Francisco José Navarro Sanchís Magistrado de la Audiencia Nacional España LOS DERECHOS DE LOS CONTRIBUYENTES: CONVENIENCIA O NO DE SU CODIFICACIÓN. I.- Introducción.II.- La conveniencia o no de su codificación.III.- Sistemática en ambas leyes española y costarricense. Notas esenciales de la relación de derechos y garantías en ambas leyes. IV.- Algunas diferencias estructurales entre la Ley Española 1/98 y la reciente reforma en Costa Rica de la Ley de Normas y Procedimientos Tributarios. V.- Aspectos más destacados en la regulación contenida en la reforma operada en Costa Rica por la Ley de fortalecimiento de la Gestión Tributaria. VI.- Las garantías de efectividad de los derechos en el seno de los procedimientos tributarios: ofrecidas por la propia Administración y externas a ella. VII.- Conclusión: la finalidad esencial de la codificación es limitar las inmunidades del poder y asegurar la seguridad jurídica. ------------------------------------------------------------------------------------------------------ I.- Introducción.- Sólo las personas -naturales o jurídicas- tienen derechos. Los Entes públicos, las Administraciones, no tienen derechos. Tienen potestades, poderes, que es algo distinto. Únicamente se les reconocen derechos por 1 razones instrumentales de defensa de los intereses públicos (especialmente de carácter procesal). Ello significa, en cierto modo, que los derechos se reconocen al contribuyente como contrapeso o equilibrio de esas potestades, para delimitar su contenido y precaverse de su carácter extensivo, virtualmente hasta lo ilimitado. Esa necesidad perenne de limitar jurídicamente un poder tributario que puede tender por su propia naturaleza no sólo a expandirse, sino a buscar zonas de penumbra, en su actuación, inmunes a los controles jurídicos, en especial los judiciales, justifican la consagración de los derechos de los contribuyentes. El debate permanente sobre su eficacia, esto es, sobre si la mera codificación ya refuerza el papel del contribuyente, es en buena medida estéril, puesto que su respuesta depende de muchos factores, varios de los cuales no tienen relación con la técnica normativa empleada, sino con otros elementos y circunstancias que, por reducirlas a la unidad, cabe asociar con la sensibilidad social y política, no sólo en cuanto inspiren la legislación, sino en la medida en que se empeñen en que se cumpla. En la Exposición de Motivos de la Ley 1/1998, de 26 de febrero, de Derechos y Garantías del Contribuyente -LDGC-, late esa idea de equilibrio o, si se quiere, de reequilibrio, en el sentido de que los derechos reconocidos y proclamados en dicha Ley (casi ninguno de los cuales es, por cierto, rigurosamente nuevo), se buscan como contrapartidas de las potestades tributarias1. 1 Dicha Exposición de Motivos comienza diciendo: “La aprobación de una ley que contenga los derechos y garantías de los contribuyentes, ampliamente demandada por todos los sectores 2 II.- La conveniencia o no de su codificación.- Se trata de una pregunta no sólo conveniente para cumplir el programa de este seminario, sino que es la summa quaestio en debate: si reunir en un solo texto legal el conjunto de derechos y garantías de los contribuyentes es conveniente o no, es necesario o no, es una buena idea o no. En suma, si sirve para algo. A) Como éste es el título de la ponencia y, desde luego, el leit motiv de mi intervención, afrontaremos la cuestión, no para despejar definitivamente una incógnita, sino aportando una simple opinión personal, empezando por decir que ésta de la codificación -o, en un sentido más amplio, el reconocimiento de los derechos- es una de las cuestiones nucleares del Derecho tributario general y, desde luego, constituye el punto neurálgico del quehacer de un juez que se dedica a diario al control jurisdiccional de los actos y disposiciones de la Administración Tributaria. Por tanto, lo que aportaré será esa visión particular, no científica, sino de constatación directa e inmediata de la realidad. Probablemente, otro juez sociales, constituye un hito de innegable trascendencia en el proceso de reforzamiento del principio de seguridad jurídica característico de las sociedades democráticas más avanzadas. Permite además profundizar en la idea de equilibrio de las situaciones jurídicas de la Administración tributaria y de los contribuyentes, con la finalidad de favorecer un mejor cumplimiento voluntario de las obligaciones de éstos (…)”. Seguidamente, para subrayar esa evocación del equilibrio, lo vuelve a repetir: “(…) Ahora bien, los derechos y garantías que esta ley explicita no son sino la contrapartida de las obligaciones que sobre los contribuyentes pesan derivadas de la obligación general de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con los principios contenidos en la Constitución. La presente ley, que recoge en un solo cuerpo normativo los principales derechos y garantías de los contribuyentes, no hace referencia alguna sin embargo, a las obligaciones tributadas, ya que éstas aparecen debidamente establecidas en los correspondientes textos legales y reglamentarios (…)”. 3 que hablara en mi lugar podría tener una percepción distinta, incluso opuesta. Una de las aspiraciones que, a mi juicio, late tras la idea de la codificación o compilación en una norma única, de rango legal, de los diversos derechos del contribuyente dispersos a lo largo del ordenamiento jurídico es la de transmitir la imagen de defensa del contribuyente frente a un poder de la Administración progresivamente más intenso. No es desdeñable considerar que en España se promulgó la Ley 1/1998 tras una década de normas tributarias generales adversas en general al contribuyente2. Y, paralelamente a lo anterior, también cabe señalar algo parecido en cuanto al ámbito legal en que aparece en Costa Rica el nuevo Título VI de la Ley de Normas y Procedimientos Tributarios (LNPT, en lo sucesivo), aun reconociendo -y esto es una afirmación que quiero extender a toda la ponencia-, que no conozco en profundidad la ley tributaria modificada, sus principios generales inspiradores, y otras fuentes y elementos jurídicos que, vistos sistemáticamente, serían necesarios para comprender el alcance de la nueva reforma, a fin de poder pronunciarme sobre ella. 2 Algún autor ha recordado -Roque de las Heras, en el prólogo de la obra colectiva “Comentarios a la Ley de Derechos y Garantías de los Contribuyentes. Varios Autores, Ediciones CEF. Madrid 1999, 683 págs.”- que la LDGC debe situarse en el momento histórico en el que se publica “(…) en el que se exigía poner orden jurídico después de un largo decenio de determinados desórdenes en aras de la eficacia en la gestión, en la recaudación, donde a veces los derechos y garantías de los contribuyentes resultaban despreciados…”. 4 En cualquier caso, no parece ocioso establecer la opinión de que en Costa Rica, la introducción de un Título VI a la Ley N.º 4755, Código de Normas y Procedimientos Tributarios, de 3 de mayo de 1971, contenida en los artículos del 166 al 188, bajo la rúbrica de Derechos y Garantías del Contribuyente, ha tenido lugar de forma simultánea, en la misma Ley en que se reforma dicho Código -CNPT- para intensificar al mismo tiempo algunas de las potestades tributarias. Así, sin ánimo de exhaustividad, conviene recordar algunas de las nuevas previsiones legales, que también se incluyen en la denominada Ley de Fortalecimiento de la Gestión Tributaria, cuyo nombre ya es delator, en cierto modo, de sus intenciones, que no me considero capacitado para enjuiciar. Cabe mencionar, entre otras, estas reformas: • Se extiende el ámbito subjetivo de la responsabilidad solidaria (art. 22). • Se alargan los plazos de prescripción a 4 y 6 años (art. 51), con prolongación a 10 años para “…los contribuyentes no registrados ante la Administración Tributaria o a los que estén registrados pero hayan presentado declaraciones calificadas como fraudulentas, o no hayan presentado las declaraciones juradas”, lo que parece una versión de la teoría de la actio nata que también encuentra expresiones nuevas al otro lado del Atlántico. 5 • Se incrementan las cuantías de las sanciones tributarias hasta el 150 por 100 de la base de la sanción, al tiempo que se crean nuevos tipos sancionadores (arts. 81 a 85), con especial referencia a la tipificación como sanción de ciertos incumplimientos formales. • Se amplía igualmente el ámbito de las medidas cautelares de la Administración en defensa del crédito, como el secuestro de documentos o bienes, con autorización judicial (art. 114); o medidas como el embargo o la retención (art. 173). Sin intención de efectuar una crítica jurídica a las medidas adoptadas y a la necesidad de su establecimiento o reforma -que ustedes conocen mucho mejor que yo, sin duda-, en tanto refuerzan las potestades de la Administración, no puede dejar de señalarse algo que también es de advertir en España: que en la proclamación de los derechos y garantías y su codificación o reunión en un único texto hay algo, o mucho, de retórico, de programático, que es algo que, en cambio, no sucede con las normas que atribuyen facultades o poderes a los órganos administrativos o que imponen correlativamente obligaciones, deberes o cargas, materiales o formales, que suelen ser disposiciones concretas y precisas o, cuando no lo son, lo que hacen es asignar a la Administración poderes abiertos, indefinidos o implícitos y, por ello, más difíciles de someter a fiscalización. Expresado de otra forma, la razón de ser primordial de estas declaraciones o cartas de derechos del contribuyente, tal como pusieron de manifiesto, de forma ampliamente coincidente diversos sectores doctrinales 6 en España a raíz de la publicación de la LDGC, no es una razón estrictamente jurídica, sino programática, esto es, no está presidida por un afán de sistematización o de ordenación jurídica, sino por una idea en la que cabe apreciar, del lado bueno, un interés por lo dogmático, lo institucional y lo pedagógico; mientras que si se observa con una mentalidad negativa, ese mismo propósito puede ser visto como un interés propagandístico, un designio político coyuntural o, algo aún peor, la voluntad de enmascarar, bajo la proclamación de derechos de difícil sanción y efectividad, lo que en realidad resulta un recrudecimiento de las potestades tributarias3. Si la razón de la codificación fuera jurídica -o sólo jurídica-, probablemente habría sido innecesaria su reunión en un único cuerpo normativo, afirmación que puede sostenerse con toda certeza en el caso español, y ello por varias razones: a) En primer lugar, porque varios de los derechos reconocidos, en especial los de la lista o relación formalmente proclamada, ya lo estaban 3 Según opina el Profesor Miguel A. Martínez Lago, en su blog “Lecturas de Derecho Financiero y tributario, a propósito de este escaso valor normativo efectivo de la Ley: “No descubriré nada, desde luego, si considero que el de la política tributaria es un campo en el que suelen abundar situaciones mezcla de buenos propósitos a los que dicen aspirar ciertas normas, con algunas miserables actitudes a que da lugar su aplicación. Aunque la aparición de una Ley de Derechos y Garantías de los obligados tributarios, pudiera inmediatamente valorarse como un dato positivo, lo cierto es que en términos sustanciales, esta Ley representa una mera declaración de intenciones aspecto que se reconoce en la propia exposición de motivos, al enunciar su carácter programático, que no llega a reunir en un solo texto legal la totalidad de los derechos y garantías que en los distintos procedimientos tributarios tienen los obligados en los mismos. Puede que ni siquiera sean los principales derechos los que en ella se regulan (…)”. 