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EL CEREBRO Y LA MENTE
DOS MEJOR QUE UNO
Introducción
Podemos decir que la relación entre cerebro y mente es una relación complicada; por un lado, tenemos científicos que consideran
que el cerebro es el responsable de toda actividad mental y por ello su estudio sería imprescindible para conocer lo que nos define
como seres humanos. Y por otro lado, otros consideran que lo mental no se define por el cerebro, sino por otras variables más relacionadas con nuestra propia vida, nuestras vivencias...
En la actualidad, ambos puntos de vista se han acercado para intentar explicar el comportamiento humano, de ahí el título que se
ha elegido para este libro: mente y cerebro: dos mejor que uno. Como podemos sospechar el comportamiento humano y su explicación es una tarea compleja que nos obliga a una visión interdisciplinar del tema. Mantener posiciones encontradas posiblemente
nos haga perder capacidad explicativa y, por ello hemos querido mostrar a lo largo de los diferentes temas cómo poder articular
diferentes teorías, conceptos, propuestas, etc. Todo ello con la intención de favorecer una mejor comprensión de nuestra conducta.
Así hemos abordado desde temas sobre el funcionamiento cerebral en procesos básicos (cómo percibimos nuestro mundo, cómo los
diferentes órganos sensoriales recogen, envían y procesan la información en el cerebro), hasta temas más vinculados con la salud
(cómo el estrés afecta a la actividad cerebral, por qué se dice que el estrés es beneficioso para nuestro rendimiento y en otros casos,
por qué se han observado (estrés crónico) que sus efectos sobre el cerebro son nefastos).
Cómo entender el envejecimiento y cómo lograr envejecer de un modo saludable? es otro de los retos que nuestra sociedad ha priorizado, teniendo en cuenta nuestras características demográficas. Dentro de esta temática hemos abordado procesos tan complejos
como el lenguaje, cómo el cerebro nos permite articular y procesar la información necesaria para un discurso adecuado, procesos
como la planificación y organización de tareas.
Este libro se ha articulado desde el interés de todos y cada uno de los participantes de estos capítulos en dar a conocer aquellos
aspectos más destacados del funcionamiento cerebral y mental de una manera clara y sencilla; aunque el cerebro y la mente son
mundos aún por explorar, conocemos muchas cosas sobre ellos que podemos comprender.
Para terminar hemos elegido un extracto del texto del libro El cerebro íntimo, ya que reflejan en palabras de D. Francisco Mora
cómo debemos entender nuestro quehacer y nuestras explicaciones:
“Está en la mente de muchos que un verdadero científico, para los estándares actuales, no es ya el que sabe de su disciplina, sino
aquel que conjunta conocimiento de disciplinas por debajo y por encima de la suya y llega o se motiva a entender y explicar más
allá de ellas”. (pág. 207, El cerebro Íntimo, ed. Ariel Neurociencia, 1996).
¿Cómo percibe el cerebro nuestro mundo?
Juan Argüelles Luis (Departamento de Biología Funcional, Universidad de Oviedo). Paula Núñez Martínez (Departamento de
Biología Funcional, Universidad de Oviedo). María del Carmen Perillán Méndez (Departamento de Biología Funcional, Universidad de Oviedo)
Los seres vivos se caracterizan por realizar una serie de actividades que les permiten vivir y adaptarse al medio. Estas actividades se
llaman funciones vitales, y son la Reproducción, la Nutrición y la Relación. En esta exposición trataremos de la última de estas tres
funciones, la relación, que nos permite identificar, contactar e interactuar con el medio que nos rodea. Ya desde muy antiguo, los
filósofos de diferentes épocas reconocieron la importancia de esta relación.
“El conocimiento llega al hombre a través de la puerta de los sentidos” (Heráclito, VI a. de C).
“Todos los conocimientos se obtienen a través de la experiencia sensorial, es decir, de lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos y
olemos” (Locke, Berkeley, Hume, s XIX).
Para conseguir dicha adaptación al medio externo, resulta imprescindible la existencia de un sistema de adquisición y procesamiento de la información del mundo que nos rodea. En el fondo, los umbrales sensoriales de dicha información, son los que delimitan
nuestras capacidades adaptativas.
Así por ejemplo, somos capaces de detectar:
• Gusto: 1 gramo de sal de mesa, en 500 litros del agua.
• Olfato: 1 gota de perfume pulverizada en un vivienda de tres habitaciones.
• Tacto: el ala de una abeja que se cae sobre un lado de la cara desde una altura de 1cm.
• Oído: el tictac de un reloj a 6 metros en condiciones muy tranquilas.
• Vista: la llama de una vela a 50 km en una noche oscura.
En el primer paso, en esos sistemas sensoriales, participan las vías de entrada de la información, la cual:
· Procedente del medio interno y/o externo.
· Que se transmite y llega a regiones específicas del Sistema Nervioso Central, provocando la aparición de sensaciones subjetivas.
· Se integra e interpreta en el contexto de experiencias previas, dando lugar a las Percepciones Sensoriales.
Todos los sentidos sensoriales comparten tres elementos comunes:
1. Estímulo físico o químico.
2. Transformación del estímulo en impulsos nerviosos.
3. Respuesta a esa señal = percepción o experiencia consciente de la sensación.
Sin embargo, se nos plantean dudas del tipo: ¿hasta qué punto son pasivos estos procesos?, ¿es totalmente fidedigna la traducción
desde la propiedad física del estímulo, hasta la percepción?, ¿extraemos toda la información?.
En el siguiente gráfico puede observarse cómo la información extraída por nuestros sistemas sensoriales es sólo una porción muy
pequeña del espectro del estímulo físico o químico que incide sobre nuestro cuerpo.
¿Qué es una estrategia de afrontamiento? Hace referencia al esfuerzo para reducir o mitigar los efectos negativos del estrés,
estos esfuerzos pueden ser psicológicos y conductuales (Everly, 1989).
Receptores sensoriales
Los sistemas sensoriales requieren de Receptores periféricos que actúen como intermediarios entre el mundo exterior y el Sistema
Nervioso Central (SNC).
Son estructuras especializadas que asumen la función de captar las modificaciones energéticas de su entorno y transformarlas en
señales eléctricas nerviosas transmisibles que aportan al SNC la información de sucesos externos e internos.
