el mandato constitucional a los partidos politicos

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EL MANDATO CONSTITUCIONAL A LOS PARTIDOS
POLITICOS
SUMARIO
-
INTRODUCCION
-
EL ORIGEN DE LOS PARTIDOS POLITICOS
-
LOS INTEGRANTES Y MIEMBROS DE LOS PARTIDOS POLITICOS
-
LA VOLUNTAD POPULAR
-
LA
“FORMACION”
O
“INSTRUCCIÓN
PUBLICA”
EN
NUESTRA
HISTORIA
CONSTITUCIONAL
-
EL MANDATO A LOS PARTIDOS POLITICOS EN LA CONSTITUCION DE 1.978
-
CONCLUSIONES
INTRODUCCION
La Constitución Española de 1.978 establece un derecho a favor de todos los ciudadanos,
encuadrándolo en su Título Primero – “De los Derechos y Deberes Fundamentales” – para
catalogarlo, por tanto, como un derecho fundamental.
-
“Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos,
directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones
periódicas por sufragio universal.” (Artículo 23.1 CE.)
Y, así mismo, la Constitución Española de 1.978, para que el derecho que acabamos de
puntualizar pueda ser plenamente efectivo, establece - según el criterio que intentaremos
defender - una correlativa obligación, y la resalta especialmente encuadrándola dentro de su
Título Preliminar:
-
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la
participación política.” (Art. 6 C.E.)
Para nosotros es fundamental la idea que encierra este primer párrafo del Artículo sexto del
Texto Constitucional, de tal manera, que nos atrevemos a calificarla como un mandato
constitucional que el constituyente dirige, especial e imperativamente, a los partidos políticos.
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En tal sentido, los partidos políticos, deberán de procurar que el pueblo reciba una ajustada y
necesaria ”educación política”, con el fin primordial, entre otros, de poder facilitar el obligado
cumplimiento del principio de soberanía popular contenido en el Artículo 1.2 de la Constitución.
(“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”)
Así, de esta manera y animados por el mismo, se podrá manifestar libre y adecuadamente la
voluntad popular.
Coincidimos plenamente con lo que dice Sartori al hablar de este tema. “Afirmamos que las
elecciones deben ser libres. Lo cual es verdad, pero no es bastante; pues la opinión también
tiene que ser, en algún sentido fundamental, libre. Las elecciones libres con una opinión que no
es libre no significa nada. Sostenemos que el pueblo debe ser soberano. Pero un soberano
vacío que no tiene nada que decir, sin opiniones propias, es un mero sancionador, alguien que
se limita a ratificar algo, un soberano de nada.” (1)
A este respecto, entendemos que, para que la opinión del pueblo – la opinión pública - pueda
ser libre; para que el pueblo tenga algo propio que decir en expresión de su soberanía, su
opinión, debe de estar previamente formada, puesto que, cualquiera - y el pueblo también debe de saber y de conocer para poder opinar y pronunciarse, ya que, como bien dice
Aristóteles, “Más importante que todo lo mencionado para que perduren los regímenes, y por lo
cual hoy día se interesan poco todos, es el recibir una educación acorde con los sistemas
políticos. Pues nula será la utilidad de las leyes más provechosas y refrendadas por todos los
miembros del régimen si no son éstos habituados y formados en el régimen, si las leyes son
democráticas, democráticamente y, si oligárquicas, oligarquicamente.” (2)
Impulsados por estas opiniones, es por lo que nos atrevemos a afirmar que, si esencial es
que el pueblo - todos los miembros del régimen – reciba una acorde educación política para que
pueda “participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes” (Art.
23.1 C.E.), necesario será en consecuencia que, al mismo tiempo, sobre alguien recaiga la
obligación de impartirla - en nuestro caso, sobre los partidos políticos – puesto que, nunca
podrá hacerse efectivo un derecho, si este no viene acompañado de su correlativa obligación.
Todo éllo, sin necesidad de cuestionarse lo que para Biscaretti - recogiendo el pensamiento
más generalizado de la doctrina - son los partidos políticos:
“Desde un punto de vista sociológico, los partidos se presentan, hoy, como
organizaciones
sociales
espontáneas,
caracterizadas
por
una
comunidad
de
concepciones o de intereses políticos de sus adheridos, tanto inscritos como
simpatizantes – vínculo ideológico – que influyen en la determinación de la
orientación política general de gobierno – vínculo teleológico –“
“Desde un punto de vista jurídico, los partidos aparecen como particulares
asociaciones políticas caracterizadas porque están compuestas de ciudadanos, reunidos
con el fin común de influir en la orientación política general del Gobierno, valiéndose de
una organización estable, basada sobre un vínculo jurídico bien definido.” (3)
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El sostener las opiniones vertidas y tratar de documentarlas, será nuestro objetivo principal
en el presente trabajo y, desde él, intentaremos ensayar mediante el desarrollo de los epígrafes
siguientes nuestras tesis al respecto.
EL ORIGEN DE LOS PARTIDOS POLITICOS
“En 1.850, ningún país del mundo (con excepción de los Estados Unidos) conocía partidos
políticos en el sentido moderno de la palabra: había tendencias de opiniones, clubes populares,
asociaciones de pensamiento, grupos parlamentarios, pero no partidos propiamente dichos.”
“En 1.950, éstos (los partidos políticos) funcionan en la mayoría de las naciones civilizadas” (4)
Duverger otorga un origen electoral y parlamentario al nacimiento de los partidos políticos
cuya génesis se desarrolla en tres etapas: la primera en la que se crean los grupos
parlamentarios; otra segunda en la que aparecen los comités electorales y, finalmente, una
tercera en la que se establece una relación permanente entre los dos elementos anteriores.
Sobre este mismo tema, dice Sánchez Agesta, “para comprender debidamente no sólo las
diferencias entre los tipos de partidos, sino el papel que juegan en el mundo contemporáneo,
es preciso analizar el proceso político en que se suceden”, (5) distinguiendo al respecto varias
fases o etapas.
-
El nacimiento del sistema inglés, cuyo origen lo sitúa en las luchas del siglo XVII donde
las facciones en pugna sangrienta, con conceptos radicalmente divergentes sobre el
contenido del orden político. se transforman en “partidos”, que dentro de una misma
concepción de los fundamentos de la vida pública mantienen distintas opiniones sobre los
medios de acción y los fines políticos.
-
El régimen de partidos continental, del que dice no supera como en Inglaterra una
división para resolverla en una discusión de opiniones sobre el gobierno, sino que, por el
contrario, sirve para organizar esa división, cuyo detonante lo enraiza con la Revolución
francesa al dividir ésta el espíritu europeo dentro de cada pueblo con relación a una serie
de temas de valor irreductible.
-
El nacimiento de los partidos de clase, que tiene lugar al hacer acto de presencia,
después de la primera guerra europea, primero los partidos socialistas y más tarde los
partidos comunistas que se constituyen como instrumentos políticos de clase y denuncian a
los demás partidos como instrumentos de la clase burguesa, frente a la que el proletariado
plantea sus reivindicaciones.
-
La aparición de los partidos únicos, que surgen desde 1.918 y con signos opuestos, y que
son primero partidos insurreccionales en clara oposición a los demás partidos con los que
concurren y a los que quieren suprimir, para instaurar a través de una rebelión o por el
mismo curso de las vías legales un régimen nuevo.
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-
La situación de la posguerra desde 1.945, donde comienza a perfilarse un nuevo principio
de institucionalización de los partidos, que aparecen reconocidos por la Constitución en
condiciones que determinan una distinción entre partidos legítimos e ilegítimos. Los
partidos se conciben como la expresión varia de una sociedad pluralista, en que surgen
como elementos que tienden a encauzar y conciliar las diferencias ideológicas y los
conflictos de intereses en el cuadro que marca la Constitución.
En resumen, sobre esta evolución de las fases y etapas en el desarrollo de los partidos
políticos, podemos decir con palabras de Duverger que, “en general, el desarrollo de los
partidos parece ligado al de la democracia, es decir, a la extensión del sufragio popular y de las
prerrogativas parlamentarias”, pues como también dice Biscaretti di Ruffia (en la obra citada en
la Introducción), “la amplia participación del pueblo en las funciones públicas en los Estados de
democracia clásica del mundo contemporáneo ha conferido, además, nuevos caracteres a los
nuevos partidos, transformándolos, de iniciales y simples asociaciones constituidas entre
algunos componentes de las Cámaras parlamentarias en agrupaciones entre ciudadanos que se
potencian, esencialmente, con motivo de las varias competiciones electorales y, en fin, en
complejas y vastas organizaciones dirigidas a influir de modo permanente en la opinión
pública.”
Y es en esta última cuestión donde nos proponemos incidir para ser fieles a los principios que
proponíamos para este trabajo, interesándonos, especialmente, por esa influencia que ejercen
los partidos en la opinión pública. En otras palabras, lo que nos interesa en nuestro
planteamiento, no es tanto la evolución o transformación de las asociaciones en partidos - como
refiere Biscaretti -, sino, la forma y manera en que lo ha hecho el ejercicio de esa influencia,
necesaria para poder conformar la opinión pública transformándola en la voluntad popular.
