vivos y esquivos. Con la pasión del
entomólogo aprisionaba en sus catálogos las ricas palabras alad a s que diríase que quedaban allí palpitantes y temblantes con una
dulce voluntad de vuelo. P o r los caminos todavía no pisados. Marciano Aguiló, a n t e s que nadie m a r c ó la huella de sus pies por encima de la hierba fresca.
E n la perspectiva del Renacimiento catalán no cuesta poco ni
mucho, situar a Mariano Aguiló. E s él mismo que se sitúa de u n a
m a n e r a inamovible. E l nos dice de donde viene, donde e s t á y a
donde va.
Tinc indòrait l'ideai ;
ni som clàssic ni romàntic ;
cant en llengua maternal,
desitjós que sigui el càntic
vertader i n a t u r a l .
—
II
—
Tiene Aguiló u n ideal indómiio. N i es clásico ni es romántico..
Canta e n la lengua maternal y desea que su c a n t o sea n a t u r a l y
sincero. N o tiene n i n g u n a cultura clásica. N o conoce n i n g ú n idioma augusto. Cuando e r a niño u n dómine reverendo, con u n a persuasiva p e d a g o g í a traumática, a golpes de Gazofilacio —( i Oh,
los ponderosos y vastos diccionarios que tomaban el n o m b r e del
tesoro del Templo, y a cuyo lado debía ser liviana c o m o u n a p a j a ,
la temida clava de Hércules, que barrió de mónstruos y endriagos la faz de la tierra 1 ) ; a golpes de Gazofilacio, digo, y con una
traumática pedagogía persuasiva, un dómine reverendo y más que
reverendo, de temer, quería meter e n su cabeza infantil la g r a m á tica latina. P e r o aun no h a b í a q u e b r a d o la nuez d u r a de Horacio,
el alumno de las Musas, cuando ai e m b a t e de la revolución el convento se hundió. E n t r e las ruinas humeantes y los escombros conventuales, quedó sepultada su ruin g r a m á t i c a latina. H u y e n d o d e
la quema del convento, se refugió en la Universidad, al son de h i m nos a Cristina y a l grito de ¡Viva la libertad! E l estudio universitario le aprovechó bien poco. A los primeros pliegos del compendio del curso a que e s t a b a inscrito, el primer a m o r estalló en su
pecho con un incendio súbito. E l fuego del año 34 que lamió los.
muros conventuales debió ser como la inocente llama a u g u r a i q u e
lamía las sienes d e Julo, e n comparación del volcán e n c e r r a d o e n
el pecho del poeta. Entonces tuvo cosas qué decir. Sin suficiente
fuerza de orientación y de instinto, oyendo silbar como víboras jóvenes las jóvenes pasiones ; quiso decir lo que sentía. A b a n d o n a do a su propio instinto certero, halló su camino propio :
í cerquí en la pagesia
la faÍQÓ de mes cancons.
La musa süvestre le dictó la n o r m a de las canciones.
Fonnosam
doces resonare Amaryllida silvas. N o vayamos pues a buscar i n fluencias clásicas en la poesía de Mariano Aguiló, virgen de G r a mática y ayuno de Horacio, sin el cual no hay clasicismo en nuestras latitudes. Sepultada su gramática latina e n t r e las ruinas del
convento, el joven Aguiló olió los frescos vientos nuevos, los airecillos de abril sutiles que soplaban por el claustro s e m i a r r u i n a - '
do del convento del C a r m e n de Barcelona, ya secularizado, que h a cía de Universidad. P o r debajo de sus a r c a d a s el estudiante silencioso p a s e a b a su amor^ como u n a llama sofocada, que hubo de d e l a t a r s e así como la llama sofocada en el h o r m i g u e r o se exhala e n
h u m o y e n p e r f u m e de gleba tostada. I g n o r a n t e de los preceptos
•que incluye el Arte de trovar rebelde a toda suerte de preceptiva
y e n este punto hijo de su siglo y romántico sin querer, el a m o r fué
a vaciar e n sus oídos las p a l a b r a s ancestrales para cantar la pasión nueva. E l a m o r a la M u j e r trájole, junto con u n a insobornable sinceridad, el a m o r a la Lengua. Estos dos amores f u e r o n indisolubles y simultáneos, como dos mellizos del misino vientre.
Relicario de este doble a m o r son sus Espials de ¡ovenesa. Humilde consigo mismo hasta la injusticia, meticuloso hasta el escrúpulo, confiaba al papel avaro sus íntimas confidencias, como quien
g u a r d a en un estuche de sándalo, las cartas del tiempo de amor.
Cuando estos papeles, llenos de amorosas confidencias, ya f u e r o n
amarillos, la piedad filial sacólos a la luz nueva.
E l amor de Mariano Aguiló nació e n disanto y dentro de u n a
iglesia. E s t a doble circunstancia lo hace semejante al amor de
aquellos dos g r a n d e s y suspirantes poetas P e t r a r c a y Ausias March.
Si Ausias M a r c h y el P e t r a r c a e n a m o r á r o n s e en Viernes Santo,
nuestro M a r i a n o A g u ü ó concibió un a m o r tan puro como el de
ellos, en la noche más azul de todo el año que es la noche de la
Purísima. T a n limpia e r a e n la mente de Aguiló aquella noche e n
que se dijo : Concebida ha sido sin mancilla una Mujer, que temió
que el inocente a m o r nacido en aquella noche santa no hubiera
nacido en pecado original.
E n ia p a r r o q u i a de San Jaime de Palma d e Mallorca a p a r e cióle, hincada de hinojos, casi niña aún, aquélla que é l compara a
la que veía el Giotto, al pintar el retablo de la Anunciación, en el
acto de recibir la e m b a j a d a del celeste paraninfo. Más que en la
Anunciata del Giotto, piensa uno en la Beatriz del Dante de Vita
Nova:
E r a venuta nella mente mia
la gentil d o n n a che per suo valore
fu posta d a l'altissimo Signore
nel ciel de l'humiltade ov'é Maria.
E n la Beatriz del D a n t e he dicho que piensa uno. Tal vez hubiera dicho mejor si hubiera dicho que es la m u j e r misteriosa y
pura a quien el estrenuo y antiquísimo caballero Ausias M a r c h llam a b a Plena de seny o con una expresión bíblica : LUr entre cards.
El Llir entre cards es romanzado, el Lilium inter spinas: el lirio
entre maleza del s a g r a d o cántico. Los Espiáis de j ove ne sa exhalan un a r o m a de religiosa veneración. M a r i a n o Aguiló, ante el
a c a t a m i e n t o de su Amada, hízose humilde y devoto contemplativo.
—
i 6
—
Los F.splais de jowìiesa son el breviario de este a m o r ; son el
rosario suyo, todo de rosas blancas. E n la blancura de este lirio
florecido a i pie del a l t a r no puso la s o m b r a de sus alas n e g r a s >el
murciélago de la tentación.
« E l amor, dice R a i m u n d o Lulio, en el libro del Amigo y del
Amado, es u n m a r movido por ondas y por vientos que no tiene
puerto ni ribera. » E l pobre corazón e n a m o r a d o de Mariano Aguiló, ya no conoció paz ni reposo. U n día que fué 24 de Octubre d e
1844 e n ocasión e n que de Mallorca volvía a Barcelona, con el corazón e s t r u j a d o de pena y s a t u r a d o con el a j e n j o de la desesperanza, sucedió que la vehemencia del temporal hizo embestir y zozob r a r el navio, a quien se confió, en el roquizar de Pantaleu, .nombre no desconocido de nuestros cronistas ni sin f a m a e n nuestras
crónicas. Con la f r e n t e sombría y el pecho roto el poeta, i n d e m n e
del n a u f r a g i o , íbase solo —solo y con sus pensamientos—, rociado de sal a m a r g a , vencido e impotente, por un camino rural,
hacia su c a s a agreste escondida en u n o de los pliegues de la sierra mallorquina, en donde el alma de la tierra se h a trocado en canción, según la imagen de J u a n Alcover. E n las postrimerías de
Octubre, la serranía mallorquina e s t á toda llena del gesto augusto
del s e m b r a d o r . Y d u r a n t e el camino vino a h e r i r sus oídos u n a triste canción a l a d a de aquellas con que a c o m p a ñ a n y consuelan el
fatigoso romper del duro suelo, los que rigen el corvo a r a d o y a b r e n
los l a r g o s surcos sangrientos a quien c o n f í a n la simiente estremecida por una sorda voluntad de germinación. La canción ciuc
el l a b r a d o r esparcía por la g r a n ceniza otoñal aveníase con la tristeza de su corazón desahuciado. O p o r t u n a venía la canción. Ya
tuvo el poeta materia sobrada para alimentar la tristeza v a g a b u n d a
de sus n e g r o s pensamientos y p a r a poblar la soledad de su incruento vía crucis. Y aún amplió el tema popular en una glosa sentidísima, de quien sólo ofrezco una e s t r o f a porque ella se ha traducido
a sí misma.
