no. 68: 4-11, octubre-diciembre de 2011. Raúl Garcés Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública Raúl Garcés Periodista y profesor. Universidad de La Habana. ¿ Qué es la opinión pública? A través del tiempo, dicha pregunta ha sido el centro de debates entre sociólogos, politólogos, comunicólogos y, en general, representantes de diversas ramas de las ciencias sociales, sin que hasta ahora haya emergido un consenso o definiciones conclusivas. Hacia 1965, Harwood Childs había documentado por lo menos cincuenta maneras distintas de entender el concepto. Tres años después, W. Philips Davison admitía en la International Enciclopedia of the Social Sciences que «la opinión pública no es el nombre de algo, sino la clasificación de un número de algos».1 Incertidumbres similares han prevalecido desde que comenzaron a sistematizarse los estudios sobre el tema hasta épocas más recientes. En 1937, un artículo de Floyd H. Allport inauguraba la revista Public Opinion Quarterly reconociendo que la definición de opinión pública estaba plagada de «ficciones» y «callejones ciegos».2 A la vuelta de casi cuarenta años, Elizabeth Noelle Neumann aseguraba que el término de marras «corresponde a una realidad, pero las explicaciones no han acertado todavía a determinar dicha realidad».3 De cualquier manera, lo cierto es que el siglo xx —sobre todo desde su segunda década— vio crecer exponencialmente los estudios en este campo, en la misma medida que el concepto ganó legitimidad dentro de las democracias contemporáneas. Hoy es común que, desde la política, encuestas y sondeos supuestamente representativos de tendencias de opinión pública sirvan para respaldar o combatir determinadas decisiones de gobierno. Escuelas de Comunicación y Sociología de Europa, los Estados Unidos y América Latina han incluido el tema de forma creciente en sus planes curriculares. Advierte Elizabeth Noelle-Neumann: Un concepto que existe desde la antigüedad y que ha sido usado a través de los siglos no puede ser descartado hasta tanto no aparezca otro término igualmente comprensivo, que sea más capaz de trasmitir el significado de ese concepto.4 Pero, ¿qué ha hecho tan difícil definir la opinión pública? ¿Acaso, entre las evidencias empíricas, no han podido abrirse paso suficientes elaboraciones teóricas? ¿Son las encuestas, realmente, expresión de opinión 4 Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública deviene más significativa cuando involucra a determinados públicos y opiniones. La importancia del público depende así de variables como el grado de organización de sus integrantes, el lugar que ocupan en la jerarquía social, su disposición para transformar las opiniones en acción política, etcétera. Con la categoría de opinión sucede algo similar. Childs subraya su naturaleza potencialmente diversa, en dependencia del punto de mira del observador. Para un psicólogo o sociólogo, por ejemplo, probablemente resultaría interesante la manera en que las opiniones se forman a niveles micro y macrosocial. A los efectos de un político, en cambio, tal vez importaría más el estatus y capacidad de influencia de los opinantes. En todos los casos, las opiniones podrían variar en calidad, intensidad y estabilidad, y transformarse de manera diferente —si es que la transformación ocurriera— en acciones colectivas con implicaciones de distinta magnitud para el proceso político.6 c) La investigación sobre opinión pública sigue evidenciando un divorcio entre la llamada tradición clásica y la más reciente tradición empírica. En fecha tan temprana como 1952, Bernard Berelson alertaba sobre la tendencia de los empíricos a pasar por alto el contenido político del concepto y la «elegante tradición intelectual» que lo enmarcaba dentro de una teoría política de la democracia.7 Por aquellos años, un artículo esencial de Paul Lazarsfeld subrayaba también la pertinencia de alcanzar una síntesis clásica-empírica. «No debemos refrenarnos por el estilo de razonamiento, algunas veces anticuado, de los clasicistas. La esencia del progreso consiste en dejar las cenizas y tomar el fuego de los altares de los antepasados».8 Pero todavía varias décadas después, en el contexto de la XXV Conferencia Anual de la Asociación Americana sobre Opinión Pública, numerosos estudiosos se quejaban del distanciamiento entre las dos tendencias, ilustrado en la incapacidad de la investigación para explicar las relaciones entre los niveles micro y macro social9 o, dicho con las palabras de Noelle-Neumann, entender cómo la suma de opiniones individuales —estimada en los resultados de las encuestas— podría traducirse en procesos orgánicos de opinión pública de consecuencias sociales y políticas.10 En muchos sentidos, la carencia anterior sigue constituyendo un desafío para la investigación actual. pública? ¿Puede acotarse el concepto dentro de límites funcionales a la investigación o habrá que admitir con Pierre Bourdieu que «la opinión pública no existe»? Por lo pronto, parece prudente acercarse a este tema partiendo de admitir algunos desafíos que lo complejizan: a) La opinión pública es un fenómeno abordado tradicionalmente desde perspectivas multidisciplinarias, lo que, si bien ha permitido acumular novedosos enfoques, también ha condicionado su entendimiento a partir de visiones demasiado fragmentadas, provenientes lo mismo de las ciencias políticas que de la psicología, la sociología o, más recientemente, la teoría de la comunicación. Mientras el enfoque politológico visualizó históricamente a la opinión pública como una metáfora del diálogo entre gobernantes y gobernados en las democracias liberales, la sociología centró buena parte de sus esfuerzos en estudiar las condiciones que favorecieron el desarrollo del espíritu público desde el siglo xviii hasta nuestros días. La psicología, por su parte, ha solido examinar el papel de los grupos, los líderes y la familia en la generación de opiniones potencialmente públicas y, en específico, la psicología de las multitudes ayudó a consolidar los enfoques teóricos sobre el comportamiento de las masas que dominaron la transición del siglo xix al xx. Por último, la teoría de la comunicación, a pesar de su juventud respecto al resto de los campos mencionados, muestra ya una experiencia fecunda en las investigaciones de efectos de los medios masivos sobre sus audiencias, particularmente provechosas en el contexto de cambio de paradigma, ocurrido en los años 70, hacia los efectos cognitivos o a largo plazo. Tales progresos, sin embargo, en ocasiones se relacionan poco entre sí o terminan haciéndolo bajo la lógica de un diálogo de sordos. b) Los estudios en torno a la opinión pública han debido enfrentar la contradicción entre el carácter esencialmente colectivo del público y el individual de la opinión —dependiente en última instancia de quien la emite, aun cuando resulte de la interacción entre las personas y su entorno social. Varios intentos de deconstruir el concepto han elegido analizar por separado ambos términos (público y opinión), sin que los resultados hayan sido necesariamente más productivos. Según Harwood Childs, los estudiosos de la opinión pública padecen un problema similar a los de la meteorología. Aunque un diccionario cualquiera defina la palabra «clima» como «estado de la atmósfera», es obvio que a los meteorólogos les interesan sobre todo determinados estados de la atmósfera, emergentes en condiciones específicas.5 Igualmente, la opinión pública La eterna polémica entre clasicistas y empiristas La llamada tradición clásica es hija de un tiempo histórico que, como regla, no tomó a la opinión pública como objeto de análisis, pero tropezó con ella frecuentemente dentro de la praxis social y política, 5 Raúl Garcés mientras avanzaban las transformaciones democráticas de las revoluciones del siglo xviii, y se imponía como torbellino el pensamiento libertario de la Ilustración. La voluntad general de Juan Jacobo Rousseau, la ley de la opinión de John Locke, o el tribunal de la opinión pública de Jeremy Betham —por solo mencionar algunas de las categorías que más afloraron en relación con el concepto— expresan la visibilidad y cohesión social que los gobernados adquirieron progresivamente frente a los ojos de los gobernantes. Sin dudas, las luces del siglo xviii no solo alumbraron a grandes enciclopedistas, científicos y filósofos, que revolucionaron el conocimiento con sus aportes, sino que también irradiaron para amplios sectores de una clase media en ascenso, cuyo espíritu deliberativo inundó los espacios de socialización europeos y norteamericanos. «Lo público», durante todo el período de la Ilustración, creció en proporción directa a «los públicos», o a una esfera pública que exhibió en muchos sentidos un carácter incluyente. Nunca se había debatido tanto sobre el devenir de los asuntos políticos, dentro de un contexto que veía a los individuos como agentes potenciales de transformación de las relaciones sociales existentes, y a la burguesía como la clase protagonista de ese cambio histórico. La tradición empírica, en cambio, nace de la transición paulatina de la «sociedad de públicos» del siglo xviii a la «sociedad de masas» de la segunda mitad del xix. El modelo discursivo de opinión pública, que antaño ponderara la comunicación, la deliberación y el diálogo entre los opinadores, como elementos estructurantes, sucumbía ahora frente a la tentación de construir representaciones simbólicas funcionales a la reproducción del poder y el control social. Por un lado, la psicología de multitudes había contribuido a encuadrar a las masas dentro de los límites de un comportamiento sumiso, irresponsable y quebrantador del orden. Por otro, las propias contradicciones de un capitalismo en tránsito hacia su fase monopolista, junto al empuje de un proletariado cada vez más radical en su conciencia de clase, activaron los resquemores de los gurúes del pensamiento liberal. La misma burguesía, que había encontrado en el público de la Ilustración una fuente de legitimidad para acabar con el absolutismo y promover transformaciones democráticas, vislumbraba ahora en el auge de las masas un enemigo para el sostenimiento de su hegemonía. Controlarlas, despojarlas de la condición dialógica que había caracterizado a los públicos del siglo xviii, concebirlas como una fuerza retrógrada y un potencial peligro para el sostenimiento del orden burgués, fueron las obsesiones que estigmatizaron los estudios sobre opinión pública en los albores del siglo xx, a la vez que marcaron el contexto para ver en las encuestas, con excesivo triunfalismo, el preludio de una fastuosa «ciencia social empírica». George Gallup, quien no por gusto trascendió en la Historia como uno de los padres de los sondeos, aseguraba en la revista Public Opinion Quarterly, a las alturas de 1957: Estoy firmemente convencido de que si en los últimos veinte años la opinión pública se hubiera manifestado solo a través de cartas a congresistas, el lobby de los grupos de presión y los reportes de los servidores públicos —como se hacía antes del advenimiento de las encuestas— el país casi seguramente habría marchado en una dirección incorrecta.11 El surgimiento en 1937 de la revista Public Opinion Quarterly —cuyas páginas celebraron más de una vez el auge de las encuestas—, la fundación del Instituto Norteamericano de Opinión Pública —desde el cual George Gallup presagiaría, en 1936, la victoria de Franklin Delano Roosevelt— y la vertiginosa propagación de los estudios de mercado, contribuyeron a hacer de los sondeos un hábito cultivado por grandes empresarios, partidos políticos y medios de comunicación. Pero el método, más allá de servir con eficacia al propósito instrumental de medir «climas», «corrientes» y «atmósferas colectivas», enquistó las investigaciones sobre opinión pública en muchos sentidos lo que, a riesgo de reduccionismos, podría sistematizarse como sigue: a)Desconoció que no todos los ciudadanos tienen necesariamente una opinión en torno a lo que preguntan las encuestas. En su ensayo «La opinión pública no existe», Pierre Bourdieu subordina la posibilidad de opinar sobre asuntos políticos a varias condiciones, entre ellas el interés evidenciado por los opinantes acerca del tema en cuestión, su «competencia política» (vinculada al conocimiento y «delicadeza» demostrados en la percepción de determinados ámbitos de la vida pública) y su «ethos de clase» («sistema de valores implícitos, interiorizado desde la infancia, a partir del cual se engendran respuestas para problemas diferentes»). 12 Es obvio que la profundidad o superficialidad de los criterios recogidos por las encuestas dependerían en buena medida de la firmeza de las convicciones sostenidas por los sujetos entrevistados. Para Hodder Williams tal vez los encuestadores debieran indagar antes que todo, si los encuestados han pensado en torno al tema contenido en sus preguntas, y si han llegado a desarrollar una opinión sobre él.13 b)Obvió cualquier información acerca de la prominencia de los entrevistados en el proceso de formación de la opinión pública. 6 Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública El carácter cada vez más intervencionista del Estado burgués, el decrecimiento de los salones y cafés (junto al debilitamiento de sus funciones tradicionales como promotores del espíritu público) y la creciente comercialización de los mass media condicionaron el declive de la esfera pública y su transformación en un escenario de manipulaciones «refeudalizado». formularse a sí misma e incluso delimitan el rango de las «respuestas razonables». A diferencia de los contextos electorales, donde todos los ciudadanos pueden ejercer potencialmente su derecho al voto en igualdad de condiciones, la «situación de opinión pública» emerge de una sociedad estructurada sobre la base de disparidades, en la que diferentes tipos de grupos ejercen diferentes niveles de influencia y ocupan posiciones estratégicas distintas. Investigadores como el norteamericano Herbert Blumer alertaron tempranamente en torno a la incapacidad de las encuestas para estimar la consistencia de las opiniones o sus posibilidades reales de impacto sobre la actuación de las élites políticas: Claro está, ni las preguntas van encaminadas a fomentar un pensamiento crítico, ni las respuestas implican una participación del público que trascienda la opción de aprobar o rechazar problemáticas impuestas como dominantes. Dicho con las palabras de la investigadora norteamericana Lisbeth Lipari, el público de los sondeos nunca toca a las puertas del Palacio, nunca se manifiesta en las calles, no danza en las celebraciones ni se reúne en las ceremonias funerales [...] El público de los sondeos solo vive en la imaginación de sus participantes.16 De cualquier manera, los sondeos terminaron imponiéndose no como una forma, sino como la forma por excelencia de medir los estados de opinión durante buena parte de las últimas décadas. Si la sociedad de masas demandaba construcciones simbólicas para representar los criterios prevalecientes en el público, las encuestas vinieron a satisfacer ese requerimiento de modo inmejorable: por un lado, resolvieron la histórica necesidad de convertir la opinión pública en una categoría fácilmente operacionalizable. Por otro, premiaron con un halo de legitimidad al presunto consenso social invocado por la clase gobernante, despojado ahora de su carácter crítico-racional y reducido a un puñado de cifras en apariencia incuestionables. ¿Están las personas que opinan sobre determinados temas suficientemente preocupadas por ellos? ¿Van a involucrarse o a hacer algo al respecto? ¿Están en condiciones de influir a grupos poderosos o al resto de los individuos?14 c)Pasó por alto el hecho esencial de que la opinión pública no resulta de la mera agregación de individuos aislados, sino de la interacción entre grupos actuantes a niveles micro y macro social. Las encuestas, por naturaleza, propenden a articular artificialmente los públicos, en lugar de investigarlos durante el proceso mismo de su formación y consolidación. Como advirtió Herbert Blumer en 1948, los sondeos no solo distorsionan la manera en que las opiniones interactúan dentro de una sociedad en operación, sino que reducen la opinión pública a una muestra pasiva de lo que la gente supuestamente piensa.15 La esfera pública y la espiral del silencio En algún sentido, la controversia racionalidad vs. irracionalidad de los públicos trascendió a la segunda mitad del siglo xx , representada en dos autores esenciales: Jürgen Habermas y Elizabeth NoelleNeumann. El primero publicó en 1962 su Historia y crítica de la opinión pública,17 que se convertiría en fuente de encendidas polémicas más de veinte años después, cuando apareciera su versión en inglés bajo el título The Structural Transformation of the Public Sphere. An Inquiry into a Category of Bourgeois Society (1989). La segunda daba a la luz su obra La espiral del silencio a fines de los años 70, pero la discusión en torno al alcance y limitaciones de d)Promovió una participación más ficticia que real en los asuntos públicos, al suprimir el diálogo, la interacción y el consenso crítico como formas de comunicación normativas para un ejercicio verdadero de la opinión. Homologar la opinión pública a los criterios recogidos por los sondeos esconde un propósito de dominación. Las compañías encuestadoras —en alianza con los medios de comunicación y con las élites políticas a ellas vinculadas— dictan las preguntas que la sociedad debiera supuestamente 7 Raúl Garcés manera la transformación del público en masa durante buena parte del siglo xx. Así, el texto de Habermas se ocupa de marcar los contrastes entre la publicidad crítica y la publicidad manipulada, entre la opinión pública deliberativa y la rebajada a la categoría de clima o ficción, presuntamente resultante de la acción narcotizadora de los medios. Tal oposición, sin embargo, está planteada en términos tan arquetípicos, que cuesta reconocerla, del modo habermasiano, dentro de la práctica social. Dicho en pocas palabras: ni la esfera pública burguesa fue tan ideal en materia de igualdad y oportunidades de participación como la describe Habermas, ni su declive sustrajo para siempre el debate racional de los procesos de formación de la opinión pública —como también parece sugerirlo. En Historia y crítica… el filósofo alemán no solo les pasa por encima a las mediaciones de clase, de raza y de género, entre otras, para analizar el proceso de constitución de la esfera pública burguesa, sino que, por momentos, intenta naturalizar como universales los componentes de esa esfera pública, en realidad ajustados al contexto europeo y a las circunstancias propias del desarrollo del liberalismo.20 Noelle-Neumann, por su parte, explica en su libro La espiral del silencio el proceso mediante el cual las opiniones que se autoperciben en minoría tienden a la marginación, mientras que aquellas más visibilizadas públicamente atraen la mayor cantidad de adeptos y se consolidan como dominantes. La hipótesis de la autora alemana se erige sobre la base de cinco presupuestos fundamentales: su propuesta se ha mantenido con la misma vehemencia desde entonces hasta nuestros días. La propuesta de Habermas podría dividirse en dos momentos fundamentales: el primero —que suele identificarse como el más consistente— aborda las condiciones que hicieron posible, durante los siglos xvii y xviii, el nacimiento y consolidación, dentro de Europa, de una esfera pública burguesa, que ganaría autonomía respecto a la autoridad pública sobre la base de discusiones cada vez más abiertas en torno a los asuntos políticos. La esfera pública burguesa puede ser concebida sobre todo como la esfera de las personas privadas que se unen como un público [...] para comprometerse en un debate sobre las reglas generales de las relaciones de gobierno en la básicamente privatizada, pero públicamente relevante, esfera de los intercambios de mercancías y el trabajo social. El medio de esta confrontación era peculiar y sin precedente histórico: el uso público de la razón.18 El tránsito de los regímenes monárquicos a las democracias parlamentarias fue el contexto donde acontecieron los cambios económicos y políticos que sentaron los cimientos de la esfera pública burguesa y la llevaron, a las alturas del siglo xviii, a su máximo esplendor. Sin embargo, una centuria después, muchas de esas transformaciones habían dejado de representar una fuente de progreso para convertirse en instrumentos de dominación al servicio de la burguesía en el poder. El carácter cada vez más intervencionista del propio Estado burgués, el decrecimiento de los salones y cafés (junto al debilitamiento de sus funciones tradicionales como promotores del espíritu público) y la creciente comercialización de los mass media (convertidos ahora en vendedores de noticias más que en auténticos foros políticos) condicionaron el declive de la esfera pública y su transformación en un escenario de manipulaciones «refeudalizado».19 A este tema dedica Habermas la segunda parte de su libro. Según el autor alemán, la disolución gradual de la esfera pública implicó la generación de un nuevo tipo de consenso, erigido no sobre la base del debate crítico-racional, sino como resultado de un proceso de ingeniería (engineering of consent). Un sofisticado aparato de relacionistas públicos, asesores gubernamentales y grupos de interés organizados, se aliaron a los mass media para hacer de la política un espectáculo consumible por públicos masivos. El impacto de la televisión aconsejó a los líderes políticos cultivar su imagen como nunca antes, y rodearla, a través de sofisticadas técnicas comunicativas, de una aureola mítica similar a la que envolvía a los reyes de las cortes medievales. La esfera pública «refeudalizada» prefirió ver en sus miembros espectadores y no a protagonistas de la vida social, lo que se ajusta a un contexto que asimiló de la misma 1)La sociedad amenaza con el aislamiento a los individuos desviados. 2)Los individuos experimentan un continuo miedo a aislarse. 3)Ese miedo hace que las personas intenten evaluar constantemente el clima de opinión predominante. 4)Los resultados de esa evaluación influyen en el comportamiento en público, sobre todo en la expresión pública o el ocultamiento de las opiniones. 5)Los mass media muestran un retrato de las tendencias que conforman el clima de opinión y, en ese sentido, constituyen una fuente imprescindible para la evaluación «cuasi-estadística» que hacen los individuos sobre las opiniones prevalecientes.21 A diferencia de la propuesta de Habermas —en la que el debate crítico-racional se erige como condición indispensable para la formación de una voluntad general—, en el modelo psicosociológico de NoelleNeumann la obtención del consenso depende más de las percepciones y de la disposición de los individuos a subordinarse al clima de opinión predominante. Si 8 Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública enteros de su obra Historia y crítica de la opinión pública a analizar el entorno sociopolítico y teórico del concepto, nunca arriesgue definiciones del tipo «la opinión pública es...». No obstante, el filósofo alemán aporta más de una clave para interpretar la singularidad del campo: bien la autora no reduce el público a un papel de actor pasivo —al menos no en el sentido de la investigación comunicológica norteamericana de los años 20 y los 30 del siglo pasado—, se muestra escéptica respecto a la capacidad de sus miembros para intervenir de manera decisiva en la transformación del entorno político: «Realistamente, aunque todos los ciudadanos pueden participar potencialmente en las discusiones, hay en verdad solo un pequeño grupo de informados e interesados que participan».22 A través del tiempo, el esfuerzo de NoelleNeumann por hacer verificable, desde lo empírico, sus aseveraciones ha sido celebrado por algunos y detractado por otros. Su incapacidad para analizar la opinión pública con las claves aplicables a una categoría política, el apresuramiento con que ve en el miedo al aislamiento la principal motivación para la expresión o el silencio de los públicos (como si las personas estuvieran desprovistas de convicciones), la sobrestimación de la prensa como supuesto termómetro de los estados de opinión dominantes, llevaron a la propia investigadora alemana a matizar algunas de sus posiciones más radicales y a atenuar la presunta universalidad de su propuesta. En todo caso, aunque la investigación sobre opinión pública ha presentado tradicionalmente las visiones de Habermas y Noelle-Neumann como excluyentes, sería más promisorio aceptarlas como complementarias. A fin de cuentas, la opinión pública es realidad y ficción al mismo tiempo. Se forma como consecuencia del debate entre los grupos y también del clima de opinión que suele generarse con la ayuda de los medios de comunicación. No hay dudas de que existen distinciones entre ambos enfoques, pero una ruta provechosa para la investigación sería encontrar y hacer verificables de manera empírica sus puntos de encuentro. Un concepto de opinión pública con sentido histórico, normativamente suficiente para las pretensiones del Estado social, teoréticamente claro y empíricamente ponderable, solo puede conseguirse partiendo del cambio estructural de la publicidad misma y de la dimensión de su desarrollo. La pugnaz oposición en que se hallan ambas formas de notoriedad pública, oposición que macula a la publicidad política de nuestros días, tiene que ser tomada seriamente como el indicador del estado en que se halla el proceso de democratización de la sociedad industrial constituida por el Estado social. Las opiniones no públicas actúan en nutrido plural, mientras que «la» opinión pública es en realidad una ficción; sin embargo, hay que atenerse al concepto de opinión pública en un sentido comparativo, porque hay que entender la realidad constitucional del Estado social como el proceso en cuyo decurso se realiza una publicidad políticamente activa, esto es, en cuyo decurso el ejercicio del poder social y de la dominación política se someten efectivamente al mandato democrático de la publicidad.25 En otras palabras, la opinión pública no puede entenderse como un ente estático y cerrado, sino como una categoría en constante cambio, que depende de las circunstancias prevalecientes dentro de las formas de organización política en las cuales ella está inserta. Habermas asocia el surgimiento y la evolución del concepto a un cambio estructural de la publicidad que, lejos de representar un proceso acabado, se reconstituye permanentemente en correspondencia con el desarrollo alcanzado por la publicidad misma, los medios de comunicación y otras instituciones afines, y con el grado de funcionalidad que esa publicidad adquiere como fuente de reproducción ideológica y de legitimidad del Estado social moderno. Si ensayáramos, por ejemplo, una definición de opinión pública como la siguiente: «opiniones socialmente compartidas en torno a un tema dado, erigidas sobre la base del consenso crítico y/o la manipulación simbólica, con repercusiones sobre el ejercicio del poder a través de potenciales acciones de transformación política», enseguida podríamos preguntarnos: ¿será válida esa noción para cualquier contexto? ¿Habría que descalificarla allí donde se verifique menos la incidencia de la opinión pública sobre la adopción de políticas? ¿Qué pesa más en la opinión pública, las «visiones socialmente compartidas» de las encuestas o las opiniones influyentes de determinadas élites sobre los temas más agudos? ¿Cuánto hay de consenso crítico y cuánto de manipulación simbólica en la construcción de la opinión? Y después de todo, ¿qué entenderemos por opinión pública? Lo dicho hasta aquí permite inferir en buena medida por qué los progresos en el campo de la opinión pública han sido tan lentos y difusos y, a la vez, por qué el propósito de arribar a un concepto definitivo con frecuencia ha lidiado con una fuerte dosis de escepticismo. No le faltaba razón a Robert Park cuando valoraba, en 1941, esta categoría como «algo más complejo de lo que han supuesto los analistas que han intentado disecarla y medirla».23 Jean Stoetzel y Alain Girard estimaban, en 1973, que intentar definir la opinión pública era una tarea vana: «Ella no es un objeto, sino un capítulo para la investigación».24 Llama la atención que Habermas, luego de dedicar capítulos 9 Raúl Garcés c) La opinión pública es una categoría de naturaleza simbólica, que no puede existir a gran escala sino en representaciones, en la misma medida en que, dentro del contexto de una sociedad de masas, los públicos dependen para su existencia de símbolos y ya no de la co-presencia de personas dentro de un mismo espacio físico. Dicho con las palabras de John Duham Peters, «la opinión pública es la hija de una forma de vida social en la cual el concurso cara a cara de los ciudadanos no cuenta más como la única base del orden político».27 Claro que la naturaleza comunicativa de la opinión pública sugiere, en sí misma, su condición simbólica, pero de todos modos la autonomía de lo simbólico pretende enfatizar aquí un entorno donde la relación entre los acontecimientos y los ciudadanos está cada vez más mediada por la comunicación de masas. Eso explica por qué examinar la construcción de corrientes de opinión demanda cada vez más estudiar el discurso de los medios, u obtener inferencias de las mediaciones —políticas, económicas, culturales— presentes o camufladas dentro de ese discurso. En la misma medida en que los medios electrónicos han dado mayor visibilidad al ejercicio de la política, y esta ha tenido en la prensa uno de sus espacios privilegiados de realización, ha aumentado la preocupación del poder por generar representaciones de los aconteceres afines a sus intereses. Dentro de ese contexto, tal vez lo más útil sea entender la opinión pública como un sistema, cuyo campo natural de realización es la Comunicación política, y cuyo estudio obliga, a diferencia de lo que podría suceder con categorías como receptor o audiencia, a clarificar los entrecruzamientos entre dos variables por lo menos: las formas previstas por el sistema comunicativo para la realización de una publicidad políticamente activa (dicho con términos de Habermas), y las formas previstas por el poder político para mostrarse sensible a los mandatos de esa publicidad. La existencia de múltiples respuestas a esas y otras preguntas ha condicionado que, en lugar de proponer un concepto definitivo, este investigador prefiera operar con tres dimensiones de naturaleza tan abierta como la definición misma, cuya caracterización podría arrojar luces sobre el estado de cosas del campo, en cada contexto específico: a) La opinión pública es una categoría de naturaleza política, fraguada entre ciudadanos que, al debatir sobre asuntos de interés político y social, van constituyéndose progresivamente como públicos organizados cuyas discusiones y acciones podrían repercutir —de maneras disímiles y en magnitudes diferentes— sobre el poder.26 Como se sugirió antes, la evolución descrita por Habermas de «el público» y «lo público» se asocia a un contexto donde el poder político sustituyó el secretismo típico de los regímenes feudales por formas mucho más expuestas al escrutinio y el cuestionamiento social. La invocación cada vez más frecuente del concepto opinión pública en el discurso político y mediático de los siglos xviii y xix evidencia claramente, al menos, dos hechos: por un lado, su consistencia como expresión cristalizada de las discusiones de la esfera pública y, por otro, su importancia como fuente de legitimidad del tipo de democracia inaugurada con el liberalismo. b) La opinión pública es una categoría de naturaleza comunicativa, cuya formación implica la interacción entre los individuos y los grupos. Lo mismo las representaciones sociales propuestas por los mass media —fuente potencial de conversaciones dentro de la sociedad— que los rumores emergidos entre la gente común —con posibilidades de constituirse en corrientes de opinión en dependencia de su fuerza y verosimilitud— se asocian a actos que implican, por lo general, algún grado de verbalización o, en todo caso, otras formas comunicativas como las expresiones gestuales, las reacciones afectivas, etcétera. A partir de perspectivas o enfoques teóricos diversos, la mayoría de los autores estudiados confieren a la comunicación una centralidad en la formación y cristalización de la opinión pública. Llámese «gran comunidad» (John Dewey), «acuerdo general» (Ferdinand Tönnies) o «esfera pública» (Habermas), lo cierto es que la interacción, el debate y la confrontación de razonamientos suelen ser valorados como imprescindibles en la amplificación de opiniones a nivel macrosocial. La concepción racional del público privilegia precisamente su educación, su nivel de información y sus capacidades para participar de una cultura deliberativa, entre los factores que maximizarían sus potencialidades para involucrarse en acciones de transformación política. Notas 1. Véase Elizabeth Noelle-Neumann, La espiral del silencio, Paidós, Barcelona, 1995, p. 34. 2. Floyd H. Allport, «Towards a Science of Public Opinion», Public Opinion Quarterly, v. 1, n. 1, Oxford, 1937. 3. Elizabeth Noelle Neumann citada por Raúl Rivadeneira Prada, La opinión pública. Análisis, estructura y métodos de estudio, Editorial Trillas, México, DF, 1976, p. 5. 4. Elizabeth Noelle-Neumann, ob. cit., p. 34. 5. Harwood L. Childs, «By Public Opinión I Mean…», Public Opinion Quarterly, v. 3, n. 2, Oxford, 1939, pp. 328-9. 6. Ibídem, p. 330. 10 Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública 20. Los críticos del concepto habermasiano de esfera pública le reprochan, entre otros aspectos, desconocer otras zonas de socialidad decisivas en la conformación de determinados progresos democráticos. Es obvio que el movimiento obrero, por ejemplo, en su enfrentamiento al empuje arrollador del capitalismo, consolidó gradualmente su conciencia de clase y comprendió la necesidad de contar con órganos de publicidad para visualizar sus demandas y reivindicaciones. Así, la esfera pública proletaria contribuyó significativamente en países como Francia, Inglaterra y los Estados Unidos a sembrar los sentimientos de inconformidad y rebeldía que alentaron desde modestas transformaciones políticas hasta auténticas revoluciones. Para una sistematización de las críticas al modelo de Habermas de esfera pública véase Craig Calhoun, Habermas and the Public Sphere, Massachussetts Institute of Technology, Massachussets, 1994. 7. Bernard Berelson, «Democratic Theory and Public Opinion», Public Opinion Quarterly, v. 16, n. 3, Oxford, 1952, p. 313. 8. Paul Lazarsfeld, «Public Opinion and the Classical Tradition», Public Opinion Quarterly, v. 21, n. 1, Oxford, 1957. 9. Una evidencia de la complejidad de los estudios sobre opinión pública se deriva precisamente de la necesidad de integrar varios niveles de análisis. Jack McLeod, Zhongdang Pan y Dianne Rucinski proponen considerar en este sentido cuatro tipos de relaciones: macro-macro (los lazos entre la opinión pública y las políticas gubernamentales), micro-micro (la formación y expresión de opiniones a nivel individual), macro-micro (el ejercicio del control social sobre los individuos) y micro-macro (acciones individuales con potencialidades para generar opinión pública e influir en el trazado de políticas). Jack M. McLeod et al., «Expansión de los efectos de comunicación política», Los efectos de los medios de comunicación: investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996, pp. 59-62. Para estos autores, una parte sustancial del progreso en las investigaciones sobre opinión pública dependería de integrar las teorías sobre la formación de opiniones a nivel individual con macroteorías en torno al funcionamiento de la sociedad. 21. Este último punto no aparece expresamente formulado por la autora al explicar los presupuestos de la espiral del silencio, pero está contenido a lo largo de su libro y, sin dudas, la autora le confiere tanta importancia como a los anteriores. Véase Elizabeth NoelleNeumann, ob. cit., p. 260. 22. Ibídem, p. 43. 10. Elizabeth Noelle-Neumann, ob. cit., p. 40. 23. Robert Park citado por Cándido Monzón, Opinión pública, comunicación y política. La formación del espacio público, Tecnos, S.A., Madrid, 1996, p. 323. 11. George Gallup, «The Changing Climate for Public Opinion Research», Public Opinion Quarterly, v. 21, Oxford, 1957, p. 27. 12. Pierre Bourdieu, «La opinion pública no existe», Comunicología. Temas actuales, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, pp. 240-4. 24. Jean Stoetzel y Alain Girard citados por Cándido Monzón, ob. cit. 13. Hodder-Williams, Public Opinion Polls and British Politics, The Camelot Press LTD, Londres, 1970, p. 72. 25. Véase Jürgen Habermas, ob. cit., p. 269. (El énfasis es mío. R.G.) 14. Herbert Blumer, «Public Opinion and Public Opinion Poll», Public Opinion Quarterly, v. 13, Oxford, 1948, p. 547. 26. Floyd H. Allport, ob. cit.; Raúl Rivadeneira Prada, ob. cit.; Cándido Monzón, ob. cit.; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la opinión pública, Editorial Gustavo Gilí, Barcelona, 1997. 15. Ibídem, pp. 543-4. 16. Lisbeth Lipari, «Polling As Ritual», Journal of Communication, invierno de 1999, p. 98. 27. John Durham Peters, «Historical Tensions in the Concept of Public Opinion», Public Opinion and the Communication of Consent, The Guilford Press, Nueva York, 1995, p. 18. 17. Con ese título se publicó en castellano a principios de la década de los 80. El título de la versión en inglés (The Structural Transformation of the Public Sphere) parece ajustarse mejor al espíritu del libro y a su título original en alemán, Strukturwandel der Offentlichkeit Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft. 18. Jürgen Habermas, «Further Reflections on the Public Sphere», en Habermas and the Public Sphere, Institute of Technology, Massachussetts, Massachussetts, 1994, p. 27. 19. John B. Thompson, «La teoría de la esfera pública», Voces y Culturas, n. 10, Barcelona, 1996. © 11 , 2011 no. 68: 12-21, octubre-diciembre de 2011. Alain Basail Rodríguez Prensa e imaginarios del riesgo Alain Basail Rodríguez Profesor e investigador. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México. E l papel del mundo mediático en la constitución discursivo-simbólica del mundo social convierte a los medios en herramientas de un poder difuso que busca reproducirse a partir del control de la comunicación y la información.1 Entrampados en marañas ideológicas y de poder, estos tienen un papel significativo en la construcción del conocimiento público sobre los riegos y los peligros; definen los perfiles de riesgo desde imaginarios institucionales y ayudan a sistematizarlos. Así, se les reconoce eficacia para constituir el sentido común acerca de cómo la planeación de la vida requiere de la evaluación de riesgos. En general, han dado curso a la penetración científica y la eficacia práctica del concepto de riesgo, como asociaciones probabilísticas de naturaleza causal, que regulan una concepción de futuro sujeta al control humano del mundo natural y social.2 Los peligros son tanto reales, cercanos e impredecibles como constructos sociales y culturales que se definen, ocultan o dramatizan en la esfera pública con la ayuda de material —científico, religioso u otros— suministrado a tal efecto, y reinterpretado por el discurso mediático y político.3 Este trabajo se centra en los imaginarios institucionales del riesgo reproducidos por la prensa como parte de un complejo proceso de mediaciones socioculturales que definen las formas dominantes del conocimiento y las coacciones sociales impensadas. Se propone atravesar los conocimientos públicos definidos por lo que se dice o no en torno a dos ámbitos distintos, pero igualmente construidos por la agenda mediática a partir de figuras de inseguridad que fijan escenarios de excepcionalidad, miedo y vulnerabilidad. Primero, los desastres socioambientales y luego las fronteras políticas contemporáneas. Se apuesta por recuperar la historicidad del propio acto epistemológico en el que se traba el extrañamiento de la naturaleza y de los límites de la comunidad nacional, situándonos desde lo local, en el contexto del sur de México. Examinar el papel de la prensa ayuda a entender los procesos de política simbólica que arraigan categorías de pensamiento y economías de sentimiento como socialmente dominantes. Por su fuerza paradigmática, los medios de comunicación ejercen un control discursivo sobre el riesgo, que contribuye, en unos casos, a magnificarlo al generar más alarma y definiciones 12 Prensa e imaginarios del riesgo de sus áreas o, en otros, a subvalorarlo al ocultar sus complejas causalidades y agentes responsables. Al estudiar la construcción de significados a través de las relaciones entre textos periodísticos y contexto real, se puede leer el papel de los medios en la configuración de códigos narrativos y estructuras simbólicas para dar cuenta de fenómenos y ámbitos públicos, privados, e íntimos de la vida. La escisión entre la prensa como ideal crítico y realidad mercantil e ideologizada constituye la base de una sociología de aquella dirigida a los grandes problemas del presente. 4 La episteme mediática moderna, en particular la prensa, nació con la impronta ideológica de la transparencia comunicacional como fuente de información e interpretación del mapa político. Por su capacidad de vigilar y someter a crítica el funcionamiento de los poderes del estado —ejecutivo, legislativo y judicial—, con la transmisión de información políticamente relevante y su participación en la construcción e interpretación de la realidad política, se habló de ella como el cuarto poder. Sin embargo, las relaciones comunicativas devinieron relaciones de poder y dominación histórica, cultural, social y simbólicamente constituidas. La prensa se sometió a las leyes del mercado, la lógica de los negocios, el consumismo y la libre empresa; traicionó su espíritu crítico y favorecedor de la comunicación política en los espacios públicos. De esta manera, las funciones de los medios se han tornado muy contradictorias en nuestras sociedades.5 La prensa ha sido el correlato mediático de la modernidad, pero, como producto cultural, ha estado sometida a tensiones estilísticas por nuevos soportes y, como empresa periodística, obligada a adoptar un carácter marcadamente mercantil, con la publicidad, por ejemplo, para la creación ampliada de necesidades y la fundación de identidades sociales. Hoy ha pasado a formar parte, como decana de los medios, del tercer poder en relación con los de índole militar industrial y financiero. El poder mediático opera con ilimitada capacidad los riesgos que representan la vida para todos, redefine las expectativas sociales y, junto a la élite política, legitima el (des)orden social a partir de la transformación del arbitrio en algo legal, moralmente lógico y socialmente admitido. Los conglomerados de medios se han aliado al proceso de concentración del capital, las asimetrías en el reparto de bienes o servicios, el acceso a ellos y las relaciones de poder. Así, han participado del enmascaramiento de múltiples conflictos latentes y el reforzamiento de mecanismos de control social. Entonces, no ha dejado de ser un agente activo en la construcción de la sociedad a través del trabajo y del simbolismo intrínseco a toda acción comunicativa. El estudio de la prensa y, en general, de los medios contribuye a dar cuenta de los principios de la identidad social. Según Roland Barthes, «la geografía social de los mitos seguirá siendo difícil de establecer mientras nos falte una sociología analítica de la prensa».6 Esta (re)presenta imágenes sociales cuya perspectiva debe ser restituida a partir de la recuperación de la posición original que guarda con el conjunto de unas relaciones concretas, un contexto de sentido y los fenómenos sociohistóricos. En este camino, es relevante pensar los entramados mediáticos para responder a dos de los desafíos de la sociedad contemporánea: la crisis ecológica, los procesos alusivos a la escisión cultural entre el hombre y su entorno, la crisis del Estadonación, y las dinámicas contradictorias en las fronteras entre comunidades políticas y culturales, connotadas nacional y globalmente. Prensa y figuras de política simbólica En el entorno de los imaginarios sociales, el reino de las formas simbólicas institucionaliza ciertas realidades y construye legitimidades sociales. En este sentido, los imaginarios del riesgo pueden entenderse como esquemas sociales construidos para percibir como reales los peligros, amenazas e inseguridades que se consideran latentes en la realidad en cada sistema social, explicarlos y modularlos.7 Estos imaginarios tienen la capacidad de constituir la experiencia social, configurar comportamientos e imágenes «reales» y actuar en el campo de la plausibilidad de la fuerza de las legitimaciones. El imaginario social del riesgo se desenvuelve en una especie de horizonte delimitador de acontecimientos y territorios. Sus realidades no se cuestionan, se asumen como «naturales» aunque están abiertas a la recreación de formas y contenidos en el tiempo. La política en la sociedad contemporánea es mediática8 y simbólica de los medios de comunicación.9 El mapa discursivo muestra una gran diversidad de paisajes interpretativos que colisionan a lo largo de la estructura social. A la semiosis perceptiva de los medios sobre los riesgos y peligros, se suman otros discursos e imaginarios institucionales. Todos, al mismo tiempo, naturalizan acciones cotidianas, articulan modelos de conocimiento y prácticas como autoevidentes, y encubren contradicciones bajo apariencias de integralidad. Las evidencias opacan la realidad de fondo porque las miradas se enfocan en legitimar las perspectivas dominantes. La política simbólica en la producción cotidiana de los medios de comunicación trabaja relevancias que fijan las operaciones de los imaginarios sociales. 13 Alain Basail Rodríguez Los periódicos publican contenidos comunicativos que generan evidencias sobre las que se construyen referencias compartidas públicamente. Al mismo tiempo, se modulan y constituyen opacidades sobre el drama público de los riesgos. Estas muestran la tensión entre el estado actual del conocimiento experto y el ordinario sobre los peligros globales,10 sus orígenes en un pasado del cual el discurso mediático no tiene memoria y su carácter descontrolado que profundiza la distancia entre presente y futuro. Por ello, este ensayo remite a algunos contenidos comunicativos de la prensa en Chiapas, para comprender cómo se focalizan las tramas narrativas y las figuras imaginarias de los desastres y la frontera sur de México. Resalta el proceso de qué se incluye o se deja fuera de las formas retóricas que buscan agotar las definiciones de los riesgos. En ese sentido, se resumen los resultados del análisis de dos de los medios impresos de mayor significación en el estado mexicano de Chiapas. Estos registran de manera sistemática los acontecimientos que interesan y sus consecuencias. Cuarto Poder se publica desde los años 70, y actualmente tiene como lema «tu diario vivir». Su alcance es estatal con una tirada de 25 000 ejemplares, según declaran. Por su parte, Diario de Chiapas es publicado desde 1982. Se imprimen 20 000 ejemplares bajo el eslogan «la verdad impresa». Ambos se definen sin compromisos partidarios; no obstante, sobre el primero hay consenso en identificarlo de ascendencia priista como indica la tinta de su primera plana; mientras que el segundo es cercano al Partido Acción Nacional (PAN). Ambos son portavoces de las élites locales de dos de las principales fuerzas políticas del país. Sus proyecciones en el contexto político local dependen de la política comunicacional del gobierno estatal de turno; la que se ha caracterizado por una agresiva estrategia de enmarcar temas de opinión sensibles, para imponer su particular interpretación de la realidad cooptando a periodistas y empresarios que penden financieramente de la publicidad oficial y del sector comercial. El ordenamiento y alineamiento del campo periodístico en general ha sido una preocupación central. A pesar de los alardes de autonomía de la prensa esta es cuestionable y visible el círculo de relaciones medios-poder político. Su heteronomía es evidente en cuanto a los contenidos y las fuentes de lo noticioso. Las élites y las burocracias políticas y empresariales locales son canales de información rutinarios, al tiempo que representan fuentes de subsidio de los costes del proceso de producción. Por ello, las negociaciones del «chayote» entre las instituciones de gobierno, los empresarios de los periódicos y los periodistas determinan la dinámica de cooperación o conflicto del campo y las ondas entre las ideologías empresarial e institucional. Veamos estos ejemplos de los procesos de figuración de las realidades de los desastres en Chiapas y la frontera sur de México. Desastres sociales y naturaleza extraña La sociedad del riesgo actual se caracteriza por la mundialización de los riesgos ambientales. El cambio climático es un punto central de la agenda propuesta por el mundo mediático. La participación de la prensa es notoria en la representación social de las incertidumbres abiertas por la crisis ecológica y la inseguridad ambiental. Si bien los fenómenos naturales han sido parte de la historia de la Tierra y de la humanidad, en los últimos años parecen más comunes, implacables y desastrosos. Lo que más amenaza el estado de conciencia es la radicalización de estos procesos, así como de la sensación de impotencia, debilidad e indefensión ante su carácter incontrolable y peligrosidad. ¿Cómo los contenidos y las formas de las coberturas periodísticas de los desastres naturales coproducen estas realidades? En particular, nos remitimos al huracán Stan (octubre, 2005)11 y la desparición del poblado Juan de Grijalva (noviembre, 2007).12 El estudio de las formas de representación de los dos desastres naturales y sociales en Cuarto Poder y Diario de Chiapas muestra cómo son puestos en clave, recreados y transformados, a partir de marcos interpretativos afines para promover definiciones específicas de las situaciones de emergencia y favorecer determinadas interpretaciones de eventos catastróficos.13 A través de un corpus de noticias, se da cuenta de los riesgos de desastres medioambientales como coyunturas históricas particulares. La estrategia de visibilización opera una imagen accidental, e inminentemente natural —algo que fue muy evidente en el caso de Juan de Grijalba—. A esto se suma una mediatización efectista de los impactos y consecuencias, una dramatización realista dirigida a la construcción de acontecimientos de una coyuntura trágica. La prensa magnifica los procesos naturales, sociales y culturales, por lo que desemboca en catastrofismos. Más allá del «accidente», se dramatizan los acontecimientos y los sentidos de «paisajes peligrosos» y «escenarios de miedo». Para los periodistas, las contingencias naturales ejercen un gran atractivo por su carácter imprevisible y único. En la medida en que producen fuertes rupturas en la cotidianidad, tienen un potencial de transformación en acontecimientos dramáticos e impactantes. El análisis de las noticias y reportajes evidencia cómo la estrategia discursiva de la prensa subraya la «amenaza» y la «contingencia», bajo una percepción de catástrofe que es dramatizada con la rutina periodística. Tanto Cuarto Poder como Diario de 14 Prensa e imaginarios del riesgo Chiapas encuentran los acontecimientos de actualidad necesarios para llenar titulares. Como los dos grandes conglomerados mediáticos (Televisa y TV Azteca), producen imágenes sobre la amenaza natural y la contingencia a través de enviados especiales a las zonas afectadas empeñados en simulacros de inscripción en los acontecimientos, para favorecer su invasión a los hogares mexicanos con relatos de la propia realidad que imitan con verosimilitud. El efecto dramático revela la naturaleza efectista de los medios, más preocupados por la estetización de las imágenes y la persecución de una conciencia calendárica independiente de la estricta cronología de los hechos naturales y sociales, así como de las representaciones del problema de fondo, los desastres ecológicos. Los desastres muestran los ciclos de la atención mediática a la situación medioambiental y a la vulnerabilidad social. Durante las contingencias, se genera una sobrerrepresentación de sucesos en ciertas zonas, en detrimento de otras, bajo el amparo del valor social del servicio noticia. También, se comete una «falacia ecológica» cuando se define el territorio afectado como homogéneo y las relaciones entre los individuos como uniformes. Toda información sobre otra región, localidad o comunidad refuerza el mensaje sobre la gravedad del asunto sin importar el lugar en sí mismo, ni sus habitantes. Interesa a toda costa mantener la legibilidad de la imagen catastrófica, es decir, la claridad de la manifestación de lo que se quiere destacar. La definición del ámbito territorial se hace en detrimento del social y ecológico, lo que propicia problemas de contextualización e interpretación del fenómeno socionatural en la misma medida en que se interpretan segmentos de la realidad natural o social. Las políticas de los periódicos se conectan por procesos de encuadre de ciertos aspectos de la realidad observada, de atribución y articulación de significados. Se trata de enmarcados duales: fuertes de las cualidades que describen el acontecimiento, con lo que delimitan sus fronteras empíricas, y débiles de las manifestaciones que lo hacen legible. La definición del problema abarca los marcos de diagnóstico (identificación de una situación como problemática, análisis parcial de su causalidad y designación de responsabilidades) y pronóstico (propuesta de soluciones). En ellos se barajan imágenes de los desastres durante el proceso de producción de las noticias, de aproximación y transformación de la información, que los visibilizan como fuerzas sobrenaturales y paisajes catastróficos, legibles por su siniestralidad e imaginables por los conmovedores y temerosos testimonios de las víctimas. El análisis de los discursos periodísticos permite diagnosticar, además, el régimen de visibilidad que adquieren los diversos actores sociales. La presencia periodística de estos se advierte con la asignación de imágenes mediáticas a cada uno —«sujetos a normas», «socialmente desviados»— y la perspectiva legitimadora o no de sus marcos. Los medios incorporan, primero, interpretaciones de los actores sociales y, después, crean su propio marco de análisis con autonomía discursiva a partir del manejo simbólico y el establecimiento de parámetros de (in)visibilidad. Bajo la activación de marcos experienciales de comprensión, se naturalizan las condiciones de producción de las noticias. Sus relatos testifican la manifestación de violencia al igual que los de las personas que comparten informaciones concretas vívidas. Es un encuadre dramático de las situaciones que visibiliza a los actores que requiere el marco propio. Se trata de la construcción de una referencialidad en la que un protagonista fundamental es el propio medio/ periodista. El campo interaccional queda personificado por tres actores: el protagonista (el medio representado por el periodista y el gobierno), el antagonista (el fenómeno natural) y el público (víctimas indirectas). Los medios emergen como intermediarios de los actores ya adscritos a una identidad deteriorada («damnificados», «dolientes», «afectados», «perseguidos»), los cuales confirman las narraciones a partir de esquemas interpretativos victimistas para certificar la existencia objetiva de una situación vulnerable y para promover la intervención gubernamental («que solucionará el problema y normalizará la situación»). Los actores construyen narraciones para justificarse públicamente, visibilizar sus puntos de vista y reivindicarlos cuando se advierte que la situación deviene rutinaria y la recuperación es muy lenta. Es una manera de categorizar el pasado, el presente y el futuro. Los marcos interpretativos siempre se encuentran en plena confrontación dialógica. La atribución de responsabilidades constituye el principal punto de conflicto entre los actores sociales. En cuanto se discuten, los marcos se definen a favor o en contra del gobierno, de alguna institución o persona que tiene deberes u obligaciones con el tema. No obstante, los gabinetes de comunicación gubernamentales saturan la agenda de los periodistas para definir las situaciones como gobernables, y refuerzan la condición de dependencia y victimización de los damnificados. En tanto asunto político, es un conflicto simbólico por la legitimación de paquetes interpretativos en competencia, inscritos en sus respectivas narraciones causales. En 2006, en medio de una larga disputa con el gobernador Salazar Mendiguchía, Cuarto Poder exigió respuestas al gobierno. Descalificó sus acciones en busca de polarizar la opinión pública, lo impugnó porque no actuaba y abandonaba a la población. Asimismo, denunció la corrupción, la falta de transparencia y de procedimientos de rendición de cuentas. Este periódico 15 Alain Basail Rodríguez El papel del mundo mediático en la constitución discursivosimbólica del mundo social convierte a los medios en herramientas de un poder difuso que busca reproducirse a partir del control de la comunicación y la información. se desmarcó de la línea editorial dominante en los diarios oficialistas, reclamó autonomía y capitalizó parte de la crítica social. En este sentido la discusión pública parecía enriquecerse con el contrapunto de opiniones. Sin embargo, en 2007 se alejó del marco de la denuncia política y reprodujo el discurso institucional sobre los sucesos de Juan de Grijalba. Adoptó posiciones oficialistas, legitimó al gobierno local y evitó un análisis de las causas reales del «accidente». Cuarto Poder es un buen ejemplo de cómo los medios desarrollan su propia agenda para influir en la política. En general, la certificación empírica de la situación problemática pasa, básicamente, por fijar que el agente culpable es la naturaleza, es decir, que la causalidad es externa porque «nadie es responsable de lo sucedido». Al fenómeno natural se le atribuyen rasgos que argumentan su culpabilidad y crueldad inusitada: «el villano», «la calamidad» o «la fatalidad». Los periódicos se limitaron a constatar los sucesos con resignación fatalista. Para tal fin se insiste en los aspectos metereológicos del fenómeno, es decir, a la propia contingencia atmosférica, a sus cualidades como evento físico (fuerza, intensidad, evolución y trayectoria) y a sus impactos, de manera autorreferencial. La imagen induce a una naturalización del desastre en cuanto «aberración climática temporal» con una fuerte dimensión autorreferente que obvia el contexto real, los factores de riesgo y las condiciones de vulnerabilidad de la población. Al visibilizar las causas como accidentales, imprevistas y naturales, se acentúa la pérdida de legibilidad de los eventos. Otra certificación se opera al interpretar los impactos consecuentes de los desastres en términos de paisajes desoladores. El lenguaje remite a un enfrentamiento violento con la naturaleza, una guerra de la que resulta una tierra arrasada, despojada y ruinosa como en un paisaje posbélico. El orden caótico se potencia con robos, saqueos, actos de recuperación de algunos haberes y medios de vida, o protesta social. En las noticias, las situaciones son definidas por la inseguridad y la ausencia de defensas. También, asociándolas con amenazas inmediatas y futuras y, menos, con la vulnerabilidad y la desprotección gubernamental. Se impone a la audiencia una perspectiva de desesperanza y pánico espantosos. A través de informaciones concretas sobre experiencias vívidas y situaciones personales, se simbolizan mediáticamente experiencias que el lector puede compartir. Se dosifica la ansiedad colectiva, un sentido de lo extraño, un miedo ante el «peligro» y el «descontrol». Además, el horror y el miedo buscan promover en la audiencia la «solidaridad» con «los pobrecitos», para controlar el temor a partir de relacionarse con los otros desde un sentimiento de víctimas indirectas. Al mismo tiempo, se manipula el enfrentamiento entre las directas, por el acceso diferenciado a las ayudas, o los conflictos por la exclusión a ellas. El discurso sobre la inseguridad legitima la acción de los cuerpos militares de la Secretaría Nacional de Defensa, organizados como fuerzas de apoyo para implementar el Plan de Auxilio a la Población Civil en Casos de Desastre (DN-III-E) y el Plan Marina, y argumenta la necesidad de una declaratoria de zona de desastre, para contar con recursos extraordinarios y propiciar la reconstrucción por parte de empresas que, junto a los políticos corruptos, son los mayores beneficiarios de estos.14 Las representaciones mediáticas de la naturaleza instituyen una franja de conocimiento que pauta las relaciones con el medio ambiente, organiza el pensamiento, significa las imágenes y las estructura simbólicamente. En los enfoques noticiosos se asocian ciertos temas y dinámicas naturales con los desastres; así se maximiza la percepción de una relación ilusoria entre territorio, medioambiente y una actividad natural determinada. En los marcos periodísticos estudiados, los fenómenos climáticos son definidos como una forma de violencia externa de la naturaleza. Esto habla de un doble mecanismo: «cosificar» la naturaleza, o sea, negarle categoría de vida, y «naturalizar» los eventos climatológicos, responsabilizarlos de todos los impactos. En general, se reinterpretan situaciones empaquetadas como injustas, indeseables, antinaturales, pecaminosas o incorrectas. Esta narrativa estereotipada funciona para garantizar el éxito y la eficacia periodística, al mismo tiempo que se minimizan los conflictos con el gobierno u otros actores sociales. El contexto de producción de noticias promueve la amplificación de las convenciones culturales que dan sentido, describen y valoran los eventos externos. Sin embargo, más información no asegura necesariamente mayor explicación y comprensión de la emergencia. Mientras que con las noticias y las crónicas se diagnostica, analiza la actualidad y predice, con los reportajes se certifica que cada desastre social o natural, como 16 Prensa e imaginarios del riesgo referente informativo, ha ingresado en la historia o va a ingresar en un futuro próximo.15 La dinámica del ciclo de la información moviliza o activa los dispositivos de razonamiento que controlan el miedo, la incertidumbre y la ignorancia. En el seguimiento de los periódicos se constató el tránsito de informaciones vívidas a informaciones pálidas y abstractas sobre las tendencias generales de los fenómenos estudiados. Paulatinamente, se retiran de las primeras planas y se deja de referirlas. También se ofrecen caracterizaciones de los sucesos que amparan o suprimen las generalizaciones, a partir de esquemas economicistas (recuentos de daños) y muy tangencialmente humanistas. Se trata de un proceso que tiende a la infrarrepresentación, el silenciamiento o la ocultación periodística.16 El nudo de la trama es la transformación constante de la cadena de situaciones, hacia la recuperación y la vuelta a la normalidad. La transformación de la información muestra los enfoques de las causas y las responsabilidades a partir de la naturalización del desastre, al margen de situaciones contextuales y problemas estructurales. Se lleva a la opinión pública al paradigma del riesgo y se desconoce la vulnerabilidad acumulada. La prensa construye acontecimientos difusos con el fin de ganar más público y movilizar una serie de sentimientos y sensaciones de impotencia, inseguridad y vulnerabilidad, relacionadas con la realidad, pero distanciándose de ella porque los sucesos son narrados sin mencionar causas estructurales. La naturaleza se revela prepotente, inexorable, esquiva, cimarrona, rara; entrañable y a la vez extraña; «magna, cruel e inexorable». Así se esbozan discursos negativos que se hacen eco de las imágenes perjudiciales de las ideologías catastrofistas. Los desastres son vistos como líneas de negatividad con más énfasis en la destrucción de recursos acumulados y bienes materiales (capital fijo, infraestructuras o equipamientos), que en los bienes sociales (personas, relaciones y vínculos de reciprocidad y cooperación). Es decir, se define un marco narrativo de los sucesos como problemas económicos, en detrimento de los ecológicos, sociales y humanos. A la pérdida de la naturaleza que vive el hombre, que se conoce como cambio climático, degradación medioambiental o crisis ecológica,17 contribuye la prensa con su calendarización de lo natural como extraño y naturalización del desastre catastrófico como algo que ha pasado muchas veces. Su tratamiento como «otro» habla de la incertidumbre en que vivimos, de cierto destierro que experimenta el hombre moderno de su propia situación relacional con la naturaleza. Ello significa la subordinación de esta para la colonización del futuro, o sea, para la planeación de los propósitos humanos. Al estudiar la prensa de Chiapas se advierte la calidad de la información que presenta sobre los desastres partiendo de definiciones de la naturaleza como «problema ambiental». Se trata de figuras simbólicas que ilustran las estructuras de poder, los sistemas de conocimiento y las formas culturales subyacentes en los repertorios interpretativos de los desastres socionaturales y, en general, de la naturaleza. Frontera obstáculo y seguridad nacional La vigencia de las fronteras y, en concreto, de la frontera sur de México y norte de Centroamérica, se ha demostrado dramáticamente a inicios del siglo xxi. Las fronteras políticas se renuevan y, en paradoja, se convierten en parodias por la trayectoria existencial de habitantes, migrantes internacionales, traficantes, contrabandistas y «terroristas». A las históricas dinámicas territoriales entre los Estados nacionales de México, Guatemala y Belice,18 se suman las lógicas expansivas de los ámbitos económicos, políticos y sociales.19 El análisis de la prensa chiapaneca muestra la reconstrucción de la frontera asociada a los riesgos y la seguridad como obstáculo.20 En particular, estas asociaciones se evidencian en la gestión (contención) de la movilidad humana y las dinámicas delictivas entendidas no como problemas de seguridad pública, sino de seguridad nacional. Los dos medios de prensa dan cuenta de la figura de la inseguridad, a partir de dispositivos discursivos que le confieren una materialidad objetiva relacionada con los peligros de la migración ilegal, el contrabando de mercancías, el refugio de fuerzas contestatarias, y el tráfico de humanos, estupefacientes, flora y fauna. Así se constituyen unos «ámbitos de sombras» donde se desencadenan conflictos y se fundan narrativas distópicas de corrupción, maldad y miedo. La frontera sur es presentada como «zona gris» probablemente peligrosa hasta para el equilibrio del mundo afligido por amenazas globales como el terrorismo. La prensa contribuye cada día a la reconfiguración de los límites fronterizos con atribuciones de sentido negativas. Tanto Cuarto Poder como Diario de Chiapas definen las realidades fronterizas con una fuerte dimensión simbólica sistemáticamente ordenada, para conferirles objetividad a situaciones sociales connotadas a partir de la diferencia. La representación de la frontera en el discurso de ambos medios se ha saturado por la acumulación de riesgos sociales, culturales y ambientales cuya causalidad profunda se desconoce y, en principio, es asociada a fuerzas desterritorializadas con pretensiones de universalización. Su visualización se da en un sentido unidimensional, trágico, de dolor, sacrificio, podredumbre o fracaso. Según las narraciones 17 Alain Basail Rodríguez periodísticas, en las fronteras se constata un orden caótico y polivalente a través de trasiegos diarios de armas, drogas, vehículos, animales y personas, así como de violaciones a los derechos humanos de los transmigrantes. Los periódicos giran el calidoscopio de la frontera para representar su emergencia, ampliar y estandarizar las contradicciones y las incertidumbres. Los riesgos se asocian tanto a la experimentación doméstica como a la movilidad de sujetos fugitivos o fuerzas sociales descontroladas que operan y presionan a través de redes sociales. En primer lugar, se constata la ampliación de los márgenes fronterizos, extensibles por los flujos humanos y los mecanismos policiales para controlarlos. La ubicuidad de la frontera modela las diferencias sociales como relaciones críticas, experiencias violentas y estrategias de oposición entre las fuerzas acumuladas a lo largo de la línea. Las estrategias políticas (mediáticas y militares) definen las transformaciones de sentido y las deslocalizaciones de la frontera sur para explayar su geografía no tanto por correspondencia «natural» o «humana», como por los comunes efectos sociales y económicos de los fenómenos emergentes, por su conflictividad, violencia y «peligrosidad». Para la prensa, la frontera es un espacio geográfico y uno ideográfico. En concreto, ambos órganos periodísticos amplifican las contradicciones de los comunicados gubernamentales entre la definición física de la frontera como límite territorial que restringe las relaciones humanas (control migratorio, aduanero, fitosanitario) y los órdenes institucionales que prescriben las condiciones de riesgo bajo las cuales se expresan los conflictos y se busca resolverlos con la intervención autoritaria (presencia del ejército y autoridades migratorias para la revisión de vehículos). La imagen nefasta de la frontera reduce sus múltiples dimensiones y causalidad histórica a amenazas reales o imaginarias que son siempre calculadas, exageradas y dramatizadas en el discurso mediático. Según este, los riesgos abruman los espacios fronterizos, los inundan de confrontaciones, los colman de desigualdades, relaciones de poder asimétricas, y obvian los entrecruzamientos de lealtades nacionales, étnicas, comunitarias, filiales y grupales. En ese escenario, las narrativas de la frontera como obstáculo definen una totalidad homogénea bajo la condición común de cosa riesgosa cuya proximidad incomoda. Se generalizan algunas de sus especificidades y se reducen las diferenciadas dinámicas sociales, económicas y políticas de las distintas fronteras localizadas, particularizadas y enfocadas territorialmente. Sin duda, la frontera sur es una trama de espacios específicos que en su conjunto se definen por características comunes y dinámicas propias que remiten a permeabilidades tanto negativas como positivas.21 Sin embargo, la prensa las connota como negativas para reforzar un sentido de la frontera y una sola cara de los procesos y del dinamismo de los vínculos en la sociedad fronteriza.22 El carácter problemático de la frontera sur deviene urgencia política por su permeabilidad. Se trata de un territorio de confines y atravesamientos caracterizado por la inestabilidad, las exclusiones, las fricciones, las turbulencias, las violaciones. Las percepciones de límites fronterizos fuertes vulneran la confianza mutua al conformar un mapa del espacio social con importantes fisuras y serias restricciones para la convivencia social más amplia: «el peligro» de transmigrantes, su estigmatización, la violencia, una patología del miedo a grupos delincuenciales como Los Zetas y Las Maras. Los cambios en las cualidades del paso han operado un movimiento reificador del viajero a migrante, una especie de satanización del otro potencialmente peligroso, «extranjero», «ilegal», «indocumentado», «criminal», «delincuente». De esta manera, emergen formas de racismo hacia los «cachudos», «catrachos» o «esquipulitas».23 La poderosa constr ucción de la frontera administrativa como lugar de anonimato, libertinaje y futuros promisorios, hace de las ciudades fronterizas espacio de concurrencia de espionaje, contrabando, tráfico de mercancías y personas, ilegalidad, prostitución y corrupción policíaca. Sus ciudades y localidades son definidas, en primera plana, como «burdeles», «guaridas», «antros», «refugios», «oestes», en los que reina la anarquía, la corrupción, el dolo. Sin embargo, nunca se aclara por qué, lo que amplía la ignorancia y la incertidumbre. El significado de la frontera como obstáculo se remarca con una relación de lejanía porque es una entidad trágica y conflictiva. En nombre de los «intereses de seguridad» se establecen fobias, miedos, límites y riesgos en los que cunde la obsesión securitaria y el uso de la fuerza para la colonización de la frontera. Además, solo se señala la presencia negativa del otro para la (des)movilización política de actores locales. Tras el «peligro latente e incontrolable» se advierte lo que verdaderamente está en juego: la producción material y simbólica de territorios caracterizados por crecientes asimetrías, vulnerabilidades y dependencias externas que permitan la explotación de sus recursos. La securitización tiene en la movilización castrense el mecanismo principal de control y regulación de la población y, sobre todo, de los sectores al Estado por no estar regulados por leyes ni derechos fundamentales. La prensa legitima su intervención en nombre de los fundamentos soberanos y territoriales de este. La impronta de voluntades de poder define la dinámica de la frontera en función de su dimensión 18 Prensa e imaginarios del riesgo multilateral en el escenario global. Las políticas de seguridad estratégica, según intereses de otras naciones, operan para controlar todo tipo de riesgos, desde los epidemiológicos hasta los bélicos, en el escalonamiento de los conflictos a nivel nacional y centroamericano. Así se condena a la región fronteriza a transformarse en zona de deterioro, depredación y desórdenes en los regímenes ecológicos, comunitarios y sociales. La imagen de la frontera obstáculo es funcional a los procesos que determinan la reconfiguración de la región sur-sureste de México a partir de la histórica asimetría de sus procesos económicos, políticos, culturales y religiosos en relación con el resto del país, la macrorregión centroamericana y las tendencias globales. Entendido como territorialidad en construcción, ese conjunto de procesos puede resumirse como fronterización, con las estructuras institucionales del estado policíaco y punitivo para delimitar un espacio conflictivo que erosiona la hegemonía centralista, y fortalecer su dependencia como confín del Estado mexicano y región lateral del hemisferio. En este sentido, la multilateralmente comprometida gestión del espacio frontero, como de tránsito y diferenciación, ha adquirido dos sentidos: de represión y anulación preventiva de las amenazas (el riesgo, la seguridad, los migrantes y terroristas) y la canalización de la fluidez comercial, y los negocios del capital transnacional. Cuando la prensa elude las causalidades, reproduce la política de externalización de responsabilidades ante los agravios y el inventario de violaciones de los derechos humanos en nombre de la seguridad nacional. Las estrategias mediáticas transforman los sentidos de los efectos sociales y económicos de los fenómenos emergentes. Con las definiciones de la situación fronteriza en esas claves, la prensa evita la historia de los procesos que la han configurado y justifica la política vigente. La frontera sur de México se reconfigura como emergente en los últimos treinta años no solo porque su identidad se transformó por las dinámicas económicas, políticas y poblacionales, sino por la regionalización geopolítica a partir de la cual se fue asumiendo como estratégica para, por ejemplo, mantener la territorialidad de México y reconocerse como «comunidad política».24 En este sentido, la actual visibilidad de la importancia política y práctica de la frontera sur muestra en claro sus paradojas. De hecho, su definición es relativamente reciente: cuando la ampliación de los márgenes territoriales internos fue posible por el desparrame de flujos humanos y los mecanismos policiales para controlarlos. Las políticas federales, desde mediados de 2001 con los programas Sellamiento de la Frontera Sur y Plan Sur, constituyeron parteaguas en la historia de las relaciones fronterizas; situación que se consolidó, cuando se puso en marcha, en diciembre de 2006, el Plan de Reordenamiento de la Frontera Sur establecido en el Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012. El presidente Calderón dijo que se buscaría la regulación migratoria y la inversión de recursos humanos y financieros en materia de seguridad. Mientras, el gobierno del estado de Chiapas insistió en que se trataba de un programa de desarrollo de la «frontera con un rostro más humano»; sin embargo, anunciaba la creación de una Policía Estatal Fronteriza para garantizar la seguridad en el límite con Guatemala, detener y castigar a quienes incurrieran en delitos, y salvaguardar los derechos humanos de los migrantes irregulares. En realidad, se han movilizado continuas caravanas de efectivos militares, y con ello se ha justificado el aseguramiento y deportación de miles de transmigrantes centroamericanos que se presentaban hasta fecha muy reciente como transgresores de las leyes mexicanas.25 La prensa se ha hecho eco, durante 2011, de las llamadas oficiales al blindaje de frontera sur para el ordenamiento de una atmósfera definida como de preocupación y miedo. Sin embargo, oculta su dimensión multilateral por el control expansionista del Estado mexicano, acentuado desde 1994 frente a la emergencia zapatista, la agenda de los Estados Unidos con su paradigma de seguridad regional y su modelo preventivo aplicado al arco de la América Central e insular como su tercera frontera y concretado en el Plan Mérida, y la llamada Iniciativa Mesoamericana.26 En las últimas décadas, el límite político ha devenido estratégico no solo para la reproducción del capital transnacional a través de las reservas regionales de recursos biológicos, energéticos y humanos sino como corredor de las migraciones internacionales y espacio geopolítico para la seguridad nacional, hemisférica y la estabilidad de los Estados Unidos. Aquel ha devenido más poderoso como demarcación, clasificación, diferenciación y represión en el marco de la estrategia de securitización como expresión de relaciones de fuerza autoritarias. Como consecuencia, la migración internacional se ha definido como un problema de seguridad, lo que la criminaliza, y el paso fronterizo se ha complejizado.27 En nombre de la seguridad hemisférica, México recubre su frontera con Centroamérica y no logra una gobernabilidad migratoria transparente porque las migraciones han acentuado la ambivalencia de los límites entre vigilancia e intercambio. Para asegurar esta contención de flujos humanos ha sido necesario definir como un principio de la realidad fronteriza el riesgo y la inseguridad. Igualar las fronteras con el riesgo refuerza la visión de estas como líneas de fractura. Así, es una realidad negada y afirmada, ajustada e impermeabilizada con medidas activas de seguridad que pretenden eficacia para reducir la mutua vulnerabilidad asegurada. 19 Alain Basail Rodríguez El riesgo tiende a reforzar el carácter selectivo y asimétrico de las fronteras, a homogeneizarlas, a definir su incoherencia como lindes humanas y militares, así como a subrayar su sentido excluyente, de separación y de relaciones de convivencia negadas o cuestionadas.28 Esta ansiedad ante el peligro del espacio limitado de circulación muestra a la frontera como artificio, convención y realidad parcial. Es decir, como metáfora de la inseguridad global. En fin, como obstáculo asediado, define «el problema fronterizo» y esconde otras limitaciones próximas: las del desconocimiento, la incomprensión de causas y responsabilidades, y las de la tolerancia y la diversidad. Sin duda, los precintos policiales no garantizan lo suficiente la capacidad protectora en un territorio dado, con lo que se limita a una declaración de intenciones que refuerza la inseguridad por problemas extraterritoriales y fuentes de amenazas globales. Muchos son los intereses creados —sean legítimos o no— para mantener las condiciones de frontera, desde aquellos agentes que explotan sus ventajas, hasta los que se empeñan en hacer de la sociedad un lugar peligroso o anárquico para imponer un espacio global ideal. Se trata de un terreno donde cristalizan las dificultades que tienen los Estados para controlar su territorio y gobernarlo democráticamente. Los cerrojos no desvanecen los problemas, los reproducen y retroalimentan. Mas de eso no hablan los periódicos. Una salida a la falta de pertinencia sociohistórica de la prensa o la crisis de confianza que atraviesa podría encontrarse, por ejemplo, en la regulación pública y el ejercicio de un periodismo basado en una agenda de intereses públicos, la exigencia de responsabilidades sociales y cívicas con ella y en acentuar las capacidades críticas de las audiencias. Esta situación lleva a una vuelta de tuerca en el ejercicio de la prensa hegemónica entendiendo sus dimensiones éticas (generación, aplicación y uso de información) y prácticas (contextos de aplicación) en contra de relaciones comunicativas mediadas por la «liquidez» financiera. Con las miras puestas en ese cambio cultural, compartimos este modesto aporte crítico sobre las dimensiones de la categoría histórica de riesgo y el papel de la prensa en su ensanche y arraigo social porque «…los riesgos en los que se cree son el látigo con el que se mantiene el tranco del presente».31 Notas 1. Cristina Santamarina, «La convención de la objetividad de la información: entre lo verosímil y la evidencia», Revista de Filosofía, n. 24, Murcia, septiembre-diciembre de 2001, p. 57; Manuel Castell, Comunicación y poder, Alianza, Madrid, 2009, p. 23. 2. Anthony Giddens, Modernidad, identidad y el yo. El yo y la sociedad contemporánea, Península, Barcelona, 1997, p. 140. 3. Ulrick Beck, La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid, 2006, p. 34. Mediaciones e imaginarios del riesgo 4. Max Weber, «Para una sociología de la prensa», Revista Española de Investigaciones Sociales, n. 57, Madrid, enero-marzo de 1992, pp. 251-9. Los ejemplos muestran el poder de la prensa para operar interpretaciones de los desastres y las fronteras. En ambos se renuncia a la memoria histórica y las causalidades explicativas. Mientras la lógica del pánico resulta central en la política simbólica, los medios controlan los miedos al otro a través su alterización y la colonización de los escenarios de conflictividad y riesgo. Entonces, se instituye un régimen de excepción en nombre de principios de soberanía vulnerados y se normaliza el «estado de emergencia» y «la razón securitaria».29 En todo lo dicho es evidente el cuestionamiento sobre la utilidad social de la prensa como servicio o bien público. El estudio de esta, y los medios en general, hace inteligible cómo contribuyen al ejercicio del poder en la modernidad tardía.30 La propia crisis del periodismo como profesión y del periódico como soporte y vehículo cultural pasa por no asumir plenamente una responsabilidad social y ambiental, ni promover una comunicación de riesgos no basada en la reproducción de conocimientos hegemónicos y relaciones de dominación frente a otros saberes «inconmensurables». 5. José M. Roca, «La prensa y el espacio público», en Fernando Ariel del Val, Valentin Moraru y José M. Roca, Política y comunicación. Conciencia cívica, espacio público y nacionalismo, Libros de la Catarata, Madrid, 1999, pp. 89-134. 6. Roland Barthes, «El mito, en la derecha», Mitologías, Siglo XXI, México, DF, p. 146. 7. Siguiendo a Juan L. Pintos, Los imaginarios sociales. La nueva construcción de la realidad social, Sal Terrea, Madrid/Maliaño, 1995; «Orden social e imaginarios sociales (Una propuesta de investigación)», Papers, n. 45, Barcelona, 1995, pp. 101-27; Juan L. Pintos y Fermín Galindo, «Comunicación política e imaginarios sociales», en Salomé Berrocal, ed., Comunicación política en televisión y nuevos medios, Ariel, Barcelona, 2003, pp. 111-33. Además, véase Manuel A. Baeza, Mundo real, mundo imaginario social, RiL, Santiago de Chile, 2008. 8. Manuel Castell, ob. cit., pp. 261-392. 9. Ulrick Beck, ob. cit., p. 170. 10. Idem, p. 38. 11. A pesar de su poca fuerza (categoría 1), la magnitud de los daños fue inconmensurable si se ponen en el contexto del tipo y tamaño de la economía local, su nula diversificación y la complejidad institucional. 20 Prensa e imaginarios del riesgo 22. Manuel A. Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez, Espacios diversos, historia en común. México, Guatemala y Belice: la construcción de una frontera, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histórico Diplomático, México, DF, 2006. 12. Se trata del «deslave» del cerro La Pera en la ribera del río Grijalva, que generó una ola que desapareció el poblado. Según los habitantes, todo fue causado por explosiones que pueden haber sido planeadas para evitar el impetuoso desfogue de las presas hacia las regiones inundadas donde se encontraba en peligro la ciudad de Villahermosa. 23. Términos despectivos con los que se designa a los guatemaltecos, así como a los transmigrantes centroamericanos que viajan hacia los Estados Unidos. Aura M. Arriola, «La frontera sur de México: el derecho a la ciudadanía multicultural», Cultura y Representaciones Sociales, a. 1, n. 2, México, DF, marzo de 2007, p. 4. 13. Los marcos de interpretación son esquemas persistentes de conocimiento, interpretación y representación de situaciones extraordinarias; esto es, de selección, énfasis y exclusión, con simbolizadores que organizan de manera formal un discurso verbal con apoyaturas visuales. Véase Irving Goffman, Frame Analysis. Los marcos de la experiencia, CIS, Madrid, 2006. 24. A partir de los conflictos en Guatemala y Centroamérica de los años 70 y los 80, el Estado mexicano comenzó a desplegar efectivos militares en la frontera sur y a implementar una serie de iniciativas defensivas como la construcción de las carreteras fronterizas de Chiapas y Quintana Roo, paralelas a los ríos Usumacinta y Hondo, respectivamente. Desde 1994, el conflicto zapatista acentuó esa tendencia, así como la estrategia para el control de los flujos migratorios, terroristas, bandas juveniles y traficantes. Andrés Fábregas, «El concepto de frontera: una conceptualización», en Alain Basail, ed., Fronteras des-bordadas..., ob. cit., pp. 21-51. 14. Zygmunt Bauman, Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores, Paidós, Barcelona, 2007, p. 13. 15. Dorde Cuvardic, «Los marcos interpretativos textuales: herramienta metodológica para el análisis del discurso periodístico», Revista de Ciencias Sociales, v. II, n. 96, San José de Costa Rica, junio de 2002, p. 91. 16. Alain Basail, «Fronteras del olvido. Riesgos, vulnerabilidades y desastres en la Sierra Madre de Chiapas», en Carlos Gutiérrez, ed., Representaciones desde el Sur, Juan Pablos / UNICACH, 2010, pp. 117-49. 25. Ello sucede a pesar de ciertos avances en materia de respeto a los derechos de los migrantes en Chiapas, en cuanto a la comprensión política de la necesidad de intervenir para cambiar la imagen violenta de la frontera sur, a partir de la creación de la Fiscalía de delitos contra migrantes, la Oficina de Atención a la Mujer Migrante, servicios de salud, mayor vigilancia y acción preventiva de los Grupos Beta. Está aún pendiente discutir los alcances de esta estrategia a la luz de evidencias empíricas. 17. Ulrick Beck, ob. cit, p. 170. 