Dossier - Euskal Herria liburuak

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DOSSIER
Naturaleza
y cultos
precristianos
t Antxon Aguirre Sorondo
L
as creencias y la forma de interpreno fue excepción: “Elaboró una cultura, unos
tar la realidad de quienes vivieron
modos de vida que traducen la actitud del
antes de la penetración
hombre ante los problemas fundadel cristianismo en Euskal
mentales de su existencia. Uno de
asp
Herria resultan difíciles, por no decirr
los aspectos
que cabe considerar en
imposibles de descifrar para nosotros::
esta aactitud es la religión”, afirmaba
M
nos hallamos muy lejos en el tiempoo
José Miguel
de Barandiaran en la
intro
y apenas tenemos herramientas para
introducción
a su Mitología del
Pu
acercarnos al mundo interior de
Pueblo
Vasco.
aspiraciones e intenciones de aqueSabemos que en un tiempo
l Naturaleza y sus manifestallos grupos humanos.
la
c
Sí que disponemos de restos
ciones
físicas eran percibidas
c
arqueológicos, de enseres, de pincomo
entidades sagradas. A
e fuerzas (Sol, Luna, Tierra)
turas rupestres, de mitos, ritos y
esas
se les atribuyó un alma: ahí nos
tradiciones; y sobre todo poseemos
en
palabras en la más antigua lengua de
encontramos ante la concepEuropa, el euskera, que insinúan algoo
ción animista.
Ant
sobre las mentalidades del pasado máss
Antes o después pero en cierremoto. Pero, aun con su inmenso valor,,
to mo
momento cristalizó la creencia
Gipuzkoa Mu
seo Birtuala
nú
son solo sombras proyectadas sobree
en númenes,
genios y divinidades
un muro. Como en el famoso mito de
telúricas con una forma física prela caverna de Platón, puede que esas
cisa (zoomórfica o antropomórfica,
N UN TIEMPO
“sombras”, veladas por el paso de los
comúnmente), que vivían dentro de
siglos y la superposición de las cultula montaña, del bosque o del agua,
LA NATURALEZA Y
ras, no sean realmente lo que parecen;
y que podían resultar propicios o
SUS MANIFESTA
o puede que sí, pero que nos falte la
malditos para los humanos. Había
“piedra roseta” para interpretar el senque rendirles culto, aplacarlos y a
CIONES
FÍSICAS
tido cabal que poseían para las gentes
ser posible ganarse su favor. Así surde hace miles de años.
gieron los mitos.
FUERON PERCIBI
Pero esto no debería desmotivarAlgunos signos propios de la
DAS COMO ENTI
nos. Podemos ir avanzando a tientas,
cultura popular de Euskal Herria,
con prudencia, sin dejarnos deslumaunque palidecidos por el paso del
DADES SAGRADAS
brar fácilmente por las luces y por
tiempo y las sucesivas estratificalos signos de lo que, por su arcaísmo,
ciones culturales, parecen llegapuede parecernos más auténtico,
dos hasta nosotros como testigos
pero que en realidad son solo eso: sombras.
de aquellas concepciones: motivos estéticos,
lugares sagrados, tradiciones inscritas en un
momento determinado, ritos, palabras, leyendas o los personajes que forman nuestro riquíLo primero que constatamos es que todos
simo panteón mitológico.
los pueblos del mundo mediante creencias y
De esos perfiles iluminados por los remotos
 Estela discoidal hallada
mitos han levantado unos modelos de interrayos
de una Euskal Herria milenaria, de esas
en la necrópolis de Santa
Teresa
(Donostia).
pretación y una inteligencia práctica e instrusombras vacilantes y sugestivas que hoy se refleArgizaiola,
icono
del
mental que les ha servido para relacionarse
jan en los muros de la vida vasca, es de lo que
 lar vasco con simboloentre sí y con su entorno. El pueblo vasco
nos ocupamos en estas páginas.
gía mágico protectora.
E
-
-
Naturaleza sagrada
RITOS, CREENCIAS Y PERVIVENCIAS
EN LA EUSKAL HERRIA MODERNA
Jon Benito
75
euskal herria
DOSSIER
Los cultos naturales
En sus prácticas espirituales, los vascos de antes del cristianismo no parece que siguieran unas pautas organizadas
por una liturgia cerrada, ni que contaran con una casta sacerdotal. Se trataría más bien de unos rituales domésticos
o íntimos, simples y regulados por la relación directa con los elementos dadores de vida: cultos naturales.
el Sol
EL GRAN PROTECTOR
A
l igual que otros pueblos de la
Antigüedad, también los euskaros
consideraban al Sol numen o deidad natural. De su culto han quedado huellas
desde el período neolítico.
En la vieja lengua, dos grupos de nombres sirven para designar al astro: unos tienen como raíz
“egu” (eguzki) y otros “eki”. Según Julio Caro Baroja, la primera es la forma más primitiva y común,
equivalente a la raíz indoeuropea “div”, con la que
se formó la palabra “divinidad”.
Fue creencia general que la Tierra
es madre del Sol y de la Luna, hierofanías femeninas que duermen diariamente en su seno: el Sol sale
cada mañana de la Tierra y
al atardecer regresa nuevamente a sus entrañas en la
región de Itxasgorrieta, los
mares bermejos.