De esta guisa, centraremos nuestro interés, particularmente, en esas dos primeras etapas
que anteriormente mencionábamos.
En lo relativo al sistema inglés, escribe George H. Sabine en su Historia de la Teoría Política:
“Las guerras civiles inglesas señalan la primera aparición de la opinión pública como factor
importante en la vida política” (...) “Esta discusión (sobre las guerras civiles de mediados del
XVII), sostenida por medio de folletos, fue el primer gran experimento en materia de
educación política popular que utilizó la prensa de imprimir como órgano del gobierno
mediante la discusión.” (6)
Veamos, pues, de que manera, dentro del contexto histórico de las guerras civiles inglesas,
nacen esos incipientes movimientos del pensamiento político para germinar en lo que Burke
definiría como “... un grupo de hombres unidos para fomentar, mediante sus esfuerzos
conjuntos, el interés nacional, basándose en algún principio determinado en el que todos sus
miembro están de acuerdo” y que ha venido a convertirse en la clásica definición de lo que es
un partido político. (7)
Son dos los grupos que, en el sistema inglés, empezaron a surgir entre las élites políticas,
todavía pequeñas, de finales del siglo XVII:
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Los whigs (que toman su nombre de los escoceses de las tierras bajas que se oponían a la
monarquía). Estaban a favor de que el poder del Parlamento aumentara y disminuyera el
del monarca. Encuentran su apoyo entre los grupos de interés urbano y mercantiles, y
entre una minoría de las grandes familias terratenientes. En el siglo XIX se convertirían en
los Liberales que quedarían en un segundo plano cuando, en el siglo XX, se fundara el
Partido Laborista.
-
Los tories (que se llamaron así por las bandas de proscritos que favorecían el catolicismo y
la monarquía tradicional). Forman el partido de la corte. Apoyaron las pretensiones de la
nobleza hereditaria y el derecho divino del Rey. Encuentran apoyo entre la mayoría de los
nobles terratenientes y en una minoría de los grupos urbanos y comerciales interesados en
los monopolios y en los favores de la corte. Se inclinaban menos que los whigs en favorecer
la libre competencia y un gobierno más liberal. Posteriormente se convertirían en el
moderno Partido Conservador.
Así pues, estos dos grupos, junto con otras facciones quizás más radicales – Niveladores
(“Levellers”) y Cavadores (“Diggers”) - fueron los que canalizaron la opinión pública del
momento
para convertirla en voluntad popular, “opinión” que, dentro de una misma
concepción de los fundamentos de la vida pública, mantenía distintas opiniones sobre los
medios de acción y los fines políticos.
Respecto al régimen de partidos continental que enraizábamos con la Revolución francesa,
dice Duverger que “el nacimiento de los partidos en el seno de la Constituyente francesa de
1.789 es un buen ejemplo de cómo los grupos locales se transforman posteriormente en grupos
ideológicos”.
Cuando en Abril de ese mismo año los diputados de las provincias de los Estados Generales
desplazados en Versalles, completamente desorientados, comienzan a reunirse por grupos de la
misma procedencia regional con el fin de escapar a la impresión de aislamiento y preparar, al
mismo tiempo, la defensa de sus intereses locales, “se dan cuenta que su comunidad de
opinión no versa solamente sobre las cuestiones regionales, sino también sobre los problemas
fundamentales de la política nacional.”
Los primeros que tomaron esta iniciativa fueron los diputados bretones que alquilan una sala
de café para sus reuniones regulares. Cuando la Asamblea cambió su ubicación de Versalles a
París, el “club bretón” tuvo que interrumpir sus sesiones y buscar un nuevo local que, esta vez
coincidió con el refectorio de un convento de donde les vendría el nombre con el que entraron
en la historia – Jacobinos -. Un proceso análogo, transformando a un grupo local en animador
de una facción doctrinal, dará origen más tarde al club de los Girondinos. De esta manera, no
se confundirán con los grupos locales aquellos designados por su lugar de reunión.
Pero veamos también en este régimen de partidos continental cual pudo ser o, mejor dicho,
como pudo nacer ese estado de opinión pública que venimos diciendo se transforma en la
voluntad popular.
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Está claro que Luis XVI, cuando en 1.789 convoca a los Estados Generales, está queriendo,
entre otras cosas, conocer la opinión de su pueblo, es decir, la opinión
pública: “Tan
importantes motivos Nos han determinado a convocar la Asamblea de Estados de todas las
provincias de nuestra obediencia, tanto para que Nos aconsejen y Nos asistan en todas las
materias que sean puestas a su consideración, como para hacernos conocer los deseos y
las quejas de nuestros pueblos.” (8)
Pero lo que está también muy claro es que esa opinión pública que el Rey pedía le hicieran
saber, no se transforma en voluntad popular, pues lo que impera en Francia, todavía en esos
momentos, es la voluntad real. El pueblo no impone su voluntad sino que, por medio de los
Cuadernos de Quejas, lo que se hace es trasladar al Rey – en las voces de sus representantes
previamente elegidos – las peticiones del pueblo para que aquél se digne escucharlas y, si así lo
estimara, promulgarlas:
-
Cuaderno de quejas de la Comunidad de Uchaud: “Se suplica humildemente a su Majestad
que ordene (...)
-
Cuaderno de quejas de la ciudad de Valencay: “Los habitantes que componen el Tercer
estado de esta ciudad y parroquia de Valencay en Berry suplican humildemente a su
Majestad (...)
-
Cuaderno de quejas de la Parroquia de Peumerit – Cap: “Los parroquianos de Peumerit,
conocedores de los planes benéficos de Su Majestad que quiere comportarse con sus
súbditos como verdadero padre del pueblo al invitar a todos sin distinción a poner al pie de
su trono sus agravios, denuncias y quejas, para conocer las necesidades de todos y cada
uno en particular, para aportar un remedio rápido y saludable a los males del Estado y para
asegurar a su pueblo una completa felicidad, han acordado todos unánimemente pedirle
con confianza lo que sigue.”
Sin embargo, apenas dos años más tarde, son los propios representantes, igualmente
elegidos por el pueblo, los que tratarán de conformar la opinión pública para transformarla en
voluntad popular. Veamos, sino, las palabras que pronunciara Danton a la Comuna, el día de su
toma de posesión como procurador del Ayuntamiento de París en el “Discurso sobre los deberes
del hombre público”: “Es a esta clase de ciudadanos, que respeto, aunque presten oídos
demasiados fáciles a las pérfidas insinuaciones de los que esconden bajo una máscara de
moderación la atrocidad de sus planes; es, digo, a estos ciudadanos a los que debo, como
magistrado del pueblo, darme a conocer claramente mediante una solemne profesión de fe de
mis principios políticos.” (...) “La voluntad general del pueblo francés, manifestada
solemnemente en su adhesión a la Constitución, será siempre mi ley suprema” (9)
Con estas manifestaciones que nos ilustran en nuestro propósito, dejaremos de momento la
cuestión sin adentrarnos en las etapas siguientes que refiere Sánchez Agesta, puesto que lo
que estas vienen a hacer es, mirándose en las dos primeras, proseguir en su misma línea,
aunque con distintos giros y evoluciones en las que ahora no vamos a entrar.
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LOS INTEGRANTES Y MIEMBROS DE LOS PARTIDOS POLITICOS
Los partidos políticos, al igual que cualquier otra asociación, deben de estar dotados de una
adecuada estructura orgánica para el cumplimiento de sus fines y su correcto funcionamiento.
Lo que a nosotros nos interesa para nuestro empeño, no es tanto la composición de esa posible
estructura en sí, sino el grado de participación y, por tanto, de posible implicación y
responsabilidad de los componentes de esa estructura en lo que hemos dado en llamar el
mandato constitucional a los partidos políticos.
A tal fin, vamos a efectuar, en primer lugar, un breve recorrido a través de los posibles
organigramas de los distintos tipos de partidos para, seguidamente, tratar de abordar la parte
que nos interesa; la posible implicación y responsabilidad de sus integrantes y miembros en la
esencial e importante tarea de formar a la opinión pública – al pueblo – para transformarla,
mediante las elecciones, en la voluntad popular.
Sobre este particular, dice Sánchez Agesta en la obra que de él venimos citando:
“Los partidos tienen una estructura genérica con variedades que responden a tipos
diversos de organización.
-
Los lideres, el cuerpo jerárquico o plana mayor que asume el poder cuando
el partido ha conquistado la dirección política.
-
La organización burocrática y técnica del partido (que ejerce una función
profesional remunerada) y prepara los programas, organiza las campañas y ejecuta
los acuerdos.
-
Los miembros activos, que participan en los actos y acuerdos del partido mismo.
-
Los miembros pasivos, que se adhieren al partido en las votaciones.”
