1 EL ARTE NACIONAL Y EL DISCURSO PATRIÓTICO Apuntes para apoyar el curso Diseño y Cultura II Dr. Carlos Lira Vásquez M. en C. María Dulce de Mattos Álvarez Producto de los proyectos de investigación N° 129 y 130 aprobados por Consejo Divisional Departamento de Evaluación del Diseño en el Tiempo Universidad Autónoma Metropolitana – Unidad Azcapotzalco 2013 2 ÍNDICE INTRODUCCIÓN 3 LA CREACIÓN DE “MÉXICO” A PARTIR DE LA INDEPENDENCIA 5 LA PRENSA Y LAS ILUSTRACIONES 8 LOS FORMATOS Y LOS GÉNEROS LITERARIOS 11 LA MEXICANIZACIÓN DE LAS PUBLICACIONES 13 LA IMPORTANCIA DE LAS ALEGORÍAS EN EL DISCURSO PATRIO 26 LA ESCULTURA NACIONAL 30 LOS RETRATOS LA HISTORIA DE UN MONUMENTO 36 LAS ARTES MENORES 38 CONCLUSIONES 44 NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA 45 3 INTRODUCCIÓN Duby escribió que el propósito de la escritura de la historia radica en “ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades que encuentran día con día”, Es obligación del historiador, decía entonces, no encerrarse en la especulación sobre los asuntos pretéritos sino reflexionar asiduamente en los problemas presentes. Tal es, en síntesis, la utilidad de la historia para la vida; escribió Duby en 1995: “Nuestra sociedad está inquieta. Lo prueba el hecho mismo de que se vuelva decididamente hacia su memoria. Nunca hemos conmemorado tantas cosas. Todas las semanas se festeja aquí y allá el aniversario de algo. Este apego al recuerdo de los acontecimientos o de los grandes hombres de nuestra historia también ocurre para recuperar confianza”. Las palabras de Duby resuenan con fuerza hoy entre nosotros. En medio de las inquietudes que nos rodean, hemos de aprender de nuestra historia. Y convencen porque esta propuesta atiende a la lógica de la historia como relato y como verificación, acorde con lo que exigimos ahora de los estudios del pasado. Es una idea moderna. Sin embargo, probablemente nuestros ancestros decimonónicos no estarían de acuerdo con esta manera, un tanto aséptica, de acercarse al pasado. Ellos, por lo contrario, tuvieron a la historia como arma de combate para entender su presente, lleno de contrincantes políticos y de ideales y de fórmulas del deber ser. Hoy los vemos a distancia; descubrimos que detrás de las militancias de todos los colores estaba una historia que habría de ser reconstruida con los jirones del patriotismo criollo y con los testimonios de la desgastante guerra de Independencia: para estos pensadores, la memoria mexicana se inventaría junto con la idea de Patria y el modelo de Estado nacional. Descubrir los tonos, los ritmos, las maneras de estructurar los debates 4 y esgrimir las ideas es uno de los más atractivos territorios del pasado decimonónico. La lectura de los discursos y crónicas dedicadas a la construcción de los héroes del siglo XIX en nuestros días, sólo pide destejer la ingenuidad con que pretendían ser escuchados. Mucho hemos aprendido de las trampas de la fe liberal que dio valores y colores a la mito grafía como para no ser escépticos ante las versiones oficiales de la explicación histórica; con igual encanto y distancia nos acercamos a las "historiografías derrotadas" porque resultan tan artificiosas como las hasta no hace mucho aceptadas como válidas. Y no podemos desentendemos de que, para nuestros ancestros decimonónicos, la historia no era relato y verificación, sino relato y polémica. Por supuesto, es posible trazar una genealogía de esta construcción discursiva. De sus circunstancias ya dieron fe los libros de Fernando Serrano Migallón. El Grito de Independencia, y de Carmen Vázquez Mantecón. Las reliquias y sus héroes*. Hagamos por nuestro lado un breve recorrido por los inicios de estas batallas simbólicas. Veremos cómo, en apenas unos años, lo que parecía tener valor tradicional inamovible trastocó su signo. No sin asombro, se descubre que paralelamente a la guerra civil de 1810 a 1821 se borraron -y aún olvidaron-las viejas mitologías historicistas novohispanas, para elaborar los nuevos cimientos de la historia patria. Ensayemos una línea de filiación: el principio del cambio de valores sobre el pasado. Me atrevo a conjeturar una fecha inicial, el 12 de julio de 1808, cuando ancló en el puerto de Veracruz la barca Ventura. Más que su carga de mercancías, puntualmente esperada por los estibadores, los comerciantes del consulado y enjambres de mayoristas y minoristas, burócratas y arrieros, la ansiedad se dirigía esta vez hacia el correo. Su contenido de novedades podría respaldar lo que ya era un alarmante rumor. Entre los papeles venían las ediciones de la Gaceta de Madrid 5 del 13,17 y 20 de mayo. Es posible imaginar la sorpresa y zozobra de las autoridades del puerto: se leyó -y confirmó- la noticia de la invasión francesa a España, de la violenta reacción de las tropas napoleónicas y de los ricos españoles afrancesados contra la resistencia popular madrileña. Se confirmó también que el abdicante Carlos IV y el flamante Fernando VII, su hijo y sucesor, eran prisioneros de Napoleón en Bayona. El gobernador del ayuntamiento de Veracruz acusó recibo de los impresos.1 Aunque nadie podía adivinar su alcance, este fue el comienzo del derrumbe del absolutismo y el primer capítulo del desmoronamiento del imperio español en América. LA CREACIÓN DE “MÉXICO” A PARTIR DE LA INDEPENDENCIA El movimiento insurgente que se inició en Dolores Guanajuato, en 1810 con el llamado "grito de Hidalgo” dio mucho de qué hablar. La imprenta cobró un nuevo aliento pues fue gracias a la existencia de la guerra y a la polarización entre los contendientes, insurgentes y realistas, que las publicaciones -legales o clandestinas- se convirtieron en un medio para propagar ideas, para favorecer posturas y tomar partido, y en última instancia, para enfrentar al enemigo. Y es que la guerra fue un detonador de múltiples sentimientos y de posiciones políticas por asumir. Pero junto con la imprenta, las ilustraciones cobraron una importancia relevante ya que por medio de éstas era mucho más fácil difundir no sólo las ideas sino las imágenes que se consideraron representativas de esa polarización. Así, a partir de las artes gráficas entre las que destacó el grabado, se llevó al pueblo a la identificación de los “buenos” y los “malos” que conformaban a la sociedad del naciente México. Por supuesto que todas las demás manifestaciones artísticas contribuyeron a la formación de la “identidad nacional” que el nuevo 6 gobierno trataba de crear para los mexicanos: la música, el teatro, la literatura, la pintura, la escultura y aún a través de las artes menores y de las artesanías. Es así que el arte creado en México durante el Siglo XIX es un claro ejemplo de la confrontación entre los distintos bandos de la sociedad de entonces: liberales y conservadores, yorkinos y escoceses, borlados, etcétera. En este discurso es necesario distinguir dos líneas fundamentales: la primera es la que constituyeron los propios mexicanos que, desde su propia realidad y con un carácter crítico pudieron crear desde sus propios medios; y la segunda, aquella que los extranjeros, como espectadores que veían y vivían el problema de la lucha independentista un tanto “desde fuera” también difundieron ya sea simpatizando con o atacando a alguno de los bandos, o francamente mostrando su incomprensión total del problema. Fue un tiempo de señalar a los “otros” como enemigos para justificar lo “propio”, lo realista o lo insurgente. Por ello, a lo largo de la lucha, es decir, entre 1810 y 1821, los impresos se multiplicaron y los talleres de imprenta legales establecidos en la capital y en las ciudades de provincia mencionadas, pero también en las imprentillas itinerantes clandestinas -que anduvieron los caminos insurgentes-, sumaron nuevos y cuantiosos papeles que imprimir. De esta manera más allá de los habituales libritos de rezos, los catecismos, o las cartillas un auge en los impresos de corte político caracterizaría a la producción entre 1810 y 1821. Periódicos,11 bandos, decretos, reglamentos, manifiestos, edictos, entre otros, identificaron ese tiempo de agitación que tuvo dos momentos cúspide, gracias al régimen liberal, entre 1812-1814 y 18201821, cuando se gozó de periodos de libertad de imprenta.12 Hay que decir que el lapso 1810-1821 no fue uniforme ni continuo, pues los momentos de apogeo coincidieron con la puesta en marcha de las leyes 7 de libertad de imprenta, de los periodos de enfrentamiento y de los actores políticos, por ello es que hubo años con una mayor presencia de impresos. Lo importante en esta segunda década del siglo XIX es que se logró, gracias al tiempo de agitación, un incremento de las publicaciones en las que el contenido político revela la importancia que tuvo la palabra impresa para transmitir puntos de vista e ideologías, por ejemplo, y abrió la posibilidad a la construcción de una nueva cultura política en la que la palabra impresa cobraría una gran importancia. Por ello se puede decir que es en el siglo XIX que el impreso, su contenido, su circulación e incluso las prácticas de lectura, se convierten en el principal medio de comunicación y podemos referirlo como en vía de masificación. Es entonces cuando nuevos temas, nuevas propuestas editoriales, nuevos y viejos autores convivieron en el escenario enriqueciendo la visión que se tenía frente a la letra impresa. Hay que señalar también que en esa centuria gracias al aprendizaje de la Constitución liberal de Cádiz y, posteriormente, a la creación de México como país independiente, se terminaron las leyes de censura sobre las publicaciones de corte político y filosófico, se suprimieron los antiguos privilegios reales para establecer una imprenta, favoreciendo la multiplicación de los talleres. Fue entonces cuando una nueva generación se hizo cargo de conducir las antiguas y las nuevas imprentas; cuando el negocio se convirtió en una opción más de trabajo en las ciudades, en una posibilidad de oficio fructífero, como lo habían sido las imprentas novohispanas, pero con mayores probabilidades de crecimiento, gracias a las nuevas técnicas de producción y a la apertura del mercado. Es también cuando un nuevo espíritu caracterizaría a la producción editorial, la que se abriría hacia nuevos formatos y temáticas, auspiciados por las libertades y por el momento de cambio 8 que se presentaba en el panorama editorial de México y del extranjero, dando como resultado una producción editorial ampliada, novedosa, diferente: con nuevas producciones v temas variados para muchos gustos, que artesanos- incorporarían con lecturas a nuevos orientadas públicos a -mujeres, intereses niños, específicos. Publicaciones enriquecidas, en formatos novedosos, con contenidos diferentes en los que comúnmente estaba comprendida la idea de México, ya fuese por la repetición del nombre, ya por la representación. De ahí la importancia que adquiere desde nuestra visión el impreso como un medio que permitió la divulgación de los ideales, como una fórmula que posibilitó la circulación de ideas e imágenes que favorecieron una identidad, al hacer que los mexicanos se identificaran día con día en tanto tales y conocieran y reconocieran a México a través de lecturas e ilustraciones referidas a esa nueva realidad política. La transformación radical de la imprenta mexicana enriqueció necesariamente el mundo de las publicaciones. A los impresos tradicionales que habían caracterizado la producción editorial durante el virreinato se sumaron otros más que fueron tomados de las publicaciones europeas del momento. Los principales editores- impresores de la ciudad de México en ese periodo, Alejandro Valdés. Mariano Galván. Ignacio Cumplido. Vicente García Torres, José Mariano Fernández de Lara. Manuel Murguía. Juan R. Navarro, establecieron una serie de relaciones comerciales con Europa, principalmente con Francia y España, y estuvieron al pendiente de las novedades lanzadas en la otra orilla del Atlántico. LA PRENSA Y LAS ILUSTRACIONES Lograron adaptar a la realidad nacional las propuestas extranjeras de revistas, de libros, de periódicos y de calendarios, publicaciones que reflejaron una nueva manera de hacer impresos, como lo señaló uno de 9 sus principales promotores, Ignacio Cumplido: “Constante en el empeño de hacer progresar en México el arte tipográfico, de manera, que llegue a la perfección que en otros países alcanzara, incesantemente he estado haciendo esfuerzos y adoptando mejoras, que han producido notables adelantos. Signo estertor e infalible del desarrollo intelectual de los pueblos, la imprenta tiene hoy en México numerosos establecimientos; y en la noble emulación de sus profesores, yo no he querido ser el último en mis trabajos como no lo soy en el deseo de que mi patria adelante en todos los sentidos. 