7 previamente en las leyes generales administrativas, tanto en el caso costarricense como en el español4. b) En segundo lugar, porque la propia ley se reconoce así, como programática, de un modo explícito en el caso español5. Es decir, junto a preceptos innovadores, que modifican esencialmente la norma preexistente, existen otros que simplemente, “…reproduce(n) los principios básicos que deben presidir la actuación de la Administración tributaria en los diferentes procedimientos…”. c) Además, porque la propia ley incorpora al campo tributario derechos generales de los ciudadanos en su calidad de tales. Esta traslación, muy evidente en algunos de ellos, fue bastante criticada en España con ocasión de la aparición de la LDGC de 1998, puesto que uno de los riesgos de tal reconocimiento de derechos, que podía percibirse como banal, pero que era aparentemente favorable a los contribuyentes, era separar a éstos de su status general como ciudadanos. 4 Conforme al nuevo artículo 166, párrafo segundo, del CNPT “…Los derechos y las garantías contenidos en el presente Código se entienden sin perjuicio de los demás reconocidos en el resto del ordenamiento jurídico”, fórmula sustancialmente coincidente con la reflejada en el artículo 2 de la LDGC: “…Los derechos que se reflejan en la presente ley se entienden sin perjuicio de los derechos reconocidos en el resto del ordenamiento”. 5 En la Exposición de Motivos se indica que “La presente ley introduce en algunos preceptos modificaciones esenciales en el ordenamiento jurídico vigente y, en otros, reproduce los principios básicos que deben presidir la actuación de la Administración tributaria en los diferentes procedimientos. Por ello, junto a la importante reforma que esta ley representa, debe destacarse, asimismo, su carácter programático, en cuanto que constituye una declaración de principios de aplicación general en el conjunto del sistema tributario, con el fin de mejorar sustancialmente la posición jurídica del contribuyente en aras a lograr el anhelado equilibrio en las relaciones de la Administración con los administrados y de reforzar la seguridad jurídica en el marco tributario. 8 Es casi un lugar común, al menos en España, que una misma persona está peor tratada como contribuyente que en su condición de administrado. Desde ese planteamiento, la idea misma de que los derechos de los contribuyentes frente a la Hacienda Pública necesitan una exteriorización, una visibilidad, así como un tratamiento autónomo, lejos de otorgarles mayor valor o importancia, se la restaría. Esa polémica tenía también un componente terminológico -que no conozco si ha sido discutida en Costa Rica en los debates parlamentarios o en el mundo académico o forense-, pero que encerraba una importancia que transcendía lo nominal. Así, en los primeros trabajos parlamentarios se hablaba de Estatuto del Contribuyente, expresión que, por otro lado, ha permanecido como nomen iuris alternativo de la Ley, utilizado habitualmente por profesionales del Derecho en España, pero que no posee, todo lo contrario, la carga peyorativa que pretendía atribuírsele por algún sector doctrinal. Se denostaba esa noción de Estatuto del Contribuyente porque no se quería para éste un régimen especial e intenso de sujeción, más de lo que lo era como ciudadano en general o como administrado. Al margen de cuestiones de orden técnico-jurídico -como que un estatuto, en la dogmática clásica, no sólo debe catalogar los derechos, sino también los deberes, obligaciones y cargas- la denominación de Estatuto fue ampliamente rechazada debido a su poder de evocación de que la relación entre el contribuyente con la Administración era de orden excepcional y difería del régimen de los derechos y garantías generales de todos los administrados. 9 d) Además de lo anterior, es de resaltar que ambas leyes (la de Costa Rica y la de España) reseñan los principios constitucionales bajo la rúbrica común de principios generales (art. 167 LNPT y artículo 2 LDGC). En la LDGC española, la incorporación de principios tributarios constitucionales distingue entre los principios de la ordenación de los tributos y los principios de la aplicación del sistema tributario6. La fórmula empleada no es técnicamente muy afortunada y su recepción en una ley ordinaria tiene grandes riesgos, que no han pasado inadvertidos para la doctrina. Como se ha señalado reiteradamente, en nada se mejora una ley por añadir a ella nociones o principios constitucionales, de evidente superior rango y que rigen con independencia de que figuren recogidos expressis verbis o no lo sean en la norma infraconstitucional, pues no sólo ésta se debe acomodar a ellos en su regulación, sino que deben inspirar su aplicación y su interpretación. Por el contrario, los peligros de esa asimilación en el plano técnicojurídico de su plasmación son evidentes: o bien se reproduce literalmente el texto constitucional, en cuyo caso la mención resulta del todo ociosa, pues 6 Establece el artículo 2 de la LDGC, bajo el título de “Principios generales en particular” (sic) lo siguiente: “…1. La ordenación de los tributos ha de basarse en la capacidad económica de las personas llamadas a satisfacerlos y en los principios de justicia, generalidad, igualdad, progresividad, equitativa distribución de la carga tributaria y no confiscatoriedad. 2. La aplicación del sistema tributario se basará en los principios de generalidad, proporcionalidad, eficacia y limitación de costes indirectos derivados del cumplimiento de obligaciones formales. Asimismo, asegurará el respeto de los derechos y garantías del contribuyente establecidos en la presente ley…”. 10 ya está el precepto constitucional mismo, previsto en su norma propia y, desde luego, redactado tras haberse seguido un procedimiento de elaboración mucho más complejo y detenido; o bien se altera su texto, por exigencias de la regulación de rango legal, como claramente sucede en el caso español, en cuyo caso se empeoran notablemente y sin ninguna ventaja las cosas7. B) Es común a ambas normas la referencia a los derechos y garantías, sin saber si con esa doble mención nos estamos refiriendo a dos categorías jurídicas distintas y diferenciadas o a una misma cosa. En realidad, las Constituciones hablan de derechos o, en un sentido más propio, de derechos y libertades, pero esta última noción sí tiene un significado jurídico más preciso. 7 Felipe Alonso Murillo, Carolina Blasco Delgado, Cecilio Gómez Cabrera y Juan López Martínez en la obra colectiva “Comentarios a la Ley de Derechos y Garantías de los contribuyentes”. McGraw Hill. Madrid 1998. Según el primer autor citado, pág. 9: “(…) EI apartado 1 de este artículo 2 de la LOGC recoge los principios en que ha de basarse la ordenación de los tributos, por lo que debería ser un claro reflejo del articulo 31.1 de la CE. Sin embargo no lo reproduce con exactitud y así se refiere a la justicia como principio, cuando la Constitución la recoge mas que como un principio como un valor superior del ordenamiento jurídico, en su artículo 1.1, y, por tanto, de innecesaria mención cuando se alude a una de las ramas de este ordenamiento jurídico, como es el Derecho Tributario, pues no debe olvidarse el viejo aforismo uno universo iure. Innecesaria mención que se muestra todavía más clara si se tiene en cuenta que, tras referirse a la justicia como principio, este apartado 1 del artículo 2 de la LOGC consagra también como principio la equitativa distribución de la carga tributaria. Resulta bastante difícil imaginar en qué consiste este principio, distinto de la generalidad, la igualdad, la progresividad y la no confiscatoriedad, según el texto de este precepto, sino es el resultado de aplicar el valor de la justicia en el ámbito de la ordenación de los tributos. Si esto es así se está repitiendo el denominado por el precepto principio de justicia, y si no es así, se está regulando como principio el que debe ser el resultado de la toma en consideración de todos los demás, en la ordenación de los tributos. Ni lo uno ni lo otro tiene una justificación jurídica suficiente, por lo que el texto del precepto comentado resulta incorrecto, al menos desde un punto de vista técnico. Quizá se haya pensado por parte del legislador ordinario que, ante los problemas que suscita la reproducción de preceptos constitucionales, permítaseme la expresión coloquial, es mejor pasarse que no llegar (…)”. 11 En cambio, ninguna de ambas leyes comentadas diferencia ambos conceptos del derecho y la garantía, ni define uno y otra ni, menos aún, establece una relación de los derechos y otra de las garantías. La distinción entre ambas parece, en principio, irrelevante, por ociosa, y no habría habido inconveniente alguno en hablar sólo de derechos del contribuyente, a menos que pueda pensarse que las garantías son las de orden procedimental y procesal y los derechos versan sobre aspectos sustantivos de la relación jurídico-tributaria, como podría interpretarse que ha sido la opción del legislador en Costa Rica8. Desde otro punto de vista, también se ha hablado de que los derechos son las facultades reconocidas en el ordenamiento jurídico, por el solo hecho de su proclamación, mientras que las garantías incorporarían la efectividad, la exigibilidad de ese derecho. Esta interpretación resulta admisible en un contexto normativo, como el que hemos visto, donde se reconocen derechos sin sanción o sin consecuencia adversa alguna que derive de su incumplimiento, en donde cabría establecer, en consecuencia, la distinción entre derechos sin sanción y derechos con sanción9, manifestación singular de los cuales es, por ejemplo, el recogido en el artículo 3.i) de la LDGC: “…Derecho a ser tratado con el debido respeto y 8 La reforma de la LNPT costarricense parece dar pie, o al menos no oponerse, a esa precisión, puesto que el capítulo tercero del título que nos ocupa lleva por rúbrica, precisamente el de “garantías procesales” -aunque para referirse a garantías del procedimiento en general no las procesales en sentido judicial del término, que es el que comúnmente se emplearía en España. 9 Esta proclamación de derechos sin aparente efectividad también merece la severa crítica de J.J. Ferreiro Lapatza en su artículo publicado en la Revista Quincena Fiscal, nº 10, 1997, bajo el título “Estatuto del Contribuyente o Estatuto de la Administración Tributaria”, en cuya pág. 10 señala lo siguiente: “(…) no se trata, globalmente considerada, de una Ley que contenga normas jurídicas, normas que innoven el ordenamiento, sino normas propaganda, vacías de contenido jurídico, que sirven sólo para lograr titulares impactantes ante el gran público (…)”. 