Con más amplitud y profundidad, Duverger (Los partidos políticos), hace referencia a las
distintas categorías de miembros: “Simpatizantes, miembros, militantes, propagandistas; una
serie de círculos concéntricos se dibuja, donde la solidaridad hacia el partido se hace cada vez
más fuerte.”
A esos diversos lazos de solidaridad que unen al miembro a su partido, los califica Duverger
con distintos grados de participación en función del tipo o clase de partido.
-
Los viejos partidos a base de comité, con estructura débil y descentralizada, conservan
los caracteres antiguos de partidos técnicos, donde los miembros no son, ni muy
numerosos ni muy apasionados.
-
Los partidos modernos a base de células y de milicias, centralizados y organizados,
encuadran masas fanáticas, en las que una fe religiosa se superpone a una disciplina casi
militar.
-
Los partidos a base de secciones se mantienen en una posición intermedia: el gran
número de miembros coincide con una solidaridad media, de naturaleza laica.
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Continua diciendo Duverger que en los partidos que no tienen adhesión formal, pueden
distinguirse tres círculos de participación.
-
Los electores. Es el más amplio y engloba a los que votan por los candidatos propuestos
por el partido en los escrutinios.
-
Los simpatizantes. Es elector, pero algo más que eso; reconoce su inclinación hacia el
partido; los defiende, y lo apoya en ocasiones financieramente; entra incluso en las
instituciones anexas al partido.
-
Los militantes. Se consideran miembros del partido, elementos de su comunidad;
aseguran su organización y su funcionamiento: desarrollan su propaganda y su actividad
general. Los miembros de comités de los partidos de cuadros son militantes.
-
Los miembros. En los partidos que la tienen, esta noción constituye un cuarto círculo,
colocado entre los dos últimos: más amplia que la de militantes, pero más estrecha que la
de simpatizantes; la adhesión implica una participación más profunda que la de simpatía,
pero menos profunda que la de militancia.
Finaliza Duverger, con estas palabras, la cuestión de los Grados de participación, “el
problema fundamental consiste en determinar las relaciones entre los diferentes círculos. Su
solución no es puramente desinteresada y no sólo concierne a la pura curiosidad científica.
Pone a discusión la naturaleza misma de los partidos políticos y el carácter democrático de sus
estructuras. Ya que los círculos interiores animan y conducen a los círculos exteriores: en la
medida en que los primeros representan a los segundos – es decir, en que su orientación
general coincide – el sistema puede ser calificado de democrático; si no, esta serie de círculos
concéntricos define una oligarquía.”
Para ir ultimando esta cuestión de la implicación y responsabilidad de los integrantes y
miembros de los partidos políticos, procedamos ahora, para que podamos abordar con más
claridad el fin que nos habíamos propuesto, a horadar un poco más en lo que es la naturaleza
de los partidos políticos.
Dice a este respecto nuestro más alto Tribunal:
-
“Los partidos políticos son, como expresamente declara el Art. 6 C.E., creaciones
libres, producto como tales del ejercicio de la libertad de asociación que consagra el
Art. 22 C.E. (...) La trascendencia política de sus funciones (concurrir a la formación y
manifestación de la voluntad popular) y servir de cauce fundamental para la
participación política no altera su naturaleza, aunque explica que respecto de éllos
establezca la Constitución la exigencia de que su estructura interna y su funcionamiento
sean democráticos.” (S.T.C. 10/83 de 21 de Febrero de 1.983)
Y para completar la manifestación de esa intención que venimos persiguiendo, no nos
quedaría, sino profundizar algo más en lo que, sobre el funcionamiento de los Organos de los
partidos políticos y en desarrollo de los dos preceptos constitucionales que cita la sentencia
referida anteriormente, contempla nuestra legislación.
-
Ley 54/1978, de 4 de Diciembre, de Partidos Políticos.
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“El órgano supremo estará constituido por la Asamblea general del conjunto de sus
miembros, que podrán actuar directamente o por medio de compromisarios.” (Art. 4.1)
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Ley 191/1964, de 24 de Diciembre, de Asociaciones. (Sus disposiciones no
incompatibles con la Constitución se consideran en vigor, en tanto en cuanto, no se
desarrolle legislativamente el Art. 22 C.E.)
“ El Organo supremo de las Asociaciones será la Asamblea general, integrada por los
socios, que adoptarán sus acuerdos por el principio mayoritario.” (Art. 6.2)
-
“Sin perjuicio de lo dispuesto en el párrafo anterior, las Asociaciones estarán
regidas por una Junta Directiva.” (Art. 6.3)
Ya, para finalizar y concluir nuestro propósito, pongamos en relación la sentencia que citamos
del Tribunal Constitucional, junto con los preceptos legislativos que acabamos de comentar, con
lo que sobre el grado de participación comentaba Duverger y tendremos como resultado una
respuesta al interrogante que al principio abríamos en relación con la repercusión de las
posibles implicaciones y responsabilidad de los componentes de la estructura de los partidos
políticos en ese mandato constitucional que, decíamos, recaía en los mismos.
LA VOLUNTAD POPULAR
Introducidos en el tema por los epígrafes precedentes, a través de los cuales hemos ido
rodeando la cuestión fundamental de este trabajo sin haber intentado, tan siquiera, penetrar en
sus aspectos más elementales, llega el momento de que comencemos a escudriñar en ese
párrafo del Artículo 6 de nuestra Constitución, que al principio reseñábamos, que tan
poderosamente nos llama la atención y que venimos destacando como un mandato
constitucional a los partidos políticos, cuando dice de éstos que, “concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular”.
Parece evidente que los partidos políticos concurren a la formación y manifestación de la
voluntad popular, puesto que así lo proclama el constituyente en ese Artículo 6 que acabamos
de referir pero, sin embargo, lo que no parece tan evidente, al no concretarlo el mencionado
artículo, es lo que debe entenderse por voluntad popular, ni por concurrir a la formación y
manifestación de la misma.
Sobre este punto, algo intenta aclarar el Tribunal Constitucional en su Sentencia 75/85:
“Los partidos, en efecto, quedan definidos por dicho precepto (Art. 6 C.E.)
como
sujetos que “expresan el pluralismo político”, pero se les atribuye, asimismo, la
función de concurrir “a la formación y manifestación de la voluntad popular”,
siendo por todo ello, considerados como “instrumento fundamental para la
participación política”. Aparece claro, así, que en su misma razón de ser tienen
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inscrita tales asociaciones la tarea de ir agregando diversidad de intereses individuales y
sectoriales en proyectos y actuaciones de alcance político, esto es, generales, (...)”
Queriendo interpretar correctamente el sentido de las palabras del Fundamento Jurídico
número 5 de esta sentencia, emitida el 21 de Junio de 1.985 ante los recursos de amparo
dirigidos contra el acta de proclamación de Diputados al Parlamento de Cataluña efectuada por
la Junta Electoral Provincial de Barcelona el día 9 de Mayo de 1.984, habremos de entender, por
un lado, que la voluntad popular se forma “agregando la diversidad de intereses individuales
y sectoriales en proyectos y actuaciones de alcance político, esto es, generales”, y por otro, que
son los partidos políticos los llamados a liderar ese proceso, aglutinando alrededor de ellos esa
comunidad de intereses; esto es, han de concurrir “a la formación y manifestación de la
voluntad popular”.
Pero habremos de tener en cuenta, como dice González Encinar, que “no son los partidos
quienes pueden manifestar la voluntad popular en las elecciones, porque en la elección quienes
se manifiestan no son los partidos, sino los votantes, que eligen entre las distintas opciones que
se les presentan.” (10)
Estando de acuerdo con nuestras apreciaciones anteriores y en consonancia, pues, con esa
línea argumental, deberemos de convenir que serán los partidos políticos, entre elecciones, los
que deberán de ir “agregando” en torno a ellos esa “diversidad de intereses”. Con otras
palabras, los partidos políticos, entre elecciones concurren a la formación de la voluntad
popular, para poder, de este modo, igualmente concurrir a la manifestación de esa voluntad
popular en el momento sublime de la elección.
Son entonces, las elecciones – como dice Sartori (11) – “las que constatan el consenso y
eliminan el consenso presunto o fraudulento” pero, además, “las elecciones computan
opiniones”. Y al coincidir con Sartori en este punto, es cuando nos surge el interrogante de
donde proceden y como se forman esas opiniones.
Será de la mano de este autor como intentaremos procurar una respuesta a esas dudas que
nos asaltan y que seguidamente abordamos, con la intención primordial de aportar alguna luz a
nuestra tesis inicial.
“Tras el voto hay todo un telón de fondo previo. Y, aunque no debemos relativizar la
importancia de las elecciones, no podemos aislar el acontecimiento electoral de todo el
circuito del proceso de formación de la opinión. El poder electoral en sí es la garantía
mecánica de la democracia; pero las condiciones bajo las cuales el ciudadano obtiene la
información y está expuesto a las presiones de los fabricantes de opinión son las que
constituyen la garantía sustantiva.”