Son los Receptores Sensoriales los que permiten clasificar los sistemas sensoriales en dos grandes grupo:
A) Sensibilidad General o Somestesia.
a. Mecanorrecepción.
b. Propiocepción.
c. Termorrecepción.
d. Nocicepción.
B) Sentidos Especiales.
a. Vista.
b. Oído.
c. Olfato.
d. Gusto.
e. Equilibrio.
A) Somestesia
Los sentidos somáticos proporcionan información sobre lo que sucede en la superficie y en el interior de nuestro cuerpo. Por eso
los receptores somatosensoriales están repartidos por todo el cuerpo. Estos responden específicamente a una modalidad particular
de los estímulos ambientales y transducen las diferentes formas de sensación en impulsos nerviosos.
Los receptores somatosensoriales se agrupan de acuerdo al tipo de estímulo que van a transducir en: mecanorreceptores (tacto y
presión), termorreceptores (temperatura), nociceptores (dolor) y proprioceptores (posición corporal).
Las fibras nerviosas que conducen la información ascienden hacia el encéfalo por vías sensitivas:
Vía del sistema de columna dorsal y lemmisco medial es una vía rápida por la que entra la información procedente de los
mecanorreceptores y propioceptores de la neurona sensorial del mismo lado del cuerpo que el nervio periférico y el ganglio de la
raíz dorsal, se cruzan en el bulbo y conectan con el tálamo contralateral, terminando en las áreas somestésicas del lado opuesto a
los receptores sensoriales. El sistema interviene en la transmisión de las sensaciones táctiles y propioceptivas.
Vía del sistema anterolateral. Las fibras de este sistema tienen su origen en las astas dorsales y se cruzan en la médula y suben
por las columnas blancas anteriores del lado opuesto, haciendo relevo en los núcleos del tronco del encéfalo o en el tálamo y de aquí
a la corteza somatestésica. El sistema anterolateral interviene en la transmisión de las sensaciones dolorosas y térmicas.
La corteza somatosensitiva es la parte del encéfalo que reconoce dónde se originan los tractos sensitivos ascendentes. Cada tracto
tiene una región correspondiente en la corteza, por lo que todas las vías sensitivas para la mano izquierda terminan en un área, todas las vías para la pierna izquierda terminan en otra área y así sucesivamente. Dentro de la región cortical para una región corporal concreta, columnas de neuronas están dedicadas a tipos determinados de receptores.
Termorrecepción
Los receptores de la temperatura son terminaciones nerviosas libres que finalizan en las capas subcutáneas de la piel. Su campo
perceptivo es de 1 mm y están dispersos por todo el cuerpo.
Se adaptan lentamente entre 20 y 40ºC y los cambios sostenidos indican la temperatura ambiental. Fuera de ese rango de temperaturas, en el que la probabilidad de daño tisular es mayor, los receptores no se adaptan.
Hay dos tipos de termorreceptores, los de frío y los de calor. Los receptores de frío son sensibles principalmente a temperaturas
menores que la corporal y los de calor se activan por encima de los 25ºC. Por encima de 48ºC y por debajo de 10ºC se activan los
receptores de dolor, aumentando la sensación de calor/frío doloroso.
Sustancias picantes y mentoladas
La estructura del picante (capsaicina) es capaz de unirse y activar a los receptores TRPV1 o receptores del calor, que suelen activarse con temperaturas superiores a 43ºC. Esta activación de los canales TRPV1 del sistema nervioso periférico y central van a producir un aumento de la temperatura corporal.
Las plantas que poseen capsaicina son aquellas especies del género Capsicum que han desarrollado este mecanismo de defensa
para evitar que los herbívoros se alimenten de ellas. Comerse un pimiento picante y que le arda la boca varias horas es una sensación desagradable para un animal. Sin embargo, las aves son inmunes a la capsaicina y pueden comerla sin sentir ese ardor y calor
(no tienen receptores TRPV1). De esta forma y gracias a las heces, van a poder difundir las semillas por otras tierras.
El mentol es un agonista selectivo de los canales CMR1 (Cold and Menthol Receptor 1, en castellano sería algo así como receptores
de frío y mentol 1) a los que también se les conoce como TRPM8 y están localizados en la piel y en algunas mucosas, como las de la
boca. Estos receptores se activan con el frío ambiental pero algunos compuestos químicos como el mentol o el eucaliptol son capaces de engañarlos activando los TRPM8 y generando un potencial de acción.
Existen pomadas o esprays “refrescantes” con fines terapéuticos, como puede ser el de calmar el dolor, ya que en muchos casos la
sensación de frío reduce en cierta manera el dolor, como se hace con quemaduras, dolores musculares e incluso ortodoncias dentales.
B) Sentidos químicos: Gusto y Olfato
Los sentidos químicos son los sentidos más antiguos desde una perspectiva evolutiva, ya las bacterias utilizan la quimiorrecepción
para detectar su entorno y la mayoría de especies animales la utilizan para localizar alimentos y para la reproducción.
En la especie humana, la función básica de estos sentidos es:
· Detección de sustancias que pueden dañar al organismo.
· Identificar lo que el cuerpo necesita para sobrevivir y debe ser consumido.
Pero no podemos olvidar el componente afectivo-emocional, que estos sentidos tienen en el ser humano. Muchas especies animales
son macrosmáticas, con un sentido muy agudo del olfato, que les ayuda a orientarse y delimita su territorio,siendo también importante para la reproducción (feromonas). El hombre es microsmático, menos agudo, aunque la cantidad de dinero que genera
la industria cosmética da idea de su importancia. Esta diferencia radica no en la sensibilidad de los receptores a las moléculas del
olor, sino al número de receptores, que es de 10 millones en humanos y hasta 1000 millones en los perros, por ejemplo.
El olfato
El sistema olfativo humano consiste en un grupo de neuronas sensitivas primarias, localizadas en el epitelio olfativo, cuyos axones
hacen sinapsis con las neuronas olfativas secundarias del bulbo olfatorio, que procesará la información entrante. A partir del tracto
olfatorio, la información viajará a la corteza olfativa (Lóbulo frontal) y también llegarán aferencias al sistema límbico, en concreto
al hipocampo y amígdala, regiones relacionadas con la memoria y la emoción.
