rEVISIÓN Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson: mitos y realidades María Rosario Luquin, Pedro J. García-Ruiz, María José Martí, Ana Rojo, Lydia Vela, Francisco J. Grandas, Mariano Bravo-Utrera, Juan Andrés Burguera, José R. Chacón, Víctor M. Campos-Arillo, Carmen Durán-Herrera, José Manuel Fernández-García, Rocío García-Ramos, Juan Carlos Gómez-Esteban, Javier Gutiérrez, Juan Juni, Marina Mata, Juan Carlos Martínez-Castrillo, Jesús Olivares, Renée Ribacoba-Montero, Diego Santos-García, María Sierra, Caridad Valero-Merino Resumen. Durante los últimos años hemos sido testigos de una utilización preferente de agonistas dopaminérgicos (AD) como tratamiento de la enfermedad de Parkinson (EP), con la intención de retrasar en lo posible el desarrollo de fluctuaciones y discinesias. Sin embargo, la levodopa continúa siendo el fármaco antiparkinsoniano más eficaz y, probablemente, el que mejora un mayor número de síntomas de la enfermedad. En este artículo se ha realizado una revisión exhaustiva de la literatura por parte de un grupo de neurólogos expertos y miembros del Grupo de Trastornos del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología sobre los beneficios y riesgos del tratamiento con levodopa en pacientes con EP. La principal conclusión de este artículo es que la levodopa continúa siendo el tratamiento más eficaz para la EP. Aunque el riesgo y la incidencia de desarrollar discinesias se mantiene en un nivel menor en el grupo tratado inicialmente con AD, el número de pacientes que desarrollan discinesias incapacitantes es muy bajo en todos los estudios y similar para los AD y la levodopa, y las escalas de calidad de vida son también similares en ambos grupos, lo que cuestiona el impacto que estas complicaciones motoras tienen sobre la calidad de vida de los pacientes con EP. A la vista de estos resultados, deberíamos plantearnos si está justificado privar a los pacientes del buen control de los síntomas que proporciona la levodopa por el temor a que desarrollen discinesias o fluctuaciones motoras leves que no van a mermar su calidad de vida. A ello hay que añadir la posibilidad de que desarrollen efectos secundarios graves, que son más frecuentes con el uso de AD. Palabras clave. Agonistas dopaminérgicos. Calidad de vida. Complicaciones motoras. Enfermedad de Parkinson. Levodopa. Síntomas no motores. Introducción La levodopa se sintetizó por primera vez en 1911 en el laboratorio de Casimir Funk. Trascurrieron casi 10 años hasta que diversos investigadores determinaron que la levodopa era una sustancia biológicamente activa. La dopamina fue identificada en el cerebro de los mamíferos a finales de los años cincuenta, y fue Carlsson quien describió por primera vez que la levodopa ejercía un efecto estimulante en el cerebro [1-4]. En los años sesenta, Isamu y Sano [5] describieron la distribución de catecolaminas en el cerebro humano y determinaron que la dopamina está localizada en estructuras como el núcleo lentiforme y el núcleo caudado. En 1960 ocurrió un hallazgo importante que relaciona la aparición de los síntomas de la enfermedad de Parkinson (EP) con una deficiencia en la concentración de dopamina en el cerebro [1]. En 1961, dos grupos de investigadores, Barbeau en Montreal [6] y Birkmayer y Hornykiewicz en Viena [7], demostraron de forma independiente que la administración de www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 levodopa por vía oral o intravenosa reduce de forma significativa todos los síntomas de la enfermedad, pero la respuesta que obtuvieron fue de corta duración. En 1967, Cotzias et al administraron dosis más elevadas de levodopa (3-16 g/día) [8] durante un tiempo prolongado y demostraron cómo la levodopa mejoraba de forma significativa y mantenida todos los síntomas de la enfermedad. La levodopa se comercializó en Estados Unidos en el año 1970, y la forma que combina levodopa y carbidopa está disponible en el mercado desde el año 1975. Desde su introducción en el tratamiento de la EP, hace ya más de 40 años, la levodopa continúa siendo el criterio de referencia del tratamiento sintomático de esta entidad [9]. Además, su impacto sobre los síntomas de la enfermedad ha sido tan espectacular que la existencia de una respuesta clínica a levodopa –definida como una reducción entre el 25-30% en la Unified Parkinson Disease Rating Scale (UPDRS) III– es uno de los criterios diagnósticos de esta enfermedad [10]. Sin embargo, un porcentaje importante de pacientes tratados con le- Servicios de Neurología. Clínica Universidad de Navarra; Pamplona, Navarra (M.R. Luquin). Fundación Jiménez Díaz; Madrid (P.J. GarcíaRuiz). Hospital Clínic; Barcelona (M.J. Martí). Hospital de Alcalá de Henares; Alcalá de Henares, Madrid (A. Rojo). Fundación Alcorcón; Alcorcón, Madrid (L. Vela). Hospital Gregorio Marañón; Madrid (F.J. Grandas). Hospital Regional Universitario Carlos Haya; Málaga (M. Bravo-Utrera). Hospital La Fe; Valencia (J.A. Burguera). Hospital Infanta Luisa; Sevilla (J.R. Chacón). Hospital Xanit Internacional; Benalmádena, Málaga (V.M. CamposArillo). Hospital Universitario Infanta Cristina; Badajoz (C. DuránHerrera). Hospital de Basurto; Bilbao (J.M. Fernández-García). Hospital Clínico San Carlos; Madrid (R. García-Ramos). Hospital de Cruces; Bilbao (J.C. Gómez-Esteban). Hospital Universitario San Cecilio; Granada (J. Gutiérrez). Hospital General Universitario; Valencia (J. Juni). Hospital del Norte; San Sebastián de los Reyes, Madrid (M. Mata). Hospital Ramón y Cajal; Madrid (J.C. Martínez-Castrillo). Hospital Torrecárdenas; Almería (J. Olivares). Hospital Central de Asturias; Oviedo, Asturias (R. Ribacoba-Montero). Hospital Arquitecto Marcide; Ferrol, A Coruña (D. Santos-García). Hospital Universitario Marqués de Valdecilla; Santander, Cantabria (M. Sierra). Hospital Arnau de Vilanova; Valencia (C. Valero-Merino). Correspondencia: Dra. María Rosario Luquin Piudo. Departamento de Neurología y Neurocirugía. Clínica Universidad de Navarra. Avda. Pío XXI, 36. E-31008 Pamplona (Navarra). E-mail: [email protected] Declaración de intereses: Los autores manifiestan no tener ningún conflicto de interés ni haber recibido financiación alguna para este trabajo. 669 M.R. Luquin, et al Agradecimientos: A Laboratorios Novartis-España y, en especial, a Ramón Portillo, Javier Ricart y Carlos Enrique Navarro, por su colaboración en la elaboración del manuscrito. Aceptado tras revisión externa: 08.10.12. Cómo citar este artículo: Luquin MR, García-Ruiz PJ, Martí MJ, Rojo A, Vela L, Grandas FJ, et al. Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson: mitos y realidades. Rev Neurol 2012; 55: 669-88. © 2012 Revista de Neurología vodopa desarrolla complicaciones motoras en forma de fluctuaciones motoras y discinesias al cabo de varios años de haber comenzado el tratamiento. Lejos ha quedado ya la sospecha de la posible toxicidad de la levodopa como responsable de estas complicaciones, pero muchos neurólogos, ante el temor de que aparezcan precozmente discinesias o fluctuaciones en sus pacientes, retrasan al máximo la administración de levodopa, y quizás todos hemos contribuido de alguna forma a crear la ‘levodopafobia’, práctica que ahora resulta difícil eliminar. El tratamiento con agonistas dopaminérgicos (AD) se asocia a un riesgo menor de desarrollar discinesias, pero en muchos casos esta ventaja trae consigo alcanzar un menor beneficio motor, una peor calidad de vida, un peor control de síntomas no motores de la enfermedad y un mayor riesgo de desarrollar efectos secundarios, como los trastornos del control de impulsos, alucinaciones o ataques de sueño. Por ello, muchos autores propugnan que la levodopa en dosis bajas podría consi­derarse como una alternativa de tratamiento inicial para la EP. En este artículo se revisa el impacto que la levodopa ha tenido y sigue teniendo sobre los síntomas motores y no motores de la enfermedad, sobre la progresión de la enfermedad y sobre la calidad de vida de los pacientes con EP. Ello nos ayudará a entender por qué la levodopa continúa siendo hoy en día el criterio de referencia para tratar la mayoría de los síntomas motores y algunos no motores de la EP. Impacto de la levodopa sobre los síntomas motores de la enfermedad Aunque la experiencia clínica con la utilización de levodopa lleva más de cuatro décadas, existen solamente dos estudios que hayan comprobado su eficacia clínica frente a placebo. Uno de ellos se remonta al año 1969 y fue realizado por Yahr et al [11]. En este estudio, los autores demostraron cómo dosis de levodopa mayores de 8 g/día durante seis meses proporcionan una mejoría significativa de los síntomas motores de la enfermedad. Sin embargo, aunque la mejoría fue espectacular, en este estudio quedó ya reflejado lo que constituirá un problema importante en el tratamiento de la EP con levodopa: la aparición de movimientos involuntarios incapacitantes en un número importante de pacientes. El estudio doble ciego más reciente y mejor diseñado fue realizado en 2004 por el Parkinson Study Group (estudio ELLDOPA) [12]. Este estudio incluyó un total de 361 pacientes con una edad media de 65 años, que fueron aleatorizados 670 para recibir en monoterapia levodopa/carbidopa en tres dosis diferentes de 150, 300 y 600 mg/día o placebo durante 40 semanas. La primera variable de eficacia fue la diferencia en la UPDRS total entre la valoración basal y la realizada al cabo de 42 semanas, una vez interrumpido el tratamiento (dos semanas después). Los resultados mostraron que el tratamiento con levodopa reducía significativamente y en una forma dependiente de la dosis el empeoramiento que experimentaban los síntomas motores de la EP en el grupo tratado con placebo, diferencia que continuaba siendo significativa incluso dos semanas después de interrumpir el tratamiento. Al analizar los cambios en las subescalas motoras de la UPDRS, se observó un empeoramiento de 5,2 puntos en el grupo tratado con placebo frente a un 1,4, 1,4 y –1,4 puntos de cambio experimentado por los pacientes que recibieron 150, 300 y 600 mg de levodopa. No se disponen de datos que permitan analizar cuáles fueron los síntomas motores que mejoraron en mayor medida con la levodopa. Resultados similares se observaron al comparar las UPDRS totales entre los tres grupos de pacientes, con un deterioro de 7,8 unidades en el grupo tratado con placebo, 1,4 unidades en los grupos que reciben 150 y 300 mg de levodopa, y –1,4 unidades en el grupo tratado con 600 mg/día de levodopa. Estos resultados claramente indican que la levodopa produce una mejoría significativa y dependiente de la dosis en la UPDRS total y motora. Es importante señalar que las discinesias fueron más frecuentes en el grupo que recibió levodopa y afectaron a un total de 20 pacientes, de los cuales 15 habían tomado 600 mg/día de levodopa. No disponemos de datos referentes a la intensidad o grado de incapacidad inducida por las discinesias. Aunque las diferencias no fueron estadísticamente significativas, el freezing de la marcha fue más frecuentemente observado en el grupo tratado con