HOMILÍA en la Fiesta de la Natividad de la Virgen María, Ntra. Sra. de los Milagros, Patrona de El Puerto de Santa María (8 de septiembre de 2014) La Iglesia celebra hoy la fiesta de la Natividad de la Virgen María. A diferencia de lo que ocurre con el nacimiento de Juan Bautista, el evangelio no dice nada del nacimiento de Nuestra Señora la Virgen María. Sin embargo esta fiesta surgió en oriente, y con mucha probabilidad en Jerusalén, hacia el año 400. Allí estaba siempre viva la tradición de la casa donde había nacido la Virgen María. Y esta tradición se consolidó con la dedicación del actual santuario de Santa Ana en la misma ciudad. María inseparable de Jesús En cierto modo, esta fiesta es como el cumpleaños de la Virgen y quiere poner de relieve que María estuvo estrechamente vinculada a su Hijo Jesús, como subrayan los textos bíblicos que hoy leemos en la Misa y como bien nos muestra esta bendita imagen de nuestra Señora de los Milagros. María, es inseparable de su Hijo, y Jesús inseparable de su Madre. Ella es como otra presencia del Señor, humilde, dulce y callada. Desde la concepción hasta su asunción al cielo, María recorre el camino de su Hijo, no solo yendo a su lado sino identificándose con Él. Es la Madre gozosa que siente su Hijo en su seno, y rebosa de alegría tras su nacimiento; la Madre, que guarda todas sus palabras en el silencio de su corazón; y que, acudiendo a la escuela de su seguimiento durante su vida pública escucha su Palabra poniéndola en práctica; es la Madre que sigue el proceso y la sentencia de muerte contra su Hijo inocente, sintiendo los latigazos y sus caídas como propias. Ella es la que al pie de la Cruz, nos recibió como hijos y lloró los desgarros del Hijo de sus entrañas hasta el último suspiro. Y es la mujer que esperó contra toda esperanza que su Hijo no moría para siempre, que no dudó nunca del amor de Dios y tuvo siempre la certeza –al igual que Abraham- de que “poderoso era Dios para resucitar a su Hijo”. ¡Quién podía ser mejor testigo de la esperanza en la resurrección que la madre que no puede olvidar el fruto de sus entrañas!. Es este el motivo que en este día queramos nosotros felicitarla uniéndonos al coro de “todas las generaciones” que a lo largo de los siglos felicitan a la Virgen y siguen proclamando su mismo cántico de alabanza. Nos unimos al gozo de la Virgen y damos gracias a Dios por habérnosla dado como Madre. Su rostro para nosotros es “Ntra. Sra. de los Milagros, bajo cuya protección maternal nos acogemos, junto con toda esta población del Puerto de Santa María, que cada ocho de septiembre la aclama con fervor y la venera como excelsa Protectora. Y renovando una vez más nuestros sentimientos filiales hacia Ella, como Virgen y Madre, ponemos en sus manos nuestros deseos y necesidades personales, al mismo tiempo que le confiamos las ilusiones y proyectos de esta gran familia que, como ciudad y como Iglesia se siente unida en torno a la imagen querida y entrañable de Ntra Sra. de los Milagros. 1 La intercesión de María En este día solemne volvemos nuestra mirada hacia Ella para contemplar su figura, venerar su vida y pedirle que nos enseñe y nos ayude a ser discípulos de su Hijo. Pedirle que nos ayude a imitar su vida y como dice el Papa Francisco que nos ayude a alegrarnos, levantarnos y perseverar en el seguimiento de su Hijo. Hoy le pedimos a nuestra Patrona que nos alcance el milagro de vivir la alegría de la fe así como el entusiasmo de comunicarla y profesarla con los demás, comenzando en la propia familia. Pidámosle que nos enseñe a encontrar en nuestra vida espacios para “oír cada día la Palabra”, reflexionarla y guardarla en nuestro corazón; espacios para poder vivir junto a Ella en el silencio de Nazaret, en la oración y en el diálogo con el Señor. También le pedimos que nos enseñe a levantarnos para ponernos a disposición de quien lo necesita. Ella, como afirma el Papa, se levantó y con prontitud fue a servir a su prima Isabel, que en su ancianidad iba a ser madre (cf. Lc 1,39- 45). Cumplió la voluntad de Dios poniéndose a disposición de quien lo necesitaba. No pensó en sí misma, se sobrepuso a las contrariedades y se dio a los demás. La victoria es de aquellos que se levantan una y otra vez, sin desanimarse. Si imitamos a María, no podemos quedarnos de brazos caídos, lamentándonos solamente, o tal vez escurriendo el bulto para que otros hagan lo que es responsabilidad propia. Ella conoció la soledad, la pobreza y el exilio, y aprendió a crear fraternidad y hacer de cualquier lugar en donde germine el bien la propia casa. A Ella le suplicamos que nos dé un alma de pobre que no tenga soberbia, un corazón puro que vea a Dios en el rostro de los desfavorecidos, una paciencia fuerte que no se arredre ante las dificultades de la vida. Y por último que nos enseñe a perseverar proclamando las grandezas del Señor y a permanecer en el amor de Dios. En este mundo, como nos dice el Santo Padre, en el que se desechan los valores imperecederos y todo es mudable, en donde triunfa el usar y tirar, en el que parece que se tiene miedo a los compromisos de por vida, la Virgen nos alienta a ser hombres y mujeres constantes en el buen obrar, que mantienen su palabra, que son siempre fieles. Y esto porque confiamos en Dios y ponemos en Él el centro de nuestra vida y la de aquellos a quienes queremos. Pues bien hermanos y hermanas, tomemos en serio la gracia que Dios nos ofrece en este día de nuestra Patrona. Miremos a la Virgen María, la llena de gracia, como la saludó el ángel (cf. Lc 1, 28), la que se ha dejado moldear por Dios. Miremos a nuestra Madre que ha llegado a la meta y desea compartir con nosotros su gloria y su triunfo y con gozo acudamos a ponernos bajo el manto de Nuestra Señora de los Milagros y encomendémosle especialmente a nuestras familias; a los matrimonios, a los niños; y a todos los enfermos para que la Santísima Virgen los consuele y los anime en los momentos de oscuridad. Que así sea. + José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia-Jerez 2