En su diálogo Las Leyes,
Platón argumenta que el Sol, la
Luna y los demás astros son entidades divinas porque se mueven por sí mismos
ordenadamente y son inmortales. Con tal consideración, los griegos de su tiempo les dedicaban salutaciones místicas al alba y al ocaso. Lo mismo ha
Jon Benito
 El eguzkilore –flor del
Sol por su semejanza al
astro solar–, se ha colocado tradicionalmente
en las puertas de la casas
por su atribuida capacidad de ahuyentar el mal.
ocurrido en Euskal Herria hasta entrado el siglo
xx: “Eguzki amandria joan da bere amagana. Biar
etorriko da denpora ona bada” –Señora Sol con su
madre ha ido, mañana volverá si el tiempo acompaña–, o más sencillamente: “Adios, amandre;
biarartio” –Adios Señora, hasta mañana– por
la noche; y “Ongi etorri, iduzki xuri” –Bienvenida, Sol luminosa– por la mañana,
son fórmulas recogidas por
la etnografía vasca, como
lo es también esta otra aún
más expresiva por el tratamiento de entidad sagrada
dado al astro: “Eguzki santu bedeinkatue, zoaz zeure
amagana” –Sol santa bendita, váyase hacia su madre–.
Nuestros dólmenes, construidos principalmente en un período que
va desde hace unos 3.800 años hasta hace
unos 4.500, también insinúan una veneración
solar por su disposición con la entrada orientada
hacia el levante. El mismo canon se aplicaría posteriormente a las tumbas de los cristianos medievales (cabeza en el occidente, pies en el oriente)
y en la construcción de iglesias románicas cuya
fachada mira al Este al igual que las chabolas de
los pastores vascos. Aunque tampoco podemos
descartar que en algunos casos tal ubicación obedeciera a motivos climáticos, a los vientos reinantes o a otras causas ajenas a creencias solares.
El Sol se asocia al cielo luminoso y ardiente, a
la luz y al fuego, nexo cuyos ecos resuenan en el
calendario festivo y en ritos como los fuegos de
los solsticios de verano (hogueras de san Juan)
y de invierno (gabonzuzi o tronco especial de
Nochebuena que se quemaba en los hogares
vascos durante esos días y que modernamente
se simboliza en el árbol navideño).
Por el solsticio de verano, la gente giraba en fila
alrededor de una fogata con el fuego a su derecha.
Esta ceremonia, asegura Barandiaran, “más o menos
cambiada, extendida en todo el dominio indoeuropeo, moviliza la fuerza mágica que, según se cree, ha
de hacer que el Sol prosiga su curso”. Con la particularidad de que en Sara, según testimonia el sabio
de Ataun, mientras ejecutaban ese milenario acto
propiciatorio en la víspera de San Juan los vecinos
rezaban un rosario. Aquí tenemos un ejemplo ‘de
libro’ de sincretismo religioso: reelaboración de una
tradición anterior en
forma de rito cristiano.
A sus cualidades como dador de luz y de calor,
suma el Sol la virtud de ahuyentar las tinieblas y con
ellas a los espíritus malignos que actúan a socapa de
la oscuridad nocturna. Ello le acredita como protector de personas, tierras y animales. La simbolización
del Sol como defensor doméstico lo aporta el eguzkilore, literalmente “flor del sol”. La costumbre de
poner una flor de cardo en puertas y dinteles de los
hogares para protegerlos de las fuerzas disolventes
era común a toda la franja pirenaica y pervive aún
en nuestros días como motivo pintoresco.
Y recordemos también que en el arte decorativo vasco abundan signos de clara evocación astral
como círculos, ruedas radiales, estrellas pentagonales, rosetones o el famoso lauburu, variación de
la esvástica o cruz griega con terminación en brazos curvos, de raíz prehistórica. Todo indica que
el lauburu representa al Sol en movimiento como
fuerza y motor de toda la creación. Es decir, un
dios-sol que es objeto de culto astral.
El hacha contra ‘oneztarri’
A
76
euskal herria
de la tormenta. Por el principio de que lo
j
,
semejante atrae a lo semejante,
epara aplacar esa amenaza se plantaba
un hacha de piedra
en el exterior de las
casas. Hacha que luego será de acero y
cuyo filo apuntará siempre hacia el cielo.
En excavaciones arqueológicas se han
hallado hachas de piedra
pul
pulimentada
de reducidas
di
dimensiones
fabricadas
pa fines mágicos, hachas
para
voti
votivas,
hincadas a las puertas de dólmenes y colecciones completas en
hendiduras de rocas puestas como ofrenda.
SORGINETEXE, DOLMEN FUNERARIO DEL 2500 A.C. CUYA
ENTRADA SE HALLA ORIENTADA
AL LEVANTE, AL NACIMIENTO DEL
SOL. ARRIZALA (AGURAIN).
Alberto Muro
l dios del cielo luminoso sucedió
el dios del cielo tempestuoso. El
hacha es el emblema de esta
nueva percepción.
El nombre del rayo, oneztarri (piedra de
relámpago), hace alusión a una interpretación mítica según la cual dicha descarga la
produce una piedra lanzada por el numen
77
euskal herria
DOSSIER
la Luna
LUZ DE VIDA
E
l culto lunar no era un simple complemento del culto solar, sino que sobrepasaba a éste en importancia. Caro Baroja
llega a afirmar que durante un lapso de tiempo
indefinido pero extenso, la Luna fue la divinidad
principal y más original del pueblo vasco.
