Título IX. Del exequátur de laudos extranjeros.

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Título IX. Del exequátur de laudos extranjeros.
ART. 46. CARÁCTER EXTRANJERO DEL LAUDO.
NORMAS APLICABLES.
1. Se entiende por laudo extranjero el pronunciado fuera del territorio español.
2. El exequátur de laudos extranjeros se regirá por el Convenio sobre
reconocimiento y ejecución de las sentencias arbitrales extranjeras,
hecho en Nueva York, el 10 de junio de 1958, sin perjuicio de lo dispuesto en otros convenios internacionales más favorables a su concesión, y se sustanciará según el procedimiento establecido en el ordenamiento procesal civil para el de sentencias dictadas por tribunales
extranjeros.
Antecedentes
Ley Modelo de la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho
Mercantil Internacional (CNUDMI) sobre arbitraje comercial internacional: Capítulo VIII. Reconocimiento y ejecución de los laudos: Art. 35.
Reconocimiento y ejecución. Art. 36. Motivos para denegar el reconocimiento o la ejecución.
Convenio sobre el reconocimiento y ejecución de sentencias arbitrales
extranjeras, hecho en Nueva York el 10 de junio de 1958.
Convenio europeo sobre arbitraje comercial internacional, hecho en
Ginebra el 21 de abril de 1961.
Vid. también artículos 56 a 59 LA de 1988.
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Comentario
El trámite de ejecución que hemos examinado en artículos precedentes
comprende, en sentido amplio y cuando se trate de un laudo extranjero,
dos actividades o etapas bien diferenciadas que es importante deslindar, y
que se mencionan en el precepto analizado: por una parte, el procedimiento por el que se lleva a cabo, con carácter previo, el reconocimiento
del laudo y, por otra, el procedimiento para su ejecución en sentido propio.
El primero de los trámites a analizar, esto es, el reconocimiento u homologación del laudo extranjero, es conocido con el término latino de exequátur. Esta homologación o reconocimiento viene a significar, en definitiva, que el Estado declara que dicha resolución extranjera (laudo arbitral
o sentencia judicial, pues a estas también se aplica el mismo proceso) tiene
el España la misma validez que una resolución análoga de nuestro ordenamiento jurídico, y que por tanto merece idéntico tratamiento y eficacia
jurídico-procesal.
El reconocimiento del laudo arbitral extranjero implica su verificación
como medida previa a su ejecución forzosa, dado el fuerte principio de
territorialidad que informa toda la materia relativa al arbitraje, puesto
que no hay que olvidar que participa, como función extrajudicial en la
solución de conflictos que es, de elementos conectados con el principio
de la soberanía nacional similares a los que presenta la función jurisdiccional estatal, y que se manifiesta en la dicción del artículo 1, apartado
1 de la LA, que impone la aplicación de esta ley “a los arbitrajes cuyo
lugar se halle dentro del territorio español, sean de carácter interno o
internacional...”.
El Título IX regula el exequátur de laudos extranjeros, estructurado en un
único precepto en el que, además, de mantenerse la definición de laudo
extranjero como aquél que no ha sido dictado en España, ya recogida en
el artículo 56, apartado 2, LA de 1988, se hace un reenvío a los convenios
internacionales en los que España sea parte y, sobre todo, al Convenio
sobre reconocimiento y ejecución de las sentencias arbitrales extranjeras,
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hecho en Nueva York en 1958. Dado que España no ha formulado reserva alguna a este Convenio, el mismo resulta aplicable en su integridad, con
independencia de la naturaleza comercial o no de la controversia o de si el
laudo ha sido o no dictado en un Estado parte en el Convenio. Esto significa que el ámbito de aplicación del Convenio de Nueva York en España
hace innecesario un régimen legal interno de exequátur de laudos extranjeros, sin perjuicio de lo que pudieran disponer otros convenios internacionales más favorables.
El Convenio de Nueva York de 10 de junio de 1958, que entró en vigor
para España el 10 de agosto de 1977, se compone de dieciséis preceptos,
de los cuales el que quizá nos interesa destacar en este momento es el artículo cuatro (IV en la nomenclatura del Convenio), según el cual para
obtener el reconocimiento y ejecución del laudo (“sentencia arbitral” la
denomina) -esto es, el exequátur- la parte que lo solicite deberá presentar,
junto con la demanda, el original debidamente autenticado de dicho laudo
o copia fehaciente, así como el original del convenio arbitral (el “acuerdo”) o copia también fehaciente. Sólo se podrá denegar el exequátur por
siete razones tasadas que se recogen en el artículo V siguiente y que sucintamente se refieren a indefensión de alguna de las partes, nulidad del convenio o del laudo o exequátur contrario al orden público.