18. De acuerdo con las dos secciones de la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA) México-Guatemala y México-Belice, se comparte una línea a lo largo de 960 km con Guatemala y 186 km con Belice. A los que deben añadirse los 80 km de línea imaginaria que demarca el límite sobre la Bahía de Chetumal. Cerca de la mitad de esta Línea Divisoria Internacional de un total de 1 146 km es terrestre, mientras que el resto es fluvial. Los tramos terrestres de la frontera fueron definidos mediante trazos imaginarios por territorios montañosos y selváticos, por el que se ha abierto una «brecha fronteriza» en la que se construyeron 1 392 «monumentos limítrofes». En los demás tramos de la frontera, los ríos fueron usados para demarcar los límites: el Suchiate (81,2 km) y un tramo del caudaloso Usumacinta (305,5 km) en la frontera con Guatemala; así como, el Arroyo Azul (53 km) y el río Hondo (119 km) en la frontera con Belice. 26. El primero, antesala de un Plan México a la usanza del Plan Colombia y, la segunda, redefinición del Plan Puebla-Panamá y la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN). 27. Daniel Villafuerte y María del C. García, eds., Migración, seguridad y derechos humanos en el sur de México y Centroamérica, Porrúa/SEP, México, DF, 2011. Como bien señalan los autores de este libro, el Programa de Migración para la Frontera Sur de México 2008-2012, ha buscado un reordenamiento integral de los flujos migratorios por esta frontera para su mayor control y el conocimiento de sus especificidades. 28. Pedro Serrano, «Fronteras: la calle de al lado», El Rapto de Europa, n. 4, Madrid, mayo de 2004, p. 13; Marc Augé, Por una antropología de la movilidad, Gedisa, Barcelona, 2007, p. 17. 19. La definición espacial de la frontera no es solo geométrica. Las dinámicas poblacionales han ido contorneando sistemas regionales de relaciones y redes sociales que se apoyan en campos sociales transfronterizos. Estas redes de relaciones configuran campos o entramados fronterizos de geometría espacial variable y geografía desterritorializada. Alain Basail, ed., Fronteras des-bordadas. Ensayos sobre la Frontera Sur de México, Juan Pablos/UNICACH, México, DF, 2005. 29. Zygmunt Bauman, ob. cit.; Michaël Foessel, Estado de vigilancia. Crítica a la razón securitaria, Lengua de Trapo, Madrid, 2011. 30. Roger Silverstone, ¿Por qué estudiar los medios?, Amorrortu, Buenos Aires, 2004, p. 244. 31. Ulrick Beck, ob. cit., pp. 19-20. 20. Alain Basail, «Las fronteras como metáforas del riesgo», Revista ANTHROPOlógicas, n. 11, Porto, 2009, pp. 35-49. 21. Rodolfo Casillas, «La permeabilidad social y los flujos migratorios en la frontera sur de México», en La situación demográfica de México 2009, CONAPO, México, DF, 2009, pp. 124-35. © 21 , 2011 no. 68: 22-31, octubre-diciembre de 2011. Alina Altamirano Vichot La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional Alina Altamirano Vichot Profesora. Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. La Imagen país es el resultado de los procesos cognitivo-afectivos en el imaginario colectivo de la sociedad internacional, constituida por públicos estratégicos (internos y externos del país objeto de referencia), a partir de la integración objetiva, gestáltica y sintética de las acciones comunicativas de todos los públicos, integrados por individuos que actúan según su condición bio-psico-social en contextos socio-históricos concretos. En última instancia, está condicionada por la identidad cultural del país de referencia y a través de ella se reconoce, describe, recuerda y relaciona al país y como consecuencia, se actúa frente a él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. José Martí E n el contexto actual de la sociedad internacional, su dimensión ideológico-cultural emerge a un primer plano. El marco teórico conceptual de las relaciones internacionales no es suficiente para explicar la compleja red de relaciones que se establecen entre los individuos y las organizaciones que participan en la proyección de la imagen país, la cual trasciende la esfera mediática para abarcar el comportamiento de los sujetos individuales y colectivos que participan en el escenario mundial. La Comunicación institucional,1 en sus interrelaciones con la Sociología, la Psicología y la Dirección, permite asumir un enfoque complejo y transdisciplinario para considerar la sociedad internacional, las organizaciones y los individuos con la complejidad de variables y sujetos interdependientes que los caracterizan. Sobre esta base, se brindan ideas para aplicar las herramientas de la Comunicación Institucional a la estrategia de imagen país, a través de programas de diplomacia pública2 entre públicos estratégicos.3 El contexto internacional y organizacional El debate sobre la globalización y su conceptualización teórica no ha podido resolver el dilema de no diferenciarla como proceso social objetivo, y el proyecto neoliberal. Quizá la contradicción mayor del actual momento está en la coexistencia, en aguda lucha, de ese proyecto neoliberal de globalización, que por su naturaleza es hegemónico y homogeneizador, y la resistencia, también 22 La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional Mancar Olson reporta cómo las organizaciones se constituyen, formal o informalmente, para alcanzar objetivos que redundan en la satisfacción de determinadas necesidades de sus miembros.10 Para aplicar los criterios de Olson a las organizaciones actuales hay que partir de que las estructuras organizacionales se hacen flexibles, planas y permeables. El «tiempo real» está marcado por la incertidumbre y la necesidad permanente de innovación y cambio. El espacio tiende a la globalidad a través del trabajo en red, los grupos ad hoc y el intercambio creciente de información y de personas. Los procesos devienen globales, multiculturales y multidisciplinarios. Se incrementan también los eventos sociales e informales. Todo ello propicia experiencias comunes para la construcción de significados compartidos; pero también complejiza los procesos de armonización de intereses ¿Cómo lograr satisfacer necesidades específicas de personas tan diversas? A ello ayuda la constitución de públicos estratégicos ya que interactúan para satisfacer necesidades personales y de sus organizaciones, favorecen la armonización de intereses específicos y la retroalimentación oportuna. Aplicado al ámbito internacional, el concepto sugiere la potenciación de programas de diplomacia pública para la construcción de relaciones de mediano y largo plazos. La globalización también impacta a los instrumentos de política exterior que, según Roberto González, incluyen la diplomacia, la guerra, los instrumentos económicos y los ideológicos.11 Diplomacia pública es el conjunto de procesos funcionales que ocurren entre individuos y organizaciones de la comunidad internacional, que promueven información, entendimiento, significados compartidos y afectos y de forma directa o indirecta influyen en los cambios que conducen a beneficios políticos, económicos, tecnológicos y culturales. Joseph Nye argumenta las limitaciones del «poder blando» y el «poder inteligente» cuando explica que en una era de jerarquías más planas y de profesionales del conocimiento, lo más probable es que el poder blando importe cada día más, pero a nadie le gusta que lo manipulen por mucho tiempo.12 Los programas de diplomacia pública tributan a la sinergia de las acciones comunicativas que conforman la imagen país cuando se basan en la identidad cultural y armonizan intereses de todas las partes. En este contexto cobra relevancia el paradigma simbólico-interpretativo, sustentado en la construcción de significados compartidos a través de experiencias comunes. globalizada, de las fuerzas políticas que se le oponen y que la globalización como proceso objetivo viabiliza, al facilitar la creciente interconexión entre sociedades, organizaciones e individuos «desde abajo».4 Las asimetrías existentes crean desventajas para el aprovechamiento de las oportunidades en este nuevo escenario y aumentan la vulnerabilidad de los países más débiles. Pero la globalización, en tanto sistémica, incrementa las interdependencias, y las vulnerabilidades llegan a todos aunque con impactos diferentes. Como fundamenta Manuel Castells, más allá de que el acceso a las nuevas tecnologías está actualmente restringido a una minoría, ocurre un proceso de democratización al que se han sumado los movimientos de «resistencia en red».5 La dinamización de la sociedad civil internacional frente a los partidos tradicionales y los modelos estatales centralizados, también apunta en este sentido. Marx y Engels explican cómo la actividad del hombre es, en esencia, transformadora de la naturaleza y de los hombres, para lo cual debe comunicarse no solo en el ámbito más cercano sino a nivel universal.6 Ello sustenta la potencialidad objetiva de las influencias cruzadas; aun en condiciones de asimetría, la actividad humana nunca es pasiva, gracias a la preminencia de la identidad cultural. Los individuos necesitan tener un sentido firme de identificación grupal constituido, cuando menos por tres generaciones con una cultura común, para tener y mantener un sentimiento de bienestar.7 Ello explica por qué se resisten a las agresiones a su identidad. No hay que perder de vista que la propia formación de las identidades ha estado siempre acompañada de la «mezcla» de culturas, aunque no pocas veces han ocurrido procesos de aculturación. Según explica Néstor García Canclini, el fenómeno de las culturas híbridas es un proceso objetivo y no se puede elegir participar o no, si se forma parte de un mundo fluidamente interconectado. Se entiende por hibridación los «procesos culturales en los que estructuras o prácticas discretas, que existían de forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas».8 Este concepto explica casos que pueden considerarse extremos, como el de la emigración puertorriqueña a los Estados Unidos,9 y no por ello poco comunes, así como la hibridación, menos perceptible, de la cultura de los individuos que tienen más o menos acceso a los intercambios de información y de personas en cualquier parte del mundo. Ambos tipos de situaciones son objetivos pero igualmente riesgosos. El carácter sistémico de los problemas globales, y las interdependencias que se van entretejiendo entre los diferentes sujetos de las relaciones internacionales abren oportunidades para las influencias cruzadas. La construcción de significados compartidos En el contexto internacional y organizacional actual ocurre toda una revolución de los métodos de gestión, 23 Alina Altamirano Vichot un cambio cultural con preeminencia de los activos intangibles y las relaciones interpersonales cara a cara, y los individuos pasan de productores a mediadores. «Los nuevos valores que han de singularizar y vender los servicios son tan intangibles como ellos mismos y proceden de la identidad, la cultura organizacional, la comunicación y la imagen».13 A partir de los criterios de Carolina de la Torre,14 se asume la identidad cultural, individual y colectiva como el proceso que permite al sujeto ser consciente de sí mismo frente a los demás, da sentido compartido a la acción, y se manifiesta a través de la cultura. Abarca todas las identidades interdependientes, en la actividad práctica de las personas que las reciben, construyen, reconstruyen y expresan. Ello explica cómo, en las relaciones entre las personas, algunas claves identitarias son más o menos comunes y sirven de pivote para influir en determinadas conductas, y otras son suficientemente persistentes en el tiempo, como para oponerse a los procesos de aculturación. Una estrategia de imagen país que pretenda ser exitosa, debe tener en cuenta unas y otras, y favorecer la construcción y reconstrucción de otras claves identitarias deseadas, que medien (y sean mediadas) en las relaciones internacionales. La imagen país, como instrumento ideológicocultural de política exterior es un objetivo estratégico y media en el logro de otros. Pero la imagen de un país no se construye solo a través de logos e isotipos, se «construye» a partir de la identidad. En este punto, es importante precisar algunas variables y sus interrelaciones. Según el modelo propuesto por Justo Villafañe,15 las acciones comunicativas en función de la imagen país ocurren tanto en el sistema fuerte como en el débil del conjunto del sistema político. El fuerte, integrado sobre todo por los productores de bienes y servicios, es el que a través de los procesos funcionales satisface las necesidades y expectativas de la sociedad internacional ante el país de referencia, y genera la imagen funcional. Ello supone la alineación sinérgica del comportamiento de las instituciones gubernamentales, empresas, ONG, entre otros, en sus roles de clientes, proveedores, acreedores, deudores, miembros de organismos internacionales, etcétera. El sistema débil está conformado por la cultura y las estrategias de comunicación. Se basa en la identidad cultural y está integrado a los procesos funcionales. Si estos no cubren las expectativas de la sociedad internacional, poco o nada puede hacer para armonizar intereses y tributar a la imagen favorable que necesita el país para el cumplimiento de sus objetivos de política exterior. Además del componente cognitivo, el sistema débil aporta el grueso del afectivo, requerido por los individuos que, a título personal o en representación de los sujetos colectivos de la sociedad internacional, contribuyen a la toma de decisiones a favor o en contra del país de referencia, incluido este en la sociedad internacional. Los componentes individuales y colectivos que constituyen los públicos internos son parte del objeto y a la vez sujetos de la imagen país. La permeabilidad de las fronteras hace cada vez más delebles los límites de los públicos internos y externos, y cobran relevancia los públicos estratégicos. Ello no contradice la idea consensuada de que son los primeros, con su comportamiento funcional y comunicacional, quienes, en última instancia, emiten los mensajes que conforman la imagen. No obstante, los públicos externos no solamente son sujetos de la imagen, sino que también median en su conformación. A partir de la imagen que tienen del país de referencia, también emprenden acciones comunicativas favorables o no. Esas acciones deben ser gestionadas con enfoque sinérgico. El país interactúa en la sociedad internacional a través de sus públicos internos, constituidos o no en públicos estratégicos. Ellos son los componentes de su sistema político, conformado por las instituciones de gobierno y de la sociedad civil, que cada vez más incrementa sus mediaciones. Las crecientes interconexiones entre la sociedad civil de diferentes países obligan a considerar, en la estrategia de imagen país, cómo potenciar la sinergia de todos los mensajes que emite cada uno de sus componentes, los que generalmente actúan por su cuenta y muchas veces en contraposición a las políticas de gobierno. De otra forma, la estrategia de imagen país pierde efecto como instrumento ideológico-cultural de política exterior, y baja el rendimiento de las inversiones en comunicación en función de la imagen. Los significados que se conforman en el imaginario colectivo dependen de los códigos de la comunicación y, por tanto, de los compartidos que, según el paradigma simbólico-interpretativo de la comunicación y de los modelos de gestión basados en los valores, se construyen en las experiencias comunes. Es decir, la interacción de los diferentes componentes de los sistemas políticos, en actividades de todo tipo, para fomentar vivencias comunes y alinear códigos de comunicación, favorece la sinergia de las acciones comunicativas en función de la imagen país. Se debe diseñar una imagen país intencional, tan sintética como universal, que apunte hacia las expectativas de la mayor cantidad públicos internos y externos posibles. A la vez debe alinearse con la imagen intencional de todos los sujetos a nivel nacional; pero no todas las instituciones e individuos que conforman el sistema político, se proponen esa imagen. Por ello, la imagen país intencional, debe estar en consonancia también con la funcional, a nivel de los públicos estratégicos. 24 La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional Para satisfacer todos esos requerimientos, se debe prever un sistema de gestión de la imagen que incluya tanto la intencional, como la funcional y de la organización, en cada uno de los niveles en que pueden conformarse, a saber: individual, organizacional y social. Los múltiples sujetos que intervienen en ello deben ser considerados para la elaboración de la estrategia de forma participativa y descentralizada, por lo que el papel de institución coordinadora de esta,16 es vital para lograr la sinergia de todas las acciones. Aunque no todos los sujetos elaboran estrategias, igual impactan en la imagen país. La identidad cultural media en su conformación, a través del comportamiento consciente o inconsciente de los individuos. Lograr alinear todas las acciones comunicativas de tantos individuos a favor de una imagen intencional es prácticamente imposible. Es más viable alinear la imagen intencional a la identidad cultural, y utilizar sus aspectos particulares como claves identitarias para compartir significados dentro y entre públicos estratégicos específicos. Otra cosa sería un conjunto de acciones comunicativas infundadas, poco creíbles, no perdurables en el imaginario colectivo, y contraproducentes para crear ambientes favorables, pues serían causa de disonancias cognitivas en los públicos de la sociedad internacional. El perfeccionamiento de la estrategia de imagen país pasa por reconocer, utilizar y proyectar la diversidad objetiva. No puede basarse en soluciones de aislamiento y tampoco en la imposición y generalización de supuestas «mejores» prácticas. Como afirma Héctor Díaz-Polanco, través de la construcción de significados compartidos, como de una adecuada estructuración de mensajes. La estructuración de mensajes en función de la imagen país Como campo de actuación de la comunicación institucional, la estructuración de mensajes se integra a la construcción de significados compartidos. Las experiencias comunes permiten emitir mensajes humanos con alto contenido afectivo; la utilización del lenguaje verbal y no verbal privilegia la relación cara a cara, y potencia la utilización de redes informales sin detrimento de las formales. Los niveles diádicos y de pequeños grupos viabilizan una comunicación personalizada, oportuna y económica, para atender las necesidades y expectativas de todos los públicos y potenciar la sinergia de todas las acciones comunicativas en función de una imagen país favorable. Como explica Gerald Goldhaber,18 las organizaciones disponen de varios tipos de acciones comunicativas para difundir sus mensajes, en función de los costos, objetivos generales, necesidades específicas, tamaño de la organización, tiempo disponible, necesidades y sentimientos de su personal. La diversidad de públicos y mensajes obliga a que el coordinador de la estrategia, ya sea la cancillería u otra instancia, compulse al diseño de un sistema de estrategias descentralizadas que aborde las características particulares de cada público, a saber: instancias de gobierno, entidades públicas y privadas, empresariales, ONG, etc. Cada una de ellas debe considerar, en el diagnóstico de imagen, las expectativas de sus contrapartes de la sociedad internacional, constituidos como públicos estratégicos. Una estrategia centralizada entorpece estos propósitos. Cuando la imagen que se tiene del país objeto de referencia no favorece la armonización de intereses, lo primero que hay que hacer es modificar la realidad. Si no se puede, hay que explicar las causas. Cambiar una representación mental ya convertida en prejuicio o estereotipo, incluso proveniente de un rumor, necesita de mucha información y contenido afectivo. Los mensajes directos, en los niveles diádicos y de pequeños grupos, son más efectivos para estos propósitos. Los emisores pueden ser más empáticos, disminuyen las distorsiones dadas por la naturaleza seriada de la comunicación, se logra mejor la intencionalidad y la retroalimentación es inmediata. La armonización de intereses se logra más fácilmente. Según la definición de mensajes humanos de Goldhaber, la imagen tiene que ser comunicada primeramente entre los individuos que conforman el si la justicia fuera la primera virtud de las instituciones sociales, la diversidad de modos de vida es uno de sus presupuestos esenciales. Cualquier proyecto, plan de vida o diseño institucional que excluya la diversidad será una jaula de hierro para el espíritu humano.17 Un enfoque de prospectiva participativa puede enriquecer el diseño y ejecución de la estrategia de imagen país a través de la armonización de intereses, a la vez que respeta la diversidad y ayuda a preservar la identidad cultural. Entre los instrumentos ideológicoculturales de política exterior, las modalidades de diplomacia pública contribuyen a estos fines y aportan espacios para el desarrollo de experiencias comunes. La síntesis objetiva de significados sobre el país de referencia puede favorecer o no la imagen intencional. Para que el resultado sea positivo, hay que atender las necesidades cognitivas y afectivas de los individuos según su condición bio-psico-social, considerando la naturaleza personal de la comunicación; aprovechar las ventajas de su naturaleza transaccional y seriada, y disminuir el impacto de sus desventajas —que se pueden constituir en barreras al hecho comunicativo—, tanto a 25 Alina Altamirano Vichot Un individuo que no disponga de información, no participe en la toma de decisiones y no satisfaga sus necesidades materiales y espirituales, difícilmente podrá emprender acciones sinérgicas a favor de una buena imagen de su país. sistema político del país de referencia, considerando principalmente sus actitudes, su satisfacción y su realización. Los mensajes humanos se interesan por los sentimientos, la moral y el concepto que tienen de sí mismas las personas que portan la identidad cultural; mejoran las relaciones interpersonales, contienen el componente afectivo necesario para cambiar prejuicios y estereotipos y lograr cambios de actitud. Las relaciones horizontales e informales son siempre más convenientes para difundir mensajes humanos a favor de una imagen país intencional. Las redes informales resultan convenientes, además, para difundir mensajes que se avengan a la identidad cultural y potencien las ventajas de la naturaleza personal, transaccional y seriada de estos. Pero no hay que perder de vista que dentro y fuera de las organizaciones, son muy difíciles de alinear. Los programas de diplomacia pública, abren oportunidades para armonizar intereses a través de procesos funcionales e, indirectamente, favorecen la sinergia de los mensajes informales en función de la imagen país. Según Goldhaber, el atributo más negativo de la difusión de mensajes informales es quizás que algunas veces sus redes son utilizadas para propagar rumores falsos, pero los mensajes que fluyen por redes formales y medios de comunicación masivos, entre otros canales, no están exentos de esta limitación. Por ello se recomienda una política de información proactiva (y no defensiva) para difundirlos a favor de la imagen país. Con ello se puede evitar rumores destructivos, no importa si fluyen por las redes formales o informales. Los programas de diplomacia pública también contribuyen a disminuir los impactos negativos de los rumores que deterioran la imagen. Cuando se armonizan y comparten intereses a través de procesos funcionales de largo plazo, se construyen significados compartidos, y además de homologarse códigos de comunicación, los mensajes son oportunos y con credibilidad. Una sólida imagen funcional y de la organización evita que nazcan rumores falsos. Y si aparecen, los públicos están menos interesados en propagarlos, por considerarlos destructivos de sus colegas, aliados estratégicos o seres queridos, y la retroalimentación puede ser inmediata, lo que reduciría su propagación. La labor de motivación y capacitación para organizar grupos de trabajo multidisciplinarios y generar sinergias a través de la coordinación entre diferentes instituciones es un reto para quien, en representación de todo el sistema político, tiene a su cargo la estrategia de imagen país y el diseño de la imagen intencional. Un enfoque prospectivo, complejo y transdiciplinario entre las instancias del país de referencia, y de ellas con sus públicos estratégicos, aprovecha las ventajas de la comunicación horizontal y mitiga el impacto de sus desventajas. Cuando existen asimetrías de poder y de acceso a los medios por razones políticas o falta de recursos económicos, y cuando la opinión pública es adversa, las interrelaciones a largo plazo dentro de las redes de comunicación de los públicos estratégicos cobran mayor importancia, se convierten en un canal efectivo, y a veces el único, para la emisión de mensajes en función de una imagen país favorable. Perfeccionar la estrategia a través de la sinergia de todos los mensajes, al sustentar la imagen intencional en la identidad cultural y coordinar las acciones comunicativas de todos los públicos, supone el desarrollo de los programas de diplomacia pública, preferiblemente de largo aliento. Las mediaciones de los programas de diplomacia pública Desde la perspectiva de la comunicación institucional, la diplomacia pública es un complejo sistema de construcción de interrelaciones y significados, mediante la emisión y trasmisión de mensajes, el cual utilizado estratégicamente, puede convertirse en un efectivo complemento de la diplomacia tradicional. Nye y Mark Leonard coinciden cuando consideran tres dimensiones de la diplomacia pública: la administración de noticias o comunicación diaria, que abarca las explicaciones de las decisiones en política interna y externa a través de la prensa; la comunicación estratégica, para temas específicos divulgados por medios similares a las campañas publicitarias; y la construcción de interrelaciones a largo plazo a través de intercambios culturales.19 Estas dimensiones constituyen un sistema y deben gestionarse de manera conjunta dentro de la estrategia de diplomacia pública en función de la imagen país. 26 La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional La comunicación diaria y parte de la estratégica o de campaña, se producen comúnmente en el nivel de masas. Son, por lo general, mensajes unidireccionales y en consecuencia se dificulta la retroalimentación. Casi siempre los medios de comunicación que utilizan son costosos, no propenden a experiencias comunes, y por ello son menos eficaces para la construcción de significados compartidos, la homologación de códigos de comunicación y la potenciación del impacto afectivo de los mensajes humanos. Por la saturación de información en los medios masivos, corren el riesgo de no ser atendidos o ser poco creíbles. Por ello se hace énfasis en la construcción de interrelaciones a largo plazo, como la dimensión que más y mejor contribuye a la conformación de una imagen país basada en la identidad y el paradigma simbólico-interpretivo. Esta dimensión de la diplomacia pública, muchas veces llamada «diplomacia cultural»,20 aprovecha los valores identitarios, trasmitidos a través de la cultura, para influir en sectores gubernamentales y no gubernamentales. Como afirma Saylín Martínez, al abordar los campos de acción de la diplomacia pública en el contexto cubano, la construcción de relaciones es Los sujetos de los programas de diplomacia pública son miembros de la sociedad internacional quienes, constituidos en públicos estratégicos, realizan acciones comunicativas en función de la imagen país: gobiernos y organizaciones intergubernamentales, medios de comunicación de masas, individuos de la sociedad internacional y de la localidad, clientes y proveedores ya sean públicos o privados, ONG, las diásporas, y otros. Los mensajes hacia y desde las instituciones de gobierno y organismos intergubernamentales generalmente fluyen según las reglas de la diplomacia convencional. Sin embargo, no hay que perder de vista las potencialidades de las actividades informales, como una dimensión de diplomacia pública. Los decisores en las organizaciones gubernamentales y organismos internacionales son individuos que actúan según sus procesos cognitivos y afectivos (dentro de determinados límites políticos y funcionales). Las relaciones informales entre funcionarios y sus familiares contribuyen a que se produzcan mensajes diádicos, directos y humanos, portadores de afectos, para fomentar la construcción de significados compartidos. Todo ello potencia la sinergia a favor de la imagen intencional, siempre que esté diseñada sobre la base de la identidad cultural. Las políticas de cancillería y de otras instituciones que limitan las relaciones informales entre los funcionarios y sus familiares con sus contrapartes extranjeras desconocen la objetividad de las redes informales y desperdician su potencial para la construcción de sinergias a favor de la imagen país. Fomentar y lograr la ubicación de funcionarios locales en organismos internacionales ofrece varias ventajas para la conformación de una imagen país favorable. El alto desempeño de un funcionario internacional denota, por sí mismo, una imagen funcional favorable de su país de origen. La armonización de intereses entre el país y las organizaciones puede ser más oportuna. Los funcionarios contribuyen a la creación de significados compartidos en programas internacionales aportando sus atributos identitarios. Asumen un doble papel de público interno y externo, con posibilidades de influir en la conformación de una imagen favorable, en tanto sus mediaciones pueden servir para codificar y decodificar mensajes, lo que elimina barreras a la comunicación. Algo similar ocurre con las sedes diplomáticas y las oficinas de los organismos internacionales acreditadas en el país objeto de referencia. Sus funcionarios y familiares, pueden pasar de público externo a estratégico, con sus consiguientes ventajas. Como fundamenta Nye «las encuestas muestran que la gente es hoy mucho menos deferente con la autoridad en las organizaciones y en la política».25 No se pierde de vista que los gobiernos siguen utilizando el establecimiento e implantación de vínculos sociales y acciones en los ámbitos de la cultura y la cooperación, [que] actúa en el largo plazo y persigue la consolidación de relaciones estables y duraderas con la sociedad civil de otros países, en función del reconocimiento y el aprendizaje de valores.21 En ocasiones se limitan los programas de diplomacia cultural porque puedan representar amenazas para la seguridad nacional. Al respecto alerta Carlos Alzugaray al fundamentar la importancia de fortalecer los intercambios académicos: [L]os gobiernos persiguen sus agendas políticas [...] y resulta saludable que los mismos se produzcan cuando las agendas propenden a un acercamiento entre ambas sociedades y culturas, resulta un evidente error pretender que los intercambios académicos puedan servir a objetivos maximalistas como puede ser la política de «cambio de régimen» [...] Resulta mucho más viable y legítimo estimular el intercambio académico en función de aumentar la comprensión mutua de intereses contradictorios.22 Las propuestas de María Luisa Muriel y Gilda Rota23 y de Antonio Lucas Marín24 acerca de los prerrequisitos, las características, los criterios y las prácticas para una buena estrategia de comunicación con los diferentes públicos, sirven como marco lógico para analizar las ventajas y desventajas de los programas de diplomacia pública en función de la imagen país, a partir de los tipos de mensajes que les son mas inherentes y cómo ellos inciden en la armonización de intereses para la creación de sinergias. 27 Alina Altamirano Vichot el «poder duro» y el «poder inteligente», en procura de sus objetivos de política exterior. Sin embargo, según el paradigma simbólico-interpretativo, los países que optan por instrumentos diferentes a la violencia militar y la coacción, más que el valor persuasivo del «poder blando», deben utilizar la construcción de significados compartidos a través de intercambios, sobre todo entre los componentes de la sociedad civil. Leonard y otros reportan que solo 20% de la población británica cree en sus políticos y ministros de gobierno, mientras que 91% cree en los doctores, 71% en los noticieros de televisión, y hasta 54% en cualquier persona común.26 Esas cifras ilustran cuánto más creíble, en términos de imagen, puede ser una persona corriente que un funcionario público. Ello apunta hacia la credibilidad de algunos grupos profesionales específicos, que pueden ser potenciados en función de la imagen, si se gestionan como públicos estratégicos. Para ello, las interrelaciones con los medios de comunicación masivos se enmarcan en lo fundamental en las dimensiones de administración de noticias y comunicación de campaña de la diplomacia pública. A pesar de la saturación de noticias y la poca credibilidad de algunos medios en determinados públicos, estos siguen, por su amplia cobertura y trascendencia, liderando la comunicación con los públicos externos generales y otros específicos, e incluso con los internos. Para potenciar la sinergia de las acciones de los medios en función de la imagen, hay que coordinar su tratamiento, tanto a los nacionales como a los internacionales. Adicionalmente, estos deben ser gestionados como un público estratégico, lo que permite evitar disonancias cognitivas en los públicos que acceden a unos y otros y favorece la armonización de intereses. Los medios contribuyen a conformar una imagen favorable cuando son tratados como aliados estratégicos y se les facilita información oportuna y creíble, que es el insumo que necesitan para el desarrollo exitoso de sus procesos funcionales. Además, se gana la posibilidad de ser fuente primaria de la información que se va a difundir, se evita el riesgo de información falsa y no conveniente, y la mala imagen que genera no colaborar con ellos. Por tanto, la institución coordinadora de la estrategia debe fomentar una política responsable de atención a la prensa, que garantice oportunidad y credibilidad de la información. Ello obliga a la descentralización y al establecimiento de vínculos estratégicos de largo plazo y convenientes para todas las partes. Igual que los funcionarios de gobierno, los periodistas introducen matices según su condición bio-psico-social, dentro de los límites de las políticas editoriales, y pueden ser influenciados con acciones de contenido afectivo. Las oficinas de medios internacionales acreditados dentro de fronteras posibilitan que los periodistas extranjeros pasen de públicos externos a estratégicos. Las relaciones de largo plazo con individuos de los medios y sus familiares fomentan la construcción de significados compartidos, y contribuyen a la sinergia de los mensajes a favor de la imagen país intencional. A efectos de imagen país, la sociedad como sujeto de la diplomacia pública amplía sus fronteras y se convierte en sociedad civil internacional. Sin embargo, no hay que perder de vista la comunidad cercana a una misión diplomática, o cualquier sujeto de la sociedad civil del país objeto de referencia. Los intereses comunes pueden ser de la más diversa naturaleza. Cada acción comunicativa en función de la imagen, deberá considerar los intereses particulares de cada localidad y la diversidad de sus miembros. Para lograr un objetivo tan ambicioso, las estrategias de comunicación deben, en primer lugar, respetar la identidad cultural de los receptores. Se puede fomentar programas de diplomacia pública a largo plazo que promuevan el desarrollo de la localidad, sobre todo en temas de salud y educación, por su alto contenido afectivo. Convertir los públicos generales en específicos o estratégicos ayuda a armonizar intereses en función de una imagen favorable del país de origen, a través de su comportamiento cotidiano en la sociedad receptora. Las relaciones interpersonales entre colegas, sus cónyuges y sus amigos, son canales de mensajes informales y humanos que favorecen la sinergia de las acciones comunicativas. Los niños y los jóvenes, por su sensibilidad y espontaneidad, son especialmente afectivos y creíbles. Las escuelas internacionales y otras instituciones educacionales, culturales y deportivas para niños y jóvenes resultan espacios fértiles para la promoción de valores identitarios nacionales en ambientes multinacionales. Cuando los significados compartidos en edades tempranas logran consolidarse, se incorporan con mucha carga afectiva como atributos de la personalidad para toda la vida y condicionan el comportamiento futuro. Las políticas dirigidas a los llamados «diplochildren» son una muestra de cómo influir en niños y jóvenes que probablemente, en un tiempo más o menos mediato, serán decisores en asuntos internacionales. Los clientes y proveedores son un buen ejemplo de públicos específicos, quienes, a su vez, son sujetos de la diplomacia de negocios. Para armonizar intereses con ellos hay que conocer sus necesidades, negociar con la filosofía de ganar-ganar, cumplir los contratos, tener una buena disciplina financiera, y guardar fidelidad y discrecionalidad, entre otros aspectos. Sin una buena imagen funcional de cada una de las instituciones nacionales que participan en los negocios no se puede comunicar una imagen país favorable. En su 28 La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional Educar a los ciudadanos. Fomentar la mediación de conflictos por vías no oficiales. conformación participan muchos individuos en sus respectivas funciones dentro de sus instituciones: operadores telefónicos, personal de entrega, oficinistas, representantes, vendedores y compradores, mensajeros, así como directivos en general. Una buena imagen requiere de calidad y también de afectividad. Los altos ejecutivos están, con frecuencia, demasiado separados de las actividades diarias de la organización y no siempre representan los intereses específicos de su gente. Los empleados de bajo nivel a menudo carecen de información acerca de la organización. Ni unos ni otros son siempre los mejores interlocutores de las organizaciones. Así, aparecen redes especializadas que se comportan como públicos estratégicos. l l De acuerdo con las funciones anteriores, los tanques pensantes son más influyentes en temas políticos que instituciones profesionales, por lo que resulta conveniente fomentarlos e incluirlos en los programas de diplomacia pública. Igual que redes de personas, aparecen redes de organizaciones con similares impactos en el establecimiento de relaciones a largo plazo y la apertura de espacios para comunicaciones informales. Cada vez más aparecen las supra-organizaciones, es decir, las organizaciones de segundo grado para defender espacios comunes. Las asociaciones internacionales de empresarios de un determinado sector, de universidades, de bancos, los comités internacionales de deportes, etc., son también espacios para acciones comunicativas en función de la imagen país, al resaltar atributos específicos favorables, dentro del conjunto de la identidad nacional. Leonard y otros reportan que en una encuesta de Environics International Global Issues, realizada a mil personas, en cada uno de los países del G-20, 65% de los encuestados dijo creer que las ONG trabajan para el interés social, en contraste con 45%, que expresó lo mismo con respecto a los gobiernos nacionales. Existen más de veinte mil redes internacionales de ONG, 90% de ellas creadas en los últimos treinta años.30 Una vía para adelantar programas de diplomacia pública con las ONG puede ser la formalización de proyectos conjuntos e incluso la creación de relaciones estables, cuando es posible el nombramiento de representantes permanentes. Ello posibilita atender las necesidades mutuas de forma oportuna y armonizar intereses en función de una imagen favorable. El incremento de las migraciones en la segunda mitad del pasado siglo ha permitido la vinculación entre familiares, amigos, colegas y antiguos socios de negocios, dispersos por muchos países del mundo. La diplomacia de diáspora es también una opción de diplomacia pública, tanto para los países emisores como los receptores. Los inmigrantes suelen ser muy creíbles al trasmitir la imagen de sus países de origen, en tanto se integran como públicos estratégicos y desarrollan interrelaciones de largo plazo con alto contenido afectivo. Para contribuir a la sinergia de las acciones comunicativas de la diáspora a favor de la imagen país, es necesario lograr una doble armonización de intereses: primero, entre la diáspora con el país emisor, y luego con el receptor. El desarrollo de talentos en la diáspora ayuda a la nacionalidad de origen a ganar credibilidad, mientras que para la sociedad receptora sirve como recurso La dirección de la organización puede mejorar la comunicación externa desafiando estructuras de apertura, y potenciando la actividad externa de representantes de nivel medio [...] que no se circunscriban tan solo a departamentos tales como relaciones públicas, marketing, e investigación de mercados. El uso de nuevas tecnologías como Internet, puede incrementar, a un bajo costo, el flujo de información.27 Las redes profesionales y académicas están formadas por individuos que, sin renunciar a intereses de su entorno nacional y organizacional, comienzan a desarrollar vínculos concretos e intercambios con sus contrapartes profesionales en otros países. Alzugaray analiza la relevancia de las redes profesionales dentro de los programas de diplomacia cultural28 y, desde otra perspectiva, coincide con Lucas en que pueden ser muy efectivas en la solución de conflictos, sobre todo cuando las relaciones intergubernamentales no son normales. En todo caso, se establecen redes, más o menos formales, entre individuos que promueven sus valores políticos y culturales, refuerzan el desarrollo científico de sus países a través de la cooperación entre sociedades científicas, educativas y culturales del mundo, en cada especialidad, y comparten tecnologías. Aunque en condiciones asimétricas, siempre se puede administrar los riesgos y aprovechar las oportunidades. Por tener intereses comunes, y ser relativamente influyentes, las redes profesionales deben ser tratadas como públicos estratégicos en función de la imagen país. La relación con los llamados «tanques pensantes» (individuos e instituciones de alta capacidad analítica en cuestiones políticas) requiere una llamada de atención, por las funciones básicas que cumplen, según Richard Haass, citado por Alzugaray:29 Generar nuevas ideas entre los tomadores de decisión. l Suministrar expertos que trabajen posteriormente en el gobierno o en los parlamentos. l Ofrecer a los formuladores de política un espacio en el cual construir un entendimiento común acerca de las opciones políticas. l 29 Alina Altamirano Vichot A modo de conclusión humano y para atraer a otros talentos, en detrimento del país emisor. Resolver esa contradicción es todo un reto que debe ser asumido de manera conjunta por todas las instituciones que, a nivel social, interactúan en los procesos migratorios. Entre las ventajas funcionales de las diásporas están que ayudan a resolver las competencias en lenguas extranjeras y trasmiten sus claves identitarias. Por una parte, reducen las barreras a la comunicación al homologar códigos; por otra, contribuyen a la «hibridación de culturas», favoreciendo la construcción de significados compartidos. Las diásporas ayudan a eliminar prejuicios y predisposiciones frente a otras culturas, lo que facilita los procesos de comunicación. Se corren riesgos de conflictos con los grupos étnicos y de aparición y crecimiento de conductas excluyentes, pero la objetividad de los procesos migratorios obliga a administrar los riesgos y aprovechar las oportunidades. La diplomacia de marcas, es otra opción de diplomacia pública, muy provechosa para la imagen de unos pocos países, en detrimento de otros que a duras penas logran vender sus genéricos. Las marcas «venden las identidades» nacionales a sus consumidores. Del valor de marcas a nivel mundial, 68% corresponde a los Estados Unidos, y 6% al Reino Unido, en tanto Francia, Alemania, Japón y Suiza acumulan 5% cada uno y, finalmente, Finlandia 4%.31 En resumen, siete países, acumulan casi la totalidad del valor de las marcas, aunque muchas de ellas han pasado a tener una imagen internacional o global. En todo caso, el resto de los países del mundo dispone de poca o ninguna posibilidad para utilizar sus marcas en función de su imagen. El comercio entre naciones vecinas y otras formas de integración incrementan la seguridad frente a amenazas comunes, aumentan la credibilidad y reducen las posibilidades de conflicto.32 Los acuerdos de integración regional pueden ser una alternativa de diplomacia pública, pues en la misma medida en que permiten la armonización de intereses, aun en condiciones de asimetría, sientan las bases para la conformación de una imagen país favorable. Los eventos puntuales en ámbitos artísticos, académicos, deportivos y recreativos no contribuyen de manera directa al establecimiento de relaciones a largo plazo para la armonización de intereses y la construcción de significados compartidos; sin embargo, cuando son notables, devienen acciones comunicativas con contenido cognitivo y afectivo, que aprovechan las ventajas de los mensajes informales para la conformación de una imagen país favorable. Lo más importante, en términos de imagen, es que estas actividades puntuales abren posibilidades para otros tipos de programas de diplomacia pública de más largo alcance. Para que los programas de diplomacia pública contribuyan a una imagen país favorable, a través de las modalidades analizadas, es necesario que se establezcan óptimas relaciones entre los públicos internos y sus instituciones. Múltiples estudios de Comunicación Organizacional han fundamentado que las relaciones satisfactorias de trabajo se derivan directamente de las dimensiones de certidumbre y apoyo. La certidumbre implica la disponibilidad de la información requerida sobre los asuntos que resulten importantes, sobre todo para satisfacer las necesidades personales. El apoyo no solo tiene que ver con sentir que se satisfacen sus necesidades, sino también con sentirse un componente valioso del sistema.33 Un individuo que no disponga de información, no participe en la toma de decisiones y no satisfaga sus necesidades materiales y espirituales, difícilmente podrá emprender acciones sinérgicas a favor de una buena imagen de su país. Notas 1. La comunicación institucional es un sistema de procesos seriados que ocurre de forma transaccional entre individuos, que dentro y fuera de las organizaciones comparten experiencias comunes según su condición bio-psico-social. Actúa en dos campos interconectados: la construcción de significados compartidos y la elaboración de mensajes. Además de un sistema de conocimientos, es un método integral para abordar las acciones comunicativas en las organizaciones, que aparece en la literatura especializada con diferentes denominaciones: corporativa (con enfoque de cuerpo), organizacional y estratégica. 2. La diplomacia pública es un concepto de reciente incorporación al ámbito académico. En este trabajo se parte fundamentalmente de las bases teórico-prácticas expuestas en Saylín Martínez, Diplomacia pública cubana: una aproximación a sus bases teórico-prácticas, tesis del Diplomado en Servicio Exterior, Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, La Habana, 2009. 3. Los públicos estratégicos son grupos de personas de dentro y de fuera de las organizaciones que, interconectados en redes, desarrollan intereses comunes que «atraviesan» los de la organización y pueden ser alineados sinérgicamente. 4. Véase un análisis más detallado en Alina Altamirano, La imagen país: una mirada desde la Comunicación institucional, tesis para la obtención del grado de Máster en Relaciones Internacionales, Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García», La Habana, 2011. 5. Manuel Castells, Comunicación y poder, Alianza Editorial S.A., Madrid, 2009. 6. Carlos Marx y Federico Engels, «La ideología alemana», Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 35. 7. Armando V. Cristóbal, «Las identidades humanas. Pretextos para la manipulación política», Memorias ISRI 2008, La Habana, 2008. 8. Néstor García Canclini, Culturas híbridas, Grijalbo, México, DF, 2003, p. III. 30 La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional al Congreso LASA, 2005, p. 9. Publicado en inglés en Latin American Persectives, v. 33, n. 5, Thousand Oaks, 2006. 9. Véase Alina Altamirano, ob. cit., p. 61. 10. Mancur Olson, La lógica de la acción colectiva, Limusa, México, DF, 1992. 21. Saylín Martínez, ob. cit., p. 48. 22. Carlos Alzugaray, ob. cit., p. 18. 11. Roberto González, Teoría de las relaciones políticas internacionales, Pueblo y Educación, La Habana, 1990, p. 44. 23. María Luisa Muriel y Gilda Rota, «Públicos externos», en Irene Trelles, comp., Comunicación organizacional, Editorial Félix Varela, La Habana, 2007, pp. 105-22. 12. Véase Joseph S. Nye, Jr., «El próximo líder de Estados Unidos», El País, disponible en www.elpais.com (consultado 28 de marzo de 2008). 24. Antonio Lucas Marín, «La comunicación externa: innovación», en Irene Trelles, comp., ed. cit., pp. 122-32. 13. Irene Trelles, Julieta Meriño y Arnulfo Espinosa, comps., Comunicación, identidad e imagen corporativas, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008, p. 40. 25. Joseph S. Nye Jr., «El próximo líder...», ed. cit. 26. Mark Leonard, Catherine Stead y Conrad Smewing, ob. cit., p. 56. 14. Carolina de la Torre, Las identidades: una mirada desde la psicología, Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Juan Marinello, La Habana, 2001. 27. Antonio Lucas Marín, ob. cit., p. 128. 15. Justo Villafañe «Imagen positiva. Gestión estratégica de la imagen en las empresas» (fragmentos), en Irene Trelles, Julieta Meriño y Arnulfo Espinosa, ob. cit., pp. 54-5. 28. Carlos Alzugaray, ob. cit., p. 3. 16. A nivel institucional, la estrategia de imagen es generalmente coordinada por la Dirección de Comunicación, que debe estar subordinada al primer nivel de dirección. A nivel de país, puede estar subordinada a la Cancillería o a otra instancia que también se subordine al primer nivel de dirección. 30. Mark Leonard, Catherine Stead y Conrad Smewing, ob. cit., p. 58. 29. Ibídem, p. 17. 31. Ibídem, p. 70. 32. Véase Maurice Schiff y L. Alan Winters, «Regional Integration as Diplomacy», The World Bank Economic Review, v. 12, n. 2, mayo de 1998. 17. Héctor Díaz-Polanco, Elogio de la diversidad: globalización, multiculturalismo y etnofagia, Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Juan Marinello, La Habana, 2007, p. 206. 33. María Luisa Muriel y Gilda Rota, «Públicos internos y la comunicación institucional», en Irene Trelles, comp., ed. cit., pp. 132-48. 18. Gerald Goldhaber, Comunicación organizacional, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 2004, p. 87. 19. Joseph S. Nye, Jr., Soft Power: The Means to Success in World Politics, Public Affairs, Nueva York, 2004, pp. 107-10 y Mark Leonard, Catherine Stead y Conrad Smewing, Public Diplomacy, The Foreign Policy Center, Londres, 2002, documento digital, pp. 8-21. 20. Carlos Alzugaray, «Intercambios académicos y relaciones transnacionales: el caso Cuba-Estados Unidos», ponencia presentada © 31 , 2011 no. 68: 32-36, octubre-diciembre de 2011. Denia García Ronda Beatriz Maggi y la palabra como compinche Denia García Ronda Profesora y ensayista. Revista Temas. A pasionada promotora del diálogo íntimo entre el lector y el texto, la doctora Beatriz Maggi, quien no quiere otro título que el de profesora —oficio que ha dignificado por más de sesenta años—, es una de las mujeres que con más eficacia, y más belleza expresiva, ha penetrado en el complejo mundo de la literatura universal, muchas veces desde la posición del receptor, porque para ella la lectura a más de placer, es el medio de completamiento de lo pensad o y escrito. De esto y otras cosas ha querido conversar para Temas. que hoy resultan de aquello muy anterior. La influencia a que te refieres es algo cabal, constante, secular y universal. Influye hoy sobre nosotros lo que se escribió hace miles de años, como resultado de las acciones de entonces, pero también de que, a su vez, era leído y escrito por los actores de aquella historia. Las actas de los Concilios y los Consejos, las Constituciones, los Parlamentos, lo que se discute y decide en las asambleas, todo ello proviene de lo que otros hombres han leído y escrito. Y en la esfera del arte, la película que vemos, el poema que disfrutamos, la pieza teatral que aplaudimos o rechazamos, provienen, claro, de las experiencias vitales de sus autores, pero —entre ellas— de lo que han leído de dramaturgos u otros autores anteriores. No temo ser reiterativa si digo otra y otra vez que solo por el valor público de la palabra hablada y escrita es que podemos saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, en cuanto a la sociedad humana. Un pueblo decide su futuro cuando, a través de lo que se ha escrito, sabe cuál fue su pasado. Esto es lo que se conoce con la palabra «civilización», pero incluso desde el punto de vista individual, podemos autorreconocernos, al extremo de hacernos, hasta cierto punto, capaces de decidir nuestro destino. Denia García Ronda: Usted es una entusiasta defensora de la escritura y de la lectura. Estas dos puntas del hecho literario presuponen un proceso de comunicación. Ahora bien, tanto la escritura como la lectura son acciones individuales, solitarias las más de las veces. ¿Puede ese tipo de comunicación influir en la esfera pública? Beatriz Maggi: Inevitable es que lo que se lee o se escribe influya en la esfera pública, incluso lo que se escribe para sí, como lo que se lee para sí. El flujo y reflujo entre el individuo y el conjunto humano es permanente, universal en tiempo y espacio. No solo leemos lo que se escribió hace cientos de años, sino que eso que fue leído y escrito determinó las acciones 32 Beatriz Maggi y la palabra como compinche Por todo ello es tan trascendental la escuela. Un país en el cual el niño no aprende con avidez sobre el pasado de la civilización, ni lee lo que se ha escrito en el presente ni lo que se vaticina como futuro, no puede elaborar su destino, ni personal ni colectivo. En este sentido resulta tan instructivo leer un discurso que ayer espetó un político, como el más egocéntrico poema del más ególatra poeta. Todo conduce a todo; todo ilustra el estadio en que se encuentra la humanidad en un momento dado. Por eso estimo que un maestro que no enseña a leer y a escribir bien es un traidor a su destino individual (¡de homínida!) y al de sus alumnos. Ese maestro debe volverse a la gruta a gruñir y a pintar bisontes. Se aprende leyendo y escribiendo; así es como se siembra en nuestras frentes el mundo; no se fecunda la tierra si no se la abona y riega; la tierra se remueve y entonces se siembra la semilla. Cuando —mediante la escritura y la lectura— se aprehenden el pasado y el presente, se avisora el futuro; solo así se lo prevé y construye. Se fermenta en un tonel el vino delicioso. Los solsticios son tan importantes como los equinoccios, sin estos no se cierra el ciclo. Es culpable un Estado que no promueve niños ávidos de leer y escribir, y pensar sobre lo leído y revisar lo escrito. Por eso desdeño —un poco— a la TV: el niño llega a su casa, tira en una butaca los libros y se sienta a ver «el episodio», en lugar de leer unos buenos consejos y unas productivas experiencias de El conde Lucanor. Prefiere ver la novela, el episodio: ¡No hay que pensar! solo al lugar —en parte perjudicial— que desempeña como entretenimiento doméstico. Si marido y mujer han reñido, se reconcilian mirando un programa que ambos disfrutan; el niño retozón se tranquiliza en la sala y no se lanza a la calle a corretear. Se diría (es casi un sarcasmo de mi parte) que la TV «reúne» a la familia; pero muchas veces lo que hace es solo «sentarlos juntos». Ciertamente, hay veces que todos —niños incluidos— están solos, cada cual para sí, cada cual como un espectador solitario. Pero esto puede ser maledicencia de mi parte, pues la TV presta un servicio incontestable —tal el periódico— de informar, a toda hora y cada día, lo que ocurre en el mundo: Libia, Siria, Afganistán se encuentran «al doblar de la esquina» y también Yuri Gagarin regresando del «cielo». La luna es cada vez menos un pretexto amoroso, y no queda más que transigir con la TV porque me entera del discurso crucial que se está pronunciando, o de la dolorosa catástrofe del tsunami en Japón. Gracias a la TV el mundo se ha vuelto más pequeño y no solo el globo terráqueo, sino todo el sistema. Está a pedir de boca viajar a la luna; se llegará a comprar boletos de ida y vuelta. Solo que, como octogenaria al fin, puedo decir que no es necesario ese viaje a la luna si algunos hemos podido «vivir en ella». Dejemos, sin embargo, a los científicos entretenerse con sus travesuras: eso desarrolla la mente y tal vez distrae de los pesares. Quizás eso es, precisamente, la única manera de que el alma no se mortifique tanto, ya que la humanidad ha sufrido mucho a lo largo de los siglos. Los científicos se encargarán de dispersarnos por el espacio; es un modo de evitar broncas, duelos, divorcios y guerras… ¿o los propiciará? La TV comparte con el cine el sensacional goce de la imagen, que tiene la virtud —que no posee el lenguaje— de la instantaneidad. La imagen se plasma de golpe, de una vez; no va deviniendo; la vemos moverse, desplazarse y, a menudo, en colores, o sea, una vislumbre bastante cercana a la realidad. El cine tiene, por encima de la televisión, una virtud especial: en una sala oscura —local diseñado para él— donde se propone y propicia el silencio, se congrega una multitud que ríe o llora o medita. Prevalecen el silencio y la oscuridad; o sea, tenemos un ritual que logra la atención colectiva; inevitables son la comunión o la discrepancia casi unánimes. A diferencia de la TV, se produce una agrupación numerosa e induce evocaciones colectivas; funde a muchos seres humanos en un haz. Aunque sea por unas horas, es todo un logro la coincidencia en tiempo, lugar y emoción. Además de darse similares o iguales condiciones que en el cine, el teatro premia con el aplauso o escarnece con el chiflido; el actor necesita establecer el rapport con su público; ello lo exalta, y si no lo obtiene lo hunde DGR: Ya que ha mencionado a la televisión, ¿cuáles son, para usted, las especificidades comunicativas de la literatura en relación con otras formas de comunicación? BM: Por otras formas de comunicación entiendo radio, cine, televisión, prensa; el teatro es literatura, aunque participa de características que rebasan la lectura. Si no incluyéramos el teatro en el «acápite» de la literatura, ¿dónde quedarían Esquilo, Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Ibsen, Strindberg, Bernard Shaw, Calderón, Lope de Vega, y otros posteriores como Oscar Wilde, García Lorca? Como no estoy confeccionando un tratado, sino respondiendo a tu entrevista, resumiré mi sentir de este modo: considero que la prensa y la radio son —en parte por su frecuencia— modos de trasmitir información. Esto no excluye artículos de fondo, de interés político o cultural, en periódicos y revistas que muchas veces dan evidencias de elegancia y primor del lenguaje. El cine y la televisión son logros modernos, como consecuencia de la reproducción técnica de la imagen. Mientras admiro al cine como uno de los más geniales hechos de la historia de la cultura y de la civilización, tengo un culpable desdén por la TV; sin que obedezca 33 Denia García Ronda BM: Con esa expresión quise decir que la palabra es —o debe ser— autosuficiente y que desciende de su nivel cuando se apoya o busca completarse en otras artes; mucho menos prestarles servicio. Un día anuncié a mis alumnos: «La obra literaria que empezaremos a discutir la semana que viene es Crimen y castigo, de Dostoievski. Varios de ellos exclamaron: «¡Doctora, doctora, el ICAIC la tiene programada para un próximo estreno! ¿Por qué no se la pedimos para verla antes de la discusión en el aula?». Les contesté: «¡De ninguna manera! ¡Por nada del mundo! La novela fue pensada en palabras; la tienen que leer en el medio expresivo en que el autor la pensó. Después la ven. Incluso en el caso de que el director haya sido un magnífico lector de Dostoievski, al filmarla está interpretándola, y ustedes harían una interpretación de otra interpretación». Según lo que te acabo de contar, una adaptación o versión es, para mí, una segunda instancia de lectura, un rodeo que no me garantiza la exactitud con respecto al pensamiento del novelista, aunque sí podría garantizar una magnífica intención, además de una plausible interpretación. en el fracaso y el ridículo. En el teatro se da —como no suele suceder en el cine— una comunicación muy fuerte con el público. Mientras el cine presenta una película con independencia de los gustos de cada quien, el hombre de teatro sabe lo que las gentes desean ver y escuchar; no solo escribe para ellas, sino palpitando con ellas. Radio, televisión, cine, teatro, son medios de comunicación que se nutren, de una u otra forma, de la literatura; todos dependen de lo que los seres humanos han hecho y luego reportado hablando y escribiendo. Gracias a los libros —anales de todo tipo— es que conocemos el mundo pasado, cómo hemos llegado a esto que somos hoy en día, y hacia dónde vamos. Lo que solo es posible alumbrar si sabemos —mediante la escritura y la lectura— de qué realidad pasada provenimos. DGR: ¿Tiene usted un «canon» particular de buenos comunicadores literarios? BM: Un canon reducidísimo, pero para mí exquisito: Esquilo, Sófocles, Eurípides (sobre todo), Dante, Shakespeare, Cervantes (sobre todo), Lope, Calderón, Rabelais, Goethe, Rimbaud, Unamuno. Luego seguirían miles de autores «distinguidos», como Baudelaire, Wilde, Lorca, Whitman. ¿Por qué excluir a las mujeres? Para mí, Elizabeth Barret Browning, Emily Dickinson. DGR: Usted ha legitimado el panfleto como género literario, y lo ha caracterizado teniendo en cuenta su carácter polémico, su brevedad, su vehemencia y hasta su inmediatez, e implícitamente su capacidad de comunicación masiva y su influencia en la conducta colectiva. Sin embargo, en la apreciación de muchos, el concepto se ha ido cargando —por lo menos en Cuba— de signo negativo y por lo general se considera como algo sin valor artístico, acrítico, nada polémico, sino más bien como una retórica cargante, muchas veces dogmática. ¿Existe todavía el panfleto como lo usó Jonathan Swift y como usted lo define, con las lógicas variaciones propias de los tiempos, o han asumido otros géneros, y aun otros medios —por ejemplo los digitales—, la crítica irónica o satírica, la polémica, la capacidad de universalizar en tiempo y espacio los hechos locales e inmediatos, que muchas veces lo caracterizaba? DGR: Le voy a hacer una pregunta que usted se ha hecho en varias oportunidades: ¿cuál es la función del crítico? En este caso en cuanto a la comunicación autor-lector. BM: Imagino al crítico literario ante un microscopio: primero, aísla su objeto de estudio; luego —si ello es posible— lo divide en partes y las describe. Entonces, si puede, las reúne de nuevo y, al fin, se propone definirlo. Esa es la hazaña. Si lo logra, lo compara con otro de la misma o similar índole. Si es osado, intenta valorarlo y luego se permite el lujo de interpretarlo; momento en el cual añade («sin querer») una pizca de subjetividad; entonces, si es «guapo», da el veredicto, pero trata de esquivar el «culpable» o «no culpable», y mucho más el decir «me gusta o no me gusta». En la misma medida que veo al crítico como científico de la literatura, me confieso incapaz de serlo, y envidiosa no de su gracia como escritor, sino de su acumen y de la seriedad de su caudal; pozo de inteligencia generosa. Es lo que debe recibir el lector. BM: Me preguntas si «existe todavía» el panfleto. El día que no exista la posibilidad de que se escriba un panfleto, o el mundo ya es perfecto, o se ha producido una gran lesión en la condición humana; pues la capacidad de indignación ante la injusticia o estulticia es un atributo que hace del hombre, Hombre. No importa —todo lo contrario— que un hecho sea local, de monto aparentemente superficial o transitorio; si es injusto y cruel, o estúpido en su grave agresión a la más elemental inteligencia, ello reviste trascendencia y significado universal. El panfleto dignifica a quien lo escribe; puede que regenere a los culpables o que levante a un pueblo, educándolo y haciéndolo valiente. Puede no solo hacer rectificar el error que lo ha suscitado, sino levantar el espíritu general y enseñar a pensar. Entrena al ser humano a exigirse a sí mismo y a los demás. Es redentor; es exigente; corto, puntual, abundante y orgánico en DGR: En «Legado de alas» usted propone, ante la potencial crisis de la palabra a favor de la imagen (cine, televisión, etc.), que aquella (¿la literatura?) debe «no congraciarse con la imagen, ni hacer una pobre transacción con ella». A partir de esa apreciación, ¿qué opinión le merecen las adaptaciones o versiones al cine, la radio o la televisión de las grandes obras literarias? 34 Beatriz Maggi y la palabra como compinche mental de un objeto, por tanto, es muy difícil que se agoten las ideas si no se agotan los objetos. la argumentación; inteligente, y que enseña a razonar; lúcido en su pleito fenomenal. ¿Has visto a un animal indignarse? No. Eso solo nos sucede a los homínidas. El que sabe expresar su indignación, organiza sus argumentos como se ordenan los ejércitos: en batallones y compañías. Preguntas si todavía existe el panfleto tal como lo definí en ese texto. Pues, teóricamente, sí existe, porque sus virtudes no están desacreditadas; pero mi cultura no es universal, ni está al día, y por eso no puedo responderte si en la práctica aún se ensaya. Ignoro si se escriben panfletos como los escribió Swift, pero la posibilidad como género literario es indudable, y aconsejable mientras existan el error y la consecuente indignación, y por supuesto una tercera condición: la calidad literaria. Si el término se ha cargado de sentido negativo solo puede responder a estas causas: una, la ignorancia de la especificidad del concepto; dos, una situación que no amerite un panfleto; y tres, un miedo ancestral en los temperamentos melifluos, el temor al «pau-pau». El panfleto es difícil de escribir porque requiere organización mental, jerarquización de los hechos examinados y capacidad de universalización para poder ver la trascendencia de un hecho contingente y local. DGR: En «El lector confinado», usted dice —a través de «un gustador de la literatura»— que le gustan todos aquellos que de la una o de la otra manera obtengan los resultados propuestos: tanto el que logró mi estima porque, sin coacción ninguna, me sitúa ante múltiples derroteros del pensamiento, me deja crear rumbos que, sin embargo, me llevarán a donde él me aguarda..., tanto [...] como el que me supo ceñir de modo que ya no quisiese yo mirar a ningún otro lado. ¿Quiere decir que, de una u otra manera, siempre se cumple el objetivo ideotemático del autor? ¿Que en última instancia no hay diversidad de interpretaciones según las circunstancias epocales e individuales del lector? ¿Que, aunque lo parezca, esencialmente el lector no disiente nunca del autor? BM: En ese ensayo me refiero a Balzac y a Kafka. En lo que citas me parece que no me expresé con suficiente claridad. Lo que quise decir no tiene que ver con la diversidad de interpretaciones. Es diferente un lector de Balzac en sus tiempos que uno de hoy en día. Y lo mismo diría en el caso de Kafka. A lo que me refiero es a los estilos personales en sus épocas respectivas. Yo, como lectora, prefiero tomar distancia y decir: «esta es Francia como la vio Balzac», con una muy leve sospecha de que no la veía tanto así, pero cumple su objetivo para gran parte de sus contemporáneos. Ello nos obliga a creer en la Francia que nos ofrece. El otro tipo de autor al que me refiero no me obliga a encerrarme tan frenéticamente en un tiempo y lugar dados; y sin embargo, aunque de modo muy distinto, lo hace con igual intensidad. De ambos autores me gusta, sobre todo, el empecinamiento. Del primero, porque no me viene mal ubicarme en tiempo y espacio; y del otro, porque en esa libertad me siento —como lectora— «en mi salsa». Me encanta que me ofrezca múltiples derroteros y escoger el mío. DGR: En su texto «Panfleto y literatura», usted subraya un fragmento del «Prefacio» de Jonathan Swift a Un cuento de una cuba, que dice: Porque no es posible inventar más fórmulas artísticas que las que respondan a ideas, y cuando las ideas están agotadas, las fórmulas artísticas por fuerza tienen también que agotarse. ¿Por qué lo destaca? ¿Está de acuerdo con Swift? ¿Piensa que una misma idea no puede manifestarse en diferentes formas artísticas? ¿Cuál es su posición al respecto? BM: Ese ensayo lo escribí hace muchos años y no tengo a mano el original de Swift para verlo en contexto. Comulgo con el concepto de que una fórmula artística responde a una idea, pero dependiendo de lo que entendamos por «idea»; porque, por ejemplo, si esta es un sentimiento, Swift no puede proscribir que genere nuevas fórmulas artísticas. Tu tercera pregunta no me resulta lógica. No creo que ese sea el sentido del párrafo. Pero no quiere decir que esté de acuerdo con Swift en el fragmento que citas, porque no creo que necesariamente haya tantas fórmulas artísticas como ideas. A Swift lo admiro porque me fascinan los iracundos de razonamientos altamente organizados; pero creo que la posibilidad de formas artísticas es infinita y no es imprescindible que respondan a ideas. Me gustaría hacerle a Swift esta jugada deleznable: yo le diría que una idea es simplemente la representación DGR: ¿Propondría usted una ética para la comunicación literaria, desde el punto de vista de autores, críticos, receptores? BM: Como la edad puede traer ciertas prerrogativas, y ya voy despidiéndome de ese placer intenso que proporcionan las palabras (leer y escribir), y como quisiera ver a mi país cada vez más culto, y he sido profesora durante tantos años, he quedado con el hábito de aconsejar a los que aspiran a desempeñar una tarea eficaz en la cultura. Por eso, para contestar tu pregunta, citaré dos testimonios de contemporáneos de William Shakespeare, quienes lo conocieron muy bien y compartieron con él el clima cultural londinense de fines del siglo xvi y principios del xvii. Esos testimonios ilustran muy bien qué poco alcanza la posteridad tan ansiada el talento mediocre que se une a la ambición desmesurada, el que decide ser «un bicho», darles «la 35 Denia García Ronda mala» a otros, o ponerle piedras en el camino a quien vale más que él. El primero se refiere a que los universitarios de Londres consideraban que eran ellos los que podían escribir teatro y miraban con reservas a los actores que, sin ser universitarios, se atrevían a escribir piezas teatrales. Uno de ellos, Robert Greene, celoso de la calidad y los éxitos de las obras de Shakespeare, escribió un opúsculo venenoso —publicado por el editor Henry Chettle— en el que lo llamaba «cuervo con plumas», parodiando con exactitud un parlamento del tercer acto de Enrique IV. No podía caber duda sobre la alusión. La reacción fue de tal magnitud que el propio Chettle se sintió llamado a declarar: «Lo lamento tanto como si la falta original hubiera sido mía, porque yo mismo he sido testigo de su comportamiento cívico, como excelente es él en su profesión. Además, diversas personas muy dignas han elogiado la decencia de su comportamiento, lo cual habla a favor de su honestidad, tanto como de la excelencia de sus escritos, que dan fe del mérito de su arte». Siete años después de la muerte de Shakespeare, el dramaturgo Ben Jonson, franco amigo que habría sido de él, aunque opuesto a sus concepciones dramatúrgicas y a sus principios estéticos, en un texto en el que reitera la distancia estética que los separa (lo cual aumenta el mérito y la sinceridad de Jonson), expresa lo siguiente: «Amé a este hombre, y honro su memoria (del lado de acá de la idolatría), tanto como amaría a cualquier otro hombre. Ciertamente era un hombre honrado, de una naturaleza abierta, expansiva, de excelente imaginación, juicios valiosos, y de expresión siempre gentil». Ya sabe, pues, el camino aquel que aspire a cinco siglos de inmortalidad. DGR: Una última pregunta: ¿Qué tipo de lector le gusta para su obra ensayística? O sea, ¿cuál es su lector ideal? BM: Yo no soy exactamente una ensayista; al menos no me lo he propuesto. Pero resulta que cuando leo, algo me pide pensar de tal o cual manera, o de otra, y enseguida me dan ganas de escribir eso que estoy pensando. «Tener ganas» de esto o de lo otro es una presión muy justa. ¿Cómo son mis ganas? Pues, espontáneas, sinceras, desordenadas y en plena renunciación al «yo», y de adoración a las palabras portadoras de sustancias tremendas. ¿Qué tipo de lector me gusta para lo que escribo? Uno que piense con los sentimientos; uno que sienta con los pensamientos: el cerebro, sintiendo; el corazón, pensando. Un lector que senti-piense, o uno que pensi-sienta. En ese «mejunje» poco respetable, me parece que alumbro el alma de los personajes y de su autor, la mía y la de mis lectores. Entre esos cuatro debe de estar —supongo— el alma, cuyo compinche ideal es la palabra. © 36 , 2011 no. 68: 37-45, octubre-diciembre de 2011. Enseñanza mediática: la otra revolución Enseñanza mediática: la otra revolución Kathryn Currier Moody Doctora en Educación. E n espera del quincuagésimo aniversario de la gran campaña cubana de alfabetización, me detengo a rememorar los enormes cambios ocurridos en el aprendizaje con materiales impresos, desde que se produjo aquel proyecto transformador entre los años 1960 y 1961, cuando se enseñó a leer a más de un millón de analfabetos en apenas doce meses. Por haber sido durante mucho tiempo maestra de lectura, y haber experimentado a menudo con cámaras de televisión, me preocupa la explosión de «pantallas» y «tecnologías novedosas» de los últimos cincuenta años y la abrumadora velocidad de los cambios. Siento la necesidad de centrar la atención en algunas perturbadoras interrogantes acerca de la vida del estudiante en tal entorno. Lo que me llevó a Cuba en 2002 fue el deseo de comprender los métodos, materiales y demás «ingredientes mágicos» que contribuyeron al espectacular éxito de los brigadistas, y de todo el pueblo cubano, de llevar a cabo una campaña de alfabetización general. El «Año de la Alfabetización» fue una verdadera campaña de talla mundial que comenzó cuando, en octubre de 1960, Fidel Castro declaró ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: El próximo año nuestro pueblo se propone lanzar una ofensiva total contra el analfabetismo, con la ambiciosa meta de enseñar a leer y a escribir a todos los que no sepan. Eliminaremos el analfabetismo, y lo haremos en solo un año.1 El educador de hoy debe ser consciente de cómo se configura la influencia de los medios de comunicación y los contornos culturales, y de las diferencias cognoscitivas entre los estudiantes. Es menester conocer todos estos aspectos a fin de saber acerca de cualquiera de ellos. La explosión de las tecnologías que desde entonces inciden en la cultura y las comunicaciones ha sido más veloz —sobre todo en los Estados Unidos— que nuestras posibilidades de incluirlas en los sistemas de enseñanza y aprendizaje. Sin lugar a dudas las usamos, pero cabría preguntarse cuáles son sus beneficios reales, los valores que rodean el uso escolar de los nuevos medios de comunicación y los que estos conforman o determinan en la sociedad en su conjunto. 37 Kathryn Currier Moody Pertenezco a la última generación que se educó, fundamentalmente, con materiales impresos. Ninguna generación posterior estará tan arraigada a la letra impresa, a pesar de estar tan expuesta a la televisión o a las pantallas en sus nuevas y numerosas versiones. En esta revolución tecnológica es importante apreciar los valores de la antigua cultura de los medios impresos y tratar de incluirlos en los de la televisiva; es decir, todo lo referido a secuencia, linealidad y reflexión. En la actualidad, la mayoría de los padres con hijos en edad escolar en los Estados Unidos «crecieron con la televisión», viendo miles de horas aun antes de entrar en el jardín de infancia. fundaciones, y subsidios estatales. La razón de ser de los estudios de dichos medios surgió del seno de la comunidad local. Este trabajo fue el resultado de los criterios de muchos adultos, convencidos de que el mundo fuera de la escuela estaba cambiando en formas que debían ser reconocidas dentro de esta. De hecho, debido a la radio y la televisión había más información fuera de la escuela que dentro de ella. En fecha tan temprana como 1960, aquella escuela ofrecía un programa nocturno para padres en el que se debatían las dudas acerca de los efectos de ver televisión durante muchas horas. El Subdirector docente pronunció un discurso en el que declaró: «Todo aquello que prepare a los estudiantes para el bombardeo de información que les trasmite la televisión es un componente válido de los planes de estudio. Aprehender los medios de difusión es una habilidad fundamental». Hoy en día este concepto puede resultar trillado, pero en aquellos momentos fue un paso muy audaz y progresista que suscitó críticas acaloradas. Trabajábamos para redefinir la «escritura» como algo que podía hacerse con muchos instrumentos de comunicación, incluidas las cámaras de televisión. De hecho, algunos estudiantes de la enseñanza media habían iniciado ese camino. A mediados de los 60 existía una prestigiosa revista literaria impresa hecha por algunos de los mejores estudiantes de esta enseñanza. Pero hubo un año en que dejaron de presentarse candidatos para hacerla: todos se habían inscrito en el club de cine para realizar películas de ocho milímetros. Otros proyectos de alfabetización mediática entrañaban la «lectura» de la televisión; es decir, el acceso, análisis y evaluación del contenido de lo que se trasmitía; el de la escuela citada se concentraba sobre todo en que los estudiantes produjeran mensajes originales. Todos los días ellos hacían un programa de noticias matutinas, boletines meteorológicos, reseñas de libros, programas de ciencia, etc., que se trasmitían a través del circuito cerrado de televisión. Luego de comprobar la veracidad de la información, en el programa Today de la cadena televisiva NBC se informó que ese estudio fue el primero en operar esas funciones en una escuela elemental de los Estados Unidos y, supuestamente, en el resto del mundo. Formar a todos los maestros de escuelas públicas de la comunidad en el uso de los nuevos medios se convirtió en una prioridad. Deseábamos enseñarles a pensar en formas nuevas y creíamos que si comprendían la función de los medios de comunicación en la cultura podrían usar ese conocimiento para ayudar a los jóvenes a ser mejores estudiantes. Acababa de surgir el «portapak», la primera minicámara, y enseñar a los maestros algunos de sus usos era parte de su formación inicial. Nuevos textos e instrumentos En 1961, inicié mi carrera profesional como maestra de tercer grado en las escuelas públicas de Ann Arbor, Michigan. Al igual que hacían los brigadistas en Cuba —si bien se trataba de niños de clase media y no de campesinos adultos—, utilizaba una pizarra para escribir las representaciones gráficas de los sonidos; es decir, letras, palabras, sílabas; usaba un libro de texto estandarizado que más o menos se adecuaba a la formación cultural de los estudiantes. A diferencia de los alfabetizados cubanos, los padres de mis alumnos sabían leer y escribir y, además, tenían libros en casa, por lo que estos tenían modelos que imitar. Poco después quedé maravillada con la noticias del lanzamiento de Telstar I, satélite experimental de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA), que el 10 de julio de 1962 retrasmitió los primeros mensajes trasatlánticos entre Europa y los Estados Unidos. Ello impulsó sobremanera mi curiosidad acerca de lo que podía hacerse en la esfera de la educación reduciendo la distancia física entre el maestro y el alumno. ¿Qué significación tendría para la lectura, la escritura, la ciencia y los estudios sociales?2 En 1968, en Nueva York, comencé a trabajar en un estudio de producción televisiva de una escuela elemental. Ya no se trataba solo de una cámara ubicada en un rincón del aula, sino de todo un sistema de televisión que incluía tres cámaras profesionales para grabación en video con cintas de una pulgada, equipos de sonido e iluminación y una sala de control. En ese momento, en nuestro distrito escolar, se comenzó a incluir la escritura de textos para los medios de comunicación no impresos. El concepto de «media literacy» (alfabetización mediática) aún no era de uso corriente, aunque mis colegas y yo creábamos actividades de tipo experimental en los planes de estudio. Así, las labores de producción se iniciaron con una cámara donada por el ejecutivo de una red y alguna financiación de 38 Enseñanza mediática: la otra revolución En la propuesta del distrito a la Fundación Ford se decía: desafío del conocimiento; se dirigían al estudiante como «consumidor» y lo enseñaban a «acceder y analizar» los mensajes de los medios. En la Escuela del distrito Larchmont-Mamaroneck era diferente, puesto que allí se pretendía crear una comprensión de los medios de difusión haciendo del estudiante sobre todo un productor. De tal forma que la experiencia práctica, o «escribir» en el nuevo medio era —así se afirmaba— más potente que «leer» en él. Como consumidores o como productores experimentábamos una nueva apreciación y definición del alfabetismo, con el debido respeto por el pasado. Este es el momento de estudiar la mejor forma de pensar, enseñar y desarrollar una serie de diseños flexibles de programas de estudio que sirvan de modelo a las escuelas elementales y de nivel medio. Añádase la formación de maestros y se tendrá nuestro proyecto.3 Los autores pasaron a definir el estudio de los medios como «la exploración de la creación, la estética y la repercusión psicológica, social y ambiental de las diversas formas de comunicación humana dentro del amplio marco de una educación general en humanidades». El objetivo es «deshacernos de lo adjetivo (medios viejos y nuevos) y llegar a un sentido radical y básico de las humanidades, que vea al hombre como creador de símbolos en muchas formas, todos los cuales lo definan a sí mismo y a los demás». El subsidio de la Ford se concedió. En poco tiempo estuvimos desarrollando talleres para maestros. Se trajo a los mejores asesores de maestros a las sesiones prácticas, entre ellas: «Algunas directrices para programas de cine/medios de difusión», «Un programa de estudios de arte integrado a los medios», «Cómo hacer fotografías», «El estudio fotográfico», «Guión gráfico», «Realización cinematográfica en Super-8», «Animación en 16 mm», «Películas Scratch & Doodle», «El estudio cinematográfico», «La sala de cine infantil», «Proyecto de video de maestros (autograbados)», «Algunas ideas de sonido», y otros. Estas experiencias dentro de una comunidad innovadora conformaron mis ideas y carrera en formas que me hubiera sido imposible imaginar unos pocos años atrás. Abogando por los niños Había escuelas donde algunos niños se convertían en productores de los nuevos medios, pero en la casa eran estrictamente consumidores durante cuatro o cinco horas diarias. Ver televisión atraía más la atención de los niños, a no ser que los padres tomaran algunas medidas relacionadas con el empleo del «tiempo» en la casa. Ya en 1965 varios factores habían convergido para hacer de los programas infantiles un centro de importantes ganancias para las cadenas de televisión. Esto se produjo por varias razones: la proliferación de televisores en los hogares, lo que rompió el patrón de las familias mirando juntas la programación; un cambio hacia la «publicidad de participación» en la que en cada programa aparecían varios comerciales y el descubrimiento de que era posible juntar un público infantil relativamente «puro» los sábados por la mañana —cuando el tiempo «al aire» es más barato— pues los niños veían la televisión durante varias horas sin estar supervisados. El año 1968 fue decisivo en la televisión infantil, pues se produjeron tres eventos importantes: se asignó financiamiento para que la Dirección Nacional de Salud Pública de los Estados Unidos formara un comité de alto nivel destinado a estudiar la posible conexión entre los comportamientos agresivos y ver habitualmente la televisión; surgió Sesame Street, un programa educacional histórico que desarrollaría el Children’s Television Workshop (CTW) y que se trasmitiría por la televisora PBD (no comercial); y se formó Action for Children’s Television (ACT), en Boston, como grupo nacional para la defensa de los niños, opuesto a la violencia y la publicidad por televisión.5 Mediante los esfuerzos de la ACT para llamar la atención hacia la violencia y el comercialismo en la programación de los sábados por la mañana, las cadenas pasaron a programas más saludables, y limitaron los anuncios de 16 minutos por hora a 9,5; no lo suficiente. Alfabetización mediática El término «alfabetización mediática» surgió en los años 70 y se hizo popular en los 80 en los Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Australia. A fines de los 70, el Departamento de Salud, Educación y Bienestar (HEW) estadounidense comisionó cuatro programas individuales de estudios sobre «habilidades críticas de visionaje» para su uso en escuelas de nivel primario, medio y superior. Estos entrenarían a personas para enseñar el material y conducir talleres o clases en escuelas y otros centros comunitarios. Justo antes del proyecto del HEW, yo trabajaba como editora de un libro titulado Formación de la conciencia televisiva: guía del espectador, financiado por la Iglesia Metodista Unida, para su uso con públicos de nivel superior.4 El propósito era crear conciencia de las «gramáticas» e influencias de la televisión y reducir con ello algunos de sus efectos negativos. Estos y otros proyectos similares se dedicaban principalmente al 39 Kathryn Currier Moody La ACT produjo publicaciones, juegos y otros materiales destinados a desalentar el excesivo consumo de televisión y aconsejar a padres e hijos tipos de alimentos más saludables que la «comida chatarra» que se anunciaba habitualmente. Mientras tanto, se incitaba al Gobierno Federal para que adoptara un conjunto de verdaderas normativas para la televisión infantil. En 1974, la ACT demandó a la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) para que cambiara su «declaración de política» por regulaciones que pudieran aplicarse sin contemplaciones y afectaran las renovaciones de licencia. En su mejor momento, la ACT contaba con más de trescientos mil miembros que pagaban cuotas, con lo que se convirtió en uno de los mayores grupos de defensa de los niños. Para 1980, con el retiro de Peggy Charren, su carismática y tenaz dirigente, el grupo se debilitó. Mientras tanto, la perspectiva de la televisión por cable nos alentó (temporalmente) a algunos. Entonces no sabíamos, como ahora, que las incipientes estaciones por cable serían objeto también de una intensa comercialización según el público fuera creciendo. Esto fue y es un problema para la televisión infantil en los Estados Unidos. propósitos eran autoritarios y su orientación de clase media, probablemente, porque los muppets grandes y las personas lucían bien alimentados y correctamente vestidos. El canal comercial británico ITV lo aceptó. En la mente de muchos padres, Sesame —en sus primeros años— legitimó el hábito de ver televisión. Algunos de ellos y educadores, y me incluyo, consideraron que el ritmo veloz, creado por cortes rápidos, era inapropiado para los inmaduros sistemas perceptivos de los niños. Después de la primera temporada, se disminuyó la velocidad del ritmo. Cuando los niños dejaron atrás Sesame, buscaron la misma dinámica en otros canales. Creciendo con la televisión En 1975 me contrataron para ayudar a escribir The New York Times Encyclopedia of Television,6 que incorporaba obras sobre la televisión infantil, anuncios infantiles, el movimiento de reforma de programas de televisión, acción política y defensiva. Después que The New York Times Book Company publicó la enciclopedia, en 1977, me decidí a escribir mi propio libro sobre los niños y la televisión: Growing Up on Television: A Report to Parents, publicado en 1980, también por Times.7 En su introducción, Norman Cousins escribió: Sesame Street en la Televisión Pública Durante años se ha debatido si la fuerza principal en la educación de los jóvenes es la escuela o la familia. Ya no son los padres ni los maestros los principales formadores de las mentes de los niños en los Estados Unidos. Eso lo hace la televisión.8 Sesame Street, el revolucionario programa de televisión, destinado a enseñar números y las letras (y más tarde conceptos sociales) a niños prescolares, en su casa, comenzó en 1969 cuando en la mayoría de los hogares había televisores. Entró de inmediato en la esfera pública y en un par de meses atrajo a nueve millones de niños diariamente. Aprovechaba técnicas utilizadas en comerciales, como la animación, las canciones y la reiteración. Su formato modular permitía una mezcla de secuencias nuevas y repetidas al rápido ritmo de los deslumbrantes comerciales de televisión. El programa se desarrollaba en una calle con un elenco regular de adultos, niños, muppets, animación y películas de acción. El público al que se dirigía Sesame eran los niños de las zonas urbanas menos favorecidas que carecían de las habilidades lingüísticas de los de clase media. Pruebas de evaluación de la CTW y de servicios independientes confirmaron que los niños que más veían estos programas aprendían más. Trabajé con Sesame Street en un conjunto de ocho estudios de investigación a fines de los 70. Era, y es, un programa revolucionario en la «educación popular» y todavía se trasmite sin comerciales. Los programas se han adaptado a varios idiomas, entre ellos el español (Plaza Sésamo). La BBC-TV británica lo rechazó por considerar que sus En aquel libro reuní los más recientes descubrimientos de los efectos físicos por ver habitualmente la televisión, en las ondas cerebrales, los movimientos del ojo, de las manos y el cuerpo como resultado de la constante inmovilidad. Informé sobre maestros que hablan de sus intentos de enseñar a niños incapaces de concentrarse, cada vez más pasivos y carentes de imaginación; me centré en la tendencia, a largo plazo, de no leer, y el consecuente analfabetismo funcional, y levanté la bandera contra la obesidad que promueve la comida chatarra anunciada en la televisión infantil. Por último, examiné la evidencia de la continua exposición a la violencia y me referí al papel que desempeña la televisión en la erosión de los lazos familiares y sociales. Esas consideraciones no pasaban por alto las positivas posibilidades sociales de la televisión al mostrar a los niños imágenes, nuevas y excitantes, del mundo físico como el fondo del mar, el cosmos o, sencillamente, niños amables unos con los otros. La segunda mitad del libro está dedicada a dar sugerencias de formas útiles de trabajar con la televisión en el hogar, en la escuela y en el sector público. 