La herejía del hipertexto: miedo y ansiedad en la Edad Tardía de la

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Hipertulia. John Tolva
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La herejía del hipertexto:
miedo y ansiedad en la Edad Tardía de la imprenta
John Tolva
"¿No te avergüenzas de hacer pública tu enfermedad?"
Sir Philip Sudney, Astrophel y Stella, 1591
Hasta la fecha no se conocen virus que puedan infectar simplemente por leer un mensaje
de mail.
Informe-recomendación U.S. sobre incidentes informáticos
Los últimos años del siglo XX son los de los incunables digitales. Del mismo modo que los
bibliógrafos contemplan 1501 como el año en que los libros impresos salieron de la "cuna" tras su
nacimiento post-Gutenbergiano, el primer año del siglo que viene servirá seguramente como una
conveniente demarcación para el final del principio de la textualidad electrónica. Aunque no es
nuevo decir que los avances en tecnología de la informaci ón están revolucionando la cultura global,
hasta ahora no habían recibido atención por parte de las disciplinas colectivamente conocidas como
Humanidades. De ficheros sin fichas a periódicos sin papel, de sencillos procesadores de texto al
OED en CD-ROM, del estudio hipertextual de los manuscritos de Chaucer al Archivo Hipermedia
Rossetti, la tecnología aplicada se ha establecido en los medios académicos y se está convirtiendo en
muy difícil ignorarla, a pesar de la herencia humanista que Elizabeth Eisenstein llama "una venerable
tradición de orgullosa ignorancia de asuntos materiales, mecánicos o comerciales."(1) Un indicador
fiable de la influencia del ordenador es la reciente aparición de libros y art ículos que cuestionan las
consecuencias composicionales, pedagógicas y culturales de la interconexión y digitalización
mundiales. Equiparar el nacimiento de la informática de base textual a la invención de la prensa
escrita, sostienen los críticos, inmediatamente suena al entusiasmo miope que acompaña típicamente
a la aparición de nuevas tecnologías al mismo tiempo que asume una objetividad crítica imposible
para un observador del presente momento histórico. Por supuesto, la crítica a la tecnología no es
siempre tan elocuente. Si un argumento contra el proceso de textos va más allá que la queja coral:
"¡...pero no puedes leerlo en la bañera!", suele degenerar en etiquetar al hipertexto como el hijo
bastardo del libro y la consola Nintendo. Como demostraré, hay algo más en esa cr ítica que una
simple aversión ludista contra el cambio. Un cúmulo de ansiedades asisten al lento paso de nuestra
cultura de la textualidad escrita a la electrónica, y, como era de esperar, estas ansiedades se han
manifestado más notablemente en disciplinas íntimamente vinculadas a la palabra escrita. A pesar de
exagerados augurios sobre su fin, el libro no está muerto, pero, igual que la escritura a mano cuando
surgió la imprenta, no parece probable que vaya a continuar siendo el modo dominante de la
diseminación textual. Así que la cuestión no es si los ordenadores van a transformar nuestras
nociones de escritura y lectura, sino, ¿cómo?
En lugar de hacer frente a la comunidad de felices hipertextualistas y teóricos de los medios,
propongo responder esta pregunta explorando algunos miedos y ansiedades generadas por la
interacción del mundo de la imprenta y su emergente homólogo digital. A mi juicio, hay tres focos
de tensión específicos que requieren investigación: Primero, la herencia platónica de desconfianza
hacia la palabra escrita, concretamente el miedo de que el lenguaje no-mediado pierda su función
comunicativa convirtiéndose en un mero receptáculo de información; segundo, el elusivo estado
ontológico del texto digital, la búsqueda de la palabra-cosa digital, concretamente la ansiedad
generada por su desconcertante falta de presencia física; tercero y último, la borrosa distinción entre
los elementos verbales y no-verbales de la textualidad electrónica, concretamente la simulación
técnica hipertextual de simultaneidad y espacialidad, características normalmente asociadas con las
artes visuales. Común a estos tres puntos es la sensación de que las fronteras tradicionales o formales
se están deteriorando: entre autor y obra, significante y significado, visual y verbal, etc. Por supuesto
que estas parejas han sido siempre objeto del discurso teórico, pero la discusión asume una urgencia
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creciente ahora que las nuevas tecnologías están exponiendo lo que estaba tan a salvo refugiado en el
reino de la teoría. Aunque tradicionalmente ignorado por los historiadores de la literariedad que
pasaban a la más tratable Poética de Aristóteles, el diálogo de Platón Fedro presenta
inequívocamente a la palabra escrita como un agente muy poco fiable en la transacción
comunicativa. En el diálogo, Sócrates cuenta la historia del emprendedor semidiós Theuth, inventor
de la escritura, que ofrece su nueva mercancía al rey. Theuth proclama: "He aquí un logro que
mejorará la sabiduría y la memoria de los egipcios. He descubierto la receta segura para la memoria
y la sabiduría" (2) El rey, nada convencido del mérito de la escritura, le responde a Theuth:
"tú, que eres el padre de la escritura, le has atribuído una función opuesta a su función
real a causa del orgullo que te inspira tu vástago. Aquellos que la adquieran dejar án de
ejercitar su memoria y se convertirán en olvidadizos; se apoyarán en signos externos en
lugar de en sus propios recursos internos."
