La filosofía de la vida de Gabriel Marcel como denuncia al saber

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La filosofía de la vida de Gabriel
Marcel como denuncia al saber
despersonalizado del intelectual
contemporáneo1
The Philosophy of Life by Gabriel Marcel, to Denounce
the Know Depersonalized the Contemporary
Intellectual
Alberto Isaac Herrera Martínez*
Resumen
Con mayor auge en el siglo xx y lo que va de este siglo xxi, podemos decir que
los intelectuales profanaron la verdad con su mirada calculadora, predictiva,
hasta ―presumen hoy― orientadora. Qué lejos está el profesionista en nuestro tiempo de crisis de comprometerse responsablemente llevando una vida en
sentido elevado, lo que caracterizó por cierto al intelectual de épocas pasadas
como lo pensó Jean Guitton. Más allá de la obtención de beneficios propios, el
intelectual se procuraría una vida más sencilla, más humana, más auténtica,
alerta a lo esperanzador y salvador para todo hombre. Ejemplo real, modelo o
líder, para otros. Solo con autenticidad, en nuestro contexto cultural e histórico, el intelectual contemporáneo podrá vivir con sentido ético, profundizando
con límites bien claros en el conocimiento que tiene de sí mismo y de su mundo.
Palabras Clave: intelectual, ética, espíritu trágico, filosofía contemporánea,
mundo, violencia.
Abstract:
In the twentieth and twenty-first century, can say that intellectuals desecrated the truth his view calculator and predictive; these predictions, -today successful- guiding. How far is the professional of our time in a conscious life,
what it characterized the intellectual model thought by Jean Guitton. Beyond
the own profit, intellectual vocation lacking this the simple life and authentic
human that is hopeful and savior for every man. In summary only authenticity, in our cultural and historical context, the contemporary intellectual can live
with sense ethics, to deepen the knowledge he has of himself and his world.
Keywords: intellectual, ethics, tragic spirit, contemporary philosophy, violence.
*
1
Facultad de Filosofía y Letras, BUAP
Ponencia presentada en el Coloquio Internacional: El Intelectual en Iberoamérica Hoy, el 30 de Octubre de 2012
en la Universidad Iberoamericana.
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Creo que en la situación trágica en la que el mundo se debate hoy, más que el arte o la
poesía, es una metafísica concreta y como ajustada a lo más íntimo de la experiencia personal la que pude desempeñar para muchos un papel decisivo.
Gabriel Marcel.
A María Inés Jaqueline Juárez Díaz, en tiempos de oscuridad.
1. Introducción: El intelectual al que aspira la miseria de nuestro tiempo
Vivimos determinados por el conocimiento científico tomado como un medio
ilimitado de control en manos de ‘intelectuales’ faltos de una formación ética.
Regularmente son ellos los que legitiman el poder académico más allá del discurso de la universidad pública o privada. Dependemos, además, del impacto
de las acciones técnicas que transforman la realidad a gusto de especialistas encargados de diseñar comités de evaluación de daños, siempre demasiado tarde, cuando los efectos adversos e irreversibles generados por las aplicaciones
tecnocientíficas en la vida han producido una dependencia a la mÁquina, a lo
sintético, a lo artificial; acostumbrándonos a no temer más a lo desconocido. La
vida tecnificada, creen hoy muchos investigadores, tiene así su razón de ser en
un ámbito neutral del conocimiento objetivo.
Desde una posición crítica, a favor de la ética, comprendemos que esta concepción es resultado del saber despersonalizado que nació del espíritu de abstracción. El mundo actual está roto, escribió hace sesenta años Gabriel Marcel
en Le Monde Cassé (1993), describiendo desde entonces una vida sumida en el
desencanto, ahogada en el vil interés de dominio, como nunca antes visto.
Originalmente la ciencia consistió en algo bien diferente y nuestra reflexión
apunta a su necesaria recuperación. Ya lo había advertido el filósofo Nietzsche
en sus estudios sobre la tragedia griega y en su idea del Profeta, anunciando al
mismo tiempo la pérdida de lo sagrado y el camino de vuelta a la sabiduría de
la naturaleza. Esa filosofía primera fue para los maestros de Atenas una búsqueda comprometida con el autoconocimiento, con la razón vital y con una serie de condiciones concretas para alcanzar la realización y perfeccionamiento
de lo que es el Hombre; siempre a través de principios que afirmaran la coexistencia. La buena vida que enseñaron Sócrates e Hipócrates y las escuelas socráticas tardías, era la finalidad deseable a la cual aspirar, jamás un problema
ajeno, omitido voluntaria e involuntariamente. Con el ‘cuidado de sí’ se experimentaba la verdad en tanto comunión, como un habitar.