40 Enseñanza mediática: la otra revolución Para lograr una «educación para todos», que es nuestro mayor objetivo, no olvidaremos incluir en la lista a los medios, pero con un gran letrero de advertencia. Es real que aunque causan distracciones, pueden promover la lectura, la escritura y las habilidades sociales. la publicidad. Ambos esperábamos encontrar alguna forma nueva e interesante de trabajar juntos. Tras casi una hora de conversación con Cy sobre su vida en el negocio de la publicidad y sobre cómo desarrolló su experiencia en la televisión infantil estableciendo marcas como Barbie Doll, comenzó a bosquejar la misión de Nickelodeon. Los niños necesitan un lugar seguro con programas donde la publicidad no se aprovechara de ellos, y que, al mismo tiempo, les brindaran un contenido sano. En Nickelodeon, explicó, tenemos una serie prescolar por las mañanas llamada Pinwheel y por las tardes programas para niños de edad escolar como Black Beauty (basada en el famoso libro —acerca de un caballo—, Reggie Jackson y el béisbol), y Against the Odds, sobre niños que triunfan a pesar de la adversidad. Dijo que en esos momentos eran un pequeño grupo que compartía la toma de decisiones y el desarrollo de la producción. «Pero en estos momentos estoy buscando alguien que me ayude a financiar todo esto [...] negocios que den dinero pero que no trasmitan anuncios regulares». Luego de pensarlo unos pocos días acepté su oferta de empleo, aunque no me sentía en terreno seguro. El nombramiento que inventó para mí fue Directora de Desarrollo Corporativo, lo que sonaba comiquísimo. Una ex maestra de tercer grado ahora en el desarrollo corporativo. Peggy Charren, aún presidenta de ACT, se mostró escéptica y me expresó que la publicidad no estaba demasiado lejos de esto. La recaudación de fondos agradó, y tal vez sorprendió, a la gerencia de Warner-Amex. Con solo una presentación bien diseñada y maravillosas diapositivas, algunas grandes empresas como Quaker Oats y Mars Inc. suscribieron sustanciosos contratos. En sus anuncios no habría reclamos ni demostraciones, ni interrupciones en medio de los programas. El negocio de la televisión por cable cobraba fuerza y en 1981 alrededor de 30% de los hogares contaba con cable básico. Nickelodeon era gratuito para quienes lo tenían. Recibirlo en casa constituía un incentivo para que las familias se hicieran clientes de ese cable. Con el aumento de la teleaudiencia y su buena reputación entre los padres, Nickelodeon se lanzó por satélite (SATCOM), para poder expandirse hacia el mundo. En consecuencia, la gerencia pasó a un formato comercial En ese momento creía que si padres y educadores entendían los problemas y los efectos acumulativos de ver televisión de modo habitual serían capaces de crear «mejores prácticas» y así obtener lo mejor de los materiales impresos y de la televisión en el proceso educativo. Cousins dijo: [El libro] logra vincular muy bien estos informes e indagaciones individuales. Con ello pone en claro la amplia gama de problemas resultantes del uso casi universal de un nuevo medio que está moldeando la mente en una medida mucho mayor que cualquier otro instrumento o institución de nuestra historia.9 Resulta que fui demasiado optimista al pensar que me sería posible solucionar algo al presentar la mejor información disponible sobre el efecto de la televisión en los niños. Han pasado treinta años desde su publicación, y los niveles de consumo de la televisión han aumentado junto con la pasividad y la obesidad; los de alfabetismo han disminuido también junto con la capacidad de prestar atención, en la mayoría de los estudiantes. Es cierto que han surgido innumerables nuevos tipos de pantallas, abrumadoramente penetrantes en la vida de niños y adultos. El megaefecto es que el consumo habitual de televisión cambia las percepciones y expectativas. Nickelodeon En 1979 se lanzó un nuevo servicio de televisión por cable llamado Nickelodeon con el lema «El primer y único canal de televisión para niños que trasmite las 24 horas». Sería una verdadera alternativa a la televisión comercial infantil: contenido sano y nada de comerciales. Lo inició la Warner-Amex Satellite Entertainment Company y en ella colaboraron Warner Communications y American Express, dos enormes compañías. Con notable ansiedad fui a una entrevista oficial con Cy Schneider, el hombre que había dejado la agencia de publicidad Ogilvy Mather para crear el canal. Nos habíamos visto brevemente en un debate público sobre la televisión para niños, donde yo criticaba los anuncios dirigidos a estos, mientras él defendía 41 Kathryn Currier Moody Como educadora experimentada conozco la escasez actual de maestros e intento buscar una forma de corregirla. Esta escasez —como rasgo cultural— se produjo bastante recientemente. Cuando entré en ese campo, la enseñanza era una «carrera de elección» entre mujeres universitarias. Se nos solía aconsejar ser maestras o enfermeras. A partir de los años 80, dejó de ser una carrera que eligieran más las mujeres, porque ya se habían abierto otras opciones. Ahora una mujer puede ser odontóloga, arquitecta, ¡incluso astronauta! Hace poco, un antiguo rector de la ciudad de Nueva York respondió del modo siguiente sobre la «evaluación de la escuela digital», en relación con los beneficios de la enseñanza y el aprendizaje online: y las empresas de juguetes y alimentos azucarados se apresuraron a pagar y a colocar sus anuncios de treinta segundos ante este tierno público. Las ganancias se elevaron. Entonces, dejé la empresa porque no quería ser parte de lo que estaba ocurriendo. Hoy Nickelodeon se ve en docenas de países y los ingresos se miden en miles de millones. La sucesora de Cy, Geraldine Laybourne, decidió competir abiertamente con Sesame Street por el público prescolar. En 1994, reconoció que la expansión formaba parte de una estrategia de mercado destinada a obtener más tiempo para los anunciantes: «Si logramos captar niños desde esta edad, serán nuestros para toda la vida [...] Es precisamente por eso que lo estamos haciendo».10 De la experiencia de Nickelodeon aprendí lo difícil que es evitar la influencia de los comerciales en la industria de los medios de comunicación, incluso aunque se comience con buenas intenciones. La mejor tecnología nunca equivale a la mejor instrucción. Hace veinte años, las expectativas eran grandes y las computadoras en el aula se veían como la fuerza multiplicadora del aprendizaje. Pero, como saben los educadores y muestran hoy numerosos estudios, la tecnología nunca pesa más que la labor humana. // Sin dudas, la tecnología ofrece muchas oportunidades, pero el corazón de la educación es la relación maestro-alumno. // Los maestros tienen la visión e intuición de lo que se necesita para ayudar a que el niño se desarrolle. Debemos centrarnos en facilitarles las herramientas para utilizar la tecnología como instrumento destinado tanto a motivar a los estudiantes como a ampliar su aprendizaje.12 Educación online Todos sabemos que el uso de computadoras se ha hecho común en distritos escolares que pueden permitírselo, pero continúa el debate sobre la eficacia de esta práctica y sobre si su costo merece la pena. El profesor Larry Cuban, experto en el uso de las nuevas tecnologías en el aula, de la Universidad de Stanford, dijo recientemente: «Hay muy poca investigación validada y fiable que demuestre que su uso cause o conduzca a mejores logros académicos».11 Pero sistemas escolares como los del distrito escolar Kyreme, de Chandler, Arizona, se dirigen a los votantes pidiendo hasta 33 millones de dólares para subvencionar la expansión de la tecnología durante varios años. A pesar del entusiasmo de los estudiantes, las evaluaciones de las pruebas de lectura y matemáticas se encuentran estancadas desde 2005. Junto con el empleo de computadoras en todo tipo de entorno, durante los últimos veinte años se ha estado desarrollando el software ideado para uso pedagógico online. A partir de 1990, se ofreció a la Universidad Estatal de Oklahoma programas de Licenciatura online, sobre todo en trabajos relacionados con la ingeniería. Hoy, la Universidad de Phoenix se destaca por incursionar en programas exclusivamente online, con algunas oportunidades coordinadas de debate y retroalimentación. Las preguntas e inquietudes acerca de la efectividad del software guardan relación con la calidad de la experiencia de enseñanza-aprendizaje y, en especial, con la importancia de la interacción humana cara a cara, o lo que ha sido llamado «el momento humano». Solos y juntos Con o sin trabajo de curso online, la proliferación de «pantallas» en nuestra sociedad constituye una realidad nueva y un problema confirmado. Prácticamente en todos los hogares hay un televisor, y la mayoría tiene varios, por no mencionar los de otros lugares de la comunidad. Además, los «usuarios» de la televisión regular poseen todos sus «parientes»: cable, celulares, computadoras, iPods, etc. Esos dispositivos pueden entregar imágenes (incluidas películas) para consumir en cualquier lugar, producir películas de fácil trasmisión, así como enviar mensajes de texto (sms). Sherry Turkle, profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y autora de Alone Together, 13 informa que durante su investigación, los estudiantes de la escuela superior recibían o enviaban seis mil sms al mes. A los adolescentes les gusta menos hablar por los teléfonos celulares porque «exponen» sus emociones o revelan información innecesaria; mientras que con los sms solo se requiere leer unas pocas palabras. Eso no es lo que perseguimos los maestros cuando enseñamos lectura y escritura a los jóvenes. Deseamos que todos desarrollen su vocabulario, puedan leer con rapidez oraciones más largas, integrar las ideas, procesarlas con fluidez, reflexionar, y experimentar una comprensión genuina de obras impresas más extensas. 42 Enseñanza mediática: la otra revolución En estos momentos, los mensajes de Twitter, con un máximo de 140 caracteres, y las llamadas por celulares constituyen —cuando menos— numerosas interrupciones o rupturas de la atención diarias. ¿Cómo puede uno prestar atención o seguir la lectura de textos más largos sin una práctica sistemática? Es imposible. En estos tiempos, los jóvenes que asisten a mis clases (incluidos estudiantes de premédica) presentan diversos perfiles cognitivos que incluyen dificultades de atención y aprendizaje, pero todos tienen una característica común: son adictos a la nueva tecnología digital: correo electrónico, cable, celulares, teléfonos inteligentes, iPods, MP3, GPS, X-Box, Facebook, E-trade, E-learning, Wifi Flicker, Twitter, etcétera. El doctor Edward Hallowell, psiquiatra y autor de Crazy/Busy: Strategies for Handling Your Fast Paced Life, afirma: cómo se alcanza el equilibrio, de la mente y de la sociedad, así como un bosque equilibrado.15 Problemas e interrogantes Aún lidiamos con la interrogante de cómo extender los recursos disponibles a toda la comunidad y lograr una educación para todos. El filósofo estadounidense, John Dewey enmarcó el dilema a mediados del siglo xx: «Lo que el mejor y más sabio padre desea para sus hijos, es lo que la comunidad debe desear para todos sus hijos».16 Como a Paulo Freire, María Montessori, Jane Addams, y otros, a Dewey le preocupaban los niños pobres que no tenían acceso a los recursos educativos. Estos pensadores estarían tan preocupados como yo por el actual escenario educativo en los Estados Unidos. Estos son algunos de los problemas que requieren atención: Tenemos escasez de buenos maestros. Las escuelas compiten por los más talentosos, y unas más que otras, logran captarlos. Es muy probable que haya niños que no puedan tener buenos maestros. Amy Stuart Wells, profesora de Sociología en la Universidad Normal de Columbia, expresó: Cada vez que uno introduce un nuevo objeto de atención en lo que está haciendo, diluye su atención en cualquier otro […] Si nada de lo que está haciendo requiere su atención total, está bien asumir múltiples tareas, pero sea consciente de que podrá cometer errores, perder información clave, ser descortés y no lograr su mejor trabajo.14 En los últimos treinta años, los Estados Unidos se han convertido en una nación mucho más desigual. Nuestra clase media se ha debilitado, y más personas se encuentran en los extremos de la distribución de ingresos —más en el extremo inferior que en el superior [...] Y hemos llegado a creer que para que los niños de la clase media alta mantengan un buen nivel académico es importante tener referencias educativas de alto nivel. Agréguese a esto un sistema educativo obsesionado con medidas estrictas de rendimiento (textos estandarizados) y tienes la receta para una mayor competencia por recursos educativos más escasos.17 La ecología de los medios y el futuro de la educación Recordar a los brigadistas y el sensacional logro de Cuba en la alfabetización de un millón de personas en 1961 me hizo pensar en los vastos cambios en nuestra propia cultura y en las comunicaciones. Al revisar algunas de las innovaciones ocurridas en la tecnología en los Estados Unidos, me percaté del agudo contraste de la cultura de los medios entre ambos países. La juventud cubana no padece la saturación de juegos e instrumentos electrónicos ni las distracciones de los jóvenes estadounidenses. Esto se revela en un mayor nivel de instrucción y mejores resultados en matemáticas en la Isla. No sugiero con esto que se eliminen las nuevas tecnologías; abogo por el «equilibrio» y el concepto de «ecología mediática», elaborados por primera vez por el profesor Neil Postman, quien dirigió durante muchos años el Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York. Postman nos recordaba que «equilibrio» es el mismo principio de «homeostasis», según lo expresaban los griegos en la frase «Todo con moderación». También nos legaron la palabra oikos, cuya expresión más moderna devino el término ecología. Y agregó: Algunos piensan que las computadoras y el aprendizaje a distancia —que han llegado para quedarse— pudieran compensar la falta de profesores, pero esto tiene su costo social. ¿Qué habilidades deben enseñarse específicamente a fin de garantizar que los educandos puedan integrar grandes y diversos flujos de datos y convertirlos en conocimiento? La computadora ayuda a acortar la distancia y tal vez a crear una «aldea global», pero también muros y abismos entre seres humanos que pueden escoger el aspecto «afectivo» del aprendizaje. ¿Cuál es la «mezcla» adecuada de participación humana con material preparado? ¿Qué necesita conocer el educador a fin de decidir? ¿Qué importancia tiene conocer que uno «le importa» al maestro? ¿Y cuál poder trabajar en grupo, cara a cara con los demás? Neil Postman escribió extensamente acerca de la escuela y la democracia. En uno de los capítulos, titulado «Ciertos nuevos dioses fracasados», dice: La ecología no tiene que ver esencialmente con el DDT, las orugas y los efectos de las ratas almizcleras en el desvío de corrientes de agua. Tiene que ver con la tasa, escala y estructura del cambio en un entorno. Tiene que ver con 43 Kathryn Currier Moody hasta millones de niños. Creado por primera vez en los Estados Unidos, Sesame Street se adapta para trasmitirse en una docena de países, siempre utilizando productoras locales y contenidos que reflejan la cotidianidad y la cultura en cada uno de ellos. Es importante que en los programas de televisión para niños, en las computadoras y en los teléfonos celulares no se incluyan comerciales. Hoy en día un programa infantil como Nickelodeon, remite a su versión digital, donde el contenido comercial está menos expuesto al escrutinio de los adultos. Enlatada en música rock, películas y anuncios de televisión, los medios entregan la cultura a los jóvenes, quienes la pasan a los adultos. Comparto lo dicho por el canadiense Marshall McLluhan, gran filósofo de los medios de comunicación, quien previó el papel de la televisión y de la computadora, y que escribió en 1960: Tradicionalmente se les ha enseñado a los niños cómo comportarse en grupo. No se puede lograr una vida comunitaria democrática y civilizada a menos que las personas hayan aprendido la disciplina de participar en un grupo. Se pudiera decir que las escuelas nunca se han ocupado del aprendizaje individualizado. Es cierto, claro está, que los grupos no son los que aprenden, sino los individuos. Sin embargo, el papel de la escuela es que los individuos deben aprender en un contexto donde las necesidades individuales se sometan a los intereses del grupo. A diferencia de otros medios masivos de comunicación que enaltecen las respuestas individuales y la privacidad, el aula tiene el objetivo de subordinar el ego, de conectar al individuo con los demás, y demostrar el valor y la necesidad de la cohesión del grupo.18 Los profesores más experimentados conocen la importancia de la experiencia cara a cara y del papel de las manos y los procesos táctiles en el aprendizaje. En muchas de las fotos tomadas a los alfabetizadores cubanos, se muestran guiando con sus propias manos las de sus alumnos. El manejo del tiempo debe enseñarse con cuidado y practicarse para protegerse de las intrusiones de todas las nuevas tecnologías de la comunicación. El correo electrónico trajo consigo la conveniencia y el temor de enviar un mensaje y recibir su respuesta inmediatamente. A primera vista pareciera que se ahorra tiempo. ¿Pero cómo podemos contabilizar las horas que diariamente la mayoría de las personas, incluyendo a los jóvenes, pasan en el correo electrónico, Twitter y los teléfonos celulares? Muchos de los jóvenes con quienes trabajo, se quejan de no tener tiempo suficiente para hacer sus deberes, escribir cartas elaboradas o sentarse a pensar. Sus madres se quejan de lo mismo acerca de sus propias vidas. ¿Cómo enseñar, en tanto modelos de adultos y profesores que somos, «a ser espirituales», de manera que nos enfoquemos en otras cuestiones que no sean los mensajes de los medios sociales de comunicación? Para lograr una «educación para todos», que es nuestro mayor objetivo, no olvidaremos incluir en la lista a los medios, pero con un gran letrero de advertencia. Es real que aunque causan distracciones, pueden promover la lectura, la escritura y las habilidades sociales. Tengamos en cuenta dos ejemplos: el curso intensivo más eficaz para aprender a leer fue la Campaña de alfabetización que se produjo en Cuba entre 1960 y 1961. Algunas de sus técnicas se aplicaron posteriormente en Yo sí puedo, un programa de videoclases que se usa en muchos países de América Latina, con la colaboración de seres humanos sensibles en la función de maestros. Tales experiencias nos ayudan a entender el equilibrio correcto de la participación humana y el material preconcebido, aunque queda mucho más por descubrir. Yo también consideraría a Sesame Street un ejemplo de cómo, a través de la televisión, la enseñanza de la lectura y de comportamientos cívicos se extienden El fin es desarrollar conciencia sobre lo impreso y las nuevas tecnologías de comunicación, de manera que podamos orquestarlos, minimizar las contradicciones entre ellos y aprovechar lo mejor de cada cual en el proceso educativo [...] El conflicto actual provoca la desaparición de las motivaciones para aprender y la disminución del interés por todo lo logrado antes. Provoca una pérdida del sentido de lo que es importante. Sin la comprensión de la gramática de los medios, no podemos esperar lograr conciencia contemporánea del mundo en que vivimos. Que estos medios masivos de comunicación sirvan solo para debilitar o socavar el nivel verbal o la cultura gráfica ya alcanzados, no será la causa de que hay algo inherentemente malo en ellos. Será porque no hemos podido dominar su lenguaje a tiempo para que sea asimilado por nuestro patrimonio cultural.19 Si miramos cincuenta años atrás, al hito que fue el proyecto de alfabetización de los campesinos cubanos, ¿cómo justificamos el progreso durante esas cinco décadas? Respecto de la instrucción tradicional, Cuba ha progresado de manera estable, y por varios años ha sido evaluada por la UNESCO de tener «alfabetismo universal». En 1960, se encontraba en un nivel básico, pero se ha ido incrementando cada década. El acceso gratuito a la escuela, incluyendo las universidades, ha facilitado este aumento. Al mismo tiempo, en los Estados Unidos, durante el mismo período, los niveles de alfabetización han disminuido, según la Asociación Nacional del Progreso Educativo (NAEP).20 Crece el número de escuelas privadas con políticas de selección. Como resultado, las públicas sufren dificultades. En las evaluaciones internacionales de resultados académicos, Cuba ostenta un lugar muy próximo a la cima, junto a Finlandia y a Singapur, en los campos de Lenguaje, Matemática y Ciencias, mientras que los Estados Unidos ocupan un lugar muy inferior en esa escala. 44 Enseñanza mediática: la otra revolución En verdad, la educación pública incluye mucho más que escuelas y alfabetismo tradicional. Incluye la familia, los amigos y, por qué no, los medios de comunicación; y también el apasionado compromiso de los menos jóvenes con las artes, la música y la educación física en la escuela. Pero más allá de esto, uno no puede evitar darse cuenta de que durante los pasados cincuenta años, la juventud cubana apenas ha sufrido las distracciones persistentes de las «pantallas» en todas sus formas. Un reconocido profesor de la Universidad de Columbia,21 alertó recientemente a algunos de sus colegas por los resultados de los exámenes y la exigencia de sus responsabilidades. En una de sus conferencias, preguntó: «¿De qué somos responsables, nosotros, los educadores?». 6. Les Brown, The New York Times Encyclopedia of Television, Times Books, Nueva York, 1977. Traducción: María Teresa Ortega Sastriques. 13. Sherry Turkle, Alone Together, Basic Books, Nueva York, 2011. 7. Kathryn Currier Moody, Growing Up on Television: A Report to Parents, Times Books, Nueva York, 1980. 8. Norman Cousins, «Introducción», en Kathryn Currier Moody, Growing Up on Television..., ob. cit. Norman Cousins fue, hasta mediados de los años 80, editor de The Saturday Review of Literature and the Arts, una importante publicación semanal de temas culturales. 9. Norman Cousins, ob. cit. 10. Véase «A Cable Challenger for PBS as King of the Preschool Hill», The New York Times, Nueva York, 21 de marzo de 1994, p. 1. 11. Larry Cuban, «In the Classroom of Future, Stagnant Scores», The New York Times, Nueva York, 3 de septiembre de 2011. 12. «Is Technology in Class the Answer?», The New York Times, Nueva York, 12 de septiembre de 2011. 14. Edward Hallowell, Crazy/Busy: Strategies for Managing Your FastPaced Life, Ballantine Books, Nueva York, 2006, p. 20. Notas 15. Neil Postman, Teaching As a Conserving Activity, Delacorte Press, Nueva York, 1979, p. 17. 1. Richard R. Fagen, The Transformation of Political Culture in Cuba, Stanford University Press, Palo Alto, 1969, p. 33. 16. John Dewey, The School and the Society, University of Chicago Press, Chicago, 1967. 2. En mi libro The Children of Telstar: Early Experiments in School Television Production (Center for Understanding Media, Nueva York, 1999), describo la entrada de la televisión en las escuelas. 17. Amy Stuart Wells, «The Admissions Game: Remembering to Inhale», The New York Times, Nueva York, 14 de septiembre de 2011. 3. The Center for Understanding Media, «Funding Proposal to the Ford Foundation», Archivo de la Fundación Ford, R1713, 21 de diciembre de 1970, Nueva York, p. 4. 18. Neil Postman, ob. cit. 19. H. Marshall McLluhan, «Report on Project in Understanding Media, for the National Association of Educational Broadcasters», HEW, 30 de junio de 1960. 4. «Voices in Media Literacy», The Center for Media Literacy, Los Angeles, 2011, disponible en www.medialit.org/voices-medialiteracy-pioneers-speak. 20. La National Assessment of Educational Progress (NAEP), del Departamento de Educación de los Estados Unidos, es la evaluación más representativa y continua de los conocimientos de los estudiantes estadounidenses en el nivel nacional. Véase http://nces.ed.gov. 5. Action for Children’s Television fue fundada por cuatro mujeres en Newton, Massachusetts, y dirigida por la dinámica Peggy Charren. Su efectividad no se hizo esperar en cuanto a presionar a la industria y a las corporaciones televisivas para lograr cambios en sus políticas de programación y publicidad. Conocí a Peggy durante una conferencia de ACT sobre el desarrollo de la imaginación, en la Universidad de Harvard. Muy pronto me convertí en fundadora y presidenta de la sucursal de ACT de la ciudad de Nueva York. La oficina, en la Sociedad Cultural Ética, fue una donación. Allí trabajamos conjuntamente con otros grupos del país. Nuestro consejo asesor contaba con Joan Ganz Cooney, director del Children’s Television Workshop, la antropóloga Margaret Mead y varios profesores. 21. Robert McClintock, «Discurso en el Teachers College», Universidad de Columbia, mayo de 2011. © 45 , 2011 no. 68: 46-55, octubre-diciembre de 2011. Michael Shifter y Rachel Schwartz ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos Michael Shifter Presidente de Diálogo Interamericano. Rachel Schwartz Asistente del Programa congresional de Diálogo Interamericano. D urante la última década, México ha surgido como un punto de gran envergadura en el ciclo noticioso norteamericano. A pesar de estar involucrada en dos guerras en el Medio Oriente, y de la creciente competencia de naciones como China, la atención norteamericana no se ha desviado totalmente de sus más próximos vecinos. El público norteamericano sigue preocu pado sobre el estado de los asuntos en México. Un sondeo de febrero de 2011 arrojó que 62% de los que respondieron estaban «muy interesados» o «algo interesados» por lo que ocurre en México,1 con lo que ocupa un puesto equivalente al de otros puntos neurálgicos globales como Iraq, Afganistán, Corea del Norte, Irán, Pakistán y el Egipto posterior a la revolución. No obstante, ese alto nivel de interés ha ido acompañado de opiniones cada vez más desfavorables respecto al vecino del sur. Según una encuesta Gallup de febrero de 2011, las actitudes norteamericanas hacia México son las más negativas en un lapso de más de veinte años. Como reportara este último sondeo, 51% de los norteamericanos tiene una opinión desfavorable, al tiempo que apenas 45% mantiene una imagen positiva: es la segunda vez en las dos últimas décadas que las percepciones negativas han sobrepasado a las positivas. El sentir actual respecto a México evidencia un agudo descenso, a partir de 2005, cuando la opinión favorable se hallaba en un pico de 74%.2 En solo seis años, el deterioro de su imagen en los Estados Unidos ha sido dramático. Estas actitudes negativas están sin duda vinculadas con dos factores: la violenta lucha contra el tráfico de drogas y el significativo flujo de inmigrantes mexicanos. En primer lugar, la actividad criminal organizada, dirigida por carteles de la droga altamente sofisticados han impuesto altos niveles de inseguridad al sur de la frontera norteamericana. Desde que el presidente Felipe Calderón asumió su cargo en 2006, la violencia relacionada con la droga ha costado alrededor de cuarenta mil vidas de mexicanos. En segundo lugar, los niveles de la migración mexicana, que subieron vertiginosamente en la última década, han generado un debate cada vez más visible y polarizado sobre la inmigración en el discurso político norteamericano. Ese estado de ánimo se puso de manifiesto en las apasionadas reacciones, positivas y negativas, ante un proyecto de 46 ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos ley del estado de Arizona que habría autorizado a los agentes a interrogar a cualquier sospechoso de residir ilegalmente en el país. Estos acontecimientos han ubicado a México en el más alto peldaño del ciclo noticioso de los Estados Unidos, al tiempo que generan niveles crecientes de mala voluntad entre su población. Ello suscita interrogantes sobre el vínculo entre la cobertura de los medios norteamericanos y las percepciones del público respecto a México. ¿Cuáles son la naturaleza y la calidad de los reportajes sobre México? ¿De qué manera han contribuido a un debate abierto y pluralista sobre asuntos preocupantes, o han dejado de cumplir su principal responsabilidad de reportar la verdad de un modo equilibrado y preciso? Este artículo examinará esos asuntos centrales analizando la cobertura de prensa de esos dos temas que han dominado últimamente las discusiones sobre México en los Estados Unidos. Aunque ha existido cierto número de ejemplos del sensacionalismo y la tergiversación, la mejor manera de caracterizar tal cobertura es calificarla de mezcla. Las fuentes de noticias de la prensa escrita de mayor circulación han limitado, en ocasiones, el debate público, al tergiversar el alcance y la naturaleza de la violencia en México, relacionada con la droga, sus implicaciones para la seguridad nacional norteamericana y el papel que desempeñan los Estados Unidos, que contribuyen al problema. En otros momentos, sin embargo, esas fuentes son voces solitarias que sacan a un primer plano descripciones más abarcadoras y precisas de la situación, con lo que se disipan los mitos propagados por funcionarios norteamericanos y mexicanos y amplían la discusión sobre las causas y consecuencias de la violencia relacionada con la droga. Los reportajes norteamericanos sobre la inmigración procedente de México presentan una mezcla similar. Aunque los medios informativos a menudo han alimentado los temores de la población autóctona, que se opone a la inmigración respecto a un inminente posesionamiento por parte de los mexicanos y exagera el vínculo entre inmigración ilegal y criminalidad, algunos periodistas y otras fuentes generadoras de noticias están pugnando por echar atrás las falsificaciones populares y construyendo un análisis más matizado de los indocumentados. En este sentido, la cobertura ha brindado aperturas prometedoras para el debate democrático, al tiempo que sirve de fuente para las distorsiones y la tensión en aumento. El propósito de este artículo será identificar las representaciones positivas y negativas, con la esperanza de localizar zonas en las que los medios norteamericanos de difusión pueden sobreponerse a los reportajes simplistas y profundizar la comprensión y el diálogo del público. El análisis concentra la atención principalmente en la prensa plana y utiliza fuentes primarias y secundarias. Respecto a los reportajes sobre la violencia de los carteles de la droga, donde hay menos material científico disponible, analizamos las series específicas de la «guerra de la droga» en tres de los periódicos de mayor circulación en los Estados Unidos: The New York Times, The Washington Post y The Los Angeles Times. Debido a que la cobertura respecto a la inmigración ha sido más abordada por la academia, contamos con estudios previos para valorar el modo en que los medios informativos norteamericanos han presentado la proveniente de México. México a través del prisma de la guerra Desde el establecimiento de relaciones entre los dos países, los periodistas norteamericanos han asignado a México el papel de un territorio en el que cunden conflictos y ausencia de legalidad. Le fue presentado al público estadounidense a través de la cobertura de prensa a la Guerra mexicanonorteamericana comenzada en 1846, cuyo resultado fue la anexión de más de la mitad de sus tierras a los Estados Unidos, lo que sigue siendo una fuente de tensión entre las dos naciones. Iniciada en el momento culminante de la era expansionista yanqui, fue la primera guerra extensamente cubierta por los corresponsales norteamericanos, cuya forma parcializada de reportar sobre el «atraso» de los mexicanos fue diseñada para concitar el apoyo nacionalista.3 Esta introducción inicial tuvo seguimiento, sesenta años después, en la amplia cobertura brindada a la Revolución mexicana. Esas tempranas descripciones tuvieron un efecto duradero en el público norteamericano. Tal como observa Mercedes Lynn de Uriarte, la relación de México con la prensa norteamericana nació en crisis, y su imagen sigue siendo moldeada, en su mayor parte, en tiempos de tensión internacional […] la percepción respecto a los líderes de esa nación era que violaban la ley o eran inefectivos, poco prácticos e ineptos. Se reportaba sobre sus conflictos como períodos de caos inexplicable.4 Esa prensa construyó la nación mexicana como un territorio en disputa, tierra de sangre derramada, confusión y desorden, susceptible de ser capturada por el mejor postor. Semejantes caracterizaciones sentaron un claro precedente sobre cómo seguiría siendo representado México en el discurso público de los Estados Unidos. Los tropos de caos y barbarismo permanecen presentes en los medios informativos norteamericanos en la medida en que, justo al sur de la frontera, otra lucha sigue en pleno vigor: contra los carteles de la droga y los sindicatos del crimen organizado. Con la creciente cifra 47 Michael Shifter y Rachel Schwartz consecuencias y verdadera naturaleza de la «guerra de las drogas». Pero en ciertos momentos, los periodistas norteamericanos han realizado exámenes más críticos del término «guerra», cuestionando su empleo para caracterizar el caso mexicano y subrayando la discusión sobre el tema. Un ejemplo de este tipo fue la controvertida comparación de México con Colombia, que hizo la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, que profundizó el debate sobre la naturaleza de la violencia de los carteles mexicanos y desató indagaciones sobre si en realidad merece la etiqueta que ha adquirido últimamente. La declaración formulada por la Clinton, en septiembre de 2010, en la que planteaba que las organizaciones del narcotráfico «están introduciéndose en lo que consideraríamos una insurgencia»10 —en buena medida como lo que ocurrió en Colombia en la década de los 80—, no solo suscitó la ira de funcionarios mexicanos, sino que provocó desacuerdos entre periodistas que disintieron de esa afirmación. Partiendo del desacuerdo del presidente Barack Obama con la caracterización que hiciera la Clinton,11 algunas fuentes publicaron historias que revelaban las complejidades del caso mexicano y exploraban si los carteles de la droga en verdad poseen la agenda política y los niveles de control que permitan clasificarlos como grupos insurgentes. Por ejemplo, Ken Ellingwood, de The Los Angeles Times, en el artículo antes citado, disecciona ambos casos con el fin de poner a prueba la comparación. Él arguye que existen marcadas diferencias en la naturaleza y la severidad de la violencia de los carteles en cada país. De manera más notable, alega que el objetivo de las organizaciones mexicanas de narcotráfico es «dinero, no soberanía»,12 con lo cual significa que buscan, en última instancia, el control de los mercados y de las rutas comerciales, no del aparato del Estado, como el movimiento rebelde armado de Colombia. Aunque los carteles mexicanos han empleado tácticas en extremo brutales para el logro de sus objetivos, «no hay ninguna fuerza que parezca remotamente capaz de derribar al gobierno». De ese modo, Ellingwood diferencia los objetivos y capacidades del cartel mexicano respecto a los grupos que constituyen verdaderas insurgencias, con lo cual aporta una nueva perspectiva de la violencia. No obstante, un escrutinio como ese solo se ve raramente en otros artículos publicados por The Los Angeles Times y otros de los principales periódicos. En la mayoría de los reportajes, se enmarca la lucha contra la violencia de los carteles como guerra, con lo cual dejan poco margen a la crítica y la interpretación alternativa. Examinando más de cerca la situación en México con una perspectiva comparada y poniendo el foco de atención en sus complejidades, la cobertura de los medios de comunicación norteamericanos puede de muertes y el clima de temor a lo largo de la frontera norte de México, los medios norteamericanos han cubierto la «guerra contra las drogas» como el siguiente capítulo en la serie de batallas épicas de ese país. En las series de los tres periódicos mencionados, la palabra «guerra» sirvió de etiqueta para caracterizar la situación en México.5 Su utilización casi se ha convertido en la norma periodística al describir la violencia relacionada con las drogas, lo cual moldea de manera decisiva las percepciones del público norteamericano. Ese empleo podría no ser, en sí mismo, una distorsión de la verdad; incluso resulta defendible dado que las fuentes de noticias mexicanas la usan con frecuencia en sus propios reportajes, y tal vez haya sido el gobierno mexicano el principal actor en la popularización de la frase.6 La palabra comporta una importancia estratégica para el Estado mexicano, al comunicar la enorme amenaza que enfrenta y al instar a los Estados Unidos, el principal consumidor de drogas ilícitas y fuente de armamentos ilegales, a asumir su responsabilidad y emprender acciones. Adicionalmente, el extraordinario número de bajas ubica la lucha mexicana en pie de igualdad con otros conflictos, por lo general considerados como guerras. Su naturaleza engañosa no radica ahí, sino en el modo en que el término crea un fervor alarmista y asfixia el debate público al impedir exámenes más críticos del problema. Más allá de utilizar el término, los medios de difusión de los Estados Unidos han empleado un lenguaje y unas imágenes grotescos, con lo cual han alentado las ansiedades norteamericanas. Las fuentes que hemos examinado usaron frases como «el caos de la guerra de las drogas en vías de profundización», «reino del terror», «narcoviolencia fuera de control», «anarquía criminal», y «guerra abierta».7 Además, se ha aludido a poblados y regiones mexicanos como «galerías de tiro salpicadas de sangre», «tierra de nadie carente de ley», «virtuales zonas de combate», y «sangrientos campos de batalla urbanos», en los que «aparecen cabezas en los congeladores y en las bolsas de basura» y resulta «perturbadoramente común que se cuelguen cadáveres mutilados de hombres de los puentes y los pasos superiores».8 Algunos reportajes han llegado a trazar paralelos entre la lucha contra las organizaciones narcotraficantes mexicanas y la existente contra el terrorismo en el Medio Oriente. Las matanzas han sido descritas como «actos de narcoterrorismo», y los funcionarios norteamericanos se han referido a la frontera con México como «nuestro tercer frente, después de Afganistán e Iraq».9 Las imágenes sensacionalistas y los irreflexivos paralelismos con las guerras norteamericanas en el Medio Oriente han impedido mirar con más profundidad las causas, 48 ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos derribar las caracterizaciones monolíticas, que se han convertido en la norma, y profundizar la comprensión del público sobre la frontera meridional del país. entre reportar las realidades de México en el terreno y promover la discusión sobre tópicos de alcance y envergadura. La cobertura de la prensa puede ser clave en la complementación de las discusiones sobre las debilidades del Estado y el aumento del desorden, con preguntas respecto a los límites de la violencia referida a la droga y a las capacidades del crimen organizado. Debe aplicársele un análisis similar al efecto de «trasvase» —la idea de que la narcoviolencia mexicana ha abierto brechas en la frontera y comenzado a fluir hacia el norte—, que ha recibido mucha atención recientemente. La prensa ha subrayado que la administración Obama teme que la violencia «pueda derramarse cada vez más dentro de los Estados Unidos»,16 al tiempo que otros han enviado mensajes mixtos con respecto al grado en que eso ya ha ocurrido. Por ejemplo, un reportaje de The New York Times, de marzo de 2009, describe episodios violentos relacionados con el narcotráfico, en los poblados fronterizos del sudoeste e incluso en ciudades metropolitanas como Atlanta.17 Sin embargo, los relatos tienden a carecer de claridad al identificar la verdadera magnitud de la violencia por drogas del lado norteamericano de la frontera. A pesar de describir un escenario en el cual la violencia de los carteles mexicanos se ha volcado en ese lado a niveles escalofriantes, el artículo cita a un funcionario estadounidense que arguye que la peor porción de ella «no se ha derramado [...] en parte debido a que los carteles no desean correr el riesgo de una respuesta de las entidades encargadas de hacer cumplir la ley aquí, lo cual pudiera desbaratar sus negocios», y admite que «de manera general, los crímenes violentos han disminuido en varias ciudades de la frontera o próximas a ella».18 Esta última afirmación ha sido recientemente corroborada por un estudio de USA Today, el cual descubrió que las ciudades fronterizas de los Estados Unidos son, en promedio, más seguras que otras de sus estados. A pesar de esa realidad, 83% de los norteamericanos creen que la violencia fronteriza excede los índices nacionales, percepción en parte alimentada por los reportajes sensacionalistas.19 En vez de glosar estas concepciones erróneas, los medios informativos norteamericanos pudieran usarlas como punto de partida para procurar una atención más aguda a los efectos de la violencia de los carteles en los Estados Unidos, cuyo alcance es un tema que necesita un debate más pluralista y matizado. Lectura incorrecta de la narcoviolencia mexicana La forma sensacionalista norteamericana de reportar la lucha de México contra el tráfico de drogas también ha oscurecido un examen crítico del alcance de la violencia de los carteles y cuánto control territorial ha perdido verdaderamente el gobierno mexicano a manos de los grupos criminales organizados. Funcionarios mexicanos han criticado las caracterizaciones de los medios informativos norteamericanos por considerarlas exageradas en extremo. En un artículo de Noticias de la BBC, de noviembre de 2010, el embajador mexicano ante los Estados Unidos, Arturo Sarukhan, subrayó: «[A partir de la cobertura de prensa] podría inferirse que el país está ardiendo, desde el Río Grande hasta la frontera con Guatemala».13 En buena medida, esas objeciones son de peso. La presentación que hacen los medios norteamericanos del alcance de la violencia de los carteles ha sido, en el mejor de los casos, vaga y carente de comprobación y, en el peor, engañosa. En las tres series analizadas, la mayoría de los artículos recurrieron al empleo de frases ambiguas como «amplios pases de guadaña», «grandes trozos de territorio», «cierto número de regiones» y «vastas áreas»,14 para describir la extensión de tierra que los carteles han arrebatado al control estatal. Algunos textos selectos han sido más precisos, al referirse a ciertas ciudades como Reynosa y Ciudad Juárez como bolsones claves «bajo el dictado del pulgar de los carteles», o demarcando a los estados septentrionales de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila como las tres regiones «inundadas de violencia».15 La realidad es que hay bolsones a lo largo del norte de México que han sucumbido a niveles extremos de violencia de los carteles, y ese tipo de criminalidad se está extendiendo. Sin embargo, las descripciones sobre la violencia localizada y los exámenes críticos sobre cuán difuso se ha vuelto el control de esta organización son mucho menos frecuentes, lo que induce a la aplastante impresión de que los niveles extremos de violencia están, de hecho, a lo largo de gran parte de la nación. Parte del problema para identificar la extensión del control de los carteles radica en que resulta virtualmente imposible apreciar hasta qué punto los narcotraficantes o el gobierno tienen la ventaja en cualquier zona dada. Pero eso no quiere decir que los medios norteamericanos no puedan desempeñar un papel en la promoción de un debate en torno a este asunto. Deben hallar un equilibrio Responsabilidad de los Estados Unidos: flujo de armas y consumo de drogas Las percepciones negativas respecto a México, ampliamente difundidas dentro de los Estados Unidos, 49 Michael Shifter y Rachel Schwartz Los tropos de caos y barbarismo permanecen presentes en los medios informativos norteamericanos en la medida en que, justo al sur de la frontera, otra lucha sigue en pleno vigor: contra los carteles de la droga y los sindicatos del crimen organizado. están correlacionadas con una elevada tendencia a culpar a México por sus propios problemas y los del vecino del Norte. Según un sondeo de julio de 2010, 49% de los que respondieron piensa que debería culparse a México por permitir que los carteles crezcan y florezcan, al tiempo que solo 34% cree que los Estados Unidos deben ser responsabilizados por tener una población que demanda drogas ilegales. Siguiendo un patrón similar, apenas 7% de los encuestados tiene una opinión mayormente favorable del gobierno mexicano. Ese punto de vista refleja la tendencia norteamericana a echar la culpa al sur de la frontera, donde se percibe que la campaña para cortar el flujo de la violencia por drogas ha fallado de manera general. Semejantes tendencias inducen a cuestionarse el modo en que los medios informativos norteamericanos están asignando la responsabilidad por el derramamiento de sangre. ¿Con qué profundidad han explorado los reportajes la miríada de causas de la violencia por drogas, tanto al norte como al sur de la frontera? ¿Cómo se le presenta al público norteamericano el problema de la responsabilidad? Tal como se observara antes, las respuestas a estas preguntas no están bien definidas. Al tiempo que se pinta al gobierno mexicano y a su aplicación de la ley como no confiables e incompetentes, los medios noticiosos norteamericanos han sido muy débiles en lo que respecta a abordar temas como la demanda y el consumo norteamericanos de drogas, que contribuyen de manera significativa a la violencia. Sin embargo, los reportajes sobre otros temas —como el tremendo flujo de armas de los Estados Unidos hacia México y la corrupción entre los funcionarios norteamericanos, en especial los agentes de las patrullas fronterizas— se han robustecido en la medida en que los periodistas han adoptado un enfoque investigativo de fuerte impacto. Por ende, al abordar el problema de la corresponsabilidad por la violencia de los carteles, los medios informativos norteamericanos han subrayado el debate en algunas esferas, como los flujos de armas, y han dejado otras como el consumo de drogas relativamente intactas. En las tres series de la «guerra de las drogas» examinadas, la tendencia ha sido atribuir la mayor porción de responsabilidad al gobierno mexicano. Una extensa cobertura sobre la ineficacia institucional ha influido en la inclinación del público norteamericano a culparlo de la situación. Esa tendencia, sin embargo, no solo ha sido conformada por afirmaciones referidas a su debilidad, sino también por omisiones de la culpabilidad de los Estados Unidos, sobre todo en cuanto al problema de consumo de drogas. En los 145 artículos de The New York Times, The Los Angeles Times y The Washington Post revisados, solo había nueve referencias al uso, demanda o consumo de drogas en ese país, la mayoría de las cuales eran críticas formuladas por funcionarios mexicanos. Solo tres de los artículos incluían el consumo de drogas como foco primario de atención. Algunos de los reportajes que dirigen sus demandas al norte de la frontera siguen usando un tono acusatorio con México, y evadiendo la responsabilidad norteamericana. Por ejemplo, un artículo de mayo de 2009, en The New York Times, afirma que los carteles «han extendido las ventas de heroína [...] hasta los caminos urbanos y rurales pocos frecuentados» y asimismo están ofertando agresivamente formas más novedosas y mortíferas de la droga al mercado norteamericano.20 Ese tono describe el consumo como si fuera causado por la imposición de las ventas mexicanas de drogas a la sociedad norteamericana, pasando por alto el problema de la demanda existente. Semejante caracterización no presenta un punto de vista equilibrado sobre la responsabilidad norteamericana, sino que sigue siendo parcializado, al describir el flujo de drogas como una fuerza invasora que destruye los enclaves suburbanos y urbanos de los Estados Unidos. Hay otros tópicos relacionados con el papel de los Estados Unidos, sobre el cual los periodistas están promoviendo una conversación más vibrante. El principal es el flujo de armas hacia México como resultado de las débiles regulaciones a las ventas domésticas de estas. Muchos informes calculan que hasta 90% de las armas rastreadas y capturadas en México proviene de los Estados Unidos, aunque algunos funcionarios norteamericanos niegan esta cifra.21 Se le ha dedicado una sustancial cobertura, por parte de la prensa norteamericana, a la conexión entre las poco rigurosas leyes sobre armamentos y la proliferación de la violencia de los carteles. En The Washington Post, casi la cuarta parte de los artículos analizados centraban su 50 ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos respecto a los mexicanos que han ingresado al país a ritmos sorprendentes a lo largo de la última década. Las cifras de las encuestas muestran que apenas 32% de los norteamericanos mantiene una opinión favorable respecto a los inmigrantes mexicanos. Entre los republicanos, la cifra se precipita a 23%.25 Además, según un sondeo de julio de 2010, 81% favorece el incremento de los patrullajes fronterizos y la presencia de agentes federales en la frontera norteamericanomexicana, y 55% aprueba la ley contra la inmigración ilegal de Arizona. 26 Pero la mayoría no llega a propugnar políticas antinmigrantes extremas, como una modificación constitucional para impedir que los hijos de los inmigrantes indocumentados obtengan la ciudadanía. En una encuesta de agosto de 2011, 57% se oponía a una medida de ese tipo.27 A pesar de esta salvedad, que refleja una postura más moderada de parte del público, los norteamericanos en su mayoría muestran sentimientos bastante desfavorables con respecto a los inmigrantes mexicanos que viven y laboran en los Estados Unidos. Esas percepciones negativas podrían atribuirse, en parte, a las descripciones que hacen los medios informativos sobre ellos. Muchos han sido calificados como intrusos decididos a imponer su propia autonomía cultural y territorial, como culpables por el drenaje de los recursos del Estado y por quitar empleos a los norteamericanos. Las representaciones de los mexicanos y de los latinos en los Estados Unidos, tanto los inmigrantes como los nacidos en Norteamérica, reflejan lo que Leo R. Chávez llama «la narrativa de la amenaza del latino», compuesta por un conjunto de «suposiciones y verdades dadas por sentadas», que postulan que atención en el flujo de armas norteamericanas a México. En diciembre de 2010, este diario comenzó a publicar los resultados de un año de investigación respecto a los principales vendedores de armas vinculados con el crimen organizado de México, información que se había mantenido en secreto debido a una ley de 2003 aprobada por el Congreso bajo la presión del poderoso lobby de los armamentos.22 Los informes no solo están basados en un estudio sustancial, a partir del examen de millares de documentos de los tribunales y del gobierno, sino que también abordan lo complejo de mantener las armas de asalto alejadas de las manos de los compradores con falsas identificaciones, que podrían ser difíciles de rastrear. Finalmente, la cobertura de los medios informativos de los Estados Unidos respecto a la violencia referida a la droga también ha comenzado a subrayar la mala conducta entre los funcionarios norteamericanos, sobre todo los agentes de la patrulla fronteriza. Este ángulo ilustra cómo la corrupción estatal a ambos lados de la frontera contribuye al problema. En un artículo de septiembre de 2010, en The Washington Post, Ceci Connolly relata la historia de los sucios manejos de la agente norteamericana Martha Garnica, quien durante más de diez años ayudó a los grupos criminales a transportar drogas y trabajadores indocumentados al otro lado de la frontera. Reuniendo hojas de documentos de juzgados y testimonios, horas de conversaciones grabadas y numerosas entrevistas con investigadores, agentes encubiertos y colegas de Garnica, Connolly arroja luz sobre «el papel casi nunca discutido de los Estados Unidos en el comercio del tráfico».23 De manera similar, en diciembre de 2009, The New York Times detalla varios casos más de colaboración con los carteles entre los funcionarios de aduanas y de protección de la frontera.24 En la medida en que las fuentes de noticias norteamericanas comiencen a mejorar su cobertura de la lucha contra la violencia asociada a la droga, de un modo que presente las causas de muchas facetas y la responsabilidad compartida, el debate público se volverá más rico y el público norteamericano estará mejor informado. Esta forma de reportar con amplitud y profundidad también puede ser un catalizador para soluciones de políticas mejores y más integradas. los latinos no están dispuestos a, o son incapaces de integrarse, de convertirse en parte de la comunidad nacional. En lugar de ello, son parte de una fuerza invasora proveniente del sur de la frontera que está determinada a reconquistar tierras que en el pasado fueron de ellos [el sudoeste de los Estados Unidos], y a destruir el modo de vida norteamericano.28 Esta imagen es reforzada por el modo en que los medios de prensa, tanto consciente como inconscientemente dibujan a los latinos —en particular a los inmigrantes mexicanos y los mexicanonorteamericanos— como una amenaza, con lo que propagan un discurso alarmista y echan leña al fuego de las ansiedades del público. Históricamente, las fuentes de noticias han construido la imagen del «invasor» latino mediante el uso de metáforas, tanto impresas como visuales. En su estudio, de 1994, de la cobertura que dio The Los Angeles Times a la Propuesta 187 de California, que aprobó medidas para eliminar el acceso de los inmigrantes ilegales a los servicios sociales, Otto Santa Ana rastrea el uso frecuente de metáforas tales como La inmigración mexicana y el discurso de la amenaza Las actitudes desfavorables respecto a México no solo parten de percepciones de una guerra perdida contra las drogas y sus implicaciones para los Estados Unidos, sino también de los puntos de vista negativos 51 Michael Shifter y Rachel Schwartz «aguas peligrosas», «invasión», «enfermedad/lastre» referidas a la inmigración, y a los inmigrantes como «animales» o «manada», y que piden «apuntarles», «atacarlos», «devorarlos», «perseguirlos cazándolos».29 David Cisneros extiende este estudio de la metáfora a los medios noticiosos visuales de hoy en día, y analiza las representaciones de los inmigrantes como «contaminantes» que «[se filtran] a través de la frontera y se reúnen en las esquinas», en su frecuente descripción como cuerpos ociosos apiñados en masas.30 Las asociaciones simplistas invocadas a través de la metáfora contribuyen a las percepciones de lo que Chávez llama las «vidas virtuales» de los inmigrantes —lo que creemos que conocemos de ellos, basados en lo que vemos, escuchamos y leemos. No obstante, esas representaciones sensacionalistas «carecen de la profundidad del entendimiento que se alcanza con el contexto histórico, las explicaciones económicas y la elaboración de la ciencia social»,31 lo que impide una comprensión más amplia de la realidad de los inmigrantes. Si bien este discurso negativo ha acompañado los fuertes influjos de la inmigración a lo largo de la historia norteamericana, la retórica hostil que rodea a la mexicana ha sido perceptiblemente distinta. El lenguaje referido a la «ilegalidad» ha impregnado más los reportajes sobre los inmigrantes mexicanos que los de cualquier otro grupo, al presentarlos como ajenos, tanto desde el punto de vista de la sociedad como desde la perspectiva legal.32 En muchas instancias, los medios informativos han sido responsables de la publicación de cifras e imágenes que distorsionan las percepciones de la amenaza mexicana. Por ejemplo, al reportar para Lou Dobbs Tonight la visita del presidente mexicano Vicente Fox, en mayo de 2006, a Salt Lake City, Utah, el corresponsal de la CNN, Casey Wian, presentó su arribo como parte de una invasión criminal más vasta: A diferencia de los inmigrantes europeos que ingresaron en los Estados Unidos, a ritmos rápidos, a principios del siglo xx, los mexicanos, contemplados como no blancos, representan al «otro» racial, lo que complica la hostilidad y la ansiedad que evocan. En un estudio de 2008 sobre el modo en que se reporta la inmigración en los Estados Unidos y las consignasseñales grupales, Ted Brader, Nicholas Valentino y Elizabeth Suhay descubrieron que la cobertura noticiosa que subraya los costos de la inmigración impulsaba la oposición y los sentimientos de ansiedad cuando los inmigrantes representados eran de grupos estigmatizados desde el punto de vista racial.34 Los temores populares en torno a la inmigración mexicana reflejan los falsos conceptos que han circulado a través de la cobertura de los medios informativos. Las principales preocupaciones del público norteamericano son el lastre que los inmigrantes representan para los servicios gubernamentales (40%), la competencia que ejercen sobre los puestos de trabajo de los norteamericanos (27%) y el aumento del crimen que pueden causar (9%).35 Cada una de estas narrativas es a menudo promovida a través de la cobertura noticiosa. Por ejemplo, las discusiones surgidas en torno al «bebé de anclaje» en medio del debate sobre la ciudadanía por derecho de nacimiento giró bastante en torno a las nociones de competencia de los inmigrantes para la obtención de puestos de trabajo y recursos del Estado. Los hijos de los inmigrantes ilegales, tildados de «bebés de anclaje» porque «se les deja caer»36 en los Estados Unidos con vistas a asegurar los derechos de ciudadanía para ellos mismos y sus familias, han sido presentados como infiltrados que intentan hacerle trampa al sistema y sacar provecho de las estipulaciones de los servicios sociales y oportunidades económicas. En los reportajes de Time sobre la propuesta de ley de Arizona que les debía negar los certificados de nacimiento a los padres indocumentados que tienen a sus hijos en los Estados Unidos, el senador estatal Russel Pearce bombardea «el esfuerzo orquestado por parte de [los inmigrantes ilegales] para venir aquí y tener hijos con vistas a acceder al gran estado del bienestar que hemos creado».37 La divulgación de esas afirmaciones, sin examinar los costos sociales y económicos de la inmigración no autorizada, y asociarlas con imágenes volátiles como «bebé de anclaje», parcializan los puntos de vista del público y brindan poca comprensión sustantiva para promover el debate racional. Sumándolo a la temida presión sobre los recursos y las oportunidades económicas, los medios informativos han promovido un falso vínculo entre la inmigración ilegal y el incremento de la criminalidad, moldeando así la opinión popular respecto a los mexicanos y los mexicano-norteamericanos en los Estados Unidos. Se estima que Utah tiene aproximadamente cien mil extranjeros ilegales, y la cifra crece con rapidez. Utah es también una parte del territorio al que algunos activistas latinos militantes se refieren como Aztlán, la porción del sudoeste de los Estados Unidos que, según plantean, pertenece a México.33 Cuando se trasmiten ampliamente bajo el disfraz de «noticias», ese tipo de afirmaciones alarmistas presentan a los mexicanos inmigrantes, y también a los nacidos en territorio estadounidense, como incapaces de alcanzar su membresía en la sociedad norteamericana debido a su condición marginal y a sus intenciones vengativas de reclamar territorios perdidos. Tal imagen no solo condena al ostracismo a quienes son de ascendencia mexicana, sino también inhibe la habilidad del público norteamericano para contemplar la inmigración no autorizada como un problema global y no como algo centrado en un grupo étnico particular. 52 ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos Los reportajes sobre el «derrame» de la violencia ligada a las drogas a los Estados Unidos han subrayado la condición ilegal de quienes perpetúan los crímenes, construyendo los dos temas como si estuvieran de algún modo conectados. Aunque parece sutil, ese tipo de asociaciones refuerza, en la conciencia del público norteamericano, la idea de que la inmigración ilegal también conduce a la diseminación de la criminalidad al norte de la frontera, noción que, de hecho, contradice los índices declinantes del crimen en pueblos y ciudades fronterizos claves, en los que existen vastas poblaciones de trabajadores indocumentados. Pero un ejemplo más sorprendente de la cobertura que exacerba el vínculo no sustentado entre la inmigración no autorizada desde México y el crimen violento ha sido el Proyecto Minuteman, que goza de amplia divulgación por parte de los medios noticiosos norteamericanos. Alegando la incapacidad del gobierno para mantener segura la frontera y proteger a los Estados Unidos de la amenaza del inmigrante ilegal, grupos de ciudadanos armados han comenzado a patrullarla.38 Arguyen que impiden a los inmigrantes mexicanos «forzar su entrada al país», frase que subraya la idea de la criminalidad de los inmigrantes. Autores como Leo Chávez argumentan que el «espectáculo» de los minutemen ha sido completamente producido y reproducido por los medios audiovisuales e impresos, lo cual ha brindado al grupo y a sus afirmaciones distorsionadas una amplia atención del público.39 Al igual que en el caso de otras metáforas e imágenes comunes con las que se equipara a la inmigración mexicana, los reportajes sobre el Proyecto Minutemen reducen la comprensión sobre la migración de parte del público a una serie de asociaciones positivas/ negativas que impiden cualquier abordaje más profundo de las condiciones políticas, económicas y sociales que están en el meollo del problema. A la vez que atraen a los espectadores con su alarmismo, esas distorsiones desalientan el debate público porque no dejan espacio al cuestionamiento de las suposiciones populares. por echar atrás el estigma magnificado por la narrativa de la amenaza de los latinos. Un artículo sin precedentes, publicado el 5 de julio de 2011, desbarató varios presupuestos claves inherentes al discurso antiemigrante; escrito por Damien Cave, de The New York Times.40 Él debate la confluencia de factores —la caída de la economía en Norteamérica, un mayor número de oportunidades de trabajo en México, el decrecimiento de los índices de fertilidad entre las mexicanas, las condiciones más severas para los trabajadores en los Estados Unidos y la violencia en la frontera— que han contribuido a que se detenga la inmigración mexicana indocumentada. La historia relatada por Cave socava los argumentos de los adversarios de la inmigración, que dependen del dramático aumento de las cifras de ilegales para dar forma a un discurso político que advierte sobre la supuesta amenaza mexicana respecto a los puestos de trabajo, los recursos del Estado y las familias norteamericanas. El artículo también muestra una población mexicana que aprovecha las mayores oportunidades de educación en su país y que cada vez recurre más a los medios legítimos para ingresar a los Estados Unidos a través de los programas de visas temporales. Mediante un mayor número de análisis basados en hechos, esas razones desafían las suposiciones de la población que se opone a la inmigración, acerca de que quienes ingresan al país son criminales decididos a quedarse permanentemente. También indica los méritos de explorar los más amplios factores que dictan las tendencias migratorias con el fin de promover una presentación más abarcadora de las actuales realidades. El artículo de Cave no solo rompió con las tendencias típicas, al cubrir la inmigración por la vía de explorar las decisiones y condiciones en el meollo del asunto, sino también mediante los esfuerzos subsiguientes por alentar el diálogo continuado. El artículo fue publicado en español, una decisión rara por parte de un periódico en lengua inglesa radicado en los Estados Unidos para ampliar su número de lectores y brindar un mayor acceso al debate sobre la inmigración. Además, el Times le dio seguimiento al artículo con un blog de preguntas y respuestas, lo cual permitió a los lectores plantear sus interrogantes directamente a Cave, desafiando el modo en que él emplea el término «ilegal» y formulando preguntas sobre otras causas a las que el artículo brindaba menos atención. Al ofrecer un foro para mantener el diálogo y permitir el ingreso de nuevas voces, el artículo, de un modo más literal, alienta el debate pluralista. Algunos textos recientes han concentrado la atención en elaborar el perfil de los inmigrantes no autorizados para alejar los estereotipos con los cuales se les asocia. En junio de 2011, The New York Times Magazine publicó Cómo enfrentar el problema A pesar de los puntos de vista desproporcionadamente desfavorables que evoca la cobertura noticiosa norteamericana sobre la inmigración mexicana, algunos periodistas y fuentes de difusión están ampliando el debate por la vía de construir una imagen más matizada de ella. Ese tipo de reportaje, que se ha vuelto más frecuente en los últimos años, busca no solo aclarar los hechos sobre la inmigración ilegal y explorar las complejas causas subyacentes, sino también ubicar las tendencias mexicanas en un contexto global, y luchar 53 Michael Shifter y Rachel Schwartz un ensayo autobiográfico, escrito por el laureado periodista José Antonio Vargas, en el que hace una crónica de su vida como inmigrante indocumentado. Uno de sus objetivos declarados es ponerle rostro a los once millones de inmigrantes indocumentados en los Estados Unidos: «No siempre somos los que usted piensa que somos. Algunos cosechan las fresas suyas o cuidan a los hijos suyos. Algunos están en la secundaria o en la universidad. Y resulta que algunos escriben artículos en la prensa que usted podría leer».41 El artículo de Vargas revierte las metáforas e imágenes totalizadoras que caracterizan las representaciones típicas de los medios de prensa sobre los inmigrantes indocumentados. Su historia sobre su lucha por ocultar su verdadera identidad y por convertir a los Estados Unidos en su hogar subraya los aspectos humanos de un problema que con demasiada frecuencia resulta reducido a cifras escurridizas y a retórica política simplista. Además, el hecho de que Vargas proceda de las Filipinas desbarata el presunto vínculo entre la inmigración ilegal y México, ubicándola en un contexto global. Estos dos ejemplos, junto con muchos otros, están contribuyendo a una discusión más equilibrada sobre el tema, que busca por debajo de las suposiciones poco profundas y de las «vidas virtuales» construidas a menudo por los medios de prensa. Desmontan los falsos conceptos políticamente explosivos que con frecuencia afloran dentro del ciclo de noticias y extraen las complejidades de un problema utilizado para provocar ansiedad y resentimiento hacia México. Cuando esta cobertura más totalizadora alcanza un amplio público, tiene el potencial para cambiar el tono de las percepciones norteamericanas al tiempo que ofrece la base para un debate mejor informado y más sensato sobre México y su relación con su vecino del Norte. «México en guerra», de The Washington Post (63 artículos entre el 2 de septiembre de 2010 y el 17 de marzo de 2011) la incluyó 49 veces, para un promedio de 0,78 menciones por artículo. Durante ese mismo período, la serie de The Los Angeles Times titulada «México sitiado», publicó 74 artículos que usaban 111 veces la palabra «guerra», 1,5 referencias directas por texto. 6. Véase Jorge Caballero,«Intentamos desmitificar la guerra contra el narco con cinta: Mendoza», La Jornada, México, DF, 6 de octubre de 2010; y «Las 13 frases de FCH en Estados Unidos», El Universal, México, DF, 13 de mayo de 2011. 7. Ken Ellingwood, «Why Mexico is not the New Colombia when it Comes to Drug Cartels», The Los Angeles Times, Los Angeles, 25 de septiembre de 2010; Richard Marosi, «Determined Federal Prosecutor Targets the Tijuana Cartel», The Los Angeles Times, Los Angeles, 27 de septiembre de 2010; Tracy Wilkinson, «In Mexico, A Dividing Line on “El Infierno”», The Los Angeles Times, Los Angeles, 3 de octubre de 2010; Nick Miroff y William Booth, «Mexico’s Drug War Intrudes on Monterrey, a Booming Metropolis», The Washington Post, Washington DC, 16 de marzo de 2010; Randal C. Archibold, «Mexican Drug Cartel Violence Spills Over, Alarming U.S.», The New York Times, Nueva York, 22 de marzo de 2009. 8. Véase Richard Marosi, «Mexico Convoy Threads its Way Through Strange Drug War in Sonora State», The Los Angeles Times, Los Angeles, 16 de octubre de 2010; Eduardo Castillo, «Marisol Valles Garcia, Police Chief of Mexico Border Town, Fired for Leaving Post», The Associated Press, 7 de marzo de 2011; Juan Forero, «Colombia Stepping Up Anti-Drug Training of Mexico’s Army, Police», The Washington Post, Washington DC, 22 de enero de 2011; Nick Miroff, «Mexican Cartel Violence Prompts Calls for Bigger National Guard Deployment Along the Border», The Washington Post, Washington DC, 4 de enero de 2011; Ken Ellingwood, «Dismembered Bodies, Warped Minds», The Los Angeles Times, Los Angeles, 8 de noviembre de 2010; Tracy Wilkinson, «Out of Prison and Into Mortal Danger in Mexico», The Los Angeles Times, Los Angeles, 4 de enero de 2011. 9. William Booth, «Letter from Mexico: In no Mood for a Fiesta», The Washington Post, Washington DC, 15 de septiembre de 2010; Nick Miroff, ob. cit. 10. Véase Mary Beth Sheridan, «U.S. Military Helping Mexican Troops Battle Drug Cartels», The Washington Post, Washington DC, 10 de noviembre de 2010. 11. Anne E. Kornblut y Scott Wilson, «Obama, Clinton Appear Split Over Comparisons of Mexican, Colombian Drug Problems», The Washington Post, Washington DC, 9 de septiembre de 2010. Notas 12. Ken Ellingwood, ob. cit. 1. «Global Trouble Spots Top Public’s News Interests», Pew Research Center, 24 de febrero de 2011, disponible en http://people-press. org (5 de agosto de 2011). 13. «Foreign Media Focus Too Much on Mexico Drug Violence», BBC News, Londres, 11 de noviembre de 2010. 14. William Booth, «Mexican Politician “El Jefe” Diego Freed After 7 Months in Captivity», The Washington Post, Washington DC, 20 de diciembre de 2010; «In Mexico, Only One Gun Store but no Dearth of Violence», The Washington Post, Washington DC, 29 de diciembre de 2010; Ken Ellingwood, ob. cit.; «Mexico’s Crackdown on Organized Crime is Working, Calderon Says», The Los Angeles Times, Los Angeles, 2 de septiembre de 2010; Marc Lacey, «In Mexican Drug War, Investigators Are Fearful», The New York Times, Nueva York, 17 de octubre de 2009. 2. Jeffrey M. Jones, «Iran, North Korea Still Americans’ Least Favorite Countries», Gallup, 11 de febrero de 2011, disponible en www.gallup.com (5 de agosto de 2011). 3. Mercedes Lynn de Uriarte, «Crossed Wires: The US Press and Mexico», en Paul Ganster, Mario Mirando Pacheco, eds., Imágenes recíprocas: la educación en las relaciones México-Estados Unidos de América, Quinta Reunión de México y Estados Unidos, UAM Azcapotzalco, México, DF, 1991, p. 248. 4. Ibídem, pp. 245-54. 15. Daniel Hernández, «Mexican Expats Warned About Holiday Travel Home», The Los Angeles Times, Los Angeles, 24 de noviembre de 2010; Tracy Wilkinson, «Mexican Drug Cartels Cripple Pemex 5. «Guerra sin fronteras», serie de ocho artículos de The New York Times, incluye quince veces el término «guerra», dos por artículo. 54 ¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos 29. Otto Santa Ana, Brown Tide Rising: Metaphors of Latinos in Contemporary American Public Discourse, University of Texas Press, Austin, 2011, p. 87. Operations in Basin», The Los Angeles Times, Los Angeles, 6 de septiembre de 2010. 16. Paul Richter, «U.S. May Drastically Boost Funding to Aid Mexico’s War on Drug Gangs», The Los Angeles Times, Los Angeles, 4 de septiembre de 2010. 30. J. David Cisneros, «Contaminated Communities: The Metaphor of “Immigrant as Pollutant” in Media Representations of Immigration», Rhetoric & Public Affairs, v. 11, n. 4, East Lansing, Michigan, invierno de 2008, p. 582. 17. Randal C. Archibold, ob. cit. 18. Ídem. 31. Leo R. Chávez, The Latino Threat..., ob. cit., p. 27. 19. Alan Gómez, «U.S. Border Cities Prove Havens from Mexico’s Drug Violence», USA Today, 18 de agosto de 2011. 32. Joseph Nevins, Operation Gatekeeper and Beyond: The War On «Illegals» and the Remaking of the U.S.-Mexico Boundary, Routledge, Nueva York, 2010, p. 112. 20. Randal C. Archibold, «In Heartland Death, Traces of Heroin’s Spread», The New York Times, Nueva York, 31 de mayo de 2009. 33. «Dobbs’s Immigration Reporting Marked by Misinformation, Extreme Rhetoric, Attacks on Mexican President, and Data from Organization Linked to White Supremacists», Media Matters for America, 24 de mayo de 2006, disponible en http://mediamatters. org (19 de septiembre de 2011). 21. William Booth, «U.S. and Mexico Struggle to Stop Flow of Weapons Across Border», The Washington Post, Washington DC, 6 de octubre de 2010. 22. Sari Horowitz y James V. Grimaldi, «U.S. Gun Dealers with the Most Firearms Traced Over the Past Four Years», The Washington Post, Washington DC, 13 de diciembre de 2010; «NRA-Led Gun Lobby Wields Powerful Influence Over ATF, U.S. Politics», The Washington Post, Washington DC, 15 de diciembre de 2010. 34. Véase a Ted Brader, Nicholas A. Valentino y Elizabeth Suhay, «What Triggers Public Opposition to Immigration? Anxiety, Group Cues, and Immigration Threat», American Journal of Political Science, v. 52, n. 4, Houston, octubre de 2008, pp. 959-78. 23. Ceci Connolly, «Woman’s Links to Mexican Drug Cartel a Saga of Corruption on U.S. Side of Border», The Washington Post, Washington DC, 12 de septiembre de 2010. 35. «Public Favors Tougher Border Controls...», ob. cit. 24. Randal C. Archibold, «Hired by Customs, but Working for Mexican Cartels», The New York Times, Nueva York, 18 de diciembre de 2009. 37. Adam Klawonn, «Arizona’s Next Immigration Target: Children of Illegals», Time, Londres, 11 de junio de 2010. 36. Reynolds Holding, «“Anchor Babies”: No Getting Around the Constitution», Time, Londres, 1 de febrero 2011. 38. Se llaman minutemen en referencia a la milicia desplegada durante la Guerra Civil norteamericana. 25 «Americans Decry War on Drugs, Blame Mexico for Allowing Cartels to Grow», Angus Reid Public Opinion, 21 de julio de 2010, disponible en www.visioncritical.com (21 de agosto de 2011). 39. Leo R. Chávez, The Latino Threat..., ob. cit., pp. 141-2. 26. «CNN Opinion Research Poll», CNN/Opinion Research Corporation, 27 de julio de 2010, disponible en http://i2.cdn.turner. com (19 de septiembre de 2011), pp. 6-7. 40. Damien Cave, «Better Lives for Mexicans Cut Allure of Going North», The New York Times, Nueva York, 6 de julio de 2011. 41. José Antonio Vargas, «My Life as An Undocumented Immigrant», The New York Times, Nueva York, 22 de junio 2011. 27. «Public Favors Tougher Border Controls and Path to Citizenship», Pew Research Center, 14 de febrero de 2011, disponible en http://pewresearch.org (5 de agosto de 2011). 28. Leo R. Chávez, The Latino Threat: Constructing Immigrants, Citizens, and the Nation, Stanford University Press, Palo Alto, CA, 2008, p. 2; Covering Immigration: Popular Images and the Politics of the Nation, University of California Press, Berkeley, 2011. © 55 , 2011 no. 68: 56-65, octubre-diciembre de 2011. Nora Gámez Torres Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana Nora Gámez Torres Profesora e investigadora. Asociación Hermanos Saíz. Sin embargo, las implicaciones de este género no corresponden solamente al campo musical. Su éxito y rasgos están profundamente conectados con los valores emergentes2 de una underclass cubana y la creciente ideología consumista en el país, aspectos del cambio social ocurrido en las últimas dos décadas. Estos y otros temas —entre ellos, los procesos de distinción simbólica que están ocurriendo en esta escena, así como su actual proceso de «cubanización»— serán discutidos en este ensayo.3 Mi intención es diseccionar el reguetón a través de varios lentes, tratando sobre todo de desentrañar las mediaciones sociales que lo atraviesan. La música es profecía… Hace audible el nuevo mundo que gradualmente se hará visible. J. Attali La música de una cultura puede decir algo a esa cultura que ella misma no quiere oír o reconocer. J. Shepherd E l campo musical cubano es hoy un espacio en disputa. Mientras voces importantes como Juan Formell se quejan del poco interés de los músicos jóvenes en la música popular bailable —léase timba—, son precisamente músicos jóvenes, en su mayoría aficionados, quienes están luchando para que el reguetón, un género también bailable, sea considerado parte de este campo. La empresa no es sencilla, sobre todo cuando para algunos intelectuales este constituye una «amenaza» a esa «ola de gran vitalidad» que es «la música cubana».1 Una vez más, el reguetón, como otros géneros que lo han precedido, ha generado ansiedad entre musicólogos, intelectuales y los propios músicos, acerca de los límites y la monopolización de la «cultura legítima». «Ruidos» en el sistema. Reguetón y pánico moral Durante un seminario sobre música popular organizado por la Fundación Fernando Ortiz en octubre de 2007, el director de radio Guille Vilar, al referirse a la difusión del reguetón, expresaba que «los parqueadores, los sonidistas, las personas que ponen el play en los agros, los bicitaxistas, no son para nada 56 Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana Asimismo, para Moore la falta de comprensión y apoyo institucional a la música bailable en Cuba en determinados períodos históricos ha estado vinculada con «un prejuicio hacia una expresión asociada con comunidades negras pobres» y, por tanto, considerada como «simplista o atrasada». Algunos críticos y académicos cubanos han asumido una postura más desprejuiciada en el debate sobre el reguetón, entre ellos Rufo Caballero, quien ha vindicado la posibilidad de un sistema cultural más flexible, en el cual, sin renunciar a jerarquías, pudiera existir un espacio para «Se me parte la tuba en dos».13 Según Rufo: «Nos pasamos la vida tratando de detectar dónde está lo vulgar en la cultura popular. Lo vulgar, lo escatológico, el límite, los bordes, son partes naturales de la cultura».14 Esta visión contrasta con voces más intolerantes que consideran el reguetón como «una reducción empobrecedora, una caricatura musical»,15 resultante de la intrusión del neoliberalismo y su cultura light en el país.16 Al concebirlo así, tales autores rehúsan pensar las implicaciones sociológicas y políticas del género. Lo que está en juego no es solo música, sino la configuración de un nuevo tipo de sujeto social y su evidente desconexión con los valores políticos tradicionales del socialismo. Como nota Geoff Baker, la ausencia de formación musical de muchos reguetoneros ha generado, además, temores acerca de la desprofesionalización de la música y, por tanto, pérdida de calidad, especialmente cuando este género es comparado con la complejidad musical de la timba.17 Sus intérpretes han sido llamados pseudo-artistas,18 y el público culpado de sufrir una «involución». No obstante, tras las críticas de los timberos y otros músicos, se esconde una preocupación real por la pérdida de espacios en el mercado nacional de la música. En los últimos tres años, el reguetón ha ido desplazando a la timba de los espectáculos programados en centros nocturnos de la capital. David Calzado, director de la popular Charanga Habanera, admitía a inicios de 2008 que la timba no estaba «en su mejor momento».19 Múltiples razones se esgrimen para explicar el éxito del reguetón, entre ellas, su ritmo pegajoso y su culto al cuerpo; el declinar de la «música popular bailable», relacionado con la escasez de lugares a donde ir a bailar con orquestas en vivo, así como la falta de «mejores» propuestas musicales. Desde el punto de vista económico, los reguetoneros se benefician de las regulaciones que prohíben actuar a las orquestas de timba más reconocidas en hoteles, donde se encuentran discotecas y centros nocturnos. Asimismo, ellos pueden ganar más per capita que los músicos de una orquesta, pues sus grupos son pequeños. Frank Palacios, músico profesional y productor de Los Cuatro, brinda otras difusores, ni críticos, ni estudiosos de nada, pero inciden grandemente en la difusión del mal gusto».4 El «mal gusto» —el de las clases populares— ha sido asociado al reguetón por musicólogos, periodistas y críticos, entre otros. Es criticado por sus letras vulgares y obscenas; por ejemplo, en el reporte sobre el género elaborado por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (CIDMUC) en 2005. Efectivamente, en los primeros momentos del reguetón underground eran frecuentes las alusiones sexuales explícitas. José Luis Cortés (El Tosco), director de la orquesta NG La Banda, tan criticado por la letra de canciones como «La bruja»,5 ahora constata, no sin cierta satisfacción que ellos, por desplazar este movimiento [la timba], han entrado ahora en una cosa peor, una música que es foránea, que es el famoso reguetón, con letras que están del carajo, lo que están bajando los chiquitos es candela […] La literatura de la música de timba ni se parece a lo que están haciendo estos muchachos ahora, así que les salió el tiro por la culata, y la gente del Ministerio de Cultura, del Instituto de la Música, no sabe qué va a hacer con esto.6 Desde mediados de la década pasada, la publicación de varios artículos de prensa, las declaraciones de funcionarios a cargo de instituciones culturales, así como políticas de difusión en los medios7 construyeron una suerte de «cruzada» contra este género. Guille Vilar expresó que, de algún modo, él asociaba el reguetón con «actitudes delincuenciales» o con «una invasión de la ética establecida».8 Como agudamente observa Jesús Martín Barbero, tras este tipo de opiniones por lo general se esconden intelectuales que enmascaramos con demasiada frecuencia nuestros gustos de clase tras etiquetas políticas que nos permiten rechazar la cultura masiva en nombre de la alienación que ella produce, cuando en realidad ese rechazo es a la clase a la que le «gusta» esa cultura, a su experiencia vital otra, «vulgar» y escandalosa a la que va dirigido.9 Del mismo modo, en su análisis del pánico moral causado por el reguetón en Puerto Rico, Raquel Rivera sostiene que la censura de expresiones de la cultura popular contribuye a «cementar relaciones de poder, prejuicios sociales y estructuras de opresión».10 El pánico moral en relación con formas de música popular bailable no es nuevo en Cuba. Músicos como José Luis Cortés han sentido que esta «siempre ha estado marginada».11 Más allá del elitismo, Robin Moore ha observado una «actitud puritana» hacia la danza y la música en las sociedades socialistas, en las cuales la cultura debe instruir, edificar, más que entretener.12 Este autor se pregunta cuánto en esta actitud se debe a la sospecha sobre «la rebeldía implícita en la música popular, el hecho de que gran parte de su placer deriva de la transgresión de […] normas de varios tipos». 