“Las elecciones deben ser libres. Lo cual es verdad, pero no es bastante; pues la
opinión también tiene que ser, en algún sentido fundamental, libre. Las elecciones
libres con una opinión que no es libre no significan nada.”
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Es en este último párrafo, con el que iniciábamos nuestra tarea, donde se encierra la clave de
nuestros interrogantes y si somos capaces de desvelar sus secretos, tendremos resuelta la
cuestión principal de nuestro trabajo y a la que venimos dando vueltas desde el principio.
Nos adherimos plenamente a estas opiniones de Sartori y nos planteamos igualmente, en
primer lugar, si existe alguna razón para hablar de opinión pública en lugar de usar otro
término y en que sentido se considera pública una opinión.
Admitiendo que la opinión pública ha existido siempre y necesariamente existe en cualquier
sociedad, interesa destacar que tal expresión fue acuñada en los años anteriores a la
Revolución francesa. Podríamos decir que tal expresión fue precedida por la romana vox populi,
por la teoría medieval del consentimiento y, se podría admitir también, por la voluntad general
de Rousseau. La elección del vocablo “opinión” por los escritores de la Ilustración no debió de
ser tomada sin una previa reflexión, pues, tales escritores, que conocían muy bien a los clásicos
debían de tener muy presente la diferencia entre doxa y episteme.
Sentada, aunque de pasada, la diferencia entre opinión y conocimiento, abordemos el posible
significado del adjetivo con el que calificamos a la opinión.
Cuando estamos diciendo que la opinión es pública no estamos indicando solamente el sujeto
de la opinión, sino que también queremos señalar el ámbito y la naturaleza de las opiniones en
cuestión. En su significado original, se llamaba pública a una opinión, no sólo porque estuviera
propagada y difundida entre el público, sino que, se llamaba así, esencialmente, por pertenecer
a la “cosa pública”, a la res publica.
Estando de acuerdo con esta línea argumental que iniciábamos de la mano de Sartori,
coincidiremos con él en que la opinión pública es, ante todo y sobre todo, un concepto político,
lo que implica que una opinión sobre asuntos públicos debe de ser una opinión expuesta a la
información sobre cosas públicas, por lo que, a tenor de lo expuesto, se podría definir a la
opinión pública como “un público, o multiplicidad de públicos, cuyos difusos estados mentales
(de opinión) se interrelacionan con corrientes de información referentes al estado de la res
publica.” (12)
Termina diciendo Sartori que un estado mental, o de opinión se compone de múltiples
ingredientes: necesidades, deseos, preferencias, actitudes, un sistema global de creencias y
otros más. Pero para que las opiniones sean políticamente relevantes, deben ser políticamente
sensibles; estar expuestas a la información relativa a hechos y sucesos relacionados con la
política.
Una vez determinado y definido el concepto de opinión pública, nos quedaría saldar la deuda,
sobre el calificativo de libre para una opinión, que contraíamos cuando apuntábamos que, “las
elecciones libres con una opinión que no es libre no significan nada.”
Tal empresa, la acometemos con la definición que, del concepto “opinión pública”, proclamaba
el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República Federal Alemana el 25 de Enero de
1.961
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“Es constitutivo para el orden democrático libre, al garantizar la lucha intelectual, la
libre discusión de las ideas y de los intereses que son de necesidad vital para el
funcionamiento de este tipo de Estado... Sólo la libre discusión pública sobre temas de
importancia general garantiza la libre formación de la opinión pública, que en el Estado
democrático libre se realiza de forma necesariamente pluralista, en discusión con
distintas posturas, defendidas por razones diferentes pero expuestas con libertad, ante
todo con los pros y contras.” (13)
Se sigue comentando de esta definición que, parte de la premisa de que de la confrontación
entre opinión y contraopinión, de crítica y réplica, ha de nacer la opinión que más se acerque a
la verdad. Se exige el pluralismo de opiniones y la discusión pública como medios para
encontrar la verdad. La opinión pública representa una especie de “parlamento invisible”, que
en el fondo es el que hace posible la democracia parlamentaria. “Porque incluso en el
pensamiento democrático liberal, la democracia representativa sólo tiene sentido si los
diputados, en su calidad de hombres de confianza de esta opinión pública, practican en el
parlamento una discusión representativa para la controversia pública.”.
En afirmación de Löffler, “Es un dogma indemostrable de la democracia que, en la libre lucha
intelectual de las opiniones, se impone al final lo correcto y lo razonable... Pero lo correcto y
razonable sólo puede imponerse en la lucha de los espíritus, cuando la formación de la opinión
se realiza en completa libertad... Sólo la opinión que se forma después de una discusión libre,
profunda y amplia, es esa vox populi que puede pretender que se la considere la conciencia
pública, la vox Dei.” (14)
Debido a ello, la opinión pública – dicen los autores citados – es la premisa para el principio
constitucional contenido en el artículo 20, apartado 2 de la Constitución alemana. (“Todo poder
público emana del pueblo. Ese poder es ejercido por el pueblo mediante elecciones y votaciones
y por medio de órganos particulares de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.” ) Y
añadimos nosotros, al igual que en el apartado 2 del artículo 1 de la Constitución española.
(“La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.”)
“Sin discusión pública no puede haber democracia... Allí donde falta la
discusión pública y no se manifiesta la opinión del pueblo, no puede haber un
gobierno que esté en consecuencia con la voluntad del pueblo.” (15)
Finalizamos nuestras referencias a este estudio que venimos citando con los comentarios, que
en él se formulan, a la Sentencia del juicio de la televisión emitida por el Tribunal de Garantías
Constitucionales de la República Federal Alemana (“BverfG” 12, pag. 113) de la que dicen,
subraya la tarea de “todos
los grupos política, ideológica y socialmente importantes”, de
participar en la configuración de la opinión pública y califica a los “indispensables medios de
difusión masiva de la actualidad” como medio y factor, portavoz y configurador de la opinión
pública.
Pero no lo dudemos, habrá que tener en cuenta que la prensa y los medios de difusión
privados son, en la actualidad y necesariamente, modernas empresas capitalistas, donde los
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editores están más interesados en el mantenimiento de la situación económica existente que en
la tarea que, supuestamente, les encomienda la sentencia citada, puesto que, un gran
porcentaje de todos sus ingresos proceden de los anuncios que inserta, preferentemente, la
gran industria, con lo que el “mandato” que esa sentencia proclama – el mandato constitucional
que venimos refiriendo – a quien si alcanza plena y obligadamente, sin disculpa ni exclusión, es
a “todos los grupos política, ideológica y socialmente importantes”, en nuestro caso,
esencialmente, a los partidos políticos.
LA
“FORMACION”
O
“INSTRUCCIÓN
PUBLICA”
EN
NUESTRA
HISTORIA
CONSTITUCIONAL.
“Según el texto del Artículo 6 de la Constitución española, los partidos tienen como misión
formar la voluntad popular. Esto es: para manifestar la voluntad popular, mediante elecciones,
los partidos políticos deben previamente formarla”. (16)
Haciendo nuestras estas palabras de los profesores Jorge de Esteban y Luis López Guerra,
que expresan con total rotundidad el mandato constitucional a los partidos políticos, al que
repetidamente venimos aludiendo, iniciamos este apartado con la primordial intención de
ahondar en sus orígenes más próximos y, a ser posible, tratar de desvelar el alcance del
mismo; sus posibles destinatarios a lo largo del tiempo, su mayor o menor amplitud y los
medios y recursos asignados a este fin.
Siguen diciendo los profesores citados, “El elector, en una sociedad moderna, debe estar
educado para la democracia, pues de lo contrario, como decía Paul Valéry, en las elecciones se
plantearán cuestiones que el elector ignora. Ciertamente, este fenómeno de formación del
ciudadano comienza por la socialización política que transmiten la familia y la escuela. Pero con
ello no basta, y es necesario que los partidos políticos contribuyan continuamente a la
formación del ciudadano”.
No se hace esperar mucho en nuestra historia constitucional la proclamación de este mandato
pues, en sus orígenes, la situación política y social así lo requería y obligaba, tal y como se
constata por nuestros políticos actuales.
“El liberalismo primigenio observó la importancia del acercamiento de la realidad
política a la población, dentro de un sistema que, como el democrático, se basa en un
diálogo entre gobernantes y gobernados, con la doble finalidad de exponer unos datos
objetivos, unos valores sociales, normativos y éticos para, en segundo término,
conseguir el apoyo popular, una subsunción del sistema político por parte de los
ciudadanos; es decir, fortalecer lo que la moderna ciencia constitucional denomina
sentimiento constitucional.” (17)
Sobre el mismo tema, aunque desde otra óptica, se pronuncian igualmente los profesores
Jorge de Esteban y López Guerra, a los que al principio citábamos. En referencia al
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enfrentamiento entre serviles y liberales, al hilo de la discusión y aprobación de la primera
Constitución española de 1.812, escriben, “Se trata de una contraposición entre partidos
reducidos, de escasos número de miembros. Son partidos reconocidamente minoritarios y
elitistas, como correspondía a un país con un bajo nivel de participación política (debido al bajo
nivel de educación y urbanización) y con comunicaciones dificultosas”.
