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figura de un amigo o amiga, o de una hermana
o prima mayor. Esto quizá hable de la falta de
comunicación con abuelos y abuelas, y el hecho de
que los padres no “tienen” tiempo para compartir
y perpetuar estas tradiciones. Soy consciente que
a través de los jardines preescolares se trabaja
duro para incluir poesías y canciones en el repertorio de los niños, yo misma he aprendido muchas
canciones de mi hijo mayor. Sin embargo, es
notorio que al pasar los niños a la escuela, si bien
se siguen enseñando canciones tradicionales,
prevalecen las canciones que difunden la radio y
la televisión, en su mayoría de autores extranjeros. Son éstas las canciones que cantan en sus horas de recreo, en los cumpleaños, etc. Parecería
que el único cantautor nacional que es disfrutado
en este ámbito es Ruben Rada. A pesar de que
existen otros, parecería que son considerados
“de chiquitos”.
segundo y tercer grado y vi que aparecen tanto
la literatura autoral como la tradición oral. Esto
es importante ya que un espacio para la literatura oral, permitirá al niño, entre otros aspectos:
promocionar la lectura y la escritura, relacionarse con la lengua de manera creativa y pasarla
muy pero muy bien.
Paula Cadenas
Coordinadora del Área Digital del Banco del
Libro, investigadora especializada en nuevas
tecnologías, cultura escrita y crítica literaria.
Imparte cursos en la Escuela de Letras de
la Universidad Central de Venezuela como
profesora invitada.
Gerencia de
Información
Documentación y
Estudio
Gerente
Brenda Bellorín
Jefa de la
unidad de investigación
Maité Dautant
Edición
Clementina Pifano
Diseño
Ana Palmero
Diagramación
Analiesse Ibarra
Impresión
Arte Tip
San Juan, Argentina
Reflexión crítica
de Monasterio Anamaría sábado, 15 de octubre de 2005, 20:37
Sin duda la tradición oral, a través de nanas,
retahílas, canciones, trabalenguas y adivinanzas, entre otros, es un acercamiento del niño a la
literatura. Estas manifestaciones son voces que
evocan y tratan de recuperar un bagaje cultural tradicional. Así mantener la tradición oral
es una manera de no perder la memoria de un
pueblo. A partir del trabajo propuesto consulté
con maestras de nivel inicial y de los tres primeros
años del nivel primario cómo abordan la tradición
oral en las aulas. Ellas afirmaron que trabajan
la tradición oral, incluyendo además del repertorio dado en el curso, colmos, tantanes, apodos
y chistes. Además me facilitaron los contenidos
curriculares y en el eje DISCURSO LITERARIO
aparece “Literatura oral: Escucha, recopilación,
memorización y reproducción oral de textos de
la literatura oral: juegos con el lenguaje, chistes,
disparates, coplas, retahílas, refranes, cuentos de
nunca acabar, canciones, rondas, etc.” También
visité librerías donde tuve acceso a distintas y
últimas propuestas editoriales para primero,
Depósito Legal
pp 200003CS203
ISSN
1317-3146
©2005, Banco del Libro
Av. Luis Roche, Altamira
Sur
Caracas, Venezuela
Teléfono : 265-3990 / 2673785
Fax: 266-3621
e-mail:centrodeestudios@
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www.bancodellibro.org.ve
Tinta indeleble para
palabras al viento
La escritura: ese acto de desnudez • Norma González
Una extranjera entre islas y palabras • Irene Savino
La Palabra hablada y la palabra escrita • Ellen Waungana
¿Qué hay de la oralidad en el siglo XXI? • Paula Cadenas
Editorial
En esta entrega, ofrecemos
cuatro visiones de lo que
significa fijar en la escritura el complejo sentido
cultural de la oralidad.
Este conjunto de textos nos
lleva a reflexionar acerca
de la importancia de la
musicalidad y la inmediatez del intercambio oral en
un mundo donde la información escrita ha cobrado
una supremacía innegable.
El atributo rítmico que
nace de las palabras en
el viento es una fuente
infinita de significados
y exige, a la hora de su
registro escrito o gráfico,
una aguda mirada capaz
de traducir la profundidad de ese sentido que
nace de lo efímero. Hemos
puesto la lupa sobre cuatro experiencias de esa
transformación que lleva
el habla a nuevos soportes:
Norma González Viloria,
Enla c es
con la
c rítica
en una magistral crónica
de su trabajo de campo,
nos narra lo que fue la
aventura de “despojarse
de los conocimientos”, en
su artículo: La escritura:
ese acto de desnudez;
mientras que la ilustradora Irene Savino, en su
artículo: Una extranjera
entre islas y palabras, nos
ofrece su experiencia de
percepción visual en un
viaje sensorial para “traducir palabras al idioma
de las imágenes”.
El tercer artículo, La
palabra hablada y la
palabra escrita, recoge
la extraordinaria
número
11 enero-mayo, 2005
experiencia en Zimbabwe
de Ellen Waungana. Y por
último, Paula Cadenas nos
presenta algunos testimonios de lo que ha sido el
intercambio "oral" en el aula
virtual del Curso en línea de
promotores de lectura que
ofrece el Banco del Libro.