El desarrollo moderno impuso el nuevo lenguaje del cálculo y el imperio
del número. Las necesidades espirituales que habían conquistado los primeros filósofos quedaron oscurecidas. Poco a poco se fueron adoptando criterios
comerciales: ‘el alma como mercancía’, ‘el cuerpo como producto’, con los que
se produjo la especialización de las ciencias. ¿Qué sucedió con la capacidad de
pensar la tradición espiritual de arraigo a los principios que constituyen el ser,
abriéndole al hombre la posibilidad de comprometerse consigo mismo y con
las cosas dignas de ser pensadas?
Los últimos siglos, herederos de una continua superación metafísica, caracterizados por los descubrimientos científicos que coronaron los periodos de
oro y progreso con la razón instrumental y el uso descontrolado de un lenguaje
cosificador, fueron decayendo y el alarmante diagnóstico de los científicos más
importantes del siglo xx que calificaron los últimos cien años como el mayor
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momento de crisis en Occidente se dejaba oír en las mismas universidades.2 La
época contemporánea empezó con el señalamiento de los intelectuales acusados
de mentirosos, de enemigos de la sociedad, ávidos de poder con su tendencia
calculadora, predictiva, hasta orientadora y humanista presumían los más confundidos por el ambiente positivista ¿A caso no somos culpables de alentar el
control de la energía nuclear en un contexto histórico que olvidó por completo
afirmar lo esencial de la vida, renunciando seguidamente al misterio del ser?
¿Habrían esperado las pasadas generaciones que lo inmediatamente posterior
al desastre nuclear serían las guerras bioquímicas y la producción de vida sintética? ¿Por qué las utopías modernas hicieron real la hybris del hombre lábil si
prometieron una vida de confort y seguridad?
Un sentimiento de angustia invadía los idealismos postmetafísicos ante la
imagen negativa de los profesionistas incapaces de llevar una vida en sentido
elevado como creyó el escritor francés Jean Guitton. El intelectual de las ciencias, investigador o especialista, prefirió olvidar. Vino entonces la época de las
grandes ilusiones. Más allá de obtener beneficios propios, decía Guitton todavía en la primera mitad del siglo pasado, los hombres de ciencia y de letras se
harían de una vida más sencilla, más humana, más justa, alertas a lo esperanzador y salvador para todo hombre; ellos, modelos o líderes entre nosotros, serían los depositarios de una nueva comprensión de la vida.
Con autenticidad, viendo la vida como un fin en sí mismo y no como un
medio, podría resurgir cultural e históricamente la figura real del intelectual,
adherido a un profundo conocimiento de sí mismo, de su mundo espiritual y
material como había querido Jean Guitton, autor de uno de los pocos libros serios sobre el debate entre ciencia, filosofía y religión, en medio de las polémicas teóricas del siglo xx (Cf. Guitton, 1998).
Tomemos los términos centrales que aparecen en Los hombres contra lo humano (2001) del filósofo y dramaturgo Gabriel Marcel, amigo de Guitton, para referirnos a los problemas esenciales del profesionista contemporáneo. Esta obra
de 1951 nos muestra a un pensador muy crítico de su tiempo, de “lucidez alarmada”, escribe Paul Ricoeur en el Prefacio del libro. Al analizar la serie de ensayos que integran la obra y lo actuales, son para establecer un diálogo prolífico
con la ciencia de nuestro tiempo; consideramos que los principales rasgos que
deben caracterizar el trabajo intelectual en el contexto del nihilismo creciente
deben ser: 1) la necesaria reflexión crítica de las cosas que se ven y no se ven
en el ser encarnado, es decir, el cuerpo vivido, y 2) la resolución ética de llevar
una vida auténtica, alerta ante aquello que está por venir. Para Marcel se trataba indiscutiblemente del misterio ontológico del ser.