Mi corazón se asfixia
sin esperanza y favor :
mi a m o r se torna agonía
sin poder m u d a r de amor.
Quería maldecir el poeta y como el p r o f e t a Balán bendecía.
Quería d e s a m a r y más a m a b a ; quería olvidar y recordaba másY p r e g u n t á b a s e a sí mismo :
—
T7
—
Amor que n a s q u é en s a g r a i
costa més d'ésse oblidat ?
¿Cuesta más olvidar un a m o r cuando nació en luga r - s a g r a d o ?
Así como el viento a r r e b a t a consigo ias hojas otoñales, el torbellino a r r e b a t a b a y llevaba e n giro todos sus pensamientos, cuando inclinaba la frente sobre el libro de texto. Sobre sus páginas
flotaba como u n átomo luminoso de aquellos que el sol enciende y
liace danzar e n una estancia oscura, la imagen de su a m a d a ausente y displicente. A la h o r a de n u t r i r el entendimiento, h a perdido la voluntad. Siéntese vencido en la vida ; el estudio a c a r r e a tesoros con a f á n ; pero la memoria los dilapida :
T a n t con la memoria oblida
i tan poc, que oblida el cori
T a n t o como olvida la memoria y t a n poco como olvida el corazón.
Siete años duró, e n t r e temores y esperanzas, su a m o r suspirante
como aquel suspirante a m o r bíblico de Jacob y de Raquel. Pero
el joven Aguiló tenía una confidente fidelísima, una a m i g a consoladora, una a m i g a como aquel amigo de quien dice el libro sag r a d o que es medicina y u n g ü e n t o de inmortalidad. E s t a a m i g a
consolábale con p a l a b r a s de miel y le g u a r d a b a ios secretos de
su corazón. E s t a a m i g a e r a la L e n g u a . Pero el amor incansable y
longànime u n día u otro debía tener su g a l a r d ó n . Amor del cual
dice el D a n t e por boca de Francesca de Rímini :
Amor,
che a nullo amato amar
perdona
impuso al corazón de la virgen que años atrás había visto a r r o dillada, en l a actitud de u n a Anunciata, su i r r e f r a g a b l e señorío.
V u n día, las estrofas de Aguiló que volaban con las alas lacias,
como las golondrinas que el cierzo dispersa, irrumpieron raudas y
alegres como una b a n d a d a de golondrinas de mayo. Y fué ello que
había visto encenderse en las mejillas de su a m a d a la p ú r p u r a tènue
y f u r t i v a que no era más que el reflejo de la antorcha del amor ;
Si ; que com la fruita
que's f a a cap de brot
se torna vermella
batuda pel sol
jo he vist enrogir-ne
tes galtes i f r o n t
l'encesa calrada
primera d'amor.
-
18
—
S e g a r o ya el poeta de su tesoro y señor y a de aquel cuor gentil
comienza entre a m b o s el galanteo más limpio que puedan imaginar hombres a m a s a d o s con barro. Si el h o m b r e está hecho con un
¡•pellizco de lodo y u n rayo de luz sideral, e n Aguiló h a b í a más que
polvo hollado, fuego de estrella. A través del f r e o de m a r que
s e p a r a Mallorca de Cataluña, van las añoranzas, grandes, lánguidas y blancas, como los albatros. Y como los albatros, blancas
lánguidas y grandes, las añoranzas vuelven. A una d u d a de su
amada, la e t e r n a duda irresoluble de la a m a d a ausente, él contesta, p a r a que le den seguranza, con aquellos versos famosos de
Ausias March :
Plena de seny, dir-vos que us a m n o cal
puix crec de cert que us ne teniu per certa.
S i le envía suspiros se los envía por el viento ; si le envía besos, por
el Angel de su g u a r d a . Por u n caso fortuito que al poeta enaímorado parecióle siempre u n sueño o u n a ilusión, encontróse u n d í a
en la c á m a r a en d o n d e la Plena de seny estudiaba, e n donde florecía el lirio e n t r e cardos. N o h a y devoto que esté e n el templo con
u n recogimiento m a y o r que él e n la estancia de la m u j e r reverenciada. D e aquel larario de ia virginidad, él salió, así como u n creyente sale del templo, con u n a estrofa, que es una oración sobre el
labio trémulo :
Sant Angel que g u a r d e s
el cor d'eixa nina,
anit pensa a dar-li
abans d ' a d o r m i r - s e
a c a d a parpella
u n bes de p a r t mia.
U n beso e n cada p á r p a d o , como dos copos de nieve en dos h o j a s
de rosa blanca.
Así e r a de lilial el amor de Aguiló confiado ais Espiáis de ¡ovenesa. Excepto tres o cuatro pasajes e n d o n d e se percibe u n poco
de savia caliente de la vida, el libro todo se parece a una letanía
amorosa, rezada de hinojos ante u n a gótica virgen de marfil.
La g r a n piedad de la m u e r t e inspiró a M a r i a n o Aguiló el Llibre
de la Mort, mezcla de verso y de prosa, e n donde, e n t r e las siemprevivas amarillas, flores de recuerdo y de humildad, se elevan algunas g r a n d e s poesías, a m a n e r a de cipreses, altos, graves y pensativos. E s fácil de ver la influencia de las Danzas macabras e n el
libro, en d o n d e la Muerte a p a r e c e asimismo personificada. La
—
II
—
Muerte, p a r a Aguiló, es una ainiga, es u n a novia, es una esposa.
La a m a y la corteja y e s p e r a con ansia la h o r a del beso s u p r e m o
y del eterno sueño nupcial, T a n t o como la suspiró y tanto como la
Muerte, d u r a a sus quejas, más que el mármol frío, t a r d a b a e n acudir a la n o c t u r n a cita! N o f u é venturosamente p a r a todos tan fácil la Muerte p a r a Aguiló, como aquellas rameras de Oriente envueltas en l a r g o s mantos n e g r o s y t a p a d a la cabeza, que diz que
se e n c u e n t r a n a l volver d e cada esquina y en la bifurcación de cada
dos caminos. N o fué la Muerte p a r a él como la egipcíaca inmunda
que e m e r g e de las tinieblas, rezumando tinieblas y toma por el
brazo el noctámbulo incauto y lo a r r a s t r a a su yacija venal. F u é
la pálida novia virgen, sorda a sus ruegos y esquiva de sus brazos,,
que le huía envuelta e n el blanco c e n d a l a través de cirios amarillos. A estos enamorados de la Muerte es aplicable aquello desesperanzador de Job : «Los que esperan la muerte y no viene, son
semejantes a los que cavan e n busca de un tesoro y tienen u n gozo
muy grande, cuando dan en las p a r e d e s del s e p u l c r o » .
P e r o más a u n que a la Mujer, más aun que a la Muerte, cortejó
y amó a o t r a D a m a , E s t a D a m a era... la L e n g u a . L a amó con
u n a m o r exclusivo y avasallador, con aquel a m o r que no conoce
medida, con aquel a m o r de quien dijo Ausias M a r c h :
Amor, q u a n desmesura
semblant és d ' o r a d u r a .
Cuando Amor pierde mesura, es semejante a la locura.
Con la Pobreza, Viuda de mil años, desposóse Francisco d e
Asís. E n las e n t r a ñ a s de la Lengua, viuda y estéril de trescientos
años, suscitó Mariano Aguiló la restañada fecundidad y la iibró
del vilipendio antiguo.