Esperamos, con esto, que
el lector pueda saborear un
panorama crítico de lo que,
al decir de Carlos Pacheco
en su libro La comarca
oral, significa “preservar
la estructura narrativa y el
estilo peculiar de la fuente
oral popular”.
Clementina Pifano A.
E ditor a
La escritura:
ese acto de desnudez
Por No r m a G o n z á l e z V i l o r i a
U n día, hace mucho tiempo, me acerqué al
Instituto Interamericano de Etnomusicología y
Folklore. Ofrecían unos cursos para estudiar
folklore. Yo tenía una enorme curiosidad por
esa materia, por mis padres sabía que existían
unas costumbres distintas a las que se practicaban en la ciudad. Estaba recién graduada de
profesora de literatura y el encuentro con los
juglares, incluso con los aedas y rapsodas y la
existencia de una literatura oral, habían sido de
las cosas más interesantes que me habían pasado durante mi carrera, entonces fui al INIDEF
y allí comenzó todo.
Primero como estudiante y luego como profesora e investigadora me entregué de lleno a una
pasión que me consumió durante casi veinte
años: la investigación de la tradición oral, del
folklore y luego de la cultura popular. Fui
“diletante”. El placer y la satisfacción estaban
en el trabajo de campo en el que algunas veces
fui participante, otras, las más, observadora.
Los caminos de Venezuela primero y luego de
América Latina se abrieron ante mis ojos y mis
pies. Caminé por ellos. Me interné por sus veredas y miré lo que hacía la gente. Aprendí. Sobre
lo que hacían, pregunté. Luego indagué porqué
lo hacían. Y de nuevo estuve en otros caminos,
esta vez inversos, averiguando los orígenes, de
dónde venían esas costumbres. Fueron viajes
maravillosos. Páginas y páginas de lecturas.
2
Otras veces compartí sendas, sin huellas. Me
planteaba qué iba a pasar, cómo preservar,
divulgar, cómo evitar el olvido, el desuso.
Entonces valoré el registro de la observación,
llevar un diario de viaje y la transcripción del
corpus grabado. La escritura: ese acto de desnudez, de despojarse de lo propio, de lo íntimo,
de tus pensamientos, para que los demás comprendan, interpreten, transformen, manoseen.
Es tu mirada de la realidad, representada en
esos textos y aún cuando te propongas ser neutro, imparcial, objetivo, es tu mirada, no la
de otro, y eso ya implicaba una contradicción.
Pero, eso es la vida. He aquí un lugar común:
la vida está llena de contradicciones. Y debemos
asumirlas honestamente, con un mínimo de dignidad.
Entre las primeras enseñanzas para lograr un
trabajo de campo serio y responsable estuvo
siempre la de no intervenir, no expresar
juicios de valores que pudiesen alterar la
manifestación cultural que estábamos
estudiando en ese momento. Esto
fue al principio, cuando hacíamos
“relevamientos panorámicos”. Es
decir, cuando delimitábamos un
espacio geográfico determinado y reseñábamos
lo que había allí, con una buena descripción de
cada uno de los elementos constitutivos de las
manifestaciones encontradas.
El espacio y el tiempo podían ser largos: una vez
hice un viaje de trabajo de campo como parte de un
programa de recolección de folklore y etnomúsica
en América Latina, en el que durante tres meses
abarcamos dos provincias de Bolivia (Chuquisaca
y Tarija); pero los viajes también podían ser más
reducidos: Sanare, en el estado Lara (sólo una
semana). Pero como siempre, cuando se
trata de las cosas del hombre, la
relatividad de las afirmaciones se
hace patente: en Bolivia éramos
un equipo de tres investigadores,
en Sanare, diez.
En estos viajes lo apasionante
comenzaba desde su preparación. Al igual que los griegos
creíamos firmemente en prepararnos física y mentalmente para las
tareas a cumplir. Subíamos El Ávila y hacíamos largas caminatas para preparar nuestro
cuerpo. Aprendimos primeros auxilios, incluso
a usar suero antiofídico y, personalmente, logré
comprender algo de quechua. A estas actividades sumábamos la investigación documental.
Escuchábamos las grabaciones que Luis Felipe
Ramón y Rivera e Isabel Aretz compartían con
nosotros, suyas o de otros etnomusicólogos.
Leíamos informes de viajes realizados a esos mismos lugares, hacía muchos o pocos años, revisábamos libros escritos por pioneros. Aprendíamos
de las anécdotas que les oíamos. Estábamos
inmersos en una atmósfera, en una escuela.
A esta etapa siguió otra, la de profundizar un
aspecto, un tema en particular. Y una puerta
se abrió, la de la investigación participante,
con todas las interrogantes éticas relativas a la
influencia que podíamos estar dejando en los
otros. Resultó ser una tarea digna de un sufi;
despojarse de los conocimientos aprendidos
anteriormente para acercarse a la manifestación
objeto de la participación. Estar alerta
sin tensión. Alerta ante ti mismo, ante tus conocimientos previos, sin tensión ante los demás porque “para descubrir un mundo nuevo, hay que
saber olvidar el propio mundo, de lo contrario no
se hace más que transportar el mundo con uno
mismo sin que se esté ‘a la escucha’”(A. Hampaté
Ba, 1982).