13 Este cambio se vio favorecido también por la presciencia de un copioso grupo de escritores que se hizo a la par de la nación y que con sus escritos habló de México y de los mexicanos. Ese grupo redactó páginas en torno a lo propio, recreó los paisajes nacionales, su historia, su geografía, sus monumentos y sus héroes, creando una literatura mexicana, en su más amplia acepción, que encontró cabida en los proyectos de los nuevos editores-impresores o que se imprimió en tinta y papel, gracias a su propia iniciativa. Los autores aprendieron a escribir empujados por el tiempo de libertad de expresión y por el sentimiento de pertenencia a la realidad mexicana que ellos mismos estaban creando. Fueron, en general, los políticos que organizaron y condujeron al nuevo país. Redactaron numerosas páginas en calendarios, revistas literarias, libros, catecismos históricos y políticos. Escribieron novelas, ensayos, poemas, cuadros de costumbres e historia; dibujaron con palabras el paisaje que les rodeaba y que los llevó a revelar y describir qué era para ellos México. Algunos nombres nos resultan familiares, como Manuel Eduardo de Gorostiza, Carlos María de Bustamante, José Justo Gómez de la Cortina, Femando Calderón, Juan Bautista Morales, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán. José María 10 Luis Mora, Mariano Otero; oíros desconocidos: Ramón A. Alcaraz, Luis de la Rosa, Casimiro Collado, Antonio del Castillo; pero todos tuvieron una preocupación en común: definir esa nueva nación. Ellos encontraron en la realidad que les rodeaba motivos de inspiración para hablar de su país y de los mexicanos. Se ocuparon de reseñar y exaltar la belleza natural, las costumbres de sus habitantes, se preocuparon por conocer su pasado y mostrar las riquezas que les eran propias. Pero la imagen no sólo se construyó con palabras. Fue también en ese tiempo cuando las novedades tecnológicas ayudaron a ilustrar las publicaciones con grabados y litografías, mismas que mostraron en imágenes parte de lo que era México, El grabado había tenido una larga tradición en las publicaciones, pero las nuevas publicaciones ilustradas se enriquecieron gracias a la presencia de artistas europeos versados en el manejo de la litografía. Un grupo de franceses llegado a México en la década de IO30-Adrien Fournier.14 Joseph Decaen, Agustín Masseenseñó la técnica de la litografía a artistas mexicanos-Joaquín Heredia. Hipólipo Salazar, Plácido Blanco, Hesiquio Iriarte y Casimiro Castro-, quienes aprendieron con habilidad y maestría la técnica europea que les permitió el retrato de ciudades y pueblos, de personajes varios, de monumentos y edificios, de paisajes y de escenas cotidianas, imágenes todas que también ayudarían a construir y a reconocer una identidad. Esos artistas ilustraron las ediciones que cimentarían y darían a reconocer una identidad. Como señala Enrique Florescano: “la construcción de un Estado de dimensiones nacionales, con fuerza disuasiva en el dilatado territorio y un sistema uniforme de leyes e instituciones públicas, fue un proceso lento”;15 por ello, en el imaginario cotidiano de los ciudadanos las publicaciones ayudaron a construir, reiterar y hacer familiar la denominación de México y lo mexicano, conviene señalar aquí que antes de concretar la idea de México, lo americano precedió nominalmente a la noción de lo estrictamente nacional. En las publicaciones más 11 tempranas, las que tienen que ver con la guerra de Independencia, es muy común encontrar la referencia a América y a lo americano. Baste recordar aquí cómo los insurgentes bautizaron a los periódicos: El Despertador Americano 1310: El Ilustrador Americano, 1812; El Semanario Patriótico Americano, 1813; o los impresos que surgieron en los primeros años de vida independiente. Sin embargo, la tendencia se invierte con el tiempo y la inclusión de México y lo mexicano es cada vez mayor. Para comprender cómo las ediciones coadyuvaron y contribuyeron a la construcción de la nación, a crear una identidad, liaremos un recorrido a través de distintos ejemplos a partir de los formatos y de algunos géneros literarios para visualizar y evidenciar la hipótesis que anunciamos al principio de este texto y recordar aquí que el “lenguaje (en su más amplia expresión) no es una realidad separable de las realidades sociales". Los impresos en tanto objetos culturales ayudaron a difundir masivamente los términos de México, mexicanos. Patria, nación y contribuyeron a que los habitantes fueran asimilando y entendiendo, paulatinamente, la nueva realidad política de la que formaban parte, sin proponérselo. LOS FORMATOS Y LOS GÉNEROS LITERARIOS Para entender cómo se gestó, a través de los impresos, una identidad nacional es necesario referirme brevemente a los distintos soportes editoriales que fueron vehículos a través de los cuales se difundió una idea de México. 12 Me refiero a los periódicos, los folletos, los calendarios, los catecismos, las revistas literarias y los libros, impresos que se desarrollaron ampliamente en el siglo XIX y que dependiendo del número de páginas, de los contenidos y del tamaño, representaron soportes diversos para discutir, exponer o difundir y recrear las cuestiones políticas y culturales de ese entonces en las que estaba contenida la idea de México. Por su parte, los géneros literarios ayudaron a expresar también con letras, pero de distinta manera, esas inquietudes. Esta variedad en los formatos y en los géneros estuvo en relación directa con los públicos a los que estaban dirigidas las publicaciones. En este sentido es necesario recalcar que en el siglo XIX, se contemplaron nuevos lectores entre los que sobresalieron los niños, las mujeres y los artesanos, como mencioné. Ello enriqueció el panorama editorial y llevó a los editores a buscar en ejemplos foráneos nuevas posibilidades de publicaciones, adecuadas a los distintos intereses de los lectores. En un primer momento, y como un ejercicio para conocer la aceptación de los nuevos géneros editoriales, los impresores-editores tradujeron materiales, provenientes de ediciones europeas. Pusieron en español artículos escritos en francés o en inglés, e incluso alguno proveniente del alemán. Con el tiempo, fueron dejando las traducciones y la incorporación de textos de factura española, para ceder los espacios a las plumas de los escritores mexicanos, quienes comenzaron a recrear en artículos, ensayos, poemas, y novelas aspectos de México y lo mexicano, de nuevo país que ellos mismos estaban construyendo y a escribir sobre sus habitantes. Las imágenes fueron la otra vía que alimentó la visualización de la nueva nación. La importancia de las técnicas de ilustración, romo señalé, se convirtió en otro factor que ayudó a difundir la idea del nuevo país a sus habitantes. Una de las características de las publicaciones 13 del siglo XIX es el uso más sistemático de las ilustraciones, simplemente para ornar o como un acompañamiento necesario de los textos. LA MEXICANIZACIÓN DE LAS PUBLICACIONES Pensados para un público amplio, pues alcanzaban incluso a aquellos que se encontraban en el límite del analfabetismo, los calendarios estuvieron presentes en la vida de la Nueva España para recordarles a los pobladores sus deberes como cristianos. El santoral, algunas notas sobre el clima y algún soneto constituyeron el contenido sustantivo de estos libritos que servían de material de consulta para la vida cotidiana pues transmitían información sustancial a quienes leían poco. Por su tamaño pequeño eran manuales y portátiles y por su lenguaje sencillo estaban enfocados a un público amplio. Cuando México se independizó, los calendarios mantuvieron su presencia entre los habitantes, en tanto publicaciones baratas y populares, adquiridas por un público diverso. A lo largo del siglo XIX gozaron de popularidad, aumentaron en número y en diseño -portadas de colores, inclusión de viñetas, grabados y litografías- y en temáticas, que los hicieron cada día más atractivos. Su contenido se enriqueció. Fueron apareciendo textos que versaban sobre literatura, música, moral, historia sacra, moda, estadística, geografía, astronomía y etnografía. Asimismo, se podían encontrar consejos y anécdotas, entre otros varios, cuya finalidad, según lo advertían los propios editores, era servir de guía en aspectos de la vida cotidiana. A partir de 1823, los títulos y los contenidos revelan el cariz del nuevo tiempo político; sus portadas y sus páginas muestran las inquietudes y los reflejos de una época distinta. Circularon ampliamente y ayudaron a extender, desde una perspectiva particular, 14 el ideal de México y el sentir de los mexicanos, pues más allá de contentarse con seguir los pasos de sus predecesores virreinales, estos libritos lograron expresar un nuevo tiempo, el de México, como se verá a continuación, Los primeros atisbos de una identidad tienen que ver con la inclusión en el titulo de "arreglados al meridiano de México" o la incorporación del 16 de septiembre o del 27 como fechas a conmemorar. En el mercado editorial del siglo XIX los calendarios se imprimieron en millares, alcanzaban a poblaciones distintas de las de su origen y lograron fijar en sus lectores una cierta posición respecto de sus contenidos. Cada año salían nuevos al mercado.18 Sus páginas se renovaban frente a la competencia. Los habitantes los compraban por sus contenidos misceláneos, cada día más diversificados, por su información precisa respecto de las obligaciones religiosas diarias y sobre el clima, pero también por las