57 Nora Gámez Torres una nueva etapa en la colaboración entre timberos y reguetoneros.23 Por su parte, Frank Palacios cree firmemente en la existencia de un reguetón cubano y explica cómo intenta crear ese sonido: razones para explicar las ventajas del reguetón respecto de la timba. Por un lado, el baile de casino necesita espacio, lo que se hace más difícil en locales llenos, mientras que el reguetón se baila «en el lugar». Por otro, Entre los elementos que estamos usando ahora está el piano, que es clásico en las instrumentaciones de las orquestas cubanas, los violines que usan las orquestas charangas [...] tumbadoras, güiros y, sobre todo, instrumentación de metales como trombones y trompetas, que casi siempre yo trato de grabarlos con músicos en vivo. Buscamos instrumentistas que vengan, graben lo que queremos y eso lo insertamos en los temas.24 el reguetón empieza con un coro y rápido viene el contracoro. La gente que va a bailar no quiere oír veintiséis compases de una letra bonita como sucede en la salsa, sino que desde que tú arrancas, quieren estar bailando. Si de una canción de cinco minutos solo puede bailar dos, no tiene sentido ir a verte para bailar, va a verte a un teatro, pero no te paga un cover. Eso es lo que tiene el reguetón, que desde el principio es un género bailable.20 En ese sentido, este productor sostiene que las críticas sobre la simplicidad del reguetón y su mala calidad se están convirtiendo solo en un «cliché» de quienes aún asocian al género con sus primeras composiciones, más «facilistas y simples». El proceso de «cubanización» del reguetón es central para el reconocimiento de esta música como parte de la cultura nacional, lo que contribuiría al fin de la campaña negativa en su contra. Sin embargo, puede que esta estrategia no sea suficiente pues más allá de discusiones sobre jerarquías culturales, lo que hace más problemático al reguetón es la proyección de un sujeto social cuyos valores, discursos y experiencias de vida están profundamente desconectados del ethos revolucionario.25 La sostenida popularidad del género sugiere que la campaña en su contra no ha logrado un gran impacto en sus audiencias. También apunta a la efectividad de las redes alternativas de distribución que permiten adquirir o copiar fácilmente los CD con los temas más «pegados». Por otra parte, los mismos reguetoneros están presionando para ser aceptados al intentar fusionar este género con la música cubana y así «evitar que sea percibido como exclusivamente puertorriqueño y, por lo tanto, una música extranjerizante».21 Según el recuento de Palacios, Nando Pro, productor musical de Gente de Zona, comenzó a hacer esta fusión en temas como «Soñé» y «La campaña», mientras él hizo lo mismo para Los Cuatro con temas como «Si se va a formar que se forme» y «Ahora, ¿cómo te mantienes?», entre otras. Los propios timberos han mostrado un interés creciente por realizar proyectos conjuntos con sus colegas del reguetón. La Charanga Habanera ha grabado temas con Eddy K y Gente de Zona, aunque David Calzado no concebía a su orquesta haciendo reguetón: Reguetón, valores emergentes y underclass Un artículo del etnomusicólogo Geoff Baker, publicado en la compilación Reggaeton, ofrece un recuento detallado de las relaciones conflictivas entre el rap y el reguetón que marcaron la emergencia de este último en la Isla.26 Baker, además, se centra en el baile para argumentar que, en el caso cubano, el cuerpo «puede ser percibido como articulador primario de un discurso libre en un contexto en el que las ideas y la expresión verbal están sujetas a regulación por parte del Estado». Para este autor, las referencias comunes en las letras al sexo y al cuerpo no son «una evidencia de su inconsecuencia», sino un signo de cómo los jóvenes habaneros No me parece que una banda tan grande se tenga que utilizar para hacer algo que se puede hacer con tan poca gente, si tuviera que hacer reguetón, me quedo con dos cantantes y una máquina. No voy a utilizar una súper banda para hacer algo que es un poco fantasioso; porque en el reguetón la interpretación es todo máquina, los cantantes cantan arriba de las voces, todo es una fantasía.22 No obstante, el éxito del género probablemente incidió en las opiniones de Calzado. Según él, fueron los miembros de Eddy K y Gente de Zona quienes manifestaron interés en grabar con su orquesta, aunque los beneficios mutuos son obvios. La Charanga compartiría su estrellato y legitimidad con los reguetoneros mientras capitalizaría la masiva popularidad de estos. El hit reciente «Gozando en La Habana» —resultado del trabajo conjunto de los músicos de La Charanga y los productores de Los Cuatro— es una curiosa mezcla de bases de reguetón con instrumentos grabados y en vivo, que representa están reinventando el cuerpo como lugar de placer, ganancia personal y movilidad social, más que como [medio de] trabajo colectivo. Es también una negativa a involucrarse en los términos preferidos por el Estado, en el nivel de la ideología y el discurso articulado.27 Aunque esta tesis es muy iluminadora, viene acompañada de una subestimación de la importancia del discurso y las letras del género, que, por el contrario, constituyen recursos simbólicos que determinados grupos sociales emplean para dar sentido a su realidad y, en particular, al cambio social. En mi criterio, el 58 Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana reguetón ha devenido una fuerte expresión cultural de los valores emergentes de una creciente underclass.28 Tanto la crisis económica surgida en los 90, como las medidas implementadas para revertirla han originado procesos de re-estratificación social y de ampliación de la desigualdad.29 No obstante, los académicos cubanos —salvo excepciones— prefieren evitar el concepto de clase. Aunque se han realizado algunos estudios sobre pobreza, por ejemplo, los de María del Carmen Zabala,30 no se ha abordado cómo la convergencia de factores históricos, estructurales y culturales ha generado una nueva clase baja en desventaja o underclass. En su lugar, los análisis desconectan los factores económicos de los socioculturales, y la pobreza es vista como un fenómeno relacionado, pero no de manera esencial, con la llamada «marginalidad», concebida esta última como un producto cultural.31 Aunque el concepto de underclass se originó en otro contexto —el del capitalismo tardío— puede ser adoptado en Cuba para explorar patrones similares de «movilidad estructural descendiente»32 de amplios sectores de las clases trabajadoras en las últimas dos décadas. Como el concepto permite vincular raza, clase y desigualdad urbana, de modo similar puede esclarecer la rearticulación de estas variables en la creación de sectores vulnerables en el contexto de la crisis. De acuerdo con el sociólogo norteamericano William J. Wilson, la underclass tiene seis características centrales: residencia en espacios aislados de otras clases sociales,33 desvinculación laboral a largo plazo, familias matrifocales, ausencia de calificación y habilidades, largos períodos de pobreza y dependencia del Estado y tendencia a involucrarse en la violencia callejera.34 Pese a la reticencia a entender la pobreza y la marginalidad como aspectos de un mismo fenómeno con implicaciones clasistas, el análisis de esta última por parte de académicos cubanos presenta grandes similitudes con aquellos relativos a la generación de una underclass. Por ejemplo, Angela Ferriol define sus rasgos como sigue: barrios «marginales», y condiciones de hacinamiento y promiscuidad, unido a conductas de «anomia y marginalidad».36 Dentro de los grupos vulnerables, Espina sitúa a negros, mestizos e inmigrantes que se trasladan del oriente del país hacia La Habana en busca de mejores facilidades y empleo.37 Los datos ofrecidos por Alejandro de la Fuente, Mark Sawyer y Esteban Morales, evidencian cómo amplios sectores de la población negra y mestiza se encuentran en desventaja en el mercado de trabajo de la economía emergente —turismo, firmas extranjeras, etc.— y como receptores de remesas del extranjero, lo que contribuye a empujarlos hacia el mercado negro y la economía informal.38 A ello se suma su menor presencia en la Educación Superior, aspecto que desde inicios de la década pasada se ha intentado solucionar con el programa de Universalización de la Enseñanza. El reconocimiento de una underclass en Cuba es clave para comprender el surgimiento y éxito del reguetón. Miembros de esa clase baja en desventaja fueron los primeros en producir, escuchar y distribuir esta música movilizando sus redes sociales y recursos, por ejemplo, en la construcción de estudios caseros. En La Habana, los «bonches» o fiestas en la calle, los merolicos, los bicitaxistas —usualmente manejados por emigrados de la región oriental del país— y los boteros, constituyen una red informal de distribución del reguetón fundamental en su diseminación en la capital. «Hacer reguetón» se convirtió, de hecho, en una fuente alternativa de empleo para estos jóvenes desclasados. En consecuencia, muchos temas se sitúan en el contexto del barrio y proyectan el lenguaje y los valores emergentes de este grupo social. Para el reguetonero Baby Lores, «el género viene de barrios marginales, y lo hicieron popular personas marginales».39 Por ello, canciones como «Se me parte la tuba en dos», de Elvis Manuel —que generó gran preocupación en nuestros círculos intelectuales— responden a ese código: «Si te metes en un barrio marginal en Marianao, no vas a encontrar otra cosa, y creo que él [su autor] está hablando como se habla allí».40 El propio Elvis Manuel Martínez, graduado de mecánica automotriz, ofreció la siguiente valoración de su música, enraizada en la «cultura de la calle»: Muchas veces la marginalidad se expresa en la ausencia o escasez de lo que se ha dado en llamar capital social, es decir, falta de calificación, de cultura. Por supuesto, igualmente se relaciona con la falta de vínculos productivos […] También se hace énfasis en las condiciones precarias de vida, promiscuidad, violencia intrafamiliar, y la creación de patrones de comportamiento determinados. Frecuentemente se localiza en espacios donde se agrupan personas con condiciones similares, vinculadas a mecanismos que las reproducen a lo largo de la vida, e incluso intergeneracionalmente. Es decir, que los factores de la marginalidad se convierten en sistema.35 Como yo nunca fui a la escuela ni nada, ni de música, lo mío es la calle, las canciones las hago a interpretación de la calle. Pero ya estoy mejorando la letra para que la gente escuche y no piense que yo solo hago esa música, como dicen ellos, que es prosaica; pero eso es lo que le gusta a la juventud, qué le vamos a hacer.41 Como muchos otros, el tema de Baby Lores y el ex rapero El Insurrecto, «La iyabó de la felpa azul»42 expresa las preocupaciones de los miembros de esta underclass, quienes muchas veces se encuentran en el filo Asimismo, según Zabala y Espina, la pobreza en Cuba está relacionada con familias matrifocales con más hijos que la media, bajos niveles de empleo y educación, viviendas precarias por lo general en 59 Nora Gámez Torres Perna, la timba representa en sí misma el sonido de esa crisis: de la legalidad. El título utiliza de manera ingeniosa los códigos populares para referirse a los carros patrulleros, cuyo color remite a la ropa blanca de los iniciados en Santería o iyabós, una imagen habitual para la gente del barrio. Por su parte, la pronunciación de algunas palabras en la canción está deformada, lo que refuerza el sentido de pertenencia del reguetonero a esos sectores populares o marginales: A través de sus letras, su estilo musical, modelos de conducta y cercanía con la cultura de la calle, la timba articula los valores de una subcultura mayormente de jóvenes negros que ha crecido a las sombras de la crisis, revelando la desorientación de la sociedad cubana en los inicios del nuevo milenio y, en última instancia, simbolizando la difícil y contradictoria apertura de Cuba al mundo.45 Se unieron dos zonas residenciales, el Canal y el Romerillo. Si andas en Varadero a golpe de Tul[turistaxi], cuidado con la iyabó de la felpa azul. Con demasiadas latas en el Infotul [Infotur], cuidado con la iyabó de la felpa azul. Siempre está vestida con la misma ropita, le encantan los chamacos de la piel oscurita, no importan si eres artesano o tarxita [taxista], si te ven en movimiento raro, te la aplican. Aunque no es común que el reguetón se involucre con los discursos de la ideología dominante, ello no significa que se sitúe más allá de toda ideología, como sugiere Baker. En realidad, el materialismo y el consumismo han sido construidos simbólicamente dentro del capitalismo, y al enarbolarlos con entusiasmo, el reguetón desafía una ideología oficial que hace constantes llamados al sacrificio, la resistencia y el ahorro. Así, esta música construye un espacio de resistencia en el cual los deseos y valores de la underclass y otros sectores son simbólicamente proyectados y celebrados. Sin embargo, la subjetividad marginal no está hoy solo ligada a la underclass. La crisis ha catalizado su diseminación hacia nuevos espacios y grupos sociales. El complejo patrón de estratificación social en Cuba implica, en muchos casos, la inexistencia de una relación directa entre ingresos y capital cultural o, de modo más general, entre los aspectos materiales y simbólicos de la clase. Así, para sectores que no necesariamente pertenecen a la underclass, sus valores y estilos de vida son cada vez más atractivos. Poco a poco, estos están dejando de ser considerados marginales y son interpretados como «populares», y el amplio éxito del reguetón es al mismo tiempo, agente y resultado de este proceso. Podría decirse, entonces, que los discursos del reguetón cruzan las fronteras sociales para dar cuenta de tendencias socioculturales más amplias, como la «monetarización» de la vida, que representan un reto para el socialismo y que tienen en esta música su principal escenario público. ¿Cómo, si no, debemos entender las frecuentes alusiones a motorolas, carros y dinero en sus letras? De hecho, el análisis textual de las letras del reguetón demuestra la centralidad que el dinero adquiere para los reguetoneros y sus audiencias. Son frecuentes las referencias a objetos de consumo demasiado alejados de la realidad cubana —jacuzzis, limosinas y ropa de diseñadores en «La bailarina del VIP»43 y «La iyabó de la felpa azul»—, que construyen un mundo fuera del alcance del sujeto medio en nuestro país, aspecto que refuerzan los videoclips, con una puesta en escena que hace dudar que sean de «producción nacional». Tales tópicos no son ajenos a la música popular cubana. Tanto Moore como Vincenzo Perna han analizado las relaciones entre el auge de la timba y la crisis de los 90. Para Moore, «la timba manifiesta un rechazo de parte de los jóvenes cubanos a la retórica socialista; sus repertorios abrazan la sensualidad, el hedonismo y el materialismo».44 De acuerdo con Hipersexualidad y (falta de) control: relaciones amorosas en crisis Los discursos de la música popular han reflexionado sobre las nuevas realidades y el cambio social experimentado en nuestro país en las últimas dos décadas. En ese sentido, si bien el reguetón no tiene la vocación social y política de otros géneros como el hip hop o la trova, sus discursos también participan de esta negociación del cambio, por ejemplo, a través de la celebración del consumo o la presentación de agudos conflictos en el terreno de las relaciones de pareja, debido al impacto del turismo sexual y la crisis de estos años. Nieves Moreno ha observado cómo el reguetonero o «macho barrio-céntrico emerge de una masculinidad heterosexual exagerada que, inmediatamente, sugiere fisuras».46 Al escuchar esta música, es difícil perderse las marcas de un modelo de masculinidad hegemónica, así como la ansiedad de reguetoneros que intentan mantener a las mujeres «bajo control» en un contexto cambiante —por ejemplo, en temas como «Soy tu dueño», de Eddy K y «Tú no te gobiernas», de Los Cuatro.47 Precisamente, la conducta de la mujer es representada siguiendo el modelo dicotómico mujer buena/mala, frecuente en los textos de la música popular cubana.48 A su «ligereza» criticable («Le gustan los artistas» y «Ay, Sosa», de Gente de Zona) se le opone su disponibilidad sexual para el hombre, personificado en el propio reguetonero («Mírala» y «Se va de control», de Baby Lores y El Chacal).49 60 Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana Sería inadecuado creer que el reguetón es simplemente un género superficial. Sus letras expresan complejos procesos de interpretación y negociación del cambio social experimentado. En ese sentido, la hiperbolización de la sexualidad masculina en la escena reguetonera —no solo en sus textos— está relacionada con las cambiantes realidades del género y las relaciones amorosas en tiempos de crisis. una jinetera que llega a La Habana desde el oriente del país: De modo más general, estas narrativas apuntan a la variabilidad de las relaciones de poder en el campo genérico-sexual,50 bajo la influencia del turismo sexual global y la crisis. Mediante la música, los reguetoneros, interpelados por un modelo de masculinidad hegemónica en esencia machista, reaccionan ante un nuevo fenómeno: el desplazamiento de los hombres cubanos en ciertos mercados sexuales en los cuales los extranjeros y sus «cualidades» —ya sean dinero, bienes o la promesa de una visa— son más «apetecibles», y el contradictorio empoderamiento que este fenómeno brinda a ciertas mujeres.51 La música popular cubana —espacio eminentemente masculino— ha expresado la reacción de los hombres a dichos cambios. Hernández-Renguant ha notado cómo la timba, Cuando yo la vi en Oriente, ella me gritaba cosas hermosas y después la encontré en La Habana y se está creyendo cosas. No sé si eran las buenas prendas, no sé si era la vestimenta, no estoy contento con su actitud porque me dijo «no te reprendas». Es una historia muy cotidiana y te la voy a contar entera: la palestina ya no es cubana, tiene dinero y se va pa’ fuera. La palestina tiene dinero y ya no es cualquiera, la palestina luchó la visa y se va pa’ fuera […] Ay, ella me engañó, ella me dijo que me quería y el dinero la transformó. […] Ahora viene a verme porque estoy manda’o, quiere disculparse y que esté a su lado. No te pongas brava, mami, pero estoy pega’o. Aquí el hablante se queja de cómo el dinero y la posibilidad de viajar al extranjero han corrompido el amor de la mujer. Su actitud arrogante es vista como signo de irrespeto: «Me trató muy mal, mira qué descortesía». En esta ocasión, el modo de reclamar otra vez su atención es, precisamente, reafirmar su condición de exitoso reguetonero. Aunque hay elementos de crítica hacia esa mujer, estos músicos comparten su misma escala de valores y consideran el dinero como un símbolo de distinción: «La palestina tiene dinero y ya no es cualquiera». De hecho, una mirada atenta a la timba y al reguetón revela que compositores de ambos géneros han asumido una actitud ambivalente y contradictoria hacia el dinero y su mediación en las relaciones amorosas. Como también ha advertido Gisela Fosado en su estudio sobre el trabajo sexual en Cuba, «el dinero ha ido adquiriendo un rol cada vez mayor en narrativas culturales específicas sobre el amor».55 En canciones como «El temba» y «El Bony», interpretadas por La Charanga Habanera,56 se refuerza la visión del hombre como proveedor, y se reconoce abiertamente al dinero como el factor esencial para atraer a la mujer. Así, en la primera, se les aconseja a las mujeres buscarse «un temba» (un hombre mayor) que las «mantenga», para que puedan «gozar» y «tener»; mientras que en «El Bony», el hablante admite que puede ser atractivo, pero sin dinero no sirve de mucho: «El Bony es una pasta, mami, pero pasma’o, ¿pa’ qué te sirve?». más que el rap y como el reguetón años más tarde, típicamente situó la sexualidad masculina negra en el epicentro de una nueva sociedad estructurada tanto por el acceso a las mujeres como a la moneda convertible, redefiniéndola no solo en términos culturales, sino también raciales y sexuales.52 Vista en este contexto, la tan controversial «La bruja», de NG La Banda, tan criticada por «dañar» la imagen de la mujer cubana, no trataría tanto de la mujer, como de responder a la amenaza que su conducta supone a la identidad masculina (negra): Tú te crees la mejor, te crees una artista porque vas en turistaxi por Buenavista, buscando lo imposible porque a ti también te falto yo. Tú cambiaste mi amor por diversiones baratas, y el precio del espíritu no se subasta, por eso te comparo con una bruja. Su compositor, el polémico José Luis Cortés (El Tosco) recuerda por qué la compuso: Resulta que esa es una canción real, una jevita que yo tenía que bailaba en el cabaret El Caribe, me dijo «coño, negro, tú sabes que hay un puertorriqueño que me va a poner a gozar, entonces yo te quiero mucho, pero tu maletín». Y le hice la canción esta, no agredí a ninguna mujer, es una vivencia.53 El grupo de reguetón Gente de Zona se hace eco de esta problemática en «La palestina»,54 una canción sobre 61 Nora Gámez Torres sexualidad asociada a la identidad Rasta para atraer a las mujeres occidentales. Algo similar sucede en los discursos del reguetón, donde la hipersexualidad masculina se convierte en el capital que puede mantener a las mujeres cubanas en casa. Otros dos temas de reguetón que abordan esta problemática son «Efi Efó» y «El tatuaje», de Baby Lores y El Insurrecto.57 Resulta interesante comprobar cómo el mito de la sexualidad (negra), que atrae a esos mismos turistas con los que deben competir, se convierte en el principal capital para seducir a las mujeres cubanas. «Efi Efó» retoma a la jinetera que alardea de su estatus adquirido a través de su relación con un extranjero. Los reguetoneros se sitúan fuera de la historia y hacen notar, con desdén y cierta satisfacción, que a pesar de su «éxito», la mujer aún depende de un hombre negro cubano que la explota: Aceite vs. agua, mikis vs. repas: la distinción social en la escena del reguetón Aunque el reguetón se desarrolló en sus orígenes dentro de las redes y espacios de la underclass, su popularidad trasciende ahora barreras raciales y de clase. Uno de los aspectos más interesantes en ese sentido tiene que ver con las nuevas tensiones clasistas que recorren esta escena: tanto sus músicos como sus fans entienden a las audiencias a partir de distinciones económicas y simbólicas.59 Estas diferencias se expresan en etiquetas —mikis y repas, agua y aceite— que exploré en varios lugares y públicos. En el bar Las Cañitas, donde iba a realizar un concierto Eduardo Mora —director de Eddy K, ex rapero y pionero del reguetón—, el animador de la noche se hacía llamar «El tío Aceite», referido a los usos de los términos «agua» y «aceite»: el aceite siempre está arriba y no se mezcla con el agua. Estos términos denotan no solo las diferencias económicas entre aquellos que pueden o no pagar una entrada en CUC para asistir a estos conciertos, sino que convierten esa desigualdad en fuente de diferenciación social y estatus. Estas etiquetas se conectan con las distinciones entre mikis y repas que, aunque están basadas en diferencias económicas, se expresan simbólicamente a través de marcas identitarias. Los mikis —jóvenes con acceso a la moneda convertible por distintas vías— usan ropa «de marca» y dispositivos tecnológicos como celulares y iPods; las muchachas llevan maquillaje, peinados sofisticados y tacones. De esta forma, como los reguetoneros, se insertan en las tendencias de la moda global y el consumo, relacionadas con las imágenes contemporáneas de las identidades translatinas. En ese sentido, la construcción de identidades globales vinculadas al reguetón puede leerse como una proyección de un mundo deseado de consumo que está fuera del alcance de la mayoría de los cubanos. Tales marcas distintivas también se han racializado. Generalmente, los mikis son asociados a sectores blancos, mientras que los negros y mestizos representan la mayoría de los repas, que provienen de los repartos y barrios más populares o marginales, y son percibidos como más conflictivos y agresivos. En este código, los repas constituyen los públicos del reguetón asociados a la underclass. En su estudio de las «culturas de club» en Gran Bretaña, Sarah Thornton encontró funcionando Cómo le gusta hacerse la loca, especulando por las calles de La Habana. Se cree que porque tiene la pelota, va a hacer lo que le da la gana. Tiene su Pepe, tiene su móvil, su prenda y un gao en la Habana del Este, pero se me está haciendo y yo la conozco de cuando no tenía ni este […] Anoche me dijeron de buena tinta que aparte del extranjero, hay otro chamaquito de mi pinta que le pone el dedo y le quita el dinero […] No te estés haciendo la de la cuenta del banco toda tu vida siempre fuiste una palmiche, ahora porque te casaste con el blanco, si tú eres fanática a los niches. En «El tatuaje», la voz masculina proclama, en primera persona, sus mejores habilidades sexuales y románticas en comparación con las del novio extranjero de la muchacha. Esther Whitfield también ha encontrado en la literatura del Período especial una narrativa sobre el jineterismo en la que los extranjeros aparecen representados de modo estereotipado como «amantes mediocres que hacen a sus esposas añorar el seguro machismo de los hombres cubanos». 58 Asímismo, en esta canción hay una insistencia en el poder persuasivo de la sexualidad del macho cubano, al punto de que la joven de la historia quiere romper el compromiso matrimonial con su novio extranjero y tatuarse en su cuerpo el nombre de su amante, símbolo último del dominio de la masculinidad nacional: Estoy seguro que usted no le da lo que yo le doy […] solo con besarla, le desborda la miel. Soy el que le canta canciones de amor y le eriza la piel. Tengo diez llamadas perdidas en mi celular de la chica aquella que dice que no se va a casar. Ayer le hice el amor, hoy ya la vi llorar, dice que mañana va a hacerse un tatuaje con mi inicial. Desde que la conocí me di cuenta que no era feliz y es que todo no es el yuma, el dinero, la casa, la prenda y el Audi […] Recuerdo que esa noche dormimos juntitos y al otro día la nena ya quería pelearse del tipo. Pruitt y LaFont han estudiado cómo los hombres jamaicanos explotan una construcción cultural de su 62 Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana jerarquías culturales similares, basadas en ideologías sub-culturales. Estas últimas son «medios a partir de los cuales los jóvenes se imaginan su propio grupo y otros grupos sociales, defienden su carácter distintivo y afirman que no son miembros anónimos de una masa indiferenciada».60 Sin embargo, existen diferencias significativas respecto al caso cubano. Mientras la oposición entre mikis y repas funciona primariamente dentro de culturas juveniles, aquella entre agua y aceite, al ser sobre todo económica, puede ser usada para clasificar individuos de cualquier edad. En ese sentido, la escena del reguetón no puede describirse como exclusivamente joven, ni las distinciones que en ella ocurren entrañan una fantasía de «desclasamiento», como las encontradas por Thornton. Por otra parte, aun cuando el gusto musical reúna a los distintos públicos en esta escena, las dinámicas de distinción, en sí mismas, pueden adquirir mayor importancia, y el consumo de música hacerse secundario. en un lugar como este, simplemente estás vacío, porque el público tuyo no puede ir y el otro no va porque no se siente identificado. También te limita porque el público repa se calienta. Entonces, en un hotel, en el Capri, si le pisas el pie y se tomó tres cervezas, ya viene… el miki lo piensa dos veces, te pide disculpas.63 Las letras de las composiciones adquieren una función estratégica en la diferenciación de los públicos, lo cual es tomado en cuenta a la hora de conformar el repertorio de la noche, según comenta Frank Palacios. Asimismo, los reguetoneros explotan y refuerzan estas divisiones para conservar y recompensar a sus audiencias. Al anunciar una de sus presentaciones en el Cabaret Nacional, Alexander Delgado, director de Gente de Zona, subrayó el carácter exclusivo del show, en el que la entrada sería vendida con anticipación y no habría «perreta» ni «cola» pues estaría destinada a un público que definió como «protocolo, mikis, aceites». Pagar 20 CUC evitaría ser molestado y garantizaría «estar tranquilo» y «pasarla como e».64 Al mismo tiempo, estos músicos reconocen la necesidad de mantener su base popular. La teoría de Palacios sobre cómo se disemina el reguetón en la ciudad ilustra, además, cómo sus cultivadores tienen conciencia de los aspectos sociales de su música: En el público del Capri, muchas personas te van a ver y muchas van a que tú veas que están ahí, les gusta que digan: «Ah, mira, vi a ayer a Fulanito en el concierto de Los Cuatro». Realmente no les interesa quién está tocando, solo quieren que los vean en un lugar donde hay un cover alto.61 Los reguetoneros no son simples testigos de estas dinámicas. En términos económicos, la conquista de los lugares a donde acuden los mikis se considera señal de progreso. Así, mientras los más exitosos trabajan para mantener sus audiencias más amplias, componiendo temas como «El animal» (Gente de Zona), o «Si se va a formar que se forme» (Los Cuatro),62 donde se apela al público más popular y, especialmente, al «macho barriocéntrico» o «guapo», muchas composiciones narran historias que ocurren en el contexto de la discoteca o se refieren a sujetos típicos de esta: «La chica modelo», «La bailarina del VIP» y «Mírala»; y «La palestina» y «Le gustan los artistas», de Gente de Zona. El ajuste del reguetón a la discoteca y sus públicos —generalmente jineteras, turistas, mikis y aceites— responde a la necesidad de triunfar en los escenarios que les proporcionan a sus ejecutantes y compositores las mayores ganancias en moneda convertible. Estos músicos están interesados en atraer el tipo adecuado de público: aquel que puede pagar en CUC los covers o entradas y que no cree problemas en el circuito de centros nocturnos. Así lo explica el reguetonero Baby Lores: Si te pegas en el agua después te pegas en el aceite. Cuando una persona pone un casete en su casa, ya el barrio entero lo está escuchando, a partir de ahí se riega como una epidemia. Nadie se pega por Miramar, cuando llega a Miramar es porque todo el mundo lo está cantando. Hay grupos que sí se han especializado un poco en hacer canciones a ese tipo de público, «La bailarina del VIP», «La palestina», algunas canciones al público de la farándula, pero como realmente tú te pegas es si te colocas en el gusto de la calle. El termómetro de las agrupaciones es que un taxi de diez pesos ponga tu música, o alguien del barrio esté cantándola.65 Conclusiones Sería inadecuado creer que el reguetón es simplemente un género superficial. Tras el bling bling,66 sus letras expresan complejos procesos de interpretación y negociación del cambio social experimentado, por ejemplo, a través de las relaciones de pareja. En ese sentido, la hiperbolización de la sexualidad masculina en la escena reguetonera —no solo en sus textos— está relacionada con las cambiantes realidades del género y las relaciones amorosas en tiempos de crisis. Pese a que esta música se conecta con la emergencia de una underclass en el país, el trabajo de campo realizado sugiere que el concepto de subcultura,67 con su teoría de las homologías entre clase social y consumo cultural, resulta demasiado rígido para abordar las prácticas de distinción social y simbólica que recorren esta escena musical. De Yo halo más a los mikis, a los que les gusta más el pop y que le descargan al reguetón, pero que se meten más en las letras. Creo que eso depende de los textos […] No se trata de que el público repa no tenga derecho, sino que te limita a la hora de tus cover. Una persona que vive en un barrio marginal no tiene la facilidad para pagar un cover de diez, quince dólares; entonces, cuando lo haces y trabajas 63 Nora Gámez Torres hecho, el caso del reguetón ilustra la fluidez de ciertos géneros musicales, capaces de articular los valores de más de un grupo social. Esto último sitúa al reguetón en una posición incómoda respecto de la ideología dominante que durante años ha oscurecido o negado la existencia de prácticas y desigualdades de clase. Los reguetoneros se han comportado como sujetos reflexivos, capaces de comprender y utilizar estas diferencias en su beneficio. Del mismo modo, el actual proceso de cubanización del género también apunta a las intenciones de estos actores de empujar las fronteras de la cultura nacional «legítima», con los consecuentes beneficios en términos de acceso a los medios y apoyo institucional. Sin embargo, el reguetón sigue siendo problemático para la ideología dominante por el modo en que la underclass ha irrumpido en la esfera pública cultural sin pedir permiso. No es solo el hecho de que el Estado y sus instituciones no puedan seguir monopolizando la esfera de la producción cultural y su distribución, sino que los valores «marginales», los valores de esta clase en desventaja, constituyen hoy el mainstream. Ellos son marginales en dos sentidos importantes: en su origen, vinculado a una emergente underclass y la vida en los barrios; y en su relación con la ideología dominante, pues el materialismo y el individualismo proclamados en el reguetón son extraños al socialismo. Si estos valores emergentes resultan antagónicos, ello no puede achacársele a la música sino a la práctica social, pues lo que el reguetón revela de modo más dramático es precisamente lo que el discurso oficial se niega a reconocer: que en la vida cotidiana, los valores tradicionales del socialismo han perdido un espacio considerable y que los sujetos están comenzando a ajustarse mentalmente al tipo de economía de doble moneda que hemos tenido en las últimas dos décadas. 4. Intervención de Guille Vilar en el Seminario citado. 5. NG La Banda, «La bruja», La bruja, BisMusic, 1995. 6. Entrevista de la autora con José L. Cortés, 3 de diciembre de 2007. 7. Véase títulos de artículos como «¿Prohibido el reguetón?» (Osviel Castro, Juventud Rebelde, La Habana, 13 de febrero de 2005) o «Cerveza, pollo y “perreo”» (Julio Martínez, Juventud Rebelde, La Habana, 19 de abril de 2009). Por otra parte, Alpidio Alonso, entonces presidente de la Asociación Hermanos Saíz, exhortó a ser cuidadosos con «tanto reguetón lamentable» en el VIII Congreso de la UJC en 2005, y según un informe del CIDMUC, entre 2003 y 2004, solo una emisora de radio, de siete analizadas, incluyó el reguetón cubano en su programación musical, y solo con 2,8%. A ello se suma la falta de apoyo institucional, evidenciado en los obstáculos para ingresar al sistema de empresas musicales y el poco interés de las disqueras nacionales. 8. Entrevista de la autora con Guille Vilar, 14 de noviembre de 2007. 9. Armand Mattelart y Michell Mattelart, «La recepción: el retorno al sujeto», Diálogos de la Comunicación, n. 30, Lima, 1991, pp. 10-7. 10. Raquel Rivera et al., eds., Reggaeton, Duke University Press, Durham, 2009, p. 112. [Trad. de la autora]. Sobre el concepto de pánico moral, véase Stanley Cohen, Folk Devils and Moral Panics, MacGibbon & Kee, Londres, 1972. 11. Entrevista citada con José L. Cortés. 12. Robin Moore, Music and Revolution: Cultural Change in Socialist Cuba, University of California Press, Berkeley, 2006. 13.Tema de Elvis Manuel Martínez, quien falleció trágicamente en 2008. 14. Intervención de Rufo Caballero en el Seminario citado. 15. Pedro de la Hoz, «Salvedades y precipicios de la música popular», Juventud Rebelde, La Habana, 17 de septiembre de 2006. 16. Julio Martínez, ob. cit. 17. Geoff Baker, «The Politics of Dancing: Reggaeton and Rap in Havana», en Raquel Rivera et al., eds., ob. cit., pp. 165-99. 18. Omar R. García, «Baby Lores. Créanlo o no», La calle del medio, n. 16, La Habana, agosto de 2009, p. 4. 19. Entrevista de la autora con David Calzado, 14 de enero de 2008. Notas 20. Entrevista de la autora con Frank Palacios, 9 de septiembre de 2009. 1. Intervención de Miguel Barnet en el Seminario «Música popular y sociedad», Fundación Fernando Ortiz, 23 de octubre de 2007. [Todas las citas de este evento provienen de mi transcripción]. 21. Ídem. 2. En toda sociedad existe un sistema central de prácticas, sentidos y valores que constituyen la cultura dominante. Con ella coexisten formas residuales y emergentes que forman culturas alternativas o de oposición. Aunque lo residual se ha formado en el pasado, se encuentra activo en el presente a través de prácticas y valores que la cultura dominante debe incorporar si pretende mantenerse hegemónica. Los elementos emergentes son aquellos que, más allá de su carácter novedoso, representan una verdadera alternativa u oposición a la cultura dominante. Raymond Williams, Marxism and literature, Oxford University Press, Oxford, 1977. 23. Esta relación no está exenta de contradicciones, especialmente en términos de derecho de autor. Por ejemplo, especialistas de la SGAE en Cuba atribuyeron la autoría total del tema «Ahora cómo te mantienes», de Los Cuatro, a César (Pupy) Pedroso, pese a que solo versiona el estribillo del tema original «Esto está bueno». La intertextualidad y el pastiche postmoderno son extraños todavía a un campo que parece estar a la zaga de las nuevas estéticas y tecnologías. 22. Entrevista citada con David Calzado. 24. Entrevista citada con Frank Palacios. 25. Las limitaciones de espacio no permiten analizar otras estrategias como el recurso de un posible reguetón revolucionario ejemplificado por «Creo», de Baby Lores. 3. Este ensayo está basado en un trabajo de campo realizado en La Habana, entre 2006 y 2009, como parte de mi tesis de doctorado, e incluyó entrevistas, observación y análisis textual de canciones. 64 Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana 47. Eddy K, «Soy tu dueño», Llegaron los salvajes, Ahí na’má, 2004; Los Cuatro, «Tú no te gobiernas», Escucha lo que traje, Planet Record, 2009. 26. Geoff Baker, ob. cit., p. 177. 27. Ídem. 28. Ensayar una traducción literal del concepto underclass sería desafortunado; por ello prefiero mantener el término original en inglés. El prefijo under connota la desventaja que caracteriza a estos sectores en una estructura clasista. 48. Liliana Casanella, En defensa del texto, Oriente, Santiago de Cuba, 2004. 49. Baby Lores y El Chacal, «Se va de control», Etapa Baby Lores y Chacal, Adriano Tota Production, 2010. 29. Por ejemplo, la franja de pobreza urbana alcanzó una proporción de 20%. Véase Mayra Espina, «Notas para Suite Habana (desde una sociología de la vida cotidiana)», Temas, n. 36, La Habana, enero-marzo de 2004, p. 121; Desarrollo, desigualdad y políticas sociales: acercamientos desde una perspectiva compleja, Publicaciones Acuario, La Habana, 2010; Haroldo Dilla, «Cuba: The Changing Scenarios of Governability», Boundary 2, v. 29, n. 3, Durham, otoño de 2002, pp. 55-75. 50. Deborah Pruitt y Suzanne LaFont, «For Love and Money. Romance Tourism in Jamaica», Annals of Tourism Research, a. 22, n. 2, Amsterdam. 1993, pp. 422-40. 51. En el caso cubano, Amalia Cabezas («Between Love and Money: Sex, Tourism, and Citizenship in Cuba and the Dominican Republic», Signs. Journal of Women in Culture and Society, a. 29, n. 4, Chicago, 2004, p. 113) sugiere que algunas mujeres podrían sentirse empoderadas por su trabajo sexual debido a su acceso al dinero y a los espacios de la economía emergente, a pesar de ser, al mismo tiempo «bienes de consumo» en el mercado sexual global. 30. María del Carmen Zabala, Familia y pobreza en Cuba, Publicaciones Acuario, La Habana, 2010. 31. Juan Valdés Paz et al., «¿Entendemos la marginalidad?», Temas, n. 27, La Habana, octubre-diciembre de 2001, pp. 69-96. 52. Ariana Hernández-Renguant, Multicubanidad. Cuba in the Special Period: Culture and Ideology in the 1990s, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2009, p. 85. 32. Scott M. Lash y John Urry, Economies of Signs and Space, Sage, Londres, 1994, p. 145. 53. Entrevista citada con José L. Cortés. 33. Aunque esta característica está presente en los asentamientos marginales periféricos, o «llega y pon», cubanos, se manifiesta de forma menos marcada en los barrios habaneros, donde las políticas urbanísticas y las prácticas de los pobladores han contribuido a la mezcla de grupos sociales. No obstante, aún es evidente una mayor homogeneidad socio-racial en barrios como Cayo Hueso o Miramar, por citar dos ejemplos polares. 54. Gente de Zona, «La palestina», Lo mejor que suena ahora, v. 2, Planet Records, 2008. 55. Gisela Fosado, «Gay Sex Tourism, Ambiguity, and Transnational Love in Havana», en D. J. Fernández, ed., Cuba Transnational, University Press of Florida, Gainesville, 2005, p. 65. 56. Charanga Habanera, «El Bony», Soy cubano, soy popular, EGREM, 2003; «El temba», Pa’ que se entere La Habana, Magic Music, 1996. 34. William J. Wilson, citado por Scott M. Lash y John Urry, ob. cit., p. 149. 57. Baby Lores y El Insurrecto, «Efi, Efo», Etapa Baby Lores e Insurrecto, v. I, ob. cit.; Clan 537 (Baby Lores y El Insurrecto), «El tatuaje», Había una vez... [La Caperucita], Sunflower Publishing, 2008. 35. Intervención de Ángela Ferriol en Juan Valdés Paz et al., ob. cit., pp. 71-2. 36. María del Carmen Zabala, ob. cit., p. 143. 58. Esther Whitfield, Cuban Currency. The Dollar and «Special Period» Fiction, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2008, p. 93. 37. Mayra Espina, Desarrollo, desigualdad..., ed. cit. 38. Véase Alejandro de la Fuente, A Nation for All: Race, Inequalities and Politics in Twentieth-Century Cuba, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2001; Mark Sawyer, Racial Politics in PostRevolutionary Cuba, Cambridge University Press, Nueva York, 2006; Esteban Morales, Desafíos de la problemática racial en Cuba, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2007. 59. Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Critique of the Judgement of Taste, Routledge, Londres, 1984. 60. Sarah Thornton, Club cultures: music, media and subcultural capital, Polity Press, Cambridge, 1995, p. 9. 61. Entrevista citada con Frank Palacios. 39. Entrevista de la autora con Baby Lores, 3 de diciembre de 2007. 62. Gente de Zona, «El animal», Lo mejor..., ob. cit.; Los Cuatro, «Si se va a formar que se forme» Intocables, v. II, Producción Independiente, 2009. 40. Ídem. 41. Entrevista de la autora con Elvis Manuel Martínez, 8 de diciembre de 2007. 63. Entrevista citada con Baby Lores. 64. Grabación en una actuación en vivo de Gente de Zona, sin fecha. 42. Baby Lores y El Insurrecto, «La iyabo de la felpa azul», Etapa Baby Lores e Insurrecto, v. II, Adriano Tota Production, 2010. 65. Entrevista citada con Frank Palacios. 43. Baby Lores, El Insurrecto y El Chacal, «La bailarina del VIP», Etapa Baby Lores, El Insurrecto y El Chacal, Adriano Tota Production, 2010. 66. Término onomatopéyico que se refiere al uso extravagante de joyas por los reguetoneros. 44. Robin Moore, ob. cit., p. 133. 67. Dick Hebdige, Subculture, the Meaning of Style [1979], Routledge, Londres, 2005. 45. Vincenzo Perna, Timba: the Sound of the Cuban Crisis, Ashgate, Londres, 2005, p. 4. 46. Nieves Moreno, «A Man Lives Here: Reggaeton’s Hypermasculine Resident», en Raquel Rivera et al., eds., ob. cit., p. 256. © 65 , 2011 no. 68: 66-72, octubre-diciembre de 2011. Susan Thomas Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana Susan Thomas Profesora. Universidad de Georgia. U zeitgeist2 contra-cultural y extra institucional.3 Para Borges Triana, lo que lo caracteriza es su naturaleza innovadora y abierta, y no cualquier género estilístico específico, y por ello es capaz de juntar al colectivo Habana Abierta,4 radicado en Madrid, con las fusiones profundamente moduladas por el jazz del proyecto Interactivo,5 el dúo Gema y Pável, los artistas hip hop de la diáspora, como Orishas y Nilo MC, y la experimentación electrónica del sonido híbrido de X Alfonso. Aquí opté por adoptar la terminología de Borges-Triana. El modo en que ubica a los músicos cubanos en el seno de una vanguardia artística e intelectual, que ponía énfasis en su carácter abierto y en su cosmopolitismo, resulta particularmente útil para describir su compromiso de empoderamiento con respecto a músicas norteamericanas y otras internacionales, de un modo que subvierte las estructuras hegemónicas tradicionales de centro y periferia. Este artículo examina el compromiso omnipresente y táctico de los músicos alternativos con la música norteamericana de las décadas de los 80 y los 90, sobre todo rock, funk y soul, disfrutados en su juventud en la Cuba de los 80. No estoy sugiriendo que la música que escuchaban los cubanos se limitase a la norteamericana; n nuevo sonido de música cubana se desarrolló en el decenio de 1990-1999, turbulento desde el ángulo económico, debido al colapso de la Unión Soviética, que perturbó la economía de la Isla. Esta, impedida por mucho tiempo de un contacto directo con Occidente, inició el proceso de transformarse en destino turístico. Dicha música, signada por una audaz sensibilidad armónica y rítmica y por letras de múltiples lecturas, a menudo de interés actual y específicas desde el punto de vista cultural, tiene por característica más destacada su naturaleza híbrida, que se nutre de la música bailable cubana, la Nueva trova, el fílin y la rumba, así como de influencias internacionales que incluyen el funk, R&B (rythm and blues) y el hip hop norteamericanos, el jazz brasileño y estadounidense y el rock argentino, británico y norteamericano. La historia del movimiento ha sido interpretada como una extensión de la Nueva trova o del rock cubano,1 pero ninguno de los dos capta plenamente la amplitud de su diversidad musical. En 2001, Joaquín Borges Triana acuñó el término «Música cubana alternativa», o MCA, para describir ese movimiento estilísticamente diverso, como expresión musical de una vanguardia mayor, un 66 Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana ni siquiera que esta dominase sus influencias musicales internacionales. No obstante, dada la tensa naturaleza de las relaciones norteamericano-cubanas desde 1959, resulta seductor valorar por separado el significado de esa influencia en el sentido de que forma parte de una cultura más amplia de cosmopolitismo musical. Mi objetivo en este ensayo es localizar las raíces de la expresión cosmopolita de estos músicos, pero no en su actual realidad transnacional,6 sino en sus años de formación, en particular durante el decenio de los 80, cuando Cuba era dependiente del bloque soviético. En ese contexto, examino la difusión de música extranjera y su impacto en las innovaciones estilísticas de los 90. Al hacerlo, presto una atención particular al papel de la radio, que —podría argüir— ha sido una de las más influyentes, si no la mayor, de las fuentes de información, musical y otras, en la Cuba revolucionaria. El consumo de música internacional por vía de la radio fue un medio clave para que los músicos crearan soluciones innovadoras en cuestiones referidas a arreglos, técnica instrumental y vocal e interpretación rítmica.7 Por mucha que haya sido la influencia de la música extranjera en el autor individual para el desarrollo de su estilo, esta fue igualmente importante desde el punto de vista discursivo, en la construcción del marco en que dichos artistas identifican y presentan su obra, tanto dentro como fuera de Cuba. La paleta cosmopolita de los artistas de la MCA les ha creado dificultades a los críticos culturales tanto en Cuba como en el extranjero, quienes se han esforzado por reconciliar el obvio compromiso de los artistas cubanos con la música norteamericana e internacional —con anterioridad a la apertura que trajo el Período especial— con las narrativas fijas respecto a Cuba y su posición frente a «Occidente». Las narrativas de una Cuba aislada han monopolizado la atención de los que cuentan la historia de la Isla. En ellas, Cuba es la sede de un patrimonio musical que se ha mantenido estéticamente congelado en el tiempo o, a la inversa, un crisol de innovación artística donde, libres de las distracciones del consumismo, los músicos, dotados de habilidades formadas en los conservatorios, utilizan su ilimitado tiempo de práctica con derroche de naturalidad, para producir por amor al arte. Esas narrativas de aislamiento, inocencia y singularidad constituyen la columna vertebral de filmes como Buena Vista Social Club (1999), de Wim Wenders, Habana Blues (2005), de Benito Zambrano, y el documental de Emilia Menocal y Jauretsi Saizarbitoria, East of Havana (2006), y subyacen en lo que Geoffry Baker ha calificado de «búsqueda profundamente nostálgica de una autenticidad perdida».8 Enmarcada de ese modo, Cuba se convierte en una suerte de Galápagos musical, una maravilla única y excepcional, una «monstruosidad de cultura» en la cual la música sobrevive en forma de muerte aparente o ha experimentado su propia evolución violentamente progresista. La no mencionada «iguana flotante», 9 de esta narrativa aislacionista es, por supuesto, la cuestión del diálogo musical. Con el corte del intercambio cultural directo entre los Estados Unidos y Cuba, a raíz de la imposición del bloqueo norteamericano, las ondas radiales se convirtieron en vector primario para el contacto con la música de los Estados Unidos, así como con la música de otras partes del Caribe y América Latina. Antonio Benítez Rojo ha escrito sobre la ubicación de Cuba en la intersección de rutas marítimas. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo xx, la descripción de Benítez Rojo sobre el «pueblo del mar»10 bien podría ser reconceptualizada como «pueblo del aire», en tanto las ondas radiales han surcado el archipiélago del Caribe en una invisible flota de sonido, ritmo, lengua e ideas. Desde el establecimiento del servicio radial cubano en 1922, la radio ha sido una fuerza significativa en la identidad nacional y en la relación con sus vecinos. En 1923, ya operaban en Cuba más de treinta estaciones, y el contenido de la programación era a menudo compartido entre la Isla y los Estados Unidos y vuelto a difundir. En el momento del triunfo de la Revolución, Cuba tenía más estaciones radiales que cualquier otro país en Latinoamérica, y también el más elevado índice de radio-receptores (uno por cada cinco personas). Esa fue una omnipresencia de la que Fidel Castro hizo un efectivo uso político con el establecimiento de Radio Rebelde, en 1958. La radio siguió siendo una fuente importante de noticias y entretenimiento en la sociedad revolucionaria, y se puede argumentar que les llevaba la delantera a la televisión y a otras formas de medios masivos de comunicación en su impacto total en la sociedad.11 De todos esos medios, disponibles después de la Revolución, el crítico cultural Rafael Hernández describe la radio como el más significativo, «el más dinámico, el menos sujeto a restricciones, el que tenía el más vasto alcance en todo el territorio, y el que constituía la fuente de información más influyente para el público».12 La infraestructura radial cubana adquirió una nueva movilidad con la importación, en gran escala, de radiotransistores portátiles de la Unión Soviética, a partir de los años 70. Venían equipados con receptores de onda corta, lo cual los dotaba de la capacidad de captar señales lejanas. Ello ofrecía a los jóvenes cubanos una manera diferente de escuchar, y de imaginarse el mundo, al brindar acceso a la BBC, Radio France y Radio Netherland, así como música y programaciones noticiosas de emisoras de Jamaica, Puerto Rico, Venezuela, México y los Estados Unidos. En algunos 67 Susan Thomas sitios de La Habana y el resto del occidente de Cuba, sobre todo en los edificios altos, la radio (e incluso la televisión) de Miami se capta con potencia especial; de ahí que los bloques de apartamentos de Alamar, al este de La Habana, se convirtieran en antenas habitables, tal como expone Geoffry Baker en su reciente libro sobre el hip hop cubano.13 En su obra sobre el socialismo soviético tardío, Alexei Yurchak describe la capacidad cosmopolitizadora del radio-receptor de onda corta como «una tecnología de producción cultural incomparablemente más importante en el contexto soviético que en Occidente»,14 afirmación que resulta aplicable al contexto cubano. Cuba, como la Unión Soviética, protagonizaba una paradoja ambivalente en la cual el Estado promovía una población educada que podía tomar parte en un cosmopolitismo radical y revolucionario, a la vez que trataba de controlar el flujo de influencias «corruptoras». Mientras que dotar a sus ciudadanos de una poderosa herramienta para acceder a los medios masivos de comunicación internacionales podría contradecir las concepciones foráneas sobre el control autoritario de la información bajo el socialismo, también facilitaba el ideal revolucionario de crear ciudadanos globales. Al igual que la Unión Soviética, Cuba rara vez ha interferido las señales radiales extranjeras, y cuando lo hizo fue solo en el caso de propaganda claramente antigubernamental, como la de Radio Martí, establecida bajo la administración Reagan, o Radio Swan, una estación pirata operada por la CIA, que radiodifundía propaganda en la década de los 60.15 La relativa facilidad con que los cubanos accedían a las emisoras extranjeras ayuda a explicar por qué, tal como apuntara Geoffry Baker, el puñetazo del bloqueo norteamericano y los intentos del gobierno cubano de restringir el acceso a la música «imperialista», y sus concomitantes peligros de «diversionismo ideológico», jamás fueron particularmente exitosos.16 Músicos cuyos años formativos fueron los 80 hacen constante referencia al consumo cubano de la programación radial y televisiva extranjera, en especial la norteamericana, antes de mediados de los 90. En entrevistas con más de veinte músicos en Madrid y La Habana, salió a relucir un canon de influencia musical históricamente ubicado, pues enumeran a artistas norteamericanos como Michael Jackson, los Jackson Five, Earth, Wind and Fire, Kool & the Gang, Chaka Khan, Stevie Wonder y Gloria Estefan como las principales influencias formativas; los artistas de jazz Chick Corea, Pat Metheny y Bobby McFerrin, y los grupos de rock Red Hot Chili Peppers, Nirvana y los siempre presentes Beatles. En ciertos casos, esas influencias son perceptibles tanto en la música como en la letra, como en «Marilyn en el cielo con diamantes», la meditación con diversas lecturas que hace Superávit sobre su deuda tanto con los Beatles como con el cine de Hollywood; el compromiso de Athanai con una estética de grunge17 instrumental en «Habanero», «Nirvaneando» y «Tuve»; el guiño de Gema y Pável a Manhattan Transfer, o los sonidos vocales de Julio Fowler modulados por la música soul. Sin embargo, en otros casos, la invocación de artistas extranjeros por parte de músicos cubanos parece tener tanto que ver con la construcción de una identidad cosmopolita, musicalmente compleja y de mente abierta en lo político, como con cuestiones particulares de estilo.18 Hacer constar las influencias extranjeras se convierte, inconscientemente, en un barómetro de gusto en el que cada cita porta su propia carga semiótica en los niveles político, intelectual y racial, así como en el musical. La mayoría de las entrevistas con artistas de la MCA publicadas, al igual que las mías propias, comienzan con descripciones sobre sus influencias internacionales; ello les permite reinsertarse retrospectivamente en una conversación histórica en la cual se hallaban impedidos de participar y ofrecer respuestas. No obstante, a diferencia de la del hip hop, centrada en Nueva York, la MCA rara vez presentó una visión del mundo dirigida de manera específicamente hacia el norte.19 En su lugar, los músicos describían su tratamiento del material musical norteamericano, al igual que de las fuentes británicas y latinoamericanas, meramente como una paleta de posibilidades disponibles. En las entrevistas, se referían con frecuencia a los elementos internacionales, estadounidenses u otros, como susceptibles de «ofrecer solución» a desafíos musicales particulares, y destacaban los estilos vocales contrastantes y los apareamientos inusuales en la producción «We Are the World», de Michael Jackson, como un estudio en armonización vocal; al roquero argentino Fito Páez como susceptible de resolver el problema de cómo cantar con efectividad letras de rock en español; y a Earth, Wind and Fire como la revelación al ilustrar las posibilidades de texturas de una orquesta de baile, con parámetros similares a las bandas cubanas. La música de Luis Barbería podría servir como un estudio de caso. Las influencias que describe son similares a las de otros artistas emergentes de la MCA, con los cuales tocó en peñas alrededor de La Habana a principios de los 90, incluida la hoy famosa que sesionó en el Museo Municipal de Plaza, en el barrio habanero de El Vedado, conocida por «13 y 8». La música inicial de Barbería se caracteriza, muy abiertamente, por un énfasis en elementos afrocubanos, sobre todo la transferencia de patrones del toque de tambor a la guitarra, tal como se escucha en «Guaguancó para Daniela». Esta fue, hasta donde sé, la primera vez 68 Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana El consumo de música internacional por vía de la radio fue un medio clave para que los músicos crearan soluciones innovadoras en cuestiones referidas a arreglos, técnica instrumental y vocal e interpretación rítmica. La MCA como parte de una cultura de cosmopolitismo que un músico popular expresaba melódicamente la percusión afrocubana en la guitarra, práctica comenzada por el compositor clásico Leo Brower en obras como «Decamerón negro». Las grabaciones iniciales de Barbería son, por lo general, poco abigarradas, en contraste con la obra de muchos de los colegas con los que grabó en Habana Oculta (1995) y después como parte de Habana Abierta (1997, 1999). La textura ligera subraya su compromiso armónico y rítmico con el jazz y con la música brasileña, con progresiones armónicas rápidas y a menudo sorpresivas. Barbería me contó los retos que enfrentó al identificar y construir su propio sonido vocal a principios de los 90, ya que su voz representaba un desafío estético particular. La música popular cubana ha favorecido históricamente a una voz de tenor vibrante y a menudo aguda, alta y delgada, y un timbre vocal parecido tenía prioridad en el repertorio del funk afronorteamericano y del R&B preferido por Barbería y otros en el escenario musical alternativo emergente. En esa música, importantes cantantes como los tenores Maurice White y J. T. Taylor eran contrastados por las estilizaciones de falsetto de Michael Jackson y Philip Bailey (un timbre vocal apreciado, pero nunca adoptado por los cantantes cubanos). Dotado de una voz de barítono rica y aterciopelada, Barbería no encajaba con ninguno de esos modelos. Él me describió su frustración inicial por no ser capaz de un tono que reprodujese el espacio sónico/tímbrico entre la guitarra y la voz o, en el caso de arreglos de bandas, entre la sección del ritmo y la voz y los instrumentos de viento, que fueron el sello de ambas tradiciones musicales populares. Comenzó a experimentar con las posibilidades de su voz, primero a través de su exploración de la percusión vocal —inicialmente popularizada en Cuba por el grupo Vocal Sampling—, y después con la música de Barry White, que calificó como «una escuela», para la voz de barítono. Barbería sintió atracción por la solución tímbrica que representaba la voz de White, lo bien sustentado que estaba su timbre de barítono y lo ajustado que quedaba colocarla en el centro del arreglo, en vez de encima de él. Su deuda con White se hizo explícita en su álbum Muxxic, de 2003, donde aparecen, en un primer plano, el estilo de cantar de White, su carácter de «máquina del amor», y su elevada estética de discoteca. La vinculación con la cultura musical norteamericana en los 80 y los 90 fue una experiencia generacional, y no específica respecto al género: marca tanto a los dos movimientos musicales surgidos durante este período, la timba y el hip-hop, como a la MCA. De manera significativa, los tres grupos comparten un canon medular de funk, soul y R&B norteamericanos que incluye Earth, Wind and Fire, Kool & the Gang, Michael Jackson y Chaka Khan. Esas influencias son claramente perceptibles en la timba, en la cual la incorporación de arabescos de funk ha alterado significativamente el «tumbao», lo cual les brinda a los bajistas y a los percusionistas un considerable margen de flexibilidad rítmica. Las referencias a Earth, Wind and Fire, quizás el grupo musical norteamericano de mayor influencia en la música cubana en los 80 y los 90, resultan evidentes también en la orquestación en franjas de la timba y, sobre todo, en sus secciones de metales, llenas de violencia y virtuosismo, tal como aparecen en el muy conocido «Los Sitios entero», de NG la Banda. El grupo de timba Tiempo Libre, radicado en Miami, ha construido su texto estrella en torno a la cuestión de la influencia foránea, al relacionar su formación clásica de conservatorio con la recepción ilícita de música extranjera. Su más reciente álbum, My Secret Radio es un tributo a sus influencias norteamericanas iniciales que incluían el contenido de «After the Love is Gone» de Earth, Wind and Fire. En la promoción del álbum, cuentan cómo, de noche en la azotea, sintonizaban las emisoras norteamericanas en un transistor dotado de una antena de fabricación casera, lo cual describen como una actividad ilícita y prohibida. «Si te atrapan —contaba Jorge Gómez en una entrevista de 2011 para Mother Jones—, tienes que pagar». 20 Con ese marco, lo que hubiera sido meramente un álbum de tributo se convierte en una declaración política que posiciona a los músicos como héroes de la resistencia. La descripción que hace Tiempo Libre contradice mis propias fuentes, ninguna de las cuales se refirió al hecho de que escuchar la radio internacional fuera un comportamiento prohibido. Mi interpretación es que la declaración de Tiempo Libre referida al riesgoso e ilícito cosmopolitismo 69 Susan Thomas musical ayuda a la banda a adaptarse a su nuevo medio, de varias maneras. En primer lugar, contribuye a ubicarlos profesionalmente dentro del contexto político de la escena musical de Miami, la cual, como observara Lara Greene, recibió con frialdad la timba y otros productos musicales de la inmigración de los 90.21 Asociada con una generación más joven, para la cual la ideología política no resonaba tanto como los aspectos prácticos de la vida cotidiana, la irreverencia de la timba con respecto al poder y su fácil aplicabilidad como forma de crítica social pudo causar incorformidad entre los cubanos ya establecidos en Miami, tanto como su asociación con lo negro y con la marginalidad social, factores que el desplazamiento ocurrido en la demografía social de los 90 ya estaba exacerbando. La producción de Tiempo Libre, en 2009, Bach in Havana, ya estaba obrando para contrarrestar ese problema de percepción, al desviar la atención hacia su formación de conservatorio en la Escuela Nacional de Arte de Cuba y tenía el propósito de ubicar la timba dentro del discurso del jazz, posicionándola como una música de arte autóctono. Al identificarse con un canon cubano con influencia de la música norteamericana que se remontaba a los 80, la agrupación podía también, tal vez, tener la esperanza de asociarse desde el punto de vista discursivo con la comunidad naciente de MCA del propio Miami, cuya naturaleza híbrida ha sido descrita como progresista, innovadora y globalizada, al tiempo que la timba ha tenido que luchar contra la impresión de que es una forma cubana que no ha sido capaz de «adaptarse» a su nueva realidad norteamericana.22 Además, la anécdota de Tiempo Libre sobre la escucha ilícita le permite sacar provecho de la narrativa de «aislamiento y pureza» que marca buena parte del consumo occidental de la música cubana, aunque ellos admitan su cosmopolitismo formativo. Así, sus intentos iniciales de extender sus manos son reinterpretados como un rasgo de dedicación creativa extrema, una excepción en lugar de la regla, y síntoma de su compromiso con su arte, que contrarresta la posibilidad de estar manchados por influencias comerciales no cubanas. Las actitudes del Estado hacia los medios extranjeros son a menudo contempladas retrospectivamente a través del rígido lente del opresivo «quinquenio gris», período entre 1970 y 1975 durante el cual los productos culturales occidentales fueron fuertemente censurados. Las trasmisiones de música popular norteamericana y británica fueron prohibidas en 1973, aunque de manera oficial eso solo duró un año.23 La década de los 80 fue testigo de la lucha del aparato cultural del Estado por poner de acuerdo las encontradas demandas de pureza ideológica y cosmopolitismo. Arianna Hernández Reguant describe cómo los programadores de las trasmisiones se hallaban en la primera línea de este proceso, y observa que no se limitaban a expresar la añoranza popular por las conexiones cosmopolitas, sino que también negociaban con destreza la censura, rehaciendo el mundo que los rodeaba de maneras imaginativas y auto conscientes.24 La mayoría de los especialistas que escriben sobre la radio cubana hacen énfasis en los gustos conservadores de los directores de programas y en cómo se dificultaba la radiodifusión de nuevas formas de música.25 Al mismo tiempo, no obstante, casi todos los músicos entrevistados hablaban de la radio, y en menor medida de la televisión cubana, como una importante influencia formadora y un recurso clave para escuchar música norteamericana y otras internacionales. 26 Muchos describieron la programación de Radio Ciudad de La Habana como especialmente progresista y medular para su visión musical del mundo, sobre todo en el caso de espacios como El programa de Ramón, que estuvo trasmitiéndose de 1986 a 1991, y el de rock clásico Melomanía. En Para bailar aparecían competidores bailando éxitos musicales norteamericanos junto a la música popular cubana. Sin embargo, ninguno fue objeto de tantas menciones por los músicos alternativos como Disco Ciudad, de Juanito Camacho, que salía al aire todas las mañanas en Radio Ciudad de La Habana.27 Con su mira en el rock, cubrió la música extranjera y, en menor medida, la local. Fue la fuente primaria para que los jóvenes habaneros de fines de los 80 y principios de los 90 escucharan música nueva, local —realidad dramatizada por Benito Zambrano en su película Habana Blues. En sus entrevistas, los músicos contaban con frecuencia que grababan el programa de Camacho (que ofrecía una fidelidad mucho mayor que la captación de una trasmisión de Miami) para poderlo escuchar repetidamente. A pesar de que Disco Ciudad solo tenía alcance provincial, estas grabaciones, al igual que las de El programa de Ramón y Melomanía, fueron distribuidas por toda la Isla.28 Las programaciones de este tipo brindaban una bocanada de música foránea, pero no constituían una educación concienzuda. «Yo no diría que se escuchaba la música de Earth, Wind and Fire en la radio, lo que ocurría era que se escuchaban ciertas canciones de Earth, Wind and Fire en la radio».29 Así, para los jóvenes Sonidos internacionales, trasmisión local Sería erróneo, sin embargo, concluir que solo de manera informal se accedía a toda la música internacional. Para muchos jóvenes en Cuba —incluida la mayoría de los músicos a los que entrevisté—, aunque la radio era la principal fuente de acceso a la música popular, no era por trasmisiones norteamericanas, sino cubanas. Una exploración de la importancia cultural de la radio en la Cuba de los 80 y los 90 requiere una reconceptualización del papel de los propios medios cubanos de difusión. 70 Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana músicos, y para los fanáticos del rock y de otras músicas internacionales, la radio cubana, la internacional y las grabaciones individuales fueron, juntas, componentes de una educación musical cosmopolita. A pesar de su vinculación con músicas norteamericanas y otras internacionales —que ha crecido hasta incluir la flamenca, la africana, la electrónica y una porción, en aumento, de jazz—, los representantes de MCA siguen pensando que su música es, en primerísimo lugar, «cubana», y que su diálogo con los sonidos internacionales forma parte de su tradición musical. «No sé por qué la gente se sorprende. Nosotros [los cubanos] siempre hemos hecho música con todo lo que teníamos a mano».30 La defensa que hace Larramendi de una identidad arraigada en el cosmopolitismo halla su eco en Arianna Hernández Reguant, quien observa que «ser cosmopolita en Latinoamérica es tener, a la vez, un anclaje local».31 Semejante compromiso con la música foránea sigue ocurriendo, y los problemas de acceso han mejorado mucho, con la aprobación oficial de los pequeños negocios en la Isla que pueden brindar copias piratas de discos compactos, y con lo descargado en memorias USB.32 Hoy en día, la mayor facilidad de acceso a la música internacional ha incrementado la paleta sonora disponible y ha difundido la potencia semiótica de ritmos, texturas, timbres y estéticas prestados. Pero hubo un tiempo —me recordaba Vanito Caballero— en que el programa radial Terapia Disco Ciudad, de Camacho, era vuelto a escuchar, reinterpretado y transformado, en los dormitorios colectivos, los patios y las azoteas de toda La Habana, al punto que «después de una semana, ya habíamos cogido lo que nos interesaba y lo habíamos convertido en algo nuevo, y todo el mundo estaba escuchando también, y se entendía».33 Estos comentarios de Vanito Caballero revelan lo vibrante que era la conversación musical que tuvo lugar en los 80 y los 90, la cual fue en parte vivida y en parte efímera, y solo se escuchó y se participó en ella según la recepción de cada cual. musical, del Movimiento de la Nueva Trova, ahora institucionalizado. Ese término ha sido rotundamente rechazado por los músicos, sobre todo los radicados fuera de Cuba. Los propios músicos han intentado encontrar un apelativo, aunque ninguno ha sido ampliamente adoptado. Por ejemplo, según Julio Fowler es «son con groove»; «rockasón» según Vanito Caballero y Alejandro Gutiérrez, y «filin progresivo» según Pável Urquiza. El etnomusicólogo británico Geoffry Baker se refiere a ellos sencillamente como «músicos de fusión», término que los músicos con los que he conversado aceptan como una cualidad de su música, pero no como su identificador. Véase Geoffry Baker, Buena Vista in the Club: Rap, Reggaetón, and Revolution in Havana, Duke University Press, Durham, N.C., 2011. 4. La agrupación Habana Abierta fue creada en Madrid en 1997 por algunos participantes en el proyecto original Habana Oculta, así como por Vanito Caballero y Alejandro Gutiérrez. Sus integrantes han fluctuado desde entonces. En la actualidad, incluye a Luis Alberto Barbería, José Luis Medina, Vanito Caballero Brown, Alejandro Gutiérrez y Boris Larramendi. 5. Interactivo, dirigido por el pianista de jazz Robertico Carcassés, es un grupo de músicos que ha incluido a Yusa, Francis del Río, Telmary Díaz, Descemer Bueno, William Vivanco y otros. 6. La mayoría de los artistas de MCA se fueron de Cuba y gran parte de ellos se asentaron en Madrid. 7. La radio internacional no era la única fuente extraoficial de música extranjera. Una buena porción de la música internacional se consumía por la vía de los discos LP y casetes importados a la Isla por los cubanos que tenían la posibilidad de viajar en ese período, en particular los marinos mercantes, y por los parientes cubanos que comenzaban a regresar en los 80 para visitar a sus familiares. En verdad, mi investigación sugiere que los LP, que aportaban una visión más completa del artista y podían escucharse repetidamente, habrían podido tener un mayor impacto que la radio en la incorporación específica, por parte de los músicos, de elementos internacionales a su música. 8. Geoffry Baker, ob. cit., p. 5. 9. La frase floating iguana parece remontarse a un programa de TV, y se ha popularizado para expresar algo de difícil ocurrencia, incierto, imposible, etc. 10. Antonio Benítez Rojo, The Repeating Island: The Caribbean and PostModern Perspectiva, Duke University Press, Durham, 1992, p. 28. 11. Véase el estudio de Arianna Hernández Reguant («Radio Taino and the Globalization of the Cuban Culture Industries», Tesis doctoral, Universidad de Chicago, 2002), que ubica la primera estación de radio comercial de la Isla en el contexto histórico de los medios de difusión cubanos post-59. Traducción: David González. Notas 12. Rafael Hernández, comunicación personal, 6 de octubre de 2011. 1. Dennys Matos, «Mala Vista Anti Social Club: la joven música cubana», Encuentro de la Cultura Cubana, n. 30-31, Madrid, otoñoinvierno de 2003-2004; Robin Moore, Music and Revolution: Cultural Change in Socialist Cuba, University of California Press, 2006; Humberto Manduley, El rock en Cuba, Atril, La Habana, 2001. 13. Geoffry Baker, ob. cit., pp. 8-9. 14. Alexei Yurchak, Everything was Forever Until it was No More: The Last Soviet Generation, Princeton University Press, Princeton, 2006, p. 176. 15. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., pp. 45-6. 2. En alemán en el original: «espíritu de época». [N. del T.] 16. Geoffry Baker, ob. cit., p. 8. 3. Véase Joaquín Borges Triana, «Música cubana alternativa: del margen al epicentro», Dédalo, n. 0, La Habana, 2001, pp. 23-7. A la inversa, las instituciones culturales del Estado cubano se han referido al movimiento como «Novísima trova», con lo que se intenta enmarcarlo como el vástago más emprendedor, en lo 17. También llamado Seattle sound, género de rock alternativo surgido a mediados de los 80. [N. del T.] 18. De manera similar, Deborah Pacini Hernández y Revé Garófalo han reflexionado en torno a si las descripciones de los músicos 71 Susan Thomas 25. Robin Moore, ob. cit.; Geoffry Baker, ob. cit. de rock sobre sus influencias norteamericanas eran indicativas de sus propios constructos identitarios, particularmente en términos de identidad racial. Véase su «Between a Rock and a Hard Place: Negotiating Rock in Revolutionary Cuba, 1960-1980», en Deborah Pacini Hernandez, Eric Zolov y Héctor Fernandez L’Hoeste, eds., Rockin’ Las Americas: The Global Politics of Rock in Latin/o America, University of Pittsburg Press, Pittsburgh, 2004, p. 66. 26. Si bien la música de algunos artistas como Celia Cruz y Gloria Estefan, de retórica abiertamente contraria a Castro, fue censurada por los medios en manos del Estado (aunque informalmente eran ampliamente escuchadas), otros artistas experimentaron una acogida más flexible. 27. Juan Camacho también fue el conductor de Terapia Disco ciudad, un programa algo más serio y enfocado desde el punto de vista temático, que salía al aire los domingos por la noche. 19. Para una exposición sobre el centrismo neoyorquino del hip hop cubano inicial, véase Geoffry Baker, ob. cit., pp. 74-6. 20. Emily Loftus, «Tiempo Libre from a Rooftop to the Big Stage», Mother Jones, San Francisco, 2 de mayo de 2011, disponible en www. motherjones.com. 28. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 49. 29. Humberto Manduley, mensaje de correo electrónico, 3 de octubre de 2011. (El énfasis es mío. S.T.) 21. Lara Greene, «Diasporic Discord: The Challenge of Timba in Cuban Miami», Ponencia presentada en la conferencia de la Asociación Internacional de Estudios de la Música Popular, San Diego, California, 2009. 30. Boris Larramendi, mensaje personal, 24 de mayo de 2002. 31. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 21. 32. La pertinencia y el impacto de los USB en la cultura cubana fue el tema de discusión del espacio Último Jueves —que organiza la revista Temas—, correspondiente a noviembre de 2010, titulado «USB: el consumo audiovisual informal». 22. Véanse, por ejemplo, recientes artículos de prensa, como Rayme Samuels, «Band of the Hour: Cubiche», disponible en www.miami.com/band-of-the-hour-cubiche-article, y Bernardo Gutiérrez, «Buena Vista Exile Club», disponible en www.mondomix. com/events/buena-vista-exile-club/cuban-diaspora.htm, ambos consultados el 14 de octubre de 2011. 33. Vanito Caballero Brown, comunicación personal, 27 de junio de 2004. 23. En la práctica, la autonomía de los administradores individuales de las estaciones (muchos de los cuales eran bastante conservadores) en lo que respecta al control del contenido, limitó la cantidad de música extranjera difundida durante el resto de la década, aunque la censura variaba según la estación radial. Véase Stephen Foehr, Waking Up in Cuba, Sanctuary, Londres, 2001, p. 50. 24. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 37. © 72 , 2011 no. 68: 73-78, octubre-diciembre de 2011. Revistas y esfera pública: un simposio Revistas y esfera pública: un simposio Gustavo Andújar June Erlick Ecos (Cuba) ReVista (Estados Unidos) Melanie Schehl Yoerky Sánchez Stern (Alemania) Alma Mater (Cuba) Esther Pérez y Marcel Lueiro Caminos (Cuba) con Rafael Hernández Politólogo. Director de Temas. L as últimas décadas han asistido a la construcción de un espacio social donde convergen y se intercambian discursos, se proyectan nuevas ideas y se amplía la posibilidad de participación para grupos más diversos. Internet, el correo electrónico, las redes sociales, los blogs, y otras modalidades, ofrecen la oportunidad no solo de ampliar la incidencia de cada vez más personas en ese espacio público, sino de diversificar las ideas que lo dominan. Esta esfera en expansión también permite, al menos potencialmente, el desarrollo de una conciencia más educada, reflexiva y crítica. ¿Hasta qué punto los medios de difusión la fomentan realmente? En ese contexto peculiar, caracterizado por un torrente global de información y opiniones, adquiere nuevo relieve el papel de las revistas que, además de informar, suscitan la reflexión, proponen enfoques y abren espacio a una variedad de perspectivas y juicios calificados. ¿Cuál es su función fundamental hoy? ¿Cómo pueden aprovechar, expandir y cultivar una esfera pública inundada por ese torrente de imágenes e ideas, cuyo eco multiplicado atraviesa fronteras y países muy diferentes? Buscando contribuir a esta problemática, Temas se comunicó con un grupo de revistas de Norteamérica, Europa y Cuba. Agradecemos a quienes, en medio de tareas editoriales y otras responsabilidades, nos hicieron llegar sus valiosos comentarios, que reproducimos a continuación. ¿Cómo ha cambiado la dinámica de la esfera pública en las últimas dos décadas? ¿Hasta qué punto los medios en general la han hecho más plural, democrática, pensante, crítica, educada? June Erlick: En la última década, ha sido mucho más fácil compartir información, opiniones, correos electrónicos, blogs y enlaces a material impreso y virtual. Al principio, la información estaba disponible solo para quienes tenían computadoras en casa o en la universidad, las cuales —por ejemplo, en Colombia y América Central— eran muy lentas. Recuerdo que, en 2000, cuando pasé un verano en Guatemala para trabajar en mi primer libro, Disappeared, A Journalist Silenced, las computadoras eran tan lentas que se me quitaban las ganas de navegar, lo que es imprescindible para participar en esta «democracia de las ideas». Ahora, el desarrollo de cibercafés a bajo precio, con computadoras de alta velocidad, hace que el acceso a Internet sea mucho más democrático y no clasista en gran parte de América Latina y en algunas comunidades en los Estados Unidos. Temas agradece a Jennifer Hosek, de Queen´s University, Canadá, por su valiosa asistencia editorial en la gestión de colaboraciones con diversas revistas. 