Las células olfatorias ocupan un área de 3 cm2 de epitelio olfativo y son neuronas bipolares con las dendritas hacia la cavidad nasal
y axón saliendo hacia el bulbo olfatorio. Cada dendrita tiene una proteína receptora que une moléculas olorosas (existen unas 1000
proteínas distintas), permitiendo discriminar unos 10.000 olores distintos.
Axel y Buck publicaron en 1991 un trabajo conjunto en el que describen una gran familia de alrededor de un millar de genes (un
tres por ciento de los genes humanos); en 2004 recibieron el premio Nobel por describir cómo el cerebro combina los datos de varios receptores olfativos formando un “patrón” que es “reconocido” como un aroma distintivo. Este mecanismo de tanteo, acierto
o error del cerebro humano probablemente se repita en toda su organización, desde la formación de ideas a los mecanismos de los
sentidos. Una característica distintiva de estas células olfativas es que se recambian cada 5-7 semanas, siendo el primer lugar del organismo
donde se describe neurogénesis en la edad adulta. Los cilios de las neuronas olfatorias están expuestos al ambiente externo de la
cavidad nasal. Estas neuronas se recambian aproximadamente cada mes, pero con la edad se disminuye la capacidad de regeneración, aunque los cambios en el olfato parecen estar relacionados con enfermedades, el tabaquismo y otras exposiciones ambientales a lo largo de la vida y no directamente con el proceso del envejecimiento.
La reducción de la capacidad de detectar olores se denomina hiposmia y puede aparecen en enfermedades neurodegenerativas
como el Párkinson y el Alzheimer. La anosmia es la pérdida completa del olfato. Uno de los primeros síntomas en su detección es
que las personas que la padecen no sienten el sabor de sus comidas y encuentran toda sustancia insípida por la conexión que posee
el sentido del gusto con el olfato. Suele ocurrir por trastornos químicos y, generalmente, por traumatismos craneales. Por último,
la hiperosmia es el aumento exagerado a la sensibilidad a los olores, como ocurre en ocasiones durante el embarazo o en algunas
enfermedades como la de Addison.
El gusto
El gusto es una combinación de cinco sensaciones: dulce, ácido, salado, amargo y umami.
El sabor lo provocan moléculas que se unen a receptores constituidos por papilas gustativas. Muchos de los estímulos que llamamos gusto, tienen una gran influencia de los receptores situados en la membrana olfativa. Cada sabor se asocia a una función corporal así el sabor ácido se asocia a la presencia de protones, el sabor salado a la presencia del ión sodio, el sabor amargo a posibles
componentes tóxicos y los sabores dulce y umami a compuestos ricos energéticamente.
Los receptores del gusto son células epiteliales especializadas localizadas en la cavidad bucal y la lengua, que transmiten la información a neuronas y así la información llega a la corteza gustativa localizada en la corteza parietal. Los receptores se unen formando
las papilas gustativas (entre 50 y 100 células epiteliales); Cada papila gustativa contiene células gustativas que responden a cada
una de las distintas categorías de gusto.
Estos receptores se renuevan continuamente (cada ≈10 días), restableciéndose las sinapsis constantemente y tienen un umbral
de excitabilidad muy alto (han de estar más concentradas en comparación con el olfato). La disminución de la capacidad gustativa
se denomina hipogeusia y ocurre, por ejemplo, en fumadores.
La incapacidad en reconocer sabores se denomina ageusia y puede ser debida a numerosas causas, químicas, infecciones, etc…
El gusto es un sentido denominado en ocasiones social, ya que se ve influido por factores muy diversos como: cuánto hemos comido, las experiencias previas con los alimentos, nuestra composición genética y el estado nutricional.
Observando el lenguaje en el cerebro
María González Nosti (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo). Beatriz Bermúdez Margarreto (Departamento
de Psicología, Universidad de Oviedo)
Durante las últimas décadas, la neuropsicología ha experimentado importantes avances gracias al desarrollo de las técnicas de neuroimagen, que permiten medir o valorar características del sistema nervioso en general y del cerebro en particular. Entre las funciones cognitivas que son objeto de estudio por parte de esta disciplina merece una mención especial el lenguaje, ya que es el principal
instrumento de comunicación con los demás y además es el vehículo que nos permite adquirir destrezas y aprendizajes necesarios
para la vida.
Antes de la aparición de la neuroimagen, nuestros conocimientos sobre los procesos lingüísticos en el cerebro provenían principalmente de la evaluación de las funciones cognitivas en pacientes con lesiones cerebrales. El modelo neurológico más popular del
lenguaje oral fue el propuesto por Wernicke-Geschwind, basado en los estudios de Broca, Wernicke, Lichtheim y Geschwind (1861,
1874, 1885, 1965), que fue ampliándose y modificándose a través de los años. Según este modelo, el reconocimiento oral de las palabras dependía del área de Wernicke, situada en el área posterior del lóbulo temporal izquierdo; la producción oral, por su parte, dependía del cortex posterior inferior del lóbulo frontal izquierdo, denominado área de Broca. Ambas áreas estaban comunicadas por
un haz de fibras denominado fascículo arqueado, cuya función principal sería la de posibilitar la repetición. Ambas áreas estarían
conectadas a su vez con un tercer centro donde se almacenarían los conceptos, que Lichtheim denominó área conceptual. (Figura
1). El reconocimiento de la palabra escrita, por otra parte, se situaría según Dejerine (1891) en el giro angular izquierdo.
Figura 1.
No obstante, este modelo no era capaz de explicar por qué algunos pacientes eran incapaces de leer algunas palabras extranjeras
pero de uso común (como Hollywood o boutique) mientras que otros, por el contrario, tenían problemas para repetir o leer sólo
palabras inventadas, pero rendían bien con las conocidas. Estos déficits selectivos sugerían la existencias de varias rutas para la
repetición y la lectura.
El auge de la neuroimagen, por tanto, ha permitido descubrir determinadas áreas que también están implicadas en el procesamiento lingüístico, así como realizar avances significativos en el conocimiento de la organización del lenguaje en el cerebro. De todas las
técnicas disponibles, las que más han contribuido al avance en el conocimiento de los procesos mentales son las funcionales, que
permiten, mediante la medición del flujo sanguíneo, el metabolismo u otros índices fisiológicos, observar la actividad cerebral en
vivo tanto de personas sanas como de pacientes con algún tipo de lesión cerebral.