12 consideración por el personal al servicio de la Administración tributaria…”, muestra significativa, tal vez la más peculiar, de los derechos sin acción y sin exigibilidad, al menos en apariencia. Así, la ausencia en una disposición legal de un derecho de esa naturaleza, y de su correlativa obligación a cargo de los funcionarios que se relacionan con los ciudadanos, no podría dar pie a una interpretación jurídica absurda sobre la posibilidad de un supuesto derecho de los funcionarios a maltratar de obra o de palabra a los contribuyentes. En tal sentido, garantías serían las que, por su contenido, otorgan al contribuyente una facultad o acción directamente exigible. Pero tal exégesis tropieza de nuevo con la realidad, porque salvo excepciones muy contadas procedentes del derecho privado (como las obligaciones naturales, por ejemplo), en el concepto del derecho subjetivo no sólo se incluye un poder de actuar o una facultad que no puede ser invadida o menoscabada, sino también la protección o tutela que el ordenamiento dispensa para su salvaguarda. No hay, por lo general, derechos sin acción. Sea como fuere, cabe recordar que la codificación de los derechos y garantías -en una y otra de las leyes que son objeto de comentariocomprende, de una parte, una relación de derechos innovativos, de nuevo cuño, que son por lo común los que protegen de un modo más intenso y específico, más tangible si se quiere, a los contribuyentes, en tanto constituyen el reverso de deberes a cargo de la Administración que le pueden ser exigidos a ésta en el ejercicio de su actividad pública, puesto que se ha de acomodar siempre a las exigencias legales, en su persecución 13 del interés público, con la garantía judicial última10; y, de otra parte, enumera una serie de derechos que son más bien recomendaciones, píos propósitos o manifestaciones de buena voluntad. Algunas de ellas, además, no son sino traslación al orbe tributario, como hemos dicho, de los derechos del administrado recogidos en la legislación sobre el procedimiento administrativo común, por lo que resultaría superflua su reproducción en una norma tributaria. Algún autor, refiriéndose a esa dicotomía, habló en su momento, de forma gráfica, de partes blandas y partes duras de la Ley11, siendo las primeras las que suponían la mera trasposición o reiteración de normas ya existentes, o las que, aun siendo normas nuevas, no prevén ningún tipo de consecuencia o de sanción en caso de incumplimiento; o sea, se trata de preceptos de carácter programático que suponen de hecho meras declaraciones de buena voluntad, es decir, que pertenecen más bien al género de la homilía o de la epístola que al de las normas jurídicas, como ha puesto de manifiesto J. Martín Queralt12. Como se ve, el humor no faltó 10 Por ejemplo, el derecho a las devoluciones de ingresos indebidos, incrementadas en los intereses legales que correspondan, que en la LDGC de 1998 -art. 3.b)- y en el artículo 34.1.b) de la LGT de 2003- se reconoce, además, sin necesidad de efectuar requerimiento al efecto. Llama la atención, a tal efecto, que el mismo deber, que es la otra cara de la moneda, se le impone a la Administración en los artículos 30 a 32 de la propia LGT. Por otra parte, en el artículo 171.3 de la LNPT, según la reforma llevada a cabo, se reconoce el “…derecho a obtener, de forma pronta, las devoluciones de ingresos indebidos y las devoluciones de oficio, más los intereses que correspondan, de conformidad con la normativa aplicable al efecto…”. 11 Palao Taboada en “Lo blando y lo duro del Proyecto de Ley de Derechos y Garantías de los Contribuyentes”, REF, núm. 171, página 6. 12 Editorial en la Revista Tribuna Fiscal, núm. 78, pág. 4, bajo el título “Derechos y Garantías del Contribuyente… y de la Hacienda Publica”. 14 en los trabajos publicados sobre la Ley 1/1998 o sobre el proyecto que condujo a ella. C) Otra de las cuestiones que abonan la dimensión retórica de la codificación de estos derechos es el ámbito subjetivo al que se refieren, al punto que ambas leyes comentadas, la española y la costarricense, se han visto obligadas a precisar normativamente que cuando se habla de contribuyentes, a efectos de su protección, no se alude tan sólo a los que técnicamente lo son, en sentido propio, como sujetos pasivos en quienes se produce la manifestación de riqueza gravada sino, en un sentido más amplio y comprensivo, se protege también a los restantes obligados tributarios sustantivos o formales13. Es, por otra parte, la misma acepción que se utiliza para denominar al órgano cuya aparición en escena prevé la Ley de 1998, el Consejo para la Defensa del Contribuyente -cuya creación se llevó a cabo en el Real Decreto 2458/1996- y que, obviamente, protege o defiende a cualesquiera ciudadanos que se relacionen con la Administración Tributaria, sean o no contribuyentes en sentido jurídico riguroso. D) Hasta ahora hemos visto únicamente los inconvenientes de orden técnico-jurídico que, de ser los únicos que tuviéramos en cuenta, desaconsejarían la codificación o, cuando menos, una codificación de la 13 Así, en el artículo 166 LNPT, que es el primero de la regulación nueva en Costa Rica, así como en el artículo1.3 de la LDGC: “…3. Las referencias que en esta ley se realizan a los contribuyentes se entenderán, asimismo, aplicables a los restantes sujetos pasivos, retenedores, obligados a ingresar a cuenta, responsables, sucesores en la deuda tributaria, representantes legales o voluntarios y obligados a suministrar información o a prestar colaboración a la Administración tributaria…”. 15 clase que ahora se comenta, pero no acaba aquí el conjunto de consideraciones que pretendo exponer para valorar esa conveniencia o no de la codificación, pues la tesis primordial es que la codificación es buena pese a que jurídicamente no lo sea tanto, por razón de consideraciones de índole extrajurídica. Para empezar, cabe apelar a la experiencia española que arrancó con la LDGC de 1998, lo que permite evaluar, tras unos años de aplicación administrativa y judicial, si había razón para tanto temor como el expresado de forma casi unánime antes de que la ley comenzara su andadura. La contemplación de esta trayectoria nos permite adoptar otro punto de vista y valorar ciertas ventajas, jurídicas y extrajurídicas, que en alguna medida se compensarían con los inconvenientes: para resumir aquéllas, lo más útil de la tipificación es que se reúne en una sola ley un catálogo de derechos que, por serlo, constituyen límites o contrapesos a la actividad de la Administración. En otras palabras, a la codificación -por aceptar el término propuesto para la ponencia-, esto es, la enunciación de un catálogo de derechos, aunque no se le dé un carácter exhaustivo o agotador, sino meramente ejemplificativo, tiene las siguientes ventajas: • Los derechos se agrupan formando así parte de un sistema, pues la mera existencia de la lista evoca las ideas de orden y de permanencia, lo que contrasta con la variabilidad un tanto atropellada del Derecho tributario en su conjunto. 16 • Desde un punto de vista técnico-jurídico, que es el que ha sido objeto de mayores críticas en el terreno científico, tales derechos subjetivos pueden derivar de principios generales del Derecho, reforzados por tanto con el valor informador y su condición de fuente interpretativa de que gozan estos14. • Abundando en la idea, entre las clases de interpretación de las normas está la interpretación sistemática (que sería la inadvertida: el interpretación de unos derechos en función de otros). • Hay otra consideración que suele pasar reconocimiento formal de un derecho dentro del procedimiento lo sustantiviza, lo transforma de formal en material, de suerte que su infracción podría tener un efecto jurídico directo, al no precisar de la prueba de la indefensión para conducir a la nulidad, conforme al régimen jurídico de la nulidad de los actos administrativos15. • Por otra parte, no cabe desdeñar, como algún autor ha resaltado, que la codificación se verifica en una norma con rango de ley formal, de suerte que estos derechos serían intangibles para la 14 Por ejemplo, la vinculación de la Administración activa a las consultas y a la denominada doctrina administrativa, esto es, a sus propios precedentes, no es sino una manifestación del principio general de vinculación al acto propio, condensado en el aforismo latino venire contra factum proprium non auditur. A su vez, este principio es emanación de otros ciertamente fundamentales en cualquier ordenamiento jurídico: los de seguridad jurídica, interdicción de la arbitrariedad, buena fe o confianza legítima. 15 A tal respecto, aun desconociendo en toda su extensión el ordenamiento jurídico de Costa Rica, me ha parecido observar en alguna de sus normas una manifestación de este fenómeno, al que luego nos referiremos con mayor extensión, como la sanción de nulidad absoluta por denegación infundada de prueba, conforme al artículo 184.2 LNPT: “ (…) La Administración Tributaria está obligada a evacuar la prueba ofrecida en tiempo y forma, so pena de incurrir en nulidad absoluta; salvo la prueba impertinente (…)”. 17 Administración, que no podría alterar su esencia por vía reglamentaria. Por razón de la expresada técnica, quedaría congelado el rango, de suerte que sólo el legislador formal, que representa la voluntad popular, podría reformar la relación de derechos. • Hay una ventaja añadida de orden territorial que no tiene en Costa Rica, creo, la misma transcendencia que en España, pero que en nuestro país es esencial: su carácter de disposición común, vinculante para todas las Administraciones públicas, no sólo para el Estado (central) que promulga la Ley. Esto es, se trata de una disposición común que vincula y obliga en todos los niveles territoriales de la compleja realidad española. Sin embargo, las ventajas de la codificación, en tanto que agavilla un conjunto de derechos, reuniéndolos y ordenándolos con arreglo a unos principios, en parte implícitos, no necesariamente los jerarquiza: así, puede haber derechos de origen puramente constitucional (como la culpabilidad en materia sancionadora) y otros de inferior rango. Puede haber derechos concretos, esto es, claramente exigibles u oponibles, y otros de un contenido más retórico. Puede haber derechos sustantivos y otros formales. Y, además, puede haber derechos que se integren en la relación de derechos y otros que, no figurando en ella, se dispongan a lo largo del articulado de la propia Ley. Además de ello, la codificación no asegura por sí sola la efectividad de los derechos. Es un paso hacia ella, creo que conveniente, pero lo 18 importante no es la declaración o el reconocimiento en la Ley -con ser importante- sino su garantía real y efectiva. Cabe recordar que una de las críticas casi unánimes contra la Ley de 1998 se centró en su Exposición de Motivos, que es la motivación o explicación que dan las leyes sobre sí mismas. Tales censuras se centraron en la idea reflejada en ella, con escaso rigor, de que la unidad sistemática en la definición de los derechos representaría su mayor protección. Esto es, que si se interpreta bien el sentido de tal afirmación, no muy trabajada, no puede sostenerse con arreglo a un canon medianamente serio de dogmática jurídica que “…la regulación en un texto legal único dotará a los derechos y garantías en él recogidos de mayor fuerza y eficacia…”16. Pero en la fuerza de obligar de unos derechos como los que aquí se examinan, el rigor y la técnica jurídica no lo son todo, sino que también intervienen otros factores, pese a que el rigor y la técnica no son sino instrumentos al servicio de la seguridad jurídica, no son sólo modos de entretener a juristas exquisitos y ociosos. Al margen de la diferencia de rangos y, obviamente, de las distancias entre una y otra norma, cabe recordar que las Constituciones políticas de 16 Felipe Alonso Murillo, Carolina Blasco Delgado, Cecilio Gómez Cabrera y Juan López Martínez en la obra colectiva “Comentarios a la Ley de Derechos y Garantías de los contribuyentes”. McGraw Hill. Madrid 1998. Según el primer autor citado, pág. 9: “(…) resulta insólito, desde un punto de vista jurídico, sostener que la regulación en un texto legal único dota a los derechos y garantías en él recogidos de mayor fuerza y eficacia. Es evidente que la fuerza y eficacia de un derecho o garantía no aumenta, jurídicamente hablando, por estar regulado junto a otros derechos y garantías, en vez de regularse de forma separada. Lo que sí resulta plausible es lo que se apuntaba en la Memoria que acompañó al PLDGC (proyecto de ley) de que “…el hecho de agrupar en un solo texto el conjunto de derechos y garantías de los contribuyentes permite a éstos conocer de una forma más precisa y accesible el marco jurídico positivo en sus relaciones con las Administraciones tributarias (…)”, pero para conseguir esta última finalidad tampoco es necesaria la aprobación de una Ley específica”. 