DOSSIER Naturaleza y cultos precristianos t Antxon Aguirre Sorondo L as creencias y la forma de interpreno fue excepción: “Elaboró una cultura, unos tar la realidad de quienes vivieron modos de vida que traducen la actitud del antes de la penetración hombre ante los problemas fundadel cristianismo en Euskal mentales de su existencia. Uno de asp Herria resultan difíciles, por no decirr los aspectos que cabe considerar en imposibles de descifrar para nosotros:: esta aactitud es la religión”, afirmaba M nos hallamos muy lejos en el tiempoo José Miguel de Barandiaran en la intro y apenas tenemos herramientas para introducción a su Mitología del Pu acercarnos al mundo interior de Pueblo Vasco. aspiraciones e intenciones de aqueSabemos que en un tiempo l Naturaleza y sus manifestallos grupos humanos. la c Sí que disponemos de restos ciones físicas eran percibidas c arqueológicos, de enseres, de pincomo entidades sagradas. A e fuerzas (Sol, Luna, Tierra) turas rupestres, de mitos, ritos y esas se les atribuyó un alma: ahí nos tradiciones; y sobre todo poseemos en palabras en la más antigua lengua de encontramos ante la concepEuropa, el euskera, que insinúan algoo ción animista. Ant sobre las mentalidades del pasado máss Antes o después pero en cierremoto. Pero, aun con su inmenso valor,, to mo momento cristalizó la creencia Gipuzkoa Mu seo Birtuala nú son solo sombras proyectadas sobree en númenes, genios y divinidades un muro. Como en el famoso mito de telúricas con una forma física prela caverna de Platón, puede que esas cisa (zoomórfica o antropomórfica, N UN TIEMPO “sombras”, veladas por el paso de los comúnmente), que vivían dentro de siglos y la superposición de las cultula montaña, del bosque o del agua, LA NATURALEZA Y ras, no sean realmente lo que parecen; y que podían resultar propicios o SUS MANIFESTA o puede que sí, pero que nos falte la malditos para los humanos. Había “piedra roseta” para interpretar el senque rendirles culto, aplacarlos y a CIONES FÍSICAS tido cabal que poseían para las gentes ser posible ganarse su favor. Así surde hace miles de años. gieron los mitos. FUERON PERCIBI Pero esto no debería desmotivarAlgunos signos propios de la DAS COMO ENTI nos. Podemos ir avanzando a tientas, cultura popular de Euskal Herria, con prudencia, sin dejarnos deslumaunque palidecidos por el paso del DADES SAGRADAS brar fácilmente por las luces y por tiempo y las sucesivas estratificalos signos de lo que, por su arcaísmo, ciones culturales, parecen llegapuede parecernos más auténtico, dos hasta nosotros como testigos pero que en realidad son solo eso: sombras. de aquellas concepciones: motivos estéticos, lugares sagrados, tradiciones inscritas en un momento determinado, ritos, palabras, leyendas o los personajes que forman nuestro riquíLo primero que constatamos es que todos simo panteón mitológico. los pueblos del mundo mediante creencias y De esos perfiles iluminados por los remotos Estela discoidal hallada mitos han levantado unos modelos de interrayos de una Euskal Herria milenaria, de esas en la necrópolis de Santa Teresa (Donostia). pretación y una inteligencia práctica e instrusombras vacilantes y sugestivas que hoy se refleArgizaiola, icono del mental que les ha servido para relacionarse jan en los muros de la vida vasca, es de lo que lar vasco con simboloentre sí y con su entorno. El pueblo vasco nos ocupamos en estas páginas. gía mágico protectora. E - - Naturaleza sagrada RITOS, CREENCIAS Y PERVIVENCIAS EN LA EUSKAL HERRIA MODERNA Jon Benito 75 euskal herria DOSSIER Los cultos naturales En sus prácticas espirituales, los vascos de antes del cristianismo no parece que siguieran unas pautas organizadas por una liturgia cerrada, ni que contaran con una casta sacerdotal. Se trataría más bien de unos rituales domésticos o íntimos, simples y regulados por la relación directa con los elementos dadores de vida: cultos naturales. el Sol EL GRAN PROTECTOR A l igual que otros pueblos de la Antigüedad, también los euskaros consideraban al Sol numen o deidad natural. De su culto han quedado huellas desde el período neolítico. En la vieja lengua, dos grupos de nombres sirven para designar al astro: unos tienen como raíz “egu” (eguzki) y otros “eki”. Según Julio Caro Baroja, la primera es la forma más primitiva y común, equivalente a la raíz indoeuropea “div”, con la que se formó la palabra “divinidad”. Fue creencia general que la Tierra es madre del Sol y de la Luna, hierofanías femeninas que duermen diariamente en su seno: el Sol sale cada mañana de la Tierra y al atardecer regresa nuevamente a sus entrañas en la región de Itxasgorrieta, los mares bermejos. En su diálogo Las Leyes, Platón argumenta que el Sol, la Luna y los demás astros son entidades divinas porque se mueven por sí mismos ordenadamente y son inmortales. Con tal consideración, los griegos de su tiempo les dedicaban salutaciones místicas al alba y al ocaso. Lo mismo ha Jon Benito El eguzkilore –flor del Sol por su semejanza al astro solar–, se ha colocado tradicionalmente en