Actualmente se sabe que tanto el lenguaje oral como el escrito dependen de todo un entramado de áreas cerebrales y conexiones
entre ellas mucho más complejo de lo que los modelos anteriores permitían suponer. La tomografía por emisión de positrones
(PET) ha sido una de las técnicas que más ha contribuido a dichos avances. Esta tecnología permite rastrear en el cerebro moléculas, generalmente glucosa, marcadas con isótopos radiactivos. Las áreas cerebrales que se activan durante la realización de la tarea
consumen una mayor cantidad de glucosa, lo que permite una alta resolución espacial a la hora de establecer los sustratos neurológicos de los distintos procesamientos.
Uno de los estudios más relevantes sobre el procesamiento auditivo y visual de palabras fue el que realizaron Petersen y colaboradores en 1988 utilizando precisamente esta técnica. En dicha investigación se presentaron, auditiva o visualmente, varias palabras
aisladas a un grupo de participantes sanos. Su tarea consistía o bien en escucharlas o leerlas de forma pasiva, o bien en repetirlas,
o bien en generar un verbo relacionado con la palabra que se les había mostrado. Los resultados indicaban que tanto las formas
auditivas como las visuales se procesaban en el hemisferio izquierdo, en el lóbulo occipital en el caso de las palabras escritas y en el
temporoparietal en el caso de la presentación oral.
Tanto las asociaciones semánticas como la generación de palabras implicaban al córtex prefrontal (ventral y dorsolateral, respectivamente), mientras que la codificación articulatoria y la programación motora dependían del cortex premotor. Estos resultados
proporcionan un nuevo modelo anatómico del lenguaje que, hasta cierto punto, contradice el modelo clásico de Wernicke-Lichtheim.
La resonancia magnética funcional (fMRI) es una técnica aún menos invasiva que la PET, ya que permite medir los cambios en el
flujo sanguíneo cerebral, por lo que no es necesario inyectar sustancias radiactivas. Esta técnica, que también posee una alta resolución espacial, basa su mecanismo en el aumento de las necesidades de oxígeno y glucosa en las áreas cerebrales activadas durante
un procesamiento, lo que implica un mayor aporte de sangre para satisfacer tales exigencias. Los estudios del lenguaje llevados a
cabo con fMRI confirman los obtenidos con PET; no obstante, su carácter no invasivo ha permitido llevar a cabo estudios sobre
lenguaje en población infantil sin el riesgo de exponerla a dosis de radiación.
Los estudios llevados a cabo en los últimos años mediante estas dos técnicas en diferentes poblaciones han permitido la identificación de áreas que hasta este momento no se asociaban con el lenguaje, como el cerebelo, que parece estar implicado en la generación de palabras. Por el contrario, otras estructuras tradicionalmente consideradas lingüísticas según las investigaciones llevadas a
cabo con pacientes con lesión cerebral, no muestran activación durante los estudios con neuroimagen funcional. Un ejemplo de
esto es el giro angular izquierdo, que se creía que estaba implicado en la lectura en voz alta y sin embargo no muestra cambio alguno durante la realización de este tipo de tareas.
Aunque la fMRI y la PET tienen, como ya hemos comentado, una altísima resolución espacial, su resolución temporal es muy baja,
por lo que permiten saber dónde está ocurriendo un proceso pero no en qué momento exacto ocurre. Por este motivo, cuando se
quieren establecer medidas temporales se utiliza otro tipo de tecnología, como la magnetoencefalografía (MEG), una técnica no
invasiva que se basa en la medida de la actividad magnética y eléctrica del cerebro. La MEG rastrea activaciones cerebrales con una
resolución de un milisegundo (milésima de segundo), lo que es fundamental cuando lo que queremos es detectar activaciones es-
trictamente sincronizadas con la aparición de los estímulos o establecer la duración de cada una de las etapas de un proceso lingüístico. La mayoría de los estudios sobre lenguaje se llevan a cabo tomando como material palabras aisladas, ya que permiten un mayor control experimental. No obstante, es muy posible que muchos de los conocimientos que ahora tenemos sobre el procesamiento
lingüístico no sean del todo exactos en lo relativo al procesamiento de frases, pues podría haber implicadas otras áreas cerebrales
que se ocupen de aspectos semánticos y sintácticos y que sin embargo no necesitan activarse para procesar palabras aisladas.
La MEG, debido a su razonable resolución espacial y a su óptima resolución temporal, está contribuyendo a aportar un poco de luz
sobre esta cuestión. Así, en un estudio de Pylkkänen, Bemis y Blanco (2014), se ha encontrado que en la producción de sintagmas
del tipo nombre-adjetivo (ej. árbol rojo), los procesos combinatorios comienzan a los 180 milisegundos, lo que sugiere que se activan de forma simultánea con el acceso léxico durante la producción. Además, los resultados muestran un patrón de activación similar para la producción y la comprensión de las combinaciones nombre-adjetivo, lo que podría indicar que nuestro cerebro realiza
procesos combinatorios funcionalmente similares pero en orden inverso.
Es evidente que todos los procesos cerebrales, incluidos los lingüísticos, dependen de conexiones estructurales entre las distintas
regiones implicadas y por lo tanto las alteraciones en esas conexiones influirán en la actividad neurológica. En los últimos años se
ha desarrollado una técnica, denominada imagen por tensor de difusión (DTI), que permite realizar exploraciones de las redes de
sustancia blanca en el cerebro mediante el rastreo de las moléculas de agua que se deslizan a lo largo de los axones de las neuronas.
A pesar de ser una técnica de neuroimagen estructural, en combinación con la fMRI está contribuyendo a realizar importantes
avances en el conocimiento de las conexiones neuronales. Bennett y Rypma (2013), en una revisión de estudios que combinan estas
dos técnicas encontraron que la integridad de la sustancia blanca y la actividad neurológica correlacionan positivamente, de manera que en adultos jóvenes, en los que la integridad de la sustancia blanca era mayor también lo era la actividad neurológica, mientras que en ancianos ocurría lo contrario. También encontraron que la relación entre la integridad de la sustancia blanca y laactividad neuronal variaba con la proximidad espacial de las medidas neuronales.