19 todo el mundo contienen en su articulado buenas dosis de retórica, de pedagogía, de declaraciones programáticas, incluso de ensoñaciones utópicas que, en buena medida, ya se reconocen sin problemas como puramente teóricas. No me refiero con ello a las normas que, debiendo obligar por su índole, no se cumplen de hecho por pura inobservancia, sino a declaraciones generales con una fuerza normativa menor. Y sin embargo, a nadie se le ocurriría suprimir estas declaraciones dogmáticas, bajo pretexto de superfluas o anodinas, en tanto en ellas se refleja una sensibilidad, unas prioridades políticas y sociales que son dignas de tener en cuenta. Algo de eso puede haber, servata distantia, en la codificación de los derechos del contribuyente, que probablemente no tendrían tal reconocimiento jurídico de no darse este fenómeno normativo, esta forma de manifestarse y exteriorizarse los derechos, aun con sus indiscutibles carencias: por lo demás, ninguna declaración contiene la Ley, tanto la española como la costarricense, que pueda ser considerada en rigor como una declaración ociosa en sí misma, sino que todos los preceptos, con el valor que les confiere su inclusión en una ley, no en un mero Código de buenas prácticas, marcan un rumbo o un norte que debe seguirse, lo que tendrá mayor o menor eficacia, será más o menos insustancial, pero no deja de tenerla. En la crítica de tales leyes (la LDGC y puede darse también cuando florezcan las críticas respecto de la reforma de la LNPT recién aprobada) puede haber un componente sobreentendido de picaresca atribuible a las conductas de los destinatarios, activos y pasivos, de estas normas, que 20 debe ser descartado como canon interpretativo, el que obliga a valorar las normas según su propia patología. Recordemos a San Agustín: “para el que quiere creer tengo mil razones, para el que no quiere creer no tengo ninguna”. Trasladando las sabias palabras del Obispo de Hipona al Derecho Tributario -con el que no parece guardar mucha relación-, podría decirse que para una Administración que quiere cumplir la Ley, que se autoimpone como norma de conducta el cumplimiento de las leyes y lleva a cabo un ejercicio limitado y reglado de las potestades que le asigna el ordenamiento jurídico, tales reconocimientos programáticos de derechos no harían falta, pues ya serían satisfechos los derechos y garantías por la fuerza de las cosas. Y, por el contrario, para una Administración renuente a esa disciplina, inmune a los mandatos de la Ley y a las sentencias de los Tribunales, son inútiles todas las garantías que la ley disponga y proclame, así como todas las amenazas, incluso las penales. Luego la consideración sociológica de que la Administración tributaria tiene una tendencia cierta a la evasión de los controles institucionales, la cual podemos adoptar sin problema como punto de partida, al menos por referencia al caso español, no nos puede llevar sin más a la conclusión -que sería el reconocimiento de un fracaso- sobre la irrelevancia o inutilidad de estas declaraciones de derechos, dada su relativa evanescencia o su valor puramente teorético. De ser así las cosas, esto es, de adoptarse como criterio para descartar las normas la circunstancia de que no sean observadas, 21 impunemente, la misma crítica puede hacerse a la Constitución Española que, en el artículo 103.1 declara que “1. La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho” y en el artículo 106.1 somete toda su actividad al control judicial, en estos términos: “1. Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifican”. En todo caso, tenemos la experiencia española, con la perspectiva que dan los quince años recién transcurridos desde la promulgación de la LDGC17, lo que permite analizar con algo de distancia lo que la ley -cuyas previsiones se incorporaron a la LGT de 2003- significó para la comunidad jurídica y para los ciudadanos, análisis que es pertinente hacer y para el que no sólo cuenta juzgar la propia LDGC en sí misma, sino evaluar también las leyes posteriores y el designio confesado de robustecimiento de los poderes de la Administración que en muchas de ellas, algunas de forma muy significativa, se contiene. Esto es, puestos a elegir entre soluciones jurídicamente indeseables de signo antagónico, prefiero la inanidad o, si se quiere, la ingenuidad -o 17 Me permito la pequeña petulancia de la autocita. En un reciente artículo de prensa publicado en el diario El Economista, titulado “¿Se acuerda alguien de los derechos y garantías?”, en una columna que escribo desde hace años sobre temas jurídicos tributarios, escribía: “…ha pasado completamente inadvertido que se cumplen estos días quince años de la Ley 1/1998, de 26 de febrero, de Derechos y Garantías del Contribuyente, a la que alguna vez me referí como la añorada. Esa efeméride -así, en singular- que podría haber sido de celebración gozosa, se nos ha olvidado a todos, no sé si por nuestra secular tendencia a la amnesia, porque nos da un poco de vergüenza volver la vista hacia aquellos esperanzados años o, simplemente, porque ahora estamos en otra cosa”. 22 incluso hipocresía, puestos en el peor de los casos- de una ley que pretenda tipificar los derechos y garantías del contribuyente, por vez primera, por más programática, lábil o nominalista que pueda ser, que una ley que, con franqueza brutal, discurra precisamente en la dirección contraria, olvidándose, a veces de forma ciertamente difícil de creer, de la existencia de esos derechos y garantías. Cabe citar al efecto, como botón de muestra de esto que se afirma, la reciente Ley 7/2012, de 29 de octubre, de modificación de la normativa tributaria y presupuestaria y de adecuación de la normativa financiera para la intensificación de las actuaciones en la prevención y lucha contra el fraude, donde el propósito del legislador queda meridianamente claro en la propia rúbrica de la Ley, sin necesidad de descender (casi al modo dantesco) al detalle de su regulación, donde ciertos derechos y garantías, algunos derechos fundamentales, son desconocidos de un modo abierto, esto es, se legisla como si no existieran18. Baste con señalar, a modo de ejemplo, la declaración de imprescriptibilidad de algunas deudas tributarias -como sucede con los delitos contra la Humanidad- o el grave retroceso en materia sancionadora, no sólo en la incorporación de nuevos tipos y en el incremento de las sanciones, sino en el hecho de que se prescinde de la idea de culpabilidad. 18 El camino de vuelta o de revocación de hecho de la Ley 1/1998 comenzó pronto, con determinados reglamentos de aplicación, como el sancionador o el de desarrollo de la Ley 1/1998 en cuanto al régimen del procedimiento inspector, y puede afirmarse que no ha cesado desde entonces. Desde la L.G.T. de 2003, la aparición de normas de combate contra el fraude fiscal, imbuidas de una especie de mística guerrera, no ha cesado. Uno de sus hitos es la Ley 36/2006, de 29 de noviembre, de medidas para la prevención del fraude fiscal, que ha experimentado una notable vuelta de tuerca con la Ley de 2012 antes citada. 23 Tan es así que en algún blog especializado en temas tributarios he podido leer, a propósito de esta Ley, una entrada con el expresivo título de “Nueva ley antifraude o Ley de Deberes y Obligaciones del Contribuyente”, denominación que me parece un feliz hallazgo, en tanto contrapone la fiereza de estas normas con el designio estatuyente de la Ley de 1998. Conviene advertir que, por otra parte -al margen de la crítica jurídica que pueda hacerse de esta Ley 7/2012, que la merece aunque éste no sea obviamente el lugar de hacerla-, que en ella es también apreciable el mismo propósito propagandístico o político que la doctrina censuraba con no poca acritud cuando comentaba la Ley 1/1998 con ocasión de su aparición, pero con el agravante de que aquí se juega con fuego: no se trata ya de reconocer en favor de los ciudadanos, en su condición de contribuyentes, unos derechos inocuos y prestos a ser convenientemente soslayados, sino de algo más que resulta más grave: vender la idea, notoriamente más perversa, de que la lucha contra el fraude fiscal -que, por lo demás, es un concepto necesitado de precisión y que no se puede hacer equivaler a la mera discrepancia con la Administración sobre el importe de lo debido-, erigida en la nueva bandera de la Administración gestora, exige el sacrificio de determinados derechos y garantías de los contribuyentes, los cuales son percibidos como obstáculos o excusas que dificultan o entorpecen esa lucha contra el fraude fiscal19. 19 Vuelvo a disculparme por la autocita. En otro artículo mío en El Economista, a propósito de una especie de manifiesto hecho público por la organización gremial de los inspectores de Hacienda, en que se reclamaban con ardor más medios para la lucha contra el fraude, se decía: “(…) desde que se abandonó el espíritu de la Ley 1/1998, corren tiempos de contrarreforma. No extraña, pues, este manifiesto de los conjurados, a los que se ve imbuidos de una mística guerrera alimentada espiritualmente de la superioridad del fin perseguido, la lucha contra el fraude fiscal, que ya no se limita a ser una lucha de todos, sino que va camino de convertirse en una lucha contra todos (…)”. 24 Esta idea recurrente, atizada en numerosas declaraciones públicas, incluso en un elevado nivel de gobierno, está directamente asociada a la situación de crisis económica que padecen España y numerosos países de su entorno. La crisis económica, además de causar los estragos en el ámbito económico y social, también se adentra como una amenazadora ola en el mundo del Derecho público, de suerte que poco a poco va calando la idea -incluso entre los Tribunales de Justicia, que para mí es un paso preocupante-, basada en una suerte de atípico principio general del Derecho, actualización del principio pro Fisco, según el cual las normas, incluso la jurisprudencia, deben interpretarse de modo conforme a la mayor recaudación posible. En cualquier caso, una idea sobre la que vale la pena insistir es que la catalogación, en una ley única, del listado de derechos y garantías de los contribuyentes, no es suficiente para su adecuada tutela y para su efectividad. Es necesaria, pero no suficiente. Lo verdaderamente importante es la articulación de sistemas verdaderamente jurídicos de control de la actividad de la Administración para la tutela y sanción de estos derechos, algo a lo que nos referiremos más adelante. III.- Sistemática en ambas leyes española y costarricense. Notas esenciales de la relación de derechos y garantías en ambas leyes. A) Poco a poco se han ido ya decantando las notas distintivas de estas relaciones de derechos, que algún autor, imprudentemente, denomina decálogos, desconociendo que tal afirmación sólo sería adecuada 25 si los derechos incorporados a la lista fueran diez y no 14 (en la ley española) o 16 (en la costarricense). Ambos repertorios de derechos tienen unas características comunes que ya se han ido adelantando y ahora nos limitamos a resumir: 1.- La relación es numerus apertus, lo que significa que es meramente ejemplificativa. Las propias LDGC y LNPT admiten esa condición ad exemplum o indicativa de la relación cuando salvan la eventualidad de derechos ya reconocidos en la propia ley, que la complementarían pese a su omisión en la misma lista. 2.- En referencia a esa relación, cabe decir aquello de que “…ni son todos los que están ni están todos los que son”: los derechos que están definidos numerus apertus en la Ley 1/1998 (art. 3), luego asimilados en la LGT de 2003 (como artículo 34), no agotan todos los derechos del contribuyente en su calidad de tal. 3.- Es más, constituyen, en algunos casos, o bien obviedades o derechos de laxo control, o bien concreciones o incorporaciones de los derechos de los administrados tipificados en la Ley 30/1992, del Procedimiento Administrativo Común. 4) Se trata más bien, con algunas excepciones, de derechos puramente adjetivos para hacerlos valer en los procedimientos tributarios y sólo en algunos casos permiten una reacción directa, pues en otros supuestos, por razón de su contenido, sólo darán lugar a una impugnación mediata, canalizada a través del recurso que proceda frente a la resolución 26 definitiva adoptada con desconocimiento de alguno de estos derechos, y con diferente significación en función de si se trata de un defecto sustantivo o formal, anudado a la indefensión20. 