Homilía en la Vigilia Pascual, Sábado Santo. Iglesia Catedral. 19 de

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“Alégrense, no teman, vayan”
(Evangelio de San Mateo)
Homilía de la Vigilia Pascual
Catedral de Mar del Plata, 18/19 de abril de 2014
Queridos hermanos:
Estamos celebrando la solemnidad mayor de nuestra fe, en esta noche
santa por excelencia. La Resurrección de Jesucristo de entre los muertos es
el principio de un mundo nuevo donde Él nos ha precedido. Es de noche,
pero para nosotros hay mucha luz. No sólo la luz hermosa del cirio pascual,
símbolo de Cristo glorioso, ni sólo las luces que llevamos en nuestras manos
o las que iluminan este templo, sino ante todo la luz victoriosa de nuestra
renovada fe en Cristo; la luz que brilla en nuestros corazones. Él es el
vencedor de las tinieblas del mundo, el triunfador sobre el pecado y la
muerte.
A la luz de la Resurrección, los creyentes descubrimos que todos los
siglos esperaban este momento, y que “la clave, el centro, el fin de toda la
historia humana se hallan en nuestro Señor y Maestro” (GS 10). ¡Cuánta
riqueza y profundidad contienen las palabras pronunciadas al inicio de la
celebración al marcar la cruz del cirio: “Cristo ayer y hoy. Principio y Fin.
Alfa y Omega. A Él pertenecen los tiempos y la eternidad. A Él la gloria y el
poder por los siglos de los siglos”.
El Pregón pascual, de origen muy antiguo, canta la gloria de esta noche:
“¡Noche verdaderamente dichosa, en la que el cielo se une con la tierra y lo
divino con lo humano!” En la carne glorificada de Cristo, el cielo y la tierra
se juntan, y dan comienzo al cielo nuevo y la tierra nueva que esperamos.
El Padre glorifica al Hijo mediante la fuerza del Espíritu Santo, quien
reviste de esplendor su humanidad. Así el Resucitado se convierte en fuente
emisora de ese mismo Espíritu, que llega a nosotros en las aguas del
Bautismo y purificándonos nos hace hijos de Dios, hermanos de Cristo y
miembros de la Iglesia.
La claridad de esta noche nos permite entender que todas las Sagradas
Escrituras -de las cuales hemos escuchado abundantes pasajes- adquieren
su unidad por el triunfo del Resucitado, porque cada página de la Palabra de
Dios está llena de Cristo.
Por eso esta Eucaristía tiene un singular esplendor, porque todo en
esta noche nos invita a la alegría y la fiesta, como un anticipo de la Pascua
eterna del cielo, donde estaremos para siempre con Él. ¿Qué fiesta mayor
que ésta puede haber, donde junto con el triunfo de Cristo celebramos
también el nuestro? ¿Qué alegría humana puede superar a ésta mientras
dura nuestra peregrinación por la tierra?
En el Evangelio que hemos escuchado, el ángel anuncia a las mujeres la
resurrección de Jesús y les dice: “No teman”. También Jesús les repetirá lo
mismo al encontrarse con ellas. Ante la manifestación de lo sobrenatural,
cuando irrumpe lo inesperado que nos excede, la reacción es de temor y
desconcierto, antes de resolverse en alegría. Nuestro espíritu tarda en
reaccionar. El ángel les anuncia la resurrección. Las invita primero a ver la
tumba vacía, y luego a convertirse en las primeras mensajeras de la Buena
Noticia: “Vayan en seguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre
los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán»” (Mt 28,7). Poco
después, por el camino, Jesús mismo se les aparece confirmando lo que les
había dicho el ángel: “salió a su encuentro y las saludó, diciendo:
«Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante
de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a
Galilea, y allí me verán»” (Mt 28,9-10).
Los Evangelios destacan la fidelidad y la fortaleza de las mujeres.
Supieron permanecer junto a la cruz cuando los discípulos huyeron,
acudieron al sepulcro como mujeres piadosas y ahora se convertían en las
primeras anunciantes de la mejor noticia del mundo.
También a nosotros esta noche nos dice el Señor: “alégrense, no teman,
avisen a mis hermanos”.
Desde hace años la Iglesia viene convocándonos a una nueva
evangelización de una sociedad cada vez más inhumana y de una cultura
que parece dar la espalda no sólo a las verdades de la fe, sino a los valores
que deberían captarse desde la luz natural del entendimiento.
Ante la magnitud de los desafíos y la desproporción de nuestras
fuerzas, dejemos resonar en nuestra mente la voz de Cristo: “alégrense, no
teman, avisen a mis hermanos”.
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Ante una sociedad que parece descreída, salgamos por los caminos de
nuestra vida ordinaria, y no nos cansemos de anunciar a Cristo poniendo
gestos de amor y solidaridad allí donde la Providencia nos ha ubicado. Sin
dejar de anunciar abiertamente a Jesucristo con las palabras, anunciémoslo
también con obras que sean expresión de nuestra fe. Como dice el Papa
Francisco, y nosotros lo asumimos como lema: “Salgamos a anunciar a
todos la vida de Jesucristo” (EG 49).
En cuanto a nuestra diócesis, invito a todos a colaborar en la misión
permanente. Salir por los caminos de los hombres, es volver a las calles
donde late la vida con sus problemas y pesares. En la medida de sus
posibilidades, cada uno debería preguntarse dónde participar. Existen
distintas formas de voluntariado en diversas instituciones de caridad; la
posibilidad de pertenecer a grupos de misión en los hospitales, en las
cárceles, en los asentamientos y zonas empobrecidas. Sólo ejemplos. Pero
no nos olvidemos de lo primero que es rezar, porque ésa es la fuerza de la
misión y si no nos llenamos de Cristo, no podremos darlo a los demás.
Termino citando palabras del Papa Francisco: "Su resurrección no es
algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo.
Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los
brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas
veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades,
indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en
medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o
temprano produce un fruto (…). Cada día en el mundo renace la belleza, que
resucita transformada a través de las tormentas de la historia (…). Ésa es la
fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese
dinamismo" (EG 276).
Queridos hermanos, alegrémonos con la Virgen María, y con su
protección emprendamos nuestra labor misionera recorriendo los caminos
de los hombres.
¡Feliz Pascua para todos ustedes, con mi más cordial bendición!
 ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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