las puertas de la casas por su atribuida capacidad de ahuyentar el mal. ocurrido en Euskal Herria hasta entrado el siglo xx: “Eguzki amandria joan da bere amagana. Biar etorriko da denpora ona bada” –Señora Sol con su madre ha ido, mañana volverá si el tiempo acompaña–, o más sencillamente: “Adios, amandre; biarartio” –Adios Señora, hasta mañana– por la noche; y “Ongi etorri, iduzki xuri” –Bienvenida, Sol luminosa– por la mañana, son fórmulas recogidas por la etnografía vasca, como lo es también esta otra aún más expresiva por el tratamiento de entidad sagrada dado al astro: “Eguzki santu bedeinkatue, zoaz zeure amagana” –Sol santa bendita, váyase hacia su madre–. Nuestros dólmenes, construidos principalmente en un período que va desde hace unos 3.800 años hasta hace unos 4.500, también insinúan una veneración solar por su disposición con la entrada orientada hacia el levante. El mismo canon se aplicaría posteriormente a las tumbas de los cristianos medievales (cabeza en el occidente, pies en el oriente) y en la construcción de iglesias románicas cuya fachada mira al Este al igual que las chabolas de los pastores vascos. Aunque tampoco podemos descartar que en algunos casos tal ubicación obedeciera a motivos climáticos, a los vientos reinantes o a otras causas ajenas a creencias solares. El Sol se asocia al cielo luminoso y ardiente, a la luz y al fuego, nexo cuyos ecos resuenan en el calendario festivo y en ritos como los fuegos de los solsticios de verano (hogueras de san Juan) y de invierno (gabonzuzi o tronco especial de Nochebuena que se quemaba en los hogares vascos durante esos días y que modernamente se simboliza en el árbol navideño). Por el solsticio de verano, la gente giraba en fila alrededor de una fogata con el fuego a su derecha. Esta ceremonia, asegura Barandiaran, “más o menos cambiada, extendida en todo el dominio indoeuropeo, moviliza la fuerza mágica que, según se cree, ha de hacer que el Sol prosiga su curso”. Con la particularidad de que en Sara, según testimonia el sabio de Ataun, mientras ejecutaban ese milenario acto propiciatorio en la víspera de San Juan los vecinos rezaban un rosario. Aquí tenemos un ejemplo ‘de libro’ de sincretismo religioso: reelaboración de una tradición anterior en forma de rito cristiano. A sus cualidades como dador de luz y de calor, suma el Sol la virtud de ahuyentar las tinieblas y con ellas a los espíritus malignos que actúan a socapa de la oscuridad nocturna. Ello le acredita como protector de personas, tierras y animales. La simbolización del Sol como defensor doméstico lo aporta el eguzkilore, literalmente “flor del sol”. La costumbre de poner una flor de cardo en puertas y dinteles de los hogares para protegerlos de las fuerzas disolventes era común a toda la franja pirenaica y pervive aún en nuestros días como motivo pintoresco. Y recordemos también que en el arte decorativo vasco abundan signos de clara evocación astral como círculos, ruedas radiales, estrellas pentagonales, rosetones o el famoso lauburu, variación de la esvástica o cruz griega con terminación en brazos curvos, de raíz prehistórica. Todo indica que el lauburu representa al Sol en movimiento como fuerza y motor de toda la creación. Es decir, un dios-sol que es objeto de culto astral. El hacha contra ‘oneztarri’ A 76 euskal herria de la tormenta. Por el principio de que lo j , semejante atrae a lo semejante, epara aplacar esa amenaza se plantaba un hacha de piedra en el exterior de las casas. Hacha que luego será de acero y cuyo filo apuntará siempre hacia el cielo. En excavaciones arqueológicas se han hallado hachas de piedra pul pulimentada de reducidas di dimensiones fabricadas pa fines mágicos, hachas para voti votivas, hincadas a las puertas de dólmenes y colecciones completas en hendiduras de rocas puestas como ofrenda. SORGINETEXE, DOLMEN FUNERARIO DEL 2500 A.C. CUYA ENTRADA SE HALLA ORIENTADA AL LEVANTE, AL NACIMIENTO DEL SOL. ARRIZALA (AGURAIN). Alberto Muro l dios del cielo luminoso sucedió el dios del cielo tempestuoso. El hacha es el emblema de esta nueva percepción. El nombre del rayo, oneztarri (piedra de relámpago), hace alusión a una interpretación mítica según la cual dicha descarga la produce una piedra lanzada por el numen 77 euskal herria DOSSIER la Luna LUZ DE VIDA E l culto lunar no era un simple complemento del culto solar, sino que sobrepasaba a éste en importancia. Caro Baroja llega a afirmar que durante un lapso de tiempo indefinido pero extenso, la Luna fue la divinidad principal y más original del pueblo vasco. A diferencia del Sol, inmutable y siempre igual a sí mismo, la Luna es astro mudable, cíclico, sometido a leyes parecidas a las de los mortales. “La ‘vida’ de la Luna está mucho más próxima al hombre que la gloria majestuosa del Sol”, decía el historiador de las religiones Mircea Eliade. En fases regulares crece y decrece Brotes verdes. La fases lunares han sido desde el hasta desaparecer, como si falleciera, para renaNeolítico tenidas en cuenta a la hora de llevar a cacer a los