Asperger: mi vida, mi visión - Asociación Asperger Alicante

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Asperger: mi Vida, mi Visión
Diversidad y Unidad
Ramon Cererols (correo: [email protected], web: http://pairal.net/)
IV Jornada Síndrome de Asperger, organizada por ASPALI (Asociación Asperger
Alicante) el sábado 5 de octubre de 2013, en el Paraninfo de la Universidad de
Alicante.
Nota: El texto en color azul dentro de un recuadro corresponde a fragmentos
complementarios que no se incluyeron en la exposición oral para ajustarla al
tiempo programado.
Introducción
La Asociación Asperger Alicante me ha ofrecido la oportunidad de describirles mi
vivencia como persona con Asperger. Lo haré dividiendo mi vida en dos partes: la
primera, a la que llamo “el punto de partida”, que comprende mis primeros años hasta
el final de la etapa escolar, y la segunda, que titulo la “evolución posterior”,
correspondiente al casi medio siglo posterior, hasta el momento actual.
Me ha parecido que también podría resultar de interés añadir una tercera parte en la
que comente mi visión personal del Asperger, surgida del intento de averiguar la
esencia de aquello que me hace diferente a las otras personas, y de su análisis en
relación a los conocimientos actuales en diversas áreas. Sea o no acertada, espero que
pueda ayudar a entender una manera de pensar y de ser distinta.
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Evolución y revolución
Cuando contemplamos la historia de la humanidad vemos que su progreso es una
sucesión de largos períodos de aparente estabilidad o muy lenta evolución, jalonados
por bruscas transformaciones en las que de repente estallan las tensiones que
imperceptiblemente se habían ido acumulando. Son las revoluciones y las crisis que
hacen desaparecer imperios, estados, o sistemas políticos, para crear otros nuevos.
Pero sobre todo son las revoluciones y las crisis que cambian los paradigmas
establecidos: la manera colectiva de entender el mundo y la sociedad.
Algo parecido sucede en invierno en las pendientes montañosas, en las que la nieve va
acumulándose copo a copo durante semanas, hasta que súbitamente un día alguna
circunstancia accidental desencadena un alud. Aunque es ésta la que lo ha ocasionado,
el alud no hubiera podido producirse sin la lenta y callada acumulación de nieve que lo
ha precedido.
Como en la sociedad o en las cumbres nevadas, también en nuestras pequeñas
historias personales se dan largos períodos en los que nada parece que cambie (lo que
en ciertas situaciones nos ocasiona desasosiego o desesperanza), pero
imperceptiblemente los copos se van acumulando, a la espera de que algún suceso
desencadene el alud que inicie una nueva era.
En mi vida ha habido varios de estos sucesos. Todos me han cambiado de alguna
manera con mayor o menor intensidad, pero uno de ellos, el más reciente, ha
cambiado también radicalmente la imagen que tenía de mí mismo: me ha permitido
conocerme y comprenderme. Y como decía Thomas Mann: “Nadie continúa siendo el
que era cuando se conoce a sí mismo”.
Aquel suceso se produjo un día de febrero del año 2009… pero será mejor que
empiece por el principio.
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Mi vida: el punto de partida
El confuso despertar
Durante la mayor parte de mi vida había ignorado —consciente o inconscientemente—
mis primeros años. Evitaba volver, ya fuera mental o físicamente, a los escenarios de
mi infancia y adolescencia. A fuerza de no recordarlos, algunos de ellos se han perdido
para siempre (aunque se introduzcan sigilosamente en mis pesadillas).
En los últimos tiempos he sentido el deseo de conocerme y comprender las razones
que configuran mi manera de ser. Para ello he intentado acercarme al niño
desorientado y miedoso que fui para reconciliarme con él tras tantos años de haberlo
negado. Si siempre fue incomprendido por los demás, al menos yo debía tratar de
comprenderlo ahora.
Retrocedí hasta aquellos momentos en los que el niño empieza a enfrentarse con su
entorno, e inicia un proceso de interpretación del mismo. A medida que recuperaba el
recuerdo de las situaciones vividas, volvía a sentir lo que entonces experimentaba
aquel niño, sus sensaciones, su visión del mundo que le rodeaba.
El mundo era para él un gran escenario repleto de infinitos detalles con los que se veía
obligado a interactuar. Pronto intuyó que estos detalles solían agruparse en conjuntos
con funcionamientos específicos: los distintos objetos. Pero fue dándose cuenta que
entre estos objetos los había de dos tipos.
Los del primer tipo seguían siempre unas reglas determinadas y, por tanto,
predecibles. Constituían una parte del mundo ordenada, metódica. Por ello sus
detalles le atraían, como el patrón que se repetía continuamente en el papel de la
pared del cuarto de juego, o la grieta que se bifurcaba en el suelo del balcón, o los
caminos que formaban cada una de las vetas de la madera de la mesa, o el perfil del
número 3 en rojo en el calendario, con sus fascinantes remates redondos, o… un
millón de cosas.
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No sucedía así con los objetos del segundo tipo, que presentaban un comportamiento
aleatorio, desordenado, caótico, es decir, impredecible. La falta de reglas significaba la
falta de interés. Su constancia en la imagen recordada se reduce a unas manchas
borrosas, de las que solo se siente su presencia porque interfieren con los restantes
objetos y con el niño, alterando su orden.
Como supongo ya habrán deducido, los objetos del segundo tipo eran las personas.
Entre ellas las más problemáticas, por ser las más incomprensibles, eran los
otros niños. No interpretaba sus juegos, sus códigos de comportamiento, su
manera de hablar, sus expresiones que no tenían un contenido lógico ni
aparentemente funcional, como si siguieran unas reglas secretas que a mí me
estaban vetadas. Es más, en muchas ocasiones sus afirmaciones ni tan
siquiera se ajustaban a la realidad. ¿Qué sentido podía tener eso?
Tampoco me ayudaba mi inhabilidad para los deportes y la actividad motriz
en general. Temía abandonar una posición fija y estable, como cuando en la
clase de gimnasia debía dar volteretas. Me horrorizaba el plinto, aquel
maldito instrumento de madera de varios pisos, como ataúdes puestos uno
sobre otro, al que había que llegar corriendo, saltar y dar la vuelta encima.
Nunca fui capaz de hacerlo.
Me ponía en la fila, mirando como los de delante mío lo hacían fácil y
alegremente, y viendo con horror cómo se acercaba mi momento. Entonces,
ante las miradas de todos, que ya sabían lo que iba a suceder, intentaba una
torpe carrera, y al llegar al instrumento de tortura daba un enclenque y
desesperanzado salto que como mucho me permitía llegar a tocar el aparato
con el cabeza, pero nada más.
A partir de este momento para mí todo era confuso: a veces el profesor me
reñía, me instaba a repetirlo con más fuerza; algunas veces me cogía por las
piernas para darme la vuelta, con lo que yo perdía el mundo de vista y caía
por uno u otro lado; y en otras ocasiones —misericordioso—me dejaba
volver a mi lugar, mientras los compañeros disfrutaban del espectáculo.
En el aspecto sensorial, aparte de la repulsión que me causan determinadas
texturas, mi principal problema son los ruidos intensos repentinos: las
explosiones, los disparos, los petardos, los truenos. En aquella época, durante
las semanas anteriores a la verbena de San Juan, eran frecuentes en las calles
los grupos de niños lanzando petardos. Me bastaba ver a lo lejos dos o tres
niños —que quizás sólo jugaban a pelota— para que yo acelerara el paso en
dirección contraria. Aun ahora, en noche de verbena o cuando hay tormenta
eléctrica, me encierro en casa con las ventanas cerradas.
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Ignorancia emocional
Aquel niño no podía imaginar que la actuación de las personas estuviera motivada por
una mente interior con intenciones, emociones, creencias, deseos, objetivos, afectos,
odios, historias personales, etc. Pero es que en realidad no sólo no lo imaginaba en las
otras personas sino que ni tan siquiera lo sentía en sí mismo. El comportamiento de
este niño (o quizás fuera más correcto decir su funcionamiento) era una respuesta
lógica a su percepción del entorno, respuesta sólo alterada por las dos únicas
emociones que sentía: el bienestar y el malestar.
En realidad sentía las distintas emociones, pero no las distinguía. Es lo que se conoce
como alexitimia.
El bienestar era una sensación débil, que generalmente le influía poco. El malestar,
cuando se producía, era una emoción intensa, pero confusa. No tenía matices, y a
menudo ni siquiera sabía su origen. Para él no existían la ira, la tristeza, la soledad, el
odio, la envidia, la hostilidad, la rabia, la vergüenza, la culpa, la frustración, el fastidio,
el enfado, el desprecio, el rechazo, la incomodidad, la desconfianza, la pena, etc.