Pero veamos como se produce por primera vez ese mandato, nuestro mandato
constitucional. Lo proclamaba así el constituyente de 1.812 que lo incluía en su Título IX y le
dedicaba un capítulo entero al que llamaba “De la instrucción Pública”:
-
Art. 366.
En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras
letras, en las que se enseñarán a los niños a leer, escribir y contar y el catecismo de la
religión católica, que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones
civiles.
-
Art. 368.
El plan general de enseñanza será uniforme en todo el Reino, debiendo
explicarse la Constitución política de la Monarquía en todas las Universidades y
establecimientos literarios donde se enseñen las ciencias eclesiásticas y políticas.
-
Art. 370.
Las Cortes, por medio de planes y estatutos especiales, arreglarán cuanto
pertenezca al importante objeto de la instrucción pública.
-
Art. 371.
Todos los españoles tienen libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas
políticas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna anterior a la publicación.
No cabe duda de que las intenciones del primer constituyente democrático de nuestra historia
estaban en consonancia con sus ideas y así las quiso dejar plasmadas en el Texto constitucional
que elaboró, con el fin de que se reflejara en el mismo ese sentimiento democrático y
participativo que lo inspiraba y con el ánimo, sin duda, de que pudiera perdurar en el tiempo
sin equívocos y falsas interpretaciones. Estableció claramente un mandato constitucional que, si
bien no estaba dirigido directamente a los partidos políticos, como tales, no cabe duda de que
si comprometía a todos los políticos que se sentaban en las Cortes (Art.370 C.E.1812) y que los
obligaba, de alguna manera, a sembrar y esparcir ese incipiente sentimiento constitucional al
que se refería Van-Halen en la intervención a la que aludíamos.
Pero a tenor de lo que después ocurriría, parece que, nuestro primer constituyente, no
tendría éxito en su empeño. El espíritu que lo animó y le llevó a dedicar un capítulo entero de
aquel primigenio Texto Constitucional al tema de la formación - “De la instrucción pública” -, no
debió de calar muy hondo en la conciencia de los políticos y en la organización de las
instituciones, pues, en ulteriores Constituciones, se excluiría cualquier referencia a la formación
o, en el mejor de los casos, se relegaría a un plano secundario, enredándolo, a nuestro
entender deliberadamente, con otros temas y materias.
Esa primera Constitución fue “revisada” por la que se promulgó el 18 de junio de 1.837 sin
hacer referencia alguna a la cuestión que nos ocupa, al igual que la que posteriormente entraría
en vigor el 23 de mayo de 1.845.
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Para toparnos con alguna nueva alusión al asunto de la formación hemos de ahondar en el
Texto constitucional que se promulgó el uno de junio de 1.869 y encontrarlo enredado en su
artículo 24, “Todo español podrá fundar y mantener establecimientos de instrucción o de
educación sin previa licencia, salvo la inspección de la autoridad competente, por razones de
higiene y moralidad.”
De manera análoga lo encontramos nuevamente en el párrafo segundo del artículo 12 de la
Constitución de 30 de junio de 1.876. “Todo español podrá fundar y sostener establecimientos
de instrucción o de educación con arreglo a las leyes.”
A pesar de estas indirectas referencias, deberemos de coincidir que, en ninguno de estos dos
casos, el constituyente establece un mandato sobre la formación como el que, al principio
comentábamos y que tan clara y rotundamente efectuaba el constituyente de 1.812
dirigiéndolo, además, a la más alta institución pública – las Cortes Generales – o, como
sosteníamos, a todos los políticos en general.
Ante esta situación, no nos debe de extrañar que en 1.875, así entendiera el Gobierno de
turno la cuestión de la “Instrucción Pública”.
-
“Entre los diversos ramos confiados a mi cuidado, figura en primer término el
importantísimo de la instrucción pública, que es y ha sido siempre el elemento más eficaz
para el esplendor y la grandeza de los pueblos.”
“A tres puntos capitales se dirigen las observaciones del Ministro que suscribe.
-
A evitar que en los establecimientos que sostiene el Gobierno se enseñen otras
doctrinas religiosas que no sean las del Estado. (Es, pues, preciso que vigile V.S. con el
mayor cuidado para que en los establecimientos que dependen de su autoridad no se
enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral.)
-
A mandar que no se tolere explicación alguna que redunde en menoscabo del Rey o
del régimen monárquico constitucional. (Por ningún concepto se tolerará que en los
establecimientos dependientes de ese Rectorado se explique nada que ataque directa ni
indirectamente a la Monarquía constitucional ni al régimen político.)
-
A que se restablezca en todo su vigor la disciplina y el orden en la enseñanza. (El
profesor que no explique todo el programa de la asignatura que le está encomendada,
o pretenda ampliarlo más allá de lo razonable, perturba el método general de la
enseñanza)” (18)
Habremos de esperar a la “Constitución de la República Española” que se promulgaría el 9 de
diciembre de 1.931 para, nuevamente, encontrarnos con “nuestro” mandato sobre la formación,
esta vez, dirigido no sólo a las Cortes, sino a todo el conjunto del Estado. Dice así el
constituyente de 1.931 en su artículo 48, “El servicio de la cultura es atribución esencial del
Estado”, continuando seguidamente para establecer la enseñanza primaria obligatoria y
gratuita, la libertad de cátedra, etc.
Pero, paradojas del tiempo, si pocos años estuvo en vigor la Constitución de 1.812, menos lo
estuvo la de 1.931 que se quebró en julio de 1.936. Son de sobra conocidas las consecuencias
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que produjo la quiebra del sistema constitucional, por lo que no entraremos en los detalles de
las mismas, pero si nos parece necesario adentrarnos en ese paréntesis de nuestra historia que
se abriría en abril de 1.939 y se cerraría con la promulgación del actual Texto constitucional en
1.978.
Los casi cuarenta años que abarcan este largo paréntesis son, a nuestro juicio, una etapa
negativa de la “instrucción pública” en España, esencialmente, por el secuestro en estos años
de la democracia y de las libertades públicas que acarrearían, como consecuencia, una
deficiente formación del pueblo con la que, sin más remedio, tendría que afrontar el
referéndum del 6 de diciembre de 1.978 para ratificar nuestra actual Carta Magna.
Una prueba del déficit democrático del sistema educativo de la época referida se puede ver
en la “Ley de Educación Villar Palasí”, que se promulgó el 4 de agosto de 1.970 y que se
establecía, según su Preámbulo, porque “los problemas educativos que tiene planteados hoy
nuestro país requieren una reforma amplia, profunda, previsora de las necesidades nuevas y no
medidas tangenciales y apresuradas con aspecto de remedio de urgencia.” Decía así el párrafo
primero de su artículo primero.
Son fines de la educación en todos sus niveles y modalidades,
-
La formación humana integral, el desarrollo armónico de la personalidad y la preparación
para el ejercicio responsable de la libertad, inspirados en el concepto cristiano de la vida y
en la tradición y cultura patrias; la integración y promoción social y el fomento del espíritu
de convivencia; todo ello de conformidad con lo establecido en los Principios del
Movimiento Nacional y demás Leyes fundamentales del Reino.
Fundamentos institucionales como los que acabamos de citar en lo referente al tema de la
“Instrucción Pública”, debieron de influir de manera nefasta, no sólo en la formación del pueblo
llano, sino también, en la de aquellos que estaban llamados para afrontar de manera directa la
tarea de transformar el antiguo régimen político para constituir un nuevo “Estado social y
democrático de Derecho”. (Art.1.1 CE.)
Con estas palabras describía, el primer Presidente del Congreso de los Diputados, el grado de
formación de nuestros políticos en los momentos previos a la elaboración de la Constitución de
1.978.
“El primer Parlamento Democrático nació con una gran ilusión y esperanza pero no sin
grandes dificultades. Los diputados y senadores elegidos se encontraron, en primer
lugar, con las dificultades propias de la falta de experiencia. Nadie, salvo algunos
veteranos parlamentarios de la República, había vivido un Parlamento democrático y la
vivencia que otros tenían de las Cortes Orgánicas poco o nada valían en la nueva
situación. Al lado de las diferencias ideológicas entre los parlamentarios, normales en
cualquier sistema democrático, existían, además, distintas y, en muchos casos,
radicales posturas en la experiencia y valoración del régimen anterior, diferencias
profundas acerca de la forma en que debía desarrollarse la transición con la famosa
disyuntiva ruptura - reforma, e incluso, y sobre todo, existían grandes divergencias
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sobre el modelo último de sociedad y de organización del Estado; por lo menos a nivel
ideológico.” (19)
Y si tal era el panorama que se podía advertir en nuestras Cortes constituyentes, no más
halagüeño era el que se podía observar en el pueblo al que representaban y al que se le iba a
demandar que asumiese la responsabilidad final de ratificar el Texto constitucional por ellas
elaborado para convertirlo, así, en nuestra actual Carta Magna.