Respecto a la remisión que el artículo 46 LA, aquí comentado, hace in fine
al “procedimiento establecido en el ordenamiento procesal civil” para el exequátur de sentencias dictadas por tribunales extranjeros, dicho procedimiento está recogido en los artículos 951 a 958 de la antigua Ley de
Enjuiciamiento Civil de 1881, toda vez que la vigente LEC 1/2000, de 7
de enero, ha declarado subsistentes, según su Disposición Derogatoria
Única 1, excepción 3.ª, dichos preceptos “hasta la vigencia de la Ley sobre
cooperación jurídica internacional en materia civil”, que aún no ha sido promulgada ni parece previsible su aparición a corto plazo.
Dicho procedimiento, en síntesis, viene a considerar que, salvo disposición en contra establecida por Tratado u otras normas internacionales, la
competencia en virtud del artículo 955 de la Ley Enjuiciamiento Civil de
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1881, modificado por el artículo 136 de la Ley 62/2003, de 30 de
diciembre, de Medidas fiscales, administrativas y del orden social, se establece a favor de “los Juzgados de Primera Instancia del domicilio o lugar
de residencia de la parte frente a la que se solicita el reconocimiento o ejecución, o del domicilio o lugar de residencia de la persona a quien se refieren los efectos de aquéllas; subsidiariamente la competencia territorial se
determinará por el lugar de ejecución o donde aquellas sentencias y resoluciones deban producir sus efectos” en lugar de cómo venía hasta ahora
atribuida a la Sala Primera, de lo Civil, del Tribunal Supremo, el cual después de oír a la parte contra la que se dirija y al Ministerio Fiscal, declarará mediante auto firme por naturaleza, si debe darse o no cumplimiento a
dicha ejecutoria. Adviértase que el artículo 85 de la LOPJ, según redacción dada por la Ley Orgánica 19/2003, de 23 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial, establece que los Juzgados de Primera Instancia conocerán “de las solicitudes
de reconocimiento y ejecución de sentencias y demás resoluciones judiciales y arbitrales extranjeras, a no ser que, con arreglo a lo acordado en los
tratados y otras normas internacionales, corresponda su conocimiento a
otro juzgado o tribunal”. Asimismo, la misma Ley Orgánica ha suprimido el apartado 4º del artículo 56 que era el que establecía esa competencia a favor de la Sala Primera del Tribunal Supremo.
Denegándose el cumplimiento, se devolverá el laudo a la parte que lo haya
presentado. Téngase en cuenta que el párrafo segundo del art. 958 de la
Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881, que establecía que si por el contrario se otorgaba el exequátur, se comunicaba el auto a la Audiencia
Provincial en cuya demarcación estuviere domiciliada la parte condenada,
para que ésta a su vez diera la orden pertinente al Juez de Primera Instancia
del partido correspondiente a dicho domicilio o del lugar en que debiera
ejecutarse el laudo, a fin de proceder a la realización forzosa que procediera en función del contenido de dicho laudo arbitral extranjero, ha sido
derogado por la Disposición derogatoria única de la Ley Orgánica
19/2003, de 23 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 6/1985,
de 1 de julio, del Poder Judicial., Por tanto, si se otorga el exequátur, la ejecución se llevará de acuerdo a las normas generales de la LEC del 2000.
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Disposición Adicional Única.
ARBITRAJES DE CONSUMO.
Esta ley será de aplicación supletoria al arbitraje a que se refiere la
Ley 26/1984, de 19 de julio, general de defensa de consumidores y
usuarios, que en sus normas de desarrollo podrá establecer la decisión en equidad, salvo que las partes opten expresamente por el arbitraje en derecho.
Antecedentes
Ley 26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios: Capítulo VIII. Garantías y responsabilidades:
Art. 31; y Disposición Adicional Primera. Cláusulas abusivas: Ap. V. 26.
Ley 22/2003, de 9 de julio, Ley Concursal: Disposición Final Trigésima
Primera.
Comentario
Los arbitrajes de consumo aparecen contemplados en el artículo 31 de la
Ley 26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los Consumidores
y Usuarios, donde se establece, en su primer párrafo, que, previa audiencia
de los sectores interesados y de las Asociaciones de consumidores y usuarios, el Gobierno establecerá un sistema arbitral que, sin formalidades especiales, atienda y resuelva con carácter vinculante y ejecutivo para ambas
partes las quejas o reclamaciones de los consumidores o usuarios, siempre
que no concurra intoxicación, lesión o muerte, ni existan indicios racionales de delito, todo ello sin perjuicio de la protección administrativa y de la
judicial, de acuerdo con lo establecido en el artículo 24 de la Constitución.
