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no. 68: 4-11, octubre-diciembre de 2011.
Raúl Garcés
Elogio de la razón
y de la locura:
los caminos encontrados
de la opinión pública
Raúl Garcés
Periodista y profesor. Universidad de La Habana.
¿
Qué es la opinión pública? A través del tiempo,
dicha pregunta ha sido el centro de debates entre
sociólogos, politólogos, comunicólogos y, en general,
representantes de diversas ramas de las ciencias sociales,
sin que hasta ahora haya emergido un consenso o
definiciones conclusivas.
Hacia 1965, Harwood Childs había documentado
por lo menos cincuenta maneras distintas de entender
el concepto. Tres años después, W. Philips Davison
admitía en la International Enciclopedia of the Social Sciences
que «la opinión pública no es el nombre de algo, sino
la clasificación de un número de algos».1
Incertidumbres similares han prevalecido desde
que comenzaron a sistematizarse los estudios sobre el
tema hasta épocas más recientes. En 1937, un artículo
de Floyd H. Allport inauguraba la revista Public Opinion
Quarterly reconociendo que la definición de opinión
pública estaba plagada de «ficciones» y «callejones
ciegos».2 A la vuelta de casi cuarenta años, Elizabeth
Noelle Neumann aseguraba que el término de marras
«corresponde a una realidad, pero las explicaciones no
han acertado todavía a determinar dicha realidad».3
De cualquier manera, lo cierto es que el siglo xx
—sobre todo desde su segunda década— vio crecer
exponencialmente los estudios en este campo, en la
misma medida que el concepto ganó legitimidad dentro
de las democracias contemporáneas.
Hoy es común que, desde la política, encuestas y
sondeos supuestamente representativos de tendencias
de opinión pública sirvan para respaldar o combatir
determinadas decisiones de gobierno. Escuelas de
Comunicación y Sociología de Europa, los Estados
Unidos y América Latina han incluido el tema de forma
creciente en sus planes curriculares. Advierte Elizabeth
Noelle-Neumann:
Un concepto que existe desde la antigüedad y que ha sido
usado a través de los siglos no puede ser descartado hasta
tanto no aparezca otro término igualmente comprensivo,
que sea más capaz de trasmitir el significado de ese
concepto.4
Pero, ¿qué ha hecho tan difícil definir la opinión
pública? ¿Acaso, entre las evidencias empíricas, no han
podido abrirse paso suficientes elaboraciones teóricas?
¿Son las encuestas, realmente, expresión de opinión
4
Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública
deviene más significativa cuando involucra a determinados
públicos y opiniones. La importancia del público depende
así de variables como el grado de organización de sus
integrantes, el lugar que ocupan en la jerarquía social,
su disposición para transformar las opiniones en acción
política, etcétera.
Con la categoría de opinión sucede algo similar.
Childs subraya su naturaleza potencialmente diversa,
en dependencia del punto de mira del observador. Para
un psicólogo o sociólogo, por ejemplo, probablemente
resultaría interesante la manera en que las opiniones se
forman a niveles micro y macrosocial. A los efectos de
un político, en cambio, tal vez importaría más el estatus
y capacidad de influencia de los opinantes. En todos los
casos, las opiniones podrían variar en calidad, intensidad
y estabilidad, y transformarse de manera diferente
—si es que la transformación ocurriera— en acciones
colectivas con implicaciones de distinta magnitud para
el proceso político.6
c) La investigación sobre opinión pública sigue
evidenciando un divorcio entre la llamada tradición
clásica y la más reciente tradición empírica. En fecha
tan temprana como 1952, Bernard Berelson alertaba
sobre la tendencia de los empíricos a pasar por alto
el contenido político del concepto y la «elegante
tradición intelectual» que lo enmarcaba dentro de una
teoría política de la democracia.7 Por aquellos años, un
artículo esencial de Paul Lazarsfeld subrayaba también
la pertinencia de alcanzar una síntesis clásica-empírica.
«No debemos refrenarnos por el estilo de razonamiento,
algunas veces anticuado, de los clasicistas. La esencia del
progreso consiste en dejar las cenizas y tomar el fuego
de los altares de los antepasados».8
Pero todavía varias décadas después, en el contexto de
la XXV Conferencia Anual de la Asociación Americana
sobre Opinión Pública, numerosos estudiosos se
quejaban del distanciamiento entre las dos tendencias,
ilustrado en la incapacidad de la investigación para
explicar las relaciones entre los niveles micro y macro
social9 o, dicho con las palabras de Noelle-Neumann,
entender cómo la suma de opiniones individuales
—estimada en los resultados de las encuestas— podría
traducirse en procesos orgánicos de opinión pública de
consecuencias sociales y políticas.10 En muchos sentidos,
la carencia anterior sigue constituyendo un desafío para la
investigación actual.
pública? ¿Puede acotarse el concepto dentro de límites
funcionales a la investigación o habrá que admitir con
Pierre Bourdieu que «la opinión pública no existe»?
Por lo pronto, parece prudente acercarse a este
tema partiendo de admitir algunos desafíos que lo
complejizan:
a) La opinión pública es un fenómeno abordado
tradicionalmente desde perspectivas multidisciplinarias,
lo que, si bien ha permitido acumular novedosos
enfoques, también ha condicionado su entendimiento a
partir de visiones demasiado fragmentadas, provenientes
lo mismo de las ciencias políticas que de la psicología,
la sociología o, más recientemente, la teoría de la
comunicación.
Mientras el enfoque politológico visualizó
históricamente a la opinión pública como una
metáfora del diálogo entre gobernantes y gobernados
en las democracias liberales, la sociología centró buena
parte de sus esfuerzos en estudiar las condiciones que
favorecieron el desarrollo del espíritu público desde
el siglo xviii hasta nuestros días. La psicología, por
su parte, ha solido examinar el papel de los grupos,
los líderes y la familia en la generación de opiniones
potencialmente públicas y, en específico, la psicología
de las multitudes ayudó a consolidar los enfoques
teóricos sobre el comportamiento de las masas que
dominaron la transición del siglo xix al xx. Por último,
la teoría de la comunicación, a pesar de su juventud
respecto al resto de los campos mencionados, muestra
ya una experiencia fecunda en las investigaciones de
efectos de los medios masivos sobre sus audiencias,
particularmente provechosas en el contexto de cambio
de paradigma, ocurrido en los años 70, hacia los efectos
cognitivos o a largo plazo.
Tales progresos, sin embargo, en ocasiones se
relacionan poco entre sí o terminan haciéndolo bajo la
lógica de un diálogo de sordos.
b) Los estudios en torno a la opinión pública han
debido enfrentar la contradicción entre el carácter
esencialmente colectivo del público y el individual de la
opinión —dependiente en última instancia de quien
la emite, aun cuando resulte de la interacción entre las
personas y su entorno social.
Varios intentos de deconstruir el concepto han
elegido analizar por separado ambos términos
(público y opinión), sin que los resultados hayan sido
necesariamente más productivos.
Según Harwood Childs, los estudiosos de la
opinión pública padecen un problema similar a los
de la meteorología. Aunque un diccionario cualquiera
defina la palabra «clima» como «estado de la atmósfera»,
es obvio que a los meteorólogos les interesan sobre
todo determinados estados de la atmósfera, emergentes en
condiciones específicas.5 Igualmente, la opinión pública
La eterna polémica entre clasicistas y empiristas
La llamada tradición clásica es hija de un tiempo
histórico que, como regla, no tomó a la opinión
pública como objeto de análisis, pero tropezó con ella
frecuentemente dentro de la praxis social y política,
5
Raúl Garcés
mientras avanzaban las transformaciones democráticas
de las revoluciones del siglo xviii, y se imponía como
torbellino el pensamiento libertario de la Ilustración.
La voluntad general de Juan Jacobo Rousseau, la ley de
la opinión de John Locke, o el tribunal de la opinión pública
de Jeremy Betham —por solo mencionar algunas de
las categorías que más afloraron en relación con el
concepto— expresan la visibilidad y cohesión social
que los gobernados adquirieron progresivamente frente
a los ojos de los gobernantes.
Sin dudas, las luces del siglo xviii no solo alumbraron
a grandes enciclopedistas, científicos y filósofos, que
revolucionaron el conocimiento con sus aportes, sino
que también irradiaron para amplios sectores de una
clase media en ascenso, cuyo espíritu deliberativo
inundó los espacios de socialización europeos y
norteamericanos. «Lo público», durante todo el período
de la Ilustración, creció en proporción directa a «los
públicos», o a una esfera pública que exhibió en muchos
sentidos un carácter incluyente. Nunca se había debatido
tanto sobre el devenir de los asuntos políticos, dentro
de un contexto que veía a los individuos como agentes
potenciales de transformación de las relaciones sociales
existentes, y a la burguesía como la clase protagonista
de ese cambio histórico.
La tradición empírica, en cambio, nace de la
transición paulatina de la «sociedad de públicos» del
siglo xviii a la «sociedad de masas» de la segunda mitad
del xix. El modelo discursivo de opinión pública, que
antaño ponderara la comunicación, la deliberación
y el diálogo entre los opinadores, como elementos
estructurantes, sucumbía ahora frente a la tentación de
construir representaciones simbólicas funcionales a la
reproducción del poder y el control social.
Por un lado, la psicología de multitudes había
contribuido a encuadrar a las masas dentro de los
límites de un comportamiento sumiso, irresponsable
y quebrantador del orden. Por otro, las propias
contradicciones de un capitalismo en tránsito hacia su
fase monopolista, junto al empuje de un proletariado
cada vez más radical en su conciencia de clase, activaron
los resquemores de los gurúes del pensamiento liberal.
La misma burguesía, que había encontrado en el público
de la Ilustración una fuente de legitimidad para acabar
con el absolutismo y promover transformaciones
democráticas, vislumbraba ahora en el auge de las masas
un enemigo para el sostenimiento de su hegemonía.
Controlarlas, despojarlas de la condición dialógica
que había caracterizado a los públicos del siglo xviii,
concebirlas como una fuerza retrógrada y un potencial
peligro para el sostenimiento del orden burgués, fueron
las obsesiones que estigmatizaron los estudios sobre
opinión pública en los albores del siglo xx, a la vez
que marcaron el contexto para ver en las encuestas,
con excesivo triunfalismo, el preludio de una fastuosa
«ciencia social empírica».
George Gallup, quien no por gusto trascendió en
la Historia como uno de los padres de los sondeos,
aseguraba en la revista Public Opinion Quarterly, a las
alturas de 1957:
Estoy firmemente convencido de que si en los últimos
veinte años la opinión pública se hubiera manifestado solo
a través de cartas a congresistas, el lobby de los grupos de
presión y los reportes de los servidores públicos —como
se hacía antes del advenimiento de las encuestas— el
país casi seguramente habría marchado en una dirección
incorrecta.11
El surgimiento en 1937 de la revista Public Opinion
Quarterly —cuyas páginas celebraron más de una vez
el auge de las encuestas—, la fundación del Instituto
Norteamericano de Opinión Pública —desde el
cual George Gallup presagiaría, en 1936, la victoria
de Franklin Delano Roosevelt— y la vertiginosa
propagación de los estudios de mercado, contribuyeron
a hacer de los sondeos un hábito cultivado por
grandes empresarios, partidos políticos y medios de
comunicación.
Pero el método, más allá de servir con eficacia al
propósito instrumental de medir «climas», «corrientes»
y «atmósferas colectivas», enquistó las investigaciones
sobre opinión pública en muchos sentidos lo que, a
riesgo de reduccionismos, podría sistematizarse como
sigue:
a)Desconoció que no todos los ciudadanos tienen necesariamente
una opinión en torno a lo que preguntan las encuestas.
En su ensayo «La opinión pública no existe», Pierre
Bourdieu subordina la posibilidad de opinar sobre
asuntos políticos a varias condiciones, entre ellas el
interés evidenciado por los opinantes acerca del tema
en cuestión, su «competencia política» (vinculada
al conocimiento y «delicadeza» demostrados en la
percepción de determinados ámbitos de la vida
pública) y su «ethos de clase» («sistema de valores
implícitos, interiorizado desde la infancia, a partir
del cual se engendran respuestas para problemas
diferentes»). 12 Es obvio que la profundidad o
superficialidad de los criterios recogidos por las
encuestas dependerían en buena medida de la
firmeza de las convicciones sostenidas por los sujetos
entrevistados. Para Hodder Williams tal vez los
encuestadores debieran indagar antes que todo, si los
encuestados han pensado en torno al tema contenido
en sus preguntas, y si han llegado a desarrollar una
opinión sobre él.13
b)Obvió cualquier información acerca de la prominencia de
los entrevistados en el proceso de formación de la opinión
pública.
6
Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública
El carácter cada vez más intervencionista del Estado burgués,
el decrecimiento de los salones y cafés (junto al debilitamiento
de sus funciones tradicionales como promotores del espíritu
público) y la creciente comercialización de los mass media
condicionaron el declive de la esfera pública y su transformación
en un escenario de manipulaciones «refeudalizado».
formularse a sí misma e incluso delimitan el rango
de las «respuestas razonables».
A diferencia de los contextos electorales, donde
todos los ciudadanos pueden ejercer potencialmente
su derecho al voto en igualdad de condiciones,
la «situación de opinión pública» emerge de una
sociedad estructurada sobre la base de disparidades,
en la que diferentes tipos de grupos ejercen diferentes
niveles de influencia y ocupan posiciones estratégicas
distintas. Investigadores como el norteamericano
Herbert Blumer alertaron tempranamente en torno
a la incapacidad de las encuestas para estimar la
consistencia de las opiniones o sus posibilidades
reales de impacto sobre la actuación de las élites
políticas:
Claro está, ni las preguntas van encaminadas a
fomentar un pensamiento crítico, ni las respuestas
implican una participación del público que trascienda la
opción de aprobar o rechazar problemáticas impuestas
como dominantes. Dicho con las palabras de la
investigadora norteamericana Lisbeth Lipari,
el público de los sondeos nunca toca a las puertas del
Palacio, nunca se manifiesta en las calles, no danza en las
celebraciones ni se reúne en las ceremonias funerales [...]
El público de los sondeos solo vive en la imaginación de
sus participantes.16
De cualquier manera, los sondeos terminaron
imponiéndose no como una forma, sino como la forma
por excelencia de medir los estados de opinión durante
buena parte de las últimas décadas. Si la sociedad de
masas demandaba construcciones simbólicas para
representar los criterios prevalecientes en el público,
las encuestas vinieron a satisfacer ese requerimiento de
modo inmejorable: por un lado, resolvieron la histórica
necesidad de convertir la opinión pública en una categoría
fácilmente operacionalizable. Por otro, premiaron con
un halo de legitimidad al presunto consenso social
invocado por la clase gobernante, despojado ahora de
su carácter crítico-racional y reducido a un puñado de
cifras en apariencia incuestionables.
¿Están las personas que opinan sobre determinados
temas suficientemente preocupadas por ellos? ¿Van
a involucrarse o a hacer algo al respecto? ¿Están en
condiciones de influir a grupos poderosos o al resto de
los individuos?14
c)Pasó por alto el hecho esencial de que la opinión pública no
resulta de la mera agregación de individuos aislados, sino de
la interacción entre grupos actuantes a niveles micro y macro
social.
Las encuestas, por naturaleza, propenden a articular
artificialmente los públicos, en lugar de investigarlos
durante el proceso mismo de su formación y
consolidación. Como advirtió Herbert Blumer en
1948, los sondeos no solo distorsionan la manera en
que las opiniones interactúan dentro de una sociedad
en operación, sino que reducen la opinión pública a
una muestra pasiva de lo que la gente supuestamente
piensa.15
La esfera pública y la espiral del silencio
En algún sentido, la controversia racionalidad vs.
irracionalidad de los públicos trascendió a la segunda
mitad del siglo xx , representada en dos autores
esenciales: Jürgen Habermas y Elizabeth NoelleNeumann. El primero publicó en 1962 su Historia y
crítica de la opinión pública,17 que se convertiría en fuente
de encendidas polémicas más de veinte años después,
cuando apareciera su versión en inglés bajo el título The
Structural Transformation of the Public Sphere. An Inquiry into
a Category of Bourgeois Society (1989). La segunda daba a
la luz su obra La espiral del silencio a fines de los años 70,
pero la discusión en torno al alcance y limitaciones de
d)Promovió una participación más ficticia que real en los asuntos
públicos, al suprimir el diálogo, la interacción y el consenso
crítico como formas de comunicación normativas para un
ejercicio verdadero de la opinión.
Homologar la opinión pública a los criterios
recogidos por los sondeos esconde un propósito
de dominación. Las compañías encuestadoras —en
alianza con los medios de comunicación y con
las élites políticas a ellas vinculadas— dictan las
preguntas que la sociedad debiera supuestamente
7
Raúl Garcés
manera la transformación del público en masa durante
buena parte del siglo xx.
Así, el texto de Habermas se ocupa de marcar
los contrastes entre la publicidad crítica y la publicidad
manipulada, entre la opinión pública deliberativa y la
rebajada a la categoría de clima o ficción, presuntamente
resultante de la acción narcotizadora de los medios.
Tal oposición, sin embargo, está planteada en términos
tan arquetípicos, que cuesta reconocerla, del modo
habermasiano, dentro de la práctica social.
Dicho en pocas palabras: ni la esfera pública burguesa
fue tan ideal en materia de igualdad y oportunidades de
participación como la describe Habermas, ni su declive
sustrajo para siempre el debate racional de los procesos
de formación de la opinión pública —como también
parece sugerirlo.
En Historia y crítica… el filósofo alemán no solo les
pasa por encima a las mediaciones de clase, de raza
y de género, entre otras, para analizar el proceso de
constitución de la esfera pública burguesa, sino que, por
momentos, intenta naturalizar como universales los
componentes de esa esfera pública, en realidad ajustados
al contexto europeo y a las circunstancias propias del
desarrollo del liberalismo.20
Noelle-Neumann, por su parte, explica en su libro
La espiral del silencio el proceso mediante el cual las
opiniones que se autoperciben en minoría tienden a la
marginación, mientras que aquellas más visibilizadas
públicamente atraen la mayor cantidad de adeptos y se
consolidan como dominantes. La hipótesis de la autora
alemana se erige sobre la base de cinco presupuestos
fundamentales:
su propuesta se ha mantenido con la misma vehemencia
desde entonces hasta nuestros días.
La propuesta de Habermas podría dividirse en dos
momentos fundamentales: el primero —que suele
identificarse como el más consistente— aborda las
condiciones que hicieron posible, durante los siglos
xvii y xviii, el nacimiento y consolidación, dentro de
Europa, de una esfera pública burguesa, que ganaría
autonomía respecto a la autoridad pública sobre la
base de discusiones cada vez más abiertas en torno a
los asuntos políticos.
La esfera pública burguesa puede ser concebida sobre
todo como la esfera de las personas privadas que se unen
como un público [...] para comprometerse en un debate
sobre las reglas generales de las relaciones de gobierno en
la básicamente privatizada, pero públicamente relevante,
esfera de los intercambios de mercancías y el trabajo
social. El medio de esta confrontación era peculiar y sin
precedente histórico: el uso público de la razón.18
El tránsito de los regímenes monárquicos a las
democracias parlamentarias fue el contexto donde
acontecieron los cambios económicos y políticos que
sentaron los cimientos de la esfera pública burguesa
y la llevaron, a las alturas del siglo xviii, a su máximo
esplendor. Sin embargo, una centuria después, muchas
de esas transformaciones habían dejado de representar
una fuente de progreso para convertirse en instrumentos
de dominación al servicio de la burguesía en el poder.
El carácter cada vez más intervencionista del propio
Estado burgués, el decrecimiento de los salones y cafés
(junto al debilitamiento de sus funciones tradicionales
como promotores del espíritu público) y la creciente
comercialización de los mass media (convertidos ahora
en vendedores de noticias más que en auténticos foros
políticos) condicionaron el declive de la esfera pública
y su transformación en un escenario de manipulaciones
«refeudalizado».19
A este tema dedica Habermas la segunda parte de
su libro. Según el autor alemán, la disolución gradual
de la esfera pública implicó la generación de un nuevo
tipo de consenso, erigido no sobre la base del debate
crítico-racional, sino como resultado de un proceso de
ingeniería (engineering of consent). Un sofisticado aparato
de relacionistas públicos, asesores gubernamentales y
grupos de interés organizados, se aliaron a los mass media
para hacer de la política un espectáculo consumible por
públicos masivos. El impacto de la televisión aconsejó
a los líderes políticos cultivar su imagen como nunca
antes, y rodearla, a través de sofisticadas técnicas
comunicativas, de una aureola mítica similar a la que
envolvía a los reyes de las cortes medievales. La esfera
pública «refeudalizada» prefirió ver en sus miembros
espectadores y no a protagonistas de la vida social, lo
que se ajusta a un contexto que asimiló de la misma
1)La sociedad amenaza con el aislamiento a los
individuos desviados.
2)Los individuos experimentan un continuo miedo a
aislarse.
3)Ese miedo hace que las personas intenten evaluar
constantemente el clima de opinión predominante.
4)Los resultados de esa evaluación influyen en
el comportamiento en público, sobre todo en
la expresión pública o el ocultamiento de las
opiniones.
5)Los mass media muestran un retrato de las tendencias
que conforman el clima de opinión y, en ese
sentido, constituyen una fuente imprescindible
para la evaluación «cuasi-estadística» que hacen los
individuos sobre las opiniones prevalecientes.21
A diferencia de la propuesta de Habermas —en la
que el debate crítico-racional se erige como condición
indispensable para la formación de una voluntad
general—, en el modelo psicosociológico de NoelleNeumann la obtención del consenso depende más de
las percepciones y de la disposición de los individuos
a subordinarse al clima de opinión predominante. Si
8
Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública
enteros de su obra Historia y crítica de la opinión pública a
analizar el entorno sociopolítico y teórico del concepto,
nunca arriesgue definiciones del tipo «la opinión pública
es...».
No obstante, el filósofo alemán aporta más de una
clave para interpretar la singularidad del campo:
bien la autora no reduce el público a un papel de actor
pasivo —al menos no en el sentido de la investigación
comunicológica norteamericana de los años 20 y los
30 del siglo pasado—, se muestra escéptica respecto
a la capacidad de sus miembros para intervenir de
manera decisiva en la transformación del entorno
político: «Realistamente, aunque todos los ciudadanos
pueden participar potencialmente en las discusiones,
hay en verdad solo un pequeño grupo de informados
e interesados que participan».22
A través del tiempo, el esfuerzo de NoelleNeumann por hacer verificable, desde lo empírico,
sus aseveraciones ha sido celebrado por algunos y
detractado por otros. Su incapacidad para analizar la
opinión pública con las claves aplicables a una categoría
política, el apresuramiento con que ve en el miedo al
aislamiento la principal motivación para la expresión o el
silencio de los públicos (como si las personas estuvieran
desprovistas de convicciones), la sobrestimación de la
prensa como supuesto termómetro de los estados de
opinión dominantes, llevaron a la propia investigadora
alemana a matizar algunas de sus posiciones más
radicales y a atenuar la presunta universalidad de su
propuesta.
En todo caso, aunque la investigación sobre opinión
pública ha presentado tradicionalmente las visiones de
Habermas y Noelle-Neumann como excluyentes, sería
más promisorio aceptarlas como complementarias. A
fin de cuentas, la opinión pública es realidad y ficción
al mismo tiempo. Se forma como consecuencia del
debate entre los grupos y también del clima de opinión
que suele generarse con la ayuda de los medios de
comunicación. No hay dudas de que existen distinciones
entre ambos enfoques, pero una ruta provechosa para
la investigación sería encontrar y hacer verificables de
manera empírica sus puntos de encuentro.
Un concepto de opinión pública con sentido histórico,
normativamente suficiente para las pretensiones del
Estado social, teoréticamente claro y empíricamente
ponderable, solo puede conseguirse partiendo del cambio
estructural de la publicidad misma y de la dimensión de su
desarrollo. La pugnaz oposición en que se hallan ambas
formas de notoriedad pública, oposición que macula a la
publicidad política de nuestros días, tiene que ser tomada
seriamente como el indicador del estado en que se halla
el proceso de democratización de la sociedad industrial
constituida por el Estado social. Las opiniones no públicas
actúan en nutrido plural, mientras que «la» opinión pública
es en realidad una ficción; sin embargo, hay que atenerse al
concepto de opinión pública en un sentido comparativo,
porque hay que entender la realidad constitucional del
Estado social como el proceso en cuyo decurso se realiza una
publicidad políticamente activa, esto es, en cuyo decurso el
ejercicio del poder social y de la dominación política se
someten efectivamente al mandato democrático de la
publicidad.25
En otras palabras, la opinión pública no puede
entenderse como un ente estático y cerrado, sino como
una categoría en constante cambio, que depende de
las circunstancias prevalecientes dentro de las formas
de organización política en las cuales ella está inserta.
Habermas asocia el surgimiento y la evolución del
concepto a un cambio estructural de la publicidad que, lejos
de representar un proceso acabado, se reconstituye
permanentemente en correspondencia con el desarrollo
alcanzado por la publicidad misma, los medios de
comunicación y otras instituciones afines, y con el grado
de funcionalidad que esa publicidad adquiere como
fuente de reproducción ideológica y de legitimidad del
Estado social moderno.
Si ensayáramos, por ejemplo, una definición
de opinión pública como la siguiente: «opiniones
socialmente compartidas en torno a un tema dado,
erigidas sobre la base del consenso crítico y/o la
manipulación simbólica, con repercusiones sobre el
ejercicio del poder a través de potenciales acciones
de transformación política», enseguida podríamos
preguntarnos: ¿será válida esa noción para cualquier
contexto? ¿Habría que descalificarla allí donde se
verifique menos la incidencia de la opinión pública sobre
la adopción de políticas? ¿Qué pesa más en la opinión
pública, las «visiones socialmente compartidas» de las
encuestas o las opiniones influyentes de determinadas
élites sobre los temas más agudos? ¿Cuánto hay de
consenso crítico y cuánto de manipulación simbólica
en la construcción de la opinión?
Y después de todo, ¿qué entenderemos
por opinión pública?
Lo dicho hasta aquí permite inferir en buena
medida por qué los progresos en el campo de la
opinión pública han sido tan lentos y difusos y, a la
vez, por qué el propósito de arribar a un concepto
definitivo con frecuencia ha lidiado con una fuerte
dosis de escepticismo. No le faltaba razón a Robert
Park cuando valoraba, en 1941, esta categoría como
«algo más complejo de lo que han supuesto los analistas
que han intentado disecarla y medirla».23 Jean Stoetzel
y Alain Girard estimaban, en 1973, que intentar definir
la opinión pública era una tarea vana: «Ella no es un
objeto, sino un capítulo para la investigación».24 Llama
la atención que Habermas, luego de dedicar capítulos
9
Raúl Garcés
c) La opinión pública es una categoría de naturaleza
simbólica, que no puede existir a gran escala sino en
representaciones, en la misma medida en que, dentro
del contexto de una sociedad de masas, los públicos
dependen para su existencia de símbolos y ya no de la
co-presencia de personas dentro de un mismo espacio
físico. Dicho con las palabras de John Duham Peters,
«la opinión pública es la hija de una forma de vida social
en la cual el concurso cara a cara de los ciudadanos no
cuenta más como la única base del orden político».27
Claro que la naturaleza comunicativa de la opinión
pública sugiere, en sí misma, su condición simbólica,
pero de todos modos la autonomía de lo simbólico
pretende enfatizar aquí un entorno donde la relación
entre los acontecimientos y los ciudadanos está cada
vez más mediada por la comunicación de masas. Eso
explica por qué examinar la construcción de corrientes
de opinión demanda cada vez más estudiar el discurso
de los medios, u obtener inferencias de las mediaciones
—políticas, económicas, culturales— presentes o
camufladas dentro de ese discurso.
En la misma medida en que los medios electrónicos
han dado mayor visibilidad al ejercicio de la política, y esta
ha tenido en la prensa uno de sus espacios privilegiados
de realización, ha aumentado la preocupación del poder
por generar representaciones de los aconteceres afines
a sus intereses.
Dentro de ese contexto, tal vez lo más útil sea
entender la opinión pública como un sistema, cuyo
campo natural de realización es la Comunicación
política, y cuyo estudio obliga, a diferencia de lo que
podría suceder con categorías como receptor o audiencia,
a clarificar los entrecruzamientos entre dos variables
por lo menos: las formas previstas por el sistema
comunicativo para la realización de una publicidad
políticamente activa (dicho con términos de Habermas),
y las formas previstas por el poder político para
mostrarse sensible a los mandatos de esa publicidad.
La existencia de múltiples respuestas a esas y otras
preguntas ha condicionado que, en lugar de proponer
un concepto definitivo, este investigador prefiera operar
con tres dimensiones de naturaleza tan abierta como la
definición misma, cuya caracterización podría arrojar
luces sobre el estado de cosas del campo, en cada
contexto específico:
a) La opinión pública es una categoría de naturaleza
política, fraguada entre ciudadanos que, al debatir sobre
asuntos de interés político y social, van constituyéndose
progresivamente como públicos organizados cuyas
discusiones y acciones podrían repercutir —de maneras
disímiles y en magnitudes diferentes— sobre el
poder.26
Como se sugirió antes, la evolución descrita por
Habermas de «el público» y «lo público» se asocia a un
contexto donde el poder político sustituyó el secretismo
típico de los regímenes feudales por formas mucho más
expuestas al escrutinio y el cuestionamiento social. La
invocación cada vez más frecuente del concepto opinión
pública en el discurso político y mediático de los siglos
xviii y xix evidencia claramente, al menos, dos hechos:
por un lado, su consistencia como expresión cristalizada
de las discusiones de la esfera pública y, por otro, su
importancia como fuente de legitimidad del tipo de
democracia inaugurada con el liberalismo.
b) La opinión pública es una categoría de naturaleza
comunicativa, cuya formación implica la interacción
entre los individuos y los grupos. Lo mismo las
representaciones sociales propuestas por los mass
media —fuente potencial de conversaciones dentro
de la sociedad— que los rumores emergidos entre la
gente común —con posibilidades de constituirse en
corrientes de opinión en dependencia de su fuerza y
verosimilitud— se asocian a actos que implican, por
lo general, algún grado de verbalización o, en todo
caso, otras formas comunicativas como las expresiones
gestuales, las reacciones afectivas, etcétera.
A partir de perspectivas o enfoques teóricos
diversos, la mayoría de los autores estudiados
confieren a la comunicación una centralidad en la
formación y cristalización de la opinión pública.
Llámese «gran comunidad» (John Dewey), «acuerdo
general» (Ferdinand Tönnies) o «esfera pública»
(Habermas), lo cierto es que la interacción, el debate y
la confrontación de razonamientos suelen ser valorados
como imprescindibles en la amplificación de opiniones
a nivel macrosocial. La concepción racional del público
privilegia precisamente su educación, su nivel de
información y sus capacidades para participar de una
cultura deliberativa, entre los factores que maximizarían
sus potencialidades para involucrarse en acciones de
transformación política.
Notas
1. Véase Elizabeth Noelle-Neumann, La espiral del silencio, Paidós,
Barcelona, 1995, p. 34.
2. Floyd H. Allport, «Towards a Science of Public Opinion», Public
Opinion Quarterly, v. 1, n. 1, Oxford, 1937.
3. Elizabeth Noelle Neumann citada por Raúl Rivadeneira Prada, La
opinión pública. Análisis, estructura y métodos de estudio, Editorial Trillas,
México, DF, 1976, p. 5.
4. Elizabeth Noelle-Neumann, ob. cit., p. 34.
5. Harwood L. Childs, «By Public Opinión I Mean…», Public Opinion
Quarterly, v. 3, n. 2, Oxford, 1939, pp. 328-9.
6. Ibídem, p. 330.
10
Elogio de la razón y de la locura: los caminos encontrados de la opinión pública
20. Los críticos del concepto habermasiano de esfera pública
le reprochan, entre otros aspectos, desconocer otras zonas de
socialidad decisivas en la conformación de determinados progresos
democráticos. Es obvio que el movimiento obrero, por ejemplo, en
su enfrentamiento al empuje arrollador del capitalismo, consolidó
gradualmente su conciencia de clase y comprendió la necesidad
de contar con órganos de publicidad para visualizar sus demandas
y reivindicaciones. Así, la esfera pública proletaria contribuyó
significativamente en países como Francia, Inglaterra y los Estados
Unidos a sembrar los sentimientos de inconformidad y rebeldía
que alentaron desde modestas transformaciones políticas hasta
auténticas revoluciones. Para una sistematización de las críticas
al modelo de Habermas de esfera pública véase Craig Calhoun,
Habermas and the Public Sphere, Massachussetts Institute of
Technology, Massachussets, 1994.
7. Bernard Berelson, «Democratic Theory and Public Opinion»,
Public Opinion Quarterly, v. 16, n. 3, Oxford, 1952, p. 313.
8. Paul Lazarsfeld, «Public Opinion and the Classical Tradition»,
Public Opinion Quarterly, v. 21, n. 1, Oxford, 1957.
9. Una evidencia de la complejidad de los estudios sobre opinión
pública se deriva precisamente de la necesidad de integrar varios
niveles de análisis. Jack McLeod, Zhongdang Pan y Dianne Rucinski
proponen considerar en este sentido cuatro tipos de relaciones:
macro-macro (los lazos entre la opinión pública y las políticas
gubernamentales), micro-micro (la formación y expresión de
opiniones a nivel individual), macro-micro (el ejercicio del control
social sobre los individuos) y micro-macro (acciones individuales con
potencialidades para generar opinión pública e influir en el trazado
de políticas). Jack M. McLeod et al., «Expansión de los efectos
de comunicación política», Los efectos de los medios de comunicación:
investigaciones y teorías, Paidós, Barcelona, 1996, pp. 59-62. Para estos
autores, una parte sustancial del progreso en las investigaciones
sobre opinión pública dependería de integrar las teorías sobre la
formación de opiniones a nivel individual con macroteorías en
torno al funcionamiento de la sociedad.
21. Este último punto no aparece expresamente formulado por la
autora al explicar los presupuestos de la espiral del silencio, pero
está contenido a lo largo de su libro y, sin dudas, la autora le confiere
tanta importancia como a los anteriores. Véase Elizabeth NoelleNeumann, ob. cit., p. 260.
22. Ibídem, p. 43.
10. Elizabeth Noelle-Neumann, ob. cit., p. 40.
23. Robert Park citado por Cándido Monzón, Opinión pública,
comunicación y política. La formación del espacio público, Tecnos, S.A.,
Madrid, 1996, p. 323.
11. George Gallup, «The Changing Climate for Public Opinion
Research», Public Opinion Quarterly, v. 21, Oxford, 1957, p. 27.
12. Pierre Bourdieu, «La opinion pública no existe», Comunicología.
Temas actuales, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, pp. 240-4.
24. Jean Stoetzel y Alain Girard citados por Cándido Monzón,
ob. cit.
13. Hodder-Williams, Public Opinion Polls and British Politics, The
Camelot Press LTD, Londres, 1970, p. 72.
25. Véase Jürgen Habermas, ob. cit., p. 269. (El énfasis es mío.
R.G.)
14. Herbert Blumer, «Public Opinion and Public Opinion Poll»,
Public Opinion Quarterly, v. 13, Oxford, 1948, p. 547.
26. Floyd H. Allport, ob. cit.; Raúl Rivadeneira Prada, ob. cit.;
Cándido Monzón, ob. cit.; Jürgen Habermas, Historia y crítica de la
opinión pública. La transformación estructural de la opinión pública, Editorial
Gustavo Gilí, Barcelona, 1997.
15. Ibídem, pp. 543-4.
16. Lisbeth Lipari, «Polling As Ritual», Journal of Communication,
invierno de 1999, p. 98.
27. John Durham Peters, «Historical Tensions in the Concept of
Public Opinion», Public Opinion and the Communication of Consent, The
Guilford Press, Nueva York, 1995, p. 18.
17. Con ese título se publicó en castellano a principios de la década
de los 80. El título de la versión en inglés (The Structural Transformation
of the Public Sphere) parece ajustarse mejor al espíritu del libro y a su
título original en alemán, Strukturwandel der Offentlichkeit Untersuchungen
zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft.
18. Jürgen Habermas, «Further Reflections on the Public Sphere»,
en Habermas and the Public Sphere, Institute of Technology,
Massachussetts, Massachussetts, 1994, p. 27.
19. John B. Thompson, «La teoría de la esfera pública», Voces y
Culturas, n. 10, Barcelona, 1996.
©
11
, 2011
no. 68: 12-21, octubre-diciembre de 2011.
Alain Basail Rodríguez
Prensa
e imaginarios del riesgo
Alain Basail Rodríguez
Profesor e investigador. Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México.
E
l papel del mundo mediático en la constitución
discursivo-simbólica del mundo social convierte a
los medios en herramientas de un poder difuso que busca
reproducirse a partir del control de la comunicación y
la información.1 Entrampados en marañas ideológicas
y de poder, estos tienen un papel significativo en la
construcción del conocimiento público sobre los riegos
y los peligros; definen los perfiles de riesgo desde
imaginarios institucionales y ayudan a sistematizarlos.
Así, se les reconoce eficacia para constituir el sentido
común acerca de cómo la planeación de la vida requiere
de la evaluación de riesgos. En general, han dado curso
a la penetración científica y la eficacia práctica del
concepto de riesgo, como asociaciones probabilísticas
de naturaleza causal, que regulan una concepción de
futuro sujeta al control humano del mundo natural
y social.2 Los peligros son tanto reales, cercanos e
impredecibles como constructos sociales y culturales
que se definen, ocultan o dramatizan en la esfera
pública con la ayuda de material —científico, religioso
u otros— suministrado a tal efecto, y reinterpretado
por el discurso mediático y político.3
Este trabajo se centra en los imaginarios
institucionales del riesgo reproducidos por la prensa
como parte de un complejo proceso de mediaciones
socioculturales que definen las formas dominantes del
conocimiento y las coacciones sociales impensadas. Se
propone atravesar los conocimientos públicos definidos
por lo que se dice o no en torno a dos ámbitos distintos,
pero igualmente construidos por la agenda mediática
a partir de figuras de inseguridad que fijan escenarios
de excepcionalidad, miedo y vulnerabilidad. Primero,
los desastres socioambientales y luego las fronteras
políticas contemporáneas. Se apuesta por recuperar la
historicidad del propio acto epistemológico en el que se
traba el extrañamiento de la naturaleza y de los límites
de la comunidad nacional, situándonos desde lo local,
en el contexto del sur de México.
Examinar el papel de la prensa ayuda a entender los
procesos de política simbólica que arraigan categorías
de pensamiento y economías de sentimiento como
socialmente dominantes. Por su fuerza paradigmática,
los medios de comunicación ejercen un control
discursivo sobre el riesgo, que contribuye, en unos casos,
a magnificarlo al generar más alarma y definiciones
12
Prensa e imaginarios del riesgo
de sus áreas o, en otros, a subvalorarlo al ocultar sus
complejas causalidades y agentes responsables.
Al estudiar la construcción de significados a través de
las relaciones entre textos periodísticos y contexto real,
se puede leer el papel de los medios en la configuración
de códigos narrativos y estructuras simbólicas para dar
cuenta de fenómenos y ámbitos públicos, privados, e
íntimos de la vida.
La escisión entre la prensa como ideal crítico y
realidad mercantil e ideologizada constituye la base
de una sociología de aquella dirigida a los grandes
problemas del presente. 4 La episteme mediática
moderna, en particular la prensa, nació con la impronta
ideológica de la transparencia comunicacional como
fuente de información e interpretación del mapa
político. Por su capacidad de vigilar y someter
a crítica el funcionamiento de los poderes del
estado —ejecutivo, legislativo y judicial—, con la
transmisión de información políticamente relevante y
su participación en la construcción e interpretación de
la realidad política, se habló de ella como el cuarto poder.
Sin embargo, las relaciones comunicativas devinieron
relaciones de poder y dominación histórica, cultural,
social y simbólicamente constituidas. La prensa se
sometió a las leyes del mercado, la lógica de los negocios,
el consumismo y la libre empresa; traicionó su espíritu
crítico y favorecedor de la comunicación política en
los espacios públicos. De esta manera, las funciones
de los medios se han tornado muy contradictorias en
nuestras sociedades.5
La prensa ha sido el correlato mediático de la
modernidad, pero, como producto cultural, ha estado
sometida a tensiones estilísticas por nuevos soportes
y, como empresa periodística, obligada a adoptar un
carácter marcadamente mercantil, con la publicidad,
por ejemplo, para la creación ampliada de necesidades
y la fundación de identidades sociales. Hoy ha pasado
a formar parte, como decana de los medios, del tercer
poder en relación con los de índole militar industrial
y financiero. El poder mediático opera con ilimitada
capacidad los riesgos que representan la vida para
todos, redefine las expectativas sociales y, junto a la
élite política, legitima el (des)orden social a partir de
la transformación del arbitrio en algo legal, moralmente
lógico y socialmente admitido. Los conglomerados
de medios se han aliado al proceso de concentración
del capital, las asimetrías en el reparto de bienes o
servicios, el acceso a ellos y las relaciones de poder.
Así, han participado del enmascaramiento de múltiples
conflictos latentes y el reforzamiento de mecanismos
de control social. Entonces, no ha dejado de ser un
agente activo en la construcción de la sociedad a través
del trabajo y del simbolismo intrínseco a toda acción
comunicativa.
El estudio de la prensa y, en general, de los medios
contribuye a dar cuenta de los principios de la identidad
social. Según Roland Barthes, «la geografía social de
los mitos seguirá siendo difícil de establecer mientras
nos falte una sociología analítica de la prensa».6 Esta
(re)presenta imágenes sociales cuya perspectiva debe
ser restituida a partir de la recuperación de la posición
original que guarda con el conjunto de unas relaciones
concretas, un contexto de sentido y los fenómenos
sociohistóricos. En este camino, es relevante pensar los
entramados mediáticos para responder a dos de
los desafíos de la sociedad contemporánea: la crisis
ecológica, los procesos alusivos a la escisión cultural
entre el hombre y su entorno, la crisis del Estadonación, y las dinámicas contradictorias en las fronteras
entre comunidades políticas y culturales, connotadas
nacional y globalmente.
Prensa y figuras de política simbólica
En el entorno de los imaginarios sociales, el reino
de las formas simbólicas institucionaliza ciertas
realidades y construye legitimidades sociales. En este
sentido, los imaginarios del riesgo pueden entenderse
como esquemas sociales construidos para percibir como
reales los peligros, amenazas e inseguridades que se
consideran latentes en la realidad en cada sistema
social, explicarlos y modularlos.7 Estos imaginarios
tienen la capacidad de constituir la experiencia social,
configurar comportamientos e imágenes «reales» y
actuar en el campo de la plausibilidad de la fuerza de
las legitimaciones. El imaginario social del riesgo se
desenvuelve en una especie de horizonte delimitador
de acontecimientos y territorios. Sus realidades no se
cuestionan, se asumen como «naturales» aunque están
abiertas a la recreación de formas y contenidos en el
tiempo.
La política en la sociedad contemporánea es
mediática8 y simbólica de los medios de comunicación.9
El mapa discursivo muestra una gran diversidad de
paisajes interpretativos que colisionan a lo largo de la
estructura social. A la semiosis perceptiva de los medios
sobre los riesgos y peligros, se suman otros discursos
e imaginarios institucionales. Todos, al mismo tiempo,
naturalizan acciones cotidianas, articulan modelos
de conocimiento y prácticas como autoevidentes,
y encubren contradicciones bajo apariencias de
integralidad. Las evidencias opacan la realidad de
fondo porque las miradas se enfocan en legitimar las
perspectivas dominantes.
La política simbólica en la producción cotidiana
de los medios de comunicación trabaja relevancias
que fijan las operaciones de los imaginarios sociales.
13
Alain Basail Rodríguez
Los periódicos publican contenidos comunicativos
que generan evidencias sobre las que se construyen
referencias compartidas públicamente. Al mismo
tiempo, se modulan y constituyen opacidades sobre el
drama público de los riesgos. Estas muestran la tensión
entre el estado actual del conocimiento experto y el
ordinario sobre los peligros globales,10 sus orígenes
en un pasado del cual el discurso mediático no tiene
memoria y su carácter descontrolado que profundiza
la distancia entre presente y futuro.
Por ello, este ensayo remite a algunos contenidos
comunicativos de la prensa en Chiapas, para comprender
cómo se focalizan las tramas narrativas y las figuras
imaginarias de los desastres y la frontera sur de México.
Resalta el proceso de qué se incluye o se deja fuera de
las formas retóricas que buscan agotar las definiciones
de los riesgos. En ese sentido, se resumen los resultados
del análisis de dos de los medios impresos de mayor
significación en el estado mexicano de Chiapas. Estos
registran de manera sistemática los acontecimientos que
interesan y sus consecuencias. Cuarto Poder se publica
desde los años 70, y actualmente tiene como lema «tu
diario vivir». Su alcance es estatal con una tirada de
25 000 ejemplares, según declaran. Por su parte, Diario
de Chiapas es publicado desde 1982. Se imprimen 20 000
ejemplares bajo el eslogan «la verdad impresa». Ambos
se definen sin compromisos partidarios; no obstante,
sobre el primero hay consenso en identificarlo de
ascendencia priista como indica la tinta de su primera
plana; mientras que el segundo es cercano al Partido
Acción Nacional (PAN). Ambos son portavoces de las
élites locales de dos de las principales fuerzas políticas
del país. Sus proyecciones en el contexto político local
dependen de la política comunicacional del gobierno
estatal de turno; la que se ha caracterizado por una
agresiva estrategia de enmarcar temas de opinión
sensibles, para imponer su particular interpretación de
la realidad cooptando a periodistas y empresarios que
penden financieramente de la publicidad oficial y del
sector comercial.
El ordenamiento y alineamiento del campo
periodístico en general ha sido una preocupación
central. A pesar de los alardes de autonomía de la prensa
esta es cuestionable y visible el círculo de relaciones
medios-poder político. Su heteronomía es evidente en
cuanto a los contenidos y las fuentes de lo noticioso.
Las élites y las burocracias políticas y empresariales
locales son canales de información rutinarios, al tiempo
que representan fuentes de subsidio de los costes del
proceso de producción. Por ello, las negociaciones
del «chayote» entre las instituciones de gobierno,
los empresarios de los periódicos y los periodistas
determinan la dinámica de cooperación o conflicto del
campo y las ondas entre las ideologías empresarial e
institucional. Veamos estos ejemplos de los procesos de
figuración de las realidades de los desastres en Chiapas
y la frontera sur de México.
Desastres sociales y naturaleza extraña
La sociedad del riesgo actual se caracteriza por la
mundialización de los riesgos ambientales. El cambio
climático es un punto central de la agenda propuesta por
el mundo mediático. La participación de la prensa es
notoria en la representación social de las incertidumbres
abiertas por la crisis ecológica y la inseguridad ambiental.
Si bien los fenómenos naturales han sido parte de la
historia de la Tierra y de la humanidad, en los últimos
años parecen más comunes, implacables y desastrosos.
Lo que más amenaza el estado de conciencia es
la radicalización de estos procesos, así como de la
sensación de impotencia, debilidad e indefensión ante
su carácter incontrolable y peligrosidad.
¿Cómo los contenidos y las formas de las coberturas
periodísticas de los desastres naturales coproducen estas
realidades? En particular, nos remitimos al huracán
Stan (octubre, 2005)11 y la desparición del poblado
Juan de Grijalva (noviembre, 2007).12 El estudio de las
formas de representación de los dos desastres naturales
y sociales en Cuarto Poder y Diario de Chiapas muestra
cómo son puestos en clave, recreados y transformados,
a partir de marcos interpretativos afines para promover
definiciones específicas de las situaciones de emergencia
y favorecer determinadas interpretaciones de eventos
catastróficos.13
A través de un corpus de noticias, se da cuenta de los
riesgos de desastres medioambientales como coyunturas
históricas particulares. La estrategia de visibilización
opera una imagen accidental, e inminentemente natural
—algo que fue muy evidente en el caso de Juan de
Grijalba—. A esto se suma una mediatización efectista
de los impactos y consecuencias, una dramatización
realista dirigida a la construcción de acontecimientos
de una coyuntura trágica. La prensa magnifica los
procesos naturales, sociales y culturales, por lo que
desemboca en catastrofismos. Más allá del «accidente»,
se dramatizan los acontecimientos y los sentidos de
«paisajes peligrosos» y «escenarios de miedo».
Para los periodistas, las contingencias naturales
ejercen un gran atractivo por su carácter imprevisible
y único. En la medida en que producen fuertes
rupturas en la cotidianidad, tienen un potencial de
transformación en acontecimientos dramáticos e
impactantes. El análisis de las noticias y reportajes
evidencia cómo la estrategia discursiva de la prensa
subraya la «amenaza» y la «contingencia», bajo una
percepción de catástrofe que es dramatizada con la
rutina periodística. Tanto Cuarto Poder como Diario de
14
Prensa e imaginarios del riesgo
Chiapas encuentran los acontecimientos de actualidad
necesarios para llenar titulares. Como los dos grandes
conglomerados mediáticos (Televisa y TV Azteca),
producen imágenes sobre la amenaza natural y la
contingencia a través de enviados especiales a las zonas
afectadas empeñados en simulacros de inscripción en
los acontecimientos, para favorecer su invasión a los
hogares mexicanos con relatos de la propia realidad
que imitan con verosimilitud.
El efecto dramático revela la naturaleza efectista de
los medios, más preocupados por la estetización de las
imágenes y la persecución de una conciencia calendárica
independiente de la estricta cronología de los hechos
naturales y sociales, así como de las representaciones
del problema de fondo, los desastres ecológicos. Los
desastres muestran los ciclos de la atención mediática
a la situación medioambiental y a la vulnerabilidad
social. Durante las contingencias, se genera una
sobrerrepresentación de sucesos en ciertas zonas, en
detrimento de otras, bajo el amparo del valor social
del servicio noticia. También, se comete una «falacia
ecológica» cuando se define el territorio afectado
como homogéneo y las relaciones entre los individuos
como uniformes. Toda información sobre otra región,
localidad o comunidad refuerza el mensaje sobre la
gravedad del asunto sin importar el lugar en sí mismo,
ni sus habitantes. Interesa a toda costa mantener la
legibilidad de la imagen catastrófica, es decir, la claridad
de la manifestación de lo que se quiere destacar. La
definición del ámbito territorial se hace en detrimento
del social y ecológico, lo que propicia problemas de
contextualización e interpretación del fenómeno
socionatural en la misma medida en que se interpretan
segmentos de la realidad natural o social.
Las políticas de los periódicos se conectan por
procesos de encuadre de ciertos aspectos de la realidad
observada, de atribución y articulación de significados.
Se trata de enmarcados duales: fuertes de las cualidades
que describen el acontecimiento, con lo que delimitan sus
fronteras empíricas, y débiles de las manifestaciones que
lo hacen legible. La definición del problema abarca los
marcos de diagnóstico (identificación de una situación
como problemática, análisis parcial de su causalidad
y designación de responsabilidades) y pronóstico
(propuesta de soluciones). En ellos se barajan imágenes
de los desastres durante el proceso de producción de
las noticias, de aproximación y transformación de
la información, que los visibilizan como fuerzas
sobrenaturales y paisajes catastróficos, legibles por su
siniestralidad e imaginables por los conmovedores y
temerosos testimonios de las víctimas.
El análisis de los discursos periodísticos permite
diagnosticar, además, el régimen de visibilidad que
adquieren los diversos actores sociales. La presencia
periodística de estos se advierte con la asignación de
imágenes mediáticas a cada uno —«sujetos a normas»,
«socialmente desviados»— y la perspectiva legitimadora
o no de sus marcos. Los medios incorporan, primero,
interpretaciones de los actores sociales y, después, crean
su propio marco de análisis con autonomía discursiva
a partir del manejo simbólico y el establecimiento de
parámetros de (in)visibilidad. Bajo la activación de
marcos experienciales de comprensión, se naturalizan
las condiciones de producción de las noticias. Sus relatos
testifican la manifestación de violencia al igual que los
de las personas que comparten informaciones concretas
vívidas. Es un encuadre dramático de las situaciones que
visibiliza a los actores que requiere el marco propio. Se
trata de la construcción de una referencialidad en la
que un protagonista fundamental es el propio medio/
periodista. El campo interaccional queda personificado
por tres actores: el protagonista (el medio representado
por el periodista y el gobierno), el antagonista (el
fenómeno natural) y el público (víctimas indirectas).
Los medios emergen como intermediarios de
los actores ya adscritos a una identidad deteriorada
(«damnificados», «dolientes», «afectados», «perseguidos»),
los cuales confirman las narraciones a partir de esquemas
interpretativos victimistas para certificar la existencia
objetiva de una situación vulnerable y para promover
la intervención gubernamental («que solucionará el
problema y normalizará la situación»). Los actores
construyen narraciones para justificarse públicamente,
visibilizar sus puntos de vista y reivindicarlos cuando
se advierte que la situación deviene rutinaria y la
recuperación es muy lenta. Es una manera de categorizar
el pasado, el presente y el futuro.
Los marcos interpretativos siempre se encuentran
en plena confrontación dialógica. La atribución de
responsabilidades constituye el principal punto
de conflicto entre los actores sociales. En cuanto se
discuten, los marcos se definen a favor o en contra del
gobierno, de alguna institución o persona que tiene
deberes u obligaciones con el tema. No obstante, los
gabinetes de comunicación gubernamentales saturan la
agenda de los periodistas para definir las situaciones
como gobernables, y refuerzan la condición de
dependencia y victimización de los damnificados. En
tanto asunto político, es un conflicto simbólico por la
legitimación de paquetes interpretativos en competencia,
inscritos en sus respectivas narraciones causales.
En 2006, en medio de una larga disputa con el
gobernador Salazar Mendiguchía, Cuarto Poder exigió
respuestas al gobierno. Descalificó sus acciones en busca
de polarizar la opinión pública, lo impugnó porque
no actuaba y abandonaba a la población. Asimismo,
denunció la corrupción, la falta de transparencia y de
procedimientos de rendición de cuentas. Este periódico
15
Alain Basail Rodríguez
El papel del mundo mediático en la constitución discursivosimbólica del mundo social convierte a los medios en herramientas
de un poder difuso que busca reproducirse a partir del control
de la comunicación y la información.
se desmarcó de la línea editorial dominante en los diarios
oficialistas, reclamó autonomía y capitalizó parte de
la crítica social. En este sentido la discusión pública
parecía enriquecerse con el contrapunto de opiniones.
Sin embargo, en 2007 se alejó del marco de la denuncia
política y reprodujo el discurso institucional sobre
los sucesos de Juan de Grijalba. Adoptó posiciones
oficialistas, legitimó al gobierno local y evitó un análisis
de las causas reales del «accidente». Cuarto Poder es un
buen ejemplo de cómo los medios desarrollan su propia
agenda para influir en la política.
En general, la certificación empírica de la situación
problemática pasa, básicamente, por fijar que el agente
culpable es la naturaleza, es decir, que la causalidad es
externa porque «nadie es responsable de lo sucedido». Al
fenómeno natural se le atribuyen rasgos que argumentan
su culpabilidad y crueldad inusitada: «el villano», «la
calamidad» o «la fatalidad». Los periódicos se limitaron
a constatar los sucesos con resignación fatalista. Para
tal fin se insiste en los aspectos metereológicos del
fenómeno, es decir, a la propia contingencia atmosférica,
a sus cualidades como evento físico (fuerza, intensidad,
evolución y trayectoria) y a sus impactos, de manera
autorreferencial. La imagen induce a una naturalización
del desastre en cuanto «aberración climática temporal»
con una fuerte dimensión autorreferente que obvia el
contexto real, los factores de riesgo y las condiciones de
vulnerabilidad de la población. Al visibilizar las causas
como accidentales, imprevistas y naturales, se acentúa
la pérdida de legibilidad de los eventos.
Otra certificación se opera al interpretar los impactos
consecuentes de los desastres en términos de paisajes
desoladores. El lenguaje remite a un enfrentamiento
violento con la naturaleza, una guerra de la que resulta
una tierra arrasada, despojada y ruinosa como en un
paisaje posbélico. El orden caótico se potencia con
robos, saqueos, actos de recuperación de algunos
haberes y medios de vida, o protesta social. En las
noticias, las situaciones son definidas por la inseguridad
y la ausencia de defensas. También, asociándolas
con amenazas inmediatas y futuras y, menos, con la
vulnerabilidad y la desprotección gubernamental.
Se impone a la audiencia una perspectiva de desesperanza
y pánico espantosos. A través de informaciones concretas
sobre experiencias vívidas y situaciones personales, se
simbolizan mediáticamente experiencias que el lector
puede compartir. Se dosifica la ansiedad colectiva,
un sentido de lo extraño, un miedo ante el «peligro»
y el «descontrol». Además, el horror y el miedo
buscan promover en la audiencia la «solidaridad» con
«los pobrecitos», para controlar el temor a partir de
relacionarse con los otros desde un sentimiento de
víctimas indirectas. Al mismo tiempo, se manipula
el enfrentamiento entre las directas, por el acceso
diferenciado a las ayudas, o los conflictos por la
exclusión a ellas.
El discurso sobre la inseguridad legitima la acción
de los cuerpos militares de la Secretaría Nacional de
Defensa, organizados como fuerzas de apoyo para
implementar el Plan de Auxilio a la Población Civil
en Casos de Desastre (DN-III-E) y el Plan Marina, y
argumenta la necesidad de una declaratoria de zona
de desastre, para contar con recursos extraordinarios
y propiciar la reconstrucción por parte de empresas
que, junto a los políticos corruptos, son los mayores
beneficiarios de estos.14
Las representaciones mediáticas de la naturaleza
instituyen una franja de conocimiento que pauta
las relaciones con el medio ambiente, organiza el
pensamiento, significa las imágenes y las estructura
simbólicamente. En los enfoques noticiosos se asocian
ciertos temas y dinámicas naturales con los desastres;
así se maximiza la percepción de una relación ilusoria
entre territorio, medioambiente y una actividad natural
determinada. En los marcos periodísticos estudiados,
los fenómenos climáticos son definidos como una
forma de violencia externa de la naturaleza. Esto habla
de un doble mecanismo: «cosificar» la naturaleza, o sea,
negarle categoría de vida, y «naturalizar» los eventos
climatológicos, responsabilizarlos de todos los impactos.
En general, se reinterpretan situaciones empaquetadas
como injustas, indeseables, antinaturales, pecaminosas o
incorrectas. Esta narrativa estereotipada funciona para
garantizar el éxito y la eficacia periodística, al mismo
tiempo que se minimizan los conflictos con el gobierno
u otros actores sociales.
El contexto de producción de noticias promueve la
amplificación de las convenciones culturales que dan
sentido, describen y valoran los eventos externos. Sin
embargo, más información no asegura necesariamente
mayor explicación y comprensión de la emergencia.
Mientras que con las noticias y las crónicas se diagnostica,
analiza la actualidad y predice, con los reportajes se
certifica que cada desastre social o natural, como
16
Prensa e imaginarios del riesgo
referente informativo, ha ingresado en la historia o va
a ingresar en un futuro próximo.15 La dinámica del ciclo
de la información moviliza o activa los dispositivos de
razonamiento que controlan el miedo, la incertidumbre
y la ignorancia. En el seguimiento de los periódicos
se constató el tránsito de informaciones vívidas a
informaciones pálidas y abstractas sobre las tendencias
generales de los fenómenos estudiados. Paulatinamente,
se retiran de las primeras planas y se deja de referirlas.
También se ofrecen caracterizaciones de los sucesos
que amparan o suprimen las generalizaciones, a partir
de esquemas economicistas (recuentos de daños) y muy
tangencialmente humanistas. Se trata de un proceso
que tiende a la infrarrepresentación, el silenciamiento
o la ocultación periodística.16 El nudo de la trama es la
transformación constante de la cadena de situaciones,
hacia la recuperación y la vuelta a la normalidad.
La transformación de la información muestra
los enfoques de las causas y las responsabilidades a
partir de la naturalización del desastre, al margen de
situaciones contextuales y problemas estructurales.
Se lleva a la opinión pública al paradigma del riesgo y
se desconoce la vulnerabilidad acumulada. La prensa
construye acontecimientos difusos con el fin de ganar
más público y movilizar una serie de sentimientos y
sensaciones de impotencia, inseguridad y vulnerabilidad,
relacionadas con la realidad, pero distanciándose de ella
porque los sucesos son narrados sin mencionar causas
estructurales.
La naturaleza se revela prepotente, inexorable,
esquiva, cimarrona, rara; entrañable y a la vez extraña;
«magna, cruel e inexorable». Así se esbozan discursos
negativos que se hacen eco de las imágenes perjudiciales
de las ideologías catastrofistas. Los desastres son vistos
como líneas de negatividad con más énfasis en la
destrucción de recursos acumulados y bienes materiales
(capital fijo, infraestructuras o equipamientos), que
en los bienes sociales (personas, relaciones y vínculos
de reciprocidad y cooperación). Es decir, se define
un marco narrativo de los sucesos como problemas
económicos, en detrimento de los ecológicos, sociales
y humanos.
A la pérdida de la naturaleza que vive el hombre,
que se conoce como cambio climático, degradación
medioambiental o crisis ecológica,17 contribuye la prensa
con su calendarización de lo natural como extraño y
naturalización del desastre catastrófico como algo que
ha pasado muchas veces. Su tratamiento como «otro»
habla de la incertidumbre en que vivimos, de cierto
destierro que experimenta el hombre moderno de
su propia situación relacional con la naturaleza. Ello
significa la subordinación de esta para la colonización
del futuro, o sea, para la planeación de los propósitos
humanos.
Al estudiar la prensa de Chiapas se advierte la calidad
de la información que presenta sobre los desastres
partiendo de definiciones de la naturaleza como
«problema ambiental». Se trata de figuras simbólicas
que ilustran las estructuras de poder, los sistemas de
conocimiento y las formas culturales subyacentes
en los repertorios interpretativos de los desastres
socionaturales y, en general, de la naturaleza.
Frontera obstáculo y seguridad nacional
La vigencia de las fronteras y, en concreto, de la
frontera sur de México y norte de Centroamérica, se
ha demostrado dramáticamente a inicios del siglo xxi.
Las fronteras políticas se renuevan y, en paradoja, se
convierten en parodias por la trayectoria existencial
de habitantes, migrantes internacionales, traficantes,
contrabandistas y «terroristas». A las históricas dinámicas
territoriales entre los Estados nacionales de México,
Guatemala y Belice,18 se suman las lógicas expansivas
de los ámbitos económicos, políticos y sociales.19 El
análisis de la prensa chiapaneca muestra la reconstrucción
de la frontera asociada a los riesgos y la seguridad
como obstáculo.20 En particular, estas asociaciones se
evidencian en la gestión (contención) de la movilidad
humana y las dinámicas delictivas entendidas no como
problemas de seguridad pública, sino de seguridad
nacional. Los dos medios de prensa dan cuenta de
la figura de la inseguridad, a partir de dispositivos
discursivos que le confieren una materialidad objetiva
relacionada con los peligros de la migración ilegal,
el contrabando de mercancías, el refugio de fuerzas
contestatarias, y el tráfico de humanos, estupefacientes,
flora y fauna. Así se constituyen unos «ámbitos de
sombras» donde se desencadenan conflictos y se
fundan narrativas distópicas de corrupción, maldad
y miedo. La frontera sur es presentada como «zona
gris» probablemente peligrosa hasta para el equilibrio
del mundo afligido por amenazas globales como el
terrorismo.
La prensa contribuye cada día a la reconfiguración
de los límites fronterizos con atribuciones de sentido
negativas. Tanto Cuarto Poder como Diario de Chiapas
definen las realidades fronterizas con una fuerte
dimensión simbólica sistemáticamente ordenada, para
conferirles objetividad a situaciones sociales connotadas
a partir de la diferencia. La representación de la
frontera en el discurso de ambos medios se ha saturado
por la acumulación de riesgos sociales, culturales y
ambientales cuya causalidad profunda se desconoce y,
en principio, es asociada a fuerzas desterritorializadas
con pretensiones de universalización. Su visualización
se da en un sentido unidimensional, trágico, de dolor,
sacrificio, podredumbre o fracaso. Según las narraciones
17
Alain Basail Rodríguez
periodísticas, en las fronteras se constata un orden
caótico y polivalente a través de trasiegos diarios de
armas, drogas, vehículos, animales y personas, así
como de violaciones a los derechos humanos de los
transmigrantes.
Los periódicos giran el calidoscopio de la frontera
para representar su emergencia, ampliar y estandarizar
las contradicciones y las incertidumbres. Los riesgos
se asocian tanto a la experimentación doméstica como
a la movilidad de sujetos fugitivos o fuerzas sociales
descontroladas que operan y presionan a través de redes
sociales. En primer lugar, se constata la ampliación de
los márgenes fronterizos, extensibles por los flujos
humanos y los mecanismos policiales para controlarlos.
La ubicuidad de la frontera modela las diferencias
sociales como relaciones críticas, experiencias violentas
y estrategias de oposición entre las fuerzas acumuladas a
lo largo de la línea. Las estrategias políticas (mediáticas
y militares) definen las transformaciones de sentido y
las deslocalizaciones de la frontera sur para explayar
su geografía no tanto por correspondencia «natural»
o «humana», como por los comunes efectos sociales
y económicos de los fenómenos emergentes, por su
conflictividad, violencia y «peligrosidad».
Para la prensa, la frontera es un espacio geográfico
y uno ideográfico. En concreto, ambos órganos
periodísticos amplifican las contradicciones de los
comunicados gubernamentales entre la definición
física de la frontera como límite territorial que
restringe las relaciones humanas (control migratorio,
aduanero, fitosanitario) y los órdenes institucionales
que prescriben las condiciones de riesgo bajo las cuales
se expresan los conflictos y se busca resolverlos con
la intervención autoritaria (presencia del ejército y
autoridades migratorias para la revisión de vehículos).
La imagen nefasta de la frontera reduce sus múltiples
dimensiones y causalidad histórica a amenazas reales o
imaginarias que son siempre calculadas, exageradas y
dramatizadas en el discurso mediático. Según este, los
riesgos abruman los espacios fronterizos, los inundan de
confrontaciones, los colman de desigualdades, relaciones
de poder asimétricas, y obvian los entrecruzamientos
de lealtades nacionales, étnicas, comunitarias, filiales y
grupales.
En ese escenario, las narrativas de la frontera
como obstáculo definen una totalidad homogénea
bajo la condición común de cosa riesgosa cuya
proximidad incomoda. Se generalizan algunas de
sus especificidades y se reducen las diferenciadas
dinámicas sociales, económicas y políticas de las
distintas fronteras localizadas, particularizadas y
enfocadas territorialmente. Sin duda, la frontera sur es
una trama de espacios específicos que en su conjunto
se definen por características comunes y dinámicas
propias que remiten a permeabilidades tanto negativas
como positivas.21 Sin embargo, la prensa las connota como
negativas para reforzar un sentido de la frontera y
una sola cara de los procesos y del dinamismo de los
vínculos en la sociedad fronteriza.22
El carácter problemático de la frontera sur deviene
urgencia política por su permeabilidad. Se trata de un
territorio de confines y atravesamientos caracterizado
por la inestabilidad, las exclusiones, las fricciones, las
turbulencias, las violaciones. Las percepciones de límites
fronterizos fuertes vulneran la confianza mutua al
conformar un mapa del espacio social con importantes
fisuras y serias restricciones para la convivencia
social más amplia: «el peligro» de transmigrantes, su
estigmatización, la violencia, una patología del miedo
a grupos delincuenciales como Los Zetas y Las Maras.
Los cambios en las cualidades del paso han operado
un movimiento reificador del viajero a migrante,
una especie de satanización del otro potencialmente
peligroso, «extranjero», «ilegal», «indocumentado»,
«criminal», «delincuente». De esta manera, emergen
formas de racismo hacia los «cachudos», «catrachos»
o «esquipulitas».23
La poderosa constr ucción de la frontera
administrativa como lugar de anonimato, libertinaje y
futuros promisorios, hace de las ciudades fronterizas
espacio de concurrencia de espionaje, contrabando,
tráfico de mercancías y personas, ilegalidad, prostitución
y corrupción policíaca. Sus ciudades y localidades
son definidas, en primera plana, como «burdeles»,
«guaridas», «antros», «refugios», «oestes», en los que
reina la anarquía, la corrupción, el dolo. Sin embargo,
nunca se aclara por qué, lo que amplía la ignorancia y
la incertidumbre. El significado de la frontera como
obstáculo se remarca con una relación de lejanía porque
es una entidad trágica y conflictiva.
En nombre de los «intereses de seguridad» se
establecen fobias, miedos, límites y riesgos en los que
cunde la obsesión securitaria y el uso de la fuerza para la
colonización de la frontera. Además, solo se señala
la presencia negativa del otro para la (des)movilización
política de actores locales. Tras el «peligro latente
e incontrolable» se advierte lo que verdaderamente
está en juego: la producción material y simbólica
de territorios caracterizados por crecientes asimetrías,
vulnerabilidades y dependencias externas que permitan
la explotación de sus recursos. La securitización tiene
en la movilización castrense el mecanismo principal
de control y regulación de la población y, sobre todo,
de los sectores al Estado por no estar regulados por
leyes ni derechos fundamentales. La prensa legitima su
intervención en nombre de los fundamentos soberanos
y territoriales de este.
La impronta de voluntades de poder define la
dinámica de la frontera en función de su dimensión
18
Prensa e imaginarios del riesgo
multilateral en el escenario global. Las políticas de
seguridad estratégica, según intereses de otras naciones,
operan para controlar todo tipo de riesgos, desde los
epidemiológicos hasta los bélicos, en el escalonamiento
de los conflictos a nivel nacional y centroamericano.
Así se condena a la región fronteriza a transformarse
en zona de deterioro, depredación y desórdenes en los
regímenes ecológicos, comunitarios y sociales.
La imagen de la frontera obstáculo es funcional a
los procesos que determinan la reconfiguración de la
región sur-sureste de México a partir de la histórica
asimetría de sus procesos económicos, políticos,
culturales y religiosos en relación con el resto del país, la
macrorregión centroamericana y las tendencias globales.
Entendido como territorialidad en construcción,
ese conjunto de procesos puede resumirse como
fronterización, con las estructuras institucionales del
estado policíaco y punitivo para delimitar un espacio
conflictivo que erosiona la hegemonía centralista, y
fortalecer su dependencia como confín del Estado
mexicano y región lateral del hemisferio. En este
sentido, la multilateralmente comprometida gestión
del espacio frontero, como de tránsito y diferenciación,
ha adquirido dos sentidos: de represión y anulación
preventiva de las amenazas (el riesgo, la seguridad, los
migrantes y terroristas) y la canalización de la fluidez
comercial, y los negocios del capital transnacional.
Cuando la prensa elude las causalidades, reproduce
la política de externalización de responsabilidades
ante los agravios y el inventario de violaciones de
los derechos humanos en nombre de la seguridad
nacional. Las estrategias mediáticas transforman los
sentidos de los efectos sociales y económicos de los
fenómenos emergentes. Con las definiciones de la
situación fronteriza en esas claves, la prensa evita
la historia de los procesos que la han configurado y
justifica la política vigente. La frontera sur de México
se reconfigura como emergente en los últimos treinta
años no solo porque su identidad se transformó por las
dinámicas económicas, políticas y poblacionales, sino
por la regionalización geopolítica a partir de la cual se
fue asumiendo como estratégica para, por ejemplo,
mantener la territorialidad de México y reconocerse
como «comunidad política».24
En este sentido, la actual visibilidad de la importancia
política y práctica de la frontera sur muestra en claro
sus paradojas. De hecho, su definición es relativamente
reciente: cuando la ampliación de los márgenes
territoriales internos fue posible por el desparrame
de flujos humanos y los mecanismos policiales para
controlarlos. Las políticas federales, desde mediados
de 2001 con los programas Sellamiento de la Frontera
Sur y Plan Sur, constituyeron parteaguas en la historia
de las relaciones fronterizas; situación que se consolidó,
cuando se puso en marcha, en diciembre de 2006, el Plan
de Reordenamiento de la Frontera Sur establecido en el
Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012. El presidente
Calderón dijo que se buscaría la regulación migratoria
y la inversión de recursos humanos y financieros en
materia de seguridad. Mientras, el gobierno del estado
de Chiapas insistió en que se trataba de un programa de
desarrollo de la «frontera con un rostro más humano»;
sin embargo, anunciaba la creación de una Policía Estatal
Fronteriza para garantizar la seguridad en el límite con
Guatemala, detener y castigar a quienes incurrieran en
delitos, y salvaguardar los derechos humanos de los
migrantes irregulares. En realidad, se han movilizado
continuas caravanas de efectivos militares, y con ello se
ha justificado el aseguramiento y deportación de miles
de transmigrantes centroamericanos que se presentaban
hasta fecha muy reciente como transgresores de las
leyes mexicanas.25
La prensa se ha hecho eco, durante 2011, de
las llamadas oficiales al blindaje de frontera sur para
el ordenamiento de una atmósfera definida como
de preocupación y miedo. Sin embargo, oculta su
dimensión multilateral por el control expansionista del
Estado mexicano, acentuado desde 1994 frente a la
emergencia zapatista, la agenda de los Estados Unidos
con su paradigma de seguridad regional y su modelo
preventivo aplicado al arco de la América Central e
insular como su tercera frontera y concretado en el Plan
Mérida, y la llamada Iniciativa Mesoamericana.26
En las últimas décadas, el límite político ha devenido
estratégico no solo para la reproducción del capital
transnacional a través de las reservas regionales de
recursos biológicos, energéticos y humanos sino como
corredor de las migraciones internacionales y espacio
geopolítico para la seguridad nacional, hemisférica y la
estabilidad de los Estados Unidos. Aquel ha devenido
más poderoso como demarcación, clasificación,
diferenciación y represión en el marco de la estrategia
de securitización como expresión de relaciones de
fuerza autoritarias. Como consecuencia, la migración
internacional se ha definido como un problema de
seguridad, lo que la criminaliza, y el paso fronterizo se
ha complejizado.27
En nombre de la seguridad hemisférica, México
recubre su frontera con Centroamérica y no logra
una gobernabilidad migratoria transparente porque
las migraciones han acentuado la ambivalencia de los
límites entre vigilancia e intercambio. Para asegurar esta
contención de flujos humanos ha sido necesario definir
como un principio de la realidad fronteriza el riesgo y la
inseguridad. Igualar las fronteras con el riesgo refuerza
la visión de estas como líneas de fractura. Así, es una
realidad negada y afirmada, ajustada e impermeabilizada
con medidas activas de seguridad que pretenden eficacia
para reducir la mutua vulnerabilidad asegurada.
19
Alain Basail Rodríguez
El riesgo tiende a reforzar el carácter selectivo y
asimétrico de las fronteras, a homogeneizarlas, a definir
su incoherencia como lindes humanas y militares, así
como a subrayar su sentido excluyente, de separación y
de relaciones de convivencia negadas o cuestionadas.28
Esta ansiedad ante el peligro del espacio limitado
de circulación muestra a la frontera como artificio,
convención y realidad parcial. Es decir, como metáfora
de la inseguridad global. En fin, como obstáculo
asediado, define «el problema fronterizo» y esconde
otras limitaciones próximas: las del desconocimiento,
la incomprensión de causas y responsabilidades, y las
de la tolerancia y la diversidad.
Sin duda, los precintos policiales no garantizan lo
suficiente la capacidad protectora en un territorio dado,
con lo que se limita a una declaración de intenciones que
refuerza la inseguridad por problemas extraterritoriales y
fuentes de amenazas globales. Muchos son los intereses
creados —sean legítimos o no— para mantener las
condiciones de frontera, desde aquellos agentes que
explotan sus ventajas, hasta los que se empeñan en
hacer de la sociedad un lugar peligroso o anárquico
para imponer un espacio global ideal. Se trata de un
terreno donde cristalizan las dificultades que tienen
los Estados para controlar su territorio y gobernarlo
democráticamente. Los cerrojos no desvanecen los
problemas, los reproducen y retroalimentan. Mas de
eso no hablan los periódicos.
Una salida a la falta de pertinencia sociohistórica de
la prensa o la crisis de confianza que atraviesa podría
encontrarse, por ejemplo, en la regulación pública y el
ejercicio de un periodismo basado en una agenda de
intereses públicos, la exigencia de responsabilidades
sociales y cívicas con ella y en acentuar las capacidades
críticas de las audiencias.
Esta situación lleva a una vuelta de tuerca en el
ejercicio de la prensa hegemónica entendiendo sus
dimensiones éticas (generación, aplicación y uso de
información) y prácticas (contextos de aplicación)
en contra de relaciones comunicativas mediadas por
la «liquidez» financiera. Con las miras puestas en ese
cambio cultural, compartimos este modesto aporte
crítico sobre las dimensiones de la categoría histórica
de riesgo y el papel de la prensa en su ensanche y
arraigo social porque «…los riesgos en los que se
cree son el látigo con el que se mantiene el tranco del
presente».31
Notas
1. Cristina Santamarina, «La convención de la objetividad de la
información: entre lo verosímil y la evidencia», Revista de Filosofía,
n. 24, Murcia, septiembre-diciembre de 2001, p. 57; Manuel Castell,
Comunicación y poder, Alianza, Madrid, 2009, p. 23.
2. Anthony Giddens, Modernidad, identidad y el yo. El yo y la sociedad
contemporánea, Península, Barcelona, 1997, p. 140.
3. Ulrick Beck, La sociedad del riesgo global, Siglo XXI, Madrid, 2006,
p. 34.
Mediaciones e imaginarios del riesgo
4. Max Weber, «Para una sociología de la prensa», Revista Española
de Investigaciones Sociales, n. 57, Madrid, enero-marzo de 1992,
pp. 251-9.
Los ejemplos muestran el poder de la prensa para
operar interpretaciones de los desastres y las fronteras.
En ambos se renuncia a la memoria histórica y las
causalidades explicativas. Mientras la lógica del pánico
resulta central en la política simbólica, los medios
controlan los miedos al otro a través su alterización
y la colonización de los escenarios de conflictividad y
riesgo. Entonces, se instituye un régimen de excepción
en nombre de principios de soberanía vulnerados y
se normaliza el «estado de emergencia» y «la razón
securitaria».29
En todo lo dicho es evidente el cuestionamiento
sobre la utilidad social de la prensa como servicio o bien
público. El estudio de esta, y los medios en general, hace
inteligible cómo contribuyen al ejercicio del poder en
la modernidad tardía.30 La propia crisis del periodismo
como profesión y del periódico como soporte y
vehículo cultural pasa por no asumir plenamente
una responsabilidad social y ambiental, ni promover una
comunicación de riesgos no basada en la reproducción
de conocimientos hegemónicos y relaciones de
dominación frente a otros saberes «inconmensurables».
5. José M. Roca, «La prensa y el espacio público», en Fernando
Ariel del Val, Valentin Moraru y José M. Roca, Política y comunicación.
Conciencia cívica, espacio público y nacionalismo, Libros de la Catarata,
Madrid, 1999, pp. 89-134.
6. Roland Barthes, «El mito, en la derecha», Mitologías, Siglo XXI,
México, DF, p. 146.
7. Siguiendo a Juan L. Pintos, Los imaginarios sociales. La nueva construcción
de la realidad social, Sal Terrea, Madrid/Maliaño, 1995; «Orden social
e imaginarios sociales (Una propuesta de investigación)», Papers,
n. 45, Barcelona, 1995, pp. 101-27; Juan L. Pintos y Fermín Galindo,
«Comunicación política e imaginarios sociales», en Salomé Berrocal,
ed., Comunicación política en televisión y nuevos medios, Ariel, Barcelona,
2003, pp. 111-33. Además, véase Manuel A. Baeza, Mundo real, mundo
imaginario social, RiL, Santiago de Chile, 2008.
8. Manuel Castell, ob. cit., pp. 261-392.
9. Ulrick Beck, ob. cit., p. 170.
10. Idem, p. 38.
11. A pesar de su poca fuerza (categoría 1), la magnitud de los
daños fue inconmensurable si se ponen en el contexto del tipo y
tamaño de la economía local, su nula diversificación y la complejidad
institucional.
20
Prensa e imaginarios del riesgo
22. Manuel A. Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez, Espacios
diversos, historia en común. México, Guatemala y Belice: la construcción de una
frontera, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del
Acervo Histórico Diplomático, México, DF, 2006.
12. Se trata del «deslave» del cerro La Pera en la ribera del río
Grijalva, que generó una ola que desapareció el poblado. Según los
habitantes, todo fue causado por explosiones que pueden haber
sido planeadas para evitar el impetuoso desfogue de las presas hacia
las regiones inundadas donde se encontraba en peligro la ciudad
de Villahermosa.
23. Términos despectivos con los que se designa a los guatemaltecos,
así como a los transmigrantes centroamericanos que viajan hacia
los Estados Unidos. Aura M. Arriola, «La frontera sur de México:
el derecho a la ciudadanía multicultural», Cultura y Representaciones
Sociales, a. 1, n. 2, México, DF, marzo de 2007, p. 4.
13. Los marcos de interpretación son esquemas persistentes de
conocimiento, interpretación y representación de situaciones
extraordinarias; esto es, de selección, énfasis y exclusión, con
simbolizadores que organizan de manera formal un discurso verbal
con apoyaturas visuales. Véase Irving Goffman, Frame Analysis. Los
marcos de la experiencia, CIS, Madrid, 2006.
24. A partir de los conflictos en Guatemala y Centroamérica de los
años 70 y los 80, el Estado mexicano comenzó a desplegar efectivos
militares en la frontera sur y a implementar una serie de iniciativas
defensivas como la construcción de las carreteras fronterizas de
Chiapas y Quintana Roo, paralelas a los ríos Usumacinta y Hondo,
respectivamente. Desde 1994, el conflicto zapatista acentuó esa
tendencia, así como la estrategia para el control de los flujos
migratorios, terroristas, bandas juveniles y traficantes. Andrés
Fábregas, «El concepto de frontera: una conceptualización», en
Alain Basail, ed., Fronteras des-bordadas..., ob. cit., pp. 21-51.
14. Zygmunt Bauman, Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus
temores, Paidós, Barcelona, 2007, p. 13.
15. Dorde Cuvardic, «Los marcos interpretativos textuales:
herramienta metodológica para el análisis del discurso periodístico»,
Revista de Ciencias Sociales, v. II, n. 96, San José de Costa Rica, junio
de 2002, p. 91.
16. Alain Basail, «Fronteras del olvido. Riesgos, vulnerabilidades
y desastres en la Sierra Madre de Chiapas», en Carlos Gutiérrez,
ed., Representaciones desde el Sur, Juan Pablos / UNICACH, 2010,
pp. 117-49.
25. Ello sucede a pesar de ciertos avances en materia de respeto a los
derechos de los migrantes en Chiapas, en cuanto a la comprensión
política de la necesidad de intervenir para cambiar la imagen
violenta de la frontera sur, a partir de la creación de la Fiscalía
de delitos contra migrantes, la Oficina de Atención a la Mujer
Migrante, servicios de salud, mayor vigilancia y acción preventiva
de los Grupos Beta. Está aún pendiente discutir los alcances de esta
estrategia a la luz de evidencias empíricas.
17. Ulrick Beck, ob. cit, p. 170.
18. De acuerdo con las dos secciones de la Comisión Internacional
de Límites y Aguas (CILA) México-Guatemala y México-Belice, se
comparte una línea a lo largo de 960 km con Guatemala y 186 km
con Belice. A los que deben añadirse los 80 km de línea imaginaria
que demarca el límite sobre la Bahía de Chetumal. Cerca de la mitad
de esta Línea Divisoria Internacional de un total de 1 146 km es
terrestre, mientras que el resto es fluvial. Los tramos terrestres
de la frontera fueron definidos mediante trazos imaginarios por
territorios montañosos y selváticos, por el que se ha abierto una
«brecha fronteriza» en la que se construyeron 1 392 «monumentos
limítrofes». En los demás tramos de la frontera, los ríos fueron
usados para demarcar los límites: el Suchiate (81,2 km) y un tramo
del caudaloso Usumacinta (305,5 km) en la frontera con Guatemala;
así como, el Arroyo Azul (53 km) y el río Hondo (119 km) en la
frontera con Belice.
26. El primero, antesala de un Plan México a la usanza del Plan
Colombia y, la segunda, redefinición del Plan Puebla-Panamá y
la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte
(ASPAN).
27. Daniel Villafuerte y María del C. García, eds., Migración, seguridad
y derechos humanos en el sur de México y Centroamérica, Porrúa/SEP,
México, DF, 2011. Como bien señalan los autores de este libro, el
Programa de Migración para la Frontera Sur de México 2008-2012,
ha buscado un reordenamiento integral de los flujos migratorios
por esta frontera para su mayor control y el conocimiento de sus
especificidades.
28. Pedro Serrano, «Fronteras: la calle de al lado», El Rapto de Europa,
n. 4, Madrid, mayo de 2004, p. 13; Marc Augé, Por una antropología
de la movilidad, Gedisa, Barcelona, 2007, p. 17.
19. La definición espacial de la frontera no es solo geométrica. Las
dinámicas poblacionales han ido contorneando sistemas regionales
de relaciones y redes sociales que se apoyan en campos sociales
transfronterizos. Estas redes de relaciones configuran campos o
entramados fronterizos de geometría espacial variable y geografía
desterritorializada. Alain Basail, ed., Fronteras des-bordadas. Ensayos
sobre la Frontera Sur de México, Juan Pablos/UNICACH, México,
DF, 2005.