En una encuesta realizada en 1.960 por los hombres de FOESSA sobre el grado de interés
por la política, se puede constatar la falta de interés por los temas políticos de un sector
mayoritario de la población española. (20)
Casi diez años más tarde, una encuesta de ICSA Gallup (publicada en los diarios
Informaciones y Actualidad Española en 1.971) sobre el interés por la política en general en el
conjunto de la población nacional, venía a decir que, ninguno ( 57%), poco ( 17%), regular
(15%), mucho (5 %), y no contestaron (6%).
El resultado del sondeo que acabamos de mencionar – según los comentarios de la obra que
citamos – no podía ser más descorazonador. El nivel de información política es elemental. Hay
un divorcio completo de la política oficial – que es la que circula – con el paisanaje pendiente de
sus concretos problemas de supervivencia y superconsumo, o bien la sociedad vive un muro de
incomunicación entre la política y el interés del país. El porcentaje de los que no se interesan
por la política (nada, el 57% y poco, el 17%) es casi idéntico al de los que ignoran
absolutamente lo que pasa en las Cortes – donde se encuentran los representantes de ese
pueblo que les ignora peleando por abrir mejores surcos a la política del país – y ajenos
también a lo que hace el país en sus relaciones exteriores. El 75% no sabe citar ni una sola ley
discutida y aprobada en las Cortes, y el 78% no sabe dar ninguna respuesta a los acuerdos
internacionales suscritos (nada menos que el acuerdo con el Mercado Común, la prórroga de las
bases americanas y el acuerdo con Francia).
Este informe de ICSA Gallup saca de los trazos obtenidos en las encuestas, un “retrato –
robot” del español medio en los albores de los años setenta, digno de asustar a cualquiera.
“Como conclusión primera se observa la evidencia de que al español no le interesa la
política, no sabe apenas quienes gobiernan el país, desconoce elementales mecánicas
institucionales (como que van unidos el Gobierno Civil y la Jefatura Provincial del
Movimiento), no está al tanto de la labor de las Cortes, ni sabe por donde se orienta
nuestra política exterior. El Retrato–robot del español medio arroja una cara en
blanco inidentificable, indiferente.”
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EL MANDATO A LOS PARTIDOS POLITICOS EN LA CONSTITUCION DE 1.978.
Aun siendo reiterativos, nos parece oportuno recordar de nuevo, quizás por ser este mejor
momento, las palabras de los profesores Jorge de Esteban y Luis López Guerra que traíamos a
colación al principio del epígrafe anterior.
“Según el texto del Artículo 6 de la Constitución española, los partidos tienen como
misión formar la voluntad popular. Esto es: para manifestar la voluntad popular, mediante
elecciones, los partidos políticos deben previamente formarla”.
-
“Ciertamente, este fenómeno de formación del ciudadano comienza por la socialización
política que transmiten la familia y la escuela. Pero con ello no basta, y es necesario
que los partidos políticos contribuyan continuamente a la formación del
ciudadano”
Ahora bien, ante la situación tan desalentadora que se vivía en el ámbito cotidiano respecto al
interés por la política y que decíamos, líneas atrás, se vivía en la España de principio de los
setenta, – sin democracia ni libertades, sin pluralismo ni partidos políticos y con la soberanía
popular secuestrada durante cuarenta años - difícilmente se podría imaginar, en la generalidad
de los ciudadanos, esa formación necesaria para que, la opinión del pueblo, se pudiera expresar
“libremente” en unas elecciones igualmente libres y democráticas, puesto que – volviendo a
recordar las palabras de Sartori - “Las elecciones deben ser libres. Lo cual es verdad, pero no es
bastante; pues la opinión también tiene que ser, en algún sentido fundamental, libre. Las
elecciones libres con una opinión que no es libre no significan nada”.
Ante tales circunstancias, (que de derecho perdurarían hasta los momentos inmediatamente
anteriores a la promulgación de la “Ley para la Reforma Política” el 4 de enero de 1.977,
aunque de hecho, todavía no se pueda decir que se hayan erradicado en su totalidad) tampoco
podía exigirse el cumplimiento del “mandato constitucional” que venimos propugnado porque,
en los momentos precisos que relatamos, ni existía una constitución democrática, ni tampoco
los partidos políticos podían actuar al no estar consentidos, ni mucho menos legalizados.
Esta situación tan confusa, pero tan real, parece un callejón sin salida, pues, sería necesario
explicar como pudo el pueblo español, en uso legítimo de su soberanía, expresar libremente su
voluntad, ratificando mediante referéndum el Texto Constitucional que se le propuso el seis de
diciembre de 1.978, cuando, a tenor de lo que venimos argumentando, esa voluntad no podía
ser del todo libre al no estar debidamente formada. Es más, habría igualmente que interpretar
el alcance de la respuesta mayoritaria del pueblo al referéndum que se le convocó el 15 de
diciembre de 1.976 para pronunciarse sobre la “Ley para la Reforma Política” (respondió cerca
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del 80% del total del censo convocado, haciéndolo afirmativamente casi un 95%), si con mayor
motivo que en 1.978, su formación era entonces, si cabe, más deficiente.
La solución tendremos que buscarla en ese periodo tan fundamental para nuestra historia
más reciente que se ha dado en llamar de la “transición” y en ella, nos proponemos indagar
para tratar de encontrar alguna respuesta a nuestro dilema.
Una primera respuesta la podemos encontrar en el mensaje que la Corona, con motivo de su
restauración, pronuncia en las Cortes el 22 de noviembre de 1.975.
“Soy plenamente consciente de que un gran pueblo como el nuestro, en pleno
periodo de desarrollo cultural, de cambio generacional y de crecimiento material pide
perfeccionamientos profundos. Escuchar, canalizar y estimular estas demandas es para
mí un deber que acepto con decisión”. (21)
Una segunda, la podemos encontrar en el texto del Preámbulo de la Ley básica para la
Reforma Política entregado por T. Fernández Miranda a Adolfo Suárez el 23 de agosto de 1.976.
“Sólo partiendo de la realidad social existente y de la historia sumida, se puede
alcanzar la Democracia como forma estable de convivencia civilizada en paz y conforme
a las leyes”. (22)
Finalmente, una tercera, la podemos ver ya, en el propio Texto Constitucional vigente, pues
es, a partir del mismo, cuando nos encontramos en su artículo seis, párrafo primero, con el
mandato constitucional a los partidos políticos, que venimos propugnando desde un principio.
“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la
participación política”.
Ahora bien, si empezamos cuestionándonos el cumplimiento y efectividad del contenido de
esta última respuesta, aun considerándolo un mandato constitucional dirigido a los partidos
políticos para formar la voluntad popular, con mayor razón se podrían objetar las otras dos,
pues no dejan de ser, la primera, un compromiso de la Corona y, la segunda, un propósito del
Gobierno.
Pero claro, lo que ocurre es que en esa etapa de nuestra historia más reciente que se ha
dado en llamar, y llamábamos de la “transición”, es que encierra más de una y dos respuestas
y, tal vez, habría que acudir a un análisis efectuado, no con tanto rigorismo y sí, quizás, con
una mayor amplitud de miras.
Tendríamos que hablar, entonces, como lo hace Julián Marías – de aciertos – para encontrar
esas otras respuestas que complementen y confirmen a las que nosotros proponemos.
“Un acierto fue haber tenido un periodo de liberalización antes de que empezase la
democratización. Durante año y medio se formó la opinión pública que no existía; es decir,
se creó el ámbito de la libertad, lo cual permitió que fuese ejercida razonable y
responsablemente el 15 de junio de 1.977. La democracia nació con buen pie, porque estaba
inspirada por un liberalismo previo. Conviene recordar que se partió de la legalidad – sin
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legitimidad – existente, para devolver los poderes a los ciudadanos, mediante la ley de reforma
política.”
Y si de aciertos cataloga el autor las actuaciones y actitudes en esa etapa, de aciertos
también – entendemos nosotros - se pueden catalogar esas otras actuaciones y actitudes en la
etapa inmediata siguiente. En palabras, también, de Julián Marías.
“El estilo de los primero gobiernos de la Monarquía consistió sobre todo en contar con todo el
país, respetar las opiniones distintas y aun contrarias, no despreciar, ofender ni amenazar a
nadie, en suma, mantener una actitud realmente democrática y liberal. El contraste con todo lo
anterior era enorme.”
“Durante unos años, en España se gozó de una libertad y holgura que muy pocas veces se
habían dado en su historia, que yo ciertamente no había conocido en el espacio de mi vida. Por
primera vez me sentí cómodo en la vida pública española, vi a la España oficial acercarse a la
España real y, sobre todo, ponerse al servicio de ella como su instrumento rector, ya que
mandar es una de las maneras más importantes y delicada de servir.” (23)
Pero, a pesar de que podamos estar de acuerdo con Julián Marías en ”el estilo de los
primeros gobiernos de la Monarquía” y en ese acercamiento de la España oficial a la España
real, entendemos que, todo ello estaba bien pero, por sí sólo, no era bastante para dar
cumplimiento a nuestro mandato constitucional. Una vez promulgada la Constitución, esas
actitudes eran las adecuadas y deseadas, sin embargo, no eran suficientes. La carta Magna
obligaba a algo más, no sólo al Gobierno, sino a todas las fuerzas políticas.