placebo y el tratado con dosis bajas de levodopa que en el grupo que recibió dosis altas de levodopa. Hauser et al [13] publicaron posteriormente un análisis retrospectivo analizando los cambios que experimentaban las escalas de incapacidad motora medidas por la UPDRS entre la situación basal y las de las semanas 9 y 24 de tratamiento. Los autores concluyeron que la mejoría de la UPDRS motora fue mayor en el grupo tratado con levodopa que el tratado con placebo para todas las dosis de levodopa utilizadas. Sin embargo, los autores describieron una gran variabilidad en el porcentaje de mejoría que experimentan los pacientes de cada grupo, llegando a establecer que una mejoría de un 22% en la UPDRS motora es la variable que mejor discrimina entre un www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson paciente del grupo tratado con placebo y otro del grupo tratado con levodopa. Estos resultados indican que no todos los pacientes con EP experimentan una notable mejoría (> 50%) al inicio del tratamiento con levodopa. Basándose en los resultados de estudios preclínicos realizados en macacos parkinsonianos, más recientemente se ha estudiado la posibilidad de que la administración temprana de la asociación levodopa/ carbidopa/entacapona (LCE) pueda producir mayor beneficio motor que la combinación levodopa/carbidopa (estudio FIRST) o reducir el riesgo de desarrollar discinesias (estudio STRIDE-PD) al aportar una estimulación dopaminérgica menos pulsátil que la levodopa/carbidopa estándar. Los resultados del estudio FIRST [14] demostraron que la administración de LCE a pacientes de reciente diagnóstico produce una mejoría superior a la levodopa/carbidopa en la UPDRS total y en las escalas de calidad de vida. Sin embargo, no proporciona un beneficio en la UPDRS motora superior a la levodopa/carbidopa. En el estudio STRIDE-PD [15], la administración de LCE a pacientes parkinsonianos de reciente diagnóstico produjo la aparición más temprana de discinesias que la levodopa. En efecto, las discinesias aparecieron al cabo de 78,9 semanas de tratamiento en el grupo tratado con LCE y a las 114 semanas de tratamiento en el tratado con levodopa/ carbidopa. En la semana 134, un 48% de los pacientes que recibieron LCE presentaba discinesias frente a un 32% de los pacientes que recibían levodopa/ carbidopa. Sin embargo, el número de pacientes que desarrollaron discinesias incapacitantes al finalizar el estudio fue muy reducido y similar en ambos grupos de pacientes (8,6% en el grupo tratado con LCE frente a 6,2% en el grupo tratado con levodopa/carbidopa). Aunque el grupo tratado con LCE recibía comparativamente un 20% más de levodopa que el tratado con levodopa/carbidopa, no se observaron diferencias significativas en las variaciones de la UPDRS total y motora entre ambos grupos, si bien el tratado con LCE tenía mejores UPDRS motoras y totales que los pacientes del grupo tratado con LCE. Aproximadamente un 40% de pacientes con EP tratados con levodopa desarrolla fluctuaciones motoras y discinesias al cabo de 2-4 años de tratamiento. Este hecho ha llevado a los investigadores a utilizar otras estrategias de tratamiento, en un intento de reducir o retrasar al máximo la aparición de las complicaciones motoras. Para ello, se han diseñado varios ensayos clínicos que han comparado la eficacia y efectos secundarios del tratamiento con levodopa frente a la de los AD cuando se administran en monoterapia a pacientes con EP de novo. En ge- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 neral, todos los AD utilizados proporcionan una mejoría sintomática moderada y pueden controlar los síntomas de la enfermedad en monoterapia durante unos pocos años. Al compararlos con la levodopa, los AD producen un mayor número de efectos secundarios, como edemas, alucinaciones, somnolencia y trastornos del control de impulsos. AD como ropinirol, pramipexol, cabergolina y pergolida han sido comparados con levodopa como tratamiento inicial de la EP en estudios doble ciego controlados con placebo a lo largo de más de cinco años. Disponemos también de los resultados de extensión de estos estudios y también de los resultados a 14 años de un estudio británico diseñado para comparar bromocriptina y levodopa como tratamiento inicial de la EP. Todos ellos han demostrado que la levodopa en monoterapia es superior en cuanto a eficacia clínica a los AD y produce menos efectos secundarios, si bien el grupo tratado con AD desarrolla discinesias más tardíamente que el grupo que recibe levodopa [16]. El estudio CALM-PD [17] comparó el tratamiento inicial con pramipexol (0,5 mg tres veces al día; dosis máxima 4,5 mg) frente a levodopa/carbidopa (100/25 mg tres veces al día; dosis máxima 600 mg/ día) en 301 pacientes con EP de inicio temprano durante cuatro años. Se consideró como variable primera de eficacia el tiempo trascurrido desde el inicio del tratamiento a la aparición de cualquier complicación motora (discinesias y fluctuaciones motoras) o freezing. Se consideraron variables secundarias de eficacia los cambios en las escalas UPDRS y de calidad de vida. El tratamiento inicial con pramipexol produjo una menor incidencia de discinesias, wearing-off o fenómenos on-off que el tratamiento con levodopa (el 52% del grupo tratado con pramipexol y el 74% del grupo tratado con levodopa). Aunque las discinesias fueron más frecuentes en los tratados con levodopa (32 pacientes frente a 12 en el grupo tratado con pramipexol), el número de pacientes que desarrollaron discinesias invalidantes fue muy pequeño (cuatro y seis, respectivamente) y similar en ambos grupos. Resulta interesante resaltar que el riesgo de desarrollar freezing fue mayor en el grupo tratado con pramipexol que en el tratado con levodopa (el 37% frente al 25% de los pacientes, respectivamente). Estos resultados están en línea con los resultados publicados en el estudio ELLDOPA, en el cual el freezing mejoró de forma significativa en el grupo que recibió la dosis más alta de levodopa. Sin embargo, el control sintomático de la enfermedad medido por modificación en las escalas UPDRS motora y de actividades de la vida diaria fue superior en los pacientes que recibieron levodo- 671 M.R. Luquin, et al pa. En estos pacientes, al cabo de 48 semanas de tratamiento seguía existiendo una mejoría de 3,4 puntos en la UPDRS motora, mientras que en el grupo tratado con pramipexol se constató un empeoramiento de 1,3 puntos (diferencia entre ambos grupos de 4,9 puntos). Estas diferencias se mantuvieron a lo largo del estudio incluso en aquellos pacientes que habiendo comenzado con pramipexol recibieron posteriormente suplemento con levodopa, el cual fue necesario en el 72% de los pacientes. Los mismos resultados se obtuvieron para la UPDRS que mide actividades de la vida diaria (–1,7 para pramipexol y –0,5 para levodopa). El número de efectos secundarios (edemas, somnolencia) fue superior en el grupo tratado con pramipexol. Resulta interesante resaltar que, aunque los investigadores podían utilizar levodopa para conseguir un mayor efecto sintomático, las diferencias entre los dos grupos de pacientes con respecto a la UPDRS motora y de actividades de la vida diaria permanecieron significativas a lo largo de los cuatro años que duró el estudio. No resulta fácil explicar por qué las UPDRS del grupo tratado con pramipexol nunca se igualaron a las del grupo tratado con levodopa a pesar de haber añadido levodopa al grupo tratado con pramipexol. Una explicación podría ser la menor dosis de levodopa que recibieron los tratados con pramipexol (434 ± 489 frente a 702 ± 461 mg/ día) con respecto al grupo tratado con levodopa. El mismo grupo de investigadores publicó recientemente los resultados de esta cohorte de pacientes seis años después de iniciado el estudio [18]. En la última visita, el 81% de los pacientes originalmente aleatorizados al grupo tratado con pramipexol continuaba tomando un AD, mientras que el 47,4% de los pacientes que iniciaron tratamiento con levodopa estaba tomando un AD. Las UPDRS total, motora y de actividades de la vida diaria eran ligeramente mejores en el grupo que comenzó el tratamiento con levodopa, pero las diferencias no fueron significativas. Las complicaciones motoras en forma de fluctuaciones y discinesias continuaban siendo menos frecuentes en el grupo inicial tratado con pramipexol (discinesias del 24% frente al 36,8%; wearing-off del 44,4% frente al 58,8%). Sin embargo, solamente tres pacientes del grupo inicial tratado con pramipexol (2,8%) y cuatro del grupo inicial tratado con levodopa (3,5%) presentaban discinesias moderadamente invalidantes. La mayor incidencia de freezing observada en los pacientes que tomaban pramipexol en el análisis a los cuatro años no se observó en este estudio. Al igual que sucedió en el análisis realizado a los cuatro años, la somnolencia y los edemas fueron más frecuentes en el grupo que ini- 672 ció el tratamiento con pramipexol. Los autores concluyeron que estos resultados no aportan una evidencia suficientemente sólida para aconsejar la utilización de pramipexol frente a levodopa o como primer tratamiento para los pacientes con EP. En el estudio 056 [19] se comparó la eficacia y seguridad de ropinirol frente a levodopa como tratamiento inicial de la EP durante un período de cinco años. La variable principal de eficacia fue el tiempo trascurrido desde el inicio del tratamiento al desarrollo de discinesias. Posteriormente, el estudio se continuó con una fase de extensión abierta durante otros cinco años. Se incluyeron un total de 268 pacientes, de los cuales 179 recibieron ropinirol (dosis máxima 8 mg/3 veces al día) y 89 levodopa (dosis máxima 400 mg/3 veces al día). Al igual que en el estudio CALM-PD, los pacientes podían recibir dosis suplementarias de levodopa si no se conseguía un control adecuado de los síntomas con el tratamiento asignado. Al final del estudio (cinco años), un 84% de los pacientes que iniciaron el tratamiento con ropinirol en monoterapia había requerido una dosis suplementaria de levodopa (el 66% de los pacientes; dosis media de 427 ± 221 mg) o había abandonado el estudio. Al cabo de cinco años de seguimiento, un 20% de los pacientes del grupo tratado con ropinirol desarrolló discinesias frente a un 45% de los tratados con levodopa. Esta menor incidencia de discinesias del grupo tratado con ropinirol se consiguió a expensas de obtener un menor beneficio motor en las UPDRS. Por ejemplo, el grupo tratado con ropinirol presentó una mejoría de 0,8 ± 10,1 puntos en la UPDRS motora frente a una mejoría de 4,8 ± 8,3 puntos en la UPDRS de los pacientes que inicialmente recibieron levodopa. Si comparamos los resultados del estudio CALM-PD con los del 056, resulta llamativo cómo a los cuatro años de tratamiento con pramipexol existe un empeoramiento de 1,3 puntos en la UPDRS motora con respecto a la situación basal, mientras que en el estudio 056, a los cinco años de tratamiento con ropinirol los pacientes mantienen una mejoría de 0,8 puntos en la UPDRS. Resultados similares se observan en el beneficio sintomático producido por