Únicamente aquel malestar sin nombre.
No he incluido en esta relación dos emociones básicas: el miedo y la ansiedad. La razón
es la siguiente:
El niño se daba cuenta que había multitud de sucesos que le causaban malestar —la
mayoría de los cuales eran normales para los demás—, pero que era incapaz de
predecirlos, ya que dependían de otras personas cuyo comportamiento —para él— era
imprevisible. Sabía que cualquier situación —especialmente si se alejaba de la rutina
conocida— constituía un riesgo, y ello le provocaba la primera emoción identificable:
el miedo.
Aquel frecuente —y en ciertos períodos constante— estado de agitación e inquietud
provocó la segunda: la ansiedad. Ambas —miedo y ansiedad— fueron las dos primeras
emociones en que se dividió su malestar, dos emociones que le acompañarían ya el
resto de su vida.
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Curiosamente, creo que mi primer aprendizaje emocional lo hice más tarde
con la lectura de una colección de narraciones de fragmentos de la realidad
cotidiana, que además me servían para aprender a leer y escribir en catalán
en una época en que este idioma estaba prohibido en la escuela y en la vida
pública. Eran las PÀGINES VISCUDES [Páginas Vividas] de Josep Maria Folch i
Torres, novelista, narrador y autor teatral fallecido un año antes que yo
naciera.
Las historias tenían una gran dosis de sentimentalismo —que algunos
intelectuales consideraron excesivo— que era descrito con detalle, y que a mí
me permitió empezar a vislumbrar lo que sucedía en el interior de otras
personas.
Falta de empatía
Este es uno de aquellos apartados que más me cuesta contar con toda sinceridad, pues
sé que si no es escuchado con una mente muy abierta y comprensiva puede provocar
un fuerte rechazo. Por ello lo expondré brevemente.
La empatía es la sintonía emocional, pero ¿cómo puede una persona que no conoce
sus propias emociones entender las de las demás? Y si no las entiende, ¿cómo puede
sentir una sintonía emocional con ellas?
Aquel niño no percibía el afecto y el amor que las personas cercanas pudieran sentir
por él. Simplemente observaba que le trataban de una manera razonable y justa, y él
encontraba lógico responder del mismo modo. Pero aquella respuesta no era afecto ni
amor, ni se debía a ninguna sintonía emocional.
Eso sí, ayudaba a sus compañeros si tenían dificultades, hacía lo posible por evitar
cualquier daño que pudieran sufrir los demás, deseaba que nadie padeciera ningún
mal… porque era lo justo y razonable, pero no podía sentir dolor por el dolor ajeno.
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Déficit comunicativo
Otro problema de aquel niño eran sus déficits de comunicación. O más bien déjenme
expresarlo de otra manera: otro problema de aquel niño era que su sistema
comunicativo era distinto del que corrientemente usan los neurotípicos.
Hace ya tiempo que los ordenadores dejaron de ser aquellos grandes
armarios llenos de circuitos con válvulas electrónicas que sólo algunas
grandes empresas poseían, y que eran controlados por personal altamente
especializado. Ahora casi todo el mundo maneja algún tipo de portátil, tablet,
smartphone, u otro dispositivo similar.
Los más jóvenes no suelen tener problemas para trabajar con ellos. Han
nacido inmersos en este mundo, y saben manejarlos por simple intuición.
Sucede como con los idiomas: si un niño nace en una familia en que el padre
habla un idioma, la madre otro, y en el colegio o el entorno se usa un tercero,
el niño aprenderá los tres sin ninguna dificultad. (En cambio, todos sabemos
lo que nos cuesta más tarde aprender tan sólo uno).
Pues bien, a veces alguna de las personas que nos hemos introducido en la
informática de mayores, se queja afirmando: “El ordenador no hace lo que
digo”. En realidad debería decir “El ordenador no hace lo que quiero”, porque
en realidad lo que dice no es realmente lo que quiere.
El lenguaje natural está lleno de sobreentendidos, de expresiones figuradas, de dobles
sentidos, de ambigüedades, y parte de la base de que quien habla y quien escucha
comparten unos conocimientos previos y unas experiencias comunes.
No sucede así con los ordenadores. El ordenador ejecuta al pie de la letra las
instrucciones que se le dan, y éstas deben ser expresadas de manera inequívoca, y con
toda la información necesaria. Nada puede darse por supuesto.
Las personas con Asperger, por lo menos hasta haber adquirido bastantes años de
experiencia en este planeta de neurotípicos, nos parecemos en este sentido a los
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ordenadores. Necesitamos un lenguaje formal, explícito, concreto. Por esta razón
solemos entendernos bien con estos artilugios, y hay tantas personas con Asperger en
el mundo de la informática.
Incluso hay una multinacional de servicios profesionales informáticos —recientemente
instalada también en España— cuyos consultores son todos personas con un
diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista o similar, pues consideran que estas
personas tienen unas habilidades especialmente indicadas para este tipo de trabajos.
Pero es que además el lenguaje verbal es solo una parte —y a veces la menos
importante— de la comunicación humana. A menudo lo que uno expresa con palabras
queda contradicho por lo que expresa gestualmente, con la expresión corporal y facial,
con la mirada, con el tono de voz.
La interpretación de estos signos no verbales requiere la atención simultánea a
distintos canales de comunicación. A aquel niño —y también todavía a la persona que
soy ahora— ello le resultaba difícil. Si intento concentrarme en uno de los canales,
pierdo el hilo de los otros. Así que me centro en el que me resulta más fácil: el
contenido de las palabras.
Uno de estos canales me resulta especialmente difícil: el de la mirada. Mirarse a los
ojos entre dos personas que se comunican es lo más habitual. Al parecer, la mirada
revela informaciones que no se transmiten por otros medios. Y digo “al parecer”,
porque yo no miro casi nunca a los ojos, y aunque lo hiciera no acierto a descifrar en
ellos ningún significado.
Además, me cuesta un esfuerzo que me desconcentra. Algunas veces me he esforzado
en mirar a los ojos a mi interlocutor, y al cabo de un rato me doy cuenta que no he
podido seguir nada de lo que me estaban diciendo. Pero no es sólo este problema de
distracción, sino que mirar a los ojos generalmente me causa cierta molestia o
inquietud.
Como que no mirar a los ojos de la persona con la que se está hablando suele causar
mala impresión, ya hace tiempo que aprendí maneras de disimularlo, como mirar a
una zona cercana, o hacer alguna mirada rápida y apartarla, o incluso mirar en
dirección a los ojos, pero desenfocando la visión.
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Carencia de amigos
En la escuela yo era el niño solitario. Durante el recreo me sentía incómodo y fuera de
lugar; me quedaba en un rincón del patio mientras los demás jugaban y corrían. Temía
que alguno de ellos en sus carreras desbocadas chocara conmigo, o que me golpeara
una pelota mal dirigida. Esperaba así que llegara la hora de regresar a clase, donde por
lo menos había unas reglas de funcionamiento y se mantenía un orden.
Mi relación con los demás se limitaba al mínimo imprescindible. No tuve nunca ningún
amigo. De hecho, de amigo en el sentido propio de la palabra no he tenido nunca
ninguno, ni entonces en la escuela, ni después en la universidad, ni en las dos
empresas en las que he trabajado, y aún menos fuera de los lugares que obligan a una
convivencia habitual con otras personas.
En el segundo trabajo hubo algunos compañeros con los que sintonizaba más
(aunque generalmente la sintonía era sólo debida al hecho de compartir la
afición u obsesión por la informática; la mayoría de las conversaciones
trataban de este tema, y el contacto rara vez traspasaba la puerta de la
empresa).
Al final de mi vida laboral, tras descubrir el Asperger, tuve con tres o cuatro
de ellos conversaciones que por primera vez en mi vida tocaban temas más
personales, pero sólo con dos de ellos he mantenido un contacto posterior
esporádico.
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Prosopagnosia
Una dificultad que continúo compartiendo con aquel niño, y que incluso me ha
causado muchos más problemas en mis últimos 20 años que en los anteriores (no
porque se haya agravado, sino por la repercusión que ha tenido) es el de la
prosopagnosia, es decir, mi dificultad para recordar y reconocer las caras de las
personas.
La prosopagnosia se da en muy diversos grados, desde personas que sólo presentan
ligeras dificultades hasta otras que no son capaces de reconocer ni a sus familiares
cercanos ni a ellas mismas en un espejo. Es frecuente que las personas con
prosopagnosia no extrema pasen muchos años sin tomar plena conciencia de esta
anomalía. (Por ejemplo, yo conocía mis dificultades, pero no supe que constituían una
anomalía cognitiva específica hasta hace unos diez años).