La experiencia fue intensa, produjo cambios
en mi vida. Durante largo tiempo me quedé en
un lugar, fue mi terruño. Viví, dormí y creí en
Sanare muchos días, muchos.
Y escribía durante ese tiempo. Luchando con el
lápiz porque me percataba que, como dijo una
vez el tradicionalista africano Tierno Bokar,
sabio y maestro musulmán, “la escritura es una
cosa y el saber es otra”. Allí, en esa convivencia
aprendí a respetar al otro. Y de la escritura, en
ese momento, me gustó la posibilidad de sistematizar conocimientos e información. Pero nada
es absoluto. Todo es proceso. Y algo tan sencillo
como una transcripción de “letras”, del texto,
de algunos cantos grabados resultó complicado.
Porque no se trataba de una transcripción fonética sino de una transcripción para ser leída por
muchos, por todos.
La primera versión de la transcripción es textual, literal. Se escribe lo que se dice, lo que se
escucha. Cuando hay palabras o frases completas
que no se entienden o descifran en las primeras “oídas” se suele dejar el espacio en blanco
pensando que en una segunda o tercera vez se
logre escuchar, desentrañar el texto y rellenar el
vacío. Mientras más cerca estás del cultor, cuanto
más dentro estés del hecho cultural y social, más
rápido encontrarás lo que ocupa ese espacio en
blanco. De cualquier forma es una tarea dura,
difícil. Se trata de horas y horas dedicadas a
escuchar, a escribir, a transcribir lo que oyes, a
parar y continuar, a retroceder y volver a oír.
El resultado de esta transcripción debe sufrir un
proceso de “limpieza”. Se sacan las repeticiones,
las muletillas, los silencios. Se revisan los signos
de puntuación, pueden colocarse entre comillas
o en cursiva aquellos vocablos o giros, locales
o propios del informante. Algunos de ellos sin
sentido, otros en el límite, todo por satisfacer la
rima en el caso del verso, o la inventiva del cultor
que crea nuevas palabras para hablarnos de sus
temas favoritos.
3
Busquemos un ejemplo, he aquí unas décimas que
recogimos Luis Zelkowicz y yo, en un trabajo de
campo realizado en Caraballeda, en 1977:
Décimas en poesía
No es soplar ni hacer botellas
Hay que usar para ellas
Ritmo y almalogía.
Son palabras silabarias
que se deben empleal
para así poderles dal
acentuación más sectaria
y no octosilabarias
porque la frase varía
porque hay que darle melodía
a diez palabras o vocal
para poder pronuncial
décimas en poesía.
La décima si no es completa
si no lleva cooldinados
sus cuatro pies bien grabados
con su primera cualteta
observen bien mi receta
y aprovéchense de ella
para cuando entren en querella
no usen paradinoría
polque eso de la poesía
no es soplal ni hacel botellas.
Hay que cogel de la gramática
el velbo de mitología
y tenel oltografía
con muchos saberes prácticos
y el olden de matemáticas
como el diccionario sella
para así dal-le querella
en todos los silabarios
y en el buen vocabulario
que hay que usar para ella.
Cuando vayamos a troval
en un público notorio
palticulalmente en velorio
hay que saber pronuncial
para que puedan alabal
a nuestras poesías
otra cosa: tenel medía
para levantal la voz
así como canto yo
con ritmo y almalogía.
4
Para la lectura o uso escrito desde la voz no del
investigador sino del público en general, esta
glosa deberá reescribirse colocando la ere en el
lugar de esa ele, ya que tal cual aparece es propio
de la zona dialectal a la cual perteneció el poeta
Víctor Liendo, cultor de la décima y asiduo participante en Velorios de Cruz de mayo y de Niño
Jesús en la costa central del país. Deviene así una
segunda versión escrita del texto oral, en la cual
se respetan la estructura de su texto y sus creaciones de vocabulario (velbo de mitología, paradinoría, almalogía, entre otras).
Tal y como mantenemos Luis y yo en unas notas
que publicamos en Folklore Americano, en el
mismo año 1977, independientemente “de que
estos vocablos puedan tener un significado para
el informante son inexistentes dentro del sistema
de signos pues no poseen referente conocido y
podemos asegurar que son creados con el simple
propósito de lograr la perfección fónica”, se trata
pues de una codificación tanto morfo-sintáctica
como semántica.
La situación es más o menos similar cuando estamos trabajando historia oral, como sucedió con la
segunda parte del libro Manuel Piar. El héroe de
múltiples rostros que decidimos, Yolanda Salas y
yo, hacer una antología de testimonios. Fue un trabajo de enormes proporciones, primero la selección
de los textos ya transcritos (teníamos alrededor de
150 horas de grabaciones con nuestros informantes)
y luego la limpieza a la que sometimos dichos textos. Decidimos “tocarlos” lo menos posible. Veamos
un fragmento:
Los auténticos guayaneses, porque se puede
decir que ya en Ciudad Bolívar no hay guayaneses, guayaneses de pura cepa, pues, puede
haber hijos de los que han venido de fuera, que
hayan nacido aquí. Pero de cepa, por ejemplo
como los Afanador, los Siegert, que fueron fundadores de esta ciudad... porque, mi bisabuelo,
el alemán, ese fue médico del Libertador aquí
en Ciudad Bolívar. Siempre estuvieron formando parte de los partidos: ahí hubo un Afanador
que fue el primer Gobernador Constituyente
que tuvo el Estado Bolívar, que tuvo la región
de Guayana.
