la riqueza y la pobreza de las naciones

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Cuadernos Latinoamericanos de Administración
LA RIQUEZA Y LA POBREZA
DE LAS NACIONES
DAVID S. LANDEN EDITORIAL CRÍTICA
BARCELONA, MAYO DE 2000
Luis Javier Uribe Uribe MD.1
En 1776, el profesor escocés de filosofía
Adam Smith publicó su obra más importante, “Investigación sobre la naturaleza y las
causas de la riqueza de las naciones”, en la
cual estableció los fundamentos de la Economía Política moderna, en un momento
donde no existía ninguna teoría general de
la Economía, ni mucho menos estudios sobre ciencias económicas.
La gran crisis económica mundial de 1930
constituyó aparentemente el fin de la creencia en la doctrina del laissez faire, y dio paso
a la llamada revolución Keynesiana, que promulgaba, entre muchas cosas, la aparición
2
del llamado “Estado de bienestar”.
En el momento de la aparición de su obra,
apenas despuntaba en Inglaterra el fenómeno de la Revolución Industrial, que cambiaría por completo la vida del hombre sobre la
tierra. En su obra, Smith desarrolla la idea,
credo del liberalismo económico, de que el
egoísmo individual conduce al camino del
orden, el bienestar y la prosperidad de las
naciones. En ella, el autor analiza el concepto de mercado y plantea la necesidad de
aumentar la riqueza de una nación a través
de la especialización y la división del trabajo.
Pocas décadas después, hay un resurgir de
la doctrina liberal, el llamado neoliberalismo, influido por el pensamiento de ideólogos como Friedrich von Hayec y Murray Rothbard y adoptado como política de gobierno por Margaret Thatcher en Inglaterra y
Ronald Reagan en Estados Unidos. El colapso de la utopía marxista en 1989 abre las
puertas a la globalización de la política de
economía de mercado y de privatización,
tendientes a disminuir el tamaño y el papel
del Estado en la vida económica, doctrina
que hoy se impone en el mundo. Muestra
del pensamiento de los ideólogos del neoliberalismo son estas afirmaciones:
La teoría del liberalismo económico de Smith marcó el rumbo de los Estados industrializados en los siguientes 100 años, pero
pronto se vio que su teoría pecaba de exceso de optimismo, ya que la realidad observada fue la de una creciente desigualdad económica entre las naciones y los individuos
en detrimento del bienestar general, situación que propició la aparición de personajes
como Karl Marx y sus doctrinas, que pronto
se presentaron como alternativa para la teoría liberal.
“La democracia se ha tornado inmoral. Los
estados invaden la intimidad individual. La
llamada justicia social es una ficción, nadie
sabe en que consiste. Gracias a este término vago, cada grupo se cree en el derecho
de exigir al Gobierno ventajas particulares.
Esta perversión conduce en último término
al empobrecimiento general y al desempleo,
ya que los recursos disponibles para la producción de riqueza se agotan indefectiblemente. La población mundial es tan numerosa que sólo la economía capitalista conse-
1
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Medico Cirujano, Profesor Titular Universidad El Bosque, Director Especializacion en Epidemiologia
Zschirnt C. Libros. Colombia. Taurus. 2004. pp. 127-130
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Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas
guirá alimentarla. Si el capitalismo se hunde, el Tercer Mundo morirá de hambre” Frie3
drich von Hayeck.
“El Estado no es otra cosa que una asociación de individuos que están de acuerdo entre si para hacerse llamar Estado. Estos hombres y mujeres se han fijado como objetivo
ejercer el monopolio legal de la violencia y la
extorsión de fondos. El Estado es el Mal Absoluto; todo puede ser privatizado, incluyendo
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la Justicia y la Defensa” Murray Rothard.
Para finales del siglo XX, el profesor emérito
de Economía e Historia de la Universidad de
Harvard, el británico DAVID S LANDES, publica su obra cumbre “La riqueza y la pobreza
de las naciones”, desafiando el concepto de
Paul Samuelson, premio Nobel de Economía,
quien sostenía: “No se ha arrojado nueva luz
acerca de la razón por la cual los países pobres son pobres y los países ricos son ricos”.
En una obra de 600 páginas, con una bibliografía de más de 1500 títulos, el autor revisa de manera amena, salpicada de enorme
erudición, lo que ha sido el proceso de desarrollo económico de las regiones y países
del mundo a lo largo de la historia, relacionando las causas que en su opinión actúan
como motores de ese desarrollo, desigual,
variable e intermitente. Entre esas causas
cita las desigualdades geográficas, la cultura incluyendo el desarrollo económico y tecnológico, las creencias religiosas, el colonialismo y muchas otras.