Hemos reinterpretado entre dos épocas, una de alientos utópicos, otra de
desencantos críticos, la figura simbólica del intelectual cristiano, del intelectual
2
Heisenberg señaló que: “No sabremos si podremos expresar la configuración espiritual de nuestras futuras comunidades con el viejo lenguaje religioso. Pero no va a servirnos de mucho acudir aquí a juegos racionales de
palabras y conceptos; lo que más se requiere es una actitud directa y honesta. Pero como la ética es la base de
la vida en común de los seres humanos, y la ética solo puede nacer de esa actitud humana fundamental a la que
me he referido como moldes de referencia espirituales de la comunidad, debemos volcar todos nuestros esfuerzos
en unirnos, junto con las generaciones más jóvenes, en una perspectiva humana común” (Heisenberg, 2009: 79).
Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo. España: Kairós. p. 79. Y Albert Einstein
dijo: “El empleo de la energía atómica no ha creado un problema nuevo. Solo ha concedido carácter de urgencia a
la necesidad de resolver una cuestión existente. Es posible afirmar que nos ha afectado en un nivel cuantitativo y no
cualitativo. En tanto existen naciones soberanas poseedoras de una gran fuerza, la guerra es inevitable. No quiero
expresar de este modo que ahora mismo estallará una guerra, sino que es seguro que ha de producirse. Y esto era
verdad antes de que la bomba atómica existiera. Lo que se ha modificado es el poder destructivo de la guerra. No
creo que la civilización ha de desaparecer en una conflagración atómica. Tal vez perezcan las dos terceras partes
de la humanidad, pero muchos hombres capaces de pensar sobrevivirán y habrá libros suficientes para comenzar
de nuevo” (Einstein, 1998).
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político, del intelectual crítico, historiador o filósofo. El intelectual soberbio, el
intelectual rebelde, auténtico o pedante, emancipador o hermético. En este trabajo conjunto queremos hablar del intelectual trágico como contraparte del profesionista académico. Sumamos así un esfuerzo por poner orden a varias ideas
expuestas en diferentes cursos durante el 2012.
Encontramos primeramente en la obra de Jean Guitton El trabajo intelectual
(2005), la preocupación que nos inspiró a replantear la filosofía de la vida de
Gabriel Marcel como denuncia al saber despersonalizado del intelectual contemporáneo. Dice Guitton: “El trabajo intelectual se halla relacionado en cada
uno de sus aspectos con la vida profunda. La intelectualidad no debería separarse de la espiritualidad” (Guitton, 2005: 183).
De esta afirmación se desprende la exigencia ética de devolverle a lo propio del trabajo espiritual su trasfondo esencial, pues el intelectual, más allá de
toda determinación, es un espíritu atento, dispuesto a la crítica y responsable
de procurar la vida. Casi al término del bello escrito de Guitton leemos:
El intelectual es, entre todos los trabajadores, el que menos necesidad tiene de la salud, del reposo, y hasta de las condiciones propicias… Descartes estuvo mucho tiempo en una habitación ahumada y privado de libros. La mejor obra de Pascal es la de
un enfermo que garabateaba sobre cualquier papel que tuviera al alcance. Piénsese
en Proust, asmático, agonizante, que no podía escribir sino medio ahogándose, entre las nubes de vapor de las inhalaciones, acostado, sin otro pupitre que el de sus
frazadas. Cabe preguntarse, apropósito de Proust y de Pascal, si la salud los habría
ayudado tanto como los ayudara la enfermedad. La necesidad de aprovechar todos
los minutos, esa angustia de no poder terminar, esas supresiones esos olvidos, esos
gemidos o ramalazos que son el acompañamiento del sufrimiento corporal, producían una excitación al espíritu. Epicuro era también un enfermo, sentado en un jardín de adelfas, que de vez en cuando se levantaba para anotar algún pensamiento…
San Pablo escribía: acosado por todas partes, pero no reducido al extremo, abatido,
más no perdido. Nietzsche, al reflexionar acerca de la raíz del ser, se preguntaba
que era la enfermedad, y veía en ella un medio de realizarse (Guitton, 2005: 269).
Del libro Los hombres contra lo humano de Marcel (2001) hemos retomado el
capítulo “Degradación de la idea de servicio y despersonalización de las relaciones humanas” para repensar la situación concreta del científico, caso ejemplar del intelectual en el siglo xx. Mostramos a continuación algunas cualidades
de la vida del intelectual trágico y abordamos, en las conclusiones provisionales, la posición del intelectual ante el problema de la indolencia contemporánea, característica de lo que Marcel calificó como pecado, pero que previno con
la posibilidad del restablecimiento de lo sagrado en la vida.