29. Zygmunt Bauman, ob. cit.; Michaël Foessel, Estado de vigilancia.
Crítica a la razón securitaria, Lengua de Trapo, Madrid, 2011.
30. Roger Silverstone, ¿Por qué estudiar los medios?, Amorrortu, Buenos
Aires, 2004, p. 244.
31. Ulrick Beck, ob. cit., pp. 19-20.
20. Alain Basail, «Las fronteras como metáforas del riesgo», Revista
ANTHROPOlógicas, n. 11, Porto, 2009, pp. 35-49.
21. Rodolfo Casillas, «La permeabilidad social y los flujos migratorios
en la frontera sur de México», en La situación demográfica de México
2009, CONAPO, México, DF, 2009, pp. 124-35.
©
21
, 2011
no. 68: 22-31, octubre-diciembre de 2011.
Alina Altamirano Vichot
La imagen país
y la diplomacia pública:
una mirada
desde la Comunicación
institucional
Alina Altamirano Vichot
Profesora. Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García.
La Imagen país es el resultado de los procesos
cognitivo-afectivos en el imaginario colectivo de
la sociedad internacional, constituida por públicos
estratégicos (internos y externos del país objeto de
referencia), a partir de la integración objetiva, gestáltica
y sintética de las acciones comunicativas de todos los
públicos, integrados por individuos que actúan según su
condición bio-psico-social en contextos socio-históricos
concretos. En última instancia, está condicionada por
la identidad cultural del país de referencia y a través de
ella se reconoce, describe, recuerda y relaciona al país
y como consecuencia, se actúa frente a él.
Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele
y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece.
José Martí
E
n el contexto actual de la sociedad internacional, su
dimensión ideológico-cultural emerge a un primer
plano. El marco teórico conceptual de las relaciones
internacionales no es suficiente para explicar la compleja
red de relaciones que se establecen entre los individuos
y las organizaciones que participan en la proyección de
la imagen país, la cual trasciende la esfera mediática para
abarcar el comportamiento de los sujetos individuales y
colectivos que participan en el escenario mundial.
La Comunicación institucional,1 en sus interrelaciones
con la Sociología, la Psicología y la Dirección, permite
asumir un enfoque complejo y transdisciplinario para
considerar la sociedad internacional, las organizaciones
y los individuos con la complejidad de variables y sujetos
interdependientes que los caracterizan. Sobre esta base,
se brindan ideas para aplicar las herramientas de la
Comunicación Institucional a la estrategia de imagen
país, a través de programas de diplomacia pública2 entre
públicos estratégicos.3
El contexto internacional y organizacional
El debate sobre la globalización y su conceptualización
teórica no ha podido resolver el dilema de no diferenciarla
como proceso social objetivo, y el proyecto neoliberal.
Quizá la contradicción mayor del actual momento está
en la coexistencia, en aguda lucha, de ese proyecto
neoliberal de globalización, que por su naturaleza es
hegemónico y homogeneizador, y la resistencia, también
22
La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional
Mancar Olson reporta cómo las organizaciones se
constituyen, formal o informalmente, para alcanzar
objetivos que redundan en la satisfacción de determinadas
necesidades de sus miembros.10 Para aplicar los criterios
de Olson a las organizaciones actuales hay que partir de
que las estructuras organizacionales se hacen flexibles,
planas y permeables. El «tiempo real» está marcado por la
incertidumbre y la necesidad permanente de innovación
y cambio. El espacio tiende a la globalidad a través
del trabajo en red, los grupos ad hoc y el intercambio
creciente de información y de personas. Los procesos
devienen globales, multiculturales y multidisciplinarios.
Se incrementan también los eventos sociales e
informales. Todo ello propicia experiencias comunes
para la construcción de significados compartidos; pero
también complejiza los procesos de armonización de
intereses ¿Cómo lograr satisfacer necesidades específicas
de personas tan diversas? A ello ayuda la constitución de
públicos estratégicos ya que interactúan para satisfacer
necesidades personales y de sus organizaciones,
favorecen la armonización de intereses específicos
y la retroalimentación oportuna. Aplicado al ámbito
internacional, el concepto sugiere la potenciación de
programas de diplomacia pública para la construcción
de relaciones de mediano y largo plazos.
La globalización también impacta a los instrumentos
de política exterior que, según Roberto González, incluyen
la diplomacia, la guerra, los instrumentos económicos
y los ideológicos.11 Diplomacia pública es el conjunto
de procesos funcionales que ocurren entre individuos
y organizaciones de la comunidad internacional, que
promueven información, entendimiento, significados
compartidos y afectos y de forma directa o indirecta
influyen en los cambios que conducen a beneficios
políticos, económicos, tecnológicos y culturales.
Joseph Nye argumenta las limitaciones del «poder
blando» y el «poder inteligente» cuando explica que
en una era de jerarquías más planas y de profesionales
del conocimiento, lo más probable es que el poder
blando importe cada día más, pero a nadie le gusta que
lo manipulen por mucho tiempo.12 Los programas de
diplomacia pública tributan a la sinergia de las acciones
comunicativas que conforman la imagen país cuando
se basan en la identidad cultural y armonizan intereses
de todas las partes. En este contexto cobra relevancia
el paradigma simbólico-interpretativo, sustentado en la
construcción de significados compartidos a través de
experiencias comunes.
globalizada, de las fuerzas políticas que se le oponen y
que la globalización como proceso objetivo viabiliza,
al facilitar la creciente interconexión entre sociedades,
organizaciones e individuos «desde abajo».4
Las asimetrías existentes crean desventajas para el
aprovechamiento de las oportunidades en este nuevo
escenario y aumentan la vulnerabilidad de los países
más débiles. Pero la globalización, en tanto sistémica,
incrementa las interdependencias, y las vulnerabilidades
llegan a todos aunque con impactos diferentes. Como
fundamenta Manuel Castells, más allá de que el acceso
a las nuevas tecnologías está actualmente restringido a
una minoría, ocurre un proceso de democratización al
que se han sumado los movimientos de «resistencia en
red».5 La dinamización de la sociedad civil internacional
frente a los partidos tradicionales y los modelos estatales
centralizados, también apunta en este sentido.
Marx y Engels explican cómo la actividad del
hombre es, en esencia, transformadora de la naturaleza
y de los hombres, para lo cual debe comunicarse no
solo en el ámbito más cercano sino a nivel universal.6
Ello sustenta la potencialidad objetiva de las influencias
cruzadas; aun en condiciones de asimetría, la actividad
humana nunca es pasiva, gracias a la preminencia de la
identidad cultural.
Los individuos necesitan tener un sentido firme de
identificación grupal constituido, cuando menos por
tres generaciones con una cultura común, para tener
y mantener un sentimiento de bienestar.7 Ello explica
por qué se resisten a las agresiones a su identidad.
No hay que perder de vista que la propia formación
de las identidades ha estado siempre acompañada de
la «mezcla» de culturas, aunque no pocas veces han
ocurrido procesos de aculturación.
Según explica Néstor García Canclini, el fenómeno
de las culturas híbridas es un proceso objetivo y no
se puede elegir participar o no, si se forma parte de
un mundo fluidamente interconectado. Se entiende
por hibridación los «procesos culturales en los que
estructuras o prácticas discretas, que existían de forma
separada, se combinan para generar nuevas estructuras,
objetos y prácticas».8 Este concepto explica casos
que pueden considerarse extremos, como el de la
emigración puertorriqueña a los Estados Unidos,9 y no
por ello poco comunes, así como la hibridación, menos
perceptible, de la cultura de los individuos que tienen
más o menos acceso a los intercambios de información y
de personas en cualquier parte del mundo. Ambos tipos
de situaciones son objetivos pero igualmente riesgosos.
El carácter sistémico de los problemas globales, y las
interdependencias que se van entretejiendo entre los
diferentes sujetos de las relaciones internacionales abren
oportunidades para las influencias cruzadas.
La construcción de significados compartidos
En el contexto internacional y organizacional actual
ocurre toda una revolución de los métodos de gestión,
23
Alina Altamirano Vichot
un cambio cultural con preeminencia de los activos
intangibles y las relaciones interpersonales cara a cara,
y los individuos pasan de productores a mediadores.
«Los nuevos valores que han de singularizar y vender
los servicios son tan intangibles como ellos mismos y
proceden de la identidad, la cultura organizacional, la
comunicación y la imagen».13
A partir de los criterios de Carolina de la Torre,14
se asume la identidad cultural, individual y colectiva
como el proceso que permite al sujeto ser consciente
de sí mismo frente a los demás, da sentido compartido
a la acción, y se manifiesta a través de la cultura. Abarca
todas las identidades interdependientes, en la actividad
práctica de las personas que las reciben, construyen,
reconstruyen y expresan. Ello explica cómo, en las
relaciones entre las personas, algunas claves identitarias
son más o menos comunes y sirven de pivote para influir
en determinadas conductas, y otras son suficientemente
persistentes en el tiempo, como para oponerse a los
procesos de aculturación. Una estrategia de imagen país
que pretenda ser exitosa, debe tener en cuenta unas y
otras, y favorecer la construcción y reconstrucción de
otras claves identitarias deseadas, que medien (y sean
mediadas) en las relaciones internacionales.
La imagen país, como instrumento ideológicocultural de política exterior es un objetivo estratégico
y media en el logro de otros. Pero la imagen de un
país no se construye solo a través de logos e isotipos,
se «construye» a partir de la identidad. En este
punto, es importante precisar algunas variables y sus
interrelaciones. Según el modelo propuesto por Justo
Villafañe,15 las acciones comunicativas en función de la
imagen país ocurren tanto en el sistema fuerte como
en el débil del conjunto del sistema político. El fuerte,
integrado sobre todo por los productores de bienes y
servicios, es el que a través de los procesos funcionales
satisface las necesidades y expectativas de la sociedad
internacional ante el país de referencia, y genera la
imagen funcional. Ello supone la alineación sinérgica del
comportamiento de las instituciones gubernamentales,
empresas, ONG, entre otros, en sus roles de clientes,
proveedores, acreedores, deudores, miembros de
organismos internacionales, etcétera.
El sistema débil está conformado por la cultura y
las estrategias de comunicación. Se basa en la identidad
cultural y está integrado a los procesos funcionales.
Si estos no cubren las expectativas de la sociedad
internacional, poco o nada puede hacer para armonizar
intereses y tributar a la imagen favorable que necesita el
país para el cumplimiento de sus objetivos de política
exterior. Además del componente cognitivo, el sistema
débil aporta el grueso del afectivo, requerido por los
individuos que, a título personal o en representación
de los sujetos colectivos de la sociedad internacional,
contribuyen a la toma de decisiones a favor o en
contra del país de referencia, incluido este en la
sociedad internacional. Los componentes individuales
y colectivos que constituyen los públicos internos son
parte del objeto y a la vez sujetos de la imagen país.
La permeabilidad de las fronteras hace cada vez más
delebles los límites de los públicos internos y externos,
y cobran relevancia los públicos estratégicos. Ello no
contradice la idea consensuada de que son los primeros,
con su comportamiento funcional y comunicacional,
quienes, en última instancia, emiten los mensajes
que conforman la imagen. No obstante, los públicos
externos no solamente son sujetos de la imagen, sino
que también median en su conformación. A partir de
la imagen que tienen del país de referencia, también
emprenden acciones comunicativas favorables o no.
Esas acciones deben ser gestionadas con enfoque
sinérgico.
El país interactúa en la sociedad internacional a través
de sus públicos internos, constituidos o no en públicos
estratégicos. Ellos son los componentes de su sistema
político, conformado por las instituciones de gobierno
y de la sociedad civil, que cada vez más incrementa sus
mediaciones. Las crecientes interconexiones entre la
sociedad civil de diferentes países obligan a considerar,
en la estrategia de imagen país, cómo potenciar la
sinergia de todos los mensajes que emite cada uno de
sus componentes, los que generalmente actúan por su
cuenta y muchas veces en contraposición a las políticas
de gobierno. De otra forma, la estrategia de imagen país
pierde efecto como instrumento ideológico-cultural de
política exterior, y baja el rendimiento de las inversiones
en comunicación en función de la imagen.
Los significados que se conforman en el imaginario
colectivo dependen de los códigos de la comunicación y,
por tanto, de los compartidos que, según el paradigma
simbólico-interpretativo de la comunicación y de los
modelos de gestión basados en los valores, se construyen
en las experiencias comunes. Es decir, la interacción de
los diferentes componentes de los sistemas políticos,
en actividades de todo tipo, para fomentar vivencias
comunes y alinear códigos de comunicación, favorece
la sinergia de las acciones comunicativas en función de
la imagen país.
Se debe diseñar una imagen país intencional,
tan sintética como universal, que apunte hacia las
expectativas de la mayor cantidad públicos internos y
externos posibles. A la vez debe alinearse con la imagen
intencional de todos los sujetos a nivel nacional; pero
no todas las instituciones e individuos que conforman
el sistema político, se proponen esa imagen. Por ello,
la imagen país intencional, debe estar en consonancia
también con la funcional, a nivel de los públicos
estratégicos.
24
La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional
Para satisfacer todos esos requerimientos, se
debe prever un sistema de gestión de la imagen que
incluya tanto la intencional, como la funcional y de la
organización, en cada uno de los niveles en que pueden
conformarse, a saber: individual, organizacional y social.
Los múltiples sujetos que intervienen en ello deben
ser considerados para la elaboración de la estrategia
de forma participativa y descentralizada, por lo que el
papel de institución coordinadora de esta,16 es vital para
lograr la sinergia de todas las acciones.
Aunque no todos los sujetos elaboran estrategias,
igual impactan en la imagen país. La identidad cultural
media en su conformación, a través del comportamiento
consciente o inconsciente de los individuos. Lograr
alinear todas las acciones comunicativas de tantos
individuos a favor de una imagen intencional es
prácticamente imposible. Es más viable alinear la imagen
intencional a la identidad cultural, y utilizar sus aspectos
particulares como claves identitarias para compartir
significados dentro y entre públicos estratégicos
específicos. Otra cosa sería un conjunto de acciones
comunicativas infundadas, poco creíbles, no perdurables
en el imaginario colectivo, y contraproducentes para
crear ambientes favorables, pues serían causa de
disonancias cognitivas en los públicos de la sociedad
internacional.
El perfeccionamiento de la estrategia de imagen país
pasa por reconocer, utilizar y proyectar la diversidad
objetiva. No puede basarse en soluciones de aislamiento
y tampoco en la imposición y generalización de
supuestas «mejores» prácticas. Como afirma Héctor
Díaz-Polanco,
través de la construcción de significados compartidos,
como de una adecuada estructuración de mensajes.
La estructuración de mensajes en función
de la imagen país
Como campo de actuación de la comunicación
institucional, la estructuración de mensajes se integra
a la construcción de significados compartidos. Las
experiencias comunes permiten emitir mensajes
humanos con alto contenido afectivo; la utilización del
lenguaje verbal y no verbal privilegia la relación cara
a cara, y potencia la utilización de redes informales
sin detrimento de las formales. Los niveles diádicos
y de pequeños grupos viabilizan una comunicación
personalizada, oportuna y económica, para atender
las necesidades y expectativas de todos los públicos y
potenciar la sinergia de todas las acciones comunicativas
en función de una imagen país favorable.
Como explica Gerald Goldhaber,18 las organizaciones
disponen de varios tipos de acciones comunicativas
para difundir sus mensajes, en función de los costos,
objetivos generales, necesidades específicas, tamaño
de la organización, tiempo disponible, necesidades y
sentimientos de su personal.
La diversidad de públicos y mensajes obliga a que
el coordinador de la estrategia, ya sea la cancillería u
otra instancia, compulse al diseño de un sistema de
estrategias descentralizadas que aborde las características
particulares de cada público, a saber: instancias de
gobierno, entidades públicas y privadas, empresariales,
ONG, etc. Cada una de ellas debe considerar, en
el diagnóstico de imagen, las expectativas de sus
contrapartes de la sociedad internacional, constituidos
como públicos estratégicos. Una estrategia centralizada
entorpece estos propósitos.
Cuando la imagen que se tiene del país objeto de
referencia no favorece la armonización de intereses, lo
primero que hay que hacer es modificar la realidad. Si
no se puede, hay que explicar las causas. Cambiar una
representación mental ya convertida en prejuicio o
estereotipo, incluso proveniente de un rumor, necesita
de mucha información y contenido afectivo. Los
mensajes directos, en los niveles diádicos y de pequeños
grupos, son más efectivos para estos propósitos. Los
emisores pueden ser más empáticos, disminuyen
las distorsiones dadas por la naturaleza seriada de la
comunicación, se logra mejor la intencionalidad y
la retroalimentación es inmediata. La armonización de
intereses se logra más fácilmente.
Según la definición de mensajes humanos de
Goldhaber, la imagen tiene que ser comunicada
primeramente entre los individuos que conforman el
si la justicia fuera la primera virtud de las instituciones
sociales, la diversidad de modos de vida es uno de sus
presupuestos esenciales. Cualquier proyecto, plan de vida
o diseño institucional que excluya la diversidad será una
jaula de hierro para el espíritu humano.17
Un enfoque de prospectiva participativa puede
enriquecer el diseño y ejecución de la estrategia de
imagen país a través de la armonización de intereses, a
la vez que respeta la diversidad y ayuda a preservar la
identidad cultural. Entre los instrumentos ideológicoculturales de política exterior, las modalidades de
diplomacia pública contribuyen a estos fines y aportan
espacios para el desarrollo de experiencias comunes.
La síntesis objetiva de significados sobre el país de
referencia puede favorecer o no la imagen intencional.
Para que el resultado sea positivo, hay que atender las
necesidades cognitivas y afectivas de los individuos
según su condición bio-psico-social, considerando la
naturaleza personal de la comunicación; aprovechar
las ventajas de su naturaleza transaccional y seriada, y
disminuir el impacto de sus desventajas —que se pueden
constituir en barreras al hecho comunicativo—, tanto a
25
Alina Altamirano Vichot
Un individuo que no disponga de información, no participe en
la toma de decisiones y no satisfaga sus necesidades materiales y
espirituales, difícilmente podrá emprender acciones sinérgicas
a favor de una buena imagen de su país.
sistema político del país de referencia, considerando
principalmente sus actitudes, su satisfacción y su
realización. Los mensajes humanos se interesan por
los sentimientos, la moral y el concepto que tienen de
sí mismas las personas que portan la identidad cultural;
mejoran las relaciones interpersonales, contienen el
componente afectivo necesario para cambiar prejuicios
y estereotipos y lograr cambios de actitud. Las relaciones
horizontales e informales son siempre más convenientes
para difundir mensajes humanos a favor de una imagen
país intencional.
Las redes informales resultan convenientes, además,
para difundir mensajes que se avengan a la identidad
cultural y potencien las ventajas de la naturaleza personal,
transaccional y seriada de estos. Pero no hay que perder
de vista que dentro y fuera de las organizaciones, son
muy difíciles de alinear. Los programas de diplomacia
pública, abren oportunidades para armonizar intereses
a través de procesos funcionales e, indirectamente,
favorecen la sinergia de los mensajes informales en
función de la imagen país.
Según Goldhaber, el atributo más negativo de la
difusión de mensajes informales es quizás que algunas
veces sus redes son utilizadas para propagar rumores
falsos, pero los mensajes que fluyen por redes formales
y medios de comunicación masivos, entre otros
canales, no están exentos de esta limitación. Por ello
se recomienda una política de información proactiva
(y no defensiva) para difundirlos a favor de la imagen
país. Con ello se puede evitar rumores destructivos, no
importa si fluyen por las redes formales o informales.
Los programas de diplomacia pública también
contribuyen a disminuir los impactos negativos de los
rumores que deterioran la imagen. Cuando se armonizan
y comparten intereses a través de procesos funcionales
de largo plazo, se construyen significados compartidos,
y además de homologarse códigos de comunicación,
los mensajes son oportunos y con credibilidad. Una
sólida imagen funcional y de la organización evita que
nazcan rumores falsos. Y si aparecen, los públicos están
menos interesados en propagarlos, por considerarlos
destructivos de sus colegas, aliados estratégicos o seres
queridos, y la retroalimentación puede ser inmediata, lo
que reduciría su propagación.
La labor de motivación y capacitación para organizar
grupos de trabajo multidisciplinarios y generar
sinergias a través de la coordinación entre diferentes
instituciones es un reto para quien, en representación
de todo el sistema político, tiene a su cargo la estrategia
de imagen país y el diseño de la imagen intencional.
Un enfoque prospectivo, complejo y transdiciplinario
entre las instancias del país de referencia, y de ellas con
sus públicos estratégicos, aprovecha las ventajas de la
comunicación horizontal y mitiga el impacto de sus
desventajas.
Cuando existen asimetrías de poder y de acceso a
los medios por razones políticas o falta de recursos
económicos, y cuando la opinión pública es adversa,
las interrelaciones a largo plazo dentro de las redes de
comunicación de los públicos estratégicos cobran mayor
importancia, se convierten en un canal efectivo, y a
veces el único, para la emisión de mensajes en función
de una imagen país favorable. Perfeccionar la estrategia
a través de la sinergia de todos los mensajes, al sustentar
la imagen intencional en la identidad cultural y coordinar
las acciones comunicativas de todos los públicos,
supone el desarrollo de los programas de diplomacia
pública, preferiblemente de largo aliento.
Las mediaciones de los programas
de diplomacia pública
Desde la perspectiva de la comunicación institucional,
la diplomacia pública es un complejo sistema de
construcción de interrelaciones y significados, mediante
la emisión y trasmisión de mensajes, el cual utilizado
estratégicamente, puede convertirse en un efectivo
complemento de la diplomacia tradicional.
Nye y Mark Leonard coinciden cuando consideran tres
dimensiones de la diplomacia pública: la administración
de noticias o comunicación diaria, que abarca las
explicaciones de las decisiones en política interna y
externa a través de la prensa; la comunicación estratégica,
para temas específicos divulgados por medios similares
a las campañas publicitarias; y la construcción de
interrelaciones a largo plazo a través de intercambios
culturales.19 Estas dimensiones constituyen un sistema
y deben gestionarse de manera conjunta dentro de
la estrategia de diplomacia pública en función de la
imagen país.
26
La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional
La comunicación diaria y parte de la estratégica o
de campaña, se producen comúnmente en el nivel de
masas. Son, por lo general, mensajes unidireccionales
y en consecuencia se dificulta la retroalimentación.
Casi siempre los medios de comunicación que utilizan
son costosos, no propenden a experiencias comunes,
y por ello son menos eficaces para la construcción
de significados compartidos, la homologación de
códigos de comunicación y la potenciación del impacto
afectivo de los mensajes humanos. Por la saturación de
información en los medios masivos, corren el riesgo
de no ser atendidos o ser poco creíbles.
Por ello se hace énfasis en la construcción de
interrelaciones a largo plazo, como la dimensión que
más y mejor contribuye a la conformación de una
imagen país basada en la identidad y el paradigma
simbólico-interpretivo. Esta dimensión de la diplomacia
pública, muchas veces llamada «diplomacia cultural»,20
aprovecha los valores identitarios, trasmitidos a través
de la cultura, para influir en sectores gubernamentales
y no gubernamentales.
Como afirma Saylín Martínez, al abordar los campos
de acción de la diplomacia pública en el contexto
cubano, la construcción de relaciones es
Los sujetos de los programas de diplomacia pública
son miembros de la sociedad internacional quienes,
constituidos en públicos estratégicos, realizan acciones
comunicativas en función de la imagen país: gobiernos
y organizaciones intergubernamentales, medios de
comunicación de masas, individuos de la sociedad
internacional y de la localidad, clientes y proveedores
ya sean públicos o privados, ONG, las diásporas, y
otros.
Los mensajes hacia y desde las instituciones
de gobierno y organismos intergubernamentales
generalmente fluyen según las reglas de la diplomacia
convencional. Sin embargo, no hay que perder de vista
las potencialidades de las actividades informales, como
una dimensión de diplomacia pública. Los decisores
en las organizaciones gubernamentales y organismos
internacionales son individuos que actúan según sus
procesos cognitivos y afectivos (dentro de determinados
límites políticos y funcionales). Las relaciones informales
entre funcionarios y sus familiares contribuyen a que
se produzcan mensajes diádicos, directos y humanos,
portadores de afectos, para fomentar la construcción
de significados compartidos. Todo ello potencia la
sinergia a favor de la imagen intencional, siempre que
esté diseñada sobre la base de la identidad cultural.
Las políticas de cancillería y de otras instituciones que
limitan las relaciones informales entre los funcionarios
y sus familiares con sus contrapartes extranjeras
desconocen la objetividad de las redes informales
y desperdician su potencial para la construcción de
sinergias a favor de la imagen país.
Fomentar y lograr la ubicación de funcionarios locales
en organismos internacionales ofrece varias ventajas
para la conformación de una imagen país favorable.
El alto desempeño de un funcionario internacional
denota, por sí mismo, una imagen funcional favorable
de su país de origen. La armonización de intereses entre
el país y las organizaciones puede ser más oportuna. Los
funcionarios contribuyen a la creación de significados
compartidos en programas internacionales aportando
sus atributos identitarios. Asumen un doble papel de
público interno y externo, con posibilidades de influir en
la conformación de una imagen favorable, en tanto sus
mediaciones pueden servir para codificar y decodificar
mensajes, lo que elimina barreras a la comunicación.
Algo similar ocurre con las sedes diplomáticas y las
oficinas de los organismos internacionales acreditadas
en el país objeto de referencia. Sus funcionarios y
familiares, pueden pasar de público externo a estratégico,
con sus consiguientes ventajas.
Como fundamenta Nye «las encuestas muestran
que la gente es hoy mucho menos deferente con la
autoridad en las organizaciones y en la política».25 No
se pierde de vista que los gobiernos siguen utilizando
el establecimiento e implantación de vínculos sociales y
acciones en los ámbitos de la cultura y la cooperación,
[que] actúa en el largo plazo y persigue la consolidación
de relaciones estables y duraderas con la sociedad civil
de otros países, en función del reconocimiento y el
aprendizaje de valores.21
En ocasiones se limitan los programas de diplomacia
cultural porque puedan representar amenazas para la
seguridad nacional. Al respecto alerta Carlos Alzugaray
al fundamentar la importancia de fortalecer los
intercambios académicos:
[L]os gobiernos persiguen sus agendas políticas [...] y
resulta saludable que los mismos se produzcan cuando
las agendas propenden a un acercamiento entre ambas
sociedades y culturas, resulta un evidente error pretender
que los intercambios académicos puedan servir a
objetivos maximalistas como puede ser la política de
«cambio de régimen» [...] Resulta mucho más viable
y legítimo estimular el intercambio académico en
función de aumentar la comprensión mutua de intereses
contradictorios.22
Las propuestas de María Luisa Muriel y Gilda Rota23
y de Antonio Lucas Marín24 acerca de los prerrequisitos,
las características, los criterios y las prácticas para una
buena estrategia de comunicación con los diferentes
públicos, sirven como marco lógico para analizar las
ventajas y desventajas de los programas de diplomacia
pública en función de la imagen país, a partir de los
tipos de mensajes que les son mas inherentes y cómo
ellos inciden en la armonización de intereses para la
creación de sinergias.
27
Alina Altamirano Vichot
el «poder duro» y el «poder inteligente», en procura de
sus objetivos de política exterior. Sin embargo, según
el paradigma simbólico-interpretativo, los países que
optan por instrumentos diferentes a la violencia militar
y la coacción, más que el valor persuasivo del «poder
blando», deben utilizar la construcción de significados
compartidos a través de intercambios, sobre todo entre
los componentes de la sociedad civil.
Leonard y otros reportan que solo 20% de la
población británica cree en sus políticos y ministros de
gobierno, mientras que 91% cree en los doctores, 71%
en los noticieros de televisión, y hasta 54% en cualquier
persona común.26 Esas cifras ilustran cuánto más
creíble, en términos de imagen, puede ser una persona
corriente que un funcionario público. Ello apunta
hacia la credibilidad de algunos grupos profesionales
específicos, que pueden ser potenciados en función de
la imagen, si se gestionan como públicos estratégicos.
Para ello, las interrelaciones con los medios de
comunicación masivos se enmarcan en lo fundamental
en las dimensiones de administración de noticias y
comunicación de campaña de la diplomacia pública. A
pesar de la saturación de noticias y la poca credibilidad de
algunos medios en determinados públicos, estos siguen,
por su amplia cobertura y trascendencia, liderando la
comunicación con los públicos externos generales y
otros específicos, e incluso con los internos.
Para potenciar la sinergia de las acciones de los
medios en función de la imagen, hay que coordinar
su tratamiento, tanto a los nacionales como a los
internacionales. Adicionalmente, estos deben ser
gestionados como un público estratégico, lo que
permite evitar disonancias cognitivas en los públicos
que acceden a unos y otros y favorece la armonización
de intereses.
Los medios contribuyen a conformar una imagen
favorable cuando son tratados como aliados estratégicos
y se les facilita información oportuna y creíble, que es el
insumo que necesitan para el desarrollo exitoso de sus
procesos funcionales. Además, se gana la posibilidad de
ser fuente primaria de la información que se va a difundir,
se evita el riesgo de información falsa y no conveniente,
y la mala imagen que genera no colaborar con ellos.
Por tanto, la institución coordinadora de la estrategia
debe fomentar una política responsable de atención a
la prensa, que garantice oportunidad y credibilidad de
la información. Ello obliga a la descentralización y al
establecimiento de vínculos estratégicos de largo plazo
y convenientes para todas las partes.
Igual que los funcionarios de gobierno, los periodistas
introducen matices según su condición bio-psico-social,
dentro de los límites de las políticas editoriales, y pueden
ser influenciados con acciones de contenido afectivo.
Las oficinas de medios internacionales acreditados
dentro de fronteras posibilitan que los periodistas
extranjeros pasen de públicos externos a estratégicos.
Las relaciones de largo plazo con individuos de los
medios y sus familiares fomentan la construcción de
significados compartidos, y contribuyen a la sinergia de
los mensajes a favor de la imagen país intencional.
A efectos de imagen país, la sociedad como sujeto
de la diplomacia pública amplía sus fronteras y se
convierte en sociedad civil internacional. Sin embargo,
no hay que perder de vista la comunidad cercana a una
misión diplomática, o cualquier sujeto de la sociedad
civil del país objeto de referencia. Los intereses
comunes pueden ser de la más diversa naturaleza. Cada
acción comunicativa en función de la imagen, deberá
considerar los intereses particulares de cada localidad
y la diversidad de sus miembros.
Para lograr un objetivo tan ambicioso, las estrategias
de comunicación deben, en primer lugar, respetar
la identidad cultural de los receptores. Se puede
fomentar programas de diplomacia pública a largo
plazo que promuevan el desarrollo de la localidad,
sobre todo en temas de salud y educación, por su alto
contenido afectivo. Convertir los públicos generales en
específicos o estratégicos ayuda a armonizar intereses
en función de una imagen favorable del país de origen, a
través de su comportamiento cotidiano en la sociedad
receptora. Las relaciones interpersonales entre colegas,
sus cónyuges y sus amigos, son canales de mensajes
informales y humanos que favorecen la sinergia de las
acciones comunicativas. Los niños y los jóvenes, por
su sensibilidad y espontaneidad, son especialmente
afectivos y creíbles.
Las escuelas internacionales y otras instituciones
educacionales, culturales y deportivas para niños y jóvenes
resultan espacios fértiles para la promoción de valores
identitarios nacionales en ambientes multinacionales.
Cuando los significados compartidos en edades
tempranas logran consolidarse, se incorporan con mucha
carga afectiva como atributos de la personalidad para
toda la vida y condicionan el comportamiento futuro.
Las políticas dirigidas a los llamados «diplochildren»
son una muestra de cómo influir en niños y jóvenes que
probablemente, en un tiempo más o menos mediato,
serán decisores en asuntos internacionales.
Los clientes y proveedores son un buen ejemplo de
públicos específicos, quienes, a su vez, son sujetos de la
diplomacia de negocios. Para armonizar intereses con
ellos hay que conocer sus necesidades, negociar con la
filosofía de ganar-ganar, cumplir los contratos, tener
una buena disciplina financiera, y guardar fidelidad y
discrecionalidad, entre otros aspectos. Sin una buena
imagen funcional de cada una de las instituciones
nacionales que participan en los negocios no se
puede comunicar una imagen país favorable. En su
28
La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional
Educar a los ciudadanos.
Fomentar la mediación de conflictos por vías no
oficiales.
conformación participan muchos individuos en sus
respectivas funciones dentro de sus instituciones:
operadores telefónicos, personal de entrega, oficinistas,
representantes, vendedores y compradores, mensajeros,
así como directivos en general. Una buena imagen
requiere de calidad y también de afectividad.
Los altos ejecutivos están, con frecuencia, demasiado
separados de las actividades diarias de la organización y
no siempre representan los intereses específicos de su
gente. Los empleados de bajo nivel a menudo carecen
de información acerca de la organización. Ni unos ni
otros son siempre los mejores interlocutores de las
organizaciones. Así, aparecen redes especializadas que
se comportan como públicos estratégicos.
l
l
De acuerdo con las funciones anteriores, los tanques
pensantes son más influyentes en temas políticos
que instituciones profesionales, por lo que resulta
conveniente fomentarlos e incluirlos en los programas
de diplomacia pública.
Igual que redes de personas, aparecen redes
de organizaciones con similares impactos en el
establecimiento de relaciones a largo plazo y la apertura
de espacios para comunicaciones informales. Cada
vez más aparecen las supra-organizaciones, es decir,
las organizaciones de segundo grado para defender
espacios comunes. Las asociaciones internacionales de
empresarios de un determinado sector, de universidades,
de bancos, los comités internacionales de deportes, etc.,
son también espacios para acciones comunicativas
en función de la imagen país, al resaltar atributos
específicos favorables, dentro del conjunto de la
identidad nacional.
Leonard y otros reportan que en una encuesta de
Environics International Global Issues, realizada a mil
personas, en cada uno de los países del G-20, 65% de
los encuestados dijo creer que las ONG trabajan para
el interés social, en contraste con 45%, que expresó lo
mismo con respecto a los gobiernos nacionales. Existen
más de veinte mil redes internacionales de ONG, 90%
de ellas creadas en los últimos treinta años.30 Una vía
para adelantar programas de diplomacia pública con
las ONG puede ser la formalización de proyectos
conjuntos e incluso la creación de relaciones estables,
cuando es posible el nombramiento de representantes
permanentes. Ello posibilita atender las necesidades
mutuas de forma oportuna y armonizar intereses en
función de una imagen favorable.
El incremento de las migraciones en la segunda
mitad del pasado siglo ha permitido la vinculación
entre familiares, amigos, colegas y antiguos socios de
negocios, dispersos por muchos países del mundo.
La diplomacia de diáspora es también una opción de
diplomacia pública, tanto para los países emisores como
los receptores. Los inmigrantes suelen ser muy creíbles
al trasmitir la imagen de sus países de origen, en tanto
se integran como públicos estratégicos y desarrollan
interrelaciones de largo plazo con alto contenido
afectivo. Para contribuir a la sinergia de las acciones
comunicativas de la diáspora a favor de la imagen país,
es necesario lograr una doble armonización de intereses:
primero, entre la diáspora con el país emisor, y luego
con el receptor.
El desarrollo de talentos en la diáspora ayuda a la
nacionalidad de origen a ganar credibilidad, mientras
que para la sociedad receptora sirve como recurso
La dirección de la organización puede mejorar la
comunicación externa desafiando estructuras de apertura,
y potenciando la actividad externa de representantes
de nivel medio [...] que no se circunscriban tan solo a
departamentos tales como relaciones públicas, marketing,
e investigación de mercados. El uso de nuevas tecnologías
como Internet, puede incrementar, a un bajo costo, el
flujo de información.27
Las redes profesionales y académicas están
formadas por individuos que, sin renunciar a intereses
de su entorno nacional y organizacional, comienzan a
desarrollar vínculos concretos e intercambios con sus
contrapartes profesionales en otros países. Alzugaray
analiza la relevancia de las redes profesionales dentro
de los programas de diplomacia cultural28 y, desde otra
perspectiva, coincide con Lucas en que pueden ser muy
efectivas en la solución de conflictos, sobre todo cuando
las relaciones intergubernamentales no son normales.
En todo caso, se establecen redes, más o menos
formales, entre individuos que promueven sus valores
políticos y culturales, refuerzan el desarrollo científico
de sus países a través de la cooperación entre sociedades
científicas, educativas y culturales del mundo, en cada
especialidad, y comparten tecnologías. Aunque en
condiciones asimétricas, siempre se puede administrar
los riesgos y aprovechar las oportunidades. Por tener
intereses comunes, y ser relativamente influyentes, las
redes profesionales deben ser tratadas como públicos
estratégicos en función de la imagen país.
La relación con los llamados «tanques pensantes»
(individuos e instituciones de alta capacidad analítica en
cuestiones políticas) requiere una llamada de atención,
por las funciones básicas que cumplen, según Richard
Haass, citado por Alzugaray:29
Generar nuevas ideas entre los tomadores de
decisión.
l Suministrar expertos que trabajen posteriormente
en el gobierno o en los parlamentos.
l Ofrecer a los formuladores de política un espacio en
el cual construir un entendimiento común acerca de
las opciones políticas.
l
29
Alina Altamirano Vichot
A modo de conclusión
humano y para atraer a otros talentos, en detrimento
del país emisor. Resolver esa contradicción es todo un
reto que debe ser asumido de manera conjunta por
todas las instituciones que, a nivel social, interactúan
en los procesos migratorios.
Entre las ventajas funcionales de las diásporas
están que ayudan a resolver las competencias en
lenguas extranjeras y trasmiten sus claves identitarias.
Por una parte, reducen las barreras a la comunicación
al homologar códigos; por otra, contribuyen a la
«hibridación de culturas», favoreciendo la construcción
de significados compartidos. Las diásporas ayudan a
eliminar prejuicios y predisposiciones frente a otras
culturas, lo que facilita los procesos de comunicación.
Se corren riesgos de conflictos con los grupos étnicos
y de aparición y crecimiento de conductas excluyentes,
pero la objetividad de los procesos migratorios
obliga a administrar los riesgos y aprovechar las
oportunidades.
La diplomacia de marcas, es otra opción de
diplomacia pública, muy provechosa para la imagen
de unos pocos países, en detrimento de otros que a
duras penas logran vender sus genéricos. Las marcas
«venden las identidades» nacionales a sus consumidores.
Del valor de marcas a nivel mundial, 68% corresponde
a los Estados Unidos, y 6% al Reino Unido, en tanto
Francia, Alemania, Japón y Suiza acumulan 5% cada
uno y, finalmente, Finlandia 4%.31 En resumen, siete
países, acumulan casi la totalidad del valor de las marcas,
aunque muchas de ellas han pasado a tener una imagen
internacional o global. En todo caso, el resto de los
países del mundo dispone de poca o ninguna posibilidad
para utilizar sus marcas en función de su imagen.
El comercio entre naciones vecinas y otras formas de
integración incrementan la seguridad frente a amenazas
comunes, aumentan la credibilidad y reducen las
posibilidades de conflicto.32 Los acuerdos de integración
regional pueden ser una alternativa de diplomacia
pública, pues en la misma medida en que permiten
la armonización de intereses, aun en condiciones de
asimetría, sientan las bases para la conformación de
una imagen país favorable.
Los eventos puntuales en ámbitos artísticos,
académicos, deportivos y recreativos no contribuyen
de manera directa al establecimiento de relaciones
a largo plazo para la armonización de intereses y la
construcción de significados compartidos; sin embargo,
cuando son notables, devienen acciones comunicativas
con contenido cognitivo y afectivo, que aprovechan las
ventajas de los mensajes informales para la conformación
de una imagen país favorable. Lo más importante, en
términos de imagen, es que estas actividades puntuales
abren posibilidades para otros tipos de programas de
diplomacia pública de más largo alcance.
Para que los programas de diplomacia pública
contribuyan a una imagen país favorable, a través de las
modalidades analizadas, es necesario que se establezcan
óptimas relaciones entre los públicos internos y sus
instituciones. Múltiples estudios de Comunicación
Organizacional han fundamentado que las relaciones
satisfactorias de trabajo se derivan directamente de las
dimensiones de certidumbre y apoyo. La certidumbre
implica la disponibilidad de la información requerida
sobre los asuntos que resulten importantes, sobre todo
para satisfacer las necesidades personales. El apoyo
no solo tiene que ver con sentir que se satisfacen sus
necesidades, sino también con sentirse un componente
valioso del sistema.33 Un individuo que no disponga de
información, no participe en la toma de decisiones y
no satisfaga sus necesidades materiales y espirituales,
difícilmente podrá emprender acciones sinérgicas a
favor de una buena imagen de su país.
Notas
1. La comunicación institucional es un sistema de procesos seriados
que ocurre de forma transaccional entre individuos, que dentro
y fuera de las organizaciones comparten experiencias comunes
según su condición bio-psico-social. Actúa en dos campos
interconectados: la construcción de significados compartidos y la
elaboración de mensajes. Además de un sistema de conocimientos,
es un método integral para abordar las acciones comunicativas en
las organizaciones, que aparece en la literatura especializada con
diferentes denominaciones: corporativa (con enfoque de cuerpo),
organizacional y estratégica.
2. La diplomacia pública es un concepto de reciente incorporación al
ámbito académico. En este trabajo se parte fundamentalmente de
las bases teórico-prácticas expuestas en Saylín Martínez, Diplomacia
pública cubana: una aproximación a sus bases teórico-prácticas, tesis del
Diplomado en Servicio Exterior, Instituto Superior de Relaciones
Internacionales Raúl Roa García, La Habana, 2009.
3. Los públicos estratégicos son grupos de personas de dentro y de fuera
de las organizaciones que, interconectados en redes, desarrollan
intereses comunes que «atraviesan» los de la organización y pueden
ser alineados sinérgicamente.
4. Véase un análisis más detallado en Alina Altamirano, La
imagen país: una mirada desde la Comunicación institucional, tesis para
la obtención del grado de Máster en Relaciones Internacionales,
Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García»,
La Habana, 2011.
5. Manuel Castells, Comunicación y poder, Alianza Editorial S.A.,
Madrid, 2009.
6. Carlos Marx y Federico Engels, «La ideología alemana», Obras
escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 35.
7. Armando V. Cristóbal, «Las identidades humanas. Pretextos para
la manipulación política», Memorias ISRI 2008, La Habana, 2008.
8. Néstor García Canclini, Culturas híbridas, Grijalbo, México, DF,
2003, p. III.
30
La imagen país y la diplomacia pública: una mirada desde la Comunicación institucional
al Congreso LASA, 2005, p. 9. Publicado en inglés en Latin American
Persectives, v. 33, n. 5, Thousand Oaks, 2006.
9. Véase Alina Altamirano, ob. cit., p. 61.
10. Mancur Olson, La lógica de la acción colectiva, Limusa, México,
DF, 1992.
21. Saylín Martínez, ob. cit., p. 48.
22. Carlos Alzugaray, ob. cit., p. 18.
11. Roberto González, Teoría de las relaciones políticas internacionales,
Pueblo y Educación, La Habana, 1990, p. 44.
23. María Luisa Muriel y Gilda Rota, «Públicos externos», en Irene
Trelles, comp., Comunicación organizacional, Editorial Félix Varela, La
Habana, 2007, pp. 105-22.
12. Véase Joseph S. Nye, Jr., «El próximo líder de Estados Unidos»,
El País, disponible en www.elpais.com (consultado 28 de marzo
de 2008).
24. Antonio Lucas Marín, «La comunicación externa: innovación»,
en Irene Trelles, comp., ed. cit., pp. 122-32.
13. Irene Trelles, Julieta Meriño y Arnulfo Espinosa, comps.,
Comunicación, identidad e imagen corporativas, Editorial Félix Varela, La
Habana, 2008, p. 40.
25. Joseph S. Nye Jr., «El próximo líder...», ed. cit.
26. Mark Leonard, Catherine Stead y Conrad Smewing, ob. cit.,
p. 56.
14. Carolina de la Torre, Las identidades: una mirada desde la psicología,
Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Cultura Juan Marinello,
La Habana, 2001.
27. Antonio Lucas Marín, ob. cit., p. 128.
15. Justo Villafañe «Imagen positiva. Gestión estratégica de la imagen
en las empresas» (fragmentos), en Irene Trelles, Julieta Meriño y
Arnulfo Espinosa, ob. cit., pp. 54-5.
28. Carlos Alzugaray, ob. cit., p. 3.
16. A nivel institucional, la estrategia de imagen es generalmente
coordinada por la Dirección de Comunicación, que debe estar
subordinada al primer nivel de dirección. A nivel de país, puede
estar subordinada a la Cancillería o a otra instancia que también se
subordine al primer nivel de dirección.
30. Mark Leonard, Catherine Stead y Conrad Smewing, ob. cit.,
p. 58.
29. Ibídem, p. 17.
31. Ibídem, p. 70.
32. Véase Maurice Schiff y L. Alan Winters, «Regional Integration
as Diplomacy», The World Bank Economic Review, v. 12, n. 2, mayo
de 1998.
17. Héctor Díaz-Polanco, Elogio de la diversidad: globalización,
multiculturalismo y etnofagia, Centro de Investigaciones y Desarrollo
de la Cultura Juan Marinello, La Habana, 2007, p. 206.
33. María Luisa Muriel y Gilda Rota, «Públicos internos y la
comunicación institucional», en Irene Trelles, comp., ed. cit.,
pp. 132-48.
18. Gerald Goldhaber, Comunicación organizacional, Editorial Pablo
de la Torriente, La Habana, 2004, p. 87.
19. Joseph S. Nye, Jr., Soft Power: The Means to Success in World Politics,
Public Affairs, Nueva York, 2004, pp. 107-10 y Mark Leonard,
Catherine Stead y Conrad Smewing, Public Diplomacy, The Foreign
Policy Center, Londres, 2002, documento digital, pp. 8-21.
20. Carlos Alzugaray, «Intercambios académicos y relaciones
transnacionales: el caso Cuba-Estados Unidos», ponencia presentada
©
31
, 2011
no. 68: 32-36, octubre-diciembre de 2011.
Denia García Ronda
Beatriz Maggi
y la palabra como compinche
Denia García Ronda
Profesora y ensayista. Revista Temas.
A
pasionada promotora del diálogo íntimo entre el lector y
el texto, la doctora Beatriz Maggi, quien no quiere otro
título que el de profesora —oficio que ha dignificado por más
de sesenta años—, es una de las mujeres que con más eficacia,
y más belleza expresiva, ha penetrado en el complejo mundo
de la literatura universal, muchas veces desde la posición del
receptor, porque para ella la lectura a más de placer, es el medio
de completamiento de lo pensad o y escrito. De esto y otras cosas
ha querido conversar para Temas.
que hoy resultan de aquello muy anterior. La influencia
a que te refieres es algo cabal, constante, secular y
universal. Influye hoy sobre nosotros lo que se escribió
hace miles de años, como resultado de las acciones
de entonces, pero también de que, a su vez, era leído
y escrito por los actores de aquella historia. Las actas
de los Concilios y los Consejos, las Constituciones, los
Parlamentos, lo que se discute y decide en las asambleas,
todo ello proviene de lo que otros hombres han leído y
escrito. Y en la esfera del arte, la película que vemos, el
poema que disfrutamos, la pieza teatral que aplaudimos
o rechazamos, provienen, claro, de las experiencias
vitales de sus autores, pero —entre ellas— de lo que
han leído de dramaturgos u otros autores anteriores.
No temo ser reiterativa si digo otra y otra vez que
solo por el valor público de la palabra hablada y escrita
es que podemos saber de dónde venimos y hacia dónde
vamos, en cuanto a la sociedad humana. Un pueblo
decide su futuro cuando, a través de lo que se ha escrito,
sabe cuál fue su pasado. Esto es lo que se conoce con
la palabra «civilización», pero incluso desde el punto
de vista individual, podemos autorreconocernos, al
extremo de hacernos, hasta cierto punto, capaces de
decidir nuestro destino.
Denia García Ronda: Usted es una entusiasta defensora de
la escritura y de la lectura. Estas dos puntas del hecho literario
presuponen un proceso de comunicación. Ahora bien, tanto la
escritura como la lectura son acciones individuales, solitarias
las más de las veces. ¿Puede ese tipo de comunicación influir en
la esfera pública?
Beatriz Maggi: Inevitable es que lo que se lee o se
escribe influya en la esfera pública, incluso lo que
se escribe para sí, como lo que se lee para sí. El flujo
y reflujo entre el individuo y el conjunto humano es
permanente, universal en tiempo y espacio. No solo
leemos lo que se escribió hace cientos de años, sino
que eso que fue leído y escrito determinó las acciones
32
Beatriz Maggi y la palabra como compinche
Por todo ello es tan trascendental la escuela. Un
país en el cual el niño no aprende con avidez sobre el
pasado de la civilización, ni lee lo que se ha escrito en
el presente ni lo que se vaticina como futuro, no puede
elaborar su destino, ni personal ni colectivo. En este
sentido resulta tan instructivo leer un discurso que ayer
espetó un político, como el más egocéntrico poema
del más ególatra poeta. Todo conduce a todo; todo
ilustra el estadio en que se encuentra la humanidad
en un momento dado. Por eso estimo que un maestro
que no enseña a leer y a escribir bien es un traidor a su
destino individual (¡de homínida!) y al de sus alumnos.
Ese maestro debe volverse a la gruta a gruñir y a pintar
bisontes.
Se aprende leyendo y escribiendo; así es como se
siembra en nuestras frentes el mundo; no se fecunda
la tierra si no se la abona y riega; la tierra se remueve
y entonces se siembra la semilla. Cuando —mediante
la escritura y la lectura— se aprehenden el pasado y
el presente, se avisora el futuro; solo así se lo prevé
y construye. Se fermenta en un tonel el vino delicioso.
Los solsticios son tan importantes como los equinoccios,
sin estos no se cierra el ciclo.
Es culpable un Estado que no promueve niños
ávidos de leer y escribir, y pensar sobre lo leído y revisar
lo escrito. Por eso desdeño —un poco— a la TV: el
niño llega a su casa, tira en una butaca los libros y se
sienta a ver «el episodio», en lugar de leer unos buenos
consejos y unas productivas experiencias de El conde
Lucanor. Prefiere ver la novela, el episodio: ¡No hay que
pensar!
solo al lugar —en parte perjudicial— que desempeña
como entretenimiento doméstico. Si marido y mujer
han reñido, se reconcilian mirando un programa que
ambos disfrutan; el niño retozón se tranquiliza en
la sala y no se lanza a la calle a corretear. Se diría (es
casi un sarcasmo de mi parte) que la TV «reúne» a la
familia; pero muchas veces lo que hace es solo «sentarlos
juntos». Ciertamente, hay veces que todos —niños
incluidos— están solos, cada cual para sí, cada cual
como un espectador solitario.
Pero esto puede ser maledicencia de mi parte, pues la
TV presta un servicio incontestable —tal el periódico—
de informar, a toda hora y cada día, lo que ocurre en el
mundo: Libia, Siria, Afganistán se encuentran «al doblar
de la esquina» y también Yuri Gagarin regresando del
«cielo». La luna es cada vez menos un pretexto amoroso,
y no queda más que transigir con la TV porque me
entera del discurso crucial que se está pronunciando, o
de la dolorosa catástrofe del tsunami en Japón. Gracias
a la TV el mundo se ha vuelto más pequeño y no solo
el globo terráqueo, sino todo el sistema. Está a pedir
de boca viajar a la luna; se llegará a comprar boletos de
ida y vuelta. Solo que, como octogenaria al fin, puedo
decir que no es necesario ese viaje a la luna si algunos
hemos podido «vivir en ella». Dejemos, sin embargo,
a los científicos entretenerse con sus travesuras: eso
desarrolla la mente y tal vez distrae de los pesares.
Quizás eso es, precisamente, la única manera de que el
alma no se mortifique tanto, ya que la humanidad ha
sufrido mucho a lo largo de los siglos. Los científicos
se encargarán de dispersarnos por el espacio; es un
modo de evitar broncas, duelos, divorcios y guerras…
¿o los propiciará?
La TV comparte con el cine el sensacional goce
de la imagen, que tiene la virtud —que no posee el
lenguaje— de la instantaneidad. La imagen se plasma
de golpe, de una vez; no va deviniendo; la vemos
moverse, desplazarse y, a menudo, en colores, o sea,
una vislumbre bastante cercana a la realidad. El cine
tiene, por encima de la televisión, una virtud especial:
en una sala oscura —local diseñado para él— donde se
propone y propicia el silencio, se congrega una multitud
que ríe o llora o medita. Prevalecen el silencio y la
oscuridad; o sea, tenemos un ritual que logra la atención
colectiva; inevitables son la comunión o la discrepancia
casi unánimes. A diferencia de la TV, se produce una
agrupación numerosa e induce evocaciones colectivas;
funde a muchos seres humanos en un haz. Aunque sea
por unas horas, es todo un logro la coincidencia en
tiempo, lugar y emoción.
Además de darse similares o iguales condiciones que
en el cine, el teatro premia con el aplauso o escarnece
con el chiflido; el actor necesita establecer el rapport con
su público; ello lo exalta, y si no lo obtiene lo hunde
DGR: Ya que ha mencionado a la televisión, ¿cuáles son, para
usted, las especificidades comunicativas de la literatura en relación
con otras formas de comunicación?
BM: Por otras formas de comunicación entiendo
radio, cine, televisión, prensa; el teatro es literatura,
aunque participa de características que rebasan la
lectura. Si no incluyéramos el teatro en el «acápite»
de la literatura, ¿dónde quedarían Esquilo, Sófocles,
Eurípides, Shakespeare, Ibsen, Strindberg, Bernard
Shaw, Calderón, Lope de Vega, y otros posteriores como
Oscar Wilde, García Lorca?
Como no estoy confeccionando un tratado, sino
respondiendo a tu entrevista, resumiré mi sentir de este
modo: considero que la prensa y la radio son —en parte
por su frecuencia— modos de trasmitir información.
Esto no excluye artículos de fondo, de interés político
o cultural, en periódicos y revistas que muchas veces
dan evidencias de elegancia y primor del lenguaje.
El cine y la televisión son logros modernos, como
consecuencia de la reproducción técnica de la imagen.
Mientras admiro al cine como uno de los más geniales
hechos de la historia de la cultura y de la civilización,
tengo un culpable desdén por la TV; sin que obedezca
33
Denia García Ronda
BM: Con esa expresión quise decir que la palabra es
—o debe ser— autosuficiente y que desciende de su
nivel cuando se apoya o busca completarse en otras
artes; mucho menos prestarles servicio. Un día anuncié
a mis alumnos: «La obra literaria que empezaremos a
discutir la semana que viene es Crimen y castigo, de
Dostoievski. Varios de ellos exclamaron: «¡Doctora,
doctora, el ICAIC la tiene programada para un próximo
estreno! ¿Por qué no se la pedimos para verla antes de
la discusión en el aula?». Les contesté: «¡De ninguna
manera! ¡Por nada del mundo! La novela fue pensada en
palabras; la tienen que leer en el medio expresivo
en que el autor la pensó. Después la ven. Incluso en el
caso de que el director haya sido un magnífico lector de
Dostoievski, al filmarla está interpretándola, y ustedes
harían una interpretación de otra interpretación».
Según lo que te acabo de contar, una adaptación o
versión es, para mí, una segunda instancia de lectura, un
rodeo que no me garantiza la exactitud con respecto al
pensamiento del novelista, aunque sí podría garantizar
una magnífica intención, además de una plausible
interpretación.
en el fracaso y el ridículo. En el teatro se da —como
no suele suceder en el cine— una comunicación muy
fuerte con el público. Mientras el cine presenta una
película con independencia de los gustos de cada quien,
el hombre de teatro sabe lo que las gentes desean ver
y escuchar; no solo escribe para ellas, sino palpitando
con ellas.
Radio, televisión, cine, teatro, son medios de
comunicación que se nutren, de una u otra forma, de la
literatura; todos dependen de lo que los seres humanos
han hecho y luego reportado hablando y escribiendo.
Gracias a los libros —anales de todo tipo— es que
conocemos el mundo pasado, cómo hemos llegado a
esto que somos hoy en día, y hacia dónde vamos. Lo
que solo es posible alumbrar si sabemos —mediante
la escritura y la lectura— de qué realidad pasada
provenimos.
DGR: ¿Tiene usted un «canon» particular de buenos
comunicadores literarios?
BM: Un canon reducidísimo, pero para mí exquisito:
Esquilo, Sófocles, Eurípides (sobre todo), Dante,
Shakespeare, Cervantes (sobre todo), Lope, Calderón,
Rabelais, Goethe, Rimbaud, Unamuno. Luego seguirían
miles de autores «distinguidos», como Baudelaire, Wilde,
Lorca, Whitman. ¿Por qué excluir a las mujeres? Para
mí, Elizabeth Barret Browning, Emily Dickinson.
DGR: Usted ha legitimado el panfleto como género literario, y
lo ha caracterizado teniendo en cuenta su carácter polémico, su
brevedad, su vehemencia y hasta su inmediatez, e implícitamente
su capacidad de comunicación masiva y su influencia en la conducta
colectiva. Sin embargo, en la apreciación de muchos, el concepto se
ha ido cargando —por lo menos en Cuba— de signo negativo y
por lo general se considera como algo sin valor artístico, acrítico,
nada polémico, sino más bien como una retórica cargante, muchas
veces dogmática. ¿Existe todavía el panfleto como lo usó Jonathan
Swift y como usted lo define, con las lógicas variaciones propias de
los tiempos, o han asumido otros géneros, y aun otros medios —por
ejemplo los digitales—, la crítica irónica o satírica, la polémica, la
capacidad de universalizar en tiempo y espacio los hechos locales
e inmediatos, que muchas veces lo caracterizaba?
DGR: Le voy a hacer una pregunta que usted se ha hecho en
varias oportunidades: ¿cuál es la función del crítico? En este caso
en cuanto a la comunicación autor-lector.
BM: Imagino al crítico literario ante un microscopio:
primero, aísla su objeto de estudio; luego —si ello es
posible— lo divide en partes y las describe. Entonces,
si puede, las reúne de nuevo y, al fin, se propone
definirlo. Esa es la hazaña. Si lo logra, lo compara con
otro de la misma o similar índole. Si es osado, intenta
valorarlo y luego se permite el lujo de interpretarlo;
momento en el cual añade («sin querer») una pizca de
subjetividad; entonces, si es «guapo», da el veredicto,
pero trata de esquivar el «culpable» o «no culpable», y
mucho más el decir «me gusta o no me gusta». En la
misma medida que veo al crítico como científico de la
literatura, me confieso incapaz de serlo, y envidiosa no
de su gracia como escritor, sino de su acumen y de la
seriedad de su caudal; pozo de inteligencia generosa.
Es lo que debe recibir el lector.
BM: Me preguntas si «existe todavía» el panfleto. El
día que no exista la posibilidad de que se escriba un
panfleto, o el mundo ya es perfecto, o se ha producido
una gran lesión en la condición humana; pues la capacidad
de indignación ante la injusticia o estulticia es un atributo
que hace del hombre, Hombre. No importa —todo
lo contrario— que un hecho sea local, de monto
aparentemente superficial o transitorio; si es injusto y
cruel, o estúpido en su grave agresión a la más elemental
inteligencia, ello reviste trascendencia y significado
universal.
El panfleto dignifica a quien lo escribe; puede que
regenere a los culpables o que levante a un pueblo,
educándolo y haciéndolo valiente. Puede no solo hacer
rectificar el error que lo ha suscitado, sino levantar
el espíritu general y enseñar a pensar. Entrena al ser
humano a exigirse a sí mismo y a los demás. Es redentor;
es exigente; corto, puntual, abundante y orgánico en
DGR: En «Legado de alas» usted propone, ante la potencial
crisis de la palabra a favor de la imagen (cine, televisión, etc.), que
aquella (¿la literatura?) debe «no congraciarse con la imagen, ni
hacer una pobre transacción con ella». A partir de esa apreciación,
¿qué opinión le merecen las adaptaciones o versiones al cine, la
radio o la televisión de las grandes obras literarias?
34
Beatriz Maggi y la palabra como compinche
mental de un objeto, por tanto, es muy difícil que se
agoten las ideas si no se agotan los objetos.
la argumentación; inteligente, y que enseña a razonar;
lúcido en su pleito fenomenal. ¿Has visto a un animal
indignarse? No. Eso solo nos sucede a los homínidas.
El que sabe expresar su indignación, organiza sus
argumentos como se ordenan los ejércitos: en batallones
y compañías.
Preguntas si todavía existe el panfleto tal como lo
definí en ese texto. Pues, teóricamente, sí existe, porque
sus virtudes no están desacreditadas; pero mi cultura
no es universal, ni está al día, y por eso no puedo
responderte si en la práctica aún se ensaya. Ignoro si
se escriben panfletos como los escribió Swift, pero
la posibilidad como género literario es indudable, y
aconsejable mientras existan el error y la consecuente
indignación, y por supuesto una tercera condición: la
calidad literaria.
Si el término se ha cargado de sentido negativo solo
puede responder a estas causas: una, la ignorancia de la
especificidad del concepto; dos, una situación que no
amerite un panfleto; y tres, un miedo ancestral en los
temperamentos melifluos, el temor al «pau-pau».
El panfleto es difícil de escribir porque requiere
organización mental, jerarquización de los hechos
examinados y capacidad de universalización para poder
ver la trascendencia de un hecho contingente y local.
DGR: En «El lector confinado», usted dice —a través de
«un gustador de la literatura»— que le gustan
todos aquellos que de la una o de la otra manera obtengan los
resultados propuestos: tanto el que logró mi estima porque,
sin coacción ninguna, me sitúa ante múltiples derroteros del
pensamiento, me deja crear rumbos que, sin embargo, me llevarán
a donde él me aguarda..., tanto [...] como el que me supo ceñir de
modo que ya no quisiese yo mirar a ningún otro lado.
¿Quiere decir que, de una u otra manera, siempre se cumple el
objetivo ideotemático del autor? ¿Que en última instancia no hay
diversidad de interpretaciones según las circunstancias epocales e
individuales del lector? ¿Que, aunque lo parezca, esencialmente
el lector no disiente nunca del autor?
BM: En ese ensayo me refiero a Balzac y a Kafka. En
lo que citas me parece que no me expresé con suficiente
claridad. Lo que quise decir no tiene que ver con la
diversidad de interpretaciones. Es diferente un lector
de Balzac en sus tiempos que uno de hoy en día. Y lo
mismo diría en el caso de Kafka. A lo que me refiero
es a los estilos personales en sus épocas respectivas. Yo,
como lectora, prefiero tomar distancia y decir: «esta es
Francia como la vio Balzac», con una muy leve sospecha
de que no la veía tanto así, pero cumple su objetivo para
gran parte de sus contemporáneos. Ello nos obliga a
creer en la Francia que nos ofrece.
El otro tipo de autor al que me refiero no me obliga
a encerrarme tan frenéticamente en un tiempo y lugar
dados; y sin embargo, aunque de modo muy distinto, lo
hace con igual intensidad. De ambos autores me gusta,
sobre todo, el empecinamiento. Del primero, porque no
me viene mal ubicarme en tiempo y espacio; y del otro,
porque en esa libertad me siento —como lectora—
«en mi salsa». Me encanta que me ofrezca múltiples
derroteros y escoger el mío.
DGR: En su texto «Panfleto y literatura», usted subraya un
fragmento del «Prefacio» de Jonathan Swift a Un cuento de
una cuba, que dice:
Porque no es posible inventar más fórmulas artísticas que las
que respondan a ideas, y cuando las ideas están agotadas, las
fórmulas artísticas por fuerza tienen también que agotarse.
¿Por qué lo destaca? ¿Está de acuerdo con Swift? ¿Piensa que una
misma idea no puede manifestarse en diferentes formas artísticas?
¿Cuál es su posición al respecto?
BM: Ese ensayo lo escribí hace muchos años y no tengo
a mano el original de Swift para verlo en contexto.
Comulgo con el concepto de que una fórmula artística
responde a una idea, pero dependiendo de lo que
entendamos por «idea»; porque, por ejemplo, si esta es
un sentimiento, Swift no puede proscribir que genere
nuevas fórmulas artísticas. Tu tercera pregunta no me
resulta lógica. No creo que ese sea el sentido del párrafo.
Pero no quiere decir que esté de acuerdo con Swift en el
fragmento que citas, porque no creo que necesariamente
haya tantas fórmulas artísticas como ideas. A Swift
lo admiro porque me fascinan los iracundos de
razonamientos altamente organizados; pero creo que
la posibilidad de formas artísticas es infinita y no es
imprescindible que respondan a ideas.
Me gustaría hacerle a Swift esta jugada deleznable: yo
le diría que una idea es simplemente la representación
DGR: ¿Propondría usted una ética para la comunicación
literaria, desde el punto de vista de autores, críticos, receptores?
BM: Como la edad puede traer ciertas prerrogativas,
y ya voy despidiéndome de ese placer intenso que
proporcionan las palabras (leer y escribir), y como
quisiera ver a mi país cada vez más culto, y he sido
profesora durante tantos años, he quedado con el
hábito de aconsejar a los que aspiran a desempeñar
una tarea eficaz en la cultura. Por eso, para contestar tu
pregunta, citaré dos testimonios de contemporáneos de
William Shakespeare, quienes lo conocieron muy bien
y compartieron con él el clima cultural londinense de
fines del siglo xvi y principios del xvii. Esos testimonios
ilustran muy bien qué poco alcanza la posteridad tan
ansiada el talento mediocre que se une a la ambición
desmesurada, el que decide ser «un bicho», darles «la
35
Denia García Ronda
mala» a otros, o ponerle piedras en el camino a quien
vale más que él.
El primero se refiere a que los universitarios de
Londres consideraban que eran ellos los que podían
escribir teatro y miraban con reservas a los actores
que, sin ser universitarios, se atrevían a escribir piezas
teatrales. Uno de ellos, Robert Greene, celoso de la
calidad y los éxitos de las obras de Shakespeare, escribió
un opúsculo venenoso —publicado por el editor Henry
Chettle— en el que lo llamaba «cuervo con plumas»,
parodiando con exactitud un parlamento del tercer acto
de Enrique IV. No podía caber duda sobre la alusión. La
reacción fue de tal magnitud que el propio Chettle se
sintió llamado a declarar: «Lo lamento tanto como si la
falta original hubiera sido mía, porque yo mismo he sido
testigo de su comportamiento cívico, como excelente
es él en su profesión. Además, diversas personas muy
dignas han elogiado la decencia de su comportamiento,
lo cual habla a favor de su honestidad, tanto como de
la excelencia de sus escritos, que dan fe del mérito
de su arte».
Siete años después de la muerte de Shakespeare, el
dramaturgo Ben Jonson, franco amigo que habría sido
de él, aunque opuesto a sus concepciones dramatúrgicas
y a sus principios estéticos, en un texto en el que reitera
la distancia estética que los separa (lo cual aumenta el
mérito y la sinceridad de Jonson), expresa lo siguiente:
«Amé a este hombre, y honro su memoria (del lado de
acá de la idolatría), tanto como amaría a cualquier otro
hombre. Ciertamente era un hombre honrado, de una
naturaleza abierta, expansiva, de excelente imaginación,
juicios valiosos, y de expresión siempre gentil».
Ya sabe, pues, el camino aquel que aspire a cinco
siglos de inmortalidad.
DGR: Una última pregunta: ¿Qué tipo de lector le gusta para
su obra ensayística? O sea, ¿cuál es su lector ideal?
BM: Yo no soy exactamente una ensayista; al menos no
me lo he propuesto. Pero resulta que cuando leo, algo me
pide pensar de tal o cual manera, o de otra, y enseguida
me dan ganas de escribir eso que estoy pensando.
«Tener ganas» de esto o de lo otro es una presión
muy justa. ¿Cómo son mis ganas? Pues, espontáneas,
sinceras, desordenadas y en plena renunciación al «yo»,
y de adoración a las palabras portadoras de sustancias
tremendas. ¿Qué tipo de lector me gusta para lo que
escribo? Uno que piense con los sentimientos; uno
que sienta con los pensamientos: el cerebro, sintiendo;
el corazón, pensando. Un lector que senti-piense, o uno
que pensi-sienta. En ese «mejunje» poco respetable,
me parece que alumbro el alma de los personajes y de
su autor, la mía y la de mis lectores. Entre esos cuatro
debe de estar —supongo— el alma, cuyo compinche
ideal es la palabra.
©
36
, 2011
no. 68: 37-45,
octubre-diciembre
de 2011.
Enseñanza
mediática:
la otra revolución
Enseñanza mediática:
la otra revolución
Kathryn Currier Moody
Doctora en Educación.
E
n espera del quincuagésimo aniversario de la gran
campaña cubana de alfabetización, me detengo
a rememorar los enormes cambios ocurridos en
el aprendizaje con materiales impresos, desde que
se produjo aquel proyecto transformador entre los
años 1960 y 1961, cuando se enseñó a leer a más de
un millón de analfabetos en apenas doce meses. Por
haber sido durante mucho tiempo maestra de lectura,
y haber experimentado a menudo con cámaras de
televisión, me preocupa la explosión de «pantallas»
y «tecnologías novedosas» de los últimos cincuenta
años y la abrumadora velocidad de los cambios.
Siento la necesidad de centrar la atención en algunas
perturbadoras interrogantes acerca de la vida del
estudiante en tal entorno.
Lo que me llevó a Cuba en 2002 fue el deseo
de comprender los métodos, materiales y demás
«ingredientes mágicos» que contribuyeron al espectacular
éxito de los brigadistas, y de todo el pueblo cubano, de
llevar a cabo una campaña de alfabetización general. El
«Año de la Alfabetización» fue una verdadera campaña
de talla mundial que comenzó cuando, en octubre de
1960, Fidel Castro declaró ante la Asamblea General
de las Naciones Unidas:
El próximo año nuestro pueblo se propone lanzar una
ofensiva total contra el analfabetismo, con la ambiciosa
meta de enseñar a leer y a escribir a todos los que no
sepan. Eliminaremos el analfabetismo, y lo haremos en
solo un año.1
El educador de hoy debe ser consciente de cómo se
configura la influencia de los medios de comunicación
y los contornos culturales, y de las diferencias
cognoscitivas entre los estudiantes. Es menester
conocer todos estos aspectos a fin de saber acerca de
cualquiera de ellos.
La explosión de las tecnologías que desde entonces
inciden en la cultura y las comunicaciones ha sido
más veloz —sobre todo en los Estados Unidos— que
nuestras posibilidades de incluirlas en los sistemas de
enseñanza y aprendizaje. Sin lugar a dudas las usamos,
pero cabría preguntarse cuáles son sus beneficios reales,
los valores que rodean el uso escolar de los nuevos
medios de comunicación y los que estos conforman o
determinan en la sociedad en su conjunto.
37
Kathryn Currier Moody
Pertenezco a la última generación que se educó,
fundamentalmente, con materiales impresos. Ninguna
generación posterior estará tan arraigada a la letra
impresa, a pesar de estar tan expuesta a la televisión o
a las pantallas en sus nuevas y numerosas versiones. En
esta revolución tecnológica es importante apreciar los
valores de la antigua cultura de los medios impresos y
tratar de incluirlos en los de la televisiva; es decir, todo
lo referido a secuencia, linealidad y reflexión.
En la actualidad, la mayoría de los padres con hijos
en edad escolar en los Estados Unidos «crecieron con
la televisión», viendo miles de horas aun antes de entrar
en el jardín de infancia.
fundaciones, y subsidios estatales. La razón de ser
de los estudios de dichos medios surgió del seno de
la comunidad local. Este trabajo fue el resultado de
los criterios de muchos adultos, convencidos de que
el mundo fuera de la escuela estaba cambiando en
formas que debían ser reconocidas dentro de esta.
De hecho, debido a la radio y la televisión había más
información fuera de la escuela que dentro de ella. En
fecha tan temprana como 1960, aquella escuela ofrecía
un programa nocturno para padres en el que se debatían
las dudas acerca de los efectos de ver televisión durante
muchas horas. El Subdirector docente pronunció un
discurso en el que declaró: «Todo aquello que prepare
a los estudiantes para el bombardeo de información
que les trasmite la televisión es un componente válido
de los planes de estudio. Aprehender los medios de difusión
es una habilidad fundamental». Hoy en día este concepto
puede resultar trillado, pero en aquellos momentos fue
un paso muy audaz y progresista que suscitó críticas
acaloradas.
Trabajábamos para redefinir la «escritura» como
algo que podía hacerse con muchos instrumentos de
comunicación, incluidas las cámaras de televisión. De
hecho, algunos estudiantes de la enseñanza media habían
iniciado ese camino. A mediados de los 60 existía una
prestigiosa revista literaria impresa hecha por algunos
de los mejores estudiantes de esta enseñanza. Pero hubo
un año en que dejaron de presentarse candidatos para
hacerla: todos se habían inscrito en el club de cine para
realizar películas de ocho milímetros.
Otros proyectos de alfabetización mediática
entrañaban la «lectura» de la televisión; es decir, el
acceso, análisis y evaluación del contenido de lo que
se trasmitía; el de la escuela citada se concentraba
sobre todo en que los estudiantes produjeran mensajes
originales. Todos los días ellos hacían un programa de
noticias matutinas, boletines meteorológicos, reseñas
de libros, programas de ciencia, etc., que se trasmitían
a través del circuito cerrado de televisión. Luego
de comprobar la veracidad de la información, en el
programa Today de la cadena televisiva NBC se informó
que ese estudio fue el primero en operar esas funciones
en una escuela elemental de los Estados Unidos y,
supuestamente, en el resto del mundo. Formar a todos
los maestros de escuelas públicas de la comunidad
en el uso de los nuevos medios se convirtió en una
prioridad. Deseábamos enseñarles a pensar en formas
nuevas y creíamos que si comprendían la función de los
medios de comunicación en la cultura podrían usar ese
conocimiento para ayudar a los jóvenes a ser mejores
estudiantes. Acababa de surgir el «portapak», la primera
minicámara, y enseñar a los maestros algunos de sus
usos era parte de su formación inicial.
Nuevos textos e instrumentos
En 1961, inicié mi carrera profesional como maestra
de tercer grado en las escuelas públicas de Ann Arbor,
Michigan. Al igual que hacían los brigadistas en Cuba
—si bien se trataba de niños de clase media y no
de campesinos adultos—, utilizaba una pizarra para
escribir las representaciones gráficas de los sonidos;
es decir, letras, palabras, sílabas; usaba un libro de
texto estandarizado que más o menos se adecuaba a la
formación cultural de los estudiantes. A diferencia de
los alfabetizados cubanos, los padres de mis alumnos
sabían leer y escribir y, además, tenían libros en casa,
por lo que estos tenían modelos que imitar.
Poco después quedé maravillada con la noticias
del lanzamiento de Telstar I, satélite experimental
de la Administración Nacional de Aeronáutica y del
Espacio (NASA), que el 10 de julio de 1962 retrasmitió
los primeros mensajes trasatlánticos entre Europa y
los Estados Unidos. Ello impulsó sobremanera mi
curiosidad acerca de lo que podía hacerse en la esfera
de la educación reduciendo la distancia física entre el
maestro y el alumno. ¿Qué significación tendría para la
lectura, la escritura, la ciencia y los estudios sociales?2
En 1968, en Nueva York, comencé a trabajar en
un estudio de producción televisiva de una escuela
elemental. Ya no se trataba solo de una cámara ubicada
en un rincón del aula, sino de todo un sistema de
televisión que incluía tres cámaras profesionales para
grabación en video con cintas de una pulgada, equipos
de sonido e iluminación y una sala de control.
En ese momento, en nuestro distrito escolar, se
comenzó a incluir la escritura de textos para los medios de
comunicación no impresos. El concepto de «media literacy»
(alfabetización mediática) aún no era de uso corriente,
aunque mis colegas y yo creábamos actividades de tipo
experimental en los planes de estudio. Así, las labores
de producción se iniciaron con una cámara donada
por el ejecutivo de una red y alguna financiación de
38
Enseñanza mediática: la otra revolución
En la propuesta del distrito a la Fundación Ford
se decía:
desafío del conocimiento; se dirigían al estudiante como
«consumidor» y lo enseñaban a «acceder y analizar» los
mensajes de los medios.
En la Escuela del distrito Larchmont-Mamaroneck
era diferente, puesto que allí se pretendía crear una
comprensión de los medios de difusión haciendo del
estudiante sobre todo un productor. De tal forma que la
experiencia práctica, o «escribir» en el nuevo medio era
—así se afirmaba— más potente que «leer» en él. Como
consumidores o como productores experimentábamos
una nueva apreciación y definición del alfabetismo, con
el debido respeto por el pasado.
Este es el momento de estudiar la mejor forma de pensar,
enseñar y desarrollar una serie de diseños flexibles de
programas de estudio que sirvan de modelo a las escuelas
elementales y de nivel medio. Añádase la formación de
maestros y se tendrá nuestro proyecto.3
Los autores pasaron a definir el estudio de los
medios como «la exploración de la creación, la
estética y la repercusión psicológica, social y ambiental
de las diversas formas de comunicación humana
dentro del amplio marco de una educación general
en humanidades». El objetivo es «deshacernos de lo
adjetivo (medios viejos y nuevos) y llegar a un sentido
radical y básico de las humanidades, que vea al hombre
como creador de símbolos en muchas formas, todos los
cuales lo definan a sí mismo y a los demás». El subsidio
de la Ford se concedió. En poco tiempo estuvimos
desarrollando talleres para maestros. Se trajo a los
mejores asesores de maestros a las sesiones prácticas,
entre ellas: «Algunas directrices para programas de
cine/medios de difusión», «Un programa de estudios
de arte integrado a los medios», «Cómo hacer
fotografías», «El estudio fotográfico», «Guión gráfico»,
«Realización cinematográfica en Super-8», «Animación
en 16 mm», «Películas Scratch & Doodle», «El estudio
cinematográfico», «La sala de cine infantil», «Proyecto
de video de maestros (autograbados)», «Algunas ideas
de sonido», y otros. Estas experiencias dentro de una
comunidad innovadora conformaron mis ideas y carrera
en formas que me hubiera sido imposible imaginar unos
pocos años atrás.
Abogando por los niños
Había escuelas donde algunos niños se convertían
en productores de los nuevos medios, pero en la casa
eran estrictamente consumidores durante cuatro o cinco
horas diarias. Ver televisión atraía más la atención de los
niños, a no ser que los padres tomaran algunas medidas
relacionadas con el empleo del «tiempo» en la casa.
Ya en 1965 varios factores habían convergido
para hacer de los programas infantiles un centro de
importantes ganancias para las cadenas de televisión.
Esto se produjo por varias razones: la proliferación
de televisores en los hogares, lo que rompió el patrón
de las familias mirando juntas la programación; un
cambio hacia la «publicidad de participación» en la que
en cada programa aparecían varios comerciales y el
descubrimiento de que era posible juntar un público
infantil relativamente «puro» los sábados por la mañana
—cuando el tiempo «al aire» es más barato— pues los
niños veían la televisión durante varias horas sin estar
supervisados.
El año 1968 fue decisivo en la televisión infantil,
pues se produjeron tres eventos importantes: se asignó
financiamiento para que la Dirección Nacional de Salud
Pública de los Estados Unidos formara un comité de
alto nivel destinado a estudiar la posible conexión entre
los comportamientos agresivos y ver habitualmente la
televisión; surgió Sesame Street, un programa educacional
histórico que desarrollaría el Children’s Television
Workshop (CTW) y que se trasmitiría por la televisora
PBD (no comercial); y se formó Action for Children’s
Television (ACT), en Boston, como grupo nacional
para la defensa de los niños, opuesto a la violencia y la
publicidad por televisión.5
Mediante los esfuerzos de la ACT para llamar
la atención hacia la violencia y el comercialismo
en la programación de los sábados por la mañana,
las cadenas pasaron a programas más saludables, y
limitaron los anuncios de 16 minutos por hora a 9,5;
no lo suficiente.
Alfabetización mediática
El término «alfabetización mediática» surgió en
los años 70 y se hizo popular en los 80 en los Estados
Unidos, Canadá, el Reino Unido y Australia. A fines
de los 70, el Departamento de Salud, Educación y
Bienestar (HEW) estadounidense comisionó cuatro
programas individuales de estudios sobre «habilidades
críticas de visionaje» para su uso en escuelas de nivel
primario, medio y superior. Estos entrenarían a personas
para enseñar el material y conducir talleres o clases en
escuelas y otros centros comunitarios.
Justo antes del proyecto del HEW, yo trabajaba
como editora de un libro titulado Formación de la
conciencia televisiva: guía del espectador, financiado por la
Iglesia Metodista Unida, para su uso con públicos de
nivel superior.4 El propósito era crear conciencia de
las «gramáticas» e influencias de la televisión y reducir
con ello algunos de sus efectos negativos. Estos y otros
proyectos similares se dedicaban principalmente al
39
Kathryn Currier Moody
La ACT produjo publicaciones, juegos y otros
materiales destinados a desalentar el excesivo consumo
de televisión y aconsejar a padres e hijos tipos de
alimentos más saludables que la «comida chatarra»
que se anunciaba habitualmente. Mientras tanto, se
incitaba al Gobierno Federal para que adoptara un
conjunto de verdaderas normativas para la televisión
infantil. En 1974, la ACT demandó a la Comisión
Federal de Comunicaciones (FCC) para que cambiara
su «declaración de política» por regulaciones que
pudieran aplicarse sin contemplaciones y afectaran las
renovaciones de licencia.
En su mejor momento, la ACT contaba con más
de trescientos mil miembros que pagaban cuotas, con
lo que se convirtió en uno de los mayores grupos
de defensa de los niños. Para 1980, con el retiro de
Peggy Charren, su carismática y tenaz dirigente, el
grupo se debilitó. Mientras tanto, la perspectiva de
la televisión por cable nos alentó (temporalmente) a
algunos. Entonces no sabíamos, como ahora, que las
incipientes estaciones por cable serían objeto también
de una intensa comercialización según el público fuera
creciendo. Esto fue y es un problema para la televisión
infantil en los Estados Unidos.
propósitos eran autoritarios y su orientación de clase
media, probablemente, porque los muppets grandes y
las personas lucían bien alimentados y correctamente
vestidos. El canal comercial británico ITV lo aceptó.
En la mente de muchos padres, Sesame —en
sus primeros años— legitimó el hábito de ver
televisión. Algunos de ellos y educadores, y me incluyo,
consideraron que el ritmo veloz, creado por cortes
rápidos, era inapropiado para los inmaduros sistemas
perceptivos de los niños. Después de la primera
temporada, se disminuyó la velocidad del ritmo. Cuando
los niños dejaron atrás Sesame, buscaron la misma
dinámica en otros canales.
Creciendo con la televisión
En 1975 me contrataron para ayudar a escribir The
New York Times Encyclopedia of Television,6 que incorporaba
obras sobre la televisión infantil, anuncios infantiles, el
movimiento de reforma de programas de televisión,
acción política y defensiva. Después que The New
York Times Book Company publicó la enciclopedia,
en 1977, me decidí a escribir mi propio libro sobre los
niños y la televisión: Growing Up on Television: A Report
to Parents, publicado en 1980, también por Times.7 En
su introducción, Norman Cousins escribió:
Sesame Street en la Televisión Pública
Durante años se ha debatido si la fuerza principal en la
educación de los jóvenes es la escuela o la familia. Ya no son
los padres ni los maestros los principales formadores de las mentes
de los niños en los Estados Unidos. Eso lo hace la televisión.8
Sesame Street, el revolucionario programa de
televisión, destinado a enseñar números y las letras (y
más tarde conceptos sociales) a niños prescolares, en
su casa, comenzó en 1969 cuando en la mayoría de
los hogares había televisores. Entró de inmediato en
la esfera pública y en un par de meses atrajo a nueve
millones de niños diariamente. Aprovechaba técnicas
utilizadas en comerciales, como la animación, las
canciones y la reiteración. Su formato modular permitía
una mezcla de secuencias nuevas y repetidas al rápido
ritmo de los deslumbrantes comerciales de televisión.
El programa se desarrollaba en una calle con un elenco
regular de adultos, niños, muppets, animación y películas
de acción.
El público al que se dirigía Sesame eran los niños de
las zonas urbanas menos favorecidas que carecían de las
habilidades lingüísticas de los de clase media. Pruebas
de evaluación de la CTW y de servicios independientes
confirmaron que los niños que más veían estos
programas aprendían más. Trabajé con Sesame Street
en un conjunto de ocho estudios de investigación a
fines de los 70. Era, y es, un programa revolucionario
en la «educación popular» y todavía se trasmite sin
comerciales. Los programas se han adaptado a varios
idiomas, entre ellos el español (Plaza Sésamo). La
BBC-TV británica lo rechazó por considerar que sus
En aquel libro reuní los más recientes descubrimientos
de los efectos físicos por ver habitualmente la
televisión, en las ondas cerebrales, los movimientos
del ojo, de las manos y el cuerpo como resultado de
la constante inmovilidad. Informé sobre maestros que
hablan de sus intentos de enseñar a niños incapaces
de concentrarse, cada vez más pasivos y carentes de
imaginación; me centré en la tendencia, a largo plazo,
de no leer, y el consecuente analfabetismo funcional, y
levanté la bandera contra la obesidad que promueve la
comida chatarra anunciada en la televisión infantil. Por
último, examiné la evidencia de la continua exposición
a la violencia y me referí al papel que desempeña
la televisión en la erosión de los lazos familiares y
sociales.