Hablando sobre las desigualdades geográficas y climáticas, cita a John Kenneth Galbraith: “Si marcáramos una franja de 3.200
kilómetros de ancho en torno a la tierra, a
la altura del Ecuador, no se vería en su interior ningún país desarrollado. El nivel de vida
es bajo allí y la duración de la vida humana,
corta” (p. 20). Dice el autor: “No resulta por
lo tanto accidental que el asentamiento de
las poblaciones y la civilización siguiera los
cauces de los grandes ríos, que ofrecen agua
en los puntos de recogida y con ella un de3
4
pósito anual de tierra fértil: pensemos en el
Nilo, el Indo, el Tigris y el Eufrates”(p. 29).
En relación con los acontecimientos políticos, dice: “En el año 732, Carlos Martel,
abuelo de Carlomagno, dirigió a un ejército
de caballeros contra los invasores árabes
cerca de Tours, poniendo un límite occidental a lo que había parecido una expansión
musulmana imparable. Gibbons resalta la importancia de esta batalla señalando que, de
haber ganado los árabes, toda Europa estaría ahora leyendo El Corán y todos los varones habrían sido circuncisos” (p. 34).
“En el siglo X Europa comenzó a dejar atrás
grandes calamidades. Invasiones, saqueos y
rapiñas inflingidos por los enemigos que la
rodeaban (vikingos, sarracenos, magiares). Se
ha sugerido que este fin de las hostilidades y
el peligro puso prácticamente a Europa en la
senda del crecimiento y el desarrollo. Es el
clásico punto de vista de los economistas: el
crecimiento es natural y se presentará en
cuanto surja una ocasión propicia e impere
un mínimo de seguridad” (p. 43).
Pero “Europa, después de siglos de opresión,
de ser víctima de los invasores, pasó al ataque después del siglo XI. Las Cruzadas, (la
primera data de 1096) constituyen una manifestación de ese empuje hacia el exterior.
En parte, se fomentan como un modo de
sublimar la violencia destructiva y encauzarla hacia el exterior. Era una sociedad belicosa. Las Cruzadas renovaron la guerra
secular de la cristiandad contra el Islam, de
una fe contra otra, en este caso en el corazón del campo enemigo. En teoría, no cabía
causa más sagrada, pero en la práctica, como
sucede siempre, este propósito idealista
encubría malhechores y codiciosos consumados. La invasión cruzada no cuajó: los
musulmanes expulsaron a los intrusos y desde entonces han celebrado este éxito como
una muestra de la voluntad divina” (p. 73).
Hablando de la influencia del descubrimiento de América en el desarrollo económico
Citado por Sorman G. Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo. Colombia. Seix Barral. 1991. p. 191
Ibid. p 194
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dice: “Como en la mayoría de las subversiones iconoclastas de la tradición, el ataque a
Colón, o más precisamente, a lo que vino
después de su llegada, tiene mucho de verdad, mucho de disparate y algunas irrelevancias. La verdad reside en el destino desafortunado de los pueblos indígenas que encontraron los europeos en el nuevo mundo.
Con algunas excepciones raras, triviales y
sin trascendencia, fueron tratados con desprecio, violencia y una brutalidad sádica.
Fueron prácticamente aniquilados por los
microbios y virus que los europeos llevaban
consigo sin saberlo. Se les arrebató la tierra, la cultura y la dignidad. No tienen nada
que celebrar.
El disparate radica en los sofismas acerca
del descubrimiento. ¿Cómo pudo Colón descubrir el Nuevo Mundo, si siempre había estado allí? Los nativos conocían su tierra.
Fueron ellos quienes la habían descubierto,
mucho antes. Además, no hay duda de que
Colón no sabía a donde iba. En 1492, lo que
pasó fue que los pueblos indígenas descubrieron a Colón” (pp 71-73)
Hablando de la relación entre la religión y el
desarrollo económico, la explicación más polémica es la que formuló el sociólogo alemán Max Weber en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” publicada en 1904, donde sostiene la tesis de que
el protestantismo, y más concretamente sus
ramas calvinistas, fomentaron la aparición
del capitalismo moderno, esto es, el capitalismo industrial. La tesis de Weber suscitó
toda clase de rechazos, particularmente de
los católicos romanos que se oponían a la
predestinación y de los historiadores materialistas, ya que su teoría refutaba abiertamente a Marx. No faltaron quienes adujeron
que fue la aparición del capitalismo la que
generó el protestantismo, o que el protestantismo atrajo al tipo de gente, comerciantes, artesanos, entre cuyos valores ya se
encontraba el trabajo duro y el éxito en los
negocios.
LANDES expresa su opinión sobre el particular: “La tesis de Weber, en mi opinión, es
que en aquel momento y en aquel lugar (nor-
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te de Europa, siglos XVI a XVIII) la religión
fomentó el florecimiento de un tipo de hombre que hasta ese momento había sido excepcional y fortuito, y que ese hombre creó
una economía nueva (un nuevo modo de
producción) que conocemos como capitalismo) (p. 72).