2. Degradación de la idea de servicio y restablecimiento
del espíritu trágico
Vulgarmente hoy es muy común que empleemos el verbo servir para referirnos
a lo que utilizamos a diario: ‘Aún sirve mi celular’, decimos. Sirve este o aquel
aparato o medio para alcanzar una meta. Leer sirve para aprobar un examen,
por ejemplo. Pero, por otro lado, indica Marcel, el verbo servir se llena de sentido armónico cuando se dice: “hay un honor o una nobleza en el hecho de servir… lo que supone cierta interioridad, un esfuerzo de justificarse ante uno
mismo” (Marcel, 2001: 147). Es una valoración por encima de la mera utilidad
y que puede conducirnos al desarrollo de una reflexión.3 Lamentablemente se
3
Marcel desarrolla su propio método, el de la reflexión segunda como solía llamarle y que Pietro Prini calificó en
su célebre Historia del existencialismo (1992) de “metodología de lo inverificable”.
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trata de un verbo que tiende a aplicarse cada vez menos al ‘acto de servir’ y
con mayor frecuencia a ciertas funciones sociales, administrativas, sujetas a un
discurso impersonal, convirtiéndose en funciones fantasma, porque nunca vemos quiénes son realmente los que integran la comunidad selecta de dirigentes, líderes, etcétera, y el medio administrativo se mantiene siempre oculto en
la cima de los procesos burocráticos. Servir quiere decir en el mundo técnico
‘ser empleado para algo’. Es ilustrativo el caso que pone Marcel:
Un ejemplo enteramente característico nos lo proporcionan aquí los miembros del personal hospitalario que cuando han cumplido su tiempo de servicio
en el curso de la jornada, no vacilan en irse, dejando plantados los cuidados que
reclaman este o aquel enfermo. No están obligados a nada más de lo que han
dado. En cuanto al resto, si no es la enfermo al que le corresponde arreglárselas ―lo que carece enteramente de sentido―, al menos es a la administración
a la que le toca hacer lo necesario: ellos se lavan las manos (Marcel, 2001: 147).
“Así que solo estoy obligado a cumplir con el trabajo por el que se me
paga”, concluye más adelante el autor.4 Casos comunes que mueven a los profesores a pensar lo expuesto por Marcel son los estudiantes universitarios que
se forman en el área de las ciencias. Desde hace ya varios años han sido señalados y condenados ha salvar al hombre o ha exterminarlo. Ese encargo lo defienden creyendo en un conocimiento neutral e ilimitado de sus objetos de estudio
y muchos asumen el riego de modificar la vida sin saber en realidad por qué
lo hacen. Cuando es un misterio lo que se le revela al especialista que por décadas ha intentando verificar un dato dice: “esto ya no debe preocuparme”. 5
La idea de servicio como ‘función pura’ caracterizó la visión antiética de los
científicos irresponsables de controlar la energía nuclear en el siglo pasado. No
previeron las ominosas consecuencias de sus logros e inventaron un arma letal
contra el propio hombre. Como afirmó muchas veces Marcel: “lo que no se hace
por amor se hacer contra el amor”. Empleados técnicos de otros campos que no
tienen relación inmediata con la ciencia están faltos de una autoconciencia crítica que los haga reflexionar en el sentido de sus acciones, por lo tanto desconocen los efectos dañinos de su trabajo. Pero el caso más alarmante es el de la
producción de vida sintética. ¿Qué sucederá con este ‘triunfo’ de la investigación biotecnológica si sólo nos movemos en el plano de lo exclusivamente funcional? Marcel se percató de la profundidad de este problema y advirtió como
salida la necesidad de afirmar las relaciones intersubjetivas que subyacen en la
despersonalización de los servicios, pues ellas podrían salvarnos.
Lo primero que debemos entender es que el servidor no es de ningún modo
un servus, un esclavo. El buen servidor experimenta un sentimiento de adhesión. La adhesión se sitúa al margen de la reducción psicológica, pues adhesión
no es lo mismo que fijación o ciego seguimiento. Marcel condena a la psicología, especialmente al psicoanálisis, por fundar sus supuestos en meras abstracciones empobreciendo, así, la idea de alma. Contra este reduccionismo, actitud
que aprendió de su maestro Henri Bergson, Marcel toca un punto fundamental que aparece en toda su obra y que nos permitiría entender el momento en
el que el hombre es llamado a la vida intelectual que apuntaba Guitton, en di4
5
A esta actitud Marcel la llamó “la rarefacción de la vida doméstica”.