Esas consideraciones no pasaban por alto las
positivas posibilidades sociales de la televisión al
mostrar a los niños imágenes, nuevas y excitantes, del
mundo físico como el fondo del mar, el cosmos o,
sencillamente, niños amables unos con los otros. La
segunda mitad del libro está dedicada a dar sugerencias
de formas útiles de trabajar con la televisión en el hogar,
en la escuela y en el sector público.
40
Enseñanza mediática: la otra revolución
Para lograr una «educación para todos», que es nuestro mayor
objetivo, no olvidaremos incluir en la lista a los medios, pero
con un gran letrero de advertencia. Es real que aunque causan
distracciones, pueden promover la lectura, la escritura y las
habilidades sociales.
la publicidad. Ambos esperábamos encontrar alguna
forma nueva e interesante de trabajar juntos.
Tras casi una hora de conversación con Cy sobre
su vida en el negocio de la publicidad y sobre cómo
desarrolló su experiencia en la televisión infantil
estableciendo marcas como Barbie Doll, comenzó a
bosquejar la misión de Nickelodeon. Los niños necesitan
un lugar seguro con programas donde la publicidad no
se aprovechara de ellos, y que, al mismo tiempo, les
brindaran un contenido sano. En Nickelodeon, explicó,
tenemos una serie prescolar por las mañanas llamada
Pinwheel y por las tardes programas para niños de edad
escolar como Black Beauty (basada en el famoso libro
—acerca de un caballo—, Reggie Jackson y el béisbol), y
Against the Odds, sobre niños que triunfan a pesar de
la adversidad. Dijo que en esos momentos eran un
pequeño grupo que compartía la toma de decisiones y
el desarrollo de la producción. «Pero en estos momentos
estoy buscando alguien que me ayude a financiar todo
esto [...] negocios que den dinero pero que no trasmitan
anuncios regulares».
Luego de pensarlo unos pocos días acepté su oferta
de empleo, aunque no me sentía en terreno seguro. El
nombramiento que inventó para mí fue Directora de
Desarrollo Corporativo, lo que sonaba comiquísimo.
Una ex maestra de tercer grado ahora en el desarrollo
corporativo. Peggy Charren, aún presidenta de ACT,
se mostró escéptica y me expresó que la publicidad no
estaba demasiado lejos de esto.
La recaudación de fondos agradó, y tal vez
sorprendió, a la gerencia de Warner-Amex. Con
solo una presentación bien diseñada y maravillosas
diapositivas, algunas grandes empresas como Quaker
Oats y Mars Inc. suscribieron sustanciosos contratos.
En sus anuncios no habría reclamos ni demostraciones,
ni interrupciones en medio de los programas.
El negocio de la televisión por cable cobraba fuerza
y en 1981 alrededor de 30% de los hogares contaba con
cable básico. Nickelodeon era gratuito para quienes lo
tenían. Recibirlo en casa constituía un incentivo para
que las familias se hicieran clientes de ese cable. Con
el aumento de la teleaudiencia y su buena reputación
entre los padres, Nickelodeon se lanzó por satélite
(SATCOM), para poder expandirse hacia el mundo. En
consecuencia, la gerencia pasó a un formato comercial
En ese momento creía que si padres y educadores
entendían los problemas y los efectos acumulativos
de ver televisión de modo habitual serían capaces de
crear «mejores prácticas» y así obtener lo mejor de los
materiales impresos y de la televisión en el proceso
educativo.
Cousins dijo:
[El libro] logra vincular muy bien estos informes e
indagaciones individuales. Con ello pone en claro la
amplia gama de problemas resultantes del uso casi
universal de un nuevo medio que está moldeando la
mente en una medida mucho mayor que cualquier otro
instrumento o institución de nuestra historia.9
Resulta que fui demasiado optimista al pensar
que me sería posible solucionar algo al presentar la
mejor información disponible sobre el efecto de la
televisión en los niños. Han pasado treinta años desde
su publicación, y los niveles de consumo de la televisión
han aumentado junto con la pasividad y la obesidad;
los de alfabetismo han disminuido también junto con
la capacidad de prestar atención, en la mayoría de los
estudiantes. Es cierto que han surgido innumerables
nuevos tipos de pantallas, abrumadoramente penetrantes
en la vida de niños y adultos. El megaefecto es que el
consumo habitual de televisión cambia las percepciones
y expectativas.
Nickelodeon
En 1979 se lanzó un nuevo servicio de televisión
por cable llamado Nickelodeon con el lema «El primer
y único canal de televisión para niños que trasmite
las 24 horas». Sería una verdadera alternativa a la
televisión comercial infantil: contenido sano y nada
de comerciales. Lo inició la Warner-Amex Satellite
Entertainment Company y en ella colaboraron Warner
Communications y American Express, dos enormes
compañías. Con notable ansiedad fui a una entrevista
oficial con Cy Schneider, el hombre que había dejado
la agencia de publicidad Ogilvy Mather para crear el
canal. Nos habíamos visto brevemente en un debate
público sobre la televisión para niños, donde yo criticaba
los anuncios dirigidos a estos, mientras él defendía
41
Kathryn Currier Moody
Como educadora experimentada conozco la escasez
actual de maestros e intento buscar una forma de
corregirla. Esta escasez —como rasgo cultural— se
produjo bastante recientemente. Cuando entré en ese
campo, la enseñanza era una «carrera de elección»
entre mujeres universitarias. Se nos solía aconsejar ser
maestras o enfermeras. A partir de los años 80, dejó de
ser una carrera que eligieran más las mujeres, porque
ya se habían abierto otras opciones. Ahora una mujer
puede ser odontóloga, arquitecta, ¡incluso astronauta!
Hace poco, un antiguo rector de la ciudad de Nueva
York respondió del modo siguiente sobre la «evaluación
de la escuela digital», en relación con los beneficios de
la enseñanza y el aprendizaje online:
y las empresas de juguetes y alimentos azucarados se
apresuraron a pagar y a colocar sus anuncios de treinta
segundos ante este tierno público. Las ganancias se
elevaron. Entonces, dejé la empresa porque no quería
ser parte de lo que estaba ocurriendo.
Hoy Nickelodeon se ve en docenas de países y los
ingresos se miden en miles de millones. La sucesora
de Cy, Geraldine Laybourne, decidió competir
abiertamente con Sesame Street por el público prescolar.
En 1994, reconoció que la expansión formaba parte
de una estrategia de mercado destinada a obtener más
tiempo para los anunciantes: «Si logramos captar niños
desde esta edad, serán nuestros para toda la vida [...] Es
precisamente por eso que lo estamos haciendo».10
De la experiencia de Nickelodeon aprendí lo difícil
que es evitar la influencia de los comerciales en la
industria de los medios de comunicación, incluso
aunque se comience con buenas intenciones.
La mejor tecnología nunca equivale a la mejor instrucción.
Hace veinte años, las expectativas eran grandes y
las computadoras en el aula se veían como la fuerza
multiplicadora del aprendizaje. Pero, como saben los
educadores y muestran hoy numerosos estudios, la
tecnología nunca pesa más que la labor humana. // Sin
dudas, la tecnología ofrece muchas oportunidades, pero
el corazón de la educación es la relación maestro-alumno.
// Los maestros tienen la visión e intuición de lo que se
necesita para ayudar a que el niño se desarrolle. Debemos
centrarnos en facilitarles las herramientas para utilizar la
tecnología como instrumento destinado tanto a motivar
a los estudiantes como a ampliar su aprendizaje.12
Educación online
Todos sabemos que el uso de computadoras se
ha hecho común en distritos escolares que pueden
permitírselo, pero continúa el debate sobre la eficacia
de esta práctica y sobre si su costo merece la pena. El
profesor Larry Cuban, experto en el uso de las nuevas
tecnologías en el aula, de la Universidad de Stanford, dijo
recientemente: «Hay muy poca investigación validada
y fiable que demuestre que su uso cause o conduzca a
mejores logros académicos».11 Pero sistemas escolares
como los del distrito escolar Kyreme, de Chandler,
Arizona, se dirigen a los votantes pidiendo hasta 33
millones de dólares para subvencionar la expansión de la
tecnología durante varios años. A pesar del entusiasmo
de los estudiantes, las evaluaciones de las pruebas de
lectura y matemáticas se encuentran estancadas desde
2005.
Junto con el empleo de computadoras en todo tipo
de entorno, durante los últimos veinte años se ha estado
desarrollando el software ideado para uso pedagógico
online. A partir de 1990, se ofreció a la Universidad
Estatal de Oklahoma programas de Licenciatura
online, sobre todo en trabajos relacionados con la
ingeniería. Hoy, la Universidad de Phoenix se destaca
por incursionar en programas exclusivamente online,
con algunas oportunidades coordinadas de debate y
retroalimentación.
Las preguntas e inquietudes acerca de la efectividad
del software guardan relación con la calidad de la
experiencia de enseñanza-aprendizaje y, en especial, con
la importancia de la interacción humana cara a cara, o
lo que ha sido llamado «el momento humano».
Solos y juntos
Con o sin trabajo de curso online, la proliferación de
«pantallas» en nuestra sociedad constituye una realidad
nueva y un problema confirmado. Prácticamente en
todos los hogares hay un televisor, y la mayoría tiene
varios, por no mencionar los de otros lugares de la
comunidad. Además, los «usuarios» de la televisión
regular poseen todos sus «parientes»: cable, celulares,
computadoras, iPods, etc. Esos dispositivos pueden
entregar imágenes (incluidas películas) para consumir
en cualquier lugar, producir películas de fácil trasmisión,
así como enviar mensajes de texto (sms). Sherry Turkle,
profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT) y autora de Alone Together, 13 informa que
durante su investigación, los estudiantes de la escuela
superior recibían o enviaban seis mil sms al mes. A los
adolescentes les gusta menos hablar por los teléfonos
celulares porque «exponen» sus emociones o revelan
información innecesaria; mientras que con los sms solo
se requiere leer unas pocas palabras. Eso no es lo que
perseguimos los maestros cuando enseñamos lectura y
escritura a los jóvenes. Deseamos que todos desarrollen
su vocabulario, puedan leer con rapidez oraciones
más largas, integrar las ideas, procesarlas con fluidez,
reflexionar, y experimentar una comprensión genuina
de obras impresas más extensas.
42
Enseñanza mediática: la otra revolución
En estos momentos, los mensajes de Twitter, con
un máximo de 140 caracteres, y las llamadas por
celulares constituyen —cuando menos— numerosas
interrupciones o rupturas de la atención diarias. ¿Cómo
puede uno prestar atención o seguir la lectura de textos
más largos sin una práctica sistemática? Es imposible.
En estos tiempos, los jóvenes que asisten a mis clases
(incluidos estudiantes de premédica) presentan diversos
perfiles cognitivos que incluyen dificultades de atención
y aprendizaje, pero todos tienen una característica
común: son adictos a la nueva tecnología digital: correo
electrónico, cable, celulares, teléfonos inteligentes,
iPods, MP3, GPS, X-Box, Facebook, E-trade, E-learning,
Wifi Flicker, Twitter, etcétera.
El doctor Edward Hallowell, psiquiatra y autor de
Crazy/Busy: Strategies for Handling Your Fast Paced Life,
afirma:
cómo se alcanza el equilibrio, de la mente y de la sociedad,
así como un bosque equilibrado.15
Problemas e interrogantes
Aún lidiamos con la interrogante de cómo extender
los recursos disponibles a toda la comunidad y lograr
una educación para todos. El filósofo estadounidense,
John Dewey enmarcó el dilema a mediados del siglo
xx: «Lo que el mejor y más sabio padre desea para sus
hijos, es lo que la comunidad debe desear para todos sus
hijos».16 Como a Paulo Freire, María Montessori, Jane
Addams, y otros, a Dewey le preocupaban los niños
pobres que no tenían acceso a los recursos educativos.
Estos pensadores estarían tan preocupados como yo
por el actual escenario educativo en los Estados Unidos.
Estos son algunos de los problemas que requieren
atención:
Tenemos escasez de buenos maestros. Las escuelas
compiten por los más talentosos, y unas más que otras,
logran captarlos. Es muy probable que haya niños que
no puedan tener buenos maestros.
Amy Stuart Wells, profesora de Sociología en la
Universidad Normal de Columbia, expresó:
Cada vez que uno introduce un nuevo objeto de atención
en lo que está haciendo, diluye su atención en cualquier
otro […] Si nada de lo que está haciendo requiere su
atención total, está bien asumir múltiples tareas, pero
sea consciente de que podrá cometer errores, perder
información clave, ser descortés y no lograr su mejor
trabajo.14
En los últimos treinta años, los Estados Unidos se han
convertido en una nación mucho más desigual. Nuestra
clase media se ha debilitado, y más personas se encuentran
en los extremos de la distribución de ingresos —más
en el extremo inferior que en el superior [...] Y hemos
llegado a creer que para que los niños de la clase media
alta mantengan un buen nivel académico es importante
tener referencias educativas de alto nivel. Agréguese a esto
un sistema educativo obsesionado con medidas estrictas
de rendimiento (textos estandarizados) y tienes la receta
para una mayor competencia por recursos educativos
más escasos.17
La ecología de los medios y el futuro
de la educación
Recordar a los brigadistas y el sensacional logro de
Cuba en la alfabetización de un millón de personas en
1961 me hizo pensar en los vastos cambios en nuestra
propia cultura y en las comunicaciones. Al revisar
algunas de las innovaciones ocurridas en la tecnología
en los Estados Unidos, me percaté del agudo contraste
de la cultura de los medios entre ambos países. La
juventud cubana no padece la saturación de juegos e
instrumentos electrónicos ni las distracciones de los
jóvenes estadounidenses. Esto se revela en un mayor
nivel de instrucción y mejores resultados en matemáticas
en la Isla. No sugiero con esto que se eliminen las nuevas
tecnologías; abogo por el «equilibrio» y el concepto de
«ecología mediática», elaborados por primera vez por el
profesor Neil Postman, quien dirigió durante muchos
años el Departamento de Cultura y Comunicación de
la Universidad de Nueva York.
Postman nos recordaba que «equilibrio» es el mismo
principio de «homeostasis», según lo expresaban los
griegos en la frase «Todo con moderación». También
nos legaron la palabra oikos, cuya expresión más
moderna devino el término ecología. Y agregó:
Algunos piensan que las computadoras y el
aprendizaje a distancia —que han llegado para
quedarse— pudieran compensar la falta de profesores,
pero esto tiene su costo social.
¿Qué habilidades deben enseñarse específicamente
a fin de garantizar que los educandos puedan integrar
grandes y diversos flujos de datos y convertirlos en
conocimiento? La computadora ayuda a acortar la
distancia y tal vez a crear una «aldea global», pero
también muros y abismos entre seres humanos que
pueden escoger el aspecto «afectivo» del aprendizaje.
¿Cuál es la «mezcla» adecuada de participación humana
con material preparado? ¿Qué necesita conocer el
educador a fin de decidir? ¿Qué importancia tiene
conocer que uno «le importa» al maestro? ¿Y cuál
poder trabajar en grupo, cara a cara con los demás? Neil
Postman escribió extensamente acerca de la escuela y la
democracia. En uno de los capítulos, titulado «Ciertos
nuevos dioses fracasados», dice:
La ecología no tiene que ver esencialmente con el DDT,
las orugas y los efectos de las ratas almizcleras en el desvío
de corrientes de agua. Tiene que ver con la tasa, escala y
estructura del cambio en un entorno. Tiene que ver con
43
Kathryn Currier Moody
hasta millones de niños. Creado por primera vez en los
Estados Unidos, Sesame Street se adapta para trasmitirse
en una docena de países, siempre utilizando productoras
locales y contenidos que reflejan la cotidianidad y la
cultura en cada uno de ellos.
Es importante que en los programas de televisión
para niños, en las computadoras y en los teléfonos
celulares no se incluyan comerciales. Hoy en día un
programa infantil como Nickelodeon, remite a su
versión digital, donde el contenido comercial está
menos expuesto al escrutinio de los adultos. Enlatada
en música rock, películas y anuncios de televisión, los
medios entregan la cultura a los jóvenes, quienes la
pasan a los adultos.
Comparto lo dicho por el canadiense Marshall
McLluhan, gran filósofo de los medios de comunicación,
quien previó el papel de la televisión y de la computadora,
y que escribió en 1960:
Tradicionalmente se les ha enseñado a los niños cómo
comportarse en grupo. No se puede lograr una vida
comunitaria democrática y civilizada a menos que las
personas hayan aprendido la disciplina de participar en
un grupo. Se pudiera decir que las escuelas nunca se han
ocupado del aprendizaje individualizado. Es cierto, claro
está, que los grupos no son los que aprenden, sino los
individuos. Sin embargo, el papel de la escuela es que
los individuos deben aprender en un contexto donde
las necesidades individuales se sometan a los intereses
del grupo. A diferencia de otros medios masivos de
comunicación que enaltecen las respuestas individuales
y la privacidad, el aula tiene el objetivo de subordinar el
ego, de conectar al individuo con los demás, y demostrar
el valor y la necesidad de la cohesión del grupo.18
Los profesores más experimentados conocen la
importancia de la experiencia cara a cara y del papel
de las manos y los procesos táctiles en el aprendizaje.
En muchas de las fotos tomadas a los alfabetizadores
cubanos, se muestran guiando con sus propias manos
las de sus alumnos.
El manejo del tiempo debe enseñarse con cuidado y
practicarse para protegerse de las intrusiones de todas
las nuevas tecnologías de la comunicación. El correo
electrónico trajo consigo la conveniencia y el temor de
enviar un mensaje y recibir su respuesta inmediatamente.
A primera vista pareciera que se ahorra tiempo. ¿Pero
cómo podemos contabilizar las horas que diariamente
la mayoría de las personas, incluyendo a los jóvenes,
pasan en el correo electrónico, Twitter y los teléfonos
celulares? Muchos de los jóvenes con quienes trabajo,
se quejan de no tener tiempo suficiente para hacer sus
deberes, escribir cartas elaboradas o sentarse a pensar.
Sus madres se quejan de lo mismo acerca de sus propias
vidas. ¿Cómo enseñar, en tanto modelos de adultos y
profesores que somos, «a ser espirituales», de manera
que nos enfoquemos en otras cuestiones que no sean
los mensajes de los medios sociales de comunicación?
Para lograr una «educación para todos», que es
nuestro mayor objetivo, no olvidaremos incluir en
la lista a los medios, pero con un gran letrero de
advertencia. Es real que aunque causan distracciones,
pueden promover la lectura, la escritura y las habilidades
sociales. Tengamos en cuenta dos ejemplos: el curso
intensivo más eficaz para aprender a leer fue la
Campaña de alfabetización que se produjo en Cuba
entre 1960 y 1961. Algunas de sus técnicas se aplicaron
posteriormente en Yo sí puedo, un programa de videoclases que se usa en muchos países de América Latina,
con la colaboración de seres humanos sensibles en la
función de maestros. Tales experiencias nos ayudan
a entender el equilibrio correcto de la participación
humana y el material preconcebido, aunque queda
mucho más por descubrir.
Yo también consideraría a Sesame Street un ejemplo
de cómo, a través de la televisión, la enseñanza de la
lectura y de comportamientos cívicos se extienden
El fin es desarrollar conciencia sobre lo impreso y las
nuevas tecnologías de comunicación, de manera que
podamos orquestarlos, minimizar las contradicciones
entre ellos y aprovechar lo mejor de cada cual en el
proceso educativo [...] El conflicto actual provoca la
desaparición de las motivaciones para aprender y la
disminución del interés por todo lo logrado antes.
Provoca una pérdida del sentido de lo que es importante.
Sin la comprensión de la gramática de los medios, no
podemos esperar lograr conciencia contemporánea del
mundo en que vivimos. Que estos medios masivos de
comunicación sirvan solo para debilitar o socavar el nivel
verbal o la cultura gráfica ya alcanzados, no será la causa
de que hay algo inherentemente malo en ellos. Será porque
no hemos podido dominar su lenguaje a tiempo para que
sea asimilado por nuestro patrimonio cultural.19
Si miramos cincuenta años atrás, al hito que fue el
proyecto de alfabetización de los campesinos cubanos,
¿cómo justificamos el progreso durante esas cinco
décadas? Respecto de la instrucción tradicional, Cuba
ha progresado de manera estable, y por varios años ha
sido evaluada por la UNESCO de tener «alfabetismo
universal». En 1960, se encontraba en un nivel básico,
pero se ha ido incrementando cada década. El acceso
gratuito a la escuela, incluyendo las universidades,
ha facilitado este aumento. Al mismo tiempo, en los
Estados Unidos, durante el mismo período, los niveles
de alfabetización han disminuido, según la Asociación
Nacional del Progreso Educativo (NAEP).20 Crece el
número de escuelas privadas con políticas de selección.
Como resultado, las públicas sufren dificultades.
En las evaluaciones internacionales de resultados
académicos, Cuba ostenta un lugar muy próximo a la
cima, junto a Finlandia y a Singapur, en los campos
de Lenguaje, Matemática y Ciencias, mientras que los
Estados Unidos ocupan un lugar muy inferior en esa
escala.
44
Enseñanza mediática: la otra revolución
En verdad, la educación pública incluye mucho más
que escuelas y alfabetismo tradicional. Incluye la familia,
los amigos y, por qué no, los medios de comunicación;
y también el apasionado compromiso de los menos
jóvenes con las artes, la música y la educación física en
la escuela. Pero más allá de esto, uno no puede evitar
darse cuenta de que durante los pasados cincuenta años,
la juventud cubana apenas ha sufrido las distracciones
persistentes de las «pantallas» en todas sus formas.
Un reconocido profesor de la Universidad de
Columbia,21 alertó recientemente a algunos de sus
colegas por los resultados de los exámenes y la exigencia
de sus responsabilidades. En una de sus conferencias,
preguntó: «¿De qué somos responsables, nosotros, los
educadores?».
6. Les Brown, The New York Times Encyclopedia of Television, Times
Books, Nueva York, 1977.
Traducción: María Teresa Ortega Sastriques.
13. Sherry Turkle, Alone Together, Basic Books, Nueva York, 2011.
7. Kathryn Currier Moody, Growing Up on Television: A Report to
Parents, Times Books, Nueva York, 1980.
8. Norman Cousins, «Introducción», en Kathryn Currier Moody,
Growing Up on Television..., ob. cit. Norman Cousins fue, hasta
mediados de los años 80, editor de The Saturday Review of Literature and
the Arts, una importante publicación semanal de temas culturales.
9. Norman Cousins, ob. cit.
10. Véase «A Cable Challenger for PBS as King of the Preschool
Hill», The New York Times, Nueva York, 21 de marzo de 1994, p. 1.
11. Larry Cuban, «In the Classroom of Future, Stagnant Scores»,
The New York Times, Nueva York, 3 de septiembre de 2011.
12. «Is Technology in Class the Answer?», The New York Times, Nueva
York, 12 de septiembre de 2011.
14. Edward Hallowell, Crazy/Busy: Strategies for Managing Your FastPaced Life, Ballantine Books, Nueva York, 2006, p. 20.
Notas
15. Neil Postman, Teaching As a Conserving Activity, Delacorte Press,
Nueva York, 1979, p. 17.
1. Richard R. Fagen, The Transformation of Political Culture in Cuba,
Stanford University Press, Palo Alto, 1969, p. 33.
16. John Dewey, The School and the Society, University of Chicago
Press, Chicago, 1967.
2. En mi libro The Children of Telstar: Early Experiments in School
Television Production (Center for Understanding Media, Nueva York,
1999), describo la entrada de la televisión en las escuelas.
17. Amy Stuart Wells, «The Admissions Game: Remembering to
Inhale», The New York Times, Nueva York, 14 de septiembre de
2011.
3. The Center for Understanding Media, «Funding Proposal to the
Ford Foundation», Archivo de la Fundación Ford, R1713, 21 de
diciembre de 1970, Nueva York, p. 4.
18. Neil Postman, ob. cit.
19. H. Marshall McLluhan, «Report on Project in Understanding
Media, for the National Association of Educational Broadcasters»,
HEW, 30 de junio de 1960.
4. «Voices in Media Literacy», The Center for Media Literacy, Los
Angeles, 2011, disponible en www.medialit.org/voices-medialiteracy-pioneers-speak.
20. La National Assessment of Educational Progress (NAEP), del
Departamento de Educación de los Estados Unidos, es la evaluación
más representativa y continua de los conocimientos de los estudiantes
estadounidenses en el nivel nacional. Véase http://nces.ed.gov.
5. Action for Children’s Television fue fundada por cuatro mujeres
en Newton, Massachusetts, y dirigida por la dinámica Peggy
Charren. Su efectividad no se hizo esperar en cuanto a presionar a
la industria y a las corporaciones televisivas para lograr cambios en
sus políticas de programación y publicidad. Conocí a Peggy durante
una conferencia de ACT sobre el desarrollo de la imaginación, en
la Universidad de Harvard. Muy pronto me convertí en fundadora
y presidenta de la sucursal de ACT de la ciudad de Nueva York.
La oficina, en la Sociedad Cultural Ética, fue una donación. Allí
trabajamos conjuntamente con otros grupos del país. Nuestro
consejo asesor contaba con Joan Ganz Cooney, director del
Children’s Television Workshop, la antropóloga Margaret Mead y
varios profesores.
21. Robert McClintock, «Discurso en el Teachers College»,
Universidad de Columbia, mayo de 2011.
©
45
, 2011
no. 68: 46-55, octubre-diciembre de 2011.
Michael Shifter y Rachel Schwartz
¿Equilibrio en la frontera?
México en los medios
de comunicación
norteamericanos
Michael Shifter
Presidente de Diálogo Interamericano.
Rachel Schwartz
Asistente del Programa congresional de Diálogo Interamericano.
D
urante la última década, México ha surgido
como un punto de gran envergadura en el ciclo
noticioso norteamericano. A pesar de estar involucrada
en dos guerras en el Medio Oriente, y de la creciente
competencia de naciones como China, la atención
norteamericana no se ha desviado totalmente de sus
más próximos vecinos. El público norteamericano
sigue preocu pado sobre el estado de los asuntos en
México. Un sondeo de febrero de 2011 arrojó que 62%
de los que respondieron estaban «muy interesados» o
«algo interesados» por lo que ocurre en México,1 con
lo que ocupa un puesto equivalente al de otros puntos
neurálgicos globales como Iraq, Afganistán, Corea
del Norte, Irán, Pakistán y el Egipto posterior a la
revolución.
No obstante, ese alto nivel de interés ha ido
acompañado de opiniones cada vez más desfavorables
respecto al vecino del sur. Según una encuesta Gallup
de febrero de 2011, las actitudes norteamericanas hacia
México son las más negativas en un lapso de más de
veinte años. Como reportara este último sondeo, 51%
de los norteamericanos tiene una opinión desfavorable,
al tiempo que apenas 45% mantiene una imagen
positiva: es la segunda vez en las dos últimas décadas
que las percepciones negativas han sobrepasado a las
positivas. El sentir actual respecto a México evidencia
un agudo descenso, a partir de 2005, cuando la opinión
favorable se hallaba en un pico de 74%.2 En solo seis
años, el deterioro de su imagen en los Estados Unidos
ha sido dramático.
Estas actitudes negativas están sin duda vinculadas
con dos factores: la violenta lucha contra el tráfico de
drogas y el significativo flujo de inmigrantes mexicanos.
En primer lugar, la actividad criminal organizada,
dirigida por carteles de la droga altamente sofisticados
han impuesto altos niveles de inseguridad al sur de
la frontera norteamericana. Desde que el presidente
Felipe Calderón asumió su cargo en 2006, la violencia
relacionada con la droga ha costado alrededor de
cuarenta mil vidas de mexicanos. En segundo lugar,
los niveles de la migración mexicana, que subieron
vertiginosamente en la última década, han generado
un debate cada vez más visible y polarizado sobre la
inmigración en el discurso político norteamericano. Ese
estado de ánimo se puso de manifiesto en las apasionadas
reacciones, positivas y negativas, ante un proyecto de
46
¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos
ley del estado de Arizona que habría autorizado a los
agentes a interrogar a cualquier sospechoso de residir
ilegalmente en el país.
Estos acontecimientos han ubicado a México en
el más alto peldaño del ciclo noticioso de los Estados
Unidos, al tiempo que generan niveles crecientes
de mala voluntad entre su población. Ello suscita
interrogantes sobre el vínculo entre la cobertura de
los medios norteamericanos y las percepciones del
público respecto a México. ¿Cuáles son la naturaleza
y la calidad de los reportajes sobre México? ¿De qué
manera han contribuido a un debate abierto y pluralista
sobre asuntos preocupantes, o han dejado de cumplir
su principal responsabilidad de reportar la verdad de
un modo equilibrado y preciso?
Este artículo examinará esos asuntos centrales
analizando la cobertura de prensa de esos dos temas
que han dominado últimamente las discusiones sobre
México en los Estados Unidos. Aunque ha existido
cierto número de ejemplos del sensacionalismo y la
tergiversación, la mejor manera de caracterizar tal
cobertura es calificarla de mezcla. Las fuentes de
noticias de la prensa escrita de mayor circulación han
limitado, en ocasiones, el debate público, al tergiversar
el alcance y la naturaleza de la violencia en México,
relacionada con la droga, sus implicaciones para la
seguridad nacional norteamericana y el papel que
desempeñan los Estados Unidos, que contribuyen
al problema. En otros momentos, sin embargo, esas
fuentes son voces solitarias que sacan a un primer
plano descripciones más abarcadoras y precisas de la
situación, con lo que se disipan los mitos propagados
por funcionarios norteamericanos y mexicanos y
amplían la discusión sobre las causas y consecuencias
de la violencia relacionada con la droga.
Los reportajes norteamericanos sobre la inmigración
procedente de México presentan una mezcla similar.
Aunque los medios informativos a menudo han
alimentado los temores de la población autóctona,
que se opone a la inmigración respecto a un inminente
posesionamiento por parte de los mexicanos y exagera el
vínculo entre inmigración ilegal y criminalidad, algunos
periodistas y otras fuentes generadoras de noticias
están pugnando por echar atrás las falsificaciones
populares y construyendo un análisis más matizado
de los indocumentados. En este sentido, la cobertura
ha brindado aperturas prometedoras para el debate
democrático, al tiempo que sirve de fuente para las
distorsiones y la tensión en aumento. El propósito de
este artículo será identificar las representaciones positivas
y negativas, con la esperanza de localizar zonas en las
que los medios norteamericanos de difusión pueden
sobreponerse a los reportajes simplistas y profundizar
la comprensión y el diálogo del público. El análisis
concentra la atención principalmente en la prensa plana
y utiliza fuentes primarias y secundarias. Respecto a
los reportajes sobre la violencia de los carteles de la
droga, donde hay menos material científico disponible,
analizamos las series específicas de la «guerra de la
droga» en tres de los periódicos de mayor circulación en
los Estados Unidos: The New York Times, The Washington
Post y The Los Angeles Times. Debido a que la cobertura
respecto a la inmigración ha sido más abordada por la
academia, contamos con estudios previos para valorar el
modo en que los medios informativos norteamericanos
han presentado la proveniente de México.
México a través del prisma de la guerra
Desde el establecimiento de relaciones entre
los dos países, los periodistas norteamericanos han
asignado a México el papel de un territorio en el
que cunden conflictos y ausencia de legalidad. Le
fue presentado al público estadounidense a través
de la cobertura de prensa a la Guerra mexicanonorteamericana comenzada en 1846, cuyo resultado
fue la anexión de más de la mitad de sus tierras a los
Estados Unidos, lo que sigue siendo una fuente de
tensión entre las dos naciones. Iniciada en el momento
culminante de la era expansionista yanqui, fue la primera
guerra extensamente cubierta por los corresponsales
norteamericanos, cuya forma parcializada de reportar
sobre el «atraso» de los mexicanos fue diseñada para
concitar el apoyo nacionalista.3 Esta introducción inicial
tuvo seguimiento, sesenta años después, en la amplia
cobertura brindada a la Revolución mexicana.
Esas tempranas descripciones tuvieron un efecto
duradero en el público norteamericano. Tal como
observa Mercedes Lynn de Uriarte,
la relación de México con la prensa norteamericana
nació en crisis, y su imagen sigue siendo moldeada, en
su mayor parte, en tiempos de tensión internacional […]
la percepción respecto a los líderes de esa nación era
que violaban la ley o eran inefectivos, poco prácticos e
ineptos. Se reportaba sobre sus conflictos como períodos
de caos inexplicable.4
Esa prensa construyó la nación mexicana como
un territorio en disputa, tierra de sangre derramada,
confusión y desorden, susceptible de ser capturada
por el mejor postor. Semejantes caracterizaciones
sentaron un claro precedente sobre cómo seguiría
siendo representado México en el discurso público de
los Estados Unidos.
Los tropos de caos y barbarismo permanecen
presentes en los medios informativos norteamericanos
en la medida en que, justo al sur de la frontera, otra lucha
sigue en pleno vigor: contra los carteles de la droga y los
sindicatos del crimen organizado. Con la creciente cifra
47
Michael Shifter y Rachel Schwartz
consecuencias y verdadera naturaleza de la «guerra de
las drogas».
Pero en ciertos momentos, los periodistas
norteamericanos han realizado exámenes más críticos
del término «guerra», cuestionando su empleo para
caracterizar el caso mexicano y subrayando la discusión
sobre el tema. Un ejemplo de este tipo fue la controvertida
comparación de México con Colombia, que hizo la
Secretaria de Estado, Hillary Clinton, que profundizó el
debate sobre la naturaleza de la violencia de los carteles
mexicanos y desató indagaciones sobre si en realidad
merece la etiqueta que ha adquirido últimamente. La
declaración formulada por la Clinton, en septiembre
de 2010, en la que planteaba que las organizaciones
del narcotráfico «están introduciéndose en lo que
consideraríamos una insurgencia»10 —en buena medida
como lo que ocurrió en Colombia en la década de los
80—, no solo suscitó la ira de funcionarios mexicanos,
sino que provocó desacuerdos entre periodistas que
disintieron de esa afirmación. Partiendo del desacuerdo
del presidente Barack Obama con la caracterización que
hiciera la Clinton,11 algunas fuentes publicaron historias
que revelaban las complejidades del caso mexicano y
exploraban si los carteles de la droga en verdad poseen
la agenda política y los niveles de control que permitan
clasificarlos como grupos insurgentes.
Por ejemplo, Ken Ellingwood, de The Los Angeles
Times, en el artículo antes citado, disecciona ambos casos
con el fin de poner a prueba la comparación. Él arguye
que existen marcadas diferencias en la naturaleza y la
severidad de la violencia de los carteles en cada país.
De manera más notable, alega que el objetivo de las
organizaciones mexicanas de narcotráfico es «dinero,
no soberanía»,12 con lo cual significa que buscan, en
última instancia, el control de los mercados y de las
rutas comerciales, no del aparato del Estado, como el
movimiento rebelde armado de Colombia. Aunque los
carteles mexicanos han empleado tácticas en extremo
brutales para el logro de sus objetivos, «no hay ninguna
fuerza que parezca remotamente capaz de derribar al
gobierno». De ese modo, Ellingwood diferencia los
objetivos y capacidades del cartel mexicano respecto a
los grupos que constituyen verdaderas insurgencias, con
lo cual aporta una nueva perspectiva de la violencia.
No obstante, un escrutinio como ese solo se ve
raramente en otros artículos publicados por The Los
Angeles Times y otros de los principales periódicos.
En la mayoría de los reportajes, se enmarca la lucha
contra la violencia de los carteles como guerra, con lo
cual dejan poco margen a la crítica y la interpretación
alternativa. Examinando más de cerca la situación en
México con una perspectiva comparada y poniendo el
foco de atención en sus complejidades, la cobertura de
los medios de comunicación norteamericanos puede
de muertes y el clima de temor a lo largo de la frontera
norte de México, los medios norteamericanos han
cubierto la «guerra contra las drogas» como el siguiente
capítulo en la serie de batallas épicas de ese país. En las
series de los tres periódicos mencionados, la palabra
«guerra» sirvió de etiqueta para caracterizar la situación
en México.5 Su utilización casi se ha convertido en la
norma periodística al describir la violencia relacionada
con las drogas, lo cual moldea de manera decisiva las
percepciones del público norteamericano. Ese empleo
podría no ser, en sí mismo, una distorsión de la verdad;
incluso resulta defendible dado que las fuentes de
noticias mexicanas la usan con frecuencia en sus propios
reportajes, y tal vez haya sido el gobierno mexicano
el principal actor en la popularización de la frase.6 La
palabra comporta una importancia estratégica para el
Estado mexicano, al comunicar la enorme amenaza que
enfrenta y al instar a los Estados Unidos, el principal
consumidor de drogas ilícitas y fuente de armamentos
ilegales, a asumir su responsabilidad y emprender
acciones. Adicionalmente, el extraordinario número de
bajas ubica la lucha mexicana en pie de igualdad con
otros conflictos, por lo general considerados como
guerras.
Su naturaleza engañosa no radica ahí, sino en el modo
en que el término crea un fervor alarmista y asfixia el
debate público al impedir exámenes más críticos del
problema. Más allá de utilizar el término, los medios
de difusión de los Estados Unidos han empleado un
lenguaje y unas imágenes grotescos, con lo cual han
alentado las ansiedades norteamericanas. Las fuentes
que hemos examinado usaron frases como «el caos
de la guerra de las drogas en vías de profundización»,
«reino del terror», «narcoviolencia fuera de control»,
«anarquía criminal», y «guerra abierta».7 Además, se
ha aludido a poblados y regiones mexicanos como
«galerías de tiro salpicadas de sangre», «tierra de
nadie carente de ley», «virtuales zonas de combate», y
«sangrientos campos de batalla urbanos», en los que
«aparecen cabezas en los congeladores y en las bolsas
de basura» y resulta «perturbadoramente común que
se cuelguen cadáveres mutilados de hombres de los
puentes y los pasos superiores».8 Algunos reportajes
han llegado a trazar paralelos entre la lucha contra
las organizaciones narcotraficantes mexicanas y la
existente contra el terrorismo en el Medio Oriente.
Las matanzas han sido descritas como «actos de
narcoterrorismo», y los funcionarios norteamericanos
se han referido a la frontera con México como «nuestro
tercer frente, después de Afganistán e Iraq».9 Las
imágenes sensacionalistas y los irreflexivos paralelismos
con las guerras norteamericanas en el Medio Oriente
han impedido mirar con más profundidad las causas,
48
¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos
derribar las caracterizaciones monolíticas, que se han
convertido en la norma, y profundizar la comprensión
del público sobre la frontera meridional del país.
entre reportar las realidades de México en el terreno
y promover la discusión sobre tópicos de alcance y
envergadura. La cobertura de la prensa puede ser clave
en la complementación de las discusiones sobre las
debilidades del Estado y el aumento del desorden, con
preguntas respecto a los límites de la violencia referida
a la droga y a las capacidades del crimen organizado.
Debe aplicársele un análisis similar al efecto de
«trasvase» —la idea de que la narcoviolencia mexicana ha
abierto brechas en la frontera y comenzado a fluir hacia el
norte—, que ha recibido mucha atención recientemente.
La prensa ha subrayado que la administración Obama
teme que la violencia «pueda derramarse cada vez más
dentro de los Estados Unidos»,16 al tiempo que otros
han enviado mensajes mixtos con respecto al grado
en que eso ya ha ocurrido. Por ejemplo, un reportaje
de The New York Times, de marzo de 2009, describe
episodios violentos relacionados con el narcotráfico,
en los poblados fronterizos del sudoeste e incluso en
ciudades metropolitanas como Atlanta.17
Sin embargo, los relatos tienden a carecer de claridad
al identificar la verdadera magnitud de la violencia
por drogas del lado norteamericano de la frontera. A
pesar de describir un escenario en el cual la violencia
de los carteles mexicanos se ha volcado en ese lado a
niveles escalofriantes, el artículo cita a un funcionario
estadounidense que arguye que la peor porción de ella
«no se ha derramado [...] en parte debido a que los
carteles no desean correr el riesgo de una respuesta de
las entidades encargadas de hacer cumplir la ley aquí, lo
cual pudiera desbaratar sus negocios», y admite que «de
manera general, los crímenes violentos han disminuido
en varias ciudades de la frontera o próximas a ella».18 Esta
última afirmación ha sido recientemente corroborada
por un estudio de USA Today, el cual descubrió que
las ciudades fronterizas de los Estados Unidos son, en
promedio, más seguras que otras de sus estados. A pesar
de esa realidad, 83% de los norteamericanos creen que
la violencia fronteriza excede los índices nacionales,
percepción en parte alimentada por los reportajes
sensacionalistas.19
En vez de glosar estas concepciones erróneas, los
medios informativos norteamericanos pudieran usarlas
como punto de partida para procurar una atención más
aguda a los efectos de la violencia de los carteles en los
Estados Unidos, cuyo alcance es un tema que necesita
un debate más pluralista y matizado.
Lectura incorrecta de la narcoviolencia
mexicana
La forma sensacionalista norteamericana de reportar
la lucha de México contra el tráfico de drogas también
ha oscurecido un examen crítico del alcance de la
violencia de los carteles y cuánto control territorial ha
perdido verdaderamente el gobierno mexicano a manos
de los grupos criminales organizados. Funcionarios
mexicanos han criticado las caracterizaciones de los
medios informativos norteamericanos por considerarlas
exageradas en extremo. En un artículo de Noticias de la
BBC, de noviembre de 2010, el embajador mexicano
ante los Estados Unidos, Arturo Sarukhan, subrayó:
«[A partir de la cobertura de prensa] podría inferirse
que el país está ardiendo, desde el Río Grande hasta la
frontera con Guatemala».13
En buena medida, esas objeciones son de peso. La
presentación que hacen los medios norteamericanos
del alcance de la violencia de los carteles ha sido, en
el mejor de los casos, vaga y carente de comprobación
y, en el peor, engañosa. En las tres series analizadas, la
mayoría de los artículos recurrieron al empleo de frases
ambiguas como «amplios pases de guadaña», «grandes
trozos de territorio», «cierto número de regiones» y
«vastas áreas»,14 para describir la extensión de tierra que
los carteles han arrebatado al control estatal. Algunos
textos selectos han sido más precisos, al referirse a
ciertas ciudades como Reynosa y Ciudad Juárez como
bolsones claves «bajo el dictado del pulgar de los
carteles», o demarcando a los estados septentrionales
de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila como las tres
regiones «inundadas de violencia».15 La realidad es que
hay bolsones a lo largo del norte de México que han
sucumbido a niveles extremos de violencia de los carteles,
y ese tipo de criminalidad se está extendiendo. Sin
embargo, las descripciones sobre la violencia localizada
y los exámenes críticos sobre cuán difuso se ha vuelto
el control de esta organización son mucho menos
frecuentes, lo que induce a la aplastante impresión de
que los niveles extremos de violencia están, de hecho,
a lo largo de gran parte de la nación.
Parte del problema para identificar la extensión del
control de los carteles radica en que resulta virtualmente
imposible apreciar hasta qué punto los narcotraficantes
o el gobierno tienen la ventaja en cualquier zona dada.
Pero eso no quiere decir que los medios norteamericanos
no puedan desempeñar un papel en la promoción de un
debate en torno a este asunto. Deben hallar un equilibrio
Responsabilidad de los Estados Unidos:
flujo de armas y consumo de drogas
Las percepciones negativas respecto a México,
ampliamente difundidas dentro de los Estados Unidos,
49
Michael Shifter y Rachel Schwartz
Los tropos de caos y barbarismo permanecen presentes en los
medios informativos norteamericanos en la medida en que,
justo al sur de la frontera, otra lucha sigue en pleno vigor:
contra los carteles de la droga y los sindicatos del crimen
organizado.
están correlacionadas con una elevada tendencia a
culpar a México por sus propios problemas y los del
vecino del Norte. Según un sondeo de julio de 2010,
49% de los que respondieron piensa que debería
culparse a México por permitir que los carteles crezcan y
florezcan, al tiempo que solo 34% cree que los Estados
Unidos deben ser responsabilizados por tener una
población que demanda drogas ilegales. Siguiendo un
patrón similar, apenas 7% de los encuestados tiene una
opinión mayormente favorable del gobierno mexicano.
Ese punto de vista refleja la tendencia norteamericana
a echar la culpa al sur de la frontera, donde se percibe
que la campaña para cortar el flujo de la violencia por
drogas ha fallado de manera general.
Semejantes tendencias inducen a cuestionarse el
modo en que los medios informativos norteamericanos
están asignando la responsabilidad por el derramamiento
de sangre. ¿Con qué profundidad han explorado los
reportajes la miríada de causas de la violencia por
drogas, tanto al norte como al sur de la frontera? ¿Cómo
se le presenta al público norteamericano el problema
de la responsabilidad? Tal como se observara antes, las
respuestas a estas preguntas no están bien definidas.
Al tiempo que se pinta al gobierno mexicano y a su
aplicación de la ley como no confiables e incompetentes,
los medios noticiosos norteamericanos han sido muy
débiles en lo que respecta a abordar temas como la
demanda y el consumo norteamericanos de drogas,
que contribuyen de manera significativa a la violencia.
Sin embargo, los reportajes sobre otros temas —como
el tremendo flujo de armas de los Estados Unidos
hacia México y la corrupción entre los funcionarios
norteamericanos, en especial los agentes de las patrullas
fronterizas— se han robustecido en la medida en que
los periodistas han adoptado un enfoque investigativo
de fuerte impacto. Por ende, al abordar el problema de
la corresponsabilidad por la violencia de los carteles, los
medios informativos norteamericanos han subrayado
el debate en algunas esferas, como los flujos de armas,
y han dejado otras como el consumo de drogas
relativamente intactas.
En las tres series de la «guerra de las drogas»
examinadas, la tendencia ha sido atribuir la mayor
porción de responsabilidad al gobierno mexicano. Una
extensa cobertura sobre la ineficacia institucional ha
influido en la inclinación del público norteamericano
a culparlo de la situación. Esa tendencia, sin embargo,
no solo ha sido conformada por afirmaciones referidas
a su debilidad, sino también por omisiones de la
culpabilidad de los Estados Unidos, sobre todo en
cuanto al problema de consumo de drogas. En los
145 artículos de The New York Times, The Los Angeles
Times y The Washington Post revisados, solo había nueve
referencias al uso, demanda o consumo de drogas en
ese país, la mayoría de las cuales eran críticas formuladas
por funcionarios mexicanos. Solo tres de los artículos
incluían el consumo de drogas como foco primario de
atención.
Algunos de los reportajes que dirigen sus demandas
al norte de la frontera siguen usando un tono
acusatorio con México, y evadiendo la responsabilidad
norteamericana. Por ejemplo, un artículo de mayo de
2009, en The New York Times, afirma que los carteles «han
extendido las ventas de heroína [...] hasta los caminos
urbanos y rurales pocos frecuentados» y asimismo
están ofertando agresivamente formas más novedosas
y mortíferas de la droga al mercado norteamericano.20
Ese tono describe el consumo como si fuera causado
por la imposición de las ventas mexicanas de drogas a la
sociedad norteamericana, pasando por alto el problema
de la demanda existente. Semejante caracterización
no presenta un punto de vista equilibrado sobre la
responsabilidad norteamericana, sino que sigue siendo
parcializado, al describir el flujo de drogas como una
fuerza invasora que destruye los enclaves suburbanos
y urbanos de los Estados Unidos.
Hay otros tópicos relacionados con el papel de
los Estados Unidos, sobre el cual los periodistas
están promoviendo una conversación más vibrante.
El principal es el flujo de armas hacia México como
resultado de las débiles regulaciones a las ventas
domésticas de estas. Muchos informes calculan que
hasta 90% de las armas rastreadas y capturadas en
México proviene de los Estados Unidos, aunque algunos
funcionarios norteamericanos niegan esta cifra.21
Se le ha dedicado una sustancial cobertura, por parte
de la prensa norteamericana, a la conexión entre las poco
rigurosas leyes sobre armamentos y la proliferación de
la violencia de los carteles. En The Washington Post, casi
la cuarta parte de los artículos analizados centraban su
50
¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos
respecto a los mexicanos que han ingresado al país a
ritmos sorprendentes a lo largo de la última década.
Las cifras de las encuestas muestran que apenas
32% de los norteamericanos mantiene una opinión
favorable respecto a los inmigrantes mexicanos. Entre
los republicanos, la cifra se precipita a 23%.25 Además,
según un sondeo de julio de 2010, 81% favorece el
incremento de los patrullajes fronterizos y la presencia
de agentes federales en la frontera norteamericanomexicana, y 55% aprueba la ley contra la inmigración
ilegal de Arizona. 26 Pero la mayoría no llega a
propugnar políticas antinmigrantes extremas, como
una modificación constitucional para impedir que los
hijos de los inmigrantes indocumentados obtengan la
ciudadanía. En una encuesta de agosto de 2011, 57%
se oponía a una medida de ese tipo.27 A pesar de esta
salvedad, que refleja una postura más moderada de parte
del público, los norteamericanos en su mayoría muestran
sentimientos bastante desfavorables con respecto a los
inmigrantes mexicanos que viven y laboran en los
Estados Unidos. Esas percepciones negativas podrían
atribuirse, en parte, a las descripciones que hacen los
medios informativos sobre ellos. Muchos han sido
calificados como intrusos decididos a imponer su propia
autonomía cultural y territorial, como culpables por el
drenaje de los recursos del Estado y por quitar empleos
a los norteamericanos. Las representaciones de los
mexicanos y de los latinos en los Estados Unidos, tanto
los inmigrantes como los nacidos en Norteamérica,
reflejan lo que Leo R. Chávez llama «la narrativa de
la amenaza del latino», compuesta por un conjunto
de «suposiciones y verdades dadas por sentadas», que
postulan que
atención en el flujo de armas norteamericanas a México.
En diciembre de 2010, este diario comenzó a publicar
los resultados de un año de investigación respecto a
los principales vendedores de armas vinculados con
el crimen organizado de México, información que se
había mantenido en secreto debido a una ley de 2003
aprobada por el Congreso bajo la presión del poderoso
lobby de los armamentos.22 Los informes no solo están
basados en un estudio sustancial, a partir del examen
de millares de documentos de los tribunales y del
gobierno, sino que también abordan lo complejo de
mantener las armas de asalto alejadas de las manos de
los compradores con falsas identificaciones, que podrían
ser difíciles de rastrear.
Finalmente, la cobertura de los medios informativos
de los Estados Unidos respecto a la violencia referida
a la droga también ha comenzado a subrayar la mala
conducta entre los funcionarios norteamericanos, sobre
todo los agentes de la patrulla fronteriza. Este ángulo
ilustra cómo la corrupción estatal a ambos lados de
la frontera contribuye al problema. En un artículo
de septiembre de 2010, en The Washington Post, Ceci
Connolly relata la historia de los sucios manejos de la
agente norteamericana Martha Garnica, quien durante
más de diez años ayudó a los grupos criminales a
transportar drogas y trabajadores indocumentados al
otro lado de la frontera. Reuniendo hojas de documentos
de juzgados y testimonios, horas de conversaciones
grabadas y numerosas entrevistas con investigadores,
agentes encubiertos y colegas de Garnica, Connolly
arroja luz sobre «el papel casi nunca discutido de los
Estados Unidos en el comercio del tráfico».23 De manera
similar, en diciembre de 2009, The New York Times
detalla varios casos más de colaboración con los carteles
entre los funcionarios de aduanas y de protección de
la frontera.24
En la medida en que las fuentes de noticias
norteamericanas comiencen a mejorar su cobertura
de la lucha contra la violencia asociada a la droga, de
un modo que presente las causas de muchas facetas
y la responsabilidad compartida, el debate público se
volverá más rico y el público norteamericano estará
mejor informado. Esta forma de reportar con amplitud
y profundidad también puede ser un catalizador para
soluciones de políticas mejores y más integradas.
los latinos no están dispuestos a, o son incapaces de
integrarse, de convertirse en parte de la comunidad
nacional. En lugar de ello, son parte de una fuerza
invasora proveniente del sur de la frontera que está
determinada a reconquistar tierras que en el pasado
fueron de ellos [el sudoeste de los Estados Unidos], y a
destruir el modo de vida norteamericano.28
Esta imagen es reforzada por el modo en que
los medios de prensa, tanto consciente como
inconscientemente dibujan a los latinos —en
particular a los inmigrantes mexicanos y los mexicanonorteamericanos— como una amenaza, con lo que
propagan un discurso alarmista y echan leña al fuego
de las ansiedades del público.
Históricamente, las fuentes de noticias han
construido la imagen del «invasor» latino mediante
el uso de metáforas, tanto impresas como visuales.
En su estudio, de 1994, de la cobertura que dio The
Los Angeles Times a la Propuesta 187 de California,
que aprobó medidas para eliminar el acceso de los
inmigrantes ilegales a los servicios sociales, Otto Santa
Ana rastrea el uso frecuente de metáforas tales como
La inmigración mexicana y el discurso
de la amenaza
Las actitudes desfavorables respecto a México no
solo parten de percepciones de una guerra perdida
contra las drogas y sus implicaciones para los Estados
Unidos, sino también de los puntos de vista negativos
51
Michael Shifter y Rachel Schwartz
«aguas peligrosas», «invasión», «enfermedad/lastre»
referidas a la inmigración, y a los inmigrantes como
«animales» o «manada», y que piden «apuntarles»,
«atacarlos», «devorarlos», «perseguirlos cazándolos».29
David Cisneros extiende este estudio de la metáfora
a los medios noticiosos visuales de hoy en día, y
analiza las representaciones de los inmigrantes
como «contaminantes» que «[se filtran] a través de la
frontera y se reúnen en las esquinas», en su frecuente
descripción como cuerpos ociosos apiñados en masas.30
Las asociaciones simplistas invocadas a través de la
metáfora contribuyen a las percepciones de lo que
Chávez llama las «vidas virtuales» de los inmigrantes
—lo que creemos que conocemos de ellos, basados
en lo que vemos, escuchamos y leemos. No obstante,
esas representaciones sensacionalistas «carecen de la
profundidad del entendimiento que se alcanza con
el contexto histórico, las explicaciones económicas
y la elaboración de la ciencia social»,31 lo que impide
una comprensión más amplia de la realidad de los
inmigrantes.
Si bien este discurso negativo ha acompañado
los fuertes influjos de la inmigración a lo largo de la
historia norteamericana, la retórica hostil que rodea
a la mexicana ha sido perceptiblemente distinta. El
lenguaje referido a la «ilegalidad» ha impregnado más
los reportajes sobre los inmigrantes mexicanos que los
de cualquier otro grupo, al presentarlos como ajenos,
tanto desde el punto de vista de la sociedad como desde
la perspectiva legal.32 En muchas instancias, los medios
informativos han sido responsables de la publicación
de cifras e imágenes que distorsionan las percepciones
de la amenaza mexicana. Por ejemplo, al reportar para
Lou Dobbs Tonight la visita del presidente mexicano
Vicente Fox, en mayo de 2006, a Salt Lake City, Utah, el
corresponsal de la CNN, Casey Wian, presentó su arribo
como parte de una invasión criminal más vasta:
A diferencia de los inmigrantes europeos que
ingresaron en los Estados Unidos, a ritmos rápidos, a
principios del siglo xx, los mexicanos, contemplados
como no blancos, representan al «otro» racial, lo que
complica la hostilidad y la ansiedad que evocan. En
un estudio de 2008 sobre el modo en que se reporta
la inmigración en los Estados Unidos y las consignasseñales grupales, Ted Brader, Nicholas Valentino
y Elizabeth Suhay descubrieron que la cobertura
noticiosa que subraya los costos de la inmigración
impulsaba la oposición y los sentimientos de ansiedad
cuando los inmigrantes representados eran de grupos
estigmatizados desde el punto de vista racial.34
Los temores populares en torno a la inmigración
mexicana reflejan los falsos conceptos que han circulado
a través de la cobertura de los medios informativos. Las
principales preocupaciones del público norteamericano
son el lastre que los inmigrantes representan para los
servicios gubernamentales (40%), la competencia
que ejercen sobre los puestos de trabajo de los
norteamericanos (27%) y el aumento del crimen que
pueden causar (9%).35 Cada una de estas narrativas es a
menudo promovida a través de la cobertura noticiosa.
Por ejemplo, las discusiones surgidas en torno
al «bebé de anclaje» en medio del debate sobre la
ciudadanía por derecho de nacimiento giró bastante en
torno a las nociones de competencia de los inmigrantes
para la obtención de puestos de trabajo y recursos del
Estado. Los hijos de los inmigrantes ilegales, tildados
de «bebés de anclaje» porque «se les deja caer»36 en los
Estados Unidos con vistas a asegurar los derechos de
ciudadanía para ellos mismos y sus familias, han sido
presentados como infiltrados que intentan hacerle
trampa al sistema y sacar provecho de las estipulaciones
de los servicios sociales y oportunidades económicas.
En los reportajes de Time sobre la propuesta de ley
de Arizona que les debía negar los certificados de
nacimiento a los padres indocumentados que tienen a
sus hijos en los Estados Unidos, el senador estatal Russel
Pearce bombardea «el esfuerzo orquestado por parte de
[los inmigrantes ilegales] para venir aquí y tener hijos
con vistas a acceder al gran estado del bienestar que
hemos creado».37 La divulgación de esas afirmaciones,
sin examinar los costos sociales y económicos de la
inmigración no autorizada, y asociarlas con imágenes
volátiles como «bebé de anclaje», parcializan los puntos
de vista del público y brindan poca comprensión
sustantiva para promover el debate racional.
Sumándolo a la temida presión sobre los recursos y
las oportunidades económicas, los medios informativos
han promovido un falso vínculo entre la inmigración
ilegal y el incremento de la criminalidad, moldeando
así la opinión popular respecto a los mexicanos y los
mexicano-norteamericanos en los Estados Unidos.
Se estima que Utah tiene aproximadamente cien mil
extranjeros ilegales, y la cifra crece con rapidez. Utah es
también una parte del territorio al que algunos activistas
latinos militantes se refieren como Aztlán, la porción
del sudoeste de los Estados Unidos que, según plantean,
pertenece a México.33
Cuando se trasmiten ampliamente bajo el disfraz de
«noticias», ese tipo de afirmaciones alarmistas presentan
a los mexicanos inmigrantes, y también a los nacidos en
territorio estadounidense, como incapaces de alcanzar
su membresía en la sociedad norteamericana debido
a su condición marginal y a sus intenciones vengativas
de reclamar territorios perdidos. Tal imagen no solo
condena al ostracismo a quienes son de ascendencia
mexicana, sino también inhibe la habilidad del público
norteamericano para contemplar la inmigración no
autorizada como un problema global y no como algo
centrado en un grupo étnico particular.
52
¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos
Los reportajes sobre el «derrame» de la violencia ligada
a las drogas a los Estados Unidos han subrayado la
condición ilegal de quienes perpetúan los crímenes,
construyendo los dos temas como si estuvieran de
algún modo conectados. Aunque parece sutil, ese tipo
de asociaciones refuerza, en la conciencia del público
norteamericano, la idea de que la inmigración ilegal
también conduce a la diseminación de la criminalidad
al norte de la frontera, noción que, de hecho, contradice
los índices declinantes del crimen en pueblos y ciudades
fronterizos claves, en los que existen vastas poblaciones
de trabajadores indocumentados.
Pero un ejemplo más sorprendente de la cobertura
que exacerba el vínculo no sustentado entre la
inmigración no autorizada desde México y el crimen
violento ha sido el Proyecto Minuteman, que goza de
amplia divulgación por parte de los medios noticiosos
norteamericanos. Alegando la incapacidad del gobierno
para mantener segura la frontera y proteger a los
Estados Unidos de la amenaza del inmigrante ilegal,
grupos de ciudadanos armados han comenzado a
patrullarla.38 Arguyen que impiden a los inmigrantes
mexicanos «forzar su entrada al país», frase que subraya
la idea de la criminalidad de los inmigrantes. Autores
como Leo Chávez argumentan que el «espectáculo»
de los minutemen ha sido completamente producido y
reproducido por los medios audiovisuales e impresos,
lo cual ha brindado al grupo y a sus afirmaciones
distorsionadas una amplia atención del público.39 Al
igual que en el caso de otras metáforas e imágenes
comunes con las que se equipara a la inmigración
mexicana, los reportajes sobre el Proyecto Minutemen
reducen la comprensión sobre la migración de parte
del público a una serie de asociaciones positivas/
negativas que impiden cualquier abordaje más profundo
de las condiciones políticas, económicas y sociales que
están en el meollo del problema. A la vez que atraen
a los espectadores con su alarmismo, esas distorsiones
desalientan el debate público porque no dejan espacio
al cuestionamiento de las suposiciones populares.
por echar atrás el estigma magnificado por la narrativa
de la amenaza de los latinos.
Un artículo sin precedentes, publicado el 5 de
julio de 2011, desbarató varios presupuestos claves
inherentes al discurso antiemigrante; escrito por
Damien Cave, de The New York Times.40 Él debate la
confluencia de factores —la caída de la economía en
Norteamérica, un mayor número de oportunidades
de trabajo en México, el decrecimiento de los índices de
fertilidad entre las mexicanas, las condiciones más
severas para los trabajadores en los Estados Unidos y
la violencia en la frontera— que han contribuido a que
se detenga la inmigración mexicana indocumentada.
La historia relatada por Cave socava los argumentos
de los adversarios de la inmigración, que dependen del
dramático aumento de las cifras de ilegales para dar forma
a un discurso político que advierte sobre la supuesta
amenaza mexicana respecto a los puestos de trabajo,
los recursos del Estado y las familias norteamericanas.
El artículo también muestra una población mexicana
que aprovecha las mayores oportunidades de educación
en su país y que cada vez recurre más a los medios
legítimos para ingresar a los Estados Unidos a través de
los programas de visas temporales. Mediante un mayor
número de análisis basados en hechos, esas razones
desafían las suposiciones de la población que se opone
a la inmigración, acerca de que quienes ingresan al país
son criminales decididos a quedarse permanentemente.
También indica los méritos de explorar los más amplios
factores que dictan las tendencias migratorias con el fin
de promover una presentación más abarcadora de las
actuales realidades.
El artículo de Cave no solo rompió con las
tendencias típicas, al cubrir la inmigración por la vía
de explorar las decisiones y condiciones en el meollo
del asunto, sino también mediante los esfuerzos
subsiguientes por alentar el diálogo continuado. El
artículo fue publicado en español, una decisión rara por
parte de un periódico en lengua inglesa radicado en los
Estados Unidos para ampliar su número de lectores y
brindar un mayor acceso al debate sobre la inmigración.
Además, el Times le dio seguimiento al artículo con
un blog de preguntas y respuestas, lo cual permitió a
los lectores plantear sus interrogantes directamente
a Cave, desafiando el modo en que él emplea el término
«ilegal» y formulando preguntas sobre otras causas a las
que el artículo brindaba menos atención. Al ofrecer un
foro para mantener el diálogo y permitir el ingreso de
nuevas voces, el artículo, de un modo más literal, alienta
el debate pluralista.
Algunos textos recientes han concentrado la atención
en elaborar el perfil de los inmigrantes no autorizados
para alejar los estereotipos con los cuales se les asocia.
En junio de 2011, The New York Times Magazine publicó
Cómo enfrentar el problema
A pesar de los puntos de vista desproporcionadamente
desfavorables que evoca la cobertura noticiosa
norteamericana sobre la inmigración mexicana, algunos
periodistas y fuentes de difusión están ampliando el
debate por la vía de construir una imagen más matizada
de ella. Ese tipo de reportaje, que se ha vuelto más
frecuente en los últimos años, busca no solo aclarar
los hechos sobre la inmigración ilegal y explorar las
complejas causas subyacentes, sino también ubicar las
tendencias mexicanas en un contexto global, y luchar
53
Michael Shifter y Rachel Schwartz
un ensayo autobiográfico, escrito por el laureado
periodista José Antonio Vargas, en el que hace una
crónica de su vida como inmigrante indocumentado.
Uno de sus objetivos declarados es ponerle rostro a
los once millones de inmigrantes indocumentados en
los Estados Unidos: «No siempre somos los que usted
piensa que somos. Algunos cosechan las fresas suyas o
cuidan a los hijos suyos. Algunos están en la secundaria
o en la universidad. Y resulta que algunos escriben
artículos en la prensa que usted podría leer».41
El artículo de Vargas revierte las metáforas
e imágenes totalizadoras que caracterizan las
representaciones típicas de los medios de prensa
sobre los inmigrantes indocumentados. Su historia sobre
su lucha por ocultar su verdadera identidad y por
convertir a los Estados Unidos en su hogar subraya los
aspectos humanos de un problema que con demasiada
frecuencia resulta reducido a cifras escurridizas y a
retórica política simplista. Además, el hecho de que
Vargas proceda de las Filipinas desbarata el presunto
vínculo entre la inmigración ilegal y México, ubicándola
en un contexto global.
Estos dos ejemplos, junto con muchos otros, están
contribuyendo a una discusión más equilibrada sobre
el tema, que busca por debajo de las suposiciones
poco profundas y de las «vidas virtuales» construidas
a menudo por los medios de prensa. Desmontan los
falsos conceptos políticamente explosivos que con
frecuencia afloran dentro del ciclo de noticias y extraen
las complejidades de un problema utilizado para provocar
ansiedad y resentimiento hacia México. Cuando esta
cobertura más totalizadora alcanza un amplio público,
tiene el potencial para cambiar el tono de las percepciones
norteamericanas al tiempo que ofrece la base para un
debate mejor informado y más sensato sobre México y
su relación con su vecino del Norte.
«México en guerra», de The Washington Post (63 artículos entre el
2 de septiembre de 2010 y el 17 de marzo de 2011) la incluyó 49
veces, para un promedio de 0,78 menciones por artículo. Durante
ese mismo período, la serie de The Los Angeles Times titulada «México
sitiado», publicó 74 artículos que usaban 111 veces la palabra
«guerra», 1,5 referencias directas por texto.
6. Véase Jorge Caballero,«Intentamos desmitificar la guerra contra
el narco con cinta: Mendoza», La Jornada, México, DF, 6 de octubre
de 2010; y «Las 13 frases de FCH en Estados Unidos», El Universal,
México, DF, 13 de mayo de 2011.
7. Ken Ellingwood, «Why Mexico is not the New Colombia when
it Comes to Drug Cartels», The Los Angeles Times, Los Angeles,
25 de septiembre de 2010; Richard Marosi, «Determined Federal
Prosecutor Targets the Tijuana Cartel», The Los Angeles Times, Los
Angeles, 27 de septiembre de 2010; Tracy Wilkinson, «In Mexico, A
Dividing Line on “El Infierno”», The Los Angeles Times, Los Angeles,
3 de octubre de 2010; Nick Miroff y William Booth, «Mexico’s Drug
War Intrudes on Monterrey, a Booming Metropolis», The Washington
Post, Washington DC, 16 de marzo de 2010; Randal C. Archibold,
«Mexican Drug Cartel Violence Spills Over, Alarming U.S.», The
New York Times, Nueva York, 22 de marzo de 2009.
8. Véase Richard Marosi, «Mexico Convoy Threads its Way Through
Strange Drug War in Sonora State», The Los Angeles Times, Los
Angeles, 16 de octubre de 2010; Eduardo Castillo, «Marisol Valles
Garcia, Police Chief of Mexico Border Town, Fired for Leaving
Post», The Associated Press, 7 de marzo de 2011; Juan Forero,
«Colombia Stepping Up Anti-Drug Training of Mexico’s Army,
Police», The Washington Post, Washington DC, 22 de enero de 2011;
Nick Miroff, «Mexican Cartel Violence Prompts Calls for Bigger
National Guard Deployment Along the Border», The Washington
Post, Washington DC, 4 de enero de 2011; Ken Ellingwood,
«Dismembered Bodies, Warped Minds», The Los Angeles Times,
Los Angeles, 8 de noviembre de 2010; Tracy Wilkinson, «Out of
Prison and Into Mortal Danger in Mexico», The Los Angeles Times,
Los Angeles, 4 de enero de 2011.
9. William Booth, «Letter from Mexico: In no Mood for a Fiesta»,
The Washington Post, Washington DC, 15 de septiembre de 2010;
Nick Miroff, ob. cit.
10. Véase Mary Beth Sheridan, «U.S. Military Helping Mexican
Troops Battle Drug Cartels», The Washington Post, Washington DC,
10 de noviembre de 2010.
11. Anne E. Kornblut y Scott Wilson, «Obama, Clinton Appear Split
Over Comparisons of Mexican, Colombian Drug Problems», The
Washington Post, Washington DC, 9 de septiembre de 2010.
Notas
12. Ken Ellingwood, ob. cit.
1. «Global Trouble Spots Top Public’s News Interests», Pew Research
Center, 24 de febrero de 2011, disponible en http://people-press.
org (5 de agosto de 2011).
13. «Foreign Media Focus Too Much on Mexico Drug Violence»,
BBC News, Londres, 11 de noviembre de 2010.
14. William Booth, «Mexican Politician “El Jefe” Diego Freed
After 7 Months in Captivity», The Washington Post, Washington DC,
20 de diciembre de 2010; «In Mexico, Only One Gun Store but no
Dearth of Violence», The Washington Post, Washington DC, 29 de
diciembre de 2010; Ken Ellingwood, ob. cit.; «Mexico’s Crackdown
on Organized Crime is Working, Calderon Says», The Los Angeles
Times, Los Angeles, 2 de septiembre de 2010; Marc Lacey, «In
Mexican Drug War, Investigators Are Fearful», The New York Times,
Nueva York, 17 de octubre de 2009.
2. Jeffrey M. Jones, «Iran, North Korea Still Americans’ Least
Favorite Countries», Gallup, 11 de febrero de 2011, disponible en
www.gallup.com (5 de agosto de 2011).
3. Mercedes Lynn de Uriarte, «Crossed Wires: The US Press and
Mexico», en Paul Ganster, Mario Mirando Pacheco, eds., Imágenes
recíprocas: la educación en las relaciones México-Estados Unidos de América,
Quinta Reunión de México y Estados Unidos, UAM Azcapotzalco,
México, DF, 1991, p. 248.
4. Ibídem, pp. 245-54.
15. Daniel Hernández, «Mexican Expats Warned About Holiday
Travel Home», The Los Angeles Times, Los Angeles, 24 de noviembre
de 2010; Tracy Wilkinson, «Mexican Drug Cartels Cripple Pemex
5. «Guerra sin fronteras», serie de ocho artículos de The New York
Times, incluye quince veces el término «guerra», dos por artículo.
54
¿Equilibrio en la frontera? México en los medios de comunicación norteamericanos
29. Otto Santa Ana, Brown Tide Rising: Metaphors of Latinos in
Contemporary American Public Discourse, University of Texas Press,
Austin, 2011, p. 87.
Operations in Basin», The Los Angeles Times, Los Angeles, 6 de
septiembre de 2010.
16. Paul Richter, «U.S. May Drastically Boost Funding to Aid
Mexico’s War on Drug Gangs», The Los Angeles Times, Los Angeles,
4 de septiembre de 2010.
30. J. David Cisneros, «Contaminated Communities: The Metaphor
of “Immigrant as Pollutant” in Media Representations of
Immigration», Rhetoric & Public Affairs, v. 11, n. 4, East Lansing,
Michigan, invierno de 2008, p. 582.
17. Randal C. Archibold, ob. cit.
18. Ídem.
31. Leo R. Chávez, The Latino Threat..., ob. cit., p. 27.
19. Alan Gómez, «U.S. Border Cities Prove Havens from Mexico’s
Drug Violence», USA Today, 18 de agosto de 2011.
32. Joseph Nevins, Operation Gatekeeper and Beyond: The War On
«Illegals» and the Remaking of the U.S.-Mexico Boundary, Routledge,
Nueva York, 2010, p. 112.
20. Randal C. Archibold, «In Heartland Death, Traces of Heroin’s
Spread», The New York Times, Nueva York, 31 de mayo de 2009.
33. «Dobbs’s Immigration Reporting Marked by Misinformation,
Extreme Rhetoric, Attacks on Mexican President, and Data from
Organization Linked to White Supremacists», Media Matters for
America, 24 de mayo de 2006, disponible en http://mediamatters.
org (19 de septiembre de 2011).
21. William Booth, «U.S. and Mexico Struggle to Stop Flow of
Weapons Across Border», The Washington Post, Washington DC, 6 de
octubre de 2010.
22. Sari Horowitz y James V. Grimaldi, «U.S. Gun Dealers with the
Most Firearms Traced Over the Past Four Years», The Washington Post,
Washington DC, 13 de diciembre de 2010; «NRA-Led Gun Lobby
Wields Powerful Influence Over ATF, U.S. Politics», The Washington
Post, Washington DC, 15 de diciembre de 2010.
34. Véase a Ted Brader, Nicholas A. Valentino y Elizabeth Suhay,
«What Triggers Public Opposition to Immigration? Anxiety, Group
Cues, and Immigration Threat», American Journal of Political Science,
v. 52, n. 4, Houston, octubre de 2008, pp. 959-78.
23. Ceci Connolly, «Woman’s Links to Mexican Drug Cartel a Saga of
Corruption on U.S. Side of Border», The Washington Post, Washington
DC, 12 de septiembre de 2010.
35. «Public Favors Tougher Border Controls...», ob. cit.
24. Randal C. Archibold, «Hired by Customs, but Working for
Mexican Cartels», The New York Times, Nueva York, 18 de diciembre
de 2009.
37. Adam Klawonn, «Arizona’s Next Immigration Target: Children
of Illegals», Time, Londres, 11 de junio de 2010.
36. Reynolds Holding, «“Anchor Babies”: No Getting Around the
Constitution», Time, Londres, 1 de febrero 2011.
38. Se llaman minutemen en referencia a la milicia desplegada durante
la Guerra Civil norteamericana.
25 «Americans Decry War on Drugs, Blame Mexico for Allowing
Cartels to Grow», Angus Reid Public Opinion, 21 de julio de 2010,
disponible en www.visioncritical.com (21 de agosto de 2011).
39. Leo R. Chávez, The Latino Threat..., ob. cit., pp. 141-2.
26. «CNN Opinion Research Poll», CNN/Opinion Research
Corporation, 27 de julio de 2010, disponible en http://i2.cdn.turner.
com (19 de septiembre de 2011), pp. 6-7.
40. Damien Cave, «Better Lives for Mexicans Cut Allure of Going
North», The New York Times, Nueva York, 6 de julio de 2011.
41. José Antonio Vargas, «My Life as An Undocumented Immigrant»,
The New York Times, Nueva York, 22 de junio 2011.
27. «Public Favors Tougher Border Controls and Path to
Citizenship», Pew Research Center, 14 de febrero de 2011, disponible
en http://pewresearch.org (5 de agosto de 2011).
28. Leo R. Chávez, The Latino Threat: Constructing Immigrants, Citizens,
and the Nation, Stanford University Press, Palo Alto, CA, 2008,
p. 2; Covering Immigration: Popular Images and the Politics of the Nation,
University of California Press, Berkeley, 2011.
©
55
, 2011
no. 68: 56-65, octubre-diciembre de 2011.
Nora Gámez Torres
Escuchando el cambio:
reguetón
y realidad cubana
Nora Gámez Torres
Profesora e investigadora. Asociación Hermanos Saíz.
Sin embargo, las implicaciones de este género no
corresponden solamente al campo musical. Su éxito y
rasgos están profundamente conectados con los valores
emergentes2 de una underclass cubana y la creciente
ideología consumista en el país, aspectos del cambio
social ocurrido en las últimas dos décadas. Estos y otros
temas —entre ellos, los procesos de distinción simbólica
que están ocurriendo en esta escena, así como su actual
proceso de «cubanización»— serán discutidos en este
ensayo.3 Mi intención es diseccionar el reguetón a través
de varios lentes, tratando sobre todo de desentrañar las
mediaciones sociales que lo atraviesan.
La música es profecía… Hace audible el nuevo
mundo que gradualmente se hará visible.
J. Attali
La música de una cultura puede decir algo
a esa cultura que ella misma no quiere oír
o reconocer.
J. Shepherd
E
l campo musical cubano es hoy un espacio en
disputa. Mientras voces importantes como Juan
Formell se quejan del poco interés de los músicos
jóvenes en la música popular bailable —léase timba—,
son precisamente músicos jóvenes, en su mayoría
aficionados, quienes están luchando para que el
reguetón, un género también bailable, sea considerado
parte de este campo. La empresa no es sencilla, sobre
todo cuando para algunos intelectuales este constituye
una «amenaza» a esa «ola de gran vitalidad» que es «la
música cubana».1
Una vez más, el reguetón, como otros géneros que lo
han precedido, ha generado ansiedad entre musicólogos,
intelectuales y los propios músicos, acerca de los
límites y la monopolización de la «cultura legítima».
«Ruidos» en el sistema. Reguetón y pánico
moral
Durante un seminario sobre música popular
organizado por la Fundación Fernando Ortiz en
octubre de 2007, el director de radio Guille Vilar, al
referirse a la difusión del reguetón, expresaba que «los
parqueadores, los sonidistas, las personas que ponen
el play en los agros, los bicitaxistas, no son para nada
56
Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana
Asimismo, para Moore la falta de comprensión y
apoyo institucional a la música bailable en Cuba en
determinados períodos históricos ha estado vinculada
con «un prejuicio hacia una expresión asociada con
comunidades negras pobres» y, por tanto, considerada
como «simplista o atrasada».
Algunos críticos y académicos cubanos han
asumido una postura más desprejuiciada en el debate
sobre el reguetón, entre ellos Rufo Caballero, quien
ha vindicado la posibilidad de un sistema cultural más
flexible, en el cual, sin renunciar a jerarquías, pudiera
existir un espacio para «Se me parte la tuba en dos».13
Según Rufo: «Nos pasamos la vida tratando de detectar
dónde está lo vulgar en la cultura popular. Lo vulgar, lo
escatológico, el límite, los bordes, son partes naturales
de la cultura».14
Esta visión contrasta con voces más intolerantes
que consideran el reguetón como «una reducción
empobrecedora, una caricatura musical»,15 resultante
de la intrusión del neoliberalismo y su cultura light en el
país.16 Al concebirlo así, tales autores rehúsan pensar las
implicaciones sociológicas y políticas del género. Lo que
está en juego no es solo música, sino la configuración de
un nuevo tipo de sujeto social y su evidente desconexión
con los valores políticos tradicionales del socialismo.
Como nota Geoff Baker, la ausencia de formación
musical de muchos reguetoneros ha generado, además,
temores acerca de la desprofesionalización de la
música y, por tanto, pérdida de calidad, especialmente
cuando este género es comparado con la complejidad
musical de la timba.17 Sus intérpretes han sido llamados
pseudo-artistas,18 y el público culpado de sufrir una
«involución».
No obstante, tras las críticas de los timberos y otros
músicos, se esconde una preocupación real por la
pérdida de espacios en el mercado nacional de la música.
En los últimos tres años, el reguetón ha ido desplazando
a la timba de los espectáculos programados en centros
nocturnos de la capital. David Calzado, director de la
popular Charanga Habanera, admitía a inicios de 2008
que la timba no estaba «en su mejor momento».19
Múltiples razones se esgrimen para explicar el
éxito del reguetón, entre ellas, su ritmo pegajoso y
su culto al cuerpo; el declinar de la «música popular
bailable», relacionado con la escasez de lugares a donde
ir a bailar con orquestas en vivo, así como la falta
de «mejores» propuestas musicales. Desde el punto de
vista económico, los reguetoneros se benefician de las
regulaciones que prohíben actuar a las orquestas de
timba más reconocidas en hoteles, donde se encuentran
discotecas y centros nocturnos. Asimismo, ellos pueden
ganar más per capita que los músicos de una orquesta,
pues sus grupos son pequeños. Frank Palacios, músico
profesional y productor de Los Cuatro, brinda otras
difusores, ni críticos, ni estudiosos de nada, pero inciden
grandemente en la difusión del mal gusto».4 El «mal
gusto» —el de las clases populares— ha sido asociado
al reguetón por musicólogos, periodistas y críticos, entre
otros. Es criticado por sus letras vulgares y obscenas;
por ejemplo, en el reporte sobre el género elaborado
por el Centro de Investigación y Desarrollo de la
Música Cubana (CIDMUC) en 2005. Efectivamente, en
los primeros momentos del reguetón underground eran
frecuentes las alusiones sexuales explícitas. José Luis
Cortés (El Tosco), director de la orquesta NG La Banda,
tan criticado por la letra de canciones como «La bruja»,5
ahora constata, no sin cierta satisfacción que
ellos, por desplazar este movimiento [la timba], han
entrado ahora en una cosa peor, una música que es
foránea, que es el famoso reguetón, con letras que están
del carajo, lo que están bajando los chiquitos es candela
[…] La literatura de la música de timba ni se parece a
lo que están haciendo estos muchachos ahora, así que
les salió el tiro por la culata, y la gente del Ministerio
de Cultura, del Instituto de la Música, no sabe qué va a
hacer con esto.6
Desde mediados de la década pasada, la publicación
de varios artículos de prensa, las declaraciones de
funcionarios a cargo de instituciones culturales, así
como políticas de difusión en los medios7 construyeron
una suerte de «cruzada» contra este género. Guille Vilar
expresó que, de algún modo, él asociaba el reguetón
con «actitudes delincuenciales» o con «una invasión de
la ética establecida».8
Como agudamente observa Jesús Martín Barbero,
tras este tipo de opiniones por lo general se esconden
intelectuales que enmascaramos con demasiada frecuencia
nuestros gustos de clase tras etiquetas políticas que nos
permiten rechazar la cultura masiva en nombre de la
alienación que ella produce, cuando en realidad ese
rechazo es a la clase a la que le «gusta» esa cultura, a su
experiencia vital otra, «vulgar» y escandalosa a la que va
dirigido.9
Del mismo modo, en su análisis del pánico moral
causado por el reguetón en Puerto Rico, Raquel Rivera
sostiene que la censura de expresiones de la cultura
popular contribuye a «cementar relaciones de poder,
prejuicios sociales y estructuras de opresión».10
El pánico moral en relación con formas de música
popular bailable no es nuevo en Cuba. Músicos como
José Luis Cortés han sentido que esta «siempre ha
estado marginada».11 Más allá del elitismo, Robin Moore
ha observado una «actitud puritana» hacia la danza y
la música en las sociedades socialistas, en las cuales la
cultura debe instruir, edificar, más que entretener.12
Este autor se pregunta cuánto en esta actitud se debe
a la sospecha sobre «la rebeldía implícita en la música
popular, el hecho de que gran parte de su placer deriva
de la transgresión de […] normas de varios tipos».
57
Nora Gámez Torres
una nueva etapa en la colaboración entre timberos
y reguetoneros.23 Por su parte, Frank Palacios cree
firmemente en la existencia de un reguetón cubano y
explica cómo intenta crear ese sonido:
razones para explicar las ventajas del reguetón respecto
de la timba. Por un lado, el baile de casino necesita
espacio, lo que se hace más difícil en locales llenos,
mientras que el reguetón se baila «en el lugar». Por
otro,
Entre los elementos que estamos usando ahora está el
piano, que es clásico en las instrumentaciones de las
orquestas cubanas, los violines que usan las orquestas
charangas [...] tumbadoras, güiros y, sobre todo,
instrumentación de metales como trombones y trompetas,
que casi siempre yo trato de grabarlos con músicos en
vivo. Buscamos instrumentistas que vengan, graben lo
que queremos y eso lo insertamos en los temas.24
el reguetón empieza con un coro y rápido viene el
contracoro. La gente que va a bailar no quiere oír veintiséis
compases de una letra bonita como sucede en la salsa, sino
que desde que tú arrancas, quieren estar bailando. Si de
una canción de cinco minutos solo puede bailar dos, no
tiene sentido ir a verte para bailar, va a verte a un teatro,
pero no te paga un cover. Eso es lo que tiene el reguetón,
que desde el principio es un género bailable.20
En ese sentido, este productor sostiene que las críticas
sobre la simplicidad del reguetón y su mala calidad se
están convirtiendo solo en un «cliché» de quienes aún
asocian al género con sus primeras composiciones, más
«facilistas y simples». El proceso de «cubanización»
del reguetón es central para el reconocimiento de
esta música como parte de la cultura nacional, lo
que contribuiría al fin de la campaña negativa en su
contra. Sin embargo, puede que esta estrategia no sea
suficiente pues más allá de discusiones sobre jerarquías
culturales, lo que hace más problemático al reguetón
es la proyección de un sujeto social cuyos valores,
discursos y experiencias de vida están profundamente
desconectados del ethos revolucionario.25
La sostenida popularidad del género sugiere que la
campaña en su contra no ha logrado un gran impacto
en sus audiencias. También apunta a la efectividad de
las redes alternativas de distribución que permiten
adquirir o copiar fácilmente los CD con los temas más
«pegados». Por otra parte, los mismos reguetoneros
están presionando para ser aceptados al intentar
fusionar este género con la música cubana y así «evitar
que sea percibido como exclusivamente puertorriqueño
y, por lo tanto, una música extranjerizante».21 Según el
recuento de Palacios, Nando Pro, productor musical
de Gente de Zona, comenzó a hacer esta fusión en
temas como «Soñé» y «La campaña», mientras él hizo
lo mismo para Los Cuatro con temas como «Si se va a
formar que se forme» y «Ahora, ¿cómo te mantienes?»,
entre otras.