Las Partidas de Alfonso El sabio
Los guayaneses de pura cepa son unos grandes defensores de Piar. Grandes defensores,
y estamos convencidos que eso no fue sino
intrigas, intrigas de Soublette y Mariño,
que querían... Mariño, me imagino yo que
sería hasta por envidia que metió cizaña,
y Soublette... fíjate que en Los anales de
Guayana, la esposa de Soublette le dice
que cómo es posible que él fuera a firmar el
fusilamiento de Piar, de su primo Manuel
Carlos, porque ellos eran primos: Soublette y
Piar (p. 162).
Obsérvese cómo en las primeras palabras el
informante se refiere a los guayaneses auténticos, los de pura cepa, pero se detienen en una
suerte de amplio paréntesis hasta que en el
siguiente párrafo logra concretar su idea inicial. Suprimir ese primer párrafo nos dejaría
sin el “sabor” del ritmo de la conversación del
entrevistado, ese primer párrafo nos permite
aproximarnos a su oralidad.
Se trata, entonces, de mantener el ritmo de
lo oral escriturado y hacerlo accesible a un
mayor número de personas. Este podría ser el
objetivo de cualquier compilación de literatura
oral: fijar lo más fiel posible nuestro acervo
cultural en un momento dado. Un reto y una
tarea. Pienso en un equipo porque no es trabajo para un solo ser. Multidisciplinario, claro.
Una alianza entre lo privado y lo público.
Una gran convocatoria para especialistas e
investigadores.
Una obra como Las Partidas de Alfonso El
sabio. Un todos para uno y uno para todos,
sin distingo de credos ni de colores, con intérpretes -si fuera necesario- para entendernos
los unos con los otros. Es una senda por hacer.
Norma González Vitoria
Profesora de Literatura Infantil y Juvenil.
Investigadora en el campo de la literatura
de tradición oral y de1 historia oral.
Cuentacuentos. Graduada en el Instituto
Pedagógico de Caracas, como profesora de
Castellano, Literatura y Latín. Folkloróloga,
egresada del Instituto Interamericano de
Etnomusicología y Folklore (INIDEF), con
Maestría en Literatura Latinoamericana
Contemporánea. Se desempeña como profesora
de Literatura Venezolana Y Literatura
Infantil en el Departamento de Castellano
del Pedagógico de Caracas. Fue durante 12
años (1990-2002) Secretaria Ejecutiva de
Fundalectura. Actualmente es Coordinadora
de la Maestría y la Especialización de Lectura y
Escritura del Instituto Pedagógico de Caracas.
5
El Dueño de la Luz
Ilust: Irene Savino
Una extranjera
entre islas y palabras
Por I r e n e
C
“Por los caminos de la fantasía y de las maravillas, por la ruta de la ficción y de las inciertas
neblinas de la leyenda, el relato oral trata de
abrir una ventana en nuestra mente, a través
de la cual nos será posible ver otro universo, un
paisaje de colores cambiantes, poblado de imprevisibles criaturas que salen, extrañas e inquietas, a nuestro encuentro.”
Infancias soñadas y otros ensayos.
Gabriel Janer Manila
Fundación Germán Sánchez Ruiperez, 2002
Citando a Pierre Péju.
La petite fille dans la foret des contes.
Robert Lafont, Paris, 1981
6
s av i n o
uando el ilustrador no es autor de la historia
que ilustra, entra como un extraño en un mundo
ya creado, toma el texto ajeno, sustrato de su
obra, y lo hace suyo traduciéndolo en imágenes.
Es un extranjero en el país de las palabras de
otro. Con su trabajo, al traducir palabras al
idioma de las imágenes, encuentra su espacio.
El texto del libro para niños que va a ilustrar
puede resultarle cercano por experiencias cotidianas desarrolladas en lugares conocidos. O por
ser ficciones que le permiten apelar a sus propias
fantasías. Pero hay casos en los que el ilustrador
tendrá que recrear una historia que tiene origen
en tiempos inmemoriales, ocurrida en un lugar
lejano cuyos protagonistas le son desconocidos.
Una historia antigua que antes de ser texto escrito, ha sido contada por los padres a sus hijos
durante muchas generaciones para narrarles
hechos que explican el origen del mundo.
Los mitos indígenas son la metáfora de una colectividad para representar su visión del mundo,
sobre ella el ilustrador deberá crear otra metáfora visual construyendo un mundo alternativo
cuya apariencia establezca una sintonía con la
metáfora original.
Los mitos, a pesar de estar situados lejos de
nuestra cotidianidad, no sólo en otro tiempo y
en otro espacio sino en otra estructura social y
cultural, permiten que el observador lejano, el
extranjero que trata de entenderlos, se remita a
la esencia de esos mitos, aquella que todos, de
alguna manera, sabemos interpretar. Para ilustrarlos, una garantía de éxito puede estar en
encontrar lo que “nos une” a la otra cultura y
en respetar lo que “nos oculta”. Desde su mirada de extranjero, el ilustrador deberá cuidar de
ser veraz en la recreación. Posiblemente será
un proceso largo y laborioso, en cuya base,
para que se fundamente con solidez, hay que
encontrar la resonancia personal con el texto,
una evocación de algo vivido o conocido. Si
no la tiene, el ilustrador tendrá que buscar la
manera de adquirir esa experiencia.