imágenes cada vez más variadas. José Joaquín Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano, lanzó tan sólo dos años después de proclamada la Independencia19 el Calendario histórico y de pronóstico político para el año bisiesto de 1824 Desde el título, el calendario presagia un cambio frente a sus antecesores Virreinales. E1 contenido no se reduce a las cuestiones cronológicas, cómputo eclesiástico, fiestas de guardar, sino que le añade un aspecto novedoso, las notas históricas mexicanas. Además, incluyó una serie de grabados representando a los héroes de la gesta insurgente, comenzando con la imagen del cura de Dolores, con la leyenda de: “El muy honorable Miguel Hidalgo y Costilla. Generalísimo de las armas mejicanas: primer héroe que tremoló el estandarte de la libertad de Anáhuac en el pueblo de Dolores el día 16 de septiembre de 1810. Fue víctima de la tiranía en 30 de julio de 1811, su talento, valor y amor patrio harán eterna su memoria".20 Es importante decir que el grabado de este personaje se repite en las 15 páginas del calendario cada mes, con diferentes poses y con algunas variantes. El mismo patrón de imagen sirvió para representar a otros héroes de la Independencia: Ignacio Allende, José María Morelos. Hermenegildo Galeana, hasta terminar el año en diciembre con Antonio López de Santa Anna. Lo más importante es que al ser adquiridas por muchos, estas primeras representaciones de los "héroes”, escogidas por Fernández de Lizardi, comenzaron a circular y a conocerse como los realizadores de la lucha independentista. Su presencia en una publicación de este género permitió, sin lugar a dudas, circular entre un amplio público la imagen de estos forjadores de la libertad, fue este mismo escritor quien dedicó en 1825 un Calendario a Las señoritas americanas, especialmente patrióticas. Si bien lo dedica a las americanas, cuestión importante, lo que aquí interesa resaltar es la precisión de patriótica, es decir, aquellas con tintes especiales, quienes se han identificado con su la terruño, con realidad de México. Mariano Galván. José Mariano Ramírez, Hermosa o Manuel Murguía, importantes actores en el medio editorial mexicano de la primera mitad del siglo XIX, retomarían la propuesta de dedicar publicaciones para las señoritas. Hicieron calendarios para las "megicanas", lo que revela el interés de estar produciendo materiales para las señoritas de México. Este hecho cobra especial significado si pensamos que el adjetivo las distingue de las nacidas en otros países. La intención es identificarlas con su nuevo país e incorporarlas a esa realidad en construcción. Así, el Calendario de las señoritas megicanas para el año de 1838, dispuesto por Mariano Galván, ofrece materiales novedosos que interesen al bello sexo, pues no hay que olvidar que en la competencia editorial lo nuevo, lo distinto, se vuelve indispensable para atraer al público. Dentro de estas innovaciones hay que destacar aquí el interés 16 del librero-editor por incorporar materiales que hagan alusión al país y a sus habitantes. Las mexicanas se convierten en un motivo de atención al describir su belleza frente a las europeas. Así “ ...No son tan blancas las Megicanas como las Europeas; pero su blancura es más agradable a nuestros ojos... ¿Y qué diré de sus almas? Diré que en Europa están más cultivados los espíritus, pero en Mégico son más amables los corazones. Éstos son aquí no sólo sentimentales sino tiernos... Están finalmente destinadas las Megicanas por sus multiplicadas virtudes, a servirnos de apoyo para viajar por el triste desierto de la vida”. No hay que mirar en estas frases una simple descripción, sino recoger la intención de Mariano Galván al describirlas frente a las europeas, es decir, intentar una representación a partir del "otro", lograr la caracterización por oposición, pero a final de cuentas, distinguir y remarcar las cualidades de las mujeres de México. Esas mexicanas a quienes está dedicado el calendario, encuentran también en la lectura del librito elementos que las relacionan con su país: un poema en torno al Popocatépetl o una descripción del Nevado de Toluca o la gruta de Cacahuamilpa; las biografías de personajes del pasado de México o la inclusión de ciertos documentos buscan establecer una relación con la historia y con los personajes representativos del país. Los acontecimientos nacionales dieron también material para identificar a los lectores con el acaecer histórico del momento. No hay que olvidar que en la primera del siglo XIX, México se vio sometido a diversas pruebas: el intento de reconquista de España al mando de Isidro Barradas, la guerra con Francia, llamada de "los pasteles", la independencia de Tejas, la invasión estadounidense. Estos acontecimientos enfrentaron a los mexicanos con su pertenencia a México, en tanto nación independiente. Las vivencias y el desenlace no siempre fueron aprobados y en el caso de la guerra con los Estados 17 Unidos los calendarios se ocuparon de reseñar las distintas visiones y opiniones de lo que se estaba viviendo.21 Mariano Galván, Juan R. Navarro y Abraham López, entre 1846 y 1850, por ejemplo, agregaron a la tradicional información contenida en esos libritos, las noticias de los acontecimientos vividos y se ocuparon de señalar los errores y a los responsables de los infortunios, incluso años después. Afloró en ellos, a la vez, un sentimiento de pertenencia a México, un país que, desde su visión, se desvanecía. De ahí la crítica directa e intensa a los actores políticos frente a la posibilidad de desintegración nacional. Con ello, estas publicaciones buscaban incidir en los lectores frente a la situación del país. Utilizaron la pérdida de la guerra como un tiempo para reflexionar en torno al porvenir. Echaron mano de artículos, poemas, documentos, epígrafes e imágenes para presentar el momento trágico-histórico que se vivía. Así, se leía, por ejemplo: “La lección que México acaba de recibir es demasiado severa para que no despierte del letargo en que por tantos años ha estado. Muchos tememos sin embargo que nuestra patria no saque el escarmiento, que podría indemnizarla del infortunio sufrido, porque no vemos que se dispongan los medios de aprovechar en el estudio de lo que ignoramos, el tiempo que se pierde en lamentables revueltas.22 En los textos se aprecian los sentimientos de frustración y de coraje frente a los invasores y a los protagonistas políticos y militares, pero también se recoge el orgullo y el patriotismo frente a los defensores anónimos que reaccionaron ante los acontecimientos: son ellos los que reflejan el momento de incapacidad y de desacierto que se vivía, pero, al misino tiempo, ponen la mirada en las enseñanzas que los propios acontecimientos pueden dejar para los mexicanos. 18 Estos Iibritos populares contribuyeron a la paulatina construcción de los héroes. Introdujeron el calendario civil, con la conmemoración de fechas históricas; recogieron pasajes históricos dignos de recordarse. Las imágenes que los ornaron, en muchas ocasiones, sirvieron para hablar de la riqueza del país, del paisaje, de sus héroes, de su historia. Los calendarios se convirtieron en una vía más para despertar la conciencia nacional. Estos textos pusieron en la mente de los lectores comunes, a fuerza de repetirlos, una serie de personajes, conceptos, fechas, sucesos notables, sitios históricos y emblemáticos que permitieron establecer puntos de contacto entre los pobladores diversos de un inmenso territorio que de 4 millones de km2 pasó a 2, después de la guerra con Estados Unidos, Introdujeron una serie de referentes que lucieron que los habitantes conocieran pasajes, lugares y actores de su historia; dieron a conocer en sus páginas las leyes, decretos y estadísticas del gobierno y hablaron de los progresos del país. Sus páginas guardan poesías patrióticas y odas a la virgen de Guadalupe, como patrona de los mexicanos. Los calendarios, en suma, coadyuvaron a construir una cierta identidad, una relativa unidad entre los pobladores, a pesar de las distancias que los separaban. Además de los Calendarios, otro medio empleado para difundir el “arte nacional” fueron las Revistas Literarias, el mercado editorial mexicano en la primera mitad del siglo XIX se vio inundado de ofertas editoriales y, por lo mismo, se dio una competencia que obligó a ofrecer constantemente impresos nuevos que llamaran la atención de los lectores. Lanzaron al mercado una nueva fórmula editorial conocida como revistas ilustradas o literarias, copiada de las publicaciones extranjeras de ese género que gozaban de gran éxito en Inglaterra, Francia y España. Revistas cuyos títulos fueron tomados de las europeas -Penny Magazine, Magasin Pittoresque, La Mosaïque, Le Musse des familles, Le Licée: Semanario Pintoresco, Correo de las Damas, El 19 Diario de los Niños, El Album de la Juventud, entre muchos otros- y adaptados a la realidad nacional. A los títulos originales se les agregó el adjetivo de mexicano o se les adaptó con la intención de identificarlas con él público lector a quienes estaban dirigidas. Se adquirían por suscripción y se recibían mediante entregas semanales, quincenales o mensuales y estaban pensadas para coleccionarse. A diferencia de los calendarios, no eran pequeñas, medían desde 20x14 cm hasta 26x16cm, lo que les daba una mayor posibilidad de diseño. Estaban adornadas con numerosas imágenes en color y en blanco y negro, haciéndolas muy atractivas. Fueron lanzadas en la ciudad de México por impresores-editores como Ignacio Cumplido, Vicente García Torres, José Mariano Fernández de Lara, Juan R. Navarro. Algunas de ellas gozaron de la aceptación de un amplio público que incluso las solicitaba de distintos y, en ocasiones, recónditos lugares de la República Mexicana. Su presentación con artículos misceláneos y con ilustraciones captó la atención de los lectores, logrando un sitio importante en el ámbito editorial en las décadas de los años 1840-1850.23 Desde su lanzamiento, los títulos revelaron el interés de los impresores-editores por diferenciarlas de las extranjeras: El Mosaico mexicano (1837, 1840-1842), El Museo mexicano (1843-1846), El Ateneo mexicano (1844), El Liceo mexicano (1844), Revista científica y Literaria de Méjico (1845), El Album mexicano (1849), La Semana de la Señoritas mejicanas (1850-1852), La Ilustración mexicana (1851), otorgando a las publicaciones un tinte “nacional". Su contenido de carácter enciclopédico, ofrecía una serie de artículos e imágenes que versaban sobre los distintos saberes. Su misión consistía en ilustrar y divertir, en ofrecer revistas de lectura amable, como las caracterizó José Luis Martínez. Estaban pensadas para un público más o menos letrado, interesado en los distintos 20 adelantos del conocimiento. Sus artículos hablaban de ciencia, literatura, historia, arte, tecnología y costumbres. Su carácter misceláneo llevó a sus editores a echar mano de materiales extranjeros. Ellos advertían en las introducciones la intención que privaría en los contenidos de sus revistas: “La traducción de los artículos que comprende este cuaderno, y la de los que contendrán los demás [...], la teníamos hecha sin otro designio que el de formar una colección curiosa é instructiva para el uso privado; pero nos hemos decidido á imprimirla periódicamente [tomando materiales] de los mejores periódicos franceses é ingleses";24 o como apuntaba el prólogo del Diario de los niños: “Nosotros no podemos decir otra cosa al publicar el primer número de nuestro periódico, en el cual sólo tendremos el mérito de la traducción y el de cumplir religiosamente el empeño (pie hemos contraído para nuestros lectores".25 Poco a poco dejaron de ofrecer un producto completamente traducido y buscaron "mexicanizarlas". Así, si en un principio se ocuparon de poner en español o copiar los contenidos de las revistas extranjeras, con el tiempo y, gracias al éxito obtenido, cedieron paulatinamente sus páginas a los escritores mexicanos. Esto nos habla a un mismo tiempo del interés de los editores-impresores por ofrecer materiales nuevos, pero ante todo por entender que a través de ellas, los mexicanos podían reflejarse a sí mismos. El binomio impresor-escritor entendió el valor de la palabra impresa y la utilizó como la vía para hablar y dar a conocer los distintos aspectos de lo propio. Los contenidos fueron sufriendo una variación al ofrecer la historia de México o al incorporar colaboraciones en torno a distintos aspectos relacionados con el país: "Se publicarán igualmente [...] extractos, trozos o noticias analíticas de los muchos documentos históricos que yacen sepultados en nuestros archivos, o en poder de algunas personas curiosas, insertándolos en toda su integridad, 21 siempre que lo requiera la importancia de la materia, y lo permita la extensión del documento"26 en clara alusión a la visión de una historia con un pasado común. Otros editores fueron más contundentes al señalar que: “Comenzamos el segundo volumen del Mosaico Mexicano bajo nuevos y mejores auspicios que cuando emprendimos la publicación del primero. No solo se nos han asociado otros colaboradores, [...] sino que el nacionalizarlo será el principal objeto de nuestras comunes tareas. Es tan pródiga la naturaleza de nuestro suelo en bellas y encantadoras producciones; es tan fecunda en fenómenos sorprendentes, y tan abundante en paisajes brillantes, que presenta un campo vastísimo á las descripciones pintorescas y al canto siempre dulce y armonioso del poeta mexicano.27 Estas revistas fueron un espacio en el cual los escritores ensayaron y desarrollaron las primeras expresiones de una literatura nacional. En donde incorporaron sus primeros ejercicios literarios que tenían corno inspiración la naturaleza, el paisaje, la belleza, la riqueza histórica y natural de México, el rico patrimonio del país. Así lo anunciaban los responsables de dar a luz las revistas: Entre los nombres de los poetas que han cooperado con sus lindas composiciones á la redacción del Presente, se cuentan los de los Sres. Carpio, Arango, Alcaraz, Arróniz, y otros bastante y ventajosamente conocidos. Los amigos de las bellas letras encontrarán en este libro un hermoso poema escrito por el Sr. Escalante, que no me detendré en elogiar, porque el público lo juzgará como merece una obra de esta clase.28 Allí ensayaron sus plumas los que con el tiempo serían reconocidos como los hacedores primarios de la literatura mexicana: Marcos Arróniz, Francisco González Bocanegra, Luis C. Ortiz, Francisco 22 Granados Maldonado, Luis de la Rosa, Manuel Carpio, Manuel Payno, Guillermo Prieto, Félix María Escalante, Vicente Segura. Ellos, como otros, se inspiraron en su pasado y en su entorno: “La historia antigua y moderna de nuestro país: lo relativo á sus lenguas y estado de civilización antes y después de la conquista: la descripción de nuestros vegetales, animales y minerales: los grandes fenómenos de la naturaleza: la Estadística y Geografía: las prácticas de nuestra agricultura y artes que merezcan darse á conocer, y en una palabra cuanto pueda referirse á la historia, literatura, ciencias y artes que expresa el título, ofrecen un vasto campo á la aplicación de nuestros compatriotas, y de todos los que quieran favorecernos con comunicaciones adecuadas. Lo que importa, pues, es que se nos ayude y coopere de todos los estados, por parte de los ciudadanos y personas que se hallan en punto y término de poderlo hacer; esta es una obra de común provecho y utilidad, mírese por el aspecto que se mirare.29 Con este espíritu, las revistas literarias salieron al mercado. Se trataba de ofrecer a los compatriotas los conocimientos y sentimientos en torno al país. Se buscaba acercarlos a las bellezas naturales a través de la literatura; se quería ponerlos en contacto con los adelantos de México; se intentaba ofrecer el pasado glorioso; se trataba de recoger la grandeza mexicana, en una palabra, estas revistas sirvieron para introducir rasgos de identidad, para crear la expresión nacional. Un relato sobre Chihuahua, o la villa de Parras, o los pueblos de Atlixco, Pátzcuaro o Teapa pretendían mostrar la belleza del terruño como parte de un todo y se alternaban con las noticias históricas que hablaban de las antigüedades prehispánicas -zapotecas, los jardines, los oradores, los poetas, la lengua mexicana, los de pluma, de las tradiciones antiguas de México, las ruinas de La Quemada, el Palacio de Moctezuma- o hacían alusión a los rasgos sobresalientes de la Nueva España, corno el motín de 1692 o la sublevación de los indios yucatecos en 1761; o a través de los grandes hombres -Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Francisco Javier Clavijero, Antonio Alzate, 23 Ignacio Bartolache- o de los edificios emblemáticos, como la Catedral de México, la de Morelia, la de Oaxaca, el acueducto de Querétaro o el Palacio Nacional, textos todos que encierran la búsqueda de un pasado en común. Las páginas dedicadas a la riqueza natural del país están en función de la grandeza, diversidad y porvenir de la nación, grandeza que se refuerza, vía la comparación, con otros países. No es extraño que se hable del cerro de Mercado, de las minas de Fresnillo. del Jardín Botánico, del río Usumacinta, la montana de La Bufa, del maíz, de hombres prominentes como Miguel Hidalgo, José María Morelos, José Luis Rodríguez Alconedo. Francisco Eduardo Tresguerras, Miguel Ramos Arizpe, Agustín de Iturbide: que se escriba sobre costumbres y trajes nacionales que revelan al aguador de Veracruz, el jarocho, la jarochiia. los cocheros, el puesto de chía, los rancheros, que se publiquen artículos sobre anécdotas de patriotismo o en torno a la esposa del insurgente.30 En esas lecturas los mexicanos reconocieron, de alguna manera, a México, su grandeza presente y pasada. Siguiendo el ejemplo de otros países, Los mexicanos pintados por sí mismos, 31 publicada en 1854, presentó al a aguador, la chiera, el pulquero, la china, el arriero y el ranchero, quienes, por su fisonomía, su vestimenta y su lenguaje específicos, llegarían a ser representativos de los tipos mexicanos, hombres y mujeres del campo y la ciudad. Ellos y treinta y un tipos más se convirtieron en típicos personajes mexicanos. Esas revistas tenían también la virtud de convocar a las plumas nacionales. Estaban abiertas a las colaboraciones de sus lectores, por eso se ufanaban de tener para los siguientes números contribuciones literarias “de varios de los jóvenes de Veracruz, así como artículos de costumbres, que irán, si es posible, ilustrados con estampas biográficas"32 Las revistas ayudaron a formar una primera generación 24 de escritores que se hicieron a la par de la nación que estaban construyendo.33 Fruto de su entusiasmo y de su patriotismo escribieron artículos para estas publicaciones, ejercicios literarios cotidianos, inspirados en la grandeza y belleza del país al que sublimaron. Cualidades que no sólo fueron dibujadas con palabras, pues las imágenes con las que acompañaron los textos ayudaron al mejoramiento y a la puesta al día de las ediciones hechas por mexicanos. Incluyeron colaboraciones de los litógrafos mexicanos Hipólito Salazar, Casimiro Castro, Hesiquio lriarte, Plácido Blanco, quienes encontraron temas de inspiración en distintos aspectos de la realidad que les rodeaba y que constituía una parte de la representación de lo que era México y los mexicanos. Gracias a ellos texto e imagen se' hicieron indisociables y fueron un factor decisivo en la conquista del público para el que estaban dirigidas. Si el analfabetismo fue una realidad que enfrentó el nuevo país, las publicaciones variadas, en formatos distintos, ilustradas, con títulos atractivos, nos hablan de la existencia de un público lector del que no sabemos su volumen. Hacen referencia también a esa veneración nueva de impresores-editores que publicó calendarios, revistas, periódicos, libros, folletos y partituras que enriquecieron el ámbito editorial, resultado de la nueva condición de México en tanto país independiente. Esa generación que estableció contacto con la comunidad de lectores a través de los distintos productos editoriales y que cedió sus páginas para que en ellas los escritores -las más de las veces los políticos que estaban dirigiendo los destinos del nuevo país- recrearan y revelaran los elementos consecutivos e identitarios del México, aquellos que sus ciudadanos podían reconocer como propios y representativos de su país. El interés de los impresores-editores estuvo lógicamente enfocado a hacer negocio a través de los impresos que lanzaron a mercado, por 25 eso se esforzaron por presentar novedades editoriales e incorporar técnicas de ilustración del momento como la litografía. Sin embargo, las publicaciones favorecieron la representación escrita y visual, rasgos identitarios que permitieron a los mexicanos reconocer al país independiente que estaban construyendo v reconocerse en las imágenes que los representaron. Los grabados y litografías en los calendarios, revistas, periódicos o folletos lograron simbolizar, e incluso estereotipar, a México y a los mexicanos a través del paisaje, de los monumentos históricos, de los héroes, de los personajes del campo y de la ciudad, o de los mapas, impactando en los lectores hasta familiarizarlos, de tal manera que devinieron en signos de identidad. Los escritores, por su parte, se ocuparon de recrear con palabras esos rasgos distintivos y agregaron otros más, como los relatos costumbristas y la historia, enriqueciendo la visión de México y de los mexicanos, con sus vicios y virtudes, con sus sentimientos y costumbres. En los calendarios, las revistas y los periódicos, pero también en otras formulas editoriales como las novelas, catecismos políticos, 38 libros de historia, de poesía, álbumes patrióticos, folletos, partituras, entre otros, se fue delineando el perfil de la nación mexicana, ya no como América o Anáhuac, sino en una denominación y representación específica que otorgaba una personalidad única, pues ya no era Nueva España, sino México. Del nombre de origen indígena de una ciudad-capital a la designación de un país con sus propios pobladores, con sus costumbres, con sus peculiaridades alimenticias, con un pasado que buscaba hacerse común con el propósito de lograr una