Los propios timberos han mostrado un interés
creciente por realizar proyectos conjuntos con sus
colegas del reguetón. La Charanga Habanera ha
grabado temas con Eddy K y Gente de Zona, aunque
David Calzado no concebía a su orquesta haciendo
reguetón:
Reguetón, valores emergentes y underclass
Un artículo del etnomusicólogo Geoff Baker,
publicado en la compilación Reggaeton, ofrece un
recuento detallado de las relaciones conflictivas entre
el rap y el reguetón que marcaron la emergencia de
este último en la Isla.26 Baker, además, se centra en el
baile para argumentar que, en el caso cubano, el cuerpo
«puede ser percibido como articulador primario de un
discurso libre en un contexto en el que las ideas y la
expresión verbal están sujetas a regulación por parte
del Estado». Para este autor, las referencias comunes en
las letras al sexo y al cuerpo no son «una evidencia de
su inconsecuencia», sino un signo de cómo los jóvenes
habaneros
No me parece que una banda tan grande se tenga que
utilizar para hacer algo que se puede hacer con tan
poca gente, si tuviera que hacer reguetón, me quedo
con dos cantantes y una máquina. No voy a utilizar una
súper banda para hacer algo que es un poco fantasioso;
porque en el reguetón la interpretación es todo máquina,
los cantantes cantan arriba de las voces, todo es una
fantasía.22
No obstante, el éxito del género probablemente
incidió en las opiniones de Calzado. Según él,
fueron los miembros de Eddy K y Gente de Zona
quienes manifestaron interés en grabar con su
orquesta, aunque los beneficios mutuos son obvios.
La Charanga compartiría su estrellato y legitimidad
con los reguetoneros mientras capitalizaría la masiva
popularidad de estos. El hit reciente «Gozando en
La Habana» —resultado del trabajo conjunto de los
músicos de La Charanga y los productores de Los
Cuatro— es una curiosa mezcla de bases de reguetón
con instrumentos grabados y en vivo, que representa
están reinventando el cuerpo como lugar de placer,
ganancia personal y movilidad social, más que como
[medio de] trabajo colectivo. Es también una negativa
a involucrarse en los términos preferidos por el Estado,
en el nivel de la ideología y el discurso articulado.27
Aunque esta tesis es muy iluminadora, viene
acompañada de una subestimación de la importancia
del discurso y las letras del género, que, por el contrario,
constituyen recursos simbólicos que determinados
grupos sociales emplean para dar sentido a su realidad
y, en particular, al cambio social. En mi criterio, el
58
Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana
reguetón ha devenido una fuerte expresión cultural de
los valores emergentes de una creciente underclass.28
Tanto la crisis económica surgida en los 90, como
las medidas implementadas para revertirla han originado
procesos de re-estratificación social y de ampliación de
la desigualdad.29 No obstante, los académicos cubanos
—salvo excepciones— prefieren evitar el concepto de
clase. Aunque se han realizado algunos estudios sobre
pobreza, por ejemplo, los de María del Carmen Zabala,30
no se ha abordado cómo la convergencia de factores
históricos, estructurales y culturales ha generado una
nueva clase baja en desventaja o underclass. En su lugar,
los análisis desconectan los factores económicos de
los socioculturales, y la pobreza es vista como un
fenómeno relacionado, pero no de manera esencial,
con la llamada «marginalidad», concebida esta última
como un producto cultural.31
Aunque el concepto de underclass se originó en
otro contexto —el del capitalismo tardío— puede ser
adoptado en Cuba para explorar patrones similares
de «movilidad estructural descendiente»32 de amplios
sectores de las clases trabajadoras en las últimas dos
décadas. Como el concepto permite vincular raza, clase
y desigualdad urbana, de modo similar puede esclarecer
la rearticulación de estas variables en la creación de
sectores vulnerables en el contexto de la crisis.
De acuerdo con el sociólogo norteamericano
William J. Wilson, la underclass tiene seis características
centrales: residencia en espacios aislados de otras clases
sociales,33 desvinculación laboral a largo plazo, familias
matrifocales, ausencia de calificación y habilidades,
largos períodos de pobreza y dependencia del Estado
y tendencia a involucrarse en la violencia callejera.34
Pese a la reticencia a entender la pobreza y la
marginalidad como aspectos de un mismo fenómeno
con implicaciones clasistas, el análisis de esta última
por parte de académicos cubanos presenta grandes
similitudes con aquellos relativos a la generación de
una underclass. Por ejemplo, Angela Ferriol define sus
rasgos como sigue:
barrios «marginales», y condiciones de hacinamiento
y promiscuidad, unido a conductas de «anomia y
marginalidad».36 Dentro de los grupos vulnerables,
Espina sitúa a negros, mestizos e inmigrantes que se
trasladan del oriente del país hacia La Habana en busca
de mejores facilidades y empleo.37
Los datos ofrecidos por Alejandro de la Fuente,
Mark Sawyer y Esteban Morales, evidencian cómo
amplios sectores de la población negra y mestiza se
encuentran en desventaja en el mercado de trabajo de
la economía emergente —turismo, firmas extranjeras,
etc.— y como receptores de remesas del extranjero, lo
que contribuye a empujarlos hacia el mercado negro y la
economía informal.38 A ello se suma su menor presencia
en la Educación Superior, aspecto que desde inicios
de la década pasada se ha intentado solucionar con el
programa de Universalización de la Enseñanza.
El reconocimiento de una underclass en Cuba es
clave para comprender el surgimiento y éxito del
reguetón. Miembros de esa clase baja en desventaja
fueron los primeros en producir, escuchar y distribuir
esta música movilizando sus redes sociales y recursos,
por ejemplo, en la construcción de estudios caseros.
En La Habana, los «bonches» o fiestas en la calle, los
merolicos, los bicitaxistas —usualmente manejados por
emigrados de la región oriental del país— y los boteros,
constituyen una red informal de distribución del
reguetón fundamental en su diseminación en la capital.
«Hacer reguetón» se convirtió, de hecho, en una fuente
alternativa de empleo para estos jóvenes desclasados. En
consecuencia, muchos temas se sitúan en el contexto del
barrio y proyectan el lenguaje y los valores emergentes
de este grupo social. Para el reguetonero Baby Lores,
«el género viene de barrios marginales, y lo hicieron
popular personas marginales».39 Por ello, canciones
como «Se me parte la tuba en dos», de Elvis Manuel
—que generó gran preocupación en nuestros círculos
intelectuales— responden a ese código: «Si te metes
en un barrio marginal en Marianao, no vas a encontrar
otra cosa, y creo que él [su autor] está hablando como
se habla allí».40
El propio Elvis Manuel Martínez, graduado de
mecánica automotriz, ofreció la siguiente valoración de
su música, enraizada en la «cultura de la calle»:
Muchas veces la marginalidad se expresa en la ausencia
o escasez de lo que se ha dado en llamar capital social,
es decir, falta de calificación, de cultura. Por supuesto,
igualmente se relaciona con la falta de vínculos productivos
[…] También se hace énfasis en las condiciones precarias
de vida, promiscuidad, violencia intrafamiliar, y la
creación de patrones de comportamiento determinados.
Frecuentemente se localiza en espacios donde se
agrupan personas con condiciones similares, vinculadas
a mecanismos que las reproducen a lo largo de la vida, e
incluso intergeneracionalmente. Es decir, que los factores
de la marginalidad se convierten en sistema.35
Como yo nunca fui a la escuela ni nada, ni de música, lo
mío es la calle, las canciones las hago a interpretación de
la calle. Pero ya estoy mejorando la letra para que la gente
escuche y no piense que yo solo hago esa música, como
dicen ellos, que es prosaica; pero eso es lo que le gusta a
la juventud, qué le vamos a hacer.41
Como muchos otros, el tema de Baby Lores y el
ex rapero El Insurrecto, «La iyabó de la felpa azul»42
expresa las preocupaciones de los miembros de esta
underclass, quienes muchas veces se encuentran en el filo
Asimismo, según Zabala y Espina, la pobreza
en Cuba está relacionada con familias matrifocales
con más hijos que la media, bajos niveles de empleo
y educación, viviendas precarias por lo general en
59
Nora Gámez Torres
Perna, la timba representa en sí misma el sonido de
esa crisis:
de la legalidad. El título utiliza de manera ingeniosa los
códigos populares para referirse a los carros patrulleros,
cuyo color remite a la ropa blanca de los iniciados en
Santería o iyabós, una imagen habitual para la gente
del barrio. Por su parte, la pronunciación de algunas
palabras en la canción está deformada, lo que refuerza
el sentido de pertenencia del reguetonero a esos sectores
populares o marginales:
A través de sus letras, su estilo musical, modelos de
conducta y cercanía con la cultura de la calle, la timba
articula los valores de una subcultura mayormente de
jóvenes negros que ha crecido a las sombras de la crisis,
revelando la desorientación de la sociedad cubana en
los inicios del nuevo milenio y, en última instancia,
simbolizando la difícil y contradictoria apertura de Cuba
al mundo.45
Se unieron dos zonas residenciales, el Canal y el Romerillo.
Si andas en Varadero a golpe de Tul[turistaxi],
cuidado con la iyabó de la felpa azul.
Con demasiadas latas en el Infotul [Infotur],
cuidado con la iyabó de la felpa azul.
Siempre está vestida con la misma ropita,
le encantan los chamacos de la piel oscurita,
no importan si eres artesano o tarxita [taxista],
si te ven en movimiento raro, te la aplican.
Aunque no es común que el reguetón se involucre con
los discursos de la ideología dominante, ello no significa
que se sitúe más allá de toda ideología, como sugiere
Baker. En realidad, el materialismo y el consumismo han
sido construidos simbólicamente dentro del capitalismo,
y al enarbolarlos con entusiasmo, el reguetón desafía
una ideología oficial que hace constantes llamados al
sacrificio, la resistencia y el ahorro. Así, esta música
construye un espacio de resistencia en el cual los
deseos y valores de la underclass y otros sectores son
simbólicamente proyectados y celebrados.
Sin embargo, la subjetividad marginal no está hoy
solo ligada a la underclass. La crisis ha catalizado su
diseminación hacia nuevos espacios y grupos sociales.
El complejo patrón de estratificación social en Cuba
implica, en muchos casos, la inexistencia de una relación
directa entre ingresos y capital cultural o, de modo
más general, entre los aspectos materiales y simbólicos
de la clase. Así, para sectores que no necesariamente
pertenecen a la underclass, sus valores y estilos de
vida son cada vez más atractivos. Poco a poco, estos
están dejando de ser considerados marginales y son
interpretados como «populares», y el amplio éxito del
reguetón es al mismo tiempo, agente y resultado de este
proceso. Podría decirse, entonces, que los discursos
del reguetón cruzan las fronteras sociales para dar
cuenta de tendencias socioculturales más amplias,
como la «monetarización» de la vida, que representan
un reto para el socialismo y que tienen en esta música
su principal escenario público. ¿Cómo, si no, debemos
entender las frecuentes alusiones a motorolas, carros y
dinero en sus letras?
De hecho, el análisis textual de las letras del reguetón
demuestra la centralidad que el dinero adquiere para
los reguetoneros y sus audiencias. Son frecuentes las
referencias a objetos de consumo demasiado alejados
de la realidad cubana —jacuzzis, limosinas y ropa de
diseñadores en «La bailarina del VIP»43 y «La iyabó de
la felpa azul»—, que construyen un mundo fuera del
alcance del sujeto medio en nuestro país, aspecto que
refuerzan los videoclips, con una puesta en escena que
hace dudar que sean de «producción nacional».
Tales tópicos no son ajenos a la música popular
cubana. Tanto Moore como Vincenzo Perna han
analizado las relaciones entre el auge de la timba y la
crisis de los 90. Para Moore, «la timba manifiesta un
rechazo de parte de los jóvenes cubanos a la retórica
socialista; sus repertorios abrazan la sensualidad,
el hedonismo y el materialismo».44 De acuerdo con
Hipersexualidad y (falta de) control: relaciones
amorosas en crisis
Los discursos de la música popular han reflexionado
sobre las nuevas realidades y el cambio social
experimentado en nuestro país en las últimas dos
décadas. En ese sentido, si bien el reguetón no tiene
la vocación social y política de otros géneros como el
hip hop o la trova, sus discursos también participan
de esta negociación del cambio, por ejemplo, a través
de la celebración del consumo o la presentación de
agudos conflictos en el terreno de las relaciones de
pareja, debido al impacto del turismo sexual y la crisis
de estos años.
Nieves Moreno ha observado cómo el reguetonero
o «macho barrio-céntrico emerge de una masculinidad
heterosexual exagerada que, inmediatamente, sugiere
fisuras».46 Al escuchar esta música, es difícil perderse
las marcas de un modelo de masculinidad hegemónica,
así como la ansiedad de reguetoneros que intentan
mantener a las mujeres «bajo control» en un contexto
cambiante —por ejemplo, en temas como «Soy tu
dueño», de Eddy K y «Tú no te gobiernas», de Los
Cuatro.47 Precisamente, la conducta de la mujer es
representada siguiendo el modelo dicotómico mujer
buena/mala, frecuente en los textos de la música
popular cubana.48 A su «ligereza» criticable («Le gustan
los artistas» y «Ay, Sosa», de Gente de Zona) se le opone
su disponibilidad sexual para el hombre, personificado
en el propio reguetonero («Mírala» y «Se va de control»,
de Baby Lores y El Chacal).49
60
Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana
Sería inadecuado creer que el reguetón es simplemente un
género superficial. Sus letras expresan complejos procesos de
interpretación y negociación del cambio social experimentado.
En ese sentido, la hiperbolización de la sexualidad masculina en
la escena reguetonera —no solo en sus textos— está relacionada
con las cambiantes realidades del género y las relaciones
amorosas en tiempos de crisis.
una jinetera que llega a La Habana desde el oriente del
país:
De modo más general, estas narrativas apuntan a
la variabilidad de las relaciones de poder en el campo
genérico-sexual,50 bajo la influencia del turismo sexual
global y la crisis. Mediante la música, los reguetoneros,
interpelados por un modelo de masculinidad
hegemónica en esencia machista, reaccionan ante un
nuevo fenómeno: el desplazamiento de los hombres
cubanos en ciertos mercados sexuales en los cuales los
extranjeros y sus «cualidades» —ya sean dinero, bienes
o la promesa de una visa— son más «apetecibles», y el
contradictorio empoderamiento que este fenómeno
brinda a ciertas mujeres.51
La música popular cubana —espacio eminentemente
masculino— ha expresado la reacción de los hombres
a dichos cambios. Hernández-Renguant ha notado
cómo la timba,
Cuando yo la vi en Oriente, ella me gritaba cosas hermosas
y después la encontré en La Habana y se está creyendo cosas.
No sé si eran las buenas prendas, no sé si era la vestimenta,
no estoy contento con su actitud porque me dijo «no te reprendas».
Es una historia muy cotidiana y te la voy a contar entera:
la palestina ya no es cubana, tiene dinero y se va pa’ fuera.
La palestina tiene dinero y ya no es cualquiera,
la palestina luchó la visa y se va pa’ fuera […]
Ay, ella me engañó, ella me dijo que me quería
y el dinero la transformó.
[…]
Ahora viene a verme porque estoy manda’o,
quiere disculparse y que esté a su lado.
No te pongas brava, mami, pero estoy pega’o.
Aquí el hablante se queja de cómo el dinero y la
posibilidad de viajar al extranjero han corrompido el
amor de la mujer. Su actitud arrogante es vista como
signo de irrespeto: «Me trató muy mal, mira qué
descortesía». En esta ocasión, el modo de reclamar otra
vez su atención es, precisamente, reafirmar su condición
de exitoso reguetonero. Aunque hay elementos de
crítica hacia esa mujer, estos músicos comparten su
misma escala de valores y consideran el dinero como
un símbolo de distinción: «La palestina tiene dinero y
ya no es cualquiera».
De hecho, una mirada atenta a la timba y al reguetón
revela que compositores de ambos géneros han asumido
una actitud ambivalente y contradictoria hacia el dinero
y su mediación en las relaciones amorosas. Como
también ha advertido Gisela Fosado en su estudio sobre
el trabajo sexual en Cuba, «el dinero ha ido adquiriendo
un rol cada vez mayor en narrativas culturales específicas
sobre el amor».55 En canciones como «El temba» y
«El Bony», interpretadas por La Charanga Habanera,56
se refuerza la visión del hombre como proveedor, y
se reconoce abiertamente al dinero como el factor
esencial para atraer a la mujer. Así, en la primera, se les
aconseja a las mujeres buscarse «un temba» (un hombre
mayor) que las «mantenga», para que puedan «gozar» y
«tener»; mientras que en «El Bony», el hablante admite
que puede ser atractivo, pero sin dinero no sirve de
mucho: «El Bony es una pasta, mami, pero pasma’o,
¿pa’ qué te sirve?».
más que el rap y como el reguetón años más tarde,
típicamente situó la sexualidad masculina negra en el
epicentro de una nueva sociedad estructurada tanto por
el acceso a las mujeres como a la moneda convertible,
redefiniéndola no solo en términos culturales, sino
también raciales y sexuales.52
Vista en este contexto, la tan controversial «La
bruja», de NG La Banda, tan criticada por «dañar»
la imagen de la mujer cubana, no trataría tanto de la
mujer, como de responder a la amenaza que su conducta
supone a la identidad masculina (negra):
Tú te crees la mejor, te crees una artista
porque vas en turistaxi por Buenavista,
buscando lo imposible porque a ti también te falto yo.
Tú cambiaste mi amor por diversiones baratas,
y el precio del espíritu no se subasta,
por eso te comparo con una bruja.
Su compositor, el polémico José Luis Cortés (El
Tosco) recuerda por qué la compuso:
Resulta que esa es una canción real, una jevita que yo
tenía que bailaba en el cabaret El Caribe, me dijo «coño,
negro, tú sabes que hay un puertorriqueño que me va
a poner a gozar, entonces yo te quiero mucho, pero tu
maletín». Y le hice la canción esta, no agredí a ninguna
mujer, es una vivencia.53
El grupo de reguetón Gente de Zona se hace eco de
esta problemática en «La palestina»,54 una canción sobre
61
Nora Gámez Torres
sexualidad asociada a la identidad Rasta para atraer
a las mujeres occidentales. Algo similar sucede en
los discursos del reguetón, donde la hipersexualidad
masculina se convierte en el capital que puede mantener
a las mujeres cubanas en casa.
Otros dos temas de reguetón que abordan esta
problemática son «Efi Efó» y «El tatuaje», de Baby Lores
y El Insurrecto.57 Resulta interesante comprobar cómo
el mito de la sexualidad (negra), que atrae a esos mismos
turistas con los que deben competir, se convierte en
el principal capital para seducir a las mujeres cubanas.
«Efi Efó» retoma a la jinetera que alardea de su estatus
adquirido a través de su relación con un extranjero.
Los reguetoneros se sitúan fuera de la historia y hacen
notar, con desdén y cierta satisfacción, que a pesar de
su «éxito», la mujer aún depende de un hombre negro
cubano que la explota:
Aceite vs. agua, mikis vs. repas: la distinción
social en la escena del reguetón
Aunque el reguetón se desarrolló en sus orígenes
dentro de las redes y espacios de la underclass, su
popularidad trasciende ahora barreras raciales y de
clase. Uno de los aspectos más interesantes en ese
sentido tiene que ver con las nuevas tensiones clasistas
que recorren esta escena: tanto sus músicos como sus
fans entienden a las audiencias a partir de distinciones
económicas y simbólicas.59 Estas diferencias se expresan
en etiquetas —mikis y repas, agua y aceite— que exploré
en varios lugares y públicos.
En el bar Las Cañitas, donde iba a realizar un
concierto Eduardo Mora —director de Eddy K, ex
rapero y pionero del reguetón—, el animador de la
noche se hacía llamar «El tío Aceite», referido a los
usos de los términos «agua» y «aceite»: el aceite siempre
está arriba y no se mezcla con el agua. Estos términos
denotan no solo las diferencias económicas entre
aquellos que pueden o no pagar una entrada en CUC
para asistir a estos conciertos, sino que convierten esa
desigualdad en fuente de diferenciación social y estatus.
Estas etiquetas se conectan con las distinciones entre
mikis y repas que, aunque están basadas en diferencias
económicas, se expresan simbólicamente a través de
marcas identitarias. Los mikis —jóvenes con acceso
a la moneda convertible por distintas vías— usan
ropa «de marca» y dispositivos tecnológicos como
celulares y iPods; las muchachas llevan maquillaje,
peinados sofisticados y tacones. De esta forma, como
los reguetoneros, se insertan en las tendencias de
la moda global y el consumo, relacionadas con las
imágenes contemporáneas de las identidades translatinas. En ese sentido, la construcción de identidades
globales vinculadas al reguetón puede leerse como una
proyección de un mundo deseado de consumo que está
fuera del alcance de la mayoría de los cubanos.
Tales marcas distintivas también se han racializado.
Generalmente, los mikis son asociados a sectores
blancos, mientras que los negros y mestizos representan
la mayoría de los repas, que provienen de los repartos y
barrios más populares o marginales, y son percibidos
como más conflictivos y agresivos. En este código, los
repas constituyen los públicos del reguetón asociados a
la underclass. En su estudio de las «culturas de club» en
Gran Bretaña, Sarah Thornton encontró funcionando
Cómo le gusta hacerse la loca,
especulando por las calles de La Habana.
Se cree que porque tiene la pelota,
va a hacer lo que le da la gana.
Tiene su Pepe, tiene su móvil, su prenda
y un gao en la Habana del Este,
pero se me está haciendo
y yo la conozco de cuando no tenía ni este […]
Anoche me dijeron de buena tinta
que aparte del extranjero,
hay otro chamaquito de mi pinta
que le pone el dedo y le quita el dinero […]
No te estés haciendo la de la cuenta del banco
toda tu vida siempre fuiste una palmiche,
ahora porque te casaste con el blanco,
si tú eres fanática a los niches.
En «El tatuaje», la voz masculina proclama, en
primera persona, sus mejores habilidades sexuales
y románticas en comparación con las del novio
extranjero de la muchacha. Esther Whitfield también
ha encontrado en la literatura del Período especial una
narrativa sobre el jineterismo en la que los extranjeros
aparecen representados de modo estereotipado como
«amantes mediocres que hacen a sus esposas añorar
el seguro machismo de los hombres cubanos». 58
Asímismo, en esta canción hay una insistencia en el
poder persuasivo de la sexualidad del macho cubano,
al punto de que la joven de la historia quiere romper
el compromiso matrimonial con su novio extranjero y
tatuarse en su cuerpo el nombre de su amante, símbolo
último del dominio de la masculinidad nacional:
Estoy seguro que usted no le da lo que yo le doy
[…] solo con besarla, le desborda la miel.
Soy el que le canta canciones de amor y le eriza la piel.
Tengo diez llamadas perdidas en mi celular
de la chica aquella que dice que no se va a casar.
Ayer le hice el amor, hoy ya la vi llorar,
dice que mañana va a hacerse un tatuaje con mi inicial.
Desde que la conocí me di cuenta que no era feliz
y es que todo no es el yuma, el dinero, la casa,
la prenda y el Audi […]
Recuerdo que esa noche dormimos juntitos
y al otro día la nena ya quería pelearse del tipo.
Pruitt y LaFont han estudiado cómo los hombres
jamaicanos explotan una construcción cultural de su
62
Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana
jerarquías culturales similares, basadas en ideologías
sub-culturales. Estas últimas son «medios a partir de
los cuales los jóvenes se imaginan su propio grupo y
otros grupos sociales, defienden su carácter distintivo y
afirman que no son miembros anónimos de una masa
indiferenciada».60 Sin embargo, existen diferencias
significativas respecto al caso cubano. Mientras la
oposición entre mikis y repas funciona primariamente
dentro de culturas juveniles, aquella entre agua y aceite,
al ser sobre todo económica, puede ser usada para
clasificar individuos de cualquier edad. En ese sentido,
la escena del reguetón no puede describirse como
exclusivamente joven, ni las distinciones que en ella
ocurren entrañan una fantasía de «desclasamiento»,
como las encontradas por Thornton. Por otra parte, aun
cuando el gusto musical reúna a los distintos públicos
en esta escena, las dinámicas de distinción, en sí mismas,
pueden adquirir mayor importancia, y el consumo de
música hacerse secundario.
en un lugar como este, simplemente estás vacío, porque
el público tuyo no puede ir y el otro no va porque no se
siente identificado. También te limita porque el público
repa se calienta. Entonces, en un hotel, en el Capri, si le
pisas el pie y se tomó tres cervezas, ya viene… el miki lo
piensa dos veces, te pide disculpas.63
Las letras de las composiciones adquieren una
función estratégica en la diferenciación de los públicos,
lo cual es tomado en cuenta a la hora de conformar el
repertorio de la noche, según comenta Frank Palacios.
Asimismo, los reguetoneros explotan y refuerzan
estas divisiones para conservar y recompensar a sus
audiencias. Al anunciar una de sus presentaciones en
el Cabaret Nacional, Alexander Delgado, director de
Gente de Zona, subrayó el carácter exclusivo del show,
en el que la entrada sería vendida con anticipación y
no habría «perreta» ni «cola» pues estaría destinada a
un público que definió como «protocolo, mikis, aceites».
Pagar 20 CUC evitaría ser molestado y garantizaría
«estar tranquilo» y «pasarla como e».64
Al mismo tiempo, estos músicos reconocen la
necesidad de mantener su base popular. La teoría de
Palacios sobre cómo se disemina el reguetón en la
ciudad ilustra, además, cómo sus cultivadores tienen
conciencia de los aspectos sociales de su música:
En el público del Capri, muchas personas te van a ver
y muchas van a que tú veas que están ahí, les gusta que
digan: «Ah, mira, vi a ayer a Fulanito en el concierto
de Los Cuatro». Realmente no les interesa quién está
tocando, solo quieren que los vean en un lugar donde
hay un cover alto.61
Los reguetoneros no son simples testigos de estas
dinámicas. En términos económicos, la conquista de los
lugares a donde acuden los mikis se considera señal de
progreso. Así, mientras los más exitosos trabajan para
mantener sus audiencias más amplias, componiendo
temas como «El animal» (Gente de Zona), o «Si se va a
formar que se forme» (Los Cuatro),62 donde se apela al
público más popular y, especialmente, al «macho barriocéntrico» o «guapo», muchas composiciones narran
historias que ocurren en el contexto de la discoteca o
se refieren a sujetos típicos de esta: «La chica modelo»,
«La bailarina del VIP» y «Mírala»; y «La palestina» y «Le
gustan los artistas», de Gente de Zona.
El ajuste del reguetón a la discoteca y sus públicos
—generalmente jineteras, turistas, mikis y aceites—
responde a la necesidad de triunfar en los escenarios
que les proporcionan a sus ejecutantes y compositores
las mayores ganancias en moneda convertible. Estos
músicos están interesados en atraer el tipo adecuado
de público: aquel que puede pagar en CUC los covers
o entradas y que no cree problemas en el circuito de
centros nocturnos. Así lo explica el reguetonero Baby
Lores:
Si te pegas en el agua después te pegas en el aceite. Cuando
una persona pone un casete en su casa, ya el barrio
entero lo está escuchando, a partir de ahí se riega como
una epidemia. Nadie se pega por Miramar, cuando llega
a Miramar es porque todo el mundo lo está cantando.
Hay grupos que sí se han especializado un poco en hacer
canciones a ese tipo de público, «La bailarina del VIP», «La
palestina», algunas canciones al público de la farándula,
pero como realmente tú te pegas es si te colocas en el
gusto de la calle. El termómetro de las agrupaciones es
que un taxi de diez pesos ponga tu música, o alguien del
barrio esté cantándola.65
Conclusiones
Sería inadecuado creer que el reguetón es simplemente
un género superficial. Tras el bling bling,66 sus letras
expresan complejos procesos de interpretación y
negociación del cambio social experimentado, por
ejemplo, a través de las relaciones de pareja. En ese
sentido, la hiperbolización de la sexualidad masculina
en la escena reguetonera —no solo en sus textos— está
relacionada con las cambiantes realidades del género y
las relaciones amorosas en tiempos de crisis.
Pese a que esta música se conecta con la emergencia
de una underclass en el país, el trabajo de campo realizado
sugiere que el concepto de subcultura,67 con su teoría de las
homologías entre clase social y consumo cultural, resulta
demasiado rígido para abordar las prácticas de distinción
social y simbólica que recorren esta escena musical. De
Yo halo más a los mikis, a los que les gusta más el pop y
que le descargan al reguetón, pero que se meten más en
las letras. Creo que eso depende de los textos […] No se
trata de que el público repa no tenga derecho, sino que te
limita a la hora de tus cover. Una persona que vive en un
barrio marginal no tiene la facilidad para pagar un cover de
diez, quince dólares; entonces, cuando lo haces y trabajas
63
Nora Gámez Torres
hecho, el caso del reguetón ilustra la fluidez de ciertos
géneros musicales, capaces de articular los valores de más
de un grupo social. Esto último sitúa al reguetón en una
posición incómoda respecto de la ideología dominante
que durante años ha oscurecido o negado la existencia de
prácticas y desigualdades de clase.
Los reguetoneros se han comportado como sujetos
reflexivos, capaces de comprender y utilizar estas
diferencias en su beneficio. Del mismo modo, el actual
proceso de cubanización del género también apunta a las
intenciones de estos actores de empujar las fronteras
de la cultura nacional «legítima», con los consecuentes
beneficios en términos de acceso a los medios y apoyo
institucional.
Sin embargo, el reguetón sigue siendo problemático
para la ideología dominante por el modo en que la
underclass ha irrumpido en la esfera pública cultural sin
pedir permiso. No es solo el hecho de que el Estado y
sus instituciones no puedan seguir monopolizando la
esfera de la producción cultural y su distribución, sino
que los valores «marginales», los valores de esta clase
en desventaja, constituyen hoy el mainstream. Ellos son
marginales en dos sentidos importantes: en su origen,
vinculado a una emergente underclass y la vida en los
barrios; y en su relación con la ideología dominante,
pues el materialismo y el individualismo proclamados
en el reguetón son extraños al socialismo.
Si estos valores emergentes resultan antagónicos,
ello no puede achacársele a la música sino a la práctica
social, pues lo que el reguetón revela de modo más
dramático es precisamente lo que el discurso oficial se
niega a reconocer: que en la vida cotidiana, los valores
tradicionales del socialismo han perdido un espacio
considerable y que los sujetos están comenzando
a ajustarse mentalmente al tipo de economía de doble
moneda que hemos tenido en las últimas dos décadas.
4. Intervención de Guille Vilar en el Seminario citado.
5. NG La Banda, «La bruja», La bruja, BisMusic, 1995.
6. Entrevista de la autora con José L. Cortés, 3 de diciembre de
2007.
7. Véase títulos de artículos como «¿Prohibido el reguetón?»
(Osviel Castro, Juventud Rebelde, La Habana, 13 de febrero de 2005)
o «Cerveza, pollo y “perreo”» (Julio Martínez, Juventud Rebelde,
La Habana, 19 de abril de 2009). Por otra parte, Alpidio Alonso,
entonces presidente de la Asociación Hermanos Saíz, exhortó a ser
cuidadosos con «tanto reguetón lamentable» en el VIII Congreso
de la UJC en 2005, y según un informe del CIDMUC, entre 2003
y 2004, solo una emisora de radio, de siete analizadas, incluyó el
reguetón cubano en su programación musical, y solo con 2,8%.
A ello se suma la falta de apoyo institucional, evidenciado en los
obstáculos para ingresar al sistema de empresas musicales y el poco
interés de las disqueras nacionales.
8. Entrevista de la autora con Guille Vilar, 14 de noviembre
de 2007.
9. Armand Mattelart y Michell Mattelart, «La recepción: el retorno
al sujeto», Diálogos de la Comunicación, n. 30, Lima, 1991, pp. 10-7.
10. Raquel Rivera et al., eds., Reggaeton, Duke University Press,
Durham, 2009, p. 112. [Trad. de la autora]. Sobre el concepto de
pánico moral, véase Stanley Cohen, Folk Devils and Moral Panics,
MacGibbon & Kee, Londres, 1972.
11. Entrevista citada con José L. Cortés.
12. Robin Moore, Music and Revolution: Cultural Change in Socialist
Cuba, University of California Press, Berkeley, 2006.
13.Tema de Elvis Manuel Martínez, quien falleció trágicamente
en 2008.
14. Intervención de Rufo Caballero en el Seminario citado.
15. Pedro de la Hoz, «Salvedades y precipicios de la música popular»,
Juventud Rebelde, La Habana, 17 de septiembre de 2006.
16. Julio Martínez, ob. cit.
17. Geoff Baker, «The Politics of Dancing: Reggaeton and Rap in
Havana», en Raquel Rivera et al., eds., ob. cit., pp. 165-99.
18. Omar R. García, «Baby Lores. Créanlo o no», La calle del medio,
n. 16, La Habana, agosto de 2009, p. 4.
19. Entrevista de la autora con David Calzado, 14 de enero de 2008.
Notas
20. Entrevista de la autora con Frank Palacios, 9 de septiembre
de 2009.
1. Intervención de Miguel Barnet en el Seminario «Música popular y
sociedad», Fundación Fernando Ortiz, 23 de octubre de 2007. [Todas
las citas de este evento provienen de mi transcripción].
21. Ídem.
2. En toda sociedad existe un sistema central de prácticas, sentidos
y valores que constituyen la cultura dominante. Con ella coexisten
formas residuales y emergentes que forman culturas alternativas
o de oposición. Aunque lo residual se ha formado en el pasado,
se encuentra activo en el presente a través de prácticas y valores
que la cultura dominante debe incorporar si pretende mantenerse
hegemónica. Los elementos emergentes son aquellos que, más allá
de su carácter novedoso, representan una verdadera alternativa
u oposición a la cultura dominante. Raymond Williams, Marxism
and literature, Oxford University Press, Oxford, 1977.
23. Esta relación no está exenta de contradicciones, especialmente
en términos de derecho de autor. Por ejemplo, especialistas de la
SGAE en Cuba atribuyeron la autoría total del tema «Ahora cómo
te mantienes», de Los Cuatro, a César (Pupy) Pedroso, pese a que
solo versiona el estribillo del tema original «Esto está bueno». La
intertextualidad y el pastiche postmoderno son extraños todavía
a un campo que parece estar a la zaga de las nuevas estéticas y
tecnologías.
22. Entrevista citada con David Calzado.
24. Entrevista citada con Frank Palacios.
25. Las limitaciones de espacio no permiten analizar otras estrategias
como el recurso de un posible reguetón revolucionario ejemplificado
por «Creo», de Baby Lores.
3. Este ensayo está basado en un trabajo de campo realizado en La
Habana, entre 2006 y 2009, como parte de mi tesis de doctorado,
e incluyó entrevistas, observación y análisis textual de canciones.
64
Escuchando el cambio: reguetón y realidad cubana
47. Eddy K, «Soy tu dueño», Llegaron los salvajes, Ahí na’má, 2004;
Los Cuatro, «Tú no te gobiernas», Escucha lo que traje, Planet Record,
2009.
26. Geoff Baker, ob. cit., p. 177.
27. Ídem.
28. Ensayar una traducción literal del concepto underclass sería
desafortunado; por ello prefiero mantener el término original en
inglés. El prefijo under connota la desventaja que caracteriza a estos
sectores en una estructura clasista.
48. Liliana Casanella, En defensa del texto, Oriente, Santiago de Cuba,
2004.
49. Baby Lores y El Chacal, «Se va de control», Etapa Baby Lores y
Chacal, Adriano Tota Production, 2010.
29. Por ejemplo, la franja de pobreza urbana alcanzó una proporción
de 20%. Véase Mayra Espina, «Notas para Suite Habana (desde
una sociología de la vida cotidiana)», Temas, n. 36, La Habana,
enero-marzo de 2004, p. 121; Desarrollo, desigualdad y políticas sociales:
acercamientos desde una perspectiva compleja, Publicaciones Acuario, La
Habana, 2010; Haroldo Dilla, «Cuba: The Changing Scenarios of
Governability», Boundary 2, v. 29, n. 3, Durham, otoño de 2002,
pp. 55-75.
50. Deborah Pruitt y Suzanne LaFont, «For Love and Money.
Romance Tourism in Jamaica», Annals of Tourism Research, a. 22,
n. 2, Amsterdam. 1993, pp. 422-40.
51. En el caso cubano, Amalia Cabezas («Between Love and
Money: Sex, Tourism, and Citizenship in Cuba and the Dominican
Republic», Signs. Journal of Women in Culture and Society, a. 29, n. 4,
Chicago, 2004, p. 113) sugiere que algunas mujeres podrían sentirse
empoderadas por su trabajo sexual debido a su acceso al dinero y
a los espacios de la economía emergente, a pesar de ser, al mismo
tiempo «bienes de consumo» en el mercado sexual global.
30. María del Carmen Zabala, Familia y pobreza en Cuba, Publicaciones
Acuario, La Habana, 2010.
31. Juan Valdés Paz et al., «¿Entendemos la marginalidad?», Temas,
n. 27, La Habana, octubre-diciembre de 2001, pp. 69-96.
52. Ariana Hernández-Renguant, Multicubanidad. Cuba in the Special
Period: Culture and Ideology in the 1990s, Palgrave Macmillan, Nueva
York, 2009, p. 85.
32. Scott M. Lash y John Urry, Economies of Signs and Space, Sage,
Londres, 1994, p. 145.
53. Entrevista citada con José L. Cortés.
33. Aunque esta característica está presente en los asentamientos
marginales periféricos, o «llega y pon», cubanos, se manifiesta de
forma menos marcada en los barrios habaneros, donde las políticas
urbanísticas y las prácticas de los pobladores han contribuido a la
mezcla de grupos sociales. No obstante, aún es evidente una mayor
homogeneidad socio-racial en barrios como Cayo Hueso o Miramar,
por citar dos ejemplos polares.
54. Gente de Zona, «La palestina», Lo mejor que suena ahora, v. 2,
Planet Records, 2008.
55. Gisela Fosado, «Gay Sex Tourism, Ambiguity, and Transnational
Love in Havana», en D. J. Fernández, ed., Cuba Transnational,
University Press of Florida, Gainesville, 2005, p. 65.
56. Charanga Habanera, «El Bony», Soy cubano, soy popular, EGREM,
2003; «El temba», Pa’ que se entere La Habana, Magic Music, 1996.
34. William J. Wilson, citado por Scott M. Lash y John Urry,
ob. cit., p. 149.
57. Baby Lores y El Insurrecto, «Efi, Efo», Etapa Baby Lores e
Insurrecto, v. I, ob. cit.; Clan 537 (Baby Lores y El Insurrecto), «El
tatuaje», Había una vez... [La Caperucita], Sunflower Publishing,
2008.
35. Intervención de Ángela Ferriol en Juan Valdés Paz et al.,
ob. cit., pp. 71-2.
36. María del Carmen Zabala, ob. cit., p. 143.
58. Esther Whitfield, Cuban Currency. The Dollar and «Special Period»
Fiction, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2008, p. 93.
37. Mayra Espina, Desarrollo, desigualdad..., ed. cit.
38. Véase Alejandro de la Fuente, A Nation for All: Race, Inequalities
and Politics in Twentieth-Century Cuba, The University of North
Carolina Press, Chapel Hill, 2001; Mark Sawyer, Racial Politics in PostRevolutionary Cuba, Cambridge University Press, Nueva York, 2006;
Esteban Morales, Desafíos de la problemática racial en Cuba, Fundación
Fernando Ortiz, La Habana, 2007.
59. Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Critique of the Judgement of
Taste, Routledge, Londres, 1984.
60. Sarah Thornton, Club cultures: music, media and subcultural capital,
Polity Press, Cambridge, 1995, p. 9.
61. Entrevista citada con Frank Palacios.
39. Entrevista de la autora con Baby Lores, 3 de diciembre
de 2007.
62. Gente de Zona, «El animal», Lo mejor..., ob. cit.; Los Cuatro,
«Si se va a formar que se forme» Intocables, v. II, Producción
Independiente, 2009.
40. Ídem.
41. Entrevista de la autora con Elvis Manuel Martínez, 8 de
diciembre de 2007.
63. Entrevista citada con Baby Lores.
64. Grabación en una actuación en vivo de Gente de Zona, sin
fecha.
42. Baby Lores y El Insurrecto, «La iyabo de la felpa azul», Etapa
Baby Lores e Insurrecto, v. II, Adriano Tota Production, 2010.
65. Entrevista citada con Frank Palacios.
43. Baby Lores, El Insurrecto y El Chacal, «La bailarina del VIP»,
Etapa Baby Lores, El Insurrecto y El Chacal, Adriano Tota Production,
2010.
66. Término onomatopéyico que se refiere al uso extravagante de
joyas por los reguetoneros.
44. Robin Moore, ob. cit., p. 133.
67. Dick Hebdige, Subculture, the Meaning of Style [1979], Routledge,
Londres, 2005.
45. Vincenzo Perna, Timba: the Sound of the Cuban Crisis, Ashgate,
Londres, 2005, p. 4.
46. Nieves Moreno, «A Man Lives Here: Reggaeton’s Hypermasculine
Resident», en Raquel Rivera et al., eds., ob. cit., p. 256.
©
65
, 2011
no. 68: 66-72, octubre-diciembre de 2011.
Susan Thomas
Diálogos radiales:
influencias culturales
norteamericanas
en la música alternativa
cubana
Susan Thomas
Profesora. Universidad de Georgia.
U
zeitgeist2 contra-cultural y extra institucional.3 Para Borges
Triana, lo que lo caracteriza es su naturaleza innovadora
y abierta, y no cualquier género estilístico específico, y
por ello es capaz de juntar al colectivo Habana Abierta,4
radicado en Madrid, con las fusiones profundamente
moduladas por el jazz del proyecto Interactivo,5 el dúo
Gema y Pável, los artistas hip hop de la diáspora, como
Orishas y Nilo MC, y la experimentación electrónica del
sonido híbrido de X Alfonso. Aquí opté por adoptar la
terminología de Borges-Triana. El modo en que ubica
a los músicos cubanos en el seno de una vanguardia
artística e intelectual, que ponía énfasis en su carácter
abierto y en su cosmopolitismo, resulta particularmente
útil para describir su compromiso de empoderamiento
con respecto a músicas norteamericanas y otras
internacionales, de un modo que subvierte las estructuras
hegemónicas tradicionales de centro y periferia.
Este artículo examina el compromiso omnipresente
y táctico de los músicos alternativos con la música
norteamericana de las décadas de los 80 y los 90, sobre
todo rock, funk y soul, disfrutados en su juventud en la
Cuba de los 80. No estoy sugiriendo que la música que
escuchaban los cubanos se limitase a la norteamericana;
n nuevo sonido de música cubana se desarrolló
en el decenio de 1990-1999, turbulento desde
el ángulo económico, debido al colapso de la Unión
Soviética, que perturbó la economía de la Isla. Esta,
impedida por mucho tiempo de un contacto directo
con Occidente, inició el proceso de transformarse en
destino turístico. Dicha música, signada por una audaz
sensibilidad armónica y rítmica y por letras de múltiples
lecturas, a menudo de interés actual y específicas desde
el punto de vista cultural, tiene por característica más
destacada su naturaleza híbrida, que se nutre de
la música bailable cubana, la Nueva trova, el fílin y la
rumba, así como de influencias internacionales que
incluyen el funk, R&B (rythm and blues) y el hip hop
norteamericanos, el jazz brasileño y estadounidense
y el rock argentino, británico y norteamericano. La
historia del movimiento ha sido interpretada como una
extensión de la Nueva trova o del rock cubano,1 pero
ninguno de los dos capta plenamente la amplitud de
su diversidad musical. En 2001, Joaquín Borges Triana
acuñó el término «Música cubana alternativa», o MCA,
para describir ese movimiento estilísticamente diverso,
como expresión musical de una vanguardia mayor, un
66
Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana
ni siquiera que esta dominase sus influencias musicales
internacionales. No obstante, dada la tensa naturaleza
de las relaciones norteamericano-cubanas desde 1959,
resulta seductor valorar por separado el significado
de esa influencia en el sentido de que forma parte de
una cultura más amplia de cosmopolitismo musical.
Mi objetivo en este ensayo es localizar las raíces de la
expresión cosmopolita de estos músicos, pero no en
su actual realidad transnacional,6 sino en sus años de
formación, en particular durante el decenio de los 80,
cuando Cuba era dependiente del bloque soviético. En
ese contexto, examino la difusión de música extranjera
y su impacto en las innovaciones estilísticas de los 90.
Al hacerlo, presto una atención particular al papel de
la radio, que —podría argüir— ha sido una de las más
influyentes, si no la mayor, de las fuentes de información,
musical y otras, en la Cuba revolucionaria.
El consumo de música internacional por vía de la
radio fue un medio clave para que los músicos crearan
soluciones innovadoras en cuestiones referidas a
arreglos, técnica instrumental y vocal e interpretación
rítmica.7 Por mucha que haya sido la influencia de
la música extranjera en el autor individual para el
desarrollo de su estilo, esta fue igualmente importante
desde el punto de vista discursivo, en la construcción
del marco en que dichos artistas identifican y presentan
su obra, tanto dentro como fuera de Cuba.
La paleta cosmopolita de los artistas de la MCA les
ha creado dificultades a los críticos culturales tanto en
Cuba como en el extranjero, quienes se han esforzado
por reconciliar el obvio compromiso de los artistas
cubanos con la música norteamericana e internacional
—con anterioridad a la apertura que trajo el Período
especial— con las narrativas fijas respecto a Cuba y su
posición frente a «Occidente». Las narrativas de una
Cuba aislada han monopolizado la atención de los
que cuentan la historia de la Isla. En ellas, Cuba es la
sede de un patrimonio musical que se ha mantenido
estéticamente congelado en el tiempo o, a la inversa,
un crisol de innovación artística donde, libres de las
distracciones del consumismo, los músicos, dotados
de habilidades formadas en los conservatorios,
utilizan su ilimitado tiempo de práctica con derroche
de naturalidad, para producir por amor al arte. Esas
narrativas de aislamiento, inocencia y singularidad
constituyen la columna vertebral de filmes como Buena
Vista Social Club (1999), de Wim Wenders, Habana
Blues (2005), de Benito Zambrano, y el documental de
Emilia Menocal y Jauretsi Saizarbitoria, East of Havana
(2006), y subyacen en lo que Geoffry Baker ha calificado
de «búsqueda profundamente nostálgica de una
autenticidad perdida».8 Enmarcada de ese modo, Cuba
se convierte en una suerte de Galápagos musical, una
maravilla única y excepcional, una «monstruosidad de
cultura» en la cual la música sobrevive en forma de muerte
aparente o ha experimentado su propia evolución
violentamente progresista.
La no mencionada «iguana flotante», 9 de esta
narrativa aislacionista es, por supuesto, la cuestión
del diálogo musical. Con el corte del intercambio
cultural directo entre los Estados Unidos y Cuba, a
raíz de la imposición del bloqueo norteamericano,
las ondas radiales se convirtieron en vector primario
para el contacto con la música de los Estados Unidos,
así como con la música de otras partes del Caribe
y América Latina. Antonio Benítez Rojo ha escrito
sobre la ubicación de Cuba en la intersección de rutas
marítimas. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo
xx, la descripción de Benítez Rojo sobre el «pueblo del
mar»10 bien podría ser reconceptualizada como «pueblo
del aire», en tanto las ondas radiales han surcado el
archipiélago del Caribe en una invisible flota de sonido,
ritmo, lengua e ideas.
Desde el establecimiento del servicio radial cubano
en 1922, la radio ha sido una fuerza significativa en la
identidad nacional y en la relación con sus vecinos. En
1923, ya operaban en Cuba más de treinta estaciones,
y el contenido de la programación era a menudo
compartido entre la Isla y los Estados Unidos y vuelto
a difundir. En el momento del triunfo de la Revolución,
Cuba tenía más estaciones radiales que cualquier otro
país en Latinoamérica, y también el más elevado índice
de radio-receptores (uno por cada cinco personas). Esa
fue una omnipresencia de la que Fidel Castro hizo un
efectivo uso político con el establecimiento de Radio
Rebelde, en 1958. La radio siguió siendo una fuente
importante de noticias y entretenimiento en la sociedad
revolucionaria, y se puede argumentar que les llevaba
la delantera a la televisión y a otras formas de medios
masivos de comunicación en su impacto total en la
sociedad.11 De todos esos medios, disponibles después
de la Revolución, el crítico cultural Rafael Hernández
describe la radio como el más significativo, «el más
dinámico, el menos sujeto a restricciones, el que tenía
el más vasto alcance en todo el territorio, y el
que constituía la fuente de información más influyente
para el público».12
La infraestructura radial cubana adquirió una
nueva movilidad con la importación, en gran escala,
de radiotransistores portátiles de la Unión Soviética, a
partir de los años 70. Venían equipados con receptores
de onda corta, lo cual los dotaba de la capacidad de
captar señales lejanas. Ello ofrecía a los jóvenes cubanos
una manera diferente de escuchar, y de imaginarse el
mundo, al brindar acceso a la BBC, Radio France y
Radio Netherland, así como música y programaciones
noticiosas de emisoras de Jamaica, Puerto Rico,
Venezuela, México y los Estados Unidos. En algunos
67
Susan Thomas
sitios de La Habana y el resto del occidente de Cuba,
sobre todo en los edificios altos, la radio (e incluso la
televisión) de Miami se capta con potencia especial; de
ahí que los bloques de apartamentos de Alamar, al este
de La Habana, se convirtieran en antenas habitables, tal
como expone Geoffry Baker en su reciente libro sobre
el hip hop cubano.13
En su obra sobre el socialismo soviético tardío,
Alexei Yurchak describe la capacidad cosmopolitizadora
del radio-receptor de onda corta como «una tecnología
de producción cultural incomparablemente más
importante en el contexto soviético que en Occidente»,14
afirmación que resulta aplicable al contexto cubano.
Cuba, como la Unión Soviética, protagonizaba una
paradoja ambivalente en la cual el Estado promovía
una población educada que podía tomar parte en un
cosmopolitismo radical y revolucionario, a la vez que
trataba de controlar el flujo de influencias «corruptoras».
Mientras que dotar a sus ciudadanos de una poderosa
herramienta para acceder a los medios masivos de
comunicación internacionales podría contradecir las
concepciones foráneas sobre el control autoritario de
la información bajo el socialismo, también facilitaba
el ideal revolucionario de crear ciudadanos globales.
Al igual que la Unión Soviética, Cuba rara vez ha
interferido las señales radiales extranjeras, y cuando
lo hizo fue solo en el caso de propaganda claramente
antigubernamental, como la de Radio Martí, establecida
bajo la administración Reagan, o Radio Swan, una
estación pirata operada por la CIA, que radiodifundía
propaganda en la década de los 60.15 La relativa facilidad
con que los cubanos accedían a las emisoras extranjeras
ayuda a explicar por qué, tal como apuntara Geoffry
Baker, el puñetazo del bloqueo norteamericano y
los intentos del gobierno cubano de restringir el
acceso a la música «imperialista», y sus concomitantes
peligros de «diversionismo ideológico», jamás fueron
particularmente exitosos.16
Músicos cuyos años formativos fueron los 80
hacen constante referencia al consumo cubano de la
programación radial y televisiva extranjera, en especial
la norteamericana, antes de mediados de los 90. En
entrevistas con más de veinte músicos en Madrid
y La Habana, salió a relucir un canon de influencia
musical históricamente ubicado, pues enumeran a
artistas norteamericanos como Michael Jackson, los
Jackson Five, Earth, Wind and Fire, Kool & the Gang,
Chaka Khan, Stevie Wonder y Gloria Estefan como
las principales influencias formativas; los artistas de
jazz Chick Corea, Pat Metheny y Bobby McFerrin,
y los grupos de rock Red Hot Chili Peppers, Nirvana y
los siempre presentes Beatles. En ciertos casos, esas
influencias son perceptibles tanto en la música como en
la letra, como en «Marilyn en el cielo con diamantes»,
la meditación con diversas lecturas que hace Superávit
sobre su deuda tanto con los Beatles como con el
cine de Hollywood; el compromiso de Athanai con
una estética de grunge17 instrumental en «Habanero»,
«Nirvaneando» y «Tuve»; el guiño de Gema y Pável
a Manhattan Transfer, o los sonidos vocales de Julio
Fowler modulados por la música soul.
Sin embargo, en otros casos, la invocación de artistas
extranjeros por parte de músicos cubanos parece tener
tanto que ver con la construcción de una identidad
cosmopolita, musicalmente compleja y de mente abierta
en lo político, como con cuestiones particulares de
estilo.18 Hacer constar las influencias extranjeras se
convierte, inconscientemente, en un barómetro de gusto
en el que cada cita porta su propia carga semiótica en
los niveles político, intelectual y racial, así como en el
musical. La mayoría de las entrevistas con artistas de la
MCA publicadas, al igual que las mías propias, comienzan
con descripciones sobre sus influencias internacionales;
ello les permite reinsertarse retrospectivamente en una
conversación histórica en la cual se hallaban impedidos
de participar y ofrecer respuestas.
No obstante, a diferencia de la del hip hop, centrada
en Nueva York, la MCA rara vez presentó una visión
del mundo dirigida de manera específicamente hacia
el norte.19 En su lugar, los músicos describían su
tratamiento del material musical norteamericano, al
igual que de las fuentes británicas y latinoamericanas,
meramente como una paleta de posibilidades disponibles.
En las entrevistas, se referían con frecuencia a los
elementos internacionales, estadounidenses u otros,
como susceptibles de «ofrecer solución» a desafíos
musicales particulares, y destacaban los estilos vocales
contrastantes y los apareamientos inusuales en la
producción «We Are the World», de Michael Jackson,
como un estudio en armonización vocal; al roquero
argentino Fito Páez como susceptible de resolver el
problema de cómo cantar con efectividad letras de
rock en español; y a Earth, Wind and Fire como la
revelación al ilustrar las posibilidades de texturas de
una orquesta de baile, con parámetros similares a las
bandas cubanas.
La música de Luis Barbería podría servir como
un estudio de caso. Las influencias que describe son
similares a las de otros artistas emergentes de la MCA,
con los cuales tocó en peñas alrededor de La Habana
a principios de los 90, incluida la hoy famosa que
sesionó en el Museo Municipal de Plaza, en el barrio
habanero de El Vedado, conocida por «13 y 8». La música
inicial de Barbería se caracteriza, muy abiertamente,
por un énfasis en elementos afrocubanos, sobre todo
la transferencia de patrones del toque de tambor a
la guitarra, tal como se escucha en «Guaguancó para
Daniela». Esta fue, hasta donde sé, la primera vez
68
Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana
El consumo de música internacional por vía de la radio fue
un medio clave para que los músicos crearan soluciones
innovadoras en cuestiones referidas a arreglos, técnica
instrumental y vocal e interpretación rítmica.
La MCA como parte de una cultura
de cosmopolitismo
que un músico popular expresaba melódicamente la
percusión afrocubana en la guitarra, práctica comenzada
por el compositor clásico Leo Brower en obras como
«Decamerón negro». Las grabaciones iniciales de
Barbería son, por lo general, poco abigarradas, en
contraste con la obra de muchos de los colegas con
los que grabó en Habana Oculta (1995) y después como
parte de Habana Abierta (1997, 1999). La textura ligera
subraya su compromiso armónico y rítmico con el jazz
y con la música brasileña, con progresiones armónicas
rápidas y a menudo sorpresivas.
Barbería me contó los retos que enfrentó al
identificar y construir su propio sonido vocal a
principios de los 90, ya que su voz representaba un
desafío estético particular. La música popular cubana
ha favorecido históricamente a una voz de tenor
vibrante y a menudo aguda, alta y delgada, y un timbre
vocal parecido tenía prioridad en el repertorio del funk
afronorteamericano y del R&B preferido por Barbería
y otros en el escenario musical alternativo emergente.
En esa música, importantes cantantes como los tenores
Maurice White y J. T. Taylor eran contrastados por las
estilizaciones de falsetto de Michael Jackson y Philip
Bailey (un timbre vocal apreciado, pero nunca adoptado
por los cantantes cubanos). Dotado de una voz de
barítono rica y aterciopelada, Barbería no encajaba con
ninguno de esos modelos. Él me describió su frustración
inicial por no ser capaz de un tono que reprodujese el
espacio sónico/tímbrico entre la guitarra y la voz o, en
el caso de arreglos de bandas, entre la sección del ritmo
y la voz y los instrumentos de viento, que fueron
el sello de ambas tradiciones musicales populares.
Comenzó a experimentar con las posibilidades de
su voz, primero a través de su exploración de la
percusión vocal —inicialmente popularizada en Cuba
por el grupo Vocal Sampling—, y después con la música
de Barry White, que calificó como «una escuela», para
la voz de barítono. Barbería sintió atracción por la
solución tímbrica que representaba la voz de White,
lo bien sustentado que estaba su timbre de barítono
y lo ajustado que quedaba colocarla en el centro del
arreglo, en vez de encima de él. Su deuda con White
se hizo explícita en su álbum Muxxic, de 2003, donde
aparecen, en un primer plano, el estilo de cantar de
White, su carácter de «máquina del amor», y su elevada
estética de discoteca.
La vinculación con la cultura musical norteamericana
en los 80 y los 90 fue una experiencia generacional, y
no específica respecto al género: marca tanto a los dos
movimientos musicales surgidos durante este período,
la timba y el hip-hop, como a la MCA. De manera
significativa, los tres grupos comparten un canon
medular de funk, soul y R&B norteamericanos que
incluye Earth, Wind and Fire, Kool & the Gang, Michael
Jackson y Chaka Khan. Esas influencias son claramente
perceptibles en la timba, en la cual la incorporación
de arabescos de funk ha alterado significativamente
el «tumbao», lo cual les brinda a los bajistas y a los
percusionistas un considerable margen de flexibilidad
rítmica. Las referencias a Earth, Wind and Fire, quizás
el grupo musical norteamericano de mayor influencia en
la música cubana en los 80 y los 90, resultan evidentes
también en la orquestación en franjas de la timba y,
sobre todo, en sus secciones de metales, llenas de
violencia y virtuosismo, tal como aparecen en el muy
conocido «Los Sitios entero», de NG la Banda.
El grupo de timba Tiempo Libre, radicado en Miami,
ha construido su texto estrella en torno a la cuestión de
la influencia foránea, al relacionar su formación clásica
de conservatorio con la recepción ilícita de música
extranjera. Su más reciente álbum, My Secret Radio es
un tributo a sus influencias norteamericanas iniciales
que incluían el contenido de «After the Love is Gone»
de Earth, Wind and Fire. En la promoción del álbum,
cuentan cómo, de noche en la azotea, sintonizaban
las emisoras norteamericanas en un transistor dotado
de una antena de fabricación casera, lo cual describen
como una actividad ilícita y prohibida. «Si te atrapan
—contaba Jorge Gómez en una entrevista de 2011
para Mother Jones—, tienes que pagar». 20 Con ese
marco, lo que hubiera sido meramente un álbum de
tributo se convierte en una declaración política que
posiciona a los músicos como héroes de la resistencia.
La descripción que hace Tiempo Libre contradice
mis propias fuentes, ninguna de las cuales se refirió al
hecho de que escuchar la radio internacional fuera un
comportamiento prohibido.
Mi interpretación es que la declaración de Tiempo
Libre referida al riesgoso e ilícito cosmopolitismo
69
Susan Thomas
musical ayuda a la banda a adaptarse a su nuevo
medio, de varias maneras. En primer lugar, contribuye
a ubicarlos profesionalmente dentro del contexto
político de la escena musical de Miami, la cual, como
observara Lara Greene, recibió con frialdad la timba
y otros productos musicales de la inmigración de los
90.21 Asociada con una generación más joven, para la
cual la ideología política no resonaba tanto como los
aspectos prácticos de la vida cotidiana, la irreverencia
de la timba con respecto al poder y su fácil aplicabilidad
como forma de crítica social pudo causar incorformidad
entre los cubanos ya establecidos en Miami, tanto
como su asociación con lo negro y con la marginalidad
social, factores que el desplazamiento ocurrido en la
demografía social de los 90 ya estaba exacerbando. La
producción de Tiempo Libre, en 2009, Bach in Havana,
ya estaba obrando para contrarrestar ese problema de
percepción, al desviar la atención hacia su formación
de conservatorio en la Escuela Nacional de Arte de
Cuba y tenía el propósito de ubicar la timba dentro del
discurso del jazz, posicionándola como una música de
arte autóctono.
Al identificarse con un canon cubano con influencia
de la música norteamericana que se remontaba a los 80,
la agrupación podía también, tal vez, tener la esperanza
de asociarse desde el punto de vista discursivo con la
comunidad naciente de MCA del propio Miami, cuya
naturaleza híbrida ha sido descrita como progresista,
innovadora y globalizada, al tiempo que la timba ha
tenido que luchar contra la impresión de que es una
forma cubana que no ha sido capaz de «adaptarse» a su
nueva realidad norteamericana.22 Además, la anécdota
de Tiempo Libre sobre la escucha ilícita le permite sacar
provecho de la narrativa de «aislamiento y pureza» que
marca buena parte del consumo occidental de la música
cubana, aunque ellos admitan su cosmopolitismo
formativo. Así, sus intentos iniciales de extender
sus manos son reinterpretados como un rasgo de
dedicación creativa extrema, una excepción en lugar
de la regla, y síntoma de su compromiso con su arte,
que contrarresta la posibilidad de estar manchados por
influencias comerciales no cubanas.
Las actitudes del Estado hacia los medios extranjeros
son a menudo contempladas retrospectivamente a
través del rígido lente del opresivo «quinquenio gris»,
período entre 1970 y 1975 durante el cual los productos
culturales occidentales fueron fuertemente censurados.
Las trasmisiones de música popular norteamericana y
británica fueron prohibidas en 1973, aunque de manera
oficial eso solo duró un año.23 La década de los 80 fue
testigo de la lucha del aparato cultural del Estado por
poner de acuerdo las encontradas demandas de pureza
ideológica y cosmopolitismo. Arianna Hernández
Reguant describe cómo los programadores de las
trasmisiones se hallaban en la primera línea de este
proceso, y observa que no se limitaban a expresar la
añoranza popular por las conexiones cosmopolitas,
sino que también negociaban con destreza la censura,
rehaciendo el mundo que los rodeaba de maneras
imaginativas y auto conscientes.24
La mayoría de los especialistas que escriben sobre la
radio cubana hacen énfasis en los gustos conservadores
de los directores de programas y en cómo se dificultaba
la radiodifusión de nuevas formas de música.25 Al mismo
tiempo, no obstante, casi todos los músicos entrevistados
hablaban de la radio, y en menor medida de la televisión
cubana, como una importante influencia formadora y
un recurso clave para escuchar música norteamericana
y otras internacionales. 26 Muchos describieron la
programación de Radio Ciudad de La Habana como
especialmente progresista y medular para su visión
musical del mundo, sobre todo en el caso de espacios
como El programa de Ramón, que estuvo trasmitiéndose
de 1986 a 1991, y el de rock clásico Melomanía. En Para
bailar aparecían competidores bailando éxitos musicales
norteamericanos junto a la música popular cubana. Sin
embargo, ninguno fue objeto de tantas menciones por
los músicos alternativos como Disco Ciudad, de Juanito
Camacho, que salía al aire todas las mañanas en Radio
Ciudad de La Habana.27 Con su mira en el rock, cubrió
la música extranjera y, en menor medida, la local. Fue
la fuente primaria para que los jóvenes habaneros
de fines de los 80 y principios de los 90 escucharan
música nueva, local —realidad dramatizada por Benito
Zambrano en su película Habana Blues. En sus entrevistas,
los músicos contaban con frecuencia que grababan el
programa de Camacho (que ofrecía una fidelidad mucho
mayor que la captación de una trasmisión de Miami) para
poderlo escuchar repetidamente. A pesar de que Disco
Ciudad solo tenía alcance provincial, estas grabaciones, al
igual que las de El programa de Ramón y Melomanía, fueron
distribuidas por toda la Isla.28 Las programaciones de este
tipo brindaban una bocanada de música foránea, pero no
constituían una educación concienzuda. «Yo no diría que
se escuchaba la música de Earth, Wind and Fire en la radio,
lo que ocurría era que se escuchaban ciertas canciones de
Earth, Wind and Fire en la radio».29 Así, para los jóvenes
Sonidos internacionales, trasmisión local
Sería erróneo, sin embargo, concluir que solo de
manera informal se accedía a toda la música internacional.
Para muchos jóvenes en Cuba —incluida la mayoría de
los músicos a los que entrevisté—, aunque la radio era
la principal fuente de acceso a la música popular, no era
por trasmisiones norteamericanas, sino cubanas. Una
exploración de la importancia cultural de la radio en la
Cuba de los 80 y los 90 requiere una reconceptualización
del papel de los propios medios cubanos de difusión.
70
Diálogos radiales: influencias culturales norteamericanas en la música alternativa cubana
músicos, y para los fanáticos del rock y de otras músicas
internacionales, la radio cubana, la internacional y las
grabaciones individuales fueron, juntas, componentes
de una educación musical cosmopolita.
A pesar de su vinculación con músicas norteamericanas
y otras internacionales —que ha crecido hasta incluir
la flamenca, la africana, la electrónica y una porción,
en aumento, de jazz—, los representantes de MCA
siguen pensando que su música es, en primerísimo
lugar, «cubana», y que su diálogo con los sonidos
internacionales forma parte de su tradición musical.
«No sé por qué la gente se sorprende. Nosotros [los
cubanos] siempre hemos hecho música con todo lo que
teníamos a mano».30 La defensa que hace Larramendi
de una identidad arraigada en el cosmopolitismo halla
su eco en Arianna Hernández Reguant, quien observa
que «ser cosmopolita en Latinoamérica es tener, a la
vez, un anclaje local».31 Semejante compromiso con la
música foránea sigue ocurriendo, y los problemas de
acceso han mejorado mucho, con la aprobación oficial
de los pequeños negocios en la Isla que pueden brindar
copias piratas de discos compactos, y con lo descargado
en memorias USB.32 Hoy en día, la mayor facilidad de
acceso a la música internacional ha incrementado la paleta
sonora disponible y ha difundido la potencia semiótica
de ritmos, texturas, timbres y estéticas prestados. Pero
hubo un tiempo —me recordaba Vanito Caballero— en
que el programa radial Terapia Disco Ciudad, de Camacho,
era vuelto a escuchar, reinterpretado y transformado,
en los dormitorios colectivos, los patios y las azoteas
de toda La Habana, al punto que «después de una
semana, ya habíamos cogido lo que nos interesaba y lo
habíamos convertido en algo nuevo, y todo el mundo
estaba escuchando también, y se entendía».33 Estos
comentarios de Vanito Caballero revelan lo vibrante que
era la conversación musical que tuvo lugar en los 80 y
los 90, la cual fue en parte vivida y en parte efímera, y
solo se escuchó y se participó en ella según la recepción
de cada cual.
musical, del Movimiento de la Nueva Trova, ahora institucionalizado.
Ese término ha sido rotundamente rechazado por los músicos,
sobre todo los radicados fuera de Cuba. Los propios músicos
han intentado encontrar un apelativo, aunque ninguno ha sido
ampliamente adoptado. Por ejemplo, según Julio Fowler es «son con
groove»; «rockasón» según Vanito Caballero y Alejandro Gutiérrez, y
«filin progresivo» según Pável Urquiza. El etnomusicólogo británico
Geoffry Baker se refiere a ellos sencillamente como «músicos de
fusión», término que los músicos con los que he conversado aceptan
como una cualidad de su música, pero no como su identificador.
Véase Geoffry Baker, Buena Vista in the Club: Rap, Reggaetón, and
Revolution in Havana, Duke University Press, Durham, N.C., 2011.
4. La agrupación Habana Abierta fue creada en Madrid en 1997
por algunos participantes en el proyecto original Habana Oculta, así
como por Vanito Caballero y Alejandro Gutiérrez. Sus integrantes
han fluctuado desde entonces. En la actualidad, incluye a Luis
Alberto Barbería, José Luis Medina, Vanito Caballero Brown,
Alejandro Gutiérrez y Boris Larramendi.
5. Interactivo, dirigido por el pianista de jazz Robertico Carcassés,
es un grupo de músicos que ha incluido a Yusa, Francis del Río,
Telmary Díaz, Descemer Bueno, William Vivanco y otros.
6. La mayoría de los artistas de MCA se fueron de Cuba y gran parte
de ellos se asentaron en Madrid.
7. La radio internacional no era la única fuente extraoficial de
música extranjera. Una buena porción de la música internacional se
consumía por la vía de los discos LP y casetes importados a la Isla
por los cubanos que tenían la posibilidad de viajar en ese período,
en particular los marinos mercantes, y por los parientes cubanos
que comenzaban a regresar en los 80 para visitar a sus familiares. En
verdad, mi investigación sugiere que los LP, que aportaban una visión
más completa del artista y podían escucharse repetidamente, habrían
podido tener un mayor impacto que la radio en la incorporación
específica, por parte de los músicos, de elementos internacionales
a su música.
8. Geoffry Baker, ob. cit., p. 5.
9. La frase floating iguana parece remontarse a un programa de TV, y
se ha popularizado para expresar algo de difícil ocurrencia, incierto,
imposible, etc.
10. Antonio Benítez Rojo, The Repeating Island: The Caribbean and PostModern Perspectiva, Duke University Press, Durham, 1992, p. 28.
11. Véase el estudio de Arianna Hernández Reguant («Radio Taino
and the Globalization of the Cuban Culture Industries», Tesis
doctoral, Universidad de Chicago, 2002), que ubica la primera
estación de radio comercial de la Isla en el contexto histórico de
los medios de difusión cubanos post-59.
Traducción: David González.
Notas
12. Rafael Hernández, comunicación personal, 6 de octubre de
2011.
1. Dennys Matos, «Mala Vista Anti Social Club: la joven música
cubana», Encuentro de la Cultura Cubana, n. 30-31, Madrid, otoñoinvierno de 2003-2004; Robin Moore, Music and Revolution: Cultural
Change in Socialist Cuba, University of California Press, 2006;
Humberto Manduley, El rock en Cuba, Atril, La Habana, 2001.
13. Geoffry Baker, ob. cit., pp. 8-9.
14. Alexei Yurchak, Everything was Forever Until it was No More: The
Last Soviet Generation, Princeton University Press, Princeton, 2006,
p. 176.
15. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., pp. 45-6.
2. En alemán en el original: «espíritu de época». [N. del T.]
16. Geoffry Baker, ob. cit., p. 8.
3. Véase Joaquín Borges Triana, «Música cubana alternativa: del
margen al epicentro», Dédalo, n. 0, La Habana, 2001, pp. 23-7.
A la inversa, las instituciones culturales del Estado cubano se
han referido al movimiento como «Novísima trova», con lo que
se intenta enmarcarlo como el vástago más emprendedor, en lo
17. También llamado Seattle sound, género de rock alternativo surgido
a mediados de los 80. [N. del T.]
18. De manera similar, Deborah Pacini Hernández y Revé Garófalo
han reflexionado en torno a si las descripciones de los músicos
71
Susan Thomas
25. Robin Moore, ob. cit.; Geoffry Baker, ob. cit.
de rock sobre sus influencias norteamericanas eran indicativas de
sus propios constructos identitarios, particularmente en términos
de identidad racial. Véase su «Between a Rock and a Hard Place:
Negotiating Rock in Revolutionary Cuba, 1960-1980», en Deborah
Pacini Hernandez, Eric Zolov y Héctor Fernandez L’Hoeste, eds.,
Rockin’ Las Americas: The Global Politics of Rock in Latin/o America,
University of Pittsburg Press, Pittsburgh, 2004, p. 66.
26. Si bien la música de algunos artistas como Celia Cruz y Gloria
Estefan, de retórica abiertamente contraria a Castro, fue censurada
por los medios en manos del Estado (aunque informalmente eran
ampliamente escuchadas), otros artistas experimentaron una acogida
más flexible.
27. Juan Camacho también fue el conductor de Terapia Disco ciudad,
un programa algo más serio y enfocado desde el punto de vista
temático, que salía al aire los domingos por la noche.
19. Para una exposición sobre el centrismo neoyorquino del hip hop
cubano inicial, véase Geoffry Baker, ob. cit., pp. 74-6.
20. Emily Loftus, «Tiempo Libre from a Rooftop to the Big Stage»,
Mother Jones, San Francisco, 2 de mayo de 2011, disponible en www.
motherjones.com.
28. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 49.
29. Humberto Manduley, mensaje de correo electrónico, 3 de
octubre de 2011. (El énfasis es mío. S.T.)
21. Lara Greene, «Diasporic Discord: The Challenge of Timba
in Cuban Miami», Ponencia presentada en la conferencia de la
Asociación Internacional de Estudios de la Música Popular, San
Diego, California, 2009.
30. Boris Larramendi, mensaje personal, 24 de mayo de 2002.
31. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 21.
32. La pertinencia y el impacto de los USB en la cultura cubana
fue el tema de discusión del espacio Último Jueves —que organiza
la revista Temas—, correspondiente a noviembre de 2010, titulado
«USB: el consumo audiovisual informal».
22. Véanse, por ejemplo, recientes artículos de prensa, como
Rayme Samuels, «Band of the Hour: Cubiche», disponible en
www.miami.com/band-of-the-hour-cubiche-article, y Bernardo
Gutiérrez, «Buena Vista Exile Club», disponible en www.mondomix.
com/events/buena-vista-exile-club/cuban-diaspora.htm, ambos
consultados el 14 de octubre de 2011.
33. Vanito Caballero Brown, comunicación personal, 27 de junio
de 2004.
23. En la práctica, la autonomía de los administradores individuales
de las estaciones (muchos de los cuales eran bastante conservadores)
en lo que respecta al control del contenido, limitó la cantidad de
música extranjera difundida durante el resto de la década, aunque
la censura variaba según la estación radial. Véase Stephen Foehr,
Waking Up in Cuba, Sanctuary, Londres, 2001, p. 50.
24. Arianna Hernández Reguant, ob. cit., p. 37.
©
72
, 2011
no. 68: 73-78,
octubre-diciembre
de 2011.
Revistas
y esfera
pública: un simposio
Revistas y esfera pública:
un simposio
Gustavo Andújar
June Erlick
Ecos (Cuba)
ReVista (Estados Unidos)
Melanie Schehl
Yoerky Sánchez
Stern (Alemania)
Alma Mater (Cuba)
Esther Pérez y Marcel Lueiro
Caminos (Cuba)
con Rafael Hernández
Politólogo. Director de Temas.
L
as últimas décadas han asistido a la construcción de un
espacio social donde convergen y se intercambian discursos, se
proyectan nuevas ideas y se amplía la posibilidad de participación
para grupos más diversos. Internet, el correo electrónico, las redes
sociales, los blogs, y otras modalidades, ofrecen la oportunidad
no solo de ampliar la incidencia de cada vez más personas en
ese espacio público, sino de diversificar las ideas que lo dominan.
Esta esfera en expansión también permite, al menos potencialmente,
el desarrollo de una conciencia más educada, reflexiva y crítica.
¿Hasta qué punto los medios de difusión la fomentan realmente?
En ese contexto peculiar, caracterizado por un torrente global de
información y opiniones, adquiere nuevo relieve el papel de las
revistas que, además de informar, suscitan la reflexión, proponen
enfoques y abren espacio a una variedad de perspectivas y juicios
calificados. ¿Cuál es su función fundamental hoy? ¿Cómo pueden
aprovechar, expandir y cultivar una esfera pública inundada por
ese torrente de imágenes e ideas, cuyo eco multiplicado atraviesa
fronteras y países muy diferentes?
Buscando contribuir a esta problemática, Temas se comunicó
con un grupo de revistas de Norteamérica, Europa y Cuba.
Agradecemos a quienes, en medio de tareas editoriales y otras
responsabilidades, nos hicieron llegar sus valiosos comentarios,
que reproducimos a continuación.
¿Cómo ha cambiado la dinámica de la esfera pública en las
últimas dos décadas? ¿Hasta qué punto los medios en general la
han hecho más plural, democrática, pensante, crítica, educada?
June Erlick: En la última década, ha sido mucho más fácil
compartir información, opiniones, correos electrónicos,
blogs y enlaces a material impreso y virtual. Al principio,
la información estaba disponible solo para quienes tenían
computadoras en casa o en la universidad, las cuales
—por ejemplo, en Colombia y América Central— eran
muy lentas. Recuerdo que, en 2000, cuando pasé un
verano en Guatemala para trabajar en mi primer libro,
Disappeared, A Journalist Silenced, las computadoras eran tan
lentas que se me quitaban las ganas de navegar, lo que es
imprescindible para participar en esta «democracia de las
ideas». Ahora, el desarrollo de cibercafés a bajo precio,
con computadoras de alta velocidad, hace que el acceso
a Internet sea mucho más democrático y no clasista en
gran parte de América Latina y en algunas comunidades
en los Estados Unidos.
Temas agradece a Jennifer Hosek, de Queen´s University, Canadá,
por su valiosa asistencia editorial en la gestión de colaboraciones
con diversas revistas.
73
Rafael Hernández
Esther Pérez y Marcel Lueiro: Una primera aclaración
que vale para todas las preguntas. No hay una esfera
pública, sino la esfera pública de una sociedad específica,
modulada por un montón de cosas, y donde las
revistas, y todo lo demás, cumplen funciones diferentes.
Ubicados entonces en la esfera pública cubana de
los últimos años, advertimos algunos elementos: se
percibe el abordaje de más temas polémicos, menos
autocensura, más claridad acerca del papel crítico
—potencial— que pueden desempeñar los medios en
la esfera pública. Hay que aclarar que los especializados,
de menor tirada o electrónicos, han avanzado más por
este camino que los más generales, de mayor tirada y
consumo. Los primeros están restringidos a un público
menor, el de «los cultos», lo cual podría colaborar a una
nefasta separación entre la información, el consumo y
la capacidad de discusión, entre estos y «las masas».
vías, aquellos que sean verdaderamente edificantes y
formativos.
Gustavo Andújar: Ciertamente la dinámica de la esfera
pública ha venido cambiando en Cuba en un sentido
positivo. Por ejemplo, la aparición de un número de
revistas católicas, a partir de la primera mitad de la década
de los 90, se inscribe en ese proceso, durante el cual se
han consolidado no pocos espacios de reflexión seria,
de nivel académico, sobre cuestiones fundamentales de
la sociedad cubana, y un número apreciable de otras
propuestas que, a pesar de no representar aportes de
un valor científico significativo, sí contribuyen a hacer
la esfera pública más plural y democrática.
Sin embargo, el presupuesto desde el cual se plantea
la pregunta me parece demasiado optimista, tal vez
por ser muy abarcador. Es un hecho que ha habido
una evolución en el sentido de una mayor pluralidad
de opiniones y mayores posibilidades para expresarlas,
pero estas se han visto limitadas, en gran medida, al
ámbito de la academia y al sector de pensamiento
del país, y se manifiestan con claridad en apenas un
selecto grupo de revistas, mientras que los medios que
la población consume masivamente no participan, en
general, de ellas, y esta —objeto ella misma del activo
debate que constatamos— sigue, en la práctica, ajena a
esas confrontaciones, lo cual merma sus posibilidades
de una participación plena y sobre todo eficaz en esa
esfera.
Tal vez el ejemplo más notorio de esta limitación es la
explosión del debate sobre los asuntos públicos que
ocurre en la blogosfera cubana, un espacio inexistente
para la inmensa mayoría de la población.
No es que piense que «los medios en general»
carezcan totalmente del efecto sobre el cual se
pregunta. Por ejemplo, su cooperación con los empeños
educacionales contribuye a elevar el nivel de información
e instrucción de la población y, en consecuencia, ejerce
un influjo positivo en el desarrollo de la esfera pública,
pero este se produce solo de manera indirecta. Tenemos
una población suficientemente instruida como para que
su participación en el espacio público sea muchísimo
más amplia y activa de lo que es hoy.
Yoerky Sánchez. Al comienzo de la década de los 90,
la esfera pública en Cuba sintió el impacto del derrumbe
soviético y las consecuencias de las transformaciones
económicas internas, dentro del llamado Período
especial en tiempo de paz. Este acontecimiento,
por su envergadura, cambió la dinámica nacional y
estremeció a todos los sectores del país. Fenómenos
como la emigración, la prostitución, el consumo de
estupefacientes, el delito, la escasez extrema de recursos
de primera necesidad, incidieron fuertemente en la vida
social, mientras muchos apostaban al «fin de la historia»
para la Revolución cubana.
Dentro de esta compleja situación, la prensa también
sufrió importantes recortes. Algunos periódicos
—como Juventud Rebelde— dejaron de ser diarios para
pasar a semanarios; prácticamente desparecieron las
revistas. Alma Mater, por ejemplo, estuvo varios años
sin imprimirse hasta que el Ministerio de Educación
Superior pudo financiar una tirada. Las emisoras radiales
vieron reducidas sus horas de trasmisión, al igual que
los canales televisivos, que apenas podían verse por la
insuficiencia energética.
Veinte años después, aunque en condiciones
económicas aún difíciles, se han abierto mayores
posibilidades para el desarrollo de una esfera pública
heterogénea e interactiva, en la que se estimulan el
debate y la generación de contenidos.
En este punto, los medios de comunicación han
venido recuperando protagonismo y estimulando el
flujo de ideas. Informar, educar y divertir —sus metas
básicas— se han combinado en el afán de lograr un
pueblo cada vez más culto, y no solo con elevados
grados de instrucción. A pesar de ello, considero que
estamos muy lejos todavía de alcanzar una audiencia
con altos niveles de criticidad, que pueda seleccionar
del conjunto de mensajes que le llegan por distintas
Melanie Schehl: En general, el panorama alemán
se ha fragmentado en los últimos treinta años. Esta
fragmentación ha tenido lugar en todo tipo de medios,
tanto los impresos como los electrónicos. Existen
hoy más revistas populares, profesionales, estaciones
de radio y de TV que en el pasado. Desde mediados
de los 90, los efectos de las redes digitales también se
han hecho sentir. Dos terceras partes de la población
usan Internet regularmente. Las posibilidades de
participación, en términos de Web 2.0 y de «redes
sociales», coadyuvan a la emergencia de nuevas esferas
74
Revistas y esfera pública: un simposio
públicas digitales, mediante blogs, wikis, foros, etc.
El caso de plagio suscitado en torno al ex ministro
de Defensa Karl Theodor zu Guttenberg, obligado a
dimitir a principios de 2011, ilustró cómo, gracias a la
interacción entre los medios clásicos y las redes sociales,
las irregularidades o abusos pueden eliminarse más
rápidamente que en tiempos pasados. En este sentido,
el nuevo panorama mediático encierra un potencial de
mayor democracia.
Al mismo tiempo, los medios de prensa de calidad
tienen la responsabilidad de ofrecer a los lectores solo
información verificada y confiable, así como atenerse
a los principios periodísticos fundamentales, en sus
reportajes y en la clasificación de los acontecimientos,
a pesar del acelerado ritmo de difusión online. Si lo
consiguen, asumen un papel como fuente de autoridad,
de punto de referencia de las informaciones confiables,
como ocurrió cuando el desastre del reactor nuclear en
Japón, en 2011.
Sin embargo, el juicio sobre los cambios en el
panorama de los medios durante los últimos treinta
años no es totalmente positivo. Según demuestran
las investigaciones efectuadas por estudiosos de las
comunicaciones en los Estados Unidos durante los
años 70, la hipótesis de la brecha de conocimiento, en
cuanto al aumento del consumo de TV, parece cumplirse
también para Alemania: la multiplicación en la oferta
de los medios, particularmente electrónicos, no reduce,
sino más bien profundiza la ya existente. Un sistema
mediático que —en interacción con otros subsistemas
sociales, por ejemplo el educativo— haga más estúpido
al estúpido y más inteligente al inteligente, resulta, según
esta tesis, disfuncional. En este sentido, en Alemania se
ha abierto esa brecha: por un lado, las capas sociales más
bajas se exceden en el consumo de TV —sobrepasan
el promedio de la población—, y, por otro, muchos
vuelven a depender más de los medios impresos de
calidad —Stern, Spiegel, GEO. Por desgracia, la tendencia
es hacia una sociedad dividida entre un sector interesado
en el conocimiento, un giro unilateral hacia formatos de
puro entretenimiento, característicos de partes de los
sectores sociales más débiles, que favorece un círculo
vicioso de empobrecimiento cultural y material, así
como una actitud resignada y fatalista. En los estratos
sociales superiores, por el contrario, la valoración de
la escritura y la lectura sigue siendo alta, y las nuevas
tecnologías mediáticas se han incorporado de varias
maneras al «empoderamiento» personal.
puntos de vista muy diferentes para discutir temas
específicos, en un espacio determinado. Es diferente
a un periódico (aunque no tanto de ciertas secciones
como las de los suplementos semanales), ya que no
aborda la coyuntura. En ReVista me gusta combinar
hechos, análisis y opiniones personales, algo que resulta
inusual en la radio, la TV y los periódicos. Al mismo
tiempo, cuando estoy organizando un número, Internet
me permite conocer los temas que circulan, los autores
que escriben bien, o tienen algo nuevo que decir. Con
este recurso se hace más fácil el proceso de solicitud
de colaboraciones, así como conseguir un equilibrio de
puntos de vista, sobre todo en los números dedicados a
algún país —en particular, a los más polémicos, como
Bolivia y Venezuela.
