Michoacán antes y durante la crisis o sobre los michoacanos que no se fueron de braceros1 Jorge Zepeda Patterson El Colegio de Michoacán Presentación Decía un maestro de budismo zen que toda crisis es una catarsis necesaria p ara el autoconocimiento y el cambio. Toda proporción guardada, Gramsci coincidía en la nece­ sidad de la crisis orgánica como momento de ruptura, favora­ ble p ara la transform ación social. En los últimos años los mexicanos nos hemos fam iliari­ zado rápidam ente con la noción de crisis. Se habla de crisis de legitimidad, de crisis política y, por supuesto, de crisis económica. Pero a la crisis mexicana parece faltarle algo. A rrastra todo el peso de sus desventajas, pero al parecer sin las facultades curativas que le atribuyen el zen y Gramsci. Y sin embargo, algo h a pasado. No sabemos a ciencia cierta si para bien o para mal, pero cualitativamente el país ha comenzado a ser otro. En lo económico, la crisis arruina negocios, desalienta al capital productivo, cancela oportuni­ dades. Pero, paradójicamente, es una moneda de dos caras, cuyo lado oculto potencia otras actividades, despierta inge­ nios, hace rentable la explotación de nuevas vetas. El desem­ pleo crónico genera el subempleo orgánico; la crisis de los sectores primario y secundario, provoca la terciarización de la economía; la economía informal se trag a a la formal. La situación de crisis h a generado otras reglas, las cua­ les van moldeando a la economía a su imagen y semejanza. En general se caracterizan por una fuerte dosis de especula­ ción; gran movilidad de capital; limitación de inversiones fijas; mayor capacidad de respuesta frente a las condiciones azarosas del mercado. Bajo estas nuevas reglas h an sucum­ bido sectores completos, pero h an emergido otros nuevos. Ciertamente el país h a perdido en su conjunto, pero no en forma generalizada. En su interior h a experimentado reacomodos im portantes en términos espaciales y en térmi­ nos sociales. Tales reacomodos h an dependido de la capaci­ dad de respuesta de cada región a las nuevas condiciones de la crisis. Las zonas vinculadas al dólar —por exportación, maquila, turismo o braceros— se h an convertido en lunares de prosperidad enmedio de grandes espacios deprimidos. El carácter azaroso del mercado h a propiciado el súbito enrique­ cimiento de una región por la rápida expansión del consumo nacional e internacional de aguacate, m arihuana, puercos, o algún producto pesquero. La caprichosa evolución de la polí­ tica económica y de la inversión pública h a condenado a la extinción a algunos parajes y convertido en polos de creci­ miento a otros. Así pues, la crisis no h a sido pareja. Sus impactos regio­ nales h an sido desiguales a todo lo largo del territorio nacio­ nal. Por la m ism a razón, el problema no puede ser abordado simplemente a partir de los agregados nacionales, como se h a hecho h a sta ahora. La explicación de la crisis hace indis­ pensable la recuperación de los innum erables matices y la enorme im aginación con que las regiones h an sobrellevado lo que a nivel nacional denominamos crisis. El caso de Michoacán ilustra excepcionalmente lo equívoco del fenómeno. Michoacán, crisis y crecimiento Como ya hemos señalado en otros textos, Michoacán es en realidad un mosaico de regiones. Política y económicamente carece de un centro hegemónico o de un proyecto social que englobe a los intereses de las burguesías locales. Se tra ta m ás bien de un espacio parcelado y controlado por poco menos de una docena de ciudades (Morelia, U ruapan, Zamora, Zitácuaro, Ciudad Hidalgo, Lázaro Cárdenas, A patzingán, La Piedad, Huetamo, Sahuayo-Jiquilpan, etc.). Si bien Morelia es con mucho la más grande de estas poblaciones, la mayoría de ellas se encuentra vinculada a otros polos de desarrollo y a centros de decisiones externos a la entidad: Guadalajara, el mercado agronorteamericano, el Bajío, el oeste mexiquense, el sur de Colima. La accidentada orografía y el patrón histórico de poblamiento explican en buena parte esta desarticulación. A lo largo de cuatro siglos la población purépecha fue empujada cada vez m ás dentro del corazón de la Meseta Tarasca. Si­ multáneamente, las necesidades comerciales propiciaron la explotación agrícola de los valles de todo el norte y centro michoacanos. A la vera de estas depresiones, crecieron un rosario de poblaciones atrap adas entre sierras y precaria­ mente vinculadas a la ciudad m ás cercana. Por motivos geográficos la ciudad m ás cercana rara vez fue Morelia y sí Guadalajara, las del Bajío guanajuatense o las del centro del país. Hacia los años treintas el cardenismo repartió las tie­ rras m ichoacanas con una intensidad sin paralelo a nivel nacional. H acia fines de los años cuarentas los campesinos seguían siendo dueños de la tierra, pero habían agenciado nuevas modalidades a su ancestral miseria. En menos de quince años, las nuevas burguesías rurales, asentadas en las ciudades medias, h abían logrado controlar la producción ejidal y hacerse de los beneficios. En este hecho se origina el crecimiento de estas ciudades medias, pero también del bracerismo michoacano, que ya no se detendría en las