tres días, y con ese movimiento dibuja bo las faenas agrícolas. la trayectoria de nacimiento, desarrollo y fin Símbolos lunares y zopropia de todo recorrido vital. De la vida a la omórficos en relieve en un sillar en una vivienda muerte y de la muerte a la vida: la Luna repretradicional vasca. senta plásticamente la aspiración espiritual de los seres humanos. En torno a la mitología lunar han girado las más primitivas formas de necrolatría o culto a los difuntos. Los pueAlberto Muro blos arios la conside- raban morada de los fallecidos, y su denominación vasca, ilargi, ‘luz de los muertos’, describe al satélite no como morada pero sí como guía para los difuntos. Una vieja tradición autóctona asegura que quien muere en cuarto creciente tendrá una buena vida ultraterrena. En excavaciones vascas se han descubierto aras de época romana con signos de culto lunar. Aunque posteriores en el tiempo, también las estelas discoidales de función funeraria (fenómeno que en Euskal Herria posee rasgos excepcionales por su densidad) presentan profusos e interesantes motivos relacionados con cultos astrales. Uno de ellos es la espiral, cuyo simbolismo cósmico respecto a la Luna tiene que ver con la idea de lo que evoluciona, lo que aparece y desaparece, como el caracol. A la Luna se dedicaban invocacio ciones orales habitualmente con el ap apelativo de abuela: “Amona mantago gorri, zeruan ze berri? Zeruan berri on onak, orain eta beti”. Con un carácte ter más piadoso, ante su vista se in indicaba a los niños que era Jesús o el rostro de Dios. Pero también la Luna puede representar lo sagrado negativo: el viernes, ostirala, día dedicado a la Luna, se consideraba el preferido para los conventículos de brujos; sobre ese día pesa el tabú contra cierto tipo de trabajos; en los plenilunios los gentiles de Aralar bailaban con sus sombras; y a la cárcel eterna de la Luna fue condenado un hombre de Ataun por quejarse contra ella por no darle suficiente luz. “El respeto por la Luna ha sido verdaderamente grande en el País Vasco”, resume Caro Baroja. El descubrimiento por parte de los pueblos agrícolas del Neolítico de la influencia de las fases lunares en la germinación y en la eficacia de muchas actividades relacionadas con la agricultura, la ganadería y el sustento humano hará del satélite una fuerza venerable a la que se preste permanente observación. Algunos baserritarras aún hoy programan sus trabajos en función de los cuartos lunares, teniendo en cuenta su influjo directo en el resultado de faenas tales como el cultivo y la cosecha de frutas y verduras, la plantación y la tala de árboles, el desplazamiento de los ganados, la matanza del cerdo, la remoción del estiércol, el corte de pelo y uñas, la limpieza de las chimeneas, el embotellamiento de la sidra o el embotado de alimentos. Su incidencia en la fecundidad de la tierra tiene su correlato humano en los ciclos reproductivos de la mujer. Desde el amanecer de la civilización, diosas y deidades femeninas se han relacionado con la Luna. El arte religioso cristiano lo sincretizó a través de la Virgen María, cuya representación incorpora explícitamente los cultos astrales: vestida con manto estampado de constelaciones y subida sobre una luna corniforme. Por su poderoso simbolismo y por su influencia primordial en el conjunto de la vida orgánica terrestre, la Luna ha constituido un referente absoluto, una síntesis perfecta de lo que vive y muere; respetada e incluso adorada: en este último caso hablaremos de selenolatría (de Selene, deidad griega). Etapas y creencias en la Prehistoria 78 euskal herria Q (númenes). A esta etapa correspondería el mito anterior al cristianismo fue José Miguel mediante ofrendas e invocaciones como las que origen lunar o las hogueras solsticiales. de Barandiaran. A él se debe la división de la se pronuncian al arrojar una piedra en cuevas 3. CULTURA EPIGRÁFICA. La abundancia de Prehistoria vasca en tres etapas, a cada una de las donde se dice que moraban los genios. piedras con inscripciones (epigrafía) justifica el cuales corresponde un sistema de producción y unas 2. LA CULTURA MEGALÍTICA. Con el nombre de esta etapa marcadamente influenciada determinadas estructuras de pensamiento. Neolítico y la cultura pastoril, en el área vasca por la presencia romana. En lápidas funerarias y 1. SUSTRATO ARCAICO. En el Paleolítico, pirenaica aparecen las grandes construcciones aras aparecen representaciones del Sol y de la Luna, las comunidades de cazadores y recolectores de piedra o megalitos. La orientación de los fuerzas de la Naturaleza divinizadas como entida- habitan en cavernas. Ese medio físico determina dólmenes hacia la salida del Sol y los restos de des con espíritu propio. Dominaban, por tanto, las creencias de carácter telúrico para las cuales fuego a su entrada insinúan cultos uránicos creencias animistas. Algunos de los lugares de cul- ciertas cuevas y oquedades subterráneas están o celestes. El cielo sería venerado como una to politeísta de esta época serían posteriormente habitadas