Conviene recordar las palabras de Ortega y Gasset al respecto en La rebelión de las masas (2005): “Nos encontramos con un tipo de científico sin ejemplo en la historia. Es un hombre que, de todo lo que hay que saber para ser
un personaje discreto, conoce solo una ciencia determinada y aun de ese ciencia solo conoce bien la pequeña
porción en que él es activo investigador. Llega a proclamar como una virtud el no enterarse de cuanto quede fuera
del angosto paisaje que especialmente cultiva y llama dilettantismo a la curiosidad por el conjunto del saber” (16).
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rección hacia la exigencia de vivir espiritualmente. Para Marcel los viejos y los
niños dan prueba de esta adhesión en un sentido existencial elevado:
Ambos forman la pareja indisoluble en la que viene a concretarse la misteriosa unidad del recuerdo y la esperanza. Unidad ontológica por excelencia, unidad
que se sitúa más allá de cualquier utilización, de cualquier funcionalización. Estamos seguros que esta actitud reverencial ante lo presente (el viejo ya no sirve
para nada y por ello es venerable, el niño no puede servir todavía), ante la debilidad presente, está directamente ligada al sentido de lo eterno (Marcel, 2001: 148).
Además, el intelectual trágico vive en el escándalo porque es parte de las
relaciones intersubjetivas entre víctimas y verdugos. Hace suya la urgencia de
interrogarse ¿qué le cabe esperar al hombre? Se preocupa por entender si los
habitantes de esta tierra infértil todavía podrán asumir como necesaria la trascendencia, esto significa la donación de sentido último en el tiempo que viene.
Finalmente, el intelectual trágico se inquieta por saber si podrá sostenerse la
situación existencial del hombre contemporáneo.
Es claro que estamos al final de una era posindustrial dominada por la abstracción, “factor de guerra”, dice Gabriel Marcel, como también está claro que
la vida ha sido reducida a mercancía por la despersonalización de los servicios
en manos del progreso técnico, idólatra del presente, envilecido por la ausencia
de sentido de vida. Sin embargo, la vida tiene sentido más allá de lo mediático.
Solo puede vivir espiritualmente la persona de espíritu trágico cuyo compromiso social promueve un saber concreto del hombre.
¿Por qué nos preocupa ver el futuro a través de prácticas seudotécnicas sin
haber experimentado la apertura trágica que nos pone en estado de alarma? La
barbarie que Marcel denunció en el contexto europeo ha crecido por igual en
Latinoamérica. También para nosotros la indolencia de la guerra y la violencia
obscena, tan destructoras de la sacralidad de la vida, se han convertido en el
mayor pecado del que todos participamos por irresponsabilidad o indiferencia.
No es la guerra en general la que denunció el filósofo francés. Es la guerra de “los hombres contra lo humano”, inspirada en una violencia metafísica
ejercida sobre una situación humana muy particular que promueve el olvido
del pasado, el rechazo de nuestra historia; acostumbrándonos a morir indignamente, morir sin saber por qué vivimos, en medio de una lucha inspirada
en el lema: ¡Matar por matar que ya nada existe! Pensemos en los adolescentes
acostumbrados a los escenarios de violencia, poseen una inclinación obsesiva
y mórbida por la destrucción radical. Matan simbólicamente, virtualmente, literalmente y de muchos otros modos. La diversidad del sentido en la palabra
‘matar’ que nunca antes se hubiera sospechado y que la ciencia no puede catalogar, pues para una mirada donde la vida se reduce a mero hecho biológico la
muerte no pasa de ser una consecuencia natural.
3. Conclusiones provisionales: la vida, participación del misterio
entre el pecado y lo sagrado
La escatología y la esperanza acaban siendo los temas principales del intelectual
trágico. ¿Qué puede esperar el hombre si hoy violan a los niños en las calles,6
apuñalan a estudiantes en los salones de clase, llaman al celular para amenazar
de secuestro? ¿Qué queda si vivimos insatisfechos con la sexualidad, inconformes de la familia, de lo que nos legitima aunque se trate de una mera ficción?