siguientes tres décadas. A principios de los años cincuentas, Michoacán aparecía como un territorio esencialmente orientado a la producción de granos básicos. Todavía en 1956 cuatro de estos cultivos —maíz, ajonjolí, trigo y frijol— representaban poco más del 80% del producto agrícola. Pero las cosas comenzaron a cam­ biar rápidamente. En 1961 dicha proporción h abía bajado a 50%, se reducía a 35% para 1976 y hoy fluctúa en alrededor de un 30% (s p p , Anuarios Estadísticos, varios años). En el ínterin aparecieron y se desarrollaron nuevos cul­ tivos comerciales, asociados a una agricultura de riego, in­ tensiva y frecuentemente vinculada al capital transnacio­ n a l. L a a p a r i c ió n de e s to s c u ltiv o s e x p lic a el s a lto espectacular de la producción agrícola de Michoacán. Hacia los años cincuentas era un territorio de media tabla entre las entidades federativas. P ara 1980, en cambio, el producto bruto agropecuario de Michoacán era el tercero en im portan­ cia en el país, sólo superado por Jalisco y apenas rebasado por Sinaloa, y más alto que los correspondientes a Sonora, Tam aulipas o Veracruz, entidades todas ellas reputadas por su tradición agrícola ( s p p , o n u , sin fecha). El fenómeno es resultado de los cambios drásticos que h a experimentado el campo michoacano en los últimos años. Contra lo que podría pensarse obedece menos al crecimiento de la tierra de riego que a un cambio en las relaciones sociales de producción. Con ser importante, el crecimiento del riego en Michoacán h a sido menor que el del país en su conjunto. La explicación reside más bien en los procesos de modernización y trasnacionalización de la agricultura michoacana. El des­ arrollo de los cultivos comerciales y la debilidad de la agricul­ tura temporalera es un fenómeno generalizable p ara el con­ junio del país. Lo específico de Michoacán es simplemente la terrible intensidad del fenómeno. Así m ientras el país incursiona de lleno en la llam ada crisis de la agricultura nacional a lo largo de los años setentas y ochentas, Michoacán experimenta los mayores crecimien­ tos. No es que escape a la crisis; es simplemente que la sintom atía regional tiene sus matices. La pérdida de la autosufi­ ciencia alim entaria fue resultado de la caída de la producción de alimentos básicos en regiones como en Michoacán. Sólo que en esta última esta caída fue más que compensada por la emergencia de cultivos comerciales para el mercado nacional e internacional. La llam ada crisis nacional asume, entonces, sensibles particularidades p ara el caso michoacano. Actúa en el mo­ mento en que la región se encuentra en un periodo de despe­ gue acelerado. Los impulsos mezclados de estos dos fenómen o s a r r o j a r á n un p r o c e s o d i s t o r s i o n a d o s o c i a l y espacialmente, pero también novedoso. Resulta difícil separar los efectos sociales de la crisis, de aquellas otras consecuencias del modelo de crecimiento se­ guido por la economía regional en las últimas décadas. Tal modelo se ha caracterizado por el desarrollo de unos cuantos polos agrícolas e industriales de capital y tecnologías inten­ sivas, fuertemente contrastantes con los entornos campesi­ nos tradicionales. Sobre las pautas de dicho modelo, la crisis parece estar im pactando en tres sentidos. 1. Los avatares de la riqueza2 Primero, algunos de estos polos —llámense enclaves, culti­ vos o actividades— están encontrando sus límites debido fundam entalm ente a su extraordinaria dependencia de un mercado, la mayor de las veces externo, crecientemente in­ cierto. Los sistemas productivos, los agentes sociales y las regiones que están detrás de estas actividades, pese a su prosperidad, se han mostrado enormemente frágiles y vulne­ rables ante fenómenos sobre los cuales no tienen injerencia. En la medida en que el desarrollo de estas actividades se efectuó con base en una articulación vertical a dinámicas externas, h asta ahora han sido incapaces de desarrollar una mayor vinculación horizontal con la economía regional; vin­ culación que pudiera paliar los efectos de las crisis externas. Ciertamente el crecimiento no se ha detenido, pero se ha vuelto muy azaroso, en la medida en que está sujeto a las veleidades del mercado internacional. En tales condiciones, el futuro de los polos de crecimiento michoacanos resulta incierto. El horizonte de posibilidades es distinto en cada caso, lo cual obliga a un repaso pormenorizado. Se dice que la zona de Uruapan-Peribán es el centro aguacatero más im portante en el mundo; la región de La Piedad es el primer productor de puercos del país; Zamora ha desplazado a Irapuato como la capital de las fresas; la pro­ ducción forestal de Michoacán sólo está detrás de las corres­ pondientes de C hihuahua y Durango; la depresión del Tepalcatepec es la principal zona productora de melón y otros frutales. Los antecedentes de la penetración extranjera al agro michoacano deben encontrarse en el proceso de expansión agrícola de la cuenca del Tepalcatepec. Apoyado en una comisión hidrológica, el proyecto abarcó un program a de inversiones y apoyos técnicos que permitió un aumento en la superficie irrigada de 15 mil a 