la levodopa en el estudio 056 con respecto al CALMPD, hallazgo que, en este caso, puede ser explicado por las dosis más altas de levodopa que recibieron los pacientes del grupo tratado con levodopa en el estudio 056 con respecto al CALM-PD. Cuarenta y dos pacientes del grupo tratado con ropinirol y 27 del tratado con levodopa del estudio inicial aceptaron participar en un estudio abierto de extensión de cinco años [20]. En la visita final, el 88,1% (n = 37) de los sujetos del grupo original tra- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson tado con ropinirol estaba tomando AD (32 ropinirol) y el 51,9% (n = 14) del grupo original tratado con levodopa estaba recibiendo un AD (nueve ropinirol). Ambos grupos estaban tomando dosis equivalentes de levodopa, pero la probabilidad de que un individuo del grupo asignado inicialmente a levodopa desarrollara discinesias fue tres veces superior a la de un sujeto que iniciara el tratamiento con ropinirol (el 52,4% de los sujetos que iniciaron tratamiento con ropinirol frente al 77,8% de los que comenzaron el tratamiento con levodopa). Sin embargo, aunque la probabilidad de desarrollar discinesias leves o moderadas fue superior en el grupo tratado con levodopa que en el grupo tratado con ropinirol, las diferencias no fueron estadísticamente significativas. La presencia de fluctuaciones motoras leves fue similar en ambos grupos, pero la posibilidad de que un sujeto desarrolle fluctuaciones motoras de moderada intensidad es superior si inicia el tratamiento con levodopa que si lo hace con un AD como el ropinirol. Resulta interesante resaltar que ambos grupos de pacientes obtuvieron un beneficio similar en las escalas UPDRS, 39-Item Parkinson’s Disease Questionnaire (PDQ-39) y escalas de sueño. Así, a lo largo de 10 años de observación, el inicio de tratamiento con ropinirol se asocia a una menor tasa de dis­cinesias, un retraso en la aparición de éstas y una menor incidencia de fluctuaciones motoras de moderada intensidad. Sin embargo, al cabo de 10 años, los pacientes que fueron asignados inicialmente al grupo tratado con ropinirol no muestran un claro beneficio funcional con respecto al otro grupo, ya que la incidencia de discinesias incapacitantes y los cambios en las escalas de calidad de vida no fueron significativamente diferentes entre ambos grupos. Los resultados apoyan la hipótesis de que, si bien el tratamiento inicial con AD se traduce en una menor incidencia de complicaciones motoras que el tratamiento con levodopa, el porcentaje de pacientes con discinesias o fluctuaciones motoras invalidantes a los 10 años es similar en ambos grupos de pacientes, y en ambos grupos tienen un impacto similar sobre la calidad de vida. En resumen, el beneficio que aportan los AD en cuanto al desarrollo de discinesias no parece que tenga una relevancia funcional a largo plazo, y hay que tener en cuenta que durante los cinco primeros años los pacientes tratados con levodopa mejoraron más en la UPDRS que los pacientes asignados al grupo de los AD. También demuestra la superioridad de la levo­ dopa en monoterapia frente a los AD un estudio doble ciego multicéntrico que reclutó un total de 420 pacientes, seguidos durante un período máximo de cinco años [21], de los cuales 211 recibieron www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 cabergolina (2,8-2,9 mg) y 209 levodopa (784 mg). El grupo que recibió cabergolina podía utilizar dosis de levodopa de rescate (media 322 mg), de tal forma que al final del estudio el grupo tratado con levodopa estaba tomando un 50% más de levodopa que el tratado con cabergolina. La presencia de complicaciones motoras se retrasó de forma significativa en el grupo tratado con cabergolina y ocurrió en un número menor de pacientes (22,3% frente a 33,7%) que en el tratado con levodopa, de tal manera que el riesgo de desarrollar complicaciones motoras fue un 50% menor en el grupo tratado con cabergolina. Esta diferencia fue especialmente relevante en el caso de las discinesias, que afectaron a un 9,5% de los pacientes del grupo tratado con cabergolina y a un 21,2% de los tratados con levodopa. Aunque ambos grupos de pacientes mostraron una mejoría significativa en las escalas UPDRS (motora y de actividades de la vida diaria) con respecto a la valoración basal, el tratamiento con levodopa se asoció a una mejoría de mayor magnitud en las escalas motoras (13,8% frente a 12,9% al cabo de un año; 18,6% frente a 17,2% al cabo de tres años; y 19,2% frente a 16,3% al cabo de cinco años, respectivamente). Con relación a la calidad de vida, ambos tratamientos produjeron una mejoría significativa en todas las escalas de calidad de vida empleadas durante los dos primeros años de tratamiento, con un empeoramiento posterior, aunque el grupo tratado con levodopa mantuvo mejores puntuaciones que el tratado con cabergolina. Sin embargo, únicamente se obtuvieron diferencias significativas entre ambos grupos de pacientes en las valoraciones realizadas a los 12 meses. Estos hallazgos están en línea con los resultados obtenidos en otros estudios realizados con AD y comentados anteriormente, en el sentido de que el mayor número de discinesias observado en el grupo tratado con levodopa no conlleva un deterioro en la calidad de vida de los pacientes. Al finalizar el estudio el grupo tratado con levodopa estaba recibiendo un 50% más de levodopa que el grupo tratado con cabergolina, lo que puede explicar el mayor número de discinesias en estos pacientes y también el mayor beneficio motor observado. Finalmente, el Grupo de Investigación sobre Enfermedad de Parkinson del Reino Unido realizó un estudio abierto, aleatorizado, que incluía tres grupos de pacientes con diferentes tratamientos de inicio: levodopa (n = 249), levodopa + selegilina (n = 271) y bromocriptina (n = 262). La dosis de selegi­ lina utilizada fue de 10 mg/día; la de levodopa, de 100 mg tres veces al día; y la de bromocriptina, de 10 mg tres veces al día durante los primeros tres meses. Posteriormente, las dosis podían ser ajusta- 673 M.R. Luquin, et al das de acuerdo a la tolerancia y efecto de los diferentes tratamientos. Se permitió añadir levodopa u otro fármaco antiparkinsoniano si la mejoría clínica no era mayor del 30%, y los pacientes podían ser realeatorizados si no había una mejoría clínica. La principal medida de eficacia fue la mortalidad y el desarrollo de complicaciones motoras. En la evaluación realizada a los 4-5 años, se observó un incremento de mortalidad en el grupo tratado con levodopa + selegilina, por lo que este brazo de tratamiento fue interrumpido. Al cabo de cinco años, la mejoría en las escalas de incapacidad fue significativamente superior en el grupo tratado con levodopa, pero estas diferencias fueron disminuyendo de forma progresiva a lo largo de los años siguientes y perdieron la significación estadística en la evolución realizada a los nueve años. Al cabo de 14 años de seguimiento medio, 166 pacientes (21% del grupo original de 782) estaban disponibles para el análisis: el 42% del grupo tratado con levodopa, el 59% del grupo tratado con levodopa + selegilina y el 63% del tratado con bromocriptina. Todos los pacientes excepto cuatro estaban tomando levodopa en la evaluación final, con dosis que oscilaron entre 696 mg en el grupo tratado con levodopa, 691,8 mg en el tratado con selegilina + levodopa y 618,4 mg en el tratado con bromocriptina. El número de muertes por 100 personas/año fue de 5,86 en el grupo tratado con levodopa y 6,17 en el tratado con bromocriptina, lo que supone una reducción del riesgo de muerte de 0,32 para el primero. Las escalas de Webster mostraron una leve pero significativa ventaja para el brazo de levodopa. Aunque en la evaluación realizada a los 10 años la incidencia de discinesias fue menor en el grupo que recibía bromocriptina, en la valoración realizada a los 14 años la incidencia de fluctuaciones y discinesias fue similar en ambos grupos de pacientes. El grupo tratado con levodopa tenía mejor perfil cognitivo y menos demencia que el tratado con bromocriptina, pero las diferencias no fueron significativas. Las escalas de calidad de vida Short Form Item 36 (SF-36) mostraron mejor funcionalidad en el grupo tratado con levodopa que en el resto de los brazos de tratamiento [22,23]. El estudio Pergolide versus Levodopa Monotherapy and Positron Emission Tomography [21] estableció un tratamiento exclusivo en monoterapia que no permitía el rescate con levodopa. Al cabo de un año, existía una pequeña diferencia a favor de la levodopa en las escalas motoras UPDRS (–3,2 puntos en el grupo tratado con pergolida frente a –5,2 puntos en el tratado con levodopa). Al cabo de tres años, el primer grupo había experimentado un deterioro con respecto a la situación basal de 2,8, mien- 674 tras que los pacientes que recibían levodopa todavía mostraban un beneficio de 2,8 puntos. A los tres años de tratamiento, el grupo tratado con pergolida desarrolló menos discinesias (26% en el grupo tratado con levodopa frente a 8,2% en el tratado con pergolida), pero las escalas que miden el beneficio sintomático fueron significativamente mejores en el grupo tratado con levodopa (UPDRS total II y III, y escalas de mejora clínica global). Este estudio, como los anteriores, demuestra la necesidad de añadir levodopa para mantener un control sintomático. Impacto de la levodopa en los síntomas no motores de la enfermedad Entre los síntomas no motores de la EP se incluyen síntomas neuropsiquiátricos, cognitivos, disautonómicos, sensoriales, trastornos del sueño y fatiga. Aunque parecen ser más frecuentes en estadios avanzados de la enfermedad, pueden estar ya presentes en estadios iniciales, y algunos, como los déficits olfatorios, el trastorno de conducta del sueño REM, el estreñimiento o la depresión, pueden preceder a las manifestaciones motoras en más de una década [24]. Las vías dopaminérgicas alteradas en la EP (mesocortical, mesolímbica, nigroestriatal y tuberoinfundibular) median algunos de estos síntomas no motores, como el sueño y la cognición, y, por tanto, es lógico pensar que puedan responder a la terapia dopaminérgica sustitutiva. Síntomas neuropsiquiátricos Depresión, ansiedad La depresión puede estar presente hasta en un 45 % de los pacientes con EP y puede ser difícil de diagnosticar, porque manifestaciones clínicas como hipomimia, lentitud, insomnio o fatiga pueden dar la falsa apariencia de depresión en pacientes eutímicos [25]. La ansiedad, el pesimismo, la falta de apetito y el despertar precoz son los datos que más ayudan a discriminar la presencia de depresión en pacientes con EP [26]. La depresión se asocia con mayor incapacidad funcional y alteración de la calidad de vida. Los factores de riesgo para que un paciente con EP desarrolle depresión son los mismos que los establecidos para la población general: sexo femenino, edad avanzada, historia personal y familiar de depresión, y comorbilidad física y psíquica (psicosis, trastorno cognitivo, ansiedad, apatía, fatiga e insomnio) [27]. También se ha relacionado con factores específicos de