5) La Ley 1/1998, además de la lista del artículo 3, dedica todo su articulado al reconocimiento de derechos de los contribuyentes de distinta naturaleza y lo mismo sucede con la LNPT en la reforma publicada en la Gaceta o Diario Oficial de Costa Rica el 28 de septiembre de 2012. Cabe adelantar que algunos de tales derechos, no incluidos en la lista, han resultado ser los más eficazmente protegidos y algunas de las sus previsiones, como la prescripción y su régimen de aparición, se han convertido, probablemente a su pesar, en la verdadera estrella de la regulación legal, pese a que el artículo 3 no consagra un pretendido derecho a la prescripción. 6) Tal característica es común a ambas leyes. Hay un listado que, en las dos, cursa bajo la denominación de “Derechos generales de los contribuyentes”, que en la LNPT figura en el nuevo artículo 171, donde los derechos son ordenados numéricamente del 1 al 16; y en la LDGC -luego incorporada a la LGT- constan en el artículo 3 un total de catorce derechos, ordenados por letras, de la a) a la n). 20 Según dispone el artículo 63 de la Ley 30/1992, del Procedimiento Administrativo Común, aplicable también en el ámbito tributario, en que se define la anulabilidad como categoría conceptualmente diferente a la de nulidad de pleno derecho: “1. Son anulables los actos de la Administración que incurran en cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder. 2. No obstante, el defecto de forma sólo determinará la anulabilidad cuando el acto carezca de los requisitos formales indispensables para alcanzar su fin o de lugar a la indefensión de los interesados”. 27 Se desconoce el origen y la razón por la cual se denomina a estos derechos como “generales” y cuál es la diferencia con otros derechos “especiales” o “particulares”. 7) Tras el listado contenido en los respectivos artículos citados, las dos leyes, la costarricense y la española, contienen un desarrollo posterior a lo largo del articulado, aunque la sistemática difiere en ambos casos. A) En la Ley modificada en Costa Rica, el nuevo Título VI, de rúbrica “Derechos y Garantías del Contribuyente”, consta de tres capítulos: • CAPÍTULO I: DISPOSICIONES GENERALES (artículos 166 a 170). Coincide en general con los artículos 1 a 4 de la LDGC, reproduciendo incluso sus peculiares opciones sistemáticas, como insertar en el mismo precepto previsiones que podrían pensarse como dispares, pero que son coincidentes en ambas regulaciones (así, el artículo 169, titulado normativa tributaria). Se diferencia de la ley española en una previsión propia y diferente, la prevista en el artículo 170, referida a la “Responsabilidad del servidor público”, que no tiene equivalente en la Ley española, pues se trata de una materia que se regula en la Ley 30/1992 (Ley del Procedimiento Administrativo Común, que es la norma no específicamente tributaria que 28 regula el régimen jurídico de las Administraciones Públicas y el procedimiento común a todas ellas). • CAPÍTULO II: DERECHOS DE LOS CONTRIBUYENTES (arts. 171 a 175). • CAPÍTULO III: GARANTÍAS PROCESALES (artículos 176 a 188). Por garantías procesales, en el contexto de esta Ley, debe entenderse “garantías del procedimiento”, esto es, las ejercitables u oponibles en el seno de los procedimientos tributarios, no en los procesos judiciales, a que esta Ley no va referida, salvo por la posibilidad de control judicial ulterior sobre los actos procedentes de la Administración tributaria. Se trata del capítulo que creo más importante, cuantitativa y cualitativamente, pues en él se regulan los derechos y garantías procesales con mayor extensión y detalle. En este capítulo se incluyen no sólo derechos en sentido propio, sino reglas organizativas y normas de competencia y procedimiento. Dicho sea en sentido general, toda norma de procedimiento puede ser reconducida, en principio, a un derecho del administrado. Por poner un ejemplo, los límites a la avocación, por el superior, de los asuntos confiados a la competencia del inferior (art. 177); los términos y plazos (art. 179); o el fundamental principio de la carga de la prueba (art. 185), que no dejan de ser disposiciones de orden técnico, no reputadas en su enunciado como derechos, pero que determinan a su vez deberes de la Administración cuyo 29 reverso es un derecho del administrado a que la ley se cumpla en ese punto. Así, la carga de la prueba -sobre la que se volverá más tarde- es, más que un derecho en sí mismo, una regla cuya finalidad es repartir las consecuencias desfavorables, entre las dos partes de una relación jurídica dada -en este caso la tributaria-, de que un hecho de transcendencia para la determinación o pago de los tributos no haya quedado probado, pero al mismo tiempo, hace brotar un derecho subjetivo, susceptible de amparo judicial, en la hipótesis de que tal regla no sea respetada, por la Administración tributaria o por el órgano llamado a conocer del recurso administrativo (Tribunal Fiscal Administrativo) o, a la postre, por el órgano judicial que dispensa la tutela de tal carácter. B) En la ley española (Ley 1/1998), ya derogada, la sistemática era diferente. Hay un Capítulo Primero, sobre “Principios Generales y Derechos de los Contribuyentes” (artículos 1 a 4), semejante al Capítulo Primero de la Ley de Costa Rica, pero en él se integra el precepto que contiene la relación no agotadora de derechos, en el artículo 3. Los demás capítulos contienen los derechos y garantías en función de la materia o la clase de procedimiento de la Administración a que se refieran. Así son los capítulos II a VIII, con los siguientes contenidos: 30 • CAPÍTULO II: Información y asistencia en el cumplimiento de las obligaciones tributarias. • CAPÍTULO III: Devoluciones y reembolsos. • CAPÍTULO IV Derechos y garantías en los procedimientos tributarios (que establecen normas comunes para todos los procedimientos tributarios, no las singulares de cada unos de ellos, reguladas en los capítulos siguientes). • CAPÍTULO V: Derechos y Garantías en el Procedimiento de Inspección. • CAPÍTULO VI: Derechos y Garantías en el Procedimiento de Recaudación. • CAPÍTULO VII: Derechos y Garantías en el Procedimiento sancionador. • CAPÍTULO VIII: Recursos y reclamaciones (que de modo sorprendente no sigue las denominaciones precedentes para denominarse algo parecido a “Derechos y garantías en los procedimientos de revisión”). 31 IV.- Algunas diferencias estructurales entre la Ley Española 1/98 y la reciente reforma en Costa Rica de la Ley de Normas y Procedimientos Tributarios. A) Como hemos tenido ocasión de ver, son numerosas las identidades, coincidencias en ambas regulaciones, la española y la costarricense. La primera cuenta ya con un camino recorrido, de quince años, tiempo que permite volver la vista atrás y examinar con conocimiento de causa si era o no aconsejable una ley de tales características. Sin embargo, se trata ahora de resaltar las diferencias, más de contenido que de estructura, incluso de filosofía, entre una y otra regulación. Esta parte me parece de utilidad, en tanto pone el acento en las particularidades de cada sistema jurídico, que con toda seguridad tienen su razón de ser. La preferencia que el legislador de cada nación muestre, en su regulación positiva, puede obedecer, bien al deseo de otorgar mayor preeminencia o protección a determinados derechos, o cuando menos mayor concreción y detalle en su proposición normativa; bien, en relación con lo anterior, a la voluntad de conjurar los peligros que se ciernen sobre algunos de ellos, de suerte que el enunciado de los derechos sería la confesión acerca de esos bienes jurídicos más dignos o más necesitados de tutela. Aquí interviene, además, la tradición jurídica que haya detrás de estas regulaciones, que no surgen como esporas de la nada jurídica, sino que se incorporan a un ordenamiento vivo, en marcha, donde no sólo hay que 32 atender a la regulación positiva o a los principios normativos que la informan, sino también a su nivel de cumplimiento, a la aceptación social de las normas o al nivel de intensidad con que se llevan a cabo los controles judiciales y, algo que es también importante, el grado de recepción por la Administración de tales controles. B) Examen de algunos de los derechos más significativos reconocidos en la Ley 1/98. 1.- Presunción de buena fe (art. 33). Según el artículo 33 LDGC: Artículo 33. Presunción de buena fe “1. La actuación de los contribuyentes se presume realizada de buena fe. 2. Corresponde a la Administración tributaria la prueba de que concurren las circunstancias que determinan la culpabilidad del infractor en la comisión de infracciones tributarias”. Se trata de un precepto que ha desaparecido con la Ley General Tributaria de 2003. Aunque no es predicable que su desaparición en un texto positivo entrañe su desconocimiento -puesto que se trata de un principio general, el de buena fe, que debe operar en todas las relaciones jurídicas-, su supresión fue objeto de crítica, en tanto que debía entenderse como un 33 principio central del sistema de derechos y garantías, de modo que cabe saludar el acierto del legislador costarricense al incorporarlo a su ordenamiento. Si bien su campo normal de actuación es el Derecho sancionador, toda vez que el párrafo segundo contiene una norma específica sobre carga de la prueba sobre las circunstancias que determinan la culpabilidad -lo que no es sino una especificación del principio de presunción de inocencia- a la presunción de buena fe debe asignársele un valor metajurídico, como base elemental del Derecho tributario, máxime en un sistema de gestión tributaria donde la autoliquidación del propio contribuyente es la fuente natural de conocimiento de las obligaciones tributarias. 2.- Suspensión de las sanciones (art. 35).- Artículo 35. Suspensión de la ejecución de las sanciones “La ejecución de las sanciones tributarias quedará automáticamente suspendida sin necesidad de aportar garantía, por la presentación en tiempo y forma del recurso o reclamación administrativa que contra aquellas proceda y sin que puedan ejecutarse hasta que sean firmes en vía administrativa”. Se trata de una de las normas principales de la LDGC, incorporada luego a la Ley General Tributaria. Más que de un caso de suspensión, se trata de un supuesto de inejecución, esto es, que las sanciones, para ser ejecutivas, al contrario de 34 lo que sucede con los actos administrativos en general, posponen su ejecución, deben ser firmes en vía administrativa, esto es, que no penda frente a ellas ninguna reclamación o recurso. La vigente Ley no incorpora esta característica de las sanciones como derecho del contribuyente, sino entre los efectos de la interposición de los recursos contra las sanciones, en su artículo 212.3: “3. La interposición en tiempo y forma de un recurso o reclamación administrativa contra una sanción producirá los siguientes efectos: a) La ejecución de las sanciones quedará automáticamente suspendida en período voluntario sin necesidad de aportar garantías hasta que sean firmes en vía administrativa. b) No se exigirán intereses de demora por el tiempo que transcurra hasta la finalización del plazo de pago en período voluntario abierto por la notificación de la resolución que ponga fin a la vía administrativa”. Se trata del reconocimiento legal de que las sanciones tributarias (y las sanciones administrativas en general) tienen una naturaleza diferente de los restantes actos tributarios, se apoyan en el ejercicio de una potestad también distinta y precisan para su ejecución de la firmeza, que sólo puede causar el sancionado consintiendo la sanción. Ello es una muestra significativa de que la ejecutividad de los actos administrativos, esto es, su aptitud para ser ejecutados por la Administración no obstante haberse interpuesto recurso contra ellos, incluso judicial -a salvo el régimen cautelar que proceda- admite graduaciones y modulaciones en función de la naturaleza de los derechos e intereses en juego- y es más restrictiva cuando se trata de sanciones. 35 Esta garantía ya figuraba enunciada como tan en la legislación general sobre el procedimiento administrativo (art. 138.3), según el cual: “3. La resolución (sancionadora) será ejecutiva cuando ponga fin a la vía administrativa”. 