Mi caso es un caso medio. Puedo identificar a las personas con las que tengo una
relación habitual, siempre que esta interacción me provoque alguna sensación o
sentimiento específico hacia ellos. Y es que lo que me permite identificarlos no es su
cara, sino la sensación que experimento al encontrarlos. La cara, en cambio, no la
recuerdo. Por ejemplo, si en el trabajo alguien me hubiera preguntado qué aspecto
tenía mi jefe o un colaborador directo, incluso poco después de haber estado con ellos,
no hubiera sabido decirlo.
Por cierto, que este doble circuito de reconocimiento —visual y emocional—
existe en la mayoría de las personas. Así, de la misma manera que en la
prosopagnosia no funciona el circuito visual, existe el fenómeno contrario,
conocido como el síndrome de Capgras, en el que el circuito visual funciona
correctamente y lo que falla es el emocional. Las personas que lo padecen
pueden reconocer la cara de un conocido y sin embargo pensar que es un
impostor que se hace pasar por él.
Pero este sistema de reconocimiento emocional es muy limitado. Si la
interacción no alcanza cierto umbral (lo que ya tiene una dificultad adicional
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en un TEA) no se genera ninguna emoción, o al menos no con la suficiente
intensidad como para recordarla. En ciertos casos las emociones pueden ser
muy similares y se hacen difíciles de distinguir. Además, el reconocimiento
emocional requiere una reactivación continua. Si dejo de ver a una persona
durante algún tiempo, dejo de reconocerla.
Otra consecuencia es mi dificultad para seguir algunos films y series de
televisión cuando los personajes no están claramente definidos o no puedo
deducirlos por el contexto (como en el caso de tramas complejas). En alguna
ocasión no he comprendido por qué razón un personaje cambiaba
radicalmente su comportamiento a mitad de la película, hasta que más tarde
me he dado cuenta que eran dos personajes distintos.
En los últimos años de mi fase laboral debía tener contacto con muchas personas, a la
mayoría de las cuales sólo veía ocasionalmente, de modo que aquella relación
profesional solo me generaba una sensación genérica, muy similar en todos ellos, lo
que me impedía distinguirles. Esconder esta dificultad era difícil, y ocasionaba a veces
situaciones complicadas o embarazosas.
Identidades y grupos
La facultad del reconocimiento de caras forma parte de otra más amplia que es la de
crear y mantener, para cada persona con la que se tiene cierta relación, una identidad
que tiene asociada datos como su historia personal, la historia de nuestros contactos
con ella, su manera de ser, sus aficiones y gustos, sus opiniones, sus preocupaciones,
sus relaciones con otras personas, qué cosas conoce de nosotros y de los demás, etc.
Esta información se adquiere y se recupera de manera intuitiva, sin un esfuerzo
voluntario, de manera que cuando alguien está en una reunión social va absorbiendo
continuamente nuevas informaciones de las distintas personas, al tiempo que es capaz
de tener en mente las circunstancias personales de cada una. Sólo así es posible
mantener una conversación ágil.
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Como en el caso del reconocimiento de caras, estas habilidades son tan
comunes que no son debidamente apreciadas. Nos parecen normales.
Por ejemplo, si estamos con María, Rosa, Juan y Carlos, y durante la
conversación María nos pregunta sobre una discusión que al parecer habrían
tenido Pedro y Luisa (no presentes en la conversación), antes de responder
—para evitar cualquier tipo de conflicto— debemos tener en cuenta no sólo
las circunstancias personales de cada uno de los 6 implicados (los 4
presentes y los 2 ausentes), sino también las relaciones entre ellos (aquello
que cada uno conoce y opina de los demás).
Todo ello implica recordar, seleccionar, analizar, e interrelacionar una gran
cantidad de información. En buena lógica, se debería requerir un cierto
tiempo para este proceso. No obstante, lo más probable es que una o más
personas del grupo respondan inmediatamente, a veces incluso antes de que
María termine de expresar su pregunta.
Esta rapidez es posible, como en el caso del reconocimiento de caras, gracias
a módulos cerebrales que han evolucionado específicamente por las
necesidades de una especie social como la humana.
Aquí me sucede como con la prosopagnosia. Me faltan en buena parte estas funciones
intuitivas, y debo suplirlas con otros métodos, que resultan menos eficaces.
En el caso de la identidad personal, debo hacer un esfuerzo voluntario para recordar
las circunstancias de alguien, como si se tratara de aprender de memoria la tabla
periódica de los elementos con sus propiedades, las combinaciones que tienen lugar
entre ellos, y la historia de su descubrimiento y utilización (lo cual, por cierto, debería
ser mucho más fácil, puesto que hay menos elementos químicos que personas con las
que tenemos o hemos tenido contacto).
Incluso con este esfuerzo, si el contacto no es frecuente, no puedo evitar que los datos
se vayan perdiendo progresivamente, y con ellos mi recuerdo de su identidad
personal. Así por ejemplo, no recuerdo prácticamente ninguno de mis compañeros de
colegio (con una excepción, por circunstancias especiales), tampoco ninguno de mi
época universitaria, ni ningún profesor.
En el caso de las conversaciones en grupo, al tener que substituir el proceso intuitivo
por otro explícito (racional, secuencial), necesariamente más lento, me impide
intervenir con la agilidad necesaria. Cuando he pensado la respuesta adecuada, ya
otros lo han hecho.
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El problema es tanto mayor cuantas más personas intervienen, pues mayor es el
número de modelos mentales e interrelaciones que tengo que mantener. Si solo hay
un interlocutor, la dificultad prácticamente desaparece. Este problema tampoco se
presenta cuando la conversación gira alrededor de temas no sociales, pues entonces
estoy en igualdad de condiciones con el resto de interlocutores.
Además, cuando se dan conversaciones cruzadas o en ambientes ruidosos
(por ejemplo, cuando se reúne un grupo numeroso en la mesa de un
restaurante y se forman diversas conversaciones simultáneas), mi capacidad
de distinguir las palabras de los que se dirigen a mí de las otras y del ruido de
fondo es bastante menor que el normal.
Al parecer, según algunos estudios, las personas con Asperger en promedio
requerimos unos umbrales entre la palabra y el ruido entre 2 y 3,5 dB
mayores.
¿Qué es lo normal?
Quisiera concluir esta parte de mi charla con una reflexión sobre el concepto de la
normalidad, algo que nos preocupa a los que “no somos normales”. Un concepto que
unas veces no termina de ser comprendido, y otras es utilizado para ignorar o rechazar
aquello que está fuera de la norma. Estos dos puntos son los que me propongo
comentar.
Empezaré, pues, por la comprensión del concepto. ¿Qué es lo normal? Todos los seres
vivos —las plantas, los hongos, las bacterias, y los animales entre los que nos
contamos— para sobrevivir necesitan (necesitamos) adaptarnos a nuestro entorno. El
ser que no consigue adaptarse no sobrevive, por ello la necesidad de adaptación está
grabada en nuestro instinto de supervivencia.
Distintos tipos de seres utilizan diferentes métodos para conseguir este propósito.
Algunos de ellos (los animales) estamos dotados de un sistema nervioso central con un
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cerebro que nos permite analizar los estímulos que recibimos del exterior, y elaborar
las estrategias necesarias para la supervivencia.
Pero estas estrategias deben ser siempre planteadas sobre la base de las condiciones
de todo tipo que se dan en nuestro entorno, aquellas a las que debemos adaptarnos.
Cualquier decisión exige considerar que lo que nos rodea, lo que experimentamos, es
lo normal. Así para un pájaro lo normal es volar, y un pájaro que pierde esta facultad
probablemente no sobreviva, pero para los animales terrestres no disponer de alas no
es ningún problema: para nosotros es normal no volar.
Por ello nos resulta difícil generalmente captar lo rara y sorprendente —e incluso
algunas veces maravillosa— que es en el fondo esta “normalidad” que tenemos a
nuestro alrededor y no sabemos apreciar. Artistas, científicos y filósofos parecen tener
tareas muy distintas. Sin embargo, todos ellos comparten una misión común: hacernos
ver cuán extraño es aquello que nos parece normal.
Los artistas nos muestran la belleza, el misterio, la grandeza y la miseria que se
esconden en nuestra vida cotidiana. Los científicos penetran la realidad que nos rodea
para que veamos que no se parece en nada a lo que percibimos con nuestros sentidos,
y nos descubren mundos insospechados. Los filósofos, con las cuestiones que nos
plantean, nos hacen dudar de nuestras creencias sobre la naturaleza del mundo y de
nosotros mismos.
Por ejemplo, la capacidad de reconocer las caras de las personas se considera
algo normal, y la prosopagnosia, por tanto, un trastorno. Pero si lo
analizamos objetivamente veremos que lo extraordinario es justamente lo
primero. La capacidad de reconocimiento facial es algo que solo ha podido
ser esculpido evolutivamente en el cerebro humano porque resultaba (y
resulta) enormemente beneficioso dado nuestro tipo de vida social.