la EP, como un inicio temprano y larga duración de la enfermedad, historia familiar po- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson sitiva de EP, forma rigidoacinética y comienzo de la sintomatología por el lado derecho [28]. En la fisiopatología de la depresión se ha implicado una disfunción de las vías dopaminérgica, serotoninérgica y noradrenérgica en el sistema límbico, por lo que el tratamiento con levodopa no parece ser el mejor que podamos aportar a los pacientes. Diferentes estudios han evaluado el impacto de la levodopa y los AD sobre la depresión, aunque la mayoría han sido estudios abiertos y no controlados [29]. Las observaciones iniciales de Yahr et al [11] en los inicios de la era levodopa de que ésta proporcionaba una mejoría de los síntomas depresivos en los pacientes parkinsonianos no fueron confirmadas en estudios posteriores. Más recientemente, Choi et al [30] evaluaron de forma prospectiva 34 pacientes con EP no tratados, utilizando el inventario de Beck para la depresión. Al cabo de seis y 28 meses del inicio del tratamiento, observaron una mejoría significativa del parkinsonismo, pero no de la depresión. De los 11 pacientes inicialmente deprimidos, sólo dos presentaron una mejoría, y cinco de los 23 inicialmente no deprimidos presentaban puntuaciones en el rango patológico. En pacientes con síntomas fluctuantes tras años de tratamiento, la administración aguda de levodopa intravenosa [31] u oral [32] con un preparado de liberación inmediata produce cambios en el estado de ánimo, con mejoría de la depresión y disminución de la ansiedad, que no están claramente relacionados con el beneficio motor. Estos cambios no se observan en pacientes estables o como respuesta a una dosis oral de levodopa de liberación retardada. Por tanto, las diferencias observadas estarían asociadas a una interacción entre el efecto primario del fármaco y cambios neurobiológicos subyacentes a la fluctuación motora. Es evidente que, al contrario de lo que sucede con los AD, el impacto de la levodopa sobre la depresión de la EP no se ha estudiado bien [29]. Disfunción cognitiva La disfunción cognitiva es frecuente en la EP y se ha estimado que hasta un 80% de los pacientes puede desarrollar una demencia en estadios muy avanzados de la enfermedad [33]. Sin embargo, también en estadios iniciales, los pacientes pueden presentar alteraciones cognitivas, sobre todo de tipo frontal, visuoespacial y visuoperceptivo. Basándonos en múltiples y consistentes datos anatómicos, fisiológicos, clínicos y experimentales, hoy sabemos que los ganglios basales y la neurotransmisión dopaminérgica están implicados en la función cognitiva, especialmente en la de tipo ‘prefrontal’. Sin embargo, el pa- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 pel de la estimulación dopaminérgica en el deterioro cognitivo es complejo y parece depender, en parte, del estadio de la enfermedad. En los estadios iniciales, la levodopa tiende a mejorar la cognición durante los primeros años de tratamiento y aumenta la flexibilidad cognitiva, las habilidades visuoespaciales, el aprendizaje y la memoria visual y verbal a largo plazo [34]. Esta respuesta positiva a la levodopa tiende a desaparecer con la evolución de la enfermedad, y el déficit cognitivo empeora progresivamente. En estadios avanzados y en pacientes con fluctuaciones motoras, la administración de una dosis de levodopa produce un empeoramiento de los tests cognitivos, aunque los resultados de diversos estudios son contradictorios. Morrison et al [35] estudiaron a 16 pacientes con EP grave/moderada a los que se les administró un amplio rango de tareas cognitivas, utilizando un diseño intrasujetos. Los tests se aplicaron durante el máximo efecto de la levodopa y en condiciones de retirada nocturna de la medicación (no durante un período off). Estos autores no encontraron diferencias en ninguna variable cognitiva entre las dos situaciones, lo que sugiere que, en general, el tratamiento con levodopa en estos pacientes no produce efectos adversos ni beneficiosos [35]. Tampoco se han observado efectos adversos cognitivos en pacientes con EP y demencia [36], o en pacientes con EP y deterioro cognitivo leve [37]. Psicosis La psicosis es uno de los síntomas no motores más problemáticos de la EP. Su presencia es causa de estrés del cuidador, aumenta el riesgo de hospitalización e institucionalización, contribuye a la incapacidad funcional del paciente y es uno de los factores que determina el incremento de mortalidad en la EP [38]. Aunque los síntomas psicóticos son heterogéneos, predominan las alucinaciones visuales con retención del insight, progresando hacia síntomas más graves y complejos, con pérdida del insight y aparición del delirio. Ambos suelen marcar el inicio de un deterioro cognitivo o una demencia [39]. En estudios trasversales, las cifras de prevalencia de psicosis oscilan entre un 16-75%. Entre los factores que aumentan el riesgo de desarrollar psicosis se incluyen la edad avanzada de los pacientes, la depresión, las dosis de los fármacos dopaminérgicos, la existencia previa de trastornos de conducta del sueño REM y la demencia [40]. La fisiopatología de la psicosis que aparece en la EP es compleja, y se ha postulado que puede existir una interacción entre factores extrínsecos e intrínsecos [41]. El factor extrínseco más importante es el uso de medicación dopaminérgica y, en concreto, 675 M.R. Luquin, et al de AD. En un metaanálisis efectuado sobre 29 ensayos farmacológicos con el objetivo de determinar los beneficios y riesgos de los AD frente a levodopa, en pacientes en estadios iniciales se observó que las alucinaciones fueron más frecuentes en los pacientes tratados con AD que en los que reciben levodopa (odds ratio = 1,69; intervalo de confianza al 95% = 1,13-2,52; p = 0,001) [42]. La asociación de AD a la levodopa en estadios avanzados también conlleva un aumento de las alucinaciones. Entre los factores intrínsecos, hay que señalar los déficits en el procesamiento visual, la disregulación del sueño, elementos neuroquímicos (dopamina, serotonina, acetilcolina, etc.), presencia de cuerpos de Lewy en el córtex temporal y factores genéticos (alelo ε4 de la apolipoproteína E y genotipo tau H1H1) [43]. Trastornos del control de impulsos La terapia dopaminérgica puede producir una gran variedad de alteraciones conductuales, entre las cuales se encuentran el síndrome de disregulación dopaminérgica, la realización de conductas repetitivas sin una finalidad (punding) y la realización de actos de forma compulsiva (trastornos de control de impulsos). Mientras que el punding y el síndrome de disregulación dopaminérgica se han asociado frecuentemente al tratamiento con dosis altas de levodopa o infusiones de apomorfina, el trastorno del control de impulsos es mucho más frecuente con el uso de AD. En el trastorno de control de impulsos se incluyen conductas de hipersexualidad, compras compulsivas y trastornos alimenticios con ingesta compulsiva de comida. En un estudio reciente en el que se han estudiado 3.090 pacientes con EP, se ha encontrado que un 13,8% de los pacientes presenta algún tipo de alteración de conducta compatible con un trastorno del control de impulsos. Esta alteración es mucho más frecuente en pacientes que tomaban AD que en los que tomaban levodopa (17,7% frente a 6,9%) [44]. La dosis de levodopa claramente influía en la presencia de este trastorno, no siendo así en el caso de los AD. Resulta interesante el hallazgo de que el 1,7% de los pacientes con EP que no toman ninguno de estos fármacos presenta trastorno del control de impulsos. Esta prevalencia del trastorno del control de impulsos en pacientes con EP no tratados es inferior a la de la población general, lo que ha llevado a postular que la menor incidencia de este trastorno en las fases premotoras de la enfermedad explicaría la menor adicción de los pacientes con EP a hábitos como el consumo de tabaco o alcohol [45]. En otro estudio se describe la existencia de un trastorno del control de impulsos en el 13,7% de los pacientes en 676 tratamiento con AD y en el 7,6% de los que estaban en tratamiento con levodopa, encontrándose, además, una relación directa entre la dosis de AD y la presencia de trastorno del control de impulsos, a excepción del trastorno de la alimentación [46]. El síndrome de disregulación de la levodopa es otro trastorno adictivo que algunos autores incluyen dentro de los trastornos del control de impulsos. Los pacientes con este cuadro clínico toman fármacos dopaminérgicos de manera adictiva sin que ello repercuta en una mejoría sintomática. Este trastorno ha sido asociado con el uso de levodopa y AD de vida media corta (apomorfina subcutánea). Estudios recientes describen este trastorno en el 3-4% de los pacientes con EP. El punding se ha asociado frecuentemente con el síndrome de disregulación de la levodopa y la presencia de discinesias, y, en consecuencia, con el uso de dosis altas de levodopa. Su frecuencia oscila entre el 1,4-14% según las series publicadas [47-50]. En resumen, los trastornos del control de impulsos se dividen claramente en dos grupos. Un primer grupo afecta a pacientes más jóvenes y en ellos los antecedentes y el género influyen en su aparición. Entre éstos se encuentran el juego patológico, la hipersexualidad, las compras y la alimentación de manera compulsiva. En este primer grupo, el tratamiento con AD es un claro factor de riesgo y su mejoría se relaciona con la disminución de la dosis de AD y el aumento de la dosis de levodopa. Existe un segundo grupo en el que van ligados el síndrome de disregulación de levodopa, el punding y la presencia de complicaciones motoras. En este grupo, el género es menos influyente y acontece a pacientes con más años de evolución de enfermedad y más dosis de levodopa, asociándose frecuentemente con la presencia de discinesias. Trastornos del sueño Las alteraciones del sueño son muy prevalentes en la población parkinsoniana, y en su fisiopatología se han involucrado múltiples áreas cerebrales (sustancia negra, locus coeruleus, formación reticular bulbar y pontina, núcleo pedunculopontino, núcleo dorsal del vago, núcleo subcoeruleus, etc.). Son más frecuentes en pacientes con EP avanzada. En las fases iniciales, los pacientes no suelen quejarse de problemas de sueño, aunque los estudios de polisomnografía muestran ya alteraciones como los incrementos de la latencia al sueño. Sin embargo, en las fases avanzadas de la enfermedad, un 7298% de los pacientes presentan claras alteraciones, como insomnio de conciliación o de mantenimien- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson to (despertares frecuentes). La nicturia, inmovilidad nocturna, distonía, ansiedad, depresión, algunos fármacos, síndrome de piernas inquietas, trastorno de conducta del sueño REM y movimientos periódicos de las piernas durante el sueño contribuyen de forma clara a un mal descanso nocturno de los pacientes [51]. Otro factor que puede interferir con el sueño de los pacientes son las apneas del sueño, que tienen una incidencia mayor