3.- Suspensión debida de la deuda sometida a garantía suficiente y prolongación de la suspensión hasta el primer trámite procesal (judicial).(art. 30) “El contribuyente tiene derecho, con ocasión de la interposición del correspondiente recurso o reclamación administrativa, a que se suspenda el ingreso de la deuda tributaria, siempre que aporte las garantías exigidas por la normativa vigente, a menos que, de acuerdo con la misma, proceda la suspensión sin garantía. 2. Cuando el contribuyente interponga recurso contenciosoadministrativo, la suspensión acordada en vía administrativa se mantendrá, siempre que exista garantía suficiente, hasta que el órgano judicial competente adopte la decisión que corresponda en relación con dicha suspensión”. El precepto se compone de dos apartados, referidos a situaciones diferentes: a) El primero de ellos se refiere al régimen automático de suspensión del ingreso de la deuda tributaria, con ocasión de la interposición de una reclamación o recurso, siempre que se aporten las garantías (aval, hipoteca, prenda) necesarias, salvo en determinadas hipótesis en que ni siquiera es preciso la aportación de esa garantía. 36 En definitiva, es en verdadero y propio derecho del contribuyente, que ha dado lugar a una controvertida jurisprudencia, en cuanto a la fricción que supone la traslación de esa norma, prevista para las impugnaciones meramente administrativas, al terreno judicial, donde sí cabe decir que, en términos generales, se ha asumido, también en esta impugnación, el derecho a la suspensión reglada o debida, sometida a la prestación de garantía suficiente. La segunda norma es la prolongación de ese estado definido en el primer apartado hasta el momento en que un órgano judicial tenga oportunidad de pronunciarse. Según el artículo 233.8 LGT 2003: “8. Se mantendrá la suspensión producida en vía administrativa cuando el interesado comunique a la Administración tributaria en el plazo de interposición del recurso contencioso-administrativo que ha interpuesto dicho recurso y ha solicitado la suspensión en el mismo. Dicha suspensión continuará, siempre que la garantía que se hubiese aportado en vía administrativa conserve su vigencia y eficacia, hasta que el órgano judicial adopte la decisión que corresponda en relación con la suspensión solicitada. Tratándose de sanciones, la suspensión se mantendrá, en los términos previstos en el párrafo anterior y sin necesidad de prestar garantía, hasta que se adopte la decisión judicial. 4.- Disminución del plazo de prescripción de 5 a 4 años (art. 24). Artículo 24. Prescripción “Prescribirán a los 4 años los siguientes derechos y acciones: 37 a) El derecho de la Administración para determinar la deuda tributaria mediante la oportuna liquidación. b) La acción para exigir el pago de las deudas tributarias liquidadas. c) La acción para imponer sanciones tributarias. d) El derecho a la devolución de ingresos indebidos”. Se trata de una de las medidas más importantes de la LDGC y, desde luego, la más conocida entre los ciudadanos no especializados. No es, de modo directo, un derecho, pero sí restringe la posibilidad de actuación de la Administración y, correlativamente, refuerza la posición del contribuyente, mejorando la seguridad jurídica, que es el principio al que directamente se orienta la institución de la prescripción. Se trata de unas cuestiones que ha provocado más literatura jurídica, una de cuyas cuestiones esenciales es la coordinación de tales plazos con los de prescripción de la acción para perseguir el delito fiscal. 5.- Duración máxima de duración del procedimiento inspector, fijándose en 12 meses (art. 29) “1. Las actuaciones de comprobación e investigación y las de liquidación llevadas a cabo por la Inspección de los Tributos deberán concluir en el plazo máximo de 12 meses a contar desde la fecha de notificación al contribuyente del inicio de las mismas. No obstante, podrá ampliarse dicho plazo, con el alcance y requisitos que reglamentariamente se determinen, por otros 12 meses cuando en las actuaciones concurra alguna de las siguientes circunstancias: 38 a) Que se trate de actuaciones que revistan especial complejidad. En particular, se entenderá que concurre esta circunstancia a la vista del volumen de operaciones de la persona o entidad, la dispersión geográfica de sus actividades, o su tributación como grupos consolidados, o en régimen de transparencia fiscal internacional. b) Cuando en el transcurso de las mismas se descubra que el contribuyente ha ocultado a la Administración tributaria alguna de las actividades, empresariales o profesionales, que realice. 2. A los efectos del plazo previsto en el apartado anterior, no se computarán las dilaciones imputables al contribuyente, ni los períodos de interrupción justificada que se especifiquen reglamentariamente”. Lo más relevante de esta norma, en conjunción con la anterior, es que se establece por vez primera un plazo máximo de duración del procedimiento inspector, situándolo en el plazo de 12 meses, prorrogables por otros 12. Sin embargo, la regulación de posibles excepciones en el cómputo, como las derivadas de “dilaciones imputables al contribuyente”, ha transformado una norma bienintencionada de persecución de la seguridad jurídica en un régimen alambicado, complejo, casuístico y que, al final, ha propiciado todo lo contrario, la inseguridad jurídica, puesto que la determinación del plazo máximo de duración de las actuaciones y, con ella, la posible interrupción del plazo de prescripción, se hace depender de numerosos conceptos jurídicos indeterminados. Por decirlo de una manera gráfica, el plazo no son en rigor 12 meses, sino 12 + 12 (en caso de ampliación) – el número de días que cabe 39 descontar si ha habido dilaciones imputables al contribuyente o periodos de interrupción justificada. Se puede decir que este artículo 24 LDGC, después trasladado, de una forma sustancialmente más desfavorable para el contribuyente en la regulación de detalle, es el que ha dado lugar a una más copiosa jurisprudencia de los Tribunales, que no es del caso reflejar en este trabajo. Sí cabe decir que sería deseable, en una futura reforma de la Ley, una modificación de este precepto en aras de la seguridad jurídica que, manteniendo un plazo máximo de duración del procedimiento de inspección, aun cuando sea más prolongado que el actualmente vigente (de 12 + 12 meses), no diera cabida a la posibilidad de alteraciones por razón de incidencias del propio procedimiento que queda en manos de la Administración determinar. 6.- En relación con lo anterior, pérdida del efecto interruptivo de la prescripción por superación del plazo máximo (art. 29) “…3. La interrupción injustificada durante 6 meses de las actuaciones inspectoras, producida por causas no imputables al obligado tributario, o el incumplimiento del plazo a que se refiere el apartado 1, determinará que no se considere interrumpida la prescripción como consecuencia de tales actuaciones. 4. A los efectos de los apartados anteriores, se entenderá que las actuaciones de comprobación e investigación y las de liquidación concluyen en la fecha en que se dicte el acto administrativo que resulte de dichas actuaciones”. 40 Este precepto es el corolario de cuanto se ha expuesto. La la jurisprudencia en relación con este precepto excluye la caducidad del procedimiento como efecto anudado a la superación del plazo máximo de duración de las actuaciones inspectoras. Esto es, desde que existe un plazo máximo de duración legal del procedimiento inspector (a partir de la Ley 1/1998, de 26 de febrero, de Derechos y Garantías de los Contribuyentes), el criterio jurisprudencial unánime ha sido el de denegar que el efecto posible de la superación de ese plazo fuera la caducidad -pese a que el artículo 29.3 de dicha Ley no mencionaba expressis verbis dicha institución al prever las consecuencias del incumplimiento del plazo, sin que ninguno de ellos fuera la caducidad-, Además de todo ello el artículo 150.2 de la LGT, es claro y rotundo al excluir, de manera explícita, la caducidad como efecto de la superación del plazo: “2. La interrupción injustificada del procedimiento inspector…no determinará la caducidad del procedimiento”. 7) Plazo máximo de resolución en los procedimientos de gestión (art. 23). Artículo 23. Plazos “…1. El plazo máximo de resolución de los procedimientos de gestión tributaria será de 6 meses, salvo que la normativa aplicable fije un plazo distinto. Las dilaciones en el procedimiento por causa no 41 imputable a la propia Administración interrumpirán el cómputo del plazo para resolverlo. 2. Si venciere el plazo de resolución en los procedimientos iniciados a instancia de parte, sin que el órgano competente la hubiera dictado expresamente, se producirán los efectos que establezca su normativa específica. A estos efectos, todo procedimiento de gestión tributaria deberá tener expresamente regulado el régimen de actos presuntos que le corresponda. 3. Queda excluido de las previsiones anteriores el procedimiento de apremio, cuyas actuaciones podrán extenderse hasta el plazo de prescripción de la acción de cobro”. También se establece un plazo máximo para que concluyan las actuaciones en los demás procedimientos tributarios distintos del de inspección. El artículo 104 de la LGT contiene una regulación mucho más detallada acerca de la duración de los “Plazos de resolución y efectos de la falta de resolución expresa”, distinguiéndose entre los procedimientos de oficio y los seguidos a instancia del interesado. Aun cuando la regulación del precepto es algo confusa, pues los efectos propios del exceso del plazo se remiten a lo que se disponga en la regulación específica de cada procedimiento, si que se establece una previsión subsidiaria o cuando no haya una norma específica al respecto: “En ausencia de regulación expresa, se producirán los siguientes efectos: a) Si se trata de procedimientos de los que pudiera derivarse el reconocimiento o, en su caso, la constitución de derechos u otras situaciones jurídicas individualizadas, los obligados tributarios podrán 42 entender desestimados por silencio administrativo los posibles efectos favorables derivados del procedimiento. b) En los procedimientos susceptibles de producir efectos desfavorables o de gravamen se producirá la caducidad del procedimiento. 5. Producida la caducidad, ésta será declarada, de oficio o a instancia del interesado, ordenándose el archivo de las actuaciones. Dicha caducidad no producirá, por sí sola, la prescripción de los derechos de la Administración tributaria, pero las actuaciones realizadas en los procedimientos caducados no interrumpirán el plazo de prescripción ni se considerarán requerimientos administrativos a los efectos previstos en el apartado 1 del art. 27 de esta ley”. V.- Aspectos más destacados en la regulación contenida en la reforma operada en Costa Rica por la Ley de fortalecimiento de la Gestión Tributaria. Se trata ahora de resaltar aquellos aspectos del nuevo Título VI de la LNPT de Costa Rica que, tras su lectura y reiterando que no conozco en profundidad la regulación, y menos aún el ordenamiento jurídico en que se integra y sin el cual sería difícilmente comprensible cualquier regulación aisladamente considerada, me han resultado más dignos de atención, bien por la solución jurídica a la que se llega, bien por su nivel de detalle, bien porque no hay en España una disposición equivalente. Esto es, partiendo de la base de que hay una semejanza general entre ambas regulaciones, los puntos que a continuación se abordan son aquellos en que la regulación costarricense es más completa o merecedora de atención jurídica. 43 1) Presunción de buena fe. Artículo 180.