90 mil hectáreas de 1947 a 1965. El resultado fue una verdadera explosión en la activi­ dad de la zona: el producto agrícola aumentó más de seis veces; la composición de los cultivos cambió drásticamente (introduciéndose el algodón, el melón, la sandía, el limón); la población de A patzingán se quintuplicó y U ruapan mismo aumentó rápidam ente (David Barkin, 1972 y Angel Palerm, 1972). En general los mayores beneficiarios del proyecto fue­ ron algunos cuantos campesinos con recursos, pero sobre todo agentes foráneos: agricultores venidos de fuera; nueva burguesía agraria que se instaló en A patzingán y otros cen­ tros; y los brokers norteamericanos, verdaderos destinata­ rios de los productos de la zona. En los últimos años y en respuesta a las condiciones del mercado norteamericano, la producción local se h a caracteri­ zado por una gran elasticidad. El algodón prácticamente h a desaparecido de la zona, p ara dar paso a los frutales: melón, pepino, mango, sandía, limón, se disputan los recursos de tierra y agua, dependiendo de las cotizaciones de cada año. Sobre esta base la región ha logrado agenciarse una buena tajad a de prosperidad, aun cuando muy desigualmente re­ partida (Juan Manuel D urán y Alain Bustin, 1983). Sin embargo, a partir de la crisis aún eso parece estar en riesgo. La sobreproducción y las irregularidades del mercado externo han provocado crisis periódicas en los principales cultivos comerciales. Tales crisis suelen poner en verdadero jaque a la región, dado el carácter estratégico que tales culti­ vos tienen en la economía local. La sobreproducción es el resultado lógico de cultivos exitosos en periodos anteriores, y de la incapacidad de las organizaciones de productores para m antener una cuota con­ veniente. Pero el principal problema estriba en las vicisitu­ des del mercado externo. Gran parte de ellas generadas en las políticas comerciales del gobierno norteamericano: fijación de cuotas a la cantidad de producto, restricciones fitosanitarias y las denom inadas cuotas de salvaguardia, que se aplica en los casos en que se estima que la importación afecta la industria similar norteamericana. Así, el melón h a padecido aranceles especiales; el mango, el limón y el aguacate sufren restricciones por motivos sanitarios; el melón y la fresa tie­ nen asignadas determ inadas cuotas de ingreso (Jorge Lera, 1986). Los cambios que experimentan estas restricciones de un periodo a otro significan la prosperidad o la ruina para g ran número de productores. En última instancia la región sufre y pena por regulaciones decididas en oficinas localiza­ das a muchos kilómetros de distancia. La otra gran veta de articulación del agro michoacano al capital trasnacional es el cultivo de la fresa en el valle de Zamora. El fenómeno se inicio a mediados de la década de los sesenta, cuando buena parte de esta actividad se desplaza de Irapuato a Zamora y sus alrededores. Ahí se inicia una verdadera fiebre fresa im pulsada por el capital trasnacional a través de empacadoras y congeladoras, dependencia tecno­ lógica, financiamiento y control absoluto del mercado de exportación. U na vez im plantado el cultivo, en los siguientes años, el capital extranjero se fue desligando de la producción y congelación, p ara controlar exclusivamente su comerciali­ zación. P ara fines de los años setentas esta “división del trabajo” predom inaba en todo el Valle; a principios de los ochentas mostró sus virtudes. La sobreoferta provocó verda­ deros desplomes del precio de la fresa, significando la ruina m om entánea de muchos productores. No así para los brokers norteamericanos que la adquirieron más barata. En los tres últimos años, mediante un control de permisos de explota­ ción, se h a logrado fijar cuotas de producción de la fresa, e introducir otras hortalizas. Con todo la región sigue siendo sum am ente dependiente de las cosechas de California y Flo­ rida, a las que simplemente complementa. Aunque en un contexto totalmente distinto, el aguacate se encuentra al borde de una crisis de sobreproducción muy similar a la que padeció la fresa hace tres años. En grandes zonas de Uruapan, Peribán y Tacámbaro este cultivo se convirtió en oro verde a lo largo de los años setentas. Impul­ sado por lo que parecía una dem anda urbana insaciable, el cultivo se extendió h a s ta abarcar poco menos de 30 mil hectá­ reas. En 1985 arrojaron un valor de producción superior a los 20 mil millones de pesos. Sin embargo, la emergencia ince­ sante de nuevas huertas —que comienzan a producir a los cinco o seis años, y lo siguen haciendo por muchos m ás— hace inminente una crisis de sobreoferta. Por lo demás, las restricciones sanitarias y la falta de competitividad en el mercado internacional dificultan una salida de la produc­ ción por esa vía. En algunas zonas el aguacate h a venido compitiendo con otro protagonista central de la nueva riqueza del campo michoacano: los bosques. Pese a los notorios recursos locales, la silvicultura h ab ía sido una actividad relativam ente secun­ daria en las últimas décadas. En 1973 se cancela un antiguo decreto que lim itaba su explotación, lo cual dispara la pro­ ducción en forma