A diferencia del Sol, inmutable y siempre
igual a sí mismo, la Luna es astro mudable,
cíclico, sometido a leyes parecidas a las de los
mortales. “La ‘vida’ de la Luna está mucho más
próxima al hombre que la gloria majestuosa del
Sol”, decía el historiador de las religiones Mircea Eliade. En fases regulares crece y decrece
 Brotes verdes. La fases
lunares han sido desde el
hasta desaparecer, como si falleciera, para renaNeolítico tenidas en cuenta a la hora de llevar a cacer a los tres días, y con ese movimiento dibuja
bo las faenas agrícolas.
la trayectoria de nacimiento, desarrollo y fin
 Símbolos lunares y zopropia de todo recorrido vital. De la vida a la
omórficos en relieve en
un sillar en una vivienda
muerte y de la muerte a la vida: la Luna repretradicional vasca.
senta plásticamente la aspiración espiritual de
los seres humanos.
En torno a la
mitología lunar han
girado las más primitivas formas de
necrolatría o culto a
los difuntos. Los pueAlberto Muro
blos arios la conside-
raban morada de los fallecidos, y su denominación vasca, ilargi, ‘luz de los muertos’,
describe al satélite no como
morada pero sí como guía
para los difuntos. Una vieja
tradición autóctona asegura
que quien muere en cuarto
creciente tendrá una buena
vida ultraterrena.
En excavaciones vascas se han
descubierto aras de época romana con signos de culto
lunar. Aunque posteriores en el tiempo,
también las estelas discoidales de función funeraria (fenómeno que
en Euskal Herria posee rasgos excepcionales
por su densidad) presentan profusos e interesantes motivos relacionados con cultos astrales. Uno de ellos es la espiral, cuyo simbolismo
cósmico respecto a la Luna tiene que ver con
la idea de lo que evoluciona, lo que aparece y
desaparece, como el caracol.
A la Luna se dedicaban invocacio
ciones orales habitualmente con el
ap
apelativo de abuela: “Amona mantago
gorri, zeruan ze berri? Zeruan berri
on
onak, orain eta beti”. Con un carácte
ter más piadoso, ante su vista se
in
indicaba a los niños que era Jesús
o el rostro de Dios.
Pero también la Luna puede representar lo
sagrado negativo: el viernes, ostirala, día dedicado a la Luna, se consideraba el preferido para
los conventículos de brujos; sobre ese día pesa
el tabú contra cierto tipo de trabajos; en los
plenilunios los gentiles de Aralar bailaban con
sus sombras; y a la cárcel eterna de la Luna fue
condenado un hombre de Ataun por quejarse
contra ella por no darle suficiente luz. “El respeto por la Luna ha sido verdaderamente grande
en el País Vasco”, resume Caro Baroja.
El descubrimiento por parte de los pueblos
agrícolas del Neolítico de la influencia de las
fases lunares en la germinación y en la eficacia de muchas actividades relacionadas con la
agricultura, la ganadería y el sustento humano
hará del satélite una fuerza venerable a la que
se preste permanente observación.
Algunos baserritarras aún hoy programan sus
trabajos en función de los cuartos lunares, teniendo en cuenta su influjo directo en el resultado de
faenas tales como el cultivo y la cosecha de frutas
y verduras, la plantación y la tala de árboles, el
desplazamiento de los ganados, la matanza del
cerdo, la remoción del estiércol, el corte de pelo
y uñas, la limpieza de las chimeneas, el embotellamiento de la sidra o el embotado de alimentos.
Su incidencia en la fecundidad de la tierra tiene
su correlato humano en los ciclos reproductivos
de la mujer. Desde el amanecer de
la civilización, diosas y deidades
femeninas se han relacionado
con la Luna. El arte religioso
cristiano lo sincretizó a través
de la Virgen María, cuya representación incorpora explícitamente los cultos astrales: vestida
con manto estampado de constelaciones y subida sobre una luna corniforme.
Por su poderoso simbolismo y por su
influencia primordial en el conjunto de la vida
orgánica terrestre, la Luna ha constituido un
referente absoluto, una síntesis perfecta de lo
que vive y muere; respetada e incluso adorada:
en este último caso hablaremos de selenolatría
(de Selene, deidad griega).
Etapas y creencias en la Prehistoria
78
euskal herria
Q
(númenes). A esta etapa correspondería el mito
anterior al cristianismo fue José Miguel
mediante ofrendas e invocaciones como las que
origen lunar o las hogueras solsticiales.
de Barandiaran. A él se debe la división de la
se pronuncian al arrojar una piedra en cuevas
3. CULTURA EPIGRÁFICA. La abundancia de
Prehistoria vasca en tres etapas, a cada una de las
donde se dice que moraban los genios.
piedras con inscripciones (epigrafía) justifica el
cuales corresponde un sistema de producción y unas
2. LA CULTURA MEGALÍTICA. Con el
nombre de esta etapa marcadamente influenciada
determinadas estructuras de pensamiento.
Neolítico y la cultura pastoril, en el área vasca
por la presencia romana. En lápidas funerarias y
1. SUSTRATO ARCAICO. En el Paleolítico,
pirenaica aparecen las grandes construcciones
aras aparecen representaciones del Sol y de la Luna,
las comunidades de cazadores y recolectores
de piedra o megalitos. La orientación de los
fuerzas de la Naturaleza divinizadas como entida-
habitan en cavernas. Ese medio físico determina
dólmenes hacia la salida del Sol y los restos de
des con espíritu propio. Dominaban, por tanto, las
creencias de carácter telúrico para las cuales
fuego a su entrada insinúan cultos uránicos
creencias animistas. Algunos de los lugares de cul-
ciertas cuevas y oquedades subterráneas están
o celestes. El cielo sería venerado como una
to politeísta de esta época serían posteriormente
habitadas por genios y dioses misteriosos
divinidad: Egu. Según esto, datan de entonces
sacralizados mediante construcciones cristianas.
uien con más profundidad investigó y
los símbolos solares tan característicos del arte
reflexionó sobre el mundo de creencias
de Mari, señora del cielo a la que hay que aplacar
vasco, el eguzkilore, el calendario vasco de
LA LUNA REVERBERA LOS
RAYOS DEL SOL EN PEÑA
IZAGA (NAFARROA).