identificación nacional. Un proceso de identificación en el tiempo que sabemos no fue fácil.39 Los impresos, en tanto formas modernas de comunicación en vías de masificación, circularon en el país y lograron difundir distintos aspectos de la realidad. Ellos abrieron pautas a las nuevas generaciones para lanzar novedosos y emblemáticos proyectos editoriales, como el 26 Diccionario Universal de Historia y de Geografía, México y sus alrededores (1855), el Atlas geográfico, estadístico e histórico de la República Mexicana de García Cubas (1858), la revista El Renacimiento de Ignacio Manuel Altamirano (1869), México a través de los siglos (1887). México y su evolución social (1900-1901), entre otros ligados todos al reforzamiento del Estado y de la cultura nacionales que se fueron creando desde el triunfo de la Independencia de México. LAS IMPORTANCIA DE LAS ALEGORÍAS EN EL DISCURSO PATRIO Varias alegorías fueron conformando la imagen patria, tanto pintadas como esculpidas. La alegoría es un medio para hacer visible lo "invisible". Producto del pensamiento filosófico de la antigüedad clásica, la alegoría fue usada no sólo en las denominadas bellas artes, sino también en la literatura y en la retórica. Como una forma conciente o no de imitación de la antigüedad, la alegoría siguió siendo empleada en las artes occidentales hasta el siglo XIX, cuando cayó en descrédito por que se le consideraba intelectualizada y un obstáculo para la comunidad visual. Las representaciones alegóricas en la plástica de nuestro país fueron del gusto de los artistas y las sociedades prácticamente desde el siglo XVI hasta los primeros treinta años del siglo XX. Entre los siglos XVI y XVIII se produjo una preponderancia de la alegoría en la búsqueda de representación de lo propio de las identidades y los nacionalismos. Esta exposición cuenta con varias alegorías, unas vinculadas con la cultura barroca y otras más, decimonónicas, referidas principalmente a la Patria y la nación. En la alegoría barroca las emociones son representadas de manera natural: los dioses y las personificaciones se comportan de forma dramática y humana, interesando así al espectador en la idea 27 expresada. Herencia de esa tradición alegórica barroca es la representación poco común y poco difundida de san Ignacio de Luyola enseñando a los niños de la Nueva España, considerada como de un pintor desconocido de la Nueva España y que procede del acervo del Oratorio de San Felipe Neri en Guanajuato, templo que durante el virreinato diera servicio a la Compañía de Jesús. Es una extraña representación en lo que se refiere a la iconografía de san Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita, pues en ella aparece representado el santo, al lado derecho de la composición, en el interior de una habitación en la que, sin embargo, lloran nubes. Si se considera que Ignacio de Loyola nunca estuvo en la Nueva España y que el encargado de enviar a los primeros jesuitas a ese virreinato fue el tercer general Francisco de Borja, en 1572, cuando Ignacio ya había fallecido, esta obra por tanto no corresponde a una escena de la vida del santo fundador. Más bien ésta es una alegoría que hace referencia a la labor educativa de los miembros novohispanos de la Compañía de Jesús, lo cual finalmente tuvo repercusiones favorables a la Independencia de México. La preponderancia de la figura del santo en la composición, la fisonomía de su rostro, las marcas de expresión —como el ceño fruncido y los ojos inexpresivos—, el manejo formal de los angelillos, de los rostros y de los ropajes de los niños, además de la tradicional pincelada y la tonalidad cromática, lleva a suponer que esta pintura pudo deberse a la mano de uno de los pintores más importantes de mediados del siglo XVIII en nuestro país: Miguel Cabrera, artista de origen oaxaqueño que nació en los últimos años del siglo XVII y cuya etapa más productiva se dio a mediados del siglo XVIII. En el Museo Nacional del Virreinato —antiguo colegio jesuita— en Tepotzotlán, Estado de México, se encuentran varias pinturas firmadas por Miguel Cabrera que muestran la fisonomía del rostro de santo en 28 forma muy similar a la de la presente alegoría. Una de ellas, representa al santo de medio cuerpo y remata el retablo principal del camarín de la Casa de Loreto. La similitud debe tener su origen en que Miguel Cabrera, uno de los pintores preferidos por los miembros de la provincia mexicana de la Compañía de Jesús de mediados del siglo XVIII, debió tener a la mano una copia de la máscara mortuoria del santo. Una reproducción de esa máscara fue obsequiada por los miembros de la Compañía de Jesús en los años setenta del siglo XX a dicho museo y, comparando las características de la máscara con las de los rostros del sanio en las pinturas, es evidente la enorme similitud entre ésta y los rostros que el artista plasmó en los lienzos. Otra alegoría heredera de esa tradición barroca, pero ya no de carácter religioso sino vinculado simbólicamente con los hechos que dieron lugar al movimiento independentista, fue pintada por Patricio Suárez de Peredo en 1809, un año después de que llegaran a la Nueva España las noticias que la monarquía borbónica reinante en la península había sido derrocada por Napoleón. En ella es claro el interés por identificar autoridades y elementos locales como la virgen de Guadalupe con las altas jerarquías de la metrópoli española, pues ante la incertidumbre criolla de quien gobernaba la Nueva España, en un primer momento los americanos de ascendencia española -o criollos- sintieron la necesidad de hacer patente su lealtad al rey que había sido derrocado y reafirmar con ello la pertenencia de los territorios americanos a España. Es posible que esta Alegoría de las autoridades españoles e indígenas., procedente del Museo Nacional del Virreinato- INAH, forme parte de esa tradición criolla pero en esta ocasión hizo extensiva su preocupación al sector indígena, como afirmando la intención o consenso de los indígenas con los criollos de depender de la corona española. 29 La plástica del virreinato legó una tradición alegórica a la narración de los hechos de la consumación y consolidación de la Independencia, de Iturbide a Santa Anna. Los artistas tomaron imágenes que habían sido adoptadas por la cultura barroca novohispana y las adaptaron a las exigencias representacionales de la nueva nación. Ejemplo de ello es una interesante pintura, conocida como el Retrato de Ana Huarte, esposa de Agustín de Iturbide, que a la vez tiene la función de alegoría y forma parte de la colección de la Casa del Alfeñique en la ciudad de Puebla. En ella aparece retratada la supuesta esposa del emperador, con actitud sobria e imponente, encarnando a la Patria mexicana. Está ataviada con un elegante vestido y collar de perlas: sin embargo, también porta un penacho de plumas, un carcaj en la espalda y un cuerno de la abundancia en sus manos. Por ello se le conoce también como La personificación de Imperio Mexicano. El retrato es similar al de la esposa de Fernando VII, María Isabel de Braganza, quien había fallecido en 1818, por lo que es factible que no corresponda al de Ana Huarte sino más bien sea una personificación de la Patria mexicana o de la Patria novohispana. Además, cuenta con una filacteria, con una inscripción en latín que significa: "Tierra rica en campos y en oro y más rica todavía en ingenios". Otra alegoría pictórica de este mismo periodo que no podía faltar en esta exposición es la Constitución de 1857 que resguarda el Tribunal Superior de Justicia del estado de Zacatecas. Es de la mano de Petronilo Monroy, quien la trabajó hacia 1869. Representa una figura femenina que flota en el espacio mientras sostiene con su mano izquierda una tableta con los preceptos de esa constitución. En la mano derecha lleva una rama de olivo, que simboliza la paz y sobre la cabeza, una corona que figura un muro almenado, símbolo de fortaleza. Un detalle interesante en esta obra es la sensualidad de la figura femenina. Ésta es una joven mestiza de tez apiñonada y aspecto 30 gracioso, relativamente realista, cuyas ropas mueve el viento y las unta sobre su cuerpo. Guillermo Prieto hizo hincapié en estas características del cuadro, encomiando '‘la fisonomía de la deidad, con su cabello rizado y flotante, su frente abierta al pensamiento y al amor [...] Es México, es la Patria querida, es la glorificación de la razón [...] que en el mundo se llama Ley..." Dignas de nota son varias alegorías del escudo nacional. Una de ellas parte de la leyenda de la fundación de México-Tenochtitlán y muestra al águila y la serpiente. Su uso se generalizo desde las primeras décadas del virreinato en la ciudad de México, por lo que el virrey Juan de Palafox y Mendoza, en 1642, movido por su celo religioso, ordenó al Cabildo de la ciudad que sustituyera ese símbolo de origen idolátrico por el de una Virgen. Fue basta la Independencia cuando se recuperó la figura del águila en los escudos. A partir de ese momento, tanto por disposiciones de los gobiernos en turno, o incluso debido a los caprichos de los dibujantes y la aceptación popular, el águila en diversas posiciones, de frente, con las alas extendidas, de perfil y la cabeza volteando hacia diferentes lados, sujetando a la serpiente con una garra u otra y con diversos elementos como la bandera acompañándola, ha representado a México. El último decreto emitido sobre la correcta representación del escudo nacional fue firmado en 1967, año en que se hizo solemne entrega de los diseños autenticados al Archivo General de la Nación, al Museo Nacional de Historia y a la Casa de Moneda. LA ESCULTURA NACIONAL La producción escultórica del siglo XIX tuvo como uno de sus premisas crear un arte para la nueva nación mexicana, conforme a las exigencias de los lenguajes de moda, que diera fe de su heroico pasado inmediato y que, a la postre, difundiera la riqueza cultural ancestral para mostrar la 31 naturaleza auténtica de los mexicanos. Muchas de ellas partieron de la observación y recreación de la escultura de la antigüedad clásica para representar la construcción de imágenes poco cruel, creíble y grandiosa. La libertad mexicana, o Libertas mexicana, procedente del Museo Nacional de Arte, es un relieve vaciado en yeso en 1827 por José María Labastida, alumno de la academia de San Carlos que tuvo la suerte de ser becado para estudiar en París y, por tanto, sus características formules tienen influencia de las alegorías y el lenguaje emblemático de los, relieves de exaltación revolucionaria de ese momento. Dos importantes colecciones de medallones en cera con efigies en relieve policromadas que representan a personajes de nuestra historia forman también parte de este discurso. Entré ellos encontramos a personajes vinculados con la Independencia, como José María Morelos y Pavón, Ignacio Allende. Vicente Guerrero, el corregidor de Querétaro Miguel Domínguez y varias efigies de insurgentes, entre otros muchos, A principios del siglo XIX la producción de este tipo de pequeños retratos en cera vivió un momento de gran esplendor en el México independiente. Los retratos en cera con