casi exponencial. Actualmente Michoacán constituye el tercer productor en im portancia nacional, y aporta el 16% de la producción forestal nacional. Es el princi­ pal productor de resinas, y el segundo en material celulósico y rollo maderable ( i n e g i , 1986). A diferencia de los cultivos agrícolas, el principal pro­ blema de la silvicultura no son los mercados sino la organiza­ ción de la producción. E sta se encuentra en manos de un puñado de grandes concesionarios, bien relacionados con las autoridades y con los recursos necesarios p ara abrir caminos y desmontar. Los dueños del bosque por lo general son las comunidades de la sierra, que sin los permisos ni la capaci­ dad de operación, reciben u na renta por el uso de la conce­ sión. La insuficiencia de tales rentas orilla a las comunida­ des a efectuar talas clandestinas o, peor aún, quemar el bosque p ara destinar la tierra a usos agrícolas o ganaderos. La adm inistración cardenista del sexenio 1980-1986 ensayó con escaso éxito algunas alternativas a esta situación. Todo parece indicar que el problema continuará sobre las mism as líneas, aunque la abundancia del recurso permite suponer que no im pactará en los niveles de producción sino h a sta dentro de varios años. En cambio la crisis hizo sentir sus efectos muy tem pra­ nam ente en el caso de la industria. En particular en el princi­ pal polo industrial de la región: Lázaro Cárdenas. El proyec­ to de Las Truchas buscaba in stalar un enorme complejo siderúrgico en la desembocadura del río Balsas, en la aislada costa michoacana, aprovechando la cercanía de yacimientos de hierro, la disponibilidad de agua y las facilidades para la construcción de un puerto de gran calado. Desde los inicios de la construcción, en 1973, el gobierno envolvió el proyecto en un halo mistificador que lo convertía en un “polo de desarro­ llo regional”, cuando en realidad no pasó de ser un enclave externo (Zapata, 1978; Hiernaux, 1986). Dieciocho mil hombres y algunas mujeres participaron en la construcción de la p lan ta y las obras complementarias; sólo un tercio obtuvo empleo en la planta. P ara 1978 estaba term inada la prim era etapa y se producían ya 1.3 millones de toneladas de acero; en 1980 el valor de la producción llegaba a casi 7 mil millones de pesos, que representaban casi el 27% del p i b de Michoacán y m ás de la m itad de su producción industrial. Los efectos regionales del fenómeno fueron formida­ bles; no tanto por sus beneficios como por su magnitud. El impacto regional no fue el que podría esperarse de un irradian­ te polo de desarrollo. Aunque originalmente el proyecto con­ tem plaba u n a serie de inversiones sociales asociadas a las productivas, el fenómeno económico desbordó las previsio­ nes sociales, que nunca fueron muchas (Padua, Pucciarelli y Zapata, 1982). La enorme inversión inyectada en el marco de una es­ tructura económica y social atrasada, débil y relativamente aislada, representó u na presión irresistible para los recursos locales. La zona circundante experimentó fuertes procesos inflacionarios y de desocupación, seguidos de inmigración. De 1970 a 1980 la población del municipio de Lázaro Cárde­ n as pasó de 15 mil a m ás de 100 mil. Sólo una fracción de los m igrantes encontró empleo en la planta. La zona u rbana de Lázaro Cárdenas creció intempestiva y aceleradamente. Por lo menos m ás aceleradamente que las viviendas y los servi­ cios necesarios p ara sus habitantes. A los agricultores de la zona no les fue mejor. En marzo de 1982 (Excélsior) se a n u n ­ ciaba que 80% de las tierras de temporal de municipios veci­ nos estaban abandonadas. El complejo siderúrgico trastocó los sistemas de produc­ ción, las redes de poder y la vida social de la zona. P ara principios de los años ochentas la economía de la región dependía casi totalm ente de las veleidades de la planta. Fue entonces cuando la crisis potenció los peligros de tal depen­ dencia. En 1982 la nueva administración federal paró de golpe las obras de construcción de la segunda etapa, para consternación de todos los habitantes y el desempleo y ruina de buena parte de ellos. Poco después las obras se reiniciaron pero sobre bases notoriamente modestas. Desde entonces la disminución en la derram a económica h a tenido profundos efectos en la vida regional, exacerbando los problemas de servicios públicos, vivienda y desempleo ya tradicionales en la ciudad. Las perspectivas son más que preocupantes para la región. La crisis generalizada por la que atraviesa la indus­ tria siderúrgica m undial h a puesto en cuestión, entre los funcionarios de alto nivel, la pertinencia de este tipo de encla­ ves masivos. Por lo pronto tal cuestionamiento se h a traduci­ do en el recorte de las obras portuarias y de expansión de la planta. La reparación de los daños provocados por el sismo de septiembre de 1985 y del alto horno fue efectuada con muchas reticencias y entre insistentes rumores de cierre de una parte de la planta. El futuro de buena parte de la costa michoacana reside en este tipo de decisiones. A principios de este año se anunció la construcción de la p lan ta de fertilizan­ tes más im portante de América