Para verlo con más claridad, les propongo comparar dos situaciones.
Primera: Alguien de ustedes viaja a otro país y allí de repente, en una plaza,
se encuentra con un antiguo compañero de estudios a quien hacía muchos
años que no veía.
Segunda: Alguien de ustedes viaja a otro país y allí de repente, en una plaza,
se encuentra con una piedra que hasta hace pocos días estaba al borde del
camino que cada día recorre usted para ir al trabajo.
Supongo que la mayoría de ustedes encontrará natural reconocer al antiguo
compañero y absurdo reconocer la piedra. Sin embargo, consideremos
fríamente las circunstancias que favorecen uno u otro reconocimiento:
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Características distintivas: Todas las caras tienen una estructura básica
similar (dos ojos en posición simétrica encima de una nariz, a su vez sobre
una boca. En cambio las piedras pueden tener formas, tamaños y texturas
muy diversas, por lo tanto deberían ser más fácilmente distinguibles.
Variación temporal: Las caras varían con el tiempo. Desde la última vez que
vieron a aquel compañero puede haber cambiado bastante, en cambio las
piedras se mantienen en general inalterables. También por ello deberían
poder distinguirse con mayor facilidad.
Recuerdo más cercano: Al compañero hace años que no lo habían visto,
mientras que la piedra la estaban viendo recientemente cada día. Otro motivo
más para recordarla mejor.
En suma, lo auténticamente normal, en el sentido de lógico y razonable, sería
que las piedras fueran más fácilmente reconocibles que las caras.
Otra consecuencia de este instinto de supervivencia es el rechazo a todo lo
que se aparta de nuestra normalidad (como otras culturas u otras ideas
religiosas o políticas), y en muchas ocasiones sin ninguna razón para ello.
Es por ejemplo lo que les ha ocurrido —sobre todo en tiempos pasados— a
muchos zurdos. Hubo una etapa en la que ser zurdo era mal visto, y los
familiares y educadores les obligaban a usar la mano derecha (a veces
atándoles el brazo izquierdo a la espalda, o con otros métodos). Estas
personas tuvieron que acostumbrarse a trabajar con la mano que les era
menos adecuada.
En este sentido resulta muy indicativo observar las estadísticas de personas
zurdas distribuidas por edades. Según estas estadísticas, el porcentaje es
bastante mayor en los jóvenes, y va disminuyendo a medida que aumenta la
edad del encuestado (13% a los 20 años, 5% a los 50 años, y menos del 1% a
los 80 años). ¿Qué quiere decir esto? ¿Que cada vez nacen más personas
zurdas?
No. Lo que quiere decir es que las personas que fueron (abro comillas)
educadas (cierro comillas) en aquellas épocas, tuvieron que adaptarse
forzosamente —con mayor o menor éxito— a algo que no era natural en
ellos, simplemente porque no era (vuelvo a abrir comillas) normal (cierro
comillas).
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Mi vida: evolución posterior
Hasta ahora he descrito lo que llamo el punto de partida. Pero como comentaba en la
introducción, la vida es un cambio constante: pausado durante largos períodos, y
explosivo en ciertos momentos. Este cambio es el que describiré en esta segunda
parte.
He ilustrado la primera con fotografías de mi infancia. Para esta segunda utilizaré unas
imágenes que creé durante los tres años previos a mi descubrimiento del Asperger,
cuando, según dice el Dr. Josep Artigas en su prólogo a mi libro: “antes de conocer el
Asperger, ya lo dibujaba”.
Antes he dicho que la vida es adaptación, y por tanto, cambio. El cambio es
intrínseco a todos los sistemas vivos. Sin cambio no hay vida. Un filósofo
griego (Heráclito de Éfeso) lo expresaba diciendo que "un hombre no puede
bañarse dos veces en el mismo río", porque el río no es nunca el mismo. El
agua siempre es distinta, pero también la persona en cada momento es
diferente.
Ya desde el punto de vista puramente de los materiales con los que estamos
formados, existe un intercambio entre el nuestro cuerpo y el exterior
(alimentación, respiración, metabolismo) que genera una sustitución
constante. Se calcula que cada año renovamos el 98% de todos los átomos del
cuerpo, en tan sólo seis semanas hemos cambiado toda la piel, en dos meses
el hígado, y en una semana el recubrimiento interior del estómago. No sólo
esto, sino que la propia estructura que adoptan estos materiales cambia en
respuesta a nuestras interacciones con el exterior y a la evolución vital.
Pero este intercambio con el exterior se produce también en lo que
consideramos la identidad personal. Nuestros esquemas mentales cambian
constantemente: las experiencias, los recuerdos, los aprendizajes, las
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relaciones, las creencias, los objetivos… Todo ello nos va haciendo diferentes
a cada momento que pasa.
Salida al exterior
La etapa escolar, hasta los 15 o 16 años siempre en el mismo colegio, se me aparece
ahora como una etapa monolítica, que transcurre sin cambios apreciables. Todo queda
bajo el control de una rutina rigurosamente ordenada desde el exterior. Y la rutina se
le daba bien a aquel niño, que con lápiz y papel, o con un meccano, podía pasar
tranquilo largos ratos, ignorando el mundo exterior.
Pero llega el fin del colegio, y con ello la ruptura de aquella rutina, la necesidad de
adoptar las primeras decisiones, el pase a la universidad con su ambiente tan distinto
del que había vivido hasta entonces y con los tumultos estudiantiles de aquellos
tiempos, la simultaneidad con un primer trabajo, y todo en medio de la siempre
tempestuosa etapa adolescente, con sus cambios físicos y psíquicos, y sus dudas e
inquietudes personales.
En la universidad no establecí prácticamente ningún contacto. Al principio
simplemente asistía a las clases manteniéndome al margen de todos, pero pronto fui
viendo que —por mi especial forma de aprender— me resultaba más práctico estudiar
por mi cuenta y evitar cuantas clases pudiera. Recuerdo que en cierta ocasión el
catedrático de Estadística pidió a mis compañeros que, si alguien me veía, me dijeran
que fuera a verle, pues “quería conocer al alumno que obtenía las mejores
puntuaciones”.
Tras la universidad me incorporé a una empresa del ámbito portuario de Barcelona.
Por no entrar en detalles, solo diré que era el ambiente laboral menos adecuado para
una persona con Asperger.
Si la etapa escolar se me figura como una frágil nave que se deja llevar, arrastrada por
un remolcador en las tranquilas aguas del puerto, esta etapa posterior —de unos 10
años— representa el abandono de esta nave en mar abierto en medio del temporal.
Solo dependía del azar que la nave no terminara hundiéndose.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 17/37
Primeras crisis positivas
Y cuando todo parecía presagiar tal hundimiento, empieza una fase —que comprende
entre los 25 y los 40 años— en la que se producen progresivamente tres hechos que
provocarán cambios decisivos en mi vida: el inicio de la relación con la que es mi
esposa, el nacimiento de mi hija, y el cambio (gracias a mi esposa, que me empujó a
hacerlo) a un nuevo trabajo adecuado a mi manera de ser y a mis facultades.
Estos hechos provocaron en mí cambios en tres áreas:
 Empatía. Mi esposa y posteriormente mi hija despertaron en mí sensaciones y
emociones que nunca había sentido. Por primera vez compartía sentimientos de
otras personas, aunque seguramente fuese de una forma menos intensa y en un
ámbito más reducido que el de los demás.
La mayoría de personas cuando miran un film suelen compartir (sentir) las
emociones de los personajes: sus preocupaciones, sus alegrías, sus miedos,
sus romances… Aún ahora, para mí (con muy escasas y limitadas
excepciones) ver una película es algo parecido a observar un experimento de
laboratorio, en el que se observa el comportamiento de unos objetos y se
intenta deducir las causas y las leyes que lo rigen.
 Alexitimia. Con esta nueva carga emocional, empecé a aprender a distinguir
algunas de mis emociones. La gama no era todavía muy amplia, pero ya no se
limitaba al cuarteto de: bienestar, malestar, miedo y ansiedad.
 Autoestima. El hecho de haber establecido una familia, la consideración recibida
por parte de mi esposa, y llevar a cabo un trabajo que yo dominaba y que me hacía
ser bien considerado por mis compañeros y jefes, aumentó mi hasta entonces
reducida autoestima.
Permítanme hacer un elogio de la empatía cognitiva, que yo creo más
propiamente humana que la empatía emocional.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 18/37
Expresaba mi recelo por desvelar mi ausencia de empatía emocional (total
hasta los 25 años, algo menor a partir de entonces). El motivo es claro: la
empatía es considerada una cualidad humana (incluso un valor moral), y se
piensa que una persona sin empatía es una mala persona. Quisiera desmentir
ambas creencias.