Comienza así el Título Preliminar, “España se constituye en un Estado social y democrático de
Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político.” (Art. 1.1 CE.)
A juicio de P. Lucas Verdú, “el pluralismo político es valor superior y no sólo porque lo recoja
el precepto que comentamos, (Art. 1.1 CE) sino porque es un postulado axiológico de la cultura
político – occidental, de manera que reducirlo a simple instrumento de participación implica una
relativización de aquel postulado.” (24)
Dice, por otra parte, el autor que estamos citando que existe una conexión del pluralismo
político con la persona, lo que significa que,
-
No hay auténtico pluralismo si éste no funciona a favor de la persona.
-
La persona encuentra, en la pluralidad y variedad de grupos y formaciones sociales, el
conveniente entramado sociopolítico para desarrollarse.
Y continua argumentando que, en consecuencia, el pluralismo político no sólo es un concepto
académico y un valor constitucional (Art. 1.1 CE.); cumple también dos importantes funciones.
-
Permitir la vida y desarrollo de la personalidad.
-
Facilitar la participación de los ciudadanos en la organización y ejercicio de los poderes
públicos.
Y a pesar de que, coincidiendo con Lucas Verdú, entendamos que, “el pluralismo político no
hay que entenderlo sólo referido al Artículo 6 del Texto constitucional”, también consideramos
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que su inclusión en este artículo de la forma, además, como lo hace el constituyente, (“Los
partidos políticos expresan el pluralismo político”), obliga y condiciona de una manera muy
especial a los partidos políticos para que, mediante la formación, contribuyan a “permitir la vida
y desarrollo de la personalidad” de los ciudadanos, así como a “facilitar su participación en la
organización y ejercicio de los poderes públicos.”
Sentado lo anterior, consideramos este el momento oportuno para que nos encontremos de
nuevo con la interpretación que, de la STC 75/1985, efectuábamos en otro epígrafe de este
trabajo y en la que llegábamos a la conclusión de que, la voluntad popular se forma
“agregando la diversidad de intereses individuales y sectoriales en proyectos y actuaciones de
alcance político, esto es, generales”, siendo los partidos políticos los llamados, especialmente, a
cumplir esa función, “concurriendo a la formación y manifestación de la voluntad popular” (Art.
6.1 CE.)
Y si continuando con nuestra línea argumental, ponemos en relación lo que, sobre la voluntad
popular, dice Rodríguez Díaz - “la configuración del sufragio como derecho, no meramente
como función, exige que cualquier posible manifestación de la voluntad popular pase por su
formación en las urnas” (25) – con lo que, sobre las elecciones, dice Sartori - “las elecciones
computan opiniones” – y que apuntábamos al hablar de la voluntad popular, para, finalmente
poner todo ello en relación, a su vez, con lo que interpretábamos de la STC. 75/85 – la voluntad
popular se forma agregando la diversidad de intereses individuales – se podría llegar a la
conclusión de que, la voluntad popular se manifiesta computando opiniones, mediante
elecciones, en las urnas, con lo que el mandato constitucional a los partidos políticos que
venimos propugnado, llevaría consigo, no sólo la concurrencia de los mismos a la manifestación
de esas opiniones como dice el artículo 6 de la Constitución, sino también, como igualmente
dice este artículo, su concurrencia a la formación de esas mismas opiniones, tal y como
ha sido nuestra intención sostener desde un principio.
CONCLUSIONES
Si comenzábamos este trabajo hablando de la génesis de los partidos políticos para,
seguidamente, hacerlo sobre los integrantes y miembros de los mismos a fin de poder concluir
con la repercusión de las posibles implicaciones y responsabilidad de los componentes de su
estructura en ese mandato constitucional que propugnamos; después de haber intentado
argumentar la existencia de tal mandato, tanto en nuestra historia constitucional como en la
vigente Constitución, no nos debe de quedar, sino profundizar en el alcance del mismo, o lo
que es igual, en el análisis del proceso de formación de la opinión pública, con el fin de trazar
unas líneas por las que pudiera discurrir nuestro proceso de formación.
Dice a este respecto Sánchez Agesta (26) que, en el análisis de formación de la opinión
pública, se podrían distinguir tres momentos.
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-
Información.- Conocimiento de los hechos.
-
Interpretación.- Formación de juicios.
-
Difusión de estos juicios.
Y continúa argumentando que hay que distinguir en el público un grupo primario (minoría),
cuya opinión se establece sobre la base de un conocimiento directo de los problemas y de los
elementos de juicio, y un grupo secundario, que acepta los “juicios hechos” por esas minorías,
que actúan como fermentos y difunden sus opiniones a través de una serie de medios técnicos
específicos. Es frecuente que el público opine sin conocer los hechos más elementales,
basándose en “slogans” o juicios hechos, siendo esta la materia principal de la que se nutre la
propaganda que, hoy en día, representa un nuevo medio técnico de poder ”en cuanto intenta
controlar o influir la conducta de otros mediante la manipulación de las noticias o las palabras.”
Surge así el problema de la ordenación de la opinión pública y su relación con el poder
político y que vamos a tratar de esquematizar, siguiendo las pautas que nos marca el profesor
Sánchez Agesta.
La antítesis secreto – publicidad, proyectada sobre la información, se relaciona con la misma
existencia de un público. La actuación secreta, al no suministrar información sobre los hechos
políticos, impide la atención; el hecho no llega al público y este apenas si puede constituirse, ni
mucho menos opinar.
El derecho a la información o la libertad de información es la figura jurídico política que define
y garantiza esa participación del público. ”La licencia de publicaciones, la prohibición de
determinados temas, la intervención de la propiedad de los medios de difusión de noticias, la
censura y la responsabilidad de quienes detentan los medios de información son los medios por
los que opera ese secreto, contrario si no a la formación de un público, por lo menos a que
participe en determinados contenidos.” La represión no actúa aquí contra la emisión de
opiniones, la expresión de ideas o la formulación de críticas, sino simplemente sobre la
participación de noticias (información).
En cambio, los sistemas de opinión libre o dirigida proyectan su disyuntiva no sobre los
hechos, sino sobre su crítica o sobre la expresión y difusión de ideas u opiniones. La dialéctica
de tipos alcanza idealmente en este caso desde el veto absoluto de toda crítica, opinión o idea
que no dimane de fuente oficial o que no coincida con las directivas de ésta, hasta la absoluta e
ilimitada libertad para expresar la opinión y crear los órganos que la difunden.
La primera disyuntiva (secreto – publicidad) decide la cuestión de en qué medida el poder
público ha de establecer su contacto con la opinión. Las deliberaciones o los procedimientos
secretos, o la simple prohibición de publicar ciertos hechos, tratan de impedir el acceso del
público a determinados contenidos y, por consiguiente, de yugular en su raíz el proceso de
formación de la opinión pública o de las opiniones públicas. En cambio, la disyuntiva opinión
dirigida – opinión libre se proyecta sobre una opinión u opiniones que se quiere que existan,
sobre un público deliberadamente formado, ante el que se adoptan dos actitudes diferentes:
regirlo o servirlo.
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Trazadas las líneas que nos habíamos propuesto, sobre las que bien pudiera discurrir la
formación de la opinión pública, se nos plantea el dilema de, si dar aquí por finalizado nuestro
trabajo o, por el contrario, continuar con el posible devenir por esa vía que acabamos de
descubrir de los actuales partidos políticos, pero, pensándolo bien y, no siendo ése el interés
inicial que nos movía desde un principio, preferimos dejar abierto el debate sobre el grado
de cumplimiento del mandato constitucional a los partidos políticos y conformarnos
con haber intentado, al menos, demostrar la existencia de tal mandato.
NOTAS MARGINALES
1) - TEORIA DE LA DEMOCRACIA I.- El debate contemporáneo. Capítulo V – La democracia gobernada y
la democracia gobernante – GIOVANNI SARTORI – Alianza Editorial – 1.995
2) – POLITICA – ARISTOTELES – Alianza Editorial 1.997 – Libro quinto – Cap. IX
3) – DERECHO CONSTITUCIONAL – Parte VI – Capítulo II – “Los partidos políticos” – PAOLO
BISCARETTI DI RUFFIA – Editorial Tecnos 1973. Obra de referencia en las menciones que haremos
de este autor.
4) - LOS PARTIDOS POLITICOS – MAURICE DUVERGER – Fondo de Cultura Económica 1994. Obra que
citaremos nuevamente en las menciones a este autor.