El Calendario Vasco
E
n las lenguas indoeuropeas, la palabra con que se designa a la Luna es
la más antigua de todos los nombres
de astros. La razón es bien sencilla: su observación llevó al nacimiento del concepto
“mes” y de ahí al primer calendario. La Luna
permite la medición del tiempo. Julio Caro
Baroja defendía que los vascos primitivos no
contaban el paso del tiempo por días sino
por noches, ya que gaur (hoy) se derivaría
de gau (noche). Esto ayudaría a la formación
del mes lunar, de 29 y pico días. De donde en
euskera mes y Luna se nombran de la misma
manera: hil, hilabete, hileroko. El sistema de
meses lunares se ajustó al año agrícola y
luego al año solar dando como resultado el
Calendario Vasco, que tiene un carácter lunisolar, de origen remoto, unido al agrícola.
Santiago Yaniz
79
euskal herria
DOSSIER
CUEVA DE ZUGARRAMURDI,
la Tierra
Y SU DIOSA TELÚRICA
N
uestros antepasados veían la Tierra
como una extensión inmensa con
partes sólidas y partes líquidas. Igual
que el agua de los mares, también las regiones
sólidas se movían: era creencia popular que
las montañas suben y bajan, crecen y se
encogen, de modo que los relieves van
cambiando a lo largo del tiempo. Además de esto, a la Tierra se le atribuía un
vigor propio para generar vida en forma de
vegetales que alimentan a personas y animales.
Ya hemos señalado el carácter maternal de
la Tierra respecto al Sol y la Luna, a los que
acoge en su seno cuando los astros desaparecen
de la vista humana. Sus profundidades constituyen un inmenso receptáculo donde habitan
las almas de los difuntos y también muchos
genios que en la mitología vasca habitualmente
tienen forma de animales (toro, caballos, verraco, macho cabrío, carnero, etc.) o un aspecto
cercano al humano.
Reinando por encima
de todos esos númenes
y genios se halla la divinidad telúrica o ctónica:
Mari, diosa principal de
la mitología vasca. Barandiaran y Caro Baroja
coincidieron en señalar
en ese mito a una de las
divinidades más importantes de la prehistoria
vasca, emparentada con
otras equivalentes de los pueblos europeos.
Alberto Muro
 Monolitos de Arretxinaga.
A su alrededor se construyó la ermita de San Miguel
(Markina).
 En la cumbre rocosa
de Urregarai (Aulesti)
se levantó la ermita de
Santa Eufemia.
Santiago Yaniz
Algo más lejos irá Andrés Ortiz-Oses al afirmar
que Mari es la única superviviente que hoy se
conoce de las primitivas Diosas-Madre
europeas: “La Gran Diosa Vasca Mari
es claramente el símbolo de la Vida,
la Naturaleza y sus fuerzas telúricas, pero es además la diosa madre
de todos los diosecillos, númenes,
genios y fuerzas personificadas,
preminentemente femeninas”.
Este ancestral mito está
extendido por toda la geografía
vasca con infinidad de moradas
conocidas por tradición oral en
montañas, cuevas o simas. Varía
en cada región o comarca en cuanto a sus nombres (Andre Mari, Mariurraka, Mari la del Horno,
Puiako Maia, Dama de Anboto, de Muru, de Aketegi...), características y mitotemas peculiares.
El catálogo de leyendas en torno a Mari es
grande y no raras veces presentan adherencias
de sincretismo cristiano. A propósito de esto, es
notable la convergencia del mito con el personaje sagrado de la Virgen María. Sin embargo, la
opinión más sólida apunta a que se trata de un
nombre autóctono derivado quizá de ‘Amari’
(oficio de madre, lo que daría razón a la interpretación matriarca-naturalista del mito) o de
‘Emanari’ (don, regalo).
La lectura materna del mito parece evidente, aunque en el detalle de sus leyendas
apenas revele un carácter maternal, en el
sentido de mujer bondadosa y abnegada,
sino mucho más frecuentemente aparece como un ser terrible. Como todos los
mitos, el de Mari es ambiguo y eso se refleja
también en su descendencia: tiene un hijo
bueno, Atarrabi, y otro malo, Mikelats.
Brujería y brujomanía
M
ari está considerada bruja y
señora de todas las brujas.
Este dato, unido a que las ceremonias brujeriles tuvieran por escenario
cuevas y montañas, lleva a suponer que
hasta la edad moderna llegaron residuos
de cultos antiguos de tipo telúrico y
80
euskal herria
determinadas creencias que poseían
funciones útiles para la regulación de
las pequeñas comunidades aisladas.
Este equilibrio se fracturó con la irrupción de jueces y teólogos externos que,
movidos por motivaciones doctrinales,
desencadenaron violentas campañas
represivas: así emergió un pánico moral
que el profesor Gustav Henningsen ha
llamado “brujomanía” para diferenciarlo
de las creencias brujescas tradicionales.