- Presunción de buena fe “La actuación de los contribuyentes se presume realizada de buena fe. Corresponde a la Administración Tributaria la prueba de que concurren las circunstancias que determinan la culpabilidad del infractor en la comisión de ilícitos tributarios”. Se trata de un precepto donde lo que es digno de resaltarse es que ustedes lo incorporan, felizmente, a su ordenamiento positivo, siendo de resaltar que se trata de poner énfasis en los derechos del contribuyente relativos a la potestad sancionadora y el procedimiento sancionador, donde tales derechos son más merecedores y, a la vez, se encuentran más necesitados de protección. 2.- Sanción de nulidad absoluta en relación con la denegación injustificada de la prueba (art. 184.2) Artículo 184.- Derecho de defensa “…1. El derecho de defensa del contribuyente deberá ser ejercido de forma razonable. 2. La Administración Tributaria está obligada a evacuar la prueba ofrecida en tiempo y forma, so pena de incurrir en nulidad absoluta; salvo la prueba impertinente…”. 44 Aun no conociendo a fondo el régimen jurídico público costarricense, da la impresión de que se pretende con esta norma hacer énfasis en el derecho de defensa y, más en concreto, en el derecho a la prueba. En España se trata de una cuestión sumamente candente y sujeta en la actualidad a un estado de tensión, toda vez que en el proceso contencioso-administrativo se permite la prueba nueva de los hechos litigiosos, y sin embargo en el procedimiento previo, ante la Administración, esa aportación de prueba está sumamente condicionada. De entrada, aun cuando ante la Inspección o la Administración gestora se puede interesar la práctica de cualquier prueba que sea pertinente y convenga a la mejor defensa del interesado, no sucede lo mismo en los procedimientos impugnatorios, donde se ha acuñado una especie de principio, que se va imponiendo hasta el punto de que se piensa en una modificación legal que lo consagre de una manera expresa, de preclusión, de suerte que no es admisible, para sustentar un recurso o reclamación ante la propia Administración, pedir prueba nueva sobre aquellos extremos sobre los que no se interesó en su día, prohibición que, en términos generales, resulta inadmisible. En el proceso judicial debería ser admisible, con carácter general cualquier prueba, aunque sometida a un juicio previo de pertinencia y relación con el caso debatido. No obstante, hay Tribunales que deniegan a menudo pruebas que podrían considerarse procedentes, bajo el pretexto de que no fueron aportadas en su día, con lo que al final únicamente se considera admisible, en tales casos, la prueba de refutación de hechos 45 alegados de contrario; la prueba nueva o acerca de hechos nuevos; o la prueba que no pudo ser presentada en su día. En cualquier caso, resultaría sumamente revolucionario en España un precepto que consagrara la nulidad de pleno derecho en cuanto a la prueba ofrecida y no evacuada por causa imputable a la Administración. Cabe la duda de si esa nulidad de pleno derecho es la misma que en España, si lleva consigo los mismos efectos y si la nulidad lo es del acto denegatorio en sí mismo considerado o del acto final del procedimiento en que tal infracción se ha producido. 3) Una mejor regulación, por más detallada, de la norma que disciplina la carga de la prueba (art. 185) Artículo 185.- Carga de la prueba “…La carga de la prueba incumbe a la Administración Tributaria respecto de los hechos constitutivos de la obligación tributaria material, mientras que incumbe al contribuyente respecto de los hechos impeditivos, modificativos o extintivos de la obligación tributaria. En ese sentido, corresponde a este último, según el caso, demostrar los hechos o actos que configuren sus costos, gastos, pasivos, créditos fiscales, exenciones, no sujeciones, descuentos y, en general, los beneficios fiscales que alega existentes a su favor…”. Me parece una norma que no tiene equivalente, por su nivel de detalle, con la legislación española. Aunque en esta se parte del mismo principio, actualmente en el artículo 105 LGT de 2003: 46 Artículo 105. Carga de la prueba “1. En los procedimientos de aplicación de los tributos quien haga valer su derecho deberá probar los hechos constitutivos del mismo. 2. Los obligados tributarios cumplirán su deber de probar si designan de modo concreto los elementos de prueba en poder de la Administración tributaria”. Es encomiable la regulación de detalle de la norma costarricense, en tanto se refiere de modo expreso a la carga del contribuyente de “…demostrar los hechos o actos que configuren sus costos, gastos, pasivos, créditos fiscales, exenciones, no sujeciones, descuentos y, en general, los beneficios fiscales que alega existentes a su favor…”. También cabe añadir que, al menos en España, la carga de la prueba experimenta una al menos relativa refracción en el seno del proceso judicial, en tanto que los principios procesales, aun partiendo de la misma base conceptual, pueden ser matizados con la incorporación de otros principios, más espiritualistas, que alteran la distribución de la carga de la prueba entre las partes procesales y, en particular: • El principio de facilidad de la prueba. • El juego de las presunciones probatorias. • El principio de buena fe. • La actitud o esfuerzo probatorio de los litigantes ante el Tribunal. • El régimen sobre el valor de las distintas pruebas en el proceso (con especial referencia a la prueba documental). 47 4) Derecho a la información y, en especial, derecho a conocer la jurisprudencia administrativa tributaria (art. 173): “…Todo contribuyente tiene derecho a conocer la jurisprudencia administrativa tributaria que se genera en las direcciones generales, sus dependencias, así como en los tribunales administrativos. La Administración Tributaria pondrá a disposición de los usuarios, el texto íntegro de las consultas, los fallos o las sentencias dictadas por los citados tribunales, las directrices internas interpretativas, las resoluciones de carácter general, el criterio institucional, entre otros, con supresión de toda referencia a los datos que permitan la identificación de las personas a las que se refiere. Para estos efectos, el usuario podrá ingresar al módulo del digesto, que se encuentra en la página web del Ministerio de Hacienda, de Tributación o cualquier otro sitio electrónico empleado oficialmente por la Administración Tributaria. De igual forma, podrá obtener información general disponible en el sitio web del Ministerio de Hacienda. Lo anterior de acuerdo con lo establecido en este Código, en cuanto a la confidencialidad de la información…”. Se trata de otra norma que en España se valoraría de forma extraordinaria, por cuanto existe cierto déficit de transparencia en determinados organismos públicos. Al margen de lo que se puede comentar sobre el régimen legal de publicación de las normas jurídicas, que puede presentar ciertos problemas en relación con determinados actos de la Administración no publicados y a los que a veces ésta atribuye cierto valor normativo de facto, interesa 48 destacar, para elogiar la regulación de Costa Rica, el derecho (por tanto, derecho subjetivo) a conocer la jurisprudencia administrativa, derecho que no sólo no está reconocido formalmente en España sino que no está consagrado por la práctica administrativa. Así, las consultas vinculantes de la Dirección General de Tributos no necesariamente se publican, ni tampoco las resoluciones del Tribunal económico Administrativo Central, que es el órgano en quien reside la considerada doctrina administrativa (jurisprudencia es término que debe reservarse, al menos en nuestra tradición jurídica, para la emanada de los tribunales de justicia y, en especial, del Tribunal Supremo) La regulación española es ciertamente más tibia y menos comprometida que la costarricense y se contiene en el artículo 86 de la Ley General Tributaria: Artículo 86. Publicaciones “1. El Ministerio de Hacienda difundirá por cualquier medio, durante el primer trimestre del año, los textos actualizados de las normas estatales con rango de ley y real decreto en materia tributaria en los que se hayan producido variaciones respecto de los textos vigentes en el año precedente, así como una relación de todas las disposiciones tributarias que se hayan aprobado en dicho año. 2. El Ministerio de Hacienda difundirá periódicamente las contestaciones a consultas y las resoluciones económicoadministrativas que considere de mayor trascendencia y repercusión. 3. La Administración tributaria del Estado y de las comunidades autónomas podrán convenir que las publicaciones a las que se refiere el apartado 1 se realicen en las lenguas oficiales de las comunidades autónomas. 49 4. El acceso a través de internet a las publicaciones a las que se refiere el presente artículo y, en su caso, a la información prevista en el art. 87 de esta ley será, en todo caso, gratuito”. 5) Nulidad por infracción de las normas del procedimiento administrativo (art. 176) Artículo 176.- Observancia del procedimiento “…Las normas del procedimiento administrativo tributario serán de observancia obligatoria para la Administración Tributaria, como garantía de eficiencia y defensa de los derechos del contribuyente. El órgano administrativo competente de conocer en grado, de oficio o en virtud de recurso declarará la nulidad del acto, prima facie, antes de conocer sobre el fondo del asunto, cuando exista una violación al procedimiento o a los derechos del contribuyente. Las actuaciones administrativas contrarias a derecho, así como la información y las demás pruebas obtenidas por la Administración Tributaria de forma ilegal, no podrán surtir efecto alguno en contra del contribuyente”. Cabe aquí reiterar lo señalado más arriba en relación con el derecho a la prueba. También difiere aquí la regulación del citado artículo 176 de la LNPT con la equivalente regulación española. En nuestra tradición jurídica, se minimiza hasta el extremo la trascendencia de los defectos de forma o las infracciones del procedimiento, hasta el punto de que es sumamente difícil acordar la nulidad -fuera de los 50 casos extremos de ausencia total y absoluta del procedimiento, determinantes de la nulidad de pleno derecho-, hasta el punto de que, por razón del llamado principio antiformalista, la Administración no suele encontrar sanción para sus infracciones o defectos formales. El precepto que examinamos consta de dos apartados: el primero de ellos consagra el derecho al procedimiento y, en su virtud, la obligación de la Administración a respetar las normas del procedimiento, hasta el punto de que se contiene una norma que en España sería ciertamente revolucionaria: la de que “El órgano administrativo competente de conocer en grado, de oficio o en virtud de recurso declarará la nulidad del acto, prima facie, antes de conocer sobre el fondo del asunto, cuando exista una violación al procedimiento o a los derechos del contribuyente”. Siendo así que, ni es posible en España una declaración de oficio de la nulidad, menos aún fuera del ámbito del recurso, ni tiene el tratamiento que he percibido, sobre que la violación del procedimiento es cuestión de orden público -como lo sería, por ejemplo, la norma sobre competencia-. En esto difiere de la regulación española, a menos que la previsión se refiera sólo, con la expresión “violación del procedimiento”, a haberse seguido un procedimiento por completo distinto al legalmente procedente. Por otra parte, en nuestra tradición jurídica, el defecto de forma sólo origina la nulidad cuando impide la aparición del acto final o causa indefensión. Así, el artículo 63 de la Ley 30/1992, aplicable a todos los procedimientos administrativos, incluidos los tributarios, señala: Artículo 63. Anulabilidad 51 “1. Son anulables los actos de la Administración que incurran en cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder. 2. No obstante, el defecto de forma sólo determinará la anulabilidad cuando el acto carezca de los requisitos formales indispensables para alcanzar su fin o de lugar a la indefensión de los interesados. 