Restauración imperial en la Europa medieval 25-ene-2011 Juan Antonio Cantos Bautista Emperador Otón III -http://www.biografiasyvidas.com Intentos de restauración del viejo ideal imperial romano en las dinastías germánicas de la Alta Edad Media: Carolingios y Otónidas. La caída del Imperio Romano de Occidente (siglo V d.C.) fue uno de los hitos históricos fundamentales que caracterizan el paso de la Antigüedad a la Edad Media. Considerado en la mentalidad colectiva y la cultura medieval, en general, como un hecho de significados y consecuencias catastróficas, el fin mismo de la civilización conocida en Occidente -si bien el Imperio siguió vivo en su vertiente oriental, Bizancio-, numerosos reyes germánicos intentaron repetidamente recuperar aquel sueño, retomando sus ideales políticos y buscando restablecer la ecumenicidad y grandeza de una Europa unida bajo un solo poder. Carlomagno y su imperio Pero la Roma de los siglos VIII-X no era ya la de los emperadores, sino la de los pontífices y las familias aristocráticas enfrentadas. Y los posibles nuevos sucesores del imperium no iban a ser ya latinos, sino miembros de las dinastías que gobernaban la nueva Europa surgida tras las invasiones bárbaras. Esto daría connotaciones propias, peculiares, al nuevo ideal imperial, en donde se iban a fusionar lo nuevo (germánico) con lo clásico (romano). Será Carlomagno, rey de los francos (768-814), quien restablezca por primera vez en tres siglos el ideal del Imperio, bajo la forma de una Europa unificada bajo una sola monarquía cristiana que controlaba la mayoría de las actuales tierras del Reino Franco (Alemania y Francia), Lombardía y Suiza; es decir, casi la mitad de Occidente. Aparte quedaban el Imperio Bizantino (Constantinopla), las Islas Británicas, la Península Ibérica, dominada casi totalmente por los musulmanes (Al-Andalus) a excepción de la Marca Hispánica y la Cordillera Cantábrica -si bien sus monarcas astur-leoneses buscaron siempre el apoyo militar de los carolingios-; y los territorios del Este y Norte de Europa, repartidos entre los nuevos grandes pueblos invasores del momento (eslavos, magiares, vikingos). La coronación imperial de Carlomagno en la Navidad del año 800, acto oficial lleno de resonancias "romanas", fue una de las fechas trascendentales del Medioevo, a la par que simbolizaba la teórica sumisión del Papado al nuevo emperador, Carlomagno, convertido en protector legítimo de los Estados Pontificios y de Roma. Pero una vez muerto Carlomagno en el 814, las deficiencias de las leyes francas sobre herencias y sucesiones, dispersaron el patrimonio territorial entre sus numerosos hijos y nietos. Si bien se decretó que la dignidad imperial recayese únicamente sobre uno de ellos (Ordenatio Imperii, 817), quedando los demás reyes subordinados a su autoridad, a la postre el frágil Imperio carolingio acabó dividido en varios reinos independientes, tras diversas guerras entre los sucesores de Carlomagno. Incluso el rol del emperador quedaría relegado a una mera dignidad simbólica, un poder nominal, sin apenas validez fuera de los dominios estrictamente imperiales. Los Otónidas y la renovación imperial La germánica dinastía de los Otónidas (912-1024), también llamada Casa Real de Sajonia o Liudolfinos a secas, fundada por Enrique I el Pajarero (919-936) en lo que entonces se denominaba Francia Oriental (Alemania), es el siguiente gran episodio fundamental de aquellas tentativas de renovación del Imperio Romano occidental en la Europa altomedieval. La Renovatio Imperii ("Renovación del Imperio") fue la base ideológica de la política otónida. El principal teórico e impulsor de este proyecto político fue Gerberto de Aurillac, futuro Papa Silvestre II: el emperador, en su rol de vicario de Cristo, debía hacer de Roma la sede de un imperio cristiano universal equivalente en sus dimensiones y poderío al Imperio Romano en tiempos de Constantino el Grande. Desde que Otón I fue coronado Emperador en el año 961, los miembros de su dinastía buscarían constantemente identificar el viejo Imperio Romano con sus propios dominios, y a ellos mismos con los Césares de la Antigüedad. Por ejemplo, la coronación imperial de Otón I (996) en sí misma, sintetiza a la perfección por su terminología empleada y su simbolismo estas ideas. Durante la ceremonia, Gerberto de Aurillac se dirigió a él, públicamente, como "Nuestro Augusto, Emperador de los Romanos". Efectivamente, Otón I recibió, por aclamación, el título de Imperator Augusto Romanorum. Asimismo el sello imperial de los otónidas llevaría inscrito el no menos evocador lema latino Renovatio Imperii Romanorum ("Renovación del Imperio de los Romanos"). Sacro Imperio Romano Germánico El Sacro Imperio Romano Germánico recién fundado por los Otónidas, bebía directamente de dos fuentes: una anterior, o tradicional en la Alemania del siglo X, el desaparecido Imperio carolingio, cuyo recuerdo seguía muy vivo. Y otra más antigua, pero aún vigente en tiempos de Otón I, la bizantina. Ambas tradiciones políticas fueron vistas por igual como modelos a seguir por el nuevo Imperio. La obsesión de aquella dinastía sajona por vincularse espiritual y políticamente con los Césares, se observa en todos los Otónidas hasta Enrique II (santo): por ejemplo, en el casamiento políticamente ventajoso de Otón II con una princesa bizantina, Teófano; o en la coronación imperial de Otón III, realizada por un papa de su hechura, Gregorio V -en verdad su primo Bruno de Carintia- en la capilla palatina de Aquisgrán. La elección de Aquisgrán, la vieja capital carolingia, para aquella ceremonia, o las peregrinaciones de Otón III a la tumba de Carlomagno, o a la de San Adalberto de Praga en Gniezno (Polonia), estaban impregnadas de ecos simbólicos del Imperium mundi. No obstante, se debe advertir que aquella pomposa renovatio acabaría fracasando parcialmente, igual que la de Carlomagno. Pese a ciertos sonoros éxitos -sobre todo con Otón I y Otón III- en la cristianización de pueblos paganos, toda aquella abigarrada teoría imperial, imperfecta o inacabada, chocaría frontalmente con las realidades del momento. Las energías de los gobernantes se vieron siempre dispersas entre los agotadores requerimientos de un Estado inmenso, inabarcable, cuyos problemas, ante la ausencia de una administración eficiente, implicaban forzosamente la itinerancia de la corte, siempre siguiendo al emperador allá donde fuera. Asimismo las constantes revueltas nobiliarias (Crecencio, Tusculum,...) y disputas familiares sobre las sucesiones políticas -cuestión heredada de los carolingios, y aún sin resolver convenientemente-, se verían agravadas por las eventuales invasiones vikingas, sarracenas (musulmanes) y eslavas. Así, la autoridad real otónida pendería siempre de un finísimo hilo, un equilibrio difícil de mantener. Copyright del artículo: Juan Antonio Cantos Bautista. 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