Hace doce años ilustré El Dueño de la Luz,
un mito warao sobre el origen de ese fenómeno
natural. Inicié mi trabajo buscando información en libros y fotografías del Delta del
Orinoco, manipulando objetos waraos y conversando con especialistas que habían trabajado en la zona. Pronto me di cuenta de que los
materiales de referencia que había acumulado
no me bastaban para encontrar las claves del
tono visual adecuado para el libro.
El Dueño de la Luz
Ilust: Irene Savino
Para mí fue imprescindible viajar al Delta.
Para ilustrar un mito de otra cultura es fundamental investigar sobre ella, cada ilustrador
guiará su “familiarización” con ese otro mundo
de manera diferente. En mi caso particular
buscaba información sobre la apariencia de las
cosas: cómo es la vegetación, cómo es un palafito o una curiara. Toda esa información visual
me fue muy útil para realizar los dibujos finales. Pero sólo la experiencia directa de estar
en el lugar donde transcurría la historia me
permitió encontrar el registro adecuado donde
desarrollar mis imágenes. Sin navegar durante
horas por los caños, no hubiese podido pintar
el agua. Sentir su fluidez. Ver cómo se colorea
con todo lo que refleja, donde plantas, islas y
nubes tienen su imagen análoga invertida.
7
El cielo estaba sobre mi cabeza y también abajo,
en el agua que surcaba la embarcación. Y fue allí
donde identifiqué el patrón visual de sus ondas
que finalmente derivó en la forma gráfica característica del libro que ilustré. Empapándome con
cada chaparrón que se alterna en cuestión de
minutos con el sol radiante construí mi versión
de ese entorno acuático, que es el escenario de la
cultura de los waraos.
El dueño de la luz se inicia en una noche eterna, en un tiempo donde no hay día ni noche. La
oscura noche del Delta me permitió ver la gama
de grises y sus contrastes definiendo el paisaje
nocturno. Negro intenso en las siluetas de las
islas, el gris oscuro en el agua y gris medio en el
cielo. Esa gradación tonal, trasladada al color,
pasó a mis ilustraciones.
No tengo ninguna formación en disciplinas que
estudian las diferentes culturas y los procesos de
intercambio entre unas y otras. Como ilustradora, mi relación con la cultura warao se basó en
buscar la forma de representar visualmente uno
de sus mitos.
8
En el Delta, además de experimentar la singularidad del paisaje, pude confrontar una manera
de vivir muy diferente a la mía. Creo que esto
influyó en el resultado final del libro aunque
no podría decir de qué manera. Pasé algunos
días en el caño Waranoko, donde viven varias
familias warao. Al igual que en la historia que
estaba ilustrando, en sus palafitos no existen
objetos que para nosotros son tan comunes como
las sillas, mesas o camas. No los necesitan ya que
tienen en el chinchorro un único y polifacético
mobiliario que les sirve para sentarse, cocinar,
comer, dormir y que finalmente, los amortaja al
morir. No hay armarios, para guardar sus enseres. Tejen cestas iguales al mapire de la muchacha del mito de EL Dueño de la Luz. Tampoco
tienen luz eléctrica para alumbrarse de noche
–ahora no es necesario que el padre mande a la
hija a buscarla donde el joven dueño de la luz–.
Al hacerse de noche, desde mi chinchorro podía
ver la imagen fantasmal de los hombres warao
desplazándose por los palafitos con luces sobre
las cabezas.
El Dueño de la Luz
Ilust: Irene Savino
Como mineros llevaban cascos con linternas,
adquiridos en algún mercado de Tucupita tras
vender sus artesanías. En una radio a pilas
del palafito vecino al mío sonaba una música. Eran Simon y Garfunkel con su canción
“Bridge Over Troubled Waters” que paradójicamente sentí familiar.
La interpretación del ilustrador, fruto de
muchas decisiones conscientes y de otras que
no lo son tanto, amplía la forma de imaginar el
mundo del mito al que están referidas. Junto
al escritor recopilador del mito y al equipo de
la editorial (el editor a cargo y el director de
arte) el ilustrador aporta su trabajo creativo
y contribuye a contar a los niños una historia
que ha sobrevivido de boca en boca durante
muchos años y que ahora toma el formato de
libro. Esa es una perspectiva que no puede
perderse en el proceso de elaboración de las
imágenes.
Irene Savino
Estudió Diseño Gráfico en el Instituto de
Diseño Neumann. Posteriormente, realizó una
Maestría en Ilustración en Parson’s School of
Design de New York. Trabajó como diseñadora
en el Estudio Pinaud-Savino. A partir de 1985,
es Directora de Arte de Ediciones Ekaré. Fue
profesora de Color e ilustración en el Instituto
de Diseño Neumann y profesora de Ilustración
en la Asociación Prodiseño. Sus ilustraciones
para El Dueño de la Luz obtuvieron mención
en el Concurso Noma de Ilustración en 1996;
el Premio al Mejor Libro Infantil del Año
de Fundalibro, Caracas y el mismo libro fue
seleccionado entre “Los Mejores libros para
niños 1996” del Banco del Libro. Actualmente,
reside en Barcelona, España y es profesora
del Master en Libros y literatura para niños y
jóvenes que imparte la Universidad Autónoma
de Barcelona en conjunto con el Banco del Libro
de Venezuela.