Así, la Integridad de la sustancia blanca correlacionaba positivamente con la actividad neuronal cuando había una considerable superposición entre las regiones del cerebro de la que se extrajeron las medidas neural (lo que sugiere que las regiones estaban conectadas directamente), pero se observaron relaciones negativas entre regiones no adyacentes (es decir, las regiones que parecía estar
indirectamente conectadas). No obstante aún no se conoce el mecanismo por el cual la integridad de la sustancia blanca influye de
forma diferencial en la actividad neurológica de regiones cerebrales conectadas directa vs. indirectamente.
A pesar de que actualmente la neuroimagen permite realizar avances sobre el procesamiento del lenguaje en personas sanas, el
estudio de los pacientes con lesión cerebral sigue siendo crucial a la hora de poner a prueba las teorías que tratan de explicarlo. No
obstante, las lesiones que sufren los pacientes son fortuitas y por lo tanto su extensión y localización puede no ser la adecuada para
los estudios que se plantean los investigadores en un momento dado. Sin embargo, hace 30 años Barker et al. (1985) desarrollaron
una técnica no invasiva denominada estimulación magnética transcraneal, la cual, mediante la inducción de un campo magnético
fuerte pero relativamente focal, induce una respuesta de activación o desactivación temporal en el tejido neural subyacente; es decir, actúa como una lesión virtual que puede durar desde milisegundos hasta una hora, dependiendo del tipo específico de estimula-
ción.
A pesar de que no es propiamente dicha una técnica de neuroimagen consideramos importante mencionarla en este apartado, ya
que, al igual que en los estudios con pacientes, la TMS puede usarse para extraer inferencias causales sobre la zona “lesionada” y
su función. Además, la TMS evita algunas de las dificultades de los estudios con pacientes que suelen limitar la interpretación de
los resultados, como el desconocimiento de las habilidades cognitivas previas a la lesión (podemos medirlas antes de “lesionar”), la
plasticidad compensatoria que sigue a la lesión o los daños en las fibras subyacentes.
Finalmente, cabe hablar de una última técnica electrofisiológica que ha sido y es ampliamente utilizada en los estudios sobre el lenguaje. La técnica de los potenciales evocados relacionados con eventos (ERPs) se basa en el análisis de las ondas EEG que se producen como consecuencia de la exposición a determinados estímulos. A pesar de no ser una técnica de neuroimagen, en los últimos
años se han desarrollado varios tipos de software que permiten la localización del origen de la actividad neurológica (localización
de fuentes). Aún sin ser una localización muy precisa, la alta resolución temporal de los ERPs, unida a su facilidad de manejo y a su
bajo coste, compensan en parte las desventajas. Debido a sus características particulares (el ruido y los movimientos articulatorios
de los sujetos distorsionan las ondas), esta técnica ha contribuido especialmente al avance en la investigación sobre el reconocimiento de la palabra escrita. A continuación se ofrece un resumen sobre los principales descubrimientos en este tema obtenidos por
medio de la técnica de los potenciales evocados.
Uso de la metodología de PRE en el estudio de la lectura
La lectura es una actividad cognitiva que permite extraer el significado de los signos gráficos que componen las palabras. Se trata
de una habilidad que requiere de instrucción explícita y de práctica repetida para conseguir establecer las conexiones neuronales
subyacentes a los diferentes procesos cognitivos que se desencadenan durante la misma. En este sentido, leer supone cambios cerebrales tanto a nivel estructural como funcional. En cuanto a esa variedad de procesos cognitivos, puede decirse que hoy se conoce
en gran detalle cuáles son éstos, cómo es su funcionamiento e incluso en qué orden se desarrollan durante la lectura. Los modelos
cognitivos que explican cómo se desarrolla este procesamiento de la lectura han sido confirmados no solo mediante técnicas conductuales que analizan los tiempos de reacción de los lectores, sino también a partir de técnicas electrofisiológicas y de neuroimagen, las cuales han puesto de manifiesto la serie de procesos cognitivos desencadenados durante la lectura así como las diferentes
áreas cerebrales implicadas en ellos.
Si bien las técnicas de neuroimagen aportan información imprescindible respecto a la localización cerebral de las diferentes regiones implicadas en la lectura, las técnicas electrofisiológicas presentan la ventaja de ser capaces de registrar la actividad cerebral
prácticamente en tiempo real (en orden de milisegundos), gracias a su excelente resolución temporal, lo cual las hace idóneas para
captar el curso temporal del procesamiento cognitivo. Además, estas técnicas recogen actividad neuronal de forma directa, ya que
registran sinapsis de grandes conjuntos de masas neuronales, mientras que las técnicas de neuroimagen registran cambios metabólicos que, al fin y al cabo, son secundarios a los disparos neuronales.
Una de estas técnicas es el electroencefalograma, que registra las fluctuaciones en la actividad eléctrica cerebral provocadas por las
distintas poblaciones neuronales, a través de una serie de electrodos dispuestos en la superficie del cuero cabelludo de la persona.
Una variante de ésta es la técnica de potenciales relacionados con eventos, cuya diferencia fundamental respecto de la anterior está
en que se presentan al participante una serie de eventos o estímulos durante el registro electroencefalográfico. La presencia de éstos
provoca una serie de cambios en la actividad eléctrica cerebral (en términos de latencia y amplitud de las ondas eléctricas en el cuero cabelludo) que son registrados por el electroencefalógrafo y que se consideran reflejo del procesamiento puesto en marcha por el
participante en relación a ese estímulo (Núñez-Peña, Corral y Escera, 2004).
A través de esta técnica es posible estudiar el procesamiento cognitivo llevado a cabo durante la lectura. Proporciona gran información acerca del curso temporal y el orden de los distintos procesos cognitivos que suceden en ella en apenas unos cientos de milisegundos. De hecho, se han descrito algunos componentes o potenciales cerebrales concretos, relacionados con diversos aspectos del
procesamiento de la lectura. En este sentido, un componente se define como uno o varios picos que aparecen en el promediado del
registro electroencefalográfico de forma consistente ante un determinado estímulo o tarea, lo cual hace que se les considere como
indicadores de un procesamiento cognitivo concreto (Coles, Gratton y Fabiani, 1990).