3. La realización de actuaciones administrativas fuera del tiempo establecido para ellas sólo implicará la anulabilidad del acto cuando así lo imponga la naturaleza del término o plazo”. Además de ello, hay dos consecuencias de lo expuesto: a) en primer término, que no sólo debe existir indefensión, sino mantenerse a lo largo de las sucesivas vías impugnatorias, pues si con posterioridad, por razón de la dinámica del propio proceso, se sale de la indefensión (por ejemplo, por llegar a conocer las razones de un acto desfavorable), entonces se produce sobrevenidamente una situación que cabe contraponer a la indefensión. b) En segundo lugar, que el defecto de forma no permite, de declararse su nulidad, el examen de fondo, sino únicamente la retroacción del procedimiento al momento en que se hubiera producido el defecto formal, con la finalidad de subsanarlo. 6) Regulación detallada del expediente administrativo y del derecho de acceso (art. 183). 52 Artículo 183.- Derecho de acceso al expediente administrativo “1. Los contribuyentes tienen derecho a conocer el expediente administrativo y a obtener copia a su costo de los documentos que lo integren en el trámite de puesta de manifiesto de este, en los términos previstos por la ley. 2. Por su parte, la Administración Tributaria está obligada a facilitar al interesado el expediente administrativo. El servidor público que se niegue a facilitar el expediente o se niegue a permitir el fotocopiado incurrirá en el delito de incumplimiento de deberes, sancionado en el artículo 332 del Código Penal. 3. Como garantía del derecho del contribuyente al acceso del expediente, este deberá mantenerse identificado, foliado de forma consecutiva en su numeración, completo y en estricto orden cronológico. La citada numeración deberá hacerse mediante sistemas electrónicos o digitales, si procede, a fin de garantizar su consecutividad, veracidad y exactitud. 4. Ningún documento o pieza del expediente debe separarse, bajo ningún motivo, de él a fin de que esté completo. El contenido del expediente así conformado, así como el expediente accesorio referido en el párrafo siguiente, si lo hay, constituyen los únicos elementos probatorios en que puede fundamentar la Administración su resolución o actuación. Los documentos o elementos probatorios que no estén en el expediente principal o en el accesorio, así conformados, no surtirán efecto jurídico alguno en contra del contribuyente. 5. Si el expediente principal se encuentra sustentado en sus probanzas en otro legajo, compuesto por hojas de trabajo y de otros elementos probatorios, dicho legajo se denominará expediente accesorio, que deberá formarse con las mismas formalidades y los requisitos señalados en el párrafo anterior. En el expediente principal se indicará la existencia del citado expediente accesorio y el número de folios que contiene. 6. Cuando se hace referencia al expediente administrativo se alude al expediente principal y al expediente o a los expedientes 53 accesorios, los cuales forman parte integral e indivisible de aquel para todos los efectos, tanto internos de la Administración, como a los derechos derivados a favor del contribuyente a que se ha hecho referencia”. Se trata de una regulación ciertamente extensa y minuciosa del expediente administrativo, con referencia expresa al denominado expediente accesorio. Me resulta sumamente sugerente que se reconozca un derecho del administrado al expediente completo, certificado y numerado correlativamente, lo que no es sino una manifestación del derecho a la prueba y a la defensa. En España no hay norma equivalente en el ámbito tributario, sino un precepto en la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa que podría ser paralelo, siendo de significar que, en el caos español, la norma que regula con detalle este deber de la Administración no lo conceptúa como un derecho o garantía del contribuyente, sino como una regla de orden procesal, aplicable a todas las Administraciones públicas y que, por vía jurisprudencial sí que ha dado lugar a un reconocimiento de ciertos derechos derivados de la falta de integridad del expediente. Según el artículo 48 de la LJCA: “4. El expediente, original o copiado, se enviará completo, foliado y, en su caso, autentificado, acompañado de un índice, asimismo autentificado, de los documentos que contenga. La Administración conservará siempre el original o una copia autentificada de los expedientes que envíe. Si el expediente fuera reclamado por diversos Juzgados o Tribunales, la Administración 54 enviará copias autentificadas del original o de la copia que conserve”. Según esa jurisprudencia, la Administración no se puede beneficiar de sus propias carencias, de modo que, conforme al conocido aforismo quod non est in autos non est in mundo, aquello que no figure en el expediente, de que no haya constancia, no puede beneficiar a la Administración, causante de la omisión, ni a efectos probatorios ni a otros efectos (como, por ejemplo, la ausencia de constancia de un acto que interrumpe la prescripción no puede ser suplica por pruebas ajenas al expediente o por referencias al acto o trámite que no consta efectuadas en actos o resoluciones posteriores). 7) Regulación de los principios de lealtad en el debate y de seguridad jurídica (art. 186). Artículo 186.- Principios de lealtad en el debate y la seguridad jurídica “En el procedimiento administrativo tributario se deberán verificar los hechos que sirven de motivo al acto final de la forma más fiel y completa posible; para ello, el órgano que lo dirige debe adoptar todas las medidas probatorias pertinentes o necesarias. Como garantía de los principios de lealtad en el debate y la seguridad jurídica, las resoluciones que se dicten en el procedimiento de determinación de la obligación tributaria o en el sancionatorio no podrán invocar hechos o elementos probatorios no debatidos y sobre los cuales el contribuyente no ha podido ejercer su defensa. Lo anterior, sin perjuicio de que proceda una recalificación de los hechos en materia sancionatoria, siempre que los hechos que dieron sustento al procedimiento sean los mismos. 55 No podrá dictarse el acto final en el procedimiento sancionatorio, vinculado al de determinación de la obligación tributaria, hasta tanto no se encuentre firme el acto administrativo de la determinación de la obligación tributaria dictado en sede administrativa”. Dentro de esta regulación, llama notoriamente la atención el último de los párrafos, conforme al cual la sanción depende de la determinación de la deuda tributaria que constituye su presupuesto de hecho, debiendo tal deuda haber quedado firme, aunque es de admitir que ese concepto de firmeza, en España puede ser interpretado de forma diferente, bien, como firmeza en vía administrativa (esto es, que el acto sea definitivo); bien como firmeza por irrecurribilidad (en caso de que lo haya dejado consentido el interesado); bien, finalmente, como firmeza judicialmente declarada, en cuyo caso, sólo se podría imponer sanción tras el dictado de una sentencia judicial que declarara conforme a derecho, en su integridad, el acto administrativo de liquidación o determinación de la deuda cuyo impago se tipifica como infracción tributaria. VI.- Las garantías de efectividad de los derechos en el seno de los procedimientos tributarios: ofrecidas por la propia Administración y externas a ella. Los poderes de la Administración tributaria son esencialmente dos, dentro del principio de legalidad: - El de determinar lo que se debe (liquidar la deuda tributaria). - El de exigir su pago (recaudación). 56 Las demás potestades o atribuciones de que goza la Administración tributaria, o son instrumentales de estas dos, es decir, están concebidas como manifestaciones de ellas, o bien existen para reforzar y dar efectividad a tal potestad. Así, la potestad de liquidar encierra otras varias cuya función es lograr la efectividad. Cabe enunciar, sin afán exhaustivo: • Facultad de comprobar una autoliquidación. • Facultad de obtener información al propio contribuyente o a terceros (entidades bancarias, clientes o proveedores, etc.). • Facultad de valorar bienes y derechos evaluables económicamente. • Facultad de investigar la situación económica general del contribuyente. • Facultad de calificar los actos, contratos o negocios jurídicos. • Facultad de declararlos, a efectos fiscales, como fraudulentos o simulados, a fin de aplicar la norma o el régimen jurídico pertinente. • Facultad de ajustar el precio en las operaciones entre personas o empresas vinculadas. Una vez efectuada la liquidación, esto es, determinada la deuda tributaria, la Administración goza de la potestad de recaudar, esto es, de obtener el importe de la deuda debida, incluso coactivamente, lo que comprende igualmente un conjunto de facultades: 57 • Facultad de practicar embargos. • Facultad de extender a otras personas la responsabilidad, subsidiaria o solidaria. • Facultad de conceder aplazamientos o fraccionamientos de la deuda, si ésta es debidamente garantizada. • Facultad de enajenar los bienes del sujeto pasivo para hacerse pago de la deuda. Estos dos grandes grupos representan las dos principales potestades de la Administración tributaria, las que configuran su esencia y su posición en el ordenamiento jurídico. Pero hay otras dos, que no son privativas de la Hacienda Pública, cuya misión es reforzar las potestades primarias u originarias, dotando de un mayor poder a la Administración. Cabe hablar esencialmente de estas dos: • La potestad de revisión: Se trata del privilegio de pronunciarse, antes de que un acto administrativo (una liquidación o un acto de apremio) pueda ser enjuiciado por un Tribunal de Justicia, mediante un recurso obligatorio que debe interponerse ante la propia Administración autora del acto. • La potestad sancionadora: Refuerza las potestades originarias en el sentido de que conmina al administrado a observar voluntariamente una determinada conducta si no quiere ser sancionado. 58 En realidad, la potestad sancionadora posee una dogmática propia y es el resultado de una atribución particularmente intensa de poderes a la Administración para obtener sus fines institucionales: el infractor de la norma fiscal, además de ser compelido al pago de lo que dejó de ingresar (cuota), incrementada con una cantidad con que se compensa a la Administración por la pérdida de disponibilidad monetaria (los intereses legales), se le impone una sanción, normalmente económica o de multa, cuya finalidad esencial es la preventiva. Las garantías de efectividad de los derechos en el seno de los procedimientos tributarios: • Garantías ofrecidas por la propia Administración para dar certeza a las obligaciones tributarias: - Consultas. - Resoluciones económico-administrativas. - Códigos de Buenas Practicas o soft law. - Consejo de Defensa del contribuyente. Examen de su nivel de autoexigencia. • Garantías externas: - Defensor del Pueblo. - Garantía Judicial. 59 Examen de su efectividad. 8) Por el contrario, trabas y dificultades para la obtención de los derechos: - Inefectividad de la tutela judicial. - Tardanza en dispensarla. - Límites intrínsecos del proceso judicial. - Principio de escritura. - Jurisprudencia vacilante. - Sometimiento de la acción judicial a una tasa disuasoria. - La condena a las costas o gastos del proceso. - Efectos de retroalimentación del sistema: la ley de los grandes números: actos producidos en masa, sólo una parte relativamente pequeña se recurre. 9) Examen de la tutela cautelar. 10) Examen de la ejecución de la sentencia favorable. El problema de la retroacción. 11) Los intereses de demora. 12) Las sanciones tributarias. 13) El reintegro de los gastos de las garantías. 60 14) El elemento de cierre del sistema: la responsabilidad de la Administración. VII.- Conclusión: la finalidad esencial de la codificación es limitar las inmunidades del poder y asegurar la seguridad jurídica. Francisco José Navarro Sanchís Magistrado de la Audiencia Nacional España 61