9
La palabra hablada
y la palabra escrita
Por E l l e n W a u n g a n a
H ace muchos años, antes de que existiera ninguna
industria editorial, los mismos relatos eran contados
una y otra vez por narradores que jugaban un
papel importante en la comunidad. Tomándolas de
la vida misma, el narrador tejía las verdades de la
civilización y armaba con ellas un todo que tenía
significado y sentido.
A lo largo de los siglos, los hombres han compartido
sus experiencias y sus sentimientos mediante la
palabra hablada, a medida que a cada generación
se le contaban las hazañas de sus antepasados.
A los hijos de Israel, en su viaje hacia la tierra
prometida, Canaan les narraba las historias que
había escuchado durante sus viajes. Muchas de las
hazañas eran contadas como relatos y canciones,
para entretener e informar. Estas historias
se mantuvieron vivas en la tradición oral y,
eventualmente, en otros países fueron puestas
por escrito.
Todavía hoy encontramos en todos los continentes
personas aficionadas a narrar cuentos. He
escuchado decir que en África Occidental hay un
narrador que lleva un sombrero de paja. Es un
sombrero de paja de maíz de Guinea y de su ala
cuelgan muchas miniaturas talladas en madera y
en marfil. Entre ellas cuelgan también pedacitos
de piel, de plumas, un diente de leopardo. Cuando
alguno quiere que le narren un cuento, escoge uno
de los objetos, y el narrador empieza entonces con el
relato que el objeto representa. Este narrador lleva
los relatos en su cabeza y la tabla de contenidos en
su sombrero.
10
Aunque estos cuentos responden a las creencias
y costumbres de una determinada nación o
cultura, bajo ellos subyace la semilla de la
verdad, un pedacito de filosofía que trasciende
fronteras nacionales. De país a país, algunos
relatos, ya sean de tiempos históricos o de
tiempos contemporáneos, contienen elementos
similares y están cargados de un atractivo que
los hace universales.
En cada idioma, en cada lugar del mundo,
el cuento es la gramática fundamental de
todo pensamiento y de toda comunicación.
Cuando nos contamos a nosotros mismos qué
sucedió, a quién, cuándo y por qué, no sólo nos
descubrimos a nosotros mismos y al mundo,
sino que también nos transformamos y nos
recreamos a nosotros mismos y al mundo.
Todas las culturas, en un momento o en otro,
fueron culturas en donde el libro y la letra
estaban ausentes. Y sin embargo, en el mundo
de hoy, las naciones pueden ser diferenciadas
unas de otras por la comparación de los
porcentajes de población alfabetizada y de uso
de los libros y la lectura.
Un análisis más profundo de la población
alfabetizada muestra hasta qué punto una
sociedad y una cultura pueden o no estar
basadas en el libro y la lectura.
Hasta donde yo sé, los países desarrollados
(como son llamados comúnmente) como Gran
Bretaña, Estados Unidos y Rusia pueden ser
clasificados como países con culturas basadas
en el libro.
En cuanto a los así llamados países en
desarrollo y muchos de los llamados países
del Tercer Mundo, puede decirse que tienen
culturas en donde los libros tienen poca
o ninguna relevancia. En estas culturas
las personas llevan las tradiciones en
sus vidas cotidianas, sin prestar mucha
atención a los libros, y la educación depende
fundamentalmente de actividades y sistemas que
no consideran conscientemente la contribución
de los libros.
11
Literatura oral, educación y lectura
Las sociedades tradicionales tienen sus propias
maneras de criar a los niños y de prepararlos
para asumir ciertos roles en la vida. La
educación de los niños se da en la vida diaria
a través de los padres, los familiares y la
comunidad. Esto se logra mediante cuentos,
relatos folklóricos, y otras formas de la
literatura oral en un proceso educativo continuo
que combina el conocimiento tradicional y las
demostraciones prácticas. Todos estos procesos
que tienen lugar en las sociedades tradicionales,
también se dan en las sociedades modernas.
Pero las sociedades modernas utilizan mucho
la palabra escrita, además de la literatura oral.
De hecho, algunas culturas se apoyan tanto en
los libros que el rico arte de la literatura oral ha
caído en el olvido en los últimos años.
Antes de hablar de la importancia de la tradición
oral en relación con la lectura, es importante
discutir acerca de lo que es la lectura y de su
importancia en la enseñanza y el aprendizaje.
La lectura se identifica con muchas cosas, como
la alfabetización, el lenguaje y las artes del
lenguaje.
Algunas personas consideran a la lectura como
una tarea de orden fundamentalmente visual,
y el estudio de su desarrollo se basa en equipos
para registrar los movimientos oculares y para
aumentar la velocidad de lectura expandiendo
la capacidad ocular de abarcar símbolos
impresos. Otras personas ven la lectura como
un problema de pronunciación adecuada y
enfatizan la instrucción fonética o modifican la
ortografía para asegurar una mayor precisión en
las relaciones entre signos y sonidos. Pocos ven
la lectura como un proceso complejo que integra
todos los aspectos de la conducta humana.