Uno de los componentes electrofisiológicos más estudiados es el N400 (Kutas y Hillyard, 1980), onda de polaridad negativa cuyo
pico máximo se da aproximadamente 400 milisegundos después de la presentación del estímulo en cuestión. Este componente, de
distribución centroparietal, ha sido tradicionalmente relacionado con procesos de integración semántica en diferentes contextos.
Se ha llegado a entender como un marcador del procesamiento semántico, dependiente del reanálisis llevado a cabo por el lector en
busca de un significado.
Otro componente electrofisiológico es el N200, onda que se ha asociado con procesos lingüísticos tempranos, concretamente con el
procesamiento ortográfico de los estímulos (Nobre, Allison y McCarthy, 1994). Su distribución en el giro fusiforme posterior es diferente en función de si el estímulo visual a procesar es ortográfico, como palabras, pseudopalabras o cadenas de letras, de si no lo es,
como caras humanas, provocando las palabras mayores amplitudes en el hemisferio izquierdo que los rostros (cuya amplitud parece mayor en el derecho). Otros estudios indican que este procesamiento ortográfico es incluso más temprano (Bentinet al., 1999).
Así, el componente N170 presenta sus mayores amplitudes en regiones occipitotemporales izquierdas ante estímulos ortográficos
frente a otros que no lo son, como cadenas símbolos alfanuméricos u otros patrones visuales no legibles, mientras que éstos provocan mayores amplitudes en las regiones análogas del hemisferio derecho.
Otros componentes electrofisiológicos típicamente relacionados con distintos procesos cognitivos puestos en marcha durante la
lectura son el N320 o el N350, ambos asociados con el procesamiento fonológico de los estímulos (Bentin et al., 1999). La amplitud
de la onda N320 es mayor en regiones temporoparietales del hemisferio izquierdo ante estímulos fonológicos legales como palabras
o pseudopalabras (sin diferencias entre ambos tipos de estímulos) frente a otros no pronunciables como cadenas de consonantes.
Lo mismo ocurre en el caso del N350, aunque con una distribución en regiones temporales más anteriores.
Por tanto, las aplicaciones y utilidades de esta técnica son amplias. Dentro del campo de la investigación en lectura, la metodología
de ERPs ha permitido corroborar los resultados encontrados por estudios conductuales y de neuroimagen y en última instancia,
confirmar los modelos psicolingüísticos. A partir de esta técnica se ha podido determinar que el procesamiento cognitivo de los
estímulos es diferente en función sus características psicolingüísticas, según el procesamiento cognitivo requerido por cada uno de
ellos. Así, aquellas palabras que tienen una menor frecuencia de uso o una mayor longitud provocan mayores amplitudes que las
palabras de alta frecuencia y que son más cortas (Van Petten y Kutas, 1990; Rugg, 1990; Hauk y Pulvermüller, 2004; Cuetos, Barbón, Urrutia y Domínguez, 2009).
También se han observado diferencias entre el procesamiento cognitivo llevado a cabo ante palabras conocidas para el lector y
representadas en su léxico mental y ante otras no representadas y por tanto desconocidas para él (Ziegler, Besson, Jacobs, Nazir y
Carr, 1997; Bentin et al., 1999; Carreiras, Vergara y Barber, 2005; Fonseca, Tedrus y Gilbert, 2006; Wang y Yuan, 2008), así como
los cambios en los potenciales cerebrales provocados ante el aprendizaje de nuevas palabras(McLaughlin, Osterhout y Kim, 2004;
Perfetti, Wlotko y Hart, 2005; Mestres-Missé, Rodriguez-Fornells y Münte, 2007; Batterink y Neville, 2011).
Mediante esta técnica también se ha demostrado que existen diferencias en el procesamiento lingüístico de los mismos estímulos
en función de la maduración cerebral; es decir, hay diferencias en los potenciales cerebrales provocados por los mismos estímulos
según el nivel de desarrollo alcanzado por los lectores en el procesamiento cognitivo (Magnie, Kahlaoui, Bailer y Richelme, 2002).
Por último, la metodología de PRE también se ha utilizado dentro del campo de la rehabilitación del lenguaje. Distintos estudios
llevados a cabo con pacientes afásicos a consecuencia de lesión cerebral han utilizado la técnica de ERPs como método de evaluación del procesamiento del lenguaje antes y después de la implementación de un programa de rehabilitación.
Se han encontrado correlatos electrofisiológicos en distintas ventanas temporales, junto con datos conductuales de mejora de la
capacidad lingüística, indicativos de la modulación de las redes neuronales del lenguaje y de recuperación de la función lingüística a
consecuencia del programa de rehabilitación (Barwood et al., 2011; Laganaro, Morand, Schwitter, Zimmermann & Schnider, 2008;
Pulvermüller, Hauk, Zohsel, Neininger & Mohr, 2005).
Los estudios acerca de la rehabilitación de la lectura son más escasos. Algunos de ellos, llevados a cabo con población disléxica, han
encontrado mejoras en la velocidad y precisión de la lectura, acompañadas de cambios en distintos componentes electrofisiológicos,
a consecuencia de la implementación de distintos programas de entrenamiento lingüístico (Bakker & Vinke, 1985; Li, Chen, Lin,
Quan, Qiao, Xiao, 2011).
En definitiva, la técnica de ERPs es una herramienta fundamental para el estudio de la relación entre el cerebro y el lenguaje. Ha
permitido ahondar en el estudio del procesamiento de la lectura y determinar con exactitud cuál es el curso temporal de los distintos procesos cognitivos que se llevan a cabo durante esta actividad. Además, esta técnica ofrece la posibilidad de evaluar la recuperación de esta capacidad lingüística tras la implementación de programas específicos de rehabilitación.
Claves para entender la dislexia evolutiva
Paz Suárez Coalla (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo). Marta Álvarez Cañizo (Departamento de Psicología,
Universidad de Oviedo)
Para ser un lector competente y fluido es necesario aprender el código alfabético, pero además hay que desarrollar representaciones
ortográficas de las palabras. En las primeras etapas del aprendizaje de la lectura, los niños convierten cada grafema en su correspondiente fonema, de modo que su lectura es lenta, especialmente cuando se encuentran con palabras largas y desconocidas.
