El regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa. No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento. José Carlos Mariátegui 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana De acuerdo al Informe Defensorial N°156, elaborado este año por la Defensoría del Pueblo, sobre la “Violencia en los conflictos sociales”, entre enero del 2006 y setiembre del 2011, los conflictos sociales en nuestro país trajeron como trágico resultado 195 muertos y 2312 personas heridas, entre civiles y policías (Defensoría del Pueblo, 2012). Tal como se advierte en el siguiente cuadro, la violencia alcanza un pico entre los años 2008 y 2009, coincidiendo con un momento en el que se incrementa en gran medida la cantidad de conflictos sociales registrados por la Defensoría. Cabe resaltar que dentro del total de conflictos contemplados y registrados por la Defensoría, hasta setiembre del 2011, los conflictos de carácter socioambiental constituían nada menos que el 41.7% de los mismos. Evidentemente, frente a los conflictos sociales que se han desencadenado a lo largo del presente gobierno, estas cifras han ascendido, habiendo causado 15 muertes más, de acuerdo con la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH) (2012). Y es que las medidas aplicadas por el Estado hasta el momento parecen dar cuenta de un aprendizaje a medias. Por ejemplo, la implementación de la Ley de Consulta Previa, más allá de que pueda existir buena voluntad y deseo de involucrar a las poblaciones indígenas en lo que ciertamente les afectará de manera directa, no constituye sino solo una forma de apagar incendios. De igual manera, en el caso de Conga, un primer remedio fue la implantación del estado de emergencia y, solo posteriormente, un llamado a quienes, a diferencia del Estado en general y de representantes del Ejecutivo en particular, cuentan con legitimidad social dentro de las poblaciones implicadas: los líderes eclesiásticos. Si ya es sabido que todo conflicto inicia con una fase de latencia para luego pasar a un estado de actividad, cabe preguntarse ¿qué medidas preventivas se están llevando a cabo para evitar el paso de un estado a otro, o incluso, para prevenir la latencia de nuevos conflictos? Pero, sobre todo, ¿cuál es el papel que los gobiernos regionales y locales cumplen en la prevención o gestión de estos conflictos? En este artículo se presentará un breve diagnóstico acerca de los avances del actual proceso de descentralización en materia de gestión de conflictos sociales. Asimismo, se plantearán recomendaciones en cuanto a política públicas para una efectiva descentralización de la toma de decisiones. Los límites de la descentralización Según el Índice de Competitividad Regional del Perú (ICRP) 2011 elaborado por el Centro de Negocios de la Pontificia Universidad Católica (Centrum Católica), persisten brechas entre crecimiento económico y desarrollo que se hacen más evidentes frente al lento avance percibido en algunas regiones. Por ejemplo, dentro de uno de los pilares de análisis, “Empresas”, la cual mide la productividad de la región, así como sus capacidades gerenciales y de gestión, la percepción empresarial ubicó como regiones líderes a Lima, La Libertad, Loreto, Tacna y Arequipa, mientras que, por el contrario, San Martín, Cajamarca, Apurímac, Amazonas, Ayacucho y Huancavelica (regiones que han reportado un número elevado de conflictividad social) son las regiones con menor puntaje. La descentralización ha sido un proceso intermitente que data de hace tan solo once años. El gobierno de transición, y posteriormente Alejandro Toledo, apostaron por esta propuesta, implementando nuevos mecanismos de participación para los gobiernos regionales y locales. Un ejemplo son las Mesas de Concertación para la Lucha contra la Pobreza (MCLCP), cuyo objetivo es lograr la concertación entre el Estado y la sociedad civil sobre el diseño y ejecución de políticas contra la pobreza. Sin embargo, su quehacer se ha ido redefiniendo con los años y en la práctica suele abarcar también temas como el Presupuesto Participativo, los programas sociales y la planificación concertada (Monge 2006) materias en las que ha ejercido gran influencia hasta la actualidad1. Pese a haber gozado de un alto grado de legitimidad en un inicio y constituir ciertamente, un referente importante en cuanto a espacios de coordinación y diálogo, la MCLCP parece haber perdido cierto campo de acción y presencia debido a que, desde el 2003, con la puesta en marcha de la descentralización, se otorgaron nuevos grados de autonomía a los nuevas autoridades electas en las regiones, y además, se crearon nuevas instancias institucionales de coordinación y consulta como son los Consejos de Coordinación 1 En Huánuco, los centros poblados de Pampamarca y Chinchavito han instalaron sus respectivas Mesas de Concertación para la Lucha contra la Pobreza este mes de julio. Regional (CCR) y local (CCL) (Panfichi 2007, Crabtree 2006), por lo cual existe ahora gran heterogeneidad en su situación, sobre todo a nivel distrital. Estos Consejos fueron entonces nuevos espacios donde los gobiernos regionales y locales, autoridades electas y sociedad civil pudieran concertar sobre los planes de desarrollo y presupuestos anuales de inversión. Sin embargo, presentan hasta la actualidad ciertas deficiencias, como es el hecho de que las reuniones se realicen solo dos veces al año, ciertas