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Ese “sistema arbitral” previsto en el precepto trascrito, específicamente
concebido para resolver por vías extrajudiciales y convencionales los
conflictos surgidos en materia de consumo, aún no ha sido formal ni
materialmente creado y por ello es acertado el texto de la disposición
adicional única de la LA, ahora comentada, en el sentido de remitir a
unas futuras normas de desarrollo de la Ley citada 26/1984 con el establecimiento de un arbitraje en equidad, salvo decisión expresa de las partes por la opción del arbitraje en derecho.
Se prevé también la posible prejudicialidad penal concurrente en la
cuestión litigiosa, que impediría lógicamente el desarrollo del procedimiento arbitral en tanto en cuanto no fuere resuelta con carácter previo, dado el carácter preferente del orden jurisdiccional
penal sobre cualquier otro, según dispone de forma expresa el artículo 10.2.
En los dos párrafos siguientes del mismo artículo 31 de la Ley 26/1984,
que está siendo comentado, se dispone que el sometimiento de las partes al sistema arbitral será voluntario y deberá constar expresamente por
escrito, así como la previsión de que los órganos de arbitraje estarán
integrados por representantes de los sectores interesados, de las organizaciones de consumidores y usuarios y de las Administraciones públicas,
dentro del ámbito de su competencia.
La Disposición Final Trigésima Primera de la Ley 22/2003, de 9 de
julio, conocida como Ley Concursal, ha añadido un cuarto apartado a
este artículo 31 de la Ley 26/1984 (apartado que entrará en vigor el día
1 de septiembre del presente año 2004), en virtud del cual quedarán sin
efecto los convenios arbitrales y las ofertas públicas de sometimiento al
arbitraje de consumo formalizados por quienes sean declarados en concurso de acreedores; disponiéndose a tal fin que el auto de declaración
de concurso será notificado al órgano a través del cual se hubiere formalizado el convenio y a la Junta Arbitral Nacional, quedando desde ese
momento el deudor concursado excluido a todos los efectos del sistema
arbitral de consumo.
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De cualquier modo, la Disposición Adicional Única de la LA se limita a
recoger de forma expresa el carácter supletorio de ésta ley frente a la que
establece el arbitraje de consumo, por el principio general de hermenéutica legal en la interpretación y aplicación de las leyes de que la ley especial prevalece frente a la general. Aunque la dicción literal de dicha
Disposición Adicional sólo hace referencia al arbitraje de consumo, no
existe en realidad obstáculo alguno para considerar extendido el principio de supletoriedad de la LA a toda norma de nuestro ordenamiento
jurídico que regule o desarrolle cualquier índole de arbitraje, sea de la
materia que sea, sin tener por qué circunscribirla únicamente al llamado
“de consumo”.
De hecho, el artículo 1, apartados 2 y 3 LA menciona de forma expresa
que esta ley será supletoria a los arbitrajes previstos en otras leyes, y únicamente contiene la salvedad de que quedan excluidos del ámbito de aplicación de esta ley los arbitrajes laborales. Hay que entender que el mandato expresado de forma directa en el apartado 1 de este mismo artículo,
según el cual queda enunciado de manera genérica que esta ley se aplicará a los arbitrajes que se celebren dentro del territorio español, sean internos o internacionales, sin perjuicio de lo establecido en tratados en los que
España sea parte o en leyes que contengan disposiciones especiales sobre
arbitraje, lleva implícito que en efecto también cabe entender en la mens
legislatoris que la aplicación de esta Ley también alcanzará a todos los
demás arbitrajes contemplados por la legislación española, siquiera con el
carácter de supletorio o complementario.
Esta exclusión de “los arbitrajes laborales” ya aparecía en la LA de 1988
(artículo 2.2). Posiblemente una de las razones que justifican la excepción,
si no la más poderosa, esté en el hecho de que, en el ámbito de los mal
denominados arbitrajes laborales, presididos por un carácter eminentemente tuitivo como ocurre con la propia legislación del orden jurisdiccional social contemplada en su aspecto sustantivo, es especialmente importante la potenciación que estas relaciones han mostrado a nivel institucional y sindical en determinadas Comunidades Autónomas, al optarse por
otras soluciones alternativas al proceso judicial en materia de resolución de
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conflictos (en el Real Decreto Legislativo 2/1995, de 7 de abril, por el que
se aprueba el texto refundido de la Ley de Procedimiento Laboral, se
regulan instrumentos típicos de solución extrajudicial como es el caso de
la conciliación extraprocesal contemplada en los artículos 63 y siguientes
de la mencionada ley) pero no precisamente el arbitraje en puridad de términos, aunque el artículo 91 del Estatuto de los Trabajadores prevea la
posibilidad de negociar e instaurar procedimientos como la mediación y
el arbitraje para la solución de controversias colectivas e igualmente para
aquellas de carácter individual, precisándose en este último caso el sometimiento expreso de las partes a dichos procedimientos.
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