Latina, con lo cual puede esperarse la revitalización de la economía local, aunque tam ­ bién un nuevo impulso a la espiral de migración, expectati­ vas, inflación y dependencia. En escala reducida la problemática de Lázaro Cárdenas es también la de Zacapu y su planta de Celanese. Establecida a principios de los años cuarentas, en lo que entonces era un pueblo, la fábrica se convirtió en el motor de crecimiento del valle de Zacapu y en la principal industria de la entidad. Sin embargo, gracias a la riqueza agrícola del valle, la dependen­ cia de la ciudad con respecto a la plan ta no h a adquirido la intensidad que en el enclave siderúrgico. Zacapu posee una actividad bastan te más diversificada, y muy articulada a la economía regional. Con todo, la ciudad vivió momentos cru­ ciales en la revisión contractual de 1985, cuando argum en­ tando una racionalización a escala internacional, la empre­ sa amenazó con el cierre parcial o total de la fábrica de Zacapu. Finalm ente la situación fue conjurada, pero a costa de una im portante concesión en m ateria contractual por par­ te de los trabajadores. 2. Del otro lado, los pobres Segundo, si la crisis h a molestado a sectores h a s ta ahora boyantes, a otros menos afortunados simplemente los ha vapuleado. La crisis ha exacerbado los defectos de un modelo de crecimiento desigual e insatisfactorio. Tan insatisfactorio que, paralelo al proceso mediante el cual Michoacán se con­ vertía en una de las potencias agropecuarias del país, su nivel de desarrollo social seguía siendo uno de los más bajos de la nación. En 1980 todos los indicadores del nivel de vida estaban muy por debajo de los promedios nacionales ( i n e g i , 1986b). Los problemas derivados de la crisis por los que comienza a pasar la economía regional exacerban el desem­ pleo, la migración, los déficits asistenciales, o la pauperiza­ ción del campesinado. Pasemos revista a algunos de estos aspectos. En las zonas de agricultura temporalera las relaciones capitalistas fueron desmontando paulatinam ente los princi­ pales rasgos de la economía de autosubsistencia. La presen­ cia de ganado, aves, hortalizas y frutales al interior de cada unidad productiva desapareció, p ara dar lugar a una humil­ de especialización y a una creciente proletarización (Thierry Linck, 1982). La debilidad del minifundio para responder a un tejido de poderosas relaciones capitalistas que le son desfa­ vorables, explica los fuertes niveles migratorios que exhibe Michoacán. De 1940 a 1980 Michoacán es el mayor expulsor de fuerza de trabajo de todo el país. Pero no sólo eso. La que se quedó también cambió su estatus laboral. Poco a poco el campesino michoacano se fue transform ando en un asalaria­ do parcial o total de la agricultura comercial. De 1950 a 1970 la proporción de asalariados en el campo pasó de 31 a 43%. La im puntualidad de los censos agrícolas de 1980 impide cono­ cer cifras más recientes, pero el vertiginoso crecimiento de los cultivos comerciales permite suponer que la proletarización parcial o total es muy elevada. A principios de 1986 la c i o a c estim aba que existían en la entidad medio millón de jornale­ ros, contra 216 mil en 1970 {La Voz de Michoacán, 13 de febrero, 1986). Por otra parte, frente a la agricultura, la industria ha carecido de un desarrollo propiamente regional. Además de sif debilidad, responde en su mayor parte a una dinámica externa, a tal punto que difícilmente puede hablarse de una industria m ichoacana o de u na burguesía industrial regio­ nal. El complejo de Las Truchas y la Celanese de Zacapu, y cuatro m edianas fábricas en Morelia —enclaves industriales verticalmente articulados al exterior—se responsabilizan de aproxim adam ente del 80% de la producción industrial de M ichoacán (datos preliminares del Censo Industrial 1980). El 20% restante corresponde a la industria artesanal, peque­ ñ a y mediana; y a u n a veintena de establecimientos entre medianos y grandes, la mayoría de ellos vinculados a la expansión de la actividad agropecuaria. En tal sentido, la industria dista de ser u n a alternativa de empleo para la población que sale del campo. En 1985 apenas 43 mil trabajadores estaban ocupados en la industria m anufacturera regional ( i n e g i , 1986b, a p artir de los Censos Económicos de 1985), menos de la décima parte de la pobla­ ción empleada como asalariad a en el campo. Por lo demás, como hemos visto p ara el caso de Zacapu, la crisis h a debili­ tado la posición negociadora délos escasos sindicatos impor­ tantes de la entidad. El problema de vivienda no es menor. Pese a no contar con ciudades de gran magnitud, en los últimos quince años h an proliferado los asentam ientos irregulares y las invasio­ nes urb an as en Michoacán. Si bien este fenómeno data de los años setenta, e incluso antes, es en los ochenta cuando se h a generalizado en Morelia, U ruapan, Zamora y Lázaro Cárde­ nas. El fenómeno responde a los efectos acumulados de un crecimiento económico socialmente desigual, y a la incapaci­ dad del sistem a —sea el sector público o la burguesía urba­ n a — de responder a las necesidades de vivienda de un amplio sector de la población. Los casos de