El hombre que vió el misterio y se dejó vivir por él

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EL HOMBRE QUE VIÓ EL MISTERIO Y SE DEJÓ VIVIR
POR ÉL
Ref. Bibliográfica:
Ref. Bibliográfica: ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO
“QUÉ DECIMOS CUANDO DECIMOS EL CREDO?
Una lectura no dual”
Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao 2012
ENCARNACIÓN
"Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó
del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la
Virgen, y se hizo hombre".
(Símbolo niceno-constantinopolitano)
Empecemos reconociendo una obviedad que, sin embargo, los
creyentes solemos pasar por alto: una formulación como ésta que
empezamos a comentar reviste una forma completamente mítica, que
únicamente la costumbre nos hace repetir, una y otra vez, sin que
reparemos en la dificultad objetiva de asumir lo que ella propone.
Pongámonos por un momento en la piel de una persona contemporáneos que nunca la hubiera oído: ¿qué pensaría? Lo más probable es
que no entendiera nada o que se viera instantáneamente transportada a no pocos siglos atrás..., a la época de las mitologías clásicas.
En efecto, los elementos objetivamente míticos son no pocos: un Hijo
de Dios que vive en el cielo, desciende de él, porque sólo así somos
salvados; ese descenso consiste en que se hace hombre, pero
naciendo de una mujer virgen... Demasiadas disonancias cogniti-vas
como para que la mentalidad contemporánea pueda "conectar" con
esas afirmaciones. Se impone, de nuevo, una "traducción", ya que nos
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hallamos, nada menos, que ante uno de los misterios cen¬trales del
cristianismo: la encarnación.
Una vez más -como exige una traducción rigurosa- trataremos de
comprender por qué nuestros antepasados usaron esas expresio¬nes,
qué contenida vehiculan y cómo se pueden leer desde un modelo nodual de cognición, en una espiritualidad transreli^iosa y abierta,
aunque integradora de la riqueza de los textos sagrados.
Para una primera aproximación, nos resultará de gran ayuda
comprender la cosmovisión característica de la época en que se
escri¬be el texto. En lo que podemos denominar un "paradigma
premoder-no", la realidad se percibe como dividida en tres planos bien
diferen¬ciados: cielo, tierra y abismo. La tierra es la zona intermedia,
que vive a merced de los influjos celestiales y abismales (o maléficos).
Dios dos dioses) vive(n) en el cielo, entendido como espacio tísico,
mas allá de la bóveda celeste. Por eso, es necesario que los cielos se
"ras¬guen" para escuchar la voz divina (Me 1,10-11 y par.) o que,
como veremos, tras la resurrección, Jesús ascienda al cielo "entre las
nubes", para "entrar" de nuevo en la vida de Dios (Le 24,51; Hech
1,9).
"Bajar del cielo" significa, pues, literalmente, "venir de Dios". Con esta
expresión hemos dado un primer paso, pero todavía no hemos
avanzado gran cosa: alguien puede seguir considerándola mítica y, por
tanto, lejana a nuestro nuevo "idioma" cultural.
"Venir de Dios" implica vivirse en él, estar "naciendo" permanentemente del Misterio de lo Real, vivir intensamente la Presencia,
per¬cibiendo la Unidad de todo y actuando en coherencia.
Por eso, cuando afirmamos que Jesús "bajó del cielo", no sólo no
hablamos de "lugares", sino tampoco de "tiempos". No nos referimos a
un "viaje astral" que ocurrió en un momento determinado de la
his¬toria -aunque la fecha del nacimiento de Jesús pueda datarse
históri¬camente-, sino que estamos hablando de Jesús como el
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hombre que \ iv io tan admirablemente identificado con el Misterio (al
que llama ba Abba, Padre), que estaba "viniendo" -naciendopermanentemen¬te de él.
Desde esta clave, podemos entender el misterio de la encarnación
como el reconocimiento, la expresión o manifestación de la Unidad
divino-humana de toda la realidad. Todo y todos estamos naciendo de
Dios en permanencia, como Jesús, aunque todavía no seamos
cons¬cientes de ello. Y esto no ocurre después del (y gracias al)
nacimiento histórico del maestro de Nazaret, sino que es lo que
siempre ha sido. En Jesús, lo que ha sucedido es que se nos ha
"desvelado", como en un espejo en el que lo que es queda
admirablemente reflejado.