por genios y dioses misteriosos divinidad: Egu. Según esto, datan de entonces sacralizados mediante construcciones cristianas. uien con más profundidad investigó y los símbolos solares tan característicos del arte reflexionó sobre el mundo de creencias de Mari, señora del cielo a la que hay que aplacar vasco, el eguzkilore, el calendario vasco de LA LUNA REVERBERA LOS RAYOS DEL SOL EN PEÑA IZAGA (NAFARROA). El Calendario Vasco E n las lenguas indoeuropeas, la palabra con que se designa a la Luna es la más antigua de todos los nombres de astros. La razón es bien sencilla: su observación llevó al nacimiento del concepto “mes” y de ahí al primer calendario. La Luna permite la medición del tiempo. Julio Caro Baroja defendía que los vascos primitivos no contaban el paso del tiempo por días sino por noches, ya que gaur (hoy) se derivaría de gau (noche). Esto ayudaría a la formación del mes lunar, de 29 y pico días. De donde en euskera mes y Luna se nombran de la misma manera: hil, hilabete, hileroko. El sistema de meses lunares se ajustó al año agrícola y luego al año solar dando como resultado el Calendario Vasco, que tiene un carácter lunisolar, de origen remoto, unido al agrícola. Santiago Yaniz 79 euskal herria DOSSIER CUEVA DE ZUGARRAMURDI, la Tierra Y SU DIOSA TELÚRICA N uestros antepasados veían la Tierra como una extensión inmensa con partes sólidas y partes líquidas. Igual que el agua de los mares, también las regiones sólidas se movían: era creencia popular que las montañas suben y bajan, crecen y se encogen, de modo que los relieves van cambiando a lo largo del tiempo. Además de esto, a la Tierra se le atribuía un vigor propio para generar vida en forma de vegetales que alimentan a personas y animales. Ya hemos señalado el carácter maternal de la Tierra respecto al Sol y la Luna, a los que acoge en su seno cuando los astros desaparecen de la vista humana. Sus profundidades constituyen un inmenso receptáculo donde habitan las almas de los difuntos y también muchos genios que en la mitología vasca habitualmente tienen forma de animales (toro, caballos, verraco, macho cabrío, carnero, etc.) o un aspecto cercano al humano. Reinando por encima de todos esos númenes y genios se halla la divinidad telúrica o ctónica: Mari, diosa principal de la mitología vasca. Barandiaran y Caro Baroja coincidieron en señalar en ese mito a una de las divinidades más importantes de la prehistoria vasca, emparentada con otras equivalentes de los pueblos europeos. Alberto Muro Monolitos de Arretxinaga. A su alrededor se construyó la ermita de San Miguel (Markina). En la cumbre rocosa de Urregarai (Aulesti) se levantó la ermita de Santa Eufemia. Santiago Yaniz Algo más lejos irá Andrés Ortiz-Oses al afirmar que Mari es la única superviviente que hoy se conoce de las primitivas Diosas-Madre europeas: “La Gran Diosa Vasca Mari es claramente el símbolo de la Vida, la Naturaleza y sus fuerzas telúricas, pero es además la diosa madre de todos los diosecillos, númenes, genios y fuerzas personificadas, preminentemente femeninas”. Este ancestral mito está extendido por toda la geografía vasca con infinidad de moradas conocidas por tradición oral en montañas, cuevas o simas. Varía en cada región o comarca en cuanto a sus nombres (Andre Mari, Mariurraka, Mari la del Horno, Puiako Maia, Dama de Anboto, de Muru, de Aketegi...), características y mitotemas peculiares. El catálogo de leyendas en torno a Mari es grande y no raras veces presentan adherencias de sincretismo cristiano. A propósito de esto, es notable la convergencia del mito con el personaje sagrado de la Virgen María. Sin embargo, la opinión más sólida apunta a que se trata de un nombre autóctono derivado quizá de ‘Amari’ (oficio de madre, lo que daría razón a la interpretación matriarca-naturalista del mito) o de ‘Emanari’ (don, regalo). La lectura materna del mito parece evidente, aunque en el detalle de sus leyendas apenas revele un carácter maternal, en el sentido de mujer bondadosa y abnegada, sino mucho más frecuentemente aparece como un ser terrible. Como todos los mitos, el de Mari es ambiguo y eso se refleja también en su descendencia: tiene un hijo bueno, Atarrabi, y otro malo, Mikelats. Brujería y brujomanía M ari está considerada bruja y señora de todas las brujas. Este dato, unido a que las ceremonias brujeriles tuvieran por escenario cuevas y montañas, lleva a suponer que hasta la edad moderna llegaron residuos de cultos antiguos de tipo telúrico y 80 euskal herria determinadas creencias que poseían funciones útiles para la regulación de las pequeñas comunidades aisladas. Este equilibrio se fracturó con la irrupción de jueces y teólogos externos que, movidos por motivaciones doctrinales, desencadenaron violentas campañas represivas: así emergió un pánico moral que el profesor Gustav Henningsen ha llamado “brujomanía” para diferenciarlo de las creencias brujescas tradicionales. El poso mágico-religioso precristiano se convirtió así en motivo de persecución en los siglos XVI y XVII. CAVIDAD