A pesar de que los puntos de vista están ahí afuera,
y puedo aprovecharme con facilidad de ellos como
editora adiestrada en la selección de materiales, no estoy
segura de que Internet siempre estimule la democracia.
Por ejemplo, es muy fácil dejarse llevar de un sitio que
promueve la inmigración a otro, si uno está a favor
de ella; los amigos solo envían enlaces a sitios con los que
concuerdan. Google funciona según la historia individual
de búsquedas y, por lo tanto, termina produciendo
resultados «favorables». Lo mismo le ocurriría a alguien
que fuera virulentamente anti-inmigración. Creo que las
revistas —aquellas que estimulan visiones diversas—
pueden desempeñar un papel muy importante en la
selección de información pública.
Esther Pérez y Marcel Lueiro: Se nos ocurren
cuatro características específicas de las revistas en este
sentido: pueden introducir temas y promover debates
con mucha más fluidez y velocidad que los libros. Son
menos perecederas que los diarios, la radio o la TV.
Además, las revistas siempre representan una posición,
un grupo, un sector, de modo que dan voz, y deben
dialogar y discutir entre sí. Dicho esto, añadimos que
hay revistas de muchos tipos. Hay las que llamaríamos
«de periodismo», de las cuales, por ejemplo, Bohemia y
Cuba fueron emblemáticas, la primera en los años 40 y
los 50 y la segunda en los 60. Ese tipo de publicación
tiene una incidencia muy grande en el espacio público.
No hay nada en la actualidad que se les acerque. Las
más importantes se mueven, sobre todo, entre el arte
y las ciencias sociales.
Yoerky Sánchez: Varias veces, desde la redacción
de Alma Mater, planteamos que una revista no es un
periódico, pero tampoco constituye un libro. Nosotros
no ofrecemos noticias, sino trabajos de fondo, aquellos
que tienen que ver con la investigación, el análisis, la
contrastación de numerosas fuentes. Desarrollamos los
géneros de opinión, no los puramente informativos.
Y hoy el público lector nos pide este tipo de entregas,
porque tiene diversidad de fuentes para enterarse de qué
¿Tienen las revistas una misión particular en el desarrollo de una
esfera pública? ¿Cómo inciden revistas como la tuya (a diferencia
de un diario, estación radial o canal de TV) en la construcción
de esa esfera?
June Erlick. Siento que ReVista contribuye a la esfera
pública porque reúne intelectuales y expertos con
75
Rafael Hernández
no solo porque alcanzan a un público más amplio, sino
porque las temáticas que abordan atraen más a lectores
activamente interesados en los asuntos públicos.
pasó, pero busca a alguien que le explique por qué pasó,
y las consecuencias de los sucesos para él y el resto de la
sociedad. Las revistas, debido al tiempo que poseen para
su elaboración —mayor al de un diario y, por supuesto,
al de un noticiero radial—, cuentan con más facilidades
para ofrecer un material reposado, con más cantidad
de elementos, y con una confirmación informativa
superior, lo que les otorga mayor credibilidad. No son
libros, porque no deben abandonar una característica
básica del periodismo: la actualidad. Si bien difieren
de los periódicos diarios, deben tener en cuenta el
contexto en el que se publica el mensaje y el grado de
actualización de las fuentes y los datos.
De esa manera, tienen una influencia fundamental
en la construcción de la esfera pública. Alma Mater,
desde sus inicios, manifestó su vocación de diálogo
con los lectores. Su fundador, Julio Antonio Mella, lo
dejó explícito en el primer editorial de la revista, en
noviembre de 1922: «Por medio de este órgano, los
estudiantes cubanos se comunicarán espiritualmente
con todos sus compañeros que hablan el idioma de
Cervantes en ambos hemisferios, y divulgaremos así la
cultura, el valor de la juventud intelectual cubana».
Desde entonces hasta ahora, la publicación joven
más antigua de Cuba muestra lo que ocurre dentro de
los muros de la universidad, pero también lo que pasa
fuera de ese entorno, conformando una opinión pública
a partir de los intereses editoriales y la retroalimentación
con los lectores.
Melanie Schehl: Un semanario de noticias como Stern
proporciona una información de base a más de siete
millones de lectores en cada número, y descansa, en
buena medida, sobre información gráfica de primera
mano, suministrada por reconocidos fotorreporteros,
acerca de eventos y personalidades del mundo. Los
lectores pueden así orientarse en el flujo de noticias y en
los acontecimientos más controversiales —por ejemplo,
ingeniería genética, crisis financiera, cambio energético,
inmigración, sistema de salud, desempleo, globalización.
Nuestro equipo editorial tiene capacidad para incluir en
la revista cualquier tópico de interés. Hay una cantidad
de columnistas que tratan cuestiones de política,
economía, cultura, entretenimiento. Sin embargo, hay
una gran flexibilidad en la mezcla de temas, lo que pone
a Stern delante de otras publicaciones. En sus reportajes
y su lenguaje fotográfico, es más emocional y, respecto
a otros medios impresos, sus historias son más concretas,
al mostrar el lado humano de las noticias, presentar
a seres vivientes en acción, con sus alegrías y sus penas,
sus éxitos y fracasos. En el mundo editorial, esto se
corresponde con una expresión acuñada: «periodismo
de 37 grados».
El correo electrónico, las redes sociales, los blogs, y otras
modalidades amplían las posibilidades de incidencia de cada vez
más personas en el espacio público. ¿Qué efectos favorables (y/o
desfavorables) adviertes en este fenómeno? ¿Cómo las revistas
pueden aprovecharlo, expandirlo, cultivarlo?
Gustavo Andújar: En tanto medios de comunicación,
todas las revistas participan, de una u otra forma, en
el desarrollo de la esfera pública. Algunas lo hacen
promoviendo en forma directa la investigación y el
debate sobre temas fundamentales. Otras, a través de
artículos informativos o de opinión más accesibles al
ciudadano medio; pero también promueven la reflexión
sobre temas de interés. Todas tienen un público que está,
por lo general, por encima —en cuanto a selectividad
se refiere— del consumidor promedio de radio, TV
o prensa diaria, y eso hace que su aporte, en este sentido,
pueda ser importante, si no necesariamente a nivel
cuantitativo, sí al cualitativo.
Nuestra revista Ecos, aunque no tiene un perfil
académico y trata, en la medida de lo posible, de
mantener sus contenidos y lenguaje al alcance de los no
especialistas, tiene una tirada pequeña y un contenido
especializado, lo cual reduce sustancialmente su
universo de destinatarios, y limita, por tanto, su impacto
como publicación individual, en la construcción de la
esfera pública. Otras revistas católicas de mayor tirada,
como Palabra Nueva —de perfil general— y Espacio
Laical —centrada en temáticas de orden económico,
político y social— logran una incidencia mucho mayor,
June Erlick: La otra función relevante de Internet
para editores y periodistas es la democratización de
las fuentes. Antes, por lo general, uno tenía que salir
«a la calle», o empezar por las voces autorizadas, a fin
de llegar a la «gente común». La red facilita el acceso
a estas personas comunes —aunque, en definitiva, no
tener acceso a una computadora siempre es un factor—
y, por lo tanto, puede contribuir a la diversidad de voces
dentro de una revista. Así que, a veces, yo misma, como
editora, tengo acceso a un foro muy democrático o la
ilusión de un espacio muy democrático.
Una sobrina mía trabajó en un centro de salud
comunitario en Sierra Leona, durante un semestre
escolar. Al regresar, me dijo que no me podía enseñar las
fotos todavía, porque tenía que revelarlas. Le comenté
sobre el hecho de que aún estuviera haciendo fotos «a la
antigua», en vez de digitales. «No se puede recargar una
cámara si no hay electricidad», me respondió. Internet
hace que sea muy fácil expresar nuestras opiniones
democráticas y olvidar que no todos están conectados.
Las revistas son sitios que nos pueden recordar eso
76
Revistas y esfera pública: un simposio
Ante el dilema del mundo digital, tecnofílicos y
tecnofóbicos trazan muros infranqueables y parecen no
tener reconciliación. Los primeros sobredimensionan
los efectos de Internet como la solución a todos los
problemas, mientras que los segundos los ven con
temor apocalíptico. Creo que lo más sensato es evitar
tanto la tecnofilia como la tecnofobia y asumir los
cambios de manera realista, sin indebidas exaltaciones
ni censuras.
Soy de la opinión de que las revistas pueden explorar
este entorno tecnológico e incrementar su presencia
en las comunidades virtuales, donde se reproduzca
los materiales comunicativos y se logre una plena
interacción con el público. Pero no basta con abrirse
una página en Facebook o una cuenta en Twitter, debemos
aprovechar esos espacios, utilizarlos eficazmente y
tenerlos como fuentes y herramientas de gran utilidad
para el desempeño de nuestra labor periodística.
si, como editores, asumimos la responsabilidad de
recordárnoslo a nosotros mismos.
Esther Pérez y Marcel Lueiro: Los efectos favorables
son obvios: la democratización de los medios.
Teóricamente al menos, se pasa de un modelo trasmisivo
a uno participativo de comunicación. En Cuba, aunque
todavía limitado por el acceso, ya se ha demostrado
en varias ocasiones su capacidad de movilización de
la opinión. Entre los desfavorables se nos ocurre la
avalancha de criterios e información, que puede tender
a confundir a quien no está ya muy seguro de cuáles
son las fuentes que prefiere y busca. No hay que olvidar
que el acceso y el control no son equilibrados, y que
todas las realidades de dominación del mundo actual
se mueven también en esta esfera. Las revistas ya lo
aprovechan, pero creo que todavía hay que aprender que
se trata de otro «lenguaje». En esos medios no funcionan
bien los géneros y los tamaños de los materiales de las
revistas. También hay que buscar más la interactividad
de maneras creativas.
Gustavo Andújar: Es imposible tratar este tema sin
tener en cuenta las limitaciones en el acceso a Internet
en Cuba —puestas nuevamente sobre el tapete por
el sustancial incremento en la conectividad del país
debido a la instalación de un cable internacional de
fibra óptica. Hay que partir, por tanto, de que estamos
hablando, sobre todo (aunque no exclusivamente, como
explicaré más adelante) de esa pequeña proporción de
la población que tiene acceso verdadero a Internet,
no solamente a alguna intranet o servicio de correo
electrónico.
Esto hace aún más sorprendente el vital movimiento
de blogueros que se ha desarrollado en un plazo muy
breve, poniendo de manifiesto el gran número de
personas dispuestas a aprovechar cualquier espacio
que se abra para hacer su aporte al debate en la esfera
pública. De nuevo, y aún más que con las publicaciones
en soportes convencionales, el acceso limita la incidencia
de esos aportes, pero su propia existencia es un signo
positivo. No podría ser diferente en un país con un
envidiable nivel promedio de instrucción.
El impacto de las tecnologías de información y
comunicación (TIC) en la capacidad de incidencia de los
ciudadanos individuales en el espacio público alcanza
incluso a aquellos que, sin tener acceso a Internet,
utilizan a algún servicio de correo electrónico, como
demostró la eficacia que tuvo el abundante intercambio
de e-mails desatado a raíz de la aparición en la TV,
con ínfulas reivindicativas, de tres ex funcionarios
de la cultura, estrechamente vinculados al polémico
«quinquenio gris». La «Guerrita de los e-mails», como
muchos han dado en calificar a ese intercambio, puso
de manifiesto hasta qué punto han ampliado las TIC,
con su inmediatez e interactividad, la capacidad de
participación ciudadana en el espacio público.
Yoerky Sánchez: En las últimas décadas hemos
recibido la mediación de las nuevas tecnologías. Ello
ha provocado que se socialicen experiencias de manera
más rápida y efectiva; para muchos, ser ciudadano hoy
equivale a ocupar un espacio en la sociedad digital.
En Cuba, aunque ese proceso transcurre de forma
más lenta por las limitaciones en el acceso, tampoco
pueden obviarse las ventajas de Internet, el correo
electrónico y las redes sociales, en la conformación de
una esfera pública cada vez más dinámica y diversa.
Los medios tradicionales también interactúan con
esos espacios y realizan la función de conductores
frente a las autopistas de la información. Hoy, el lector
se expone de manera simultánea a una avalancha de
noticias, datos, imágenes y videos, que decodifica según
su competencia interpretativa. Y la labor de los medios
(entre ellos nuestras revistas) estriba, necesariamente,
en ampliar esa capacidad analítica para descifrar lo que
hay detrás de las complejidades que el público enfrenta
en su vida cotidiana.
Tomando como base los presupuestos teóricos del
sociólogo Niklas Luhmann, la escritora Belén Copegui
recordaba recientemente que la función de los medios
de comunicación es simplificar la complejidad, en
términos de que sean inteligibles para el sistema social
en su conjunto.
Con la llegada de las nuevas tecnologías se
transforma también la agenda temática que los medios
ofrecen y que el público hace suya. Se les otorga
mayor preponderancia a la imagen y a la trasmisión de
los sucesos en tiempo real. Sin embargo, nada podrá
sustituir el papel del periodista en los análisis de los
distintos acontecimientos.
77
Rafael Hernández
Encuentro fascinante que sea en la blogosfera
cubana, poblada mayoritariamente por jóvenes que
expresan su desencanto por los megaproyectos sociales
y se concentran, en cambio, en aquellos problemas
de contornos bien definidos con los que chocan en
el día a día —discriminaciones de diverso signo, una
política migratoria restrictiva, necesidad de mayores
espacios para la iniciativa económica...—, donde se está
realizando el debate más abarcador sobre una agenda
para el cambio socio-económico-político en el país.
En una situación como la cubana, donde este
fenómeno se desarrolla fuera del alcance de la mayoría
de la población —a la que más afecta—, las revistas
podrían hacer una positiva contribución haciéndose
eco de los principales elementos del debate sobre los
asuntos públicos que allí se desarrolla y proponerlos a
sus lectores, así como ofrecer espacios a participantes
representativos de ese debate.
que también puede accederse mediante smartphones
y tablets, con varios sistemas operativos. La extensión
digital de Stern impresa se puede encontrar en la forma
de eRevista Stern, como un app en un iPad, donde el
contenido del número se ha enriquecido mediante
entrevistas exclusivas en video, gráficos interactivos y
otros recursos adicionales. Entre los efectos positivos de
las redes sociales se encuentra la resonancia inmediata
sobre el trabajo editorial, discusiones —por ejemplo,
alrededor de comentarios de opinión—, así como la
lealtad a la marca original. Otros productos impresos
se articulan en torno al semanario Stern. Entre ellos
se destacan Neon, un mensuario exitoso que recoge
las experiencias vitales de los jóvenes entre 20 y 35
años; Nido, un mensuario orientado a familias urbanas
jóvenes; así como Stern Gesund Leben (Vida Sana) y Stern
Fotografie.
Melanie Schehl: Con el ejemplo de Stern se pueden
estudiar bien las diferentes posibilidades de una marca
de revistas fuerte. Stern impresa se ha convertido en
el núcleo de una sólida familia con orientaciones de
multimedia. Iniciada en 1995, hoy Stern.de se ubica
entre los sitios de noticias más visitados en Internet, al
©
78
, 2011
no. 68: 80-93, octubre-diciembre de 2011.
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
Controversia
El Mariel
treinta años después
Antonio Aja
Jesús Arboleya
Andrés Gómez
Magali Martín Quijano
Rafael Hernández
Rafael Hernández: Nuestra intención con este panel es tener una mirada lo más
amplia, diversa y múltiple, acerca del fenómeno de El Mariel desde el lado de acá y
de allá. Para ello hemos invitado a especialistas que, de una forma u otra, tuvieron
que ver con los sucesos de 1980. Por ejemplo, Magali Martín desde su época de
estudiante hizo investigaciones de campo con personas que emigraban de Cuba,
y entrevistó a muchos que saldrían por El Mariel; Jesús Arboleya era, en 1980, el
cónsul de la Sección de Intereses de Cuba en Washington, y tuvo la perspectiva de
la relación bilateral y del papel de una oficina consular como esa, con características
tan peculiares; además ha escrito numerosos ensayos sobre el tema de la emigración
cubana; Andrés Gómez estuvo en Miami durante los días de El Mariel por lo
que conoce la experiencia directamente; y Antonio Aja es un estudioso de la emigración
cubana y autor de ensayos y libros sobre ella.
Temas le ha dedicado dossiers enteros —en su sección «Enfoque»—, además de
otros artículos, a la problemática migratoria en sus diferentes facetas, incluida la etapa
más reciente. Hicimos un panel en noviembre del año pasado precisamente sobre un
importante capítulo histórico de esta temática, que fue el diálogo de 1978-1979. Hoy
no vamos a hablar de toda la emigración, sino de los sucesos de El Mariel, y tratar de
entenderlos con la mayor profundidad posible. Es un fenómeno con características
particulares, y forma parte de la historia de las relaciones entre Cuba y los Estados
Unidos. La primera pregunta al panel es: ¿cuáles fueron las causas de El Mariel?, ¿qué
lo desencadenó?
* Panel de debate realizado en el Centro Cultural Cinematográfico ICAIC, el 29 de abril de 2010.
80
El Mariel treinta años después
Para ahorrarles a los panelistas la parte informativa, quiero recordar una serie
de acontecimientos que sirvieron de coyuntura, de detonador de ese proceso. El
1 de abril de 1980 alguien se apoderó de un ómnibus con pasajeros y trató de entrar
violentamente en la embajada de Perú, y se produjo la muerte de un custodio. Tres
días después, el 4 de abril, el gobierno cubano retiró la custodia de la embajada, puesto
que el gobierno peruano se negaba a devolver a las personas que habían entrado a
su sede, y esto desencadenó el ingreso masivo, en breves horas, de más de diez mil
personas a esa sede. Este fue el inicio del problema. Durante un par de semanas este
proceso se desarrolló con manifestaciones públicas en La Habana. La reacción de
los países del Pacto Andino, de Perú, y finalmente del gobierno norteamericano, fue
acoger a los que habían penetrado en esa embajada. El presidente James Carter se
pronunció públicamente, y el gobierno cubano decidió abrir el puerto de El Mariel
a todos aquellos que, desde los Estados Unidos, quisieran venir, con embarcaciones, a
buscar a sus familiares. A partir del 21 de abril se desencadenó ese flujo migratorio,
y desde de ese momento se desplegó un fenómeno extraordinariamente dramático,
que atrajo la atención del mundo y mantuvo al país en tensión, sobre todo durante las
primeras semanas. Aparte de estos hechos, ¿qué causas de carácter social estuvieron
presentes en el desencadenamiento del proceso de El Mariel?
Magali Martín Quijano: La emigración es un fenómeno social complejo, multicausal,
que se explica por un conjunto de factores de tipo económico, político, familiar,
jurídico, coyuntural. En dependencia de las características particulares de los sujetos
y la percepción que tienen de la realidad, un factor tiene un mayor peso que otro en
su decisión de salir. Esto es válido para cualquier tipo de migración, legal o ilegal.
En el caso concreto de la emigración ilegal, o por vías ilegales, o de alguna manera
violando las normas establecidas, el factor coyuntural tiene un peso en cuanto a la
fluctuación de los flujos.
Para el caso de El Mariel quiero partir de un análisis que realizamos la doctora
Consuelo Martín y la que les habla, en mayo de 2003, en el que determinamos que
hubo un elemento coyuntural que podía implicar alguna situación de salida masiva,
a partir de que prácticamente se detuvo el otorgamiento de visas por la Sección de
Intereses norteamericana en Cuba. Hicimos este análisis y detectamos que había
una serie de elementos comunes en los tres episodios de salidas masivas; o sea, que
cíclicamente se producen determinados picos. En el año 1965, se produjo el
que dio lugar al proceso de Camarioca; la situación previa a los hechos provocó el de
El Mariel en el 80; y después se dio el caso de la salida masiva en el 94. En todas
encontramos ciertas regularidades: estaban presentes, por ejemplo, la desfavorable
situación económica de Cuba, una disminución o el total cierre de las visas otorgadas
para emigrar de forma legal, y acciones de estimulación, propaganda incitadora,
actividades contrarrevolucionarias, etcétera. Estos elementos, presentes en estas tres
situaciones, vamos a analizarlos en el caso de El Mariel.
Los factores que mencioné al principio —económicos, psicológicos, familiares,
jurídicos, políticos— tienen componentes objetivos y subjetivos. En el caso del 80,
el factor económico tiene un determinado peso. Cuba es un país subdesarrollado
y, por supuesto, había una implícita comparación con el desarrollo de los Estados
Unidos. En1979 tuvo lugar la visita de cien mil emigrados a sus familias en la Isla
—el factor familiar es también un elemento objetivo— y mostraban o exhibían una
imagen de éxito.
En el aspecto jurídico, casi había una eliminación del otorgamiento de visas. En
el año 73 se habían suspendido las visas posteriores al Memorandum de acuerdos por
los resultados de Camarioca, y nada más se estaban otorgando a las personas que
demostraran que eran perseguidas, lo que nos lleva entonces a otro elemento objetivo:
la presencia del factor político, que es la campaña incitadora de salidas ilegales de
81
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
penetración en embajadas, asaltos, toma de rehenes, que finalmente, como decía
Rafael, dio lugar a los sucesos de la embajada de Perú. En concreto, la entrada en
esa embajada fue un elemento coyuntural, como también decía él, que determinó
que se creara una situación explosiva que condujo a los hechos posteriores; o sea,
la coyuntura es la penetración en la embajada, la retirada de la custodia produce un
efecto imán y la decisión gubernamental de permitir la salida por el puerto de El
Mariel, que abre la posibilidad de que las familias vengan a buscar a las personas.
Todos estos son elementos objetivos.
Ahora bien, los aspectos subjetivos acompañan a estos factores que hemos estado
mencionando. En el caso del factor político, que desde el punto de vista objetivo
estaba en las campañas de incitación, en el subjetivo estaba en una cierta inadaptación
social, rechazo al sistema político-social, y marginación de los sujetos que participaron
de este fenómeno. Hay investigaciones realizadas por Consuelo Martín, a partir
del año 2000, en las cuales se busca cómo las personas —las que tienen familias
emigradas y las que no— se representan los hechos de El Mariel. Me voy a permitir
leer brevemente algunas de las expresiones que ella recogió, como: «Eran personas
rechazadas por su orientación sexual, religiosa, de ideas; por delitos; había una especie
de inadaptación social, no se adaptaban al sistema, eran marginados». También había,
años después, una percepción, sobre todo entre los estudiantes, de que eran gusanos,
escorias, antisociales, etcétera.
En cuanto al factor económico, además del efecto vitrina de la vida en los Estados
Unidos, está la insatisfacción con la situación económica propia; las personas sienten
que quieren algo más, aspiran a un modo de vida mejor. La familia influye en esta
percepción, o sea, quieren lo que sus parientes emigrados les están mostrando y,
por supuesto, surgen los motivos de reunificación familiar. Los que habían estado
separados por más de veinte años se reencuentran y nace en muchos la idea de
reunirse en la emigración. Hubo expresiones como: «se fueron porque los vinieron
a buscar los familiares».
Hay un aspecto subjetivo, desde el punto de vista coyuntural, que es el aventurerismo
y el embullo, no voy a decir que en la mayoría, pero sí en determinados sujetos, tanto
en la entrada a la embajada —que lo hacían en grupos, a veces sin pensarlo— o ya en
El Mariel, que cuando la familia ya estaba aquí decidían aprovechar la oportunidad.
Jesús Arboleya: Creo que lo más impresionante de El Mariel es que fue una
gran sorpresa para todas las partes, tanto para la sociedad cubana como para la
norteamericana —e incluyo al gobierno—, y también para la propia comunidad
cubana en el exterior. Si vamos a los hechos, encontraremos que, en primer lugar, la
emigración de El Mariel no es reflejo del deterioro de la situación económica cubana;
todo lo contrario. El período de 1976 al 85 es el mejor momento de la economía
de Cuba, desde cualquier indicador. Tampoco es reflejo de una tensión política
extraordinaria; prácticamente no existía la contrarrevolución interna desde el año
65, y a pesar de que ya cuando ocurre El Mariel hay un deterioro de las relaciones
del gobierno cubano con la administración Carter, no cabe duda de que durante su
gobierno fue el mejor período de las relaciones entre los dos países. A eso se une,
además, que el país alcanzó en esa etapa una influencia extraordinaria desde el punto
de vista internacional. Recordemos que esta es la etapa del apoyo cubano a Angola,
a Etiopía, a Nicaragua, donde ha triunfado la revolución; Cuba obtiene la presidencia
del Movimiento de los No Alineados; la aspiración a formar parte del Consejo de
Seguridad de la ONU se concreta, precisamente, en el año 80; en fin, la situación
política del país —al margen de las tensiones permanentes que hemos tenido a lo largo
de estos cincuenta años con los Estados Unidos, y que es por todos conocida—, no
fue un período especialmente tenso en las relaciones internacionales. Por lo tanto, me
inclino a pensar que el fenómeno de El Mariel estuvo incubado dentro de la propia
82
El Mariel treinta años después
sociedad cubana, o sea, estamos hablando de algo endógeno que, de cierta forma,
anuncia lo que serán las características de la emigración a partir de entonces.
Como decía Magali, es un fenómeno multicausal, pero se puede ubicar dentro
de ciertos patrones, como por ejemplo, el techo del modelo económico cubano
para la satisfacción de determinadas expectativas. Algunas de estas tienen que ver
con el consumo, otras con la realización personal, etc. ¿Cuál es el momento de la
confrontación ideológica —inherente al socialismo—, entre una visión individualista
y una colectivista para el proyecto de vida de cada cual? Estamos hablando de una
contradicción que todavía está vigente, porque es lo que diferencia, desde el punto
ideológico, a ambos modelos económicos. Y hablamos también de una tendencia
histórica, universal: el hombre es un ser migrante desde sus orígenes, y la sociedad
cubana no puede escapar de ella. Ahora bien, no cabe duda de que hay otros
indicadores; por ejemplo, entre 1973 y 1980 no hay acuerdos migratorios, no hay
posibilidades de emigración legal hacia los Estados Unidos; sin embargo, vamos a
encontrar los indicadores más bajos de emigración ilegal en la historia cubana.
La emigración por El Mariel es una explosión; nadie esperaba que se metieran diez
mil personas en la embajada de Perú, que se fueran ciento veinticinco mil por barco.
Todo eso puso en crisis todas las políticas, porque era un problema de compresión
de la realidad cubana, no ajena a la internacional que estábamos viviendo. En efecto,
el deterioro de las relaciones con los Estados Unidos incentiva esos proyectos
subversivos que Magali mencionaba, entre ellos la penetración en las embajadas,
toda una serie de cuestiones que provocaban tensiones en las relaciones entre ambos
países. Pero quisiera limitarme, para que después el debate se encauce por ahí, dando
mi apreciación de estos hechos. Creo que lo que sí es nuevo en la emigración por El
Mariel es el componente clasista de los emigrados, que es por completo distinto al
de antes de 1980, pero que va a ser similar al que continúa a partir de ese año. Esa
singularidad la pagaron muy caro los emigrantes de El Mariel, y creo que eso explica
la manera en que fueron percibidos por las sociedades cubana y norteamericana, y
por la propia comunidad de inmigrantes en los Estados Unidos.
Antes de terminar, quiero hablar de algo que tuvo mucha vigencia en Cuba en aquel
momento, para explicar el fenómeno, y que me parece una forma bastante simplista
de abordarlo, y es que la culpa la tuvo el diálogo con la emigración a partir de 1979.
Creo que lo que era absolutamente anormal fueron los veinte años sin contactos.
La realidad es que este era, en primer lugar, inevitable, y en segundo, los indicadores
de los propios «marielitos» no apuntan a que esa haya sido la causa; 40% de los que
emigraron en 1980 no tenían familiares en los Estados Unidos; lo que se rompe
con El Mariel es un proceso de reunificación familiar que fue constante hasta 1973,
a partir de los sectores más privilegiados de la sociedad cubana prerrevolucionaria.
Yo recuerdo incluso que la política del diálogo y la de los viajes fueron de las más
cuestionadas en este país, hasta el punto de que Fidel Castro tuvo que reunir a todos
los cuadros revolucionarios en el teatro Karl Marx, y dijo que los enemigos de esa
política eran solo los conservadores de allá y de aquí, y que —nunca se me olvidará
esa frase— «la ciencia de la Revolución era convertir a los enemigos en amigos, y
que esta era esa política».
Andrés Gómez: Solo voy a contribuir, como una cuestión complementaria, a lo que
aquí se ha expuesto. Estoy de acuerdo con Jesús en que El Mariel fue una explosión.
Cuba había estado muy aislada de su población en el exterior, sobre todo en los
Estados Unidos, donde radicaba casi medio millón de personas en aquel momento. El
Mariel abre la posibilidad de emigrar a muchos que tenían bajo nivel educacional, que
no tenían posibilidades de ser reclamados por su familia, marginados, reprimidos en
aquel tiempo, que vieron esto como una oportunidad de experimentar cosas nuevas,
83
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
porque no estaban conformes con lo que vivían. Esa ha sido mi experiencia a través
de treinta años bregando con esa emigración, en Miami y en Nueva York.
Creo que de esos factores objetivos y subjetivos, el deseo de experimentar nuevas
realidades tuvo mucho que ver con la decisión personal de salir por El Mariel. Había
también la cuestión familiar, evidentemente; vinieron muchos de los Estados Unidos
a recoger a familiares que estaban dispuestos a emigrar, e incluso a otros que no lo
habían pensado.
El aislamiento que Cuba había decidido tener, o que se le había impuesto, tuvo
mucha relación con esto, así como el hecho de que el cubano, aún hoy, cuando viaja a
los Estados Unidos, excepto en viajes familiares, debe hacerlo con salida definitiva, no
puede hacer un viaje normal como muchos emigrados de otros países que regresan a
su país cuando lo desean. Ahora se está dando un poco más, pero en aquel momento
era imposible. También estaba el sector reprimido, los homosexuales y los individuos
que se oponían al proceso revolucionario, que no tenían forma de salir porque
no tenían familia en los Estados Unidos, y entonces pudieron hacerlo. Y aunque no
fueron miles, hay que contar a las personas que fueron liberadas de las cárceles, se
montaron en los barcos y se fueron. Eso existió también.
Jesús Arboleya: Solo 16% de los que se fueron por El Mariel tenía antecedentes
penales. No estamos hablando de que se vaciaron las cárceles cubanas.
Andrés Gómez: Exacto, pero también es un factor que considerar. Y por esas
situaciones, que se han explicado aquí anteriormente, la composición social de esa
emigración aún la diferencia de otras. En los estudios del censo y otros análisis
poblacionales que se hacen en los Estados Unidos, se ve clara su diferencia con
la emigración que la antecede y con las siguientes, en términos de su formación
académica, de los ingresos que perciben allá, en la actualidad, mediante su trabajo. El
Mariel rompe, en Miami particularmente, con toda una concepción de los emigrados
cubanos.
En el año 1960 emigró casi el mismo número de personas que en el 80, pero con
una composición clasista diferente por completo. Éramos alrededor de ciento treinta
mil, de más o menos la misma clase social —muy diferente a la de El Mariel— que
hoy todavía está en el poder en aquella comunidad. Esta serie de factores subjetivos
forma un patrón de conducta que se sigue señalando como algo muy particular. Son
personas que han desempeñado un papel muy importante en la lucha por establecer
una relación normal entre ambos países, y una política migratoria adecuada para el
pueblo cubano y para la emigración.
Rafael Hernández: Andrés ha entrado ya en la segunda pregunta: ¿quiénes se fueron
por el Mariel?, ¿cómo fueron representados acá y allá?, ¿cómo se puede caracterizar
a esos migrantes?
Antonio Aja: Son múltiples los factores que desencadenan el éxodo de El Mariel,
como ocurre por lo general en movimientos migratorios. Yo no comparto la tesis de
que solamente el diálogo del año 78 y la posterior visita a Cuba de una parte de esa
emigración, después de casi veinte años sin ningún tipo de contacto, sean los únicos
elementos que desencadenaran esa emigración masiva. Creo que eso tiene un peso,
pero también hay otras condicionantes relacionadas con las redes sociales establecidas
en la emigración cubana en los Estados Unidos, que se prolongaron después del año
59, pero que tenían una historia antecedente.
Pienso que también se relaciona con el proyecto socialista cubano que, a finales de
los años 70, había logrado un proceso de movilidad social, una nueva configuración
de la estructura socio-clasista del país, provocada no solo por la Revolución, sino por
la propia emigración. Eso, para mí, tiene un determinado peso en los acontecimientos
84
El Mariel treinta años después
de El Mariel. Lo tiene también la historia de conflictividad desde 1959 hasta 1980
entre los Estados Unidos y Cuba, y el protagonismo que de alguna manera se les había
asignado, o se autoasignaron, determinados grupos del denominado exilio, y eso tenía
una representación en la Cuba de 1980, que tampoco se puede olvidar. Cada uno de
estos elementos tiene un peso en el análisis de cuáles fueron los factores principales.
Y esto, como es lógico, se relaciona con la definición de quiénes emigraron, porque
ya para 1971 o 72, habían abandonado Cuba todos los sectores ligados directamente
al anterior régimen, o los vinculados con estos, y la alta y media burguesías. Cuando
se cierra el puente aéreo abierto desde el año 65 hasta principios del 71, casi se había
cubierto el potencial migratorio de aquellas primera y segunda oleadas; no solo se
cierra por los conflictos entre Cuba y los Estados Unidos, ni por si la Lista Maestra
—que se confeccionaba entre los dos países, pero que se agregaban personas que no
estaban inicialmente, y otras no se habían agregado, etc.— llevó a una conflictividad en
la relación migratoria. Lo que realmente ya estaba ocurriendo en esos momentos es que
el potencial migratorio inicial se había agotado, y por eso se cierra el puente aéreo.
Sin embargo, un nuevo potencial comienza a crearse, que no necesariamente
tiene la misma pertenencia social y clasista, ni los mismos referentes políticos de los
que emigraron del 59 al 62 o del 65 al 72, y está relacionado con la nueva estructura
social de Cuba. Entonces, ¿quiénes emigran por El Mariel? Según los estudios, en
primer lugar, de mi colega y amigo Rafael Hernández, y de Redi Gómez —que son
de los más completos que se han hecho al respecto— y después, de Félix Massud,
quien también ha estado trabajando el tema en los Estados Unidos, de Lisandro
Pérez, de Jesús Arboleya, realmente emigran sectores que representan la estructura
social y clasista de Cuba en 1980, veinte años después del triunfo de la Revolución;
es decir, emigran profesionales, obreros, campesinos, jóvenes, y también otros
sectores de la sociedad cubana entendidos entonces como disfuncionales, personas
que habían cometido delitos, no contra la seguridad del Estado, sino comunes; otras
con problemas nerviosos, etc. Quiero resaltar que, para mí, por lo que se conoce
del análisis sociológico y sociodemográfico de El Mariel, en esa emigración está
representada la estructura social de Cuba en ese año. Esto se ha estado estudiando
tanto por nosotros como en los Estados Unidos, y es muy interesante, porque cuando
uno revisa la inserción económica y social de los cubanos emigrados, ve que hay un
momento de cambio en el patrón; cuando revisamos el nivel educacional, los ingresos,
la familia, las condiciones del hogar, o el tema de los delitos, resulta que los cubanos
estaban en muy altos perfiles antes de El Mariel, después hay una curva hacia abajo,
es menor el nivel educacional, los ingresos, hay más problemas sociales, delictivos; y
a partir de los nuevos flujos migratorios, digamos en el 84, 86, 90, y en adelante, una
vez más la curva va hacia arriba, disminuyen estas anomalías. O sea, que El Mariel se
convierte en un elemento disfuncional en la historia de la emigración cubana desde
1959 hasta la fecha, por las condiciones que portaban estas personas.
A eso hay que añadir un tema también importante: El Mariel toca a la puerta de la
representación social de los cubanos que están, sobre todo, en Miami, y les recuerda
que Cuba no es blanca, es mestiza y es negra. Esto es muy interesante, porque
recordemos que antes había una representación, particularmente en Miami, de que
Cuba era blanca. El Mariel rompe esa conceptualización que, por cierto, no se ha
mantenido como tendencia. Los flujos migratorios desde Cuba hacia Estados Unidos
han continuado siendo en lo fundamental de los de color de la piel blanco.
Magali Martín Quijano: Quiero apuntar una cosa: es verdad que emigraron familias
completas, pero también una buena cantidad de hombres solos jóvenes, lo que después
va a tener un impacto en la sociedad. Y algo que no se ha mencionado, y creo que
valdría la pena añadir: en esta emigración tuvieron implicación no solo elementos
marginados, ni solo los que tenían las redes sociales a que se refería Aja, sino también
85
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
personas que tenían hasta entonces una actitud pública positiva o favorable hacia la
Revolución, y que en un momento determinado deciden salir por El Mariel cuando
vino la familia a buscarlas. Esto se vio como la materialización de una doble moral
y provocó indignación.
Se ha tocado el tema de representación social desde un punto de vista sociológico,
pero desde lo psicológico tiene otra connotación. En Cuba, la representación social
de los que se iban por El Mariel tuvo una connotación negativa, y se les llamaba
«escoria»; y en Miami también la tuvo y se acuñó el término «marielito», en forma
despectiva. De hecho, esta migración también tuvo un tratamiento legal diferente en
los Estados Unidos, ya no eran «refugiados políticos», sino «entrantes».
Jesús Arboleya: Solo voy a dar unos datos de estudios posteriores que se hicieron en
los Estados Unidos. No conozco que en Cuba se hayan realizado investigaciones sobre
la composición social de los que emigraron por El Mariel; ni siquiera sé si es posible
hacerlas. La mayoría eran varones jóvenes, como decía Magali. 40% no tenía familia
en los Estados Unidos, una cosa que transforma todo lo que había ocurrido hasta ese
momento, cuando 90% de los emigrantes anteriores sí la tenía. 40% era de negros o
mestizos, como decía Aja, lo cual también es una novedad para la comunidad cubana;
hasta ese momento solo 2% de ellos emigraba. 16% tenía antecedentes penales, en
su mayoría habían sido condenados por delitos de salida ilegal del país o comercio
ilícito. 74% trabajaba antes de emigrar, y 9% era de profesionales. Ese indicador es
más o menos similar al del resto de los migrantes y muestra que se trató de personas
que se habían beneficiado de veinte años de educación cubana.
En cuanto al aumento de la población migrante de varones, es otro elemento
interesante, porque es contrario a lo que ha estado sucediendo hasta la década de los
70. Desde 1959 hasta el año 72, la proporción de mujeres migrantes fue ligeramente
superior a la de los hombres. El Mariel rompe con ese patrón: se incrementa el número
de hombres, en particular jóvenes, hasta treinta y cinco años.
Lo que hablaba Aja de cómo las curvas de inserción de la emigración cambian a
partir de El Mariel, tiene que ver con algo muy importante: desde el año 73 no existe
el Programa de Refugiados Cubanos, y los inmigrantes de El Mariel son los que menos
ventajas reciben del sistema norteamericano, o sea, diríamos que son inmigrantes
clásicos, igual que cualquier otro que llegara a los Estados Unidos, y en condiciones
incluso más frágiles desde el punto de vista legal, hasta el extremo de que una buena
cantidad de ellos son criminalizados, enviados a Fort Chaffee, sin antecedentes ni
mucho menos, y todavía hay gente presa por indeseable; pero además, cualquiera de
esas personas que cometa un delito puede ser considerada indeseable, y a partir de ahí
no puede reinsertarse en la sociedad norteamericana. Esas son las listas que todavía
están pendientes de discusión entre el gobierno cubano y el norteamericano.
Andrés Gómez: Desde mi punto de vista, las personas que emigran por El Mariel
son los primeros, como ola migratoria, que tienen el deseo de regresar a vivir o
visitar Cuba, de relacionarse con su tierra de origen como un emigrado normal.
Antes, ese no era el caso de la mayoría de los que habían emigrado hasta el año 80, y
lo demuestra el porcentaje de esas personas que ha visitado el país de entonces acá.
El Mariel rompe con eso; los que emigran se empiezan a comportar como típicos
inmigrantes, quieren relacionarse con su país de origen, tener contacto con su familia.
La mayoría de los que salieron en los 60, hasta los 70, se fue con su familia, y los que
se quedaron atrás, por la completa falta de comunicación que existía entre los Estados
Unidos y Cuba se olvidaron, se murieron, o estaban a favor de la Revolución. No
se quería saber de ellos. Mientras que a partir de El Mariel el comportamiento es
completamente diferente y ha permitido que en la comunidad emigrada se puedan
86
El Mariel treinta años después
desarrollar proyectos políticos a favor de una relación normal entre la emigración y
el país. Eso es fundamental para entender El Mariel.
Lo otro es la composición racial, que ya ha sido mencionada aquí. Nosotros éramos
blanquitos, a la gente allá se le había olvidado cómo era Cuba. Bueno, la memoria es
selectiva, y muchos no querían acordarse de la realidad étnica cubana. Pensaban que
Cuba era blanca como ellos, porque, además, no teníamos contacto con Cuba, no
veíamos películas ni documentales cubanos, nada se veía. La Cuba de muchos de los
emigrados de antes del 80 dejó de existir hace muchos años; solo existe en sus mentes.
Por eso se quedan absolutamente sorprendidos con los nuevos inmigrantes: «¿Y estos
son cubanos?», «¿de dónde salió esta gente?». Me acuerdo que una tía mía, que es
monárquica, me dijo: «Ay, Andrés, pero son tan oscuros», y le dije: «Cuba es así».
Rafael Hernández: Voy decir ahora lo que pensaba el público asistente antes de
inciar esta sesión, en la pequeña encuesta que le hicimos. Tanto los mayores como
los menores de cuarenta pensaban que la mayor cantidad de cubanos, de entre todos los
períodos que se les preguntó, se fueron por El Mariel; 11% piensa que fue durante
la vigencia del acuerdo migratorio entre el 1965 y 1973, y que salieron doscientas
cincuenta mil personas. Nunca ha salido tanta gente en un período determinado.
Sobre cuántos se fueron por El Mariel, los menores de cuarenta, más de la tercera
parte, no lo saben, pero los mayores de cuarenta tampoco; casi la cuarta parte de
todos no sabe cuántos se fueron por El Mariel. La mayoría de los que eligieron una
cifra dieron ciento veinticinco mil personas, que es efectivamente la cifra.
En cuanto a los tres o cuatro grupos más numerosos entre los emigrados por El
Mariel, la mayoría de los de más de cuarenta años piensa que fueron los jóvenes, los
homosexuales, pero sobre todo personas presas o con antecedentes penales. También
los mayores de cuarenta, más o menos la tercera parte, cree que los que se fueron
eran opositores políticos u obreros. Los menores de cuarenta piensan, en su mayoría,
que el grupo más importante era de personas presas o con antecedentes penales.
Arboleya ha dado una cifra que coincide con la investigación que hice yo, 15% tenía
antecedentes penales o estaban presos, y dentro de ellos, más de 50% por robo, casi
nadie por hechos de sangre; incluso había gente presa por cosas que no hubieran sido
delito en los Estados Unidos, como es tratar de salir ilegalmente del país o dedicarse a
vender en el mercado negro, u otras cosas. También identifican como un gran grupo
el de los opositores políticos, el de los obreros, el de los jóvenes.
De los que trabajaban, 60% era de obreros, lo que pasa es que la mayor parte no
trabajaba, o no tenía la edad laboral o formaba parte de lo que se llama población
económicamente no activa: amas de casa, jubilados, estudiantes, o simplemente
desocupados, esa era la mayoría de El Mariel; pero de los que trabajaban, los más,
efectivamente, eran obreros, más o menos su misma proporción en la población
económicamente activa cubana en el año 80, y muy inferior a la de técnicos y de
profesionales, e incluso de trabajadores administrativos.
Por último, ¿cuánto tiempo duró El Mariel? 65% de los menores de cuarenta y
la inmensa mayoría de los mayores no saben o piensan que fueron cinco meses. En
efecto, El Mariel estuvo abierto cinco meses.
En cuanto a cómo El Mariel afectó las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos,
la pregunta coincide con la que le haremos al panel. Según los asistentes, se firmó
un nuevo acuerdo migratorio, y esa fue la principal consecuencia; los mayores de
cuarenta piensan que se interrumpió el diálogo con la emigración, y los menores, que
se enfriaron las relaciones con ella. Veamos qué opinan los panelistas, pero antes voy a
darles la palabra a quiénes quieran hacerles preguntas o comentarios.
Serafín Seriosha: Algo no me quedó claro sobre las causas de El Mariel. Recuerdo
que en el panel sobre del Diálogo del 78, Rafael Betancourt explicaba que cuando se
87
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
autorizó el regreso temporal de los emigrados, en el aeropuerto le quitaban las cosas
que traían para su familia, porque se consideraba como un diversionismo ideológico.
Pregunto si eso pudo ser una de las causas fundamentales que llevó a esa avalancha. Otra
cosa: si como dice Arboleya, el problema tiene causas endógenas, ¿cómo sorprende a
la dirección del país?, ¿por qué sucede esto en un período que se dice que no hay crisis
económica, ha pasado un Primer Congreso en el año 75?, ¿por qué tanta diversidad de
sectores de la sociedad cubana se van a la vez? Es algo asombroso que se vayan ciento
veinticinco mil personas; creo que eso nunca sucedió ni antes ni después, en tan poco
tiempo, ¿cuál es la causa de esta sorpresa para ambas partes?
Enrique López Oliva: Tengo entendido que el aspecto religioso fue un factor que
influyó en los sucesos de El Mariel. Se habla mucho del problema de los Testigos de
Jehová; se dice que los recogieron cuadra por cuadra y los conminaron a irse. También
se habla de la ofensiva ateísta que se produjo a partir del Primer Congreso del Partido. El
Estado cubano se declaró ateo, y obviamente eso creó una situación muy complicada en
un sector religioso que al principio había apoyado a la Revolución y que de pronto se vio
marginado no solo del Partido, sino de otras responsabilidades; incluso algunos tuvieron
dificultades para seguir desempeñándose como académicos y profesores. Precisamente
en el año 80 en la Universidad de La Habana hubo una tendencia a eliminar del claustro
de profesores a todos los que tuvieran creencias religiosas. Yo mismo pasé por esa
experiencia, por asistir a un curso de Historia de la Iglesia en México. Me gustaría que
trataran el papel de la religión en el contexto político de ese momento.
José Raúl Gallego: A mí me preocupa mucho una cuestión que no se ha tocado y que
los que tenemos veintitantos años no vivimos; lo que nos ha llegado ha sido puramente
anecdótico. Se trata de los llamados actos de repudio. Quisiera que el panel hablara
un poco de la actuación de la población, de las organizaciones sociales y políticas ante
este proceder, por lo importante que puede ser para nosotros en estos momentos que
estamos viviendo, para que no se repitan esas cosas.
Rafael Betancourt: Quiero destacar que parte del aislamiento del que hablaba Andrés
era de información, de conocimiento. Indiscutiblemente, había una percepción, también
como política informativa, de que las personas que habían emigrado en los años
anteriores habían fracasado, tenían poco éxito en los Estados Unidos; una historia que
se desmiente con los que visitaron el país en 1979. Algunos, en efecto, no tenían riqueza
ni éxito, pero venían incluso con dinero prestado, y daban otra impresión. Eso coincide
con que el modelo político y económico cubano desdeñaba el consumo personal y,
hasta cierto punto, la realización individual como una cosa válida. Sin embargo, había
una gran cantidad de gente joven que al no encontrar una satisfacción, prefiere irse.
Cuando Arboleya dice que ese es un período de más o menos auge económico hay
que separar el lapso entre 1976 y 1980, y el posterior, hasta el 85. Es precisamente en
el año 80 cuando el país está saliendo de una crisis económica; hasta entonces el nivel
de consumo es muy bajo, y el impacto que provoca la llegada de los emigrantes con sus
paquetes y sus bultos, me parece que crea, sobre todo a nivel de consumo individual,
unas expectativas y una falsa esperanza. También la población empieza a sentir que le
mintieron sobre la situación de los emigrados. Esa política informativa específica, de
tratar de trasmitir consignas y no necesariamente un reflejo de la realidad, me parece
que fue un tiro por la culata.
Y otro aspecto que creo que tiene que ver, incluso en los Estados Unidos, con los que
vinieron a buscar a sus familiares. A pesar de que se pensaba que se habían roto los
lazos familiares, la familia perduró durante todo este período y renace en el 80, al venir
a buscar a sus parientes, y tratar de proveer la reunificación. El que está aquí, de algún
modo —si tiene una aspiración que no concuerda con los valores del sistema— quiere
88
El Mariel treinta años después
también integrarse con su familia. Si 60% de los que se fueron no tenían familiares que
vinieran a buscarlos, es porque rellenaron los barcos. Alguien venía a buscar diez y le
ponían veinte que no eran suyos. Era el precio por sacar a los parientes. Eso provocó
también un resquebrajamiento en los valores, y otras consecuencias.
Laida Adán: Creo que los mayores hemos refrescado mucho la memoria con este panel,
y nos hemos puesto a pensar, que es parte del objetivo de estos encuentros. Cuando
el compañero Arboleya estaba dando las cifras, empecé a recordar algunas decisiones
que se tomaron en esa época, como la Ley contra la vagancia, que creó un rechazo
tan grande en la población; como un Quinquenio gris, que aunque se desarrolló en el
sector artístico, tuvo su influencia, su connotación en otros sectores profesionales; es
decir, una serie de decisiones que se tomaron, o que tomamos, porque los que tenemos
esta edad formamos parte de todas ellas de alguna manera, pudieron también ser parte
de las causas de esta explosión no pensada, no prevista, que fue El Mariel. Agradezco
que se haya tocado el tema de la religión, recuerdo cuando empezamos a hacer las
depuraciones en la Universidad, los muchachos que no podían seguir; todo muy triste.
Interesante también lo dicho por Betancourt sobre la familia y su recuperación.
Rafael Hernández: Le devuelvo la palabra al panel, para que se refieran a la última
pregunta y comenten las intervenciones del público.
Magali Martín Quijano: Indiscutiblemente, aquí El Mariel fue una explosión, pero
allá fue un impacto grande, porque dada la rapidez y la composición, las características
sociodemográficas de los que llegaron —ciento veinticinco mil personas en cinco
meses—, que no eran a las que estaban acostumbrados; no todas tenían familiares. Todo
eso creó tensiones desde el punto de vista logístico, desde dónde alojarlas, cómo hacer
el procesamiento migratorio, hasta tratar de asimilarlas culturalmente. En particular
en la esfera laboral hubo un impacto fuerte. Existen investigaciones que muestran que
hubo un incremento de 7% en la fuerza laboral, y entre los cubanos fue de 20%. Eso
indiscutiblemente incidió en que se elevara el índice de desempleo en el período 80-81.
Otra cosa es que a pesar de que Carter había planteado: «Corazón y brazos abiertos,
vengan para acá», la respuesta de la comunidad no fue del todo favorable, y en la
prensa se llegó a calificar aquella inmigración como la más indeseable. Hubo mucho
rechazo desde este punto. Además, estas personas no tuvieron los mismos beneficios
que otros inmigrantes cubanos, como decía Arboleya. Fue un acontecimiento que
conmocionó a la comunidad miamense, que no estaba preparada para tal situación. Este
es un elemento importante, porque a partir de entonces la visión de la sociedad y del
gobierno norteamericanos, en relación con la emigración ilegal, no va a ser la misma.
De ahí los nuevos acuerdos migratorios. Sigue aceptando a los que llegan de manera
ilegal, pero ya, en el año 94, por ejemplo, detienen, por primera vez, a los que intentan
penetrar por esa vía; o sea, a partir de El Mariel se despertó el miedo al éxodo masivo,
como le dicen ellos, y hasta incluyeron este aspecto entre los elementos de amenaza a
la seguridad nacional.
Jesús Arboleya: En primer lugar, quiero trasmitir lo siguiente: no voy a rehuir ninguna
pregunta que me ataña, pero en realidad mi experiencia de El Mariel se produce desde
los Estados Unidos; no la vivo como transcurre en Cuba, y más bien lo que recibo
son sus consecuencias, o sea, la llegada allá de la gente. Desde esa perspectiva, puedo
decir que, cuando yo hablaba de sorpresa, esta incluye a los propios inmigrantes.
Todavía alguno no había desembarcado en Cayo Hueso y ya me estaban llamando
al consulado para ver cómo regresaban. Yo estuve en la «ciudad de las carpas» varias
veces, viendo a la gente que estaba ahí; aquello daba grima, el nivel de confusión, la
incertidumbre. Esa gente fue hacia allá pensando que iban a encontrar algo que en
realidad no hallaron en aquel momento.
89
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
Los mítines de repudio me los hicieron a mí, y también al resto de los que estábamos
ahí, y no fueron solo mítines de repudio, sino atentados terroristas, incluso asesinatos.
Recuerden que a Félix García lo asesinaron en el año 80; o sea, las tensiones que se
están viviendo a lo largo de todo este proceso no se produjeron solo aquí, sino también
allá, particularmente en el área de Miami, pero también en Nueva York, Nueva Jersey,
etcétera, donde estaban las grandes concentraciones de cubanos.
Ahora bien, lo que me interesaría resaltar como fenómeno —y creo que esa
pudiera ser por lo menos una de las conclusiones donde creo que hay consenso
entre los que hemos hablado— es que efectivamente, El Mariel pone a flote todas
las contradicciones de la sociedad cubana: el problema religioso, como se dijo, el de
la homofobia, entre otros. Yo recorrí no sé cuántas universidades de los Estados
Unidos tratando de explicar el fenómeno de El Mariel, y mi gran conflicto era cómo
explicaba el asunto de los homosexuales, cuando en realidad era una aberración, y la
creencia de que a los locos se les sacaba de Mazorra, y se les montaba en los barcos.
Se trató de un solo loco —yo conozco al cineasta que lo filmó—, pero esa imagen
recorrió el mundo, y se generalizó la idea. Hay visiones que trascienden la realidad,
pero que se convierten en realidad. Esta encuesta que acaban de hacer aquí de la
visión que tiene la gente de lo que fue esa emigración es casi una realidad ya, porque
a partir de ahí se genera una serie de análisis y de conclusiones que tienen que ver
con este asunto.
Creo que, en efecto, el problema de la familia se exacerbó, sobre todo, con el
Diálogo del 79, porque era una cuestión de principios romper con la familia que
emigraba. Ahí entra también otro tema que no creo que estemos en condiciones de
discutir ahora: ¿cuál es el carácter de la emigración de El Mariel?, ¿es económico o
político?, ¿de qué estamos hablando cuando tratamos la emigración de El Mariel y
cualquier otra que vayamos a analizar? Yo creo que, sin dudas, tuvo consecuencias
políticas, y las tuvo para las relaciones de Cuba con los Estados Unidos.
Hay otro problema que no hemos analizado, y es ¿qué cosa eran los Estados Unidos
en el año 80 y cuáles eran las contradicciones que estaban presentes? En ese año se
decide en aquel país la lucha entre dos doctrinas que van a formar parte de todas
las opciones de la política norteamericana en la década, la que Carter representaba,
multilateralista, que implicaba la famosa Comisión Trilateral, la coalición de un bloque
capitalista con las grandes potencias, la detente con la Unión Soviética y buscar un
acomodo para un nuevo orden económico internacional; y una visión unilateralista que
encabezaban o proyectaban los neoconservadores, que obtienen la victoria en 1980
con Ronald Reagan, y que cambia todo. Si ustedes me preguntan una consecuencia de
El Mariel, yo creo que una de ellas fue debilitar la candidatura de Jimmy Carter en el
80. No creo que fuera la más importante causa de su derrota; habría que mencionar
el problema iraní con la crisis de los rehenes, la invasión soviética a Afganistán, la
crisis petrolera, la famosa «estaflacción», que era la recesión con inflación, una serie
de fenómenos que lamentablemente no podemos abarcar aquí, pero sin dudas los
sucesos de El Mariel fueron un elemento muy negativo para la campaña de Jimmy
Carter en las elecciones de ese año, y no voy a decir que fue lo que determinó la
derrota, pero sí representó un factor de peso en ello. Esa es la razón también por
la que El Mariel se paraliza cinco meses después de abrirlo, para que no llegara a las
elecciones, porque la opción que evidentemente había era la de Reagan. Esa fue, diría
yo, la principal consecuencia de El Mariel en cuanto a sus impactos en la política
norteamericana.
Antonio Aja: Para no repetirme, coincido con Arboleya en este último análisis de las
consecuencias para los Estados Unidos, en el caso de Carter. Agregaría la viabilidad
—y después se ve en el 84— de firmar acuerdos migratorios, porque en 1965 lo
que se firmó fue un Acta de Intención. Para Cuba, creo que tensó, por una parte, la
90
El Mariel treinta años después
relación con los Estados Unidos y, momentáneamente, con la emigración cubana; pero
abrió un camino, porque a estos migrantes, como ya se ha dicho acá, les interesaba,
de alguna manera, una relación diferente con la familia que habían dejado aquí, a
diferencia de las primeras oleadas de la emigración cubana; y ese camino después se
fue retomando hasta lo que sucede hoy. No perdamos de vista que cuando revisamos
quiénes han visitado Cuba en los últimos diez años están los de El Mariel, y los que
han salido después. Creo que eso no lo podemos perder de vista.
Sobre la pregunta que hacía alguien del público, quiero retomar lo que dije al
principio: traté de significar que para mí son múltiples las causas, como en la mayoría
de los movimientos migratorios en la historia de la humanidad. Soy contrario a decir
que la causa es económica o es política. Pienso que la mayoría de los flujos migratorios,
en el caso cubano, son políticos, económicos, y tienden a la reunificación familiar,
sobre todo a partir de la década de los 60. En particular, no se puede explicar única
y exclusivamente como causas fundamentales de El Mariel, el diálogo del 78-79 y
la visita de la comunidad. Eso fue solo el detonador de algo que ya existía, por eso
hablaba de potencial migratorio; si no hubiera existido en Cuba, en 1980, un potencial
migratorio, que no se había manifestado, podía venir cualquier cantidad de cubanos de
la comunidad emigrada que sencillamente no se iba a producir El Mariel u otro hecho
migratorio. Lo que sucedía era que había disfuncionalidades en la sociedad cubana
—no me voy a referir a ellas porque muchas las han dicho ya— que provocaban
que algunos sectores tuvieran como alternativa emigrar en algún momento. A eso
le añadimos que las redes familiares rotas o interrumpidas se reestructuran con las
visitas, y además existía la expectativa de que había una comunidad de cubanos en
los Estados Unidos como un potencial soporte, se relacionara o no con los de la Isla.
Entonces, los factores disfuncionales de la sociedad cubana para los años 80, que
tienen que ver con la política de la exigencia, el problema religioso, la ley del trabajo, y
con otras tantas que los más viejos recordamos a la perfección y los jóvenes deberían
estudiar, explican en gran medida por qué se produce El Mariel. No porque venga un
grupo de cubanos que supuestamente viven mejor, y traen algunas cosas, doscientos
cincuenta mil personas se van. Si no existen condicionantes en los individuos para
que tomen la decisión de emigrar, eso no explota.
Andrés Gómez: Yo dije que aquellas personas que habían salido antes de El Mariel
habían perdido todo el contacto con Cuba y no querían relacionarse con sus familiares.
Debo aclarar esto y me critico por haber simplificado el asunto. En realidad, la
emigración previa a El Mariel se puede clasificar en dos grupos, en dos períodos, en
dos composiciones diferentes: los que salimos en los años 60, sobre todo antes de
1965, y los que lo hicieron en los 70. Por ejemplo, la inmensa mayoría de los cien mil
que vinieron a Cuba en el 79 y el 80, eran personas que habían salido en los 70, no
en los 60. Existía una diferencia muy marcada entre nosotros en aquella época, pero
El Mariel como que la borra.
Quiero referirme al impacto que tuvo la emigración de El Mariel en Miami. De
acuerdo con el censo de 1980, que cierra en abril —todos los censos norteamericanos
terminan en abril de los años cero— la población de ascendencia cubana era de
cuatrocientas mil personas, y alrededor de doscientos setenta mil nacidos en Cuba
estaban en Miami en aquel momento; y de pronto llegaron cien mil. Sabemos que
entraron ciento veinticinco mil a los Estados Unidos, pero no todos se asentaron en
Miami. De todos modos, cien mil personas era un alud; para nosotros fue un alud,
para los norteamericanos fue un desastre. Así que empacaron y se mudaron. En aquel
entonces, los norteamericanos en el área metropolitana, representaban 48% de blancos
y 17% de negros. Ahora queda un 24%. Para ellos la llegada masiva de cubanos fue un
impacto terrible, pero fue peor para los que llegaron por El Mariel, porque también
eran rechazados por la inmensa mayoría de la comunidad cubana emigrada, por los
91
A. Aja, J. Arboleya, A. Gómez, M. Martín, R. Hernández
prejuicios tanto raciales como clasistas. Aquello fue brutal; eran indeseables aquí y
allá. Salvo excepciones, tenían una imagen de sí mismos muy negativa, por lo que
tuvimos que combatir eso entre ellos mismos. Los más politizados fueron invitados
participar en todas estas cuestiones, porque, en verdad, se marginaban, se autollamaban
«marielitos», que era un término despectivo. Fue terrible la situación que afrontaron,
porque además, llegan en un período de contracción económica, sobre todo para el
sur de la Florida, a un mercado de trabajo abarrotado, y la mayoría no habla inglés.
Entonces quedan marginados; ya no existían las ayudas que había antes. Fue muy duro
para ellos y fue muy impactante para los de la primera emigración, que controlaban
social, política y económicamente a la comunidad cubana en Miami. La imagen que
ellos habían tratado de construir sobre la realidad de la Isla, de pronto llegan estos
bereberes y se la destruyen. Aquello no tenía nada que ver con lo que ellos habían
dicho sobre la identidad cubana, ni con quiénes son los que emigran de Cuba. No ha
habido otro momento así, ni en el 94, porque la oleada fue menor y más controlada.
Eran cerca de treinta mil, y no llegaron a Miami.
Otro señalamiento, para que se entienda lo que era Miami en aquel entonces, y lo
que es hoy: de acuerdo con el censo del año 2000, hace ya diez años, solo tres de cada
diez de personas nacidas en Cuba y que vivían en el área metropolitana de Miami,
habían salido de la Isla en 1980. Ahora la proporción debe ser menor.
Rafael Hernández: Quiero hacer algunos comentarios finales, solo con el fin
de dejar algunas cosas puestas, no para responder. Uno: en 1980 hacía siete años
que no había acuerdo migratorio alguno entre Cuba y los Estados Unidos; eso ha
quedado establecido en el panel y quiero subrayarlo. Dos: siempre suponemos que
el consumismo es algo que viene de afuera, que llega como una influencia externa.
Yo pregunto, ¿el socialismo de los años 70 no creó patrones de consumo propios, en
comparación con los 60? Los que recuerdan esas décadas vividas en este país pudieran
meditar sobre qué sucedió con el patrón cultural «consumir». De ser un rasgo no muy
correcto pasó a ser incorporado estructuralmente al mercado; había un consumo y un
consumismo desarrollado dentro de Cuba la víspera de El Mariel y de que empezaran
las visitas de la comunidad. Ya existía una actitud diferente frente al consumo. No hay
que olvidar que esta sociedad tiene una sustantividad propia, y no es simplemente la
imagen de algo que nos llega de afuera. Tres: ¿estábamos en el medio de una situación
de crisis ideológica en 1980? ¿El Mariel refleja una crisis ideológica? Hay una serie de
aspectos en los que no hemos profundizado; por ejemplo, lo que significó El Mariel
para la generación que tenía quince, dieciséis, diecisiete años, que no le había tocado
ningún tipo de enfrentamiento anterior. Con el término «enfrentamiento» no me
refiero a los actos de repudio, sino a movilizaciones que entonces, en 1980, tenían un
componente real, efectivo, y que para la generación que tenía esa edad constituyeron
una experiencia política nueva, diferente. Eso tampoco estaba presente antes, ni fue
el resultado de una llegada de afuera.
¿Eso que hemos descrito aquí como reencuentro familiar, fue siempre fácil y
armonioso?, ¿no ocasionó ningún conflicto de conciencia para las personas que volvían
a encontrarse?, ¿no representó una ruptura con cosas que ya se habían establecido? No
es el encuentro de ahora, posterior a los años 90 y a la crisis; es el primer encuentro con
los familiares que llegaban. ¿Venían en una actitud triunfante?, ¿haciendo alarde de lo
que tenían y mostrándoles a los que se habían quedado lo mucho que habían ganado
y lo mal que habían hecho los que permanecieron en el país?, ¿es así exactamente, o
venían con una actitud típica del indiano, que regresa a su país de origen cargado de
más riquezas de las que tiene, como decía Rafael Betancourt, y mostrando más de
lo que tiene, pero no necesariamente desafiando al que se quedó? Ese es un problema
que les quiero dejar.
92
El Mariel treinta años después
El Mariel ocurrió después de las visitas de la comunidad. Los visitantes, además
de las maletas, mostraron que era posible irse y volver; que la ida, aun cuando había
que seguir saliendo de modo definitivo, como decía hace un momento Andrés, no era
absoluta. La idea de que la emigración no tenía ningún tipo de regreso quedó atrás.
Es un dato que quiero colocar.
De los que se fueron por El Mariel, 60% no trabajaba, en su mayoría eran personas
dependientes: estudiantes, jubilados, amas de casa. Estas últimas representaban el
16%. ¿Estas personas tomaron la iniciativa de irse, o por decisión de otra? Por otra
parte, 23% de todos los que se marcharon tenía edad laboral y estaba desocupado.
La inmensa mayoría de ellos tenía antecedentes penales; 40% por robo, hurto, delitos
contra la propiedad; 10% por violar el normal desarrollo de las relaciones sexuales
(así aparece en las planillas); y solo 5% por delitos contra la seguridad del Estado.
Por El Mariel se fue 0,03% de los profesionales y técnicos de Cuba. El impacto
económico, tanto de los obreros como de los profesionales y técnicos en aquel
momento fue prácticamente insignificante en términos reales de fuerza de trabajo.
Mirar hacia atrás este evento nos permite entender mejor el proceso migratorio, y
cómo y por qué ocurrió la migración de los balseros en 1994. Cuatro años después
de El Mariel se firmó un nuevo acuerdo, pero funcionó con muchas dificultades, y en
1994 hubo una nueva crisis migratoria. Eso forma parte también de la posteridad de
El Mariel.
Quiero agradecerles a todos los asistentes por haber estado aquí, y haber hecho
preguntas y comentarios, y en especial a los panelistas por darnos esta visión
multifacética de un fenómeno tan complejo, que sigue siendo algo sobre lo cual
deberíamos volver de una manera ecuánime y analítica, no necesariamente emocional,
puesto que aquellos hechos todavía están en la memoria, y esta casi siempre los
construye, los reconstruye, los representa de forma directa o indirecta —incluso
para los que los vivimos entonces— distante de cómo fueron las cosas exactamente.
Haberlas podido recordar en esta sesión ha sido una experiencia muy rica y de
conocimiento, de reflexión, de puntos de vista diferentes, de debate, de visiones y
tesis diferentes sobre causas y consecuencias, y creo que esta ha sido, desde ese punto
de vista, una sesión ejemplar de Último Jueves.
Participantes:
Antonio Aja. Director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad
de La Habana.
Jesús Arboleya. Historiador y profesor adjunto de la Universidad de La Habana
Andrés Gómez. Coordinador nacional de la Brigada Antonio Maceo y director
de la revista Areíto.
Magali Martín Quijano. Psicóloga e investigadora social.
Rafael Hernández. Politólogo. Director de la revista Temas.
©
93
, 2011
no. género
68: 95-103,
octubre-diciembre
2011.
Desigualdades de
en la
ciencia minera de
cubana
Desigualdades de género
en la ciencia minera
cubana
Yuliuva Hernández García
Profesora. Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, Holguín.
E
Ciencia, género y mujeres
l estudio de las desigualdades de género continúa
siendo un tema central de la reflexión intelectual
y de prácticas políticas en varios países del mundo,
unos con mayores resultados que otros en función
de sus conveniencias específicas, de las resistencias
al cambio y del mantenimiento del orden genérico
existente. Por su parte, su estudio en la ciencia,
aunque avanza, no muestra un impacto tan visible
como otros, a pesar de los esfuerzos de un gran
conjunto de personas —sobre todo mujeres de
Iberoamérica—, por crear un campo de trabajo
permanente en torno al tema, y de cambios concretos
en las diversas situaciones de nuestros países en este
sentido.
Este trabajo intenta visibilizar la ciencia como
un ámbito profundamente patriarcal. Para ello
se parte del análisis de mecanismos generadores
de desigualdades en el desarrollo científico de las
mujeres hasta llegar a la situación actual de Cuba,
a partir de la investigación del ámbito de la ciencia
minera, un espacio muy masculinizado, pero en el
cual estas han incursionado.
En sus desarrollos teóricos, el campo de estudios
Ciencia, Tecnología y Sociedad, no había incorporado
la problemática de la participación femenina en la
ciencia, hasta las últimas décadas, cuando ha sido
penetrado por el impacto del feminismo y los estudios
de género. La discusión feminista sobre la ciencia y
la tecnología comienza con el reconocimiento de la
escasez de mujeres en ellas y asciende hasta cuestiones
de trascendencia epistemológica, sobre la posibilidad
y justificación del conocimiento y el papel del sujeto
cognoscente.1
Desde el análisis que ha levantado la categoría
género se han explicado las diferentes maneras en que
las mujeres quedaron excluidas de las diversas formas
de la cultura. La llamada empresa científico-tecnológica
occidental ha sido valorada como profundamente sexista
al estar construida sobre los valores de dominación y
control típicamente masculinos. De ahí que varias
ciencias hayan manifestado importantes sesgos de
género y contribuido a dotar de «cientificidad» teorías
95
Yuliuva Hernández García
sobre la inferioridad intelectual de la mujer o sus roles
sociales subordinados, los cuales redundaron en la
exclusión de las mujeres del ámbito científico;2 más
aún, en aquellas ramas doblemente masculinizadas
como las ciencias técnicas. En la actualidad, los datos
de los estudios que se realizan en el campo de ciencia
y género siguen mostrando que el panorama de
discriminación con las mujeres, para su participación
en la ciencia, se mantiene a pesar de algunos cambios
ostensibles, visión que comparto ante los resultados
de mis propias investigaciones y el conocimiento de
múltiples trabajos de este corte realizados en Cuba
y otros países.
La pregunta básica continúa siendo por qué
siguen tan sub-representadas las mujeres cuando ya
no existen las barreras oficialmente declaradas en
los inicios. De los estudios en Ciencia, Tecnología
y Género (CTG) se han extraído conclusiones que
apuntan a revisar no tanto las cifras estadísticas de
representación y presencia femenina —aunque siguen
siendo fundamentales para la identificación de los
problemas—, sino los mecanismos de exclusión,
tanto explícitos como implícitos, que permanecen
inamovibles en todos los sistemas socioeconómicos,
con mayor o menor grado de variabilidad. Con
poca presencia aún, se aboga por la realización de
estudios que exploren la construcción subjetiva
de los científicos para comprender cuánto y cómo
nos hemos movido en tanto sujetos de género en
nuestras culturas.
En las organizaciones científicas se identifican
barreras socio-institucionales, dentro de las cuales el
llamado «techo de cristal»3 continúa manteniendo a
las mujeres alejadas de los puestos de mayor poder,
prestigio y responsabilidad.4 En ellas se reconocen
distintos tipos de mecanismos de exclusión:
explícitos o formales, institucionales, ideológicos
o pseudocientíficos, e implícitos o informales. Los
primeros se refieren a que la escasa presencia de
mujeres en la ciencia no se debe a su falta de interés
en ella o a su bajo nivel de calidad, sino al proceso de
institucionalización, en función del cual las normas
institucionales no deben entrar en contradicción
con los valores sociales —política e ideológicamente
masculinos— arrastrados desde los siglos xvi a xviii.
Con el nacimiento de la ciencia moderna se produjo
—y se repite hasta hoy— una norma doble: la mujer
es admitida en la actividad científica casi como igual
hasta que esta se institucionaliza y profesionaliza;
y el papel de una mujer en ella es inversamente
proporcional al prestigio de dicha actividad.5
La exclusión femenina de la ciencia no emerge
en el vacío, sino en el contexto de argumentaciones
ideológicas y pseudocientíficas. Lo anterior sienta sus
bases en las ya conocidas teorías sobre la inferioridad
intelectual de las mujeres, que se remontan hasta la
antigüedad griega. Eulalia Pérez Sedeño explica que
hacia el siglo xvi se generalizó el debate acerca de la
educación de la mujer, sustentado en la idea de que esta
es por naturaleza malvada, superficial, tonta y estúpida,
lujuriosa e inconstante, y consecuentemente poco apta
para el estudio. Aún hoy, diversas disciplinas científicas
continúan la tarea de identificar diferencias sexuales en
habilidades cognitivas para, de algún modo, justificar el
orden social existente.
De los mecanismos de exclusión mencionados,
probablemente los de mayor complejidad sean los
implícitos o informales, por su carácter sutil y de
aparente inexistencia. Algunas autoras los denominan
«microdesigualdades»; o sea, comportamientos de
exclusión tan insignificantes que pasan inadvertidos,
pero que al acumularse crean un clima hostil que disuade
a las mujeres de ingresar o permanecer en las carreras
científicas o tecnológicas. Las microdesigualdades
se definen como «el conjunto de comportamientos
que tienen por efecto singularizar, apartar, ignorar o
descalificar de cualquier modo a un individuo en función
de características inmutables y que no dependen de su
voluntad, esfuerzo o mérito, como el sexo, la raza o la
edad».6 En este contexto, diversas autoras, al analizar
la estructura de la comunidad científica y el papel y
dificultades de las mujeres en ella, identificaron dos
formas básicas de discriminación: la territorial y la
jerárquica.7
La territorial se hace visible en tanto que en la
estructura de la comunidad científica a las mujeres
se las desplaza a las áreas marcadas por el «sexo»:
algunas carreras y profesiones se conciben como
más «femeninas» que otras, y determinados trabajos
«feminizados» adquieren menor valor desde su
representación social, e incluso se clasifican como
«rutinarios» o «poco teóricos». La jerárquica refiere
el fenómeno de que mujeres muy preparadas sean
mantenidas en los niveles inferiores de la escala de la
comunidad científica o se encuentren con el «techo de
cristal» que les impide avanzar en su profesión. En este
contexto se ha reconocido que muchas mujeres están
excluidas de las redes informales de comunicación
que revisten gran importancia para el desarrollo de las
ideas.8
Lo anterior resulta muy gráfico, sobre todo, en
carreras de ingenierías, dentro de las comunidades
científicas masculinizadas. Este fenómeno se observa en
todo tipo de sistema socioeconómico, y es más agudo
cuanto más desarrollado científica y tecnológicamente
sea el país en cuestión y más prestigio tenga el área
de conocimiento. Ambos tipos de discriminaciones
se hallan mediadas por factores tanto objetivos como
subjetivos.
96
Desigualdades de género en la ciencia minera cubana
Poder, ciencia y género
masculinizadas, se levantan sobre el mantenimiento, en
la comunidad científica, de las seculares expectativas
sobre las mujeres, que si bien no las excluyen, apenas las
valoran fuera de los ámbitos tradicionales, lo que limita
su desarrollo profesional. No obstante estas coaliciones,
las iniciativas de las propias mujeres, con la finalidad
de desarrollar sus potencialidades, han hecho que se
comience a hablar de fisuras en los «techos de cristal».
La ciencia, en tanto institución, está moldeada por
las condiciones económicas, sociales y culturales de la
sociedad donde se desarrolle. En su comprensión, antes
no se consideraba que «genera poder y está sujeta y es
generada por el poder; que sus productos transforman
a la sociedad».9 Al estar inscrita dentro de un entramado
cultural e histórico concreto, «la ciencia constituye
un cuerpo de conocimientos que se gesta y cambia
continuamente en la interrelación de sus aspectos
sociales, políticos», entre otros, que determinarán a su
vez la estructura, fines, conceptos generales, valores,
ideales y prácticas de la ciencia.10
La ideología que ha impregnado a la ciencia incluye
su masculinización. La perspectiva de género en
ella plantea críticas metodológicas e ideológicas que
fundamentan que la sola elección de los métodos de
análisis y las cuestiones que vale la pena investigar (y
las que se desdeñan) están impregnadas de ideología
masculina,11 como reflejo de la de un grupo dominante,
que el análisis feminista identifica con el modelo del
varón occidental, blanco, de clase media o alta, en las
sociedades capitalistas avanzadas.
Como la entrada al ámbito de la ciencia supone la
ostentación de un poder, en tanto conocimiento, Amelia
Valcárcel expone que toda institución organiza su
poder en dos subsistemas: la libre competencia, donde
una mujer compite con sus méritos y experiencia, y
la cooptación, en la que se juzga no solo la habilidad,
sino la adecuación, y en la que solo quienes poseen el
poder la pueden distinguir en el candidato o candidata.
A esto se le suele denominar «perfil». Según esta autora,
en el primer subsistema las mujeres tendrían mayores
posibilidades de acceso a determinados espacios, ya
que sus resultados y méritos son mejores en sistema
educacional. Las barreras surgen en la cooptación,
donde son otros (fundamentalmente hombres) quienes
juzgan los perfiles de los candidatos.
Al respecto de lo que se produce en este contexto,
Ursula Müller, tras muchos estudios semejantes, se
refiere a una «manera homosocial de cooptación» en las
universidades alemanas, una «red de viejos amigos»,12
que otros autores como Ana Guil, de la Universidad
de Sevilla, denomina «coaliciones de poder»,13 una de
las tácticas más utilizadas para conseguir y aumentar el
poder en una institución. El problema de su estudio
surge cuando estas adquieren un carácter implícito
—que es la mayoría de las veces— porque difícilmente
se puede luchar contra ellas. En esas coaliciones, el
dominio y circulación de la información tiene un papel
básico como fuente de poder, que en especial se pone
de manifiesto en situaciones de ambigüedad. En tanto
masculinas en esencia, y en universidades históricamente
Estudios sobre género y ciencia en Cuba.
Arrastres patriarcales
Los estudios de género en Cuba presentan cierto
rezago —traducido en tiempo y número— en relación
con las investigaciones sobre el tema en otros países,
promovidas por los movimientos feministas. Uno
de los ámbitos que mejor ilustra lo anterior es el de
las ciencias, no obstante los logros en la promoción
objetiva de la equidad de género como social, en un
proceso ininterrumpido, que comenzó con el triunfo
de la Revolución en 1959 y la dedicación constante
de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), con sus
políticas de trabajo para el desarrollo femenino.
En la década de los 80 del siglo xx14 es cuando se
inicia un replanteamiento, ya desde la academia, de la
situación de las mujeres y los hombres inmersos en
un contexto socio-histórico difícil, que ha supuesto
costos multiplicados para ellas. Las investigaciones
sobre mujeres, discriminación territorial y jerárquica,
desde los análisis en ciencia y empleo, han sido de las
primeras en comenzar a realizarse y responden a la
necesidad de estudiar la brecha contradictoria entre los
datos cuantitativos en empleo, ciencia y tecnología, y la
presencia real de las mujeres como participantes.
En Cuba, como en muchos otros países, se habla de
una feminización de la educación superior y de la fuerza
técnica y profesional, que contrasta con la no presencia,
en paridad, de las mujeres en la dirección y el desarrollo
científico más cabal. Una visión epidérmica y rápida deja
apreciar que, hasta 2007, de un total de 263 721 docentes
por tipo de educación, las mujeres constituían 168 531 (63,5%). En las universidades cubanas, en el período de
2002 hasta 2007, la matrícula femenina se comportó
de forma ascendente en cada curso escolar, y llegó a
468 458 (62,9%), de un total de 743 979 estudiantes. De
igual forma, en ese último año, de 44 738 graduados
de nivel superior, 29 061 (64,9%) eran mujeres, y de
52 235 docentes, 29 823 (57,0%) son mujeres.15
No obstante las estadísticas, otra mirada profunda
e interrogadora descubriría sesgos con contenido de
género, que las cifras no muestran, en relación con la
participación de las mujeres en las ciencias cubanas, y de
forma especial en aquellas que por la histórica división
97
Yuliuva Hernández García
En Cuba no hay tradición de mujeres mineras, hecho determinado
por la histórica división sexual del trabajo, y sostenido en
presupuestos tales como el entorno geográfico hostil de las
minas, temperaturas extremas, y la necesaria fuerza física
para esta dura labor. Esta actividad la han hecho siempre los
hombres, encargados del sostén económico de las familias y
sobre la base del estereotipo de ser poseedores de las aptitudes
idóneas para ello.
sexual del trabajo —de la que la sociedad cubana aún
no se desprende— corresponden al área de desempeño
de los hombres.
En general, las mujeres analizadas en estos campos
han atravesado conflictos en la conciliación de las
demandas familiares tradicionales y un desempeño
profesional exitoso, una de cuyas resultantes es la
postergación de la maternidad, mientras los hombres
no los han vivenciado porque no se hallan identificados
con dichas demandas. Así se demuestra que, a nivel
institucional, aunque no de manera formal, existen
barreras socioculturales y subjetivas que limitan
el crecimiento profesional de las mujeres: cultura
organizacional y estilos de dirección masculinos, entre
otras.
La ciencia, en general, se halla sesgada por el
prejuicio androcéntrico de la división sexual del
trabajo y las mujeres en ella atraviesan por procesos
similares en su recorrido hasta llegar a la obtención
de las categorías científicas más altas, entre las que se
encuentra el Doctorado; ello sin tener en cuenta los
títulos de Académicos concedidos por la Academia de
Ciencias, con escasa presencia femenina.
Los datos ofrecidos por el Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente en 2007 parecen
alentadores desde una mirada «numérica»: de un total
de 71 699 trabajadores en la actividad de ciencia y
tecnología, 37 688 son mujeres (52,5%).16 Sin embargo,
estos datos, al no estar desagregados según las categorías
ocupacionales de esta actividad, esconden los sesgos de
género relativos a la participación real de las mujeres en
la investigación científica, y en qué áreas específicas de
esta se desempeñan. Por lo tanto, el dato numérico no da
cuenta de la realidad en este sector; resulta meramente
descriptivo de una equidad de género solo aparente.
Lo que sucede en la práctica es la reproducción de la
discriminación territorial y de la jerárquica, en la medida
en que el dato de «mujeres en ciencia y tecnología» es solo
una cifra global que, estadísticamente, parece contundente
para la mirada internacional respecto al cumplimiento de
Cuba del objetivo número tres de las Metas de desarrollo
del milenio, (un poco más de la mitad de las personas en
esta área son mujeres); pero en realidad homogeneíza un
todo con muchas partes internas desiguales sin especificar
a qué se dedican esas mujeres, ni a cuáles niveles de
desarrollo científico han llegado.
Acerca del tema de la equidad de género en la ciencia
en Cuba, pueden mencionarse algunas investigaciones
que descubren (visibilizan) lo anterior. Así, por ejemplo,
se destacan estudios en el sector de las Ciencias Médicas,
donde se concluye que en la medicina cubana existe una
discriminación jerárquica marcada, en tanto las mujeres
continúan en la base de las escalas de ascenso a cargos
de dirección, así como una discriminación territorial
con una feminización de ciertas especialidades médicas
cercanas al nivel primario de atención en salud.17
También un estudio realizado en la Universidad Central
de Las Villas analiza la escasa presencia de mujeres en la
carrera de Ingeniería Agrónoma, como matriculadas y
como graduadas, pues en cuanto al desarrollo científico
es casi impensable.18
De la investigación se concluyó que existen
factores de tipo subjetivo y otros institucionales que
mediatizan la matrícula, la permanencia y la ubicación
laboral de las mujeres en esta rama. Los primeros
se encuentran relacionados con la reproducción de
estereotipos asociados a la maternidad como función
natural femenina, a la representación de la especialidad
como típicamente masculina y difícil para mujeres, y al
matrimonio en el curso de la carrera que, en muchos
casos, implica abandonarla; y otros aspectos como
la motivación inadecuada hacia la profesión y las
expectativas respecto al futuro profesional. Entre los
segundos están aquellos relacionados con las políticas de
captación de graduadas y graduados por las empresas, y
el sexismo en las organizaciones, que llevan a las mujeres
a la interrupción del ejercicio de la profesión.
No es indemostrable la existencia de organizaciones
laborales cubanas que impiden el acceso de ellas a
determinadas empresas, por su condición de género;
se evidencian claros sistemas de cooptación que
determinan quién entra, y quién no, a espacios laborales
específicos.19
98
Desigualdades de género en la ciencia minera cubana
En otro sentido, se reconocen investigaciones muy
importantes, como las de Lourdes Fernández Riuz20
en la Universidad de La Habana, cuyos resultados
acerca de la presencia de mujeres en la ciencia, desde
las universidades, han sido contrastados con países
latinoamericanos, como México, y han mostrado
mejores panoramas en los de esta universidad cubana.