Sin embargo, fruto de la lectura repetida de las palabras, los niños van formando representaciones ortográficas de las mismas, lo
que les permite leer las palabras como un todo. Esto hace que la lectura, con la experiencia, sea cada vez más rápida, precisa y fluida.
Pero no todos los niños consiguen progresar en este aprendizaje adecuadamente, sino que hay un porcentaje de niños que presentan dificultades para aprender a leer, esos son los niños con dislexia.
La dislexia evolutiva es una dificultad específica y de origen neurobiológico para el aprendizaje de la lectura, dando lugar a la presencia de múltiples errores de precisión lectora (sustituciones, omisiones, regresiones, inversiones...), además de escasa fluidez.
Se considera que esta dificultad tiene su origen en un trastorno en el procesamiento fonológico que les impide manipular los fonemas de la lengua eficazmente (International Dyslexia Society, 1994), y que se pone de manifiesto de forma temprana, cuando los
niños se enfrentan al aprendizaje del código alfabético. Los problemas para memorizar y automatizar el código alfabético, a su vez
dificultan la formación de representaciones ortográficas de las palabras, de modo que para un disléxico las palabras escritas (en
especial las palabras poco frecuentes y largas) siempre parecen nuevas.
Por esta razón, el paso de la lectura serial (letra a letra o sílaba a sílaba) a la lectura de la palabra como un todo, toma más tiempo a
estos niños que a los niños sin dislexia (Suárez-Coalla, Ramos, Álvarez-Cañizo & Cuetos, 2014).
Si bien se considera que los problemas de las personas disléxicas son más llamativos en lenguas opacas (como el inglés), dada la dificultad de las reglas grafema-fonema de estos sistemas ortográficos, en todos los idiomas (español, italiano, francés…) las personas
disléxicas presentan problemas.
En castellano, una lengua con un sistema ortográfico relativamente fácil de aprender, la característica más llamativa de estas personas es la escasa velocidad lectora, aunque también cometen errores de exactitud, especialmente si se trata de textos complejos,
palabras infrecuentes o palabras largas.
Estos problemas también se manifiestan en la escritura, ya que también para escribir es necesario utilizar el código alfabético. Además, en escritura, dada la dificultad para formar representaciones ortográficas de las palabras, cometen muchos errores con aquellas palabras con fonemas que se pueden representar con dos grafemas distintos (por ej.: “b”, “v”). Pero no sólo nos encontramos
faltas de ortografía, omisiones, sustituciones o inversiones, sino que hoy en día también se ha constatado (Afonso, Suárez-Coalla &
Cuetos, 2015) que las personas disléxicas son más lentas a la hora de escribir, tal y como ocurre con la lectura.
Por otra parte, hay datos que sugieren la presencia de problemas significativos para encontrar las palabras en el lenguaje oral (problema de denominación o recuperación fonológica), dando lugar al conocido fenómeno de “tenerlo en la punta de la lengua” (en
inglés “tip of the tongue” o, abreviando, TOT). Asimismo, se ha descrito que las personas con dislexia son más lentas en tareas de
denominación de dibujos, son menos exactas en la recuperación de palabras largas, infrecuentes y no familiares y hacen más circunloquios en narraciones orales y habla espontánea.
Los resultados de ciertos estudios indican que los niños disléxicos producen más fenómenos de “la punta de la lengua” que los
niños sin dislexia; pero estos problemas de denominación no se deben a dificultades a nivel semántico, ya que tienen información
semántica de las palabras que no consiguen recuperar.
Estas dificultades a la hora de nombrar han sido encontradas en diferentes lenguas (p. ej.: holandés: Yap & Van der Leij, 1993; español: Suárez-Coalla, Collazo & González-Nosti, 2013; Novoa & Wolf, 1984), relacionándolas con una dificultad para recuperar las
representaciones fonológicas de las palabras que estarían almacenadas en la memoria a largo plazo (Torgesen, Wagner, & Rashotte,
1994).
Todas las dificultades comentadas suponen un gran esfuerzo para los niños disléxicos a la hora de llevar a cabo sus actividades escolares. Así pues, es fácil constatar cómo aumentan los errores en la lectura de textos largos o cómo su letra empeora cuando llevan
un tiempo escribiendo. Pero además, los niños disléxicos se quejan ante la dificultad para realizar copias de la pizarra, para terminar las tareas escolares, o para terminar los exámenes, llevándoles en ocasiones a desarrollar sentimientos adversos hacia todo lo
académico.
Por último, recientes estudios ponen de manifiesto que la dislexia persiste en la edad adulta (Afonso, Suárez-Coalla, & Cuetos,
2015; Callens, Tops, & Brysbaert, 2012; Martin, Cole, Leuwers, Casalis, Zorman, & Sprenger-Charolles, 2010; Suárez-Coalla & Cuetos, 2015). Estos trabajos en diferentes sistemas ortográficos (inglés, español,…) han permitido constatar este hecho, poniendo de
manifiesto que adultos (con estudios medios y superiores) presentan una lectura y escritura significativamente más lenta y con más
errores que adultos sin dislexia. Como podemos ver, la dislexia no es un obstáculo para llevar a cabo estudios superiores, si bien el
esfuerzo siempre será mayor que el de personas sin dislexia.
Según lo dicho, la dislexia es una dificultad con grandes repercusiones en el ámbito académico y personal de aquellas personas que
la padecen, ya que la lectura (y la escritura) está altamente presente en nuestras vidas; por ello, ayudar a superar estas dificultades
ha de ser un reto importante para todos los profesionales relacionados con el mundo académico.
Estrés y cerebro: compañeros en la salud
Azucena Begega Losa (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
Que el término estrés es mundialmente conocido y usado es un hecho indiscutible; en nuestra sociedad nuestro compañero infatigable es el estrés. Se encuentra presente en todas y cada una de las situaciones vitales que nos vemos obligados a vivir por el mero
hecho de existir. Esta convivencia es una de las razones que nos ha guiado a su estudio en profundidad siendo uno de los temas de
investigación en el ámbito de la Salud que más interés suscita.