TELÚRICA QUE HA ACOGIDO CULTOS PRECRISTIANOS DURANTE SIGLOS. Normalmente aparece con los rasgos de una mujer de gran belleza, misteriosa y maléfica. Pero también puede revestir aspecto de caballo, buitre, viento, árbol, humo, bola de fuego... No obstante, se la designa como señora o dama, título respetuoso que han merecido también otras antiguas deidades femeninas. El culto a los númenes terrestres focalizado en cavernas y en montañas, donde se hacían ofrendas para lograr favores o para aplacar las furias naturales, puede que esté en el origen de lugares sagrados del cristianismo. Como las ermitas o los santuarios elevados. En nuestra investigación en el ámbito de Gipuzkoa a lo largo de muchos años hemos asistido a rituales que parecen evocar cultos precristianos de carácter telúrico. Un buen ejemplo son los diversos templos con agujeros en la roca donde los fieles introducen la cabeza y rezan un Credo para protegerse o curar de los males en esa parte del cuerpo (Kredozulo le llaman en San Pedro de Zegama). Y, ya en Bizkaia, la ermita de San Miguel de Arretxinaga, en Markina-Xemein, con sus inmensos peñascos calizos en raro equilibrio unos contra otros, se antoja escenario presumible para cultos de tipo ctónico de origen precristiano, tal como se ha supuesto. 81 euskal herria DOSSIER LOS ELEMENTOS SAGRADOS el fuego NÚMEN DOMÉSTICO D e todas las habilidades humanas, sin duda que el dominio del fuego ha sido la de mayor trascendencia. El fuego permitió a los homínidos alumbrarse, calentarse y enriquecer su dieta alimenticia. Además el fuego, elemento que consume y hace humo de los objetos que toca, generó una escatología espiritual relacionada con la vida después de la muerte. En La mentalidad popular vasca, según Resurrección Mª de Azkue, Juan Thalamas Labandibar defiende que en Euskal Herria se ha sacralizado al fuego como elemento mediador entre vivos y muertos. Idea que posiblemente proviene de la Prehistoria. Las cenizas y restos que se han hallado en crómlechs, túmulos y cistas informan de ritos funerarios precristianos, que tendrán su continuidad posteriormente en la costumbre de encender luces en las sepulturas por medio de cerillos de cera o argizaiolak, de acuerdo con la creencia de que las almas de los difuntos necesitan tal ofrenda para ahuyentar las tinieblas. La cremación de los cuerpos es una tradición con tres mil años de antigüedad entre nosotros. Se introdujo al contacto con pueblos pastoriles centroeuropeos que, en opinión del historiador Juan Madariaga, “habían desarrollado una concepción más espiritualizada de la muerte, pues aplicaban a sus difuntos el procedimiento más radical de ocultación de la descomposición, la incineración y consiguiente desaparición de los cuerpos, lo que, además de la purificación que implicaba, posibilitaba la más rápida liberalización del espíritu”. El rechazo de la incineración por parte de la Iglesia católica hasta mediados del siglo xx se ha explicado de diferentes maneras: algunos especialistas ven en ello una influencia del judaísmo, que prohíbe expresamente esa práctica; otros lo atribuyen al deseo de marcar una ruptura con los rituales paganos greco-romanos. En contrapartida, la Iglesia tuvo la habilidad de integrar el fuego como elemento litúrgico y ancestralmente simbólico. El cirio pascual, emblema de la Resurrección de Cristo al final de la Semana Santa; el fuego omnipresente en procesiones y grandes solemnidades; el del viático y, antaño, también en el cortejo del entierro. Sustancia ambivalente, el fuego representa a Dios (ante Moisés se visualiza como una zarza en llamas), pero también la condenación eterna del infierno. La mitología vasca contiene un catálogo de figuras fantásticas envueltas en fuego. La propia Mari vuela en forma de llamaradas; Eate es el genio de la tempestad, del fuego, de las riadas y del viento huracanado; la serpiente Sugaar atraviesa el firmamento en figura de hoz o media luna de fuego cuyo paso es presagio de tempestad; toros de fuego o que lanzan fuego habitan en las cuevas; caballos de fuego; y, cuando una luz brillaba repentinamente en la oscuridad de la noche, se decía que era Irel, pájaro que lanza fuego de su boca. En la etxe vasca el fuego poseía carácter de numen sagrado. El primer diente del niño se le ofrendaba a él; o mejor dicho, a ella, pues en la invocación que acompañaba al gesto se le trataba en femenino: “Andra Marie, otson ortz zaarra eta ekatzan berrie” (Señora Mari, toma el diente viejo y dame otro nuevo). Cuando se deseaba que cierta persona ingresara en la casa mediante casamiento o como Uno de los crómlech de Azpegi (Valle de Aezkoa), enterramientos colectivos tras el rito de la cremación. sirviente, se le conducía al interior y se le hacía dar unas vueltas alrededor del fuego del hogar o del llar que colgaba sobre el mismo. Hecho esto, se daba por seguro que la persona ya no podría resistir el atractivo de ese lugar. Como un modo de cristianización del fuego doméstico, en la mañana del Sábado de Gloria se procedía a la renovación del