La encarnación, por tanto, no sólo no es un mito; tampoco es un mero
hecho histórico del pasado, ni algo que sucediera únicamente en
Jesús. Es, sencilla y admirablemente, la lectura de lo que somos todos
y siempre lo hemos sido..., y que estamos a la espera de
com¬prender. El día que lo veamos, lo empezaremos a vivir: ésa será
la transformación (metanoia), de que hablaba el propio Jesús.
Como Jesús, todos estamos ya en Dios, viniendo de él y viviendo en él.
Todos nosotros somos su "encarnación". Cuando detenemos el
pensamiento y la mente se acalla, podemos empezar a percibirlo en el
Silencio contemplativo de quien vive en el Presente. La encarna¬ción
es lo que ahora mismo está aconteciendo y siempre ha aconteci¬do:
¿cómo no lo vemos? Cuando lo veamos, descubriremos también -en
ese mismo momento nuestra Identidad profunda. Y viceversa: toda
persona que experimenta su verdadera Identidad, comprende y vive el
misterio de la "encarnación*', aunque ni siquiera conozca este termino,
o lo nombre de un modo diferente.
La encarnación revela la verdad de lo que somos y nos invita a
celebrarlo. Dentro de la tradición cristiana, la Navidad nos lleva a "ver"
toda la realidad -como si de un holograma se tratara- en aquel recién
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nacido, al que con razón se le ha llamado el "Niño Dios". La divinidad y
la debilidad no son sino los dos rostros de una misma Realidad, en un
eterno Abrazo no-dual.
En la fórmula del Credo se dice que el motivo de la encarnación fue
"nuestra salvación". Tendremos que volver sobre este otro tema básico
del cristianismo al hablar de la cruz, a la que se ha asociado más
directamente con aquélla. Pero, al hilo de lo que venimos tratan¬do,
podemos adelantar algo aquí.
En la literalidad de aquella fórmula (mítica), se anuncia ya una "buena
noticia": el Hijo de Dios viene "por nosotros y por nuestra sal¬vación";
es decir, Dios quiere nuestro bien: eso es lo que lo mueve y "pone en
marcha" todo lo que se va a decir a continuación.
Todo es, más allá de las apariencias, un misterio de Bien. Lo que
sucede es que, como veremos, la "salvación" no es algo que se
pro¬duzca -como dice el catecismo- cuando la deuda con Dios,
contraída a causa del pecado, quede saldada gracias a la muerte
cruenta de Jesús.
En realidad, "salvación" no es sino otro nombre de "encarna¬ción". Y
en ambos casos de lo que se trata, como hemos visto, es de una
"revelación", de un "caer en la cuenta" de lo que ya somos y siem¬pre
hemos sido. Nacemos "salvados" de las manos de Dios; lo que Jesús
hace es "mostrarlo", al descubrirnos a Dios como Abba, Miste¬rio de
Amor gratuito y misericordioso de quien estamos no-separa¬dos, y al
vivirse del modo humano que corresponde a quien lo ha des¬cubierto.
En la Unidad que -con nuestras diferencias- somos (encarna¬ción),
estamos ya "completos" (salvación): Jesús lo vio y lo vivió. En ello
estamos también nosotros, en la medida en que nos reconoce¬mos en
la Identidad compartida con él (y con todos los seres).
¿Nacido de una virgen? Empecemos de nuevo, para comprender el
texto que hemos recibido y poder traducirlo con fidelidad, por una
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constatación: es innegable que el paito virginal es un mito que se
extendía en la antigüedad desde Egipto hasta la India.
Horus, en Egipto, nace de la virgen Isis (tras el anuncio que le hace
Thaw); Attis, en Frigia, de la virgen Ñama; Krishna, en la India, de la
virgen Devaki; Dionisos, en Grecia, y Mitra, en Persia, de vírge¬nes
innominadas... Por cierto, de prácticamente todos ellos se dice que
nacieron un 25 de diciembre, en el solsticio de invierno -en el
hemisferio Norte-, justo cuando el Sol vuelve a "nacer", venciendo a la
noche.