restricciones a la participación de la sociedad civil2 y el carácter no vinculante de sus acuerdos (Crabtree 2006:64). Asimismo, a través de la Ley de Bases de la Descentralización (Ley 27783), se creó el Consejo Nacional de Descentralización (CND), cuya función, entre otras, era la de conducir la transferencia de competencias y recursos a los gobiernos regionales y locales. En la actualidad, diversas personalidades se han pronunciado para su restitución luego de que Alan García desactivara dicha instancia en su segundo gobierno, al considerarla innecesaria frente a su intención de querer trabajar directamente con los alcaldes y presidentes regionales luego de habérseles transferido los recursos y atribuciones a través de la mencionada institución (La República 2007). Sin embargo, pese a su deseo de eliminar instancias burocráticas, esto es percibido como un factor que limita la coordinación entre los tres niveles del gobierno (Ballón 2008), recentralizando además las decisiones en la PCM a través de la Secretaría de Descentralización, actualmente reemplazando al CND. Finalmente la descentralización económica o presupuestal, iniciada también en aquellos años, continua presentando dificultades, en tanto que, en primer lugar, y tal como sostiene 2 La sociedad civil puede representar hasta un 40% del total de miembros, y para participar se le exige a la organización interesada inscribirse en Registros Públicos. Efraín Gonzales de Olarte (2012), “el principal inversionista público sigue siendo el gobierno central” y, en segundo lugar, muchos gobiernos regionales no logran invertir los recursos que tienen a su disposición, debido a la normatividad restrictiva y a una incapacidad de gestión. Un dato que da cuenta de esto último, es que en nuestro país, las regiones que reciben mayor canon minero son las que evidencian un ritmo de ejecución menor en relación con sus proyectos de inversión (La República 2011), tal es el caso de Pasco y Ancash, en donde este tipo de ingreso representa el 3.8% y el 5.1% de sus PBI regionales, respectivamente, mientras que la ejecución de gasto solo llega al 65.8% y 65.2% del total de recursos, aproximadamente. Sin embargo, en este punto es importante considerar también las ineficiencias que caracterizaban al Sistema Nacional de Inversión Pública (SNIP), que retrasaba, si no impedía, la ágil aprobación y ejecución de los proyectos regionales y locales. Este breve diagnóstico refleja que la descentralización en el Perú, a pesar de contar con una normativa vigente y mecanismos de participación ya instaurados, aún se encuentra en proceso y queda mucho por corregir y reorientar. Por su lado, la gestión de los conflictos sociales no se ve exenta de deficiencias. Cuando llega el descentralización conflicto y no la Actualmente, los problemas que se evidencian en mayor medida respecto a la actuación de los gobiernos regionales y locales en materia de conflictos sociales son dos. Por un lado, el hecho de que estos tienen facultades restringidas para intervenir en los conflictos y en los procesos técnico-administrativos que los generan (Huamaní y Macassi 2011), resultando así que los gobiernos regionales no tienen mayor decisión en el otorgamiento de concesiones, licencias para el uso del agua, aprobación de EIAs, entre otros (Ibíd.), ya que todo ello se encuentra centralizado, fuera de su poder. Ligado a ello, y tal como –no- se evidencia en la normativa legal, las funciones y competencias de cada entidad del gobierno respecto a estos temas no han sido definidas. Tanto en la Ley de Bases de Descentralización, como en las Leyes Orgánicas de los gobiernos regionales y las municipalidades, y además en la Resolución Ministerial que aprueba los Lineamientos y Estrategias para la Gestión de Conflictos Sociales (Nº 161-2011-PCM), se prescinde de una necesaria especificidad en cuanto a las funciones que deben desempeñar las instancias subnacionales en este tema. En estos casos, se podría pensar que el “criterio de subsidiaridad”, que supone que el gobierno (nacional/regional/local) más cercano a la población sería el más idóneo para ejercer funciones con mayor eficiencia3, parece haber sido dejado de lado, en tanto que quien detenta mayores funciones delimitadas es el Gobierno Central. Es claro que la eficiencia de la gestión de los gobiernos regionales puede ser sometida a debate, tal como se mencionó anteriormente; sin embargo, el proceso de descentralización debería, precisamente, no solo asegurar una mera transferencia de recursos sino también implicar una mejora en la calidad de los servicios, garantizando capacitaciones al personal. Además, es cierto que quien podría tener mayor conocimiento sobre una población determinada (visiones compartidas, demandas, ejercicio de derechos, etc.) es su gobierno regional o local. En ese sentido, se debería debatir públicamente cuáles serían los límites respecto a las competencias que les corresponderían a los gobiernos regionales. el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES), muchos de los líderes y dirigentes comunales consideran una “mecida” el diálogo sostenido entre ciertos alcaldes (Hualgayoc, Bambamarca y Chugur) y funcionarios del Gobierno Central, como el MEM y MINAG. Además, afirmaron que no sentían que sus alcaldes y la presidencia regional, conozcan las normas que existen actualmente para la resolución de conflictos en la minería. En otras palabras, la