73 Rafael Hernández Esther Pérez y Marcel Lueiro: Una primera aclaración que vale para todas las preguntas. No hay una esfera pública, sino la esfera pública de una sociedad específica, modulada por un montón de cosas, y donde las revistas, y todo lo demás, cumplen funciones diferentes. Ubicados entonces en la esfera pública cubana de los últimos años, advertimos algunos elementos: se percibe el abordaje de más temas polémicos, menos autocensura, más claridad acerca del papel crítico —potencial— que pueden desempeñar los medios en la esfera pública. Hay que aclarar que los especializados, de menor tirada o electrónicos, han avanzado más por este camino que los más generales, de mayor tirada y consumo. Los primeros están restringidos a un público menor, el de «los cultos», lo cual podría colaborar a una nefasta separación entre la información, el consumo y la capacidad de discusión, entre estos y «las masas». vías, aquellos que sean verdaderamente edificantes y formativos. Gustavo Andújar: Ciertamente la dinámica de la esfera pública ha venido cambiando en Cuba en un sentido positivo. Por ejemplo, la aparición de un número de revistas católicas, a partir de la primera mitad de la década de los 90, se inscribe en ese proceso, durante el cual se han consolidado no pocos espacios de reflexión seria, de nivel académico, sobre cuestiones fundamentales de la sociedad cubana, y un número apreciable de otras propuestas que, a pesar de no representar aportes de un valor científico significativo, sí contribuyen a hacer la esfera pública más plural y democrática. Sin embargo, el presupuesto desde el cual se plantea la pregunta me parece demasiado optimista, tal vez por ser muy abarcador. Es un hecho que ha habido una evolución en el sentido de una mayor pluralidad de opiniones y mayores posibilidades para expresarlas, pero estas se han visto limitadas, en gran medida, al ámbito de la academia y al sector de pensamiento del país, y se manifiestan con claridad en apenas un selecto grupo de revistas, mientras que los medios que la población consume masivamente no participan, en general, de ellas, y esta —objeto ella misma del activo debate que constatamos— sigue, en la práctica, ajena a esas confrontaciones, lo cual merma sus posibilidades de una participación plena y sobre todo eficaz en esa esfera. Tal vez el ejemplo más notorio de esta limitación es la explosión del debate sobre los asuntos públicos que ocurre en la blogosfera cubana, un espacio inexistente para la inmensa mayoría de la población. No es que piense que «los medios en general» carezcan totalmente del efecto sobre el cual se pregunta. Por ejemplo, su cooperación con los empeños educacionales contribuye a elevar el nivel de información e instrucción de la población y, en consecuencia, ejerce un influjo positivo en el desarrollo de la esfera pública, pero este se produce solo de manera indirecta. Tenemos una población suficientemente instruida como para que su participación en el espacio público sea muchísimo más amplia y activa de lo que es hoy. Yoerky Sánchez. Al comienzo de la década de los 90, la esfera pública en Cuba sintió el impacto del derrumbe soviético y las consecuencias de las transformaciones económicas internas, dentro del llamado Período especial en tiempo de paz. Este acontecimiento, por su envergadura, cambió la dinámica nacional y estremeció a todos los sectores del país. Fenómenos como la emigración, la prostitución, el consumo de estupefacientes, el delito, la escasez extrema de recursos de primera necesidad, incidieron fuertemente en la vida social, mientras muchos apostaban al «fin de la historia» para la Revolución cubana. Dentro de esta compleja situación, la prensa también sufrió importantes recortes. Algunos periódicos —como Juventud Rebelde— dejaron de ser diarios para pasar a semanarios; prácticamente desparecieron las revistas. Alma Mater, por ejemplo, estuvo varios años sin imprimirse hasta que el Ministerio de Educación Superior pudo financiar una tirada. Las emisoras radiales vieron reducidas sus horas de trasmisión, al igual que los canales televisivos, que apenas podían verse por la insuficiencia energética. Veinte años después, aunque en condiciones económicas aún difíciles, se han abierto mayores posibilidades para el desarrollo de una esfera pública heterogénea e interactiva, en la que se estimulan el debate y la generación de contenidos. En este punto, los medios de comunicación han venido recuperando protagonismo y estimulando el flujo de ideas. Informar, educar y divertir —sus metas básicas— se han combinado en el afán de lograr un pueblo cada vez más culto, y no solo con elevados grados de instrucción. A pesar de ello, considero que estamos muy lejos todavía de alcanzar una audiencia con altos niveles de criticidad, que pueda seleccionar del conjunto de mensajes que le llegan por distintas Melanie Schehl: En general, el panorama alemán se ha fragmentado en los últimos treinta años. Esta fragmentación ha tenido lugar en todo tipo de medios, tanto los impresos como los electrónicos. Existen hoy más revistas populares, profesionales, estaciones de radio y de TV que en el pasado. Desde mediados de los 90, los efectos de las redes digitales también se han hecho sentir. Dos terceras partes de la población usan Internet regularmente. Las posibilidades de participación, en términos de Web 2.0 y de «redes sociales», coadyuvan a la emergencia de nuevas esferas 74 Revistas y esfera pública: un simposio públicas digitales, mediante blogs, wikis, foros, etc. El caso de plagio suscitado en torno al ex ministro de Defensa Karl Theodor zu Guttenberg, obligado a dimitir a principios de 2011, ilustró cómo, gracias a la interacción entre los medios clásicos y las redes sociales, las irregularidades o abusos pueden eliminarse más rápidamente que en tiempos pasados. En este sentido, el nuevo panorama mediático encierra un potencial de mayor democracia. Al mismo tiempo, los medios de prensa de calidad tienen la responsabilidad de ofrecer a los lectores solo información verificada y confiable, así como atenerse a los principios periodísticos fundamentales, en sus reportajes y en la clasificación de los acontecimientos, a pesar del acelerado ritmo de difusión online. Si lo consiguen, asumen un papel como fuente de autoridad, de punto de referencia de las informaciones confiables, como ocurrió cuando el desastre del reactor nuclear en Japón, en 2011. Sin embargo, el juicio sobre los cambios en el panorama de los medios durante los últimos treinta años no es totalmente positivo. Según demuestran las investigaciones efectuadas por estudiosos de las comunicaciones en los Estados Unidos durante los años 70, la hipótesis de la brecha de conocimiento, en cuanto al aumento del consumo de TV, parece cumplirse también para Alemania: la multiplicación en la oferta de los medios, particularmente electrónicos, no reduce, sino más bien profundiza la ya existente. Un sistema mediático que —en interacción con otros subsistemas sociales, por ejemplo el educativo— haga más estúpido al estúpido y más inteligente al inteligente, resulta, según esta tesis, disfuncional. En este sentido, en Alemania se ha abierto esa brecha: por un lado, las capas sociales más bajas se exceden en el consumo de TV —sobrepasan el promedio de la población—, y, por otro, muchos vuelven a depender más de los medios impresos de calidad —Stern, Spiegel, GEO. Por desgracia, la tendencia es hacia una sociedad dividida entre un sector interesado en el conocimiento, un giro unilateral hacia formatos de puro entretenimiento, característicos de partes de los sectores sociales más débiles, que favorece un círculo vicioso de empobrecimiento cultural y material, así como una actitud resignada y fatalista. En los estratos sociales superiores, por el contrario, la valoración de la escritura y la lectura sigue siendo alta, y las nuevas tecnologías mediáticas se han incorporado de varias maneras al «empoderamiento» personal. puntos de vista muy diferentes para discutir temas específicos, en un espacio determinado. Es diferente a un periódico (aunque no tanto de ciertas secciones como las de los suplementos semanales), ya que no aborda la coyuntura. En ReVista me gusta combinar hechos, análisis y opiniones personales, algo que resulta inusual en la radio, la TV y los periódicos. Al mismo tiempo, cuando estoy organizando un número, Internet me permite conocer los temas que circulan, los autores que escriben bien, o tienen algo nuevo que decir. Con este recurso se hace más fácil el proceso de solicitud de colaboraciones, así como conseguir un equilibrio de puntos de vista, sobre todo en los números dedicados a algún país —en particular, a los más polémicos, como Bolivia y Venezuela. A pesar de que los puntos de vista están ahí afuera, y puedo aprovecharme con facilidad de ellos como editora adiestrada en la selección de materiales, no estoy segura de que Internet siempre estimule la democracia. Por ejemplo, es muy fácil dejarse llevar de un sitio que promueve la inmigración a otro, si uno está a favor de ella; los amigos solo envían enlaces a sitios con los que concuerdan. Google funciona según la historia individual de búsquedas y, por lo tanto, termina produciendo resultados «favorables». Lo mismo le ocurriría a alguien que fuera virulentamente anti-inmigración. Creo que las revistas —aquellas que estimulan visiones diversas— pueden desempeñar un papel muy importante en la selección de información pública. Esther Pérez y Marcel Lueiro: Se nos ocurren cuatro características específicas de las revistas en este sentido: pueden introducir temas y promover debates con mucha más fluidez y velocidad que los libros. Son menos perecederas que los diarios, la radio o la TV. Además, las revistas siempre representan una posición, un grupo, un sector, de modo que dan voz, y deben dialogar y discutir entre sí. Dicho esto, añadimos que hay revistas de muchos tipos. Hay las que llamaríamos «de periodismo», de las cuales, por ejemplo, Bohemia y Cuba fueron emblemáticas, la primera en los años 40 y los 50 y la segunda en los 60. Ese tipo de publicación tiene una incidencia muy grande en el espacio público. No hay nada en la actualidad que se les acerque. Las más importantes se mueven, sobre todo, entre el arte y las ciencias sociales. Yoerky Sánchez: Varias veces, desde la redacción de Alma Mater, planteamos que una revista no es un periódico, pero tampoco constituye un libro. Nosotros no ofrecemos noticias, sino trabajos de fondo, aquellos que tienen que ver con la investigación, el análisis, la contrastación de numerosas fuentes. Desarrollamos los géneros de opinión, no los puramente informativos. Y hoy el público lector nos pide este tipo de entregas, porque tiene diversidad de fuentes para enterarse de qué ¿Tienen las revistas una misión particular en el desarrollo de una esfera pública? ¿Cómo inciden revistas como la tuya (a diferencia de un diario, estación radial o canal de TV) en la construcción de esa esfera? June Erlick. Siento que ReVista contribuye a la esfera pública porque reúne intelectuales y expertos con 75 Rafael Hernández no solo porque alcanzan a un público más amplio, sino porque las temáticas que abordan atraen más a lectores activamente interesados en los asuntos públicos. pasó, pero busca a alguien que le explique por qué pasó, y las consecuencias de los sucesos para él y el resto de la sociedad. Las revistas, debido al tiempo que poseen para su elaboración —mayor al de un diario y, por supuesto, al de un noticiero radial—, cuentan con más facilidades para ofrecer un material reposado, con más cantidad de elementos, y con una confirmación informativa superior, lo que les otorga mayor credibilidad. No son libros, porque no deben abandonar una característica básica del periodismo: la actualidad. Si bien difieren de los periódicos diarios, deben tener en cuenta el contexto en el que se publica el mensaje y el grado de actualización de las fuentes y los datos. De esa manera, tienen una influencia fundamental en la construcción de la esfera pública. Alma Mater, desde sus inicios, manifestó su vocación de diálogo con los lectores. Su fundador, Julio Antonio Mella, lo dejó explícito en el primer editorial de la revista, en noviembre de 1922: «Por medio de este órgano, los estudiantes cubanos se comunicarán espiritualmente con todos sus compañeros que hablan el idioma de Cervantes en ambos hemisferios, y divulgaremos así la cultura, el valor de la juventud intelectual cubana». Desde entonces hasta ahora, la publicación joven más antigua de Cuba muestra lo que ocurre dentro de los muros de la universidad, pero también lo que pasa fuera de ese entorno, conformando una opinión pública a partir de los intereses editoriales y la retroalimentación con los lectores. Melanie Schehl: Un semanario de noticias como Stern proporciona una información de base a más de siete millones de lectores en cada número, y descansa, en buena medida, sobre información gráfica de primera mano, suministrada por reconocidos fotorreporteros, acerca de eventos y personalidades del mundo. Los lectores pueden así orientarse en el flujo de noticias y en los acontecimientos más controversiales —por ejemplo, ingeniería genética, crisis financiera, cambio energético, inmigración, sistema de salud, desempleo, globalización. Nuestro equipo editorial tiene capacidad para incluir en la revista cualquier tópico de interés. Hay una cantidad de columnistas que tratan cuestiones de política, economía, cultura, entretenimiento. Sin embargo, hay una gran flexibilidad en la mezcla de temas, lo que pone a Stern delante de otras publicaciones. En sus reportajes y su lenguaje fotográfico, es más emocional y, respecto a otros medios impresos, sus historias son más concretas, al mostrar el lado humano de las noticias, presentar a seres vivientes en acción, con sus alegrías y sus penas, sus éxitos y fracasos. En el mundo editorial, esto se corresponde con una expresión acuñada: «periodismo de 37 grados». El correo electrónico, las redes sociales, los blogs, y otras modalidades amplían las posibilidades de incidencia de cada vez más personas en el espacio público. ¿Qué efectos favorables (y/o desfavorables) adviertes en este fenómeno? ¿Cómo las revistas pueden aprovecharlo, expandirlo, cultivarlo? Gustavo Andújar: En tanto medios de comunicación, todas las revistas participan, de una u otra forma, en el desarrollo de la esfera pública. Algunas lo hacen promoviendo en forma directa la investigación y el debate sobre temas fundamentales. Otras, a través de artículos informativos o de opinión más accesibles al ciudadano medio; pero también promueven la reflexión sobre temas de interés. Todas tienen un público que está, por lo general, por encima —en cuanto a selectividad se refiere— del consumidor promedio de radio, TV o prensa diaria, y eso hace que su aporte, en este sentido, pueda ser importante, si no necesariamente a nivel cuantitativo, sí al cualitativo. Nuestra revista Ecos, aunque no tiene un perfil académico y trata, en la medida de lo posible, de mantener sus contenidos y lenguaje al alcance de los no especialistas, tiene una tirada pequeña y un contenido especializado, lo cual reduce sustancialmente su universo de destinatarios, y limita, por tanto, su impacto como publicación individual, en la construcción de la esfera pública. Otras revistas católicas de mayor tirada, como Palabra Nueva —de perfil general— y Espacio Laical —centrada en temáticas de orden económico, político y social— logran una incidencia mucho mayor, June Erlick: La otra función relevante de Internet para editores y periodistas es la democratización de las fuentes. Antes, por lo general, uno tenía que salir «a la calle», o empezar por las voces autorizadas, a fin de llegar a la «gente común». La red facilita el acceso a estas personas comunes —aunque, en definitiva, no tener acceso a una computadora siempre es un factor— y, por lo tanto, puede contribuir a la diversidad de voces dentro de una revista. Así que, a veces, yo misma, como editora, tengo acceso a un foro muy democrático o la ilusión de un espacio muy democrático. Una sobrina mía trabajó en un centro de salud comunitario en Sierra Leona, durante un semestre escolar. Al regresar, me dijo que no me podía enseñar las fotos todavía, porque tenía que revelarlas. Le comenté sobre el hecho de que aún estuviera haciendo fotos «a la antigua», en vez de digitales. «No se puede recargar una cámara si no hay electricidad», me respondió. Internet hace que sea muy fácil expresar nuestras opiniones democráticas y olvidar que no todos están conectados. Las revistas son sitios que nos pueden recordar eso 76 Revistas y esfera pública: un simposio Ante el dilema del mundo digital, tecnofílicos y tecnofóbicos trazan muros infranqueables y parecen no tener reconciliación. Los primeros sobredimensionan los efectos de Internet como la solución a todos los problemas, mientras que los segundos los ven con temor apocalíptico. Creo que lo más sensato es evitar tanto la tecnofilia como la tecnofobia y asumir los cambios de manera realista, sin indebidas exaltaciones ni censuras. Soy de la opinión de que las revistas pueden explorar este entorno tecnológico e incrementar su presencia en las comunidades virtuales, donde se reproduzca los materiales comunicativos y se logre una plena interacción con el público. Pero no basta con abrirse una página en Facebook o una cuenta en Twitter, debemos aprovechar esos espacios, utilizarlos eficazmente y tenerlos como fuentes y herramientas de gran utilidad para el desempeño de nuestra labor periodística. si, como editores, asumimos la responsabilidad de recordárnoslo a nosotros mismos. Esther Pérez y Marcel Lueiro: Los efectos favorables son obvios: la democratización de los medios. Teóricamente al menos, se pasa de un modelo trasmisivo a uno participativo de comunicación. En Cuba, aunque todavía limitado por el acceso, ya se ha demostrado en varias ocasiones su capacidad de movilización de la opinión. Entre los desfavorables se nos ocurre la avalancha de criterios e información, que puede tender a confundir a quien no está ya muy seguro de cuáles son las fuentes que prefiere y busca. No hay que olvidar que el acceso y el control no son equilibrados, y que todas las realidades de dominación del mundo actual se mueven también en esta esfera. Las revistas ya lo aprovechan, pero creo que todavía hay que aprender que se trata de otro «lenguaje». En esos medios no funcionan bien los géneros y los tamaños de los materiales de las revistas. También hay que buscar más la interactividad de maneras creativas. Gustavo Andújar: Es imposible tratar este tema sin tener en cuenta las limitaciones en el acceso a Internet en Cuba —puestas nuevamente sobre el tapete por el sustancial incremento en la conectividad del país debido a la instalación de un cable internacional de fibra óptica. Hay que partir, por tanto, de que estamos hablando, sobre todo (aunque no exclusivamente, como explicaré más adelante) de esa pequeña proporción de la población que tiene acceso verdadero a Internet, no solamente a alguna intranet o servicio de correo electrónico. Esto hace aún más sorprendente el vital movimiento de blogueros que se ha desarrollado en un plazo muy breve, poniendo de manifiesto el gran número de personas dispuestas a aprovechar cualquier espacio que se abra para hacer su aporte al debate en la esfera pública. De nuevo, y aún más que con las publicaciones en soportes convencionales, el acceso limita la incidencia de esos aportes, pero su propia existencia es un signo positivo. No podría ser diferente en un país con un envidiable nivel promedio de instrucción. El impacto de las tecnologías de información y comunicación (TIC) en la capacidad de incidencia de los ciudadanos individuales en el espacio público alcanza incluso a aquellos que, sin tener acceso a Internet, utilizan a algún servicio de correo electrónico, como demostró la eficacia que tuvo el abundante intercambio de e-mails desatado a raíz de la aparición en la TV, con ínfulas reivindicativas, de tres ex funcionarios de la cultura, estrechamente vinculados al polémico «quinquenio gris». La «Guerrita de los e-mails», como muchos han dado en calificar a ese intercambio, puso de manifiesto hasta qué punto han ampliado las TIC, con su inmediatez e interactividad, la capacidad de participación ciudadana en el espacio público. Yoerky Sánchez: En las últimas décadas hemos recibido la mediación de las nuevas tecnologías. Ello ha provocado que se socialicen experiencias de manera más rápida y efectiva; para muchos, ser ciudadano hoy equivale a ocupar un espacio en la sociedad digital. En Cuba, aunque ese proceso transcurre de forma más lenta por las limitaciones en el acceso, tampoco pueden obviarse las ventajas de Internet, el correo electrónico y las redes sociales, en la conformación de una esfera pública cada vez más dinámica y diversa. Los medios tradicionales también interactúan con esos espacios y realizan la función de conductores frente a las autopistas de la información. Hoy, el lector se expone de manera simultánea a una avalancha de noticias, datos, imágenes y videos, que decodifica según su competencia interpretativa. Y la labor de los medios (entre ellos nuestras revistas) estriba, necesariamente, en ampliar esa capacidad analítica para descifrar lo que hay detrás de las complejidades que el público enfrenta en su vida cotidiana. Tomando como base los presupuestos teóricos del sociólogo Niklas Luhmann, la escritora Belén Copegui recordaba recientemente que la función de los medios de comunicación es simplificar la complejidad, en términos de que sean inteligibles para el sistema social en su conjunto. Con la llegada de las nuevas tecnologías se transforma también la agenda temática que los medios ofrecen y que el público hace suya. Se les otorga mayor preponderancia a la imagen y a la trasmisión de los sucesos en tiempo real. Sin embargo, nada podrá sustituir el papel del periodista en los análisis de los distintos acontecimientos. 77 Rafael Hernández Encuentro fascinante que sea en la blogosfera cubana, poblada mayoritariamente por jóvenes que expresan su desencanto por los megaproyectos sociales y se concentran, en cambio, en aquellos problemas de contornos bien definidos con los que chocan en el día a día —discriminaciones de diverso signo, una política migratoria restrictiva, necesidad de mayores espacios para la iniciativa económica...—, donde se está realizando el debate más abarcador sobre una agenda para el cambio socio-económico-político en el país. En una situación como la cubana, donde este fenómeno se desarrolla fuera del alcance de la mayoría de la población —a la que más afecta—, las revistas podrían hacer una positiva contribución haciéndose eco de los principales elementos del debate sobre los asuntos públicos que allí se desarrolla y proponerlos a sus lectores, así como ofrecer espacios a participantes representativos de ese debate. que también puede accederse mediante smartphones y tablets, con varios sistemas operativos. La extensión digital de Stern impresa se puede encontrar en la forma de eRevista Stern, como un app en un iPad, donde el contenido del número se ha enriquecido mediante entrevistas exclusivas en video, gráficos interactivos y otros recursos adicionales. Entre los efectos positivos de las redes sociales se encuentra la resonancia inmediata sobre el trabajo editorial, discusiones —por ejemplo, alrededor de comentarios de opinión—, así como la lealtad a la marca original. Otros productos impresos se articulan en torno al semanario Stern. Entre ellos se destacan Neon, un mensuario exitoso que recoge las experiencias vitales de los jóvenes entre 20 y 35 años; Nido, un mensuario orientado a familias urbanas jóvenes; así como Stern Gesund Leben (Vida Sana) y Stern Fotografie. Melanie Schehl: Con el ejemplo de Stern se pueden estudiar bien las diferentes posibilidades de una marca de revistas fuerte. Stern impresa se ha convertido en el núcleo de una sólida familia con orientaciones de multimedia. Iniciada en 1995, hoy Stern.de se ubica entre los sitios de noticias más visitados en Internet, al © 78 , 2011 no. 68: 80-93, octubre-diciembre de 2011. A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández Controversia El Mariel treinta años después Antonio Aja Jesús Arboleya Andrés Gómez Magali Martín Quijano Rafael Hernández Rafael Hernández: Nuestra intención con este panel es tener una mirada lo más amplia, diversa y múltiple, acerca del fenómeno de El Mariel desde el lado de acá y de allá. Para ello hemos invitado a especialistas que, de una forma u otra, tuvieron que ver con los sucesos de 1980. Por ejemplo, Magali Martín desde su época de estudiante hizo investigaciones de campo con personas que emigraban de Cuba, y entrevistó a muchos que saldrían por El Mariel; Jesús Arboleya era, en 1980, el cónsul de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, y tuvo la perspectiva de la relación bilateral y del papel de una oficina consular como esa, con características tan peculiares; además ha escrito numerosos ensayos sobre el tema de la emigración cubana; Andrés Gómez estuvo en Miami durante los días de El Mariel por lo que conoce la experiencia directamente; y Antonio Aja es un estudioso de la emigración cubana y autor de ensayos y libros sobre ella. Temas le ha dedicado dossiers enteros —en su sección «Enfoque»—, además de otros artículos, a la problemática migratoria en sus diferentes facetas, incluida la etapa más reciente. Hicimos un panel en noviembre del año pasado precisamente sobre un importante capítulo histórico de esta temática, que fue el diálogo de 1978-1979. Hoy no vamos a hablar de toda la emigración, sino de los sucesos de El Mariel, y tratar de entenderlos con la mayor profundidad posible. Es un fenómeno con características particulares, y forma parte de la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. La primera pregunta al panel es: ¿cuáles fueron las causas de El Mariel?, ¿qué lo desencadenó? * Panel de debate realizado en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC, el 29 de abril de 2010. 80 El Mariel treinta años después Para ahorrarles a los panelistas la parte informativa, quiero recordar una serie de acontecimientos que sirvieron de coyuntura, de detonador de ese proceso. El 1 de abril de 1980 alguien se apoderó de un ómnibus con pasajeros y trató de entrar violentamente en la embajada de Perú, y se produjo la muerte de un custodio. Tres días después, el 4 de abril, el gobierno cubano retiró la custodia de la embajada, puesto que el gobierno peruano se negaba a devolver a las personas que habían entrado a su sede, y esto desencadenó el ingreso masivo, en breves horas, de más de diez mil personas a esa sede. Este fue el inicio del problema. Durante un par de semanas este proceso se desarrolló con manifestaciones públicas en La Habana. La reacción de los países del Pacto Andino, de Perú, y finalmente del gobierno norteamericano, fue acoger a los que habían penetrado en esa embajada. El presidente James Carter se pronunció públicamente, y el gobierno cubano decidió abrir el puerto de El Mariel a todos aquellos que, desde los Estados Unidos, quisieran venir, con embarcaciones, a buscar a sus familiares. A partir del 21 de abril se desencadenó ese flujo migratorio, y desde de ese momento se desplegó un fenómeno extraordinariamente dramático, que atrajo la atención del mundo y mantuvo al país en tensión, sobre todo durante las primeras semanas. Aparte de estos hechos, ¿qué causas de carácter social estuvieron presentes en el desencadenamiento del proceso de El Mariel? Magali Martín Quijano: La emigración es un fenómeno social complejo, multicausal, que se explica por un conjunto de factores de tipo económico, político, familiar, jurídico, coyuntural. En dependencia de las características particulares de los sujetos y la percepción que tienen de la realidad, un factor tiene un mayor peso que otro en su decisión de salir. Esto es válido para cualquier tipo de migración, legal o ilegal. En el caso concreto de la emigración ilegal, o por vías ilegales, o de alguna manera violando las normas establecidas, el factor coyuntural tiene un peso en cuanto a la fluctuación de los flujos. Para el caso de El Mariel quiero partir de un análisis que realizamos la doctora Consuelo Martín y la que les habla, en mayo de 2003, en el que determinamos que hubo un elemento coyuntural que podía implicar alguna situación de salida masiva, a partir de que prácticamente se detuvo el otorgamiento de visas por la Sección de Intereses norteamericana en Cuba. Hicimos este análisis y detectamos que había una serie de elementos comunes en los tres episodios de salidas masivas; o sea, que cíclicamente se producen determinados picos. En el año 1965, se produjo el que dio lugar al proceso de Camarioca; la situación previa a los hechos provocó el de El Mariel en el 80; y después se dio el caso de la salida masiva en el 94. En todas encontramos ciertas regularidades: estaban presentes, por ejemplo, la desfavorable situación económica de Cuba, una disminución o el total cierre de las visas otorgadas para emigrar de forma legal, y acciones de estimulación, propaganda incitadora, actividades contrarrevolucionarias, etcétera. Estos elementos, presentes en estas tres situaciones, vamos a analizarlos en el caso de El Mariel. Los factores que mencioné al principio —económicos, psicológicos, familiares, jurídicos, políticos— tienen componentes objetivos y subjetivos. En el caso del 80, el factor económico tiene un determinado peso. Cuba es un país subdesarrollado y, por supuesto, había una implícita comparación con el desarrollo de los Estados Unidos. En1979 tuvo lugar la visita de cien mil emigrados a sus familias en la Isla —el factor familiar es también un elemento objetivo— y mostraban o exhibían una imagen de éxito. En el aspecto jurídico, casi había una eliminación del otorgamiento de visas. En el año 73 se habían suspendido las visas posteriores al Memorandum de acuerdos por los resultados de Camarioca, y nada más se estaban otorgando a las personas que demostraran que eran perseguidas, lo que nos lleva entonces a otro elemento objetivo: la presencia del factor político, que es la campaña incitadora de salidas ilegales de 81 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández penetración en embajadas, asaltos, toma de rehenes, que finalmente, como decía Rafael, dio lugar a los sucesos de la embajada de Perú. En concreto, la entrada en esa embajada fue un elemento coyuntural, como también decía él, que determinó que se creara una situación explosiva que condujo a los hechos posteriores; o sea, la coyuntura es la penetración en la embajada, la retirada de la custodia produce un efecto imán y la decisión gubernamental de permitir la salida por el puerto de El Mariel, que abre la posibilidad de que las familias vengan a buscar a las personas. Todos estos son elementos objetivos. Ahora bien, los aspectos subjetivos acompañan a estos factores que hemos estado mencionando. En el caso del factor político, que desde el punto de vista objetivo estaba en las campañas de incitación, en el subjetivo estaba en una cierta inadaptación social, rechazo al sistema político-social, y marginación de los sujetos que participaron de este fenómeno. Hay investigaciones realizadas por Consuelo Martín, a partir del año 2000, en las cuales se busca cómo las personas —las que tienen familias emigradas y las que no— se representan los hechos de El Mariel. Me voy a permitir leer brevemente algunas de las expresiones que ella recogió, como: «Eran personas rechazadas por su orientación sexual, religiosa, de ideas; por delitos; había una especie de inadaptación social, no se adaptaban al sistema, eran marginados». También había, años después, una percepción, sobre todo entre los estudiantes, de que eran gusanos, escorias, antisociales, etcétera. En cuanto al factor económico, además del efecto vitrina de la vida en los Estados Unidos, está la insatisfacción con la situación económica propia; las personas sienten que quieren algo más, aspiran a un modo de vida mejor. La familia influye en esta percepción, o sea, quieren lo que sus parientes emigrados les están mostrando y, por supuesto, surgen los motivos de reunificación familiar. Los que habían estado separados por más de veinte años se reencuentran y nace en muchos la idea de reunirse en la emigración. Hubo expresiones como: «se fueron porque los vinieron a buscar los familiares». Hay un aspecto subjetivo, desde el punto de vista coyuntural, que es el aventurerismo y el embullo, no voy a decir que en la mayoría, pero sí en determinados sujetos, tanto en la entrada a la embajada —que lo hacían en grupos, a veces sin pensarlo— o ya en El Mariel, que cuando la familia ya estaba aquí decidían aprovechar la oportunidad. Jesús Arboleya: Creo que lo más impresionante de El Mariel es que fue una gran sorpresa para todas las partes, tanto para la sociedad cubana como para la norteamericana —e incluyo al gobierno—, y también para la propia comunidad cubana en el exterior. Si vamos a los hechos, encontraremos que, en primer lugar, la emigración de El Mariel no es reflejo del deterioro de la situación económica cubana; todo lo contrario. El período de 1976 al 85 es el mejor momento de la economía de Cuba, desde cualquier indicador. Tampoco es reflejo de una tensión política extraordinaria; prácticamente no existía la contrarrevolución interna desde el año 65, y a pesar de que ya cuando ocurre El Mariel hay un deterioro de las relaciones del gobierno cubano con la administración Carter, no cabe duda de que durante su gobierno fue el mejor período de las relaciones entre los dos países. A eso se une, además, que el país alcanzó en esa etapa una influencia extraordinaria desde el punto de vista internacional. Recordemos que esta es la etapa del apoyo cubano a Angola, a Etiopía, a Nicaragua, donde ha triunfado la revolución; Cuba obtiene la presidencia del Movimiento de los No Alineados; la aspiración a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU se concreta, precisamente, en el año 80; en fin, la situación política del país —al margen de las tensiones permanentes que hemos tenido a lo largo de estos cincuenta años con los Estados Unidos, y que es por todos conocida—, no fue un período especialmente tenso en las relaciones internacionales. Por lo tanto, me inclino a pensar que el fenómeno de El Mariel estuvo incubado dentro de la propia 82 El Mariel treinta años después sociedad cubana, o sea, estamos hablando de algo endógeno que, de cierta forma, anuncia lo que serán las características de la emigración a partir de entonces. Como decía Magali, es un fenómeno multicausal, pero se puede ubicar dentro de ciertos patrones, como por ejemplo, el techo del modelo económico cubano para la satisfacción de determinadas expectativas. Algunas de estas tienen que ver con el consumo, otras con la realización personal, etc. ¿Cuál es el momento de la confrontación ideológica —inherente al socialismo—, entre una visión individualista y una colectivista para el proyecto de vida de cada cual? Estamos hablando de una contradicción que todavía está vigente, porque es lo que diferencia, desde el punto ideológico, a ambos modelos económicos. Y hablamos también de una tendencia histórica, universal: el hombre es un ser migrante desde sus orígenes, y la sociedad cubana no puede escapar de ella. Ahora bien, no cabe duda de que hay otros indicadores; por ejemplo, entre 1973 y 1980 no hay acuerdos migratorios, no hay posibilidades de emigración legal hacia los Estados Unidos; sin embargo, vamos a encontrar los indicadores más bajos de emigración ilegal en la historia cubana. La emigración por El Mariel es una explosión; nadie esperaba que se metieran diez mil personas en la embajada de Perú, que se fueran ciento veinticinco mil por barco. Todo eso puso en crisis todas las políticas, porque era un problema de compresión de la realidad cubana, no ajena a la internacional que estábamos viviendo. En efecto, el deterioro de las relaciones con los Estados Unidos incentiva esos proyectos subversivos que Magali mencionaba, entre ellos la penetración en las embajadas, toda una serie de cuestiones que provocaban tensiones en las relaciones entre ambos países. Pero quisiera limitarme, para que después el debate se encauce por ahí, dando mi apreciación de estos hechos. Creo que lo que sí es nuevo en la emigración por El Mariel es el componente clasista de los emigrados, que es por completo distinto al de antes de 1980, pero que va a ser similar al que continúa a partir de ese año. Esa singularidad la pagaron muy caro los emigrantes de El Mariel, y creo que eso explica la manera en que fueron percibidos por las sociedades cubana y norteamericana, y por la propia comunidad de inmigrantes en los Estados Unidos. Antes de terminar, quiero hablar de algo que tuvo mucha vigencia en Cuba en aquel momento, para explicar el fenómeno, y que me parece una forma bastante simplista de abordarlo, y es que la culpa la tuvo el diálogo con la emigración a partir de 1979. Creo que lo que era absolutamente anormal fueron los veinte años sin contactos. La realidad es que este era, en primer lugar, inevitable, y en segundo, los indicadores de los propios «marielitos» no apuntan a que esa haya sido la causa; 40% de los que emigraron en 1980 no tenían familiares en los Estados Unidos; lo que se rompe con El Mariel es un proceso de reunificación familiar que fue constante hasta 1973, a partir de los sectores más privilegiados de la sociedad cubana prerrevolucionaria. Yo recuerdo incluso que la política del diálogo y la de los viajes fueron de las más cuestionadas en este país, hasta el punto de que Fidel Castro tuvo que reunir a todos los cuadros revolucionarios en el teatro Karl Marx, y dijo que los enemigos de esa política eran solo los conservadores de allá y de aquí, y que —nunca se me olvidará esa frase— «la ciencia de la Revolución era convertir a los enemigos en amigos, y que esta era esa política». Andrés Gómez: Solo voy a contribuir, como una cuestión complementaria, a lo que aquí se ha expuesto. Estoy de acuerdo con Jesús en que El Mariel fue una explosión. Cuba había estado muy aislada de su población en el exterior, sobre todo en los Estados Unidos, donde radicaba casi medio millón de personas en aquel momento. El Mariel abre la posibilidad de emigrar a muchos que tenían bajo nivel educacional, que no tenían posibilidades de ser reclamados por su familia, marginados, reprimidos en aquel tiempo, que vieron esto como una oportunidad de experimentar cosas nuevas, 83 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández porque no estaban conformes con lo que vivían. Esa ha sido mi experiencia a través de treinta años bregando con esa emigración, en Miami y en Nueva York. Creo que de esos factores objetivos y subjetivos, el deseo de experimentar nuevas realidades tuvo mucho que ver con la decisión personal de salir por El Mariel. Había también la cuestión familiar, evidentemente; vinieron muchos de los Estados Unidos a recoger a familiares que estaban dispuestos a emigrar, e incluso a otros que no lo habían pensado. El aislamiento que Cuba había decidido tener, o que se le había impuesto, tuvo mucha relación con esto, así como el hecho de que el cubano, aún hoy, cuando viaja a los Estados Unidos, excepto en viajes familiares, debe hacerlo con salida definitiva, no puede hacer un viaje normal como muchos emigrados de otros países que regresan a su país cuando lo desean. Ahora se está dando un poco más, pero en aquel momento era imposible. También estaba el sector reprimido, los homosexuales y los individuos que se oponían al proceso revolucionario, que no tenían forma de salir porque no tenían familia en los Estados Unidos, y entonces pudieron hacerlo. Y aunque no fueron miles, hay que contar a las personas que fueron liberadas de las cárceles, se montaron en los barcos y se fueron. Eso existió también. Jesús Arboleya: Solo 16% de los que se fueron por El Mariel tenía antecedentes penales. No estamos hablando de que se vaciaron las cárceles cubanas. Andrés Gómez: Exacto, pero también es un factor que considerar. Y por esas situaciones, que se han explicado aquí anteriormente, la composición social de esa emigración aún la diferencia de otras. En los estudios del censo y otros análisis poblacionales que se hacen en los Estados Unidos, se ve clara su diferencia con la emigración que la antecede y con las siguientes, en términos de su formación académica, de los ingresos que perciben allá, en la actualidad, mediante su trabajo. El Mariel rompe, en Miami particularmente, con toda una concepción de los emigrados cubanos. En el año 1960 emigró casi el mismo número de personas que en el 80, pero con una composición clasista diferente por completo. Éramos alrededor de ciento treinta mil, de más o menos la misma clase social —muy diferente a la de El Mariel— que hoy todavía está en el poder en aquella comunidad. Esta serie de factores subjetivos forma un patrón de conducta que se sigue señalando como algo muy particular. Son personas que han desempeñado un papel muy importante en la lucha por establecer una relación normal entre ambos países, y una política migratoria adecuada para el pueblo cubano y para la emigración. Rafael Hernández: Andrés ha entrado ya en la segunda pregunta: ¿quiénes se fueron por el Mariel?, ¿cómo fueron representados acá y allá?, ¿cómo se puede caracterizar a esos migrantes? Antonio Aja: Son múltiples los factores que desencadenan el éxodo de El Mariel, como ocurre por lo general en movimientos migratorios. Yo no comparto la tesis de que solamente el diálogo del año 78 y la posterior visita a Cuba de una parte de esa emigración, después de casi veinte años sin ningún tipo de contacto, sean los únicos elementos que desencadenaran esa emigración masiva. Creo que eso tiene un peso, pero también hay otras condicionantes relacionadas con las redes sociales establecidas en la emigración cubana en los Estados Unidos, que se prolongaron después del año 59, pero que tenían una historia antecedente. Pienso que también se relaciona con el proyecto socialista cubano que, a finales de los años 70, había logrado un proceso de movilidad social, una nueva configuración de la estructura socio-clasista del país, provocada no solo por la Revolución, sino por la propia emigración. Eso, para mí, tiene un determinado peso en los acontecimientos 84 El Mariel treinta años después de El Mariel. Lo tiene también la historia de conflictividad desde 1959 hasta 1980 entre los Estados Unidos y Cuba, y el protagonismo que de alguna manera se les había asignado, o se autoasignaron, determinados grupos del denominado exilio, y eso tenía una representación en la Cuba de 1980, que tampoco se puede olvidar. Cada uno de estos elementos tiene un peso en el análisis de cuáles fueron los factores principales. Y esto, como es lógico, se relaciona con la definición de quiénes emigraron, porque ya para 1971 o 72, habían abandonado Cuba todos los sectores ligados directamente al anterior régimen, o los vinculados con estos, y la alta y media burguesías. Cuando se cierra el puente aéreo abierto desde el año 65 hasta principios del 71, casi se había cubierto el potencial migratorio de aquellas primera y segunda oleadas; no solo se cierra por los conflictos entre Cuba y los Estados Unidos, ni por si la Lista Maestra —que se confeccionaba entre los dos países, pero que se agregaban personas que no estaban inicialmente, y otras no se habían agregado, etc.— llevó a una conflictividad en la relación migratoria. Lo que realmente ya estaba ocurriendo en esos momentos es que el potencial migratorio inicial se había agotado, y por eso se cierra el puente aéreo. Sin embargo, un nuevo potencial comienza a crearse, que no necesariamente tiene la misma pertenencia social y clasista, ni los mismos referentes políticos de los que emigraron del 59 al 62 o del 65 al 72, y está relacionado con la nueva estructura social de Cuba. Entonces, ¿quiénes emigran por El Mariel? Según los estudios, en primer lugar, de mi colega y amigo Rafael Hernández, y de Redi Gómez —que son de los más completos que se han hecho al respecto— y después, de Félix Massud, quien también ha estado trabajando el tema en los Estados Unidos, de Lisandro Pérez, de Jesús Arboleya, realmente emigran sectores que representan la estructura social y clasista de Cuba en 1980, veinte años después del triunfo de la Revolución; es decir, emigran profesionales, obreros, campesinos, jóvenes, y también otros sectores de la sociedad cubana entendidos entonces como disfuncionales, personas que habían cometido delitos, no contra la seguridad del Estado, sino comunes; otras con problemas nerviosos, etc. Quiero resaltar que, para mí, por lo que se conoce del análisis sociológico y sociodemográfico de El Mariel, en esa emigración está representada la estructura social de Cuba en ese año. Esto se ha estado estudiando tanto por nosotros como en los Estados Unidos, y es muy interesante, porque cuando uno revisa la inserción económica y social de los cubanos emigrados, ve que hay un momento de cambio en el patrón; cuando revisamos el nivel educacional, los ingresos, la familia, las condiciones del hogar, o el tema de los delitos, resulta que los cubanos estaban en muy altos perfiles antes de El Mariel, después hay una curva hacia abajo, es menor el nivel educacional, los ingresos, hay más problemas sociales, delictivos; y a partir de los nuevos flujos migratorios, digamos en el 84, 86, 90, y en adelante, una vez más la curva va hacia arriba, disminuyen estas anomalías. O sea, que El Mariel se convierte en un elemento disfuncional en la historia de la emigración cubana desde 1959 hasta la fecha, por las condiciones que portaban estas personas. A eso hay que añadir un tema también importante: El Mariel toca a la puerta de la representación social de los cubanos que están, sobre todo, en Miami, y les recuerda que Cuba no es blanca, es mestiza y es negra. Esto es muy interesante, porque recordemos que antes había una representación, particularmente en Miami, de que Cuba era blanca. El Mariel rompe esa conceptualización que, por cierto, no se ha mantenido como tendencia. Los flujos migratorios desde Cuba hacia Estados Unidos han continuado siendo en lo fundamental de los de color de la piel blanco. Magali Martín Quijano: Quiero apuntar una cosa: es verdad que emigraron familias completas, pero también una buena cantidad de hombres solos jóvenes, lo que después va a tener un impacto en la sociedad. Y algo que no se ha mencionado, y creo que valdría la pena añadir: en esta emigración tuvieron implicación no solo elementos marginados, ni solo los que tenían las redes sociales a que se refería Aja, sino también 85 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández personas que tenían hasta entonces una actitud pública positiva o favorable hacia la Revolución, y que en un momento determinado deciden salir por El Mariel cuando vino la familia a buscarlas. Esto se vio como la materialización de una doble moral y provocó indignación. Se ha tocado el tema de representación social desde un punto de vista sociológico, pero desde lo psicológico tiene otra connotación. En Cuba, la representación social de los que se iban por El Mariel tuvo una connotación negativa, y se les llamaba «escoria»; y en Miami también la tuvo y se acuñó el término «marielito», en forma despectiva. De hecho, esta migración también tuvo un tratamiento legal diferente en los Estados Unidos, ya no eran «refugiados políticos», sino «entrantes». Jesús Arboleya: Solo voy a dar unos datos de estudios posteriores que se hicieron en los Estados Unidos. No conozco que en Cuba se hayan realizado investigaciones sobre la composición social de los que emigraron por El Mariel; ni siquiera sé si es posible hacerlas. La mayoría eran varones jóvenes, como decía Magali. 40% no tenía familia en los Estados Unidos, una cosa que transforma todo lo que había ocurrido hasta ese momento, cuando 90% de los emigrantes anteriores sí la tenía. 40% era de negros o mestizos, como decía Aja, lo cual también es una novedad para la comunidad cubana; hasta ese momento solo 2% de ellos emigraba. 16% tenía antecedentes penales, en su mayoría habían sido condenados por delitos de salida ilegal del país o comercio ilícito. 74% trabajaba antes de emigrar, y 9% era de profesionales. Ese indicador es más o menos similar al del resto de los migrantes y muestra que se trató de personas que se habían beneficiado de veinte años de educación cubana. En cuanto al aumento de la población migrante de varones, es otro elemento interesante, porque es contrario a lo que ha estado sucediendo hasta la década de los 70. Desde 1959 hasta el año 72, la proporción de mujeres migrantes fue ligeramente superior a la de los hombres. El Mariel rompe con ese patrón: se incrementa el número de hombres, en particular jóvenes, hasta treinta y cinco años. Lo que hablaba Aja de cómo las curvas de inserción de la emigración cambian a partir de El Mariel, tiene que ver con algo muy importante: desde el año 73 no existe el Programa de Refugiados Cubanos, y los inmigrantes de El Mariel son los que menos ventajas reciben del sistema norteamericano, o sea, diríamos que son inmigrantes clásicos, igual que cualquier otro que llegara a los Estados Unidos, y en condiciones incluso más frágiles desde el punto de vista legal, hasta el extremo de que una buena cantidad de ellos son criminalizados, enviados a Fort Chaffee, sin antecedentes ni mucho menos, y todavía hay gente presa por indeseable; pero además, cualquiera de esas personas que cometa un delito puede ser considerada indeseable, y a partir de ahí no puede reinsertarse en la sociedad norteamericana. Esas son las listas que todavía están pendientes de discusión entre el gobierno cubano y el norteamericano. Andrés Gómez: Desde mi punto de vista, las personas que emigran por El Mariel son los primeros, como ola migratoria, que tienen el deseo de regresar a vivir o visitar Cuba, de relacionarse con su tierra de origen como un emigrado normal. Antes, ese no era el caso de la mayoría de los que habían emigrado hasta el año 80, y lo demuestra el porcentaje de esas personas que ha visitado el país de entonces acá. El Mariel rompe con eso; los que emigran se empiezan a comportar como típicos inmigrantes, quieren relacionarse con su país de origen, tener contacto con su familia. La mayoría de los que salieron en los 60, hasta los 70, se fue con su familia, y los que se quedaron atrás, por la completa falta de comunicación que existía entre los Estados Unidos y Cuba se olvidaron, se murieron, o estaban a favor de la Revolución. No se quería saber de ellos. Mientras que a partir de El Mariel el comportamiento es completamente diferente y ha permitido que en la comunidad emigrada se puedan 86 El Mariel treinta años después desarrollar proyectos políticos a favor de una relación normal entre la emigración y el país. Eso es fundamental para entender El Mariel. Lo otro es la composición racial, que ya ha sido mencionada aquí. Nosotros éramos blanquitos, a la gente allá se le había olvidado cómo era Cuba. Bueno, la memoria es selectiva, y muchos no querían acordarse de la realidad étnica cubana. Pensaban que Cuba era blanca como ellos, porque, además, no teníamos contacto con Cuba, no veíamos películas ni documentales cubanos, nada se veía. La Cuba de muchos de los emigrados de antes del 80 dejó de existir hace muchos años; solo existe en sus mentes. Por eso se quedan absolutamente sorprendidos con los nuevos inmigrantes: «¿Y estos son cubanos?», «¿de dónde salió esta gente?». Me acuerdo que una tía mía, que es monárquica, me dijo: «Ay, Andrés, pero son tan oscuros», y le dije: «Cuba es así». Rafael Hernández: Voy decir ahora lo que pensaba el público asistente antes de inciar esta sesión, en la pequeña encuesta que le hicimos. Tanto los mayores como los menores de cuarenta pensaban que la mayor cantidad de cubanos, de entre todos los períodos que se les preguntó, se fueron por El Mariel; 11% piensa que fue durante la vigencia del acuerdo migratorio entre el 1965 y 1973, y que salieron doscientas cincuenta mil personas. Nunca ha salido tanta gente en un período determinado. Sobre cuántos se fueron por El Mariel, los menores de cuarenta, más de la tercera parte, no lo saben, pero los mayores de cuarenta tampoco; casi la cuarta parte de todos no sabe cuántos se fueron por El Mariel. La mayoría de los que eligieron una cifra dieron ciento veinticinco mil personas, que es efectivamente la cifra. En cuanto a los tres o cuatro grupos más numerosos entre los emigrados por El Mariel, la mayoría de los de más de cuarenta años piensa que fueron los jóvenes, los homosexuales, pero sobre todo personas presas o con antecedentes penales. También los mayores de cuarenta, más o menos la tercera parte, cree que los que se fueron eran opositores políticos u obreros. Los menores de cuarenta piensan, en su mayoría, que el grupo más importante era de personas presas o con antecedentes penales. Arboleya ha dado una cifra que coincide con la investigación que hice yo, 15% tenía antecedentes penales o estaban presos, y dentro de ellos, más de 50% por robo, casi nadie por hechos de sangre; incluso había gente presa por cosas que no hubieran sido delito en los Estados Unidos, como es tratar de salir ilegalmente del país o dedicarse a vender en el mercado negro, u otras cosas. También identifican como un gran grupo el de los opositores políticos, el de los obreros, el de los jóvenes. De los que trabajaban, 60% era de obreros, lo que pasa es que la mayor parte no trabajaba, o no tenía la edad laboral o formaba parte de lo que se llama población económicamente no activa: amas de casa, jubilados, estudiantes, o simplemente desocupados, esa era la mayoría de El Mariel; pero de los que trabajaban, los más, efectivamente, eran obreros, más o menos su misma proporción en la población económicamente activa cubana en el año 80, y muy inferior a la de técnicos y de profesionales, e incluso de trabajadores administrativos. Por último, ¿cuánto tiempo duró El Mariel? 65% de los menores de cuarenta y la inmensa mayoría de los mayores no saben o piensan que fueron cinco meses. En efecto, El Mariel estuvo abierto cinco meses. En cuanto a cómo El Mariel afectó las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, la pregunta coincide con la que le haremos al panel. Según los asistentes, se firmó un nuevo acuerdo migratorio, y esa fue la principal consecuencia; los mayores de cuarenta piensan que se interrumpió el diálogo con la emigración, y los menores, que se enfriaron las relaciones con ella. Veamos qué opinan los panelistas, pero antes voy a darles la palabra a quiénes quieran hacerles preguntas o comentarios. Serafín Seriosha: Algo no me quedó claro sobre las causas de El Mariel. Recuerdo que en el panel sobre del Diálogo del 78, Rafael Betancourt explicaba que cuando se 87 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández autorizó el regreso temporal de los emigrados, en el aeropuerto le quitaban las cosas que traían para su familia, porque se consideraba como un diversionismo ideológico. Pregunto si eso pudo ser una de las causas fundamentales que llevó a esa avalancha. Otra cosa: si como dice Arboleya, el problema tiene causas endógenas, ¿cómo sorprende a la dirección del país?, ¿por qué sucede esto en un período que se dice que no hay crisis económica, ha pasado un Primer Congreso en el año 75?, ¿por qué tanta diversidad de sectores de la sociedad cubana se van a la vez? Es algo asombroso que se vayan ciento veinticinco mil personas; creo que eso nunca sucedió ni antes ni después, en tan poco tiempo, ¿cuál es la causa de esta sorpresa para ambas partes? Enrique López Oliva: Tengo entendido que el aspecto religioso fue un factor que influyó en los sucesos de El Mariel. Se habla mucho del problema de los Testigos de Jehová; se dice que los recogieron cuadra por cuadra y los conminaron a irse. También se habla de la ofensiva ateísta que se produjo a partir del Primer Congreso del Partido. El Estado cubano se declaró ateo, y obviamente eso creó una situación muy complicada en un sector religioso que al principio había apoyado a la Revolución y que de pronto se vio marginado no solo del Partido, sino de otras responsabilidades; incluso algunos tuvieron dificultades para seguir desempeñándose como académicos y profesores. Precisamente en el año 80 en la Universidad de La Habana hubo una tendencia a eliminar del claustro de profesores a todos los que tuvieran creencias religiosas. Yo mismo pasé por esa experiencia, por asistir a un curso de Historia de la Iglesia en México. Me gustaría que trataran el papel de la religión en el contexto político de ese momento. José Raúl Gallego: A mí me preocupa mucho una cuestión que no se ha tocado y que los que tenemos veintitantos años no vivimos; lo que nos ha llegado ha sido puramente anecdótico. Se trata de los llamados actos de repudio. Quisiera que el panel hablara un poco de la actuación de la población, de las organizaciones sociales y políticas ante este proceder, por lo importante que puede ser para nosotros en estos momentos que estamos viviendo, para que no se repitan esas cosas. Rafael Betancourt: Quiero destacar que parte del aislamiento del que hablaba Andrés era de información, de conocimiento. Indiscutiblemente, había una percepción, también como política informativa, de que las personas que habían emigrado en los años anteriores habían fracasado, tenían poco éxito en los Estados Unidos; una historia que se desmiente con los que visitaron el país en 1979. Algunos, en efecto, no tenían riqueza ni éxito, pero venían incluso con dinero prestado, y daban otra impresión. Eso coincide con que el modelo político y económico cubano desdeñaba el consumo personal y, hasta cierto punto, la realización individual como una cosa válida. Sin embargo, había una gran cantidad de gente joven que al no encontrar una satisfacción, prefiere irse. Cuando Arboleya dice que ese es un período de más o menos auge económico hay que separar el lapso entre 1976 y 1980, y el posterior, hasta el 85. Es precisamente en el año 80 cuando el país está saliendo de una crisis económica; hasta entonces el nivel de consumo es muy bajo, y el impacto que provoca la llegada de los emigrantes con sus paquetes y sus bultos, me parece que crea, sobre todo a nivel de consumo individual, unas expectativas y una falsa esperanza. También la población empieza a sentir que le mintieron sobre la situación de los emigrados. Esa política informativa específica, de tratar de trasmitir consignas y no necesariamente un reflejo de la realidad, me parece que fue un tiro por la culata. Y otro aspecto que creo que tiene que ver, incluso en los Estados Unidos, con los que vinieron a buscar a sus familiares. A pesar de que se pensaba que se habían roto los lazos familiares, la familia perduró durante todo este período y renace en el 80, al venir a buscar a sus parientes, y tratar de proveer la reunificación. El que está aquí, de algún modo —si tiene una aspiración que no concuerda con los valores del sistema— quiere 88 El Mariel treinta años después también integrarse con su familia. Si 60% de los que se fueron no tenían familiares que vinieran a buscarlos, es porque rellenaron los barcos. Alguien venía a buscar diez y le ponían veinte que no eran suyos. Era el precio por sacar a los parientes. Eso provocó también un resquebrajamiento en los valores, y otras consecuencias. Laida Adán: Creo que los mayores hemos refrescado mucho la memoria con este panel, y nos hemos puesto a pensar, que es parte del objetivo de estos encuentros. Cuando el compañero Arboleya estaba dando las cifras, empecé a recordar algunas decisiones que se tomaron en esa época, como la Ley contra la vagancia, que creó un rechazo tan grande en la población; como un Quinquenio gris, que aunque se desarrolló en el sector artístico, tuvo su influencia, su connotación en otros sectores profesionales; es decir, una serie de decisiones que se tomaron, o que tomamos, porque los que tenemos esta edad formamos parte de todas ellas de alguna manera, pudieron también ser parte de las causas de esta explosión no pensada, no prevista, que fue El Mariel. Agradezco que se haya tocado el tema de la religión, recuerdo cuando empezamos a hacer las depuraciones en la Universidad, los muchachos que no podían seguir; todo muy triste. Interesante también lo dicho por Betancourt sobre la familia y su recuperación. Rafael Hernández: Le devuelvo la palabra al panel, para que se refieran a la última pregunta y comenten las intervenciones del público. Magali Martín Quijano: Indiscutiblemente, aquí El Mariel fue una explosión, pero allá fue un impacto grande, porque dada la rapidez y la composición, las características sociodemográficas de los que llegaron —ciento veinticinco mil personas en cinco meses—, que no eran a las que estaban acostumbrados; no todas tenían familiares. Todo eso creó tensiones desde el punto de vista logístico, desde dónde alojarlas, cómo hacer el procesamiento migratorio, hasta tratar de asimilarlas culturalmente. En particular en la esfera laboral hubo un impacto fuerte. Existen investigaciones que muestran que hubo un incremento de 7% en la fuerza laboral, y entre los cubanos fue de 20%. Eso indiscutiblemente incidió en que se elevara el índice de desempleo en el período 80-81. Otra cosa es que a pesar de que Carter había planteado: «Corazón y brazos abiertos, vengan para acá», la respuesta de la comunidad no fue del todo favorable, y en la prensa se llegó a calificar aquella inmigración como la más indeseable. Hubo mucho rechazo desde este punto. Además, estas personas no tuvieron los mismos beneficios que otros inmigrantes cubanos, como decía Arboleya. Fue un acontecimiento que conmocionó a la comunidad miamense, que no estaba preparada para tal situación. Este es un elemento importante, porque a partir de entonces la visión de la sociedad y del gobierno norteamericanos, en relación con la emigración ilegal, no va a ser la misma. De ahí los nuevos acuerdos migratorios. Sigue aceptando a los que llegan de manera ilegal, pero ya, en el año 94, por ejemplo, detienen, por primera vez, a los que intentan penetrar por esa vía; o sea, a partir de El Mariel se despertó el miedo al éxodo masivo, como le dicen ellos, y hasta incluyeron este aspecto entre los elementos de amenaza a la seguridad nacional. Jesús Arboleya: En primer lugar, quiero trasmitir lo siguiente: no voy a rehuir ninguna pregunta que me ataña, pero en realidad mi experiencia de El Mariel se produce desde los Estados Unidos; no la vivo como transcurre en Cuba, y más bien lo que recibo son sus consecuencias, o sea, la llegada allá de la gente. Desde esa perspectiva, puedo decir que, cuando yo hablaba de sorpresa, esta incluye a los propios inmigrantes. Todavía alguno no había desembarcado en Cayo Hueso y ya me estaban llamando al consulado para ver cómo regresaban. Yo estuve en la «ciudad de las carpas» varias veces, viendo a la gente que estaba ahí; aquello daba grima, el nivel de confusión, la incertidumbre. Esa gente fue hacia allá pensando que iban a encontrar algo que en realidad no hallaron en aquel momento. 89 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández Los mítines de repudio me los hicieron a mí, y también al resto de los que estábamos ahí, y no fueron solo mítines de repudio, sino atentados terroristas, incluso asesinatos. Recuerden que a Félix García lo asesinaron en el año 80; o sea, las tensiones que se están viviendo a lo largo de todo este proceso no se produjeron solo aquí, sino también allá, particularmente en el área de Miami, pero también en Nueva York, Nueva Jersey, etcétera, donde estaban las grandes concentraciones de cubanos. Ahora bien, lo que me interesaría resaltar como fenómeno —y creo que esa pudiera ser por lo menos una de las conclusiones donde creo que hay consenso entre los que hemos hablado— es que efectivamente, El Mariel pone a flote todas las contradicciones de la sociedad cubana: el problema religioso, como se dijo, el de la homofobia, entre otros. Yo recorrí no sé cuántas universidades de los Estados Unidos tratando de explicar el fenómeno de El Mariel, y mi gran conflicto era cómo explicaba el asunto de los homosexuales, cuando en realidad era una aberración, y la creencia de que a los locos se les sacaba de Mazorra, y se les montaba en los barcos. Se trató de un solo loco —yo conozco al cineasta que lo filmó—, pero esa imagen recorrió el mundo, y se generalizó la idea. Hay visiones que trascienden la realidad, pero que se convierten en realidad. Esta encuesta que acaban de hacer aquí de la visión que tiene la gente de lo que fue esa emigración es casi una realidad ya, porque a partir de ahí se genera una serie de análisis y de conclusiones que tienen que ver con este asunto. Creo que, en efecto, el problema de la familia se exacerbó, sobre todo, con el Diálogo del 79, porque era una cuestión de principios romper con la familia que emigraba. Ahí entra también otro tema que no creo que estemos en condiciones de discutir ahora: ¿cuál es el carácter de la emigración de El Mariel?, ¿es económico o político?, ¿de qué estamos hablando cuando tratamos la emigración de El Mariel y cualquier otra que vayamos a analizar? Yo creo que, sin dudas, tuvo consecuencias políticas, y las tuvo para las relaciones de Cuba con los Estados Unidos. Hay otro problema que no hemos analizado, y es ¿qué cosa eran los Estados Unidos en el año 80 y cuáles eran las contradicciones que estaban presentes? En ese año se decide en aquel país la lucha entre dos doctrinas que van a formar parte de todas las opciones de la política norteamericana en la década, la que Carter representaba, multilateralista, que implicaba la famosa Comisión Trilateral, la coalición de un bloque capitalista con las grandes potencias, la detente con la Unión Soviética y buscar un acomodo para un nuevo orden económico internacional; y una visión unilateralista que encabezaban o proyectaban los neoconservadores, que obtienen la victoria en 1980 con Ronald Reagan, y que cambia todo. Si ustedes me preguntan una consecuencia de El Mariel, yo creo que una de ellas fue debilitar la candidatura de Jimmy Carter en el 80. No creo que fuera la más importante causa de su derrota; habría que mencionar el problema iraní con la crisis de los rehenes, la invasión soviética a Afganistán, la crisis petrolera, la famosa «estaflacción», que era la recesión con inflación, una serie de fenómenos que lamentablemente no podemos abarcar aquí, pero sin dudas los sucesos de El Mariel fueron un elemento muy negativo para la campaña de Jimmy Carter en las elecciones de ese año, y no voy a decir que fue lo que determinó la derrota, pero sí representó un factor de peso en ello. Esa es la razón también por la que El Mariel se paraliza cinco meses después de abrirlo, para que no llegara a las elecciones, porque la opción que evidentemente había era la de Reagan. Esa fue, diría yo, la principal consecuencia de El Mariel en cuanto a sus impactos en la política norteamericana. Antonio Aja: Para no repetirme, coincido con Arboleya en este último análisis de las consecuencias para los Estados Unidos, en el caso de Carter. Agregaría la viabilidad —y después se ve en el 84— de firmar acuerdos migratorios, porque en 1965 lo que se firmó fue un Acta de Intención. Para Cuba, creo que tensó, por una parte, la 90 El Mariel treinta años después relación con los Estados Unidos y, momentáneamente, con la emigración cubana; pero abrió un camino, porque a estos migrantes, como ya se ha dicho acá, les interesaba, de alguna manera, una relación diferente con la familia que habían dejado aquí, a diferencia de las primeras oleadas de la emigración cubana; y ese camino después se fue retomando hasta lo que sucede hoy. No perdamos de vista que cuando revisamos quiénes han visitado Cuba en los últimos diez años están los de El Mariel, y los que han salido después. Creo que eso no lo podemos perder de vista. Sobre la pregunta que hacía alguien del público, quiero retomar lo que dije al principio: traté de significar que para mí son múltiples las causas, como en la mayoría de los movimientos migratorios en la historia de la humanidad. Soy contrario a decir que la causa es económica o es política. Pienso que la mayoría de los flujos migratorios, en el caso cubano, son políticos, económicos, y tienden a la reunificación familiar, sobre todo a partir de la década de los 60. En particular, no se puede explicar única y exclusivamente como causas fundamentales de El Mariel, el diálogo del 78-79 y la visita de la comunidad. Eso fue solo el detonador de algo que ya existía, por eso hablaba de potencial migratorio; si no hubiera existido en Cuba, en 1980, un potencial migratorio, que no se había manifestado, podía venir cualquier cantidad de cubanos de la comunidad emigrada que sencillamente no se iba a producir El Mariel u otro hecho migratorio. Lo que sucedía era que había disfuncionalidades en la sociedad cubana —no me voy a referir a ellas porque muchas las han dicho ya— que provocaban que algunos sectores tuvieran como alternativa emigrar en algún momento. A eso le añadimos que las redes familiares rotas o interrumpidas se reestructuran con las visitas, y además existía la expectativa de que había una comunidad de cubanos en los Estados Unidos como un potencial soporte, se relacionara o no con los de la Isla. Entonces, los factores disfuncionales de la sociedad cubana para los años 80, que tienen que ver con la política de la exigencia, el problema religioso, la ley del trabajo, y con otras tantas que los más viejos recordamos a la perfección y los jóvenes deberían estudiar, explican en gran medida por qué se produce El Mariel. No porque venga un grupo de cubanos que supuestamente viven mejor, y traen algunas cosas, doscientos cincuenta mil personas se van. Si no existen condicionantes en los individuos para que tomen la decisión de emigrar, eso no explota. Andrés Gómez: Yo dije que aquellas personas que habían salido antes de El Mariel habían perdido todo el contacto con Cuba y no querían relacionarse con sus familiares. Debo aclarar esto y me critico por haber simplificado el asunto. En realidad, la emigración previa a El Mariel se puede clasificar en dos grupos, en dos períodos, en dos composiciones diferentes: los que salimos en los años 60, sobre todo antes de 1965, y los que lo hicieron en los 70. Por ejemplo, la inmensa mayoría de los cien mil que vinieron a Cuba en el 79 y el 80, eran personas que habían salido en los 70, no en los 60. Existía una diferencia muy marcada entre nosotros en aquella época, pero El Mariel como que la borra. Quiero referirme al impacto que tuvo la emigración de El Mariel en Miami. De acuerdo con el censo de 1980, que cierra en abril —todos los censos norteamericanos terminan en abril de los años cero— la población de ascendencia cubana era de cuatrocientas mil personas, y alrededor de doscientos setenta mil nacidos en Cuba estaban en Miami en aquel momento; y de pronto llegaron cien mil. Sabemos que entraron ciento veinticinco mil a los Estados Unidos, pero no todos se asentaron en Miami. De todos modos, cien mil personas era un alud; para nosotros fue un alud, para los norteamericanos fue un desastre. Así que empacaron y se mudaron. En aquel entonces, los norteamericanos en el área metropolitana, representaban 48% de blancos y 17% de negros. Ahora queda un 24%. Para ellos la llegada masiva de cubanos fue un impacto terrible, pero fue peor para los que llegaron por El Mariel, porque también eran rechazados por la inmensa mayoría de la comunidad cubana emigrada, por los 91 A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández prejuicios tanto raciales como clasistas. Aquello fue brutal; eran indeseables aquí y allá. Salvo excepciones, tenían una imagen de sí mismos muy negativa, por lo que tuvimos que combatir eso entre ellos mismos. Los más politizados fueron invitados participar en todas estas cuestiones, porque, en verdad, se marginaban, se autollamaban «marielitos», que era un término despectivo. Fue terrible la situación que afrontaron, porque además, llegan en un período de contracción económica, sobre todo para el sur de la Florida, a un mercado de trabajo abarrotado, y la mayoría no habla inglés. Entonces quedan marginados; ya no existían las ayudas que había antes. Fue muy duro para ellos y fue muy impactante para los de la primera emigración, que controlaban social, política y económicamente a la comunidad cubana en Miami. La imagen que ellos habían tratado de construir sobre la realidad de la Isla, de pronto llegan estos bereberes y se la destruyen. Aquello no tenía nada que ver con lo que ellos habían dicho sobre la identidad cubana, ni con quiénes son los que emigran de Cuba. No ha habido otro momento así, ni en el 94, porque la oleada fue menor y más controlada. Eran cerca de treinta mil, y no llegaron a Miami. Otro señalamiento, para que se entienda lo que era Miami en aquel entonces, y lo que es hoy: de acuerdo con el censo del año 2000, hace ya diez años, solo tres de cada diez de personas nacidas en Cuba y que vivían en el área metropolitana de Miami, habían salido de la Isla en 1980. Ahora la proporción debe ser menor. Rafael Hernández: Quiero hacer algunos comentarios finales, solo con el fin de dejar algunas cosas puestas, no para responder. Uno: en 1980 hacía siete años que no había acuerdo migratorio alguno entre Cuba y los Estados Unidos; eso ha quedado establecido en el panel y quiero subrayarlo. Dos: siempre suponemos que el consumismo es algo que viene de afuera, que llega como una influencia externa. Yo pregunto, ¿el socialismo de los años 70 no creó patrones de consumo propios, en comparación con los 60? Los que recuerdan esas décadas vividas en este país pudieran meditar sobre qué sucedió con el patrón cultural «consumir». De ser un rasgo no muy correcto pasó a ser incorporado estructuralmente al mercado; había un consumo y un consumismo desarrollado dentro de Cuba la víspera de El Mariel y de que empezaran las visitas de la comunidad. Ya existía una actitud diferente frente al consumo. No hay que olvidar que esta sociedad tiene una sustantividad propia, y no es simplemente la imagen de algo que nos llega de afuera. Tres: ¿estábamos en el medio de una situación de crisis ideológica en 1980? ¿El Mariel refleja una crisis ideológica? Hay una serie de aspectos en los que no hemos profundizado; por ejemplo, lo que significó El Mariel para la generación que tenía quince, dieciséis, diecisiete años, que no le había tocado ningún tipo de enfrentamiento anterior. Con el término «enfrentamiento» no me refiero a los actos de repudio, sino a movilizaciones que entonces, en 1980, tenían un componente real, efectivo, y que para la generación que tenía esa edad constituyeron una experiencia política nueva, diferente. Eso tampoco estaba presente antes, ni fue el resultado de una llegada de afuera. ¿Eso que hemos descrito aquí como reencuentro familiar, fue siempre fácil y armonioso?, ¿no ocasionó ningún conflicto de conciencia para las personas que volvían a encontrarse?, ¿no representó una ruptura con cosas que ya se habían establecido? No es el encuentro de ahora, posterior a los años 90 y a la crisis; es el primer encuentro con los familiares que llegaban. ¿Venían en una actitud triunfante?, ¿haciendo alarde de lo que tenían y mostrándoles a los que se habían quedado lo mucho que habían ganado y lo mal que habían hecho los que permanecieron en el país?, ¿es así exactamente, o venían con una actitud típica del indiano, que regresa a su país de origen cargado de más riquezas de las que tiene, como decía Rafael Betancourt, y mostrando más de lo que tiene, pero no necesariamente desafiando al que se quedó? Ese es un problema que les quiero dejar. 92 El Mariel treinta años después El Mariel ocurrió después de las visitas de la comunidad. Los visitantes, además de las maletas, mostraron que era posible irse y volver; que la ida, aun cuando había que seguir saliendo de modo definitivo, como decía hace un momento Andrés, no era absoluta. La idea de que la emigración no tenía ningún tipo de regreso quedó atrás. Es un dato que quiero colocar. De los que se fueron por El Mariel, 60% no trabajaba, en su mayoría eran personas dependientes: estudiantes, jubilados, amas de casa. Estas últimas representaban el 16%. ¿Estas personas tomaron la iniciativa de irse, o por decisión de otra? Por otra parte, 23% de todos los que se marcharon tenía edad laboral y estaba desocupado. La inmensa mayoría de ellos tenía antecedentes penales; 40% por robo, hurto, delitos contra la propiedad; 10% por violar el normal desarrollo de las relaciones sexuales (así aparece en las planillas); y solo 5% por delitos contra la seguridad del Estado. Por El Mariel se fue 0,03% de los profesionales y técnicos de Cuba. El impacto económico, tanto de los obreros como de los profesionales y técnicos en aquel momento fue prácticamente insignificante en términos reales de fuerza de trabajo. Mirar hacia atrás este evento nos permite entender mejor el proceso migratorio, y cómo y por qué ocurrió la migración de los balseros en 1994. Cuatro años después de El Mariel se firmó un nuevo acuerdo, pero funcionó con muchas dificultades, y en 1994 hubo una nueva crisis migratoria. Eso forma parte también de la posteridad de El Mariel. Quiero agradecerles a todos los asistentes por haber estado aquí, y haber hecho preguntas y comentarios, y en especial a los panelistas por darnos esta visión multifacética de un fenómeno tan complejo, que sigue siendo algo sobre lo cual deberíamos volver de una manera ecuánime y analítica, no necesariamente emocional, puesto que aquellos hechos todavía están en la memoria, y esta casi siempre los construye, los reconstruye, los representa de forma directa o indirecta —incluso para los que los vivimos entonces— distante de cómo fueron las cosas exactamente. Haberlas podido recordar en esta sesión ha sido una experiencia muy rica y de conocimiento, de reflexión, de puntos de vista diferentes, de debate, de visiones y tesis diferentes sobre causas y consecuencias, y creo que esta ha sido, desde ese punto de vista, una sesión ejemplar de Último Jueves. Participantes: Antonio Aja. Director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana. Jesús Arboleya. Historiador y profesor adjunto de la Universidad de La Habana Andrés Gómez. Coordinador nacional de la Brigada Antonio Maceo y director de la revista Areíto. Magali Martín Quijano. Psicóloga e investigadora social. Rafael Hernández. Politólogo. Director de la revista Temas. © 93 , 2011 no. género 68: 95-103, octubre-diciembre 2011. Desigualdades de en la ciencia minera de cubana Desigualdades de género en la ciencia minera cubana Yuliuva Hernández García Profesora. Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, Holguín. E Ciencia, género y mujeres l estudio de las desigualdades de género continúa siendo un tema central de la reflexión intelectual y de prácticas políticas en varios países del mundo, unos con mayores resultados que otros en función de sus conveniencias específicas, de las resistencias al cambio y del mantenimiento del orden genérico existente. Por su parte, su estudio en la ciencia, aunque avanza, no muestra un impacto tan visible como otros, a pesar de los esfuerzos de un gran conjunto de personas —sobre todo mujeres de Iberoamérica—, por crear un campo de trabajo permanente en torno al tema, y de cambios concretos en las diversas situaciones de nuestros países en este sentido. Este trabajo intenta visibilizar la ciencia como un ámbito profundamente patriarcal. Para ello se parte del análisis de mecanismos generadores de desigualdades en el desarrollo científico de las mujeres hasta llegar a la situación actual de Cuba, a partir de la investigación del ámbito de la ciencia minera, un espacio muy masculinizado, pero en el cual estas han incursionado. En sus desarrollos teóricos, el campo de estudios Ciencia, Tecnología y Sociedad, no había incorporado la problemática de la participación femenina en la ciencia, hasta las últimas décadas, cuando ha sido penetrado por el impacto del feminismo y los estudios de género. La discusión feminista sobre la ciencia y la tecnología comienza con el reconocimiento de la escasez de mujeres en ellas y asciende hasta cuestiones de trascendencia epistemológica, sobre la posibilidad y justificación del conocimiento y el papel del sujeto cognoscente.1 Desde el análisis que ha levantado la categoría género se han explicado las diferentes maneras en que las mujeres quedaron excluidas de las diversas formas de la cultura. La llamada empresa científico-tecnológica occidental ha sido valorada como profundamente sexista al estar construida sobre los valores de dominación y control típicamente masculinos. De ahí que varias ciencias hayan manifestado importantes sesgos de género y contribuido a dotar de «cientificidad» teorías 95 Yuliuva Hernández García sobre la inferioridad intelectual de la mujer o sus roles sociales subordinados, los cuales redundaron en la exclusión de las mujeres del ámbito científico;2 más aún, en aquellas ramas doblemente masculinizadas como las ciencias técnicas. En la actualidad, los datos de los estudios que se realizan en el campo de ciencia y género siguen mostrando que el panorama de discriminación con las mujeres, para su participación en la ciencia, se mantiene a pesar de algunos cambios ostensibles, visión que comparto ante los resultados de mis propias investigaciones y el conocimiento de múltiples trabajos de este corte realizados en Cuba y otros países. La pregunta básica continúa siendo por qué siguen tan sub-representadas las mujeres cuando ya no existen las barreras oficialmente declaradas en los inicios. De los estudios en Ciencia, Tecnología y Género (CTG) se han extraído conclusiones que apuntan a revisar no tanto las cifras estadísticas de representación y presencia femenina —aunque siguen siendo fundamentales para la identificación de los problemas—, sino los mecanismos de exclusión, tanto explícitos como implícitos, que permanecen inamovibles en todos los sistemas socioeconómicos, con mayor o menor grado de variabilidad. Con poca presencia aún, se aboga por la realización de estudios que exploren la construcción subjetiva de los científicos para comprender cuánto y cómo nos hemos movido en tanto sujetos de género en nuestras culturas. En las organizaciones científicas se identifican barreras socio-institucionales, dentro de las cuales el llamado «techo de cristal»3 continúa manteniendo a las mujeres alejadas de los puestos de mayor poder, prestigio y responsabilidad.4 En ellas se reconocen distintos tipos de mecanismos de exclusión: explícitos o formales, institucionales, ideológicos o pseudocientíficos, e implícitos o informales. Los primeros se refieren a que la escasa presencia de mujeres en la ciencia no se debe a su falta de interés en ella o a su bajo nivel de calidad, sino al proceso de institucionalización, en función del cual las normas institucionales no deben entrar en contradicción con los valores sociales —política e ideológicamente masculinos— arrastrados desde los siglos xvi a xviii. Con el nacimiento de la ciencia moderna se produjo —y se repite hasta hoy— una norma doble: la mujer es admitida en la actividad científica casi como igual hasta que esta se institucionaliza y profesionaliza; y el papel de una mujer en ella es inversamente proporcional al prestigio de dicha actividad.5 La exclusión femenina de la ciencia no emerge en el vacío, sino en el contexto de argumentaciones ideológicas y pseudocientíficas. Lo anterior sienta sus bases en las ya conocidas teorías sobre la inferioridad intelectual de las mujeres, que se remontan hasta la antigüedad griega. Eulalia Pérez Sedeño explica que hacia el siglo xvi se generalizó el debate acerca de la educación de la mujer, sustentado en la idea de que esta es por naturaleza malvada, superficial, tonta y estúpida, lujuriosa e inconstante, y consecuentemente poco apta para el estudio. Aún hoy, diversas disciplinas científicas continúan la tarea de identificar diferencias sexuales en habilidades cognitivas para, de algún modo, justificar el orden social existente. De los mecanismos de exclusión mencionados, probablemente los de mayor complejidad sean los implícitos o informales, por su carácter sutil y de aparente inexistencia. Algunas autoras los denominan «microdesigualdades»; o sea, comportamientos de exclusión tan insignificantes que pasan inadvertidos, pero que al acumularse crean un clima hostil que disuade a las mujeres de ingresar o permanecer en las carreras científicas o tecnológicas. Las microdesigualdades se definen como «el conjunto de comportamientos que tienen por efecto singularizar, apartar, ignorar o descalificar de cualquier modo a un individuo en función de características inmutables y que no dependen de su voluntad, esfuerzo o mérito, como el sexo, la raza o la edad».6 En este contexto, diversas autoras, al analizar la estructura de la comunidad científica y el papel y dificultades de las mujeres en ella, identificaron dos formas básicas de discriminación: la territorial y la jerárquica.7 La territorial se hace visible en tanto que en la estructura de la comunidad científica a las mujeres se las desplaza a las áreas marcadas por el «sexo»: algunas carreras y profesiones se conciben como más «femeninas» que otras, y determinados trabajos «feminizados» adquieren menor valor desde su representación social, e incluso se clasifican como «rutinarios» o «poco teóricos». La jerárquica refiere el fenómeno de que mujeres muy preparadas sean mantenidas en los niveles inferiores de la escala de la comunidad científica o se encuentren con el «techo de cristal» que les impide avanzar en su profesión. En este contexto se ha reconocido que muchas mujeres están excluidas de las redes informales de comunicación que revisten gran importancia para el desarrollo de las ideas.8 Lo anterior resulta muy gráfico, sobre todo, en carreras de ingenierías, dentro de las comunidades científicas masculinizadas. Este fenómeno se observa en todo tipo de sistema socioeconómico, y es más agudo cuanto más desarrollado científica y tecnológicamente sea el país en cuestión y más prestigio tenga el área de conocimiento. Ambos tipos de discriminaciones se hallan mediadas por factores tanto objetivos como subjetivos. 