Nunca el corazón del poeta exulta tanto, nunca la voz del poeta
tiembla tanto, n u n c a el labio del poeta quema tanto, como cuando
canta la L e n g u a . La M u j e r y la Muerte, de este amor sin f r e n o ni
medida, h u b i e r a n podido tener celos exacerbados. Cuando h a b l a
de la Lengua, la voz b a j a y dulce de Mariano Aguiló, acostumbrada a h a b l a r al oído de la Mujer, que le llenó la casa de bienes, y
a l oído de la Muerte omnipresente, toma u n acento ditiràmbico y un
vuelo como pindàrico y u n como profético a r d o r . E n su poema Focs
Follets, poema de g r a n e n v e r g a d u r a y de mucha ambición., pero
no del todo bien logrado, en donde no obstante se encuentran momentos de singular felicidad : disiecti membra poetae, la L e n g u a
tiene la loa más caldeada de entusiasmo y más ardiente de pasión
—
20
—
q u e h a y a salido jamás de labios catalanes. P o r esto fué, por este
su g r a n d e a m o r a la L e n g u a fué, que cuando la Mujer, que f u e r a
su esposa ya h a b í a a b a n d o n a d o el tálamo suyo por el tálamo del
Señor, y cuando la o t r a e n a m o r a d a suya, la Muerte, a la fin, lo llevó consigo a su l e c h o ; a la Lengua, a La afligida Viuda sobreviviente, le tocó recibir el duelo y verter la mayor p a r t e de las lágrimas. Y por esto también f u é que c u a n d o otro g r a n poeta Costa
y Llobera hubo d e c a n t a r su eutanasia o su buena muerte, como se
acostumbra a h a c e r con la viuda o c o n las hijas del muerto, dirigió su conduelo a la Lengua en u n a s estrofas tristes, como u r n a s
desbordantes de lloro, en u n a s estrofas l a r g a s como lágrimas, solemnes y graves como un doblar de tristes bronces litúrgicos :
•
Llengua n o s t r a plany i canta,
mescla l'himne a m b l'oració
i ressoni ta c o m p l a n t a
de P u i g m a l fins a Montgó,
de les planes ponentines
fins a les ones marines
i a les serres mallorquines
on nasqué el g r a n Aguiló...
Altres bons t'han enaltida
oferint-te una h a r p a d ' o r ;
raes, eU sol t'ha redimida
recobrant el teu tresor.
E l i a fons t'ha coneguda
i a m b l'amor que el ser tresmuda
ta propia vida ha viscuda
i h a posseit el teu cor.
P e r o n o todo h a de ser ditiràmbico. E n la obra poética de M a r i a n o
Aguiló, como en toda obra h u m a n a , son fáciles de e n c o n t r a r peq u e ñ a s taras. Son el sueño de H o m e r o . Pequeñas taras de a q u e llas que sólo ofenden los genios melindrosos ; de aquellas que H o racio, el juez no s o b r a d a m e n t e laxo, de buen g r a d o p e r d o n a b a :
Veruni ubi plura nitent in carmine,
offendar
maculis...
non ego
paucis
Son taras de la incuria h u m a n a . Son defectos de su tiempo. E n
punto a métrica, con el concurso de muchos, se ha avanzado mucho.
A h o r a nuestras m u s a s son más exigentes de lo que e r a n e n los co-
—
21
—
inienzos de la cruzada restauradora. Ni el mismo Costa y Llobera.
entonces e n plena juventud, y en el primer esplendor de su joven
gloria, a pesar de la devoción y reverencia admirativas que sentía hacia el p a t r i a r c a Mariano Aguiló, pudo absolverle de ciertas
violencias métricas que hacían el verso áspero y d u r o como un m a r tillo. E l poeta de Pollensa escribía al cantor de Focs Folléis: « E n
la versificación (tal vez sea efecto de mi escaso conocimiento de
la lengua) encuentro algunas diptongaciones violentas... E l italiano y el castellano que diptongan con más fuerza creo yo que
no admitirían a l g u n a s de las diptongaciones que he e n c o n t r a d o
e n el poema. E n el lenguaje, me parece ver alguna gala do arcaísmo. N o es que yo me haya declarado partidario de los idiomas vulg a r e s ; acepto y quisiera r e t o r n a r las palabras y formas más puras
y legítimas, con una limitación : la de no h a c e r m e ininteligible...
E n los doce cantos de Focs Folléis liay un tesoro riquísimo de lenguaje que puede p a s a r a ser moneda c o r r i e n t e ; pero aquí y allá
hay alguna pieza que sería rehusada, si ya no e r a en la colección de a l g ú n n u m i s m á t i c o » . E s t o le decía con una simpática lib e r t a d y audacia el joven cantor de El Pino de
Formentor.
Respecto de los arcaismos no somos tan severos como en cuestiones d e métrica. E s t u d i o s e investigaciones posteriores, un trab a j o constante de depuración del idioma, retornando a las s a g r a das fuentes del h a b l a popular, h a n demostrado que muchas f o r m a s
que parecían muertas y fósiles en los libros que con mano asidua t r a t a b a Mariano Aguüó, e r a n vivas y volátiles en una u otra
c o m a r c a de los dominios del idioma. Y nadie, aun cuando le sonar a n a cosa extraña o a cosa arcaica, tenía el derecho de negarles la
c i u d a d a n í a e n el idioma que se intentaba restaurar. E s aquello de
Horacio : «Muchas p a l a b r a s renacerán de las que cayeron ; y caer á n a su -vez otras que allora están e n auge y honor, si lo quiere el
uso, àrbitro y señor del lenguaje. E n nuestra literatura renacida
hemos visto realizada esta resurrección de muchas f o r m a s y vocablos que a ñ o s atrás, hubiéramos creído condenados a e t e r n a
m u e r t e irredimible. H a n florecido con savia nueva y h a n cobrado
reviviscencia nueva mojados en la fuente de la Juventud o en el
río E u n o é ; y se nos h a n mostrado como el árbol del D a n t e
Rinnovellato
di novella
fronda.
Mariano Aguiló, poeta, no dejó escuela propiamente dicha, como
Verdaguer la dejó y como la dejó Maragall. E l p a t r i a r c a no dejó
hijos a i m a g e n y semejanza suya. No fué como aquellos meteoros
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22
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que al caer del cielo, d e j a n d e t r á s de sí una cabellera de fuego^
u n rastro de luz augural. P e r o influyó en los otros poetas de u n a
m a n e r a más alta y trascendente. Les comunicó el sentido del idioma, el vigor gráfico y naturalista y u n a g r a n dignidad y u n a g r a n
pureza. Más le valió esto que verse reproducido en u n a descendencia gradualmente degenerada, la progeniem
vitiosiorem del moralista romano. N o h a n aumei:itado la gloria de M a r a g a l l sus p e dísecuos que no tomaron de él ni el acento del apóstol ni el c a r bón del profeta. N o h a n a u m e n t a d o la gloria de V e r d a g u e r los neófitos suyos que no p e r p e t u a r o n de él sino aquello que e r a más a&eciuible y a l alcance de todas las f o r t u n a s : la pompa verbal, la entonada rigidez del alejandrino y las estrofas hinchadas como velas, aquel esfuerzo de jayán primitivo, de g r a n cazador como Nemrod, de imágenes desmesuradas.
Mariano Aguiló tuvo u n cuasi infalible instinto filológico. E n
la desolación del inmenso edificio en ruinas, él adivinó la unidad
arquitectónica. E n los huesos áridos y dispersos bajo la incuria
plurisecular, él percibió el principio biológico que. como a los
huesos secos sobre los que Ezequiei profetizara, había de darles
nueva fibra y extender en ellos la nueva red de las venas vitales y
la piel luciente y e n ellos a n i m a r el latido del pulso y de nuevo
prender la llama viva, como u n a b a n d e r a de púrpura. A h o r a que
la unidad parece reconstituida y queda c o n s a g r a d a aquí, en esta
Academia, diríase tal vez que aquella visión fué cosa fácil. T o d a s
las cosas, cuando son hechas, son fáciles. P e r o cuando Mariano
Aguiló inició su t a r e a no lo e r a ciertamente. Los espíritus más
clarividentes de aquella época, los que tenían la vista de m a y o r
alcance, como Milá y Eontanals, ios que se guiaban por u n a suerte de intuición, como Piferrer, no a c e r t a b a n a ver claro en la niebla difusa. B a s t a y sobra leer el periódico La Palma, e n donde comenzaron a larir las nuevas inquietudes y en cuyas páginas parece
ya percibirse tenuemente aquel exquisito frisson noiiveau. Sin protesta de nadie, salió e n las páginas de La Palma un artículo que
c a n t a b a el responso ab solutivo del dialecto provincial y proclamaba su total inanidad, su estéril supervivieneia, su muerte próxima
e irrevocable y envidiando el buen sentido de los valencianos que
en el uso v u l g a r y en el trato social y en la conversación corriente se h a b í a n a p r e s u r a d o y adelantado a tomar con excelente buen
sentido el que l l a m a b a el articulista el idioma del gobierno que faíalmentc se h a b í a de imponer. La circunstancia de que un idioma
fuese oficial o del gobierno era, a juicio del articulista, u n segu-
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r o de vida y u n injerto de perennidad. E s t a vez falló el augurio de
los que creían q u e las aves volaban hacia el lado siniestro. La representación lucidísima de Valencia está aquí y no ciertamente p a r a
atestiguar el buen sentido de los valencianos, que reconocía el a r ticulista. N o h a venido aquí a certificar la defunción y el sepelio ;
sino el triunfo y la resurrección. Ser profeta de lo pasado es cosa
relativamente fácil. Cuesta algo más ser profeta de lo venidero y
muchísimo más, ser arquitecto de las minas.