Sin embargo, este es un fenómeno básicamente de esa
institución; la realidad en otras del país es diferente. En
las pedagógicas, la perspectiva se muestra algo alentadora
en la medida en que la presencia real de mujeres
como profesoras y científicas es muy significativa; sin
embargo, teniendo en cuenta el tipo de especialidad
que en ellas se desarrolla (la que se reconoce desde los
estudios de género como «tradicionalmente adjudicadas
a lo femenino»), ello no hace más que reproducir, en
grado superlativo, la lógica de la patriarcal división
sexual del trabajo.
Aunque muchas de estas investigaciones tienen un
carácter descriptivo, a partir de la exposición de datos
estadísticos de la diferenciación mujeres/hombres,
son portadoras de un gran valor para aquellos estudios
que pretenden analizar cómo ocurre este proceso desde
la perspectiva de una subjetividad de género de los
propios sujetos, que los posiciona, en el ámbito de la
ciencia, en tendencias tradicionales, intermedias o de
rupturas con los modelos socioculturales.
la fuerza física y el valor, naturalizados en el imaginario
colectivo como exclusivos de los hombres, constituyen
construcciones culturales de las cuales se excluye a las
mujeres en sus procesos de socialización. En las minas
de cromo (Moa) nunca entró una mujer al laboreo,
según lo cuenta la tradición oral de los mineros viejos
que quedan y confirman las actas de los trabajadores que
la fundaron. Las primeras estudiantes de Ingeniería de
Minas entraron a las minas subterráneas cubanas en
Matahambre, El Cobre, El Cristo y Ponupo, en la década
de los 80 del siglo xx, aunque ese tipo de extracción en el
país data de mucho antes, por ejemplo, en Matahambre
se inició entre 1914 y 1920. En las labores a cielo abierto
han participado más, pero tampoco es ostensible y, por
lo general, no como mineras.
Es por todo ello que la ciencia minera cubana ha
devenido un caso interesante para el estudio de estos
procesos. En investigación realizada durante el período
2006-2007 en el Instituto Superior Minero Metalúrgico
de Moa (ISMMM), ha sido posible reconocer la
presencia de estructuras masculinas de poder, implícitas
en la organización de los planes de desarrollo científico,
que han funcionado apartando a las profesoras de
Ingeniería de Minas de diversas maneras: estereotipos
que posicionan, y mecanismos explícitos, implícitos
e ideológicos/pseudocientíficos de exclusión, que se
han convertido en verdaderos «techos de cristal» para
estas.
Las primeras profesoras de Ingeniería de Minas
fueron extranjeras (apenas dos) cuando se abrió la
Escuela de Minas en la Universidad de Oriente, en
1955. No fue hasta 1976, cuando se crea el ISMMM,
que se incorpora otra mujer (cubana) a la docencia en
esta especialidad. Las extranjeras se habían marchado
y en los principios de la década de los 90 esta carrera
tuvo su primera Doctora, en la persona de una profesora
cubana. Hasta 2010, de cuatro mujeres más en la ciencia
de la minería, solo otra ha logrado su Doctorado en
Ciencias.
En el claustro estudiado fue posible apreciar el
fenómeno de la discriminación jerárquica, en el que
las categorías docentes de mayor altura (Consultante,
Titular y Auxiliar) estaban desiertas de mujeres, y su
presencia mayor se ubicaba en la categoría de menor
nivel en la escala —Instructor—, con 26,6%, la cifra
más alta de todas. El problema resulta más visible
aún, en tanto que en ese profesorado existen mujeres
que poseen suficiente experiencia de trabajo como
para haber recorrido todas las categorías docentes y
ubicarse en las más altas. Esto se extiende hasta los
grados científicos, que solo cuentan con dos Doctoras
en la especialidad. Si este dato se contrasta con la cifra
de 60%, aproximadamente, de Doctoras en el país, en
diversas áreas del conocimiento y sobre todo en las
La minería cubana como ciencia, las mujeres
y su «techo de cristal»
Según el análisis de especialistas en la minería de
nuestro país, en Cuba no hay tradición de mujeres
mineras propiamente (a cielo abierto o en subterráneo),
hecho determinado por la histórica división sexual
del trabajo, y sostenido en presupuestos tales como el
entorno geográfico hostil de las minas, temperaturas
extremas, y la necesaria fuerza física para esta dura
labor. Como resultado del orden de género de nuestra
sociedad, esta actividad la han hecho siempre los
hombres, encargados del sostén económico de las
familias y sobre la base del estereotipo de ser poseedores
de las aptitudes idóneas para ello.
En la actualidad, esta situación ha cambiado de
alguna manera, sobre todo en lo relativo al acceso de las
mujeres a las minas, y de sus posibilidades educativas,
gracias al triunfo de la Revolución. No obstante, en
general, siguen sin entrar a las minas subterráneas,
por la naturalización de muy sexistas estereotipos de
género; así como de presupuestos pseudocientíficos que
manifiestan una «intención de protegerles su salud como
responsables fundamentales de la reproducción de la
especie humana». Sin embargo, se ha demostrado que
99
Yuliuva Hernández García
universidades, el problema adquiere una connotación
mucho más compleja.
Tomando como referentes los análisis de Amelia
Valcárcel, en su propuesta teórica acerca de la
organización del poder en las instituciones, se ha
identificado en el ISMMM, a partir de los datos
anteriores, un conjunto de prácticas y maniobras que
da como resultado que las mujeres sean desestimadas
por los sistemas de cooptación vigentes. Las ingenieras
de minas no pueden seguir avanzando en las escalas
jerárquicas de la ciencia, más allá de cierto nivel, por
la existencia del mencionado «techo de cristal», que
supone evidente y natural que el estancamiento de las
mujeres se debe a causas de «incapacidad personal y
autolimitaciones».
La investigación permitió identificar que en el tema
del desarrollo científico de estas mujeres, confluyen
varios elementos en cuanto a la manera en que se ha
construido su techo de cristal. Por una parte, aparece un
mecanismo explícito: la solicitud de la variable «sexo» en
los formularios de postulantes a diferentes actividades y
espacios de la ciencia minera. Tras la aparente inofensiva
solicitud de identificación del sexo, se esconde un
mecanismo que puede impedir la inserción de las
mujeres en determinadas actividades y espacios, porque
son otros —hombres casi siempre— quienes «eligen»
según el «perfil», a candidatos a becas doctorales,
misiones de colaboración extranjera, eventos, redes
internacionales, etcétera.
Realmente, la solicitud de identificación del sexo en
este tipo de formularios es importante desde un punto
de vista estadístico, pues permite hacer visible cuántas
mujeres están inmersas en actividades científicas y se
hallan optando por posibilidades de desarrollo científico
de formas alternativas, sobre todo en el marco de una
constante indagación sobre el cumplimiento en el país
de los Objetivos del Milenio y la situación de las mujeres.
Sin embargo, soy del criterio de que en una actividad
tan masculinizada históricamente y discriminadora
por cuestiones de género como esta, favorece los
mecanismos de cooptación implementados por quienes
están encargados de elegir entre todos los que se postulan,
y limita por tanto las oportunidades de las mujeres de
acceder a la ciencia.
En el ámbito estudiado, su consecuencia última
lo constituye un claustro con mujeres que desisten
de sus luchas por el efecto del techo de cristal;
que autolimitan sus potencialidades de desarrollo
científico a nivel grupal e institucional, por sus
propias prácticas discriminatorias a través de
coaliciones masculinas de poder. El reto seguirá
siendo hacer visibles esas prácticas discriminatorias
hacia las mujeres científicas en la Ingeniería de Minas,
y la desarticulación de las coaliciones masculinas de
poder. Es difícil, pero no imposible.
Un segundo mecanismo de exclusión descubierto es
la existencia de redes masculinas informales de dominio
de la información científica, las que también devienen
coaliciones de poder implícitas, en tanto se cohesionan
de forma tal que impiden la entrada de ciertas personas,
entre ellas a hombres «no empoderados»; pero la mayor
exclusión la sufren las mujeres.
De la investigación también emergieron otros
mecanismos de exclusión femenina en la ciencia minera:
la inexistencia de políticas que estimulen la realización
de Doctorados con el respaldo socio-institucional
necesario, de acuerdo con nuestra actual realidad
social. La falta de visión con enfoque de género
por parte de las estructuras de dirección hace que
se reproduzca la lógica de trabajo patriarcal en las
prácticas científicas del ISMMM, que no tienen en
cuenta la desventaja desde la que parten las mujeres
en esta área, para el desarrollo de la ciencia, legitimándose
con ello modelos masculinizados de trabajo que no las
favorecen, en contraste con las ventajas que ofrecen a
los docentes hombres.
De igual forma se identificó como mecanismo
explícito de exclusión femenina en la ciencia minera
la asignación de tareas no científicas a las mujeres, que
las desplaza a espacios donde reproducen sus papeles
tradicionales de cuidadoras y educadoras. Ello reduce
su tiempo de dedicación a la actividad científica.
Otro problema es la composición de las bolsas de
intercambios científicos internacionales. La mayoría
de las veces, el modo en que se estructuran se desconoce
por parte de las mujeres de los distintos departamentos
(no solo el de Minas), lo que facilita el despliegue,
sin dificultades, de los sistemas de cooptación y las
coaliciones masculinas de poder para decidir quién sale
a hacer ciencia al extranjero y quién no.
Por último, se reconoció la existencia de mecanismos
pseudocientíficos e ideológicos, relacionados con la
legitimación de presupuestos acerca de las mujeres
en la minería y su ciencia. Los encontrados en los
imaginarios masculinos de ese claustro argumentan
una incapacidad biológica de las mujeres (trastornos
del sistema reproductor femenino) para la actividad
minera, sobre la base de la función de estas como
reproductoras de la especie humana, con lo cual el
imaginario social extiende sus conocimientos de
sentido común sobre biología y medicina a un terreno
dominado históricamente por hombres, en el que no
se desean mujeres.
Asociados a estos últimos, se constató en la
investigación la existencia de reforzados estereotipos de
género. Si bien los docentes hombres atribuyen el escaso
desarrollo científico de las profesoras de Ingeniería
de Minas a lo que llaman «sus autolimitaciones»,
ello no es más que la evasión del reconocimiento de
sus representaciones estereotipadas sobre ellas y su
100
Desigualdades de género en la ciencia minera cubana
desempeño en la minería como ciencia. No obstante, el
estancamiento de la carrera científica de estas mujeres
ha estado mediatizado por sus propios estereotipos y
limitaciones personales, reforzados por las actitudes
excluyentes de sus compañeros.
Los estereotipos de género se han arrastrado desde
la Edad Media hasta la actualidad sin haber variado en
mucho sus contenidos, y han contribuido a reforzar una
conveniente división sexual del trabajo profundamente
patriarcal, asentada en presupuestos con tendencia a
la exclusión, que mediatizan, como consecuencia, los
ámbitos y las posibilidades de actuación.
Emergieron además, como elementos significativos,
formaciones de la personalidad como la autovaloración
disminuida y las características de las necesidades de
estas docentes, quienes han podido reconocer que
sus propios estereotipos acerca de los significados
de ser mujer han influido en su falta de estima y sus
proyecciones, sobre todo hacia el ámbito doméstico.
Con ello, a su vez, se han limitado sus oportunidades
de desarrollo científico.
Se destaca como un factor relacionado con la
desigualdad l a f a l t a d e d i r e c c i ó n f e m e n i n a
e n la Institución y el Departamento de Minas, que,
de existir, desempeñaría un papel fundamental en la
potenciación de las mujeres en el proceso científico
(además de todo el conjunto de actividades restantes),
por lo que deviene una estrategia para producir fisuras
en el techo de cristal.
A mi juicio, en el ámbito que estudio es casi
impensable la dirección femenina a nivel de rectoría.
Ello es la consecuencia de la interrelación de múltiples
factores, sobre todo ideológicos, en el contexto de una
cultura patriarcal de funcionamiento de esta universidad
cubana, entre los que sobresale el hecho de que
prácticamente no existen mujeres con el grado científico
de Doctoras en la mayoría de las especialidades, una
condición importante para acceder al cargo de Rector.
A su vez, en relación recíproca, es esto último el
resultado de la desigualdad de género en la ciencia en
dicha institución, incluso más allá del área estudiada
en esta investigación.
posibles desigualdades, sobre la base de un sinnúmero
de conquistas legitimadas en Cuba por y para las
mujeres.
Como resultado de que las responsabilidades del
espacio doméstico siguen recayendo en el grupo
femenino, este encuentra mayores dificultades
con respecto a los horarios que imponen nuestras
condiciones para acceder a informaciones científicas,
a través de Internet, o de publicaciones especializadas,
o para dedicar más tiempo a la investigación, así como
para alejarse de las familias por cuestiones relativas a su
profesión. Dado este panorama, el desarrollo científico
de las mujeres supone costos multiplicados: los ya
conocidos por innumerables estudios en el mundo, y los
propiamente pertenecientes a nuestro contexto actual
de dificultades socioeconómicas.
Los sistemas de cooptación masculinizados que
devienen coaliciones de poder (mecanismos implícitos
de exclusión), sesgan la participación de las mujeres
en la actividad científica, desplazándolas a ámbitos
reproductores de los papeles tradicionalmente
femeninos: la docencia o campos científicos valorados,
desde los estereotipos de género, como propios de
ellas en esta área, de lo que resulta la territorialización
identificada en la ciencia minera: las mujeres para los
estudios de medio ambiente y los hombres para los de
construcciones mineras subterráneas y lateritas.
Evidentemente, la ciencia, como proceso social,
no ha logrado superar aún el sesgo androcéntrico
descubierto y puesto a la luz por el feminismo y
las teorías de género que han incursionado en los
estudios sobre ciencia y tecnología. En innegable que
el siglo xx fue decisivo para las mujeres en cuanto a
su entrada masiva a las universidades, su posterior
carrera profesional y científica; pero, aunque se avanza
en la superación de las desigualdades de género,
los pasos son lentos, el camino largo y tortuoso, en
tanto el patriarcado va generando mecanismos para
transformarse y adaptarse a cada situación sociohistórica
concreta, en una suerte de sistema autorregulado que
lucha por perpetuarse, y que encuentra en el panorama
mundial contemporáneo un marco propicio a tales
efectos. Ya se ha dicho que el capitalismo, en su actual
fase imperialista, y el patriarcado, constituyen dos
dimensiones indisolublemente conectadas de un mismo
fenómeno.
Las desigualdades de género en la ciencia siguen
estando mediatizadas por las de clase, raza, edad,
hemisferio, religiones, desarrollo socioeconómico y
más. Donde, básicamente, las limitaciones declaradas
de forma explícita ya no están, el llamado patriarcado
de consenso sigue reproduciendo sus mecanismos,
a veces legitimando la ilusión de cambios (tal es el
caso de la masiva incorporación de las mujeres a las
Lo real y el futuro: las propuestas
De forma general, la principal causa de la desigualdad
de género en la ciencia minera se relaciona con
factores vinculados a una organización de los planes
de desarrollo científico, sesgado por una visión y
dominio históricamente masculinos. En el contexto
de la Ingeniería de Minas del Instituto Superior
Minero Metalúrgico de Moa, este proceso y resultado
se levanta sobre un presupuesto de igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres, que enmascara
101
Yuliuva Hernández García
equidad de género en la ciencia deben continuar. Para
ello se hace necesaria una sólida comprensión humanista
de nuestros problemas, como una mejor manera de
entender qué nos pasa en tanto sujetos sociales de género
insertados en espacios como la ciencia.
En la minería cubana que se realiza en el ISMMM
(aunque pudiera aplicarse a cualquier otra ciencia, en
cualquier otra universidad), debe considerarse realizar
acciones concretas para visibilizar y promover la
participación de mujeres en el desarrollo científico.
Entre otras:
ciencias médicas, pedagógicas, artes, letras, estudios
sociales, con sus variables específicas en los distintos
contextos socioeconómicos), pero que no es sino la
revestidura de nuevas maneras de exclusión en las
nuevas realidades sociales, económicas y políticas. En
el análisis con profundidad se visualiza el fenómeno de
la discriminación territorial y jerárquica.
Cuba no escapa, en alguna medida, a esas dinámicas.
Sin poder establecer comparaciones con el mundo
porque, en lo fundamental, la realidad de las mujeres
cubanas es muy diferente, por el modelo social del
país, y la nuestra resulta mucho más justa atendiendo
a indicadores logrados hace mucho tiempo; no
obstante, no puede darse por ganada la equidad de
género. La crisis económica ha revertido algunas
conquistas básicas para sostener un orden social sin
ningún tipo de desigualdades. En el ámbito de la
ciencia, estas se generan por un contexto cubano que
se hace múltiple a lo largo del país, ya marcado por
las diferencias geográficas.21 Las grandes universidades
cubanas apuestan por el desarrollo científico de sus
profesoras, en un contexto social (las capitales) que las
favorece. Sin embargo, el resto del país asiste a otros
rezagos patriarcales, en otros contextos de desarrollo,
y la presencia de mujeres profesoras y su desarrollo
científico invierte en mucho la perspectiva.
El futuro apuesta por una generación humana
cada vez más sensible a la necesidad de las equidades
y la justicia social en un medio global de desarrollo
sustentable. Las propuestas deben encaminarse a
continuar visibilizando los problemas allí donde el
patriarcado vuelva a reproducir su lógica, de forma
tal que sienta el acecho constante para desestructurar
sus mecanismos. La tarea es ardua, pero posible; y
requiere de la voluntad personal y de los gobiernos.
En el ámbito específico del desarrollo científico, se
debe luchar por una ciencia que deslegitime sus lastres
patriarcales y positivistas, incorpore la diversidad social
y de género. Para ello se necesita empezar desde la raíz,
con la transformación de la educación misma, tanto la
institucionalizada como la cívica.
Para Cuba no es reiterativo enunciar que los estudios,
políticas y prácticas para lograr la equidad de género
más completa, de forma tal que se extiendan hasta
la ciencia, necesitan replanteos que abarquen toda la
situación que en los últimos años se ha develado con
más fuerza, tal vez por nuestra mejor preparación y
apertura para comprender la realidad social. Sobre todo,
considerar que esa realidad, que parece global en el país
(refiriéndonos a la ciencia «grande» que se hace en las
capitales cubanas), se multiplica en muchas realidades,
y en el interior se hace más divergente del discurso
universalizante de igualdad. Los debates en torno a la
Captar mujeres para formar parte del claustro
universitario de Ingeniería de Minas.
l Que la solicitud de la variable «sexo», solo sea un
indicador descriptivo de aquellas personas que se
postulan para acceder a espacios y actividades de la
ciencia, a fin de asegurarles las condiciones necesarias
de acuerdo con él; no un mecanismo de exclusión
casi automática o situar en desventaja a las mujeres.
l Que se desarrollen políticas con un respaldo socioinstitucional que estimule a las mujeres a la realización
de sus Doctorados. Ello implicaría atender a las
condiciones reales de las mujeres en la actualidad para
crecer científicamente. Se necesitaría reorganizar los
horarios laborales y de acceso a las informaciones
científicas a través de Internet y otras vías, de manera
que se rompa con el ya tan señalado problema de la
conciliación trabajo-vida doméstica.
l Democratizar la asignación —por elección— de
tareas no científicas a profesores universitarios
hombres y mujeres.
l Visibilizar los procesos a través de los cuales se
estructuran las bolsas de intercambios internacionales
en los departamentos, y el acceso a becas doctorales,
la inserción en redes y la participación en eventos
científicos de alto nivel. Hacerlos públicos, de forma
tal que todos puedan ser protagonistas de esos
procesos con eficacia.
l Ante la existencia de redes masculinas informales de
dominio de la información científica que devienen
coaliciones de poder implícitas, crear redes femeninas
que apoyen el crecimiento de unas y otras y se abran
campos y espacios con iniciativa, creatividad, audacia
y constancia; y que promuevan de manera solidaria
el trabajo del resto de las mujeres.
l Deslegitimar los presupuestos pseudocientíficos
acerca del desempeño de las mujeres en la ciencia
minera argumentando incapacidad biológica. Para
ello sería necesaria la mejor preparación física de
las estudiantes en habilidades de fuerza, destreza,
resistencia, entre otras fortalezas.
l Introducir en la historia de la disciplina científica la
contribución de las mujeres a la especialidad.
l
102
Desigualdades de género en la ciencia minera cubana
Notas
11. Ídem.
1. Véase Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño, «Ciencia,
tecnología y género», en Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología,
Sociedad e Innovación, Organización de Estados Iberoamericanos para
la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2002, disponible en www.
campus-oei.org/revistactsi/numero2/varios2.htm (13 de octubre
de 2006).
13. Ana Guil, ob. cit.
12. Ursula Müller, citada por Ana Guil, «Barreras al desarrollo
profesional de las mujeres en la Universidad», en Ciencia, tecnología y
género en Iberoamérica…, ed. cit.
14. Norma Vasallo Barrueta, «Equidad, género y poder», documento
digital de la Cátedra de Estudios de Género, Universidad de La
Habana, 2005.
2. El androcentrismo científico constituye uno de los principales
descubrimientos de los estudios de Ciencia, Tecnología y Género.
Sobre este tema pueden leerse, entre otras muchas autoras, los
destacados trabajos de las españolas Yudith Astelarra y Eulalia Pérez
Sedeño, la argentina Diana Maffia, y las cubanas Lilliam Álvarez y
Lourdes Fernández Riuz. Al respecto puede leerse George Ritzer,
Teoría sociológica contemporánea, Editorial Félix Varela, La Habana, 2008,
cap. 8; Randall Collins, Cuatro tradiciones sociológicas, Oxford University
Press, Oxford, 1995, p.86; Reyna Fleitas Ruiz, «El pensamiento
sociológico sobre la familia, el parentesco y el matrimonio», en
Ana Vera Estrada, comp., La familia y las ciencias sociales, Centro de
Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La
Habana, 2003, pp. 123-43. El Psicoanálisis freudiano y los estudios
de Primatología también contribuyeron a legitimar la supuesta
inferioridad intelectual de las mujeres.
15. Tomado de Anuario Estadístico de Cuba. 2007, ONE, La Habana,
2008. Véase además, Cuba: mujeres, hombres y desarrollo sostenible, ONEPNUD, La Habana, 2006.
16. Anuario Estadístico de Cuba. 2007, ed. cit.
17. Acerca de la participación sesgada de las mujeres en la medicina
cubana, véase Yenisey Bombino, Crisis, cambios económicos y subjetividad
de las cubanas, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005.
18. Olga Yepis, «Presencia y permanencia de la mujer en la carrera
de Agronomía: una experiencia de la Universidad de Las Villas»,
en Consuelo Miqueo, Ma. José Barral y Carmen Magallón, eds.,
Estudios iberoamericanos de género en Ciencia, Tecnología y Salud, Prensas
Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2008.
19. Sobre este tema, puede consultarse una investigación realizada
por el Departamento de Estudios Socioculturales de la Facultad de
Humanidades del ISMMM, en 2008, titulada «Masculinidades en
Moa: continuidades de un modelo hegemónico».
3. Barrera invisible sobre las cabezas femeninas en una pirámide
jerárquica que no puede traspasarse por esfuerzos individuales, los
tramos bajos están feminizados y los superiores son masculinos.
Véase Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, Cátedra, Madrid,
1997.
20. Lourdes Fernández Riuz, «Roles de género y mujeres académicas:
el caso de Cuba», en Eulalia Pérez Sedeño, ed., Las mujeres en el sistema
de Ciencia y Tecnología. Estudios de casos, Cuadernos de Iberoamérica,
Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación,
la Ciencia y la Cultura, Madrid, 2001. Otros trabajos suyos más
recientes: «Mujeres académicas: entre la ciencia y la vida. Género y
ciencia en Cuba» y «Mujeres académicas: entre la ciencia y la vida.
Estudio comparativo en México», ambos en Consuelo Miqueo,
Ma. José Barral y Carmen Magallón, eds., ob. cit. Véase también
las Memorias del VIII Taller Internacional Mujeres en el siglo xxi,
Cátedra de la Mujer, Universidad de La Habana.
4. Marta I. González García y Eulalia Pérez Sedeño, ob. cit.
5. Ibídem.
6. Silvia Kochen, Ana Franchi, Diana Mafia y Jorge Atrio, «La
situación de las mujeres en el sector científico-tecnológico en
América Latina. Principales indicadores de género», en Las mujeres
en el Sistema de ciencia y tecnología. Estudios de casos, Organización de
Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura,
Madrid, 2001, p. 37.
7. Margaret Rossiter, Pnina G. Abir-Am y Dorinda Outram, G.
Kass-Simon y Patricia Farnes, citadas por Marta I. González García
y Eulalia Pérez Sedeño, ob. cit.
21. La geógrafa cubana Luisa Íñiguez Rojas aborda en su trabajo
«Los archipiélagos donde vivimos los cubanos» (Temas, n. 45, La
Habana, enero-marzo de 2006, p. 23) las llamadas «islas sociales»
como aquellos espacios que se levantan sobre los geográficos. A
partir de estas argumentaciones, Cuba contiene numerosos «espacios
luminosos» y «espacios oscuros» como polos terminales de un
continuo. Las innegables diferencias geográficas entre el oriente y
el occidente cubanos, y las distintas políticas de desarrollo para cada
uno de esos espacios, han mediatizado su influencia en las herencias
culturales que se arrastran en casi todos los órdenes. Los problemas
de género también las constituyen.
8. Con este término se hace referencia básicamente al tipo de
comunicación que se produce fuera de los marcos institucionalizados,
por grupos vinculados por afinidad y afectividad, que crean redes
para la divulgación de las ideas, eventos, publicaciones, convocatorias
a becas doctorales, premios, entre otros.
9. Paloma Alcalá Cortijo, «A ras del suelo. Situación de las mujeres
en las instituciones científicas», en Ciencia, tecnología y género en
Iberoamérica. Monografías 29, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Madrid, 2006, p. 96.
10. Ana Sánchez, «La cuestión del género desde la perspectiva de la
construcción del conocimiento», en Curso de Ciencia, tecnología y
género, de la Maestría en Estudios de Género, Universidad de La
Habana, La Habana, 2006.
©
103
, 2011
no. 68: 104-113, octubre-diciembre de 2011.
Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales
Límites del cambio:
de la desigualdad de razas
a la diferencia de culturas
Wilder Pérez Varona
Reynier Abreu Morales
Investigadores. Instituto de Filosofía, Academia de Ciencias de Cuba.
E
n 1946, Fernando Ortiz daba a la luz El engaño
de las razas.1 Apenas un año antes, la Europa
devastada —y el mundo entero— sopesaba en
Auschwitz los efectos de su sueño de Razón universal.
La llamada solución final marcaría el límite de una forma
de dominación y explotación sustentada en la idea de
raza, que se desplomaba junto al mundo colonial que
le fue consustancial. Aquel texto formaba parte de una
oleada de rechazos a la acogida, más que secular, de la
noción de raza en las ciencias, así como de reclamos
por políticas gubernamentales de amplia vocación
humanista.
No es nuestra intención comentar, sin embargo,
la vasta y meticulosa crítica de El engaño… hacia una
«falsa creencia de fatalismo inexorable» que había
privado a la humanidad «de su fe consciente en la
virtualidad de sus propios esfuerzos individuales y
colectivos».2 Nos interesa retomar el hilo allí donde
nuestro sabio vislumbraba una alternativa posible a
aquel biologicismo, al atisbar, acaso como remedio, el
recurso creciente a la idea de cultura. Este concepto,
«esencialmente humano y sociológico», al vincular a los
grupos humanos según sus medios de vida y conductas
sociales, señalaba un desplazamiento evidente desde lo
biológico hacia lo social.
Este desplazamiento de la noción de raza a la de
cultura será el objeto del presente análisis. Nótese
desde ahora que el esfuerzo general por desalojar la
idea de raza de los predios de la ciencia soslayaba que
semejante noción, aun antes de ser ensayada por las
taxonomías del siglo xviii, había ocupado, desde la
alborada del mundo moderno, un lugar cada vez más
universal en la legitimación y reproducción de sistemas
de dominación. El desafío consistía en procurar esto,
una vez que la deducción de consecuencias (culturales,
políticas, psicológicas) a partir de la existencia de razas
desiguales fuera —como la propia raza— impugnada
por su ineficacia explicativa durante la breve hegemonía
antirracista posterior a 1945.
Como tendencia, las disquisiciones acerca de la
cientificidad de ese término cedieron ante la indagación
de las causas de la creencia de individuos y sociedades
en la existencia de razas —que suponen incompatibles y
desiguales—, de acuerdo con lo cual organizan sus vidas
y relaciones. Se fue produciendo así, como resultado
del cambio de las condiciones sociales de posguerra,
104
Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas
la sustitución de una antropología de las razas por una
antropología de los racismos.
Lo decisivo es que tales intentos por comprender
la constitución específica del racismo y su evolución
imprimieron al término una creciente indistinción
—respecto a su definición, orígenes, unidad, grado de
generalidad etc.—, en un doble sentido: en qué medida
se entrelaza con fenómenos de otra naturaleza (sexismo,
nacionalismo, alienación, etc.), o bien como resultado
final y contingente de procesos como la colonización
y la globalización, entre otros.3
Se registran así mutaciones en el racismo, en
tanto objeto de estudio, en el sentido de ambigüedad
y polisemia, como resultado del entrelazamiento
y mediación de distintas relaciones históricas y
conceptuales, y la consiguiente diversidad de sus usos.
Ello ha implicado, desde entonces, un enorme reto
para el pensamiento social. Estudiosos tan distantes
como Immanuel Wallerstein y Clifford Geertz han
coincidido en la incapacidad de las ciencias sociales
para aprehenderlo, solo que esta coincidencia de juicios
se basa en una valoración diferente de sus causas.
Mientras para el primero dicha limitación es constitutiva
de las disciplinas sociales, por la escisión fundamental
entre verdad y valor que las ha informado, junto a su
compromiso con la administración del orden social y, en
definitiva, eurocéntrico,4 para el segundo esta carencia,
propia del tratamiento de la ideología, reside en la
desatención hacia el «proceso autónomo de formulación
simbólica». Se refiere con ello a la capacidad de las
ideologías para vincular estados y actitudes psicosociales
y elaboradas estructuras simbólicas, o sea, para
transformar «el sentimiento en significación», y de este
modo objetivarlo, tornarlo «socialmente accesible».5
En el clima de exculpación que siguió a la solución
final nazi, y a la institución de la lucha antirracista como
centro de la política internacional por los derechos
humanos, los enunciados típicamente racistas quedaron
expuestos a la censura pública, subsumidos en una
suerte de instancia reprimida, latente, de la retórica al
uso. Sin embargo, la equívoca demarcación de lo interior
y lo exterior, propios del racismo desde la colonización,
aparecería ocupada pronto por las variaciones en torno
a la diferencia cultural.
El propósito de este trabajo es analizar las mutaciones
del tratamiento de la cuestión racial en el ámbito del
pensamiento producido en y referido a las democracias
occidentales —en específico las europeas— de las
últimas décadas; más precisamente, el modo en que
las diferencias culturales desplazan a las desigualdades
raciales en las prerrogativas y modos de operar de «lo
natural», en el orden comunitario. Las condiciones de tal
desplazamiento incidirán en la constitución de lo cultural
como espacio por excelencia en que serán dirimidos
los conflictos políticos, y devendrá re-apropiado por la
retórica dominante a través de dos lógicas distintas de
«despolitización», mas recíprocamente implicadas: el
racismo diferencialista y el multiculturalismo.
Nuevo terreno para el renacer del racismo
Hace mucho, se advirtió que el genocidio nazi —por
tomar la manifestación devenida arquetípica— podía ser
interpretado no solo como una eugenesia extrema que
remplazaba el control prolongado de la natalidad por
el asesinato en masa, sino en tanto expresión lógica del
ideal de cultura, entendida como integración absoluta,
en este caso de la «nación» alemana.6 Vale señalar una
complicidad entre racismo y nacionalismo que salta a
primera vista: tanto la comunidad de sus oposiciones al
individualismo y al universalismo, como su propensión
a biologizar su concepción de lo colectivo, les confiere,
al menos, una identidad parcial. Todo nacionalismo ha
implicado, en efecto, la producción de una «etnicidad
ficticia» a falta de un sustrato étnico previo a la
conformación de los Estados-nación. De ahí que deban
crear «en el tiempo de la historia» su unidad imaginaria
contra otras posibles. Y el racismo se ha mostrado
eficaz ante el requerimiento vital —para Estados-nación
establecidos en territorios históricamente cuestionados—
de administrar los movimientos poblacionales, y de crear
la noción de pueblo en tanto unidad política superior a las
divisiones de clase. La estructura heterogénea del racismo,
conformada por un sistema histórico de exclusiones y
dominaciones interdependientes, aparenta sin embargo la
cohesión que procuran los prejuicios, comportamientos y
discursos, o sea, la unidad en torno a la que se organizan
los nacionalismos.7
El nacionalsocialismo —volviendo a nuestro ejemplo
inicial— echó mano entonces a una mitología popular
plagada de alusiones ancestrales y de aires mesiánicos para
reimplantar el racismo biológico del discurso dieciochesco
de la guerra de razas,8 con lo que la instauración de un
orden social eugenésico y la «exaltación onírica de una
sangre superior» supuso el genocidio sistemático de los
otros.9 La singularidad nazi consistió en el esfuerzo de
crear un Estado racial —garante de la integridad, de la
superioridad y pureza de la raza— en el que la finalidad
declarada de cada faceta de la política y de la organización
de la sociedad fuera la gestión normalizadora de dicha
pureza. Por ejemplo, la persecución de desviaciones
sociales y políticas fue justificada al considerarlas como
amenazas biológicas a la supremacía aria.
Una de las consecuencias de la Segunda guerra mundial,
como testimonian las investigaciones antropológicas,
desde Franz Boas hasta Claude Lévi-Strauss, fue la de
posibilitar que la impugnación del orden jerárquico
105
Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales
racial fuera crecientemente realizada en términos
culturales; pues el concepto de cultura, que conservaba
de su raigambre alemana connotaciones diferenciadoras,
atento a las peculiaridades de grupos humanos,10 se
hallaba maduro para legitimar la diversidad de formas
de organización de la vida humana, cristalizadas en
identidades culturales inconmensurables en su validez.
De este enfrentamiento ha devenido la apología de la
singularidad cultural con que Ruth Benedict concluye
su popular Pattern of Culture,11 al afirmar que cualquier
cosa que un grupo de personas esté inclinado a hacer
merece el respeto de otro.
Apenas remontadas las catástrofes de la guerra
y como parte de las nuevas políticas culturales de la
UNESCO, Lévi-Strauss se mostraría menos relativista,
pero más certero en su advertencia:
fecha. Definido por el encuentro físico y simbólico de
diversos grupos poblacionales, y regulado por la ley del
mercado, debido a la circulación creciente de capitales,
tecnologías e información, el espacio multicultural deviene
un rasgo esencial del capitalismo multinacional.
Este nuevo espacio político, concebido en términos
de encuentro y coexistencia entre culturas diversas,
resultó de la derogación de las administraciones
coloniales, y la sustitución de la dicotomía metrópoli/
colonia por la equivalencia representativa de Estadosnación soberanos, cuya aparente homogeneidad ocultaba
una separación estructural —si bien inestable— entre
dos mundos, dos humanidades inconmensurables: la
superdesarrollada y la subdesarrollada.
El término fue acuñado como expresión de tal
contradicción, dentro de los Estados Unidos, donde
la idea de lo nacional se había sustentado no solo
en el bienestar e intereses comunes —y en ciertos
estándares de consumo—, sino en que una de las
determinaciones de la identidad de la nación, según
la ideología tradicional, era la afirmación de cada
comunidad étnica particular. La apertura migratoria,
requerida y alentada por su indisputable supremacía
de posguerra, significó, en la situación derivada de la
derogación del segregacionismo, el establecimiento de
nuevas condiciones para una diversidad de procesos
de identificación que reclamaban un reconocimiento de
sus peculiaridades culturales y demandaban políticas
sociales atentas a la desigualdad de sus condiciones y
posibilidades. Semejante contexto prohijó la política del
respeto a las diferencias, del derecho de las «minorías»
y de las affirmative actions.
A la inversa de la di­versidad entre las razas, que presenta
como principal interés el de su origen y el de su
distribución en el es­pacio, la diversidad entre las culturas
plantea nume­rosos problemas […] hay que preguntarse en
qué con­siste esta diversidad, a riesgo de ver los prejuicios
ra­cistas, apenas desarraigados de su base biológica, re­
nacer en un terreno nuevo.12
Las transformaciones de las décadas siguientes
conformarían el fundamento decisivo para la realización
de esta suerte de profecía. La cultura se afirmaba
cada vez más como un elemento imprescindible para
la reproducción material, al integrarse de manera
creciente a la producción de bienes, al ritmo acelerado
del sector terciario, de la conformación de redes de
comunicación planetarias, de los cambios educacionales
y de la generalización del consumo de masas, procesos
de una envergadura hasta entonces insospechada por
el proyecto modernizador.
Esta diseminación social, que sucedió a la perdida
autonomía de lo cultural, que tantos estudios ha
motivado, resulta para Fredric Jameson análoga a una
explosión, «hasta el punto de que se puede afirmar que
toda nuestra vida social —desde el valor económico y el
poder estatal hasta las prácticas y la propia estructura de
la misma psiquis— se han tornado culturales, en cierto
sentido original, que la teoría aún no ha descrito».13
Mas todo esbozo de las condiciones que han
sostenido este proceso de resignificación de lo cultural
como principio normativo en relación con la política
y con las formas de organización social quedaría
trunco si no se considera las luchas de los pueblos
colonizados por su liberación nacional. Su fehaciente,
aunque equívoca impugnación de la égida civilizatoria
de la autoconciencia occidental, así como de su mudo
confinamiento en los márgenes de la civilización, al
confluir con la formación de una red de comunicación
global y con la «internacionalización de los movimientos
de población» —en este caso, la creación de «colonias
europeas»— creó un espacio político inédito hasta la
Desde 1960, la palabra «cultura» [...] significa la afirmación
de identidades específicas —nacionales, sexuales, étnicas,
regionales— en vez de su superación [...] Ya no es
un instrumento para resolver la lucha política, ni una
dimensión más elevada o profunda en la que nos podemos
reconocer como semejantes, sino que es parte del propio
léxico del conflicto político.14
La acepción corriente de la cultura como ámbito
de lo apolítico y lo extraterrenal, quedó barrida por
ese movimiento de politización que, al tiempo que
desdibujaba el significado de lo cultural para expresar
formas específicas de vida, fragmentaba la significación
universal de la tradicional concepción estética y elitista,
una vez que la expansión de la cultura de masas hacía
tambalear la existencia de las vanguardias artísticas.
Los años 60 y los 70 fueron testigos, en todo el
mundo occidental, de confrontaciones culturales nuevas
o renovadas,15 que demandaban, en diversos dominios,
el reconocimiento de la identidad del actor/comunidad,
y significaban, de hecho, un movimiento de «invención
de diferencias», aun en los casos, por lo demás muy
extendidos, en que tales movimientos se conferían el
aspecto de la tradición.
106
Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas
En el clima de exculpación que siguió a la solución final
nazi, y a la institución de la lucha antirracista como centro
de la política internacional por los derechos humanos, los
enunciados típicamente racistas quedaron expuestos a la
censura pública, subsumidos en una suerte de instancia
reprimida, latente, de la retórica al uso.
Entre el mercado y la etnicidad
representaciones de raza y etnicidad queda desplazada
por la conformación de espacios de coexistencia entre
culturas esencialmente diversas. La ambivalente relación
del racismo con la unidad e identidad nacionales se ha
mostrado, por una parte, en la forma de un nacionalismo
exacerbado, como apelación a la integridad nacional.
En este caso, la cultura, en tanto patrimonio de la
nación, debe ser preservada de toda degradación,
con lo que se produce una «racificación» de grupos
sociales distinguidos según estereotipos (estilos de
vida, creencias, orígenes étnicos) que se erigen en
«estigmas de exterioridad e impureza». El recurso
a convencionalismos jurídicos o a la ambigüedad
de particularidades culturales pretende soslayar que
únicamente la visibilidad de los «falsos nacionales»
sustenta la postulación de los verdaderos, cuya identidad
cultural permanece invisible. Esta regularidad lleva a un
efecto paradójico: la apelación a un núcleo imposible de
autenticidad conduce a desestabilizar la nación histórica,
con lo que se recrudece la crisis simbólica e institucional
de los Estados-nación.19
Por otra parte, la regularidad con que las teorías
raciales, desde el siglo xix, han invocado la existencia
de comunidades transhistóricas y supranacionales (de
lengua, de descendencia, de tradición) ha supuesto una
idealización del nacionalismo mediante el establecimiento
de una «universalización específica», que ha hallado
nuevos motivos en la afirmación de una herencia conjunta
judeocristiana, o en las oposiciones de diversos clashes
civilizatorios al universalismo de la lucha de clases.
Se ha insistido en que tales fenómenos se hallan
condicionados por la inversión de la lógica que ha
conformado los Estados-nación, del movimiento de
supresión y/o reinserción de formas auténticas de estilos
de vida de las comunidades locales y sus tradiciones
étnicas, a «comunidades imaginadas», con sus «tradiciones
inventadas»20 en el pasado común —recreado— de la
nación. El aparente retorno a formas de identificación
más locales, «subnacionales», obedece a que la
institución «abstracta» de la identificación nacional es
vivida de manera creciente como un marco externo y
formal. De ahí el recurso a formas de identificación más
«orgánicas» e «inmediatas» (étnicas, religiosas, incluso
de estilos de vida), en tanto aprehenden al sujeto en
En los años que siguieron a la crisis petrolera era
ya evidente que el universalismo económico, la idea
de un mercado sin fronteras y la tendencia hacia la
homogeneidad de normas productivas y de estilos de
vida, así como la expansión de las comunicaciones
amenazaban las bases tradicionales de la soberanía del
Estado nacional. Es decir, comenzaron a socavar el
proceso histórico de estandarización funcionalmente
necesario de las ciudadanías, así como los vínculos
peculiares con sus respectivos gobiernos nacionales. El
Estado-nación, «universal concreto» por excelencia de
la modernidad, se ha visto desgarrado ante lo que suele
interpretarse como la acción de dos fuerzas opuestas.
La supresión de barreras y distancias geográficas,
consecuencia del flujo móvil de mercancías, trabajo y
capitales, ha producido una creciente diferenciación
explícita de las cualidades espaciales, al tiempo que
la erosión de las estructuras normativas de Estados
en proceso de desregulación —en detrimento de su
capacidad para integrar socialmente a la población—
crea las condiciones de «vacío institucional» e inseguridad
propicias para nuevos reclamos de «historias de
identidad».16
La dependencia de los Estados-nación respecto al
mercado —en esencia extraterritorial— y su impotencia
ante la constitución simultánea de redes supranacionales
de dependencia, por un lado, y la descentralización o
regionalización de entidades locales autónomas; así
como la fragmentación de los viejos Estados federales,
por otro, han conformado una situación favorable para
el triunfo de la apelación a viejas fórmulas nacionalistas.
El modelo tradicional del Estado-nación gobernado
desde un solo centro no ha cesado de debilitarse desde
entonces; el colapso del bloque soviético aceleraría aún
más este proceso.17 El papel creciente de las nuevas
tecnologías y de la denominada «internalización directa
del capital», junto a la crisis de las izquierdas, ha quebrado
el equilibrio clasista de los Welfare States, al restringir las
posibilidades estatales «de imponer ciertas condiciones
mínimas y ciertos límites a la explotación».18
En un sentido fundamental, la delimitación
occidental de las fronteras en que operaban las
107
Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales
fuerza de trabajo, por los rasgos de su identidad de origen:
nacional, étnica, religiosa. Lo cultural ha reemplazado,
en el imaginario colectivo, a la representación de lo
social: la idea de un conflicto estructural dentro de
cada Estado-nación ha cedido ante las escisiones en
nombre de la diversidad cultural. Es que las identidades
culturales, ahora en la palestra pública, resultan propias
de una migración no reducible a un único modelo, y
conforman redes de acción que escapan a las lógicas
nacionales.
Pierre-André Taguieff sintetiza algunas de las
características de esta transición a un aparente otro
racismo, denominado «racismo diferencialista», a
partir de tres operaciones retóricas e ideológicas
fundamentales, que señalan tres grandes cambios en los
conceptos básicos, argumentos y actitudes dominantes
en el proceso creciente de racificación que despunta
en los 70.
La retórica racista deviene «culturalizada». Es decir,
que la referencia explícita a la pureza racial o de sangre
a partir de metáforas bio-zoológicas es reemplazada
por reformulaciones antiuniversalistas que proscriben
el contacto y entrecruzamiento interculturales y
proponen un desarrollo separado como salvaguarda
de la autenticidad cultural. Las ideas ostensibles de
jerarquía y desigualdad, al no ser ya argumentadas
sobre la existencia de razas, son desplazadas por un
fundamentalismo expresado en un vocabulario que
apela a la «exclusiva afirmación de diferencias» entre
entidades comunitarias, cuya premisa debe ser la
de preservar y/o recuperar su heterogeneidad, sus
irreductibles peculiaridades de la homogeneización/
destrucción identitaria a que lleva el mestizaje étnico
y cultural.
Finalmente, la racialización del «derecho a la
diferencia» y en general de los espacios en que
convergen asuntos concernientes a identidades
colectivas, resulta del uso sistemático de una retórica
que se apropia de términos y valores antirracistas para
ensalzar la diferencia a ultranza (heterofilia) o bien
rechazar lo diferente (heterofobia), lo que torna las
posiciones de este nuevo racismo menos evidentes y
reconocibles.22
La pronta generalización de estas premisas hallaron,
según el estudioso francés, un terreno propicio en el
individualismo posmoderno, sensible a asumir el «motivo
diferencialista» para vetar las mezclas interculturales.
De manera que esta hiperbolización de las diferencias
y de la pluralidad cultural se diluye en un imaginario
dispuesto a contraponer Diferencia vs. Jerarquía —y
por tanto a socorrerse del equívoco de la «igualdad en
la diferencia»— y a apreciar todo universalismo como
una abstracción impositiva (fin de las grandes narrativas,
etcétera).
su forma de vida específica, a diferencia de la libertad
formal que le otorga su condición de ciudadano.
Sin embargo, este desplazamiento de las formas de
identificación secundarias hacia formas primarias
de comunidades «orgánicas» señala que «la pérdida
de la unidad orgánico-sustancial se ha consumado
plenamente».21 Mediada esta «unidad» por el mercado
mundial contra el que reacciona, no se experimenta
ya como un vínculo inmediato y sustancial «natural», sino
como resultado de la «libre elección» de los individuos.
Con ello, la situación tiende a perpetuarse, al ocultar la
realidad del proceso diferenciador —la sujeción de cada
individuo a una densa red de relaciones de mercado
globales— bajo la forma de un derecho universal.
Ello evidencia la disolución de los límites «naturales»
del Estado-nación, bajo el embate de formas de
identificación particulares y de la lógica transnacional
del mercado, su impotencia para mediar entre este y la
etnicidad. Es decir, que lejos de representar movimientos
regresivos, las comunidades fundamentalistas de tipo
étnico, religioso, de estilos de vida devienen ámbitos
de mediación, modos de manifestarse la relación entre
el individuo y una gama de posiciones identitarias,
en el límite, de opciones de consumo. Su irrupción
muestra la emancipación final de la lógica económica
del mercado respecto a la etnicidad particular —«pura»,
«originaria»—, esto es, la consumación del proyecto
ilustrado, no la inversión de la tendencia moderna. Pero
nada es más exhibido y ocultado, al unísono; lo que
exacerba los intentos de proveer al orden comunitario
de un nuevo fundamento natural.
La naturalización de lo cultural
Varios estudiosos han propuesto términos como
«racismo sin raza» o neo-racismo —llamado además
cultural, diferencialista o simbólico— para referir la
reacción al fenómeno del «Tercer mundo a domicilio»,
a la aparición de los «nuevos proletarios» en Europa
occidental, efecto de la diseminación poblacional
catalizada por las condiciones ya descritas.
Se trata de la emergencia, tras la crisis de los
años 70 en los países occidentales, de una suerte
de fundamentalismo cultural —en realidad, de una
ascendente estatalización del nacionalismo— que ha
colocado a los inmigrantes, como objeto predilecto,
en el lugar tradicionalmente ocupado por judíos,
negros o asiáticos. Así, los Estados-nación en crisis
de la era poscolonial han subsumido las nuevas clases
del proletariado internacional bajo la categoría de
inmigrantes, nueva designación de la raza que oculta
antagonismos poseedores de un origen diferente.
De hecho, la representación dominante ha venido
asumiendo al inmigrante más que por su condición de
108
Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas
Las funciones del discurso biologicista de la raza
han resucitado, entonces, bajo nuevas retóricas que
promueven la necesidad de preservar la identidad
cultural y aluden a una suerte de umbral de tolerancia
para amparar la política excluyente y «segregacionista»
de los Estados primermundistas. De hecho, Etienne
Balibar nos alerta sobre que, tras los cambios en
la doctrina y el lenguaje, no solo ha permanecido la
estructura —la negación del derecho del otro—, sino
que tales mutaciones, en la práctica, «conducen a los
mismos actos».23
Sean la lengua, las tradiciones o los modos de pensar
los fundamentos proclamados de las instituciones
sociales, las instancias de la cultura propia cuya
pureza debe ser preservada o recuperada respecto al
extranjero procreador de híbridos, o a la maquinaria
homogeneizadora de la globalización, la mistificación
del extraño como absolutamente diferente justifica
la hostilidad hacia él como lo hacía el racismo
biologicista.
Tras la disolución de las fronteras entre lo cultural
y lo natural, el conjunto de relaciones de poder (de
decisiones políticas, de condiciones institucionales)
legitima y promueve el desarrollo «natural» de
«organismos» como el capitalismo, el mercado, o las
culturas. De hecho, el racismo moderno continúa
ofreciendo el modelo para la generalización de esta
estrategia, toda vez que la relación difusa entre lo
humano y lo animal ha sido una invariante en la
fundamentación de sus diversas manifestaciones;
desde la selección del más apto que preconizaba el
darwinismo social clásico, hasta la tipificación de
comportamientos «socioafectivos» de la sociobiología
y la etología contemporáneas.26 En el culturalismo
diferencialista, el discurso de la diferencia cultural suele
enlazarse al ecologista —insistencia en la necesidad del
aislamiento de las culturas para la preservación de sus
condiciones «naturales»— o se carga de metáforas con
connotaciones naturalistas. El reemplazo de la raza
por la cultura no ha impedido el recurso a significantes
ya consagrados como «descendencia», «herencia»,
«arraigo», que denotan la oposición imaginaria entre la
humanidad y su estado natural originario.
La proliferación de la xenofobia permite suponer,
además, la existencia de reminiscencias del esclavismo
colonial en la forma de prejuicios y discriminaciones
que han sobrevivido a las prácticas institucionales
derogadas, de una memoria todavía vigente de huellas
históricas singulares. Las imágenes del antisemitismo y
del racismo colonial son formaciones aún activas que
participan en la estructuración de los movimientos y
comportamientos surgidos en las condiciones actuales.
Ya se muestre como la memoria de un desprecio
colonial, el resentimiento de ciudadanos de una potencia
derrocada, o la ilusión paranoide de una revancha, lo
cierto es que este imaginario reacciona alarmado ante el
movimiento de etnización que se expande bajo diversas
formas: desde las conflagraciones étnico-religiosas,
pasando por las identidades étnicas que pugnan por
su reconocimiento en espacios públicos, hasta los
separatismos que pretenden sustraerse a los marcos de
las fronteras nacionales.
Al conformarse la cultura en el espacio de disputa
privilegiado para dirimir las diferencias mutuamente
excluyentes entre grupos sociales, ello hace posible
que esta delimitación de fronteras bioculturales
sea reproducida entre diversas prácticas políticas
antirracistas, desarrolladas por grupos cultural y
étnicamente minoritarios. Tales identidades minoritarias
u oprimidas, propias de comunidades de inmigrantes,
recurren a estrategias «esencialistas» de resistencia
que promueven posiciones de clausura respecto a
un particularismo cultural que se toma como dado y
homogéneo.27
Nuestro sentido de la cultura está característicamente
propuesto para desplazar la raza, pero [...] la cultura
ha vuelto a ser una forma de continuar, más que de
repudiar, el pensamiento racial. El apelar a la raza es
solo lo que hace de la cultura un objeto de afecto y lo
que ofrece nociones como el perder nuestra cultura,
el preservarla, el robar la cultura de otro, el restituirle
la cultura, etc. [...] La raza transforma a la gente que
aprende a ser lo que hacemos en ladrones de nuestra
cultura y a la gente que nos enseña a hacer lo que ellos
hacen en destructores de nuestra cultura; la raza hace
de la asimilación una suerte de traición y del rechazo a
ser asimilado una forma de heroísmo.24
Al ser reprimida la idea de raza en el discurso
político y al desaparecer como premisa ostensible
de ciencias e instituciones, pudo surgir la ilusión de
haber sido superado, en lo fundamental, el esquema
de dominación racista, lo cual velaba el proceso
real: la trasmutación de un esquema de dominación
basado en la idea explícita de raza. No obstante,
la operación de clasificación —premisa lógica de
toda jerarquización posible— prolonga su función
naturalizadora por excelencia, su «proyección de las
diferencias históricas y sociales en el horizonte de
la naturaleza imaginaria».25 Solo que en este racismo
diferencialista o de segundo orden la discriminación
aparece desplazada de los caracteres inmediatos de los
grupos clasificados hacia los criterios de clasificación;
de la naturalidad de las razas y de la pertenencia racial
a la de las actitudes y comportamientos racistas. En
efecto, los argumentos diferencialistas, al tiempo que
se presentan como antirracistas, pretenden explicar
—a la postre, justificar— las reacciones espontáneas
de agresividad xenófoba y violencia colectiva, sobre la
base de la mencionada incompatibilidad de tradiciones
y formas de vida.
109
Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales
Samuel Huntington, al desplomarse los regímenes
socialistas estadólatras, divulgó su escatológica visión:
«En el mundo de la posguerra fría, las distinciones
más importantes entre los pueblos no son ideológicas,
políticas ni económicas; son culturales».28 Tras esta
exaltación del fin de las ideologías y de la «fuerza divisiva
y unificadora de la cultura», en el lugar consagrado a
recurrir a la carencia de alternativas viables frente al
eterno presente del capitalismo multinacional, aparece
el síntoma de una forma más sutil de funcionamiento
ideológico. Este tránsito de una ideología abiertamente
racista y jerárquica hacia la «horizontalidad» de
diferencias culturales insuperables, no puede eludir la
persistente continuidad en sus efectos discriminatorios.
La jerarquía ya no requiere ser hecha explícita por las
nuevas doctrinas: su uso práctico y los criterios de
diferenciación colocan los «obstáculos» para adquirir
la cultura, invariablemente, del lado de las culturas
«diferentes». 29
De ahí que este neorracismo haya sido expuesto
como «radicalismo o populismo de derecha» por una
posición demócrata-liberal que pretende desmarcarse
de toda relación con un pasado de dominación y
exclusión, al presentarse como la solución universal
ante la saturación de expresiones fundamentalistas
que aquel alienta y justifica. Se trata de un conjunto de
políticas y corrientes teóricas que procuran soslayar toda
referencia a viejas dicotomías, mediante la consecuente
multiplicación de las diferencias y la apelación a la
tolerancia cultural, o, si se prefiere, a la tolerancia
con la diferencia. Esta alternativa liberal postula una
«inclusión simbólica», una gestión tecnocrática de
las diversas identidades culturales en el ámbito de los
nuevos órdenes sociales, rotulados como «sociedades
de consumo», «de comunicación de masas», «de la
información», en fin sociedades enmarcadas en una
dinámica que ya no respondería a los antagonismos
de clase y a los conflictos ideológicos propios del
capitalismo imperialista precedente.
Semejantes demarcaciones no solo ocultan el
condicionamiento recíproco entre las militancias
integracionistas y los presupuestos «desideologizados»
del multiculturalismo, con sus posmodernas políticas
pluralistas y su utopía centrista, sino la manera en que
se pretende arraigar la idea de que el futuro no sería otra
cosa que la expansión del actual capitalismo global.
presencia del capitalismo en cuanto sistema mundial
global) asume para manifestarse: el multiculturalismo es
la demostración de la homogeneización sin precedentes
del mundo actual.»30
Desde sus primeras páginas, En defensa de la
intolerancia advierte de la trampa que la perspectiva
multicultural supone, precisamente porque este enfoque
se ofrece como la única solución posible y deseable
ante el auge de fundamentalismos e intolerancia. El
multiculturalismo promueve la coexistencia «híbrida»
de los distintos modos de vida cultural, la convivencia
«pacífica», y en plano de igualdad, con el Otro, si bien
como ente cultural abstracto, privado de sustancia,
entidad folklórica aséptica. Su propuesta, tildada, no sin
razón, de «represiva» por Zizek,31 puede ser analizada en
varios niveles, que forman parte de un único momento
conceptual.
En primer lugar, lo que permite su efectividad
ideológica es el ocultamiento de su ser esencial. Con la
afirmación de la tolerancia hacia cada una de las formas
de vida existentes, el multiculturalismo constituye la
muestra más palpable de la omnipresencia del capitalismo
como sistema mundial. En otras palabras, es la prueba
de la homogeneización del mundo, en el sentido de la
naturalización actual del sistema capitalista. Constituye
la afirmación de un escenario en el que la verdadera
lucha política se metamorfosea en una «batalla cultural»
que buscaría el justo derecho de reconocimiento de las
culturas marginales. Pues en tanto la derecha esgrime,
frente a la amenaza de la globalización, la necesidad
de preservar la identidad particular comunitaria —la
etnia o su hábitat cultural—, lo que pretenden los
liberales multiculturalistas es exorcizar la amenaza de la
«politización», de las demandas universales, o mejor, de
la universalización de las reivindicaciones particulares,
juzgándolas «imposibles», dada la lógica actual del
orden mundial, que asigna a cada parte el lugar que le
corresponde.
A nivel estatal, propone una «política de identidad»
pluralista, de reconocimiento de los estilos de vida
particulares, de tolerante coexistencia de grupos con
estilos de vida híbridos o itinerantes (mujeres hispanas,
homosexuales negros, madres lesbianas, etc.). Es decir,
afirma una omnicomprensiva inclusión simbólica
de unidad en la diferencia —«todos iguales, todos
diferentes»— que apela a un conjunto de medidas
jurídicas, psicológicas y sociales de aislamiento y
contención: desde la identificación y negociación de
problemas específicos de cada grupo, o, preferiblemente,
subgrupo —es decir, problemas privados de toda
adscripción genérica— hasta el paquete de medidas ad
hoc para la solución de tales demandas particularizadas
(«discriminación positiva»).32
Lo novedoso de este proceso de ghettización,
típicamente representado, sin ser exclusivo, por grupos
La ficción universal
La idea central que analizaremos a continuación ha
sido sucintamente expresada por Slavoj Žižek:
El problema del imperante multiculturalismo radica en que
proporciona la forma (la coexistencia híbrida de distintos
mundos de vida cultural) que su contrario (la contundente
110
Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas
de inmigrantes y sus descendientes, es la renuncia al
objetivo de asimilación, a favor de la competencia
con otros grupos por una parte de los recursos de
la autoridad general.33 De modo que este incesante
surgimiento y proliferación de grupos o subgrupos,
con su calidoscopio de identidades y su continua
recreación en la particularidad, solo se hace pensable
en los términos de la única universalidad «real» de la
globalización capitalista: su único vínculo es el del
mercado, siempre dispuesto a satisfacer sus demandas
específicas. En palabras de Fredric Jameson: «las diversas
políticas de la Diferencia —las diferencias inherentes a
las distintas políticas que competen a la «identidad de
grupo»— solo han sido posibles por la tendencia a la
nivelación de la identidad social generada por la sociedad
de consumo».34 Una vez más, la absoluta diferencia se
muestra equivalente a la identidad absoluta.
Esta celebración de la diversidad de identidades
sociales, esta multiplicación de las diferencias, solo se
sostiene sobre la base de la negación del verdadero
antagonismo social que sustenta la existencia de todos
los demás conflictos que afectan a la totalidad de la
sociedad: la lucha de clases. La introducción de la
multitud de comunidades culturales, estilos de vida,
religiones, orientaciones sexuales, etc., significa, de
hecho, la postulación de una igualdad subyacente en
la que es posible contener todas esas diferencias, en la
que hay suficiente espacio para las nuevas y múltiples
subjetividades políticas. Por su parte, las protestas de
estas últimas contra las formas típicamente modernas
de alienación, contra la lógica coercitiva y monolítica
del proyecto ilustrado, no impide la reproducción
fragmentada que realizan de estas.35
Claro que no se trata de negar la pertinencia de las
reivindicaciones propias de las formas posmodernas
de subjetivación política (feminismo, gays y lesbianas,
ecología, minorías étnicas, etc.), que, en cualquier caso,
han contribuido a la politización de espacios hasta
entonces asumidos como apolíticos, transformando
el contexto cultural y político actual. De hecho, el
problema de las posibilidades de transformación social
a partir de tales reivindicaciones, de sus necesidades de
articulación y reinvención de formas de politización, ha
sido recurrente entre defensores y detractores.
Para la antropología cultural que sustenta James
Clifford, la predilección por la diversidad, propia de esta
disciplina, su búsqueda de «visiones y prácticas utópicas
y transformadoras»36 tras las emergencias y márgenes del
sistema hegemónico, debe sortear una doble amenaza.
Por un lado, la defensa nostálgica y apriorística o la
alarma ante la supuesta desaparición de las tradiciones
distintivas y, por otro, la celebración acrítica de toda
diferencia —sean supervivencias tradicionales o
nuevas formas híbridas— como «resistencias» al orden
dominante. Clifford reclama, en todo caso, un análisis
etnográfico, que parta de las «estructuras negociadas
en historias de contacto específicas», de la valoración
de las posibilidades concretas de las agencias locales y de
las tradiciones previas frente a las fuerzas sistémicoglobales. Sin embargo, esta politización que revaloriza
las potencialidades de resistencia de lo local, usualmente
no ha dejado lugar para la política más allá de las
prácticas culturales ni ha rebasado los particularismos
de la diferencia cultural.
Judith Butler señala que la condena de estos «nuevos
movimientos sociales» sustentada en la pretensión
de demarcar inequívocamente lo económico de lo
cultural —o bien, en un análisis clasista objetivo de
políticas enfáticamente culturales y supuestamente
autorreferenciales—, implica un intento de reinstituir
una hegemonía que domestique y subordine las
diferencias, una nueva «unidad forjada sobre la base
de exclusiones». La autora rechaza así la posibilidad de
toda plataforma previa de articulación, de todo universal
capaz de aglutinar y reducir, a priori, las diferencias
dentro de estos movimientos: solo preservando los
«modos de funcionamiento políticamente productivos»
podrían aparecer puntos de convergencia que no anulen
el dinamismo del «encuentro conflictivo» entre tales
prácticas.37
Lo cierto es que, pese a la legitimidad de tales
advertencias, en tanto resultados de un penoso y
largo aprendizaje, la transformación de ascendentes
desigualdades que solo alcanzan la aceptación pública
bajo la fórmula de «diferencias culturales» tiende a
menospreciar el fundamento que tales demandas de
reconocimiento deben hallar en una redistribución
efectiva de los recursos. Solo una transformación radical
de las actuales condiciones permitiría la realización
verdaderamente eficaz de tales reivindicaciones, pues
la politización de demandas particulares deja intacto el
proceso global del capital.
De ahí que Zizek postule como un principio
ineludible para dicha transformación el «retorno a la
primacía de la economía»,38 esto es, la subordinación del
proceso de producción al control social; pues mientras
el funcionamiento de la esfera económica sea aceptado
como el despliegue apolítico de la producción y la
circulación, como regido por una lógica absolutamente
objetiva, inaccesible al control político y a las decisiones
del conjunto de la población, todo debate público y
exhortación a la participación activa de la ciudadanía
quedará reducido a una cuestión «cultural» en torno a
toda clase de diferencias.39
Respecto a sus coordenadas globales, el autoproclamado
respeto multicultural por la especificidad del Otro
constituye la afirmación de la propia superioridad: el
respeto hacia toda forma de vida no-occidental no suele
ser sino una eurocéntrica distancia hacia las llamadas
111
Wilder Pérez Varona y Reynier Abreu Morales
«culturales locales». Su ropaje, en apariencia antirracista,
por su oposición explícita a antiguas formas ideológicas
de dominación, encubre una «forma inconfesada» de
racismo, «invertida», «auto-referencial», un racismo que
mantiene las distancias, que respeta la identidad del
Otro, definido como una comunidad auténtica y cerrada
en sí misma, observada de manera no-valorativa desde
una posición universal.
El multiculturalismo «es un racismo que ha vaciado
su propia posición de todo contenido positivo», no
opone al Otro los valores de su propia cultura, pero se
mantiene «en cuanto privilegiado punto hueco vacío
de universalidad»,40 desde el cual son reconocidas las
otras culturas particulares. No puede figurar entre las
culturas que reconoce, puesto que es la misma actividad
consistente en este reconocimiento, que se arroga la
autoridad universal que sustenta su ausencia de una
identidad específica, de los constreñimientos, que
supone peculiares de las restantes culturas. Semejante
imaginario, que acuerda una tácita superioridad a la
«civilización occidental» como condición para regular
el diálogo con otras culturas, soslaya que no existen, in
strictu sensu, las «peculiaridades locales», menos en las
condiciones «sin exterior» del capitalismo global, donde
la porosidad y la indefinición, el mutuo solapamiento,
la imprecisión de los márgenes, son constitutivos hoy
de tales culturas locales.
La entronización del multiculturalismo como
lógica cultural del capitalismo multinacional responde,
a fin de cuentas, a las dificultades de la cultura
occidental para otorgarse un contenido positivo, ante
el cuestionamiento que la proliferación de identidades
culturales ha significado para su hegemonía civilizatoria.
La burocracia, las metas políticas comunes y los intereses
económicos han sido insuficientes para legitimar la
depredación capitalista propugnada por la OTAN y
la Unión Europea.
De ahí la necesidad de reivindicar, frente al
despolitizado y declaradamente neutro universalismo
multicultural, el antagonismo inherente a la universalidad,
de tomar partido por la parte constitutiva del actual
orden mundial que, sin embargo no posee un verdadero
lugar en él, sino que es sistémicamente excluida,
estructuralmente desplazada. Es en razón de su carencia
de un «lugar propio» que este elemento singular es
capaz de ocupar el lugar de lo universal, es decir,
de desestabilizar el orden «natural» de las relaciones
sociales, de transformar las condiciones que determinan
el funcionamiento del orden social existente.
Dicha capacidad, sin ambargo, no contiene ninguna
necesidad inexorable: la identificación entre los «sin
parte» y «la parte excluida», o sea, determinados grupos
sociales (inmigrantes, sin techo, etc.) no es inmediata ni
necesaria. Pues sin parte —como nos recuerda Jacques
Rancière— denota un sujeto político con la capacidad
de representar no a un sujeto social prexistente, sino
«la capacidad de cualquiera [...] justamente en tanto que
excluido».41 Ello implica más bien las vicisitudes del
tránsito a que todo proceso de subjetivación política
se expone, en esa tarea de inventar un mundo común
sin particularidades sociales definidas, cambiando los
parámetros de lo posible, subvirtiendo las leyes de
dominación y las regulaciones sociales que componen el
orden perceptual impuesto, que prefiguran de antemano
cuanto puede hacerse, pensarse, ver o decirse.
Habrá entonces que pensar —y producir— la
alternativa en otros términos. Habrá que redefinir lo
político, potenciando, a la manera de una recreación de
la apuesta de Carlos Marx por «la clase de la sociedad
civil que no es una clase» 42 esta dimensión de lo
excluido en nuevos modos de subjetivación política,
de movimientos capaces de trascender lo particular,
de expresarse como fuerzas políticas dispuestas a
apropiarse de cualquier conflicto social; o sea, como
sujetos universales, como actores generales de la política.
Al menos, así podrá ser desgarrada la telaraña cultural,
y mostrar que tras la dominación del capitalismo global
no se halla la diversidad esencial de las culturas, sino
la totalidad real que la aparente heterogeneidad de sus
formas de dominación procura velar. Es esta realidad,
y no «la cultura», la que verdaderamente resiste un
cambio radical.
Notas
1. Fernando Ortiz, El engaño de las razas, Páginas, La Habana,
1946.
2. Ibídem, p. 419.
3. Etienne Balibar, «Difference, Otherness, Exclusion», Parallax,
v. 11, n. 1, nueva York, 2005, pp. 20-1.
4. Véase Immanuel Wallerstein, «El albatros racista», disponible en
Eurozine, http://eurozine.com (20 de diciembre de 2000).
5. Clifford Geertz, «La ideología como sistema cultural», La
interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona, 2003, pp. 182-3.
6. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, La sociedad. Lecciones de
sociología, Proteo, Buenos Aires, 1969, p. 39.
7. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», en Immanuel
Wallerstein y Etienne Balibar, Raza, clase y nación, IEPALA, Madrid,
1991, pp. 79-81. Véase también Etienne Balibar, «Fronteras del
mundo, fronteras de la política», Alteridades, v. 15, n. 30, México,
DF, 2005, p. 92 y ss.
8. Michel Foucault, Genealogía del racismo, Altamira, Buenos Aires,
1993, pp. 73-4.
9. Michel Foucault, Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber,
Siglo XXI, Madrid, 1992, p. 181.
10. Precisamente la asunción consecuente de esta tradición germana
—elevada por Johann G. Herder al plano conceptual— emerge
en la antropología con la obra de Franz Boas, como lo ilustra
112
Límites del cambio: de la desigualdad de razas a la diferencia de culturas
categóricamente en The Aims of Anthropological Research (1932):
«Las culturas difieren entre ellas como las especies, o quizás los
géneros, de animales, su base común está perdida para siempre.
Parece imposible [...] que las culturas sean reconducidas dentro
de una progresión continua de cualquier tipo». Citado por Sandro
Mezzadra, Derecho de fuga. Migraciones, ciudadanía y globalización,
Traficante de Sueños, Madrid, 2005, p. 125.
25. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», ed. cit., p. 91.
11. La referencia es tomada de Clifford Geertz, ob. cit., p. 51.
28. Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración
del orden mundial, Paidós, Madrid, 2004, p. 11.
26. Véase Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», ed. cit.,
pp. 43-4.
27. Carmen Romero, «Los desplazamientos de la raza: de una
invención política y la materialidad de sus efectos», Política y Sociedad,
v. 40, n. 1, Madrid, 2003, pp. 111-28.
12. Claude Lévi-Strauss, «Raza e historia», en Raza y cultura, Atalaya,
Madrid, 1999, p. 38.
29. Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», ed. cit., p. 42.
13. Fredric Jameson, «El posmodernismo como lógica cultural
del capitalismo tardío», en Horacio Tarcus, comp., Ensayos sobre el
posmodernismo, Imago Mundi, Buenos Aires, 1991, p. 78.
30. Slavoj Žižek, En defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2008,
p. 59.
31. Ibídem, p. 55.
14. Terry Eagleton, La idea de cultura. Una mirada política sobre los
conflictos culturales, Paidós, Barcelona, 2001, p. 64.
32. Ibídem, p. 37 y ss.
33. Eric Hobsbawm, ob. cit., p. 15.
15. Una erupción de movimientos étnicos, regionalistas —bretón,
occitano, corso, vasco, catalán, etc.—, o bien nacionalistas —Frente
Nacional de Jean-Marie Le Pen, Liga del Norte, Vlaams Blok, FPÖ
de Haider—, de orientación sexual, feministas, etc., recurre a la
afirmación de una identidad cultural bien como reacción contra
desigualdades, exclusiones y discriminaciones sociales, para enfrentar
la amenaza que supone la globalización y el debilitamiento de la
soberanía estatal, o sencillamente la coexistencia de determinados
grupos en un mismo territorio y dentro de un mismo Estado, o de
regiones en crisis o retrasadas, no asimilables a la nueva dinámica
global. Véase Michel Wieviorka, «Diferencias culturales, racismo
y democracia», en Daniel Mato, coord., Políticas de identidades y
diferencias sociales en tiempos de globalización, FACES-UCV, Caracas,
2003, pp. 18-20.
34. Fredric Jameson, «Sobre los estudios culturales», en Fredric
Jameson y Slavoj Žižek, Estudios culturales. Reflexiones sobre el
multiculturalismo, Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 110.
35. Terry Eagleton, ob. cit., p. 70.
36. James Clifford, «Taking Identity Politics Seriously: The
Contradictory, Stony Ground», en Paul Gilroy et al., eds.,
Without Guarantees. In Honor of Stuart Hall, Verso, Londres, 2000,
pp. 102-3.
37. Judith Butler, «El marxismo y lo meramente cultural», New Left
Review, n. 2, Londres, mayo-junio de 2000, pp. 109-21.
38. Slavoj Žižek, En defensa…, ed. cit., p. 69.
16. Zygmaunt Bauman, Comunidade, Jorge Zahar Editor, Ltda., Río
de Janeiro, pp. 90-1.
39. Un fragmento de una entrevista realizada a Jürgen Habermas
puede ilustrar la índole de esta clase de proposiciones: «Que se
relativiza la propia forma de existencia atendiendo a las pretensiones
legítimas de las demás formas de vida, que se reconocen iguales
derechos a los otros, a los extraños, con todas sus idiosincrasias y
todo lo que en ellos nos resulta difícil de entender, que uno no se
empecina en la universalización de la propia identidad, que uno no
excluye y condena todo cuanto se desvíe de ella, que los ámbitos
de tolerancia tienen que hacerse infinitamente mayores de lo que
son hoy». Jürgen Habermas, «Identidad nacional e identidad postnacional», Identidades nacionales y postnacionales, Tecnos, Madrid, 2007,
p. 117.
17. Eric Hobsbawm, «Identidad», Revista Internacional de Filosofía
Política, n. 3, Madrid, 1994, p. 15.
18. Slavoj Žižek, «Multiculturalism, or, the Cultural Logic of
Multinational Capitalism», New Left Review, n. 225, Londres, 1997,
pp. 34-5.
19. Etienne Balibar, «Racismo y nacionalismo», ed. cit., p. 98.
20. «Inventar tradiciones [...] es esencialmente un proceso de
formalización y ritualización, caracterizado por la referenda a1
pasado, aunque solo sea al imponer la repetición». Eric Hobsbawm,
«Introducción: la invención de la tradición», en Eric Hobsbawm y
Terence Ranger, eds., La invención de la tradición, Crítica, Barcelona,
2007, p. 10.
40. Ibídem, p. 56.
41. Jacques Rancière, «Universalizar las capacidades de cualquiera»
(entrevista), Archipiélago, n. 73-74, Barcelona, 2006, p. 73.
21. Slavoj Žižek, ob. cit., p. 42.
42. Carlos Marx, Crítica del derecho político hegeliano, Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 29.
22. Pierre-André Taguieff, The Force of Prejudice. On Racism and
its Doubles, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2001,
pp. 4-7.
23. Etienne Balibar, «¿Existe el neorracismo?», en Inmanuel
Wallerstein y Etienne Balibar, ob. cit., p. 33.
24. Walter Benn Michaels, «Race into Culture: A Critical Genealogy
of Cultural Identity», Critical Inquiry a. 18, n. 4, Chicago, 1992,
pp. 684-5.
©
113
, 2011
no. 68: 114-121, octubre-diciembre de 2011.
José Luis Rodríguez
Cuba, su economía
y la Unión Soviética
José Luis Rodríguez
Asesor. Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM).
E
l avance de la economía cubana enfrentó múltiples
dificultades en los primeros treinta años después
del triunfo de la Revolución. A los obstáculos propios
de un proceso de desarrollo, se sumaron en el caso de
Cuba los efectos del bloqueo de los Estados Unidos, la
pobre dotación de recursos naturales y el arrastre de las
condiciones de subdesarrollo heredadas de la república
neocolonial.
En el complejo escenario de enfrentamiento con
el imperialismo norteamericano, un factor de notable
importancia que permitió a Cuba sobrevivir y emprender
el largo camino de las transformaciones socialistas fue la
colaboración económica, financiera y tecnológica recibida
de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)
y de otros países socialistas.1
sin dudas, su enorme nivel de dependencia externa: los
Estados Unidos eran —sobre todo— el centro para
la toma de las decisiones estratégicas de la economía
del país.
Después de 1959 la estrategia de desarrollo aplicada
por Cuba enfrentaría también el enorme obstáculo de
su alta sensibilidad externa, que incluso se incrementaría
a partir de los requerimientos propios del proceso de
desarrollo. No obstante, la economía cubana obtuvo
indudables avances en esos primeros treinta años de la
Revolución, y logró una tasa de crecimiento de 4,4% entre
1959 y 1989, lo cual representa un per cápita de 2,9%.2
Las transformaciones operadas en la economía cubana
tipificaban a finales de los años 80 del pasado siglo a un
país en fase de creación de las condiciones básicas para
emprender un proceso gradual de industrialización en el
marco de la división internacional socialista del trabajo, una
vez resueltos un grupo de problemas infraestructurales
indispensables, tanto de tipo económico como social.
No obstante, el país debía enfrentar aún el retraso en
el desarrollo de su producción agropecuaria, la falta de
integración interna de la economía y las dificultades de un
modelo de desarrollo extensivo; por lo que se demandaba
I
Tal vez el sector externo de la economía cubana
sea uno de los factores más complejos que considerar
en el diseño de la política de desarrollo. El rasgo más
característico de la economía de Cuba hasta 1958 fue,
114
Cuba, su economía y la Unión Soviética
un aumento acelerado de la productividad del trabajo y
un mayor aprovechamiento de la ciencia y la técnica en la
producción y los servicios, a lo que se añadía la necesidad
de un sistema de dirección económica más eficiente.3
En el proceso de desarrollo cubano el sector externo
había desempeñado un papel esencial. La magnitud de
su importancia podía apreciarse por el índice de apertura
de la economía, el cual —medido a precios constantes—
otorgaba un peso de las importaciones en el Producto
Interno Bruto (PIB) de 31,7% en 1980-1987.4
El comercio exterior tuvo un crecimiento promedio
anual, a precios constantes, de 0,8% en las exportaciones
y 2,8% en las importaciones,5 lo que provocó un
desbalance comercial entre 1959 y 1989 de 21 588,3
millones de pesos, absorbido, en una proporción superior
a 70% por créditos de los países socialistas.6 En esta
situación influyó el deterioro de la relación de términos
de intercambio que, solo en los años 80, costó 15 000
millones de pesos.7 Por otra parte, la modificación más
significativa del comercio exterior cubano estuvo en su
orientación geográfica. Así, los países socialistas, que
cubrían 1,5% de las exportaciones en 1958, alcanzaron
a 83,1% en 1989, mientras las importaciones pasaron de
0,3% a 85,3% en el mismo período.
En cuanto a los flujos financieros externos —aparte
de la URSS—, el país recibió unos 1 500 millones
de pesos en créditos para el desarrollo, de los países
socialistas europeos. Estos cubrieron también déficits
comerciales por unos 2 300 millones de dólares entre
1959 y 1989.8 Las economías de mercado, por su parte,
brindaron créditos por un monto estimado entre 4 250
y 4 650 millones durante los años 70.9
Adicionalmente, entre 1961 y 1991, el bloqueo
norteamericano costó al país cerca de 30 000 millones
de dólares, lo que provocó un impacto económico muy
negativo y neutralizó, en buena medida, el financiamiento
externo recibido.10
Estos flujos financieros provenientes del exterior
generaron lógicamente un nivel de endeudamiento en
la economía cubana. Así, la deuda estimada con Europa
oriental alcanzaba unos 1 360 millones de rublos
convertibles —o 1 511 millones de pesos— en 1989.
Por su parte, la deuda externa en moneda libremente
convertible se situaba, al cierre de ese año, en 6 165,2
millones de pesos.11 En suma, en el contexto de las
relaciones económicas con el exterior los vínculos con
la URSS desempeñarían un papel determinante.
de 1960 se firmó el primer convenio comercial y de
pagos entre ambos países. La URSS se comprometía
a adquirir 425 000 toneladas métricas (TM) de azúcar,
para compensar el cierre del mercado norteamericano.12
Adicionalmente, se pactaron compras por un millón de
TM anuales entre 1961 y 1964, a precios del mercado
mundial,13 con una proporción de 20% en moneda
libremente convertible y se concedió a Cuba el trato de
nación más favorecida.
Este acuerdo permitió a la Isla colocar en mercados no
tradicionales notables volúmenes de fondos exportables,
a precios que, en la práctica, resultaban preferenciales
en relación con el mercado mundial.14 Además, se debe
destacar las ventajas iniciales que también para la Unión
Soviética tenía este suministro azucarero, pues le permitía
la utilización máxima de su capacidad para refinar azúcar
y la exportación de hasta un millón de toneladas de su
propia producción. El precio pagado a Cuba era inferior
al costo interno de producción del azúcar de remolacha
en la URSS. Por lo demás, se abría un nuevo mercado para
equipos y maquinaria soviéticos, de baja competitividad
en el mercado mundial.15
Posteriormente, el convenio comercial de enero
de 1964 tendría un papel fundamental en la estrategia
de desarrollo de la Revolución. Mediante él se aseguró
la venta de 24,1 millones de toneladas de azúcar, a un
precio fijo de 6,11 centavos la libra. Esto permitiría
un ingreso potencial para el desarrollo del país equivalente
a 3 201,2 millones de pesos, en cinco años.16 Las entregas
de azúcar se apoyaban en el aumento de la producción
hasta alcanzar diez millones de toneladas en 1970. Al
no lograrse esta cifra, las exportaciones del dulce se
afectaron. De tal forma, el convenio se ejecutó al 54%,
debido a que el plan de producción se cumplió solo al
76%.17
En 1972 ocurrieron acontecimientos de singular
importancia para la Isla. Por un lado, Cuba ingresó al
Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), lo que
permitiría integrar gradualmente la economía cubana al
sistema de división internacional socialista del trabajo, en
el que regían condiciones comerciales y financieras más
favorables en comparación con el mercado mundial18 y
donde se otorgaba un tratamiento especial a los países
de menor desarrollo relativo.19
Por otro lado, en diciembre de 1972 se firmaron
nuevos e importantes acuerdos comerciales, incluyendo
el primer Protocolo de intercambio comercial a mediano
plazo (1973-75). En ellos, se elevaban los precios de las
exportaciones cubanas, inicialmente, a un equivalente
de 12,20 centavos la libra de azúcar y 5 000 dólares la
tonelada de níquel. En ambos casos, los nuevos precios
estarían vigentes entre 1973 y 1980.
Adicionalmente, en la década precedente Cuba había
acumulado un desbalance comercial que llegaba a 2
II
Las relaciones económicas cubano-soviéticas se
iniciaron antes de 1959, pero se limitaron a compras de
azúcar con un carácter coyuntural, aunque alcanzaron
cierta importancia en la década de los 50. En febrero
115
José Luis Rodríguez
073,3 millones de pesos, cubiertos con nuevos créditos
soviéticos. También se pactó la postergación del pago,
en veinticinco años y sin intereses, de los créditos que
tuvieran vencimiento entre 1973 y 1985. En las nuevas
condiciones convenidas se reflejaba la voluntad soviética
de no demandar un comercio equilibrado con Cuba,
de forma inflexible. Tal como señalara Carlos Rafael
Rodríguez esto
millones de pesos a favor de la URSS, financiado por esta
mediante créditos.
En 1985, el precio pagado por el azúcar cubana había
alcanzado 51,16 centavos la libra, equivalente a 915 rublos
la tonelada, similar al precio minorista interno en la
URSS. En consecuencia, se reanalizó el precio base para
el quinquenio 1986-1990, y se pactó en 0,429 centavos
la libra, u 850 rublos la tonelada, para suministrar 21
millones de toneladas de azúcar en el período.25 La
fórmula para mantener constante la relación de términos
de intercambio sufrió así un importante ajuste en ese
momento, pues se estableció un precio fijo.26 Asimismo,
los de las importaciones soviéticas en el quinquenio se
fijaron al nivel de los de 1985. Ello llevó a un deterioro de
dicha relación, e incidió —junto a los incumplimientos de
las exportaciones cubanas previstas— en el crecimiento
del desbalance comercial en el quinquenio, hasta 8 471,3
millones de pesos. Por otro lado, muchos suministros
no se incrementaron, sino que se mantuvieron como
en 1985. Las entregas de petróleo de la URSS, fijadas en
torno a 13,3 millones de toneladas por año, hasta 1989,
bajaron a 10,2 en 1990 y a 8,1 en 1991, y llegaron solo
a 1,8 millones de toneladas en 1992.27 No obstante, se
mantuvo la reexportación del combustible ahorrado, que
alcanzó 8,7 millones de toneladas, con un valor de 746,9
millones de dólares.
En síntesis, entre 1959 y 1989, el intercambio comercial
entre ambos países representó 63% del comercio exterior
cubano. Durante treinta años se generó un desbalance
comercial de 16 614 millones de pesos, cubierto por
créditos otorgados en condiciones ventajosas.28 Las
exportaciones cubanas a la URSS crecieron a un ritmo
anual de 12,6% entre 1960 y 1989, en tanto que las
importaciones aumentaron 15,7% a precios corrientes.