6
Noticia que sacudió a varios poblanos. Ver: http://www.excelsior.com.mx/2012/09/04
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Lo que ha vivido el pensador trágico, sensible a la condición humana, deja
ver que quiere morir con dignidad porque ha vivido bajo la máxima de Píndaro:
“Llega a ser lo que eres”. ¿Podemos hacer algo para habitar el mundo de otra
manera, tal vez de un modo más originario como pensó Karl Jaspers y como
lo hicieron los sabios griegos?7 ¿Podemos vivir poniendo a salvo la coexistencia entre lo que somos y lo que son las cosas? “Sí podemos pero parece que no
queremos” y esta idea alarmó profundamente a Gabriel Marcel.
La orientación que damos a este problema remite a varias direcciones en el
nudo de interpretaciones que Marcel también desata con una lúcida intuición:
lo sagrado es un orden en el que el sujeto se encuentra en presencia de algo sobre lo que toda perspectiva le es precisamente negada, “un especie de intervalo absoluto, infranqueable, que se abre entre el alma y el ser, en cuanto este se
oculta a sus aprehensiones” (Marcel, 1971: 108).
Mencionemos brevemente algunas consideraciones sobre los temas que están íntimamente relacionados.
Lo sagrado. Es necesario establecer un método de estudio que haga posible
adquirir un conocimiento objetivo sobre el tema de lo sagrado y su relación con
la vida. La primera tarea consiste en pensar objetivamente lo sagrado a través
de una mirada fenomenológica, método que Marcel empleó para poder desarrollar sus propuestas esenciales sobre la escatología y la esperanza. Del examen
preliminar sobre el ‘giro del humanismo moderno’, fundamento de la ciencia,
comprendemos que ‘lo sagrado es inexplicable’, conclusión que se desprende
de una rigurosa crítica al mundo tecnificado.8 ¿Cómo se puede tener conocimiento objetivo de algo que se niega por su propia esencia a estar sujeto a los
criterios de la razón instrumental? La visión técnica de la ciencia moderna es
estrecha ante el profundo misterio que encierra la comprensión del hombre y
su mundo. Este ha sido el aspecto principal a discutir. La característica esencial de lo sagrado puede verse en el ámbito general de la relación del hombre
con las cosas, según la concepción clásica de los filósofos griegos como mencionamos al principio, y también en términos particulares o concretos; ya que la
existencia es sagrada pues hay algo en ella que la hace inexplicable a la ciencia.
El pecado. Tomando a Kierkegaard, Marina, Roudinescu y otros autores dilucidamos el tema del pecado en la cultura contemporánea intentando rescatar la necesidad de la ética en la formación de los estudiantes del campo de las
ciencias. Marcel escribió un ensayo titulado “Técnica y pecado”. ¿Cuál es la
idea principal de ese escrito? que el sentido de la vida es misterio, más allá de
la técnica, pues si la vida fuera un problema ya lo habríamos resuelto con datos,
tomando la vida como mero objeto de estudio.
Acá comprendemos cuál debe ser la principal diferencia entre entender la
filosofía como quehacer problemático y la filosofía como teoría de la verdad.
Para Marcel la filosofía no responde problemas. A través de ella se aprende a
7
8
Gabriel Marcel alude frecuentemente en su obra a pensadores alemanes como Martin Heidegger y Karl Jaspers.
Este último lo inspiró a través de su análisis filosófico sobre la existencia, especialmente con el tema de las situaciones límite. Sobre la necesidad de experimentar la relación primigenia entre el hombre y la realidad escribió
Jaspers: “Comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen después un
conjunto creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio, la fuente de la
que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar”. Y luego añade: “Desde que el filósofo ha buscado su
orientación en el seguro suelo de la tierra firme —en la experiencia realista, en las ciencias especiales, en la teoría
de las categorías y la metodología— y en los límites de esta tierra ha recorrido por tranquilas rutas el mundo de las
ideas, acaba por aletear sobre la costa del océano como una mariposa, aventurándose sobre el agua, acechando
un navío con el que poder emprender el viaje de descubrimiento y exploración de aquella cosa única que como
trascendencia le está presente en la ‘existencia’” (Jaspers, 2006: 131).
Para una reflexión detenida de este giro, remitimos al cuidadoso libro de Rodolfo Santander Técnica planetaria y
nihilismo (2012).