población no considera que sus autoridades se encuentren capacitadas para asumir la resolución de los conflictos. Pese a este escenario, algunos gobiernos regionales han decidido adoptar medidas que permitan afrontar y prevenir los conflictos sociales, tal es el caso de Cajamarca, que desde antes del 2008 cuenta con una Comisión de Prevención y Resolución de Conflictos; la región de Junín, que cuenta con una Unidad de Gestión de Conflictos Sociales (USAID 2012), o el Gobierno Regional de Puno, que se encuentra preparando la creación de La Unidad de Diálogo y Concertación para la Cultura de Paz y Manejo Constructivo de Conflictos Sociales como órgano consultivo regional sobre el tema (Los Andes 2012). Sin embargo, es evidente, que dichas iniciativas se han desarrollado fuera del marco de la descentralización, constituyen iniciativas regionales impulsadas de manera aislada por las autoridades locales para contrarrestar la problemática en vista del ineficiente accionar del Gobierno Central. Por otro lado, existe una gran desconfianza de las comunidades acerca de la imparcialidad de los funcionarios públicos tanto nacionales como subnacionales (Rojas 2011). Por ejemplo, tal como señala un diagnóstico realizado en Cajamarca en enero del 2011 por Al parecer, la actual labor de éste último depende únicamente, de la gestión del Consejo Multisectorial de Prevención de Conflictos Sociales, junto a la Oficina de Diálogo Nacional4 (ambas adscritas a la PCM), cuyas funciones, una vez más, se limitan a mencionar la importancia de que las propuestas y lineamientos alcancen “todos los niveles de Gobierno”, sin detallar responsabilidades definidas de cada uno (PCM 3 4 Artículo 14 º Antes “Oficina de Gestión de Conflictos”. S/A). Es decir, actualmente, la resolución y prevención de conflictos sigue en manos de un sistema centralista; se cuenta con un accionar a nivel intersectorial, pero no a nivel nacional y subnacional. Las tareas descentralistas Es frente a este panorama que Giselle Huamaní y Sandro Macassi (2011) sostienen la necesidad de contar con un sistema de gestión de conflictos sociales, para lo cual, proponen como política pública la descentralización y fortalecimiento de la actuación de los gobiernos regionales en los conflictos. Para ello, se hace precisa una correcta transferencia de recursos, funciones y competencias, de forma que en cada gobierno regional y local, se conformen unidades preventivas en torno al tema, cuyos lineamientos y planes deberán ser aprobados en primera instancia por un consejo multisectorial, papel que en este caso podría ser desempeñado por la actual Comisión Multisectorial de Prevención de Conflictos Sociales. Asimismo, se requeriría del desarrollo de capacidades y procesos de diagnóstico, análisis y comunicación que puedan ser emprendidos de manera local y regional, bajo una mirada intercultural, de participación e inclusión. Con la intención de promover una tendencia descentralista, sería relevante considerar como otra posibilidad el crear una instancia ejecutiva conformada no solo por la PCM, sino también por representantes regionales, provinciales y municipales, en donde la primera fungiera de secretaria ejecutiva en la toma de decisiones (Azpur 2011); es decir, una instancia más inclusiva y en donde se promueva el diálogo y el intercambio de experiencias. En este punto sería interesante que las unidades de prevención a crear pudieran trabajar conjuntamente con las oficinas descentralizadas de la defensoría del pueblo, al ser esta un organismo autónomo, que contribuye a velar por los derechos ciudadanos de manera más neutral e independientemente del gobierno de turno. Además de ello, se precisa una mejora en los procedimientos y mecanismos de participación y consulta en torno a los proyectos extractivos que se lleven a cabo en cada región o localidad. En ese sentido, las unidades a crearse en cada región podrían propiciar espacios con este fin, de forma que se mantenga permanentemente informada tanto a las autoridades subnacionales como a la sociedad civil y puedan tener mayor injerencia en las actividades que se desarrollen en su entorno, como es la aprobación de EIAs, licencias para el uso de diferentes recursos, entre otros. Este avance no se puede desligar, naturalmente, de un cambio en la normativa legal vigente; es necesario que se establezca de manera clara la delimitación de las competencias y funciones en cuestiones de desarrollo socioeconómico regional y local, así como de conflictos sociales. Finalmente, la apertura de espacios de consulta y participación tendría que ir de la mano también con una mayor transferencia de capacidades técnicas y administrativas, de forma que la eficiencia que se demuestre, lleve a reducir la desconfianza en las autoridades y, por el contrario, ganen legitimidad social frente a la población. Un caso similar es el de las modificaciones que ha anunciado Ollanta Humala sobre el SNIP tradicional (Gestión 2012), en su reciente discurso presidencial. Así, a partir de la inclusión de nuevas tecnologías, asesoramiento y capacitaciones, se esperaría que el tiempo que tome la aprobación de un proyecto por parte de gobiernos subnacionales se reduzca y así, contribuya a la eficiencia de cada gestión, aportando a renovar la confianza en las autoridades y a solucionar conflictos sociales que pudieran revertirse con obras y proyectos que involucren a las comunidades.