Para ello, antes que nada, debo distinguir dos tipos de empatía. Cuando en
general se habla de empatía, se suele referir a la empatía emocional, la que
hace que la observación de un estado emocional en otra persona provoque en
el observador la experiencia de la misma emoción.
Pero hay otro tipo de empatía: la empatía cognitiva, la que no nace de la
emoción, sino de la razón, y no despierta emociones, sino sentimientos y
voluntades. Un niño puede no experimentar ninguna emoción por la muerte
de su abuelo (falta de empatía emocional), y sin embargo sentir pena al
conocer las carencias de los niños del tercer mundo, y cederles su paga
semanal.
Cuando he manifestado mi ausencia de empatía me he referido, como se hace
normalmente, a la empatía emocional. Hechas estas consideraciones, paso a
justificar mi desmentido a las tres creencias antes citadas
Primera: la empatía es una cualidad humana. Falso. La empatía emocional es
un fenómeno biológico que la evolución ha esculpido en el sistema nervioso
de muchas especies animales (principalmente las sociales), de modo que la
visión de otros individuos en determinados estados hace que se sientan como
propios, generando las mismas descargas hormonales y consiguientes efectos
en el organismo.
Es un recurso para salvar la especie, como el que hace encontrar agradables
los rasgos infantiles, porque así los progenitores cuidan de sus crías. Y así
encontramos hermosos y encantadores todos los bebés o los animales de
corta edad (con muy escasas excepciones: de mí cuando nací dijeron que era
muy feo).
Así pues, la empatía cognitiva, al proceder del razonamiento, es la única que
puede calificarse propiamente de humana, ya que es exclusiva de los
humanos.
Segunda: una persona sin empatía es una mala persona. Falso. Una persona
sin empatía emocional puede tener una empatía cognitiva incluso superior a
la de otra persona (y causar más beneficios a sus semejantes que ella).
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 19/37
Espacio interior
Toda mi vida he tenido la necesidad de mantener un espacio privado (físico y mental)
al que recurrir de vez en cuando. Es un espacio de soledad, de silencio, de aislamiento,
de protección, de descanso… un espacio propio. Cuando acudo a él, no lo hago por un
deseo de alejarme de los demás, ya que hay personas con las que me siento bien, sino
que necesito regresar a menudo a este puerto seguro en el que las aguas se encalman,
donde domina el orden y no hay sorpresas, y donde puedo escuchar mi propia
existencia.
Para explicarlo les rogaría a cada uno que imagine lo siguiente: una mañana
al despertarse se encuentra en un mundo completamente absurdo, en el que
nada tiene sentido, como el de "Alicia en el País de las Maravillas" de Lewis
Carroll, llevado al extremo. Además, no recuerda nada de su pasado, de modo
que tampoco tiene ninguna referencia que pueda servir de guía para saber
que ese lugar sólo es una excepción, y no todo lo que existe.
Van pasando los días, y continúa perdido en ese mundo. Piense como se
sentirían al cabo de unas semanas, unos meses. Seguramente empezaría a
creer que era usted el loco, y que ésta es la razón por la que no comprende
nada de aquello.
Ahora imagine que en algún rincón de aquel extraño mundo descubre un
pequeño espacio de orden, en el que las cosas se comportan como sabe que
deben comportarse, donde puede trabajar con ellas de manera normal, donde
su mente puede descansar de aquella locura, y donde puede encontrar un
motivo para mantener la esperanza de no estar loco.
Sin duda deseará quedarse allí un día y otro, pasar todo el tiempo entretenido
con cualquier pequeño detalle que allí haya, y si una circunstancia le aparta
de aquello, hará todo lo posible para recuperarlo.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 20/37
Pues esta era más o menos mi situación. Llegado al mundo con un estilo
cognitivo que no era el adecuado para lo que me rodeaba, cuando descubría
algún pequeño espacio de orden me aferraba a él obsesivamente. Mientras
permanecía allí, dejaba fuera todo el desorden y el ruido, me olvidaba de
todo, y simplemente fluía. Podía ser algo tan sencillo como recortar y
coleccionar letras de los periódicos, de diversos tipos, y juntarlas formando
nuevos textos. O más adelante, cualquiera de las aficiones tecnológicas que
me han ido ocupando.
Necesito la continuidad, el orden, tener las cosas programadas. Cualquier imprevisto
me preocupa (incluso a veces los imprevistos favorables). Me gusta la rutina, el
método, hacer las cosas siguiendo siempre el mismo procedimiento.
Tal vez por esto, el mundo de la programación me fascinó de inmediato. Empecé en
1977 con una pequeña calculadora programable que fui cambiando por un modelo
más potente y más tarde por sucesivos ordenadores personales. Estudiaba
obsesivamente. Cuando programaba olvidaba el mundo. Conseguir un algoritmo
elegante me producía la misma sensación que supongo debe producirle a un
compositor crear una pieza musical.
Incluso, a pesar de mi reticencia social, asistía cada semana a unas reuniones
de usuarios, en las que empecé a repartir unas hojas hechas a mano y
fotocopiadas, con programas, ideas y trucos informáticos, que tenían mucha
aceptación. Más adelante conseguí descifrar el código interno de cierto
ordenador personal y escribí un libro sobre ello que se difundió a través de
una tienda de informática
Aquel autoaprendizaje fue el que me sirvió unos años más tarde, para convertir mi
afición en mi trabajo. En 1986 empecé a trabajar como programador informático en
una gran empresa (en la que permanecería hasta el año 2010). El cambio resultó
altamente favorable: la programación era el tipo de trabajo que me resultaba más
adecuado.
Me permitía concentrarme durante largos períodos de tiempo en la tarea que me
resultaba más agradable: la programación. No me limitaba a que el programa
cumpliera el objetivo que me habían marcado, sino que intentaba utilizar el algoritmo
óptimo y el más elegante, protegerlo al máximo contra errores humanos, modularlo de
manera que fuera fácilmente adaptable a ampliaciones posteriores, y emplear todas
las posibilidades que ofrecía el sistema.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 21/37
También me favorecía el ambiente laboral, formado entonces en su mayoría por
jóvenes informáticos ilusionados, que valoraban mi trabajo positivamente, y a los que
no extrañaba demasiado mi manera de ser (al fin y al cabo a todos los informáticos se
nos consideraba un poco raros).
Tras la máscara
Las circunstancias habían mejorado. Mi esposa, mi hija y el nuevo trabajo me
aportaban una ayuda y un soporte estables que me permitían olvidar en parte mis
déficits. Pero éstos continuaban, y había muchas situaciones en las que afloraban. En
estos casos recurría a una técnica que había empezado a utilizar intuitivamente desde
muy pequeño: la de simular ser normal.
Aquel niño que yo había sido se había dado cuenta que no era como los demás, que
había unos estándares que se esperaban de él pero que él no podía cumplir, y que esto
no estaba bien. A menudo pensaba que era culpa suya, que no se esforzaba bastante,
que le faltaba voluntad, valentía, interés… Intentaba transformarse, pero sus esfuerzos
eran en vano. Debía buscar otra solución.
Si no podía ser como los demás, quizás podía intentar simular ser como los demás.
Supongo que no fue una decisión consciente, sino algo que fue generándose
intuitivamente en situaciones puntuales para ir siendo cada vez más frecuente. Era
como llevar puesta una máscara que ocultaba su auténtica manera de ser. Como estar
actuando en un escenario en el que se representa una obra del teatro del absurdo.
Pero la actuación era continua, y la máscara se iba pegando a la piel hasta formar parte
de ella. Del mismo modo que algunos actores que se introducen mucho en su papel
acaban adoptando actitudes propias de su personaje, yo también iba negando partes
de mi interior. Decía aquello que los demás esperaban que dijera, actuaba como les
veía actuar, hacía lo que se suponía que tenía que hacer, y al final dudaba si realmente
quería lo que yo quería y me gustaba lo que me gustaba, o también en esto estaba solo
copiando un modelo. El precio para ser aceptado era perder mi identidad.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 22/37
Aunque la táctica de esconderme tras la máscara ha sido la más usual,
también he utilizado otras:
Prever y tratar de evitar aquellas situaciones en las que sé que puedo tener
problemas. Esto requiere una atención constante a la posible evolución de los
acontecimientos y el estudio de las posibles maneras de desviarlos (lo que
ocasiona a veces actuaciones que pueden ser consideradas extrañas,
absurdas, o incomprensibles).
Utilizar vías alternativas para llevar a cabo aquello que no puedo hacer del
mismo modo que otras personas. Por ejemplo, para las tareas que los
neurotípicos realizan de manera intuitiva.