Arquitecto de las ruinas y p r o f e t a de lo f u t u r o fué Mariano Aguiló. E l adivinó la vibración vital del idioma que corre desde Elche
a L a s Corberas y desde el extremo oriental de Aragón hasta aquel
i-emanso de catalanidad del Alguer, p a s a n d o por el archipiélago
baleárico. E s t a faceta de la personalidad de Mariano Aguiló con
su autoridad m á x i m a y casi única, la trató Pompeyo F a b r a en el
discurso que pronunció en la celebración del centenario del prim e r o de nuestros filólogos.
«Dentro de aquel dominio lingüístico constituyóse en la E d a d
Media una lengua literaria uniforme en donde asomaban apenas
l a s variantes dialectales de la lengua h a b l a d a ; esta lengua uniforme f u é la lengua e n que escribieron el catalán R a m ó n Muntaner, el valenciano Ausias March, el mallorquín R a m ó n Liull ; leng u a desgraciadamente herida de muerte por la decadencia literararia, c u a n d o precisamente había llegado a u n g r a d o de desarrollo, que la colocaba en u n l u g a r prominente entre las otras leng u a s medievales, hijas como ella, de la lengua latina.
E I renacimiento literario, que se inició a mediados del siglo
pasado, nos imponía la à r d u a tarea de levantar del suelo y depurar
aquella lengua anémica, impurificada y f r a g m e n t a d a d u r a n t e los
largos siglos de decadencia literaria... La obra de levantamiento
y de depuración está hoy muy avanzada ; aprovechando los m a teriales de que nos h a proveído el estudio de nuestros autores antiguos y la aportación de todas las hablas vivas catalanas, valencianas y baleáricas, hemos conseguido rehacer esplendorosamente
n u e s t r a lengua. Pero, pensad u n m o m e n t o lo que significa h a b e r
tenido la visión de la posibilidad de esta obra de reconstrucción,
en los comienzos del renacimiento, cuando h o m b r e s como Piferrer,
creían imposible del todo el r e s u r g i r de la lengua catalana, que
estimaban condenada a una degradación irremediable. V Mariano Ag-uiló no solamente fué el que primero creyó en la posibilidad
de rehacer n u e s t r a lengua sino que aun, llevado por su optimismo
y por su a m o r a la lengua materna, emprendió la grandiosa o b r a
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ele levantarla, siendo así. al mismo tiempo que el vidente, el obrerO'
principal de su resurgimiento, de tal m a n e r a que los que después
de el hemos t r a b a j a d o e n la obra de redimir y de fijar la lengua literaria, no hemos hecho sino completar su labor inmensa, insistiendo siempre e n el camino que el maestro abrió y explanó,»
H a s t a aquí, son palabras textuales de Pompeyo F a b r a ,
Más arriba ya dije que Mariano Aguiló, para restituir la unidad
de la lengua, se hizo peregrino de araor. Exploró la selva i n m e n s a
de nuestra literatura escrita y fuése asimismo a buscar el origen
y la fuente de nuestro idioma vivo. F r u t o de esta doble peregrinación es el inventario que levantó él, de toda n u e s t r a h a b l a y que
a h o r a va publicando el Instituí d'Estudis Cataians.
E s t a obra
es una obra f r a g m e n t a r i a , cierto ; es una obra hecha a toda prisa, cierto. E n hojas volantes como aquellas vivas hojas vegetales
en que la Sibila de Cumas escribía sus oráculos, tan livianas q u e
el viento de Ja puerta profética las hacía levantar ; Mariano Aguiló a n o t a b a los vocablos que h e r í a n sus ojos, e n la lectura de los
textos viejos, manuscritos o impresos ; y aquellos otros vocablos
que le h e r í a n sus oídos en las peregrinaciones por el territorio lingüístico catalán. E s t a doble confluencia de riqueza idiomàtica se
ha reunido en los cuadernos que van saliendo y que forzosamente
han de ser los cimientos de aquel palacio de todo el idioma nuestro,
catalogado y codificado ; palacio que soñamos en h o r a s ambiciosas y que venturoso será quien consiga verlo acabado, la oriflama al viento, en la c u m b r e del bello edificio. Anatole F r a n c e no
niega su afición a leer diccionarios. Dice que un diccionario es algo asi como el m u n d o puesto e n orden alfabético. Otros dicen que
un diccionario es una fila de muertos, como la vitrina de un entomólogo o como las hojas o r d e n a d a s del álbum de u n botánico. P e r o
la obra de A g u ü ó es algo vivo. Libro fresco y bien oliente e m b a l s a m a las manos de quien vuelve sus hojas, con u n a f r a g a n c i a de
salud, con la misma f r a g a n c i a de salud con que se e m b a l s a m a n las
manos de quien toca guirnaldas mojadas en rocío auroral. N o
sólo es obra de paciencia, ni obra sólo de ciencia ; sino obra de
arte también y obra de aquel amor que hace fecundas todas las
cosas.
La m a g n i f i c a y ejemplar actividad filológica de Cataluña, tiene sus raíces y el ejemplo en la actividad de Aguiló. F u é él quien
inició la publicidad de los viejos textos catalanes con una pulcritud y una dignidad tipográficas, que tal vez aun entre nosotros no
han sido superadas. F u é él quien nos proporcionó el degustar pri-
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m e r o de aquella n u e s t r a a n t i g ü e d a d que tiene la virtud fortificadora del vino pálido. P o r él pudimos acercar los labios a la copa
de oro y catar aquel gingibre verd amb malvasia, filtro de amor
más sano que el de T r i s t a n e Iseo, que bebieron la princesa Carmesina y T i r a n t e e l Blanco. P o r él pudimos dormir y a m a r y soñ a r e n t r e las s á b a n a s algaliadas de la tradición gótica y feudal.
N u e s t r a arqueología literaria encontró en Aguiló su Nehemias,
quiero decir su reconstructor. Si a h o r a ya podemos leer lo más
esencial de la obra luliana, en vulgar, fué Mariano Aguiló quien
nos hizo g u s t a r el primer sorbo, avanzando el Félix, de las Maravillas del Mundo en la Biblioteca Catalana. Si Miguel y Planas, bajo
esta misma rotulación, h a h u r t a d o al olvido y a la polilla erudita
tantos otros textos del c a t a l á n de oro, es que prosiguió el e m p u j e
inicial de M a r i a n o Aguiló. Y si a h o r a u n a joven escuela, f o r m a d a
severamente e n la ciencia p a l e o g r à f i c a y crítica, va sirviendo en
libros manuales n u e s t r a literatura arcaica, tan rica de posibilidades
y Dios quiera que m a d r e f u t u r a de aquel siglo de oro que nos
atrevemos a desear en nuestros sueños ambiciosos, es que camina
sobre las huellas que m a r c ó y sobre la s e n d a que midió antes que
nadie, M a r i a n o Aguiló, p a d r e de n u e s t r a bibliofilia.
Mariano A g u ü ó no solamente f u é folklorista, sino que f u é el
primero de nuestros folkloristas, primero e n el tiempo y tal vez
también e n el mérito. E l aclimató a q u í esta flor de otras tierras
colorada por otro sol más pálido. Aun nadie h a b í a puesto el pie e n
esta mies de espigas verdes, cuando Mariano Aguüó salió a recor r e r la virgen sementera, a la del alba, cuando :
Apriessa
cantan los gallos et quieren quebrar
albores
Y huelga decir que volvió con la g a r b a más rica y de m a y o r peso.
P o r una Cataluña sin rutas, Mariano Aguiló se lanzó a la exploración. P o d r í a llenarse todo un libro c o n las anécdotas que le
ocurrieron e n este pelegrinaje y que él complacíase en c o n t a r cuando la t a r d a vejez y las piernas fatigadas le recluyeron definitivamente e n t r e sus libros caros que palpaba con mano morosa y
amorosa, así como el ciego Isaac p a l p a b a a su hijo Jacob : H e aquí
q u e el olor de mi hijo es como el olor del campo lleno bendecido
por el Señor. La parte más copiosa de la recolección, debe de continuar inédita todavía. Sólo una pequeña parte, que nos hace más
a g u d a la añoranza de la p a r t e mayor h a visto la pública luz. E l
Cangofieret d'Obres vulgars es un m a n o j o de su cosecha folklórica. L a colección de Cangons feudals cavalleresques
es otro m a -
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nojo. P u e d e decirse que este a m o r al folklore lo m a m ó con la leche.