estas características tienen un origen tan antiguo como el imperio romano. Medallones de pequeño formato con la imagen individualizada, y generalmente de perfil, se realizaron prácticamente desde el siglo XV en Europa, tradición que continuó en ese continente hasta los últimos, años del siglo XVIII Curiosamente, esta tradición cobra fuerza en México en el momento en el que estaba perdiendo vigor en Europa, y adquiere un desarrollo que terminará al inicio del periodo independiente. El costo de las pequeñas efigies en cera era mucho menor que el de las pinturas al óleo. Este factor, y las reducidas dimensiones de los medallones, fueron elementos que ayudaron a popularizarlos, pues un sector mucho más amplio de la población tuvo acceso a un medio en el que podía plasmar su individualidad y difundirla con facilidad. Consumada la Independencia, los medallones o relieves en cera 32 resultaron ser una excelente opción para apoyar la conformación de la identidad de la Patria, creando las imágenes de la historia. A través de ellos, no sólo se representaron personajes aislados sino que se crearon verdaderas galerías de héroes. La importancia de estas pequeñas obras radicó en el prurito de que fueran hechas en el momento, y la mayor parte de las veces éstas eran copiadas del natural, con apego a la fisonomía del retratado, por lo que se convirtieron en documentos históricos. Los artífices conocidos de estas figuras en cera fueron pocos, y la mayor parte de los ejemplos que se conocen son de autores anónimos. Algunas fueron realizadas por el más descarado artista del género: José Francisco Rodriguéz, nacido cerca de I780 y muerto antes de 1835 en nuestro país. Otros ejemplos de la interesante producción escultórica son las que muestran escenas de la vida cotidiana o representaciones de la América. El deseo que tienen los seres humanos de contemplarse por medio de la interpretación de su propia imagen parece formar parte de los más antiguos impulsos de la humanidad, y e1 retrato es una de las actividades artísticas más universalmente presentes de todos los tiempos. En el virreinato de la Nueva España, los sectores económicos y políticamente más poderosos mostraron un vivo interés por encargar la hechura de retratos a los pintores. Pero los motivos que llevaron a muchos individuos a hacer esos encargos no siempre fueron los mismos: esto determinó no sólo la condición del personaje retratado, sino las características formales de las pinturas. Hacia principios del siglo XIX se dio un cambio en el género del retrato que reflejó en la sustitución del retrato-emblema por el retratopersona. Los retratos de cuerpo entero, y rodeados de emblemas tan comunes en el barroco novohispano, fueron sustituidos por los retratos de medio cuerpo y la persona era reducida a su realidad física y sicológica. Los retratos que ejemplifican esto son variados: encontramos 33 personajes históricos o héroes, otros vinculados con los procesos políticos y culturales del país, así como retratos familiares, tanto individúales como de grupo. Uno de los retratos de un personaje histórico, es el de Gaspar Melchor de Jovellanos, pintado por Francisco de Goya y Lucientes, Jovellanos fue un personaje de relevancia política para la España del paso del siglo XIII al XIX pues, entre otras muchas cosas, rechazó formar parte del gobierno de José Bonaparte y representó a Asturias en la Junta Central, desde donde contribuyó a reformar las Cortes. Los dos retratos pintados por Goya de su amigo y protector Jovellanos contienen alusiones a los esfuerzos del retratado a favor de su patria chica, Asturias, y también a su papel en el desarrollo de España durante la segunda mitad del siglo ilustrado. La obra fue pintada hacia 1783 y en ella Goya lo retrata en el contexto del lugar en que nació, en 1744. Gijón, y para el que propuso un proyecto de mejoras portuarias. En esta pintura el político lleva la insignia de la Orden de Alcántara, que le habían impuesto en 1730, el mismo año en que se le nombró consejero real de las Órdenes y miembro de las academias de Historia y de Bellas Artes de San Fernando. Uno de los héroes de la Independencia con iconografía interesante es Agustín de Iturbide. Uno de los más famosos es el que fue pintado por José María Uriarte en 1823, y muestra a Iturbide como un improbable emperador clásico, ataviado con todos los atributos característicos del género: la corona imperial sobre la mesa, el cetro y la capa púrpura con águilas mexicanas doradas, entre otras cosas. Es una representación arcaizante, reflejo del difícil nacimiento de una legitimidad de carácter imperial que intentaba ocupar el lugar de la vieja monarquía, pero sin renunciar a algunos de los símbolos que daban fundamento a ésta. 34 La invasión francesa es uno de los procesos históricos más relevantes de siglo XIX en nuestro país por lo que Maximiliano de Habsburgo y Benito Juárez forman obligada parte del discurso del arte nacional. El segundo imperio es un periodo políticamente muy cuestionado: sin embargo en lo que se refiere a las artes y la cultura resultó prolífico. La ascendencia aristocrática del emperador y su necesidad de crear una imagen como gobernante llevó a que Maximiliano contara con un sinnúmero de retratos, producidos tanto antes de su llegada a México como durante su estancia en el país. Ejemplo del primero es el busto tallado en mármol por Giuseppe Capolino, de 1858, y que retrata a Maximiliano gobernador de Lombardía. Ilustración del trágico final que tuvo Maximiliano es un óleo sobre tela, que representa el fusilamiento del emperador depuesto, al lado de los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, en Querétaro. Benito Juárez escribió en 1867, después de su triunfo contra la invasión francesa con el fusilamiento de Maximiliano, que "se había visto consumada por segunda vez la Independencia de nuestra patria", discurso que se repitió a su muerte en 1872. Para entonces, la iconografía de Juárez ya era parte del mundo de la representación. Su imagen, sobre todo como presidente, había sido explorada por pintores, fotógrafos y caricaturistas de la época. Muerto Juárez, la tarea de modelar su figura recayó en políticos, literatos y escultores. Ellos se encargaron de dar forma a la imagen heroica del presidente, de su transformación en presencia inmortal y finalmente en símbolo. El retrato más imponente de este político es el que pintó Tiburcio Sánchez en 1889. Un ejemplo de la continuidad en la necesidad de la representación de este símbolo es el Monumento a Juárez, ubicado en la avenida que lleva su nombre en el Centro Histórico de la ciudad de México, que fue construido e inaugurado con motivo del centenario de la Independencia en el mes de septiembre de 1910. Ya avanzado el siglo XX proliferó la producción de retratos de este importante personaje; 35 ejemplo de ello es la escultura que Ernesto Tamariz realizó en yeso en 1951. LOS RETRATOS Además de efigies de políticos, muchos otros retratos de personajes vinculados con la vida cultural y científica decimonónica de nuestro país, gracias a los cuales podemos conocer la fisonomía de Manuel Tolsá, Alejandro de Humboldt y Lorenzo de la Hidalga. Rafael Ximeno y Planes nació cerca de 1760 y se formó en las academias de San Carlos de Valencia San Fernando de Madrid y San Lucas de Roma, antes de ser nombrado director de pintura de la academia de México en 1793. Se destacó como retratista y dejó obras de magnífica factura, como los óleos con las imágenes de Manuel Tolsá y Alejandro de Humboldt. Tolsá fue un artista valenciano que llegó a la Nueva España como profesor de la Academia de San Carlos, de la que también fue director, y se convirtió en uno de los arquitectos y escultores más importantes de las décadas finales del virreinato. Ximeno y Planes lo representó como un caballero dieciochesco, sólo con un cincel en la mano izquierda y una cabeza medio escondida en la que se supone está trabajando y que recuerda la profesión de escultor. Para plasmar a este arquitecto y escultor, Ximeno y Planes se valió de trazos luminosos de ágil pincelada y acento rococó. El busto de Manuel Tolsá tallado en mármol por Martín Soriano en 1854, así como la maqueta del Palacio de Minería, obra arquitectónica de gran envergadura proyectada y construida por el propio Tolsá entre 1797 y 1813, muestran la importancia de este personaje en la historia del arte nacional. El retrato de Alejandro de Humboldt, botánico responsable de difundir la riqueza natural de la Nueva España y atraer el interés de naciones ambiciosas, es muestra de las primeras manifestaciones del lenguaje romántico en la pintura novohispana. Tanto en el retrato de Tolsá como en el de Humboldt, el pintor destacó los elementos alusivos 36 a las actividades que realizaba cada uno poniendo de, relieve, además, la personalidad del representado. Cabe aclarar que la escultura erigida en honor a Humboldt en el jardín de la antigua Biblioteca Nacional, sita en el antiguo templo de San Agustín, fue donada por el gobierno alemán precisamente para que fuera descubierta por el General Porfirio Díaz en las festividades del centenario de la Independencia. Los retratos de Lorenzo de la Hidalga y su esposa fueron pintados por Pelegrín Clavé, pintor de calidad excepcional que fue acusado de perder su tiempo con un género carente de interés artístico, en detrimento de la pintura de grandes obras de historia a las que se había comprometido como parte de su trabajo como profesor de la Academia de Bellas Artes de San Carlos. El retrato del arquitecto busca dejar en claro la profesión del personaje retratado, pues dispone de toda una escenografía, como la cúpula del templo de Santa Teresa la Antigua que había sido reconstruida por él y que ocupa el fondo de la composición: y los papeles sobre la mesa son elementos que nos hablan de su condición de arquitecto. Es el retrato de una persona concreta, pero también del ser social que la sustenta. Este arquitecto español nació en Victoria en 1810 y fue uno de los personajes más sobresalientes de la vida económica y social del México de mediados del siglo XIX. Entre las muchas actividades que realizó estuvo la de presentar un proyecto para el Monumento a la Independencia, que, había sido solicitado a través de un programa gubernamental en 1843. Su proyecto consistió en una columna con una detallada descripción de los elementos que la formarían. Nunca llego a edificarse porque el gobierno carecía de recursos. UN MONUMENTO Erigir un monumento que conmemorara la Independencia fue un anhelo a lo largo del siglo XIX y las columnas conmemorativas estuvieron en boga a nivel mundial en ese siglo Tienen su origen en la tradición romana y en el uso que de ellas hicieron los arquitectos de los 37 Papas durante el manierismo y el barroco en la ciudad de Roma. Sin embargo, en el caso de México, esta influencia provino de la estatuaria francesa vinculada con los hechos históricos de la Revolución, así como del lenguaje de exaltación del triunfo de Napoleón I. La columna adquirió un carácter triunfalista y su condición de hito visual le confirió a este tipo de monumento el sentido propio