El poso mágico-religioso precristiano se
convirtió así en motivo de persecución en
los siglos XVI y XVII.
CAVIDAD TELÚRICA QUE HA
ACOGIDO CULTOS PRECRISTIANOS DURANTE SIGLOS.
Normalmente aparece con los rasgos de una
mujer de gran belleza, misteriosa y maléfica.
Pero también puede revestir aspecto de caballo,
buitre, viento, árbol, humo, bola de fuego... No
obstante, se la designa como señora o dama, título respetuoso que han merecido también otras
antiguas deidades femeninas.
El culto a los númenes terrestres focalizado en
cavernas y en montañas, donde se hacían ofrendas para lograr favores o para aplacar las furias
naturales, puede que esté en el origen de lugares
sagrados del cristianismo. Como las ermitas o los
santuarios elevados. En nuestra investigación en
el ámbito de Gipuzkoa a lo largo de muchos años
hemos asistido a rituales que parecen evocar cultos precristianos de carácter telúrico. Un buen
ejemplo son los diversos templos con agujeros
en la roca donde los fieles introducen la cabeza
y rezan un Credo para protegerse o curar de los
males en esa parte del cuerpo (Kredozulo le llaman en San Pedro de Zegama). Y, ya en Bizkaia,
la ermita de San Miguel de Arretxinaga, en Markina-Xemein, con sus inmensos peñascos calizos
en raro equilibrio unos contra otros, se antoja
escenario presumible para cultos de tipo ctónico
de origen precristiano, tal como se ha supuesto.
81
euskal herria
DOSSIER
LOS ELEMENTOS SAGRADOS
el fuego
NÚMEN DOMÉSTICO
D
e todas las habilidades humanas, sin
duda que el dominio del fuego ha
sido la de mayor trascendencia. El
fuego permitió a los homínidos alumbrarse,
calentarse y enriquecer su dieta alimenticia.
Además el fuego, elemento que consume y
hace humo de los objetos que toca, generó una
escatología espiritual relacionada con la vida
después de la muerte.
En La mentalidad popular vasca, según Resurrección Mª de Azkue, Juan Thalamas Labandibar defiende que en Euskal Herria se ha
sacralizado al fuego como elemento mediador
entre vivos y muertos. Idea que posiblemente
proviene de la Prehistoria.
Las cenizas y restos que se han
hallado en crómlechs, túmulos y
cistas informan de ritos funerarios
precristianos, que tendrán su continuidad posteriormente en la
costumbre de encender luces en
las sepulturas por medio de cerillos de cera o
argizaiolak, de acuerdo con la creencia de que
las almas de los difuntos necesitan tal ofrenda
para ahuyentar las tinieblas.
La cremación de los cuerpos es una tradición
con tres mil años de antigüedad entre nosotros.
Se introdujo al contacto con pueblos pastoriles
centroeuropeos que, en opinión del historiador
Juan Madariaga, “habían desarrollado una concepción más espiritualizada de la muerte, pues
aplicaban a sus difuntos el procedimiento más
radical de ocultación de la descomposición, la
incineración y consiguiente desaparición de
los cuerpos, lo que, además de la purificación que implicaba, posibilitaba la más rápida
liberalización del espíritu”.
El rechazo de la incineración por parte de
la Iglesia católica hasta mediados del siglo
xx se ha explicado de diferentes maneras: algunos especialistas ven en ello una
influencia del judaísmo, que prohíbe
expresamente esa práctica; otros lo
atribuyen al deseo de marcar una
ruptura con los rituales paganos
greco-romanos.
En contrapartida, la Iglesia tuvo la habilidad de
integrar el fuego como elemento litúrgico y ancestralmente simbólico. El cirio pascual, emblema
de la Resurrección de Cristo al final de la Semana Santa; el fuego omnipresente en procesiones
y grandes solemnidades; el del viático y, antaño,
también en el cortejo del entierro. Sustancia ambivalente, el fuego representa a Dios (ante Moisés se
visualiza como una zarza en llamas), pero también
la condenación eterna del infierno.
La mitología vasca contiene un catálogo de
figuras fantásticas envueltas en fuego. La propia
Mari vuela en forma de llamaradas; Eate es el
genio de la tempestad, del fuego, de las riadas y
del viento huracanado; la serpiente Sugaar
atraviesa el firmamento en figura de
hoz o media luna de fuego cuyo
paso es presagio de tempestad;
toros de fuego o que lanzan fuego habitan en las cuevas; caballos de fuego; y, cuando una
luz brillaba repentinamente
en la oscuridad de la noche,
se decía que era Irel, pájaro
que lanza fuego de su boca.
En la etxe vasca el fuego
poseía carácter de numen sagrado. El primer diente del niño se le
ofrendaba a él; o mejor dicho, a ella,
pues en la invocación que acompañaba
al gesto se le trataba en femenino: “Andra
Marie, otson ortz zaarra eta ekatzan berrie” (Señora Mari, toma el diente viejo y dame otro nuevo).
Cuando se deseaba que cierta persona ingresara en la casa mediante casamiento o como
 Uno de los crómlech
de Azpegi (Valle de
Aezkoa), enterramientos colectivos tras el
rito de la cremación.
sirviente, se le conducía al interior y se le hacía
dar unas vueltas alrededor del fuego del hogar o
del llar que colgaba sobre el mismo. Hecho esto,
se daba por seguro que la persona ya no podría
resistir el atractivo de ese lugar.