Y continúa: "tus discípulos recibirán gran cantidad de información sin una formación adecuada, y en
consecuencia creerán que saben mucho cuando serán en su mayor parte ignorantes". Esta noción de
lo inadecuado de la escritura para reemplazar o complementar al discurso oral nunca ha desaparecido
de la pantalla del radar histórico, convirtiéndose desde Saussure en un parpadeo constante, pero lo
más sorprendente es la similitud de la posición de Plat ón con la de los críticos de la textuallidad
electrónica. Escribir e imprimir, nos dice Walter Ong, son dos formas de hacer tecnológica a la
palabra, métodos para estructurar el conocimiento. (3) Las objeciones del rey a la escritura se pueden
aplicar fácilmente al texto electrónico, una forma muy literal de hacer tecnológica la palabra. Las
bases de datos hipertextuales, por ejemplo, In Memoriam de George Landow, han sido atacadas por
arrojar toneladas de información aparentemente no sistematizada a los incautos estudiantes. "La
información total", escribe el fil ósofo Michael Heim, "es la ilusión del conocimiento, y el hipertexto
favorece esta ilusión dejando al usuario saltar de un lado a otro con la rapidez del pensamiento."(4)
En otro eco del argumento platónico, Myron Tuman expresa su preocupación de que "el auge del
hipertexto...empuje la alfabetización en la dirección de la gestión de informaci ón."(5)
El miedo no es que los ordenadores impidan a los alumnos "ejercitar su memoria", sino que sus
poderes de asociación creativa y asimilación se atrofien al navegar por un "docuverso" virtual
amorfo siguiendo los caminos del hipertexto.(6) Sin embargo, tanto en el caso antiguo como en el
moderno, el miedo principal es que lo que es esencialmente un método de almacenamiento ya no
organizará el pensamiento, sino que lo detendrá, dispersará o, peor aún, lo controlará. Sven Birkerts,
uno de los muchos elegistas lúgubres del libro impreso, amplifica el miedo de Sócrates de que la
escritura enfatiza la confianza en las cosas externas a la mente afirmando que nuestra cultura multiesto, hiper-aquello y ciber-todo acoge "la seguridad falsa de una vasta interconexión lateral". "El
individualismo subjetivo", continúa, ha sucumbido al "tribalismo electr ónico, la vida en colmena."(7)
Birkets reconoce temer que la interconexión no-jerárquica del hipertexto represente poco más que
totalitarismo textual, prescribiendo implícitamente lo que se puede y lo que no se puede leer debido a
la existencia de una red de conexiones predefinidas. De hecho, en un sistema verdaderamente
hipertextual el lector puede reconfigurar y añadir conexiones libremente, accediendo a la
información según sus propias necesidades y exigiendo la misma ordenación del propio
pensamiento, la misma "reestructuración de la conciencia" en términos de Ong, que requiere la
escritura lúcida. Este paralelismo entre antiguas y modernas actitudes polémicas pone de manifiesto
que la textualidad electrónica es simplemente el novum monstrum más reciente en una larga tradición
de tecnologías de comunicación que han sustituido a las que las precedieron. A pesar de que la
transición del papel a la pantalla parece inexorable, el asunto (como en Fedro) no es neutral. La
alfabetización no creó una sociedad de zánganos borrachos de información, y el hecho mismo de que
Fedro exista como documento escrito sugiere que, a pesar de su postura anti-sofista, Platón denunció
la escritura con la retórica intención de señalar lo efímero de la forma física. Ahora, ante la
posibilidad de que enormes archivos de datos eruditos estén al alcance de cualquier novato con
ordenador, las modernas críticas a la textualidad electrónica revelan a menudo su sustrato ret órico, es
decir, una aversión hacia el potencial democratizador de la palabra digital.