Dios que le negó las indelebles dulzuras de la leche materna, con
el sabor de la leche comprada, le hÍ2o g u s t a r la inefable suavidad
de las canciones y de las consejas de la payesía. i L a nodriza 1 La
nodriza, después de la m a d r e , tiene no sé que respeto y no sé que
santidad. L a persona de la nodriza, en todos los g r a n d e s poetas,
aparece c o n s a g r a d a con u n a castísima unción que se perpetua hasta cuando la fuente de la vida y a no m a n a e n el pecho y h a s t a que
llena, de años y de a r r u g a s
morta, la mamella
pende,
Virgüio, en el m o m e n t o de la s u p r e m a catástrofe de Dido, ya
en trance y e n voluntad irrevocable de morir, evoca el recuei"do
y la f i g u r a de Barce, nodriza de Siqueo, porque ya la suya e r a ceniza negra, allá, en la patria antigua. L a nodriza de Mariano Aguiló f u é su iniciadora. Digamos su n o m b r e y el n o m b r e del pueblo
en donde nació, con la gratitud y la veneración condignas : Antonia Canyelles, de Bunyola. Murió llena de días y de obras a los
ochenta y seis años de su edad. E n muchas de las canciones feudales caballerescas en donde Aguiló consignaba el origen, las iniciales A. C. corresponden al n o m b r e ¡de esta santa m u j e r que nutrió la vida del niño con la a b u n d a n c i a de su pecho y le alimentó la
f a n t a s í a con la abundancia de su corazón.
A la búsqueda de las canciones, que es la caza más esquiva de
todas, dedicó Aguiló, mientras las tuvo, las vacaciones anuales de
agosto que le concedía el reglamento d e bibliotecas. E l mismo,
e n el prólogo copioso que puso al libro publicado bajo los auspicios de D o ñ a Cristina de H a b s b u r g o - L o r e n a de Borbón, reina que
f u é de E s p a ñ a y Condesa de Barcelona, cuenta en una bella prosa
con u n s a b o r ligero de arcaismo que es una fina delicia, cuán castosa e r a y cuán difícil e s t a cuestación de los tesoros del tiempo viejo. H a b í a que vencer la resistencia instintiva de las personas i n t e r r o g a d a s que no podían comprender como podían tener
interés p a r a el señor f o r a s t e r o las añejas canciones que tenían
g u a r d a d a s e n la m e m o r i a aquellas ancianas. D e su boca h u n d i d a
como de las a r r u i n a d a s fuentes musgosas fluye el lenguaje más
p u r o y más fresco y más musical. Las mujeres mucho más que los
hombres, dice Cicerón, conservan la castidad y la flor del lenguaje. Ya es cosa sabida que las Sibilas tesoreras de lo pasado y
profetisas de lo que h a de venir no ae pierden por demasiado a f a bles. Así y todo Mariano Aguiló supo a r r a n c a r de su boca aquel
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tesoro de canciones, así como ellas mismas^ con el arte de la a r a ña, sacaban el h ü o continuo de las entrañas de la rueca. Ellas son
las que hilan la tela de que se hacen las banderas blancas y las castas sábanas familiares, en donde nacen y mueren los hombres.
Bienaventurado es aquel m o r t a l que no d e j a vacía su t a r e a hum a n a y e n la tierra por donde pasó, con el t r a b a j o de la r e j a paciente abrió u n surco y e n el surco enterró u n a semilla. La vida de
Mariano A g u ü ó f u é así. Su o b r a a u n late y germina. E l comp a r t e la inmortalidad feliz y-las vendas blancas con que ciñen la
cabeza los poetas castos y los sacerdotes puros que dieron respuestas dignas de Apolo; los que batallando p o r las caras patrias s u frieron llagas y h e r i d a s ; los que inventando nuevas artes, trocaron en amable y suave de vivir la vida á s p e r a e i n c u l t a ; y los g u e
con graciosos beneficios g a n a r o n la m e m o r i a y el agradecimiento de los hombres. Y desde esta inalterada beatitud él siente como
crece cada día más la simiente que dejó s e m b r a d a en su tierra :
Posteritate
suum
cresaere
sentit
opus.
Conocéis el país donde florece el limonero? E n donde la naranja, entre el follaje sombrío m a d u r a su oro ? A la interrogación
de la Mignon goethiana son muchos los que dirían que es Mallorca
este país. Lucrecio, el c a n t o r de los templos serenos de la sabiduría antigua, con u n a i m a g e n augusta, t o m a d a del viejo Ennio, dijo
de los mortales que a r r i b a b a n a la vida, que a r r i b a b a n a las divinas
riberas de la l u z : Dias in luminis oras. Quien h a nacido e n M a llorca puede decir con e n t e r a verdad que h a llegado dos veces a
las divinas riberas de la luz. Allí en el aire de cristal suena u n a
lengua que tiene sonido y transparencias de cristal. Mistral dijo en
memorable ocasión que estas transparencias eran mediterráneas
claridades. P o r e l camino del m a r nuestro, en donde el sol moja
su lanza y la luna d e r r a m a su l u m b r e y sus sueños blancos arrib a r o n los bajeles de don J a i m e el Conqmstador. Ellos con las f a j a s
de sus estelas nos a t a r o n a la península y a su h i s t o r i a ; y más que
ninguna otra suerte de a t a d u r a s es suave y f u e r t e e indisoluble este
temblante abrazo de amor. Las estelas rielantes son como las guir-'
naldas de rosas con que Armida encadenó los fuertes brazos de
Rinaldo. Ellas nos llevaron la cruz y nos llevaron la lengua. La
Cruz queda y la Lengua queda y no estéril ciertamente, sino bella
y fértil e n hoja, en flor y en fruto. H i j o de esta civüización es el
que a h o r a os habla. E l primero de los míos a q u í ; pero allí el último de los míos.
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E n medio del m a r de las Sirenas, de los e r r o r e s de JJIises y de
E n e a s , el m a r de las Ideas y del Evangelio, el m a r de, R o g e r de F l o r
y de R o g e r de Lluria ; aquella isla que los g e ó g r a f o s griegos calificaron de bienaventurada, os espera, tendida sobre las a g u a s
recortada y precisa con
pureza y con la elegancia de u n a h o j a
de acanto clásico. L a hospitalidad, virtud antigua, al e m i g r a r de]
mundo, marcó allí sus postreras huellas. Todavía allí la e n c o n t r a réis, c a n a y casta, p r ó d i g a de corazón y no escasa d e manos. P o r que mi tierra es aquella t i e r r a de la cual puedo decir, recordando
a Musset, que si a l a n d a r por ella perdéis el camino, al p r e g u n t a r
por el camiao os encontráis con u n amigo.
H e dicho.
CONTESTACIÓN
DEL EXCMO. SR.
D. GABRIEL MAURA GAMAZO
CONDE DE LA MORTERA
S E Ñ O R E S ACADÉMICOS :
F u é precisamente e n Mallorca, junto a la bahía palmesana, frente al caserío de la capital, sobre cuyo apelmazamiento de ciudad
m u r a d a culmina, con protagonismo que no es sólo arquitectónico,
la mole ingente de la catedral, feliz realización de la votiva ofrenda del Rey conquistador que descolló también, física y moralmente, sobre sus contemporáneos ; f u é en Mallorca, digo, una m a ñ a n a
del pasado diciembre, tan suave y luminosa como pueden serlo en
Castilla las de mayo, acariciado por la tibieza de la brisa y seducido por la entonadísima g a m a de los azules, apenas quebrada ya
por los verdes y todavía no por el blanco pulquérrimo de los almendros en flor, donde, al h o j e a r sin curiosidad u n periódico, breve y censurada crónica de las gestas cotidianas de los hombres, de
la que no creí poder esperar emoción n i n g u n a comparable con la
que generosa me ofrecía naturaleza, perennemente emuladora allí
de los más renombrados p a n o r a m a s mediterráneos : la bahía de los
Angeles, la riviera lígur o el golfo napolitano, fué cabalmente entonces, cuando me saltó a los ojos y me hirió e n el alma la noticia
de la muerte de
Andremo.
Pocos días atrás, departiendo con él en esta misma Academia,
h a b í a escuchado de sus labios que se a f a n a b a por terminar pronto
el discurso de contestación al de ingreso en élla de nuestro electo
colega regional, el mallorquín Mosén Lorenzo Riber.