Zamora y U ruapan, ilustran muy bien la m anera en que la burguesía local se desentiende de las necesidades de la fuerza de trabajo que h a generado la prosperidad de la ciudad. Aunado a ello, la ley inquilinaria im pulsada por la adm inistración cardenista con el objeto de a b a ra ta r el alquiler, acentuó el déficit de vivienda al provocar la desconfianza de los casatenientes. Por desgracia, las estadísticas existentes son muy pre­ carias para dar cuenta de las dificultades de la población. El desempleo, la migración, la pobreza, las carencias de vivien­ da y alimentación, sólo pueden percibirse de rebote o muy tardíamente. En 1980 cerca de un 60% de la población econó­ micamente activa g an ab a menos del salario mínimo —45% en el país (Censo de Población). Por lo mismo, las cifras que usualmente se utilizan para medir el deterioro del poder ad­ quisitivo se quedan cortas en Michoacán. Como en el resto del país, los incrementos al salario mínimo h an sido muy por debajo del índice inflacionario. La pérdida en el poder adqui­ sitivo es semejante a los equivalentes nacionales. El proble­ m a en Michoacán es que la m ayoría de la población quisiera estar sujeta a esa pérdida del poder adquisitivo, toda vez que buena parte ni siquiera alcanza el salario mínimo o las pres­ taciones básicas. En 1980 sólo uno de cada doce trabajadores se encontraba inscrito en el i m s s . Por otra parte, según esta­ dísticas de esta institución, el desempleo hizo crisis en 1982 y 1983 en Michoacán, p ara repuntar en los siguientes dos años. Sin embargo dada la escasa significación que tienen los asegurados en el monto de la población trabajadora, tales conclusiones deben ser tom adas con reserva. Por fuera de las estadísticas, déla Secretaría de Hacien­ da y de los informes de gobierno, transcurre buena parte de los ires y venires de los michoacanos. Esa porción de la población dejada de lado por los polos de crecimiento, se ha convertido en la parte sumergida de un enorme iceberg que soporta a la economía regional y, en última instancia, a los efectos de la crisis. La producción informal, la familia como unidad de producción, las actividades económicas clandesti­ nas h an salido del closet para constituir una alternativa de vida p ara muchos michoacanos. 3. La otra cara de la crisis U na actividad que ejemplifica este proceso es la fabricación de guarache. Además de su rivalidad con Jiquilpan, el carác­ ter emprendedor de sus comerciantes y su conservadurismo, Sahuayo h a sido conocido por sus guaraches. Hacia los años cincuentas la exportación a los Estados Unidos y la consi­ guiente derrama, hizo de esta actividad la principal de la economía local. Posteriormente la competencia de otras re­ giones provocó el desplazamiento de los principales capitales sahuayenses a otras actividades, sobre todo al comercio. Por los años setentas seguía siendo importante, pero p ara enton­ ces el fabricante de guarache ni siquiera podía aspirar a ser aceptado como miembro de la burguesía. Las cosas cam bia­ ron en los últimos años. Los síntom as de la crisis volvieron a hacer rentable la producción m asiva de guarache. Las deva­ luaciones, el ab aratam iento del costo de la fuerza de trabajo, y la posibilidad de fabricar a través de la m aquila atrajeron otra vez a capitales im portantes en busca de áreas de inver­ sión menos riesgosas. Actualmente Sahuayo produce m ás de 2 millones de pares de guarache, con valor de producción cercano a los 4 mil millones de pesos. Se estima que uno de cada cuatro de los 60 mil habitantes vive de esta actividad. En 1986 los fabricantes de guarache se embolsaron cerca de 1 500 millones de pesos, con lo cual el hecho de ser o no de la burguesía se convirtió en algo meramente académico.3 La porciculturización —o empuercamiento— de la zona de La Piedad d ata de hace varios lustros. Conforma todo un sistema agroindustrial que va desde la proliferación del sor­ go para engorda h a s ta las em pacadoras de carnes frías, pasando por fábricas de alimento balanceado y, por supues­ to, por las granjas de engorda. Sin embargo, los impactos de la crisis im pulsaron un tipo de crecimiento, basado en la fragm entación horizontal y en la dispersión espacial de los criaderos. Así, aunque la fase term inal del proceso de engor­ da se realiza en grandes explotaciones de La Piedad, la pro­ ducción de lechón se efectúa en millares de pequeñas granjas disem inadas en todo el Bajío. La zona de Puruándiro, por ejemplo, debe su súbita prosperidad al hecho de haberse convertido en el ombligo de una gran zona abastecedora de lechón para La Piedad. Aunque difícil de estimar la im portancia de la m arih u a­ n a no es menor. Si a los consumidores permite sobrellevar problemas existenciales, p ara los campesinos la m arih u an a h a constituido un escape p ara eludir las penurias de la reali­ dad material. Su cultivo se encuentra sum am ente extendido en Michoacán, gracias a l a abundancia de sierras y la pobre­ za de sus campesinos. La diferencia de cotización entre el maíz y la yerba, hace de ésta un cultivo irrefrenable. Resulta imposible dim ensionar la m agnitud del fenómeno, toda vez que no está