en los enfermos de EP (25-50%) que en la población general. Los pacientes con EP pueden presentar también somnolencia diurna, probablemente de causa multifactorial, y ataques de sueño, que se han relacionado con el tratamiento dopaminérgico. Por otra parte, los fármacos dopaminérgicos desempeñan un papel crucial en la mejoría de los síntomas off nocturnos, los cuales contribuyen de forma significativa a la aparición de insomnio, causando frecuentes despertares. La reaparición de los síntomas parkinsonianos durante el sueño (sobre todo en los estadios del sueño 1 y 2) puede dificultar la conciliación nuevamente del sueño. En un estudio doble ciego controlado con placebo, la combinación de levodopa proporcionó una mejoría de la calidad del sueño [52]. La levodopa de liberación retardada ha demostrado mejorar significativamente la acinesia nocturna, aunque no el número de horas de sueño, el número de despertares, la latencia del sueño o la satisfacción del sueño [53]. En otro estudio abierto con un seguimiento de 12 meses de duración en el que se incluyeron 15 pacientes, la administración de levodopa/benseracida de liberación sostenida produjo una mejoría de la acinesia nocturna y del tiempo total de despertares [54]. Por otro lado, en un estudio comparativo, la cabergolina fue superior a la levodopa de liberación controlada en la mejoría de la acinesia matutina, probablemente por una duración más prolongada del efecto [55]. Otros estudios han demostrado que pramipexol, rotigotina y ropinirol de liberación prolongada mejoran levemente, pero de forma significativa con respecto a placebo, los parámetros de escala de sueño. Recientemente Wail­ ke et al [56] han demostrado que la administración aguda de 200 mg de levodopa de liberación retardada no tiene ningún impacto en el tiempo total de sueño, tiempo fases 3, 4 y REM, y en la duración total de despertares [57]. Aunque se habían publicado algunos casos de mejoría del trastorno de conducta del sueño REM tras el inicio del tratamiento con levodopa [58], no hay estudios posteriores que lo repliquen. Un estudio clínico y polisomnográfico en 10 pacientes con EP no observó cambios con pramipexol, sugiriendo www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 que el papel del sistema dopaminérgico en la fisiopatología del trastorno no es significativo [59]. La hipersomnolencia diurna puede afectar al 2050% de los pacientes con EP, mientras que los ataques de sueño, episodios de sueño sin pródromos, son infrecuentes. Ambos problemas son infrecuentes en pacientes con EP no tratados. Se ha estimado que los ataques de sueño pueden afectar a un 2,9% de los pacientes en monoterapia con levodopa, a un 5,3% de los pacientes en monoterapia con AD, y puede aumentar hasta un 7,3% en los pacientes con EP que reciben tratamiento combinado con levodopa y AD [60]. Trastornos autonómicos Aunque parecen ser más frecuentes en estadios avanzados de la enfermedad, pueden estar ya presentes en los estadios iniciales o incluso preceder a las manifestaciones motoras [24]. Su prevalencia se ha estimado entre un 14-80%, incluyéndose manifestaciones gastrointestinales, urogenitales, cardiovasculares, cutáneas e incluso oculares. Su fisiopatología parece radicar en la afectación de neuronas autonómicas posganglionares centrales y periféricas, con la aparición de cuerpos de Lewy o depósitos de sinucleína en muy diferentes localizaciones del sistema nervioso central y periférico [61]. Las vías dopaminérgicas alteradas en la EP (mesocortical, mesolímbica, nigroestriatal y tuberoinfundibular) probablemente estén implicadas en algunos de ellos y, por tanto, sería lógico pensar que pudieran responder a la terapia dopaminérgica sustitutiva. Su tratamiento es complicado. Los estudios publicados sobre el efecto de la levodopa o los AD no son concluyentes [12,22]. Trabajos recientes sugieren que la función autonómica alterada en la EP también puede mejorar tras la estimulación cerebral profunda [62]. Síntomas gastrointestinales Entre los síntomas digestivos que presentan los pacientes con EP (disfagia, gastroparesia, lentitud en los movimientos intestinales o disfunción anorrectal), el más conocido es el estreñimiento, tanto por las repercusiones que tiene en la calidad de vida como por la frecuencia (afecta a más del 60% de los pacientes) [63]. El tratamiento dopaminérgico tiene efectos opuestos sobre estos síntomas. La levodopa produce gastroparesia y reduce la movilidad intestinal, pudiendo influir en la farmacocinética del fármaco. Por el contrario, un estudio reciente ha evaluado la repercusión de la levodopa en un grupo de pacientes con EP de novo y estreñimiento de origen 677 M.R. Luquin, et al anorrectal, demostrando mejoría de los parámetros videomanométricos y reducción en la contracción paradójica del esfínter anal [64]. col-O-metiltransferasa, no modula de forma significativa la función del sistema nervioso autonómico cardiovascular. Síntomas urogenitales La disfunción urogenital es muy frecuente en los pacientes con EP (93% en algunas series [65]) y se manifiesta por un aumento en la frecuencia (poliuria y nicturia), y urgencia e incontinencia como síntomas predominantes. Todos ellos tienen una marcada repercusión en la calidad de vida [66]. Al igual que los síntomas digestivos, los síntomas urológicos pueden preceder a los síntomas motores. Así, un estudio reciente ha demostrado que la disfunción eréctil se asociaba a un alto riesgo de padecer una EP, siendo la magnitud de esa asociación inversamente proporcional a la edad en la que la disfunción aparece [67]. La levodopa puede mejorar o empeorar algunos síntomas urinarios. Así, en un estudio con 18 pacientes con EP y fluctuaciones, dosis de levodopa de 100 mg mejoraron el vaciamiento vesical, pero la urgencia miccional y la incontinencia/urgencia no cambiaron o se agravaron [68]. Sudoración La hipohidrosis y, en particular, la hiperhidrosis constituyen problemas muy frecuentes en los pacientes con EP (64%) y pueden ser localizadas o asimétricas [76]. Sólo responden en ocasiones a la terapia dopaminérgica, y suelen relacionarse con los períodos off. Síntomas cardiovasculares La hipotensión ortostática constituye el síntoma de fallo autonómico más frecuente en la EP y afecta a un 14-35% de los pacientes [69,70]. La afectación autonómica cardíaca noradrenérgica postsináptica puede demostrarse mediante gam­ magrafía cardíaca con 123I-metayodobencilguanidina y es muy precoz en la EP idiopática [71,72] y otras sinucleinopatías. Su sustrato patológico parece estar en relación con la degeneración de terminales cardíacos dopaminérgicos asociados a depósitos de α-sinucleína axonal [73]. Las manifestaciones clínicas más frecuentes incluyen episodios de taquicardia, dolor torácico o palpitaciones, en general en relación con los períodos off [74]. En los casos de hipotensión ortostática manifiesta, el síncope es la manifestación más común. Los estudios realizados sobre el efecto de la levodopa sobre el sistema cardiovascular han mostrado resultados contradictorios. Un estudio inicial con un diseño cruzado, aleatorizado y doble ciego comparó el efecto de levodopa/carbidopa sola o asociada a entacapona sobre diferentes tests de reflejos cardiovasculares (variación de la frecuencia cardíaca tras respiración profunda, ortostatismo, Valsalva y test de fuerza isométrica), sin observarse diferencias significativas entre ambos grupos [75]. Estos resultados sugieren que la levodopa, asociada o no a la inhibición periférica de la cate- 678 Fatiga La fatiga es un síntoma descrito en diversas enfermedades, incluyendo enfermedades neurológicas y psiquiátricas, y cuya fisiopatología no ha sido bien dilucidada. Pavese et al [77] han demostrado recientemente, mediante técnicas de neuroimagen funcional, que la fatiga parece estar relacionada con una captación reducida de serotonina en los ganglios basales y estructuras límbicas, y de dopamina en el caudado e ínsula. La fatiga puede experimentarse como un estado de cansancio (fatiga subjetiva) o de cansarse (fatigabilidad). En la EP, la fatiga se ha descrito en un 3256% de los pacientes, sobre todo en aquéllos en estadios avanzados de la enfermedad, y constituye una causa frecuente de incapacidad [78]. La fatiga fue evaluada en el estudio ELLDOPA (véase en el apartado primero de este artículo) [79]. De los 349 sujetos que completaron las evaluaciones de fatiga, 128 fueron clasificados basalmente como fatigados (> 4 en la escala de gravedad de fatiga). Este grupo de pacientes presentaba una mayor afectación motora y funcional, y una correlación positiva con puntuaciones de depresión. El análisis de covarianza mostró una mayor puntuación en la intensidad de fatiga al final del estudio (después de dos semanas de lavado del tratamiento) en el grupo control que en los pacientes que habían sido tratados con cualquiera de las dosis de levodopa, indicando una menor progresión de este síntoma con el tratamiento dopaminérgico. Sin embargo, la respuesta parcial y una falta de correlación con las medidas estriatales obtenidas por SPECT de [123I]-β-CIT sugieren que otras estructuras y neurotransmisores diferentes a los dopaminérgicos se encuentran involucrados en la génesis de la fatiga. También la fatiga física, definida como ‘imposibilidad de mantener la fuerza deseada durante un ejercicio físico sostenido o repetido’, mejora con dosis agudas de levodopa frente a placebo [80]. www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson Dolor Hasta un 60% de los pacientes con EP experimenta algún tipo de dolor crónico de intensidad moderada. Mediante estudios neurofisiológicos se ha demostrado que los pacientes parkinsonianos, en ausencia de tratamiento dopaminérgico, tienen un umbral del dolor al frío sustancialmente más bajo que los individuos control, y que este umbral se normaliza después del tratamiento con levodopa [81]. En otro estudio observacional se comprobó que los pacientes con EP y dolor central primario (de causa no conocida) no presentaban la habituación de la respuesta pseudomotora simpática a estímulos dolorosos repetidos, al contrario de lo que sucedía en los pacientes con EP sin dolor central primario o los controles sanos. Curiosamente, esta alteración se normalizaba parcialmente tras el tratamiento con levodopa [82]. La correlación entre la existencia de dolor y fluctuaciones fue evaluada mediante una escala visual analógica en 15 pacientes con EP y fluctuaciones motoras [83]. Este estudio demostró que el dolor aumentaba durante los períodos off y su intensidad se correlacionaba con el grado de afectación motora. En dos de los pacientes, el dolor sólo se presentaba en off. Los pacientes con dolor secundario (osteoarticular) presentaron una mejoría parcial con la levodopa [83]. Síntomas no motores y tratamiento con perfusión continua de levodopa intraduodenoyeyunal Dos estudios recientes han comunicado una mejoría de los síntomas no motores en pacientes con EP en estadios avanzados de la enfermedad al instaurar un tratamiento con infusión continua de levodopa mediante gastrostomía endoscópica