EDITORIAL • ESCENARIOS RESURGE partidocracia Por Instituto Mexicano de Estudios Políticos, A.C. Actualmente, todo proceso político, desde la toma de decisiones en materia legislativa y de políticas públicas hasta la construcción de acuerdos, se subordina a la racionalidad de los intereses partidarios y electorales. A nte la erosión de los fundamentos del presidencialismo autoritario, emergen nuevas fuentes de poder, principalmente los cacicazgos regionales y las dirigencias partidistas. Una de las principales consecuencias del cambio político en México ha sido que los fundamentos fácticos del presidencialismo autoritario se han venido desdibujando, en los años recientes, con notoria celeridad. El Presidente ya no cuenta con la mayor parte de las facultades metaconstitucionales que le permitieron en el pasado convertirse en el centro de gravedad de la vida nacional. Ya no es el líder indiscutido de un partido cuasi oficial y, por tanto, su capacidad para premiar y castigar la disciplina de la clase política con cargos públicos o puestos de elección popular es cosa del pasado. Ahora, el poder presidencial se enfrenta a un Poder Legislativo y a un Poder Judicial que han dejado de ser apéndices sumisos de su voluntad para convertirse, poco a poco, en auténticos poderes del Estado. De la misma manera, los gobiernos estatales reclaman y ejercen dosis mayores de autonomía. Toda esta situación, desde luego, es positiva e indicativa de los avances democráticos regis- 8 Ve r i t a s • A b r i l trados por el país. Sin embargo, en la medida en que a estos cambios prácticos no han correspondido los cambios institucionales requeridos para garantizar la funcionalidad del sistema político, bajo premisas no previstas (como la pluralidad en los órganos representativos del Estado que hoy en día nos caracterizan), la relativa pérdida de capacidad de control por parte del Presidente ha propiciado una suerte de vacío de poder. Sólo que en política los vacíos de poder no existen, pues en cuanto éstos se producen son llenados inmediatamente. Así, ante la erosión de los fundamentos del presidencialismo autoritario, observamos la emergencia de nuevas fuentes de poder, principalmente los cacicazgos regionales y las dirigencias partidistas. En las semanas recientes han tenido lugar diferentes eventos que dan cuenta de cómo el fenómeno de la partidocracia se ha convertido en uno de los rasgos más característicos de nuestra vida política. Su efecto más visible e importante es la subordinación de todo proceso propiamente político, desde la toma de decisiones en materia legislativa y de políticas públicas hasta la construcción de acuerdos, a la racionalidad de los intereses partidarios y electorales. No se trata de una consecuencia de la democracia, sino de la manera en que la ausencia de un entramado institucional ad hoc a las nuevas realidades políticas del país, que propicie el acuerdo y no la confrontación, ha permitido el imperio de la racionalidad de los intereses partidarios. Prueba fehaciente de ello son tanto el reciente rechazo del Senado a la iniciativa de reformas que permitiría la reelección consecutiva de los legisladores como el desafío a la credibilidad de la autoridad electoral por parte del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), de algún modo avalada por el resto de los partidos. Estos son indicadores ominosos de las consecuencias de la partidocracia y de los retos que ésta plantea a la consolidación de nuestra vida democrática. Aunque tras las elecciones del 2000 los Poderes Judicial y Legislativo han obtenido cierta autonomía del Ejecutivo, queda un vacío de poder que por desgracia están ocupando los cacicazgos regionales y las dirigencias partidistas. El rechazo a la reelección inmediata El jueves 10 de febrero, ante el pleno de la Cámara de Senadores, se presentó una iniciativa de reforma a los artículos 59 y 116 de la Constitución, encaminada a permitir la reelección inmediata de los legisladores. En abril, esta iniciativa había sido avalada por 89 senadores de diferentes partidos (entre ellos alrededor de 30 priístas), cuatro más que los 85 necesarios para alcanzar la mayoría calificada. Sin embargo, los partidos cambiaron de opinión y rechazaron la reforma. Este cambio de posición no se derivó de un debate más profundo sobre el particular, sino de una decisión en la que la lógica partidocrática se evidencia con absoluta claridad. Este rechazo del Senado a la iniciativa de reforma implica un serio revés a la reforma del Estado. Se ha rechazado una reforma que ha evidenciado su pertinencia en materia de rendición de cuentas, de profesionalización y de continuidad de los trabajos legislativos. Se ha rechazado una reforma que, si bien no era perfecta ni implicaba una modificación integral de la arquitectura institucional del Poder Legislativo, sí era un paso adelante que estaba llamado a desempeñar un papel clave en la construcción de condiciones más propicias para asegurar la gobernabilidad democrática. Ante la imposibilidad de pactar una reforma integral del Estado, era crucial dar los pasos estratégicos necesarios para ampliar los recursos de la gobernabilidad democrática. Pero, una vez más, las consideraciones coyunturales y la lógica de los intereses partidarios y electorales se impuso sobre la necesidad de dar respuesta a los problemas centrales del país. El cuestionamiento a la autoridad electoral La reciente decisión del Tribunal Electoral de que los estatutos del PVEM, aprobados hace un año, debían ser nuevamente modificados por no cumplir los requisitos democráticos mínimos, provocó la ira de los miembros del partido. Pero lo que merece alguna consideración adicional es el hecho de que, a pesar del gran desprestigio de este partido, su postura haya sido acogida positivamente por el resto de los partidos, quienes hicieron un llamado en el Senado a que el Instituto Federal Electoral (IFE) actúe con apego a la ley. Mas en el contexto de un sistema político que cada vez más evoluciona hacia una partidocracia, el consenso logrado por el PVEM es un hecho lógico. Para las dirigencias partidistas, resulta vital promover la idea de que ni el IFE ni el Tribunal Electoral deben intervenir en la vida interna de los partidos. La relevancia del conflicto vivido entre el Partido Verde y las autoridades electorales se ubica en el terreno de sus efectos sobre la credibilidad que han ganado los procesos y las instituciones electorales. En el marco de la racionalidad partidocrática y enarbolando la inadmisible bandera del laissez faire, laissez passer políticos, el continuo cuestionamiento por parte de las dirigencias partidarias a las decisiones de las autoridades electorales representa un ataque a las instituciones y a los fundamentos mismos de nuestra democracia, sumamente preocupante, de cara a un 2006 que se avizora pleno de conflictos y de muestras de incivilidad. Verit a s • A b r i l 9