Como un modo de cristianización del fuego
doméstico, en la mañana del Sábado de Gloria se
procedía a la renovación del su berria. La ceremonia de encendido del nuevo fuego se realizaba en
el atrio de la parroquia y los fieles se las arreglaban
para llevarlo a casa en curiosos artefactos: botes
de hojalata, macetas de barro, panochas de maíz,
yescas, mechas... Antes de recibir el fuego nuevo
se limpiaba bien el receptáculo. Los tizones y
cenizas sobrantes del hogar se consideraban como benditos y se usaban,
por ejemplo, como amuletos
contra el begizko o mal de ojo.
Patxi Uriz
Velas, malditas o benditas
D
ecíase que a una persona se la puede
perjudicar simbolizándola en una
vela de cera y haciendo que ésta se
consumiera al fuego. “Orri bate-batek argizarie piztu zook” (a ése alguien le ha encendido
la cera), se susurraba en Berastegi de quien
82
euskal herria
padeciera cierto mal o enfermedad que no
conseguía superar. Efecto contrario producían
las velas bendecidas el día de La Candelaria
(2 de febrero). Cuando una desgracia amenazaba al hogar o un miembro se hallaba enfermo, al arreciar una tormenta o cualquier otra
calamidad, se encendía una de esas velas y se
dejaba ardiendo hasta que pasara el peligro.
Procedimientos de protección “por contacto”
eran rociar con tres gotas de cera bendita la
txapela o el pañuelo de la cabeza y verterlas
sobre la comida del ganado.
83
euskal herria
DOSSIER
el agua
VIRTUDES CRISTALINAS
F
uente de vida, medio de purificación y fuerza regenerativa: desde
el alba de las civilizaciones, se han
atribuido esas tres cualidades esenciales al
agua. Aunque también algunas otras.
Para los taoístas –tradición religiosa y filosófica oriental– representa la sabiduría, es libre
y sin ataduras; en el Tíbet el agua simboliza el
compromiso de la vida religiosa; los griegos clásicos advertían en el elemento poderes fertilizantes y vigorizantes, por ello la empleaban en
nacimientos, matrimonios y ritos de iniciación.
Lo mismo hará el cristianismo: de manera
plástica el Mesías, Jesús, se revela a la humanidad cuando se sumerge en el río Jordán de
la mano de Juan, llamado El Bautista. Desde
el siglo iv cristianos de todo el mundo acuden
a Tierra Santa para mojarse en las aguas de
ese río, hoy fronterizo entre Israel y Jordania,
y se llevan porciones de agua sagrada para
bautizar a sus familiares.
Distribuidos por toda la geografía de Euskal
Herria existen infinidad de fuentes y manantiales a los que se atribuyen virtudes curativas
o hasta milagrosas; o que son escenario de
leyendas o de prodigios piadosos, como así lo
quieren indicar sus nombres: Mariturri, Iturrisantu, Aingeru-iturri, Andre-Mari-iturri... En
algunos casos, sobre manantiales sacralizados
desde época precristiana se levantaron ermitas o santuarios.
“Todo induce a pensar –se lee en Mitología
del Pueblo Vasco– que muchas aguas y manantiales del País Vasco se hallan vinculados, en la
 Baño ritual en las fuentes
de Betelu (Nafarroa), en
las aguas del río Araxes.
mente popular, a diversos genios o seres míticos; también a santas y a santos que, en muchos
casos, han sustituido a aquellos”.
A esas y otras fuentes, en el momento del
tránsito solsticial tanto de verano como de
invierno acudían las gentes para tomar las
primeras aguas en la fe de que en ese instante
fluyen con virtudes especialmente benéficas
para el cuerpo y el espíritu. La costumbre
de beber, bañarse o mojarse con el agua de
la amanecida solsticial
la encontramos por toda
Europa, desde el norte
escandinavo al sur mediterráneo. Es posible que
en el fondo de estos ritos
populares “se hallen mitos
solares y de la madre
Tierra de donde brotan
las aguas, símbolo de la
abundancia”, en opinión
de Barandiaran.
En ocasiones, la noche
del 23 de junio se sacaban
al exterior recipientes de
agua a los que se añadían
flores aromáticas (rosas,
Alberto Muro
verbenas, claveles, jazmines, madreselva, etc.). A la
salida del Sol, ese líquido se guardaba para todo
el año como curativo para los problemas de la
piel e incluso para uso cosmético diario.
Aún hoy, cuando en el campanario de la iglesia
de Urdiain, en la Barranca navarra, suenan las 12
de la noche del 31 de diciembre, sus vecinos se
reúnen junto a la fuente para tomar el agua nueva, que se bebe compartidamente en los primeros minutos del nuevo año. En Tierra Estella, en
Pozos sin fondo y ríos de leche
T
ema sugerente en la mitología vasca
es el de los pozos, charcas o lagunas
sin fondo que absorben a personas
y animales. Muchas veces llevan el nombre
de ‘lamia’ (Lamiñapozu, Laminosin, Laminenzulo...), señalando así la presencia de genios
84
euskal herria
maléficos que se cobran ese tributo. Variante
de lo mismo son las casas y poblados malditos
que yacen en el fondo de pozos y lagos. Los
relatos explicativos casi siempre culpan a los
antiguos habitantes por esa condena a causa
de su falta de caridad. Recordemos, por fin,
que según un primitivo rumor bajo el suelo en
determinados lugares discurren ríos de leche,
inaccesibles a los humanos desde la superficie. La arqueología ha demostrado la verdad
de esta intuición con el descubrimiento del
“mondmilch” o gran río de leche del Hernio.