contemplado en las estadísticas de los distritos de temporal o de riego. Sin embargo, zonas de la costa, de tierra caliente, de la Sierra Madre y de los Altos de Jalm ich cifran su existencia en esta fuente de ingresos. Las devaluaciones de los años ochentas, expresión cen­ tral de la crisis, hizo de los campesinos el principal producto de exportación en Michoacán. Em igrar h a sido una alternati­ v a recurrente en la región desde hace décadas. Durante años Michoacán h a disputado a Zacatecas el cuestionable honor de ser el principal expulsor de fuerza de trabajo del país. En los últimos años, la cotización del dólar la h a convertido en u na actividad endémica. Muchos pueblos del norte michoacano están habitados por mujeres y niños. Comunidades completas dependen de los envíos de dólares. En amplias zonas de la entidad prácticamente cada familia tiene o ha tenido un miembro con experiencia migrante. Pero la m igra­ ción no es únicamente una salida a la falta de alternativas locales; su impacto es más trascendente. La mayor parte de los que emigran regresan. Traen nuevas experiencias y acti­ tudes, pero sobre todo traen ahorros. Se tra ta de pequeños capitales que permiten abrir un negocio, construir una casa, comprar tierra o mejorar la explotación rural. Sin esta conti­ nua capitalización la vida cam pirana del occidente de Méxi­ co tendría otro rostro. En algunos pueblos este tipo de inversiones h a secunda­ do u n a tendencia característica de los periodos de crisis: la proliferación de la pequeña industria. Si bien ciudades del Occidente como G uadalajara, León o Sahuayo son sedes tradicionales de verdaderas redes de talleres pequeños y do­ miciliares, en los últimos años además de haberse intensifi­ cado el fenómeno, h a adquirido nuevas direcciones. Entre otras cosas, se h a ruralizado. El trabajo domiciliar y la ato­ mización de la producción parecen responder mejor a las con­ diciones por las que atraviesan algunas ram as industriales (Carlos Alba, 1985; Patricia Arias y Jorge Durand, 1985). Su impacto en zonas rurales del Occidente de México recién comienza a ser abordado por investigadores, pero de entrada todo parece indicar que el fenómeno es masivo en algunas regiones. Originalmente se inició como extensión de los talleres urbanos p ara aprovechar, a través del trabajo domiciliar, la m ano de obra fem enina de pueblos cercanos a G uadalajara, León o Moroleón. En los últimos cinco años, sin embargo, se h a desgajado gran número de talleres pequeños y medianos plenamente establecidos en comunidades cada vez m ás dis­ tantes de los centros de comercialización. Por lo general fabrican ropa, pero más recientemente se h an extendido a todo tipo de productos que requieran alta proporción de tr a ­ bajo m anual: balones, cham arras, cinturones, adornos navi­ deños, arreglos florales p ara novia, dulces, artefactos metáli­ cos, etc. (Patricia A rias,v1986). La explicación de esta rápida proliferación reside en las obvias ventajas que ofrece este tipo de industrialización. P ara el capital ofrece la posibilidad de disponer de una mano de obra dócil y barata, que no re­ quiere prestaciones y g an a por debajo del salario mínimo. (Patricia Arias, op. cit.). A las mujeres les permite ingresar al mercado de trabajo sin salir del pueblo ni abandonar sus responsabilidades domésticas. De esta forma, los campesinos van sorteando la crisis echando m ano de lo que la crisis les da. Ocupando los resqui­ cios posibles e imposibles para generar un ingreso que segu­ ram ente no será registrado en el Producto Nacional. El pre­ supuesto de una fam ilia rural del noroeste michoacano puede integrarse, por ejemplo, por los ingresos sumados de dos o tres hijas que laboran en el taller, de una madre que cose m aquila domiciliar, de los envíos de un padre o un hijo que levanta fresa en el valle de Zamora, o envía dólares desde California, y por la exigua cosecha que alcancen a levantar en el jacal. En otras zonas la m arihuana, la cría delechones, el corte de madera, o la fabricación domiciliar de artesanía, sustituirán al taller como fuente de ingresos. Lo invariable es la tosudez de una población que se resiste a que se la lleve el carajo. Conclusiones Resumiendo, los efectos de la crisis en la región son podero­ sos pero ambiguos. En general, coincide con un rápido creci­ miento agrícola, sobre pautas más plenamente capitalistas. Ello significa que, a diferencia de otras zonas del país, la crisis no se tradujera en recesión o estancamiento generaliza­ do de las variables económicas. Lo que sí provocó fue el incremento de los efectos “perversos” de un modelo de creci­ miento distorsionado e injusto. En las zonas atrasad as la crisis llegó aún antes de que la noción estuviese de moda a nivel nacional. La agricultura de temporal comenzó a ser inviable prácticamente desde hace dos décadas. Quizá por ello los campesinos h an sido el sector con mayor capacidad de respuesta frente a la crisis de los años ochenta. A estas alturas son expertos en sobreviven­ cia. Su estrategia combina una multitud de roles productivos, urbanos y rurales, y la recuperación de las redes domésticas como sustento de la curricula