¿Qué se nos dice sobre el nacimiento de Jesús? Para empezar, sólo
dos de todos los autores del Nuevo Testamento hablan del mis¬mo:
Mateo y Lucas. Y tampoco entre ellos dos hay unanimidad en lo que
nos narran. Para Mateo, quien recibe el anuncio del ángel -en sueñoses José; para Lucas, por el contrario, es María. Mientras el primero
parece no saber nada de Nazaret como lugar de residencia de los
padres de Jesús, Lucas, por su parte, desconoce los aconteci¬mientos
-que tampoco son mencionados en fuentes profanas- de la visita de los
Magos, de la matanza de los inocentes, de la huida a Egipto...
¿Qué significa todo esto? Probablemente que los llamados "rela¬tos de
la infancia" -que ocupan los dos primeros capítulos en los evangelios
citados- son narraciones legendarias o construcciones teológicas al
servicio de un mensaje concreto, que constituye la fe de la comunidad
que nace después de la Pascua: Jesús es el Hijo de Dios desde el
momento mismo de su concepción. Y ya en su infancia "ocu¬rren"
hechos que nos hacen verlo así. En concreto, por lo que se refie¬re al
parto virginal, la exégesis actual sostiene que se trata de una leyenda
"etiológica", con la que se busca fundamentar (ailia: tundaUna persona virgen es aquélla cuyo corazón no está "ocupado" por
ninguna otra cosa que la voluntad de Dios.
Si queremos expresarlo de un modo aún más radical, podemos decir
que virgen es la persona que se ha desindentificado o desapro¬piado
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de su yo y, por tanto, ya no vive para él. Es "virgen" -apertura,
disponibilidad, donación...- quien no está identificado con su ego ni
vive para él, sino que ha descubierto-experimentado la Identidad-sinlímites (transegoica o transpersonal, no-dual) que todo lo abraza. Una
identidad, por lo demás, que únicamente puede percibirse en el
presente.
En ausencia de identificación con el yo, la persona es cauce o canal a
través del cual Dios puede fluir con entera libertad. Por eso, puede
cantar como María: "El Poderoso ha hecho en mí obras gran¬des" (Le
1,49). No hay sentido alguno de apropiación; hay únicamen¬te un
"dejarse vivir", asintiendo a la Vida que se expresa en la forma del
momento presente.
La virginidad, por tanto, así entendida, puede considerarse como el
horizonte hacia el que caminamos..., porque en realidad ya lo somos.
Al comprender la Unidad que somos y trascender la concien¬cia egoica
-en la desapropiación del yo- nuestro corazón se "desocu¬pa" y nos
descubrimos conteniendo en nosotros al universo entero.
En ese sentido, todos somos María, la mujer virgen, que permite que
Dios la ocupe por completo. Eso permite que se borre toda
sepa¬ración y que nazca el Hijo de Dios. Si Jesús es el "espejo" de lo
que somos todos, en esta Unidad no-dual que constituye lo Real, "Hijo
de Dios" bien podría entenderse como el nombre de aquella Identidad
última que, con él, todos compartimos, y a la que nacemos -o emerge
en nosotros- justamente cuando nos desidentificamos del yo. Al tomar
distancia del yo -lo que pensamos ser-, queda lo que realmente
somos: aquello que Es, pero que no puede pensarse, el "Yo soy" atemporal y sin predicados.
MUERTE EN CRUZ Y REDENCIÓN (SALVACIÓN)
"Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Policio
Pila-to: padeció y fue sepultado".
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Para nuestra sorpresa, el Credo no recoge nada relativo a la misión ni
al mensaje de Jesús -ni siquiera una simple alusión, como la que
aparece en el Libro de los Hechos (10,38): "Pasó haciendo el bien"-, de
modo que da un salto desde el nacimiento hasta la muerte.
¿Cómo se explica esta omisión, cuando es justamente en la vida de
Jesús donde acontece, según los cristianos, la revelación de Dios? Para
hallar la respuesta, tenemos que remontarnos a la teología de Pablo,
quien es capaz de proclamar su fe en Cristo, sin ni siquiera mencionar
a Jesús. (De hecho, lo único que el apóstol dice acerca de Jesús es que
fue "nacido de mujer": Gal 4,4).
El genio de Pablo elaboró la "religión de Cristo", en pugna con otras
religiones, particularmente los cultos mistéricos y, entre ellos, el de
Mitra, en aquel hervidero religioso que era el mundo grecorro¬mano
del siglo I. Y lo hizo con tanto acierto que el cristianismo aca¬baría
imponiéndose hasta alcanzar la hegemonía en el Imperio.