Sobrepotenciar las habilidades personales, como la informática, para
compensar mis déficits en otras áreas.
Con los años he llegado a adquirir, aunque sólo parcialmente, algunas de las
habilidades que me faltaban. En este proceso yo he cambiado como cambia
todo lo largo de su vida, pero también más o menos como todos, he
mantenido mi esencia, lo más íntimo que hay dentro de mí. Sigo siendo yo,
aunque mi caja de herramientas esté un poco más llena.
Las herramientas que he ido añadiendo a la caja son las que he ido
encontrando por mi cuenta, y es evidente que habría muchas más, y serían
más idóneas para el trabajo que se espera de ellas, si alguien se hubiese dado
cuenta de que me faltaban y me hubiera ayudado a encontrarlas. Por eso el
diagnóstico, intervención y soporte a las personas con TEA tiene una
repercusión decisiva en su futuro.
No soy quién para proponer ningún criterio para esta intervención, pero
dejadme exponer mi punto de vista personal. El objetivo debe ser facilitar a la
persona las habilidades que le faltan, o cuando esto no es posible, dotarlo de
los medios alternativos más útiles. Pero no se trata de cambiar a las personas,
no se debe hacer como aquella educación que convertía a los zurdos en
diestros, para que fueran "normales".
Me valdré de un fragmento del artículo "TEA y talento: una doble
excepcionalidad en el espectro autista" de Corin Barsily Goodwin y Mika
Gustavson, publicado en febrero de 2011, que me llamó la atención, además
de su contenido, por el hecho de que utilizara la misma metáfora visual que
yo había diseñado para la portada de mi libro:
Es importante valorar a nuestros niños y niñas como individuos, aunque no
sean los niños y niñas que nosotros esperábamos que fueran. La tragedia de
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 23/37
nuestra sociedad es la precipitación hacia servicios que están dirigidos
específicamente a la inculcación de la conformidad en lugar de ayudar al niño a
irse convirtiendo en el adulto único que algún día será. Olvidamos fácilmente
que el objetivo no es un niño que se comporte bien, sino un adulto
independiente, exitoso y feliz. Se suele considerar que una intervención ha sido
satisfactoria cuando el niño parece comportarse como los demás, pero no se
para mucha atención al objetivo a largo plazo ni a las consecuencias de querer
hacer entrar clavijas cuadradas en agujeros redondos.
Inflexión negativa
El Principio de Peter dice que “en las empresas, los empleados tienden a ascender
hasta alcanzar su nivel de incompetencia”. Una de las aplicaciones de este principio
que se da en bastantes ocasiones es que cuando un técnico realiza su labor
excelentemente se le asciende a un puesto que requiere habilidades de gestión
personal que quizás no posee.
Así me sucedió. Sucesivas promociones me apartaron progresivamente del trabajo que
mejor realizaba y en el que mejor me sentía (la programación) hasta que me encontré
dedicado íntegramente a tareas de gestión con gran responsabilidad, lo que
aumentaba mi ansiedad y requería intensa interacción personal.
Mi reacción inicial fue la misma que adoptaba con mis otras dificultades: por un lado
intentar esconder mis problemas bajo una máscara de normalidad, y por otra parte
dedicar a fondo los recursos de que disponía para resolver por otras vías los problemas
que me presentaban.
Exteriormente, el resultado era satisfactorio: conseguía los objetivos propuestos. Pero
interiormente el coste emocional iba aumentando. Mis miedos eternos eran cada vez
más constantes, y llegaban a convertirse en un ruido continuo que lo cubría todo.
Frecuentemente en público me sentía inseguro, como si fuera a perder el equilibrio.
Disimulaba buscando un apoyo. Tenía crisis de ansiedad nocturnas.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 24/37
Finalmente, a finales de octubre de 2007, tuve una crisis en la empresa, que
desencadenó un trastorno de ansiedad generalizado con agorafobia que me tuvo
apartado inicialmente 15 meses del trabajo, bajo tratamiento psicológico y
farmacológico (ansiolíticos y antidepresivos). Cuando volví al trabajo, ya no pude
desempeñar la misma labor.
El descubrimiento
Nos acercamos ya a aquel suceso al que me refería al principio, el descubrimiento que
ha permitido conocerme, y con ello me ha cambiado profundamente.
La terapia psicológica cognitivo-conductual incluía una exposición gradual a algunas de
las situaciones que me provocaban ansiedad, una de las cuales era la altura (que al
inicio de la crisis era tan grave que no podía ni tan siquiera ponerme de pie encima de
una silla).
Cada intento empezaba con una sesión de relajamiento para afrontar el ascenso en un
estado de tranquilidad total, y luego ir subiendo lentamente hasta el punto previo al
umbral de ansiedad (que había aprendido a identificar). Una vez allí, contemplaba mi
situación asociándola con el estado de relativa calma que aún conservaba.
Cada semana acudía al sitio que había escogido por su idoneidad (una rampa helicoidal
de cinco pisos en el CosmoCaixa de Barcelona), y repetía la operación, consiguiendo
llegar cada vez un poco más arriba. La primera vez apenas ascendí poco más de un
metro, pero al cabo de dos meses superaba ya los dos pisos de altura. Fue entonces
cuando sucedió algo que me llamó extraordinariamente la atención: una de esas
epifanías o momentos "eureka" en los que descubres algo nuevo.
Al llegar allí, apenas me acercaba al banco en el que cada vez hacía los ejercicios de
relajación iniciales, sentí de repente que, sin hacer nada, empezaba a notar ya un
estado de relajación, de tranquilidad, incluso diría que de bienestar, de que no tenía
nada que me preocupara. ¿Qué había pasado? Mi cerebro se había acostumbrado
tanto a asociar aquel banco al estado de calma, que su sola presencia era capaz de
reproducir la sensación, sin ninguna acción por mi parte.
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Hasta entonces yo siempre había distinguido el mundo físico (que consideraba
riguroso, lógico, comprensible) del mundo mental (responsable del extraño e
imprevisible comportamiento humano). Pero aquel hecho me enseñó que el cerebro
responde también a una lógica, un orden, un método, en suma, que se puede estudiar
y se puede intervenir. Se me hacía así accesible un área que hasta entonces me parecía
fuera de mi alcance. El descubrimiento me apasionó, y empecé a interesarme por él.
A fines de enero del 2009 me reincorporé al trabajo después de mi baja laboral. Para
tranquilizarme y aprovechar el tiempo durante las dos horas diarias, o más, que
empleaba entre la ida y la vuelta, durante los viajes escuchaba grabaciones de temas
científicos (que siempre me habían interesado) y del cerebro (que cada vez me
interesaban más).
Una de estas grabaciones fue un audiolibro que me había llamado la atención por ser
la autobiografía de una persona con habilidades savantistas, que en 2004 había sido
capaz de aprender y recitar de memoria las 22.514 primeras cifras decimales del
número π. Se trataba de “Born on a Blue Day” (Nacido en un día azul) de Daniel
Tammet.
Cuando empecé a escuchar la descripción que Tammet hacía de su infancia, fue como
si le oyera narrar la mía. Había muchos fragmentos que describían al pie de la letra lo
que yo había vivido.
Estos son algunos de ellos:
"... Era un solitario, no me mezclaba con los otros niños,... estaba absorbido en
mi propio mundo."
"... ¿Los otros niños...? No sé, porque no tengo ninguna memoria de ellos. Para
mí eran el fondo de mis experiencias visuales y táctiles."
"Odiaba los globos y me escondía si veía a alguien que llevaba uno. Me daba
miedo que explotara de pronto e hiciera un ruido fuerte y violento."
"Lentamente me fue llenando el sentimiento que yo era diferentes de los otros
niños."
"La fiesta deportiva anual era una fuente de considerables preocupaciones. No
tenía ningún interés en participar en ella ni en los deportes."
"Los niños eran ruidosos y se movían rápidamente, chocando y empujándose
entre ellos. Yo tenía miedo todo el tiempo de ser golpeado por una de las
pelotas que continuamente eran lanzadas en todas direcciones…"
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Pero la auténtica sorpresa no fue esa coincidencia, sino que Tammet explicaba que la
causa de esta forma de ser era un trastorno mental llamado Asperger. Me resulta
difícil explicar lo que sentí en aquel momento dentro del coche, porque quedé
sometido a un caudal de emociones mezcladas con preguntas, pero creo que ya intuí
que aquel hallazgo podía marcar un punto de inflexión en mi vida (lo que se
acostumbra a llamar el punto que marca un antes y un después).
Había descubierto el Asperger.
Estudio obsesivo
A partir de ahí comenzó una obsesión total por averiguar todo lo que pudiera sobre el
Asperger. En la empresa me había acostumbrado a obtener todo tipo de información a
través de internet (mis compañeros preferían obtenerla de sus contactos e
intercambios de experiencias, métodos que a mí no me servían). Tenía práctica en
encontrar información sobre cualquier tema y lo que es más importante, verificar su
fiabilidad.