percutánea [84,85]. En uno de ellos, abierto y prospectivo, 13 pacientes de tres centros alemanes recibieron infusiones de levodopa/carbidopa una media de 16 h/día. Los cambios se evaluaron mediante la escala de impresión clínica global y diarios de fluctuaciones y discinesias efectuados por el propio paciente y sus cuidadores. Cinco pacientes, que presentaban síntomas off nocturnos, con acinesia y distonía marcadas, presentaron una mejoría del sueño con una perfusión de 24 h. Los ocho pacientes que mantuvieron la infusión durante 16 h, cuatro recibiendo una dosis nocturna de levodopa retardada, también presentaron una mejoría subjetiva de la calidad del sueño. Dos pacientes que previamente presentaban www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 ansiedad durante el tiempo off presentaron una mejoría, que, en opinión de los autores, además de la reducción del tiempo off, podría reflejar estimulación dopaminérgica en los circuitos límbicos [84]. En el segundo estudio, observacional, abierto, prospectivo, multicéntrico y dirigido específicamente a evaluar los cambios en los síntomas no motores, se trataron 22 pacientes. Diez pacientes fueron tratados con una infusión durante 24 h, y los restantes en un rango de 12 a 16 h/día. En la evaluación a seis meses, se observaron mejorías significativas en seis de los nueve dominios de la escala de síntomas no motores [86]: cardiovascular, fatiga/sueño, atención/ memoria, gastrointestinal, urinario y misceláneas (incluido dolor y sialorrea). Los tres dominios restantes (humor/cognición, percepción/alucinaciones y función sexual) también mejoraron, pero no de forma estadísticamente significativa. La mejoría en el dominio sueño/fatiga fue paralela a la observada aplicando una escala específica de sueño de la EP (escala de sueño de la EP). Basándose en los resultados observados, los autores de nuevo especulan que en la fisiopatología de algunos síntomas no motores podía subyacer una disfunción dopaminérgica [85]. Impacto de la levodopa en la calidad de vida y progresión de la enfermedad de Parkinson Etapa prelevodopa Es difícil transmitir el tremendo impacto que supuso la introducción de la levodopa en la EP. En la era prelevodopa, los pacientes con EP sufrían una merma de su capacidad funcional de tal magnitud que su esperanza de vida se acortaba de forma llamativa. La causa de fallecimiento solía consistir en tromboembolismo pulmonar por inmovilidad forzada, escaras infectadas o neumonía por aspiración. Basta ojear los textos clásicos para imaginar lo que era la EP antes de la levodopa: una enfermedad penosa. A pesar de un considerable conocimiento anatomoclínico, el tratamiento de la EP en la década de los años cuarenta no había avanzado prácticamente nada desde la época de Charcot, y el arsenal terapéutico disponible incluía una amplia variedad de fármacos usados de forma empírica: la cura búlgara (atropina), bromuros, arsénico, alcanfor, escopolamina, hioscina y un largo etcétera [87]. La neurología se limitaba al diagnóstico, pronóstico (incierto) y cuidados paliativos de, por lo general, una enfermedad intratable. Realmente, la EP era un proceso terrible. Así lo atestiguan las descripciones de Oppenheim a co- 679 M.R. Luquin, et al mienzos de siglo: ‘tras varios años de evolución, el enfermo se ve obligado a permanecer en la cama’, ‘el paciente queda enteramente entregado a los cuidados de otros’, ‘es muy difícil conseguir una posición cómoda para el paciente’ [87]. Von Domarus [88] mostraba la estampa común de la EP avanzada: ‘al final se desarrollan contracturas en flexión y los enfermos caen en un estado que requiere constante vigilancia y asistencia y les tiene sepultados en la cama, en la que acaban por morir de marasmo’. Esta estampa no había variado sustancialmente en 1967. Margaret Hoehn [89], en su clásico trabajo sobre la evolución de la EP (trabajo publicado inmediatamente antes del uso masivo de la levodopa), notaba que el 30% de sus pacientes alcanzaba los estadios IV-V, y que otro 23% alcanzaba el estadio III, y, en su conjunto, al menos un 53% de los pacientes estaba moderada o gravemente invalidado. La mayor parte de los pacientes de Hoehn fallecía por causas claramente relacionadas con inmovilidad forzada: bronconeumonía y embolia de pulmón [89]. La evolución de la EP es lenta e inexorablemente progresiva hacia la agravación, con una duración media de unos 10 años, siendo más prolongada si comienza en sujetos jóvenes. El pronóstico vital se afecta tardíamente por complicaciones del decúbito cuando los pacientes están muy inmóviles (infecciones respiratorias, urinarias y úlceras). En el plano funcional, la enfermedad es inexorable y conduce al enfermo a renunciar a su actividad profesional y reducir todas sus actividades sociales [89]. En la fase final, el paciente presenta un grado avanzado de hipertonía flexora, acompañado por una completa acinesia que justificaría la designación de parálisis agitante. La exagerada flexión de los dedos hace que las uñas se claven en la palmas de las manos, estando estas articulaciones deformadas por artropatías neurógenas. La palabra se hace ininteligible y, al hablar bajo, el paciente se encierra en un absoluto mutismo. El adelgazamiento y el envejecimiento se hacen progresivos y conducen a la caquexia, y el enfermo queda relajado en cama inmóvil y acinético [90]. En los textos clásicos se pueden encontrar datos semiológicos interesantes de pacientes muy evolucionados que, tras la era levodopa, es imposible ver. Un ejemplo de esto son las distintas deformidades de la mano y del pie: ‘mano parkinsoniana’, ‘mano pseudorreumática’, ‘mano de faquir’, ‘mano parecida a la del predicador’ o ‘pie equino varo’; todas ellas con alteraciones posturales importantes y características [91]. Estos mismos autores describen las ‘cinesias paradójicas’, episodios de motilidad normal o casi normal, durante los cuales parece ausente su rigidez, 680 temblor y acinesia, sorprendente al tratarse de pacientes sin tratamiento, explicadas entonces por una conservación de los planes motores puestos en marcha por una emoción intensa. Estos episodios son breves, alrededor de un minuto, pero, a veces, pueden durar horas y, excepcionalmente, un día. Introducción de la levodopa La introducción de la levodopa no fue un simple avance, fue una revolución. Por primera vez, una enfermedad neurodegenerativa tenía un tratamiento claramente eficaz. Y lo asombroso fue que el tratamiento se abrió camino de forma racional, paso a paso, partiendo de investigación básica [11] [92] a la clínica [1] y, finalmente, a los ensayos clínicos controlados [8,11]. Es interesante señalar que todo este proceso se completó en sólo 10 años. Los pacientes tratados con levodopa literalmente volvían a presentar una capacidad funcional cercana a lo normal, muchos volvían a trabajar, y la mayoría recuperaba autonomía para realizar las actividades de la vida diaria [8,11]. Es muy útil releer los primeros ensayos, especialmente el de Yahr et al de 1969 [11]. Este estudio era moderno en su concepción y sus métodos. Pero, dejando aparte tecnicismos, se vislumbra el asombro de los investigadores ante un fármaco realmente eficaz: ‘cada parámetro clínico estudiado mejoró (con levodopa) de forma superior a la esperada con los fármacos convencionales. Además de una reducción marcada de rigidez, temblor y acinesia, objetivamos mejoría de la marcha, postura, vocalización, deglución, escritura y cambios autonómicos’ [11]. El efecto de la levodopa pronto se confirmó en múltiples estudios, pero el artículo mas esclarecedor sobre el desarrollo básico y clínico de levodopa es el de Hornykiewicz, que ofrece una visión de primera mano de esa década prodigiosa para la neurología [1]. Calidad de vida en la primera etapa tras la introducción de la levodopa La calidad de vida y la calidad de vida relacionada con la salud son conceptos desarrollados con posterioridad a la introducción de la levodopa en el arsenal terapéutico de la EP. La mortalidad, expectativa de vida y escalas de gravedad de la enfermedad eran las herramientas para medir los cambios conseguidos con el empleo de las distintas terapéuticas en la era prelevodopa. Éstas se fundamentaban en la utilización de anticolinérgicos y la cirugía. Los estudios incluían términos como EP, parkinsonismo o síndrome parkinsoniano. La clasificación www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson etiológica más frecuente era parkinsonismo arterioesclerótico vascular, EP y parkinsonismo postencefalítico. Estos mismos estudios diferían sobre la población analizada, si procedían de una clínica especializada, presumiblemente los casos más graves, o a partir de toda un área de población. Por otra parte, quedaban por caracterizar los parkinsonismos plus o atípicos, cuyos criterios de diagnóstico se han desarrollado posteriormente. Debemos, por tanto, sospechar las dificultades para evaluar el pronóstico y evolución de los parkinsonismos estudiados en esa época. Además, la administración terapéutica de la levodopa inicial se aplicó en diferentes estadios evolutivos de los pacientes, muchos de ellos con altos grados de incapacidad. Escalas de incapacidad En la época prelevodopa se desarrollaron diferentes escalas para medir el grado de incapacidad y la progresión en los pacientes. Las más utilizadas son las de Pollock y Hornabrook [33] la de Hoehn y Yahr [89] y la de Schwab y England [93]. Dos de ellas siguen siendo utilizadas en la mayoría de ensayos clínicos junto con las nuevas escalas de calidad de vida para la EP. Ello nos permite una equivalencia entre ambos tipos de escalas. Pollock y Hornabrook [33], en su estudio sobre la prevalencia, historia natural y demencia de la EP llevado a cabo en 1962, clasificaron a los pacientes en cuatro grados. En los dos primeros, los pacientes son independientes o precisan poca ayuda. En el tercero, precisan ayuda para las actividades básicas, como manejar los cubiertos, peinarse o limpiarse los dientes. En el cuarto grado, la ayuda que precisan es máxima o precisan un cuidado hospitalario. La supervivencia del 25% de los pacientes con EP idiopática era de 18 años; de nueve años si el inicio de la enfermedad era la década de los sesenta; y de cinco años si, además, asociaban arterioesclerosis cerebral. El tiempo que tardaban en precisar ayuda para las actividades diarias era de 11 años para las formas de inicio tremórico y de seis años para las formas de inicio rigidoacinético. La evolución era más lenta en las formas postencefalíticas y más rápida en las formas asociadas a la arterioesclerosis (hipertensión). En el estudio de Hoehn y Yahr [89] se establecen los cinco estadios de evolución de la enfermedad, que todavía son utilizados para medir la progresión de la enfermedad. En su estudio original, los autores establecieron una mortalidad del 28% a los cinco años; a los 5-9 años, la mortalidad era del 61%; y llegaba al 83% al cabo de 10-14 años. Finalmente, establecieron una mortalidad cercana al 90% a los www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 15 años