Lo que Pablo hizo no fue sino elevar a "misterio" lo que había sido la
existencia histórica de Jesús, creando una religión "universal": de ahí
su insistencia polémica en la necesidad de superar el judais¬mo, con
su Tora y su exigencia de circuncisión. De esa manera, el Jesús
concreto se convirtió en el Cristo abstracto y, en particular, el hecho
histórico de la cruz vino a constituir el "misterio de la salva eión". El
mensaje subversivo de Jesús frente a la propia religión que¬dó
relegado y, sobre él, se pusieron los cimientos de una religión
uni¬versal y mucho más poderosa.
A partir de ahí, la tradición cristiana, siguiendo ese precedente que
marcó todo el desarrollo posterior, "redujo" la vida de Jesús apuesto
que no sustituyeron este término por otro que no significara "hermano
carnal" (como "primo", anepsios,- cf. Col 4,10)"*.
En cualquier caso, parece Halarse de una polémica trasnochada. Es lo
que suele ocurrir cuando se modifica el "marco" de compren¬sión: no
es que no tengamos respuesta; es que la pregunta ha perdido interés.
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Esa cuestión pudo tener su "enganche" en un nivel mítico, con todo lo
que este nivel implica. Pero carece de sentido en una perspectiva
transpersonal, en la que -como va había hecho el propio Jesús- se
rompen las rígidas barreras del parentesco.
Jesús, la novedad que desconcierta
Familia, amigos, autoridad religiosa..., todos pretenden catalogar¬lo y
terminan
desconcertados;
todos
parecen
reclamarle
un
compor¬tamiento estipulado y acaban descolocados. La familia quiere
ence¬rrarlo, los amigos lo reconvienen y tratan de alejarlo de su
camino, la autoridad religiosa lo acusa de blasfemo y endemoniado.
Frente a todos ellos, destaca la fresca libertad de Jesús, a juego con la
senci¬llez y novedad de su mensaje6.
De esos grupos, será la autoridad religiosa la que protagonice el
enfrentamiento más encarnizado, hasta acabar con la muerte del
Maestro de Nazaret. No es extraño: la autoridad se opone a la
novedad, porque es la guardiana de la inmovilidad y estabilidad de la
doctrina que le garantiza su propia posición. Si a eso se añade que el
mensaje nuevo la pone en cuestión, la condena y el ataque son
previsibles.
NOTAS:
5.
R. AGUIRRE - C. BERNABÉ - C. GIL, Qué se sabe de Jesús ,/,
\a:arel. Verbo Divino, Estclla 2009. pp.54-55. Y sigue diciendo: "/>/<
/ns<> despue-. de la eoinpO"¡
siciónde los textos evangélicos y las cartas de Pablo, el obispo ¡le J¡
insolen
sipo (s.lll subraya el carácter cantal de los "hermanos, de Jesús.
¡lisiinKiii''""^
9
los •hermanos de Jesús• de los -primos de Jesús» ". |
6.
He intentado plasmar los rasgos de la persona de Jesús en
Recuperar a ■A'*'"] Una mirada transpersonal. Descléc De Brouwer.
Bilbao 2010.
Después de veinte siglos, el mensaie de Jesús mantiene toda su carga
de novedad y de libertad. Si no se percibe así, es señal de que,
consciente o inconscientemente, lo hemos desactivado -ignorándolo o
domesticándolo-, como la forma más eficaz de "protegernos" de él.
Lo ignoramos cuando, aun valorándolo, nos mantenemos a dis¬tancia
de él, considerándolo quizás como una utopía imposible: es el modo de
"blindarnos" ante lo que pudiera removernos, para seguir moviéndonos
según la rutina y comodidad acostumbradas.
Lo domesticamos al "espiritualizarlo": olvidando la historia y la
novedad de su práctica, particularmente en la crítica a la religión, se
convierte a Jesús en "obieto de culto" y se organiza una religión que,
adorándolo como Dios, sin embargo, funciona según los parámetros
"religiosos", enterrando la novedad del Maestro de Galilea.
Desde la perspectiva no-dual, se recupera a Jesús y a su mensaje en la
Unidad que somos, pero eso requiere un proceso de transfor¬mación
(ampliación) de la conciencia para que, percibiendo la realidad como él
la percibía, podamos plasmarla en estructuras que reflejen más
ajustadamente su utopía, lo que él llamaba "Reino de Dios".
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