5) - PRINCIPIOS DE TEORIA POLITICA – LUIS SANCHEZ AGESTA – Editora Nacional 1974
6) – HISTORIA DE LA TEORIA POLITICA – GEORGE H. SABINE – Fondo de Cultura Económica – 1.994
7) - Definición que cita Roberto L. Blanco Valdés en su libro “Los partidos políticos” y que referencia en –
Edmund Burke – “Partidos y representación” en Kurt Lenk y Franz Neumann eds.
8) – Del Edicto promulgado en Versalles el 24 de Enero de 1.789 que encontramos en “La Revolución
Francesa” de Fernando Prieto en Ediciones Istmo 1.989. al que, igualmente, pertenecen las citas
siguientes que mencionamos de los Cuadernos de Quejas.
9) - De las tres clasificaciones que hace, se refiere a la tercera; los que quieren la libertad, pero temen
las tormentas. La primera clase de ciudadanos a que se refería es la de aquellos que son enemigos de
toda libertad y la segunda es la de los amigos vehementes de la revolución que es la que ha querido
que esté ahí. De “El Discurso Revolucionario” de Víctor Méndez Baiges en Sendai ediciones 1.993
10) – (8) – “Democracia de partidos “versus” Estado de partidos” – JOSE JUAN GONZALEZ ENCINAR.
Continua diciendo en este trabajo, “Entender, como hacen algunos, que la voluntad popular que los
partidos, según el artículo 6, concurren a manifestar, es lo que los electores han puesto de relieve con
sus votos, supone, por lo menos, confundir: pueblo (como sujeto al que se imputa la voluntad
política) con votantes, democracia con elección, y representación con democracia.” No vamos
a comentar, puesto que no es el tema de este trabajo, las dos últimas apreciaciones que efectúa este
autor, pero sí nos interesa dejar sentado nuestro disentimiento respecto a la primera, puesto que
entendemos que, en unas elecciones libres y democráticas, aunque es todo el pueblo el llamado a
pronunciarse en las mismas, ninguno de los llamados es obligado a votar. Los votantes, pues,
expresan su opinión mediante la emisión del voto y la abstención, no deja de ser, entonces, una
forma de expresar la opinión ante la convocatoria de elecciones.
11) - TEORIA DE LA DEMOCRACIA I.- El debate contemporáneo - GIOVANNI SARTORI – Alianza Editorial
– 1.995 - Capítulo V La Democracia gobernada y la democracia gobernante, que seguiremos citando y
tomando como referencia en nuestra línea argumental.
12) – Añade Sartori a esta definición que citamos textualmente de la obra que, de él, venimos refiriendo,
que tal caracterización comprende opiniones sobre los candidatos y partidos; excluyendo, en cambio,
las opiniones sobre “asuntos privados”.
13) – INTRODUCCION A LA CIENCIA POLITICA – WOLFANG ABENDROTH y KURT LENK – Editorial
Anagrama – 1.968 - “La opinión pública y los grandes medios de difusión” – SIEGFRIED PAUSEWANG
– Sentencia que se refiere en este trabajo y desde el que la citamos y comentamos.
14) - Continuando con la cita anterior se recogen estas palabras del libro “Die öffentliche Meinung” de
MARTIN LÖFFLER (ed.) – München – Berlin 1.962
15) - Id. Citas anteriores se menciona esta frase de GERHARD GLEISSBERG, “Die Presse in England,
München 1.948.
16) - LOS PARTIDOS POLITICOS EN LA ESPAÑA ACTUAL – JORGE DE ESTEBAN Y LUIS LOPEZ GUERRA –
Editorial Planeta – 1982 – Colección Tablero - Del apartado V – “Los partidos políticos y el régimen
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constitucional español” – Parte 2, “Caracteres de los partidos políticos según el Artículo 6 de la
Constitución.”
17) - Con estas palabras, Juan Van-Halen Acedo, Presidente de la Asamblea de Madrid, que se recogen en
el libro “El Senado como Cámara de representación territorial y la función de los Parlamentos
Autonómicos”, editado por Dykinson – 1.998, inauguraba las Jornadas, con este mismo nombre, que
organizaba el Centro de Estudios Superiores Sociales y Jurídicos “Ramón Carande” y que patrocinaba
la Asamblea de Madrid.
18) – Circular dirigida a los Rectores de Universidad por el Ministro de Educación – “La circular del
ministro Orovio” – el 26 de febrero de 1.875 que se recoge en Historia de la Educación en España.
Tomo III. Estudio preliminar de Manuel de Puelles Benítez, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia,
1982, pp. 53-57 y que nosotros encontramos en Documentos de Historia Contemporánea de España –
Editorial Actas – 1.996
19) - Intervención de D. Fernando Alvarez de Miranda en el Seminario sobre la Constitución Española en
la Universidad Carlos III organizado por el Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas en
diciembre de 1.991 y que se recoge en el libro “Estudios sobre la Constitución Española” citado en la
Bibliografía.
20) - Resultados de la encuesta sobre el grado de interés por la política realizada por FOESSA en 1.960,
cuyos resultados extraemos del libro “La política española entre el rumor y el humor” de José Manuel
Gironés Guillem, publicado por Ediciones Nauta, S.A. en octubre de 1.974 y del que, asimismo
extraemos también las siguientes citas sobre la encuesta de ICSA Gallup que citamos en nuestro
comentario.
BASTANTE
POCO
NADA
MUCHO
MUJERES
7%
15%
22%
53%
ESTUDIANTES
11%
28%
32%
27%
TRABAJADORES
6%
12%
28%
52%
CAMPESINOS
3%
8%
21%
64%
21) – Cita que recogemos del libro “Documentos de Historia Contemporánea de España”, editado por
Actas en 1.996 y que a su vez la recoge de la segunda edición del periódico Informaciones del 22 de
noviembre de 1.975 .
22) – Del libro citado anteriormente que a su vez lo recoge de Pilar y Alfonso Fernández Miranda: “Lo que
el Rey me pidió”, Plaza y Janés Editores, 1995, pp. 365-366
23) – Del Artículo “Lo esperado y lo sucedido” publicado en el número 41 de diciembre de 1.988 en la
Revista CUENTA Y RAZON, dedicado íntegramente “a los diez años de la Transición”.
24) – Cita que se encuentra en “Curso de Derecho Político” de P. Lucas Verdú cuyas referencias nos van a
servir en los siguientes comentarios sobre el “pluralismo político”.
25) – Angel Rodríguez Díaz en la obra citada de él en la Bibliografía.
26) - Luis Sánchez Agesta en su obra “Principios de Teoría Política” que publicó en 1.974 la Editora
cuyos
Nacional, desarrolla estos temas de la Formación y Acción de la Opinión Pública
planteamientos seguimos en nuestra exposición.
BIBLIOGRAFIA
1) – COMENTARIOS A LA CONSTITUCION ESPAÑOLA DE 1.978 – Raul Morodo y Pablo
Lucas Morcillo – Artículo 6 – “Los Partidos Políticos” – TOMO I – Cortes Generales /
Editoriales de Derecho Reunidas.
2) – DERECHO CONSTITUCIONAL – Parte VI – Capítulo II – “Los partidos políticos” –
PAOLO BISCARETTI DI RUFFIA – Editorial Tecnos 1973.
3) – PRINCIPIOS DE TEORIA POLITICA – LUIS SANCHEZ AGESTA – Editora Nacional –
1.974
4) – TEORIA DE LA DEMOCRACIA I.- El debate contemporáneo - GIOVANNI SARTORI
– Alianza Editorial – 1.995
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5) – LOS PARTIDOS POLITICOS – MAURICE DUVERGER – Fondo de Cultura Económica
1994
6) – HISTORIA DE LA TEORIA POLITICA – GEORGE H. SABINE – Fondo de Cultura
Económica – 1.994.
7) – DERECHO DE PARTIDOS – JOSE JUAN GONZALEZ ENCINAR, Coordinador – ESPASA
UNIVERSIDAD – 1.992
8) – INTRODUCCION A LA CIENCIA POLITICA – WOLFANG ABENDROTH y KURT LENK –
Editorial Anagrama – 1.968
9)
- LOS PARTIDOS POLITICOS EN LA ESPAÑA ACTUAL – JORGE DE ESTEBAN Y LUIS
LOPEZ GUERRA – Editorial Planeta – 1982 – Colección Tablero
10) - ESTUDIOS SOBRE LA CONSTITUCION ESPAÑOLA – Edición de GREGORIO PECES
BARBA – Universidad Carlos III de Madrid y B.O.E. – 1.994
11) - LO ESPERADO Y LO SUCEDIDO – JULIA MARIAS – Trabajo publicado en el número 41
de la Revista “CUENTA Y RAZON” de diciembre de 1.988 que lo dedicaba íntegramente “A
los diez años de la Transición”.
12) – CURSO DE DERECHO POLITICO – PABLO LUCAS VERDU – Tecnos 1.984
13) – TRANSICION POLITICA Y CONSOLIDACION CONSTITUCIONAL DE LOS
PARTIDOS POLITICOS – ANGEL RODRIGUEZ DIAZ – Centro de Estudios Constitucionales
– 1989
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