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John Unsworth, un miembro del Instituto de Virginia para la Tecnología Avanzada en Humanidades,
señala que el mundo académico "el miedo predominante es el de la contaminaci ón, el miedo a perder
nuestro estado sacerdotal en la anárquica confusión de voces sin filtrar, sin refinar." La clave aquí es
"sin filtrar", ya que el típico dicho académico inspirado en la imprenta: "publica o perece", ha
servido tradicionalmente para disolver el efecto contaminante de la mayoría de las voces "sin
refinar"(8) ¿Pero qué le ocurre a esta ecuación cuando la dificultad de la iniciación tipográfica
desaparece? Distribuir un artículo o incluso un libro entero de forma electrónica requiere en general
menos esfuerzo que escribir una carta a una imprenta universitaria. Reproducible infinitamente,
distribuíble sistemáticamente y radicalmente igualitario, el texto electrónico desmantela la
supremacía de la palabra impresa: reduce todo lo escrito (ya sea digno del Pulitzer o una tontería) a
la condición muy especial de manuscrito no-solicitado: accesible a todos, publicado por ninguno.
Aunque esta nueva textualidad promete igualar la distribución jerárquica y dar acceso hasta los datos
más ocultos, no debemos cometer el error de igualar el nivel a costa de una reducción en los niveles
de investigación profesional. De hecho, en un escenario tan comunicado e interactivo, las chapuzas
llaman en seguida la atención y sucumben al nivel necesariamente más alto de una red de
colaboradores y competidores virtuales. Ong llama a este tipo de ambiente colectivo en el
Renacimiento "poética participativa."(9) Y así es, la dinámica circulaci ón de textos publicados en
Internet se parece a la práctica medieval y renacentista de glosar, parodiar o alterar de algún modo un
manuscrito antes de pasarlo a otros. Lentamente, sin embargo, la fijación y ubicuidad de la imprenta
han erradicado estas prácticas, casi eliminando la noci ón de un trabajo en colaboración, "permeable
textualmente"(10). Ahora, el culto del autor y de la página impresa van inextricablemente unidos; no
puedes tener uno sin el otro. El texto digital, sin embargo, no los necesita a ninguno de los dos. En
consecuencia, y para la desolación de los críticos políticos, todavía no se ha diseñado ningún modelo
económico que explique su producción y propagación en una sociedad capitalista. A un nivel más
profundo del problema de tratar este nuevo tipo de escritura como un bien susceptible de ser
empaquetado está la inexactitud del término "texto digital". La dificultad no viene de la palabra
"digital", que en este contexto se refiere sólo al método de almacenamiento que utiliza el ordenador,
como si a un libro impreso se le llamara "texto de tinta". La palabra "texto" nace en latín, y significa
"lo que está tejido" o "red". Si esta etimología parece pertinente hablando de hipertexto, o escritura
"no-secuencial" (texto con ramificaciones que ofrece elección al lector,(11)), no ayuda a encontrar
una distinción entre texto en papel y texto digital. Lo cierto es que tanto el ludita como el "hacker"
están de acuerdo en que existe una diferencia. Pero si la misma palabra escrita en papel y en una
pantalla de ordenador significa lo mismo -¿y cómo podría no significar lo mismo?- entonces la única
explicación es que nosotros percibimos una discrepancia, que el medio afecta a cómo pensamos
acerca de las palabras. Tomemos un ejemplo simple, la letra "u", y pensemos cómo pensamos sobre
ella. Impresa, la letra se compone normalmente de un pigmento viscoso producto de fibras de células
vegetales; en la pantalla, la letra es un conjunto de electrones disparados por una pistola catódica en
la parte de atrás del monitor. La "u" impresa del papel se puede tocar, quizá incluso emborronar, y
tiene existencia física. Es una representación táctil de la idea "u", una vocal que ocupa en inglés la
vigésimoprimera posición en el alfabeto. En el monitor sabemos que la "u" no es un grupo de
electrones en particular, porque sin perderla podemos moverla fuera de pantalla de vuelta a la
memoria del ordenador (igual que cuando se acaba de leer un libro y se archivan sus palabras en la
"memoria"). Así que nuestra letra reside en (o dentro de) un microchip, ¿se convierte el circuito
laberíntico en el palimpsesto definitivo? No exactamente.