Así conseguí dos cosas:
 Libros y artículos académicos y de investigación (de los que finalmente llegué a
seleccionar unos 2000).
 La posibilidad de entrar en contacto —con la distancia y flexibilidad que permite
Internet— con cantidad de aspis de todo el mundo, a través de múltiples foros,
blogs y páginas web. Pasaba de ser un solitario, diferente a todos, a sentirme
formar parte de una comunidad.
Completaba esta información con libros que conseguía vía Amazon y posteriormente
BookDepository (cuando descubrí que no cobra gastos de envío). Pronto sentí la
necesidad de estructurar toda la información que iba recogiendo, a fin de extraer de
ella el sentido básico, confrontar teorías y opiniones, validar o rechazar lo que iba
encontrando. Para ello empecé a preparar un documento en el que incluía todo lo que
me parecía tener una aceptación general entre los expertos.
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Mientras lo escribía, me di cuenta de que podía cumplir también otros dos objetivos:
 Explicar a la gente de mi alrededor qué era lo que me pasaba, para que también
ellos pudieran conocerme mejor.
 Poder ayudar a otras personas que se encontraran en una situación parecida.
Así pues, le di forma de libro, y lo hice público en mi web. La buena acogida, y sobre
todo el refrendo del Dr. Josep Artigas, que me escribió un elogioso prólogo, hizo que la
Editorial Psylicom me pidiera distribuirlo también en formato tradicional de papel por
vía comercial.
Momento actual
Los problemas antes descritos precipitaron el fin de mi vida laboral a finales de 2010.
En la actualidad, mis intereses son muy distintos de los que me habían atraído durante
la mayor parte de mi vida. De pequeño me gustaban juegos como el “Meccano”, con el
que construía ascensores, grúas, teleféricos y otros artilugios con motores eléctricos.
Pasé luego al mundo de la electrónica, diseñando y montando circuitos diversos o
receptores y emisores de radio. Finalmente, como ya he comentado, me introduje en
la informática que llegaría a ser mi actividad principal durante un cuarto de siglo.
Pero recordando la ya citada frase de Thomas Mann: “Nadie continua siendo el que era
cuando se conoce a sí mismo”. Así que desde mi descubrimiento del Asperger mis
aficiones han cambiado radicalmente. No solo han pasado, como antes, de un área
tecnológica a otra, sino que ahora han abandonado el mundo técnico —exacto,
previsible, sometido a reglas fijas y explícitas— para aventurarme en el complejo,
imprevisible y maravilloso mundo de la mente.
En cierta manera parece que, al liberarme de la máscara que me protegía pero que
también me aislaba del mundo exterior, me he liberado asimismo del temor que sentía
a acercarme a un terreno que siempre se me había vedado, que se me aparecía como
algo extraño, ignoto, e inaccesible.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 28/37
En el área concreta del Asperger, la difusión del libro me ha puesto en contacto con
muchas personas de España y Sudamérica (afectados, familiares, asociaciones, y
algunos especialistas). También he tenido la oportunidad de narrar mis vivencias en las
tres últimas ediciones de los cursos de postgrado que la Dra. Isabel Paula dirige en la
Universidad de Barcelona.
Pero ya hace dos años que mi dedicación principal es para el estudio de la mente en
general. Como en el caso del Asperger, mi idea es que la mejor manera de conocer y
comprender un fenómeno es plantearlo como si tuviera que explicarlo a otras
personas, de modo que también lo estoy plasmando en un libro.
Comprende tres partes: la central analiza la mente en sí misma —lo que es, cómo
funciona— y las otras dos investigan los dos aspectos del entorno en el que trabaja la
mente: la realidad física y la sociedad. Me gustaría creer que algún día pueda ser
también útil, como una ayuda en esta nuestra navegación a través de la incertidumbre
de la existencia.
Liberación
Si al terminar la primera parte de esta charla he reflexionado sobre la palabra normal,
ahora quiero concluir la segunda expresando también en una palabra lo que ha
significado para mí el descubrimiento del Asperger. Esta palabra es liberación. Sé que
no soy muy original, porque es lo mismo que han dicho muchas otras personas en esta
situación, pero es así.
Liberación porque por fin he podido desprenderme de la máscara que siempre había
tenido que llevar, y ahora puedo mostrarme al mundo tal como soy. Liberación porque
dentro de mí se han despertado posibilidades que habían permanecido escondidas.
Liberación porque tengo nuevas ilusiones. Liberación porque por fin sé quién soy, y
porque puedo serlo, y porque puedo sentirme orgulloso de serlo.
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Mi visión del Asperger
En esta tercera y última parte, intentaré transmitirles mi visión de lo que a mi parecer
constituye el núcleo del Asperger. El corto tiempo disponible solo me permite exponer
la idea básica, pero si alguno de ustedes siente curiosidad por los detalles, podrá
encontrar el desarrollo completo en mi web.
Diversidad y unidad
Empezaré mi argumento con una reflexión sobre los conceptos que sirven de base a mi
idea.
Cuando ahora, a mis 62 años, contemplo aquel niño que fui, le veo como alguien tan
distante y tan distinto que casi me resulta imposible creer que seamos la misma
persona. Si a la persona la define el conjunto de sus intereses, sus valores, sus
objetivos, su carácter o manera de ser, sus creencias, sus emociones, sus recuerdos, su
experiencia y conocimientos acumulados, sus habilidades, sus relaciones, su capacidad
de dar y recibir amor, la conciencia de sí mismo… entonces aquel niño y yo no tenemos
nada en común.
Cierto es que todas las personas muestran una variación —mayor o menor— a lo largo
de su vida, y especialmente —como es lógico— en lo que se refiere a su experiencia y
conocimientos. Sin embargo, en todas ellas se encuentra un hilo común que enhebra
las distintas etapas de la vida, que les confiere su unidad identitaria dentro de la
diversidad temporal. Esto me llevó a plantearme la pregunta, ¿cuál es mi unidad?
¿Qué es aquello que me une a aquel niño?
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 30/37
Una duda parecida surge cuando se contempla la diversidad del espectro autista. Dos
personas dentro del espectro pueden ser tan distintas una de otra como puedan serlo
entre sí dos personas neurotípicas. Y sin embargo, los especialistas expertos en estos
trastornos intuyen —citando las palabras de Uta Frith, pionera en la investigación del
autismo— (intuyen digo) “la existencia de algo único y ubicuo en el autismo, que debe
hallarse a nivel cognitivo”.
Es decir, también en el espectro se da la unidad esencial dentro de la diversidad
personal. Pero, ¿cuál es esta unidad? ¿Cuál es el núcleo común que comparten todas
las personas con algún trastorno del espectro autista, el núcleo que debería explicar
todas las manifestaciones comúnmente observadas?
Esta misma unidad dentro de la diversidad es también la característica esencial del
fenómeno de la vida en general. Aquello que diferencia a un ser vivo de un objeto
inanimado es que, a pesar de estar compuesto de multitud de partes con estructuras,
funciones, y materiales muy diferentes, en su conjunto constituye un sistema único
con entidad propia.
Cada animal, cada persona, es único, aunque a lo largo de su vida cambie su forma, su
comportamiento, o los componentes que lo forman (así, los humanos renovamos cada
año el 98 % de todos los átomos del cuerpo, en seis semanas toda la piel, en dos meses
la totalidad del hígado, y en tan solo una semana el recubrimiento interior del
estómago).
Un conjunto formado por distintas partes posee tanta más unidad cuanto mayor orden
(u organización) exista entre las mismas. Así por ejemplo, un cristal en el que cada
molécula ocupa la posición exacta que le corresponde dentro de una retícula regular,
posee un elevado nivel de orden. En el extremo opuesto, un gas en el que las
moléculas se mueven sin cesar en todas direcciones es un ejemplo de gran desorden.
No podemos imaginar que ni un cristal ni un volumen de gas puedan constituir un ser
vivo. Y es que un ser vivo no puede serlo en la unidad completa o en la diversidad
total. Para que sea capaz de desarrollar sus funciones necesita combinar la diversidad
Asperger: mi Vida, mi Visión
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de sus componentes con la unidad que le confiere una determinada estructura interna.
Y no en cualquier proporción, sino sólo dentro de una estrecha franja de equilibrio
entre el orden y el desorden.
¿Pero cómo podemos medir cuánta unidad (u orden) y cuánta diversidad (o desorden)
hay en un objeto o en un organismo? Desde hace poco más de siglo y medio
disponemos del concepto de la entropía, que aunque nació en el campo de la
termodinámica, ha ido invadiendo posteriormente ámbitos muy diversos.