E l dolor p o r la pérdida de Gómez de Baquero no renovó tan sólo
en mi ánimo la incesante laceración con qué, h a r t o más que mediado
ya el curso de la vida propia, vemos día tras día apagarse las ajenas coetáneas y diezmarle la promoción con la que nos .tocó seguir, en amistosa camaradería, la militar carrera de nuestro paso
por el mundo. Las singulares cualidades que en el fallecido concurrieron, d a b a n a su desaparición luctuosa transcendencia de pérdida colectiva. T a m b i é n las letras españolas quedan mutiladas
cuando las a r r e b a t a la muerte u n crítico insuperable.
E l ejercicio de esa docencia social que incumbe a la crítica, no
sirvió nunca a Andremo de cómodo pretexto p a r a desahogar personales atrabüis, p a r a imponer con pedantería de dómine su pe-
—
II
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cullar criterio estético, ni p a r a dar que rsir a los lectores a costa
del timido novel o, con fruición más malévola aún, del caballero encanecido en lides literarias.
Nuestro hidalgo colega i n t e r p r e t a b a y cumplía de muy otro modo la noble misión que su vastísima cultura y el decanato de la e d a d
le autorizaron p a r a asumir ante el público menos docto o los escritores más jóvenes. F u é el guía erudito y sagaz, que, amable y desinteresado, a c o m p a ñ a al viajero por el mundo del espíritu y le
señala, con discreción y mesura, bellezas y fealdades, aciertos y
descarríos, coincidencias y contrastes, a fin de que aproveche a
quien vió menos o no aprendió tanto, el caudal de s a b e r acumulado por su experiencia de perpetuo e infatigable explorador de las
ideas científicas y artísticas de la e d a d en que vive, relacionándolas
con laá pasadas y con las que como venideras se b a r r u n t a n . Cuando en el desempeño de esa función se g a n a merecida autoridad, y
se la eleva a práctico magisterio, austera y a t i n a d a m e n t e ejercido,
el m a y o r quizá de los relevantes servicios que se pueden prestar
al bien m o r a l público, consiste e n contraponer, con eficacia indefectible entre los bisoños, el estímulo alentador del maestro a la
incomprensión o la rutina del vulgo, causa constante de desmayos
enervadores, abandonos suicidas o torpes transacciones estéticas
y aún éticas.
N o había yo menester de escribir tanto p a r a persuadiros, señores Académicos, de lo que sabíais d e antemano, y es, que mi presencia e n esta tribuna durante la solemnidad de hoy no h a b r í a podido reemplazar e n ningún caso a la de Gómez de Baquero. Si le
cometisteis e l honroso e n c a r g o de llevar esta t a r d e la voz de la Academia, f u é porque lo solicitó así nuestro nuevo compañero, incapaz de olvidar y, siendo quien es, de no a g r a d e c e r , la afectuosa
solicitud con que Andremo,
sin conocerle personalmente, alentó
desde las columnas de la p r e n s a madrileña sus trabajos de principiante, encomió los del escritor m a d u r o después, y señaló a la distraída atención de su público u n nuevo valor de las letras catalanas, que, dialectales o no, son tan genuinamente españolas como
las castellanas y tan partícipes y colaboradoras como ellas en la
m a y o r gloria de la patria común.
N o conocen los hijos de Adán los consejos del muy Alto, según escribe sentenciosamente el Arzobispo historiador, y hemos
de a c a t a r h u m ü d e s el designio divino p o r obra del cual, no se logró nunca que el abrazo de la amiS'tad sellase efusivo la estrecha
simpatía literaria a n u d a d a hace ya algunos años y tan sólo episto-
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larrnente mantenida e n t r e Lorenzo Riber y Gómez de Baquero. Pero
plugo a la clemencia del Omnipotente conservar intacto el privilegiado cerebro de Andremo, hasta la víspera casi del día en que
le postró exánime la cruel enfermedad que minaba su existencia, y
permitirle cumplir, en buena parte, este p a r a él gratísimo deber
académico.
La gentileza de sus deudos puso a n u e s t r a disposición la docena y media de cuartülas en que nuestro compañero había comenzado a escribir el discurso que destinaba a ser leído en el acto de
hoy.
'i i•
Cuando cupiese en mí la petulante necedad de p r e t e n d e r sustituirlo por otro, no me perdonaríais que os privase del regalo de la
lectura de esas ctiartillas, máxime cuanto que la fácil pluma y el
terso estilo del autor h a n permitido darlas a la i m p r e n t a sin u n a
corrección pòstuma.
H e aquí, pues, lo que le habríais escuchado :
« E l maravilloso discurso que acabáis de oir es el mejor retrato literario que pudiera hacerse de nuestro nuevo compañero.
Viene a l caso aquella sentencia : el estilo es el hombre, tan repetida por lo expresiva, que formuló uno de los hombres insignes en
Ciencias y L e t r a s que decoran el G r a n Siglo de Francia. P e n s a b a
B u f f o n que el estilo es la proyección literaria de la personalidad,
el espejo donde se reflejan la cultura, el talento y el carácter. Como
en beUo espejo de plata veo dibujarse en la pulcra prosa castellana
de su discurso el perfil estético, intelectual y moral de Mosén Lorenzo Riber, L e elegimos como representante de la lengua catalana e n su variedad baleárica. Después de escucharle, e l selecto
concurso que hoy nos acompaña pensará sin duda que por iguales
títuloj pudiera la Academia elegirle como uno de sus miembros de
lengua castellana, pues tan artísticamente la cincela y tal dominio muestra de sus más delicados matices.
»Lo primero que veo en aquel espejo es a l humanista. N o solamente a l h u m a n i s t a en sentido material, a l h o m b r e e m p a p a d o en
las letras griegas y latinas y familiarizado con la erudición antigua,
sino al heredero del espíritu, del a m o r filológico, de la pasión por
Id lengua, archivo del espíritu, que a n i m a b a a los claros varones,
como el P e t r a r c a y el Poggio, que en la a u r o r a del Renacimiento
perseguían los manuscritos antiguos con ilusión de argonautas y
arcaban la belleza de la p a l a b r a cual se a m a la h e r m o s u r a de la
m u j e r elegida. H a s t a la elección de Aguiló, gran collidor de mots
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34
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como le h a llamado Rovira y Virgili, por asunto de su discurso,
manifiesta este encendido a m o r a la p a l a b r a tan propio del humanista. Amor que no es exclusivo aunque se caldee con t e r n u r a
entrañable al emplearse en la lengua vernácula, p a r a la cual es
amor de h o g a r , sino que se extiende a las lenguas sabias, a los
otros romances peninsulares y a las otras hablas de la Romania,
con un sentido de universalidad que es otro rasgo del humanismo.
H a s t a se observa en los escritos de D . Lorenzo R i b e r una fina delectación italizanizante que parece rasgo h e r e d a d o de la época y
de la cuna del humanismo.
»Además de ese perfil delicado y sabio del humanista, sabedor
y e n a m o r a d o de las Letras, otros rasgos se dibujan e n ese espejo
alegórico que es el discurso de nuestro nuevo compañero. Vemos
dibujarse al poeta, al g r a n poeta mallorquín que mereció la coron a de Mestre e n Gay Saber, La fastuosidad de las imágenes, las
bellas m e t á f o r a s que esmaltan aquel trozo selecto de elocuencia y
la palpitación lírica de la prosa de Riber, hacen de ella una acab a d a muestra de esa moderna prosa lírica, que es e n las literaturas contemporáneas como e l desquite de la poesía, la cual, expulsada por la ola ascendente de la prosa de muchos de sus antiguos
dominios, invade a su vez aquel lenguaje y planta en él sus flores.
Lo propio de la poesía es el lenguaje figurado, su método de expresión la m e t á f o r a . E s t o la distingue más que las cadencias y
medidas rítmicas.
»Todavía quiero yo ver más cosas, más rasgos personales pn
el espejo. La ternura y emoción con que habla Mosén Lorenzo
Riber de las personas y las cosas ungidas por la consagración del
sentimiento nos hablan de su sensibilidad a f i n a d a y de la nobleza
m o r a l de su carácter. H a s t a el genio particular del h a g i ó g r a f o se
trasluce, bien que menos visible, en la unción suave, natural, sin
afectaciones mogigatas, con que se expresa al t r a t a r de las cosas
venerables. E n suma, pienso que el discurso está e m p a p a d o de la
personalidad del a u t o r e n sus diversos aspectos. Nos h a b l a de
Aguiló, mas al lado de esta f i g u r a del f u n d a d o r del renacimiento
catalán su propia silueta se dibuja, como si el historiador se convirtiese e n compañero e n la excursión retrospectiva.