Alberto Muro
tiempos anteriores al agua corriente, el líquido
de consumo humano se conservaba en tinajas,
y cuando se ofrecía un vaso a algún visitante se
le decía “Bebe, bebe, que esta es agua de enero”,
como modo de ponderar su calidad: tan buena
como el agua recogida en el primer instante del
año; es decir, la mejor.
Arroyos y remansos son escenario habitual de historias de
brujas y de lamias, personajes a
los que el hábitat acuático atrae
sobremanera. De la época anterior a la luz eléctrica en que la
noche se poblaba de ruidos ininteligibles proviene la explicación
de que genios y espíritus malignos se acercaban a beber a los
 Cascada de Kakueta.
Zuberoa.
 Laminenziluak. Manantial de aguas termales
de Gamere (Zuberoa).
abrevaderos y pozos del exterior de la casa una
vez que oscurecía. Por ello, si tras la anochecida
alguien entraba en el hogar trayendo agua de
afuera, ésta había que purificarla introduciendo
un tizón encendido sacado del fuego doméstico.
En sociedades agrarias como era la nuestra hasta hace solo unas décadas, al agua de lluvia se la
ha tenido por beneficiosa
Santiago Yaniz
en la vida (“Agua de mayo,
crece el pelo un palmo”)
e incluso en la muerte (se
decía que quien fallece
con lluvias salva su alma).
La asociación de la lluvia
con el “mal tiempo” es
reciente y propia de las
sociedades urbanas.
85
euskal herria
DOSSIER
Santiago Yaniz
,
el arbol
NOTARIO SAGRADO
86
euskal herria
Ángel Ruiz de Azua
E
n Mujika, dos corpulentos castaños
a los que denominaban Mari y Peru
servían como testigos para las parejas
que contraían esponsales bajo su copa. Y cuando entre gente de la comarca se cerraban contratos de compraventa de alguna importancia,
los pagos y cobranzas se liquidaban también en
presencia de esa frondosa pareja.
La atribución al árbol de la competencia
como notario puede rastrearse desde en las
clásicas promesas de amor eterno grabadas en
su corteza por los adolescentes, hasta en los
juramentos reales hechos a su sombra.
Tras su coronación, los reyes castellanos
acudían a Bizkaia para hacer juramento de
respeto a fueros, usos, costumbres y tradi-
ciones seculares del Señorío. De ahí que un
árbol, el de Gernika, sea hoy emblema del
autogobierno del pueblo vasco. Bajo el árbol
de Gerediaga se celebraban las Juntas del Duranguesado, al igual que las de
Encartaciones se convocaban en torno a un roble.
Esas juntas comarcales
eran extensión de los concejos abiertos que también
se celebraban soto árbol,
hasta que fueron albergándose bajo el techo de la
iglesia y, más tarde, en las
casas concejiles, los kontzeju-zaharrak. En fecha tan
tardía como 1533, a la sombra de un roble los vecinos
de Legazpi celebraban su
batzarra: el profesor Madariaga Orbea ve en
este detalle un indicio de que la sociedad estaba aún trabada por vínculos mayoritariamente
gentilicios y que el poder de la Iglesia no era
todavía “lo suficientemente fuerte como para
servir de aglutinante a núcleos de
población dispersa” como era el
Valle de Legazpi.
El rey Luis XI de Francia, en el
siglo xv, impartía justicia bajo un
roble del bosque de Vincennes
siguiendo un rito posiblemente heredado de sus antepasados
galos precristianos, los cuales
tenían en fe que “en el tronco de
un roble vive siempre un dios”.
Los bretones cristianizados hicieron suyo ese mismo principio al
dar por válida la confesión de los
pecados hecha por un creyente
ante un árbol de esa especie.
A los bosques no les gusta
ser vendidos como simple mercancía. Según creencia de Baja
Navarra recogida por Resurrección María de Azkue, el bosque
puede mostrar su enfado haciendo caer un árbol encima de una
persona y matándola.
Muy extendido está el hábito de plantar un
fresno junto a la casa para su protección contra el rayo. Fresnos son asimismo el mayo (que
aún hoy se levanta en San Martín de Améscoa,
Navarra) y el árbol de san Juan en torno a
los que pivotan las ceremonias de entrada en
el ciclo de verano: mayo y sanjuanes son dos
ritos de origen precristiano y ampliamente
extendidos por toda Europa, fundamenta-
 El viejo roble, velador de
los Fueros de Bizkaia, en
las vidrieras de la Casa de
Juntas de Gernika.
en el bosque de
 Roble
Urdiain y levantamiento
del Mayo de Larraona
(Nafarroa), con el que se
celebra la llegada de la
primavera.
dos en las virtudes protectoras atribuidas a
determinados vegetales a fin de propiciar una
buena temporada de cosechas.
En Donostia, al término del tradicional baile
de la víspera de san Juan es costumbre descortezar el árbol y repartir sus fragmentos entre los asistentes para
que los conserven durante el año
como amuletos protectores. En los
solsticios, el rito naturalista confluye con la superstición.