Para los ordenadores, la letra "u" es la secuencia numérica 00010101, en la que el dígito 1 representa
la presencia de un impulso eléctrico y cero su ausencia. Pero sin información contextual, la secuencia
de la letra "u" puede ser también el número entero 21, el número real 1.3125, la nota musical C, o
una serie de órdenes que significan no, no, no, sí, no, sí, no, sí.(12) ¿Cómo definir esta letra o el texto
que compone si su significado más básico es tan variado y variable? La respuesta es que no
podemos, pero es precisamente esta incapacidad la que altera nuestra percepción del texto
electrónico. Birkerts expresa así esta experiencia: "las palabras almacenadas, hechas invisibles,
parecen haber invertido su dirección expresiva y haber vuelto al pensamiento. Su entidad se disuelve
en una especie de potencialidad neural." (13) Quizá la palabra electr ónica pueda ser descrita en su
virtualidad (aunque paradójicamente) como un significado sin significante corpóreo, mientras que en
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general los lectores (a pesar de Derrida) están de acuerdo en que la palabra impresa tiene presencia.
Que el lector pueda tocar la palabra impresa, manipular el libro, confirmar su presencia es
tranquilizante, una ilusión de inmutabilidad textual en el caos deconstructivo del retraso sin fin. Para
la mente que ha se ha iniciado en lo indeleble de la palabra impresa, el texto electrónico es inestable,
menos concebible epistemológicamente. Reconozco que esta percepción mayormente inconsciente
de inestabilidad genera ansiedad en el lector, ansiedad del tipo normalmente adscrito a la categoría
"es simplemente diferente". Sin embargo, como la mayoría de las ansiedades, puede superarse; pero
hasta que los escritores que usan procesadores de texto no empleen un proceso de edición
completamente desprovisto de papel (y ningún autor lo hace todavía) no habrá pruebas de una
relación auténticamente confortable del escritor y la palabra digital.
Una consecuencia de reducir el texto digital al estatus de impulsos eléctricos es que las distinciones
claras entre entre elementos verbales y no-verbales dejan de existir. Es decir, para el ordenador (o
para cualquiera que utilice un código binario), una representación digital de la Mona Lisa no es
ontológicamente diferente de por ejemplo la descripción verbal que Walter Pater hace de ella. Es
todo unos y ceros. Por supuesto que cuando el ordenador ha procesado la información en sus
entrañas, la pantalla presenta dos cosas muy distintas: la pintura de Da Vinci parece una pintura y el
texto de Pater tiene aspecto de texto. Sin embargo, en el palimpsesto virtual del chip informático la
pintura y el texto son esencialmente idénticos. Aunque la mayoría de los usuarios nunca se
preocuparán por este problema, la dificultad de diferenciar entre texto y no-texto en el nivel más
básico tiene un equivalente mucho más visible. El hipertexto, especialmente el hipermedia, en el que
los elementos visuales (incluso video) forman parte del tejido del texto como si fuera un moderno
manuscrito iluminado, permite la manipulación visual de bloques de texto (llamados lexias) y la
descripción gráfica de características estructurales. Además de esta "espacialización" literal de la
palabra, el hipertexto también se aproxima a la condición visual por el modo en que se experimenta.