de haberse iniciado la enfermedad. Además, calcularon una duración media de la enfermedad de nueve años (rango: 1-33 años), que en el caso de los sujetos de inicio antes de los 50 años fue de 18,4 (rango: 2-41 años ), y de 7,9 años (rango: 1-30) para aquéllos con un inicio posterior a los 50 años. Los autores volvieron a señalar que la edad de inicio es un factor de progresión e incapacidad, así como el inicio tremórico o rigidoacinético. Posteriormente, Barbeau y Roy sugirieron dos tipos de evolución de la EP: un tipo A o tremórico de mejor evolución, y un tipo B acinético de evolución más rápida [94]. Años más tarde, Hoehn describió una prolongación de cada estadio de unos tres a cinco años de media tras la introducción de la terapia dopaminérgica [95]. Por otro lado, Schwab y England [93] establecieron una escala de incapacidad funcional de los pacientes parkinsonianos para evaluar, seguir y comparar las actividades de la vida diaria, recogida en porcentajes y que, por su simplicidad, es fácil de aplicar. En resumen, podemos concluir que, aunque no se disponía de escalas para medir la calidad de vida, se desarrollaron escalas de incapacidad funcional que aún están vigentes en la práctica clínica habitual y que permiten estudiar y comparar la progresión de la enfermedad con la etapa prelevodopa, a pesar de la incertidumbre diagnóstica. Levodopa y calidad de vida En los últimos años, ha cobrado una especial relevancia el estudio del impacto que una terapia determinada ejerce sobre diferentes parámetros de la calidad de vida del paciente. El término ‘calidad de vida’, cuya instauración en el campo de la medicina es relativamente reciente y presentó su auge en la década de los noventa, añade a los términos epidemiológicos clásicos la percepción subjetiva que el paciente tiene de su enfermedad a la hora de desenvolverse en sus actividades diarias. Este concepto adquiere especial relevancia en la EP, ya que se trata de una enfermedad para la que no existe un tratamiento curativo y en la que, por lo tanto, nuestro principal objetivo es mejorar los síntomas del paciente y reducir al máximo el impacto que éstos ocasionan sobre su calidad de vida. Los principales parámetros que condicionan el empeoramiento de la calidad de vida en un paciente con EP son la progresión de la enfermedad, en la que desempeñan un papel importante tanto los síntomas motores (alteraciones de la marcha, deformidades posturales, disfagia, trastornos del habla, etc.) como diversos síntomas no motores (depresión, ansiedad, fatiga, 681 M.R. Luquin, et al estreñimiento o trastornos del sueño REM); y, en segundo lugar, los efectos adversos y complicaciones derivados del tratamiento recibido [96,97]. Existen distintas escalas para cuantificar la calidad de vida en los pacientes con EP, lo que, junto con la distinta metodología utilizada, ha dificultado, en ocasiones, poder comparar diferentes estudios. Las escalas que se han propuesto hasta la fecha para cuantificar la calidad de vida en los pacientes con EP son las siguientes [98,99]: PDQ-39, 8-item Parkinson Disease Questionnaire (PDQ-8), Parkinson Disease Quality of Life Questionnaire, Parkinson Impact Scale, Parkinson Disease Quality of Life Scale, Parkinson Disease Symptom Inventory (PDSI), Modified Dyskinesia Rating Scale y Parkinson Disease Fatigue Scale. Existen, asimismo, otras escalas más genéricas, no específicas de la EP, empleadas en algunos estudios, como EuroQoL, Sickness Impact Profile o SF-36. De todas ellas, el PDQ-39 es la más utilizada y se ha traducido a múltiples idiomas (incluida la versión española). Esta escala valora ocho dominios: movilidad, actividades de la vida diaria, bienestar emocional, estigmatización, soporte social, cognición, comunicación y dolor. Varios estudios han valorado directa o indirectamente en pacientes con EP el impacto que diferentes fármacos antiparkinsonianos ejercen sobre su calidad de vida. Mientras que para los otros agentes antiparkinsonianos el impacto sobre la calidad de vida requiere más estudios, existen numerosas evidencias de que la levodopa mejora la calidad de vida de los pacientes con EP de forma incuestionable, fundamentalmente en los dominios relacionados con el aspecto motor, como la movilidad o las actividades de la vida diaria, debido a su evidente efecto sintomático [20-22,24]. Asimismo, en pacientes con EP precoz, se ha visto que la levodopa mejora la calidad de vida a corto plazo. No obstante, pasado un año del inicio de tratamiento con levodopa, se produce un empeoramiento de la calidad de vida según distintos estudios, debido a la progresión de la enfermedad y al comienzo de las complicaciones motoras derivadas del tratamiento. Por otra parte, la asociación LCE parece ofrecer una ventaja adicional sobre la asociación levodopa/ carbidopa. Existen diferentes estudios abiertos prospectivos con entacapona [100-104] y LCE [105,106] que han demostrado una mejoría significativa en la calidad de vida evaluada mediante diferentes escalas. En algunos de ellos se utilizaron cuestionarios de calidad de vida específicos, como el PDQ-39; en otros, cuestionarios genéricos, como el E5-QD; y en otros, ambos cuestionarios de forma conjunta. Igualmente, la entacapona ha demostrado mejorar significativa- 682 mente la calidad de vida valorada mediante las escalas PDQ-39, SF-36 y PDSI en pacientes con EP sin fluctuaciones motoras [33]; ha demostrado, asimismo, mejoría en las actividades de la vida diaria valoradas mediante la escala II de la UPDRS [34,107] y la escala SF-36 [108] en pacientes con EP avanzada que presentaban fluctuaciones motoras. En cuanto a las presentaciones de la medicación, diferentes trabajos han demostrado la preferencia por parte del paciente de LCE en comprimido único frente a la toma de dos comprimidos (levodopa/ carbidopa + entacapona) [109]. Además, la toma de un único comprimido mejora de forma significativa la calidad de vida evaluada mediante la escala analógica visual [110]. En un estudio reciente [111], se ha demostrado que la formulación LCE mejora de forma significativa la escala PDQ-8, principalmente en los dominios no motores, comparado con levodopa/carbidopa en pacientes con EP sin o con mínimas fluctuaciones aparentemente no incapacitantes. Por otro lado, la tolcapona, asociada a levodopa/carbidopa, también ha demostrado mejorar diferentes aspectos de la calidad de vida en diferentes estudios [111-113]. Finalmente, en pacientes con EP avanzada, la administración de levodopa/carbidopa en forma de infusión continua intraduodenal (Duodopa ®) ha demostrado mejorar las escalas de calidad de vida de los pacientes después de pocos meses de tratamiento en todos los dominios de la PDQ-39, excepto en soporte social. A más largo plazo, este beneficio se debe fundamentalmente a una mejoría significativa en la movilidad, actividades de la vida diaria, bienestar emocional, estigma y dolor [114-117]. El efecto sintomático de la levodopa es muy potente y es el criterio de referencia con el que debe compararse cualquier fármaco antiparkinsoniano [1,118]. Sin embargo, la levodopa no carece de efectos secundarios. Inmediatamente tras el uso de la levodopa se comprobó que los pacientes tratados desarrollaban un conjunto de efectos asociados a la levodopa, hoy conocidos como complicaciones motoras [11,119-121]. Las complicaciones motoras incluyen las fluctuaciones motoras, las discinesias y, para muchos, también los bloqueos de la marcha (prácticamente desconocidos hasta la introducción de la levodopa). Desde luego, se discute si las complicaciones motoras dependen de la levodopa directamente o de la progresión de la enfermedad. Probablemente, la gravedad de la EP interviene de manera decisiva, lo que explica por qué los primeros estudios [1,11], que incluían pacientes en estadios avanzados de la enfermedad, casi inmediatamente observaban complica- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson ciones, mientras que en los estudios modernos (que incluyen pacientes menos graves) las complicaciones motoras no son ni tan llamativas ni tan frecuentes como en los primeros [19,122,123]. Como se ha comentado, la levodopa ha mejorado drásticamente la calidad de vida de los pacientes parkinsonianos tras su introducción en los años sesenta. De igual manera, el tratamiento con levodopa ha disminuido la mortalidad en pacientes parkinsonianos. La mayor parte de los estudios poslevodopa ha encontrado una disminución de la mortalidad, con una proporción de mortalidad estándar entre 1,5 y 2,5 en pacientes tratados sólo con levodopa [124]. En un caso publicado de una familia con 11 miembros con EP autosómica dominante, la mortalidad fue mayor en cinco individuos no tratados que vivieron antes de 1969, comparada con otros cinco individuos tratados con levodopa a partir de esa fecha [125]. Aunque el número de pacientes en este estudio es escaso, es interesante por tratarse de un grupo homogéneo con las mismas características genéticas, patogénicas y anatomopatológicas. Durante años se ha debatido la posible toxicidad de la levodopa en los pacientes parkinsonianos. Este aspecto es de vital importancia, ya que la levodopa sigue siendo hasta el momento el tratamiento más eficaz para los síntomas de la enfermedad. Pero, probablemente, la pregunta exacta sea: ¿el efecto sintomático de la levodopa está enmascarando un efecto neurotóxico? En las décadas pasadas, algunos trabajos experimentales sugerían que la levodopa era deletérea [53,54], mientras que para otros era neurotrófica [126,127]. En estudios in vitro, la levodopa produce degeneración neuronal dependiente de la dosis [128,129]. No obstante, el significado clínico de estas observaciones es dudoso, tanto más cuando las dosis utilizadas en estos experimentos son mucho mayores que las utilizadas en pacientes, y que en los cultivos las neuronas carecen de agentes protectores que se encuentran en su hábitat natural, como la glía o el acido ascórbico. Así, estudios in vivo han encontrado que la levodopa no es tóxica en modelos animales de EP, y en algunos de ellos se ha observado que la levodopa protege las neuronas dopaminérgicas de la neurodegeneración a través de un posible efecto neurotrófico [130,131]. Trabajos más recientes, basados en imagen funcional, han mostrado una mayor pérdida de captación del radiotrazador (transportador de dopamina o fluorodopa) y, por lo tanto, mayor tasa de pérdida dopaminérgica, en pacientes tratados con levodopa con respecto a los tratados con AD [126,127] o frente a placebo [12]. Estos hallazgos resultan paradójicos: los pacientes se encontraban mejor clínica- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 mente, a juzgar por las escalas clínicas, pero la imagen funcional sugería todo lo contrario. Esta ausencia de correlación entre la imagen funcional y la clínica, la posibilidad de interacción entre los fármacos dopaminérgicos y los radiotrazadores, y, finalmente, la existencia de mecanismos compensadores en los sistemas implicados hacen que las técnicas de neuroimagen sólo proporcionen una información indirecta del número de