De forma simplificada, podemos decir que la entropía es la medida del desorden: una
elevada entropía corresponde a un gran desorden, y, a la inversa, una baja entropía
indica un elevado orden. Los sistemas vivos, por tanto, sólo pueden trabajar en ciertos
niveles de entropía (la franja de trabajo citada antes). Fuera de estos niveles pierden
su funcionalidad.
Así por ejemplo, el análisis de la entropía multi-escala de los datos
electrocardiográficos muestra cómo las anomalías cardíacas (por enfermedad o por la
edad) están relacionadas con valores de la entropía que se apartan de los normales.
También el cerebro humano, como sistema vivo, está compuesto de diversas áreas con
funciones específicas que se coordinan mediante una compleja arquitectura conectiva
para formar la identidad personal, situando al conjunto en esta franja de trabajo que le
permite llevar a cabo sus funciones cognitivas.
Asperger: mi Vida, mi Visión
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Las capacidades y facultades específicas de la persona en cada uno de los distintos
ámbitos (verbal, lógico, matemático, espacial, cenestésico, etc.) vienen determinadas
por la estructura y dinamismo de las correspondientes áreas (o módulos) cerebrales.
Pero más allá de estas características concretas, la magnitud de la entropía cerebral
define algo más profundo, un estilo cognitivo que subyace en todos los módulos y que
orienta la manera de ser de la persona.
Cuando Aristóteles hace más de 2300 años decía que los seres humanos somos
animales racionales, estaba exponiendo nuestra doble naturaleza. Una parte de
nosotros es intuitiva, emocional, pasional incluso; y la otra es reflexiva, lógica, racional.
Pues bien, en las últimas décadas, algunos científicos cognitivos han llegado a la
conclusión de que realmente en nuestro cerebro existen dos sistemas con
características muy distintas —generalmente opuestas—, que han venido en llamar
Sistema 1 y Sistema 2. Cada uno tiene sus aplicaciones concretas, y es precisamente su
combinación lo que confiere a la especie humana sus cualidades únicas.
El Sistema 1 es intuitivo, instintivo, automático, rápido, implícito, a veces inconsciente,
multitarea. El Sistema 2, en cambio, es racional, sistemático, lógico, reflexivo,
secuencial, lento, explícito, monotarea. Si quisiéramos asignarles un símil aproximado,
podríamos decir que el Sistema 1 es el de los animales, y el Sistema 2 el de los robots u
ordenadores.
Sistema 1
Sistema 2
Universal, similar al del resto de animales,
evolutivamente antiguo1
Casi exclusivamente humano,
relativamente reciente (nace con el Homo
Sapiens)
Heurístico, asociativo, intuitivo, instintivo,
global, derivado de la experiencia, procede
según el resultado obtenido en casos
anteriores parecidos
Racional, analítico, sistemático, basado en
reglas, algorítmico, lógico, razonamiento
abstracto e hipotético (simulación de
posibilidades futuras)
Automático, implícito, necesitando poca o
nula atención, generalmente solo el
resultado es consciente (no el proceso)
Reflexivo, explícito, requiere control y
atención consciente y exclusiva
Obtiene siempre resultados, aunque a
menudo sean solo aproximados e incluso
erróneos
Procede buscando el resultado correcto,
por lo que en ocasiones no llega a ninguna
solución
1
El Sistema 1 evolucionó con estas características porque así resuelve los problemas de supervivencia
de la especie (alimentación, reproducción, detección y evitación de peligros, etc.), utilizando los
mínimos recursos necesarios para cada tipo de animal (pensemos en la gran diferencia de tamaño entre
el cerebro de una hormiga y el de un elefante).
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 33/37
Multitarea, formado por diversos módulos
que trabajan en paralelo
Monotarea, tiene lugar secuencialmente,
paso a paso
Rápido
Lento
Poco o nulo esfuerzo mental,
independiente del nivel de inteligencia
general, pocas diferencias individuales
Cierto grado de esfuerzo mental, costoso
en recursos cognitivos, limitado por la
capacidad de la memoria de trabajo y el
nivel de inteligencia de cada persona
Para tareas ya aprendidas y rutinarias (la
mayoría de actividades cotidianas)
Para tareas en proceso de aprendizaje,
situaciones o problemas nuevos
El cerebro humano combina ambos sistemas en una proporción más o menos
equilibrada, que depende de cada persona. Así, todos conocemos personas que son
más impulsivas e intuitivas (que tienen mayor proporción de Sistema 1), y otras que
son más metódicas y racionales (en las que predomina el Sistema 2).
Hipótesis personal
Paso ahora a exponer mi hipótesis personal.
En el gráfico represento la franja de trabajo en la que un sistema cognitivo puede
desarrollar su labor. Cuanta mayor es la entropía de este sistema (más a la izquierda),
mayor es también la proporción del Sistema 1 (representado en color naranja). En el
otro extremo, cuanta menor es la entropía (más a la derecha), más predomina el
Sistema 2 (en color verde)
Como vemos, dentro de esta franja los animales ocupan el límite de mayor entropía
(casi 100% de Sistema 1) y los robots el de menor entropía (100% Sistema 2). Las
personas nos distribuimos en una más amplia zona intermedia.
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 34/37
El nivel de entropía concreto de cada persona dentro de esta zona determina su
proporción de los Sistemas 1 y 2, y con ello su estilo cognitivo. Pero cuando nos
acercamos a los extremos de la zona, lo que hasta aquel punto se consideraba como
una manera de ser más o menos peculiar, pasa a ser denominado un trastorno.
Según esta hipótesis, los Trastornos del Espectro Autista, y por tanto el Asperger,
corresponden a los niveles de entropía más bajos, con un elevado predominio del
Sistema 2 sobre el Sistema 1. El extremo opuesto, de alta entropía, correspondería a
otro tipo de trastornos simétricos, quizás los trastornos psicóticos y del espectro de la
esquizofrenia.
En los artículos de mi web justifico cómo esta hipótesis puede explicar toda la
diversidad de características observadas, cosa que hasta ahora ninguna teoría había
conseguido hacer en su totalidad. También razono que, aunque una visión superficial
de esta hipótesis podría relacionarla con la teoría de empatización/sistematización de
Simon Baron-Cohen, en realidad son distintas.
Concluyo la descripción de mi hipótesis con este diagrama en el que están
representados de abajo a arriba los diversos niveles de estudio de los TEA. En él quiero
mostrar cómo las diversas causas genéticas (nivel inferior) ocasionan ciertas
alteraciones en la biología del cerebro (segundo nivel) que alteran la dinámica del
mismo, disminuyendo su entropía (mi hipótesis, en el nivel central).
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 35/37
Ello tiene varias repercusiones cognitivas, cada una de las cuales ha intentado ser
explicada con una de las principales teorías existentes (teoría de la mente, coherencia
central débil, disfunción ejecutiva, empatización / sistematización; en el cuarto nivel), y
que se traducen en los distintos grupos de manifestaciones observadas en el nivel
superior.
De esta manera, la hipótesis constituiría el núcleo central, aquél “algo único y ubicuo
en el autismo” del que hablaba Uta Frith.
Conclusión
Agradecimientos
Ayuda y comprensión son dos términos poco valorados en una sociedad como la
nuestra que promueve el espíritu competitivo y el menosprecio de los que no son
como nosotros. Pero ayuda y comprensión es lo que más necesita una persona con
Asperger.
Por ello no quiero concluir sin manifestar públicamente mi infinito reconocimiento y
gratitud a mi esposa, que fue el impulso inicial que cambió el rumbo de mi vida, mi
soporte en los momentos difíciles, mi guía en los decisivos, y la fuerza para superar las
contrariedades. Asimismo a mi hija, que con mi esposa ha formado el núcleo
permanente de estabilidad, confianza, comprensión, afecto e ilusión, que me ha
permitido llegar hasta aquí.
En otra vertiente, quiero agradecer al Dr. Josep Artigas y a la Dra. Isabel Paula su
ayuda, su paciencia y su aliento en estos tres últimos años.
Mi agradecimiento también a la Asociación Asperger Alicante, organizadora de esta
jornada, y especialmente a su Presidenta, la Sra. Ezkarne Carazo, por darme la
oportunidad de expresarme hoy aquí. Poder exponer abiertamente lo que había tenido
que mantener siempre oculto, y además pensar que hacerlo puede de algún modo
Asperger: mi Vida, mi Visión
Jornada ASPALI 2013 - 36/37
servir de ayuda a otras personas me compensa en parte de mi sentimiento de culpa
durante tantos años por no saber ser como los demás.
Y a todos ustedes, muchas gracias también por su atención.
Ramon Cererols
correo: [email protected]
web: http://pairal.net/
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Jornada ASPALI 2013 - 37/37
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