William Dickey, en un ensayo titulado: "Poema bajando una escalera", señala cómo el elemento
narrativo del azar en la poesía y la narrativa hipertextual imita el "rechazo de organizaciones lineales
causales" que hacen las artes visuales."(14) El lector puede "entrar" en una narrativa hipertextual casi
por cualquier parte, igual que el espectador que se acerca a una pintura o escultura. El proceso de
lectura en el entorno hipertextual, igual que el ojo que contempla, progresa asociativamente,
moviéndose no según la estructura formal de la obra sino según su contenido. Jay David Bolter se
refiere a la escritura electrónica como "topográfica", "una descripción a la vez visual y verbal."(15)
Con esto alude "no a la escritura de un lugar, sino a la escritura con lugares, asuntos espacialmente
manifiestos." La escritura no computerizada, desde hace tiempo considerada un arte temporal por ser
unidireccional y paginada, no ha sido nunca capaz de emular la experiencia del momento visual,
aunque un pequeño subgénero literario llamado ekphrasis ha intentado aproxim ársele, con los
ejemplos arquetípicos de la descripción que hace Homero del escudo de Aquiles, la "Oda a una urna
griega" de Keats y los Sonetos para cuadros de Rossetti. Según W.J.T. Mitchell, "ekphrasis" se usa
"como un modelo con el que el arte literario puede conseguir motivos formales, estructurales, y
representar vívidamente una amplia gama de experiencias perceptivas, sobre todo la experiencia de
la visión."(16) La textualidad digital posibilita esta experiencia formal, estructural y perceptiva de la
ekphrasis a un nivel puramente técnico. Es un medio "ekphrástico" el que da forma al mensaje. La
ekphrasis deja de ser un tropo literario al aplicarse a la informática, es una descripción práctica de los
modos visuales en que un lector se aproxima al texto verbal.
No es sorprendente que esta ekphrasis actualizada haya provocado lo que Mitchells llama "miedo
ekphrástico": "el momento de resistencia o de deseos encontrados que sobreviene cuando sentimos
que la diferencia entre la representación verbal y visual puede derrumbarse, cuando la diferencia (...)
se convierte en un imperativo moral, estético más que (...) un hecho natural en el que se puede
confiar."(17) Este miedo a las relaciones incestuosas entre artes hermanas se revela en lugares
inverosímiles. En 1990 la Directora del programa de escritura de la Universidad de Delaware, Marcia
Peoples Halio, escribió un artículo incendiario aunque no demasiado bien argumentado en el que
afirmaba que los estudiantes que usaban procesadores de texto en el ambiente icónico de Apple
Macintosh escribían prosa cualitativa y estadísticamente inferior a la de los alumnos que escribían en
máquinas basadas en el programa textual DOS de IBM.(18) Halio argumentaba que el proceso editor
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basado en imágenes del Macintosh propiciaba la negligencia de los elementos estrictamente verbales
de la prosa. Sea cierta o no, esta afirmación es típica de la ansiedad causada por la apropiación de
propiedades tradicionalmente adscritas a las artes visuales que según algunos est á realizando la
textualidad electrónica. Estos sentimientos tienen su eco tambi én fuera del mundo académico. En un
artículo de Newsweek titulado "A Font a Day Keeps My Muse Away" (N.T. Juego de palabras
intraducible con "An apple a day keeps the doctor away", significa literalmente: un tipo de letra al
día mantiene a mi musa alejada), Jerry Adler lamentaba la tendencia reciente en el proceso de textos
que favorece "las palabras como elementos gráficos, decoraciones en un lienzo de espacio
blanco."(19) Reconocido extremista en el asunto de la división entre la representación visual y
verbal, Adler ataca la facilidad de manipulación de la palabra digital: "Me gustaría tan poco ver
tratadas así a mis palabras como a mi hijo." (Se puede oír de fondo al rey de Fedro amonestando a
Adler: " tú, que eres el padre de la escritura, le has atribuído una función opuesta a su funci ón real a
causa del orgullo que te inspira tu vástago.") Lo que Halio y Adler temen no es que los escritores del
futuro vuelvan al pictograma, sino que los modos tradicionales de composición textual que favorecen
la linealidad, cerrazón y contención estén erosionándose desde dentro a causa de las propias ayudas
visuales a la composición.