su berria. La ceremonia de encendido del nuevo fuego se realizaba en el atrio de la parroquia y los fieles se las arreglaban para llevarlo a casa en curiosos artefactos: botes de hojalata, macetas de barro, panochas de maíz, yescas, mechas... Antes de recibir el fuego nuevo se limpiaba bien el receptáculo. Los tizones y cenizas sobrantes del hogar se consideraban como benditos y se usaban, por ejemplo, como amuletos contra el begizko o mal de ojo. Patxi Uriz Velas, malditas o benditas D ecíase que a una persona se la puede perjudicar simbolizándola en una vela de cera y haciendo que ésta se consumiera al fuego. “Orri bate-batek argizarie piztu zook” (a ése alguien le ha encendido la cera), se susurraba en Berastegi de quien 82 euskal herria padeciera cierto mal o enfermedad que no conseguía superar. Efecto contrario producían las velas bendecidas el día de La Candelaria (2 de febrero). Cuando una desgracia amenazaba al hogar o un miembro se hallaba enfermo, al arreciar una tormenta o cualquier otra calamidad, se encendía una de esas velas y se dejaba ardiendo hasta que pasara el peligro. Procedimientos de protección “por contacto” eran rociar con tres gotas de cera bendita la txapela o el pañuelo de la cabeza y verterlas sobre la comida del ganado. 83 euskal herria DOSSIER el agua VIRTUDES CRISTALINAS F uente de vida, medio de purificación y fuerza regenerativa: desde el alba de las civilizaciones, se han atribuido esas tres cualidades esenciales al agua. Aunque también algunas otras. Para los taoístas –tradición religiosa y filosófica oriental– representa la sabiduría, es libre y sin ataduras; en el Tíbet el agua simboliza el compromiso de la vida religiosa; los griegos clásicos advertían en el elemento poderes fertilizantes y vigorizantes, por ello la empleaban en nacimientos, matrimonios y ritos de iniciación. Lo mismo hará el cristianismo: de manera plástica el Mesías, Jesús, se revela a la humanidad cuando se sumerge en el río Jordán de la mano de Juan, llamado El Bautista. Desde el siglo iv cristianos de todo el mundo acuden a Tierra Santa para mojarse en las aguas de ese río, hoy fronterizo entre Israel y Jordania, y se llevan porciones de agua sagrada para bautizar a sus familiares. Distribuidos por toda la geografía de Euskal Herria existen infinidad de fuentes y manantiales a los que se atribuyen virtudes curativas o hasta milagrosas; o que son escenario de leyendas o de prodigios piadosos, como así lo quieren indicar sus nombres: Mariturri, Iturrisantu, Aingeru-iturri, Andre-Mari-iturri... En algunos casos, sobre manantiales sacralizados desde época precristiana se levantaron ermitas o santuarios. “Todo induce a pensar –se lee en Mitología del Pueblo Vasco– que muchas aguas y manantiales del País Vasco se hallan vinculados, en la Baño ritual en las fuentes de Betelu (Nafarroa), en las aguas del río Araxes. mente popular, a diversos genios o seres míticos; también a santas y a santos que, en muchos casos, han sustituido a aquellos”. A esas y otras fuentes, en el momento del tránsito solsticial tanto de verano como de invierno acudían las gentes para tomar las primeras aguas en la fe de que en ese instante fluyen con virtudes especialmente benéficas para el cuerpo y el espíritu. La costumbre de beber, bañarse o mojarse con el agua de la amanecida solsticial la encontramos por toda Europa, desde el norte escandinavo al sur mediterráneo. Es posible que en el fondo de estos ritos populares “se hallen mitos solares y de la madre Tierra de donde brotan las aguas, símbolo de la abundancia”, en opinión de Barandiaran. En ocasiones, la noche del 23 de junio se sacaban al exterior recipientes de agua a los que se añadían flores aromáticas (rosas, Alberto Muro verbenas, claveles, jazmines, madreselva, etc.). A la salida del Sol, ese líquido se guardaba para todo el año como curativo para los problemas de la piel e incluso para uso cosmético diario. Aún hoy, cuando en el campanario de la iglesia de Urdiain, en la Barranca navarra, suenan las 12 de la noche del 31 de diciembre, sus vecinos se reúnen junto a la fuente para tomar el agua nueva, que se bebe compartidamente en los primeros minutos del nuevo año. En Tierra Estella, en Pozos sin fondo y ríos de leche T ema sugerente en la mitología vasca es el de los pozos, charcas o lagunas sin fondo que absorben a personas y animales. Muchas veces llevan el nombre de ‘lamia’ (Lamiñapozu, Laminosin, Laminenzulo...), señalando así la presencia de genios 84 euskal herria maléficos que se cobran ese tributo. Variante de lo mismo son las casas y poblados malditos que yacen en el fondo de pozos y lagos. Los relatos explicativos casi siempre culpan a los antiguos habitantes por esa condena a causa de su falta de caridad. Recordemos, por fin, que según un primitivo rumor bajo el suelo en determinados lugares discurren ríos de leche, inaccesibles a los humanos desde la superficie. La arqueología ha demostrado la verdad de esta intuición con el descubrimiento del “mondmilch” o gran río de leche del