» P á l i d o s e r á lo que yo pueda a ñ a d i r a lo que sugiere el discurso. E n él están el colorido y el alma del retrato ; el reflejo de la
personalidad.
»Lo que. yo quiero a ñ a d i r brevemente es el contorno biográfico, el itinerario de la c a r r e r a literaria de Mosen Lorenzo R i b e r y
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el recuerdo de su labor numerosa y varia, huerto espiritual donde
se juntan las delicadas flores de la inspiración poética y los dorados frutos de una m a d u r a erudición,
» U n a muestra del lamentable apartamiento en que han vivido las lenguas y literaturas peninsulares es que este alto poeta, este
fino humanista, este h a g i ó g r a f o que ha redorado con la magia de
un estilo moderno, e ilustrado con la erudición histórica, las viejas páginas de la Leyenda de oro, e r a desconocido en Madrid cuando ya en su tierra n a t a l y en el ámbito de su lengua m a t e r n a h a b í a
conseguido las más altas distinciones literarias. Fué menester que
empezáse a publicar en u n g r a n diario de la capital, en EL Sol, las
afiligranadas prosas que firma con el pseudónimo de Roque Guinart para que la curiosidad pública se preguntase quién e r a el incógnito escritor que se ocultaba tras el (nombre del bandido caballeresco y generoso que sacó Cervantes al mundo de la ficción
en la s e g u n d a p a r t e del Quijote, ¿Quién es Roque G u i n a r t ? , se
p r e g u n t a b a n los lectores de más ejercitado gusto, b a r a j a n d o hipótesis de n o m b r e s conocidos en las letras. Averiguóse a l cabo
el nombre verdadero que velaba la m á s c a r a del pseudónimo cervantino y pOr el prosista castellano vino a ser conocido entre nosotros el literato mallorquín, arcades ambo, gemelos e n perfección
y maestría.
»Aunque Mosén Lorenzo Riber está en la fuerza de la edad
nel mezzo del camiti di nostra
vita
y no h a doblado el cabo de la ancianidad en que se acumulan ios recuerdos, y la existencia del h o m b r e va entrando en la historia, si
encierra a r g u m e n t o p a r a ello, no faltan materiales p a r a trazar su
biografía o su semblanza. Conozco las Notes per una biografia, de
Guillem Colom, leídas e n Campanet, el 25 de Julio de 1928, con
ocasión de ser proclamado el Sr. R i b e r hijo ilustre de aquella villa, Algún particular biográfico contiene también el bosquejo crítico de Joan Alcover, pórtico literario del primer libro del nuevo
académico : A Sol ixent. Aplec de poesies ¡uvenils, impreso en
Mallorca e n 1912. P e r o sobre todo debemos al propio poeta algunas auténticas rememoraciones de los años primeros, recuerdos de
infancia y de juventud de alto valor autobiográfico y literario que
pueden contarse e n t r e las más sentidas y más bellas páginas que
trazó la pluma del autor.
»La, vida de nuestro a m i g o se nos ofrece en estos momentos
como una existencia serena y apacible que se ha desarrollado en
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el sosegado ambiente de las bibliotecas y a la s o m b r a del altar, la
vida de mi clerc de la E d a d Media o de u n humanista del Renacimiento de los que, sin rehuir el trato de los hombres, p r e f i r i e r o n
el de los libros, y se a c o s t u m b r a r o n a la conversación con las sombras augustas de lo pasado. Lorenzo R i b e r es u n verdadero clerc
moderno, y a que la vieja p a l a b r a medieval vuelve a entrar e n el
torrente circulatorio del lenguaje, p a r a designar a los hombres
consagrados al servicio de la inteligencia. Mosén R i b e r lo íes en
los dos sentidos ; h o m b r e de iglesia y h o m b r e de Letras.
» U n a vida estudiosa, que se h a deslizado por su m a y o r parte
entre libros y ocupaciones espirituales, no ofrece el resalte n i el
movimiento dramático de las existencias lanzadas a la acción y a la
aventura. Con todo, creo que podría escribirse u n a b i o g r a f í a novelada de Mosén Lorenzo Riber, una de esas vidas romancées que
a h o r a se h a n puesto de m o d a e n F r a n c i a y aquí t r a t a n de imitarse
con varia f o r t u n a , y que si no el tumulto de la acción ofrecerá e n
este caso el interés de una b i o g r a f í a psicológica. Mi intento es más
modesto. Se reduce a compendiar brevemente los pasos d e la car r e r a literaria del nuevo académico regional. N o puedo a s p i r a r a
una exacta y animada semblanza, e n t r e otras razones, porque hasta el día de hoy Mosén R i b e r y yo éramos dos amigos lejanos, que
sólo tenían la comunicación espiritual de la correspondencia epistolar y no se conocían en la relación inmediata del trato personal.
» D o n Lorenzo R i b e r y Campins nació en Campanet el 14 de
Septiembre de 1882. E l nos h a b l a de sus humüdes orígenes, y los
decora c o n u n a intensa poesía que a v e n t a j a al más b r ü l a n t e de los
blasones heráldicos, e n las Evocaciones de mi vida escolar, public a d a en El Sol y que se cuentan entre sus más h e r m o s a s páginas.
Oigámosle :
» «De aquellos que de las oscuridades del no ser se a s o m a r o n a
la vida, Lucrecio dice que a r r i b a r o n a las divinas riberas de la
luz : dias in luminis oras. B a j o dos conceptos yo llegué a las divinas riberas de la luz ; nací y nací en Mallorca.
» » N a c í de padres muy pobres. ¿Conocéis el bello idilio La
Prouvidenci, de Federico Mistral ? E l p e r s o n a j e provenzal —provenzal y de todas las latitudes— Manjo quand Va, sin más h a b e r
que unas b r a g a s únicas y sin más candela que el sol que e m p a p a
de oro cálido los viejos muros, pide y obtiene sin dificultad, la m a no de la linda Couloumbino, que se peina con u n cardo y no tiene
más espejo que el cristal de la f u e n t e fresca. Los novios, risueños,
muestran a l e g r e la cara al porvenir, confiados en la Providencia
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que cuando da vida a u n gazapo siembra también p a r a él una cerraja.
» » U n idilio, como este idilio provenzal, f u e r t e y sano, lanzóme
al Mundo, seguro de la c e r r a j a providencial, y como aquel huerfanito de Verlaine : Riche de mes seuls yeux tranquiUes ».
» E n estas Evocaciones recuerda el autor con emoción n o contenida, sus correrías infantiles por los campos : verdes .trigales,
habares floridos, almendros de h o j a fresca y reluciente, busca de
los nidos, y la voz imperiosa e implacable de la c a m p a n a llamando a l niño a la Escuela, obligándole a salir d e aquel E d é n silvestre, de aquella otra Escuela deleitosa de la Naturaleza, que los f r a n ceses Uaman buissonnière y que a veces enseña más que el aula a la
infancia tierna, p r e p a r a d a p a r a la intuición mejor que p a r a las
nociones. Y la Escuela instalada en la Casa Consistorial, de donde sale el murmullo de las voces infantiles recitando la canturía
aritmética o las capitales de provincias. Y la liberación de la salida tumultuosa del rebaño pueril, quie no es sólo la vuelta a la libertad y al aire libre, sino también el r e t o m o a la lengua familiar
y conocida.
» «A nuestros labios —dice R i b e r recordando— venía la lengua
autóctona y libre y proclamábamos su triunfo con u n a ensordecedora algarabía. | Como los bellos n o m b r e s tópicos que s e h a n
hecho una sola cosa con los p a r a j e s que nombran, como los fósiles
que son u n a sola cosa con la roca, nos h a c í a n olvidar los n o m b r e s
que habíamos cantado y que habían resbalado p o r nuestros oídos
como un a g u a sonora I Y los vocablos vernáculos, sabrosos como
el pan y ricos para nosotros de sentido y de sugestión, | de qué
m a n e r a nos hacían olvidar los otros prestados y superpuestos con
la misma facilidad con que se deja u n vestido o con que el viento
se lleva u n a hoja 1 »
» T r a s aquellos años de infancia campesina, tan poéticamente
evocados, llega la adolescencia. A los catorce años está Lorenzo
R i b e r en el Seminario de Mallorca. EntonCies al encanto de la N a turaleza sucede la seducción de los libros. Habíase ésta iniciado en
la niñez. Nos lo cuenta no Roque Guinart, sino R . Campfullós, otro
pseudónimo de la misma persona, en otro bello artículo de recuerdos titulado Historia de tres libros. F u e r o n los primeros que
hicieron v i b r a r su espíritu. E l uno el Salterio de David, abierto al
azar e n casa de u n amiguito, por aquel pasaje del Salmo 113 que
dice : «Cuando Israel salió de E g i p t o , cuando la casa de Jacob salió de tierra e x t r a n j e r a . E l m a r le vió y huyó ; el J o r d á n volvió
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atrás. Los montes brincaron de gozó como carneros y los collados como corderitos ». E l infantil lector quedó «con la f r e n t e llena
de ensueños» como si dentro de él revivieran aquellos prodigios,
» E l segundo, ya en el Seminario, contenía,los T r a t a d o s filosóficos de Cicerón. E r a un tornito impreso en Lyon en el siglo xvr,
cuyas hojas con el tiempo habían tomado «color y olor de panal» .