individual. Con lo anterior no pretendemos sostener que la crisis ha beneficiado al campesinado de la región —si es que se le puede llam ar campesinado. Simplemente intentam os expli­ car por qué sigue vivo y coleando un sector social que, de atenernos a la lectura de la producción formal y las estadísti­ cas oficiales, hace tiempo estaría difunto. Por lo demás, todas estas estrategias no sólo explican la reproducción de este sector. También permiten entender la pujanza de una serie de centros urbanos que viven del comercio y de los ingresos de su entorno rural. Plazas como Zamora o Sahuayo, por ejem­ plo, son am pliamente conocidas por su enorme captación de dólares en comercio al menudeo. La existencia de una fuerza de trabajo con esta enorme capacidad p ara reproducirse en condiciones adversas, expli­ ca también la buena salud de la inversión productiva en algunos giros. Por ejemplo en la agricultura comercial o la industria m ediana y pequeña de transformación. Sin em bar­ go, la crisis poco a poco ha comenzado a alcanzar a los sectores punta de la economía michoacana. Como hemos visto, la naturaleza comercial de estos sectores volcados al mercado externo, los h a hecho sum a­ mente vulnerables a las recientes fluctuaciones del comercio internacional. Como quiera, es difícil predecir la evolución de la crisis en la economía michoacana, toda vez que se frag­ m enta en una serie de regiones productivas cada una articu­ lada a un segmento distinto del mercado nacional o in tern a­ cional. Puede suponerse que al corto plazo aum entara la frecuencia de las crisis periódicas de algunos cultivos de exportación. Pero la experiencia h a demostrado que a tales crisis suele suceder la emergencia de un nuevo cultivo o la apertura de otros mercados. En toda esta coyuntura el papel del gobierno estatal es casi marginal. La m ayor parte del gasto público se canaliza al pago de salarios a la burocracia; en tal sentido su principal aporte deviene del impacto indirecto que esta derram a propi­ cia en la circulación. El régimen cardenista de los últimos seis años dobló el número de empleados públicos e incremen­ tó extraordinariam ente su sueldo y prestaciones (Excélsior, 4 de febrero, 1987). El resultado fue un déficit creciente en las finanzas públicas y la disminución relativa de las partidas de inversión. En 1986 la deuda pública rebasó el 50% del presupuesto anual de la tesorería del estado.4 Sin embargo, la política económica cardenista tuvo un im portante acierto. Contra la acostum brada rigidez de la perspectiva oficial, los funcionarios de esta adm inistración percibieron muy rápidam ente la im portancia de las activida­ des informales como paliativo a la crisis. En consecuencia en los últimos años se promovieron una serie de instancias de apoyo efectivo a la pequeña industria, a la producción de artesanías y mueble, a los proyectos comunales (Gobierno de Michoacán, 1986). Por lo general el impacto de estas iniciati­ vas h a sido escaso, tanto por limitaciones presupuéstales como por los vicios de un sistema económico que les es adver­ so. No obstante el mero reconocimiento a la im portancia de este tipo de actividades y la formación de instituciones desti­ n adas a fomentarlas, es un interesante precedente. La actual adm inistración (1986-1992) no h a decidido una política defi­ nida con respecto a este sector. Al parecer está más inclinada a la promoción económica sobre líneas más tradicionales: parque industrial, apoyo a las asociaciones de productores, formación de polos de crecimiento. El caso de Michoacán es pues sólo una versión de las diversas modalidades con que la sociedad mexicana respon­ de a la crisis a todo lo largo del territorio nacional. Conocer y estar en posibilidades de afrontar el problema implica cono­ cer ese submundo de posibilidades y estrategias. El acerca­ miento al estudio de la crisis por parte de antropólogos y sociólogos, además de economistas, seguramente descubrirá toda una selva de imaginación, recursos y potencialidades. Sacar del closet la diversidad de experiencias que se realizan en el anonim ato desde Baja California a Yucatán, es quizá nuestra única alternativa al Fondo Monetario Internacio­ nal. NOTAS 1. 3. 4. El presente trabajo ha sido realizado a partir de una revisión minuciosa de la prensa local de los últimos años, de una serie de entrevistas a nota­ bles locales, de un montón de estadísticas oficiales, publicadas e inédi­ tas, y sobre todo, de la investigación participante, contra nuestra vo­ luntad, de eso que llamamos crisis. Esta sección se basa en un trabajo ya publicado sobre la trasnacionalización del agro michoacano (Zepeda, 1984). Para efectos de esta presen­ tación la hemos actualizado y puesto en interlocución con el fenómeno de la crisis. Datos preliminares de una investigación conducida por José Luis Do­ mínguez. La deuda pública reportada por la Tesorería es mínima, pero no incluye los préstamos contraídos por una serie de organismos paraestatales fundados por el gobierno estatal. En estricto rigor, el gobierno es el deu­ dor de dichos créditos (Romero Ortega, 1986). 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