Hernio. Alberto Muro tiempos anteriores al agua corriente, el líquido de consumo humano se conservaba en tinajas, y cuando se ofrecía un vaso a algún visitante se le decía “Bebe, bebe, que esta es agua de enero”, como modo de ponderar su calidad: tan buena como el agua recogida en el primer instante del año; es decir, la mejor. Arroyos y remansos son escenario habitual de historias de brujas y de lamias, personajes a los que el hábitat acuático atrae sobremanera. De la época anterior a la luz eléctrica en que la noche se poblaba de ruidos ininteligibles proviene la explicación de que genios y espíritus malignos se acercaban a beber a los Cascada de Kakueta. Zuberoa. Laminenziluak. Manantial de aguas termales de Gamere (Zuberoa). abrevaderos y pozos del exterior de la casa una vez que oscurecía. Por ello, si tras la anochecida alguien entraba en el hogar trayendo agua de afuera, ésta había que purificarla introduciendo un tizón encendido sacado del fuego doméstico. En sociedades agrarias como era la nuestra hasta hace solo unas décadas, al agua de lluvia se la ha tenido por beneficiosa Santiago Yaniz en la vida (“Agua de mayo, crece el pelo un palmo”) e incluso en la muerte (se decía que quien fallece con lluvias salva su alma). La asociación de la lluvia con el “mal tiempo” es reciente y propia de las sociedades urbanas. 85 euskal herria DOSSIER Santiago Yaniz , el arbol NOTARIO SAGRADO 86 euskal herria Ángel Ruiz de Azua E n Mujika, dos corpulentos castaños a los que denominaban Mari y Peru servían como testigos para las parejas que contraían esponsales bajo su copa. Y cuando entre gente de la comarca se cerraban contratos de compraventa de alguna importancia, los pagos y cobranzas se liquidaban también en presencia de esa frondosa pareja. La atribución al árbol de la competencia como notario puede rastrearse desde en las clásicas promesas de amor eterno grabadas en su corteza por los adolescentes, hasta en los juramentos reales hechos a su sombra. Tras su coronación, los reyes castellanos acudían a Bizkaia para hacer juramento de respeto a fueros, usos, costumbres y tradi- ciones seculares del Señorío. De ahí que un árbol, el de Gernika, sea hoy emblema del autogobierno del pueblo vasco. Bajo el árbol de Gerediaga se celebraban las Juntas del Duranguesado, al igual que las de Encartaciones se convocaban en torno a un roble. Esas juntas comarcales eran extensión de los concejos abiertos que también se celebraban soto árbol, hasta que fueron albergándose bajo el techo de la iglesia y, más tarde, en las casas concejiles, los kontzeju-zaharrak. En fecha tan tardía como 1533, a la sombra de un roble los vecinos de Legazpi celebraban su batzarra: el profesor Madariaga Orbea ve en este detalle un indicio de que la sociedad estaba aún trabada por vínculos mayoritariamente gentilicios y que el poder de la Iglesia no era todavía “lo suficientemente fuerte como para servir de aglutinante a núcleos de población dispersa” como era el Valle de Legazpi. El rey Luis XI de Francia, en el siglo xv, impartía justicia bajo un roble del bosque de Vincennes siguiendo un rito posiblemente heredado de sus antepasados galos precristianos, los cuales tenían en fe que “en el tronco de un roble vive siempre un dios”. Los bretones cristianizados hicieron suyo ese mismo principio al dar por válida la confesión de los pecados hecha por un creyente ante un árbol de esa especie. A los bosques no les gusta ser vendidos como simple mercancía. Según creencia de Baja Navarra recogida por Resurrección María de Azkue, el bosque puede mostrar su enfado haciendo caer un árbol encima de una persona y matándola. Muy extendido está el hábito de plantar un fresno junto a la casa para su protección contra el rayo. Fresnos son asimismo el mayo (que aún hoy se levanta en San Martín de Améscoa, Navarra) y el árbol de san Juan en torno a los que pivotan las ceremonias de entrada en el ciclo de verano: mayo y sanjuanes son dos ritos de origen precristiano y ampliamente extendidos por toda Europa, fundamenta- El viejo roble, velador de los Fueros de Bizkaia, en las vidrieras de la Casa de Juntas de Gernika. en el bosque de Roble Urdiain y levantamiento del Mayo de Larraona (Nafarroa), con el que se celebra la llegada de la primavera. dos en las virtudes protectoras atribuidas a determinados vegetales a fin de propiciar una buena temporada de cosechas. En Donostia, al término del tradicional baile de la víspera de san Juan es costumbre descortezar el árbol y repartir sus fragmentos entre los asistentes para que los conserven durante el año como amuletos protectores. En los solsticios, el rito naturalista confluye con la superstición. Acercándose el solsticio de invierno, en el caserío vasco se preparaba un tronco especial para que ardiera en el fuego bajo durante la Navidad. Una vez consumido, sus cenizas se esparcían por establos, huertas y tierras en la convicción de que ello aseguraba la protección de los bienes y de los seres. Este tronco recibía diversos nombres: Gabon mukurre en Bizkaia, Porrondoko