¿Qué podemos hacer entonces los hijos huérfanos de la palabra impresa ante semejantes
metamorfosis alarmantes? Podemos revolcarnos en la autocompasión sombría llorando, como Barry
Sanders: "Dios ha muerto. El autor ha desaparecido. Están deconstruyendo la página escrita. Los
procesadores de texto han convertido a todo el mundo en escritores fantasma, de modo que la
tecnología, como un vampiro con cables, ha succionado la esencia de la vida."(20), o podemos
intentar encontrar el modo de leer texto electrónico en la bañera sin electrocutarnos. Podemos
componerle al libro elegías agobiantes o tranquilizarnos con la afirmación de Walter Ong de que los
medios simplemente transforman pero no eliminan a sus predecesores.(21) Podemos creer que el fin
de la imprenta significa el fin del ser humano individual tal y como ha sido concebido en el texto
conocido como cultura occidental o podemos entender que la humanidad sobrevivió y se comunicó
la mayor parte de la historia sin el invento de Gutemberg. Por último, podemos considerar las nuevas
formas de escribir y leer heréticas o podemos intentar evitar un cisma en las letras revisando las leyes
canónicas para dar cabida a cosas como la ficci ón y la poesía hipertextuales. Si no pueden evitarse, el
miedo y la ansiedad pueden al menos ser instructivos. Un ejemplo para terminar: en diciembre del
año pasado cundió el pánico en Internet cuando se extendió el rumor de que un virus de base textual
estaba propagándose por todo el mundo y que se podía adquirir simplemente leyendo el correo
electrónico. Durante un tiempo, millones de personas se negaron a acercarse a sus mensajes,
temiendo que el mero hecho de leerlos pudiera infectar sus máquinas. Haríamos bien en aprender de
esta reacción, sobre todo porque se probó que la idea de un virus de base textual es una imposibilidad
práctica; el rumor fue una falsa alarma. El rumor de que el nuevo medio de la textualidad digital
infectará o corromperá nuestras prácticas basadas en la imprenta es tan infundado como la histeria
causada por el virus antes mencionado. La comunicación humana, igual que una criatura viva,
siempre se ha adaptado a las tumultuosas etapas de transición, sobreviviendo a las experiencias
"patógenas" de la oralidad, la alfabetización y los tipos móviles; no hay ninguna razón para pensar
que no se adaptará al ordenador.
Notas
1. Elizabeth Eisenstein, The Printing Press as an Agent of Change (Cambridge, England:
Cambridge University Press, 1979) 706.
2. Platón, Phaedrus and Letters VII and VIII, Walter Hamilton, ed. (New York: Penguin, 1973)
96.
3. Walter J. Ong, Orality and Literacy (New York and London: Methuen, 1982) 80.
4. Michael Heim, Metaphysics of Virtual Reality (New York and Oxford: Oxford University
Press, 1993) 38.
5. Myron Tuman, Word Perfect: Literacy in the Computer Age (Pittsburgh: University of
Pittsburgh Press, 1992) 78.
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6. Ver 3. Hillis Miller, Illustration (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1992) 40.
7. Sven Birkerts, The Gutenberg Elegíes (Boston and London: Faber and Faber, 1994) 228.
8. John Unsworth, Electronic Scholarship or, Scholarly Publishing and the Public. Published as
hypertext at http:/{jefferson.village.virginia.edu/horne.html pero ya no está allí. Próxima
aparición impresa.
9. Walter Ong, Interfaces of the Word (Ithaca and London: Cornell University Press, 1977) 27479.
10. Wendy Wall, The Imprint of Gender (lthaca and London: Cornell University Press, 1993) 34.
11. Theodor Nelson, Literary Machines (Swarthmore, Pa.: self-published, 1981) 0/2. [La
paginación empieza con cada sección o capítulo, así 0/2 = prefatory matter, página 2.]
12. Información técnica tomada de Jeff Rothenberg, "Ensuring the Longevity of Digital
Documents," Scientific American January 1995: 42-47.
13. Birkerts, 155.
14. William Dickey, "Poem Descending a Staircase," Hypermedia and Literary Studies, George
Landow and Paul Delany, eds. (Cambridge, Mass. and London: MIT Press, 1991) 144.
15. Jay David Bolter, Writing Space: The Computer, Hypertext, and the History of Writing
(Hillsdale, N.J.: Erlbaum, 1991) 25.
16. W.J.T. Mitchell, Picture Theory (Chicago and London: University of Chicago Press, 1994)
154.
17. Mitchell, 154.
18. Marcia Peoples Halio, "Student Writing: Can the Machine Maim the Message?," Academic
Computing (Jan. 1990):16-19, 45.
19. Jerry Adler, "A Font a Day Keeps My Muse Away," Newsweek October 24, 1994: 49.
20. Barry Sanders, A is for Ox (New York: Pantheon Books, 1994)150-151.
21. Ong, Interfaces, 82.
John Tolva:La herejía del hipertexto: miedo y ansiedad al final de la era de la imprenta
© John Tolva 1995
© de la traducción Susana Pajares Toska 1997
http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/tolva.html
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