96 Desigualdades de género en la ciencia minera cubana Poder, ciencia y género masculinizadas, se levantan sobre el mantenimiento, en la comunidad científica, de las seculares expectativas sobre las mujeres, que si bien no las excluyen, apenas las valoran fuera de los ámbitos tradicionales, lo que limita su desarrollo profesional. No obstante estas coaliciones, las iniciativas de las propias mujeres, con la finalidad de desarrollar sus potencialidades, han hecho que se comience a hablar de fisuras en los «techos de cristal». La ciencia, en tanto institución, está moldeada por las condiciones económicas, sociales y culturales de la sociedad donde se desarrolle. En su comprensión, antes no se consideraba que «genera poder y está sujeta y es generada por el poder; que sus productos transforman a la sociedad».9 Al estar inscrita dentro de un entramado cultural e histórico concreto, «la ciencia constituye un cuerpo de conocimientos que se gesta y cambia continuamente en la interrelación de sus aspectos sociales, políticos», entre otros, que determinarán a su vez la estructura, fines, conceptos generales, valores, ideales y prácticas de la ciencia.10 La ideología que ha impregnado a la ciencia incluye su masculinización. La perspectiva de género en ella plantea críticas metodológicas e ideológicas que fundamentan que la sola elección de los métodos de análisis y las cuestiones que vale la pena investigar (y las que se desdeñan) están impregnadas de ideología masculina,11 como reflejo de la de un grupo dominante, que el análisis feminista identifica con el modelo del varón occidental, blanco, de clase media o alta, en las sociedades capitalistas avanzadas. Como la entrada al ámbito de la ciencia supone la ostentación de un poder, en tanto conocimiento, Amelia Valcárcel expone que toda institución organiza su poder en dos subsistemas: la libre competencia, donde una mujer compite con sus méritos y experiencia, y la cooptación, en la que se juzga no solo la habilidad, sino la adecuación, y en la que solo quienes poseen el poder la pueden distinguir en el candidato o candidata. A esto se le suele denominar «perfil». Según esta autora, en el primer subsistema las mujeres tendrían mayores posibilidades de acceso a determinados espacios, ya que sus resultados y méritos son mejores en sistema educacional. Las barreras surgen en la cooptación, donde son otros (fundamentalmente hombres) quienes juzgan los perfiles de los candidatos. Al respecto de lo que se produce en este contexto, Ursula Müller, tras muchos estudios semejantes, se refiere a una «manera homosocial de cooptación» en las universidades alemanas, una «red de viejos amigos»,12 que otros autores como Ana Guil, de la Universidad de Sevilla, denomina «coaliciones de poder»,13 una de las tácticas más utilizadas para conseguir y aumentar el poder en una institución. El problema de su estudio surge cuando estas adquieren un carácter implícito —que es la mayoría de las veces— porque difícilmente se puede luchar contra ellas. En esas coaliciones, el dominio y circulación de la información tiene un papel básico como fuente de poder, que en especial se pone de manifiesto en situaciones de ambigüedad. En tanto masculinas en esencia, y en universidades históricamente Estudios sobre género y ciencia en Cuba. Arrastres patriarcales Los estudios de género en Cuba presentan cierto rezago —traducido en tiempo y número— en relación con las investigaciones sobre el tema en otros países, promovidas por los movimientos feministas. Uno de los ámbitos que mejor ilustra lo anterior es el de las ciencias, no obstante los logros en la promoción objetiva de la equidad de género como social, en un proceso ininterrumpido, que comenzó con el triunfo de la Revolución en 1959 y la dedicación constante de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), con sus políticas de trabajo para el desarrollo femenino. En la década de los 80 del siglo xx14 es cuando se inicia un replanteamiento, ya desde la academia, de la situación de las mujeres y los hombres inmersos en un contexto socio-histórico difícil, que ha supuesto costos multiplicados para ellas. Las investigaciones sobre mujeres, discriminación territorial y jerárquica, desde los análisis en ciencia y empleo, han sido de las primeras en comenzar a realizarse y responden a la necesidad de estudiar la brecha contradictoria entre los datos cuantitativos en empleo, ciencia y tecnología, y la presencia real de las mujeres como participantes. En Cuba, como en muchos otros países, se habla de una feminización de la educación superior y de la fuerza técnica y profesional, que contrasta con la no presencia, en paridad, de las mujeres en la dirección y el desarrollo científico más cabal. Una visión epidérmica y rápida deja apreciar que, hasta 2007, de un total de 263 721 docentes por tipo de educación, las mujeres constituían 168 531 (63,5%). En las universidades cubanas, en el período de 2002 hasta 2007, la matrícula femenina se comportó de forma ascendente en cada curso escolar, y llegó a 468 458 (62,9%), de un total de 743 979 estudiantes. De igual forma, en ese último año, de 44 738 graduados de nivel superior, 29 061 (64,9%) eran mujeres, y de 52 235 docentes, 29 823 (57,0%) son mujeres.15 No obstante las estadísticas, otra mirada profunda e interrogadora descubriría sesgos con contenido de género, que las cifras no muestran, en relación con la participación de las mujeres en las ciencias cubanas, y de forma especial en aquellas que por la histórica división 97 Yuliuva Hernández García En Cuba no hay tradición de mujeres mineras, hecho determinado por la histórica división sexual del trabajo, y sostenido en presupuestos tales como el entorno geográfico hostil de las minas, temperaturas extremas, y la necesaria fuerza física para esta dura labor. Esta actividad la han hecho siempre los hombres, encargados del sostén económico de las familias y sobre la base del estereotipo de ser poseedores de las aptitudes idóneas para ello. sexual del trabajo —de la que la sociedad cubana aún no se desprende— corresponden al área de desempeño de los hombres. En general, las mujeres analizadas en estos campos han atravesado conflictos en la conciliación de las demandas familiares tradicionales y un desempeño profesional exitoso, una de cuyas resultantes es la postergación de la maternidad, mientras los hombres no los han vivenciado porque no se hallan identificados con dichas demandas. Así se demuestra que, a nivel institucional, aunque no de manera formal, existen barreras socioculturales y subjetivas que limitan el crecimiento profesional de las mujeres: cultura organizacional y estilos de dirección masculinos, entre otras. La ciencia, en general, se halla sesgada por el prejuicio androcéntrico de la división sexual del trabajo y las mujeres en ella atraviesan por procesos similares en su recorrido hasta llegar a la obtención de las categorías científicas más altas, entre las que se encuentra el Doctorado; ello sin tener en cuenta los títulos de Académicos concedidos por la Academia de Ciencias, con escasa presencia femenina. Los datos ofrecidos por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente en 2007 parecen alentadores desde una mirada «numérica»: de un total de 71 699 trabajadores en la actividad de ciencia y tecnología, 37 688 son mujeres (52,5%).16 Sin embargo, estos datos, al no estar desagregados según las categorías ocupacionales de esta actividad, esconden los sesgos de género relativos a la participación real de las mujeres en la investigación científica, y en qué áreas específicas de esta se desempeñan. Por lo tanto, el dato numérico no da cuenta de la realidad en este sector; resulta meramente descriptivo de una equidad de género solo aparente. Lo que sucede en la práctica es la reproducción de la discriminación territorial y de la jerárquica, en la medida en que el dato de «mujeres en ciencia y tecnología» es solo una cifra global que, estadísticamente, parece contundente para la mirada internacional respecto al cumplimiento de Cuba del objetivo número tres de las Metas de desarrollo del milenio, (un poco más de la mitad de las personas en esta área son mujeres); pero en realidad homogeneíza un todo con muchas partes internas desiguales sin especificar a qué se dedican esas mujeres, ni a cuáles niveles de desarrollo científico han llegado. Acerca del tema de la equidad de género en la ciencia en Cuba, pueden mencionarse algunas investigaciones que descubren (visibilizan) lo anterior. Así, por ejemplo, se destacan estudios en el sector de las Ciencias Médicas, donde se concluye que en la medicina cubana existe una discriminación jerárquica marcada, en tanto las mujeres continúan en la base de las escalas de ascenso a cargos de dirección, así como una discriminación territorial con una feminización de ciertas especialidades médicas cercanas al nivel primario de atención en salud.17 También un estudio realizado en la Universidad Central de Las Villas analiza la escasa presencia de mujeres en la carrera de Ingeniería Agrónoma, como matriculadas y como graduadas, pues en cuanto al desarrollo científico es casi impensable.18 De la investigación se concluyó que existen factores de tipo subjetivo y otros institucionales que mediatizan la matrícula, la permanencia y la ubicación laboral de las mujeres en esta rama. Los primeros se encuentran relacionados con la reproducción de estereotipos asociados a la maternidad como función natural femenina, a la representación de la especialidad como típicamente masculina y difícil para mujeres, y al matrimonio en el curso de la carrera que, en muchos casos, implica abandonarla; y otros aspectos como la motivación inadecuada hacia la profesión y las expectativas respecto al futuro profesional. Entre los segundos están aquellos relacionados con las políticas de captación de graduadas y graduados por las empresas, y el sexismo en las organizaciones, que llevan a las mujeres a la interrupción del ejercicio de la profesión. No es indemostrable la existencia de organizaciones laborales cubanas que impiden el acceso de ellas a determinadas empresas, por su condición de género; se evidencian claros sistemas de cooptación que determinan quién entra, y quién no, a espacios laborales específicos.19 98 Desigualdades de género en la ciencia minera cubana En otro sentido, se reconocen investigaciones muy importantes, como las de Lourdes Fernández Riuz20 en la Universidad de La Habana, cuyos resultados acerca de la presencia de mujeres en la ciencia, desde las universidades, han sido contrastados con países latinoamericanos, como México, y han mostrado mejores panoramas en los de esta universidad cubana. Sin embargo, este es un fenómeno básicamente de esa institución; la realidad en otras del país es diferente. En las pedagógicas, la perspectiva se muestra algo alentadora en la medida en que la presencia real de mujeres como profesoras y científicas es muy significativa; sin embargo, teniendo en cuenta el tipo de especialidad que en ellas se desarrolla (la que se reconoce desde los estudios de género como «tradicionalmente adjudicadas a lo femenino»), ello no hace más que reproducir, en grado superlativo, la lógica de la patriarcal división sexual del trabajo. Aunque muchas de estas investigaciones tienen un carácter descriptivo, a partir de la exposición de datos estadísticos de la diferenciación mujeres/hombres, son portadoras de un gran valor para aquellos estudios que pretenden analizar cómo ocurre este proceso desde la perspectiva de una subjetividad de género de los propios sujetos, que los posiciona, en el ámbito de la ciencia, en tendencias tradicionales, intermedias o de rupturas con los modelos socioculturales. la fuerza física y el valor, naturalizados en el imaginario colectivo como exclusivos de los hombres, constituyen construcciones culturales de las cuales se excluye a las mujeres en sus procesos de socialización. En las minas de cromo (Moa) nunca entró una mujer al laboreo, según lo cuenta la tradición oral de los mineros viejos que quedan y confirman las actas de los trabajadores que la fundaron. Las primeras estudiantes de Ingeniería de Minas entraron a las minas subterráneas cubanas en Matahambre, El Cobre, El Cristo y Ponupo, en la década de los 80 del siglo xx, aunque ese tipo de extracción en el país data de mucho antes, por ejemplo, en Matahambre se inició entre 1914 y 1920. En las labores a cielo abierto han participado más, pero tampoco es ostensible y, por lo general, no como mineras. Es por todo ello que la ciencia minera cubana ha devenido un caso interesante para el estudio de estos procesos. En investigación realizada durante el período 2006-2007 en el Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa (ISMMM), ha sido posible reconocer la presencia de estructuras masculinas de poder, implícitas en la organización de los planes de desarrollo científico, que han funcionado apartando a las profesoras de Ingeniería de Minas de diversas maneras: estereotipos que posicionan, y mecanismos explícitos, implícitos e ideológicos/pseudocientíficos de exclusión, que se han convertido en verdaderos «techos de cristal» para estas. Las primeras profesoras de Ingeniería de Minas fueron extranjeras (apenas dos) cuando se abrió la Escuela de Minas en la Universidad de Oriente, en 1955. No fue hasta 1976, cuando se crea el ISMMM, que se incorpora otra mujer (cubana) a la docencia en esta especialidad. Las extranjeras se habían marchado y en los principios de la década de los 90 esta carrera tuvo su primera Doctora, en la persona de una profesora cubana. Hasta 2010, de cuatro mujeres más en la ciencia de la minería, solo otra ha logrado su Doctorado en Ciencias. En el claustro estudiado fue posible apreciar el fenómeno de la discriminación jerárquica, en el que las categorías docentes de mayor altura (Consultante, Titular y Auxiliar) estaban desiertas de mujeres, y su presencia mayor se ubicaba en la categoría de menor nivel en la escala —Instructor—, con 26,6%, la cifra más alta de todas. El problema resulta más visible aún, en tanto que en ese profesorado existen mujeres que poseen suficiente experiencia de trabajo como para haber recorrido todas las categorías docentes y ubicarse en las más altas. Esto se extiende hasta los grados científicos, que solo cuentan con dos Doctoras en la especialidad. Si este dato se contrasta con la cifra de 60%, aproximadamente, de Doctoras en el país, en diversas áreas del conocimiento y sobre todo en las La minería cubana como ciencia, las mujeres y su «techo de cristal» Según el análisis de especialistas en la minería de nuestro país, en Cuba no hay tradición de mujeres mineras propiamente (a cielo abierto o en subterráneo), hecho determinado por la histórica división sexual del trabajo, y sostenido en presupuestos tales como el entorno geográfico hostil de las minas, temperaturas extremas, y la necesaria fuerza física para esta dura labor. Como resultado del orden de género de nuestra sociedad, esta actividad la han hecho siempre los hombres, encargados del sostén económico de las familias y sobre la base del estereotipo de ser poseedores de las aptitudes idóneas para ello. En la actualidad, esta situación ha cambiado de alguna manera, sobre todo en lo relativo al acceso de las mujeres a las minas, y de sus posibilidades educativas, gracias al triunfo de la Revolución. No obstante, en general, siguen sin entrar a las minas subterráneas, por la naturalización de muy sexistas estereotipos de género; así como de presupuestos pseudocientíficos que manifiestan una «intención de protegerles su salud como responsables fundamentales de la reproducción de la especie humana». Sin embargo, se ha demostrado que 99 Yuliuva Hernández García universidades, el problema adquiere una connotación mucho más compleja. Tomando como referentes los análisis de Amelia Valcárcel, en su propuesta teórica acerca de la organización del poder en las instituciones, se ha identificado en el ISMMM, a partir de los datos anteriores, un conjunto de prácticas y maniobras que da como resultado que las mujeres sean desestimadas por los sistemas de cooptación vigentes. Las ingenieras de minas no pueden seguir avanzando en las escalas jerárquicas de la ciencia, más allá de cierto nivel, por la existencia del mencionado «techo de cristal», que supone evidente y natural que el estancamiento de las mujeres se debe a causas de «incapacidad personal y autolimitaciones». La investigación permitió identificar que en el tema del desarrollo científico de estas mujeres, confluyen varios elementos en cuanto a la manera en que se ha construido su techo de cristal. Por una parte, aparece un mecanismo explícito: la solicitud de la variable «sexo» en los formularios de postulantes a diferentes actividades y espacios de la ciencia minera. Tras la aparente inofensiva solicitud de identificación del sexo, se esconde un mecanismo que puede impedir la inserción de las mujeres en determinadas actividades y espacios, porque son otros —hombres casi siempre— quienes «eligen» según el «perfil», a candidatos a becas doctorales, misiones de colaboración extranjera, eventos, redes internacionales, etcétera. Realmente, la solicitud de identificación del sexo en este tipo de formularios es importante desde un punto de vista estadístico, pues permite hacer visible cuántas mujeres están inmersas en actividades científicas y se hallan optando por posibilidades de desarrollo científico de formas alternativas, sobre todo en el marco de una constante indagación sobre el cumplimiento en el país de los Objetivos del Milenio y la situación de las mujeres. Sin embargo, soy del criterio de que en una actividad tan masculinizada históricamente y discriminadora por cuestiones de género como esta, favorece los mecanismos de cooptación implementados por quienes están encargados de elegir entre todos los que se postulan, y limita por tanto las oportunidades de las mujeres de acceder a la ciencia. En el ámbito estudiado, su consecuencia última lo constituye un claustro con mujeres que desisten de sus luchas por el efecto del techo de cristal; que autolimitan sus potencialidades de desarrollo científico a nivel grupal e institucional, por sus propias prácticas discriminatorias a través de coaliciones masculinas de poder. El reto seguirá siendo hacer visibles esas prácticas discriminatorias hacia las mujeres científicas en la Ingeniería de Minas, y la desarticulación de las coaliciones masculinas de poder. Es difícil, pero no imposible. Un segundo mecanismo de exclusión descubierto es la existencia de redes masculinas informales de dominio de la información científica, las que también devienen coaliciones de poder implícitas, en tanto se cohesionan de forma tal que impiden la entrada de ciertas personas, entre ellas a hombres «no empoderados»; pero la mayor exclusión la sufren las mujeres. De la investigación también emergieron otros mecanismos de exclusión femenina en la ciencia minera: la inexistencia de políticas que estimulen la realización de Doctorados con el respaldo socio-institucional necesario, de acuerdo con nuestra actual realidad social. La falta de visión con enfoque de género por parte de las estructuras de dirección hace que se reproduzca la lógica de trabajo patriarcal en las prácticas científicas del ISMMM, que no tienen en cuenta la desventaja desde la que parten las mujeres en esta área, para el desarrollo de la ciencia, legitimándose con ello modelos masculinizados de trabajo que no las favorecen, en contraste con las ventajas que ofrecen a los docentes hombres. De igual forma se identificó como mecanismo explícito de exclusión femenina en la ciencia minera la asignación de tareas no científicas a las mujeres, que las desplaza a espacios donde reproducen sus papeles tradicionales de cuidadoras y educadoras. Ello reduce su tiempo de dedicación a la actividad científica. Otro problema es la composición de las bolsas de intercambios científicos internacionales. La mayoría de las veces, el modo en que se estructuran se desconoce por parte de las mujeres de los distintos departamentos (no solo el de Minas), lo que facilita el despliegue, sin dificultades, de los sistemas de cooptación y las coaliciones masculinas de poder para decidir quién sale a hacer ciencia al extranjero y quién no. Por último, se reconoció la existencia de mecanismos pseudocientíficos e ideológicos, relacionados con la legitimación de presupuestos acerca de las mujeres en la minería y su ciencia. Los encontrados en los imaginarios masculinos de ese claustro argumentan una incapacidad biológica de las mujeres (trastornos del sistema reproductor femenino) para la actividad minera, sobre la base de la función de estas como reproductoras de la especie humana, con lo cual el imaginario social extiende sus conocimientos de sentido común sobre biología y medicina a un terreno dominado históricamente por hombres, en el que no se desean mujeres. Asociados a estos últimos, se constató en la investigación la existencia de reforzados estereotipos de género. Si bien los docentes hombres atribuyen el escaso desarrollo científico de las profesoras de Ingeniería de Minas a lo que llaman «sus autolimitaciones», ello no es más que la evasión del reconocimiento de sus representaciones estereotipadas sobre ellas y su 100 Desigualdades de género en la ciencia minera cubana desempeño en la minería como ciencia. No obstante, el estancamiento de la carrera científica de estas mujeres ha estado mediatizado por sus propios estereotipos y limitaciones personales, reforzados por las actitudes excluyentes de sus compañeros. Los estereotipos de género se han arrastrado desde la Edad Media hasta la actualidad sin haber variado en mucho sus contenidos, y han contribuido a reforzar una conveniente división sexual del trabajo profundamente patriarcal, asentada en presupuestos con tendencia a la exclusión, que mediatizan, como consecuencia, los ámbitos y las posibilidades de actuación. Emergieron además, como elementos significativos, formaciones de la personalidad como la autovaloración disminuida y las características de las necesidades de estas docentes, quienes han podido reconocer que sus propios estereotipos acerca de los significados de ser mujer han influido en su falta de estima y sus proyecciones, sobre todo hacia el ámbito doméstico. Con ello, a su vez, se han limitado sus oportunidades de desarrollo científico. Se destaca como un factor relacionado con la desigualdad l a f a l t a d e d i r e c c i ó n f e m e n i n a e n la Institución y el Departamento de Minas, que, de existir, desempeñaría un papel fundamental en la potenciación de las mujeres en el proceso científico (además de todo el conjunto de actividades restantes), por lo que deviene una estrategia para producir fisuras en el techo de cristal. A mi juicio, en el ámbito que estudio es casi impensable la dirección femenina a nivel de rectoría. Ello es la consecuencia de la interrelación de múltiples factores, sobre todo ideológicos, en el contexto de una cultura patriarcal de funcionamiento de esta universidad cubana, entre los que sobresale el hecho de que prácticamente no existen mujeres con el grado científico de Doctoras en la mayoría de las especialidades, una condición importante para acceder al cargo de Rector. A su vez, en relación recíproca, es esto último el resultado de la desigualdad de género en la ciencia en dicha institución, incluso más allá del área estudiada en esta investigación. posibles desigualdades, sobre la base de un sinnúmero de conquistas legitimadas en Cuba por y para las mujeres. Como resultado de que las responsabilidades del espacio doméstico siguen recayendo en el grupo femenino, este encuentra mayores dificultades con respecto a los horarios que imponen nuestras condiciones para acceder a informaciones científicas, a través de Internet, o de publicaciones especializadas, o para dedicar más tiempo a la investigación, así como para alejarse de las familias por cuestiones relativas a su profesión. Dado este panorama, el desarrollo científico de las mujeres supone costos multiplicados: los ya conocidos por innumerables estudios en el mundo, y los propiamente pertenecientes a nuestro contexto actual de dificultades socioeconómicas. Los sistemas de cooptación masculinizados que devienen coaliciones de poder (mecanismos implícitos de exclusión), sesgan la participación de las mujeres en la actividad científica, desplazándolas a ámbitos reproductores de los papeles tradicionalmente femeninos: la docencia o campos científicos valorados, desde los estereotipos de género, como propios de ellas en esta área, de lo que resulta la territorialización identificada en la ciencia minera: las mujeres para los estudios de medio ambiente y los hombres para los de construcciones mineras subterráneas y lateritas. Evidentemente, la ciencia, como proceso social, no ha logrado superar aún el sesgo androcéntrico descubierto y puesto a la luz por el feminismo y las teorías de género que han incursionado en los estudios sobre ciencia y tecnología. En innegable que el siglo xx fue decisivo para las mujeres en cuanto a su entrada masiva a las universidades, su posterior carrera profesional y científica; pero, aunque se avanza en la superación de las desigualdades de género, los pasos son lentos, el camino largo y tortuoso, en tanto el patriarcado va generando mecanismos para transformarse y adaptarse a cada situación sociohistórica concreta, en una suerte de sistema autorregulado que lucha por perpetuarse, y que encuentra en el panorama mundial contemporáneo un marco propicio a tales efectos. Ya se ha dicho que el capitalismo, en su actual fase imperialista, y el patriarcado, constituyen dos dimensiones indisolublemente conectadas de un mismo fenómeno. Las desigualdades de género en la ciencia siguen estando mediatizadas por las de clase, raza, edad, hemisferio, religiones, desarrollo socioeconómico y más. Donde, básicamente, las limitaciones declaradas de forma explícita ya no están, el llamado patriarcado de consenso sigue reproduciendo sus mecanismos, a veces legitimando la ilusión de cambios (tal es el caso de la masiva incorporación de las mujeres a las Lo real y el futuro: las propuestas De forma general, la principal causa de la desigualdad de género en la ciencia minera se relaciona con factores vinculados a una organización de los planes de desarrollo científico, sesgado por una visión y dominio históricamente masculinos. En el contexto de la Ingeniería de Minas del Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, este proceso y resultado se levanta sobre un presupuesto de igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, que enmascara 101 Yuliuva Hernández García equidad de género en la ciencia deben continuar. Para ello se hace necesaria una sólida comprensión humanista de nuestros problemas, como una mejor manera de entender qué nos pasa en tanto sujetos sociales de género insertados en espacios como la ciencia. En la minería cubana que se realiza en el ISMMM (aunque pudiera aplicarse a cualquier otra ciencia, en cualquier otra universidad), debe considerarse realizar acciones concretas para visibilizar y promover la participación de mujeres en el desarrollo científico. Entre otras: ciencias médicas, pedagógicas, artes, letras, estudios sociales, con sus variables específicas en los distintos contextos socioeconómicos), pero que no es sino la revestidura de nuevas maneras de exclusión en las nuevas realidades sociales, económicas y políticas. En el análisis con profundidad se visualiza el fenómeno de la discriminación territorial y jerárquica. Cuba no escapa, en alguna medida, a esas dinámicas. Sin poder establecer comparaciones con el mundo porque, en lo fundamental, la realidad de las mujeres cubanas es muy diferente, por el modelo social del país, y la nuestra resulta mucho más justa atendiendo a indicadores logrados hace mucho tiempo; no obstante, no puede darse por ganada la equidad de género. La crisis económica ha revertido algunas conquistas básicas para sostener un orden social sin ningún tipo de desigualdades. En el ámbito de la ciencia, estas se generan por un contexto cubano que se hace múltiple a lo largo del país, ya marcado por las diferencias geográficas.21 Las grandes universidades cubanas apuestan por el desarrollo científico de sus profesoras, en un contexto social (las capitales) que las favorece. Sin embargo, el resto del país asiste a otros rezagos patriarcales, en otros contextos de desarrollo, y la presencia de mujeres profesoras y su desarrollo científico invierte en mucho la perspectiva. El futuro apuesta por una generación humana cada vez más sensible a la necesidad de las equidades y la justicia social en un medio global de desarrollo sustentable. Las propuestas deben encaminarse a continuar visibilizando los problemas allí donde el patriarcado vuelva a reproducir su lógica, de forma tal que sienta el acecho constante para desestructurar sus mecanismos. La tarea es ardua, pero posible; y requiere de la voluntad personal y de los gobiernos. En el ámbito específico del desarrollo científico, se debe luchar por una ciencia que deslegitime sus lastres patriarcales y positivistas, incorpore la diversidad social y de género. Para ello se necesita empezar desde la raíz, con la transformación de la educación misma, tanto la institucionalizada como la cívica. Para Cuba no es reiterativo enunciar que los estudios, políticas y prácticas para lograr la equidad de género más completa, de forma tal que se extiendan hasta la ciencia, necesitan replanteos que abarquen toda la situación que en los últimos años se ha develado con más fuerza, tal vez por nuestra mejor preparación y apertura para comprender la realidad social. Sobre todo, considerar que esa realidad, que parece global en el país (refiriéndonos a la ciencia «grande» que se hace en las capitales cubanas), se multiplica en muchas realidades, y en el interior se hace más divergente del discurso universalizante de igualdad. Los debates en torno a la Captar mujeres para formar parte del claustro universitario de Ingeniería de Minas. l Que la solicitud de la variable «sexo», solo sea un indicador descriptivo de aquellas personas que se postulan para acceder a espacios y actividades de la ciencia, a fin de asegurarles las condiciones necesarias de acuerdo con él; no un mecanismo de exclusión casi automática o situar en desventaja a las mujeres. l Que se desarrollen políticas con un respaldo socioinstitucional que estimule a las mujeres a la realización de sus Doctorados. Ello implicaría atender a las condiciones reales de las mujeres en la actualidad para crecer científicamente. Se necesitaría reorganizar los horarios laborales y de acceso a las informaciones científicas a través de Internet y otras vías, de manera que se rompa con el ya tan señalado problema de la conciliación trabajo-vida doméstica. l Democratizar la asignación —por elección— de tareas no científicas a profesores universitarios hombres y mujeres. l Visibilizar los procesos a través de los cuales se estructuran las bolsas de intercambios internacionales en los departamentos, y el acceso a becas doctorales, la inserción en redes y la participación en eventos científicos de alto nivel. Hacerlos públicos, de forma tal que todos puedan ser protagonistas de esos procesos con eficacia. l Ante la existencia de redes masculinas informales de dominio de la información científica que devienen coaliciones de poder implícitas, crear redes femeninas que apoyen el crecimiento de unas y otras y se abran campos y espacios con iniciativa, creatividad, audacia y constancia; y que promuevan de manera solidaria el trabajo del resto de las mujeres. l Deslegitimar los presupuestos pseudocientíficos acerca del desempeño de las mujeres en la ciencia minera argumentando incapacidad biológica. Para ello sería necesaria la mejor preparación física de las estudiantes en habilidades de fuerza, destreza, resistencia, entre otras fortalezas. l Introducir en la historia de la disciplina científica la contribución de las mujeres a la especialidad. l 102 Desigualdades de género en la ciencia minera cubana Notas 11. Ídem. 1. Véase Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño, «Ciencia, tecnología y género», en Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2002, disponible en www. campus-oei.org/revistactsi/numero2/varios2.htm (13 de octubre de 2006). 13. Ana Guil, ob. cit. 12. Ursula Müller, citada por Ana Guil, «Barreras al desarrollo profesional de las mujeres en la Universidad», en Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica…, ed. cit. 14. Norma Vasallo Barrueta, «Equidad, género y poder», documento digital de la Cátedra de Estudios de Género, Universidad de La Habana, 2005. 2. El androcentrismo científico constituye uno de los principales descubrimientos de los estudios de Ciencia, Tecnología y Género. Sobre este tema pueden leerse, entre otras muchas autoras, los destacados trabajos de las españolas Yudith Astelarra y Eulalia Pérez Sedeño, la argentina Diana Maffia, y las cubanas Lilliam Álvarez y Lourdes Fernández Riuz. Al respecto puede leerse George Ritzer, Teoría sociológica contemporánea, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008, cap. 8; Randall Collins, Cuatro tradiciones sociológicas, Oxford University Press, Oxford, 1995, p.86; Reyna Fleitas Ruiz, «El pensamiento sociológico sobre la familia, el parentesco y el matrimonio», en Ana Vera Estrada, comp., La familia y las ciencias sociales, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2003, pp. 123-43. El Psicoanálisis freudiano y los estudios de Primatología también contribuyeron a legitimar la supuesta inferioridad intelectual de las mujeres. 15. Tomado de Anuario Estadístico de Cuba. 2007, ONE, La Habana, 2008. Véase además, Cuba: mujeres, hombres y desarrollo sostenible, ONEPNUD, La Habana, 2006. 16. Anuario Estadístico de Cuba. 2007, ed. cit. 17. Acerca de la participación sesgada de las mujeres en la medicina cubana, véase Yenisey Bombino, Crisis, cambios económicos y subjetividad de las cubanas, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005. 18. Olga Yepis, «Presencia y permanencia de la mujer en la carrera de Agronomía: una experiencia de la Universidad de Las Villas», en Consuelo Miqueo, Ma. José Barral y Carmen Magallón, eds., Estudios iberoamericanos de género en Ciencia, Tecnología y Salud, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2008. 19. Sobre este tema, puede consultarse una investigación realizada por el Departamento de Estudios Socioculturales de la Facultad de Humanidades del ISMMM, en 2008, titulada «Masculinidades en Moa: continuidades de un modelo hegemónico». 3. Barrera invisible sobre las cabezas femeninas en una pirámide jerárquica que no puede traspasarse por esfuerzos individuales, los tramos bajos están feminizados y los superiores son masculinos. Véase Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Cátedra, Madrid, 1997. 20. Lourdes Fernández Riuz, «Roles de género y mujeres académicas: el caso de Cuba», en Eulalia Pérez Sedeño, ed., Las mujeres en el sistema de Ciencia y Tecnología. Estudios de casos, Cuadernos de Iberoamérica, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Madrid, 2001. Otros trabajos suyos más recientes: «Mujeres académicas: entre la ciencia y la vida. Género y ciencia en Cuba» y «Mujeres académicas: entre la ciencia y la vida. Estudio comparativo en México», ambos en Consuelo Miqueo, Ma. José Barral y Carmen Magallón, eds., ob. cit. Véase también las Memorias del VIII Taller Internacional Mujeres en el siglo xxi, Cátedra de la Mujer, Universidad de La Habana. 4. Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño, ob. cit. 5. Ibídem. 6. Silvia Kochen, Ana Franchi, Diana Mafia y Jorge Atrio, «La situación de las mujeres en el sector científico-tecnológico en América Latina. Principales indicadores de género», en Las mujeres en el Sistema de ciencia y tecnología. Estudios de casos, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Madrid, 2001, p. 37. 7. Margaret Rossiter, Pnina G. Abir-Am y Dorinda Outram, G. Kass-Simon y Patricia Farnes, citadas por Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño, ob. cit. 21. La geógrafa cubana Luisa Íñiguez Rojas aborda en su trabajo «Los archipiélagos donde vivimos los cubanos» (Temas, n. 45, La Habana, enero-marzo de 2006, p. 23) las llamadas «islas sociales» como aquellos espacios que se levantan sobre los geográficos. A partir de estas argumentaciones, Cuba contiene numerosos «espacios luminosos» y «espacios oscuros» como polos terminales de un continuo. Las innegables diferencias geográficas entre el oriente y el occidente cubanos, y las distintas políticas de desarrollo para cada uno de esos espacios, han mediatizado su influencia en las herencias culturales que se arrastran en casi todos los órdenes. Los problemas de género también las constituyen. 8. Con este término se hace referencia básicamente al tipo de comunicación que se produce fuera de los marcos institucionalizados, por grupos vinculados por afinidad y afectividad, que crean redes para la divulgación de las ideas, eventos, publicaciones, convocatorias a becas doctorales, premios, entre otros. 9. Paloma Alcalá Cortijo, «A ras del suelo. Situación de las mujeres en las instituciones científicas», en Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica. Monografías 29, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2006, p. 96. 10. Ana Sánchez, «La cuestión del género desde la perspectiva de la construcción del conocimiento», en Curso de Ciencia, tecnología y género, de la Maestría en Estudios de Género, Universidad de La Habana, La Habana, 2006. © 103 , 2011 no. 68: 104-113, octubre-diciembre de 2011. Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas Wilder Pérez Varona Reynier Abreu Morales Investigadores. Instituto de Filosofía, Academia de Ciencias de Cuba. E n 1946, Fernando Ortiz daba a la luz El engaño de las razas.1 Apenas un año antes, la Europa devastada —y el mundo entero— sopesaba en Auschwitz los efectos de su sueño de Razón universal. La llamada solución final marcaría el límite de una forma de dominación y explotación sustentada en la idea de raza, que se desplomaba junto al mundo colonial que le fue consustancial. Aquel texto formaba parte de una oleada de rechazos a la acogida, más que secular, de la noción de raza en las ciencias, así como de reclamos por políticas gubernamentales de amplia vocación humanista. No es nuestra intención comentar, sin embargo, la vasta y meticulosa crítica de El engaño… hacia una «falsa creencia de fatalismo inexorable» que había privado a la humanidad «de su fe consciente en la virtualidad de sus propios esfuerzos individuales y colectivos».2 Nos interesa retomar el hilo allí donde nuestro sabio vislumbraba una alternativa posible a aquel biologicismo, al atisbar, acaso como remedio, el recurso creciente a la idea de cultura. Este concepto, «esencialmente humano y sociológico», al vincular a los grupos humanos según sus medios de vida y conductas sociales, señalaba un desplazamiento evidente desde lo biológico hacia lo social. Este desplazamiento de la noción de raza a la de cultura será el objeto del presente análisis. Nótese desde ahora que el esfuerzo general por desalojar la idea de raza de los predios de la ciencia soslayaba que semejante noción, aun antes de ser ensayada por las taxonomías del siglo xviii, había ocupado, desde la alborada del mundo moderno, un lugar cada vez más universal en la legitimación y reproducción de sistemas de dominación. El desafío consistía en procurar esto, una vez que la deducción de consecuencias (culturales, políticas, psicológicas) a partir de la existencia de razas desiguales fuera —como la propia raza— impugnada por su ineficacia explicativa durante la breve hegemonía antirracista posterior a 1945. Como tendencia, las disquisiciones acerca de la cientificidad de ese término cedieron ante la indagación de las causas de la creencia de individuos y sociedades en la existencia de razas —que suponen incompatibles y desiguales—, de acuerdo con lo cual organizan sus vidas y relaciones. Se fue produciendo así, como resultado del cambio de las condiciones sociales de posguerra, 104 Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas la sustitución de una antropología de las razas por una antropología de los racismos. Lo decisivo es que tales intentos por comprender la constitución específica del racismo y su evolución imprimieron al término una creciente indistinción —respecto a su definición, orígenes, unidad, grado de generalidad etc.—, en un doble sentido: en qué medida se entrelaza con fenómenos de otra naturaleza (sexismo, nacionalismo, alienación, etc.), o bien como resultado final y contingente de procesos como la colonización y la globalización, entre otros.3 Se registran así mutaciones en el racismo, en tanto objeto de estudio, en el sentido de ambigüedad y polisemia, como resultado del entrelazamiento y mediación de distintas relaciones históricas y conceptuales, y la consiguiente diversidad de sus usos. Ello ha implicado, desde entonces, un enorme reto para el pensamiento social. Estudiosos tan distantes como Immanuel Wallerstein y Clifford Geertz han coincidido en la incapacidad de las ciencias sociales para aprehenderlo, solo que esta coincidencia de juicios se basa en una valoración diferente de sus causas. Mientras para el primero dicha limitación es constitutiva de las disciplinas sociales, por la escisión fundamental entre verdad y valor que las ha informado, junto a su compromiso con la administración del orden social y, en definitiva, eurocéntrico,4 para el segundo esta carencia, propia del tratamiento de la ideología, reside en la desatención hacia el «proceso autónomo de formulación simbólica». Se refiere con ello a la capacidad de las ideologías para vincular estados y actitudes psicosociales y elaboradas estructuras simbólicas, o sea, para transformar «el sentimiento en significación», y de este modo objetivarlo, tornarlo «socialmente accesible».5 En el clima de exculpación que siguió a la solución final nazi, y a la institución de la lucha antirracista como centro de la política internacional por los derechos humanos, los enunciados típicamente racistas quedaron expuestos a la censura pública, subsumidos en una suerte de instancia reprimida, latente, de la retórica al uso. Sin embargo, la equívoca demarcación de lo interior y lo exterior, propios del racismo desde la colonización, aparecería ocupada pronto por las variaciones en torno a la diferencia cultural. El propósito de este trabajo es analizar las mutaciones del tratamiento de la cuestión racial en el ámbito del pensamiento producido en y referido a las democracias occidentales —en específico las europeas— de las últimas décadas; más precisamente, el modo en que las diferencias culturales desplazan a las desigualdades raciales en las prerrogativas y modos de operar de «lo natural», en el orden comunitario. Las condiciones de tal desplazamiento incidirán en la constitución de lo cultural como espacio por excelencia en que serán dirimidos los conflictos políticos, y devendrá re-apropiado por la retórica dominante a través de dos lógicas distintas de «despolitización», mas recíprocamente implicadas: el racismo diferencialista y el multiculturalismo. Nuevo terreno para el renacer del racismo Hace mucho, se advirtió que el genocidio nazi —por tomar la manifestación devenida arquetípica— podía ser interpretado no solo como una eugenesia extrema que remplazaba el control prolongado de la natalidad por el asesinato en masa, sino en tanto expresión lógica del ideal de cultura, entendida como integración absoluta, en este caso de la «nación» alemana.6 Vale señalar una complicidad entre racismo y nacionalismo que salta a primera vista: tanto la comunidad de sus oposiciones al individualismo y al universalismo, como su propensión a biologizar su concepción de lo colectivo, les confiere, al menos, una identidad parcial. Todo nacionalismo ha implicado, en efecto, la producción de una «etnicidad ficticia» a falta de un sustrato étnico previo a la conformación de los Estados-nación. De ahí que deban crear «en el tiempo de la historia» su unidad imaginaria contra otras posibles. Y el racismo se ha mostrado eficaz ante el requerimiento vital —para Estados-nación establecidos en territorios históricamente cuestionados— de administrar los movimientos poblacionales, y de crear la noción de pueblo en tanto unidad política superior a las divisiones de clase. La estructura heterogénea del racismo, conformada por un sistema histórico de exclusiones y dominaciones interdependientes, aparenta sin embargo la cohesión que procuran los prejuicios, comportamientos y discursos, o sea, la unidad en torno a la que se organizan los nacionalismos.7 El nacionalsocialismo —volviendo a nuestro ejemplo inicial— echó mano entonces a una mitología popular plagada de alusiones ancestrales y de aires mesiánicos para reimplantar el racismo biológico del discurso dieciochesco de la guerra de razas,8 con lo que la instauración de un orden social eugenésico y la «exaltación onírica de una sangre superior» supuso el genocidio sistemático de los otros.9 La singularidad nazi consistió en el esfuerzo de crear un Estado racial —garante de la integridad, de la superioridad y pureza de la raza— en el que la finalidad declarada de cada faceta de la política y de la organización de la sociedad fuera la gestión normalizadora de dicha pureza. Por ejemplo, la persecución de desviaciones sociales y políticas fue justificada al considerarlas como amenazas biológicas a la supremacía aria. Una de las consecuencias de la Segunda guerra mundial, como testimonian las investigaciones antropológicas, desde Franz Boas hasta Claude Lévi-Strauss, fue la de posibilitar que la impugnación del orden jerárquico 105 Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales racial fuera crecientemente realizada en términos culturales; pues el concepto de cultura, que conservaba de su raigambre alemana connotaciones diferenciadoras, atento a las peculiaridades de grupos humanos,10 se hallaba maduro para legitimar la diversidad de formas de organización de la vida humana, cristalizadas en identidades culturales inconmensurables en su validez. De este enfrentamiento ha devenido la apología de la singularidad cultural con que Ruth Benedict concluye su popular Pattern of Culture,11 al afirmar que cualquier cosa que un grupo de personas esté inclinado a hacer merece el respeto de otro. Apenas remontadas las catástrofes de la guerra y como parte de las nuevas políticas culturales de la UNESCO, Lévi-Strauss se mostraría menos relativista, pero más certero en su advertencia: fecha. Definido por el encuentro físico y simbólico de diversos grupos poblacionales, y regulado por la ley del mercado, debido a la circulación creciente de capitales, tecnologías e información, el espacio multicultural deviene un rasgo esencial del capitalismo multinacional. Este nuevo espacio político, concebido en términos de encuentro y coexistencia entre culturas diversas, resultó de la derogación de las administraciones coloniales, y la sustitución de la dicotomía metrópoli/ colonia por la equivalencia representativa de Estadosnación soberanos, cuya aparente homogeneidad ocultaba una separación estructural —si bien inestable— entre dos mundos, dos humanidades inconmensurables: la superdesarrollada y la subdesarrollada. El término fue acuñado como expresión de tal contradicción, dentro de los Estados Unidos, donde la idea de lo nacional se había sustentado no solo en el bienestar e intereses comunes —y en ciertos estándares de consumo—, sino en que una de las determinaciones de la identidad de la nación, según la ideología tradicional, era la afirmación de cada comunidad étnica particular. La apertura migratoria, requerida y alentada por su indisputable supremacía de posguerra, significó, en la situación derivada de la derogación del segregacionismo, el establecimiento de nuevas condiciones para una diversidad de procesos de identificación que reclamaban un reconocimiento de sus peculiaridades culturales y demandaban políticas sociales atentas a la desigualdad de sus condiciones y posibilidades. Semejante contexto prohijó la política del respeto a las diferencias, del derecho de las «minorías» y de las affirmative actions. A la inversa de la di­versidad entre las razas, que presenta como principal interés el de su origen y el de su distribución en el es­pacio, la diversidad entre las culturas plantea nume­rosos problemas […] hay que preguntarse en qué con­siste esta diversidad, a riesgo de ver los prejuicios ra­cistas, apenas desarraigados de su base biológica, re­ nacer en un terreno nuevo.12 Las transformaciones de las décadas siguientes conformarían el fundamento decisivo para la realización de esta suerte de profecía. La cultura se afirmaba cada vez más como un elemento imprescindible para la reproducción material, al integrarse de manera creciente a la producción de bienes, al ritmo acelerado del sector terciario, de la conformación de redes de comunicación planetarias, de los cambios educacionales y de la generalización del consumo de masas, procesos de una envergadura hasta entonces insospechada por el proyecto modernizador. Esta diseminación social, que sucedió a la perdida autonomía de lo cultural, que tantos estudios ha motivado, resulta para Fredric Jameson análoga a una explosión, «hasta el punto de que se puede afirmar que toda nuestra vida social —desde el valor económico y el poder estatal hasta las prácticas y la propia estructura de la misma psiquis— se han tornado culturales, en cierto sentido original, que la teoría aún no ha descrito».13 Mas todo esbozo de las condiciones que han sostenido este proceso de resignificación de lo cultural como principio normativo en relación con la política y con las formas de organización social quedaría trunco si no se considera las luchas de los pueblos colonizados por su liberación nacional. Su fehaciente, aunque equívoca impugnación de la égida civilizatoria de la autoconciencia occidental, así como de su mudo confinamiento en los márgenes de la civilización, al confluir con la formación de una red de comunicación global y con la «internacionalización de los movimientos de población» —en este caso, la creación de «colonias europeas»— creó un espacio político inédito hasta la Desde 1960, la palabra «cultura» [...] significa la afirmación de identidades específicas —nacionales, sexuales, étnicas, regionales— en vez de su superación [...] Ya no es un instrumento para resolver la lucha política, ni una dimensión más elevada o profunda en la que nos podemos reconocer como semejantes, sino que es parte del propio léxico del conflicto político.14 La acepción corriente de la cultura como ámbito de lo apolítico y lo extraterrenal, quedó barrida por ese movimiento de politización que, al tiempo que desdibujaba el significado de lo cultural para expresar formas específicas de vida, fragmentaba la significación universal de la tradicional concepción estética y elitista, una vez que la expansión de la cultura de masas hacía tambalear la existencia de las vanguardias artísticas. Los años 60 y los 70 fueron testigos, en todo el mundo occidental, de confrontaciones culturales nuevas o renovadas,15 que demandaban, en diversos dominios, el reconocimiento de la identidad del actor/comunidad, y significaban, de hecho, un movimiento de «invención de diferencias», aun en los casos, por lo demás muy extendidos, en que tales movimientos se conferían el aspecto de la tradición. 106 Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas En el clima de exculpación que siguió a la solución final nazi, y a la institución de la lucha antirracista como centro de la política internacional por los derechos humanos, los enunciados típicamente racistas quedaron expuestos a la censura pública, subsumidos en una suerte de instancia reprimida, latente, de la retórica al uso. Entre el mercado y la etnicidad representaciones de raza y etnicidad queda desplazada por la conformación de espacios de coexistencia entre culturas esencialmente diversas. La ambivalente relación del racismo con la unidad e identidad nacionales se ha mostrado, por una parte, en la forma de un nacionalismo exacerbado, como apelación a la integridad nacional. En este caso, la cultura, en tanto patrimonio de la nación, debe ser preservada de toda degradación, con lo que se produce una «racificación» de grupos sociales distinguidos según estereotipos (estilos de vida, creencias, orígenes étnicos) que se erigen en «estigmas de exterioridad e impureza». El recurso a convencionalismos jurídicos o a la ambigüedad de particularidades culturales pretende soslayar que únicamente la visibilidad de los «falsos nacionales» sustenta la postulación de los verdaderos, cuya identidad cultural permanece invisible. Esta regularidad lleva a un efecto paradójico: la apelación a un núcleo imposible de autenticidad conduce a desestabilizar la nación histórica, con lo que se recrudece la crisis simbólica e institucional de los Estados-nación.19 Por otra parte, la regularidad con que las teorías raciales, desde el siglo xix, han invocado la existencia de comunidades transhistóricas y supranacionales (de lengua, de descendencia, de tradición) ha supuesto una idealización del nacionalismo mediante el establecimiento de una «universalización específica», que ha hallado nuevos motivos en la afirmación de una herencia conjunta judeocristiana, o en las oposiciones de diversos clashes civilizatorios al universalismo de la lucha de clases. Se ha insistido en que tales fenómenos se hallan condicionados por la inversión de la lógica que ha conformado los Estados-nación, del movimiento de supresión y/o reinserción de formas auténticas de estilos de vida de las comunidades locales y sus tradiciones étnicas, a «comunidades imaginadas», con sus «tradiciones inventadas»20 en el pasado común —recreado— de la nación. El aparente retorno a formas de identificación más locales, «subnacionales», obedece a que la institución «abstracta» de la identificación nacional es vivida de manera creciente como un marco externo y formal. De ahí el recurso a formas de identificación más «orgánicas» e «inmediatas» (étnicas, religiosas, incluso de estilos de vida), en tanto aprehenden al sujeto en En los años que siguieron a la crisis petrolera era ya evidente que el universalismo económico, la idea de un mercado sin fronteras y la tendencia hacia la homogeneidad de normas productivas y de estilos de vida, así como la expansión de las comunicaciones amenazaban las bases tradicionales de la soberanía del Estado nacional. Es decir, comenzaron a socavar el proceso histórico de estandarización funcionalmente necesario de las ciudadanías, así como los vínculos peculiares con sus respectivos gobiernos nacionales. El Estado-nación, «universal concreto» por excelencia de la modernidad, se ha visto desgarrado ante lo que suele interpretarse como la acción de dos fuerzas opuestas. La supresión de barreras y distancias geográficas, consecuencia del flujo móvil de mercancías, trabajo y capitales, ha producido una creciente diferenciación explícita de las cualidades espaciales, al tiempo que la erosión de las estructuras normativas de Estados en proceso de desregulación —en detrimento de su capacidad para integrar socialmente a la población— crea las condiciones de «vacío institucional» e inseguridad propicias para nuevos reclamos de «historias de identidad».16 La dependencia de los Estados-nación respecto al mercado —en esencia extraterritorial— y su impotencia ante la constitución simultánea de redes supranacionales de dependencia, por un lado, y la descentralización o regionalización de entidades locales autónomas; así como la fragmentación de los viejos Estados federales, por otro, han conformado una situación favorable para el triunfo de la apelación a viejas fórmulas nacionalistas. El modelo tradicional del Estado-nación gobernado desde un solo centro no ha cesado de debilitarse desde entonces; el colapso del bloque soviético aceleraría aún más este proceso.17 El papel creciente de las nuevas tecnologías y de la denominada «internalización directa del capital», junto a la crisis de las izquierdas, ha quebrado el equilibrio clasista de los Welfare States, al restringir las posibilidades estatales «de imponer ciertas condiciones mínimas y ciertos límites a la explotación».18 En un sentido fundamental, la delimitación occidental de las fronteras en que operaban las 107 Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales fuerza de trabajo, por los rasgos de su identidad de origen: nacional, étnica, religiosa. Lo cultural ha reemplazado, en el imaginario colectivo, a la representación de lo social: la idea de un conflicto estructural dentro de cada Estado-nación ha cedido ante las escisiones en nombre de la diversidad cultural. Es que las identidades culturales, ahora en la palestra pública, resultan propias de una migración no reducible a un único modelo, y conforman redes de acción que escapan a las lógicas nacionales. Pierre-André Taguieff sintetiza algunas de las características de esta transición a un aparente otro racismo, denominado «racismo diferencialista», a partir de tres operaciones retóricas e ideológicas fundamentales, que señalan tres grandes cambios en los conceptos básicos, argumentos y actitudes dominantes en el proceso creciente de racificación que despunta en los 70. La retórica racista deviene «culturalizada». Es decir, que la referencia explícita a la pureza racial o de sangre a partir de metáforas bio-zoológicas es reemplazada por reformulaciones antiuniversalistas que proscriben el contacto y entrecruzamiento interculturales y proponen un desarrollo separado como salvaguarda de la autenticidad cultural. Las ideas ostensibles de jerarquía y desigualdad, al no ser ya argumentadas sobre la existencia de razas, son desplazadas por un fundamentalismo expresado en un vocabulario que apela a la «exclusiva afirmación de diferencias» entre entidades comunitarias, cuya premisa debe ser la de preservar y/o recuperar su heterogeneidad, sus irreductibles peculiaridades de la homogeneización/ destrucción identitaria a que lleva el mestizaje étnico y cultural. Finalmente, la racialización del «derecho a la diferencia» y en general de los espacios en que convergen asuntos concernientes a identidades colectivas, resulta del uso sistemático de una retórica que se apropia de términos y valores antirracistas para ensalzar la diferencia a ultranza (heterofilia) o bien rechazar lo diferente (heterofobia), lo que torna las posiciones de este nuevo racismo menos evidentes y reconocibles.22 La pronta generalización de estas premisas hallaron, según el estudioso francés, un terreno propicio en el individualismo posmoderno, sensible a asumir el «motivo diferencialista» para vetar las mezclas interculturales. De manera que esta hiperbolización de las diferencias y de la pluralidad cultural se diluye en un imaginario dispuesto a contraponer Diferencia vs. Jerarquía —y por tanto a socorrerse del equívoco de la «igualdad en la diferencia»— y a apreciar todo universalismo como una abstracción impositiva (fin de las grandes narrativas, etcétera). su forma de vida específica, a diferencia de la libertad formal que le otorga su condición de ciudadano. Sin embargo, este desplazamiento de las formas de identificación secundarias hacia formas primarias de comunidades «orgánicas» señala que «la pérdida de la unidad orgánico-sustancial se ha consumado plenamente».21 Mediada esta «unidad» por el mercado mundial contra el que reacciona, no se experimenta ya como un vínculo inmediato y sustancial «natural», sino como resultado de la «libre elección» de los individuos. Con ello, la situación tiende a perpetuarse, al ocultar la realidad del proceso diferenciador —la sujeción de cada individuo a una densa red de relaciones de mercado globales— bajo la forma de un derecho universal. Ello evidencia la disolución de los límites «naturales» del Estado-nación, bajo el embate de formas de identificación particulares y de la lógica transnacional del mercado, su impotencia para mediar entre este y la etnicidad. Es decir, que lejos de representar movimientos regresivos, las comunidades fundamentalistas de tipo étnico, religioso, de estilos de vida devienen ámbitos de mediación, modos de manifestarse la relación entre el individuo y una gama de posiciones identitarias, en el límite, de opciones de consumo. Su irrupción muestra la emancipación final de la lógica económica del mercado respecto a la etnicidad particular —«pura», «originaria»—, esto es, la consumación del proyecto ilustrado, no la inversión de la tendencia moderna. Pero nada es más exhibido y ocultado, al unísono; lo que exacerba los intentos de proveer al orden comunitario de un nuevo fundamento natural. La naturalización de lo cultural Varios estudiosos han propuesto términos como «racismo sin raza» o neo-racismo —llamado además cultural, diferencialista o simbólico— para referir la reacción al fenómeno del «Tercer mundo a domicilio», a la aparición de los «nuevos proletarios» en Europa occidental, efecto de la diseminación poblacional catalizada por las condiciones ya descritas. Se trata de la emergencia, tras la crisis de los años 70 en los países occidentales, de una suerte de fundamentalismo cultural —en realidad, de una ascendente estatalización del nacionalismo— que ha colocado a los inmigrantes, como objeto predilecto, en el lugar tradicionalmente ocupado por judíos, negros o asiáticos. Así, los Estados-nación en crisis de la era poscolonial han subsumido las nuevas clases del proletariado internacional bajo la categoría de inmigrantes, nueva designación de la raza que oculta antagonismos poseedores de un origen diferente. De hecho, la representación dominante ha venido asumiendo al inmigrante más que por su condición de 108 Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas Las funciones del discurso biologicista de la raza han resucitado, entonces, bajo nuevas retóricas que promueven la necesidad de preservar la identidad cultural y aluden a una suerte de umbral de tolerancia para amparar la política excluyente y «segregacionista» de los Estados primermundistas. De hecho, Etienne Balibar nos alerta sobre que, tras los cambios en la doctrina y el lenguaje, no solo ha permanecido la estructura —la negación del derecho del otro—, sino que tales mutaciones, en la práctica, «conducen a los mismos actos».23 Sean la lengua, las tradiciones o los modos de pensar los fundamentos proclamados de las instituciones sociales, las instancias de la cultura propia cuya pureza debe ser preservada o recuperada respecto al extranjero procreador de híbridos, o a la maquinaria homogeneizadora de la globalización, la mistificación del extraño como absolutamente diferente justifica la hostilidad hacia él como lo hacía el racismo biologicista. Tras la disolución de las fronteras entre lo cultural y lo natural, el conjunto de relaciones de poder (de decisiones políticas, de condiciones institucionales) legitima y promueve el desarrollo «natural» de «organismos» como el capitalismo, el mercado, o las culturas. De hecho, el racismo moderno continúa ofreciendo el modelo para la generalización de esta estrategia, toda vez que la relación difusa entre lo humano y lo animal ha sido una invariante en la fundamentación de sus diversas manifestaciones; desde la selección del más apto que preconizaba el darwinismo social clásico, hasta la tipificación de comportamientos «socioafectivos» de la sociobiología y la etología contemporáneas.26 En el culturalismo diferencialista, el discurso de la diferencia cultural suele enlazarse al ecologista —insistencia en la necesidad del aislamiento de las culturas para la preservación de sus condiciones «naturales»— o se carga de metáforas con connotaciones naturalistas. El reemplazo de la raza por la cultura no ha impedido el recurso a significantes ya consagrados como «descendencia», «herencia», «arraigo», que denotan la oposición imaginaria entre la humanidad y su estado natural originario. La proliferación de la xenofobia permite suponer, además, la existencia de reminiscencias del esclavismo colonial en la forma de prejuicios y discriminaciones que han sobrevivido a las prácticas institucionales derogadas, de una memoria todavía vigente de huellas históricas singulares. Las imágenes del antisemitismo y del racismo colonial son formaciones aún activas que participan en la estructuración de los movimientos y comportamientos surgidos en las condiciones actuales. Ya se muestre como la memoria de un desprecio colonial, el resentimiento de ciudadanos de una potencia derrocada, o la ilusión paranoide de una revancha, lo cierto es que este imaginario reacciona alarmado ante el movimiento de etnización que se expande bajo diversas formas: desde las conflagraciones étnico-religiosas, pasando por las identidades étnicas que pugnan por su reconocimiento en espacios públicos, hasta los separatismos que pretenden sustraerse a los marcos de las fronteras nacionales. Al conformarse la cultura en el espacio de disputa privilegiado para dirimir las diferencias mutuamente excluyentes entre grupos sociales, ello hace posible que esta delimitación de fronteras bioculturales sea reproducida entre diversas prácticas políticas antirracistas, desarrolladas por grupos cultural y étnicamente minoritarios. Tales identidades minoritarias u oprimidas, propias de comunidades de inmigrantes, recurren a estrategias «esencialistas» de resistencia que promueven posiciones de clausura respecto a un particularismo cultural que se toma como dado y homogéneo.27 Nuestro sentido de la cultura está característicamente propuesto para desplazar la raza, pero [...] la cultura ha vuelto a ser una forma de continuar, más que de repudiar, el pensamiento racial. El apelar a la raza es solo lo que hace de la cultura un objeto de afecto y lo que ofrece nociones como el perder nuestra cultura, el preservarla, el robar la cultura de otro, el restituirle la cultura, etc. [...] La raza transforma a la gente que aprende a ser lo que hacemos en ladrones de nuestra cultura y a la gente que nos enseña a hacer lo que ellos hacen en destructores de nuestra cultura; la raza hace de la asimilación una suerte de traición y del rechazo a ser asimilado una forma de heroísmo.24 Al ser reprimida la idea de raza en el discurso político y al desaparecer como premisa ostensible de ciencias e instituciones, pudo surgir la ilusión de haber sido superado, en lo fundamental, el esquema de dominación racista, lo cual velaba el proceso real: la trasmutación de un esquema de dominación basado en la idea explícita de raza. No obstante, la operación de clasificación —premisa lógica de toda jerarquización posible— prolonga su función naturalizadora por excelencia, su «proyección de las diferencias históricas y sociales en el horizonte de la naturaleza imaginaria».25 Solo que en este racismo diferencialista o de segundo orden la discriminación aparece desplazada de los caracteres inmediatos de los grupos clasificados hacia los criterios de clasificación; de la naturalidad de las razas y de la pertenencia racial a la de las actitudes y comportamientos racistas. En efecto, los argumentos diferencialistas, al tiempo que se presentan como antirracistas, pretenden explicar —a la postre, justificar— las reacciones espontáneas de agresividad xenófoba y violencia colectiva, sobre la base de la mencionada incompatibilidad de tradiciones y formas de vida. 109 Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales Samuel Huntington, al desplomarse los regímenes socialistas estadólatras, divulgó su escatológica visión: «En el mundo de la posguerra fría, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales».28 Tras esta exaltación del fin de las ideologías y de la «fuerza divisiva y unificadora de la cultura», en el lugar consagrado a recurrir a la carencia de alternativas viables frente al eterno presente del capitalismo multinacional, aparece el síntoma de una forma más sutil de funcionamiento ideológico. Este tránsito de una ideología abiertamente racista y jerárquica hacia la «horizontalidad» de diferencias culturales insuperables, no puede eludir la persistente continuidad en sus efectos discriminatorios. La jerarquía ya no requiere ser hecha explícita por las nuevas doctrinas: su uso práctico y los criterios de diferenciación colocan los «obstáculos» para adquirir la cultura, invariablemente, del lado de las culturas «diferentes». 29 De ahí que este neorracismo haya sido expuesto como «radicalismo o populismo de derecha» por una posición demócrata-liberal que pretende desmarcarse de toda relación con un pasado de dominación y exclusión, al presentarse como la solución universal ante la saturación de expresiones fundamentalistas que aquel alienta y justifica. Se trata de un conjunto de políticas y corrientes teóricas que procuran soslayar toda referencia a viejas dicotomías, mediante la consecuente multiplicación de las diferencias y la apelación a la tolerancia cultural, o, si se prefiere, a la tolerancia con la diferencia. Esta alternativa liberal postula una «inclusión simbólica», una gestión tecnocrática de las diversas identidades culturales en el ámbito de los nuevos órdenes sociales, rotulados como «sociedades de consumo», «de comunicación de masas», «de la información», en fin sociedades enmarcadas en una dinámica que ya no respondería a los antagonismos de clase y a los conflictos ideológicos propios del capitalismo imperialista precedente. Semejantes demarcaciones no solo ocultan el condicionamiento recíproco entre las militancias integracionistas y los presupuestos «desideologizados» del multiculturalismo, con sus posmodernas políticas pluralistas y su utopía centrista, sino la manera en que se pretende arraigar la idea de que el futuro no sería otra cosa que la expansión del actual capitalismo global. presencia del capitalismo en cuanto sistema mundial global) asume para manifestarse: el multiculturalismo es la demostración de la homogeneización sin precedentes del mundo actual.»30 Desde sus primeras páginas, En defensa de la intolerancia advierte de la trampa que la perspectiva multicultural supone, precisamente porque este enfoque se ofrece como la única solución posible y deseable ante el auge de fundamentalismos e intolerancia. El multiculturalismo promueve la coexistencia «híbrida» de los distintos modos de vida cultural, la convivencia «pacífica», y en plano de igualdad, con el Otro, si bien como ente cultural abstracto, privado de sustancia, entidad folklórica aséptica. Su propuesta, tildada, no sin razón, de «represiva» por Zizek,31 puede ser analizada en varios niveles, que forman parte de un único momento conceptual. En primer lugar, lo que permite su efectividad ideológica es el ocultamiento de su ser esencial. Con la afirmación de la tolerancia hacia cada una de las formas de vida existentes, el multiculturalismo constituye la muestra más palpable de la omnipresencia del capitalismo como sistema mundial. En otras palabras, es la prueba de la homogeneización del mundo, en el sentido de la naturalización actual del sistema capitalista. Constituye la afirmación de un escenario en el que la verdadera lucha política se metamorfosea en una «batalla cultural» que buscaría el justo derecho de reconocimiento de las culturas marginales. Pues en tanto la derecha esgrime, frente a la amenaza de la globalización, la necesidad de preservar la identidad particular comunitaria —la etnia o su hábitat cultural—, lo que pretenden los liberales multiculturalistas es exorcizar la amenaza de la «politización», de las demandas universales, o mejor, de la universalización de las reivindicaciones particulares, juzgándolas «imposibles», dada la lógica actual del orden mundial, que asigna a cada parte el lugar que le corresponde. A nivel estatal, propone una «política de identidad» pluralista, de reconocimiento de los estilos de vida particulares, de tolerante coexistencia de grupos con estilos de vida híbridos o itinerantes (mujeres hispanas, homosexuales negros, madres lesbianas, etc.). Es decir, afirma una omnicomprensiva inclusión simbólica de unidad en la diferencia —«todos iguales, todos diferentes»— que apela a un conjunto de medidas jurídicas, psicológicas y sociales de aislamiento y contención: desde la identificación y negociación de problemas específicos de cada grupo, o, preferiblemente, subgrupo —es decir, problemas privados de toda adscripción genérica— hasta el paquete de medidas ad hoc para la solución de tales demandas particularizadas («discriminación positiva»).32 Lo novedoso de este proceso de ghettización, típicamente representado, sin ser exclusivo, por grupos La ficción universal La idea central que analizaremos a continuación ha sido sucintamente expresada por Slavoj Žižek: El problema del imperante multiculturalismo radica en que proporciona la forma (la coexistencia híbrida de distintos mundos de vida cultural) que su contrario (la contundente 110 Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas de inmigrantes y sus descendientes, es la renuncia al objetivo de asimilación, a favor de la competencia con otros grupos por una parte de los recursos de la autoridad general.33 De modo que este incesante surgimiento y proliferación de grupos o subgrupos, con su calidoscopio de identidades y su continua recreación en la particularidad, solo se hace pensable en los términos de la única universalidad «real» de la globalización capitalista: su único vínculo es el del mercado, siempre dispuesto a satisfacer sus demandas específicas. En palabras de Fredric Jameson: «las diversas políticas de la Diferencia —las diferencias inherentes a las distintas políticas que competen a la «identidad de grupo»— solo han sido posibles por la tendencia a la nivelación de la identidad social generada por la sociedad de consumo».34 Una vez más, la absoluta diferencia se muestra equivalente a la identidad absoluta. Esta celebración de la diversidad de identidades sociales, esta multiplicación de las diferencias, solo se sostiene sobre la base de la negación del verdadero antagonismo social que sustenta la existencia de todos los demás conflictos que afectan a la totalidad de la sociedad: la lucha de clases. La introducción de la multitud de comunidades culturales, estilos de vida, religiones, orientaciones sexuales, etc., significa, de hecho, la postulación de una igualdad subyacente en la que es posible contener todas esas diferencias, en la que hay suficiente espacio para las nuevas y múltiples subjetividades políticas. Por su parte, las protestas de estas últimas contra las formas típicamente modernas de alienación, contra la lógica coercitiva y monolítica del proyecto ilustrado, no impide la reproducción fragmentada que realizan de estas.35 Claro que no se trata de negar la pertinencia de las reivindicaciones propias de las formas posmodernas de subjetivación política (feminismo, gays y lesbianas, ecología, minorías étnicas, etc.), que, en cualquier caso, han contribuido a la politización de espacios hasta entonces asumidos como apolíticos, transformando el contexto cultural y político actual. De hecho, el problema de las posibilidades de transformación social a partir de tales reivindicaciones, de sus necesidades de articulación y reinvención de formas de politización, ha sido recurrente entre defensores y detractores. Para la antropología cultural que sustenta James Clifford, la predilección por la diversidad, propia de esta disciplina, su búsqueda de «visiones y prácticas utópicas y transformadoras»36 tras las emergencias y márgenes del sistema hegemónico, debe sortear una doble amenaza. Por un lado, la defensa nostálgica y apriorística o la alarma ante la supuesta desaparición de las tradiciones distintivas y, por otro, la celebración acrítica de toda diferencia —sean supervivencias tradicionales o nuevas formas híbridas— como «resistencias» al orden dominante. Clifford reclama, en todo caso, un análisis etnográfico, que parta de las «estructuras negociadas en historias de contacto específicas», de la valoración de las posibilidades concretas de las agencias locales y de las tradiciones previas frente a las fuerzas sistémicoglobales. Sin embargo, esta politización que revaloriza las potencialidades de resistencia de lo local, usualmente no ha dejado lugar para la política más allá de las prácticas culturales ni ha rebasado los particularismos de la diferencia cultural. Judith Butler señala que la condena de estos «nuevos movimientos sociales» sustentada en la pretensión de demarcar inequívocamente lo económico de lo cultural —o bien, en un análisis clasista objetivo de políticas enfáticamente culturales y supuestamente autorreferenciales—, implica un intento de reinstituir una hegemonía que domestique y subordine las diferencias, una nueva «unidad forjada sobre la base de exclusiones». La autora rechaza así la posibilidad de toda plataforma previa de articulación, de todo universal capaz de aglutinar y reducir, a priori, las diferencias dentro de estos movimientos: solo preservando los «modos de funcionamiento políticamente productivos» podrían aparecer puntos de convergencia que no anulen el dinamismo del «encuentro conflictivo» entre tales prácticas.37 Lo cierto es que, pese a la legitimidad de tales advertencias, en tanto resultados de un penoso y largo aprendizaje, la transformación de ascendentes desigualdades que solo alcanzan la aceptación pública bajo la fórmula de «diferencias culturales» tiende a menospreciar el fundamento que tales demandas de reconocimiento deben hallar en una redistribución efectiva de los recursos. Solo una transformación radical de las actuales condiciones permitiría la realización verdaderamente eficaz de tales reivindicaciones, pues la politización de demandas particulares deja intacto el proceso global del capital. De ahí que Zizek postule como un principio ineludible para dicha transformación el «retorno a la primacía de la economía»,38 esto es, la subordinación del proceso de producción al control social; pues mientras el funcionamiento de la esfera económica sea aceptado como el despliegue apolítico de la producción y la circulación, como regido por una lógica absolutamente objetiva, inaccesible al control político y a las decisiones del conjunto de la población, todo debate público y exhortación a la participación activa de la ciudadanía quedará reducido a una cuestión «cultural» en torno a toda clase de diferencias.39 Respecto a sus coordenadas globales, el autoproclamado respeto multicultural por la especificidad del Otro constituye la afirmación de la propia superioridad: el respeto hacia toda forma de vida no-occidental no suele ser sino una eurocéntrica distancia hacia las llamadas 111 Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales «culturales locales». Su ropaje, en apariencia antirracista, por su oposición explícita a antiguas formas ideológicas de dominación, encubre una «forma inconfesada» de racismo, «invertida», «auto-referencial», un racismo que mantiene las distancias, que respeta la identidad del Otro, definido como una comunidad auténtica y cerrada en sí misma, observada de manera no-valorativa desde una posición universal. El multiculturalismo «es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo», no opone al Otro los valores de su propia cultura, pero se mantiene «en cuanto privilegiado punto hueco vacío de universalidad»,40 desde el cual son reconocidas las otras culturas particulares. No puede figurar entre las culturas que reconoce, puesto que es la misma actividad consistente en este reconocimiento, que se arroga la autoridad universal que sustenta su ausencia de una identidad específica, de los constreñimientos, que supone peculiares de las restantes culturas. Semejante imaginario, que acuerda una tácita superioridad a la «civilización occidental» como condición para regular el diálogo con otras culturas, soslaya que no existen, in strictu sensu, las «peculiaridades locales», menos en las condiciones «sin exterior» del capitalismo global, donde la porosidad y la indefinición, el mutuo solapamiento, la imprecisión de los márgenes, son constitutivos hoy de tales culturas locales. La entronización del multiculturalismo como lógica cultural del capitalismo multinacional responde, a fin de cuentas, a las dificultades de la cultura occidental para otorgarse un contenido positivo, ante el cuestionamiento que la proliferación de identidades culturales ha significado para su hegemonía civilizatoria. La burocracia, las metas políticas comunes y los intereses económicos han sido insuficientes para legitimar la depredación capitalista propugnada por la OTAN y la Unión Europea. De ahí la necesidad de reivindicar, frente al despolitizado y declaradamente neutro universalismo multicultural, el antagonismo inherente a la universalidad, de tomar partido por la parte constitutiva del actual orden mundial que, sin embargo no posee un verdadero lugar en él, sino que es sistémicamente excluida, estructuralmente desplazada. Es en razón de su carencia de un «lugar propio» que este elemento singular es capaz de ocupar el lugar de lo universal, es decir, de desestabilizar el orden «natural» de las relaciones sociales, de transformar las condiciones que determinan el funcionamiento del orden social existente. Dicha capacidad, sin ambargo, no contiene ninguna necesidad inexorable: la identificación entre los «sin parte» y «la parte excluida», o sea, determinados grupos sociales (inmigrantes, sin techo, etc.) no es inmediata ni necesaria. Pues sin parte —como nos recuerda Jacques Rancière— denota un sujeto político con la capacidad de representar no a un sujeto social prexistente, sino «la capacidad de cualquiera [...] justamente en tanto que excluido».41 Ello implica más bien las vicisitudes del tránsito a que todo proceso de subjetivación política se expone, en esa tarea de inventar un mundo común sin particularidades sociales definidas, cambiando los parámetros de lo posible, subvirtiendo las leyes de dominación y las regulaciones sociales que componen el orden perceptual impuesto, que prefiguran de antemano cuanto puede hacerse, pensarse, ver o decirse. Habrá entonces que pensar —y producir— la alternativa en otros términos. Habrá que redefinir lo político, potenciando, a la manera de una recreación de la apuesta de Carlos Marx por «la clase de la sociedad civil que no es una clase» 42 esta dimensión de lo excluido en nuevos modos de subjetivación política, de movimientos capaces de trascender lo particular, de expresarse como fuerzas políticas dispuestas a apropiarse de cualquier conflicto social; o sea, como sujetos universales, como actores generales de la política. Al menos, así podrá ser desgarrada la telaraña cultural, y mostrar que tras la dominación del capitalismo global no se halla la diversidad esencial de las culturas, sino la totalidad real que la aparente heterogeneidad de sus formas de dominación procura velar. Es esta realidad, y no «la cultura», la que verdaderamente resiste un cambio radical. Notas 1. Fernando Ortiz, El engaño de las razas, Páginas, La Habana, 1946. 2. Ibídem, p. 419. 3. Etienne Balibar, «Difference, Otherness, Exclusion», Parallax, v. 11, n. 1, nueva York, 2005, pp. 20-1. 4. Véase Immanuel Wallerstein, «El albatros racista», disponible en Eurozine, http://eurozine.com (20 de diciembre de 2000). 5. Clifford Geertz, «La ideología como sistema cultural», La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona, 2003, pp. 182-3. 6. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, La sociedad. Lecciones de sociología, Proteo, Buenos Aires, 1969, p. 39. 7. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», en Immanuel Wallerstein y Etienne Balibar, Raza, clase y nación, IEPALA, Madrid, 1991, pp. 79-81. Véase también Etienne Balibar, «Fronteras del mundo, fronteras de la política», Alteridades, v. 15, n. 30, México, DF, 2005, p. 92 y ss. 8. Michel Foucault, Genealogía del racismo, Altamira, Buenos Aires, 1993, pp. 73-4. 9. Michel Foucault, Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, Madrid, 1992, p. 181. 10. Precisamente la asunción consecuente de esta tradición germana —elevada por Johann G. Herder al plano conceptual— emerge en la antropología con la obra de Franz Boas, como lo ilustra 112 Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas categóricamente en The Aims of Anthropological Research (1932): «Las culturas difieren entre ellas como las especies, o quizás los géneros, de animales, su base común está perdida para siempre. Parece imposible [...] que las culturas sean reconducidas dentro de una progresión continua de cualquier tipo». Citado por Sandro Mezzadra, Derecho de fuga. Migraciones, ciudadanía y globalización, Traficante de Sueños, Madrid, 2005, p. 125. 25. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», ed. cit., p. 91. 11. La referencia es tomada de Clifford Geertz, ob. cit., p. 51. 28. Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Madrid, 2004, p. 11. 26. Véase Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», ed. cit., pp. 43-4. 27. Carmen Romero, «Los desplazamientos de la raza: de una invención política y la materialidad de sus efectos», Política y Sociedad, v. 40, n. 1, Madrid, 2003, pp. 111-28. 12. Claude Lévi-Strauss, «Raza e historia», en Raza y cultura, Atalaya, Madrid, 1999, p. 38. 29. Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», ed. cit., p. 42. 13. Fredric Jameson, «El posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío», en Horacio Tarcus, comp., Ensayos sobre el posmodernismo, Imago Mundi, Buenos Aires, 1991, p. 78. 30. Slavoj Žižek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2008, p. 59. 31. Ibídem, p. 55. 14. Terry Eagleton, La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales, Paidós, Barcelona, 2001, p. 64. 32. Ibídem, p. 37 y ss. 33. Eric Hobsbawm, ob. cit., p. 15. 15. Una erupción de movimientos étnicos, regionalistas —bretón, occitano, corso, vasco, catalán, etc.—, o bien nacionalistas —Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, Liga del Norte, Vlaams Blok, FPÖ de Haider—, de orientación sexual, feministas, etc., recurre a la afirmación de una identidad cultural bien como reacción contra desigualdades, exclusiones y discriminaciones sociales, para enfrentar la amenaza que supone la globalización y el debilitamiento de la soberanía estatal, o sencillamente la coexistencia de determinados grupos en un mismo territorio y dentro de un mismo Estado, o de regiones en crisis o retrasadas, no asimilables a la nueva dinámica global. Véase Michel Wieviorka, «Diferencias culturales, racismo y democracia», en Daniel Mato, coord., Políticas de identidades y diferencias sociales en tiempos de globalización, FACES-UCV, Caracas, 2003, pp. 18-20. 34. Fredric Jameson, «Sobre los estudios culturales», en Fredric Jameson y Slavoj Žižek, Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 110. 35. Terry Eagleton, ob. cit., p. 70. 36. James Clifford, «Taking Identity Politics Seriously: The Contradictory, Stony Ground», en Paul Gilroy et al., eds., Without Guarantees. In Honor of Stuart Hall, Verso, Londres, 2000, pp. 102-3. 37. Judith Butler, «El marxismo y lo meramente cultural», New Left Review, n. 2, Londres, mayo-junio de 2000, pp. 109-21. 38. Slavoj Žižek, En defensa…, ed. cit., p. 69. 16. Zygmaunt Bauman, Comunidade, Jorge Zahar Editor, Ltda., Río de Janeiro, pp. 90-1. 39. Un fragmento de una entrevista realizada a Jürgen Habermas puede ilustrar la índole de esta clase de proposiciones: «Que se relativiza la propia forma de existencia atendiendo a las pretensiones legítimas de las demás formas de vida, que se reconocen iguales derechos a los otros, a los extraños, con todas sus idiosincrasias y todo lo que en ellos nos resulta difícil de entender, que uno no se empecina en la universalización de la propia identidad, que uno no excluye y condena todo cuanto se desvíe de ella, que los ámbitos de tolerancia tienen que hacerse infinitamente mayores de lo que son hoy». Jürgen Habermas, «Identidad nacional e identidad postnacional», Identidades nacionales y postnacionales, Tecnos, Madrid, 2007, p. 117. 17. Eric Hobsbawm, «Identidad», Revista Internacional de Filosofía Política, n. 3, Madrid, 1994, p. 15. 18. Slavoj Žižek, «Multiculturalism, or, the Cultural Logic of Multinational Capitalism», New Left Review, n. 225, Londres, 1997, pp. 34-5. 19. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», ed. cit., p. 98. 20. «Inventar tradiciones [...] es esencialmente un proceso de formalización y ritualización, caracterizado por la referenda a1 pasado, aunque solo sea al imponer la repetición». Eric Hobsbawm, «Introducción: la invención de la tradición», en Eric Hobsbawm y Terence Ranger, eds., La invención de la tradición, Crítica, Barcelona, 2007, p. 10. 40. Ibídem, p. 56. 41. Jacques Rancière, «Universalizar las capacidades de cualquiera» (entrevista), Archipiélago, n. 73-74, Barcelona, 2006, p. 73. 21. Slavoj Žižek, ob. cit., p. 42. 42. Carlos Marx, Crítica del derecho político hegeliano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 29. 22. Pierre-André Taguieff, The Force of Prejudice. On Racism and its Doubles, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2001, pp. 4-7. 23. Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», en Inmanuel Wallerstein y Etienne Balibar, ob. cit., p. 33. 24. Walter Benn Michaels, «Race into Culture: A Critical Genealogy of Cultural Identity», Critical Inquiry a. 18, n. 4, Chicago, 1992, pp. 684-5. © 113 , 2011 no. 68: 114-121, octubre-diciembre de 2011. José Luis Rodríguez Cuba, su economía y la Unión Soviética José Luis Rodríguez Asesor. Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). E l avance de la economía cubana enfrentó múltiples dificultades en los primeros treinta años después del triunfo de la Revolución. A los obstáculos propios de un proceso de desarrollo, se sumaron en el caso de Cuba los efectos del bloqueo de los Estados Unidos, la pobre dotación de recursos naturales y el arrastre de las condiciones de subdesarrollo heredadas de la república neocolonial. En el complejo escenario de enfrentamiento con el imperialismo norteamericano, un factor de notable importancia que permitió a Cuba sobrevivir y emprender el largo camino de las transformaciones socialistas fue la colaboración económica, financiera y tecnológica recibida de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de otros países socialistas.1 sin dudas, su enorme nivel de dependencia externa: los Estados Unidos eran —sobre todo— el centro para la toma de las decisiones estratégicas de la economía del país. Después de 1959 la estrategia de desarrollo aplicada por Cuba enfrentaría también el enorme obstáculo de su alta sensibilidad externa, que incluso se incrementaría a partir de los requerimientos propios del proceso de desarrollo. No obstante, la economía cubana obtuvo indudables avances en esos primeros treinta años de la Revolución, y logró una tasa de crecimiento de 4,4% entre 1959 y 1989, lo cual representa un per cápita de 2,9%.2 Las transformaciones operadas en la economía cubana tipificaban a finales de los años 80 del pasado siglo a un país en fase de creación de las condiciones básicas para emprender un proceso gradual de industrialización en el marco de la división internacional socialista del trabajo, una vez resueltos un grupo de problemas infraestructurales indispensables, tanto de tipo económico como social. No obstante, el país debía enfrentar aún el retraso en el desarrollo de su producción agropecuaria, la falta de integración interna de la economía y las dificultades de un modelo de desarrollo extensivo; por lo que se demandaba I Tal vez el sector externo de la economía cubana sea uno de los factores más complejos que considerar en el diseño de la política de desarrollo. El rasgo más característico de la economía de Cuba hasta 1958 fue, 114 Cuba, su economía y la Unión Soviética un aumento acelerado de la productividad del trabajo y un mayor aprovechamiento de la ciencia y la técnica en la producción y los servicios, a lo que se añadía la necesidad de un sistema de dirección económica más eficiente.3 En el proceso de desarrollo cubano el sector externo había desempeñado un papel esencial. La magnitud de su importancia podía apreciarse por el índice de apertura de la economía, el cual —medido a precios constantes— otorgaba un peso de las importaciones en el Producto Interno Bruto (PIB) de 31,7% en 1980-1987.4 El comercio exterior tuvo un crecimiento promedio anual, a precios constantes, de 0,8% en las exportaciones y 2,8% en las importaciones,5 lo que provocó un desbalance comercial entre 1959 y 1989 de 21 588,3 millones de pesos, absorbido, en una proporción superior a 70% por créditos de los países socialistas.6 En esta situación influyó el deterioro de la relación de términos de intercambio que, solo en los años 80, costó 15 000 millones de pesos.7 Por otra parte, la modificación más significativa del comercio exterior cubano estuvo en su orientación geográfica. Así, los países socialistas, que cubrían 1,5% de las exportaciones en 1958, alcanzaron a 83,1% en 1989, mientras las importaciones pasaron de 0,3% a 85,3% en el mismo período. En cuanto a los flujos financieros externos —aparte de la URSS—, el país recibió unos 1 500 millones de pesos en créditos para el desarrollo, de los países socialistas europeos. Estos cubrieron también déficits comerciales por unos 2 300 millones de dólares entre 1959 y 1989.8 Las economías de mercado, por su parte, brindaron créditos por un monto estimado entre 4 250 y 4 650 millones durante los años 70.9 Adicionalmente, entre 1961 y 1991, el bloqueo norteamericano costó al país cerca de 30 000 millones de dólares, lo que provocó un impacto económico muy negativo y neutralizó, en buena medida, el financiamiento externo recibido.10 Estos flujos financieros provenientes del exterior generaron lógicamente un nivel de endeudamiento en la economía cubana. Así, la deuda estimada con Europa oriental alcanzaba unos 1 360 millones de rublos convertibles —o 1 511 millones de pesos— en 1989. Por su parte, la deuda externa en moneda libremente convertible se situaba, al cierre de ese año, en 6 165,2 millones de pesos.11 En suma, en el contexto de las relaciones económicas con el exterior los vínculos con la URSS desempeñarían un papel determinante. de 1960 se firmó el primer convenio comercial y de pagos entre ambos países. La URSS se comprometía a adquirir 425 000 toneladas métricas (TM) de azúcar, para compensar el cierre del mercado norteamericano.12 Adicionalmente, se pactaron compras por un millón de TM anuales entre 1961 y 1964, a precios del mercado mundial,13 con una proporción de 20% en moneda libremente convertible y se concedió a Cuba el trato de nación más favorecida. Este acuerdo permitió a la Isla colocar en mercados no tradicionales notables volúmenes de fondos exportables, a precios que, en la práctica, resultaban preferenciales en relación con el mercado mundial.14 Además, se debe destacar las ventajas iniciales que también para la Unión Soviética tenía este suministro azucarero, pues le permitía la utilización máxima de su capacidad para refinar azúcar y la exportación de hasta un millón de toneladas de su propia producción. El precio pagado a Cuba era inferior al costo interno de producción del azúcar de remolacha en la URSS. Por lo demás, se abría un nuevo mercado para equipos y maquinaria soviéticos, de baja competitividad en el mercado mundial.15 Posteriormente, el convenio comercial de enero de 1964 tendría un papel fundamental en la estrategia de desarrollo de la Revolución. Mediante él se aseguró la venta de 24,1 millones de toneladas de azúcar, a un precio fijo de 6,11 centavos la libra. Esto permitiría un ingreso potencial para el desarrollo del país equivalente a 3 201,2 millones de pesos, en cinco años.16 Las entregas de azúcar se apoyaban en el aumento de la producción hasta alcanzar diez millones de toneladas en 1970. Al no lograrse esta cifra, las exportaciones del dulce se afectaron. De tal forma, el convenio se ejecutó al 54%, debido a que el plan de producción se cumplió solo al 76%.17 En 1972 ocurrieron acontecimientos de singular importancia para la Isla. Por un lado, Cuba ingresó al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), lo que permitiría integrar gradualmente la economía cubana al sistema de división internacional socialista del trabajo, en el que regían condiciones comerciales y financieras más favorables en comparación con el mercado mundial18 y donde se otorgaba un tratamiento especial a los países de menor desarrollo relativo.19 Por otro lado, en diciembre de 1972 se firmaron nuevos e importantes acuerdos comerciales, incluyendo el primer Protocolo de intercambio comercial a mediano plazo (1973-75). En ellos, se elevaban los precios de las exportaciones cubanas, inicialmente, a un equivalente de 12,20 centavos la libra de azúcar y 5 000 dólares la tonelada de níquel. En ambos casos, los nuevos precios estarían vigentes entre 1973 y 1980. Adicionalmente, en la década precedente Cuba había acumulado un desbalance comercial que llegaba a 2 II Las relaciones económicas cubano-soviéticas se iniciaron antes de 1959, pero se limitaron a compras de azúcar con un carácter coyuntural, aunque alcanzaron cierta importancia en la década de los 50. En febrero 115 José Luis Rodríguez 073,3 millones de pesos, cubiertos con nuevos créditos soviéticos. También se pactó la postergación del pago, en veinticinco años y sin intereses, de los créditos que tuvieran vencimiento entre 1973 y 1985. En las nuevas condiciones convenidas se reflejaba la voluntad soviética de no demandar un comercio equilibrado con Cuba, de forma inflexible. Tal como señalara Carlos Rafael Rodríguez esto millones de pesos a favor de la URSS, financiado por esta mediante créditos. En 1985, el precio pagado por el azúcar cubana había alcanzado 51,16 centavos la libra, equivalente a 915 rublos la tonelada, similar al precio minorista interno en la URSS. En consecuencia, se reanalizó el precio base para el quinquenio 1986-1990, y se pactó en 0,429 centavos la libra, u 850 rublos la tonelada, para suministrar 21 millones de toneladas de azúcar en el período.25 La fórmula para mantener constante la relación de términos de intercambio sufrió así un importante ajuste en ese momento, pues se estableció un precio fijo.26 Asimismo, los de las importaciones soviéticas en el quinquenio se fijaron al nivel de los de 1985. Ello llevó a un deterioro de dicha relación, e incidió —junto a los incumplimientos de las exportaciones cubanas previstas— en el crecimiento del desbalance comercial en el quinquenio, hasta 8 471,3 millones de pesos. Por otro lado, muchos suministros no se incrementaron, sino que se mantuvieron como en 1985. Las entregas de petróleo de la URSS, fijadas en torno a 13,3 millones de toneladas por año, hasta 1989, bajaron a 10,2 en 1990 y a 8,1 en 1991, y llegaron solo a 1,8 millones de toneladas en 1992.27 No obstante, se mantuvo la reexportación del combustible ahorrado, que alcanzó 8,7 millones de toneladas, con un valor de 746,9 millones de dólares. En síntesis, entre 1959 y 1989, el intercambio comercial entre ambos países representó 63% del comercio exterior cubano. Durante treinta años se generó un desbalance comercial de 16 614 millones de pesos, cubierto por créditos otorgados en condiciones ventajosas.28 Las exportaciones cubanas a la URSS crecieron a un ritmo anual de 12,6% entre 1960 y 1989, en tanto que las importaciones aumentaron 15,7% a precios corrientes. La relación de términos de intercambio muestra un saldo favorable para Cuba con un ingreso superior en 50% a lo que se hubiera logrado comerciando a los precios del mercado mundial.29 Por otro lado, a partir de la evidencia existente, esta relación sufrió un deterioro con posterioridad a 1980 comparado con la fórmula de precios de 1976, que puede ubicarse en alrededor de 21% entre 1980 y 1990.30 Al respecto un alto funcionario soviético declaró que Cuba había pagado precios por encima del mercado mundial, en los casos del petróleo y la maquinaria, equivalentes a 1 900 millones de rublos anuales entre 1986 y 1990, en tanto que los pagados por el azúcar cubano se mantenían fijos.31 A pesar de los deterioros estimados en la última etapa, Cuba se benefició grandemente del intercambio con la URSS si se tienen en cuenta los precios que regían en el mercado mundial a lo largo de los treinta años analizados. En términos de composición mercantil, las exportaciones cubanas no sufrieron cambios sustanciales en esos años, en lo fundamental por el azúcar y el níquel. hizo posible a nuestro país no tener que escoger entre la importación de bienes de consumo y materias primas por una parte, y de la otra la importación de equipos para la agricultura, el transporte y la construcción destinados a diversas actividades del desarrollo económico.20 Los precios del azúcar también se elevarían en años posteriores, hasta 19,64 centavos la libra en 1974 y 26,36 en 1975, acordes con las tendencias del mercado. Asimismo, el níquel se pagó entre 5 939 y 5 948 dólares la tonelada en ese período. A partir de 1975 se empezó a firmar acuerdos de coordinación de planes quinquenales, en los cuales se establecía el intercambio comercial, por años, de los rubros más importantes. Esto se reflejaba en un convenio comercial y con posterioridad se firmaban protocolos anuales, sobre la base del rublo transferible como moneda convenio.21 En el quinquenio 1976-1980 se estableció una fórmula de indización entre los precios de las principales exportaciones cubanas y los de las soviéticas, con el objetivo de mantener fija la relación de términos de intercambio alcanzada entonces, lo que situaba a Cuba en una situación favorable y justa, frente al intercambio desigual imperante en el resto del mundo subdesarrollado.22 Los precios acordados en febrero de 1976 para las importaciones soviéticas tuvieron en cuenta el promedio de los tres años anteriores.23 Los del azúcar partieron del nivel de 30,49 centavos la libra y alcanzaron, en 1980, 47,39 centavos. Adicionalmente, la URSS compró 3,1 millones de toneladas que se pagaron en moneda convertible.24 En el período 1977-1980 se alcanzaron acuerdos para rexportar el petróleo soviético que Cuba fuera capaz de ahorrar, lo que representó una importante fuente de ingresos en divisas convertibles para el país. Para el quinquenio 1981-1985 se revisó el precio base del azúcar, que pasó de 47,39 a 35,10 centavos la libra, como consecuencia de un ajuste en la fórmula de la relación de términos de intercambio que había brindado ganancias adicionales a la parte cubana por encima de lo pactado en febrero de 1976. Se convino, además, incrementar los precios del níquel y de los cítricos, así como mantener la reexportación de petróleo, que alcanzó 10,2 millones de toneladas en el período. Durante ese lapso, Cuba acumuló un desbalance comercial de 3 462,2 116 Cuba, su economía y la Unión Soviética adeudos siempre fue una preocupación permanente. Ya en diciembre de 1972 se acordó la prórroga de la amortización para el pago de los créditos suscritos hasta esa fecha, y en 1984 hubo una nueva posposición.38 Hay autores que consideran que los precios preferenciales de la URSS hacia Cuba como una suerte de subsidio.39 Sin embargo, olvidan que este sistema se adoptó con el objetivo de mantener una favorable relación comercial con Cuba y evitar el deterioro de los ingresos por esa vía —como ocurría con el intercambio Norte-Sur—, a partir de las condiciones en que se creaba el valor en un país subdesarrollado; pero eso no lo convertía en una fuente de financiamiento concedida de manera gratuita —fórmula típica de un subsidio—, ya que solo se reconocía justamente el valor creado por la economía cubana y no se producía una transferencia de recursos a los que se pudiera dar un uso alternativo, como una donación.40 Esta interpretación colocaría a Cuba en un plano de dependencia similar a países incapacitados de valerse por sí mismos. La asistencia financiera proveniente de la URSS generó, como es lógico, un nivel de deuda —tema que ha sido objeto de muchos debates a partir de la desaparición de la URSS. Con cifras no confirmadas oficialmente por Cuba, fuentes soviéticas informaron que la deuda cubana hasta noviembre de 1989 ascendía a 15 490,6 millones de rublos o 17 212 millones de pesos. Posteriormente, otra fuente soviética expresó que había alcanzado 16 400 millones de rublos o 18 222 millones de pesos al cierre de 1990.41 El pago de la deuda —valorada entonces por Rusia en 20 848 millones de rublos transferibles o 23 141,3 millones de pesos— fue en efecto reclamado a Cuba por el nuevo gobierno ruso, de forma inmediata tras la desaparición de la URSS, por lo que, en noviembre de 1992, se creó una comisión intergubernamental para examinar el tema, la cual se reunió varias veces entre 1994 y 1998.42 Al analizar el origen de la deuda debe tomarse en cuenta que solo entre 1980 y 1990 se produjo un deterioro para Cuba en su relación de términos de intercambio con la URSS de alrededor de 21%. Si esos cálculos resultaran correctos, casi 50% de la deuda con la URSS tendría que atribuirse a ese deterioro; fenómeno que contradice el acuerdo firmado —y nunca revocado— por ambos países en febrero de 1976, precisamente para evitarlo. Por otro lado, al pasar la Unión Soviética a efectuar sus operaciones en moneda libremente convertible, y sujetarse a una economía de mercado, tendría que reconsiderarse el monto real de la deuda, tomando en cuenta el valor real del rublo soviético en el mercado financiero internacional.43 Los perjuicios sufridos por Cuba con la desaparición abrupta y sin compensación de todos los lazos En los 80 comenzaron a exportarse partes y piezas de computadoras y aumentó el peso de los cítricos. También la reexportación del petróleo soviético ahorrado por Cuba desde 1977 hasta 1989, le reportó ingresos en divisas estimados en 3 000 millones de pesos. Un análisis de las relaciones comerciales entre Cuba y la URSS sería unilateral si se ignorasen los beneficios que estas les reportaron también a los soviéticos. En primer lugar, Cuba suministraba 30% del azúcar que consumía la URSS, a precios inferiores a los costos de producción de la de remolacha en ese país.32 En segundo lugar, el suministro cubano de cítricos cubría 40% de la demanda soviética, en tanto que el níquel llegaba a 20% y, en ambos casos, en otros mercados tendrían que importarlos en moneda libremente convertible (cítricos), o sus costos de producción internos los hacían prohibitivos (níquel), con el consecuente incremento de gastos para la parte soviética.33 Por último, a finales de los 80 Cuba comenzó a exportar a la URSS productos de la industria electrónica y se avanzó para hacerlo con la biotecnológica, lo cual liberó recursos en divisas que hubiera tenido que desembolsar la URSS.34 En general, se ha estimado que, a finales de la década de los 80, el costo de oportunidad de las mercancías cubanas exportadas a la URSS se ubicaba entre 2 000 y 2 500 millones de dólares por año. Esto significa básicamente que para la obtención de azúcar crudo, níquel y cítricos —las tres mercancías más importantes que Cuba intercambiaba con la URSS—, los soviéticos hubieran tenido que pagar esas cifras si hubieran comprado dichos productos a los precios vigentes en el mercado mundial. III A la par con las comerciales, se desarrollaron las relaciones financieras entre la Unión Soviética y Cuba: los créditos comerciales financiaron alrededor de 22% de las importaciones provenientes de la URSS y se caracterizaron por el pago aplazado de 100% de su importe, la tasa de interés que no superaba 4,5% anual, los plazos de amortización de doce años, y modalidades de pago mediante el suministro de mercancías cubanas.35 Por otra parte, desempeñaron un papel significativo los créditos para el desarrollo, por unos 6 611 millones de pesos hasta 1990.36 Con ellos se obtuvo el pago aplazado de 100% de su importe, tasas de interés de 2% anual, plazos de amortización de veinticinco años y también modalidades de pago mediante el suministro de mercancías.37 Aun cuando en el ámbito financiero las condiciones ventajosas ofrecidas por la URSS resultaron muy favorables, para el gobierno cubano el pago de los 117 José Luis Rodríguez En el complejo escenario de enfrentamiento con el imperialismo norteamericano, un factor de notable importancia que permitió a Cuba sobrevivir y emprender el largo camino de las transformaciones socialistas fue la colaboración económica, financiera y tecnológica recibida de la URSS y de otros países socialistas. económicos con la URSS ha sido objeto de justo reclamo por el gobierno cubano. De tal forma, Cuba presentó a Rusia en 1998 una reclamación por los daños sufridos entre 1991 y 1995, los cuales se elevaron a 36 363 millones de rublos transferibles o 40 363 millones de pesos cubanos.44 Sobre este tema nunca se llegó a un acuerdo y actualmente esta deuda sigue registrada por Rusia en el Club de París, lo que Cuba considera inaceptable.45 La colaboración económica se dirigió sobre todo a apoyar el desarrollo industrial del país. En efecto, las cifras disponibles muestran una concentración en esta esfera entre 75 y 80%. También desempeñó un significativo papel en la calificación y preparación de cuadros cubanos. De los centros docentes creados en Cuba con asistencia soviética, entre 1960 y 1987, egresaron más de 240 000 especialistas, además de brindar instrucción a 15% de los alumnos del sistema de enseñanza técnicoprofesional. En ese mismo período se formaron en la URSS cerca de dieciocho mil obreros calificados y especialistas cubanos y aún en 1990 trabajaban en Cuba tres mil técnicos soviéticos.46 El documento que reflejó cabalmente el papel de la asistencia prestada por la Unión Soviética al desarrollo de la Isla fue el «Programa a largo plazo de desarrollo de la colaboración económica y científico-técnica entre la República de Cuba y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta el año 2000», firmado en octubre de 1984. soviético de cumplir los compromisos asumidos con Cuba, lo cual contribuyó a evitar en buena medida la afectación de estas relaciones.48 La reorganización del sector externo soviético otorgó el derecho a todas las organizaciones económicas para acceder libremente al mercado internacional, a partir de abril de 1989,49 lo que elevó el nivel de complejidad de los procesos de contratación centralmente planificados que mantenía Cuba. Sin embargo, la modificación de mayor trascendencia en la política económica exterior de la URSS se produjo en el verano de 1990, cuando se decidió que, a partir de enero del siguiente año, todas las transacciones comerciales con los países miembros del CAME se realizarían sobre la base de los precios del mercado mundial y en moneda convertible. Por la gravedad de esta decisión, el Comandante Fidel Castro envió el 22 de agosto de 1990 una extensa carta a Mijail Gorbachov, donde exponía los criterios de Cuba sobre esta medida y las graves consecuencias que tendría para la economía cubana. Las negociaciones para el intercambio comercial de 1990 fueron especialmente complicadas, y se extendieron hasta abril de ese año. Ya el 29 de agosto Cuba se vio obligada a adoptar una serie de medidas de emergencia ante la perspectiva de una situación aún más grave en los abastecimientos soviéticos: había comenzado el Período especial.50 El intercambio comercial para 1991 se pactó en diciembre de 1990, con la introducción de importantes cambios que reflejaban la intención soviética de ir a un proceso de transición en las relaciones económicas entre ambos países basadas en el principio de los beneficios mutuos, en relación con los precios del mercado mundial, y con pagos en dólares. El precio del azúcar se redujo a 0,25 centavos la libra, en tanto que se mantenía un contrato para suministrar diez millones de toneladas de petróleo por su equivalente en azúcar y se preveían créditos para el pago de los saldos deficitarios pendientes a fin de año, los que debían reducirse gradualmente en el futuro. Por consiguiente, las entregas de mercancías por parte de la URSS empeoraron drásticamente en el primer semestre de 1991 y cayeron a niveles críticos en la segunda mitad del año, sobre todo por el vacío de poder que IV Los cambios que se produjeron en la política económica soviética después de 1985 tuvieron una repercusión primero indirecta y después directa en las relaciones con Cuba. Las repercusiones indirectas vinieron dadas ante todo, por los resultados de las propias reformas al interior de la URSS. Cuba se vio crecientemente afectada por este fenómeno sobre todo a partir de 1987, cuando en la economía soviética empezaron a reducirse de manera drástica producciones estratégicas con sus correspondientes efectos sobre el comercio exterior.47 No obstante, como ya se expresó, existió siempre la voluntad política por parte del gobierno 118 Cuba, su economía y la Unión Soviética Dimitri Medvedev visitó la Isla y en enero de 2009 viajó a Rusia el presidente cubano Raúl Castro, ocasión en la que se firmó un memorándum «Sobre los principios de la colaboración estratégica entre Cuba y Rusia», y se rubricaron otros treinta y cuatro documentos en distintas esferas de la colaboración. sobrevino en el gobierno soviético después del intento de golpe de Estado de agosto de 1991.51 Los conflictos de orden político se acrecentaron a partir de entonces con la retirada unilateral de las tropas soviéticas de Cuba en septiembre de ese año.52 El intercambio comercial total en 1991 solo llegó a 4 521,5 millones de pesos, 48% inferior al del año precedente, y con la desaparición de la URSS, el 25 de diciembre de 1991, se redujo a niveles mínimos. VI Las relaciones económicas con la URSS representaron para Cuba un elemento esencial en su desarrollo, si bien nunca se concibieron como únicas o excluyentes de otros vínculos con diversos países del mundo. Las complejas circunstancias en que nuestro país debió desempeñarse durante las tres primeras décadas de la Revolución, impusieron la necesidad de fortalecer los vínculos económicos con los soviéticos frente al férreo bloqueo económico de los Estados Unidos y la hostilidad del mundo capitalista. Sin embargo, la copia, en múltiples ocasiones acrítica, del modelo soviético de los años 60, introdujo problemas —típicos de su agotamiento desde entonces— y propició altos niveles de consumo material; ineficiencia del proceso inversionista; expansión del burocratismo; una limitada concepción de la industrialización del país; baja eficiencia económica y, en general, una visión sesgada de la construcción del socialismo. No obstante, la búsqueda de una solución a estos problemas de acuerdo con nuestras propias características y concepciones, siempre prevaleció. A diferencia de las soluciones que, por la vía de la expansión del mercado, se buscaban en la política económica que caracterizó la perestroika y la glasnost en la URSS, en Cuba se trató de encontrar un balance que permitiera combinar los métodos de movilización política, consustanciales al socialismo, y la necesaria racionalidad económica en la combinación entre el empleo de la planificación y el mercado. La resultante de este proceso si bien no produjo soluciones definitivas a los problemas económicos del país, y estuvo signada por nuestras propias insuficiencias, permitió enfrentar de manera satisfactoria las difíciles condiciones que sobrevendrían, con el Período especial, a partir de 1990. Es preciso tomar en cuenta los resultados de la colaboración económica entre la URSS y Cuba entre 1960 y 1990, reflejados en la proporción de las producciones obtenidas mediante ella en una serie de renglones. Estas proporciones fueron de 100% para laminados, combinadas cañeras, televisores y radios; en acero, 95%; 80% en fertilizantes nitrogenados; y 60% en la producción de estructuras metálicas y en la de hilados y tejidos. En síntesis, las empresas desarrolladas con la V En el nuevo contexto, la Federación Rusa se hizo cargo de dar continuidad a los vínculos económicos externos de la Unión Soviética, tanto en lo relativo a sus propios adeudos, que al cierre de 1991 se calculaban en 67 200 millones de dólares, como en lo referido a la deuda de distintos países con el anterior Estado, estimada en unos 95 000 millones de dólares,53 por lo que de forma inmediata se iniciaron las gestiones para reclamar el pago de esa cifra. Este último elemento pasó a ser un componente esencial en la formulación rusa de las perspectivas económicas con Cuba, a lo que se sumaron las características de la transición al capitalismo en Rusia, donde se aplicó una terapia de choque del más estricto corte neoliberal. Bajo estas circunstancias, el gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999) desarrolló una política que provocó la reducción en 94% del intercambio comercial entre Cuba y Rusia en esos años y aun cuando se firmaron diversos acuerdos, en 1992, 1993 y 1996, para tratar de reanimar las relaciones económicas y culturales, estas se mantuvieron a un nivel muy bajo. A pesar de ello, se mantuvo un saldo comercial positivo para la parte cubana. A partir del acceso a la presidencia de Vladimir Putin en 2000 y su visita a Cuba en ese año, las relaciones con Rusia mejoraron gradualmente. Con la visita se despejó un grupo de temas pendientes desde 1991 y Cuba identificó las esferas de negocio con posibilidades para Rusia en las nuevas condiciones.54 Durante los últimos años ha habido un progresivo incremento de los vínculos económicos entre los dos países, aun cuando el intercambio comercial se redujo de 520 millones de dólares anuales a 310 millones como promedio, entre 1992 y 1999.55 El saldo de la balanza comercial fue favorable para Cuba hasta 2004 y se ha mantenido deficitario desde 2005. En septiembre de 2006 se firmó un crédito comercial por 350 millones de dólares para el suministro de mercancías y servicios a Cuba, a pagar en diez años, con muy bajo interés, y se ajustaron los pagos pendientes de la deuda.56 En noviembre de 2008, el presidente ruso 119 José Luis Rodríguez cooperación de la URSS creaban 15% de la producción industrial bruta del país a finales de la década de los 80, y Cuba obtenía alrededor de 98% del combustible que consumía, además de un volumen sustancial de alimentos básicos para la población y el financiamiento indispensable para emprender su desarrollo.57 En conclusión, estas relaciones económicas y financieras favorecieron el crecimiento del PIB cubano en los primeros treinta años de Revolución, sin el que Cuba no hubiera podido enfrentar las enormes dificultades del Período especial. Las relaciones económicas entre Cuba y la URSS fueron modelo entre un país desarrollado y otro en vías de desarrollo, y desempeñaron un papel fundamental en la consecución exitosa del programa de desarrollo alcanzado por Cuba, al tiempo que beneficiaron —en alguna medida— a la economía soviética. Al desaparecer abruptamente estos vínculos, Cuba sufrió la más terrible crisis económica de su historia revolucionaria, pero continúa hoy empeñada en actualizar su modelo socialista. Por el contrario, en lo que fue la patria de Lenin se frustraron las esperanzas de un mundo mejor y es hoy una triste evidencia del capitalismo neoliberal. 10. José A. Aguilar y Marcelo Fernández Font, comps., El bloqueo económico a Cuba por los Estados Unidos, INIE, La Habana, 1992; Carlos Batista, El bloqueo y las compensaciones en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, CESEU, 1989; Morris Morley, Imperial State and Revolution, Cambridge University Press, Nueva York, 1987. 11. Según datos del Informe Económico del Banco Nacional de Cuba, editado anualmente desde 1982 hasta 1990 y desde 1995 hasta 2004. 12. Véase Germán Amado-Blanco, «Tres décadas de comercio Cuba-URSS (1960-1990)», Revista Cuba. Comercio Exterior, n. 3, La Habana, 2006. 13. Ya en 1963, la URSS comenzó a pagar el azúcar a 6 centavos la libra. 14. El nivel de preferencialidad en centavos por libra de azúcar fue de 1,34 en 1961, y 1,26 en 1962. Solo en 1963 los precios del mercado mundial superaron los pagados por la URSS. 15. Germán Amado-Blanco, ob. cit. 16. En estos años la tasa de cambio era de un peso igual a un dólar. 17. José Luis Rodríguez, Estrategia de desarrollo económico en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990. 18. El rublo transferible como moneda de cuenta en las relaciones financieras mantenía tasas de cambio estables en relación con las monedas nacionales, a diferencia de lo que ocurría con las restantes divisas en el mercado internacional. 19. Estas condiciones les fueron otorgadas a Mongolia, Cuba y Viet Nam. Notas 20. Carlos Rafael Rodríguez, «La colaboración de la URSS al desarrollo económico de Cuba», El Militante Comunista, La Habana, noviembre de 1977, pp. 6-7. 1. Una primera versión del presente trabajo fue publicada en el Boletín de Información sobre Economía Cubana del CIEM («Las relaciones económicas entre Cuba y la antigua URSS: 1990-1992», n. 7, La Habana, julio de 1992). Otra, más amplia, se publicó con el título «Las relaciones económicas entre Cuba y la antigua URSS: evaluaciones y perspectivas» (Cuadernos del Este, n. 6, Madrid, 1992). La versión actual se enriqueció, amplió y actualizó. 21. La tasa de cambio del rublo transferible era equivalente a 1,11 dólares o pesos cubanos de entonces. 22. Esta fórmula se estableció a propuesta de Cuba. Véase Fidel Castro, «Discurso pronunciado en la inauguración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba», IV Congreso del Partido Comunista de Cuba. Discursos y documentos, Editora Política, La Habana, 1992. 2. El crecimiento está calculado sobre la base de datos del PIB estimados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE). Véase Anuario Estadístico de Cuba 1998, ONE, La Habana, 1998. 23. Posteriormente, para cada año, se tomaría como base el precio promedio de los cinco precedentes. 3. Los esfuerzos realizados en el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas emprendido a partir de 1986 se encaminaban en esa dirección, aunque no lograrían culminarse por el advenimiento del Período especial. 24. Germán Amado-Blanco, ob. cit. 4. Andrew Zimbalist y Claes Brundenius, The Cuban Economy, The Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1989. 25. Esta cifra no se logró, pero Cuba adquirió azúcar en el mercado mundial para cumplir las entregas con la URSS, que a su vez garantizó financieramente estas operaciones. 5. Miguel Figueras, Aspectos estructurales de la economía cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1994. 26. Los precios del níquel también se modificaron y fueron objeto de largas discusiones. Véase Germán Amado-Blanco, ob. cit. 6. Anuario Estadístico de Cuba. 1989, ONE, La Habana, 1989. 27. CEPAL, La economía cubana. Reformas estructurales y desempeño en los noventa, CEPAL-ASDI-Fondo de Cultura Económica, México, DF, 2000. 7. Miguel Figueras, Análisis de las políticas de industrialización en Cuba en el período revolucionario y proyecciones futuras, Centro de Investigaciones de la Economía Internacional, La Habana, 1990. 28. Una nueva posposición de pagos se renegociaría para los desembolsos que debían iniciarse en 1986, de acuerdo a la renegociación de 1972. 8. Véase Resumen Mensual, IPS, La Habana, junio de 1999, disponible en www.cubaalamano.net. 29. Se refiere a todos los países socialistas, aunque la URSS es determinante en estos resultados. Véase Elena Álvarez, Algunos efectos en la economía cubana de los cambios en la economía internacional, INIE, La Habana, 1991. 9. Véase José Luis Rodríguez, «Economic Relations between Western Europe and Cuba since 1959», en Alistair Hennessy y George Lambie, eds., The Fractured Blockade, MacMillan, Londres, 1993. 120 Cuba, su economía y la Unión Soviética 30. Datos obtenidos —por el autor— de diversos especialistas cubanos. Otros autores, sobre todo norteamericanos, tienden a sobrevalorar el deterioro de la relación de intercambio en los años 80. Véase Andrew Zimbalist y Claes Brundenius, ob. cit. cotizaba a 100 por dólar, con lo que el valor de la deuda cubana en esos momentos en el mercado secundario pudiera estimarse en 164 millones de dólares. En 1997, la cotización alcanzaba 5 785 rublos por dólar; en consecuencia, se redujo mucho más el valor de mercado de los adeudos. 31. V. Venediktov, «Azúcar, naranjas y una cucharada de hiel», Bohemia, n. 27, La Habana, 6 de julio de 1990. De ser correctos estos cálculos, Cuba habría pagado 9 500 millones de rublos en exceso, entre 1986 y 1990, solo por estas mercancías. No obstante, esta información debe tomarse con reservas. 44. Cálculo a la tasa de cambio de 1,11 pesos por rublo transferible vigente cuando desapareció la URSS. Véase «El párrafo infame», ob. cit. 45. Esa deuda se reclama en dólares a pesar de que se contrajo en rublos transferibles. Aun considerándola en rublos soviéticos, el gobierno ruso nunca tuvo en cuenta la devaluación de esta moneda frente al dólar. En mayo de 2010, el Club de París informó que la deuda cubana era de 30 410 millones de dólares, buena parte de los cuales incluye esta deuda espúrea. 32. El costo promedio de la producción azucarera soviética entre 1979 y 1987 fue de 43 centavos la libra, mientras que la URSS pagó a Cuba, en igual período, 41,92 centavos como promedio, según cálculos realizados por la firma Landell Mills Commodities Studies y citados en «Información quincenal sobre Cuba», IPS Economic Press Service, n. 24, 31 de diciembre de 1990. Véase también G. B. Hagelberg, «The Sugar Side of Perestroika», International Sugar and Sweetener Report, v. 122, n. 6, Ratzeburg, Alemania, 8 de febrero de 1990. 46. Y. Riabov, «URSS-Cuba: colaboración exitosa», Comercio Exterior, n. 1, Moscú, 1984; P. Kormilitsin, «Ejemplo de colaboración fraternal», América Latina, n. 1, Moscú, 1984. 47. La producción petrolera pasó de 624 millones de toneladas en 1988 a 570 en 1990, para un descenso de 8,7% en solo dos años. Las entregas a Cuba de petróleo y derivados se afectaron en 243 000 toneladas en 1989 y llegaron a 3,3 millones de toneladas en 1990. Germán Amado-Blanco, ob. cit. 33. S. Tarasenko, «Azúcar amargo», Novedades de Moscú, n. 49, Moscú, diciembre de 1989. 34. Se estima que las exportaciones cubanas de este tipo de productos alcanzaron los trescientos millones de pesos entre 1989 y 1990. 48. Véase Fidel Castro, «Discurso pronunciado en el acto central por el XXXVII aniversario del asalto al cuartel Moncada», Granma, La Habana, 28 de julio de 1990. 35. Informe Económico, Banco Nacional de Cuba, La Habana, agosto de 1982. 36. Según datos de Carmelo Mesa-Lago, estos créditos llegaron a 8 631 millones de dólares (véase «The Economic Effect on Cuba of the Downfall of Socialism in the USSR and Eastern Europe», en Carmelo Mesa-Lago, ed., Cuba After the Cold War, Pittsburgh University Press, Pittsburgh, 1993). Sin embargo, otra fuente informaba, en 1999, que estos créditos llegaban a 5 900 millones de pesos. Véase Resumen Mensual, IPS, ob. cit. 49. La puesta en práctica de esta política coincidió con la visita a Cuba de Mijail Gorbachov, pero en las conversaciones no parece haberse abordado este tema. Véase Germán Amado-Blanco, ob. cit. 50. Véase «Información a la población», Granma, La Habana, 29 de agosto y 26 de septiembre de 1990; e «Información a la población sobre medidas adicionales con motivo a la escasez de combustible y otras importaciones», Granma, La Habana, 20 de diciembre de 1991. 37. A. D. Bekarevich y N. M. Kujarev, La Unión Soviética y Cuba: colaboración económica, Editorial Nauka, Moscú, 1990. Estas condiciones sufrieron algunos cambios posteriormente, pero no se alteró su esencia. 51. Fidel Castro, «Discurso pronunciado en la inauguración del IV Congreso...», ob. cit. 52. Véase el editorial «Cuba no aceptará jamás ser entregada ni vendida a Estados Unidos», Granma, La Habana, 14 de septiembre de 1991. 38. Informe Económico, Banco Nacional de Cuba, La Habana, febrero de 1985. 39. Este sistema de precios inyectó al país 39 390 millones de dólares de 1960 a 1990. Véase Carmelo Mesa-Lago y Fernando Gil, «Soviet Economic Relations with Cuba», Working Papers in International Studies, n. 5, Minnesota, 1987; Carmelo Mesa-Lago, «The Economic Effect on Cuba...», ob. cit.; Jorge Pérez-López, «El sector externo de la economía socialista cubana», en Mauricio de Miranda, ed., Cuba. Reestructuración económica y globalización, Centro Editorial Javeriano, Bogotá, 2003. 53. Alicia Girón y Svetlana Penkina, «La deuda externa de Rusia en su transformación en una economía de mercado», Comercio Exterior de México, v. 44, n. 7, México, DF, 1994. 54. Un elemento favorable fue la concesión por Putin de un crédito de 50 millones de dólares a Cuba. Véase «El párrafo infame», ob. cit. 55. Datos basados en los Anuarios estadísticos, de la ONE, entre 1996 y 2009. 40. Para conocer otra forma de valorar el nivel de preferencialidad otorgado por la URSS a Cuba, véase Andrew Zimbalist y Claes Brundenius, ob. cit. 56. Se trata de adeudos contraídos con Rusia a partir de 1992 por 166 millones de dólares y no se refieren a la deuda con la URSS. 57. Y. Riabov, ob. cit.; Piotr Kormilitsin, ob. cit.; Víctor Álvarez, «Colaboración soviética. Influencia en el desarrollo industrial cubano», Colaboración Económica Internacional, n. 1, Moscú, 1989. 41. Datos provenientes del periódico Izvestia, Moscú, 2 de marzo de 1990, y Juan O. Tamayo, «Soviets See Drastic Cuts in Cuba Aid», The Miami Herald, Miami, 26 de septiembre de 1991. 42. «El párrafo infame» (Editorial), Granma Internacional, La Habana, 27 de octubre de 2001, disponible en www.cuba.cu/gobierno/ documentos/2001/esp/e271001e.html. 43. Al asumir el cobro de los adeudos a la antigua URSS, Rusia pasó a nominarlos en rublos en lugar del rublo transferible que desapareció también en 1991. La tasa de cambio del rublo sufrió una enorme devaluación en los años 90. Ya en febrero de 1992 se © 121 , 2011 no. 68: 122-128, octubre-diciembre de 2011. Amós López Rubio Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90 Amós López Rubio Teólogo. Por otra parte, considero que este quehacer teológico carece de originalidad, no busca el diálogo con otros saberes humanos y con el contexto vital; no es autocrítico —que se fragua en medio de los desafíos cotidianos—; más bien constituye un discurso importado, literalista en su abordaje del texto sagrado, altamente proselitista y abocado a la afirmación de un fundamentalismo moral y religioso. En este sentido, es un enfoque poco relevante y pertinente. En cambio, mucho más interesantes resultan las líneas de reflexión teológica que se darán en el seno del movimiento ecuménico protestante, las cuales reflejan una preocupación por establecer un diálogo con la realidad que se vive, al tiempo que intenta orientar la misión de la iglesia en aquel contexto y de una manera más creativa. Por razones de tiempo y espacio, no es posible hacer un recuento de las causas que lanzaron a Cuba a la dura experiencia del Período especial, ni tampoco analizar las principales transformaciones que ello produjo en el proyecto revolucionario y la vida en general del país. En cambio, es importante no olvidar que una de las consecuencias de tal período fue una reanimación La teología mejor es la que desentraña los textos como opciones vivenciales, y hace de sus creadores y seguidores los mejores ciudadanos. Rafael Cepeda R ecordar e intentar sistematizar las características del quehacer teológico de los años 90 del pasado siglo en el protestantismo cubano es una manera de exponer las formas en las cuales esta reflexión teológica buscó respuestas, desde la fe y la práctica cristianas, a la realidad nacional. Las ideas que se compartirán tienen un denominador común: el quehacer teológico protestante en Cuba, en el período señalado, está estrechamente relacionado con la crisis socioeconómica, ética y cultural que vivimos los cubanos. Se trata de una mirada que analiza fundamentalmente la reflexión teológica que se va a generar desde personas, iglesias e instituciones vinculadas de manera activa e histórica al movimiento ecuménico cubano.1 Analizar las tendencias teológicas de otros sectores dentro del protestantismo cubano en el período —que conforman un segmento numéricamente mayoritario de las iglesias evangélicas nacionales— requeriría una investigación propia.2 122 Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90 sin precedentes de la vida religiosa, la que se ve potenciada en los períodos de crisis de tres maneras: como búsqueda inmediata de soluciones a problemas que se agudizan en la cotidianidad; como referente de valores éticos en un contexto de resquebrajamiento moral, y como atrincheramiento existencial y espiritual, reforzamiento de la confianza y el sentido de la vida en una situación cambiante, amenazante e incierta. Ello, en el caso de las iglesias cubanas, aceleró el crecimiento de sus membresías, lo cual alcanzó su clímax en 1995 y permitió declarar, a finales de la década, a 3% de la población cubana como protestante.3 En tal escenario nacional, el quehacer teológico protestante va a mostrar algunas tendencias. Primero, la necesidad de poner en diálogo la fe evangélica con lo más representativo del pensamiento histórico cubano, al establecer puntos en común entre las enseñanzas del Evangelio y los postulados de las figuras más decisivas en la conformación y desarrollo de la nacionalidad y la identidad cultural cubanas. varios proyectos de capacitación teológica, bíblica y pastoral. Estos son promovidos, por un lado, a través de organizaciones no gubernamentales de reciente formación y, por el otro, por instituciones ya existentes. En el primer grupo podemos mencionar al Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., en La Habana; el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, en Cárdenas, y el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación B. G. Lavastida, en Santiago de Cuba. En el segundo caso figuran el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas (SET) y el Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba. El Centro Martin Luther King comienza a implementar, en 1993, el Curso de Educación Pastoral (CEPA), un programa de formación pastoral —descentralizado del Seminario Bíblico Latinoamericano de San José, Costa Rica— que adapta sus contenidos y metodología a la realidad nacional. Alejandro Dausá, sacerdote y teólogo de origen argentino, quien trabajara en la coordinación de estos cursos a nivel nacional, destaca tres aspectos metodológicos en la modalidad del CEPA que contribuyeron a la experiencia de los estudios teológicos y de la creación teológica misma: la elaboración comunitaria del saber, la importancia de la pregunta y la práctica socioeclesial como permanente punto de partida. La elaboración comunitaria del saber presupone que todas las personas son portadoras de saberes y vivencias que inciden en la lectura teológica de la realidad. Es una alternativa a la educación teológica clásica, donde el profesor es quien trasmite el conocimiento y se adueña, de manera exclusiva, de la posibilidad de comprender el mundo y transformarlo. En relación con la pregunta como herramienta para el análisis y la elaboración de un conocimiento teológico nuevo, hay que aclarar que no se trata de la pregunta escolástica Nos proponemos actualizar la memoria de los hombres y mujeres cristianas que, a partir de su fe y siendo consecuentes con ella, han quedado en nuestra historia como ejemplos de dignidad y de patriotismo […] Ellos pueden servirles de modelo a nuestros jóvenes. Empezando con el Padre de las Casas, el Padre Varela, Ana Betancourt, Pedro Duarte, Alberto Díaz, Evaristo Collazo y continuando con Blanca P. Ojeda, José A. Echevarría, Frank País, Oscar Lucero, Esteban Hernández, el Padre Sardiñas y tantos otros.4 Esta dimensión del quehacer teológico sintonizaba con la proyección política del momento que reorientaba el proyecto revolucionario con un nuevo examen del pensamiento más creativo, liberador y patriótico del siglo xix cubano.5 El encuentro de un numeroso grupo de líderes de las iglesias evangélicas y el movimiento ecuménico cubano con el presidente Fidel Castro Ruz, en abril de 1990; los cuatro documentos históricos producidos y publicados por el Consejo Ecuménico de Cuba;6 la celebración del Encuentro Continental de Acompañamiento Pastoral y Solidario con el pueblo y las iglesias de Cuba; la publicación de los libros José Martí: perspectivas éticas de la fe cristiana, del pastor presbiteriano Rafael Cepeda Clemente,7 y Religión: poesía del mundo venidero, del Dr. Reinerio Arce Valentín, 8 en 1991 y 1996 respectivamente, así como la declaración del carácter laico del Estado cubano en el IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, fueron acontecimientos que, a mi juicio, propulsaron estas preocupaciones en la reflexión teológica del período.9 Segundo, el quehacer teológico experimenta en estos años una importante diversificación y, por ende, una notable riqueza de miradas, inquietudes y reflexiones, como resultado de la puesta en marcha de cuyo presupuesto es una respuesta clara y cerrada, y que por lo tanto se convierte en mecanismo convencional para memorizar datos […] El modo de preguntar al que hacemos referencia está, paradójicamente, abierto a nuevas preguntas; las estimula, no las prohíbe; las vive, las hace nacer de la realidad concreta.10 Finalmente, partir de la práctica socioeclesial ofrece la posibilidad de que la reflexión teológica no se produzca sobre un vacío histórico concreto, y que su propósito último sea ofrecer luces desde la fe para transformar la práctica pastoral y social de las iglesias y los creyentes. Toda teología cristiana debe ser eso, una reflexión desde la práctica creyente que, una vez confrontada con los valores del evangelio de Jesús, pueda ser transformada de acuerdo con las exigencias de cada momento histórico.11 Poco tiempo después, el mismo Centro organiza su Área de Formación y Reflexión Socioteológica y Pastoral, la cual celebra su primer Taller Socioteológico 123 Amós López Rubio en julio de 1994, un espacio que año tras año ha promovido el debate y la actualización teológica, bíblica y pastoral con el asesoramiento de especialistas de Cuba y el resto de América Latina.12 De igual modo, dicha Área acogió, durante algunos años de los 90, la iniciativa de articular una Red de Jóvenes Teólogos, lo que propició el encuentro y el debate en torno a temas de actualidad teológica, social y ecuménica. En 1995, el SET de Matanzas comienza a llevar la formación teológica más allá de sus fronteras; organiza cursos de extensión en diferentes provincias y otorga el grado de Diplomado en Teología. Ese mismo año ve nacer los trabajos del Instituto Superior de Estudios Bíblicos y Teológicos (ISEBIT), un proyecto del Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba que, en sus inicios, se dirigió a la formación bíblica y teológica del laicado de las iglesias en La Habana.13 A todo lo dicho se suma la aparición de nuevas publicaciones que divulgan una actividad teológica más diversa, ecuménica, interdisciplinaria, crítica del proceso revolucionario y más representativa de las generaciones que confluyen en el período. Ejemplos de ello son las revistas Caminos, del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.; Didajé, del SET; Ágape, de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba, y ARA (Análisis de la Realidad Actual), y Raíz y Ala, del Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba, junto a publicaciones importantes ya existentes como Cuba Teológica, del SET y Correo Bautista, de la Coordinación Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC). En su artículo «Kairos para una educación teológica alternativa en Cuba hoy», el teólogo cubano José Conde Masdíaz comparte sus preocupaciones sobre el rumbo de la educación teológica cubana, sobre todo en los espacios ecuménicos protestantes. En opinión del autor, algunas de las dificultades son: la falta de coherencia y organicidad en programas de formación teológica; el activismo como divisa de los programas formativos; conformismo en muchas iglesias al asumir una reflexión bíblica y teológica importada, que no obedece a las necesidades contextuales cubanas; el acentuado interés en la formación de pastores y el descuido de otras áreas como la pedagogía y la historia; la falta de un método que promueva el pensamiento crítico y la posibilidad de que cada estudiante sea sujeto activo de su proceso de aprendizaje. Asímismo, el autor enumera algunas propuestas para la educación teológica cubana: promover el pensamiento teológico ecuménico;14 adecuar el curriculum a las necesidades y situaciones donde se desarrolla la labor de las iglesias; posibilitar una mayor participación de nuevos valores en el ámbito educativo, lo cual implica garantizar la formación teológica de estas personas; apertura al diálogo entre el quehacer teológico y otras disciplinas del saber humano como la sociología, la filosofía, la economía, la antropología; buscar el equilibrio necesario entre lo pastoral y lo académico y fomentar valores humanistas en la formación teológica, una ética del ser y no del tener.15 Las observaciones de Conde Masdíaz sirven de introducción a la tercera tendencia de la teología protestante cubana en los años 90, la cual amplía sus contenidos, sus sujetos y se abre a un análisis crítico de los modos en que se manifiestan la educación y la reflexión teológicas. Para comprender esto no podemos separar el estudio de los componentes mencionados. Por ejemplo, el enfoque de género ofrece nuevos contenidos al quehacer teológico: la crítica a los condicionamientos culturales de los roles masculino y femenino y su repercusión en la misión y la pastoral de la iglesia. Tal enfoque suscita nuevos sujetos teológicos: mujeres marginadas, silenciadas y oprimidas releen su historia y su vida desde el carácter liberador del Evangelio, toman la palabra, cuestionan las estructuras androcéntricas en el pensamiento teológico heredado y construyen su propia teología.16 A su vez, los hombres sensibles al mismo Evangelio liberador replantean su masculinidad, luchan por superar formas de violencia que los han hecho víctimas y victimarios, y asumen con autenticidad su fragilidad y sus necesidades afectivas, derechos negados por la sociedad y las propias iglesias. Este proceso puede darse únicamente a través de un método teológico que posibilite no solo el diálogo abierto y responsable entre las tradiciones teológicas, el aporte de otras ciencias y las experiencias de vida, sino también la autocrítica de las propias tradiciones teológicas. Uno de los elementos que con mayor fuerza recupera la teología en perspectiva de género es el respeto por el cuerpo humano: Se trata de recuperar el cuerpo como espacio de placer y como centro fundamental de nuestra relación con lo sagrado, como la primera realidad en la que se revela y se expresa lo sagrado. Todo esto está relacionado con el derecho de nuestros cuerpos de mujeres a la búsqueda de respeto, integridad, autoestimación, valorización, decisión, y a la búsqueda de relaciones de igualdad y equivalencia con las otras personas. Un conjunto de factores histórico-sociales y culturales han establecido el comportamiento de nuestros cuerpos, cómo tienen que situarse, moverse, reaccionar y colocarse en posiciones de dominación y sumisión [...] Nuestra inconformidad y preocupación parte de este problema, sobre todo cuando comprobamos hasta qué punto nuestra tradición religiosa ha podido contribuir a mantenernos en esas posiciones, y hasta qué punto reprimió y controló nuestros cuerpos y actitudes en relación con lo sagrado.17 Otro ejemplo es la teología litúrgica. Su principal contenido, que es a la vez su principal aporte, es el 124 Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90 La dimensión pastoral permite equilibrar y visualizar la interacción necesaria entre las preocupaciones sociopolíticas y las espirituales, entre la investigación académica y la teología de lo cotidiano y lo vivencial, entre el análisis riguroso de nuestras prácticas y su transformación. análisis de la teología expresada en los ritos, gestos, textos y símbolos utilizados en las celebraciones cristianas. El sujeto de esta teología del culto es la asamblea que se reúne y celebra, un pueblo creyente, heterogéneo, que experimenta este momento de encuentro comunitario con lo trascendente, con lo sagrado, de manera muy diversa, a partir de vivencias particulares, contextuales. En este caso, el método teológico debe privilegiar el diálogo entre la vida y las tradiciones litúrgicas, entre cultura y fe, lo que propicia una reelaboración dialéctica, de la cultura desde la fe, de la fe desde la cultura. La liturgia ha de ser encarnada. a la reflexión teológica sin fronteras posibles. Todo lo que sucede en este mundo es de interés para la actividad religiosa y la misión de la iglesia; es también la defensa de la vida, que está bajo una constante amenaza, al subrayar la interacción entre teología y economía, esto es, la necesidad de articular una mayordomía ético-social de inspiración evangélica. Arce sostiene que la primera responsabilidad humana, en perspectiva bíblica, es el cuidado de la creación: El ser humano es un ecónomo, puesto que Dios lo situó en la creación para que «la guardase y la cuidase», para que la administrase con justicia y amor. Y es un ser parte de la naturaleza, consciente de la interdependencia mutua, y de que, por consiguiente, tiene que tener una relación justa y constructiva con ella.23 Tiene que meterse en la vida de la gente, esto es, asumir el rostro de la cultura. Ya vimos como Jesús de Nazareth se encarnó en el pueblo judío y dentro de sus patrones ejerció su ministerio. La encarnación nos da la medida de la autenticidad y el compromiso que de la liturgia debe desprenderse. Cuando Dios decide encarnarse no solo toma facciones humanas, color y movimiento. También se identifica con una historia y un deseo encorazonado de renovarla a favor de la justicia y la libertad [...] No está la iglesia sobre el pueblo ni le acompaña desde lejos. No está colocada en medio de él, sino que le pertenece y trasciende junto como gran colectividad, como nación.18 Más adelante, establece el estrecho vínculo existente entre liberación social, económica y ecológica: Liberación social para restituir la perfecta comunidad a semejanza del Creador [...] Comunidad pluralista en donde todos los seres humanos tengan iguales derechos y deberes, y se integren por la fuerza del amor en el respeto a sus diferencias individuales. Liberación económica en donde los recursos naturales y producidos se reparten justamente, y en donde esta justicia abarque la naturaleza [...] Liberación ecológica en donde se comprenda que la centralidad del ser humano respecto a la naturaleza no está dada por el derecho de explotarla hasta agotar sus recursos, sino por la responsabilidad especial que este tiene de preservarla y administrarla para los otros seres humanos, pero también para los otros miembros de la Creación.24 En tal sentido, esta teología ofrecía posibilidades como respuesta a uno de los señalamientos de que era objeto la protestante en los 90: la necesidad de ser caja de resonancia de las espiritualidades populares.18 Las misas multitudinarias en ocasión de la visita del papa Juan Pablo II a nuestro país en 1998, así como la Celebración evangélica cubana, un año después, pueden ser interpretadas como señales de una iglesia vigorosa, organizada, creativa y con una significativa presencia social; pero además, como manifestaciones de un quehacer teológico auténtico y contextual. Su mensaje, pertinente a una realidad determinada, no solo se expresa en textos escritos, en eventos, declaraciones y grupos de estudio, sino también en las celebraciones litúrgicas,20 en las prácticas ecuménicas concretas, en los modos en que la Iglesia se hace presente en la vida de la sociedad y comparte el Evangelio. Un último ejemplo es la llamada «ecoteología». Algunas publicaciones 21 y espacios de formación teológica en el período22 llamaron la atención hacia el tema de la responsabilidad cristiana ante el deterioro del medio ambiente. Los contenidos de la ecoteología dejan Cualquier persona que, desde su espiritualidad y su fe, cuestione y denuncie las prácticas que destruyen las reservas naturales del planeta se convierte en sujeto teológico. Aquí, el método teológico coloca la discusión en un contexto global de interrelaciones e interdependencias en el que conceptos como pecado, gracia, salvación y reino de Dios son entendidos en las coordenadas de las urgencias ecológicas. Y en cuarto lugar, el quehacer teológico en los 90 comienza a recuperar con fuerza la dimensión pastoral de toda reflexión que se propone ser contextual. Esto no solo incluye los modos en que la iglesia organiza y despliega sus acciones pastorales hacia la vida interna de la comunidad de fe, sino también la diaconía 125 Amós López Rubio hacia afuera, el acompañamiento a nuestro pueblo. Numerosos proyectos de impacto social son gestados, algunos como iniciativa de las iglesias, instituciones y movimientos ecuménicos, otros a modo de colaboración solicitada por el Estado cubano a estas, en tiempos de crisis, cuando se hace necesario sumar voluntades y recursos para responder a las necesidades.25 La dimensión pastoral es precisamente el criterio que permite corregir y replantear el rumbo de dicho quehacer, cuando este solo tributa a preocupaciones académicas, proyectos personales, grupos de élite, o cualquier reflexión intelectual que no tenga la capacidad de encarnarse en la realidad en la cual las personas viven y las iglesias sirven. Marianela de la Paz, teóloga episcopal, entiende que la tarea pastoral de la iglesia será liberadora en la medida en que la teología que la orienta sea «capaz de hacer una lectura crítica de la práctica histórica, donde los conceptos teológicos surgen en la reflexión comprometida con la praxis liberadora».26 Tal teología no se limitará a pensar el mundo sino que buscará su transformación, y será receptiva a los clamores humanos por dignidad y justicia. Esta labor pastoral y teológica requiere de actitudes esenciales como la capacidad de escuchar, la inserción en el contexto de vida que necesita ser transformado, y la concientización de las estructuras opresivas. Lo que se pretende es concientizar «sobre los factores que generan gran parte del sufrimiento y las enfermedades del pueblo».27 Lo importante en el desafío pastoral es «si promueve el avance en el proceso de liberación estructural fortaleciendo a los que están empeñados en esa lucha, o si los domestica y los prepara para que se encajen en el sistema».28 La dimensión pastoral permite equilibrar y visualizar la interacción necesaria entre las preocupaciones socio-políticas y las espirituales, entre la investigación académica y la teología de lo cotidiano y lo vivencial, entre el análisis riguroso de nuestras prácticas y su transformación. Toda teología ha de ser pastoral, si no quiere correr el riesgo de volverse un ejercicio que no produzca vida, un ideario que no genere esperanza, un círculo vicioso sin potencial liberador. Como ya se ha dicho, el quehacer teológico esbozado no es el único en el seno del protestantismo cubano durante la década de los 90, por lo tanto, representa solo a un sector de las iglesias evangélicas. No es objetivo de este trabajo analizar otras tendencias teológicas protestantes en el período, pero queremos referirnos brevemente a ellas por dos razones: porque fueron parte de la realidad religiosa que en aquellos años matizó una buena porción del protestantismo evangélico cubano, y porque fueron tendencias con las cuales se dialogó y se entró, incluso, en confrontación, desde las posiciones teológicas abordadas. Las transformaciones económicas de esos años abrieron las fronteras del país a nuevos intercambios, lo que fortaleció, sobre todo, el renglón del turismo. La marea de los llamados «nuevos movimientos religiosos» en América Latina y el Caribe, los ministerios transdenominacionales, corrientes de pensamiento como la teología de la prosperidad,29 la renovación carismática y el neopentecostalismo30 comenzaron a impactar el mapa religioso cubano y encontraron terreno fértil en una iglesia que crecía vertiginosamente, y que no siempre tenía las herramientas de análisis y los recursos para responder a esa realidad y ofrecer una adecuada capacitación bíblica, teológica y pastoral a las nuevas comunidades y a sus nuevos líderes.31 Dentro de las tendencias que aparecen en el seno de muchas iglesias evangélicas, como resultado de esta década de crecimiento acelerado y de apertura a movimientos de renovación carismática, son significativas la irrupción de formas de culto más alegres y espontáneas, que producen el desdibujamiento de las fronteras denominacionales y provocan no pocas fricciones en las prácticas litúrgicas de las iglesias históricas;32 las inclinaciones a posiciones de abstencionismo, indiferencia o rechazo en relación con la participación política y social;33 y la migración intereclesiástica, motivada por la búsqueda de aquella comunidad cristiana que mejor satisfaga las expectativas de cada persona. El Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba publicó en 1997 el libro Carismatismo en Cuba, que reúne diversos enfoques y propuestas ante esta nueva situación en el ámbito protestante cubano. Algunas iglesias representativas del protestantismo histórico cerraron filas ante este movimiento, lo que fue una de las causas de una lamentable vuelta al denominacionalismo y al fundamentalismo bíblico, que perduran hasta la actualidad. Sin embargo, en las que sí abrieron sus puertas al movimiento carismático se promovió igualmente un espíritu adverso al ecumenismo tradicional, e incluso se potenciaron nuevas formas ecuménicas que, en opinión de algunos, sería más indicado llamarlas «interdenominacionalismo».34 En medio de esta oleada de influencias externas que ponen en peligro la identidad y la misión de la iglesia en una situación de crisis generalizada, el reverendo Carlos Piedra, pastor presbiteriano, alertaba sobre cuál debía ser el camino para un testimonio eficaz de las iglesias: Nuestro Señor espera de nosotros el testimonio que nuestro pueblo necesita. No se trata de un proselitismo grosero y oportunista. No es el momento de comprar —transitoriamente— conciencias, usando para ello el clásico gancho de las carencias materiales o las necesidades diarias [...] No es misión de la iglesia colocar un paladar cristiano en cada esquina, ofreciendo en franca competencia los productos de la fe cristiana 126 Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90 [...] La hora de la iglesia de hoy en Cuba es mucho más seria y responsable. No es la hora del falso triunfalismo, ni de una teología de la muerte, saturada de frases apocalípticas y armagedónicas. No es la hora de mecenas trasnochados y comprometidos con poderes económicos allende los mares [...] La hora de Cuba, y de la iglesia cubana, es muy distinta. Es la hora de la solidaridad, con todo el anonimato que ella demanda. Es la hora de la identificación con el pueblo, del que somos parte. Es la hora de darle a nuestro pueblo el mensaje de amor, fraternidad, fe, esperanza, intrínsecos en el Evangelio.35 desarrollar su misión profética y de servicio en la sociedad. En el tercero de ellos, una carta del Consejo Ecuménico de Cuba dirigida a Fidel Castro Ruz, se afirma: «Consideramos que tanto el Partido como la Iglesia no hemos logrado el éxito deseado en la búsqueda de un hombre nuevo (nueva humanidad), aun cuando percibimos signos de esperanza que nos mueven a todos a trabajar con mayor dedicación en el futuro [...] Las iglesias entendemos que la fe, acogida y practicada en toda su pureza, puede contribuir a que muchos hombres y mujeres vivan de manera digna, creativa, valiente, desinteresada, en compañía de otros seres humanos de buena voluntad. Ponemos a disposición de nuestro pueblo los recursos espirituales de las iglesias con la sinceridad y la confianza de que puedan ayudar a fomentar el desarrollo integral de muchas personas». De esta teología protestante cubana, que en la década de los 90 se propuso no evadir sino animar la práctica y el testimonio de las iglesias desde un espíritu patriótico y comprometido con los tiempos y sus clamores, hemos querido dar cuenta. Las cuatro tendencias señaladas se han mantenido, con diversos grados de profundización o debilitamiento. Podemos asegurar que, en esa década, el quehacer teológico protestante experimentó un resurgimiento —entendido también como un proceso de fortalecimiento— y una pluralidad de expresiones, contenidos y preocupaciones que puede ser considerada como genuina continuidad y amplificación —desde nuevas epistemologías y sujetos— de la llamada «Teología en Revolución», fraguada en los decenios anteriores. 7. Véase Rafael Cepeda, José Martí. Perspectivas éticas de la fe cristiana, DEI, San José, 1991, p. 205. 8. Reinerio Arce Valentín, Religión: poesía del mundo venidero, Ediciones CLAI, Quito, 1997. 9. Véase «Nuestra misión es dar la buena noticia» (entrevista al Rev. Noel Fernández Collot), Correo Bautista, La Habana, julioseptiembre de 1995. 10. Alejandro Dausá, «Educación teológica y educación popular. Una experiencia desde Cuba», Caminos, n. 9, La Habana, 1998, p. 25. 11. El proceso que acabamos de describir se inscribe dentro de una práctica usual en la teología y la lectura bíblica latinoamericana, y consta de tres momentos esenciales: ver, juzgar, y actuar. 12. En este grupo figuran Luis Rivera Pagán, Leonardo Boff, Marcelo Barros, Benjamín Forcano, Tania Sampaio, Germán Gutiérrez, Raúl Suárez, Fernando Martínez, Ronaldo Muñoz y Helio Gallardo, entre otros. Notas 13. Los presupuestos teológicos y pedagógicos del ISEBIT son los siguientes: una docencia y un pensamiento ecuménicos con implicaciones para el diálogo inter-religioso e inter-ideológico; una docencia y un pensamiento dialógicos y dialécticos, una filosofía pedagógica que anime la confrontación de ideas; desarrollo del pensamiento crítico y pluralista en medio de un clima de tolerancia; construcción colectiva del conocimiento a través de la humildad de espíritu; retroalimentación con lo más puro de nuestras tradiciones patrióticas para fortalecer el carácter encarnacional del pensamiento teológico. Véase Adolfo Ham, «Por una teología del pueblo y para el pueblo», INDEX, Instituto Superior de Estudios Bíblicos y Teológicos, La Habana, pp. 6-7. 1. Nos referimos a iglesias como la Episcopal, la Presbiteriana Reformada, la Fraternidad de Iglesias Bautistas, la Metodista, la de Los Amigos, la Cristiana Pentecostal, entre otras. En cuanto a instituciones y movimientos ecuménicos se destacan la Coordinación Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC), el Consejo de Iglesias de Cuba, el Centro Memorial Martin Luther King, Jr., el ISEBIT y el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas. 2. No obstante, volveré sobre este asunto al final del trabajo, para hacer algunas observaciones. 3. Véase Colectivo de autores, Religión y cambio social. El campo religioso cubano en la década del 90. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 60. 14. El pastor y teólogo bautista Francisco Rodés nos recuerda: «Creerse que se es el único dueño de la verdad es un peligro a la vida espiritual, porque nos encerramos en nosotros mismos, perdemos el beneficio de los dones y talentos que Dios ha dado a hermanos de otras iglesias y nos hace creernos superiores a los demás». Véase Francisco Rodés, «31 de Octubre. Día de la Reforma», Ágape, a. VI, n. 17, La Habana, 1997, p. 6. 4. Véase Consejo Ecuménico de Cuba, Para el pueblo cristiano cubano. Cuatro documentos históricos, La Habana, 1991, p. 28. 5. La COEBAC celebra su XXIV Campamento Nacional bajo el lema «Para salvar la patria desde sus raíces». En sus palabras de bienvenida al evento, Reynaldo García Blanco, escritor y líder de la organización, expresó: «La invitación es regresar a Martí y encontrar su luz. Es el paradigma más cercano y duele pensar que hasta hace muy poco se andaba lejos. Pero esa cercanía va a ser válida si estamos preparados para una contextualización bíblica desde su pensamiento». Véase Correo Bautista, La Habana, julioseptiembre de 1995. 15. José Conde Masdíaz, «Kairos para una educación teológica alternativa en Cuba hoy», Caminos, n. 4, La Habana, 1996, pp. 13-4. 16. Uno de los testimonios más importantes del período en este sentido fue la publicación del libro Con el corazón abierto, de Isabel Rauber, una entrevista a la pastora bautista Clara Rodés. Cuando habla sobre el derecho de las mujeres a ejercer también el ministerio pastoral, Clara señala: «Según el apóstol Pablo, en Cristo Jesús no hay hombre ni mujer [...] La Biblia no sexualiza los dones del Espíritu Santo. Estos son para todos los creyentes. La ordenación al pastorado la asumí como parte de la lucha por la igualdad de la 6. Esos documentos reflejan una profunda valoración desde las iglesias y los movimientos ecuménicos sobre los problemas que afectan la vida en el país en los inicios del Período especial, resaltando no solo dificultades en la propuesta del propio proyecto revolucionario cubano sino también animando a la iglesia a 127 Amós López Rubio siembra —la inversión en la obra de Dios y la cosecha-retribución— creadoras, creadoras de riqueza». Véase Varios, «¿Existe una crisis en el pensamiento teológico cubano?», ed. cit., p. 65. mujer». Más adelante afirma: «No se trata de que el hombre luche para darnos la libertad, sino que él tiene que ser transformado también. Hay que crear una nueva concepción de la pareja, que en realidad es vieja, basada en la equidad, esa es la teología de la mujer [...] Personalmente entiendo que comprender el lugar de la mujer en la iglesia, retomar la teología y ver los valores que nos ofrece la Biblia en esta lucha de liberación de la mujer, forman parte también de las razones por las que vivimos en nuestro país, donde la mujer alcanza cada vez más la equidad». Véase Isabel Rauber, Con el corazón abierto, Centro de Recuperación y Difusión de la Memoria Histórica del Movimiento Popular Latinoamericano, La Habana, 1993, pp. 47-50. 30. Proveniente de los Estados Unidos, el neopentecostalismo cobra fuerza en América Latina en la década de los 80 del pasado siglo. Algunas de sus principales características han sido: la preferencia por sectores sociales de clase media y alta, su organización a través de las megaiglesias, el uso intensivo de los medios masivos de comunicación, el énfasis en dones espectaculares (sanidad divina, guerra espiritual, exorcismos) y un liderazgo masculino con un reforzado patriarcalismo (hombres exitosos, carismáticos y autoritarios) que trasmite la imagen del individuo próspero «como representación de efectividad y pertinencia social». Véase Juana Berges et al., Los llamados nuevos movimientos religiosos en el Gran Caribe, Ediciones CEA, La Habana, 2006, pp. 96-104. 17. Clara Luz Ajo, «Sentir lo sagrado en el cuerpo», Caminos, nn. 13-14, La Habana, 1999, p. 36. 18. Amós López, «Celebrar lo cotidiano: la vida es liturgia», Caminos, n. 10-11, La Habana, 1998, p. 92. 31. La renovación carismática portaba elementos cúlticos muy cercanos a las experiencias religiosas más difundidas en el pueblo cubano. «El carismatismo dispone a su favor de la doble condición de emplear formas rituales próximas al modo con que es habitual que el cubano exprese su religiosidad, específicamente por sus ceremonias movidas, cánticos, el trance y la práctica de curaciones por la sanidad divina, además de una vida espiritual intensa en tanto ideal de vida. Es previsible que la influencia carismática aumente y se intensifiquen los intentos por introducir los llamados nuevos movimientos religiosos en especial de corte pentecostal y de formas exóticas». Informe del Equipo ARA, Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba, La Habana, 1996, p. 26. 19. Véase Varios, «¿Existe una crisis en el pensamiento teológico cubano?», Caminos, La Habana, n. 5, 1997, p. 65. 20. Véase Sergio Arce, Las siete y las setenta veces siete palabras, Ediciones CLAI, Quito, 1997, p. 181. 21. Entre las que se destaca Rafael Cepeda, Naturaleza y fe, Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba, La Habana, 1995. 22. En 1998, el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. celebra su V Taller Socioteológico, bajo el tema «Derechos planetarios, eco-teología y espiritualidad». 32. Véase Elizabeth Carrillo, «Renovación carismática en las Iglesias protestantes históricas en Cuba», en Manuel Quintero y Reinerio Arce, eds., Carismatismo en Cuba, Ediciones CLAI, Quito, 1997, pp. 47-86. 23. Reinerio Arce, «Ecología, economía y sociedad. Una perspectiva bíblico-teológica», Caminos, n. 5, La Habana, 1997, p. 60. 24. Ídem. 25. «En la ciudad de La Habana hay más de dos mil quinientos ancianos sin amparo filial. Y el gobierno ha pedido a las iglesias que ayuden a estos ancianos. No solamente en el orden espiritual, anímico, en el campo de la fe, sino también en la satisfacción de sus necesidades materiales: limpiarles las casas, lavarles la ropa, contribuir a su alimentación. Y nosotros nos sentimos muy orgullosos de que la iglesia tenga una nueva oportunidad en este sentido, no solamente de predicar, sino también de practicar, con la misma consistencia con que lo hizo Jesús». Carlos E. Ham, «Las iglesias cubanas en los 90: hacia una comunidad estable», Caminos, n. 6, La Habana, 1997, p. 47. 33. Cepeda considera que cuando las iglesias desestimulan el compromiso político en sus fieles, se convierten en guetos de refugio y enajenamiento social. Véase Rafael Cepeda, «Lo que el Señor añade», Correo Bautista, La Habana, junio de 1996, p. 10. 34. «Los carismáticos no solo casi siempre son acerbos críticos del ecumenismo oficial por sus excesos de comprometimiento político, sino que promueven otro tipo de ecumenismo en el Espíritu, el cual a veces distorsiona uno de los principios básicos de la tradición ecuménica histórica: el mantenimiento y fortalecimiento de la identidad cristiana y denominacional. Esta nueva forma de ecumenismo es caracterizada por la anarquía y la ambigüedad doctrinal, ya que permite la unidad de todos aquellos que tienen el bautismo o los dones del Espíritu Santo, sin que prevalezca una finalidad constructiva evidente». Elizabeth Carrillo, ob. cit., p. 80. 26. Marianela de la Paz, «El aconsejamiento pastoral: dimensión liberadora», Caminos, n. 13-14, La Habana, 1999, p. 68. 27. Ibídem, p. 70. 35. Carlos Piedra, «Reflexión», Correo Bautista, La Habana, junio de 1996, pp. 30-1. 28. Ídem. 29. Loyda Sardiñas entiende que la teología de la prosperidad «tiene un carácter económico e ideológicamente neoliberal. Aparece como una teología de la retribución donde se negocian las bendiciones de Dios a cambio de las ofrendas de los creyentes, al estilo compraventa o de comercialización sagrada. Su principal doctrina es la prosperidad o abundancia económica, basada en el principio de la © 128 , 2011 no. 68: 130-134, octubre-diciembre de 2011. Raúl: revolucionario durante toda su vida Raúl: revolucionario durante toda su vida Gustavo Placer Cervera Historiador. Academia de la Historia de Cuba. D urante los dos siglos transcurridos desde el inicio de los procesos independentistas en América Latina, las fuerzas armadas de los países de esta región han estado involucradas en la política y ocupado el gobierno de manera reiterada; la mayoría de las veces, se han puesto al servicio de las oligarquías nacionales y de los intereses hegemónicos foráneos y dejado una huella tal de autoritarismo, represión y corrupción que las ha situado en el polo opuesto al de la nación y pueblo que debían defender. Una relación casi interminable de golpes de Estado y dictaduras corroboran este aserto. Sin embargo, dentro de esa tendencia general, ha habido excepciones notables. Lázaro Cárdenas en México; Juan Domingo Perón en Argentina; Omar Torrijos en Panamá; Francisco Caamaño en República Dominicana; Juan Velasco Alvarado en Perú; Líber Seregni en Uruguay, y más recientemente, Hugo Chávez en Venezuela, son casos de militares progresistas que, aunque con proyecciones diversas en cuanto a lo ideológico, lo político y lo social han dejado su impronta en la historia de sus respectivas naciones y de la región en general. No obstante, los alcances de dichas proyecciones, la trayectoria vital de esos militares, sus éxitos y errores, han sido, en general, poco divulgados y en algunos casos están casi olvidados por completo. Es por ello que la editorial argentina Capital Intelectual, ha tenido la idea, que consideramos feliz, de darlos a conocer mediante su colección Los otros militares, centrada en la vida y la obra de oficiales profesionales latinoamericanos que, más allá de sus diversas posiciones ideológicas, no siguieron los mandatos del establishment y optaron por la defensa de los intereses de las mayorías.1 Ahora, en lo que podría llamarse una continuidad ascendente, ha sido publicado Raúl Castro, estratega de la defensa revolucionaria de Cuba, de la autoría del profesor e investigador canadiense Hal P. Klepak.* El reto asumido por Klepak no ha sido tarea fácil aunque, por otra parte, su vinculación con Cuba desde que era un adolescente, a fines de la década de los 50 del pasado siglo, su interés por nuestro país, y su frecuente presencia entre nosotros, lo puso en una situación ventajosa para afrontarlo con éxito. La complejidad * Hal P. Klepak, Raúl Castro, estratega de la defensa revolucionaria de Cuba, Capital Intelectual/Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2010. 130 Gustavo Placer Cervera del trabajo realizado por el colega canadiense se debe a un conjunto de factores que el propio autor explica a través de su obra. En primer lugar, a diferencia de las personalidades que han sido objeto de estudio en los títulos anteriormente publicados por la colección citada, y como Klepak puntualiza, «Raúl Castro ha sido revolucionario durante toda su vida» (p. 226). No se trata, pues, de una personalidad formada en los institutos armados y que, por diferentes circunstancias, deviene defensor de los intereses populares; sino de alguien que desde muy temprana edad hizo suyas las ideas más radicales y justas de transformación total de su país y que por necesidades de esa causa tuvo que convertirse en militar. Por otra parte —y Klepak se lo plantea casi desde el inicio de su libro—, ¿cómo distinguir y separar la vida y obra de Raúl Castro de la de su hermano Fidel, «considerado por la mayoría de los líderes latinoamericanos actuales el hombre más influyente que haya dado la región desde el legendario Simón Bolívar?» (p. 18). Además, ¿cómo hacer un balance histórico de la vida y la obra de alguien que está vivo y en plena actividad?2 Estas y otras dificultades de carácter interpretativo y de fuentes de información han tenido que ser sorteadas por el autor para lograr, con respeto, ponderación y elegancia, un texto coherente y cercano a la objetividad, esa meta siempre buscada y nunca alcanzada totalmente por los investigadores de la historia. Para ello, Klepak estructuró su trabajo en un Prefacio, siete capítulos y unas Conclusiones. Comentaré brevemente cada una de estas partes: Comencemos por expresar mi desacuerdo con el título. En mi opinión, la palabra «estratega» debió ser sustituida por «arquitecto». Sin demeritar un ápice la importancia del papel y funciones desempeñados por Raúl Castro, lo más justo y verídico es decir que el papel del estratega de la defensa revolucionaria de Cuba, como el de todos los aspectos de la Revolución, le ha correspondido y ha sido desempeñado, hasta la actualidad, por Fidel Castro. El propio autor parece dar la razón en este aspecto, como veremos a continuación.3 En su Prefacio, como es habitual, el autor hace una breve descripción de la obra y plantea sus propósitos, sus alcances y limitaciones espaciales, temporales y de contenido. Es en estas páginas donde este comentarista encuentra la primera de sus discrepancias con el estimado colega canadiense, cuando enuncia: el estratega que él eligió para garantizar la supervivencia de la Revolución fue Raúl. (p. 20) Sin embargo, en una aparente contradicción con sus propias palabras, afirma más adelante algo con lo cual concuerdo completamente: Se revelaría [Raúl] como el líder dispuesto de las fuerzas armadas de un Estado revolucionario; a esas fuerzas armadas les correspondía desempeñar funciones revolucionarias respecto de las que representan la norma en América Latina y abocarse al proyecto revolucionario del cual Fidel era líder e inspiración. Es en ese contexto tan particular que Raúl habría de convertirse en el principal arquitecto militar encargado de llevar a la práctica buena parte de ese proyecto y de protegerlo. (p. 47) También en el Prefacio, hay una inexactitud cuando se atribuye a Raúl Castro la creación de las milicias (p. 18), en cuya organización ciertamente participó de manera decisiva, pero la verdad histórica es que la iniciativa de su creación se debe a Fidel, quien también le dio una atención personal a su organización. El que escribe estas líneas, fundador de las Brigadas Universitarias José Antonio Echeverría en la Universidad de La Habana, fue testigo de ello. El capítulo 1, que lleva por título «Joven, soldado, oficial, comandante», es una síntesis bien lograda del proceso de formación de la personalidad de Raúl Castro, desde su niñez hasta el triunfo del 1 de enero de 1959. Se resaltan sus dotes de organizador, puestas de manifiesto desde que asumió el mando del II Frente Oriental Frank País; Klepak lo resume diciendo: No se trataba de un líder de segunda línea ni de alguien elegido solo por ser hermano del Comandante en Jefe. Era un comandante de eficacia probada, con coraje, capacidad y valor reconocidos inclusive por los efectivos del Ejército Rebelde que procuraban encontrar la manera de servir a sus órdenes. (p. 41) Luego resalta: «La planificación cuidada, las decisiones valientes y acertadas, la organización, el coraje y la inteligencia transformaron un contexto táctico y estratégico negativo en un escenario de victorias» (p. 41). Y subraya después: «También fundó un cuadro de líderes, que en muchos sentidos empezaba a dar señales de que se convertiría en un verdadero cuerpo de oficiales, capaces de ganar batallas y conducir operaciones con destreza militar y perspicacia política» (p. 41). Sin embargo, hay en el capítulo algunas afirmaciones inexactas. Por ejemplo, se dice que «el 26 de Julio no era más que un grupo armado del Partido Ortodoxo» (p. 25). Es cierto que Fidel Castro y una buena parte de los atacantes al Moncada procedían de esa agrupación política, pero no se subordinaban a ella. Además, calificar de «desesperado» dicho ataque no es apropiado. El capítulo 2, «Ministro, pero también soldado» es el más extenso del texto. En él se reconstruye Este autor [...] confía en que logrará, de ese modo, mostrar por qué no es exagerado afirmar que Raúl ha sido el verdadero estratega de la supervivencia de la Revolución en las feroces tempestades que se desataron en los últimos cincuenta años o más. Si bien el arquitecto de la Revolución fue, sin duda alguna, Fidel, se mostrará que 131 Raúl: revolucionario durante toda su vida Raúl Castro, estratega de la defensa revolucionaria de Cuba es un trabajo serio, profundo, que pone de manifiesto la profesionalidad y sagacidad de su autor, así como su conocimiento de la historia y realidad cubanas. Se podrá estar o no de acuerdo con él, total o parcialmente, pero hay que reconocer su honestidad y su respeto hacia Cuba, sus dirigentes, sus fuerzas armadas y su pueblo. históricamente la compleja y prolongada etapa de la vida militar de Raúl Castro (y de las FAR), que va desde 1959 hasta comienzos de los años 80. Haciendo salvedad de algunas inexactitudes e incongruencias en fechas y hechos,4 es un capítulo bien escrito, aunque con algunos párrafos —tal vez a causa de la traducción—, algo confusos. Por ejemplo, en la página 49, al referirse a los acontecimientos de 1898, dice que «la victoria definitiva no se logró hasta que Estados Unidos intervino en la lucha independentista». Cabe preguntarse ¿de qué victoria se trata? ¿Se está justificando la intervención? Más adelante se afirma que los acontecimientos de Camagüey (la traición de Hubert Matos) «aún hoy provocan fuertes emociones en Cuba» y que es un «suceso del cual es muy poco probable que alguna vez se sepa toda la verdad» (p. 60). En opinión de este comentarista, aquellos hechos fueron, en aquel momento, suficientemente aclarados, se ha escrito sobre ellos y no suscitan las «fuertes emociones» a que se alude. En la página 67, el término «aventuras internacionalistas» resulta discutible y no armoniza con el tono general de seriedad que tiene el libro. El desembarco en Panamá que menciona en el último párrafo de la página 67 no contó con apoyo oficial; fue resultado del fervor revolucionario de entonces y la falta de disciplina y organización de las nacientes fuerzas armadas cubanas. En la página 75 la palabra «rendirse» es un evidente error de la traductora. La doctrina militar de las FAR de Cuba no ha contemplado nunca tal opción. En esa misma página, el criterio del autor de que la muerte de Che Guevara dio término en Cuba a «la exportación de la Revolución» es un punto polémico. En la página 79, no está claro a qué «cosas» se refiere el autor cuando dice que los militares cubanos desearían que fueran mejores. El capítulo tiene, además, una omisión —debida seguramente a que al hecho no se le ha dado divulgación—: el tiempo y esfuerzo dedicado por Raúl Castro a su preparación como jefe militar. Durante 1967 fue sustituido, como ministro en funciones, por el comandante Juan Almeida Bosque, su Primer Sustituto y, sin abandonar sus responsabilidades políticas, dedicó gran parte de su tiempo a estudiar cuestiones militares. Su grupo de estudio estaba compuesto, además, por los comandantes Sergio del Valle y Ángel Martínez. Sus profesores eran, en gran parte, especialistas soviéticos y también oficiales de las FAR.5 El párrafo final del capítulo (p. 92) es un excelente resumen del papel desempeñado por las FAR en esos años y de su prestigio en el país y el exterior: Las FAR habían demostrado su capacidad para dar apoyo y entrenamiento a revolucionarios en otros países; para combatir enemigos de peso y lograr el triunfo lejos de las costas cubanas; para funcionar como componente decisivo de la disuasión de cualquier idea de ataque contra Cuba que pudiera albergar Estados Unidos; para desarrollar un papel activo en la creación de una fuerza de reserva sin precedentes en cuanto a tamaño, adiestramiento, equipos y velocidad de movilización a cualquier lugar de la región; para actuar como una herramienta leal y flexible en apoyo a las metas revolucionarias del gobierno en el país y en el exterior. Las FAR, en virtud de la posición única que detentaba Cuba tanto en el mundo socialista como en el Movimiento de Países No Alineados, gozaba de una situación de acceso a información de inteligencia sin precedentes incluso en los países más desarrollados. Su prestigio se disparó en especial en el Tercer Mundo, pero también en el país. Raúl podía sentirse sumamente orgulloso de lo que había logrado con la inspiración de Fidel. Y si bien el conocido entusiasmo de Fidel de ocuparse en persona de las cuestiones militares volvió a manifestarse en la lucha en Angola, nadie dudaba de que fuera Raúl quien se ocupaba de que nada se apartara de lo previsto y de que las FAR funcionaran con eficiencia en forma cotidiana. En rigor, incluso en esa ocasión en que Fidel se interesó especialmente por la conducción de las acciones pero desde La Habana, fue Raúl quien viajó a África y, en el terreno, ayudó a definir las condiciones en las que combatirían los cubanos. El capítulo siguiente, «La década del 80 y el debilitamiento de la conexión soviética», reconstruye históricamente un período pletórico de acontecimientos muy complicados y la gestación e implementación de la doctrina militar cubana de la «Guerra de todo el pueblo». El autor dedica varias páginas a tratar «el caso Ochoa», sobre el cual especula. No queda claro sobre qué sustenta la afirmación de la simpatía de Ochoa por Gorbachov, ni por qué Klepak afirma que las circunstancias del caso Ochoa tal vez nunca se esclarezcan por completo. El 132 Gustavo Placer Cervera «Un militar en el cargo de presidente» es uno de los capítulos más extensos y quizás el más controvertido y polémico, pues tiene un contenido más ensayístico y provocador (en el sentido científico y benévolo del término). En él, el autor no solo trata acontecimientos ocurridos, sino que hace comparaciones entre los estilos de trabajo de Raúl y Fidel Castro (pp. 15961)6, y especula sobre el papel de las FAR en el futuro inmediato de Cuba.7 Basta, para corroborar lo anterior, relacionar los títulos de los epígrafes: «¿Gobierno militar o estilo militar de gobierno?» (p. 163); «¿Reformista o conservador?» (p. 170); «Las FAR y el nuevo presidente» (p. 180). El siguiente capítulo, «Un estratega revolucionario y su defensa revolucionaria», constituye una recapitulación de los aspectos medulares de la obra y un resumen condensado de ella. Consta de tres epígrafes: «El hombre y su reflejo en la institución» (p. 199); «¿Una personalidad militar?» (p. 205) y «La institución» (p. 211). En el segundo de ellos, Klepak expone las que considera dos corrientes principales de pensamiento respecto a la personalidad de Raúl Castro y la influencia que esta ejerció en su vida militar, tomando después partido por la tendencia que asegura es predominante en Cuba: «Raúl es un oficial de grandes cualidades personales y profesionales, un hombre de honor, valor y gran sensibilidad, un hombre de familia que se ha demostrado más que capaz de conducir y organizar las fuerzas armadas» (pp. 205-6). En el tercer epígrafe se remarcan las singularidades y la cubanía de las FAR y sus diferencias, en casi todos los aspectos, de lo que es la norma en América Latina. Las breves «Conclusiones» ponen de relieve, por su lenguaje lacónico y directo, la formación militar del autor, la profundidad de su análisis y su poder de síntesis. Para este comentarista hay, en las páginas finales, dos párrafos que lo resumen todo; el primero de ellos dice: proceso aludido fue ampliamente divulgado y se realizó de manera transparente. El capítulo 4, «El “período especial” para Raúl, las FAR y Cuba», abarca la nada fácil de explicar —aun para un cubano residente en el país— primera mitad de la década de los 90. El autor intenta —y lo logra en gran medida— sortear esas dificultades con un hábil manejo de las fuentes y la experiencia de sus vivencias personales. El siguiente párrafo, en el que alude a las medidas que fue necesario tomar a causa del Período especial y los subsiguientes problemas económicos, es una prueba de la agudeza analítica del autor cuando expresa: Este analista no puede dejar de apuntar un aspecto singular de esta situación, observado en escasísimas ocasiones a lo largo de la historia. Por lo general, cuando lo que se considera un régimen autoritario enfrenta una crisis profunda y duradera en los terrenos políticos, social y económico, reacciona fortaleciendo sus fuerzas de defensa y seguridad. Sin embargo, tal era la confianza del gobierno cubano respecto de que el Estado perduraría a pesar de los horrores del momento, que las FAR fueron el componente del Estado que soportó la mayor exigencia de sacrificio. (p. 117) Para agregar más adelante: Fidel pudo sentirse orgulloso de semejante estabilidad y resistencia, como también Raúl por la parte que le correspondió en la creación de un aparato tan leal y flexible como sus fuerzas armadas. (p. 117) Sin embargo, Klepak afirma, sin sustentarlo, que en los cuadros de mando de las FAR el nivel de enseñanza formal no es elevado, porque no hay entre ellos descendientes de las clases acomodadas. Es cierto que en sus comienzos muchos de los oficiales de las FAR, provenientes de las capas más humildes del pueblo, carecían de un elevado nivel de instrucción, pero el esfuerzo desplegado a través de más de cinco décadas por resolver este problema, según se reconoce en varios pasajes del libro, ha sido inmenso, y sus resultados exitosos, evidentes. El capítulo 5 se titula «Los últimos años en el Ministerio». En él, dando continuidad al anterior, el autor reconstruye, en rasgos generales, la actividad de las FAR y de Raúl Castro en su calidad de ministro, desde la segunda mitad de la década de los 90 hasta que asume, en funciones, la presidencia del país, a fines de julio de 2006. Al tratar el tema de la emigración ilegal, Klepak omite, quizás por sobrentenderla al ser archiconocida, la estimulación que esta recibe de los Estados Unidos (p. 143). Asimismo —en lo que tiene las trazas de una especulación— se habla de disidentes «independientes y valerosos» y luego se les atribuye ser «honestos y reales» (p. 153) sin que esto se sustente en ejemplos concretos. Cuba no es un país en una situación normal, donde resulte sencillo juzgar qué está bien y qué está mal en cada caso. Se trata de un país sitiado, con la nación más poderosa en la historia mundial ubicada a tan solo 150 kilómetros de distancia [...] con la decisión manifestada en las políticas y en la legislación de destruir el sistema social, económico y político vigente en la Isla. La situación cubana es única. Y las respuestas frente a las amenazas planteadas por tal situación también tuvieron que adoptar características singulares. (pp. 227-8). Y a continuación esclarece y puntualiza su opinión: Si bien Fidel ha mostrado la mayor de las originalidades en el diseño de las respuestas, por lo general fue a Raúl a quien recurrió para garantizar que las medidas propuestas funcionaran y, en especial, que fuera posible sostenerlas y defenderlas de las amenazas existentes. Esa labor requirió de un hombre y unas fuerzas armadas dotados de esa 133 Raúl: revolucionario durante toda su vida «otredad» y de la capacidad para pensar en modos sin duda originales acerca de cómo actuar. Raúl ha demostrado ser ese hombre. Y él encontró «otra» clase de fuerza armada capaz de llevar a cabo la labor encomendada. (p. 228). 