de las celebraciones heroicas fundadoras. Por tanto, cada proyecto de los que surgieron a lo largo del siglo XIX tuvo un programa iconográfico distinto según las filiaciones y los vínculos del grupo político que se encontraba en el poder. Existieron varios proyectos anteriores para erigir la columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma, entre los que se encontró el del arquitecto Lorenzo de la Hidalga. Sin embargo, fue hasta1910 que este anhelo se materializó. La columna de la Independencia que podemos admirar en la glorieta del Paseo de la Reforma fue encargada por Porfirio Díaz con motivo de dicho centenario. El ingeniero Antonio Rivas Mercado fue el autor del proyecto arquitectónico. La crónica oficial cuenta que su inauguración fue el 16 de septiembre de 1910, como parte de la ceremonia solemne que anualmente se celebraba en la mañana de ese, mismo día. En su discurso Rivas Mercado leyó un amplio informe sobre los trabajos realizados, mencionando las dificultades suscitadas por las malas condiciones del subsuelo, "que determinaron lamentables hundimientos, corregidos con el mayor empeño”. La Crónica Oficial de las Fiestas del Primer Centenario refiere que: “...el Señor Presidente de la República ascendió pausada y firmemente a la plataforma del monumento, y con voz sonora lo declaro inaugurado. Acto continuo, mientras un grupo infantil entonaba el Himno Nacional, la concurrencia admiraba la Columna, de gran valor arquitectónico y simbólico por lo esmerado de la construcción y su alto y puro significado. La gradería amplia de la base; las estatuas alegóricas de bronce; los imperecederos 38 nombres de los insurgentes inscriptos en el sólido basamento; las estatuas marmóreas de Hidalgo, Morelos, Guerrero, Mina y Bravo; la Columna esbelta y majestuosa, decorada con palmas; el elegante capitel, sobre el que aparecen como suspensas las soberbias águilas de bronce, y, finalmente, la Victoria alada, brillante como el oro, que corona la Columna y lleva en una mano los rotos eslabones de una cadena despedazada y en la otra una corona cívica; todo el conjunto, admirablemente proporcionado y profundamente hermoso, es digno de los héroes de la Independencia y del pueblo que supo conquistar la vida libre a costa de angustias, de sacrificios, de abnegación y de grandezas sin cuento. LAS ARTES MENORES La inspiración en la vida cotidiana cobró enorme importancia para la formación del discurso nacional. Así, encontramos desde pinturas que ilustran costumbres, tradiciones y vistas, tanto de ciudades como de paisajes, desde el siglo XVIII hasta el XX, con elementos como el mobiliario utilizado en las casas de las clases pudientes —los denominados “enseres menores”, como las bateas y las escribanías laqueadas—, basta retratos de personajes civiles, muchos de ellos compuestos o creados alrededor de la institución familiar que trascendió el paso de los siglos. Entre las pinturas que representan la vida diaria del virreinato, no podemos hacer a un lado las pinturas "de castas", las cuales nos dan una idea de los tipos humanos que circulaban sobre todo en las calles y plazas de la ciudad de México, capital del virreinato de la Nueva España. Este género pictórico tiene su origen en los inicios del siglo XVIII, cuando la monarquía francesa de los Borbones subió al trono español e introdujo las ideas ilustradas a España y sus dominios americanos. Casi inmediatamente después, Felipe V envió a la Nueva España un individuo —por supuesto de ideas ilustradas— para ejercer 39 de 1711 a 1716 el cargo de virrey. Ese personaje fue Fernando de Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares y marqués de Valdefuentes, cuyas inquietudes ilustradas lo llevaron a introducir precozmente una temática profana en la pintura novohispana del siglo XVIII. Con el objeto de mostrar en España los diversos tipos humanos que componían la sociedad de su virreinato, el virrey duque de Linares le encargo al pintor Juan Rodríguez Juárez que realizara una obra en la que se encontraran representadas las ricas mezclas de los diferentes grupos étnicos novohispanos. Una característica común a todas las pinturas de este género son los textos que acompañan las escenas. En ellos se leen los nombres que recibían cada uno de los grupos a los que supuestamente pertenecían los individuos representados, dentro de una "clasificación" de términos empleada en la época para designar las innumerables mezclas que se daban entre los diferentes grupos étnicos integrantes de la sociedad virreinal, especialmente en las ciudades de Puebla y México. Los cuadros de castas fueron enviados a Europa y estuvieron en posesión de personajes de la nobleza española, seguramente ilustrada y por tanto encantada de conocer los grupos étnicos novohispanos y su clasificación. Fue así como un personaje con inquietudes ilustradas dio cabida a la existencia de un género pictórico costumbrista poco común en el siglo XVIII novohispano. En contraposición a este tipo de pinturas que nos muestran tipos presumiblemente populares, encontramos también un sinnúmero de retratos de familias del siglo XVIII —evidentemente pudientes, ya que estaban en posibilidad de hacer encargos al gremio de los pintores—, en los que existe el interés por mostrar o demostrar varios aspectos: desde la importancia de la pareja, los grupos de hermanos, la maternidad, la paternidad y los posibles vínculos que se generaban dentro del núcleo familiar. Estas pinturas fueron muy útiles para perpetuar el recuerdo de las personas que componían una familia. Fueron encargadas por 40 motivos tanto familiares como socioculturales, resultado de los logros alcanzados por una determinada familia en la adquisición de riqueza y prestigio. Solían ser pintados con gran meticulosidad, procurando plasmar los rasgos propios de cada uno de los miembros de la familia, pero también poniendo esmero en resaltar la riqueza de los mismos. Tradicionalmente, el retrato familiar se ejecutaba sobre grandes lienzos, en los que se representaba a la familia completa. Podían estar en un ámbito íntimo, realizando alguna actividad cotidiana o bien arrodillados bajo la advocación de un santo o virgen protector. Uno de los ejemplos más interesantes es el Retrato de don Gaspar Martín, Vicario y familia realizado por Domingo Ortiz a fines del siglo XVIII en México y conservado en el Convento de las Carmelitas Descalzas de Santa Teresa en Valladolid, España. Éste tiene la peculiaridad de ser una obra con cierta carga de ingenuidad, en la que está retratada la heroína insurgente Leona Vicario en su infancia. Al parecer, este retrato lo encargó doña María Brígida -quien pudo haber sido monja del citado convento- con el objeto de conservar la imagen de su familia. El pintor demostró gran empeño en que cada uno de los personajes reflejara su carácter: don Gaspar Martín, la austeridad; su segunda esposa, la ternura; la hija mayor, la madurez; la segunda hija, la reflexión: y la pequeña Leona, la alegría y el carácter resuelto. Algunos elementos anecdóticos confieren cierta gracia a la escena familiar, como el plátano que sostiene la segunda hija o el costurero que llevaba a doña Leona, que está recibiendo una moneda de su padre. Otro de los retratos que ilustran la vida que llevaban las familias de la élite novohispana es el Retrato de la señora Ramona Antonia de Musitú e Icazbalceta y sus dos hijas, pintando por Juan Sáenz en 1793. Esta obra se destaca por el cuidado y delicadeza con que representó el artista los rostros de las tres mujeres y porque tuvo el propósito de expresar un sentimiento maternal, donde la madre se ocupa de la educación de sus hijas. Además, en este cuadro hace acto de presencia 41 una nueva sensibilidad frente la importancia de la naturaleza, producto de la influencia de las ideas ilustradas. Con él puso de los años, la infancia y los juegos infantiles conquistaron su derecho a la existencia social y empezaron a aparecer en pinturas. José María Uriarte pintó en 1814 al conde Santiago Calimaya niño con su hermana, obra que muestra a los dos infantes vestidos con ropa propiamente, de niños, jugando con su juguete y un perro. A manera de complemento a la vida cotidiana de la Nueva España hay una enorme cantifdad de muebles y objetos utilizados en los espacios interiores, tanto públicos como privados, que estaban destinados a hacer más agradable la estancia en ellos. Los biombos, que cobraron gran importancia en las salas de estrado y habitaciones de los palacios virreinales, son de lo más ilustrativos en este sentido, En la Nueva España —por influencia oriental— fueron utilizados desde el siglo XVII, con el objeto de hacer más acogedores los espacios de las grandes habitaciones que conformaban esos palacios. Tradicionalmente este tipo de muebles producidos en la Nueva España mostraban, en el anverso, una escena relativa a la historia de la conquista y en el reverso una vista de la ciudad de México. Sin embargo, también fue común el gusto por contar en las habitaciones de los palacios con escenas de vistas y tradiciones populares. Como parte del mobiliario de los palacios, los estratos pudientes de la sociedad contaron también con objetos decorados con la técnica del laqueado, que cobraron una gran importancia a mediados del siglo XVIII. Los productos artesanales de maque o laca, producidos sobre todo en la actual zona de Michoacán, gozaron del gusto de todos los estratos de la sociedad novohispana. Su decoración fue una suerte de mestizaje, pues el maque se trabajó desde el periodo prehispánico en nuestro país. Dado el intercambio comercial con el oriente, a través de la Nao de China, empezaron a llegar objetos laqueados y, debido a la similitud en la apariencia brillante tanto del maque como de la laca, 42 esos objetos orientales influyeron en la ornamentación de los objetos elaborados con maque. En México se difundió esto a través de las bateas. Éstas, oginalmente, eran objetos de uso cotidiano, tanto en las cocinas como en las tareas de limpieza en las casas y los palacios virreinales. Con el paso del tiempo se empezaron a decorar y a mediados del siglo XVIII el uso de las bateas laqueadas o maqueadas se multiplicó de tal manera que no había hogar, por modesto que fuese, que no poseyese una o más vasijas de esta clase, a las que se les asignaban muy diversos usos. Sin embargo, lo agradable de su ornamentación llevó a que también se produjeran única y exclusivamente como objetos decorativos. En el siglo XIX la pintura mexicana se deslindó poco a poco de la élite social, religiosa y política tradicional de virreinato para incorporar paulatinamente en sus obras a los diferentes grupos sociales que conformaban la incipiente nación. Así hicieron su aparición cuadros que representaban escenas de la vida cotidiana, tanto en las ciudades como en el campo, pintadas tanto por extranjeros conocidos como por "pintores viajeros" y artistas mexicanos. Como el retrato fue un género que permitía y fomentaba la reafirmación personal, así como el fortalecimiento de la condición social de los modelos, a lo largo del siglo XIX se produjeron también un sinnúmero de retratos familiares