La relación de términos de intercambio muestra
un saldo favorable para Cuba con un ingreso superior
en 50% a lo que se hubiera logrado comerciando a los
precios del mercado mundial.29 Por otro lado, a partir de
la evidencia existente, esta relación sufrió un deterioro
con posterioridad a 1980 comparado con la fórmula de
precios de 1976, que puede ubicarse en alrededor de
21% entre 1980 y 1990.30 Al respecto un alto funcionario
soviético declaró que Cuba había pagado precios por
encima del mercado mundial, en los casos del petróleo
y la maquinaria, equivalentes a 1 900 millones de rublos
anuales entre 1986 y 1990, en tanto que los pagados por
el azúcar cubano se mantenían fijos.31 A pesar de los
deterioros estimados en la última etapa, Cuba se benefició
grandemente del intercambio con la URSS si se tienen
en cuenta los precios que regían en el mercado mundial
a lo largo de los treinta años analizados.
En términos de composición mercantil, las
exportaciones cubanas no sufrieron cambios sustanciales
en esos años, en lo fundamental por el azúcar y el níquel.
hizo posible a nuestro país no tener que escoger entre la
importación de bienes de consumo y materias primas por
una parte, y de la otra la importación de equipos para la
agricultura, el transporte y la construcción destinados a
diversas actividades del desarrollo económico.20
Los precios del azúcar también se elevarían en años
posteriores, hasta 19,64 centavos la libra en 1974 y
26,36 en 1975, acordes con las tendencias del mercado.
Asimismo, el níquel se pagó entre 5 939 y 5 948 dólares
la tonelada en ese período.
A partir de 1975 se empezó a firmar acuerdos de
coordinación de planes quinquenales, en los cuales se
establecía el intercambio comercial, por años, de los
rubros más importantes. Esto se reflejaba en un convenio
comercial y con posterioridad se firmaban protocolos
anuales, sobre la base del rublo transferible como moneda
convenio.21
En el quinquenio 1976-1980 se estableció una
fórmula de indización entre los precios de las principales
exportaciones cubanas y los de las soviéticas, con
el objetivo de mantener fija la relación de términos
de intercambio alcanzada entonces, lo que situaba
a Cuba en una situación favorable y justa, frente al
intercambio desigual imperante en el resto del mundo
subdesarrollado.22
Los precios acordados en febrero de 1976 para las
importaciones soviéticas tuvieron en cuenta el promedio
de los tres años anteriores.23 Los del azúcar partieron
del nivel de 30,49 centavos la libra y alcanzaron, en
1980, 47,39 centavos. Adicionalmente, la URSS compró
3,1 millones de toneladas que se pagaron en moneda
convertible.24
En el período 1977-1980 se alcanzaron acuerdos para
rexportar el petróleo soviético que Cuba fuera capaz de
ahorrar, lo que representó una importante fuente de
ingresos en divisas convertibles para el país.
Para el quinquenio 1981-1985 se revisó el precio base
del azúcar, que pasó de 47,39 a 35,10 centavos la libra,
como consecuencia de un ajuste en la fórmula de la
relación de términos de intercambio que había brindado
ganancias adicionales a la parte cubana por encima de
lo pactado en febrero de 1976. Se convino, además,
incrementar los precios del níquel y de los cítricos, así
como mantener la reexportación de petróleo, que alcanzó
10,2 millones de toneladas en el período. Durante ese
lapso, Cuba acumuló un desbalance comercial de 3 462,2
116
Cuba, su economía y la Unión Soviética
adeudos siempre fue una preocupación permanente.
Ya en diciembre de 1972 se acordó la prórroga de la
amortización para el pago de los créditos suscritos hasta
esa fecha, y en 1984 hubo una nueva posposición.38 Hay
autores que consideran que los precios preferenciales
de la URSS hacia Cuba como una suerte de subsidio.39
Sin embargo, olvidan que este sistema se adoptó con el
objetivo de mantener una favorable relación comercial
con Cuba y evitar el deterioro de los ingresos por esa
vía —como ocurría con el intercambio Norte-Sur—,
a partir de las condiciones en que se creaba el valor
en un país subdesarrollado; pero eso no lo convertía
en una fuente de financiamiento concedida de manera
gratuita —fórmula típica de un subsidio—, ya que solo
se reconocía justamente el valor creado por la economía
cubana y no se producía una transferencia de recursos
a los que se pudiera dar un uso alternativo, como una
donación.40 Esta interpretación colocaría a Cuba en un
plano de dependencia similar a países incapacitados de
valerse por sí mismos.
La asistencia financiera proveniente de la URSS
generó, como es lógico, un nivel de deuda —tema que ha
sido objeto de muchos debates a partir de la desaparición
de la URSS. Con cifras no confirmadas oficialmente por
Cuba, fuentes soviéticas informaron que la deuda cubana
hasta noviembre de 1989 ascendía a 15 490,6 millones
de rublos o 17 212 millones de pesos. Posteriormente,
otra fuente soviética expresó que había alcanzado 16 400
millones de rublos o 18 222 millones de pesos al cierre
de 1990.41
El pago de la deuda —valorada entonces por Rusia
en 20 848 millones de rublos transferibles o 23 141,3
millones de pesos— fue en efecto reclamado a Cuba
por el nuevo gobierno ruso, de forma inmediata tras la
desaparición de la URSS, por lo que, en noviembre de
1992, se creó una comisión intergubernamental para
examinar el tema, la cual se reunió varias veces entre
1994 y 1998.42
Al analizar el origen de la deuda debe tomarse en
cuenta que solo entre 1980 y 1990 se produjo un deterioro
para Cuba en su relación de términos de intercambio con
la URSS de alrededor de 21%. Si esos cálculos resultaran
correctos, casi 50% de la deuda con la URSS tendría
que atribuirse a ese deterioro; fenómeno que contradice
el acuerdo firmado —y nunca revocado— por ambos
países en febrero de 1976, precisamente para evitarlo.
Por otro lado, al pasar la Unión Soviética a efectuar
sus operaciones en moneda libremente convertible,
y sujetarse a una economía de mercado, tendría que
reconsiderarse el monto real de la deuda, tomando en
cuenta el valor real del rublo soviético en el mercado
financiero internacional.43
Los perjuicios sufridos por Cuba con la desaparición
abrupta y sin compensación de todos los lazos
En los 80 comenzaron a exportarse partes y piezas de
computadoras y aumentó el peso de los cítricos. También
la reexportación del petróleo soviético ahorrado por
Cuba desde 1977 hasta 1989, le reportó ingresos en
divisas estimados en 3 000 millones de pesos.
Un análisis de las relaciones comerciales entre Cuba
y la URSS sería unilateral si se ignorasen los beneficios
que estas les reportaron también a los soviéticos. En
primer lugar, Cuba suministraba 30% del azúcar que
consumía la URSS, a precios inferiores a los costos de
producción de la de remolacha en ese país.32 En segundo
lugar, el suministro cubano de cítricos cubría 40% de
la demanda soviética, en tanto que el níquel llegaba a
20% y, en ambos casos, en otros mercados tendrían
que importarlos en moneda libremente convertible
(cítricos), o sus costos de producción internos los hacían
prohibitivos (níquel), con el consecuente incremento de
gastos para la parte soviética.33 Por último, a finales de
los 80 Cuba comenzó a exportar a la URSS productos
de la industria electrónica y se avanzó para hacerlo con
la biotecnológica, lo cual liberó recursos en divisas que
hubiera tenido que desembolsar la URSS.34
En general, se ha estimado que, a finales de la década
de los 80, el costo de oportunidad de las mercancías
cubanas exportadas a la URSS se ubicaba entre 2 000
y 2 500 millones de dólares por año. Esto significa
básicamente que para la obtención de azúcar crudo,
níquel y cítricos —las tres mercancías más importantes
que Cuba intercambiaba con la URSS—, los soviéticos
hubieran tenido que pagar esas cifras si hubieran
comprado dichos productos a los precios vigentes en el
mercado mundial.
III
A la par con las comerciales, se desarrollaron las
relaciones financieras entre la Unión Soviética y Cuba:
los créditos comerciales financiaron alrededor de 22%
de las importaciones provenientes de la URSS y se
caracterizaron por el pago aplazado de 100% de su
importe, la tasa de interés que no superaba 4,5% anual, los
plazos de amortización de doce años, y modalidades de
pago mediante el suministro de mercancías cubanas.35
Por otra parte, desempeñaron un papel significativo
los créditos para el desarrollo, por unos 6 611 millones
de pesos hasta 1990.36 Con ellos se obtuvo el pago
aplazado de 100% de su importe, tasas de interés de
2% anual, plazos de amortización de veinticinco años
y también modalidades de pago mediante el suministro
de mercancías.37
Aun cuando en el ámbito financiero las condiciones
ventajosas ofrecidas por la URSS resultaron muy
favorables, para el gobierno cubano el pago de los
117
José Luis Rodríguez
En el complejo escenario de enfrentamiento con el imperialismo
norteamericano, un factor de notable importancia que
permitió a Cuba sobrevivir y emprender el largo camino de las
transformaciones socialistas fue la colaboración económica,
financiera y tecnológica recibida de la URSS y de otros países
socialistas.
económicos con la URSS ha sido objeto de justo reclamo
por el gobierno cubano. De tal forma, Cuba presentó a
Rusia en 1998 una reclamación por los daños sufridos
entre 1991 y 1995, los cuales se elevaron a 36 363 millones
de rublos transferibles o 40 363 millones de pesos
cubanos.44 Sobre este tema nunca se llegó a un acuerdo
y actualmente esta deuda sigue registrada por Rusia en el
Club de París, lo que Cuba considera inaceptable.45
La colaboración económica se dirigió sobre todo a
apoyar el desarrollo industrial del país. En efecto, las cifras
disponibles muestran una concentración en esta esfera
entre 75 y 80%. También desempeñó un significativo
papel en la calificación y preparación de cuadros
cubanos. De los centros docentes creados en Cuba con
asistencia soviética, entre 1960 y 1987, egresaron más
de 240 000 especialistas, además de brindar instrucción
a 15% de los alumnos del sistema de enseñanza técnicoprofesional. En ese mismo período se formaron en
la URSS cerca de dieciocho mil obreros calificados y
especialistas cubanos y aún en 1990 trabajaban en Cuba
tres mil técnicos soviéticos.46 El documento que reflejó
cabalmente el papel de la asistencia prestada por la Unión
Soviética al desarrollo de la Isla fue el «Programa a largo
plazo de desarrollo de la colaboración económica y
científico-técnica entre la República de Cuba y la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta el año 2000»,
firmado en octubre de 1984.
soviético de cumplir los compromisos asumidos con
Cuba, lo cual contribuyó a evitar en buena medida la
afectación de estas relaciones.48
La reorganización del sector externo soviético otorgó
el derecho a todas las organizaciones económicas para
acceder libremente al mercado internacional, a partir de
abril de 1989,49 lo que elevó el nivel de complejidad
de los procesos de contratación centralmente planificados
que mantenía Cuba. Sin embargo, la modificación de
mayor trascendencia en la política económica exterior
de la URSS se produjo en el verano de 1990, cuando se
decidió que, a partir de enero del siguiente año, todas
las transacciones comerciales con los países miembros
del CAME se realizarían sobre la base de los precios del
mercado mundial y en moneda convertible. Por la
gravedad de esta decisión, el Comandante Fidel Castro
envió el 22 de agosto de 1990 una extensa carta a Mijail
Gorbachov, donde exponía los criterios de Cuba sobre
esta medida y las graves consecuencias que tendría para
la economía cubana.
Las negociaciones para el intercambio comercial de
1990 fueron especialmente complicadas, y se extendieron
hasta abril de ese año. Ya el 29 de agosto Cuba se vio
obligada a adoptar una serie de medidas de emergencia
ante la perspectiva de una situación aún más grave en los
abastecimientos soviéticos: había comenzado el Período
especial.50
El intercambio comercial para 1991 se pactó en
diciembre de 1990, con la introducción de importantes
cambios que reflejaban la intención soviética de ir a un
proceso de transición en las relaciones económicas entre
ambos países basadas en el principio de los beneficios
mutuos, en relación con los precios del mercado mundial,
y con pagos en dólares. El precio del azúcar se redujo
a 0,25 centavos la libra, en tanto que se mantenía un
contrato para suministrar diez millones de toneladas
de petróleo por su equivalente en azúcar y se preveían
créditos para el pago de los saldos deficitarios pendientes
a fin de año, los que debían reducirse gradualmente en
el futuro.
Por consiguiente, las entregas de mercancías por
parte de la URSS empeoraron drásticamente en el primer
semestre de 1991 y cayeron a niveles críticos en la segunda
mitad del año, sobre todo por el vacío de poder que
IV
Los cambios que se produjeron en la política
económica soviética después de 1985 tuvieron una
repercusión primero indirecta y después directa en
las relaciones con Cuba. Las repercusiones indirectas
vinieron dadas ante todo, por los resultados de las
propias reformas al interior de la URSS. Cuba se vio
crecientemente afectada por este fenómeno sobre
todo a partir de 1987, cuando en la economía soviética
empezaron a reducirse de manera drástica producciones
estratégicas con sus correspondientes efectos sobre el
comercio exterior.47 No obstante, como ya se expresó,
existió siempre la voluntad política por parte del gobierno
118
Cuba, su economía y la Unión Soviética
Dimitri Medvedev visitó la Isla y en enero de 2009 viajó
a Rusia el presidente cubano Raúl Castro, ocasión en
la que se firmó un memorándum «Sobre los principios
de la colaboración estratégica entre Cuba y Rusia», y se
rubricaron otros treinta y cuatro documentos en distintas
esferas de la colaboración.
sobrevino en el gobierno soviético después del intento
de golpe de Estado de agosto de 1991.51 Los conflictos
de orden político se acrecentaron a partir de entonces
con la retirada unilateral de las tropas soviéticas de Cuba
en septiembre de ese año.52 El intercambio comercial
total en 1991 solo llegó a 4 521,5 millones de pesos, 48%
inferior al del año precedente, y con la desaparición de
la URSS, el 25 de diciembre de 1991, se redujo a niveles
mínimos.
VI
Las relaciones económicas con la URSS representaron
para Cuba un elemento esencial en su desarrollo, si
bien nunca se concibieron como únicas o excluyentes
de otros vínculos con diversos países del mundo. Las
complejas circunstancias en que nuestro país debió
desempeñarse durante las tres primeras décadas de la
Revolución, impusieron la necesidad de fortalecer los
vínculos económicos con los soviéticos frente al férreo
bloqueo económico de los Estados Unidos y la hostilidad
del mundo capitalista.
Sin embargo, la copia, en múltiples ocasiones acrítica,
del modelo soviético de los años 60, introdujo problemas
—típicos de su agotamiento desde entonces— y propició
altos niveles de consumo material; ineficiencia del
proceso inversionista; expansión del burocratismo; una
limitada concepción de la industrialización del país; baja
eficiencia económica y, en general, una visión sesgada de
la construcción del socialismo.
No obstante, la búsqueda de una solución a estos
problemas de acuerdo con nuestras propias características
y concepciones, siempre prevaleció. A diferencia de las
soluciones que, por la vía de la expansión del mercado,
se buscaban en la política económica que caracterizó
la perestroika y la glasnost en la URSS, en Cuba se trató
de encontrar un balance que permitiera combinar los
métodos de movilización política, consustanciales al
socialismo, y la necesaria racionalidad económica en
la combinación entre el empleo de la planificación y el
mercado.
La resultante de este proceso si bien no produjo
soluciones definitivas a los problemas económicos del
país, y estuvo signada por nuestras propias insuficiencias,
permitió enfrentar de manera satisfactoria las difíciles
condiciones que sobrevendrían, con el Período especial,
a partir de 1990.
Es preciso tomar en cuenta los resultados de la
colaboración económica entre la URSS y Cuba entre 1960
y 1990, reflejados en la proporción de las producciones
obtenidas mediante ella en una serie de renglones.
Estas proporciones fueron de 100% para laminados,
combinadas cañeras, televisores y radios; en acero,
95%; 80% en fertilizantes nitrogenados; y 60% en la
producción de estructuras metálicas y en la de hilados
y tejidos. En síntesis, las empresas desarrolladas con la
V
En el nuevo contexto, la Federación Rusa se hizo
cargo de dar continuidad a los vínculos económicos
externos de la Unión Soviética, tanto en lo relativo a sus
propios adeudos, que al cierre de 1991 se calculaban en
67 200 millones de dólares, como en lo referido a la deuda
de distintos países con el anterior Estado, estimada en
unos 95 000 millones de dólares,53 por lo que de forma
inmediata se iniciaron las gestiones para reclamar el pago
de esa cifra.
Este último elemento pasó a ser un componente
esencial en la formulación rusa de las perspectivas
económicas con Cuba, a lo que se sumaron las
características de la transición al capitalismo en Rusia,
donde se aplicó una terapia de choque del más estricto
corte neoliberal.
Bajo estas circunstancias, el gobierno de Boris Yeltsin
(1991-1999) desarrolló una política que provocó la
reducción en 94% del intercambio comercial entre Cuba
y Rusia en esos años y aun cuando se firmaron diversos
acuerdos, en 1992, 1993 y 1996, para tratar de reanimar las
relaciones económicas y culturales, estas se mantuvieron
a un nivel muy bajo. A pesar de ello, se mantuvo un saldo
comercial positivo para la parte cubana.
A partir del acceso a la presidencia de Vladimir Putin
en 2000 y su visita a Cuba en ese año, las relaciones con
Rusia mejoraron gradualmente. Con la visita se despejó
un grupo de temas pendientes desde 1991 y Cuba
identificó las esferas de negocio con posibilidades para
Rusia en las nuevas condiciones.54
Durante los últimos años ha habido un progresivo
incremento de los vínculos económicos entre los dos
países, aun cuando el intercambio comercial se redujo
de 520 millones de dólares anuales a 310 millones como
promedio, entre 1992 y 1999.55 El saldo de la balanza
comercial fue favorable para Cuba hasta 2004 y se ha
mantenido deficitario desde 2005.
En septiembre de 2006 se firmó un crédito comercial
por 350 millones de dólares para el suministro de
mercancías y servicios a Cuba, a pagar en diez años, con
muy bajo interés, y se ajustaron los pagos pendientes de
la deuda.56 En noviembre de 2008, el presidente ruso
119
José Luis Rodríguez
cooperación de la URSS creaban 15% de la producción
industrial bruta del país a finales de la década de los
80, y Cuba obtenía alrededor de 98% del combustible
que consumía, además de un volumen sustancial de
alimentos básicos para la población y el financiamiento
indispensable para emprender su desarrollo.57
En conclusión, estas relaciones económicas y
financieras favorecieron el crecimiento del PIB cubano en
los primeros treinta años de Revolución, sin el que Cuba
no hubiera podido enfrentar las enormes dificultades del
Período especial.
Las relaciones económicas entre Cuba y la URSS
fueron modelo entre un país desarrollado y otro en vías
de desarrollo, y desempeñaron un papel fundamental
en la consecución exitosa del programa de desarrollo
alcanzado por Cuba, al tiempo que beneficiaron —en
alguna medida— a la economía soviética.
Al desaparecer abruptamente estos vínculos, Cuba
sufrió la más terrible crisis económica de su historia
revolucionaria, pero continúa hoy empeñada en actualizar
su modelo socialista. Por el contrario, en lo que fue la
patria de Lenin se frustraron las esperanzas de un mundo
mejor y es hoy una triste evidencia del capitalismo
neoliberal.
10. José A. Aguilar y Marcelo Fernández Font, comps., El bloqueo
económico a Cuba por los Estados Unidos, INIE, La Habana, 1992; Carlos
Batista, El bloqueo y las compensaciones en las relaciones entre Cuba y Estados
Unidos, CESEU, 1989; Morris Morley, Imperial State and Revolution,
Cambridge University Press, Nueva York, 1987.
11. Según datos del Informe Económico del Banco Nacional de Cuba,
editado anualmente desde 1982 hasta 1990 y desde 1995 hasta
2004.
12. Véase Germán Amado-Blanco, «Tres décadas de comercio
Cuba-URSS (1960-1990)», Revista Cuba. Comercio Exterior, n. 3, La
Habana, 2006.
13. Ya en 1963, la URSS comenzó a pagar el azúcar a 6 centavos
la libra.
14. El nivel de preferencialidad en centavos por libra de azúcar
fue de 1,34 en 1961, y 1,26 en 1962. Solo en 1963 los precios del
mercado mundial superaron los pagados por la URSS.
15. Germán Amado-Blanco, ob. cit.
16. En estos años la tasa de cambio era de un peso igual a un
dólar.
17. José Luis Rodríguez, Estrategia de desarrollo económico en Cuba,
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990.
18. El rublo transferible como moneda de cuenta en las relaciones
financieras mantenía tasas de cambio estables en relación con las
monedas nacionales, a diferencia de lo que ocurría con las restantes
divisas en el mercado internacional.
19. Estas condiciones les fueron otorgadas a Mongolia, Cuba y
Viet Nam.
Notas
20. Carlos Rafael Rodríguez, «La colaboración de la URSS al
desarrollo económico de Cuba», El Militante Comunista, La Habana,
noviembre de 1977, pp. 6-7.
1. Una primera versión del presente trabajo fue publicada en
el Boletín de Información sobre Economía Cubana del CIEM («Las
relaciones económicas entre Cuba y la antigua URSS: 1990-1992»,
n. 7, La Habana, julio de 1992). Otra, más amplia, se publicó con
el título «Las relaciones económicas entre Cuba y la antigua URSS:
evaluaciones y perspectivas» (Cuadernos del Este, n. 6, Madrid, 1992).
La versión actual se enriqueció, amplió y actualizó.
21. La tasa de cambio del rublo transferible era equivalente a 1,11
dólares o pesos cubanos de entonces.
22. Esta fórmula se estableció a propuesta de Cuba. Véase Fidel
Castro, «Discurso pronunciado en la inauguración del IV Congreso
del Partido Comunista de Cuba», IV Congreso del Partido Comunista de
Cuba. Discursos y documentos, Editora Política, La Habana, 1992.
2. El crecimiento está calculado sobre la base de datos del PIB
estimados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE). Véase
Anuario Estadístico de Cuba 1998, ONE, La Habana, 1998.
23. Posteriormente, para cada año, se tomaría como base el precio
promedio de los cinco precedentes.
3. Los esfuerzos realizados en el proceso de rectificación de errores y
tendencias negativas emprendido a partir de 1986 se encaminaban en
esa dirección, aunque no lograrían culminarse por el advenimiento
del Período especial.
24. Germán Amado-Blanco, ob. cit.
4. Andrew Zimbalist y Claes Brundenius, The Cuban Economy, The
Johns Hopkins University Press, Baltimore y Londres, 1989.
25. Esta cifra no se logró, pero Cuba adquirió azúcar en el mercado
mundial para cumplir las entregas con la URSS, que a su vez
garantizó financieramente estas operaciones.
5. Miguel Figueras, Aspectos estructurales de la economía cubana, Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 1994.
26. Los precios del níquel también se modificaron y fueron objeto
de largas discusiones. Véase Germán Amado-Blanco, ob. cit.
6. Anuario Estadístico de Cuba. 1989, ONE, La Habana, 1989.
27. CEPAL, La economía cubana. Reformas estructurales y desempeño en
los noventa, CEPAL-ASDI-Fondo de Cultura Económica, México,
DF, 2000.
7. Miguel Figueras, Análisis de las políticas de industrialización en Cuba en
el período revolucionario y proyecciones futuras, Centro de Investigaciones
de la Economía Internacional, La Habana, 1990.
28. Una nueva posposición de pagos se renegociaría para los
desembolsos que debían iniciarse en 1986, de acuerdo a la
renegociación de 1972.
8. Véase Resumen Mensual, IPS, La Habana, junio de 1999, disponible
en www.cubaalamano.net.
29. Se refiere a todos los países socialistas, aunque la URSS es
determinante en estos resultados. Véase Elena Álvarez, Algunos
efectos en la economía cubana de los cambios en la economía internacional,
INIE, La Habana, 1991.
9. Véase José Luis Rodríguez, «Economic Relations between Western
Europe and Cuba since 1959», en Alistair Hennessy y George
Lambie, eds., The Fractured Blockade, MacMillan, Londres, 1993.
120
Cuba, su economía y la Unión Soviética
30. Datos obtenidos —por el autor— de diversos especialistas
cubanos. Otros autores, sobre todo norteamericanos, tienden a
sobrevalorar el deterioro de la relación de intercambio en los años 80.
Véase Andrew Zimbalist y Claes Brundenius, ob. cit.
cotizaba a 100 por dólar, con lo que el valor de la deuda cubana
en esos momentos en el mercado secundario pudiera estimarse en
164 millones de dólares. En 1997, la cotización alcanzaba 5 785
rublos por dólar; en consecuencia, se redujo mucho más el valor
de mercado de los adeudos.
31. V. Venediktov, «Azúcar, naranjas y una cucharada de hiel»,
Bohemia, n. 27, La Habana, 6 de julio de 1990. De ser correctos
estos cálculos, Cuba habría pagado 9 500 millones de rublos en
exceso, entre 1986 y 1990, solo por estas mercancías. No obstante,
esta información debe tomarse con reservas.
44. Cálculo a la tasa de cambio de 1,11 pesos por rublo transferible
vigente cuando desapareció la URSS. Véase «El párrafo infame»,
ob. cit.
45. Esa deuda se reclama en dólares a pesar de que se contrajo en
rublos transferibles. Aun considerándola en rublos soviéticos, el
gobierno ruso nunca tuvo en cuenta la devaluación de esta moneda
frente al dólar. En mayo de 2010, el Club de París informó que la
deuda cubana era de 30 410 millones de dólares, buena parte de los
cuales incluye esta deuda espúrea.
32. El costo promedio de la producción azucarera soviética entre
1979 y 1987 fue de 43 centavos la libra, mientras que la URSS pagó
a Cuba, en igual período, 41,92 centavos como promedio, según
cálculos realizados por la firma Landell Mills Commodities Studies
y citados en «Información quincenal sobre Cuba», IPS Economic
Press Service, n. 24, 31 de diciembre de 1990. Véase también G.
B. Hagelberg, «The Sugar Side of Perestroika», International Sugar
and Sweetener Report, v. 122, n. 6, Ratzeburg, Alemania, 8 de febrero
de 1990.
46. Y. Riabov, «URSS-Cuba: colaboración exitosa», Comercio Exterior,
n. 1, Moscú, 1984; P. Kormilitsin, «Ejemplo de colaboración
fraternal», América Latina, n. 1, Moscú, 1984.
47. La producción petrolera pasó de 624 millones de toneladas en
1988 a 570 en 1990, para un descenso de 8,7% en solo dos años.
Las entregas a Cuba de petróleo y derivados se afectaron en 243 000
toneladas en 1989 y llegaron a 3,3 millones de toneladas en 1990.
Germán Amado-Blanco, ob. cit.
33. S. Tarasenko, «Azúcar amargo», Novedades de Moscú, n. 49, Moscú,
diciembre de 1989.
34. Se estima que las exportaciones cubanas de este tipo de
productos alcanzaron los trescientos millones de pesos entre 1989
y 1990.
48. Véase Fidel Castro, «Discurso pronunciado en el acto central
por el XXXVII aniversario del asalto al cuartel Moncada», Granma,
La Habana, 28 de julio de 1990.
35. Informe Económico, Banco Nacional de Cuba, La Habana, agosto
de 1982.
36. Según datos de Carmelo Mesa-Lago, estos créditos llegaron a
8 631 millones de dólares (véase «The Economic Effect on Cuba
of the Downfall of Socialism in the USSR and Eastern Europe»,
en Carmelo Mesa-Lago, ed., Cuba After the Cold War, Pittsburgh
University Press, Pittsburgh, 1993). Sin embargo, otra fuente
informaba, en 1999, que estos créditos llegaban a 5 900 millones
de pesos. Véase Resumen Mensual, IPS, ob. cit.
49. La puesta en práctica de esta política coincidió con la visita a Cuba
de Mijail Gorbachov, pero en las conversaciones no parece haberse
abordado este tema. Véase Germán Amado-Blanco, ob. cit.
50. Véase «Información a la población», Granma, La Habana, 29 de
agosto y 26 de septiembre de 1990; e «Información a la población
sobre medidas adicionales con motivo a la escasez de combustible
y otras importaciones», Granma, La Habana, 20 de diciembre de
1991.
37. A. D. Bekarevich y N. M. Kujarev, La Unión Soviética y Cuba:
colaboración económica, Editorial Nauka, Moscú, 1990. Estas
condiciones sufrieron algunos cambios posteriormente, pero no
se alteró su esencia.
51. Fidel Castro, «Discurso pronunciado en la inauguración del IV
Congreso...», ob. cit.
52. Véase el editorial «Cuba no aceptará jamás ser entregada ni
vendida a Estados Unidos», Granma, La Habana, 14 de septiembre
de 1991.
38. Informe Económico, Banco Nacional de Cuba, La Habana, febrero
de 1985.
39. Este sistema de precios inyectó al país 39 390 millones de dólares
de 1960 a 1990. Véase Carmelo Mesa-Lago y Fernando Gil, «Soviet
Economic Relations with Cuba», Working Papers in International Studies,
n. 5, Minnesota, 1987; Carmelo Mesa-Lago, «The Economic Effect
on Cuba...», ob. cit.; Jorge Pérez-López, «El sector externo de la
economía socialista cubana», en Mauricio de Miranda, ed., Cuba.
Reestructuración económica y globalización, Centro Editorial Javeriano,
Bogotá, 2003.
53. Alicia Girón y Svetlana Penkina, «La deuda externa de Rusia en
su transformación en una economía de mercado», Comercio Exterior
de México, v. 44, n. 7, México, DF, 1994.
54. Un elemento favorable fue la concesión por Putin de un crédito de
50 millones de dólares a Cuba. Véase «El párrafo infame», ob. cit.
55. Datos basados en los Anuarios estadísticos, de la ONE, entre
1996 y 2009.
40. Para conocer otra forma de valorar el nivel de preferencialidad
otorgado por la URSS a Cuba, véase Andrew Zimbalist y Claes
Brundenius, ob. cit.
56. Se trata de adeudos contraídos con Rusia a partir de 1992 por
166 millones de dólares y no se refieren a la deuda con la URSS.
57. Y. Riabov, ob. cit.; Piotr Kormilitsin, ob. cit.; Víctor Álvarez,
«Colaboración soviética. Influencia en el desarrollo industrial
cubano», Colaboración Económica Internacional, n. 1, Moscú, 1989.
41. Datos provenientes del periódico Izvestia, Moscú, 2 de marzo
de 1990, y Juan O. Tamayo, «Soviets See Drastic Cuts in Cuba Aid»,
The Miami Herald, Miami, 26 de septiembre de 1991.
42. «El párrafo infame» (Editorial), Granma Internacional, La Habana,
27 de octubre de 2001, disponible en www.cuba.cu/gobierno/
documentos/2001/esp/e271001e.html.
43. Al asumir el cobro de los adeudos a la antigua URSS, Rusia
pasó a nominarlos en rublos en lugar del rublo transferible que
desapareció también en 1991. La tasa de cambio del rublo sufrió
una enorme devaluación en los años 90. Ya en febrero de 1992 se
©
121
, 2011
no. 68: 122-128, octubre-diciembre de 2011.
Amós López Rubio
Protestantismo cubano
desde lo ecuménico histórico.
Años 90
Amós López Rubio
Teólogo.
Por otra parte, considero que este quehacer
teológico carece de originalidad, no busca el diálogo
con otros saberes humanos y con el contexto vital;
no es autocrítico —que se fragua en medio de los
desafíos cotidianos—; más bien constituye un discurso
importado, literalista en su abordaje del texto sagrado,
altamente proselitista y abocado a la afirmación de un
fundamentalismo moral y religioso. En este sentido, es
un enfoque poco relevante y pertinente.
En cambio, mucho más interesantes resultan las
líneas de reflexión teológica que se darán en el seno del
movimiento ecuménico protestante, las cuales reflejan
una preocupación por establecer un diálogo con la
realidad que se vive, al tiempo que intenta orientar
la misión de la iglesia en aquel contexto y de una manera
más creativa.
Por razones de tiempo y espacio, no es posible hacer
un recuento de las causas que lanzaron a Cuba a la dura
experiencia del Período especial, ni tampoco analizar
las principales transformaciones que ello produjo en
el proyecto revolucionario y la vida en general del
país. En cambio, es importante no olvidar que una de
las consecuencias de tal período fue una reanimación
La teología mejor es la que desentraña los
textos como opciones vivenciales, y hace de sus
creadores y seguidores los mejores ciudadanos.
Rafael Cepeda
R
ecordar e intentar sistematizar las características
del quehacer teológico de los años 90 del pasado
siglo en el protestantismo cubano es una manera de
exponer las formas en las cuales esta reflexión teológica
buscó respuestas, desde la fe y la práctica cristianas,
a la realidad nacional. Las ideas que se compartirán
tienen un denominador común: el quehacer teológico
protestante en Cuba, en el período señalado, está
estrechamente relacionado con la crisis socioeconómica,
ética y cultural que vivimos los cubanos.
Se trata de una mirada que analiza fundamentalmente
la reflexión teológica que se va a generar desde personas,
iglesias e instituciones vinculadas de manera activa e histórica
al movimiento ecuménico cubano.1 Analizar las tendencias
teológicas de otros sectores dentro del protestantismo
cubano en el período —que conforman un segmento
numéricamente mayoritario de las iglesias evangélicas
nacionales— requeriría una investigación propia.2
122
Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90
sin precedentes de la vida religiosa, la que se ve
potenciada en los períodos de crisis de tres maneras:
como búsqueda inmediata de soluciones a problemas
que se agudizan en la cotidianidad; como referente de
valores éticos en un contexto de resquebrajamiento
moral, y como atrincheramiento existencial y espiritual,
reforzamiento de la confianza y el sentido de la vida en
una situación cambiante, amenazante e incierta. Ello,
en el caso de las iglesias cubanas, aceleró el crecimiento
de sus membresías, lo cual alcanzó su clímax en 1995
y permitió declarar, a finales de la década, a 3% de la
población cubana como protestante.3
En tal escenario nacional, el quehacer teológico
protestante va a mostrar algunas tendencias. Primero,
la necesidad de poner en diálogo la fe evangélica con lo
más representativo del pensamiento histórico cubano,
al establecer puntos en común entre las enseñanzas del
Evangelio y los postulados de las figuras más decisivas
en la conformación y desarrollo de la nacionalidad y la
identidad cultural cubanas.
varios proyectos de capacitación teológica, bíblica y
pastoral. Estos son promovidos, por un lado, a través
de organizaciones no gubernamentales de reciente
formación y, por el otro, por instituciones ya existentes.
En el primer grupo podemos mencionar al Centro
Memorial Dr. Martin Luther King, Jr., en La Habana; el
Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, en Cárdenas,
y el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación
B. G. Lavastida, en Santiago de Cuba. En el segundo
caso figuran el Seminario Evangélico de Teología de
Matanzas (SET) y el Centro de Estudios del Consejo
de Iglesias de Cuba.
El Centro Martin Luther King comienza a
implementar, en 1993, el Curso de Educación
Pastoral (CEPA), un programa de formación pastoral
—descentralizado del Seminario Bíblico Latinoamericano
de San José, Costa Rica— que adapta sus contenidos
y metodología a la realidad nacional. Alejandro Dausá,
sacerdote y teólogo de origen argentino, quien trabajara
en la coordinación de estos cursos a nivel nacional,
destaca tres aspectos metodológicos en la modalidad
del CEPA que contribuyeron a la experiencia de los
estudios teológicos y de la creación teológica misma: la
elaboración comunitaria del saber, la importancia de
la pregunta y la práctica socioeclesial como permanente
punto de partida.
La elaboración comunitaria del saber presupone que
todas las personas son portadoras de saberes y vivencias
que inciden en la lectura teológica de la realidad. Es una
alternativa a la educación teológica clásica, donde el
profesor es quien trasmite el conocimiento y se adueña,
de manera exclusiva, de la posibilidad de comprender
el mundo y transformarlo. En relación con la pregunta
como herramienta para el análisis y la elaboración de
un conocimiento teológico nuevo, hay que aclarar que
no se trata de la pregunta escolástica
Nos proponemos actualizar la memoria de los hombres
y mujeres cristianas que, a partir de su fe y siendo
consecuentes con ella, han quedado en nuestra historia
como ejemplos de dignidad y de patriotismo […]
Ellos pueden servirles de modelo a nuestros jóvenes.
Empezando con el Padre de las Casas, el Padre Varela, Ana
Betancourt, Pedro Duarte, Alberto Díaz, Evaristo Collazo
y continuando con Blanca P. Ojeda, José A. Echevarría,
Frank País, Oscar Lucero, Esteban Hernández, el Padre
Sardiñas y tantos otros.4
Esta dimensión del quehacer teológico sintonizaba con
la proyección política del momento que reorientaba
el proyecto revolucionario con un nuevo examen del
pensamiento más creativo, liberador y patriótico
del siglo xix cubano.5
El encuentro de un numeroso grupo de líderes de las
iglesias evangélicas y el movimiento ecuménico cubano
con el presidente Fidel Castro Ruz, en abril de 1990; los
cuatro documentos históricos producidos y publicados
por el Consejo Ecuménico de Cuba;6 la celebración
del Encuentro Continental de Acompañamiento
Pastoral y Solidario con el pueblo y las iglesias de
Cuba; la publicación de los libros José Martí: perspectivas
éticas de la fe cristiana, del pastor presbiteriano Rafael
Cepeda Clemente,7 y Religión: poesía del mundo venidero,
del Dr. Reinerio Arce Valentín, 8 en 1991 y 1996
respectivamente, así como la declaración del carácter
laico del Estado cubano en el IV Congreso del Partido
Comunista de Cuba, fueron acontecimientos que, a mi
juicio, propulsaron estas preocupaciones en la reflexión
teológica del período.9
Segundo, el quehacer teológico experimenta en
estos años una importante diversificación y, por
ende, una notable riqueza de miradas, inquietudes y
reflexiones, como resultado de la puesta en marcha de
cuyo presupuesto es una respuesta clara y cerrada, y que
por lo tanto se convierte en mecanismo convencional
para memorizar datos […] El modo de preguntar al
que hacemos referencia está, paradójicamente, abierto
a nuevas preguntas; las estimula, no las prohíbe; las vive,
las hace nacer de la realidad concreta.10
Finalmente, partir de la práctica socioeclesial
ofrece la posibilidad de que la reflexión teológica no
se produzca sobre un vacío histórico concreto, y que
su propósito último sea ofrecer luces desde la fe para
transformar la práctica pastoral y social de las iglesias
y los creyentes. Toda teología cristiana debe ser eso,
una reflexión desde la práctica creyente que, una vez
confrontada con los valores del evangelio de Jesús,
pueda ser transformada de acuerdo con las exigencias
de cada momento histórico.11
Poco tiempo después, el mismo Centro organiza
su Área de Formación y Reflexión Socioteológica y
Pastoral, la cual celebra su primer Taller Socioteológico
123
Amós López Rubio
en julio de 1994, un espacio que año tras año ha
promovido el debate y la actualización teológica, bíblica
y pastoral con el asesoramiento de especialistas de
Cuba y el resto de América Latina.12 De igual modo,
dicha Área acogió, durante algunos años de los 90, la
iniciativa de articular una Red de Jóvenes Teólogos, lo
que propició el encuentro y el debate en torno a temas
de actualidad teológica, social y ecuménica.
En 1995, el SET de Matanzas comienza a llevar la
formación teológica más allá de sus fronteras; organiza
cursos de extensión en diferentes provincias y otorga
el grado de Diplomado en Teología. Ese mismo año
ve nacer los trabajos del Instituto Superior de Estudios
Bíblicos y Teológicos (ISEBIT), un proyecto del Centro
de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba que, en
sus inicios, se dirigió a la formación bíblica y teológica
del laicado de las iglesias en La Habana.13
A todo lo dicho se suma la aparición de nuevas
publicaciones que divulgan una actividad teológica
más diversa, ecuménica, interdisciplinaria, crítica del
proceso revolucionario y más representativa de las
generaciones que confluyen en el período. Ejemplos
de ello son las revistas Caminos, del Centro Memorial
Dr. Martin Luther King, Jr.; Didajé, del SET; Ágape, de
la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba, y ARA
(Análisis de la Realidad Actual), y Raíz y Ala, del Centro
de Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba, junto a
publicaciones importantes ya existentes como Cuba
Teológica, del SET y Correo Bautista, de la Coordinación
Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC).
En su artículo «Kairos para una educación teológica
alternativa en Cuba hoy», el teólogo cubano José Conde
Masdíaz comparte sus preocupaciones sobre el rumbo
de la educación teológica cubana, sobre todo en los
espacios ecuménicos protestantes. En opinión del autor,
algunas de las dificultades son: la falta de coherencia y
organicidad en programas de formación teológica; el
activismo como divisa de los programas formativos;
conformismo en muchas iglesias al asumir una reflexión
bíblica y teológica importada, que no obedece a las
necesidades contextuales cubanas; el acentuado interés
en la formación de pastores y el descuido de otras áreas
como la pedagogía y la historia; la falta de un método
que promueva el pensamiento crítico y la posibilidad
de que cada estudiante sea sujeto activo de su proceso de
aprendizaje.
Asímismo, el autor enumera algunas propuestas
para la educación teológica cubana: promover el
pensamiento teológico ecuménico;14 adecuar el curriculum
a las necesidades y situaciones donde se desarrolla la
labor de las iglesias; posibilitar una mayor participación
de nuevos valores en el ámbito educativo, lo cual implica
garantizar la formación teológica de estas personas;
apertura al diálogo entre el quehacer teológico y otras
disciplinas del saber humano como la sociología,
la filosofía, la economía, la antropología; buscar el
equilibrio necesario entre lo pastoral y lo académico y
fomentar valores humanistas en la formación teológica,
una ética del ser y no del tener.15
Las observaciones de Conde Masdíaz sirven de
introducción a la tercera tendencia de la teología
protestante cubana en los años 90, la cual amplía sus
contenidos, sus sujetos y se abre a un análisis crítico
de los modos en que se manifiestan la educación y la
reflexión teológicas. Para comprender esto no podemos
separar el estudio de los componentes mencionados.
Por ejemplo, el enfoque de género ofrece nuevos
contenidos al quehacer teológico: la crítica a los
condicionamientos culturales de los roles masculino y
femenino y su repercusión en la misión y la pastoral de
la iglesia. Tal enfoque suscita nuevos sujetos teológicos:
mujeres marginadas, silenciadas y oprimidas releen
su historia y su vida desde el carácter liberador del
Evangelio, toman la palabra, cuestionan las estructuras
androcéntricas en el pensamiento teológico heredado y
construyen su propia teología.16 A su vez, los hombres
sensibles al mismo Evangelio liberador replantean su
masculinidad, luchan por superar formas de violencia
que los han hecho víctimas y victimarios, y asumen con
autenticidad su fragilidad y sus necesidades afectivas,
derechos negados por la sociedad y las propias
iglesias.
Este proceso puede darse únicamente a través de
un método teológico que posibilite no solo el diálogo
abierto y responsable entre las tradiciones teológicas,
el aporte de otras ciencias y las experiencias de vida,
sino también la autocrítica de las propias tradiciones
teológicas.
Uno de los elementos que con mayor fuerza recupera
la teología en perspectiva de género es el respeto por el
cuerpo humano:
Se trata de recuperar el cuerpo como espacio de placer
y como centro fundamental de nuestra relación con lo
sagrado, como la primera realidad en la que se revela y
se expresa lo sagrado. Todo esto está relacionado con
el derecho de nuestros cuerpos de mujeres a la búsqueda
de respeto, integridad, autoestimación, valorización,
decisión, y a la búsqueda de relaciones de igualdad y
equivalencia con las otras personas. Un conjunto de
factores histórico-sociales y culturales han establecido el
comportamiento de nuestros cuerpos, cómo tienen que
situarse, moverse, reaccionar y colocarse en posiciones
de dominación y sumisión [...] Nuestra inconformidad y
preocupación parte de este problema, sobre todo cuando
comprobamos hasta qué punto nuestra tradición religiosa
ha podido contribuir a mantenernos en esas posiciones,
y hasta qué punto reprimió y controló nuestros cuerpos
y actitudes en relación con lo sagrado.17
Otro ejemplo es la teología litúrgica. Su principal
contenido, que es a la vez su principal aporte, es el
124
Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90
La dimensión pastoral permite equilibrar y visualizar
la interacción necesaria entre las preocupaciones sociopolíticas y las espirituales, entre la investigación académica
y la teología de lo cotidiano y lo vivencial, entre el análisis
riguroso de nuestras prácticas y su transformación.
análisis de la teología expresada en los ritos, gestos, textos
y símbolos utilizados en las celebraciones cristianas. El
sujeto de esta teología del culto es la asamblea que se
reúne y celebra, un pueblo creyente, heterogéneo, que
experimenta este momento de encuentro comunitario
con lo trascendente, con lo sagrado, de manera muy
diversa, a partir de vivencias particulares, contextuales.
En este caso, el método teológico debe privilegiar el
diálogo entre la vida y las tradiciones litúrgicas, entre
cultura y fe, lo que propicia una reelaboración dialéctica,
de la cultura desde la fe, de la fe desde la cultura. La
liturgia ha de ser encarnada.
a la reflexión teológica sin fronteras posibles. Todo lo
que sucede en este mundo es de interés para la actividad
religiosa y la misión de la iglesia; es también la defensa
de la vida, que está bajo una constante amenaza, al
subrayar la interacción entre teología y economía, esto
es, la necesidad de articular una mayordomía ético-social
de inspiración evangélica.
Arce sostiene que la primera responsabilidad
humana, en perspectiva bíblica, es el cuidado de la
creación:
El ser humano es un ecónomo, puesto que Dios lo situó
en la creación para que «la guardase y la cuidase», para
que la administrase con justicia y amor. Y es un ser parte
de la naturaleza, consciente de la interdependencia mutua,
y de que, por consiguiente, tiene que tener una relación
justa y constructiva con ella.23
Tiene que meterse en la vida de la gente, esto es, asumir
el rostro de la cultura. Ya vimos como Jesús de Nazareth
se encarnó en el pueblo judío y dentro de sus patrones
ejerció su ministerio. La encarnación nos da la medida de
la autenticidad y el compromiso que de la liturgia debe
desprenderse. Cuando Dios decide encarnarse no solo
toma facciones humanas, color y movimiento. También
se identifica con una historia y un deseo encorazonado de
renovarla a favor de la justicia y la libertad [...] No está la
iglesia sobre el pueblo ni le acompaña desde lejos. No está
colocada en medio de él, sino que le pertenece y trasciende
junto como gran colectividad, como nación.18
Más adelante, establece el estrecho vínculo existente
entre liberación social, económica y ecológica:
Liberación social para restituir la perfecta comunidad a
semejanza del Creador [...] Comunidad pluralista en
donde todos los seres humanos tengan iguales derechos
y deberes, y se integren por la fuerza del amor en el
respeto a sus diferencias individuales. Liberación económica
en donde los recursos naturales y producidos se reparten
justamente, y en donde esta justicia abarque la naturaleza
[...] Liberación ecológica en donde se comprenda que la
centralidad del ser humano respecto a la naturaleza no
está dada por el derecho de explotarla hasta agotar sus
recursos, sino por la responsabilidad especial que este
tiene de preservarla y administrarla para los otros seres
humanos, pero también para los otros miembros de la
Creación.24
En tal sentido, esta teología ofrecía posibilidades
como respuesta a uno de los señalamientos de que era
objeto la protestante en los 90: la necesidad de ser caja
de resonancia de las espiritualidades populares.18
Las misas multitudinarias en ocasión de la visita del
papa Juan Pablo II a nuestro país en 1998, así como
la Celebración evangélica cubana, un año después,
pueden ser interpretadas como señales de una iglesia
vigorosa, organizada, creativa y con una significativa
presencia social; pero además, como manifestaciones
de un quehacer teológico auténtico y contextual. Su
mensaje, pertinente a una realidad determinada, no solo
se expresa en textos escritos, en eventos, declaraciones
y grupos de estudio, sino también en las celebraciones
litúrgicas,20 en las prácticas ecuménicas concretas, en
los modos en que la Iglesia se hace presente en la vida
de la sociedad y comparte el Evangelio.
Un último ejemplo es la llamada «ecoteología».
Algunas publicaciones 21 y espacios de formación
teológica en el período22 llamaron la atención hacia el
tema de la responsabilidad cristiana ante el deterioro del
medio ambiente. Los contenidos de la ecoteología dejan
Cualquier persona que, desde su espiritualidad y
su fe, cuestione y denuncie las prácticas que destruyen
las reservas naturales del planeta se convierte en sujeto
teológico. Aquí, el método teológico coloca la discusión en
un contexto global de interrelaciones e interdependencias
en el que conceptos como pecado, gracia, salvación y
reino de Dios son entendidos en las coordenadas de las
urgencias ecológicas.
Y en cuarto lugar, el quehacer teológico en los 90
comienza a recuperar con fuerza la dimensión pastoral
de toda reflexión que se propone ser contextual. Esto
no solo incluye los modos en que la iglesia organiza y
despliega sus acciones pastorales hacia la vida interna
de la comunidad de fe, sino también la diaconía
125
Amós López Rubio
hacia afuera, el acompañamiento a nuestro pueblo.
Numerosos proyectos de impacto social son gestados,
algunos como iniciativa de las iglesias, instituciones y
movimientos ecuménicos, otros a modo de colaboración
solicitada por el Estado cubano a estas, en tiempos de
crisis, cuando se hace necesario sumar voluntades y
recursos para responder a las necesidades.25
La dimensión pastoral es precisamente el criterio
que permite corregir y replantear el rumbo de dicho
quehacer, cuando este solo tributa a preocupaciones
académicas, proyectos personales, grupos de élite, o
cualquier reflexión intelectual que no tenga la capacidad
de encarnarse en la realidad en la cual las personas viven
y las iglesias sirven.
Marianela de la Paz, teóloga episcopal, entiende
que la tarea pastoral de la iglesia será liberadora en la
medida en que la teología que la orienta sea «capaz
de hacer una lectura crítica de la práctica histórica,
donde los conceptos teológicos surgen en la reflexión
comprometida con la praxis liberadora».26 Tal teología
no se limitará a pensar el mundo sino que buscará su
transformación, y será receptiva a los clamores humanos
por dignidad y justicia.
Esta labor pastoral y teológica requiere de actitudes
esenciales como la capacidad de escuchar, la inserción
en el contexto de vida que necesita ser transformado,
y la concientización de las estructuras opresivas. Lo
que se pretende es concientizar «sobre los factores que
generan gran parte del sufrimiento y las enfermedades
del pueblo».27 Lo importante en el desafío pastoral es
«si promueve el avance en el proceso de liberación
estructural fortaleciendo a los que están empeñados
en esa lucha, o si los domestica y los prepara para que
se encajen en el sistema».28
La dimensión pastoral permite equilibrar y visualizar
la interacción necesaria entre las preocupaciones
socio-políticas y las espirituales, entre la investigación
académica y la teología de lo cotidiano y lo vivencial,
entre el análisis riguroso de nuestras prácticas y su
transformación. Toda teología ha de ser pastoral, si no
quiere correr el riesgo de volverse un ejercicio que no
produzca vida, un ideario que no genere esperanza, un
círculo vicioso sin potencial liberador.
Como ya se ha dicho, el quehacer teológico esbozado
no es el único en el seno del protestantismo cubano
durante la década de los 90, por lo tanto, representa solo
a un sector de las iglesias evangélicas. No es objetivo
de este trabajo analizar otras tendencias teológicas
protestantes en el período, pero queremos referirnos
brevemente a ellas por dos razones: porque fueron parte
de la realidad religiosa que en aquellos años matizó una
buena porción del protestantismo evangélico cubano, y
porque fueron tendencias con las cuales se dialogó y se
entró, incluso, en confrontación, desde las posiciones
teológicas abordadas.
Las transformaciones económicas de esos años
abrieron las fronteras del país a nuevos intercambios,
lo que fortaleció, sobre todo, el renglón del turismo.
La marea de los llamados «nuevos movimientos
religiosos» en América Latina y el Caribe, los ministerios
transdenominacionales, corrientes de pensamiento
como la teología de la prosperidad,29 la renovación
carismática y el neopentecostalismo30 comenzaron a
impactar el mapa religioso cubano y encontraron
terreno fértil en una iglesia que crecía vertiginosamente,
y que no siempre tenía las herramientas de análisis y
los recursos para responder a esa realidad y ofrecer una
adecuada capacitación bíblica, teológica y pastoral a las
nuevas comunidades y a sus nuevos líderes.31
Dentro de las tendencias que aparecen en el seno
de muchas iglesias evangélicas, como resultado de
esta década de crecimiento acelerado y de apertura
a movimientos de renovación carismática, son
significativas la irrupción de formas de culto más
alegres y espontáneas, que producen el desdibujamiento
de las fronteras denominacionales y provocan no
pocas fricciones en las prácticas litúrgicas de las
iglesias históricas;32 las inclinaciones a posiciones de
abstencionismo, indiferencia o rechazo en relación
con la participación política y social;33 y la migración
intereclesiástica, motivada por la búsqueda de aquella
comunidad cristiana que mejor satisfaga las expectativas
de cada persona.
El Centro de Estudios del Consejo de Iglesias de
Cuba publicó en 1997 el libro Carismatismo en Cuba, que
reúne diversos enfoques y propuestas ante esta nueva
situación en el ámbito protestante cubano. Algunas
iglesias representativas del protestantismo histórico
cerraron filas ante este movimiento, lo que fue una de las
causas de una lamentable vuelta al denominacionalismo
y al fundamentalismo bíblico, que perduran hasta
la actualidad. Sin embargo, en las que sí abrieron
sus puertas al movimiento carismático se promovió
igualmente un espíritu adverso al ecumenismo
tradicional, e incluso se potenciaron nuevas formas
ecuménicas que, en opinión de algunos, sería más
indicado llamarlas «interdenominacionalismo».34
En medio de esta oleada de influencias externas que
ponen en peligro la identidad y la misión de la iglesia en
una situación de crisis generalizada, el reverendo Carlos
Piedra, pastor presbiteriano, alertaba sobre cuál debía
ser el camino para un testimonio eficaz de las iglesias:
Nuestro Señor espera de nosotros el testimonio
que nuestro pueblo necesita. No se trata de un
proselitismo grosero y oportunista. No es el momento
de comprar —transitoriamente— conciencias, usando
para ello el clásico gancho de las carencias materiales
o las necesidades diarias [...] No es misión de la iglesia
colocar un paladar cristiano en cada esquina, ofreciendo
en franca competencia los productos de la fe cristiana
126
Protestantismo cubano desde lo ecuménico histórico. Años 90
[...] La hora de la iglesia de hoy en Cuba es mucho más
seria y responsable. No es la hora del falso triunfalismo,
ni de una teología de la muerte, saturada de frases
apocalípticas y armagedónicas. No es la hora de mecenas
trasnochados y comprometidos con poderes económicos
allende los mares [...] La hora de Cuba, y de la iglesia
cubana, es muy distinta. Es la hora de la solidaridad,
con todo el anonimato que ella demanda. Es la hora
de la identificación con el pueblo, del que somos parte.
Es la hora de darle a nuestro pueblo el mensaje de amor,
fraternidad, fe, esperanza, intrínsecos en el Evangelio.35
desarrollar su misión profética y de servicio en la sociedad. En
el tercero de ellos, una carta del Consejo Ecuménico de Cuba
dirigida a Fidel Castro Ruz, se afirma: «Consideramos que tanto
el Partido como la Iglesia no hemos logrado el éxito deseado en
la búsqueda de un hombre nuevo (nueva humanidad), aun cuando
percibimos signos de esperanza que nos mueven a todos a trabajar
con mayor dedicación en el futuro [...] Las iglesias entendemos
que la fe, acogida y practicada en toda su pureza, puede contribuir
a que muchos hombres y mujeres vivan de manera digna, creativa,
valiente, desinteresada, en compañía de otros seres humanos de
buena voluntad. Ponemos a disposición de nuestro pueblo los
recursos espirituales de las iglesias con la sinceridad y la confianza
de que puedan ayudar a fomentar el desarrollo integral de muchas
personas».
De esta teología protestante cubana, que en la década
de los 90 se propuso no evadir sino animar la práctica y
el testimonio de las iglesias desde un espíritu patriótico
y comprometido con los tiempos y sus clamores, hemos
querido dar cuenta. Las cuatro tendencias señaladas se
han mantenido, con diversos grados de profundización
o debilitamiento. Podemos asegurar que, en esa década,
el quehacer teológico protestante experimentó un
resurgimiento —entendido también como un proceso
de fortalecimiento— y una pluralidad de expresiones,
contenidos y preocupaciones que puede ser considerada
como genuina continuidad y amplificación —desde
nuevas epistemologías y sujetos— de la llamada
«Teología en Revolución», fraguada en los decenios
anteriores.
7. Véase Rafael Cepeda, José Martí. Perspectivas éticas de la fe cristiana,
DEI, San José, 1991, p. 205.
8. Reinerio Arce Valentín, Religión: poesía del mundo venidero, Ediciones
CLAI, Quito, 1997.
9. Véase «Nuestra misión es dar la buena noticia» (entrevista al
Rev. Noel Fernández Collot), Correo Bautista, La Habana, julioseptiembre de 1995.
10. Alejandro Dausá, «Educación teológica y educación popular. Una
experiencia desde Cuba», Caminos, n. 9, La Habana, 1998, p. 25.
11. El proceso que acabamos de describir se inscribe dentro de una
práctica usual en la teología y la lectura bíblica latinoamericana, y
consta de tres momentos esenciales: ver, juzgar, y actuar.
12. En este grupo figuran Luis Rivera Pagán, Leonardo Boff,
Marcelo Barros, Benjamín Forcano, Tania Sampaio, Germán
Gutiérrez, Raúl Suárez, Fernando Martínez, Ronaldo Muñoz y
Helio Gallardo, entre otros.
Notas
13. Los presupuestos teológicos y pedagógicos del ISEBIT son
los siguientes: una docencia y un pensamiento ecuménicos con
implicaciones para el diálogo inter-religioso e inter-ideológico; una
docencia y un pensamiento dialógicos y dialécticos, una filosofía
pedagógica que anime la confrontación de ideas; desarrollo del
pensamiento crítico y pluralista en medio de un clima de tolerancia;
construcción colectiva del conocimiento a través de la humildad de
espíritu; retroalimentación con lo más puro de nuestras tradiciones
patrióticas para fortalecer el carácter encarnacional del pensamiento
teológico. Véase Adolfo Ham, «Por una teología del pueblo y para
el pueblo», INDEX, Instituto Superior de Estudios Bíblicos y
Teológicos, La Habana, pp. 6-7.
1. Nos referimos a iglesias como la Episcopal, la Presbiteriana
Reformada, la Fraternidad de Iglesias Bautistas, la Metodista, la
de Los Amigos, la Cristiana Pentecostal, entre otras. En cuanto a
instituciones y movimientos ecuménicos se destacan la Coordinación
Obrero Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC), el Consejo de
Iglesias de Cuba, el Centro Memorial Martin Luther King, Jr., el
ISEBIT y el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas.
2. No obstante, volveré sobre este asunto al final del trabajo, para
hacer algunas observaciones.
3. Véase Colectivo de autores, Religión y cambio social. El campo religioso
cubano en la década del 90. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
2006, p. 60.
14. El pastor y teólogo bautista Francisco Rodés nos recuerda:
«Creerse que se es el único dueño de la verdad es un peligro a la vida
espiritual, porque nos encerramos en nosotros mismos, perdemos
el beneficio de los dones y talentos que Dios ha dado a hermanos
de otras iglesias y nos hace creernos superiores a los demás». Véase
Francisco Rodés, «31 de Octubre. Día de la Reforma», Ágape, a. VI,
n. 17, La Habana, 1997, p. 6.
4. Véase Consejo Ecuménico de Cuba, Para el pueblo cristiano cubano.
Cuatro documentos históricos, La Habana, 1991, p. 28.
5. La COEBAC celebra su XXIV Campamento Nacional bajo
el lema «Para salvar la patria desde sus raíces». En sus palabras
de bienvenida al evento, Reynaldo García Blanco, escritor y líder
de la organización, expresó: «La invitación es regresar a Martí y
encontrar su luz. Es el paradigma más cercano y duele pensar que
hasta hace muy poco se andaba lejos. Pero esa cercanía va a ser
válida si estamos preparados para una contextualización bíblica
desde su pensamiento». Véase Correo Bautista, La Habana, julioseptiembre de 1995.
15. José Conde Masdíaz, «Kairos para una educación teológica
alternativa en Cuba hoy», Caminos, n. 4, La Habana, 1996,
pp. 13-4.
16. Uno de los testimonios más importantes del período en este
sentido fue la publicación del libro Con el corazón abierto, de Isabel
Rauber, una entrevista a la pastora bautista Clara Rodés. Cuando
habla sobre el derecho de las mujeres a ejercer también el ministerio
pastoral, Clara señala: «Según el apóstol Pablo, en Cristo Jesús
no hay hombre ni mujer [...] La Biblia no sexualiza los dones del
Espíritu Santo. Estos son para todos los creyentes. La ordenación
al pastorado la asumí como parte de la lucha por la igualdad de la
6. Esos documentos reflejan una profunda valoración desde
las iglesias y los movimientos ecuménicos sobre los problemas
que afectan la vida en el país en los inicios del Período especial,
resaltando no solo dificultades en la propuesta del propio proyecto
revolucionario cubano sino también animando a la iglesia a
127
Amós López Rubio
siembra —la inversión en la obra de Dios y la cosecha-retribución—
creadoras, creadoras de riqueza». Véase Varios, «¿Existe una crisis
en el pensamiento teológico cubano?», ed. cit., p. 65.
mujer». Más adelante afirma: «No se trata de que el hombre luche
para darnos la libertad, sino que él tiene que ser transformado
también. Hay que crear una nueva concepción de la pareja, que en
realidad es vieja, basada en la equidad, esa es la teología de la mujer
[...] Personalmente entiendo que comprender el lugar de la mujer en
la iglesia, retomar la teología y ver los valores que nos ofrece la
Biblia en esta lucha de liberación de la mujer, forman parte también
de las razones por las que vivimos en nuestro país, donde la mujer
alcanza cada vez más la equidad». Véase Isabel Rauber, Con el
corazón abierto, Centro de Recuperación y Difusión de la Memoria
Histórica del Movimiento Popular Latinoamericano, La Habana,
1993, pp. 47-50.
30. Proveniente de los Estados Unidos, el neopentecostalismo cobra
fuerza en América Latina en la década de los 80 del pasado siglo.
Algunas de sus principales características han sido: la preferencia
por sectores sociales de clase media y alta, su organización a
través de las megaiglesias, el uso intensivo de los medios masivos
de comunicación, el énfasis en dones espectaculares (sanidad
divina, guerra espiritual, exorcismos) y un liderazgo masculino
con un reforzado patriarcalismo (hombres exitosos, carismáticos y
autoritarios) que trasmite la imagen del individuo próspero «como
representación de efectividad y pertinencia social». Véase Juana
Berges et al., Los llamados nuevos movimientos religiosos en el Gran Caribe,
Ediciones CEA, La Habana, 2006, pp. 96-104.
17. Clara Luz Ajo, «Sentir lo sagrado en el cuerpo», Caminos, nn. 13-14,
La Habana, 1999, p. 36.
18. Amós López, «Celebrar lo cotidiano: la vida es liturgia», Caminos,
n. 10-11, La Habana, 1998, p. 92.
31. La renovación carismática portaba elementos cúlticos muy
cercanos a las experiencias religiosas más difundidas en el pueblo
cubano. «El carismatismo dispone a su favor de la doble condición
de emplear formas rituales próximas al modo con que es habitual
que el cubano exprese su religiosidad, específicamente por sus
ceremonias movidas, cánticos, el trance y la práctica de curaciones
por la sanidad divina, además de una vida espiritual intensa en tanto
ideal de vida. Es previsible que la influencia carismática aumente
y se intensifiquen los intentos por introducir los llamados nuevos
movimientos religiosos en especial de corte pentecostal y de formas
exóticas». Informe del Equipo ARA, Centro de Estudios del Consejo
de Iglesias de Cuba, La Habana, 1996, p. 26.
19. Véase Varios, «¿Existe una crisis en el pensamiento teológico
cubano?», Caminos, La Habana, n. 5, 1997, p. 65.
20. Véase Sergio Arce, Las siete y las setenta veces siete palabras, Ediciones
CLAI, Quito, 1997, p. 181.
21. Entre las que se destaca Rafael Cepeda, Naturaleza y fe, Centro de
Estudios del Consejo de Iglesias de Cuba, La Habana, 1995.
22. En 1998, el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. celebra
su V Taller Socioteológico, bajo el tema «Derechos planetarios,
eco-teología y espiritualidad».
32. Véase Elizabeth Carrillo, «Renovación carismática en las Iglesias
protestantes históricas en Cuba», en Manuel Quintero y Reinerio
Arce, eds., Carismatismo en Cuba, Ediciones CLAI, Quito, 1997,
pp. 47-86.
23. Reinerio Arce, «Ecología, economía y sociedad. Una perspectiva
bíblico-teológica», Caminos, n. 5, La Habana, 1997, p. 60.
24. Ídem.
25. «En la ciudad de La Habana hay más de dos mil quinientos
ancianos sin amparo filial. Y el gobierno ha pedido a las iglesias
que ayuden a estos ancianos. No solamente en el orden espiritual,
anímico, en el campo de la fe, sino también en la satisfacción de
sus necesidades materiales: limpiarles las casas, lavarles la ropa,
contribuir a su alimentación. Y nosotros nos sentimos muy
orgullosos de que la iglesia tenga una nueva oportunidad en este
sentido, no solamente de predicar, sino también de practicar, con
la misma consistencia con que lo hizo Jesús». Carlos E. Ham, «Las
iglesias cubanas en los 90: hacia una comunidad estable», Caminos,
n. 6, La Habana, 1997, p. 47.
33. Cepeda considera que cuando las iglesias desestimulan el
compromiso político en sus fieles, se convierten en guetos de refugio
y enajenamiento social. Véase Rafael Cepeda, «Lo que el Señor
añade», Correo Bautista, La Habana, junio de 1996, p. 10.
34. «Los carismáticos no solo casi siempre son acerbos críticos del
ecumenismo oficial por sus excesos de comprometimiento político,
sino que promueven otro tipo de ecumenismo en el Espíritu,
el cual a veces distorsiona uno de los principios básicos de la
tradición ecuménica histórica: el mantenimiento y fortalecimiento
de la identidad cristiana y denominacional. Esta nueva forma de
ecumenismo es caracterizada por la anarquía y la ambigüedad
doctrinal, ya que permite la unidad de todos aquellos que tienen
el bautismo o los dones del Espíritu Santo, sin que prevalezca una
finalidad constructiva evidente». Elizabeth Carrillo, ob. cit., p. 80.
26. Marianela de la Paz, «El aconsejamiento pastoral: dimensión
liberadora», Caminos, n. 13-14, La Habana, 1999, p. 68.
27. Ibídem, p. 70.
35. Carlos Piedra, «Reflexión», Correo Bautista, La Habana, junio de
1996, pp. 30-1.
28. Ídem.
29. Loyda Sardiñas entiende que la teología de la prosperidad «tiene
un carácter económico e ideológicamente neoliberal. Aparece como
una teología de la retribución donde se negocian las bendiciones de
Dios a cambio de las ofrendas de los creyentes, al estilo compraventa o de comercialización sagrada. Su principal doctrina es la
prosperidad o abundancia económica, basada en el principio de la
©
128
, 2011
no. 68: 130-134, octubre-diciembre de 2011.
Raúl: revolucionario durante toda su vida
Raúl:
revolucionario
durante toda su vida
Gustavo Placer Cervera
Historiador. Academia de la Historia de Cuba.
D
urante los dos siglos transcurridos desde el inicio
de los procesos independentistas en América
Latina, las fuerzas armadas de los países de esta región
han estado involucradas en la política y ocupado el
gobierno de manera reiterada; la mayoría de las veces,
se han puesto al servicio de las oligarquías nacionales
y de los intereses hegemónicos foráneos y dejado una
huella tal de autoritarismo, represión y corrupción que
las ha situado en el polo opuesto al de la nación y pueblo
que debían defender. Una relación casi interminable de
golpes de Estado y dictaduras corroboran este aserto.
Sin embargo, dentro de esa tendencia general,
ha habido excepciones notables. Lázaro Cárdenas
en México; Juan Domingo Perón en Argentina;
Omar Torrijos en Panamá; Francisco Caamaño en
República Dominicana; Juan Velasco Alvarado en Perú;
Líber Seregni en Uruguay, y más recientemente,
Hugo Chávez en Venezuela, son casos de militares
progresistas que, aunque con proyecciones diversas
en cuanto a lo ideológico, lo político y lo social han
dejado su impronta en la historia de sus respectivas
naciones y de la región en general. No obstante, los
alcances de dichas proyecciones, la trayectoria vital
de esos militares, sus éxitos y errores, han sido, en
general, poco divulgados y en algunos casos están casi
olvidados por completo. Es por ello que la editorial
argentina Capital Intelectual, ha tenido la idea, que
consideramos feliz, de darlos a conocer mediante su
colección Los otros militares, centrada en la vida y la obra
de oficiales profesionales latinoamericanos que, más allá
de sus diversas posiciones ideológicas, no siguieron los
mandatos del establishment y optaron por la defensa de
los intereses de las mayorías.1
Ahora, en lo que podría llamarse una continuidad
ascendente, ha sido publicado Raúl Castro, estratega de la
defensa revolucionaria de Cuba, de la autoría del profesor e
investigador canadiense Hal P. Klepak.*
El reto asumido por Klepak no ha sido tarea fácil
aunque, por otra parte, su vinculación con Cuba desde
que era un adolescente, a fines de la década de los 50 del
pasado siglo, su interés por nuestro país, y su frecuente
presencia entre nosotros, lo puso en una situación
ventajosa para afrontarlo con éxito. La complejidad
* Hal P. Klepak, Raúl Castro, estratega de la defensa revolucionaria de Cuba,
Capital Intelectual/Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2010.
130
Gustavo Placer Cervera
del trabajo realizado por el colega canadiense se debe
a un conjunto de factores que el propio autor explica
a través de su obra.
En primer lugar, a diferencia de las personalidades que
han sido objeto de estudio en los títulos anteriormente
publicados por la colección citada, y como Klepak
puntualiza, «Raúl Castro ha sido revolucionario
durante toda su vida» (p. 226). No se trata, pues, de
una personalidad formada en los institutos armados y
que, por diferentes circunstancias, deviene defensor de
los intereses populares; sino de alguien que desde muy
temprana edad hizo suyas las ideas más radicales y justas
de transformación total de su país y que por necesidades
de esa causa tuvo que convertirse en militar.
Por otra parte —y Klepak se lo plantea casi desde
el inicio de su libro—, ¿cómo distinguir y separar
la vida y obra de Raúl Castro de la de su hermano
Fidel, «considerado por la mayoría de los líderes
latinoamericanos actuales el hombre más influyente que
haya dado la región desde el legendario Simón Bolívar?»
(p. 18). Además, ¿cómo hacer un balance histórico de
la vida y la obra de alguien que está vivo y en plena
actividad?2
Estas y otras dificultades de carácter interpretativo y
de fuentes de información han tenido que ser sorteadas
por el autor para lograr, con respeto, ponderación y
elegancia, un texto coherente y cercano a la objetividad,
esa meta siempre buscada y nunca alcanzada totalmente
por los investigadores de la historia.
Para ello, Klepak estructuró su trabajo en un
Prefacio, siete capítulos y unas Conclusiones. Comentaré
brevemente cada una de estas partes:
Comencemos por expresar mi desacuerdo con
el título. En mi opinión, la palabra «estratega» debió
ser sustituida por «arquitecto». Sin demeritar un ápice
la importancia del papel y funciones desempeñados
por Raúl Castro, lo más justo y verídico es decir que
el papel del estratega de la defensa revolucionaria de
Cuba, como el de todos los aspectos de la Revolución,
le ha correspondido y ha sido desempeñado, hasta
la actualidad, por Fidel Castro. El propio autor
parece dar la razón en este aspecto, como veremos a
continuación.3
En su Prefacio, como es habitual, el autor hace una
breve descripción de la obra y plantea sus propósitos,
sus alcances y limitaciones espaciales, temporales y de
contenido. Es en estas páginas donde este comentarista
encuentra la primera de sus discrepancias con el
estimado colega canadiense, cuando enuncia:
el estratega que él eligió para garantizar la supervivencia
de la Revolución fue Raúl. (p. 20)
Sin embargo, en una aparente contradicción con sus
propias palabras, afirma más adelante algo con lo cual
concuerdo completamente:
Se revelaría [Raúl] como el líder dispuesto de las fuerzas
armadas de un Estado revolucionario; a esas fuerzas armadas
les correspondía desempeñar funciones revolucionarias
respecto de las que representan la norma en América
Latina y abocarse al proyecto revolucionario del cual Fidel
era líder e inspiración. Es en ese contexto tan particular
que Raúl habría de convertirse en el principal arquitecto
militar encargado de llevar a la práctica buena parte de
ese proyecto y de protegerlo. (p. 47)
También en el Prefacio, hay una inexactitud cuando
se atribuye a Raúl Castro la creación de las milicias (p. 18),
en cuya organización ciertamente participó de manera
decisiva, pero la verdad histórica es que la iniciativa de
su creación se debe a Fidel, quien también le dio una
atención personal a su organización. El que escribe
estas líneas, fundador de las Brigadas Universitarias José
Antonio Echeverría en la Universidad de La Habana,
fue testigo de ello.
El capítulo 1, que lleva por título «Joven, soldado,
oficial, comandante», es una síntesis bien lograda del
proceso de formación de la personalidad de Raúl Castro,
desde su niñez hasta el triunfo del 1 de enero de 1959. Se
resaltan sus dotes de organizador, puestas de manifiesto
desde que asumió el mando del II Frente Oriental Frank
País; Klepak lo resume diciendo:
No se trataba de un líder de segunda línea ni de alguien
elegido solo por ser hermano del Comandante en Jefe.
Era un comandante de eficacia probada, con coraje,
capacidad y valor reconocidos inclusive por los efectivos
del Ejército Rebelde que procuraban encontrar la manera
de servir a sus órdenes. (p. 41)
Luego resalta: «La planificación cuidada, las
decisiones valientes y acertadas, la organización, el
coraje y la inteligencia transformaron un contexto
táctico y estratégico negativo en un escenario de
victorias» (p. 41). Y subraya después: «También fundó
un cuadro de líderes, que en muchos sentidos empezaba
a dar señales de que se convertiría en un verdadero
cuerpo de oficiales, capaces de ganar batallas y conducir
operaciones con destreza militar y perspicacia política»
(p. 41).
Sin embargo, hay en el capítulo algunas afirmaciones
inexactas. Por ejemplo, se dice que «el 26 de Julio no
era más que un grupo armado del Partido Ortodoxo»
(p. 25). Es cierto que Fidel Castro y una buena parte de
los atacantes al Moncada procedían de esa agrupación
política, pero no se subordinaban a ella. Además, calificar
de «desesperado» dicho ataque no es apropiado.
El capítulo 2, «Ministro, pero también soldado»
es el más extenso del texto. En él se reconstruye
Este autor [...] confía en que logrará, de ese modo, mostrar
por qué no es exagerado afirmar que Raúl ha sido el
verdadero estratega de la supervivencia de la Revolución
en las feroces tempestades que se desataron en los
últimos cincuenta años o más. Si bien el arquitecto de la
Revolución fue, sin duda alguna, Fidel, se mostrará que
131
Raúl: revolucionario durante toda su vida
Raúl Castro, estratega de la defensa revolucionaria de
Cuba es un trabajo serio, profundo, que pone de manifiesto
la profesionalidad y sagacidad de su autor, así como su
conocimiento de la historia y realidad cubanas. Se podrá
estar o no de acuerdo con él, total o parcialmente, pero hay
que reconocer su honestidad y su respeto hacia Cuba, sus
dirigentes, sus fuerzas armadas y su pueblo.
históricamente la compleja y prolongada etapa de la vida
militar de Raúl Castro (y de las FAR), que va desde 1959
hasta comienzos de los años 80. Haciendo salvedad
de algunas inexactitudes e incongruencias en fechas y
hechos,4 es un capítulo bien escrito, aunque con algunos
párrafos —tal vez a causa de la traducción—, algo
confusos. Por ejemplo, en la página 49, al referirse a los
acontecimientos de 1898, dice que «la victoria definitiva
no se logró hasta que Estados Unidos intervino en
la lucha independentista». Cabe preguntarse ¿de qué
victoria se trata? ¿Se está justificando la intervención?
Más adelante se afirma que los acontecimientos de
Camagüey (la traición de Hubert Matos) «aún hoy
provocan fuertes emociones en Cuba» y que es un
«suceso del cual es muy poco probable que alguna
vez se sepa toda la verdad» (p. 60). En opinión de
este comentarista, aquellos hechos fueron, en aquel
momento, suficientemente aclarados, se ha escrito
sobre ellos y no suscitan las «fuertes emociones» a
que se alude. En la página 67, el término «aventuras
internacionalistas» resulta discutible y no armoniza
con el tono general de seriedad que tiene el libro. El
desembarco en Panamá que menciona en el último
párrafo de la página 67 no contó con apoyo oficial;
fue resultado del fervor revolucionario de entonces
y la falta de disciplina y organización de las nacientes
fuerzas armadas cubanas. En la página 75 la palabra
«rendirse» es un evidente error de la traductora. La
doctrina militar de las FAR de Cuba no ha contemplado
nunca tal opción. En esa misma página, el criterio del
autor de que la muerte de Che Guevara dio término en
Cuba a «la exportación de la Revolución» es un punto
polémico. En la página 79, no está claro a qué «cosas»
se refiere el autor cuando dice que los militares cubanos
desearían que fueran mejores. El capítulo tiene, además,
una omisión —debida seguramente a que al hecho
no se le ha dado divulgación—: el tiempo y esfuerzo
dedicado por Raúl Castro a su preparación como jefe
militar. Durante 1967 fue sustituido, como ministro en
funciones, por el comandante Juan Almeida Bosque, su
Primer Sustituto y, sin abandonar sus responsabilidades
políticas, dedicó gran parte de su tiempo a estudiar
cuestiones militares. Su grupo de estudio estaba
compuesto, además, por los comandantes Sergio del
Valle y Ángel Martínez. Sus profesores eran, en gran
parte, especialistas soviéticos y también oficiales de las
FAR.5
El párrafo final del capítulo (p. 92) es un excelente
resumen del papel desempeñado por las FAR en esos
años y de su prestigio en el país y el exterior:
Las FAR habían demostrado su capacidad para dar apoyo
y entrenamiento a revolucionarios en otros países; para
combatir enemigos de peso y lograr el triunfo lejos de las
costas cubanas; para funcionar como componente decisivo
de la disuasión de cualquier idea de ataque contra Cuba
que pudiera albergar Estados Unidos; para desarrollar
un papel activo en la creación de una fuerza de reserva
sin precedentes en cuanto a tamaño, adiestramiento,
equipos y velocidad de movilización a cualquier lugar de
la región; para actuar como una herramienta leal y flexible
en apoyo a las metas revolucionarias del gobierno en el
país y en el exterior. Las FAR, en virtud de la posición
única que detentaba Cuba tanto en el mundo socialista
como en el Movimiento de Países No Alineados, gozaba
de una situación de acceso a información de inteligencia
sin precedentes incluso en los países más desarrollados.
Su prestigio se disparó en especial en el Tercer Mundo,
pero también en el país. Raúl podía sentirse sumamente
orgulloso de lo que había logrado con la inspiración
de Fidel. Y si bien el conocido entusiasmo de Fidel de
ocuparse en persona de las cuestiones militares volvió a
manifestarse en la lucha en Angola, nadie dudaba de que
fuera Raúl quien se ocupaba de que nada se apartara de
lo previsto y de que las FAR funcionaran con eficiencia
en forma cotidiana. En rigor, incluso en esa ocasión en
que Fidel se interesó especialmente por la conducción de
las acciones pero desde La Habana, fue Raúl quien viajó
a África y, en el terreno, ayudó a definir las condiciones
en las que combatirían los cubanos.
El capítulo siguiente, «La década del 80 y el
debilitamiento de la conexión soviética», reconstruye
históricamente un período pletórico de acontecimientos
muy complicados y la gestación e implementación de la
doctrina militar cubana de la «Guerra de todo el pueblo».
El autor dedica varias páginas a tratar «el caso Ochoa»,
sobre el cual especula. No queda claro sobre qué sustenta
la afirmación de la simpatía de Ochoa por Gorbachov,
ni por qué Klepak afirma que las circunstancias del caso
Ochoa tal vez nunca se esclarezcan por completo. El
132
Gustavo Placer Cervera
«Un militar en el cargo de presidente» es uno de los
capítulos más extensos y quizás el más controvertido
y polémico, pues tiene un contenido más ensayístico y
provocador (en el sentido científico y benévolo del
término). En él, el autor no solo trata acontecimientos
ocurridos, sino que hace comparaciones entre los
estilos de trabajo de Raúl y Fidel Castro (pp. 15961)6, y especula sobre el papel de las FAR en el futuro
inmediato de Cuba.7 Basta, para corroborar lo anterior,
relacionar los títulos de los epígrafes: «¿Gobierno militar
o estilo militar de gobierno?» (p. 163); «¿Reformista o
conservador?» (p. 170); «Las FAR y el nuevo presidente»
(p. 180).
El siguiente capítulo, «Un estratega revolucionario y
su defensa revolucionaria», constituye una recapitulación
de los aspectos medulares de la obra y un resumen
condensado de ella. Consta de tres epígrafes: «El
hombre y su reflejo en la institución» (p. 199); «¿Una
personalidad militar?» (p. 205) y «La institución» (p. 211). En
el segundo de ellos, Klepak expone las que considera
dos corrientes principales de pensamiento respecto
a la personalidad de Raúl Castro y la influencia que
esta ejerció en su vida militar, tomando después
partido por la tendencia que asegura es predominante
en Cuba: «Raúl es un oficial de grandes cualidades
personales y profesionales, un hombre de honor, valor
y gran sensibilidad, un hombre de familia que se ha
demostrado más que capaz de conducir y organizar las
fuerzas armadas» (pp. 205-6). En el tercer epígrafe se
remarcan las singularidades y la cubanía de las FAR y
sus diferencias, en casi todos los aspectos, de lo que es
la norma en América Latina.
Las breves «Conclusiones» ponen de relieve, por
su lenguaje lacónico y directo, la formación militar
del autor, la profundidad de su análisis y su poder
de síntesis. Para este comentarista hay, en las páginas
finales, dos párrafos que lo resumen todo; el primero
de ellos dice:
proceso aludido fue ampliamente divulgado y se realizó
de manera transparente.
El capítulo 4, «El “período especial” para Raúl, las
FAR y Cuba», abarca la nada fácil de explicar —aun
para un cubano residente en el país— primera mitad
de la década de los 90. El autor intenta —y lo logra en
gran medida— sortear esas dificultades con un hábil
manejo de las fuentes y la experiencia de sus vivencias
personales.
El siguiente párrafo, en el que alude a las medidas
que fue necesario tomar a causa del Período especial y
los subsiguientes problemas económicos, es una prueba
de la agudeza analítica del autor cuando expresa:
Este analista no puede dejar de apuntar un aspecto
singular de esta situación, observado en escasísimas
ocasiones a lo largo de la historia. Por lo general, cuando
lo que se considera un régimen autoritario enfrenta una
crisis profunda y duradera en los terrenos políticos, social
y económico, reacciona fortaleciendo sus fuerzas de
defensa y seguridad. Sin embargo, tal era la confianza del
gobierno cubano respecto de que el Estado perduraría a
pesar de los horrores del momento, que las FAR fueron
el componente del Estado que soportó la mayor exigencia
de sacrificio. (p. 117)
Para agregar más adelante:
Fidel pudo sentirse orgulloso de semejante estabilidad
y resistencia, como también Raúl por la parte que le
correspondió en la creación de un aparato tan leal y
flexible como sus fuerzas armadas. (p. 117)
Sin embargo, Klepak afirma, sin sustentarlo, que en
los cuadros de mando de las FAR el nivel de enseñanza
formal no es elevado, porque no hay entre ellos
descendientes de las clases acomodadas. Es cierto que
en sus comienzos muchos de los oficiales de las FAR,
provenientes de las capas más humildes del pueblo,
carecían de un elevado nivel de instrucción, pero el
esfuerzo desplegado a través de más de cinco décadas
por resolver este problema, según se reconoce en varios
pasajes del libro, ha sido inmenso, y sus resultados
exitosos, evidentes.
El capítulo 5 se titula «Los últimos años en el
Ministerio». En él, dando continuidad al anterior, el
autor reconstruye, en rasgos generales, la actividad de
las FAR y de Raúl Castro en su calidad de ministro,
desde la segunda mitad de la década de los 90 hasta
que asume, en funciones, la presidencia del país, a fines
de julio de 2006. Al tratar el tema de la emigración
ilegal, Klepak omite, quizás por sobrentenderla al ser
archiconocida, la estimulación que esta recibe de los
Estados Unidos (p. 143). Asimismo —en lo que tiene
las trazas de una especulación— se habla de disidentes
«independientes y valerosos» y luego se les atribuye ser
«honestos y reales» (p. 153) sin que esto se sustente en
ejemplos concretos.