Acercándose el solsticio de
invierno, en el caserío vasco se
preparaba un tronco especial
para que ardiera en el fuego bajo
durante la Navidad. Una vez consumido, sus cenizas se esparcían
por establos, huertas y tierras en
la convicción de que ello aseguraba la protección de los bienes
y de los seres. Este tronco recibía
diversos nombres: Gabon mukurre en Bizkaia, Porrondoko en
Araba, Subilaro egurra en Navarra, Olentzero engorra u Olentzago en Gipuzkoa. Al hilo de estas
Alberto Muro
últimas denominaciones, el etnógrafo Juan Garmendia Larrañaga
barrunta que pudiera ser que ese tronco sagrado del solsticio acabara personificándose en la
figura de Olentzero, el mítico carbonero.
Sea como fuere, todo lo anterior nos habla
del árbol como entidad semisagrada profundamente respetada. Quizá eso explica que los primeros obispos destinados a la cristianización
de Vasconia recibieran el encargo de combatir los credos paganos, entre los que se citaba
expresamente la sacralización de los árboles.
Democracia a la sombra de un árbol
E
n palabras de Arturo Campión, el
primer batzarre o asamblea abierta
surgió “el día que unos cuantos
pastores y leñadores de reducida comarca
se reunieron a tratar de los negocios que les
eran comunes, con la sencillez de ánimo que
delata la elección del lugar por la particularidad de un árbol”. Así fue como, alrededor
de un árbol, las comunidades medievales
vascas establecieron esa forma de gobierno
democrático característica del pueblo vasco.
Desde otro punto de vista, es expresivo que
el rey Sancho de Navarra al llegar victorioso
hasta Atapuerca, durante la campaña de
recuperación de La Rioja y la Bureba en 1162,
pronunciara solemnemente la frase “Hasta
aquí nuestro Reino”, a la vez que clavaba su
puñal sobre el tronco de un gran árbol.
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euskal herria
DOSSIER
D
 Lauburu en una estela
funeraria del cementerio
cristiano junto a la iglesia
de Hauze (Zuberoa).
 Estela funeraria romana
de Luzcando, Museo
Arqueológico Bi-bat De
Gazteiz. Muestra motivos
solares y botánicos (vid).
Yaniz
urante época romana, el encuentro
de las creencias y cultos propios de
los habitantes del actual territorio de
Euskal Herria con el politeísmo latino tuvo por
efecto la aparición de formas de sincretismo
que unían elementos de ambos. Las deidades
romanas convivieron con dioses domésticos
indígenas, de los que conocemos algunos nombres: Aituneo, Bealisto, Lacubegi, Liucma... Sol, aguas, montes,
árboles y bosques fueron objeto
de veneración, como lo eran en
otros pueblos romanizados del
norte peninsular y de las Galias.
El monoteísmo cristiano se irá
imponiendo en Vasconia sobre
un sustrato social ya ampliamente
romanizado en las zonas más transitadas, con pervivencia de hilachas
de una espiritualidad ancestral.
A finales del siglo iv, en tiempo del emperador Teodosio, se
promulgan las primeras leyes contra el paganismo. Entre ellas se incluyen la prohibición
de encender fuegos rituales, quemar incienso,
colgar guirnaldas de flores en honor a los dioses o entrelazar los arboles con cintas.
En Pamplona, durante el siglo v se levantaría
una primera iglesia sobre el foro romano y sus
dos ninfeos o fuentes como modo de santificar
el agua, que tanta importancia tendría en el ritual
cristiano. Con la misma voluntad, se fueron alzanonde
do templos en cimas donde
asen
acaso aún se observasen
prácticas paganas.
vira
El concilio de Elvira
nia
celebrado en la Hispania
Bética a comienzos del
ensiglo iv prohibió encennder cirios en los cemenre
terios. Y el de Auxerre
de 578, además dee
n
ordenar la destrucción
de menhires y otross
monumentos precris-
Santiago
88
euskal herria
una espiritualidad peculiar
tianos, reiteró el anatema contra los fuegos
ante fuentes, árboles y piedras. También se
condenaron los augurios, actividad en la que
los vascos tenían mucha fama.
En términos aún más enérgicos, el concilio de
Toledo del año 681 sancionó: “Avisamos a los adoradores de ídolos, a los que veneran las piedras, a
los que encienden antorchas y adoran las fuentes
y los árboles, que reconozcan cómo
se condenan a muerte aquellos que
hacen sacrificios al diablo”. Para
el historiador Goñi Gaztambide
no por simple coincidencia estos
mandatos se dictaron en presencia
de los primeros obispos navarros
sino que, muy al contrario, estaban
expresamente dirigidos a los habitantes de sus territorios.
La cristianización afectó primero al área más urbanizada y de
Patxi Uriz
dedicación agrícola (el ager), que
corresponde con el sur de Euskal
Herria; mientras que en los valles cantábricoalaveses, Bizkaia, Gipuzkoa y norte de Navarra,
zona menos romanizada y más boscosa (saltus),
la nueva fe penetró más tardíamente. Las “invasiones bárbaras” de los siglos v al viii crearon un
largo paréntesis de inestabilidad social que contribuiría a que en esas zonas más apartadas se
conservaran cultos de carácter naturalista.
Es así como el cristianismo en Euskal Herria
irá emergiendo como un complejo de creencias
y de prácticas, una sedimentación de ortodoxia
doctrinal y de religiosidad popular, de piedad
y superstición, de ancestrales tradiciones con
nuevas formulaciones rituales: en definitiva, un
universo de creencias y de ritos que conforman
una peculiar mirada y una manera propia de
afrontar la existencia y sus misterios.
ANTXON AGUIRRE SORONDO (DONOSTIA, 1946).
Antropólogo. Miembro de la Sociedad de Ciencias
Aranzadi, Eusko Ikaskuntza y Etniker.
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