que describen una interesante vida cotidiana. En las obras decimonónicas la pintura va más allá de la mera imitación de figuras, pues las facciones, rasgos y miradas reflejan la carga emotiva y psicológica de los retratados. Los retratos de las clases acomodadas nos muestran, a través de atmósferas, objetos, telas y paisajes, el poder económico de los personajes, como sucediera en la época virreinal. Posiblemente la opulencia del siglo XVIII fue sustituida por una cierta "discreción” en las joyas, ropajes y poses de los retratados. En estas obras se puede observar que los cuerpos femeninos son adornados con encajes, terciopelos y pocos elementos; a su vez, los 43 personajes masculinos se presentan vestidos con camisas blancas almidonadas, así como chalecos y fistoles bajo las levitas negras. Para los niños se reservan flores y juguetes, como en las imágenes de antaño, aunque su actitud es más fresca y radiante, sin llegar a ser del todo naturales. Ejemplo de esto son los retratos de la familia Polidura pintados por Eduardo Pingret a mediados del siglo XIX. En ellos existe una separación de género, ya que hombres y mujeres aparecen representados en dos cuadros separados, aunque los cuadros en sí fueron concebidos como una unidad. En los cuadros se muestran los bienes materiales de la familia, como la residencia campestre familiar, obra del arquitecto Lorenzo de la Hidalga, en la ribera de San Cosme. El padre, Anacleto de Polidura y Gil, aparece sentado con sus dos lujos mayores, en una relación de amor paternal pero también de exhibición de poder y condición social. La madre, Josefina Eguía, de pie, con el hijo más pequeño en brazos, aún no vestido de hombre junto a su madre viuda, se encuentra retratado en el mundo de las mujeres. La presencia, en ambos cuadros, de paisajes claramente definidos nos habla también de una nueva sensibilidad romántica, en la cual la naturaleza juega ya un papel importante. En el primer caso, el viaducto y la iglesia virreinal nos recuerdan la densidad histórica del lugar; en el segundo, con la Colegiata de Guadalupe y las montañas al fondo, la configuración del valle de México ya figura como el paisaje "mexicano" por antonomasia. El retrato de la familia Antuñano, atribuido a Pelegrín Clavé, muestra a la familia en su conjunto con una visión menos jerarquizada y organizada a partir de lazos afectivos, pero con un detalle pues en este cuadro se incluyo, la figura de la sirvienta. En él, la madre es la depositaría de los afectos; constituye el centro de la familia y todo y, todos giran en torno a ella. Otras son pinturas costumbristas, tales como las firmadas por Saturnino Herrán, artista nacido en Aguascalientes en 1887, que eludió en la Academia de San Carlos como discípulo de dibujo de Antonio Fabrés y de pintura de Germán 44 Gedovius. Una de las características de la pintura de Hernán es que representó costumbres pintorescas locales con significados simbólicos, lo que lo convirtió en uno de los principales exponentes del modernismo nacionalista que llegó a dominar el arte mexicano hasta mediados de 1920. En sus obras es evidente el gusto por representar el México indígena, triste, popular y tradicional. “La ofrenda” es un ejemplo notable de lo que Manuel Toussaint denominó como "la expresión ritual de una costumbre”. Esta obra muestra la tradición de transportar en trajinera los cempasúchiles para el día de muertos. No obstante, cuenta con una importante carga simbólica, ya que trata en el mismo cuadro las tres edades del hombre: el recién nacido, que representa a la infancia; el joven y el anciano, todos en la trajinera. Así, una pintura que parece representar una simple escena costumbrista que podría resultar únicamente pintoresca, Saturnino Herrán la convirtió en una alegoría, cosa común en la estética simbolista imperante en el cambio del siglo XIX al XX. Esta obra es considerada como una de las obras ejemplares del nacionalismo modernista. CONCLUSIONES A manera de conclusión recuperamos un fragmento del célebre poema que Ramón López Velarde escribiera en 1921, “La suave Patria”, cerca del aniversario de la Independencia y que se vincula con dos óleos de grandes dimensiones titulados de la misma manera. El primero es de Manuel Felguérez —pintor y escultor mexicano nacido en la Hacienda de Valparaíso en Zacatecas en 1928—; mientras el segundo fue pintado por Jaime Saldívar en 1971: “Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario...” 45 NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA I. J. P., "Marcha patriótica". El Observador liberal, Fresnillo, Zacatecas. 19 de septiembre de 1846. 1 3 Atlas. Puor sevir an Mexique en 1823, Alexia Eymery, París, 1824. Hay que señalar aquí que los colegios novohispanos contaban con sus propias imprentas, las que publicaban ediciones para su uso interno. Había también que decir que existían las llamadas imprentillas, que no eran talleres como tales sino que su producción era rudimentaria; imprentas de mano y portátiles, que servían a intereses muy particulares. 4 Folleto, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, "obra impresa no periódica de reducido número de páginas". 5 Cartilla, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “‘cuaderno pequeño, que contiene las letras del alfabeto y los primeros rudimentos para aprender a leer ". 6 Catecismo, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, ‘‘libro de instrucción elemental escrito, con frecuencia, en forma de preguntas y respuestas’’. 7 Catón, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, "libro de frases y periodos cortos y graduados para ejercitar la lectura a los principiantes”. 8 Gaceta, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “publicación periódica en la que se dan noticias comerciales, administrativas literarias o de otra índole”. 9 Ver Celia del Palacio, ‘‘La imprenta y el periodismo en las regiones de México (1539-1820), en Comunicación y sociedad, Universidad de Guadalajara, núm. 2, nueva época, julio diciembre. 2004. p. 177. 10 A lo largo de la guerra insurgente, una serie de periódicos salieron a la luz publicando noticias, decretos, bandos, disposiciones, y tuvieron una clara posición respecto del bando político que defendían. Así, por ejemplo, podemos citar del lado de los insurgentes a El Semanario Patriótico (1809). Despertador Americano (1810), El Ilustrador Americano (1813), El Semanario Patriótico Americano (1813), El Correo Americano del Sur y Sud; y realistas como El Telégrafo de Guadalajara (1811), El Mentor de la Nueva Galicia (1812) y El Verdadero ilustrador Americano (1812), entre otros. 11 El decreto de libertad de imprenta se dio por vez primera en Cádiz el 15 de noviembre de 1810. 12 46 Presente amistoso dedicado a las Señoritas Mexicanas, imprenta litográfica y tipográfica del editor I. Cumplido (cromolitografía), calle de los Rebeldes número 2, México, 1847. [T. I.] 13 Se asoció con el mexicano Severo Rocha, formando la Casa Rocha y Fournier. Ver María Esther Pérez Salas, artículos varios. 14 Enrique Florescano, “Las ideas de patria y nación en México, 18501910”, en consulta internet www.bicentenario.gov.ar/detalle.php, consultado el 20 de marzo de 2009. 15 "Introducción", en Francois -Xavier Guerra y Annick Lempérière. Los Espacios públicos en Iberoamérica. Antigüedades y problemas. Siglos XVII-XIX. México. Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 8. (Lo que está en paréntesis es añadido mío). 16 Laura Herrera Serna. "La guerra entre México y los Estados Unidos en los calendarios de mediados de siglo" en Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, nueva época. Vol. v. núm., 1 y 2, México, primer y segundo semestres del año 2000. UNAM. p. 152. 17 Los calendarios que aquí escogimos para ejemplificar fueron impresos en la ciudad de México. La popularidad de este género se ve en su tiraje amplio y en que se imprimieron en distintos lugares del país. 18 Recuérdese que los calendarios se lanzaban tiempo antes de iniciar el año al que estaban dedicados. 19 José Joaquín Fernández de Lizardi, Calendario histórico y pronóstico político para el año bisiesto de I824, México, oficina del autor [1823]. 20 21 Ver el artículo de Herrera Serna, op. cit. Calendario de Antonio Rodríguez Galván, para el año de I849. Arreglado al meridiano de México, México. Tipografía de J. R. Navarro, 1848, p. 23, alud, Laura Herrera, op. cit. 22 Revistas similares surgieron en distintos estados de la República, debido a la aceptación de este género editorial. 23 “Introducción“. Mosaico mexicano, t. 1, (editor Isidro Rafael Condra). México. Ignacio Cumplido. 1836. 24 "Prólogo". Diario de los niños. México, Imprenta de Miguel González, 1839. 25 47 “Introducción“, El Ateneo Mexicano, México, Vicente García Torres, 1844. 26 “Advertencia preliminar", Mosaico Mexicano, t. 2, México, Ignacio Cumplido, 1837. 27 "Prólogo del editor”. Presente amistoso dedicado a la señoritas mejicanas. Tomo II. México. Ignacio Cumplido. 1850 28 “Prólogo”, Registro Trimestre o Colección de Memorias de Historia, Literatura, Ciencias y Artes, tomo I México, Oficina del Águila dirigida por José Ximeno, calle de Medinas número 6, 1832, 29 Esta es una prueba del interés por incluir en las páginas temas relacionados con México y los mexicanos. Ver El Museo mexicano, México, Ignacio Cumplido. 1841-1845. 30 Los mexicanos pintados por sí mismos. México, Casa de, Murguía, Portal del Águila de Oro, 1855. 31 Revista Científica y Literaria de Méjico, publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano, (directores Manuel Payno y Guillermo Prieto). (Imprenta de Manuel Gallo), México, tomo I, 1845. 32 Aurelio de los Reyes, "Manuel Payno: el aprendizaje del oficio de escritor", en Laura Suárez de la Torre (coord.), Empresa y cultura en tinta y papel 1800-1860. México, UNAM/INSTITUTO Mora. 2001. 33 Entre 1823 y 1832 se publican treinta y ocho periódicos en la capital del país. 34 Laurence Condart. "En torno al correo de lectores de El Sol (18231831): espacio periodístico y opinión pública en Cristina Gómez y Miguel Soto (coords,). Transición y cultura política. De la Colonia al México independiente. México, Facultad de Filosofía y Letras/Dirección General de Asuntos del Personal Académico/Universidad Nacional Autónoma de México. 2004. p.67. 35 Los títulos originalmente estuvieron en función de la pugna de los grupos de poder que caracterizó las primeras décadas de vida independiente: El Águila Mexicana (1823). El Sol (1823). Habrá ese hueso que roer y que le metan el diente (1826). El Quebrantahuesos (1826-1827). El Federalista (1831). El Fénix de la Libertad (1834). 36 37 Coudart. op. cit... p. 69 Tomaron como modelo los catecismos de religión con el propósito de catequizar a los nuevos ciudadanos y ofrecerles con sencillez la nueva 38 48 realidad que estaban enfrentando. Ver por ejemplo José Maria Luis Mora. Catecismo político de la Federación mexicana. 1831. Los calendarios introdujeron paulatinamente las fechas históricas y construyeron un calendario cívico que otorgaba rasgos de identidad entre los pobladores. Ver en esta publicación el texto de Rosalina Ríos Zúñiga. 39