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mirar el mundo en su totalidad y no en un espacio entre cosas que puede medirse y controlarse. La filosofía en su sentido originario más elevado, es decir,
‘existencialmente’, idea común en Marcel y Jaspers, es algo en lo que nos encontramos enlazados, comprometidos con todo lo que somos, comprometidos
por entero. Dice Marcel que la inquietud existencial por el sentido de la vida
es un misterio que “deja abolida esa frontera entre el en mí y el delante de mí”,
(1971: 74) y Jaspers señala que:
Nuestros estados sólo son la manifestación del constante esforzarse de
nuestra ‘existencia’ o del fracaso de esta. Nuestra esencia es ir de camino... Solo
“existiendo” íntegramente en este tiempo de nuestra historicidad tenemos alguna experiencia de un eterno presente... Solo cuando hacemos la experiencia de
la propia época como de la realidad que nos circunvala podemos adueñarnos
de esta época en la unidad de la historia y en esta de la eternidad. Al remontarnos tocamos, por detrás de nuestros estados, al origen que se aclara, pero que
está siempre en peligro de oscurecerse (Jaspers, 2006: 130).
Por ello podemos concluir parcialmente que la filosofía como experiencia
del misterio se relaciona con la vida en tanto el filósofo procura la existencia,
manteniendo a salvo la relación esencial entre el hombre y las cosas. No hay
verdad sin vida, sin apertura a la realidad, sin capacidad de asombro. La ciencia y la técnica en su trasfondo más humano que les dio origen deben cuidar
de la copertenencia. Muy diferente al entrenamiento especulativo, la filosofía
y la ciencia son modos de ser para alcanzar el cuidado de sí, son parte del arte
de procurarse la buena vida. Vive bien quien experimenta su pertenencia al ser,
quien busca la verdad sin prejuicios y son los principios los que desocultan el
ser. Este es el significado del misterio ontológico de la existencia (Marcel, 1987).
La vida por ser sagrada no puede perder su carácter de inexplicable. Tan
complejo ha sido mantenerla a salvo que para la época contemporánea es una
preocupación más allá de la ciencia, más acá de la religión, más cercana a las inquietudes de las ciencias sociales, en fin, olvidada incluso por la misma filosofía
que se concentró en aclarar el sentido de su práctica a comienzos del siglo xx.
Este contexto está marcado principalmente por la experiencia de desarraigo
a una tradición. No conocemos nuestra paideia. Parece que involuntariamente
renunciamos a diario a la sabiduría de la naturaleza. Carecemos por completo
de una historia objetiva y no porque no la haya sino porque hemos roto nuestro compromiso con el mundo. Nos caracteriza el uso ilimitado de la técnica,
envileciendo al hombre que se ve a sí mismo en términos de mero número. Se
nos codifica y decodifica como canales de información. La única manera de encajar en el presente es arriesgándonos a formar parte de la tecnoburocratización de los servicios. Nos caracteriza, además, una falta profunda de lo sagrado
en la vida que despertaría nuestra conciencia de responsabilidad. En lugar de
ello se promueven fanatismos. Vivimos la moda del nihilismo, exceso de indiferencia al mal. Esto es el pecado: el olvido de lo esencial. El nihilismo consiste
finalmente en la pérdida del sentido de la vida.
La ciencia a la que solo accedemos viéndonos a nosotros mismos como simples objetos no posee fundamentos, de ahí que la posibilidad de toda solución
a los problemas que tenemos puesta en manos del conocimiento tecnocientífico solo sea una proyección de nuestro presente, una negación a lo que realmente debe ocurrirle al hombre y al mundo. Estamos desprovistos de experiencias
concretas que mostrarían el misterio del ser y al mismo tiempo el fracaso del
pensar calculador.
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Recordemos en estos días de oscuridad el entusiasmo metafísico de Gabriel
Marcel, podría ser el consuelo y ejemplo de lucidez que necesitamos los que
decidimos habitar esta casa abandonada en la que se convirtió nuestro mundo:
La esperanza es esencialmente, se podría decir, la disponibilidad de un alma
tan profundamente comprometida en una experiencia en comunión como para
llevar a cabo el acto que trasciende oposiciones entre el querer y el conocer mediante el cual ella afirma la perennidad viviente de la cual esta experiencia le
ofrece, a la vez, la prenda y las primicias (Marcel, 1998: 79).
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