Pocos se dan cuenta de que sólo una instrucción
variada y continua puede garantizar una lectura
precisa y eficiente.
12
La capacidad de apreciar y ponderar lo que
se lee, y de relacionar lo que se lee de una
manera significativa, es la llave hacia una
rica experiencia que vincula a las personas
de una forma que no está limitada por
la distancia y el tiempo. Ruth Strang ha
dicho: “La lectura ofrece una experiencia
a través de la cual el individuo puede
ampliar sus horizontes, identificar,
extender e intensificar sus intereses,
y obtener una mayor comprensión
de sí mismo, de los demás hombres,
y de su mundo”.
Una experiencia en Zimbabwe
Entendiendo a la lectura desde esta
perspectiva es que desde hace unos
años, junto a otras personas, he estado
promoviendo un movimiento en mi país,
para el desarrollo de una cultura basada
en el libro, como una estrategia para el
mejoramiento de la calidad de la vida de todas
las personas. Sin embargo, también estoy
extremadamente consciente del importante papel
que la tradición oral juega en el mejoramiento
de la calidad de la vida. En otras palabras,
en mi trabajo quisiera enfatizar la relación
complementaria que existe entre la tradición
oral y la lectura.
Aunque la transición de la literatura oral
popular hacia la alfabetización y la lectura ha
tenido y todavía está teniendo lugar en muchos
países, el uso de la tradición oral como medio
para ofrecer una educación para la vida no
debería ser subestimado. La tradición oral
puede combinarse exitosamente con la lectura y
la palabra escrita y esto puede lograrse a través
del establecimiento de grupos de narración oral
y de bibliotecas caseras.
Recientemente, en una publicación especializada
estadounidense apareció un artículo acerca del
antiguo arte de la narración de cuentos.
Se decía allí: “Hubo un tiempo cuando
casi todos los pequeños pueblos del
país tenían al menos dos o tres
venerables ciudadanos que
se deleitaban en narrar los
relatos folklóricos que habían
circulado en sus localidades
por generaciones. Algunos
de estos narradores eran
intérpretes consumados, y
las historias que contaban
eran parte verdadera de
la cultura nacional. Como
tantas otras tradiciones
rurales, este rico arte
de la narración ha caído
últimamente en el olvido.
Pero no todo está perdido.
En 1973, un puñado de
narradores se reunió en el
pueblo sureño de Jonesbore,
Tennessee,
para entretenerse unos a
otros y a un pequeño público…
nació así un grupo llamado
Asociación Nacional para la
Preservación y Perpetuación de la
narración de Cuentos”.
Me pareció muy interesante esta noticia, ya que
en 1979, inicié el establecimiento de grupos de
narración de cuentos y de bibliotecas caseras en
mi vecindario, en Zimbabwe, para promocionar
aspectos tales como la transmisión de la cultura, el estímulo a la lectura como placer y como
medio de información, la transmisión de la historia de una generación a otra y, en general, el
proporcionar una educación para la vida. Estos
grupos están destinados fundamentalmente a niños entre tres y trece años. El modelo típico de
un grupo de narración oral y biblioteca casera
de cualquier vecindario consiste en un grupo de
niños y algunos adultos, que se reúnen una vez
a la semana y a veces más, dependiendo de lo
que convenga a la mayoría del grupo. Se reúnen
en cualquier parte: una habitación, bajo un
árbol, a pleno sol, donde sea.
Es esencial que exista un líder del grupo que sea
responsable de su funcionamiento, del préstamo de libros y otras cosas. Las abuelas y otras
personas ricas en tradición oral son estimuladas
a incorporarse al grupo para enriquecer las
actividades a través de la narración oral y otras
costumbres de la tradición.
Estoy segura de que la tradición oral y la
lectura pueden ser promovidas conjuntamente
con éxito para la transmisión de la cultura y de
la historia, tanto en las culturas basadas en el
libro como en las culturas no basadas en el libro. Una manera de hacer esto es estableciendo
grupos de narración oral y bibliotecas caseras
en las comunidades. Hacerlo, sería también
establecer una base sólida para una educación
para la vida. Y esto es todo lo que queremos ¿no
es así?
Ellen Waungana
Coordinadora del Proyecto Kudyara Mbeu
Yedzidzo, desarrollado en Zimbabwe. El
proyecto contempla la instalación de bibliotecas
caseras en varias comunidades en donde se
llevan a cabo actividades regulares de lectura y
de narración de cuentos. Este artículo, resume
la ponencia que Ellen Waungana presentó en
la Conferencia General de IFLA celebrada en
Nairobi en 1984.
13
¿Qué hay de la oralidad
en el siglo XXI?
Por Paula C adenas
E
ntre las muchas curiosidades de
esta era digital está su carácter ambiguo,
permanente fugitivo de clasificaciones.
Se dice que los jóvenes se aíslan
frente al computador, pero el
número de ‘centros de comunicación’ va en aumento, mientras que allí se reúnen a jugar
en equipo, con pleno espíritu de
cooperación; se dice que se está
generando una nueva forma de analfabetismo, sin embargo, parece nacer una curiosa
fusión entre escritura y oralidad; se dice que
cada vez leemos menos,
pero Internet se abre como un inmenso
océano textual.