en Araba, Subilaro egurra en Navarra, Olentzero engorra u Olentzago en Gipuzkoa. Al hilo de estas Alberto Muro últimas denominaciones, el etnógrafo Juan Garmendia Larrañaga barrunta que pudiera ser que ese tronco sagrado del solsticio acabara personificándose en la figura de Olentzero, el mítico carbonero. Sea como fuere, todo lo anterior nos habla del árbol como entidad semisagrada profundamente respetada. Quizá eso explica que los primeros obispos destinados a la cristianización de Vasconia recibieran el encargo de combatir los credos paganos, entre los que se citaba expresamente la sacralización de los árboles. Democracia a la sombra de un árbol E n palabras de Arturo Campión, el primer batzarre o asamblea abierta surgió “el día que unos cuantos pastores y leñadores de reducida comarca se reunieron a tratar de los negocios que les eran comunes, con la sencillez de ánimo que delata la elección del lugar por la particularidad de un árbol”. Así fue como, alrededor de un árbol, las comunidades medievales vascas establecieron esa forma de gobierno democrático característica del pueblo vasco. Desde otro punto de vista, es expresivo que el rey Sancho de Navarra al llegar victorioso hasta Atapuerca, durante la campaña de recuperación de La Rioja y la Bureba en 1162, pronunciara solemnemente la frase “Hasta aquí nuestro Reino”, a la vez que clavaba su puñal sobre el tronco de un gran árbol. 87 euskal herria DOSSIER D Lauburu en una estela funeraria del cementerio cristiano junto a la iglesia de Hauze (Zuberoa). Estela funeraria romana de Luzcando, Museo Arqueológico Bi-bat De Gazteiz. Muestra motivos solares y botánicos (vid). Yaniz urante época romana, el encuentro de las creencias y cultos propios de los habitantes del actual territorio de Euskal Herria con el politeísmo latino tuvo por efecto la aparición de formas de sincretismo que unían elementos de ambos. Las deidades romanas convivieron con dioses domésticos indígenas, de los que conocemos algunos nombres: Aituneo, Bealisto, Lacubegi, Liucma... Sol, aguas, montes, árboles y bosques fueron objeto de veneración, como lo eran en otros pueblos romanizados del norte peninsular y de las Galias. El monoteísmo cristiano se irá imponiendo en Vasconia sobre un sustrato social ya ampliamente romanizado en las zonas más transitadas, con pervivencia de hilachas de una espiritualidad ancestral. A finales del siglo iv, en tiempo del emperador Teodosio, se promulgan las primeras leyes contra el paganismo. Entre ellas se incluyen la prohibición de encender fuegos rituales, quemar incienso, colgar guirnaldas de flores en honor a los dioses o entrelazar los arboles con cintas. En Pamplona, durante el siglo v se levantaría una primera iglesia sobre el foro romano y sus dos ninfeos o fuentes como modo de santificar el agua, que tanta importancia tendría en el ritual cristiano. Con la misma voluntad, se fueron alzanonde do templos en cimas donde asen acaso aún se observasen prácticas paganas. vira El concilio de Elvira nia celebrado en la Hispania Bética a comienzos del ensiglo iv prohibió encennder cirios en los cemenre terios. Y el de Auxerre de 578, además dee n ordenar la destrucción de menhires y otross monumentos precris- Santiago 88 euskal herria una espiritualidad peculiar tianos, reiteró el anatema contra los fuegos ante fuentes, árboles y piedras. También se condenaron los augurios, actividad en la que los vascos tenían mucha fama. En términos aún más enérgicos, el concilio de Toledo del año 681 sancionó: “Avisamos a los adoradores de ídolos, a los que veneran las piedras, a los que encienden antorchas y adoran las fuentes y los árboles, que reconozcan cómo se condenan a muerte aquellos que hacen sacrificios al diablo”. Para el historiador Goñi Gaztambide no por simple coincidencia estos mandatos se dictaron en presencia de los primeros obispos navarros sino que, muy al contrario, estaban expresamente dirigidos a los habitantes de sus territorios. La cristianización afectó primero al área más urbanizada y de Patxi Uriz dedicación agrícola (el ager), que corresponde con el sur de Euskal Herria; mientras que en los valles cantábricoalaveses, Bizkaia, Gipuzkoa y norte de Navarra, zona menos romanizada y más boscosa (saltus), la nueva fe penetró más tardíamente. Las “invasiones bárbaras” de los siglos v al viii crearon un largo paréntesis de inestabilidad social que contribuiría a que en esas zonas más apartadas se conservaran cultos de carácter naturalista. Es así como el cristianismo en Euskal Herria irá emergiendo como un complejo de creencias y de prácticas, una sedimentación de ortodoxia doctrinal y de religiosidad popular, de piedad y superstición, de ancestrales tradiciones con nuevas formulaciones rituales: en definitiva, un universo de creencias y de ritos que conforman una peculiar mirada y una manera propia de afrontar la existencia y sus misterios. ANTXON AGUIRRE SORONDO (DONOSTIA, 1946). Antropólogo. Miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Eusko Ikaskuntza y Etniker.