Cuba no es un país en una situación normal, donde resulte
sencillo juzgar qué está bien y qué está mal en cada caso.
Se trata de un país sitiado, con la nación más poderosa en
la historia mundial ubicada a tan solo 150 kilómetros de
distancia [...] con la decisión manifestada en las políticas
y en la legislación de destruir el sistema social, económico
y político vigente en la Isla. La situación cubana es única.
Y las respuestas frente a las amenazas planteadas por tal
situación también tuvieron que adoptar características
singulares. (pp. 227-8).
Y a continuación esclarece y puntualiza su
opinión:
Si bien Fidel ha mostrado la mayor de las originalidades
en el diseño de las respuestas, por lo general fue a Raúl a
quien recurrió para garantizar que las medidas propuestas
funcionaran y, en especial, que fuera posible sostenerlas y
defenderlas de las amenazas existentes. Esa labor requirió
de un hombre y unas fuerzas armadas dotados de esa
133
Raúl: revolucionario durante toda su vida
«otredad» y de la capacidad para pensar en modos sin duda
originales acerca de cómo actuar. Raúl ha demostrado ser
ese hombre. Y él encontró «otra» clase de fuerza armada
capaz de llevar a cabo la labor encomendada. (p. 228).
4. Son ejemplo de ellas: 1) Calificar de «poderoso» al Directorio
Revolucionario (p. 44). 2) Considerar como civil a Augusto
Martínez Sánchez, quien era comandante del Ejército Rebelde
(p. 45). 3) Suponer a Raúl Castro Comandante en Jefe del Ejército
Rebelde, cuando fue designado Ministro de las FAR (p. 46). 4) La
guerra del 95-98 no tuvo «tres primeros años», sino que duró tres
años (desde el 24 de febrero de 1895 hasta agosto de 1898 (p. 49).
5) Atribuirle a Raúl Castro, en 1959, el título de General de
Ejército (p. 58), pues en ese momento era, y lo fue durante años,
Comandante; el actual sistema de grados se implantó en las FAR en
los años 70. 6) El considerar conscriptos a los soldados del Ejército
Rebelde (p. 65) en un momento en que aún no se había implantado
el Servicio Militar Obligatorio, lo cual ocurrió en 1963. 7) En las
pp. 81-2 parece que los CDR y las Brigadas de Producción y Defensa
fueron creadas en el mismo contexto; esto es erróneo.
En resumen, el libro que reseño es un trabajo serio,
profundo, que pone de manifiesto la profesionalidad
y sagacidad del profesor Hal P. Klepak —hombre
proveniente de otra latitud, cultura y sistema político—,
así como su conocimiento de la historia y realidad
cubanas. Se podrá estar o no de acuerdo con él, total
o parcialmente, pero hay que reconocer su honestidad
y su respeto hacia Cuba, sus dirigentes, sus fuerzas
armadas y su pueblo.
Agradezco a la revista Temas la oportunidad de leer
este libro en primicia, al menos en Cuba, y de elaborar
estos comentarios.
5. En esos momentos este comentarista era un joven de 26 años,
oficial de la Marina de Guerra Revolucionaria, con el grado de
Alférez de Fragata y ocupaba el cargo de 2º Jefe del Servicio
Hidrográfico, tuvo el honor de impartirles una clase sobre dicha
especialidad, a finales de marzo de 1967, y guarda un muy grato
recuerdo de aquel hecho.
Notas
6. En alusión a la frase «Comandante en Jefe, ordene», su explicación
debe buscarse en el contexto cubano; nada tiene que ver con
Mussolini (p. 160). Esta mención no es feliz.
1. Algunos de los títulos ya publicados por esa colección son El
primer Perón. El militar antes que el político, de Ernesto López (2009);
Militares contra Pinochet. Los que defendieron la Constitución frente al golpe
de 1973 en Chile, de Carlos Gutiérrez (2009); Lázaro Cárdenas y la
Revolución mexicana, cuyo autor es Julio Aibar (2009); Líber Seregni,
el general del pueblo, escrito por Samuel Blixen (2010), e Izquierda
militar y tenientismo en Brasil, debido a la pluma de João Quartim de
Morães (2010).
7. Es también especulativo afirmar que «tal vez la mayoría de los
cubanos no están ni extremadamente a favor ni encarnizadamente
en contra del gobierno socialista o de Fidel» (p. 164). Esto contradice
lo que afirma sobre Fidel como líder y conductor de la Revolución
a través de todo el libro y con el análisis que hace sobre lo que
denomina el «habanazo» (pp. 114 y 143).
2. En los momentos en que redacto estas líneas el VI Congreso del
Partido Comunista de Cuba ha elegido a Raúl Castro como Primer
Secretario, responsabilidad que se une a la que ya ocupaba como
Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros.
3. La traducción del libro al español tiene momentos infelices que
atentan contra la fluidez del lenguaje y la comprensión de lo que
Klepak ha querido decir.
©
134
, 2011
no. 68: 135-144,
octubre-diciembre
2011.
Literatura,
historia
y la república de
perdida
Literatura, historia
y la república perdida
Román de la Campa
Profesor. Univesidad Estatal de Nueva York.
D
ecir que la historia de Cuba encierra un gran
desafío intelectual pudiera parecer redundante, pero
el tema exige precisión. ¿Cómo organizar una narrativa
nacional que recoja una serie tan heterogénea de regímenes
durante el último siglo, una secuencia de cambios
—colonia, república, república mediatizada, socialismo,
post-socialismo— capaces de amenazar la supervivencia
de cualquier nación, tal vez incluso más en el caso de una
isla caribeña? El grado de dificultad se profundiza cuando
se toma en cuenta el papel simbólico de la Revolución
cubana durante la Guerra fría, un suceso que sacudió a
todo el continente americano, cuando no al mundo; lo
cual acentúa la necesidad de matiz y rigor. Es consabido
que abundan polémicas al respecto, que se trata de una
historia todavía cercana, es decir, no solo esgrimida por
investigadores académicos sino también vivida por testigos
que reclaman su propia forma de autoridad. Abordar el
tema es arduo, sobre todo si se busca cierta objetividad
y amplitud de perspectiva. Pocos pensadores realmente
asumen esta tarea de modo integral.
El trabajo académico, como sabemos, se organiza
desde su objeto de estudio. Desde allí se acerca
a fenómenos sociales, culturales o científicos, evitando
en todo lo posible las generalizaciones arriesgadas, aún
más cuando se trata de fenómenos contemporáneos.
La tarea histórica que aquí se describe quizá exija un
investigador capaz de periodizar rigurosamente y un
ensayista capaz de navegar creativamente las aguas
tormentosas de la historia intelectual. De ser así,
debemos cotejar con interés la publicación de Essays
in Cuban Intellectual History,* el primer libro en inglés
de Rafael Rojas. Parece justo decir que el autor intenta
encarar este desafío con cierto afán y que su trabajo
merece una lectura más detenida de la que ha recibido
hasta el momento. Una mirada a su producción durante
el pasado decenio descubrirá que Rojas no solo ha
consignado por escrito la historia de Cuba, sino que
ha convertido este proyecto en una misión, porque
escribe como si el futuro de la nación dependiera de la
República que aspira reconstruir. Durante este tiempo
ha publicado más de diez libros sobre el tema, entre ellos
El arte de la espera (1998), Isla sin fin (1999), José Martí:
la invención de Cuba (2000), Tumbas sin sosiego (2006), El
* Rafael Rojas, Essays in Cuban Intellectual History, Palgrave Macmillan,
Nueva York, 2008.
135
Román de la Campa
estante vacío (2008), Motivos de Anteo (2008). Su obra sobre
la historia de Cuba y América Latina ha sido reconocida
con varios premios internacionales importantes, entre
ellos Matías Romero (2001), Anagrama (2006) y, de
modo más reciente, el primer Premio Internacional
de Ensayo Isabel Planco en Guadalajara (2010), por
Las repúblicas del aire: Utopía y desencanto en la revolución
hispanoamericana.
Nacido en Cuba en 1965, Rojas ha impartido clases y
conferencias en muchas universidades de diversas partes
del mundo, entre ellas Cuba, México, España, Ecuador,
Puerto Rico, Argentina y los Estados Unidos. Desde
1997, después de radicarse en México, ha mantenido
cargos en el Centro de Investigación y Docencia
Económica (CIDE) en Ciudad México. Fue además
uno de los principales intelectuales que participaron
en la creación y promoción de Encuentro de la Cultura
Cubana (Madrid), la publicación de letras cubanas más
leída fuera de la Isla. En 2007 fue profesor visitante en
las universidades de Princeton y Columbia. Hasta el
presente, su obra ha sido reconocida principalmente
en América Latina y España, aunque en los últimos
años algunos de sus ensayos se han traducido al inglés.
Pudiera decirse, sin embargo, que Essays in Cuban
Intellectual History marca su presentación oficial en el
mundo angloparlante. Este libro, una colección de siete
ensayos, ofrece una muestra representativa de su obra,
casi toda seleccionada de sus recientes libros en español.
La traducción sorprende a ratos, puesto que cuenta con
cinco traductores, incluido el autor, una confluencia
de voces disímiles que distancia al lector aun más de
la prosa del autor, una de sus marcas de identificación,
pero no se pierde por completo la arquitectura básica del
ensayo, una integración sui generis de motivos literarios
y pensamiento social inspirados por un nacionalismo
profundo, una voluntad parece sostenerlo siempre,
incluso en momentos de contradicción. Y lo que es
más importante, el volumen presenta al lector de
habla inglesa un atisbo de la pasión del autor por la
historiografía cubana. Entre ese cuerpo de lectores,
uno sospecha que el público cubano-americano
encuentre en Rojas un interlocutor novedoso, una voz
profundamente inmersa en la intelectualidad del exilio
cubano, pero puesta a punto en el trabajo en un tercer
espacio: México.
Cada uno de los capítulos del libro —ensayos por
derecho propio— merece un abordaje más estrecho,
pero primero haré algunos comentarios sobre el marco
subyacente del volumen. Para Rojas, ante todo está la
idea de que Cuba aún tiene futuro como República luego
de soportar tantos difíciles momentos fundacionales.
Según Rojas, la clave del futuro está en el pasado,
sobre todo en 1940, cuando se estableció la Segunda
República, el verdadero nacimiento de la nación. Esa
búsqueda de una fundación orgánica estará informada
por un tipo de historia intelectual que contiene la
llave del futuro. La llama una «poética del recuerdo»;
y comienza colocando a Cuba en el contexto de los
regímenes post-socialistas de Europa oriental, así como
de las posdictaduras militares latinoamericanas que han
dado paso a gobiernos de transición y reconciliación
nacional. De igual importancia para él es comprender
que los asuntos cubanos contemporáneos, aunque
separados en gran medida a lo largo de la línea divisoria
exilio-Isla desde hace cinco decenios, han inspirado un
corpus de escritos cuya gran parte se ha enmarcado en
una guerra traumática de recuerdos que busca enjuiciar
verdades polémicas del pasado. Lo importante para
Rojas es que en esas querellas se puede palpar un
ferviente nacionalismo. Además, ve indicios de que,
más o menos en la última década, este corpus de relatos,
compuesto en su mayoría por memorias, autobiografías,
algunas obras académicas y varios géneros de ficción,
se ha ido haciendo crecientemente conciliador a ambos
lados de la escisión cubana. Por ello siente que la historia
está del lado de la transición y la reunificación, incluso
si aún no ha arraigado en todos los cubanos. Su meta
entonces es formular una armazón que guíe este flujo
de discursos de la memoria hacia una comprensión
histórica unificada que, en última instancia, arroje una
voluntad política para un regreso al republicanismo. El
autor intentará brindarlo.
Como también veremos, el compromiso de Rojas
con la historia intelectual comienza y termina con la
literatura, una relación no siempre cómoda que provoca
preguntas y sugiere contradicciones que más tarde se
exploran en detalle en este ensayo. El objetivo del autor
es incorporar las artes de la memoria en un marco
histórico unido por el nacionalismo, no obstante la
dificultad de aportes discordes o distantes. Es consciente
de que la comprensión histórica y la poética del recuerdo
responden a propósitos diferentes, pero matiza la
distancia entre historiografía y literatura, intentando
llenar, con diversos grados de éxito, las brechas y
tensiones intrínsecas entre estos modos de escritura.
Su cronología básica comienza con dos períodos claves
en la historia de Cuba: 1902-1933 (Primera República)
y 1933-1952 (Segunda República). Estos se bosquejan
como trasfondo de la obra de José Martí, Jorge Mañach,
Fernando Ortiz y José Lezama Lima, figuras canónicas
de relevancia internacional. Sigue un tercer período,
1959-1992 y después, que se corresponde con el Estado
socialista y sus consecuencias. Este corpus final está
compuesto por textos de remembranza, con énfasis
en la producción de memorias del exilio, de diversos
tipos, y conduce a un examen de la obra al llamar a una
transición post-socialista. En ocasiones Rojas despliega
un acercamiento más detenido de autores claves pero su
acercamiento a la literatura se rige por un tema central:
la línea diacrónica de la historia republicana de la Isla.
136
Literatura, historia y la república perdida
La literatura le permite construir la historia nacional
mientras sea posible adecuar a los escritores y sus obras
en esa teleología. Cuando no es así, el modelo entra en
crisis. Estos tal vez son, como veremos, los momentos
más reveladores y contradictorios en la obra de Rojas.
teleológico, singular e incuestionable, aunque en
ocasiones siente que la relación entre las culturas
nacionales, el Estado-nación y la filosofía política deben
atravesar nuevas contradicciones. Pero estas difíciles
cuestiones de la historia nacional —lenguaje, raza,
clases sociales, formas de gobierno— podrán siempre
encontrar resolución en las bases creadas durante la
Segunda República, o Rojas las esquivará en nombre
de la nación en un momento difícil de transición postsocialista. De ahí que su mirada a la obra de Martí, u
otros autores, no contemple la forma en que la literatura
y la política brindan modos diferentes de entender el
nacionalismo o conducen a conceptos distintos de
la historia. El énfasis estará en el tiempo biográfico
de Martí, su proximidad a la Primera República y
las limitaciones de esta (y por lo tanto de la reducida
relevancia del pensamiento martiano para la Segunda
República) y no en si la obra literaria de este gran
modernista pudiera hablarle a cualquier otro momento
o espacio. El exceso de significado de la literatura, su
inherente polisemia, será siempre una limitación política
para este modelo de historia intelectual.
A lo largo del libro, este encierre conducirá a preguntas
ulteriores e incluso a contradicciones relacionadas con la
literatura e historia. La obra de Martí sin dudas produce
ambigüedad, al igual que lo hacen las de Rodó, Darío
y otros modernistas latinoamericanos. Su discurso
literario correspondía a una nueva esfera disciplinaria
de conocimiento que informa, pero también excede,
la estricta teleología republicana y su correspondiente
ubicación. En la conocida obra Divergent Modernities:
Culture and Politics in the Nineteenth-Century Latin America,
por ejemplo, Julio Ramos ha afirmado que Martí y
otras figuras de la época complican el concepto de
intelectuales atrapados en la red de «la ciudad letrada»,
un espacio en el que la lógica del Estado, con frecuencia
aún colonial, brindaba un significado global a la obra
de escritores y otros intelectuales que consolidaron o
forjaron repúblicas latinoamericanas.1 Escritos como
los de Martí guardaban relación con una modernidad
literaria surgida de una esfera relativamente autónoma
de conocimiento que excedía temas unificados, una
alineación polisémica de escritos y comprensión
histórica provocada por fuerzas culturales y económicas
nuevas. De ser así, si la literatura permite ese tipo de
comprensión difícil pero enriquecedora, sugiere un
marco diferente para la historia moderna en su vínculo
con la escritura. Cabe observar entonces, con Rojas, que
el legado de Martí ha conducido a mucha manipulación
ideológica, pero también pudiera concebirse un enfoque
distinto al que propone, que la sostenida presencia de
Martí en la literatura y la historia remite a una riqueza
epistémica equívoca pero enriquecedora que rebasa las
cronologías biográficas.
Revisitando a Martí
En contra de lo que corrientemente se piensa,
advierte el autor, puede que José Martí no sea el modelo
o paradigma en torno al cual construir la nación cubana
contemporánea. Aunque reverenciado por los cubanos
como el padre fundador de la nación, y considerado por
muchos académicos del mundo como la figura clave de
la historia moderna latinoamericana, Rojas pretende
mostrar la extraordinaria disparidad de posiciones
políticas que hay detrás de la canonización de José Martí.
Examina con cuidado la forma en que los diferentes
períodos históricos cubanos (las dos Repúblicas y el
Estado socialista) ungieron a Martí como «El Apóstol»,
una representación sagrada para cada relato, a pesar de
las profundas divisiones nacionales que representan.
Cabe especificar aquí que, para Rojas, la Primera
República fracasó, pero contribuyó a sentar las bases de
la segunda, que fue y continúa siendo su modelo para
el futuro. Concluye que Martí no pertenece a ninguno
de esos tres movimientos fundadores porque murió en
1895, siete años antes de la Primera República y, por
tanto, no estaba en juego cuando llegó la independencia
y mucho menos después, cuando la historia de la nueva
nación tomó su curso. Pero cada período construyó sus
bases sobre sesgadas interpretaciones de este poeta,
práctica que solo ha intensificado la desunión y el error
histórico. Su propósito no es cuestionar la importancia
de Martí, sino historiar su lugar en la nación moderna.
Después de examinar la filosofía política martiana,
Rojas deduce que, en función de las tradiciones del siglo
xix, cabría pensar en El Apóstol como un republicano
—aunque no liberal— y que con toda probabilidad
se hubiera encontrado de acuerdo y desacuerdo con
diferentes posturas de los tres períodos posteriores;
un pensador, por ejemplo, capaz de reprobar a los
Estados Unidos por sus designios imperiales en el
continente americano, al tiempo que reconocía sus
principios democráticos fundadores. Martí, por tanto,
lanza una luz doble. Era un preludio importante de la
nación, sobre todo de la Primera República, aunque no
la figura guía que unificaría una república futura; su obra
inspira a patriotas de todas las tendencias, pero conduce
también a profundas divisiones, equivocaciones y
manipulaciones.
El estudio del error histórico en torno a la figura
martiana comenzará a desentrañar el aspecto más
significativo del libro de Rojas, un republicanismo
137
Román de la Campa
Biopolítica y orden criollo
abrió la posibilidad a la política nacional multirracial.
Rojas recalca que Ortiz, a la larga, dejó atrás el discurso
racializado de la Primera República pero que en su obra
temprana estuvo atrapado en él. La eugenesia tenía que
ser vencida, pero su fuerza persistente requiere atención.
Para ello, Rojas invoca el concepto de Michel Foucault
sobre la «biopolítica», y cita la descripción de este último
de la «inscripción del racismo en los mecanismos de
Estado» (p. 29), como trasfondo, no solo en Cuba
sino en el pensamiento eugenésico latinoamericano
durante el siglo xix. Sin embargo, Rojas insinúa que
este terreno biopolítico solo pertence a un pasado que
esperaba definición y superacion dentro de un orden
nacional ilustrado por la transculturación. De tal modo
Rojas evita la capa más profunda de la biopolítica que
solo se intensificó en el siglo xx, como bien describen
Foucault y otros pensadores de la biopolítica como
Antonio Negri y Giorgio Agamben, no obstante la
disimilitud entre ellos.
En una lectura reciente de El nacimiento de la biopolítica,
de Foucault —un libro proveniente de su seminario
de 1979 que así se titulaba—, Michael Hardt aduce
que esta no solo tenía en cuenta comportamientos
raciales sino también sexuales, prácticas médicas, así
como paradigmas económicos.2 Así, abre un análisis
a regímenes contemporáneos de todo tipo, incluido
el neoliberal, en donde, afirma, los Estados ya no
son el locus principal de poder, dado que están hoy
supervisados por el mercado. A esa luz, es probable que
una república post-socialista como la que prevé Rojas
exija un argumento más concreto de cómo engrana
la transculturación con la política racial en la Cuba
contemporánea y su diáspora.
Desde un punto de vista formal, Cuba nació
con la independencia, haciendo surgir así la Primera
República (1902-1933) en la formulación de Rojas. Era,
no obstante, un momento pletórico de obstáculos en
apariencia insalvables, incluida la presencia interventora
de los Estados Unidos. Sin embargo, para el autor
el debate que tuvo lugar a continuación en la Isla
sobre raza y modelos de civilización puede haber
sido la amenaza más profunda a la estabilidad de la
joven nación. Según él, la guerra de independencia,
en términos militares, fue relativamente corta en
comparación con la políticamente más costosa «guerra
de discursos» en que combatieron «las élites intelectuales
y políticas de la Isla» (p. 25). Rojas identificará estas
élites republicanas como criollos blancos atrapados en
un debate contraproducente sobre modelos raciales y
civilizatorios en los que fundar una nación moderna. En
esta búsqueda, veían de forma negativa a las poblaciones
hispana y afroamericana de Cuba, en grados diferentes.
El discurso eugenésico ocupará así un papel central en
este momento de la historia nacional, al igual que la
confusión entre el modelo civilizado y el racial. Es, en
última instancia, un capítulo más en la historia de las
políticas racializadas que prevaleció en toda América
Latina durante el siglo xix e inicios del xx, pero aún más
acentuado por la profunda importancia de la población
negra de Cuba, una clave constitutiva de su formación,
no solo en términos culturales sino también en la lucha
por la independencia.
Cimentar un modelo cívico basado en antecedentes
criollos blancos era, por tanto, un empeño contradictorio,
dado el temor profundamente arraigado de estos
últimos a la ascendencia nacional africana, así como sus
propias dudas sobre la disposición de la cultura hispana
hacia la modernidad. La sociología y la antropología
informaban sobre estos contradictorios cimientos,
sobre todo a través de la obra temprana de Fernando
Ortiz, además de los incipientes discursos políticos que
pretendían salvar estos obstáculos inextricables para la
nueva República de Cuba.
Rojas maneja con cuidado el peso de la eugenesia
en los debates del siglo xix en todo el continente
americano, describiendo el predominio de la ideología
racista en las raíces de la nación. Además, reconoce
las limitaciones de este debate para la República de
Cuba; más difícil, si no imposible, era dejar atrás estos
confusos puntos de vista sobre razas y civilizaciones
cuando aún prevalecía el lenguaje de la eugenesia
imbuido en paradigmas positivistas. De ese ahí marco se
desarrollaría la obra de Fernando Ortiz, el renombrado
antropólogo cubano, a quien Rojas enmarca en un
capítulo posterior como el verdadero protagonista de la
modernidad cubana, cuya teoría de la transculturación
Ajiaco y transculturación
La Segunda República abrió toda una nueva
dirección para la Isla, aun cuando duró solo diecinueve
años. El período posterior, 1952 a 1959, sin embargo,
no se incluye en la periodización de Rojas. El autor
no aborda esta línea demarcadora, pero fuera de ello,
la Segunda República es presentada con cuidado.
Cristalizó en 1940, año en que se reunieron una
Constitución progresista, la publicación de Contrapunteo
cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz, un nuevo
auge de investigación histórica por académicos cubanos
inspirados en métodos nuevos y, de igual importancia,
el papel de vanguardia de la Revista de Avance en la
política nacional de Cuba, un conducto para las políticas
democráticas, asistido por la figura de Jorge Mañach,
ensayista cuyos paradigmáticos ideales contribuyeron a
fusionar todas esas fuerzas. Tal coyuntura de erudición,
articulación legislativa y acción política lleva a Cuba la
modernidad; este es el argumento principal de Rojas.
138
Literatura, historia y la república perdida
El compromiso de Rojas con la historia intelectual comienza
y termina con la literatura, en ocasiones cómodamente, otras
atrapado en una enmarañada relación que provoca varias
preguntas, así como contradicciones.
Con la ayuda del discernimiento de Ortiz, la obsesión
criolla por la raza se pudo reorientar hacia la formación
de una cultura nacional, lejos de modelos eugenésicos y
de diferentes matrices de civilización. El nuevo ímpetu
alcanzó la esfera de la política apuntalado por la nueva
Constitución y por el activismo de Avance y Mañach. La
República nace al fin, aunque debiera añadirse que el
aspecto de la raza, un punto álgido muy lejos de haber
encontrado resolución, no recibe atención posterior en
la periodización de Rojas.
El giro político de 1940 es el interés primordial del
autor, aunque no deja atrás la importancia de la cultura,
dada la que le otorga a Fernando Ortiz. De hecho,
Rojas está bien al tanto de las críticas posmodernas a
la transculturación, y siente la necesidad de sostener su
contemporaneidad para la historia intelectual de Cuba. A
diferencia de nuevos acercamientos académicos (estudios
culturales y la hibridez poscolonial, entre otros) que
Rojas considera viciados por ideologías posnacionales,
afirma la pertinencia de la transculturación como
método basado en principios científicos sociales,
centrado en la historia y la migración, e insiste en que
brinda un modelo de integración nacional abierto a las
diferencias raciales a la altura del desafío de verdadera
ciudadanía cosmopolita. Arguye que la nación cubana
no necesita ir más allá de Ortiz y 1940 y que añadir
la transculturación sigue siendo el terreno que mejor
conduce a la demarcación de una subjetividad nacional
multirracial. Declarando la universalidad de un pensador
cubano, se puede observar una formulación que
busca colocar a Ortiz, y no a Martí, como verdadero
teorizador de la nación cubana moderna: un científico
social, no un poeta, que transforma la disciplina de la
antropología y la epistemología eugenésica, un testigo
de los momentos constitutivos de la República, capaz de
transferir su comprensión culturalista orgánica a un
marco político unificador.
Las zonas más profundas de este argumento, por
supuesto, merecen consideración posterior. ¿Erradicó la
transculturación el epistema criollo cubano o continuó
afirmándose esta ideología racial en la cultura nacional
durante la dictadura de Batista, la República socialista y
las comunidades del exilio? Rojas intuye la dificultad del
tema, pero solo en un sentido teórico más predispuesto
a un debate sobre el multiculturalismo contemporáneo
que una consideración detenida de la raza en la cultura
cubana después de 1940. Sabe que se trata de un
problema que trasciende a Cuba y esto le permite una
discusión del multiculturalismo posmoderno, el cual, a su
modo de ver, está formado por conceptos equivocados
que pueden ser más proclives a la racialización que a
la transculturación en sí. Es, sin embargo, un terreno
que exige mucha mas precisión. Rojas pinta el discurso
de la hibridez con pinceladas gruesas, prescindiendo
de una mirada más profunda a fuentes claves como
Edouard Glissant u Homi Bhaba, ambos pertenecientes
a contextos caribeños. En lugar de ello, uno se encuentra
una insistencia en Ortiz como visionario cuya teoría,
entendida de manera correcta, invalida las críticas
dirigidas a su obra por un campo que según el autor ha
sido vagamente definido por los estudios culturales.
Para Rojas, el problema de la raza en la política
nacional, como problema histórico, parece terminar en
los años 40 y en Fernando Ortiz cuando se formula la
transculturación, que pudiera ser, además, un modelo
para otras naciones, sobre todo si se entiende como
teoría del «ajiaco», nombre que sugiere un plano
conceptual más lúdicro, si acaso hasta cercano a la
manera posmoderna. Cabría añadir, sin embargo, que la
historia cultural del Caribe ha motivado nuevos aportes,
entre ellos Modernity Disavowed,3 de Sybille Fischer, que
continúan poniendo en duda el «relato culturalista»
de Ortiz, su «imaginería de absorción e incorporación
dentro del territorio nacional», un discurso en el que «la
cultura ha tomado el papel de la política como vehículo
para resolver divisiones» (p. 297).
Nihilismo y márgenes
Uno de los momentos más intrigantes de Essays in
Cuban Intellectual History puede encontrarse en el capítulo
«Orígenes y la poética de la historia». Hasta entonces, el
libro ha presentado la llegada de la Segunda República,
pero no ha brindado indicios claros de las razones de
su rápido final. Este capítulo ofrece un bosquejo de las
sombras que acechaban a esa promesa. Para ello se
remonta a la revista literaria Orígenes, fundada por un
grupo de influyentes escritores, entre quienes se yergue de
modo predominante el poeta José Lezama Lima. Juntos
constituyeron una influencia compensatoria, inspirada
en una tradición literaria que cuestionaba la dirección
de la Segunda República. En lugar de ello, nutrían una
utopía poética mezclada con un tipo de antimperialismo
139
Román de la Campa
que, en última instancia, según Rojas, resultó profética:
sus esperanzas y expectativas encontraron una suerte
de referente en el Estado socialista que reemplazó
al republicanismo cubano. Como explica el autor, al
enfrentar la crisis nacional cultivaron el concepto de insilio,
en oposición a exilio. Este concepto, un espacio interno,
poético, secreto, se volvió una insulsa duda, fundadora
de anti-republicanismo, un bloqueo del movimiento de
la Primera a la Segunda República, una gravitación al
margen del proyecto político patrocinado por Avance,
Mañach y la transculturación nacional. Los origenistas se
convirtieron en sujetos líricos en lugar de políticos, en este
momento clave, «huérfanos republicanos» que se negaban
a ser parte de un relevo que veían como atrapado en un
ciclo de uniformidad para Cuba. Según observa Rojas,
comprendieron la participación en los asuntos públicos
como «una comunión con las imágenes poéticas posibles,
no una asistencia al Estado político cotidiano». El Estado,
para ellos, conjuraba una imagen de «nihil admirari, el
escudo de la decadencia más antigua» (p. 90).
El desdén poético a la subjetividad política por parte
de los «origenistas» puede explicar por qué la crítica de
Rojas a este movimiento en ocasiones puede parecer
severa. En un momento, reprende a Virgilio Piñera,
por «alimentar una duda ontológica fatal respecto de
la existencia de Cuba como nación» (p. 68), concepto
que solo podía anunciar una «inmanencia subversiva,
perversa y terriblemente resistente a todas las formas de
autoridad». (p. 74) La compleja relación entre literatura e
historia sustentada por Rojas se hace un tanto inestable
en este punto. En general, su vocación de historiador
se siente cómoda reseñando literatura, conoce cómo
derivar grandes temas y contenidos con cierta soltura,
pero encuentra, primero en Martí y luego en Lezama,
un lenguaje que reclama una lectura más detenida como
literatura que se resiste a la representación histórica
de manera explícita. El caso de Martí, en el alba de la
nueva nación, estaba aún lo suficientemente impregnado
de política para facilitar la lectura de Rojas, pero con
Lezama debe lidiar con un intelectual cuya vida y obra
no pudieran estar más alejadas de lo político. Esto explica
el uso del término «nihilismo» para describir la reticencia
hacia la política por parte de Orígenes en el período de la
Segunda República. Sin embargo, el problema para Rojas
se exacerba con la promesa política implícita mantenida
por este grupo de escritores, su deseo de un espacio
utópico más allá de la historia de un republicanismo
fallido, que él ve como la profecía del Estado socialista.
En ese sentido compuesto, histórico tanto como nihilista,
en el trabajo de Orígenes había también en juego un
nacionalismo alternativo, pero significaba una ruptura,
una fuerza negativa que se veía a sí misma en un contexto
de orfandad, al negarse a reconocer el trabajo preliminar
de base sentado por la Segunda República. Puede que
este otro nacionalismo sea lo que más preocupe a Rojas,
porque profetizaba y luego encontró inspiración en el
posterior Estado socialista, que no puede considerarse
republicano. Así, Lezama se convierte en un profeta
por una incontenible inmanencia que demuestra no ser
de fiar para la República. Como concluye Rojas en tono
casi apocalíptico: «Entonces la Revolución desmanteló
la República, cuya ingravidez y vacuidad ya se había
expresado en la poética de Orígenes» (p. 83).
El lugar de la literatura en los asuntos de Estado aflora
aquí con toda su fuerza contradictoria. No puede evitarse,
pero debe contenerse. Rojas es enfático en este asunto
y tal vez ofrece la evidencia más fuerte en la definición
lezamiana del espacio público como «una realidad tatuada
donde uno flota en mundanas ofertas de la política
positiva» (p. 88). Un concepto tal, entendido de forma
estricta como un rechazo a la democracia o como un
ingenuo deseo de un futuro gobierno capaz de dominio
totalitario, da fuerza a la consternación de Rojas. Pero
puede haber otras lecturas de esta extraordinaria cita de
Lezama. Vista a la luz de las intervenciones extranjeras y
dictaduras internas que rodearon a la Primera República,
puede también indicar que el grupo Orígenes tenía poca
fe en la reforma política. Ecos de esta interpretación
pueden encontrarse en Cintio Vitier: La memoria integrada,4
de Arcadio Díaz Quiñones, destacado crítico literario
puertorriqueño, quien echa una mirada más detallada
al vínculo entre poesía y frustración republicana, una
relación mucho más compleja que no necesariamente
necesita encontrar su referente histórico en el Estado
socialista cubano, incluso si cronológicamente lo sigue.
Además, pudiera entenderse la interpretación lezamiana,
en apariencia nihilista, del espacio público, como una
forma de poner en duda la teleología del Estado-nación
como valor que concluye el devenir de la historia política,
interrogación que parece hoy de especial pertinencia. Los
nacionalismos o regionalismos no agotan, para Lezama,
las posibilidades del espacio público y la subjetividad
política. Su obra inspira una práctica de afiliación
diferente, según sugieren libros recientes como Del príncipe
moderno al señor barroco: la república de la amistad en Paradiso
de José Lezama Lima,5 de Juan Duchesne Winter.
Un canon a la altura de la nación
Como ya se ha esbozado, la cronología de Rojas
deja el período de 1952 a 1959 colgando con el desafío
nihilista de Orígenes. En este punto, su atención no
regresa a la historia, sino más bien a la literatura, en
particular a la formación del Canon, tal vez la vía más
paradigmática de presentar cómo literatura e historia
se unen en la búsqueda de una política nacional. Rojas
avanza por este terreno de modo cuidadoso y exhaustivo.
Es consciente de que, al igual que en la obra de Martí,
crear un canon literario es un inevitable proceso de
140
Literatura, historia y la república perdida
inclusión y exclusión, que se divide a lo largo de líneas
de amigo y enemigo impelidas por la estética así como
por intereses ideológicos. Revisa la literatura buscando
tendencias generales, mostrando que en la historia de
la formación del canon cubano es posible encontrar
tendencias diversas, algunas más dispuestas a dar cuenta
de la diferencia que otras. Al final, sin embargo, todas
revelan parcialidad, a costa de la verdadera integración
nacional, su pretensión final. Aquí se puede observar
a Rojas hacer malabarismos con un territorio que
es tanto necesario como inherentemente conflictivo
a su proyecto. La formación del canon es capaz de
monumentalizar la historia nacional, pero en última
instancia es exclusivista. Rojas examina Western Canon de
Harold Bloom, influyente obra que incluye un número
extraordinariamente elevado de escritores cubanos, para
ilustrar que también presenta niveles comprensibles de
arbitrariedad. También reconoce que la literatura cubana
suele ser definida como latinoamericana, a expensas de su
orientación caribeña y que se trata de una disposición
negativa hacia los modelos caribeños de asociación pero,
una vez más, solo la acusa en función del pasado, sin
mencionar lo que presagia para una futura República de
Cuba en el siglo xxi. En un punto afirma que Arcadio
Díaz Quiñones «nos recuerda constantemente» una
historia de agravios cubanos a Puerto Rico, pero no
brinda detalles (p. 98). Luego observa que La isla que se
repite, de Antonio Benítez Rojo, es «el único libro escrito
por un cubano que pretende leer la cultura como si
estuviera ya inscrita en el contexto caribeño» (p. 96),
pero tampoco somete este texto a una lectura cuidadosa.
Lamenta la resistencia histórica a la contextualización
caribeña pero evita un análisis de por qué sigue siendo
un rasgo constante en los escritos cubanos, en el exilio
y en la Isla, largo tiempo después de Mañach, Ortiz y
la Segunda República. La tradición criolla, al parecer,
mantiene un perfil constante en las letras cubanas,
pero Rojas no lo examina; y lo que es más importante,
se le escapa el aspecto de que, a pesar de su innegable
valor, el libro de Benítez Rojo contiene una lectura del
Caribe centrada en gran medida en lo cubano, o que su
comprensión de la historia, no podría estar más alejada
de Rojas dado que presenta la modernidad y su política
como empresas violentas, enemigas de las virtudes
culturales de la región.
A fin de cuentas Rojas revela una profunda
ambivalencia en cuanto a la formación del canon: teme
sus limitaciones pero valora su capacidad de exhibir
fervor nacionalista. Concluye que un canon, en última
instancia, «nos impone una identidad nacional», pero
también advierte que un «contra canon» basado en
los «sustratos arqueológicos de literaturas femenina,
gay, negra, disidente o minoritaria» lleva el peligro
de «redefinir lo nacional desde dentro de discursos
subvalorados, marginales, olvidados o rebeldes» (p. 113).
Sabe que ambos excluyen, aunque tal vez uno sea más
valorado que otro. Sus recelos hacia el fenómeno deben,
por tanto, enfrentarse con dificultad al deseo de un
archivo capaz de monumentalizar la historia nacional.
Los peligros de la transición
Essays in Cuban Intellectual History termina con dos
ensayos que se acercan más al presente. Es el momento
en que aparece la Revolución cubana y también el exilio
—más tarde referido como toda una diáspora—, ambos
iniciados en 1959. El autor no se detiene demasiado
en la historia de ninguna de las partes como entidades
sociales ni políticas, ni en sus respectivas afirmaciones
de poseer la verdad, muchas veces absoluta, pero insiste
en calificar la relación entre ellas como guerra civil.
Esto podría ser un tanto sorprendente, dado que el
momento y alcance de los conflictos militares entre la
Revolución cubana y su comunidad exiliada temprana
difícilmente justifiquen tal descripción. Se trata más
bien de dramatizar las fieras batallas ideológicas entre
cubanos, avivadas por la geopolítica de la Guerra fría,
una confrontación de fuerzas simbólicas con más de
cinco decenios de edad. En todo caso, los años 90
trajeron una pausa a ese duradero choque, de ahí el
intento del autor de evocarlo como una narrativa de
remembranza. El territorio de este corpus de recuerdos
tiene menos ver con enfrentamientos militares que la
sensación de pérdida, un archivo de ideas y sentimientos
que quedaron en la estela de una división nacional
cubana. Por ende, la transición post-socialista presenta
una oportunidad de cruzar diferencias, trazar puntos
de convergencia, proponer modos de adjudicación, y
fomentar el regreso a la unidad nacional basada en el
modelo de la Segunda República.
Obviamente, los conflictos no desaparecen y el
perdón será siempre un tema espinoso para una nación
tan escindida por la historia, pero Rojas lo aborda con
confianza, con una mirada integral a muchas fuentes,
algunas más dispuestas que otras a renunciar a la
recriminación. Muestra pruebas de que ambas partes
—Cuba y el exilio6— han comenzado a atenuar sus
posiciones respectivas por razones distintas y en grados
que difieren. Mientras las posiciones oficiales siguen
mostrando intransigencia, el fin del socialismo estilo
soviético y la latino-americanización de Miami, entre
otras causas, han colocado a la Revolución cubana y a
su comunidad en el exilio cara a cara con sus respectivas,
y tal vez inesperadas, transiciones. Una disposición
cambiante hacia el otro es evidente en memorias,
testimonios, autobiografías, filmes, actividad de Internet,
algún periodismo, crítica literaria, obras de ciencias
sociales, contactos entre artistas y varios esquemas que
instan a la reconciliación nacional. Rojas revisa estos
141
Román de la Campa
discursos de memorias con mirada optimista, aunque
recalca un compromiso mucho mayor con ellos por
parte de los exiliados que los de la Isla. Esto es así hasta
un punto, pero requiere contexto ulterior.
Desde los años 70 han existido grupos de exiliados
que favorecen el diálogo con la Revolución, aunque
en aquellos tiempos en Miami se los veía como una
aberración, cuando no como una forma de traición.
Con el tiempo, olas más recientes de exiliados y de
nuevas generaciones de cubanoamericanos, esta
iniciativa se hizo más aceptable, pero sigue teniendo
poca repercusión en el mapa político de Miami y
el estado de la Florida. La televisión, la radio y el
periodismo impreso indican una clara propensión a
fomentar la afiliación partidista ultraconservadora,
pero el autor parece menos familiarizado con este
vector de la política contemporánea que con las
memorias de exiliados, muchas de ellas de académicos
liberales, centradas en la pérdida y la idea de la unidad
cubana. Hay también matices que Rojas no atiende
con detenimiento, ya que entre los cubanoamericanos
interesados en abrir relaciones con Cuba, la cuestión
del nacionalismo es fundamentalmente distinta: revela
adhesión a lenguajes e identidades múltiples y, por
ende, una comprensión más compleja de lo que podría
imaginarse por transición y aun la formación de un
Estado-nación. Esto no pretende negar el giro hacia
la remembranza que Rojas describe, que sin dudas se
ve en diversas formas desde la obra académica de los
exiliados; pero incluso esos relatos de pérdida merecen
una lectura más pormenorizada. Los autores del exilio
con vidas firmemente enraizadas en otra parte, que ya
no escriben en español y no tienen planes de regresar
a la Isla, pueden albergar una idea de la nación muy
distinta de lo que Rojas imagina.
El mapa político en Cuba durante este tiempo
también recibe cierta atención. El autor comienza
señalando la presencia de intelectuales independientes
y otras entidades que ven la posibilidad de que «el
sistema político en Cuba puede transformarse desde
adentro por sus propios agentes e instituciones» (p. 126).
De modo más específico, señala 1992 como la fecha
clave en la Cuba post-socialista, dada la reforma
constitucional que se produjo ese año, así como cambios
posteriores tales como la despenalización del dólar,
la reapertura de los mercados agrícola y ganadero, la
autorización del empleo por cuenta propia, los planes de
inversión extranjera mixta, la reducción de los cuadros
profesionales del Partido Comunista, y el desarrollo del
turismo y las remesas como los primeros pasos de la
economía nacional hacia la integración (p. 141).
Aunque observa que estas medidas pueden ir y venir
sin advertencia mientras el régimen continúa controlando
la economía y reprimiendo a la oposición política, sin
dudas indican una suerte de apertura. En términos
políticos, Rojas observa un movimiento de gobierno
totalitario al autoritario; en términos filosóficos, ve «el
abandono del marxismo-leninismo como ideología
estatal y la readopción del nacionalismo revolucionario
como doctrina del régimen» (p. 141). Pudiera añadirse
que este cambio tal vez encuentre su mejor ilustración
en la escena cultural. En los 60 y los 70, durante el auge
del internacionalismo socialista, Cuba estaba más que
dispuesta a separarse de su pasado cultural, cuando no a
desdeñarlo como falsedad burguesa; después de 1989, lo
ha revaluado, como es evidente en filmes de tan amplia
aclamación como Fresa y chocolate.
De todos modos, si ha resurgido un nacionalismo
revolucionario, lo cual parece intrigar al autor,
uno se pregunta cómo ubicarlo dentro de su vía
republicana. ¿Se trata de una vertiente con características
singulares o solo otro nombre para un regreso a la
tradición republicana? ¿Qué conserva el significante
«revolucionario» la transición post-socialista? El tema
exige estas y otras interrogantes relacionadas con el
lugar de la nación entre los Estados contemporáneos.
Es muy posible, por ejemplo, que ni el Estado socialista
ni la diáspora cumplan los requisitos para ocupar el
lugar de la República de Cuba definido por Rojas. El
primero ha estado comprometido con un epistema
diferente de la nación por más de medio siglo; la
segunda ha establecido ciudadanía excepcional en el
territorio de otra república. Por tanto, cabe concluir que
esa República, como tal, ha estado desocupada durante
más de cincuenta años, incluso si el nacionalismo se ha
extendido, en formas inéditas, dentro de esas entidades.
De ser así, la futura nación cubana puede requerir
una reformulación capaz de acoplar una pluralidad
imprevista en términos territoriales y culturales. Rojas
parece intuir esta complicación cuando observa que
aunque desde 1992 Cuba ha experimentado una
flexibilidad ideológica similar a la de los países asiáticos,
las relaciones tensas con el gobierno estadounidense y
la comunidad exiliada de Miami, así como la falta de
coherencia institucional por parte del Partido Comunista y
la timidez de sus reformas económicas, distinguen a Cuba
del socialismo reformado y los capitalismos estatales de
Asia. (p. 142)
Esta breve descripción nos recuerda el papel de
la Guerra fría en la escisión nacional de la Isla: una
enmarañada red de historia que vincula los intereses de
los Estados Unidos, los de la Revolución y los del exilio
sin aparente resolución, una conjunción de elementos
aún muy en juego que no solo ha dado origen a discursos
de remembranza y nostalgia entre cubanos, sino que ha
creado nuevas entidades sociales con características
singulares y un grado considerable de permanencia.
Cabría por tanto, detenerse antes de especular sobre
qué tipo de formación de Estado-nación espera a los
cubanos o cómo atravesarán sus múltiples formas de
nacionalismo cultural, sus lenguajes y sus territorios
142
Literatura, historia y la república perdida
respectivos, por no hablar de su composición racial y
clasista, significativamente diferentes.
Rojas intuye, de pasada, estas complicaciones,
incluyendo la noción de que pudiera haber un contexto
caribeño pertinente en el futuro de Cuba, dada la
contradictoria historia de formación de Estadosnaciones en la región, pero no se inclina a considerarlo
seriamente, quizás porque pondría en peligro su modelo
republicano, si acaso más latinoamericano, o porque
ve el futuro desde el punto de vista de un emigrado
relativamente reciente, que continúa albergando la
esperanza de un regreso más o menos orgánico.
Por tanto, su atención se centrará en la promesa de
transición, con el modelo post-socialista asiático y
europeo por una parte y las posdictaduras del Cono Sur
por la otra. El primer obstáculo para dicha transición
será un recuento histórico de las demandas penales de
ambas partes, el gobierno cubano y la oposición exiliada,
tarea que requiere un «ejercicio doble de memoria» para
adjudicar posibles violaciones de derechos humanos
de ambos (p. 150). Una vez logrado esto, el proceso
dependerá del compromiso de renunciar a la violencia,
desplegar la cultura como puente de diálogo, reconocer
la legitimidad de todos los grupos, y tal vez reestablecer
un patrimonio nacional verdaderamente pluralista,
capaz de asumir la multiplicidad de manifestaciones
nacionalistas cubanas. En función de la planificación
política, estos son pasos esperanzadores y razonables,
pero parecen solo centrarse en los cambios que esperan
a la Isla, lo que una vez más sugiere la idea general de
un regreso político a la unidad dentro del territorio
isleño. De igual importancia es la ausencia de análisis
económico en este modelo de transición, dada la
probabilidad de que las políticas impelidas por el mercado
invaliden todas las demás consideraciones en el futuro
de Cuba: el socialismo reformado asiático, si se piensa
en China, por ejemplo, o la estructura maquiladora
promovida por la globalización en otras partes de Asia
y América Latina, no se examinan en función de sus
posibilidades para Cuba; uno se pregunta entonces por
qué, sobre todo en el contexto de la crisis exacerbada
por el fracaso del capitalismo financiero. En resumen,
el concepto de transición puede haberse complicado
de manera considerable después de los años 90, según
los marcos políticos se encuentran cediendo ante un
sentido de inmanencia del mercado, que tiene poco o
ningún precedente.
La historia económica reciente traza vías insospechadas
para los Estados-nación, pero no desviará la atención
del autor de la promesa de la transición post-socialista
europea. En esa búsqueda, Rojas pasa al final de su
libro de la esfera de las artes discursivas —literatura
y memorias— a la promesa del trabajo de las ciencias
sociales, más inclinado a reunir datos y formular
modelos de política basados en comisiones de verdad
y escenarios de diálogo con patrocinio internacional
que permitan negociar diferencias desde una legalidad
fundamentalmente internacional. Propone entonces un
método más orientado a la acción, inspirado en parte en
la obra filosófica de Habermas, para poder aprovechar el
poder de la memoria en un marco legalizado que allane
el camino de regreso a la República. Así, el historiador
intelectual se hace más pragmático. En este plan quedan
muchas cuestiones claves sin examinar, pero el llamado
a la acción será de importancia especial puesto que
constituye una innovación contundente, llena de tanta
angustia como certidumbre, en función de refundir
los vínculos entre literatura e historia utilizados hasta
el momento.
La otra república
El movimiento del pasado al futuro, de la
remembranza a la transición, pone en juego ahora un
nuevo enfoque. Hasta la fecha, la historia intelectual ha
sido terreno de las artes literarias; incluso los capítulos
de las revelaciones antropológicas de Fernando Ortiz se
enmarcaban como parte de esta tradición en Cuba. En
lugar de ello, el acto de leer ahora requerirá un riguroso
sentido de realismo comprometido con la acción que
debe dar descanso de una vez y para siempre al dominio
de la historia sobre la literatura:
Antes de gravitar una vez más a la idea de la literatura
como refugio mítico contra la Historia, es mejor buscar
redención en la Geografía. Escribir como construcción
de lugares específicos (La Habana de Cabrera Infante, la
playa homoerótica de Arenas, el Miami de Pérez Firmat),
al menos ofrece la posibilidad de una comunidad regida
por el principio del placer. En estos espacios literarios,
la Historia revela su desconcertante domesticidad y seca
su fuente de mitos infernales (p. 119).
Esta es, sin duda, una sorprendente manifestación de
un conflicto que era posible ver a lo largo del libro. La
literatura ha sido un archivo necesario del sentimiento
nacionalista que debe aprovecharse, y en ocasiones
saborearse por su poder simbólico, aunque en el fondo
siempre era capaz de alzarse su inmanencia «nihilista»,
una fuerza que podía llevar por mal camino a la nación
si la historia no la ponía bajo control. Este proyecto
se percibe por primera vez en su lectura de Martí y
luego en el capítulo de Lezama, cuya obra, junto con
la de Orígenes, cayó bajo sospecha de haber despertado
un sentido de nihilismo capaz de frustrar la promesa
democrática de la Segunda República y acoger con
beneplácito al Estado socialista.
El concepto de transición cobra así definición final.
Su centro estará en los planos de referencia locales
específicos, en un pacto directo entre lenguaje y lugar,
cosas y palabras, en fin, un realismo renuente a la
polisemia literaria, una inscripción geográfica nacional
143
Román de la Campa
que debe apartarse de las aspiraciones universales
o mitológicas de la literatura. Según la transición va
abriéndole la puerta a la acción política venidera, el
autor marcará «Historia» con mayúscula, lanzándola
como polvo secante sobre el pozo literario infernal.
La tradición culta, tensa pero profundamente arraigada
que mantuvo a la nación en concierto, de repente se
hace fútil, un legado con más peligro que promesa.
Ni el Estado socialista ni la comunidad de la diáspora
presentan barreras insuperables a la transición postsocialista; tal es la promesa de la diplomacia y la
adjudicación legal entre facciones en conflicto. La
literatura, sin embargo, esa otra república de las artes,
sí se entromete en el sentido más profundo y tal vez
más clásico. Como puede observarse con facilidad, la
prohibición de los poetas que hace Platón no puede
acercarse más a la siguiente proclamación:
dominaban la escena central en el curso de la historia
puede ser tan difícil de alcanzar, como esperar que la
literatura brinde solo conocimiento geográfico. De ser
así, la transición post-socialista puede, en realidad, no
brindar una vía clara a la Segunda República cubana,
sino más bien un salto al futuro que debe tomar en
cuenta la forma en que la relación de la nación-Estado
se deconstruye mediante la teleología del mercado, tal
vez el sitio primario de comprensión biopolítica que
antes Rojas introdujo, aunque confinado al tema de
la transculturación en los años 40. Más allá de eso se
encuentra el fértil pero incierto terreno de la literatura e
historia cubanas; un vínculo ya no dispuesto a producir
política nacional, o tal vez siquiera historia, en el sentido
usual de esos términos. No es probable que desterrar a
los poetas lo devuelva.
La transición post-socialista no estará exenta de
mayor duplicidad literaria que otros períodos de la
historia, aun si Rojas trata de pensarla en esos términos.
Es importante por ello observar su intento de abordar
debates sobre el lenguaje y métodos de lectura últimos
cobran prominencia mientras más se profundiza en
su obra, a un grado que el lector debe preguntarse si
el libro tiene más que ver crisis disciplinarias que con
Cuba como tal. Esto pudiera parecer sorprendente,
dado el compromiso del autor con un tema histórico
tan específico, pero el objeto de estudio siempre revela
las costuras de las premisas que lo crean, hasta el punto
de que el primero abruma al segundo. De ser así, podría
tranquilamente concluirse que Essays in Cuban Intellectual
History ofrece amplias pruebas de que el nacionalismo
cubano es sobre todo un terreno fértil para nuestros
más profundos dilemas intelectuales. En ese sentido, en
su rico despliegue de esperanza, contradicción y temor,
debemos acoger con interés la llegada de este libro.
La percepción de que la literatura practica una suerte
de estado mágico contra la historia, y que protegerá
al individuo del mundo exterior, no es exactamente
beneficiosa para todas las culturas. En el caso de Cuba,
esta cosificación de las letras —que se extiende de Heredia
a Casal, de Martí a Lezama y de Villaverde a Cabrera
Infante— surge del patrimonio nihilista, desarrollado
durante dos siglos de frustración política. Hoy, la
naturaleza ridícula de algunas poses aristocráticas en las
ruinas de alguna ciudad solo es equivalente al cinismo
con que muchos intelectuales se adhieren a las peores
políticas dentro y fuera de la Isla (p. 119).
El carácter severo de esta máxima puede sorprender
a los lectores, sobre todo en un libro tan comprometido
con transacciones matizadas entre cubanos de todas las
tendencias. Pero, al fin y al cabo, puede haber formas
de explicarlo. La profunda tradición literaria cubana,
dentro ha ganado estatura durante el medio siglo pasado,
mientras la nación se dividía en una pluralidad diaspórica,
resultado que debe preocupar a Rojas porque presagia
una desconexión radical entre literatura nacional y suelo
natal. Más allá de ello, el espectro de Lezama, ese esquivo
significante, ha cobrado mayor fuerza en los últimos
decenios de la literatura latinoamericana y mundial. Hoy
se habla de él en la misma categoría de Jorge Luis Borges.
La literatura, la pieza principal de la historia intelectual
narrada por Rojas, termina siendo una fuente poco
fidedigna para la tarea republicana que propone.
Pero tal vez Rojas diagnostica de manera errónea
la situación, porque el nihilismo, la ausencia de lo
político, o su vaciamiento, puede en realidad ser un
rasgo insospechado del momento de transición que
en otros sentidos ansía. Más que filosofía política, los
mercados rigen el nuevo telos de transiciones posteriores
a 1989. Esto constituye un reino de conocimiento
casi auto-télico, es decir, lleno con su propio sentido
de inmanencia, donde los intereses republicanos o
nacionales ocupan, a lo sumo, un segundo plano. A esta
luz, anhelar un momento en que los discursos políticos
Traducción: María Teresa Ortega Sastriques.
Notas
1. Julio Ramos, Divergent Modernities: Culture and Politics in the NineteenthCentury Latin America, Duke University Press, Durham, 1999.
2. Michael Hardt, «Militant Life», New Left Review, n. 64, Londres,
julio-agosto de 2010.
3. Sybille Fischer, Modernity Disavowed, Duke University Press,
Durham, 2004.
4. Arcadio Díaz Quiñonez, Cintio Vitier: la memoria integradora, Sin
Nombre, San Juan de Puerto Rico, 1987.
5. Juan Ramón Duchesne, Del príncipe moderno al señor barroco: la
república de la amistad en Paradiso de José Lezama Lima, Archivos del
Índice, Cali, 2008.
6. En español en el original [N. de la T.].
©
144
, 2011
no.Memorias
68: 145-147,en
octubre-diciembre
de 2011.
cuerpos fragmentarios
Memorias en cuerpos
fragmentarios
Cira Romero
Investigadora. Instituto de Literatura y Lingüística.
L
as apuestas literarias de Mirta Yáñez (1947) siempre
ganan.1 Sus libros de cuentos Todos los negros tomamos
café (1974), La Habana es una ciudad bien grande (1980),
El diablo son las cosas (1988, Premio de la Crítica), Falsos
documentos (2006, Premio de la Crítica) y El búfalo ciego
y otros cuentos (2008); su novela La hora de los mameyes
(1983), además de sus incursiones en la poesía y el
ensayo artístico-literario, constatan la trayectoria de una
autora que ha encontrado en la literatura un espacio de
dominio radical, un cumplido ejercicio de tentación,
modo de adentrarse en el desierto de la escritura.
Una nueva novela, Sangra por la herida,* da cuenta
de una lógica narrativa de voces superadoras de la
clausura de la representación, y muestra que lo existente
es expresión sin sujeto: experiencia (imaginario) como
pasión (pasividad). Yáñez nos propone una geografía
espiritual de varios personajes —Gertrudis, Martín,
Micaela, Estela, Daontaon, Lola, Yuya, María Esther,
Willie, Hermi y La India —acompañados de una
representación femenina singular: «Mujer que habla sola
en el parque», cuya presencia autónoma, como la del
resto de los personajes, termina siempre con un mismo
leit motiv: «Y La Habana se muere...»—; todos encargados
de estructurar, a través de un narrador omnisciente y
sin que existan espacios dialógicos, no una historia, sino
muchas, anudadas en una a veces paranoica búsqueda
de las condicionantes de la experiencia vivida. La obra
acarrea un juego temporal con la —para los menos
jóvenes, como la que escribe— deslumbrante década
de los 60, pues nos coloca en un recorrido fragmentario
a través de un lapso vital de insospechados recuerdos,
donde asoma a nuestra memoria desde el escozor de
la caña agrediendo nuestras entonces suaves manos,
hasta la música de los, a la sazón, irreverentes Beatles.
Leamos a Mujer que habla sola en el parque:
Abrieron un túnel y despertaron a las serpientes gigantes
que dormían tranquilas bajo el Vedado. Y entonces las
serpientes se escaparon, abrieron las bocazas y se lo
tragaron todo de un bocado. Y La Habana se muere...
(p. 29).
El puente se cayó y no se volvió a levantar, se derrumbó
la esquina del torreón y así quedó. Y entonces tanto
se lastimó el mar con los escombros que vino una ola
* Mirta Yáñez, Sangra por la herida, Unión-Letras Cubanas, La
Habana, 2010.
145
Cira Romero
las clases, el helado en Coppelia, la Cinemateca, el club
Coctel, estudiar hasta el amanecer, exámenes, círculos
políticos, conciertos, Chez Bola, el Cine Club Varona,
bailes, la biblioteca, almorzar chícharos en el Comedor
Universitario o una pizza en Vita Nova, la playa Santa
María del Mar, reuniones de la FEU, la piscina del
Hotel Riviera, lecturas de poesía en el «Parque de los
Cabezones», trabajos voluntarios, en el bar de La Torre,
concentraciones en la Plaza, educación física, teatro en
la salita Tespis, recital en la Talía, fiestas de sábado por
la noche, la guardia, trabajo con el equipo de estudio,
exposición en el Museo de Bellas Artes, prácticas de tiro,
asambleas de la Escuela, conferencias, peñas, tertulias,
chácharas, Rampa arriba y Rampa abajo, lo de nunca
acabar, ¿se acuerdan? (pp. 36-7).
grandísima, entró por Cojímar y tapó toda la ciudad. Y
La Habana se muere... (p. 37).
Alguien me comentó que era una novela
habanocéntrica, pero si lo es espacialmente no lo es en
espíritu, porque si bien yo no disfruté ni de La Rampa
ni del ambiente del Malecón de los 60, percibo en estas
páginas experiencias comunes, visiones compartidas,
el alma toda de una época que en la capital tuvo sus
perfiles bien definidos, pero, por extensión, esos perfiles,
seguramente modificados, tuvieron presencia en
cualquier otro lugar de la Isla. Fue, en suma, un aliento
que nos llegó a todos. Y eso es lo atrapado en las páginas
de esta novela de trascendencia posmoderna.
En una especie de «pase de cuentas» de alcance
positivo, pero sin dejar de hacernos meditar sobre
nuestras propias vidas, y en función de memorabilia
a favor de un cuerpo generacional aún actuante, los ejes
dramáticos de Sangra por la herida transcurren a veces
desde posiciones polares, pero mediante un equilibrio
coral que siempre descansa en el tipo de narrador antes
aludido. Los personajes, uno a uno, vienen a nosotros
en oleadas de recuerdos compuestos y recompuestos,
puestos y sobrepuestos, de modo que el lector, sin
tener la necesidad de armar un rompecabezas, accede
paulatinamente a segmentos de historias quizás nunca
contadas por completo, a imágenes-pensamientos en
actuación de metamorfosis o de cosmogonías sui generis
capaces de generar laberintos apasionados, tragicómicos,
dramáticos, dados a través de cartografías personales
conducentes a un lenguaje plural, a la vez rítmico y
popular, pero nunca chabacano o grosero.
Si anotamos antes cómo se cuenta, quizás deberíamos
haber comenzado por decir qué se cuenta. ¿Quiénes
sangran por la herida? Todos y nadie, todos y la historia,
todos y la vida. Todos tienen algo que decir. Recuerdos,
anécdotas, fiestas, lugares que se repiten — Las Cañitas
del Habana Libre, El Coctel, y la voz y la guitarra
de Teresita Fernández, el comedor universitario, la
pizzería Vita Nova, la piscina del Riviera, el malecón
habanero, los trabajos voluntarios, Meme Solís en el
bar del hotel Flamingo, prácticas de tiro, conferencias,
peñas, tertulias— enlazados a estos personajes que
disfrutaron una época que es la misma de la autora en
sus años juveniles de estudiante de la Escuela de Letras.
Podemos entonces disfrutar de este párrafo, en boca
de Gertrudis:
Pero Sangra por la herida no es una novela testimonial,
ni portadora de un mensaje —¡Dios nos libre!— sino
una novela de atisbos, de surcos en el tiempo y de
amor a la escritura, que contribuye a colocarla en una
temporalidad fecunda en la que cada personaje supera,
en buena medida, el carácter, si se quiere efímero pero
no por ello menos impactante, del tiempo vivido, que fue
nuestro tiempo, lleno de inquietudes y de satisfacciones
emanadas de un contexto histórico pleno de euforia.
Pero la novela ahora comentada es, además, un libro de
obsesiones, una especie de «recopilación» de intereses
que contribuyen a que el texto pueda leerse de manera
transversal, como poniendo en juego reivindicaciones,
más allá de la incredulidad posmoderna, un erotismo del
saber que es, en último término, la construcción de un
mundo como lenguaje. Porque en Sangra por la herida
disfrutamos del placer de la palabra siempre a tono,
buscando ese corazón atroz de la belleza, que es su
ser, necesariamente efímera. La palabra. Pero ¿qué
palabra?, ¿qué palabras? Un lingüista obtendría buena
cosecha si estudiara esta novela desde su perspectiva.
Aquí se huye del ríspido coloquialismo; pero en ella el
lenguaje coloquial se utiliza como apoyatura decisiva a
los propósitos de la autora:
Daontaon tenía esa mañana la cabeza malísima. Apenas
salía de la casa, se topó con la cara de idiota del tal Martín,
vigilándola desde el balcón. Nada más que eso le faltaba,
que la supervisaran. ¿Será chivatón? Ja. Capaz que sí.
[...] Ja. Para «las artes» estaba Daontaon. ¿Y el supuesto
«modelo de probidad? ¿Dónde estaba ese marciano, a ver?
Ni en Marte. Como para morirse de la risa si estuviera de
ánimo. (pp. 121-2).
Pero con una aparición de Estela —es solo un
ejemplo de los muchos que hay en el libro— la jerarquía
idiomática se eleva y una visión más literaria aflora con
intensidad. Veamos este pasaje:
Yo recuerdo muy bien cómo era la Escuela de Letras,
cómo era la Colina, cómo era la «Beca de F y Tercera»,
cómo era la Universidad de los susodichos «años sesenta»,
lo malo y lo bueno. ¡Y cómo era La Habana entonces,
caballeros! Un hervidero, un remolino, un barullo a toda
hora. Lo mismo se estaba en una trinchera esperando
que nos cayera un misil nuclear en la cabeza que en una
banqueta del bar del hotel Flamingo oyendo tocar el
piano a Meme Solís. Se empataba el día con la noche:
Estela se cambió la chaqueta por un grueso albornoz y
se sirvió una copa de coñac para entrar en calor. Afuera
había arreciado la caída de los copos de la nevisca sobre
la cancha de juego pavimentada y protegida de intrusos
por una cerca metálica. En unos minutos se revistió de
una virginal capa que parecía una parcela de algodón
146
Memorias en cuerpos fragmentarios
Lo incompleto se completa en esta novela. La autora,
a través de una gama de personajes de amplio espectro,
deja ver, aun entre líneas, o a veces con mayor evidencia,
consecuencias de las revelaciones condimentadas de
esos mismos personajes, todos tan cercanos a ella
misma, llenos de furores, de entusiasmos y melancolías.
Cuidadosamente repartidos a lo largo del texto, ellos
ponen en marcha muchas vidas, las propias, en una
especie de metáfora precisa que convierte en grandes las
pequeñas cosas de la vida. Experiencia íntima, variantes
dentro de una misma ruta, se consuman en la novela,
abierta, «inconclusa», porque aspira a sumergirse, desde el
recuerdo, en las incidencias de la turbulencia narrada,
encarnación de las contradicciones que envuelven
el sobresalto arrollador de estas páginas quemantes,
violentas, pero sin violencia, donde siempre se marca
el sentido del límite de la realidad contada.
Si Mirta Yáñez había sido considerada por algunos
estudiosos como una de las voces cubanas adscritas
al llamado postboom —movimiento, al parecer, ya
finiquitado o en vías de evolución hacia concepciones
artísticas todavía no discernibles—, con esta novela
quiebra toda posible atadura —en el caso de esta
autora, si la tuvo, creo que fue totalmente inconsciente
de su parte— para colocarse en un punto de inflexión
narrativa donde su quehacer se ubica en un lugar solo
por ella habitable, verdadero laberinto de sus visiones.
Su ojo novelístico ha seducido a su mano de escritora.
Ojalá ese ojo pronto vuelva a mirar para que, con su
talento indiscutible, su presencia, como ya lo es, sea
imprescindible. Si todos sangramos por la herida, Sangra
por la herida aporta a la literatura cubana el vuelo de su
palabra, sus audaces gestos envueltos en una aparente
ligereza creativa donde se multiplica el ingenio, la
inteligencia y el ejercicio de la memoria.
escoltada por arbolones desnudos como un regimiento
de puyas erizadas (p. 121).
En sus páginas quedan interrogantes, angustias
indescifradas, nudos atados nunca deshechos por la
autora, que acaricia el perverso cuerpo del lenguaje
siempre contenida y colocada en una permanente
invitación, de fuerte raíz contemporánea, del ejercicio de
la memoria no como factus, sino como interpretación
de un lenguaje aislado de la monotonía, un lenguaje que
no es huérfano y que a veces no puede «responder». Se
abre entonces el espacio de la interpretación: el tiempo
final del texto que es el de la infinitud de la lectura.
Hay un goce manifiesto en Mirta por transgredir
los límites de lo expresable y convertir el lenguaje en
juguete. Pero sucede que su ingenio llega al derroche,
casi al despilfarro, en una relación verbal establecida
como señal que apunta siempre al centro mismo
de la mejor expresión, de una manera grácil, pero
evocadora, en cierta medida, de la conceptista: «es
como hidra vocal una dicción —explica Gracián—,
pues a más de su propia y directa significación, si la
cortan o la trastruecan, de cada palabra renace una
sutileza ingeniosa o de cada acento un concepto». Yáñez
legitima un discurso nunca neutral, donde, sobre todo,
figuran evocaciones a veces burlonas, ácidas o tiernas, en
un tejido de relaciones donde el yo de cada personaje se
torna objeto aludido, interpelado, en tanto la metáfora
de la vida, hasta cierto punto representada, configura
un mundo móvil, en el que caben todos los incidentes
y gratificaciones, y es usual el buen humor. Un mundo
como de niños donde todo está vivo, aunque encubra
el creciente bullir de signos ocultos. Así, las imágenes
de un banal sofrito, de la cebolla marchita al calor del
aceite hirviente o la de un barrio, Alamar, convertido en
un infierno cuasi dantesco a través de Daontaon, sentada
en su balcón, pero recorriendo con su mirada
la parcela de hierba silvestre donde varios círculos de
tierra pisoteada evidenciaban a las claras los movimientos
de los primitivos jugando a la pelota. Desde varios de
los apartamentos emergían tempraneros aullidos,
martillazos y estruendos de pelea. Durante la madrugada
unos energúmenos habían acumulado una considerable
cantidad de botellas de ron vacías, algunas en pedazos,
sobre el banco ubicado debajo del único farol todavía
con su bombillo. En la ruta que daba acceso a la escalera,
sujetos desconocidos habían olvidado a propósito unos
cartuchos de algo que parecía, y olía, como pescado
podrido. Entre los latones de basura desbordados
pululaban unos perros reconocibles a simple vista, aunque
las otras figuras que escarbaban entre las inmundicias
podían ser sus propios vecinos o criaturas de cualquier
linaje (p. 72).
Nota
1. La honestidad intelectual tiene un alto precio y estoy dispuesta a
pagarlo. La novela que ahora comento con tanto regocijo, concursó
en el Premio Alejo Carpentier correspondiente al año 2008, del cual
fui jurado. No creo necesario añadir nada más, solamente que fui
injusta en aquella ocasión.
©
147
, 2011
no. 68: 148-151, octubre-diciembre de 2011.
Jorge Ibarra
Nuevo debate
sobre los problemas
institucionales
de la historiografía
cubana
Jorge Ibarra
Historiador.
L
a eminente estudiosa de la literatura hispanoamericana,
Camila Henríquez Ureña, solía advertir a sus
discípulos de la Escuela de Letras de la Universidad de
La Habana sobre los riesgos de escribir con vistas a la
publicación. A su modo de ver, si el lector no entendía
nuestro relato, la responsabilidad fundamental debía
recaer sobre nosotros.
Sirvan estas sabias palabras como introducción
a una breve intervención mía en una mesa redonda
de historiadores que se efectuó en la Feria del Libro
del año 2007. Una recapitulación de los problemas
institucionales que confrontan los estudios históricos en
nuestra patria no podía limitarse a un breve intercambio
de ideas entre cuatro historiadores, en un coloquio
de hora y media de duración. Debo reconocer que
si algunos colegas pudieron no haber entendido a
cabalidad el sentido de mis palabras se debió, en parte,
al carácter resumido de mi exposición. Pienso que ese
pudiera ser el caso del doctor Raúl Izquierdo Canosa,
quien ha formulado, en un artículo aparecido en 2010,1
una acerba crítica a las palabras del joven historiador
Ricardo Quiza y a las mías en el encuentro referido.
Confío que nuestro colega pueda asumir, también
de manera crítica, los juicios que ha expuesto sobre
nuestras ideas.
Aprovecho la oportunidad que me brinda este
intercambio de ideas para referirme al texto en el que
aparecieron las palabras que pronuncié en la Feria
del Libro del año 2007. A los cuatro años de haberse
publicado, he leído la transcripción que la Editorial
de Ciencias Sociales hizo de mi intervención en la
referida mesa, pues la grabación se perdió. Asimismo,
el editor de las Memorias del Programa profesional de la
XVI Feria Internacional del Libro,2 a quien no conozco,
no me entregó las pruebas de plana para mi revisión
y rectificación, como se acostumbra por la editorial.
El resultado ha sido que el texto contiene decenas de
erratas, de palabras que han sido cambiadas por otras,
de frases truncas o incompletas. No pretendo justificar
mis palabras. En realidad, solo hubo una ocasión en
la que una transcripción errada pudo haber acreditado
algún juicio de Izquierdo. A ese momento me referiré
en el curso de la réplica.
El primer acercamiento de Izquierdo a mi
intervención en la mesa evidencia la intención de mostrar
mis palabras bajo los efectos de una luz desfavorable.
148
Nuevo debate sobre los problemas institucionales de la historiografía cubana
Allí cita una frase en la que yo resumía abreviadamente
el carácter de la labor del historiador como «el que
investiga [...] el que es fiel a su manera de pensar y a la
manera de pensar de los que forjaron la historia». Pudo
el crítico haber citado otras referencias más amplias al
tema en mi obra, pero lo que se proponía era resaltar
que «[e]n esa definición la labor del historiador se
limita exclusivamente a la [...] investigación histórica; se
desconocen las actividades docentes, museológicas, de
promoción o divulgación, de conservación y otras del
quehacer de la profesión», para añadir a continuación:
«El Dr. Eduardo Torres Cuevas tiene una visión más
amplia del oficio» (p. 40).
En realidad, coincido con los criterios del colega
Torres Cuevas; mi caracterización del oficio del
historiador se refería a lo que resulta esencial de su
labor: la investigación. De hecho no desconozco, como
se me atribuye, las labores docentes de los profesores
de Historia, ni museológicas, de conservación y otras de
nuestro quehacer. Esas profesiones u oficios diversos
requieren, ante todo, la consagración a la investigación.
Desde luego, en este punto, es preciso aclarar que los
procedimientos investigativos del historiador —sus
métodos, técnicas, reglas, preceptos— son de distinta
naturaleza que los de los profesores de Historia,
museólogos, arqueólogos y otros que investigan el
pasado. Ese no parece ser el juicio de Izquierdo, quien
los identifica a todos como historiadores.
Ahora bien, de la misma manera que un profesor
de artes plásticas no es un pintor o un escultor, ni un
profesor de literatura, un novelista o un poeta, ni a
uno de Física o Química se le puede identificar con un
físico o un químico, a un profesor de Historia, por ese
solo hecho, no se le puede considerar un historiador.
Claro está, con frecuencia los historiadores más notables
son los consagrados a la investigación. La especificidad
de la labor de los historiadores es reconocida en todas
partes del mundo por su agrupación en distintas
asociaciones y academias de la Historia, en tanto tienen
en común una obra historiográfica de valor.
La crítica de Izquierdo parece cambiar su rumbo
cuando intenta enjuiciar mi persona. En una segunda
parte de su artículo, titulada «Juicios feriados», procede
a formular una variedad de opiniones sobre los
criterios historiográficos de Ricardo Quiza y los míos.
Es evidente que bajo el rubro de «juicios feriados» se
encuentran los criterios que él condena. En ese orden
de cosas, debemos preguntarnos qué significa que los
juicios de Quiza y míos sean feriados. ¿No están las
ideas feriadas a la venta? ¿A quién le vendemos nuestros
juicios? ¿No es una crítica enemiga la que se vende?
Otra variante pudiera ser que por juicios feriados
Izquierdo entendiera juicios festinados, lo que también
resulta injurioso. ¿Qué quiso decir en realidad con la
alusión oscura a los juicios feriados? En todo caso, lo
escrito, escrito está y una vez que esas palabras son
ofensivas, pienso que su autor debe aclarar cuáles fueron
sus intenciones cuando empleó el adjetivo feriado para
referirse a los juicios que criticaba.
La siguiente aproximación crítica de Izquierdo
está presidida por otra opinión sobre mis criterios
historiográficos. De acuerdo con mi impugnador, yo
«había ofrecido una visión distorsionada del quehacer
institucional en el ámbito de la ciencia histórica» (p. 45).
Aquí es preciso aclarar que cuando reseñaba —en
mi intervención hablada, en la mesa redonda del año
2007— las dificultades para actualizar los estudios
históricos, me refería al hecho de que el Instituto de
Historia de Cuba fuera la única institución donde se
concentrasen todos los recursos para el estudio, en su
conjunto, de la historia de Cuba como un proceso que
abarca desde la época precolombina hasta nuestros
días. Mis criterios en ese sentido se remontaban a la
época en que era investigador de dicho Instituto y discutí,
en diversas ocasiones, la necesidad de que se creasen
distintas áreas de investigación dedicadas al estudio de
la formación del pueblo nación, a la historia social, a la
gente sin historia y a la historia de las mentalidades.
De manera parecida pensaba que el destino de las
investigaciones de historia de Cuba como un proceso no
debía depender de una institución única. La necesidad
de crear nuevos espacios que estimularan los estudios
históricos se ha evidenciado con la reconstitución
reciente de la Academia de Historia de Cuba, por
el Consejo de Estado. Al parecer, no era la única
persona que pensaba en la necesidad de contribuir a la
revitalización de los estudios históricos desde distintas
perspectivas y espacios. Eso nos convence de que no
estábamos alejados de la realidad.
En fin, los juicios que expresamos en la referida
mesa redonda estaban, como todos los que formulamos
los historiadores, expresados con toda libertad, sujetos
a críticas y discusiones sobre la importancia que debían
tener determinados temas de investigación, sin que
ninguno de los presentes considerase que se estaba
adulterando la historia. Si no me expliqué entonces o no
se transcribieron bien mis palabras, es algo que no puedo
rememorar a cuatro años de esos sucesos. En todo caso,
pido disculpas por no haberme hecho entender, como
aconsejaba la doctora Camila Henríquez Ureña.
Lo que sí sé es que, a pesar de que mis palabras se
referían fundamentalmente a la importancia de ampliar
las áreas de investigación en el Instituto de Historia de
Cuba, Izquierdo se sintió obligado a recordarme que
existían otros centros dedicados a temas específicos
de la Historia, como si yo no lo supiera. He valorado
altamente los resultados de algunos de esos centros
de investigación en la revista Temas, me han invitado
149
Jorge Ibarra
a participar en sus eventos, he sido reconocido con
homenajes y encuentros para discutir mi obra. En
realidad, no veo cómo se me pueda atribuir haber
ignorado los importantes aportes a la historia que esos
centros de investigación han realizado.
En mi intervención durante la Feria de 2007 relaté
cómo tuve conocimiento de la prohibición de que se
investigara sobre más de veinte temas de la historia
nacional en el Departamento de Historia de la Academia
de Ciencias. A continuación expresaba que se suponía
que por ser esa institución la más alta representación de
los estudios históricos en esa época, sus investigadores
pudieran investigar cualquier tema. Acto seguido
exponía mis criterios en el sentido de que
vacile en aseverar que «la crítica para que sea efectiva y
constructiva debe hacerse a la persona indicada y en el
momento y lugar adecuados» (p. 37). ¿Quién escogería
los autores «indicados», que puedan someterse a la
crítica, en qué lugares, y en qué coyuntura? De aplicarse
esas reglas al estudio de la historia, habría autores y obras
más allá de toda crítica. Solo podían discutirse algunas
obras en determinados niveles, porque estas serían solo
de la incumbencia de un grupo de elegidos. O sea, se
abonaría el terreno para la creación de vacas sagradas,
las llamadas «personas indicadas», cuyos criterios y
autoridad serían inapelables. Las discusiones en el
campo historiográfico no pueden ser a puertas cerradas
como parece pensar Izquierdo cuando asevera que
deben efectuarse «en el momento y lugar adecuados» y
efectuarse solo a los historiadores «indicados».
Por último, Izquierdo Canosa me acusa de propiciar
un cuerpo de censores de la historiografía, a través de
la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC). Resulta que en la antigua Sección de Historia
(hoy de Literatura histórica y social) de la Asociación
de Escritores de la UNEAC se reúnen algunos de los
principales historiadores del país, aptos para efectuar
una crítica seria y objetiva de las obras que se editan
todos los años. Por el hecho de haber exhortado a hacer
reseñas críticas de las obras históricas entre los colegas
historiadores de la UNEAC, se me inculpa de querer
formar un cuerpo de censura. Lo más lamentable es
que mi crítico confunde las funciones de los censores,
encaminadas a prohibir la publicación de obras por
razones ajenas a su calidad, con la crítica que las valora,
sin pretender prohibirlas.
Por eso no vaciló Izquierdo tampoco en dictarle
a la presidencia de esa Sección cómo debía proceder
para impedir que se convirtiese en un cuerpo de
censura, pues «la sección de historia de la UNEAC o
cualquier otra semejante, sea o no gubernamental, no
está destinada para asumir tales funciones» (p. 47). No
creo que tales expresiones merezcan un comentario de
mi parte. Solo que Oscar Zanetti le respondió, en lo
que se refería a la crítica historiográfica, que la sección
que él presidía,
los temas de investigación no pueden prohibirse, en
todo caso sus resultados pueden ser objeto de crítica. En
otras palabras, los censores oficiales de la historiografía
cubana consideraban que los historiadores no eran
suficientemente confiables como para investigar cualquier
tema.
De modo que los censores oficiales a los que me
refería eran los de los años 70 y los 80, no los que,
de acuerdo con Izquierdo, pienso que existen en la
actualidad. Desde luego, como señalé entonces: «Ese
quinquenio [gris] del cual se habla que ya terminó,
para nosotros no ha terminado». Y en efecto, no ha
concluido mientras se formulen cargos contra los
historiadores críticos del quinquenio represivo en la
cultura y en la historia y se les atribuya expresar «juicios
feriados». Ni se habrá acabado en tanto en las revistas
no se publiquen reseñas críticas de las obras editadas
en el país. Un ejemplo de lo que digo es precisamente
Cuadernos Cubanos de Historia, del Instituto de Historia de
Cuba. Desde luego, en algunas publicaciones periódicas
aparecen, en contadas oportunidades, reseñas críticas,
no apologéticas, de las investigaciones históricas, como
señalaba en la mesa redonda. Por cierto, en su alegato,
Izquierdo define a una serie de revistas culturales
como de si fueran especializadas en temas de historia,
por el hecho de publicar en ocasiones investigaciones
históricas. Se supone que una revista de historia defina
una política científica de los temas que edita, estimule
enfoques novedosos e innovadores, tenga una sección
de crítica dedicada a las obras publicadas recientemente,
y convoque a distintos historiadores a debatir cuestiones
que no han sido suficientemente tratados o esclarecidos.
Han sido las revistas históricas las que han alentado
y le han impartido la dirección a los movimientos
historiográficos conocidos en todas partes del mundo.
En ocasiones, han sido estas las que han fundado nuevas
corrientes de pensamiento histórico. Ninguna de las
publicaciones periódicas referidas por mi crítico reviste
estas características.
Izquierdo confunde la crítica partidaria con la que se
efectúa en el campo cultural y científico. De ahí que no
ha tratado de promoverla y difundirla, sin mayores
pretensiones ni intenciones. Unas veces mediante las páginas
de La Gaceta de Cuba, en otra con nuestras tertulias de historia
y, durante casi una década, a través de paneles organizados
para la Feria Internacional del Libro, hemos impulsado el
debate sobre las realizaciones, problemas, y perspectivas de
la historiografía cubana.3
Con respecto a las imputaciones que me hizo,
Zanetti le hizo saber que «en lo personal —como
casi todos los historiadores cubanos—, creo que la
trayectoria y escritos de Jorge Ibarra lo liberan de la
más mínima sospecha sobre cualquier afán de censura».4
Palabras que agradezco.
150
Nuevo debate sobre los problemas institucionales de la historiografía cubana
No conforme con acusarme de una serie de
despropósitos, Izquierdo Canosa se erige en defensor de
la política dogmática que rigió para las investigaciones
históricas en los años comprendidos entre 1972 y 1985,
prohibiendo la investigación de cerca de veinte temas de
Historia de Cuba y me exige que demuestre la existencia
de tales restricciones. (p. 46) No tengo inconveniente
ninguno en poner a Izquierdo en contacto con las
evidencias que demuestran mis afirmaciones. Solo
tiene que comunicarse conmigo el día siguiente que
se publique este artículo, para que así lo haga. En caso
de mostrarse falaces los testimonios que pondré en
sus manos, puede incriminarme públicamente como
falsario.
En el curso de este intercambio de ideas me abstuve
de emplear calificativos o epítetos para enjuiciar
las actitudes de Izquierdo Canosa, porque en todo
debate debe prevalecer la lógica de los argumentos.
Un milenario proverbio chino sentencia que en las
controversias es derrotado el que pronuncia el primer
insulto. Desde el primer momento, el crítico no hizo
otra cosa que injuriarme. Dio a entender que mis
juicios eran «feriados», «superficiales», que tenía una
«visión distorsionada», y desnaturalizó mis palabras
atribuyéndome el designio de imponer un tribunal de
«censores» a los historiadores.
En Cuba
Personalmente en las oficinas de Temas o a través de
giro postal dirigido a “Revista Temas”.
También mediante cheque o depósito bancario a favor
de: UPR Inst. Cub. Arte Industria Cinematográfica.
Cuenta número: 0525040006510118.
Entre los principios que Izquierdo Canosa dice
profesar está el de «ser cuidadoso y respetuoso en lo
que se escribe» (p. 36). Sería interesante saber si en la
actualidad considera que se atuvo a esas normas cuando
pretendió enjuiciar a Ricado Quiza y a mi persona.
Con estas palabras doy por terminada la discusión
en lo que a mí se refiere.
Notas
1. Raúl Izquierdo Canosa, «La crítica y los críticos de la historiografía
cubana», La historiografía de la Revolución cubana. Reflexiones a 50 años,
Editora Historia, La Habana, 2010. En lo adelante, las páginas
citadas de este artículo se indicarán entre paréntesis.
2. Memorias Programa Profesional XVI Feria Internacional del Libro de la
Habana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.
3. Oscar Zanetti Lecuona, «Acerca de la crítica historiográfica, una
aclaración necesaria», disponible en www.uneac.org.cu.
4. Ídem.
©
, 2011
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