Amplio espacio dedica al tema de la Revolución Industrial: “La Revolución Industrial registrada en Inglaterra cambió el mundo y
las relaciones mutuas entre estados y naciones. Por razones de poder, cuando no de
prosperidad, los objetivos y la aplicación de
la política económica cambiaron” (p. 218).
“En el mundo europeo, caracterizado por la
competencia por el poder y la propiedad,
Gran Bretaña se convirtió en el principal
objetivo de emulación desde principios del
siglo XVIII”.
“Debe compararse el rápido desarrollo de Inglaterra y luego otros países como Francia,
Alemania y los Países Bajos. Se compara este
hecho con el tardío desarrollo industrial de
la Europa mediterránea, en particular de Italia, España y Portugal. Todos ellos padecían
intolerancia religiosa e intelectual, y todos
ellos se caracterizaban por la inestabilidad
política. La tasa de analfabetismo explica
igualmente la situación. En torno a 1900,
cuando sólo el 3% de la población de Inglaterra era analfabeta, la cifra para Italia era
del 48%, el 56% para España y el 78% para
Portugal” (p. 253).
Hablando de la influencia del entorno político dice que “Rusia, de hecho, era una gigantesca prisión, y con la excepción de algunos meses de 1917 y los años transcurridos desde la década del 90, no dejó nunca
de serlo. Aún más pobres y atrasados que
Rusia estaban los países balcánicos, la mayoría de ellos atrapados por la ineficiencia
del yugo otomano, la tiranía de una sociedad aún más primitiva que la suya” (p. 237).
Sobre la influencia de los factores y valores
culturales en el proceso de desarrollo, no
tiene ninguna duda. Hablando del éxito del
Japón como el mejor amo colonial de la histo-
Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas
ria, refiriéndose a Corea del Sur y Taiwán,
opina que este éxito es reflejo de la cultura
de estas sociedades. “la estructura familiar, el
valor del trabajo, el concepto de una causa
común. Lo digo con plena conciencia de que
muchos economistas no conceden importancia a la cultura, que no puede medirse, y que
según distintos expertos, no sirve más que de
estorbo a las buenas ideas” (p. 399).
“No es la ausencia de dinero lo que frena el
desarrollo. El impedimento fundamental es
la ausencia de conocimiento y la falta de pericia. Dicho de otro modo, la falta de habilidad para usar el dinero” (p. 252).
Refiriéndose a la dificultad que atravesaron
durante mucho tiempo los historiadores de
la economía, cita a Theodore Schultz, premio Nobel de Economía: “Los primeros economistas no trabajaban sumergidos en un
mar de datos. Podían evitarse la carga de
trabajo que supone aportar pruebas estadísticas. Confiaban en la historia y en la observación personal. Hoy sólo nos fiamos de
los datos indiscutibles y sólo si los avala la
teoría” (p. 188).
Ya en la parte final, LANDES afirma: “El balance de nuestro milenio parece bastante claro. De un mundo de imperios y reinos grandes y pequeños, con un cierto equilibrio en
el reparto de la riqueza y el poder, hemos
pasado a un mundo de naciones estado, algunas más ricas y poderosas que otras. De
centenares de millones de habitantes, hemos pasado a seis mil millones. Empezamos
trabajando con herramientas modestas aunque ingeniosas; hoy dominamos máquinas
enormes y fuerzas invisibles. Nos hemos des-
embarazado de la magia y la superstición,
hemos pasado de los experimentos torpes y
la observación inteligente a un acervo inmenso y en continuo crecimiento de conocimientos científicos, que generan una corriente continua de aplicaciones útiles” (p. 467).
Sobre la línea histórica que rechaza el eurocentrismo, afirma: “Esta línea de pensamiento antieurocéntrico es simple y llanamente
antiintelectual, además de que la contradicen los hechos. Pero es muy popular, especialmente entre los occidentales supuestamente chovinistas. Los nuevos globalistas,
al no apreciar el mensaje, quieren matar al
mensajero, tratando de negar la historia. La
hegemonía europea es un hecho histórico.
Lo que deberíamos hacer es preguntarnos
el porqué, ya que las respuestas nos ayudarán a comprender el hoy y a anticipar el
mañana” (p. 469).
Se trata verdaderamente de una obra extraordinaria en su planteamiento y desarrollo, que en forma de apasionante y fácil relato muestra la gran epopeya del progreso
humano, hasta alcanzar el momento actual.
Comentando el libro, John Kenneth Galbraith
dice: “Sencillamente maravilloso. No hay
duda de que este libro hará de David Landes una figura de primera magnitud en su
campo de estudio y en su tiempo”.
Por su parte, Eric Hobsbawm , el gran historiador, opina: “Landes ha escrito poco menos que la historia del desarrollo económico
del mundo. El es uno de los pocos historiadores vivos cualificados para escribirla, y hay
muy pocos historiadores que no se sentirían
orgullosos de haber escrito este libro”.
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