4. Son ejemplo de ellas: 1) Calificar de «poderoso» al Directorio Revolucionario (p. 44). 2) Considerar como civil a Augusto Martínez Sánchez, quien era comandante del Ejército Rebelde (p. 45). 3) Suponer a Raúl Castro Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, cuando fue designado Ministro de las FAR (p. 46). 4) La guerra del 95-98 no tuvo «tres primeros años», sino que duró tres años (desde el 24 de febrero de 1895 hasta agosto de 1898 (p. 49). 5) Atribuirle a Raúl Castro, en 1959, el título de General de Ejército (p. 58), pues en ese momento era, y lo fue durante años, Comandante; el actual sistema de grados se implantó en las FAR en los años 70. 6) El considerar conscriptos a los soldados del Ejército Rebelde (p. 65) en un momento en que aún no se había implantado el Servicio Militar Obligatorio, lo cual ocurrió en 1963. 7) En las pp. 81-2 parece que los CDR y las Brigadas de Producción y Defensa fueron creadas en el mismo contexto; esto es erróneo. En resumen, el libro que reseño es un trabajo serio, profundo, que pone de manifiesto la profesionalidad y sagacidad del profesor Hal P. Klepak —hombre proveniente de otra latitud, cultura y sistema político—, así como su conocimiento de la historia y realidad cubanas. Se podrá estar o no de acuerdo con él, total o parcialmente, pero hay que reconocer su honestidad y su respeto hacia Cuba, sus dirigentes, sus fuerzas armadas y su pueblo. Agradezco a la revista Temas la oportunidad de leer este libro en primicia, al menos en Cuba, y de elaborar estos comentarios. 5. En esos momentos este comentarista era un joven de 26 años, oficial de la Marina de Guerra Revolucionaria, con el grado de Alférez de Fragata y ocupaba el cargo de 2º Jefe del Servicio Hidrográfico, tuvo el honor de impartirles una clase sobre dicha especialidad, a finales de marzo de 1967, y guarda un muy grato recuerdo de aquel hecho. Notas 6. En alusión a la frase «Comandante en Jefe, ordene», su explicación debe buscarse en el contexto cubano; nada tiene que ver con Mussolini (p. 160). Esta mención no es feliz. 1. Algunos de los títulos ya publicados por esa colección son El primer Perón. El militar antes que el político, de Ernesto López (2009); Militares contra Pinochet. Los que defendieron la Constitución frente al golpe de 1973 en Chile, de Carlos Gutiérrez (2009); Lázaro Cárdenas y la Revolución mexicana, cuyo autor es Julio Aibar (2009); Líber Seregni, el general del pueblo, escrito por Samuel Blixen (2010), e Izquierda militar y tenientismo en Brasil, debido a la pluma de João Quartim de Morães (2010). 7. Es también especulativo afirmar que «tal vez la mayoría de los cubanos no están ni extremadamente a favor ni encarnizadamente en contra del gobierno socialista o de Fidel» (p. 164). Esto contradice lo que afirma sobre Fidel como líder y conductor de la Revolución a través de todo el libro y con el análisis que hace sobre lo que denomina el «habanazo» (pp. 114 y 143). 2. En los momentos en que redacto estas líneas el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba ha elegido a Raúl Castro como Primer Secretario, responsabilidad que se une a la que ya ocupaba como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros. 3. La traducción del libro al español tiene momentos infelices que atentan contra la fluidez del lenguaje y la comprensión de lo que Klepak ha querido decir. © 134 , 2011 no. 68: 135-144, octubre-diciembre 2011. Literatura, historia y la república de perdida Literatura, historia y la república perdida Román de la Campa Profesor. Univesidad Estatal de Nueva York. D ecir que la historia de Cuba encierra un gran desafío intelectual pudiera parecer redundante, pero el tema exige precisión. ¿Cómo organizar una narrativa nacional que recoja una serie tan heterogénea de regímenes durante el último siglo, una secuencia de cambios —colonia, república, república mediatizada, socialismo, post-socialismo— capaces de amenazar la supervivencia de cualquier nación, tal vez incluso más en el caso de una isla caribeña? El grado de dificultad se profundiza cuando se toma en cuenta el papel simbólico de la Revolución cubana durante la Guerra fría, un suceso que sacudió a todo el continente americano, cuando no al mundo; lo cual acentúa la necesidad de matiz y rigor. Es consabido que abundan polémicas al respecto, que se trata de una historia todavía cercana, es decir, no solo esgrimida por investigadores académicos sino también vivida por testigos que reclaman su propia forma de autoridad. Abordar el tema es arduo, sobre todo si se busca cierta objetividad y amplitud de perspectiva. Pocos pensadores realmente asumen esta tarea de modo integral. El trabajo académico, como sabemos, se organiza desde su objeto de estudio. Desde allí se acerca a fenómenos sociales, culturales o científicos, evitando en todo lo posible las generalizaciones arriesgadas, aún más cuando se trata de fenómenos contemporáneos. La tarea histórica que aquí se describe quizá exija un investigador capaz de periodizar rigurosamente y un ensayista capaz de navegar creativamente las aguas tormentosas de la historia intelectual. De ser así, debemos cotejar con interés la publicación de Essays in Cuban Intellectual History,* el primer libro en inglés de Rafael Rojas. Parece justo decir que el autor intenta encarar este desafío con cierto afán y que su trabajo merece una lectura más detenida de la que ha recibido hasta el momento. Una mirada a su producción durante el pasado decenio descubrirá que Rojas no solo ha consignado por escrito la historia de Cuba, sino que ha convertido este proyecto en una misión, porque escribe como si el futuro de la nación dependiera de la República que aspira reconstruir. Durante este tiempo ha publicado más de diez libros sobre el tema, entre ellos El arte de la espera (1998), Isla sin fin (1999), José Martí: la invención de Cuba (2000), Tumbas sin sosiego (2006), El * Rafael Rojas, Essays in Cuban Intellectual History, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2008. 135 Román de la Campa estante vacío (2008), Motivos de Anteo (2008). Su obra sobre la historia de Cuba y América Latina ha sido reconocida con varios premios internacionales importantes, entre ellos Matías Romero (2001), Anagrama (2006) y, de modo más reciente, el primer Premio Internacional de Ensayo Isabel Planco en Guadalajara (2010), por Las repúblicas del aire: Utopía y desencanto en la revolución hispanoamericana. Nacido en Cuba en 1965, Rojas ha impartido clases y conferencias en muchas universidades de diversas partes del mundo, entre ellas Cuba, México, España, Ecuador, Puerto Rico, Argentina y los Estados Unidos. Desde 1997, después de radicarse en México, ha mantenido cargos en el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) en Ciudad México. Fue además uno de los principales intelectuales que participaron en la creación y promoción de Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid), la publicación de letras cubanas más leída fuera de la Isla. En 2007 fue profesor visitante en las universidades de Princeton y Columbia. Hasta el presente, su obra ha sido reconocida principalmente en América Latina y España, aunque en los últimos años algunos de sus ensayos se han traducido al inglés. Pudiera decirse, sin embargo, que Essays in Cuban Intellectual History marca su presentación oficial en el mundo angloparlante. Este libro, una colección de siete ensayos, ofrece una muestra representativa de su obra, casi toda seleccionada de sus recientes libros en español. La traducción sorprende a ratos, puesto que cuenta con cinco traductores, incluido el autor, una confluencia de voces disímiles que distancia al lector aun más de la prosa del autor, una de sus marcas de identificación, pero no se pierde por completo la arquitectura básica del ensayo, una integración sui generis de motivos literarios y pensamiento social inspirados por un nacionalismo profundo, una voluntad parece sostenerlo siempre, incluso en momentos de contradicción. Y lo que es más importante, el volumen presenta al lector de habla inglesa un atisbo de la pasión del autor por la historiografía cubana. Entre ese cuerpo de lectores, uno sospecha que el público cubano-americano encuentre en Rojas un interlocutor novedoso, una voz profundamente inmersa en la intelectualidad del exilio cubano, pero puesta a punto en el trabajo en un tercer espacio: México. Cada uno de los capítulos del libro —ensayos por derecho propio— merece un abordaje más estrecho, pero primero haré algunos comentarios sobre el marco subyacente del volumen. Para Rojas, ante todo está la idea de que Cuba aún tiene futuro como República luego de soportar tantos difíciles momentos fundacionales. Según Rojas, la clave del futuro está en el pasado, sobre todo en 1940, cuando se estableció la Segunda República, el verdadero nacimiento de la nación. Esa búsqueda de una fundación orgánica estará informada por un tipo de historia intelectual que contiene la llave del futuro. La llama una «poética del recuerdo»; y comienza colocando a Cuba en el contexto de los regímenes post-socialistas de Europa oriental, así como de las posdictaduras militares latinoamericanas que han dado paso a gobiernos de transición y reconciliación nacional. De igual importancia para él es comprender que los asuntos cubanos contemporáneos, aunque separados en gran medida a lo largo de la línea divisoria exilio-Isla desde hace cinco decenios, han inspirado un corpus de escritos cuya gran parte se ha enmarcado en una guerra traumática de recuerdos que busca enjuiciar verdades polémicas del pasado. Lo importante para Rojas es que en esas querellas se puede palpar un ferviente nacionalismo. Además, ve indicios de que, más o menos en la última década, este corpus de relatos, compuesto en su mayoría por memorias, autobiografías, algunas obras académicas y varios géneros de ficción, se ha ido haciendo crecientemente conciliador a ambos lados de la escisión cubana. Por ello siente que la historia está del lado de la transición y la reunificación, incluso si aún no ha arraigado en todos los cubanos. Su meta entonces es formular una armazón que guíe este flujo de discursos de la memoria hacia una comprensión histórica unificada que, en última instancia, arroje una voluntad política para un regreso al republicanismo. El autor intentará brindarlo. Como también veremos, el compromiso de Rojas con la historia intelectual comienza y termina con la literatura, una relación no siempre cómoda que provoca preguntas y sugiere contradicciones que más tarde se exploran en detalle en este ensayo. El objetivo del autor es incorporar las artes de la memoria en un marco histórico unido por el nacionalismo, no obstante la dificultad de aportes discordes o distantes. Es consciente de que la comprensión histórica y la poética del recuerdo responden a propósitos diferentes, pero matiza la distancia entre historiografía y literatura, intentando llenar, con diversos grados de éxito, las brechas y tensiones intrínsecas entre estos modos de escritura. Su cronología básica comienza con dos períodos claves en la historia de Cuba: 1902-1933 (Primera República) y 1933-1952 (Segunda República). Estos se bosquejan como trasfondo de la obra de José Martí, Jorge Mañach, Fernando Ortiz y José Lezama Lima, figuras canónicas de relevancia internacional. Sigue un tercer período, 1959-1992 y después, que se corresponde con el Estado socialista y sus consecuencias. Este corpus final está compuesto por textos de remembranza, con énfasis en la producción de memorias del exilio, de diversos tipos, y conduce a un examen de la obra al llamar a una transición post-socialista. En ocasiones Rojas despliega un acercamiento más detenido de autores claves pero su acercamiento a la literatura se rige por un tema central: la línea diacrónica de la historia republicana de la Isla. 136 Literatura, historia y la república perdida La literatura le permite construir la historia nacional mientras sea posible adecuar a los escritores y sus obras en esa teleología. Cuando no es así, el modelo entra en crisis. Estos tal vez son, como veremos, los momentos más reveladores y contradictorios en la obra de Rojas. teleológico, singular e incuestionable, aunque en ocasiones siente que la relación entre las culturas nacionales, el Estado-nación y la filosofía política deben atravesar nuevas contradicciones. Pero estas difíciles cuestiones de la historia nacional —lenguaje, raza, clases sociales, formas de gobierno— podrán siempre encontrar resolución en las bases creadas durante la Segunda República, o Rojas las esquivará en nombre de la nación en un momento difícil de transición postsocialista. De ahí que su mirada a la obra de Martí, u otros autores, no contemple la forma en que la literatura y la política brindan modos diferentes de entender el nacionalismo o conducen a conceptos distintos de la historia. El énfasis estará en el tiempo biográfico de Martí, su proximidad a la Primera República y las limitaciones de esta (y por lo tanto de la reducida relevancia del pensamiento martiano para la Segunda República) y no en si la obra literaria de este gran modernista pudiera hablarle a cualquier otro momento o espacio. El exceso de significado de la literatura, su inherente polisemia, será siempre una limitación política para este modelo de historia intelectual. A lo largo del libro, este encierre conducirá a preguntas ulteriores e incluso a contradicciones relacionadas con la literatura e historia. La obra de Martí sin dudas produce ambigüedad, al igual que lo hacen las de Rodó, Darío y otros modernistas latinoamericanos. Su discurso literario correspondía a una nueva esfera disciplinaria de conocimiento que informa, pero también excede, la estricta teleología republicana y su correspondiente ubicación. En la conocida obra Divergent Modernities: Culture and Politics in the Nineteenth-Century Latin America, por ejemplo, Julio Ramos ha afirmado que Martí y otras figuras de la época complican el concepto de intelectuales atrapados en la red de «la ciudad letrada», un espacio en el que la lógica del Estado, con frecuencia aún colonial, brindaba un significado global a la obra de escritores y otros intelectuales que consolidaron o forjaron repúblicas latinoamericanas.1 Escritos como los de Martí guardaban relación con una modernidad literaria surgida de una esfera relativamente autónoma de conocimiento que excedía temas unificados, una alineación polisémica de escritos y comprensión histórica provocada por fuerzas culturales y económicas nuevas. De ser así, si la literatura permite ese tipo de comprensión difícil pero enriquecedora, sugiere un marco diferente para la historia moderna en su vínculo con la escritura. Cabe observar entonces, con Rojas, que el legado de Martí ha conducido a mucha manipulación ideológica, pero también pudiera concebirse un enfoque distinto al que propone, que la sostenida presencia de Martí en la literatura y la historia remite a una riqueza epistémica equívoca pero enriquecedora que rebasa las cronologías biográficas. Revisitando a Martí En contra de lo que corrientemente se piensa, advierte el autor, puede que José Martí no sea el modelo o paradigma en torno al cual construir la nación cubana contemporánea. Aunque reverenciado por los cubanos como el padre fundador de la nación, y considerado por muchos académicos del mundo como la figura clave de la historia moderna latinoamericana, Rojas pretende mostrar la extraordinaria disparidad de posiciones políticas que hay detrás de la canonización de José Martí. Examina con cuidado la forma en que los diferentes períodos históricos cubanos (las dos Repúblicas y el Estado socialista) ungieron a Martí como «El Apóstol», una representación sagrada para cada relato, a pesar de las profundas divisiones nacionales que representan. Cabe especificar aquí que, para Rojas, la Primera República fracasó, pero contribuyó a sentar las bases de la segunda, que fue y continúa siendo su modelo para el futuro. Concluye que Martí no pertenece a ninguno de esos tres movimientos fundadores porque murió en 1895, siete años antes de la Primera República y, por tanto, no estaba en juego cuando llegó la independencia y mucho menos después, cuando la historia de la nueva nación tomó su curso. Pero cada período construyó sus bases sobre sesgadas interpretaciones de este poeta, práctica que solo ha intensificado la desunión y el error histórico. Su propósito no es cuestionar la importancia de Martí, sino historiar su lugar en la nación moderna. Después de examinar la filosofía política martiana, Rojas deduce que, en función de las tradiciones del siglo xix, cabría pensar en El Apóstol como un republicano —aunque no liberal— y que con toda probabilidad se hubiera encontrado de acuerdo y desacuerdo con diferentes posturas de los tres períodos posteriores; un pensador, por ejemplo, capaz de reprobar a los Estados Unidos por sus designios imperiales en el continente americano, al tiempo que reconocía sus principios democráticos fundadores. Martí, por tanto, lanza una luz doble. Era un preludio importante de la nación, sobre todo de la Primera República, aunque no la figura guía que unificaría una república futura; su obra inspira a patriotas de todas las tendencias, pero conduce también a profundas divisiones, equivocaciones y manipulaciones. El estudio del error histórico en torno a la figura martiana comenzará a desentrañar el aspecto más significativo del libro de Rojas, un republicanismo 137 Román de la Campa Biopolítica y orden criollo abrió la posibilidad a la política nacional multirracial. Rojas recalca que Ortiz, a la larga, dejó atrás el discurso racializado de la Primera República pero que en su obra temprana estuvo atrapado en él. La eugenesia tenía que ser vencida, pero su fuerza persistente requiere atención. Para ello, Rojas invoca el concepto de Michel Foucault sobre la «biopolítica», y cita la descripción de este último de la «inscripción del racismo en los mecanismos de Estado» (p. 29), como trasfondo, no solo en Cuba sino en el pensamiento eugenésico latinoamericano durante el siglo xix. Sin embargo, Rojas insinúa que este terreno biopolítico solo pertence a un pasado que esperaba definición y superacion dentro de un orden nacional ilustrado por la transculturación. De tal modo Rojas evita la capa más profunda de la biopolítica que solo se intensificó en el siglo xx, como bien describen Foucault y otros pensadores de la biopolítica como Antonio Negri y Giorgio Agamben, no obstante la disimilitud entre ellos. En una lectura reciente de El nacimiento de la biopolítica, de Foucault —un libro proveniente de su seminario de 1979 que así se titulaba—, Michael Hardt aduce que esta no solo tenía en cuenta comportamientos raciales sino también sexuales, prácticas médicas, así como paradigmas económicos.2 Así, abre un análisis a regímenes contemporáneos de todo tipo, incluido el neoliberal, en donde, afirma, los Estados ya no son el locus principal de poder, dado que están hoy supervisados por el mercado. A esa luz, es probable que una república post-socialista como la que prevé Rojas exija un argumento más concreto de cómo engrana la transculturación con la política racial en la Cuba contemporánea y su diáspora. Desde un punto de vista formal, Cuba nació con la independencia, haciendo surgir así la Primera República (1902-1933) en la formulación de Rojas. Era, no obstante, un momento pletórico de obstáculos en apariencia insalvables, incluida la presencia interventora de los Estados Unidos. Sin embargo, para el autor el debate que tuvo lugar a continuación en la Isla sobre raza y modelos de civilización puede haber sido la amenaza más profunda a la estabilidad de la joven nación. Según él, la guerra de independencia, en términos militares, fue relativamente corta en comparación con la políticamente más costosa «guerra de discursos» en que combatieron «las élites intelectuales y políticas de la Isla» (p. 25). Rojas identificará estas élites republicanas como criollos blancos atrapados en un debate contraproducente sobre modelos raciales y civilizatorios en los que fundar una nación moderna. En esta búsqueda, veían de forma negativa a las poblaciones hispana y afroamericana de Cuba, en grados diferentes. El discurso eugenésico ocupará así un papel central en este momento de la historia nacional, al igual que la confusión entre el modelo civilizado y el racial. Es, en última instancia, un capítulo más en la historia de las políticas racializadas que prevaleció en toda América Latina durante el siglo xix e inicios del xx, pero aún más acentuado por la profunda importancia de la población negra de Cuba, una clave constitutiva de su formación, no solo en términos culturales sino también en la lucha por la independencia. Cimentar un modelo cívico basado en antecedentes criollos blancos era, por tanto, un empeño contradictorio, dado el temor profundamente arraigado de estos últimos a la ascendencia nacional africana, así como sus propias dudas sobre la disposición de la cultura hispana hacia la modernidad. La sociología y la antropología informaban sobre estos contradictorios cimientos, sobre todo a través de la obra temprana de Fernando Ortiz, además de los incipientes discursos políticos que pretendían salvar estos obstáculos inextricables para la nueva República de Cuba. Rojas maneja con cuidado el peso de la eugenesia en los debates del siglo xix en todo el continente americano, describiendo el predominio de la ideología racista en las raíces de la nación. Además, reconoce las limitaciones de este debate para la República de Cuba; más difícil, si no imposible, era dejar atrás estos confusos puntos de vista sobre razas y civilizaciones cuando aún prevalecía el lenguaje de la eugenesia imbuido en paradigmas positivistas. De ese ahí marco se desarrollaría la obra de Fernando Ortiz, el renombrado antropólogo cubano, a quien Rojas enmarca en un capítulo posterior como el verdadero protagonista de la modernidad cubana, cuya teoría de la transculturación Ajiaco y transculturación La Segunda República abrió toda una nueva dirección para la Isla, aun cuando duró solo diecinueve años. El período posterior, 1952 a 1959, sin embargo, no se incluye en la periodización de Rojas. El autor no aborda esta línea demarcadora, pero fuera de ello, la Segunda República es presentada con cuidado. Cristalizó en 1940, año en que se reunieron una Constitución progresista, la publicación de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz, un nuevo auge de investigación histórica por académicos cubanos inspirados en métodos nuevos y, de igual importancia, el papel de vanguardia de la Revista de Avance en la política nacional de Cuba, un conducto para las políticas democráticas, asistido por la figura de Jorge Mañach, ensayista cuyos paradigmáticos ideales contribuyeron a fusionar todas esas fuerzas. Tal coyuntura de erudición, articulación legislativa y acción política lleva a Cuba la modernidad; este es el argumento principal de Rojas. 138 Literatura, historia y la república perdida El compromiso de Rojas con la historia intelectual comienza y termina con la literatura, en ocasiones cómodamente, otras atrapado en una enmarañada relación que provoca varias preguntas, así como contradicciones. Con la ayuda del discernimiento de Ortiz, la obsesión criolla por la raza se pudo reorientar hacia la formación de una cultura nacional, lejos de modelos eugenésicos y de diferentes matrices de civilización. El nuevo ímpetu alcanzó la esfera de la política apuntalado por la nueva Constitución y por el activismo de Avance y Mañach. La República nace al fin, aunque debiera añadirse que el aspecto de la raza, un punto álgido muy lejos de haber encontrado resolución, no recibe atención posterior en la periodización de Rojas. El giro político de 1940 es el interés primordial del autor, aunque no deja atrás la importancia de la cultura, dada la que le otorga a Fernando Ortiz. De hecho, Rojas está bien al tanto de las críticas posmodernas a la transculturación, y siente la necesidad de sostener su contemporaneidad para la historia intelectual de Cuba. A diferencia de nuevos acercamientos académicos (estudios culturales y la hibridez poscolonial, entre otros) que Rojas considera viciados por ideologías posnacionales, afirma la pertinencia de la transculturación como método basado en principios científicos sociales, centrado en la historia y la migración, e insiste en que brinda un modelo de integración nacional abierto a las diferencias raciales a la altura del desafío de verdadera ciudadanía cosmopolita. Arguye que la nación cubana no necesita ir más allá de Ortiz y 1940 y que añadir la transculturación sigue siendo el terreno que mejor conduce a la demarcación de una subjetividad nacional multirracial. Declarando la universalidad de un pensador cubano, se puede observar una formulación que busca colocar a Ortiz, y no a Martí, como verdadero teorizador de la nación cubana moderna: un científico social, no un poeta, que transforma la disciplina de la antropología y la epistemología eugenésica, un testigo de los momentos constitutivos de la República, capaz de transferir su comprensión culturalista orgánica a un marco político unificador. Las zonas más profundas de este argumento, por supuesto, merecen consideración posterior. ¿Erradicó la transculturación el epistema criollo cubano o continuó afirmándose esta ideología racial en la cultura nacional durante la dictadura de Batista, la República socialista y las comunidades del exilio? Rojas intuye la dificultad del tema, pero solo en un sentido teórico más predispuesto a un debate sobre el multiculturalismo contemporáneo que una consideración detenida de la raza en la cultura cubana después de 1940. Sabe que se trata de un problema que trasciende a Cuba y esto le permite una discusión del multiculturalismo posmoderno, el cual, a su modo de ver, está formado por conceptos equivocados que pueden ser más proclives a la racialización que a la transculturación en sí. Es, sin embargo, un terreno que exige mucha mas precisión. Rojas pinta el discurso de la hibridez con pinceladas gruesas, prescindiendo de una mirada más profunda a fuentes claves como Edouard Glissant u Homi Bhaba, ambos pertenecientes a contextos caribeños. En lugar de ello, uno se encuentra una insistencia en Ortiz como visionario cuya teoría, entendida de manera correcta, invalida las críticas dirigidas a su obra por un campo que según el autor ha sido vagamente definido por los estudios culturales. Para Rojas, el problema de la raza en la política nacional, como problema histórico, parece terminar en los años 40 y en Fernando Ortiz cuando se formula la transculturación, que pudiera ser, además, un modelo para otras naciones, sobre todo si se entiende como teoría del «ajiaco», nombre que sugiere un plano conceptual más lúdicro, si acaso hasta cercano a la manera posmoderna. Cabría añadir, sin embargo, que la historia cultural del Caribe ha motivado nuevos aportes, entre ellos Modernity Disavowed,3 de Sybille Fischer, que continúan poniendo en duda el «relato culturalista» de Ortiz, su «imaginería de absorción e incorporación dentro del territorio nacional», un discurso en el que «la cultura ha tomado el papel de la política como vehículo para resolver divisiones» (p. 297). Nihilismo y márgenes Uno de los momentos más intrigantes de Essays in Cuban Intellectual History puede encontrarse en el capítulo «Orígenes y la poética de la historia». Hasta entonces, el libro ha presentado la llegada de la Segunda República, pero no ha brindado indicios claros de las razones de su rápido final. Este capítulo ofrece un bosquejo de las sombras que acechaban a esa promesa. Para ello se remonta a la revista literaria Orígenes, fundada por un grupo de influyentes escritores, entre quienes se yergue de modo predominante el poeta José Lezama Lima. Juntos constituyeron una influencia compensatoria, inspirada en una tradición literaria que cuestionaba la dirección de la Segunda República. En lugar de ello, nutrían una utopía poética mezclada con un tipo de antimperialismo 139 Román de la Campa que, en última instancia, según Rojas, resultó profética: sus esperanzas y expectativas encontraron una suerte de referente en el Estado socialista que reemplazó al republicanismo cubano. Como explica el autor, al enfrentar la crisis nacional cultivaron el concepto de insilio, en oposición a exilio. Este concepto, un espacio interno, poético, secreto, se volvió una insulsa duda, fundadora de anti-republicanismo, un bloqueo del movimiento de la Primera a la Segunda República, una gravitación al margen del proyecto político patrocinado por Avance, Mañach y la transculturación nacional. Los origenistas se convirtieron en sujetos líricos en lugar de políticos, en este momento clave, «huérfanos republicanos» que se negaban a ser parte de un relevo que veían como atrapado en un ciclo de uniformidad para Cuba. Según observa Rojas, comprendieron la participación en los asuntos públicos como «una comunión con las imágenes poéticas posibles, no una asistencia al Estado político cotidiano». El Estado, para ellos, conjuraba una imagen de «nihil admirari, el escudo de la decadencia más antigua» (p. 90). El desdén poético a la subjetividad política por parte de los «origenistas» puede explicar por qué la crítica de Rojas a este movimiento en ocasiones puede parecer severa. En un momento, reprende a Virgilio Piñera, por «alimentar una duda ontológica fatal respecto de la existencia de Cuba como nación» (p. 68), concepto que solo podía anunciar una «inmanencia subversiva, perversa y terriblemente resistente a todas las formas de autoridad». (p. 74) La compleja relación entre literatura e historia sustentada por Rojas se hace un tanto inestable en este punto. En general, su vocación de historiador se siente cómoda reseñando literatura, conoce cómo derivar grandes temas y contenidos con cierta soltura, pero encuentra, primero en Martí y luego en Lezama, un lenguaje que reclama una lectura más detenida como literatura que se resiste a la representación histórica de manera explícita. El caso de Martí, en el alba de la nueva nación, estaba aún lo suficientemente impregnado de política para facilitar la lectura de Rojas, pero con Lezama debe lidiar con un intelectual cuya vida y obra no pudieran estar más alejadas de lo político. Esto explica el uso del término «nihilismo» para describir la reticencia hacia la política por parte de Orígenes en el período de la Segunda República. Sin embargo, el problema para Rojas se exacerba con la promesa política implícita mantenida por este grupo de escritores, su deseo de un espacio utópico más allá de la historia de un republicanismo fallido, que él ve como la profecía del Estado socialista. En ese sentido compuesto, histórico tanto como nihilista, en el trabajo de Orígenes había también en juego un nacionalismo alternativo, pero significaba una ruptura, una fuerza negativa que se veía a sí misma en un contexto de orfandad, al negarse a reconocer el trabajo preliminar de base sentado por la Segunda República. Puede que este otro nacionalismo sea lo que más preocupe a Rojas, porque profetizaba y luego encontró inspiración en el posterior Estado socialista, que no puede considerarse republicano. Así, Lezama se convierte en un profeta por una incontenible inmanencia que demuestra no ser de fiar para la República. Como concluye Rojas en tono casi apocalíptico: «Entonces la Revolución desmanteló la República, cuya ingravidez y vacuidad ya se había expresado en la poética de Orígenes» (p. 83). El lugar de la literatura en los asuntos de Estado aflora aquí con toda su fuerza contradictoria. No puede evitarse, pero debe contenerse. Rojas es enfático en este asunto y tal vez ofrece la evidencia más fuerte en la definición lezamiana del espacio público como «una realidad tatuada donde uno flota en mundanas ofertas de la política positiva» (p. 88). Un concepto tal, entendido de forma estricta como un rechazo a la democracia o como un ingenuo deseo de un futuro gobierno capaz de dominio totalitario, da fuerza a la consternación de Rojas. Pero puede haber otras lecturas de esta extraordinaria cita de Lezama. Vista a la luz de las intervenciones extranjeras y dictaduras internas que rodearon a la Primera República, puede también indicar que el grupo Orígenes tenía poca fe en la reforma política. Ecos de esta interpretación pueden encontrarse en Cintio Vitier: La memoria integrada,4 de Arcadio Díaz Quiñones, destacado crítico literario puertorriqueño, quien echa una mirada más detallada al vínculo entre poesía y frustración republicana, una relación mucho más compleja que no necesariamente necesita encontrar su referente histórico en el Estado socialista cubano, incluso si cronológicamente lo sigue. Además, pudiera entenderse la interpretación lezamiana, en apariencia nihilista, del espacio público, como una forma de poner en duda la teleología del Estado-nación como valor que concluye el devenir de la historia política, interrogación que parece hoy de especial pertinencia. Los nacionalismos o regionalismos no agotan, para Lezama, las posibilidades del espacio público y la subjetividad política. Su obra inspira una práctica de afiliación diferente, según sugieren libros recientes como Del príncipe moderno al señor barroco: la república de la amistad en Paradiso de José Lezama Lima,5 de Juan Duchesne Winter. Un canon a la altura de la nación Como ya se ha esbozado, la cronología de Rojas deja el período de 1952 a 1959 colgando con el desafío nihilista de Orígenes. En este punto, su atención no regresa a la historia, sino más bien a la literatura, en particular a la formación del Canon, tal vez la vía más paradigmática de presentar cómo literatura e historia se unen en la búsqueda de una política nacional. Rojas avanza por este terreno de modo cuidadoso y exhaustivo. Es consciente de que, al igual que en la obra de Martí, crear un canon literario es un inevitable proceso de 140 Literatura, historia y la república perdida inclusión y exclusión, que se divide a lo largo de líneas de amigo y enemigo impelidas por la estética así como por intereses ideológicos. Revisa la literatura buscando tendencias generales, mostrando que en la historia de la formación del canon cubano es posible encontrar tendencias diversas, algunas más dispuestas a dar cuenta de la diferencia que otras. Al final, sin embargo, todas revelan parcialidad, a costa de la verdadera integración nacional, su pretensión final. Aquí se puede observar a Rojas hacer malabarismos con un territorio que es tanto necesario como inherentemente conflictivo a su proyecto. La formación del canon es capaz de monumentalizar la historia nacional, pero en última instancia es exclusivista. Rojas examina Western Canon de Harold Bloom, influyente obra que incluye un número extraordinariamente elevado de escritores cubanos, para ilustrar que también presenta niveles comprensibles de arbitrariedad. También reconoce que la literatura cubana suele ser definida como latinoamericana, a expensas de su orientación caribeña y que se trata de una disposición negativa hacia los modelos caribeños de asociación pero, una vez más, solo la acusa en función del pasado, sin mencionar lo que presagia para una futura República de Cuba en el siglo xxi. En un punto afirma que Arcadio Díaz Quiñones «nos recuerda constantemente» una historia de agravios cubanos a Puerto Rico, pero no brinda detalles (p. 98). Luego observa que La isla que se repite, de Antonio Benítez Rojo, es «el único libro escrito por un cubano que pretende leer la cultura como si estuviera ya inscrita en el contexto caribeño» (p. 96), pero tampoco somete este texto a una lectura cuidadosa. Lamenta la resistencia histórica a la contextualización caribeña pero evita un análisis de por qué sigue siendo un rasgo constante en los escritos cubanos, en el exilio y en la Isla, largo tiempo después de Mañach, Ortiz y la Segunda República. La tradición criolla, al parecer, mantiene un perfil constante en las letras cubanas, pero Rojas no lo examina; y lo que es más importante, se le escapa el aspecto de que, a pesar de su innegable valor, el libro de Benítez Rojo contiene una lectura del Caribe centrada en gran medida en lo cubano, o que su comprensión de la historia, no podría estar más alejada de Rojas dado que presenta la modernidad y su política como empresas violentas, enemigas de las virtudes culturales de la región. A fin de cuentas Rojas revela una profunda ambivalencia en cuanto a la formación del canon: teme sus limitaciones pero valora su capacidad de exhibir fervor nacionalista. Concluye que un canon, en última instancia, «nos impone una identidad nacional», pero también advierte que un «contra canon» basado en los «sustratos arqueológicos de literaturas femenina, gay, negra, disidente o minoritaria» lleva el peligro de «redefinir lo nacional desde dentro de discursos subvalorados, marginales, olvidados o rebeldes» (p. 113). Sabe que ambos excluyen, aunque tal vez uno sea más valorado que otro. Sus recelos hacia el fenómeno deben, por tanto, enfrentarse con dificultad al deseo de un archivo capaz de monumentalizar la historia nacional. Los peligros de la transición Essays in Cuban Intellectual History termina con dos ensayos que se acercan más al presente. Es el momento en que aparece la Revolución cubana y también el exilio —más tarde referido como toda una diáspora—, ambos iniciados en 1959. El autor no se detiene demasiado en la historia de ninguna de las partes como entidades sociales ni políticas, ni en sus respectivas afirmaciones de poseer la verdad, muchas veces absoluta, pero insiste en calificar la relación entre ellas como guerra civil. Esto podría ser un tanto sorprendente, dado que el momento y alcance de los conflictos militares entre la Revolución cubana y su comunidad exiliada temprana difícilmente justifiquen tal descripción. Se trata más bien de dramatizar las fieras batallas ideológicas entre cubanos, avivadas por la geopolítica de la Guerra fría, una confrontación de fuerzas simbólicas con más de cinco decenios de edad. En todo caso, los años 90 trajeron una pausa a ese duradero choque, de ahí el intento del autor de evocarlo como una narrativa de remembranza. El territorio de este corpus de recuerdos tiene menos ver con enfrentamientos militares que la sensación de pérdida, un archivo de ideas y sentimientos que quedaron en la estela de una división nacional cubana. Por ende, la transición post-socialista presenta una oportunidad de cruzar diferencias, trazar puntos de convergencia, proponer modos de adjudicación, y fomentar el regreso a la unidad nacional basada en el modelo de la Segunda República. Obviamente, los conflictos no desaparecen y el perdón será siempre un tema espinoso para una nación tan escindida por la historia, pero Rojas lo aborda con confianza, con una mirada integral a muchas fuentes, algunas más dispuestas que otras a renunciar a la recriminación. Muestra pruebas de que ambas partes —Cuba y el exilio6— han comenzado a atenuar sus posiciones respectivas por razones distintas y en grados que difieren. Mientras las posiciones oficiales siguen mostrando intransigencia, el fin del socialismo estilo soviético y la latino-americanización de Miami, entre otras causas, han colocado a la Revolución cubana y a su comunidad en el exilio cara a cara con sus respectivas, y tal vez inesperadas, transiciones. Una disposición cambiante hacia el otro es evidente en memorias, testimonios, autobiografías, filmes, actividad de Internet, algún periodismo, crítica literaria, obras de ciencias sociales, contactos entre artistas y varios esquemas que instan a la reconciliación nacional. Rojas revisa estos 141 Román de la Campa discursos de memorias con mirada optimista, aunque recalca un compromiso mucho mayor con ellos por parte de los exiliados que los de la Isla. Esto es así hasta un punto, pero requiere contexto ulterior. Desde los años 70 han existido grupos de exiliados que favorecen el diálogo con la Revolución, aunque en aquellos tiempos en Miami se los veía como una aberración, cuando no como una forma de traición. Con el tiempo, olas más recientes de exiliados y de nuevas generaciones de cubanoamericanos, esta iniciativa se hizo más aceptable, pero sigue teniendo poca repercusión en el mapa político de Miami y el estado de la Florida. La televisión, la radio y el periodismo impreso indican una clara propensión a fomentar la afiliación partidista ultraconservadora, pero el autor parece menos familiarizado con este vector de la política contemporánea que con las memorias de exiliados, muchas de ellas de académicos liberales, centradas en la pérdida y la idea de la unidad cubana. Hay también matices que Rojas no atiende con detenimiento, ya que entre los cubanoamericanos interesados en abrir relaciones con Cuba, la cuestión del nacionalismo es fundamentalmente distinta: revela adhesión a lenguajes e identidades múltiples y, por ende, una comprensión más compleja de lo que podría imaginarse por transición y aun la formación de un Estado-nación. Esto no pretende negar el giro hacia la remembranza que Rojas describe, que sin dudas se ve en diversas formas desde la obra académica de los exiliados; pero incluso esos relatos de pérdida merecen una lectura más pormenorizada. Los autores del exilio con vidas firmemente enraizadas en otra parte, que ya no escriben en español y no tienen planes de regresar a la Isla, pueden albergar una idea de la nación muy distinta de lo que Rojas imagina. El mapa político en Cuba durante este tiempo también recibe cierta atención. El autor comienza señalando la presencia de intelectuales independientes y otras entidades que ven la posibilidad de que «el sistema político en Cuba puede transformarse desde adentro por sus propios agentes e instituciones» (p. 126). De modo más específico, señala 1992 como la fecha clave en la Cuba post-socialista, dada la reforma constitucional que se produjo ese año, así como cambios posteriores tales como la despenalización del dólar, la reapertura de los mercados agrícola y ganadero, la autorización del empleo por cuenta propia, los planes de inversión extranjera mixta, la reducción de los cuadros profesionales del Partido Comunista, y el desarrollo del turismo y las remesas como los primeros pasos de la economía nacional hacia la integración (p. 141). Aunque observa que estas medidas pueden ir y venir sin advertencia mientras el régimen continúa controlando la economía y reprimiendo a la oposición política, sin dudas indican una suerte de apertura. En términos políticos, Rojas observa un movimiento de gobierno totalitario al autoritario; en términos filosóficos, ve «el abandono del marxismo-leninismo como ideología estatal y la readopción del nacionalismo revolucionario como doctrina del régimen» (p. 141). Pudiera añadirse que este cambio tal vez encuentre su mejor ilustración en la escena cultural. En los 60 y los 70, durante el auge del internacionalismo socialista, Cuba estaba más que dispuesta a separarse de su pasado cultural, cuando no a desdeñarlo como falsedad burguesa; después de 1989, lo ha revaluado, como es evidente en filmes de tan amplia aclamación como Fresa y chocolate. De todos modos, si ha resurgido un nacionalismo revolucionario, lo cual parece intrigar al autor, uno se pregunta cómo ubicarlo dentro de su vía republicana. ¿Se trata de una vertiente con características singulares o solo otro nombre para un regreso a la tradición republicana? ¿Qué conserva el significante «revolucionario» la transición post-socialista? El tema exige estas y otras interrogantes relacionadas con el lugar de la nación entre los Estados contemporáneos. Es muy posible, por ejemplo, que ni el Estado socialista ni la diáspora cumplan los requisitos para ocupar el lugar de la República de Cuba definido por Rojas. El primero ha estado comprometido con un epistema diferente de la nación por más de medio siglo; la segunda ha establecido ciudadanía excepcional en el territorio de otra república. Por tanto, cabe concluir que esa República, como tal, ha estado desocupada durante más de cincuenta años, incluso si el nacionalismo se ha extendido, en formas inéditas, dentro de esas entidades. De ser así, la futura nación cubana puede requerir una reformulación capaz de acoplar una pluralidad imprevista en términos territoriales y culturales. Rojas parece intuir esta complicación cuando observa que aunque desde 1992 Cuba ha experimentado una flexibilidad ideológica similar a la de los países asiáticos, las relaciones tensas con el gobierno estadounidense y la comunidad exiliada de Miami, así como la falta de coherencia institucional por parte del Partido Comunista y la timidez de sus reformas económicas, distinguen a Cuba del socialismo reformado y los capitalismos estatales de Asia. (p. 142) Esta breve descripción nos recuerda el papel de la Guerra fría en la escisión nacional de la Isla: una enmarañada red de historia que vincula los intereses de los Estados Unidos, los de la Revolución y los del exilio sin aparente resolución, una conjunción de elementos aún muy en juego que no solo ha dado origen a discursos de remembranza y nostalgia entre cubanos, sino que ha creado nuevas entidades sociales con características singulares y un grado considerable de permanencia. Cabría por tanto, detenerse antes de especular sobre qué tipo de formación de Estado-nación espera a los cubanos o cómo atravesarán sus múltiples formas de nacionalismo cultural, sus lenguajes y sus territorios 142 Literatura, historia y la república perdida respectivos, por no hablar de su composición racial y clasista, significativamente diferentes. Rojas intuye, de pasada, estas complicaciones, incluyendo la noción de que pudiera haber un contexto caribeño pertinente en el futuro de Cuba, dada la contradictoria historia de formación de Estadosnaciones en la región, pero no se inclina a considerarlo seriamente, quizás porque pondría en peligro su modelo republicano, si acaso más latinoamericano, o porque ve el futuro desde el punto de vista de un emigrado relativamente reciente, que continúa albergando la esperanza de un regreso más o menos orgánico. Por tanto, su atención se centrará en la promesa de transición, con el modelo post-socialista asiático y europeo por una parte y las posdictaduras del Cono Sur por la otra. El primer obstáculo para dicha transición será un recuento histórico de las demandas penales de ambas partes, el gobierno cubano y la oposición exiliada, tarea que requiere un «ejercicio doble de memoria» para adjudicar posibles violaciones de derechos humanos de ambos (p. 150). Una vez logrado esto, el proceso dependerá del compromiso de renunciar a la violencia, desplegar la cultura como puente de diálogo, reconocer la legitimidad de todos los grupos, y tal vez reestablecer un patrimonio nacional verdaderamente pluralista, capaz de asumir la multiplicidad de manifestaciones nacionalistas cubanas. En función de la planificación política, estos son pasos esperanzadores y razonables, pero parecen solo centrarse en los cambios que esperan a la Isla, lo que una vez más sugiere la idea general de un regreso político a la unidad dentro del territorio isleño. De igual importancia es la ausencia de análisis económico en este modelo de transición, dada la probabilidad de que las políticas impelidas por el mercado invaliden todas las demás consideraciones en el futuro de Cuba: el socialismo reformado asiático, si se piensa en China, por ejemplo, o la estructura maquiladora promovida por la globalización en otras partes de Asia y América Latina, no se examinan en función de sus posibilidades para Cuba; uno se pregunta entonces por qué, sobre todo en el contexto de la crisis exacerbada por el fracaso del capitalismo financiero. En resumen, el concepto de transición puede haberse complicado de manera considerable después de los años 90, según los marcos políticos se encuentran cediendo ante un sentido de inmanencia del mercado, que tiene poco o ningún precedente. La historia económica reciente traza vías insospechadas para los Estados-nación, pero no desviará la atención del autor de la promesa de la transición post-socialista europea. En esa búsqueda, Rojas pasa al final de su libro de la esfera de las artes discursivas —literatura y memorias— a la promesa del trabajo de las ciencias sociales, más inclinado a reunir datos y formular modelos de política basados en comisiones de verdad y escenarios de diálogo con patrocinio internacional que permitan negociar diferencias desde una legalidad fundamentalmente internacional. Propone entonces un método más orientado a la acción, inspirado en parte en la obra filosófica de Habermas, para poder aprovechar el poder de la memoria en un marco legalizado que allane el camino de regreso a la República. Así, el historiador intelectual se hace más pragmático. En este plan quedan muchas cuestiones claves sin examinar, pero el llamado a la acción será de importancia especial puesto que constituye una innovación contundente, llena de tanta angustia como certidumbre, en función de refundir los vínculos entre literatura e historia utilizados hasta el momento. La otra república El movimiento del pasado al futuro, de la remembranza a la transición, pone en juego ahora un nuevo enfoque. Hasta la fecha, la historia intelectual ha sido terreno de las artes literarias; incluso los capítulos de las revelaciones antropológicas de Fernando Ortiz se enmarcaban como parte de esta tradición en Cuba. En lugar de ello, el acto de leer ahora requerirá un riguroso sentido de realismo comprometido con la acción que debe dar descanso de una vez y para siempre al dominio de la historia sobre la literatura: Antes de gravitar una vez más a la idea de la literatura como refugio mítico contra la Historia, es mejor buscar redención en la Geografía. Escribir como construcción de lugares específicos (La Habana de Cabrera Infante, la playa homoerótica de Arenas, el Miami de Pérez Firmat), al menos ofrece la posibilidad de una comunidad regida por el principio del placer. En estos espacios literarios, la Historia revela su desconcertante domesticidad y seca su fuente de mitos infernales (p. 119). Esta es, sin duda, una sorprendente manifestación de un conflicto que era posible ver a lo largo del libro. La literatura ha sido un archivo necesario del sentimiento nacionalista que debe aprovecharse, y en ocasiones saborearse por su poder simbólico, aunque en el fondo siempre era capaz de alzarse su inmanencia «nihilista», una fuerza que podía llevar por mal camino a la nación si la historia no la ponía bajo control. Este proyecto se percibe por primera vez en su lectura de Martí y luego en el capítulo de Lezama, cuya obra, junto con la de Orígenes, cayó bajo sospecha de haber despertado un sentido de nihilismo capaz de frustrar la promesa democrática de la Segunda República y acoger con beneplácito al Estado socialista. El concepto de transición cobra así definición final. Su centro estará en los planos de referencia locales específicos, en un pacto directo entre lenguaje y lugar, cosas y palabras, en fin, un realismo renuente a la polisemia literaria, una inscripción geográfica nacional 143 Román de la Campa que debe apartarse de las aspiraciones universales o mitológicas de la literatura. Según la transición va abriéndole la puerta a la acción política venidera, el autor marcará «Historia» con mayúscula, lanzándola como polvo secante sobre el pozo literario infernal. La tradición culta, tensa pero profundamente arraigada que mantuvo a la nación en concierto, de repente se hace fútil, un legado con más peligro que promesa. Ni el Estado socialista ni la comunidad de la diáspora presentan barreras insuperables a la transición postsocialista; tal es la promesa de la diplomacia y la adjudicación legal entre facciones en conflicto. La literatura, sin embargo, esa otra república de las artes, sí se entromete en el sentido más profundo y tal vez más clásico. Como puede observarse con facilidad, la prohibición de los poetas que hace Platón no puede acercarse más a la siguiente proclamación: dominaban la escena central en el curso de la historia puede ser tan difícil de alcanzar, como esperar que la literatura brinde solo conocimiento geográfico. De ser así, la transición post-socialista puede, en realidad, no brindar una vía clara a la Segunda República cubana, sino más bien un salto al futuro que debe tomar en cuenta la forma en que la relación de la nación-Estado se deconstruye mediante la teleología del mercado, tal vez el sitio primario de comprensión biopolítica que antes Rojas introdujo, aunque confinado al tema de la transculturación en los años 40. Más allá de eso se encuentra el fértil pero incierto terreno de la literatura e historia cubanas; un vínculo ya no dispuesto a producir política nacional, o tal vez siquiera historia, en el sentido usual de esos términos. No es probable que desterrar a los poetas lo devuelva. La transición post-socialista no estará exenta de mayor duplicidad literaria que otros períodos de la historia, aun si Rojas trata de pensarla en esos términos. Es importante por ello observar su intento de abordar debates sobre el lenguaje y métodos de lectura últimos cobran prominencia mientras más se profundiza en su obra, a un grado que el lector debe preguntarse si el libro tiene más que ver crisis disciplinarias que con Cuba como tal. Esto pudiera parecer sorprendente, dado el compromiso del autor con un tema histórico tan específico, pero el objeto de estudio siempre revela las costuras de las premisas que lo crean, hasta el punto de que el primero abruma al segundo. De ser así, podría tranquilamente concluirse que Essays in Cuban Intellectual History ofrece amplias pruebas de que el nacionalismo cubano es sobre todo un terreno fértil para nuestros más profundos dilemas intelectuales. En ese sentido, en su rico despliegue de esperanza, contradicción y temor, debemos acoger con interés la llegada de este libro. La percepción de que la literatura practica una suerte de estado mágico contra la historia, y que protegerá al individuo del mundo exterior, no es exactamente beneficiosa para todas las culturas. En el caso de Cuba, esta cosificación de las letras —que se extiende de Heredia a Casal, de Martí a Lezama y de Villaverde a Cabrera Infante— surge del patrimonio nihilista, desarrollado durante dos siglos de frustración política. Hoy, la naturaleza ridícula de algunas poses aristocráticas en las ruinas de alguna ciudad solo es equivalente al cinismo con que muchos intelectuales se adhieren a las peores políticas dentro y fuera de la Isla (p. 119). El carácter severo de esta máxima puede sorprender a los lectores, sobre todo en un libro tan comprometido con transacciones matizadas entre cubanos de todas las tendencias. Pero, al fin y al cabo, puede haber formas de explicarlo. La profunda tradición literaria cubana, dentro ha ganado estatura durante el medio siglo pasado, mientras la nación se dividía en una pluralidad diaspórica, resultado que debe preocupar a Rojas porque presagia una desconexión radical entre literatura nacional y suelo natal. Más allá de ello, el espectro de Lezama, ese esquivo significante, ha cobrado mayor fuerza en los últimos decenios de la literatura latinoamericana y mundial. Hoy se habla de él en la misma categoría de Jorge Luis Borges. La literatura, la pieza principal de la historia intelectual narrada por Rojas, termina siendo una fuente poco fidedigna para la tarea republicana que propone. Pero tal vez Rojas diagnostica de manera errónea la situación, porque el nihilismo, la ausencia de lo político, o su vaciamiento, puede en realidad ser un rasgo insospechado del momento de transición que en otros sentidos ansía. Más que filosofía política, los mercados rigen el nuevo telos de transiciones posteriores a 1989. Esto constituye un reino de conocimiento casi auto-télico, es decir, lleno con su propio sentido de inmanencia, donde los intereses republicanos o nacionales ocupan, a lo sumo, un segundo plano. A esta luz, anhelar un momento en que los discursos políticos Traducción: María Teresa Ortega Sastriques. Notas 1. Julio Ramos, Divergent Modernities: Culture and Politics in the NineteenthCentury Latin America, Duke University Press, Durham, 1999. 2. Michael Hardt, «Militant Life», New Left Review, n. 64, Londres, julio-agosto de 2010. 3. Sybille Fischer, Modernity Disavowed, Duke University Press, Durham, 2004. 4. Arcadio Díaz Quiñonez, Cintio Vitier: la memoria integradora, Sin Nombre, San Juan de Puerto Rico, 1987. 5. Juan Ramón Duchesne, Del príncipe moderno al señor barroco: la república de la amistad en Paradiso de José Lezama Lima, Archivos del Índice, Cali, 2008. 6. En español en el original [N. de la T.]. © 144 , 2011 no.Memorias 68: 145-147,en octubre-diciembre de 2011. cuerpos fragmentarios Memorias en cuerpos fragmentarios Cira Romero Investigadora. Instituto de Literatura y Lingüística. L as apuestas literarias de Mirta Yáñez (1947) siempre ganan.1 Sus libros de cuentos Todos los negros tomamos café (1974), La Habana es una ciudad bien grande (1980), El diablo son las cosas (1988, Premio de la Crítica), Falsos documentos (2006, Premio de la Crítica) y El búfalo ciego y otros cuentos (2008); su novela La hora de los mameyes (1983), además de sus incursiones en la poesía y el ensayo artístico-literario, constatan la trayectoria de una autora que ha encontrado en la literatura un espacio de dominio radical, un cumplido ejercicio de tentación, modo de adentrarse en el desierto de la escritura. Una nueva novela, Sangra por la herida,* da cuenta de una lógica narrativa de voces superadoras de la clausura de la representación, y muestra que lo existente es expresión sin sujeto: experiencia (imaginario) como pasión (pasividad). Yáñez nos propone una geografía espiritual de varios personajes —Gertrudis, Martín, Micaela, Estela, Daontaon, Lola, Yuya, María Esther, Willie, Hermi y La India —acompañados de una representación femenina singular: «Mujer que habla sola en el parque», cuya presencia autónoma, como la del resto de los personajes, termina siempre con un mismo leit motiv: «Y La Habana se muere...»—; todos encargados de estructurar, a través de un narrador omnisciente y sin que existan espacios dialógicos, no una historia, sino muchas, anudadas en una a veces paranoica búsqueda de las condicionantes de la experiencia vivida. La obra acarrea un juego temporal con la —para los menos jóvenes, como la que escribe— deslumbrante década de los 60, pues nos coloca en un recorrido fragmentario a través de un lapso vital de insospechados recuerdos, donde asoma a nuestra memoria desde el escozor de la caña agrediendo nuestras entonces suaves manos, hasta la música de los, a la sazón, irreverentes Beatles. Leamos a Mujer que habla sola en el parque: Abrieron un túnel y despertaron a las serpientes gigantes que dormían tranquilas bajo el Vedado. Y entonces las serpientes se escaparon, abrieron las bocazas y se lo tragaron todo de un bocado. Y La Habana se muere... (p. 29). El puente se cayó y no se volvió a levantar, se derrumbó la esquina del torreón y así quedó. Y entonces tanto se lastimó el mar con los escombros que vino una ola * Mirta Yáñez, Sangra por la herida, Unión-Letras Cubanas, La Habana, 2010. 145 Cira Romero las clases, el helado en Coppelia, la Cinemateca, el club Coctel, estudiar hasta el amanecer, exámenes, círculos políticos, conciertos, Chez Bola, el Cine Club Varona, bailes, la biblioteca, almorzar chícharos en el Comedor Universitario o una pizza en Vita Nova, la playa Santa María del Mar, reuniones de la FEU, la piscina del Hotel Riviera, lecturas de poesía en el «Parque de los Cabezones», trabajos voluntarios, en el bar de La Torre, concentraciones en la Plaza, educación física, teatro en la salita Tespis, recital en la Talía, fiestas de sábado por la noche, la guardia, trabajo con el equipo de estudio, exposición en el Museo de Bellas Artes, prácticas de tiro, asambleas de la Escuela, conferencias, peñas, tertulias, chácharas, Rampa arriba y Rampa abajo, lo de nunca acabar, ¿se acuerdan? (pp. 36-7). grandísima, entró por Cojímar y tapó toda la ciudad. Y La Habana se muere... (p. 37). Alguien me comentó que era una novela habanocéntrica, pero si lo es espacialmente no lo es en espíritu, porque si bien yo no disfruté ni de La Rampa ni del ambiente del Malecón de los 60, percibo en estas páginas experiencias comunes, visiones compartidas, el alma toda de una época que en la capital tuvo sus perfiles bien definidos, pero, por extensión, esos perfiles, seguramente modificados, tuvieron presencia en cualquier otro lugar de la Isla. Fue, en suma, un aliento que nos llegó a todos. Y eso es lo atrapado en las páginas de esta novela de trascendencia posmoderna. En una especie de «pase de cuentas» de alcance positivo, pero sin dejar de hacernos meditar sobre nuestras propias vidas, y en función de memorabilia a favor de un cuerpo generacional aún actuante, los ejes dramáticos de Sangra por la herida transcurren a veces desde posiciones polares, pero mediante un equilibrio coral que siempre descansa en el tipo de narrador antes aludido. Los personajes, uno a uno, vienen a nosotros en oleadas de recuerdos compuestos y recompuestos, puestos y sobrepuestos, de modo que el lector, sin tener la necesidad de armar un rompecabezas, accede paulatinamente a segmentos de historias quizás nunca contadas por completo, a imágenes-pensamientos en actuación de metamorfosis o de cosmogonías sui generis capaces de generar laberintos apasionados, tragicómicos, dramáticos, dados a través de cartografías personales conducentes a un lenguaje plural, a la vez rítmico y popular, pero nunca chabacano o grosero. Si anotamos antes cómo se cuenta, quizás deberíamos haber comenzado por decir qué se cuenta. ¿Quiénes sangran por la herida? Todos y nadie, todos y la historia, todos y la vida. Todos tienen algo que decir. Recuerdos, anécdotas, fiestas, lugares que se repiten — Las Cañitas del Habana Libre, El Coctel, y la voz y la guitarra de Teresita Fernández, el comedor universitario, la pizzería Vita Nova, la piscina del Riviera, el malecón habanero, los trabajos voluntarios, Meme Solís en el bar del hotel Flamingo, prácticas de tiro, conferencias, peñas, tertulias— enlazados a estos personajes que disfrutaron una época que es la misma de la autora en sus años juveniles de estudiante de la Escuela de Letras. Podemos entonces disfrutar de este párrafo, en boca de Gertrudis: Pero Sangra por la herida no es una novela testimonial, ni portadora de un mensaje —¡Dios nos libre!— sino una novela de atisbos, de surcos en el tiempo y de amor a la escritura, que contribuye a colocarla en una temporalidad fecunda en la que cada personaje supera, en buena medida, el carácter, si se quiere efímero pero no por ello menos impactante, del tiempo vivido, que fue nuestro tiempo, lleno de inquietudes y de satisfacciones emanadas de un contexto histórico pleno de euforia. Pero la novela ahora comentada es, además, un libro de obsesiones, una especie de «recopilación» de intereses que contribuyen a que el texto pueda leerse de manera transversal, como poniendo en juego reivindicaciones, más allá de la incredulidad posmoderna, un erotismo del saber que es, en último término, la construcción de un mundo como lenguaje. Porque en Sangra por la herida disfrutamos del placer de la palabra siempre a tono, buscando ese corazón atroz de la belleza, que es su ser, necesariamente efímera. La palabra. Pero ¿qué palabra?, ¿qué palabras? Un lingüista obtendría buena cosecha si estudiara esta novela desde su perspectiva. Aquí se huye del ríspido coloquialismo; pero en ella el lenguaje coloquial se utiliza como apoyatura decisiva a los propósitos de la autora: Daontaon tenía esa mañana la cabeza malísima. Apenas salía de la casa, se topó con la cara de idiota del tal Martín, vigilándola desde el balcón. Nada más que eso le faltaba, que la supervisaran. ¿Será chivatón? Ja. Capaz que sí. [...] Ja. Para «las artes» estaba Daontaon. ¿Y el supuesto «modelo de probidad? ¿Dónde estaba ese marciano, a ver? Ni en Marte. Como para morirse de la risa si estuviera de ánimo. (pp. 121-2). Pero con una aparición de Estela —es solo un ejemplo de los muchos que hay en el libro— la jerarquía idiomática se eleva y una visión más literaria aflora con intensidad. Veamos este pasaje: Yo recuerdo muy bien cómo era la Escuela de Letras, cómo era la Colina, cómo era la «Beca de F y Tercera», cómo era la Universidad de los susodichos «años sesenta», lo malo y lo bueno. ¡Y cómo era La Habana entonces, caballeros! Un hervidero, un remolino, un barullo a toda hora. Lo mismo se estaba en una trinchera esperando que nos cayera un misil nuclear en la cabeza que en una banqueta del bar del hotel Flamingo oyendo tocar el piano a Meme Solís. Se empataba el día con la noche: Estela se cambió la chaqueta por un grueso albornoz y se sirvió una copa de coñac para entrar en calor. Afuera había arreciado la caída de los copos de la nevisca sobre la cancha de juego pavimentada y protegida de intrusos por una cerca metálica. En unos minutos se revistió de una virginal capa que parecía una parcela de algodón 146 Memorias en cuerpos fragmentarios Lo incompleto se completa en esta novela. La autora, a través de una gama de personajes de amplio espectro, deja ver, aun entre líneas, o a veces con mayor evidencia, consecuencias de las revelaciones condimentadas de esos mismos personajes, todos tan cercanos a ella misma, llenos de furores, de entusiasmos y melancolías. Cuidadosamente repartidos a lo largo del texto, ellos ponen en marcha muchas vidas, las propias, en una especie de metáfora precisa que convierte en grandes las pequeñas cosas de la vida. Experiencia íntima, variantes dentro de una misma ruta, se consuman en la novela, abierta, «inconclusa», porque aspira a sumergirse, desde el recuerdo, en las incidencias de la turbulencia narrada, encarnación de las contradicciones que envuelven el sobresalto arrollador de estas páginas quemantes, violentas, pero sin violencia, donde siempre se marca el sentido del límite de la realidad contada. Si Mirta Yáñez había sido considerada por algunos estudiosos como una de las voces cubanas adscritas al llamado postboom —movimiento, al parecer, ya finiquitado o en vías de evolución hacia concepciones artísticas todavía no discernibles—, con esta novela quiebra toda posible atadura —en el caso de esta autora, si la tuvo, creo que fue totalmente inconsciente de su parte— para colocarse en un punto de inflexión narrativa donde su quehacer se ubica en un lugar solo por ella habitable, verdadero laberinto de sus visiones. Su ojo novelístico ha seducido a su mano de escritora. Ojalá ese ojo pronto vuelva a mirar para que, con su talento indiscutible, su presencia, como ya lo es, sea imprescindible. Si todos sangramos por la herida, Sangra por la herida aporta a la literatura cubana el vuelo de su palabra, sus audaces gestos envueltos en una aparente ligereza creativa donde se multiplica el ingenio, la inteligencia y el ejercicio de la memoria. escoltada por arbolones desnudos como un regimiento de puyas erizadas (p. 121). En sus páginas quedan interrogantes, angustias indescifradas, nudos atados nunca deshechos por la autora, que acaricia el perverso cuerpo del lenguaje siempre contenida y colocada en una permanente invitación, de fuerte raíz contemporánea, del ejercicio de la memoria no como factus, sino como interpretación de un lenguaje aislado de la monotonía, un lenguaje que no es huérfano y que a veces no puede «responder». Se abre entonces el espacio de la interpretación: el tiempo final del texto que es el de la infinitud de la lectura. Hay un goce manifiesto en Mirta por transgredir los límites de lo expresable y convertir el lenguaje en juguete. Pero sucede que su ingenio llega al derroche, casi al despilfarro, en una relación verbal establecida como señal que apunta siempre al centro mismo de la mejor expresión, de una manera grácil, pero evocadora, en cierta medida, de la conceptista: «es como hidra vocal una dicción —explica Gracián—, pues a más de su propia y directa significación, si la cortan o la trastruecan, de cada palabra renace una sutileza ingeniosa o de cada acento un concepto». Yáñez legitima un discurso nunca neutral, donde, sobre todo, figuran evocaciones a veces burlonas, ácidas o tiernas, en un tejido de relaciones donde el yo de cada personaje se torna objeto aludido, interpelado, en tanto la metáfora de la vida, hasta cierto punto representada, configura un mundo móvil, en el que caben todos los incidentes y gratificaciones, y es usual el buen humor. Un mundo como de niños donde todo está vivo, aunque encubra el creciente bullir de signos ocultos. Así, las imágenes de un banal sofrito, de la cebolla marchita al calor del aceite hirviente o la de un barrio, Alamar, convertido en un infierno cuasi dantesco a través de Daontaon, sentada en su balcón, pero recorriendo con su mirada la parcela de hierba silvestre donde varios círculos de tierra pisoteada evidenciaban a las claras los movimientos de los primitivos jugando a la pelota. Desde varios de los apartamentos emergían tempraneros aullidos, martillazos y estruendos de pelea. Durante la madrugada unos energúmenos habían acumulado una considerable cantidad de botellas de ron vacías, algunas en pedazos, sobre el banco ubicado debajo del único farol todavía con su bombillo. En la ruta que daba acceso a la escalera, sujetos desconocidos habían olvidado a propósito unos cartuchos de algo que parecía, y olía, como pescado podrido. Entre los latones de basura desbordados pululaban unos perros reconocibles a simple vista, aunque las otras figuras que escarbaban entre las inmundicias podían ser sus propios vecinos o criaturas de cualquier linaje (p. 72). Nota 1. La honestidad intelectual tiene un alto precio y estoy dispuesta a pagarlo. La novela que ahora comento con tanto regocijo, concursó en el Premio Alejo Carpentier correspondiente al año 2008, del cual fui jurado. No creo necesario añadir nada más, solamente que fui injusta en aquella ocasión. © 147 , 2011 no. 68: 148-151, octubre-diciembre de 2011. Jorge Ibarra Nuevo debate sobre los problemas institucionales de la historiografía cubana Jorge Ibarra Historiador. L a eminente estudiosa de la literatura hispanoamericana, Camila Henríquez Ureña, solía advertir a sus discípulos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana sobre los riesgos de escribir con vistas a la publicación. A su modo de ver, si el lector no entendía nuestro relato, la responsabilidad fundamental debía recaer sobre nosotros. Sirvan estas sabias palabras como introducción a una breve intervención mía en una mesa redonda de historiadores que se efectuó en la Feria del Libro del año 2007. Una recapitulación de los problemas institucionales que confrontan los estudios históricos en nuestra patria no podía limitarse a un breve intercambio de ideas entre cuatro historiadores, en un coloquio de hora y media de duración. Debo reconocer que si algunos colegas pudieron no haber entendido a cabalidad el sentido de mis palabras se debió, en parte, al carácter resumido de mi exposición. Pienso que ese pudiera ser el caso del doctor Raúl Izquierdo Canosa, quien ha formulado, en un artículo aparecido en 2010,1 una acerba crítica a las palabras del joven historiador Ricardo Quiza y a las mías en el encuentro referido. Confío que nuestro colega pueda asumir, también de manera crítica, los juicios que ha expuesto sobre nuestras ideas. Aprovecho la oportunidad que me brinda este intercambio de ideas para referirme al texto en el que aparecieron las palabras que pronuncié en la Feria del Libro del año 2007. A los cuatro años de haberse publicado, he leído la transcripción que la Editorial de Ciencias Sociales hizo de mi intervención en la referida mesa, pues la grabación se perdió. Asimismo, el editor de las Memorias del Programa profesional de la XVI Feria Internacional del Libro,2 a quien no conozco, no me entregó las pruebas de plana para mi revisión y rectificación, como se acostumbra por la editorial. El resultado ha sido que el texto contiene decenas de erratas, de palabras que han sido cambiadas por otras, de frases truncas o incompletas. No pretendo justificar mis palabras. En realidad, solo hubo una ocasión en la que una transcripción errada pudo haber acreditado algún juicio de Izquierdo. A ese momento me referiré en el curso de la réplica. El primer acercamiento de Izquierdo a mi intervención en la mesa evidencia la intención de mostrar mis palabras bajo los efectos de una luz desfavorable. 148 Nuevo debate sobre los problemas institucionales de la historiografía cubana Allí cita una frase en la que yo resumía abreviadamente el carácter de la labor del historiador como «el que investiga [...] el que es fiel a su manera de pensar y a la manera de pensar de los que forjaron la historia». Pudo el crítico haber citado otras referencias más amplias al tema en mi obra, pero lo que se proponía era resaltar que «[e]n esa definición la labor del historiador se limita exclusivamente a la [...] investigación histórica; se desconocen las actividades docentes, museológicas, de promoción o divulgación, de conservación y otras del quehacer de la profesión», para añadir a continuación: «El Dr. Eduardo Torres Cuevas tiene una visión más amplia del oficio» (p. 40). En realidad, coincido con los criterios del colega Torres Cuevas; mi caracterización del oficio del historiador se refería a lo que resulta esencial de su labor: la investigación. De hecho no desconozco, como se me atribuye, las labores docentes de los profesores de Historia, ni museológicas, de conservación y otras de nuestro quehacer. Esas profesiones u oficios diversos requieren, ante todo, la consagración a la investigación. Desde luego, en este punto, es preciso aclarar que los procedimientos investigativos del historiador —sus métodos, técnicas, reglas, preceptos— son de distinta naturaleza que los de los profesores de Historia, museólogos, arqueólogos y otros que investigan el pasado. Ese no parece ser el juicio de Izquierdo, quien los identifica a todos como historiadores. Ahora bien, de la misma manera que un profesor de artes plásticas no es un pintor o un escultor, ni un profesor de literatura, un novelista o un poeta, ni a uno de Física o Química se le puede identificar con un físico o un químico, a un profesor de Historia, por ese solo hecho, no se le puede considerar un historiador. Claro está, con frecuencia los historiadores más notables son los consagrados a la investigación. La especificidad de la labor de los historiadores es reconocida en todas partes del mundo por su agrupación en distintas asociaciones y academias de la Historia, en tanto tienen en común una obra historiográfica de valor. La crítica de Izquierdo parece cambiar su rumbo cuando intenta enjuiciar mi persona. En una segunda parte de su artículo, titulada «Juicios feriados», procede a formular una variedad de opiniones sobre los criterios historiográficos de Ricardo Quiza y los míos. Es evidente que bajo el rubro de «juicios feriados» se encuentran los criterios que él condena. En ese orden de cosas, debemos preguntarnos qué significa que los juicios de Quiza y míos sean feriados. ¿No están las ideas feriadas a la venta? ¿A quién le vendemos nuestros juicios? ¿No es una crítica enemiga la que se vende? Otra variante pudiera ser que por juicios feriados Izquierdo entendiera juicios festinados, lo que también resulta injurioso. ¿Qué quiso decir en realidad con la alusión oscura a los juicios feriados? En todo caso, lo escrito, escrito está y una vez que esas palabras son ofensivas, pienso que su autor debe aclarar cuáles fueron sus intenciones cuando empleó el adjetivo feriado para referirse a los juicios que criticaba. La siguiente aproximación crítica de Izquierdo está presidida por otra opinión sobre mis criterios historiográficos. De acuerdo con mi impugnador, yo «había ofrecido una visión distorsionada del quehacer institucional en el ámbito de la ciencia histórica» (p. 45). Aquí es preciso aclarar que cuando reseñaba —en mi intervención hablada, en la mesa redonda del año 2007— las dificultades para actualizar los estudios históricos, me refería al hecho de que el Instituto de Historia de Cuba fuera la única institución donde se concentrasen todos los recursos para el estudio, en su conjunto, de la historia de Cuba como un proceso que abarca desde la época precolombina hasta nuestros días. Mis criterios en ese sentido se remontaban a la época en que era investigador de dicho Instituto y discutí, en diversas ocasiones, la necesidad de que se creasen distintas áreas de investigación dedicadas al estudio de la formación del pueblo nación, a la historia social, a la gente sin historia y a la historia de las mentalidades. De manera parecida pensaba que el destino de las investigaciones de historia de Cuba como un proceso no debía depender de una institución única. La necesidad de crear nuevos espacios que estimularan los estudios históricos se ha evidenciado con la reconstitución reciente de la Academia de Historia de Cuba, por el Consejo de Estado. Al parecer, no era la única persona que pensaba en la necesidad de contribuir a la revitalización de los estudios históricos desde distintas perspectivas y espacios. Eso nos convence de que no estábamos alejados de la realidad. En fin, los juicios que expresamos en la referida mesa redonda estaban, como todos los que formulamos los historiadores, expresados con toda libertad, sujetos a críticas y discusiones sobre la importancia que debían tener determinados temas de investigación, sin que ninguno de los presentes considerase que se estaba adulterando la historia. Si no me expliqué entonces o no se transcribieron bien mis palabras, es algo que no puedo rememorar a cuatro años de esos sucesos. En todo caso, pido disculpas por no haberme hecho entender, como aconsejaba la doctora Camila Henríquez Ureña. Lo que sí sé es que, a pesar de que mis palabras se referían fundamentalmente a la importancia de ampliar las áreas de investigación en el Instituto de Historia de Cuba, Izquierdo se sintió obligado a recordarme que existían otros centros dedicados a temas específicos de la Historia, como si yo no lo supiera. He valorado altamente los resultados de algunos de esos centros de investigación en la revista Temas, me han invitado 149 Jorge Ibarra a participar en sus eventos, he sido reconocido con homenajes y encuentros para discutir mi obra. En realidad, no veo cómo se me pueda atribuir haber ignorado los importantes aportes a la historia que esos centros de investigación han realizado. En mi intervención durante la Feria de 2007 relaté cómo tuve conocimiento de la prohibición de que se investigara sobre más de veinte temas de la historia nacional en el Departamento de Historia de la Academia de Ciencias. A continuación expresaba que se suponía que por ser esa institución la más alta representación de los estudios históricos en esa época, sus investigadores pudieran investigar cualquier tema. Acto seguido exponía mis criterios en el sentido de que vacile en aseverar que «la crítica para que sea efectiva y constructiva debe hacerse a la persona indicada y en el momento y lugar adecuados» (p. 37). ¿Quién escogería los autores «indicados», que puedan someterse a la crítica, en qué lugares, y en qué coyuntura? De aplicarse esas reglas al estudio de la historia, habría autores y obras más allá de toda crítica. Solo podían discutirse algunas obras en determinados niveles, porque estas serían solo de la incumbencia de un grupo de elegidos. O sea, se abonaría el terreno para la creación de vacas sagradas, las llamadas «personas indicadas», cuyos criterios y autoridad serían inapelables. Las discusiones en el campo historiográfico no pueden ser a puertas cerradas como parece pensar Izquierdo cuando asevera que deben efectuarse «en el momento y lugar adecuados» y efectuarse solo a los historiadores «indicados». Por último, Izquierdo Canosa me acusa de propiciar un cuerpo de censores de la historiografía, a través de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Resulta que en la antigua Sección de Historia (hoy de Literatura histórica y social) de la Asociación de Escritores de la UNEAC se reúnen algunos de los principales historiadores del país, aptos para efectuar una crítica seria y objetiva de las obras que se editan todos los años. Por el hecho de haber exhortado a hacer reseñas críticas de las obras históricas entre los colegas historiadores de la UNEAC, se me inculpa de querer formar un cuerpo de censura. Lo más lamentable es que mi crítico confunde las funciones de los censores, encaminadas a prohibir la publicación de obras por razones ajenas a su calidad, con la crítica que las valora, sin pretender prohibirlas. Por eso no vaciló Izquierdo tampoco en dictarle a la presidencia de esa Sección cómo debía proceder para impedir que se convirtiese en un cuerpo de censura, pues «la sección de historia de la UNEAC o cualquier otra semejante, sea o no gubernamental, no está destinada para asumir tales funciones» (p. 47). No creo que tales expresiones merezcan un comentario de mi parte. Solo que Oscar Zanetti le respondió, en lo que se refería a la crítica historiográfica, que la sección que él presidía, los temas de investigación no pueden prohibirse, en todo caso sus resultados pueden ser objeto de crítica. En otras palabras, los censores oficiales de la historiografía cubana consideraban que los historiadores no eran suficientemente confiables como para investigar cualquier tema. De modo que los censores oficiales a los que me refería eran los de los años 70 y los 80, no los que, de acuerdo con Izquierdo, pienso que existen en la actualidad. Desde luego, como señalé entonces: «Ese quinquenio [gris] del cual se habla que ya terminó, para nosotros no ha terminado». Y en efecto, no ha concluido mientras se formulen cargos contra los historiadores críticos del quinquenio represivo en la cultura y en la historia y se les atribuya expresar «juicios feriados». Ni se habrá acabado en tanto en las revistas no se publiquen reseñas críticas de las obras editadas en el país. Un ejemplo de lo que digo es precisamente Cuadernos Cubanos de Historia, del Instituto de Historia de Cuba. Desde luego, en algunas publicaciones periódicas aparecen, en contadas oportunidades, reseñas críticas, no apologéticas, de las investigaciones históricas, como señalaba en la mesa redonda. Por cierto, en su alegato, Izquierdo define a una serie de revistas culturales como de si fueran especializadas en temas de historia, por el hecho de publicar en ocasiones investigaciones históricas. Se supone que una revista de historia defina una política científica de los temas que edita, estimule enfoques novedosos e innovadores, tenga una sección de crítica dedicada a las obras publicadas recientemente, y convoque a distintos historiadores a debatir cuestiones que no han sido suficientemente tratados o esclarecidos. Han sido las revistas históricas las que han alentado y le han impartido la dirección a los movimientos historiográficos conocidos en todas partes del mundo. En ocasiones, han sido estas las que han fundado nuevas corrientes de pensamiento histórico. Ninguna de las publicaciones periódicas referidas por mi crítico reviste estas características. Izquierdo confunde la crítica partidaria con la que se efectúa en el campo cultural y científico. De ahí que no ha tratado de promoverla y difundirla, sin mayores pretensiones ni intenciones. Unas veces mediante las páginas de La Gaceta de Cuba, en otra con nuestras tertulias de historia y, durante casi una década, a través de paneles organizados para la Feria Internacional del Libro, hemos impulsado el debate sobre las realizaciones, problemas, y perspectivas de la historiografía cubana.3 Con respecto a las imputaciones que me hizo, Zanetti le hizo saber que «en lo personal —como casi todos los historiadores cubanos—, creo que la trayectoria y escritos de Jorge Ibarra lo liberan de la más mínima sospecha sobre cualquier afán de censura».4 Palabras que agradezco. 150 Nuevo debate sobre los problemas institucionales de la historiografía cubana No conforme con acusarme de una serie de despropósitos, Izquierdo Canosa se erige en defensor de la política dogmática que rigió para las investigaciones históricas en los años comprendidos entre 1972 y 1985, prohibiendo la investigación de cerca de veinte temas de Historia de Cuba y me exige que demuestre la existencia de tales restricciones. (p. 46) No tengo inconveniente ninguno en poner a Izquierdo en contacto con las evidencias que demuestran mis afirmaciones. Solo tiene que comunicarse conmigo el día siguiente que se publique este artículo, para que así lo haga. En caso de mostrarse falaces los testimonios que pondré en sus manos, puede incriminarme públicamente como falsario. En el curso de este intercambio de ideas me abstuve de emplear calificativos o epítetos para enjuiciar las actitudes de Izquierdo Canosa, porque en todo debate debe prevalecer la lógica de los argumentos. Un milenario proverbio chino sentencia que en las controversias es derrotado el que pronuncia el primer insulto. Desde el primer momento, el crítico no hizo otra cosa que injuriarme. Dio a entender que mis juicios eran «feriados», «superficiales», que tenía una «visión distorsionada», y desnaturalizó mis palabras atribuyéndome el designio de imponer un tribunal de «censores» a los historiadores. En Cuba Personalmente en las oficinas de Temas o a través de giro postal dirigido a “Revista Temas”. También mediante cheque o depósito bancario a favor de: UPR Inst. Cub. Arte Industria Cinematográfica. Cuenta número: 0525040006510118. Entre los principios que Izquierdo Canosa dice profesar está el de «ser cuidadoso y respetuoso en lo que se escribe» (p. 36). Sería interesante saber si en la actualidad considera que se atuvo a esas normas cuando pretendió enjuiciar a Ricado Quiza y a mi persona. Con estas palabras doy por terminada la discusión en lo que a mí se refiere. Notas 1. Raúl Izquierdo Canosa, «La crítica y los críticos de la historiografía cubana», La historiografía de la Revolución cubana. Reflexiones a 50 años, Editora Historia, La Habana, 2010. En lo adelante, las páginas citadas de este artículo se indicarán entre paréntesis. 2. Memorias Programa Profesional XVI Feria Internacional del Libro de la Habana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007. 3. Oscar Zanetti Lecuona, «Acerca de la crítica historiográfica, una aclaración necesaria», disponible en www.uneac.org.cu. 4. Ídem. © , 2011 Fuera de Cuba A través del modelo que aparece en «Registro on-line» de la página www.temas.cult.cu. Pago mediante el sistema PayPal (www.paypal.com), en su opción GOODS, a la dirección electrónica del Prof. Nelson P. Valdes ([email protected]), de la Universidad de Nuevo Mexico, Estados Unidos. Temas online La modalidad de suscripción online permite acceder, durante un año, al sitio web de la revista Temas, y consultar TODOS los artículos publicados hasta el momento, así como realizar búsquedas de contenidos, temas y autores. Está disponible para residentes en cualquier parte del mundo, incluyendo Cuba. Para obtener más información sobre modalidades y precios, regístrese en www.temas.cult.cu o contáctenos en [email protected]. 151