Dejábase llevar el lector del encanto de las Cuestiones Tusculanas, cuando sintió que unos recios dedos le aprisionaban la o r e j a
litteray que una voz reprensiva le decía : Quoniam ñon cognovi
turam, introito in potentias Domini. ( P o r q u e no conocí la literatura, e n t r a r é en las potencias del Señor). Y e r a precisamente
el catedrático de L i t e r a t u r a el que con aquella admonición le disuadía de la lectura del maestro de la elocuencia r o m a n a .
» E l tercero f u é Tiraní lo Blanch, el libro de Caballerías de Cataluña, y no por las razones que expone el cura en el escrutinio de
los libros de Don Quijote. Lo que se le a d e n t r ó en las entrañas no
f u e r o n las travesuras de la doncella Placerdemivida, ni los celestineos de la Viuda Reposada, ni aquel asomo de pasión antigua
y trágica de la Emperatriz. F u é Carraesina llorando sobre el cuerpo exánime de T i r a n t e el Blanco. «—Y cuando la princesa, a l
sentir aproximarse su fin, ordena su alma y confiesa sus pecados
públicamente, pecados de sobrado amor, que no son ciertamente
los más difíciles de perdonar, el lloro f u é tan i r r e f r e n a b l e y abundoso —nos dice el lector del Tirant—, que hubiérase dicho que se
rompió dentro de mí la u r n a del llanto con que nacemos todos a
la vida. »
»Estos tres libros dejaron su surco. Marcaron, como dice el autor de esta confidencia, la dirección triangular de sus actividades
literarias ; la poesía de los libros santos, la clásica literatura latin a y el inextinguible amor a la literatura catalana. »
No a ñ a d e más la límpida prosa de Andremo, quien, como lo
hizo constar ya nuestro insigne Director, dedicó así a e s t a Academia los postreros alientos de su vida.
A falta del consuetudinario « H e d i c h o » , que el autor no llegó
a escribir, la g a r r a descarnada de la muerte trazó e n signos conminadores, junto a las armas espirituales a r r a n c a d a s
la mano
desfallecida, e l épico « N a d i e las m u e v a » .
N o seré yo quien ose irreverente la impía desobediencia. P e r o
lamentare con vosotros q u e el ingenio sútü. de Gómez d e Bacjuero
no h a y a podido mostrarnos a Riber, desconocido hasta entonces, re-
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velándose a los veintiún años altísimo poeta, ganador, con Gabriel
Alomar y María Antonia Salvá, de los premios de aquel célebre
torneo poético de 1903, que iniciara el renacimiento literario mallorquín ; triunfo resonante que c o n s a g r a r o n después, una y o t r a
veT, supremos galardones obtenidos en los juegos florales de B a r celona, por el que e r a ya a la sazón catedrático de retórica y poética en el Seminario de Mallorca.
Sólo un cicerone de la maestría de Andrenio os podría guiar
a h o r a a través de la o b r a monumental del escritor, iniciada en
1913, cuando Mosén Lorenzo se establece definitivamente e n Barcelona y se aplica a demostrar que p a r a la ^ginecología del espíritu
no existen, como p a r a la fisiológica, limitaciones de tiempo ni de
espacio. E n poco más de quince años vierte R i b e r a la lengua c a talana, amén del Misal romano, La humildad y la Práctica
progresiva de la confesión de Beaudemon, Las glorias de María de
San Alfonso Ligorio y el Espíritu de San francisco
de Sales, del
Obispo de Belley, que consta de nueve volúmenes ; traduce en en,decasílabos libres La Eneida, y completa la versión catalana de
Virgilio publicando a seguida, rimadas también, Las
Geórgicas
y Las Bucólicas. Más tarde, traduce, con su habitual g a l a n u r a de
estüo, la Conjuración
de Catilina de Salustio, tres Discursos de
Cicerón, las Obras menores de Tácito y las Sátiras y' Epístolas
de Horacio.
E l h a g i ó g r a f o halla v a g a r p a r a escribir mientras tanto la Vida
y obras del Reverendo Maestro y bienaventurado
mártir
Raimando Lulio, y p a r a n a r r a r en seis, volúmenes las edificantes biografías
de los Santos de Cataluña, Mártires, Doctores, P a t r i a r c a s y F u n dadores.
E l poeta original cincela, con el título de Les Corones, un, himnario de Vírgenes y Mártires ; y el prosista primoroso reúne t r a diciones legendarias b a j o el epígrafe Els camins del Paradis perdut y trabajos dispersos, apologéticos, biográficos e liistóricós, con
el rótulo de Viatges a Vàltre món.
Por si todo esto fuese poco, R a m ó n Campfullós en La Veu de
Catalunya o el Diario de Barcelona, y Roque Guinart en El Sol,
madrileño, acreditaban, e n el Ínterin, su magistral dominio del
difícil arte de la crónica periodística.
Con razón escribía así Gómez de Baquero, en marzo de 1927 :
«La elección de Mosén Lorenzo R i b e r no ofrece sólo la justificación aneja al reconocimiento de méritos literarios eminentes.
—
II
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H a sido una elección modelo b a j o otro aspecto, elección r a r a si
se atiende a la p u g n a de solicitudes que suele h a b e r en la provisión de los sillones académicos.
» E s t a vez los honores académicos, que algo pierden de su valor a l ser afanosamente pretendidos, h a n ido a buscar en. su estudioso retiro del Ateneo de Barcelona, al p o e t a y al e r u d i t o que n o
los h a b í a buscado y que, al enterarse del designio de los que perís a b a n presentarle, quería ceder el p a s o con noble modestia, a otro
g r a n poeta mallorquín, también escritor excelente en castellano, a
Gabriel Alomar, no menos digno de la metafórica inmortalidad
que se atribuye a l ingreso en la A c a d e m i a » .
Se h a cumplido, pues, sustancialmente, Señores Académicos, a
despecho de la muerte, el encargo que conferisteis a Andremo.
A
mí sólo me resta d a r f o r m a protocolaria al saludo colectivo, Cortesía p a r a la cual creo poseer títulos singulares, cuyo otorgamiento he de a t r i b u i r a los hados, puesto que monarcas absolutos u n
tiempo en todo el m a r latino, alguna prerrogativa conservarán de
su derrocado poderío.
Llevo yo el apellido de aquel sacerdote e j e m p l a r que, declin a n d o canongías y mitras, consagró su no corta existencia a regir
lo más a c e r t a d a m e n t e que supo ese Seminario de Mallorca, donde
se habían de f o r m a r e n su tiempo, entre otros esclarecidos varones,
el prelado Campins y el académico Riber.
Llevo el apellido, y a u n el nombre, que me transfirió al a p a d r i n a r m e en la pila bautismal, de aquel literato mallorquín, m i e m b r o
del jurado de 1903, presidido por el inolvidable J u a n Alcover e int e g r a d o por R a m ó n Picó y J u a n Palou y Coli, que p r o c l a m a r a al
aún desconocido Mosén Lorenzo, maestro e n la g a y a ciencia.
D e b o el ser a uno de los dos paisanos del nuevo académico que le
precedieron en esta casa y a quien dedica en su discurso conmemoración tan piadosa, que ella sola h a b r í a bastado para tributarle sincera g r a t i t u d y naciente afecto.
Permitid Señores Académicos, que al dar en n o m b r e vuestro
la bienvenida a quien con el copioso esquilmo de su juventud nos
trae^ e n su apenas alcanzada madurez, promesa h a l a g a d o r a de
a b u n d a n t e cosecha de glorias colectivas, ponga en el saludo ceremonioso a l g ú n matiz de personal efusión p a r a el hijo ilustre de
Mallorca, que h a de ser entre nosotros representante de la tierra
balear de que soy oriundo, portavoz y propulsor de la dulce lengua
inmortal que h a b l a r o n y escribieron mis mayores.
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