En el Banco del Libro hemos disfrutado de la
abismal experiencia de la educación a distancia:
el Curso en línea de formación de promotores
de lectura, donde se reflexiona sobre la lectura leyendo y escribiendo. Durante el Curso en
línea, se solicitan trabajos de campo, el alumno
sale a explorar su realidad y trae a este espacio
virtual los hallazgos. Y en una de las tareas de
la “Unidad cuatro”, por ejemplo, debía recopilar muestras de géneros orales que se manifestaran en su entorno. Luego los resultados componen una valiosa antología de distintas partes del
mundo. Cada uno debe leer todos los trabajos,
y cada quien escribe en el “Foro” sus reflexiones críticas posteriores al trabajo de campo.
14
Profesores y alumnos se
encuentran a destiempo a partir de mensajes dejados allí. En estas aulas,
nadie puede permanecer callado; pues
el carácter oral del intercambio intenta
ser alivio a la ausencia.
Aquí les extendemos entonces, fragmentos de
esta especie de conversación diacrónica que es
el Foro…
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Reflexión crítica sobre
el trabajo de campo:
Manifestaciones de la Tradición Oral.
Géneros presentes en el entorno »
Ciudad Juárez, México
Migración y tradición oral
de Ortiz Gerardo - domingo, 16
de octubre de 2005, 23:18
Al elaborar al trabajo me encontré con detalles
interesantes dado que recurrí principalmente a
mi entorno familiar, que por cierto es bastante
grande, por ejemplo en el caso de la familia de
mi esposa, las narraciones encontradas son más
bien cultas y con cierto laicismo, ellos provienen
de una familia donde hubo presencia de maestros y además el origen cercano está en el estado
de Durango, en el norte del país donde el nivel
de religiosidad no es muy alto; por otro lado,
en mi núcleo familiar las aportaciones fueron
principalmente narraciones vinculadas con un
contexto religioso muy concreto, existen
oraciones ligadas con la infancia
y con la vida
cotidiana, es curioso como se constata
que los fenómenos geográfico culturales son determinantes
en las historias que se van generando.
Un aspecto común fue el goce de contar, el gusto
de darse cuenta de que historias que aparentemente corresponden a un ámbito privado son
motivo de un registro para un estudio determinado, algunos no conciben que esas historias
que nos fueron contadas de pequeños y vemos
como algo natural, sean parte de eso que
llamamos cultura.
El migrante que tiene ya 20 o 30 años en nuestra
ciudad, se resiste a dejar sus costumbres y sus
historias y hace constante referencia a lo vivido
en su pueblo de origen, como que cuesta trabajo
desprenderse de su origen de pueblo, de rancho.
Me parece interesante la posibilidad de registrar
la forma en que una persona conserva determinada historia después de vivir en un sitio que
aparentemente no es su hogar. Considero que
lo que dice y cuenta el migrante tiene derecho
a ser registrado y valorado, aún considerando
la posibilidad de relatos, por decirlo así, híbridos en el sentido de resultar de una mezcla de
ciudad y de pueblo, mezcla de regresar al hogar
de origen y el nuevo hogar, la nueva casa que les
ha abierto las puertas.
Queda todavía pendiente la configuración de
esta historia oral de la frontera, de quienes
se fueron, de los que se quedan, de los que no
pudieron cruzar al otro país, de los que no tuvieron acceso al primer mundo. La historia oral
de la frontera México-Estados Unidos, es una
historia por contarse, y hay quienes queremos
estar ahí para colaborar a contarla o bien para
escucharla con atención.
Melo, Uruguay
Reflexión crítica
de Brown Virginia - viernes, 14
de octubre de 2005, 14:31
La tradición oral en Melo es muy rica: conviven
aquí las expresiones del medio rural con las de
la ciudad y las externas que nos llegan a través
de los medios de comunicación audiovisual. Al
pedirles ayuda para esta tarea, comprobé que
los niños se entusiasman rápidamente por mostrar sus conocimientos, armaron rápidamente
un repertorio que incluyó desde bromas y juegos
de palmas a canciones de Shakira. Se pusieron
incluso a bailar en la biblioteca (“porque esta
canción hay que bailarla”), nunca había estado
el ambiente tan movido y festivo y realmente
esta “tarea” dejó de parecer tal...
Tanto en la biblioteca escolar como en la caja de
libros, se han incluido publicaciones que recogen
no sólo poesías de autor, sino también rimas,
adivinanzas y canciones tradicionales, etc. He
notado que en cuanto nos ponemos a compartir
un texto con este tipo de recopilación, los niños
inmediatamente me sacan el libro y se lo llevan
para poder leérselo a otro, o hacerles un chiste
de los que se incluyen
en el libro, lo cual me muestra que es un gran
incentivo para la lectura independiente. Asimismo, los preadolescentes disfrutan enormemente
las coplas, y con frecuencia se llevan este tipo de
libro y se sientan en grupo a compartirlas, o las
copian a sus cuadernos para luego decírselas a
un novio o una novia.
En cuanto a los juegos, bromas, trabalenguas
y adivinanzas, he preguntado a los niños quién
les enseño, e invariablemente ha aparecido la
15
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