Reflexiones inesperadas

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 Reflexiones inesperadas Lo digno y lo indigno, ¿cuándo? Nuestro país como muchos otros países se encuentra en estos momentos convulsionado por movimientos de protestas que surgen de sentir que se les priva de algo que se les debe. Y lo hacen argumentando que ellos sólo exigen lo que es suyo y que se les ha negado o se les niega desde la arbitrariedad de una convivencia históricamente sostenida por relaciones de poder que matan lentamente el alma y enferman el cuerpo en un mundo fundamentalmente orientado y sostenido por teorías que aprueban y justifican la discriminación que separa lo bueno de lo malo. Es más, se dice que esas teorías obtienen su validez desde la biología, argumentando desde una lectura inevitablemente superficial cuando no se comprende el vivir de los seres vivos, que la evolución de los organismos de acuerdo con lo que nos dice Charles Darwin ha sido una historia de competencia por los medios de subsistencia en la que han triunfado o sobrevivido sólo los mejores, los más adaptados en un proceso llamado de selección natural. Pero, ¿ha sido la historia biológica así? No voy a entrar en una reflexión polémica sobre lo que dice Darwin, sólo quiero señalar que quienes han adoptado esta visión como guía de su actuar en el campo social han generado mucho dolor en todos los ámbitos o dominios de la convivencia humana con políticas conscientes o inconscientes de discriminación sostenidas con teorías económicas y culturales que se apoyan en la idea de selección natural. Sin duda la noción de selección natural hace referencia a una sobrevida diferencial que se produce en el curso de las generaciones de modo que los organismos y modos de vivir actuales son diferentes de los organismos y modos de vivir ancestrales. Este es un hecho biológico. Lo que yo digo que no ocurre es que el mecanismo generador de la sobrevida diferencial sea la competencia por los medios de subsistencia en un proceso de lucha en la que sobreviven los mejores, los más aptos. Y lo que si digo es que la sobrevida diferencial en la vida individual y el fluir de las generaciones es la consecuencia de un proceso no competitivo en el que sobreviven los aptos, los que se deslizan en el vivir siguiendo el camino relacional en el que conservan su vivir en la realización de su vivir. La historia de la evolución de los distintos linajes de seres vivos sigue el curso de la conservación de la realización de distintos modos de vivir en coherencia con el medio que hace ese modo de vivir posible, en la generación continua de ámbitos de convivencia de distintas clases de organismos en dominios dinámicos de coherencias ecológicas. La historia de nuestro vivir humano no es diferente, y lo peculiar en ella son dos cosas: una, es que la emoción fundamental que la guía desde su origen hará uno tres millones de años atrás, y que hace posible el convivir social como un ámbito Página 1 de 2
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de colaboración en el placer de la convivencia, es el amar; y dos, es que en tanto existimos en el lenguajear-­‐conversar generamos teorías explicativas movidas desde otras emociones distintas del amar, que en el momento que las aceptamos como válidas se apoderan de nuestro sentir, pensar y hacer creando dominios de cegueras que justifican la discriminación en la negación de los que no participan de ellas. El bien estar en la convivencia humana se funda en la colaboración, la colaboración se funda en el deseo de hacer juntos un convivir en el placer del mutuo respeto, y el mutuo respeto se funda en el amar y el amar es el fundamento ético del convivir social. No todas las relaciones humanas son relaciones sociales, y son relaciones sociales aquellas que se fundan en el amar. Nos encontramos en un convivir convulsionado a la vez que confundido. No estamos contentos en nuestro convivir social decimos, y no nos damos cuenta de que nuestro convivir a dejado de ser social cuando la emoción que lo guía ha dejado de ser el amar. Nuestro descontento como nación surge de sentir que no nos encontramos en el mutuo respeto que nos permitiría generar un proyecto común que de hecho nos llevaría a acabar con la discriminación en la educación, en la salud y en el acceso a las actividades creativas-­‐
productivas que generan el flujo de energía adecuado para un convivir con dignidad en la diversidad y complejidad de la armonía entre la biosfera que nos hace posibles y la antroposfera que generamos con nuestro vivir y convivir. En este descontento protestamos porque no queremos vivir en la indignidad de la negación del amar que nos discrimina, protestamos porque no somos vistos ni somos escuchados, y al no ser vistos ni escuchados somos empujados a la indignidad que nos lleva a movernos en el enojo que aumenta las cegueras que hacen más difícil participar en el conversar que nos llevaría a generar un proyecto común que nos devolvería la dignidad humana a todos. ¿Cuándo es el momento? ¡Ahora, siempre es ahora, si tenemos la valentía de salirnos de la trampa de la indignidad de un enojo que sostenemos con alguna teoría que justifica nuestra vanidad de creer que los conflictos humanos se resuelven en la lucha bajo la afirmación que dice que la lucha es buena porque siempre gana el mejor. ¡Que infernal y desgraciada tontería! Humberto Maturana Romesín Página 2 de 2
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