neuronas dopaminérgicas y del estado real de la vía nigroestriatal [132]. El estudio ELLDOPA (comentado anteriormente) en buena parte corroboró la ausencia de correlación entre la imagen funcional y la clínica. La mejor manera de estudiar la evolución clínica probablemente sea la valoración clínica prospectiva. ¿Cómo influye el tratamiento inicial (levodopa frente a otro fármaco) en la evolución de la enfermedad? Se ha publicado un estudio prospectivo multicéntrico que incluye pacientes de reciente diagnóstico de EP. Estos pacientes eran valorados antes de cualquier tratamiento (basal y, posteriormente, cada seis meses). A los cinco años, aquellos pacientes inicialmente tratados con levodopa presentaban una tasa mayor de discinesias y fluctuaciones motoras respecto a aquéllos tratados inicialmente con otro fármaco [133]. Sin embargo, era también evidente que el grupo tratado inicialmente con levodopa partía de una puntuación en la UPDRS mayor que los tratados con otros fármacos, lo que indica que los pacientes más graves eran los que recibían inicialmente levodopa, y, por consiguiente, tanto la gravedad de la enfermedad como el tratamiento inicial influyeron en el desarrollo de las complicaciones motoras. Pero, además, aquéllos tratados con levodopa al inicio no se habían deteriorado desde el punto de vista motor (comparando la puntuación UPDRS basal con la de los cinco años), hecho que no se apreciaba en el grupo tratado con otros fármacos. Así pues, parece que el uso inicial de la levodopa se asocia a más complicaciones motoras, pero también a mejor control clínico. El estudio mencionado se prolongó hasta el décimo año [134], concluyendo que el tratamiento inicial (levodopa frente a cualquier otro fármaco) influye en la presencia de complicaciones motoras a medio plazo (3-7 años), pero ya no influye en las complicaciones al final de la primera década. Otro aspecto debatido es la presencia de discinesias relacionadas con la levodopa; ciertamente, esto es incuestionable, pero la gravedad de las discinesias rara vez supone en nuestro tiempo un problema significativo [135]. La publicación reciente de un estudio anatomopatológico en pacientes parkinsonianos tratados con 683 M.R. Luquin, et al levodopa ha reabierto el debate sobre la toxicidad de la levodopa y su efecto sobre la progresión de la enfermedad. En el estudio de Parkkinen et al [136], se ha analizado el cerebro de 40 pacientes parkinsonianos con edad de inicio entre 40-65 años y duración de la enfermedad > 15 años, comparando el número de neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra y el grado de patología tipo Lewy con la exposición previa a levodopa medida en dosis acumulada a lo largo de la vida. En estos pacientes, los autores no encontraron relación entre la proporción total de neuronas en la sustancia negra y la dosis de levodopa, si bien, en el análisis separado de las subregiones de la sustancia negra, la dosis acumulada de levodopa se correlaciona con una disminución de las neuronas en la sustancia negra en su parte ventral. Aunque el estudio no está exento de limitaciones importantes, puede considerarse como una evidencia más a favor de que la levodopa no contribuye a empeorar la evolución natural de la enfermedad [137]. En resumen, no se ha demostrado ni en estudios experimentales ni en estudios clínicos que la levodopa influya negativamente en la evolución de la EP. En cualquier caso, la levodopa, como todos los fármacos, tiene dos caras: tiene una potencia superior al resto de fármacos antiparkinsonianos, pero también se asocia a complicaciones motoras, al menos a medio plazo. La levodopa mejora la calidad de vida de los pacientes con EP de forma incuestionable, y la asociación de LCE ofrece una ventaja adicional. Parece razonable usar el sentido común para el empleo de la levodopa. Si la ocasión lo requiere y la incapacidad es significativa, no hay razón para no usarla, siempre, lógicamente, en la menor dosis posible, y, en general, asociada a un AD. Beneficio/riesgo de los fármacos dopaminérgicos Independientemente de la eficacia de un fármaco, un aspecto de crucial importancia es conocer el riesgo/beneficio que proporciona. En general, los AD producen un número mayor de efectos secundarios que la levodopa, y algunos de ellos pueden tener un impacto sobre la calidad de vida de los pacientes mayor que la presencia de fluctuaciones motoras. Además de las náuseas y vómitos, los efectos secundarios más frecuentemente observados en pacientes tratados con AD incluyen edemas periféricos, somnolencia diurna excesiva, ataques de sueño y trastornos del control de impulsos. Estos últimos constituyen un problema de gran magnitud en el tratamiento de los pacientes con EP [138]. 684 Los edemas periféricos se observan en pacientes tratados con AD ergóticos y no ergóticos. En general, suelen aparecer al cabo de varios años de tratamiento, y se ha estimado que pueden afectar hasta a un 45% de los pacientes. La somnolencia diurna excesiva y los ataques de sueño pueden ser producidos por todos los agonistas dopaminérgicos y, en menor medida, por la levodopa. Se ha estimado que los ataques de sueño puedan afectar a un 2,9% de los pacientes en monoterapia con levodopa, a un 5,3% de los pacientes en monoterapia con AD, y puede aumentar hasta un 7,3% en los pacientes con EP que reciben tratamiento combinado con levodopa y AD. La terapia dopaminérgica puede producir una gran variedad de alteraciones conductuales, entre las cuales se encuentran el síndrome de disregulación dopaminérgica, el punding y la realización de actos de forma compulsiva (trastornos de control de impulsos). Mientras que el punding y el síndrome de disregulación dopaminérgica se han asociado frecuentemente al tratamiento con dosis altas de levodopa o infusiones de apomorfina, el trastorno del control de impulsos es mucho más frecuente con el uso de AD. En el trastorno de control de impulsos se incluyen conductas de hipersexualidad, compras compulsivas y trastornos alimenticios con ingesta compulsiva de comida. Un estudio reciente en el que se han estudiado 3.090 pacientes con EP ha encontrado que un 13,8% de los pacientes presenta algún tipo de alteración de conducta compatible con un trastorno del control de impulsos. Esta alteración es mucho más frecuente en pacientes que tomaban AD que en los que tomaban levodopa (17,7% frente a 6,9%) [44]. Conclusiones El gran impacto que las complicaciones motoras tuvieron en la calidad de vida de los pacientes con EP en la década de los años noventa llevó al diseño y desarrollo de ensayos clínicos en los que la variable principal de eficacia era el retraso en la aparición de discinesias y fluctuaciones motoras. Todos los estudios realizados con seguimiento medio de 4-5 años han demostrado que el tratamiento con agonistas dopaminérgicos se asocia con un menor riesgo de desarrollar discinesias, pero a expensas de producir un menor beneficio en los signos motores de la enfermedad. Curiosamente, al cabo de cinco años de tratamiento, las diferencias entre los grupos tratados con levodopa y AD desaparecen, probablemente debido a que ambos grupos de pacientes reciben en ese momento tratamientos similares: los que co- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (11): 669-688 Levodopa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson menzaron con AD añaden levodopa, y los que comenzaron con levodopa asocian AD para conseguir un mejor control de sus síntomas. Aunque el riesgo y la incidencia de desarrollar discinesias se mantiene en un nivel menor en el grupo inicialmente asignado al recibir agonistas dopaminérgicos, el número de pacientes que desarrollan discinesias incapacitantes es muy bajo en todos los estudios y similar para los AD y la levodopa, y las escalas de calidad de vida son también similares en ambos grupos, lo que cuestiona el impacto que estas complicaciones motoras tienen sobre la calidad de vida de los pacientes con EP. A la vista de estos resultados, deberíamos plantearnos si está justificado privar a los pacientes del buen control de los síntomas parkinsonianos que le proporciona la levodopa por el temor a que desarrollen discinesias o fluctuaciones motoras leves que no van a mermar su calidad de vida. En este sentido, resultan interesantes los comentarios de expertos en el tratamiento de esta enfermedad que sugieren que, posiblemente, los pacientes prefieren tener leves discinesias si ello les proporciona una mejor función motora desde el inicio del tratamiento farmacológico. A ello hay que añadir la posibilidad de que desarrollen efectos secundarios graves, que son más frecuentes con el uso de AD. Bibliografía 1. Hornykiewicz OD. Physiologic, biochemical, and pathological backgrounds of levodopa and possibilities for the future. Neurology 1970; 20: 1-5. 2. Hornykiewicz OD. Physiologic, biochemical, and pathological backgrounds of levodopa and possibilities for the future. Neurology 1970; 20 (Suppl): S1-5. 3. Carlsson A. The occurrence, distribution and physiological role of catecholamines in the nervous system. Pharmacol Rev 1959; 11: 490-3. 4. Carlsson A, Lindqvist M, Magnusson T. 3,4-Dihydroxyphenyl­ alanine and 5-hydroxytryptophan as reserpine antagonists. 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In recent years we have witnessed a growing tendency to opt for the use of dopamine agonists (DA) as treatment for Parkinson’s disease (PD), with the aim of delaying as far as possible the development of fluctuations and dyskinesias. Yet, levodopa continues to be the most effective antiparkinson drug and is probably the one that improves the greatest number of symptoms of the disease. This article reports on the results of a comprehensive review of the literature dealing with the benefits and risks of levodopa treatment in patients with PD which was conducted by a group of expert neurologists and members of the Spanish Neurology Society’s Movement Disorder Group. The main conclusion reached in this article is that levodopa continues to be the most effective treatment for PD. Although the risk and incidence of developing dyskinesias remains at a lower level in the group initially treated with DA, the number of patients who develop disabling dyskinesias is very low in all the studies and is similar for DA and for levodopa. Scores on the quality of life scales are also similar in the two groups, which casts some doubt on the impact that these motor complications have on the quality of life of patients with PD. In view of these findings, we should consider whether there is any real justification for depriving patients of the good control of their symptoms offered by levodopa owing to the fear of developing dyskinesias or mild motor fluctuations that are not really going to have any negative effect on their quality of life. There is also the possibility of their developing severe side effects, which are more frequent with the use of DA. Key words. Dopamine agonists. Levodopa. Motor complications. Non-motor symptoms. Parkinson’s disease. 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