Como José Enrique Campillo escribió en su libro El mono estresado (2012), siempre hay una cuestión que aparece: ¿de qué hablamos realmente cuando decimos estrés?. Como el mismo autor manifiesta en la primera página de la obra, seguramente alguna vez
nos hemos visto atrapados por el estrés; así, hemos sentido palpitaciones, sudoración (y no por el calor del verano), opresión en el
pecho, etc. Todas estas reacciones se consideran respuestas de estrés y podemos ver que pueden ser señales de aviso ante un posible malestar o situación fisiológica de peligro.
Esta asociación entre riesgo, peligro y estrés ha favorecido que hablemos de él asociándolo con aspectos negativos; así, decimos que
estamos estresados, cuando las exigencias o demandas de determinadas situaciones nos superan, creyendo que no tenemos recursos para poder solventar dichas exigencias. Todas estas respuestas se deben, en la mayoría de los casos, a situaciones que generan
o inducen estas reacciones de alarma o respuestas de estrés. Siguiendo a Selye, el estrés sería un patrón inespecífico de respuestas
fisiológicas del organismo ante una determinada situación o demandas requeridas. En el libro El mono estresado se nos ofrecen
ejemplos de situaciones vividas por nosotros en algunos momentos que podrían inducir estas respuestas:
“Hoy en día, la mayor parte de los sucesos que desencadenan la respuesta de estrés surgen de los acontecimiento de nuestra vida cotidiana
y abarcan un amplio espectro de situaciones. (…) abusar de la sal en las comidas, atracarse de dulces, exponerse a una elevada altitud, la
amenaza de un perro que nos ataca, asistir a una reunión para pactar condiciones de nuestro divorcio, cuidar de un familiar gravemente enfermo o incapacitado, el salario que no alcanza para cubrir las necesidades de la familia.”
(pág. 8. Libro El mono estresado).
Como se extrae del texto todas estas situaciones suponen una mayor exigencia en el organismo ya sea por un cambio fisiológico
como por ambientes o variables externas que producen estos cambios. Pero, estos cambios no tienen por qué ser considerados negativos para el sujeto que los manifiesta, de hecho se considera que el estrés es un mecanismo de supervivencia que nos permite reaccionar y responder a las demandas de una manera adaptativa. Entonces la pregunta es clara ¿cuándo el estrés se vuelve dañino?
Para responder a esta pregunta debemos tener en cuenta varios procesos: homeostasis, alostasis, habilidades de afrontamiento, etc. Todos estos términos se combinan o entrelazan para dar una explicación de cuándo y cómo el estrés actúa y cuáles
son sus efectos. Con respecto al término homeostasis, Cannon en 1932 hace referencia a ella como la capacidad para la autorregulación del organismo y para mantener su equilibrio interno. Este equilibrio se debe principalmente a la acción coordinada de sistemas fisiológicos que permiten una respuesta rápida. Cuando hay un desequilibrio o cuando esta capacidad de ajuste se ve reducida,
¿qué ocurre?
En relación con esto, en 1988 Sterling y posteriormente McEwen (2002) emplean el término alostasis y carga alostática para reflejar cómo es posible una respuesta mucho más dinámica del organismo ante posibles estresores. La alostasis hace referencia a que
ante la gran cantidad de situaciones estresantes se producen siempre cambios y ajustes de los diferentes sistemas fisiológicos para
dar respuesta a estas demandas.
Este proceso implica unas respuestas fluctuantes continuas de los sistemas fisiológicos, no sólo para activar las respuestas ante una
situación determinada, sino también para reducir estas respuestas cuando ya ha desaparecido la situación que la ha provocado.
Figura 1. Imagen que ilustra los factores que influyen en nuestro nivel de alostasis. Cap. 13. Sistema nervioso autónomo. Cardinali, Daniel. (2007) Neurociencia aplicada: sus fundamentos. Editorial Panamericana.
Si tenemos mecanismos dinámicos que intentan dar respuesta a las exigencias ambientales, ¿qué ocurre para que no sean eficaces?
En este momento, es cuando aparece el término carga alostática. Hace referencia a los efectos de una exposición repetida de las
hormonas y sistemas fisiológicos asociados al estrés. Se describen varias situaciones que pueden aumentar la carga alostática: a)
exposición repetida y frecuente a estresores múltiples; b) falta de adaptación de las respuestas de estrés ante la misma situación (
refleja una falta de adaptación, ej.: uno de cada 10 oradores siempre mantienen la respuesta de estrés ante una conferencia , aunque se repita la situación); c) manteamiento de la respuesta de estrés de un modo prolongado aunque ya la situación ha cesado.
Figura 1B. Esquema que representa aquellas situaciones en las que provocan un aumento de la carga alostática y por ello una
mayor vulnerabilidad del sujeto al estrés. Cap. 13. Sistema nervioso autónomo. Cardinali, Daniel. (2007) Neurociencia aplicada:
sus fundamentos. Editorial Panamericana.
El tipo de situaciones o estresores que se encuentran presentes en nuestra vida se han clasificado como:
o
Físicos o externos al sujeto: temperaturas extremas, ruido, altitud, choques eléctricos, inmovilización, luz, agresiones
físicas...
o
Biológicos: privación de agua o alimentos, privación de sueño, cambios bruscos de horarios...
o
Psicológicos (asociados a emociones negativas): miedo, inseguridad, soledad, tristeza, celos, culpa, hostilidad, envidia, etc...
o
Sociales: separaciones, pérdidas, fracasos, problemas económicos...
Como ejemplo, se ha observado que las personas estresadas que no pueden controlar de modo adecuado la mayor demanda física e
intelectual tienen una tendencia aumentada a presentar problemas cardiovasculares; así, se ha considerando que uno de los índices
de carga alostática es por ejemplo la presión arterial sistólica, la excreción nocturna de cortisol y el cociente HDL/colesterol total.
Otro ejemplo que Danield Mauss (2015) muestra en la revista Industrial Health es cómo evoluciona el proceso ante una situación
de estrés laboral hasta desembocar en una disfunción en la salud.
Se hace hincapié en los factores psicosociales que pueden desencadenar este proceso disfuncional (figura 2):
Figura 2
Para este autor ocurre un estado de estrés psicosocial cuando una serie de demandas inusuales o excesivas amenazan el bienestar
o integridad de una persona. En el intento de dominar la situación se corre el peligro de que los recursos de afrontamiento se vean
superados, llevando a una perturbación en el funcionamiento, dolor, enfermedad o incluso muerte.
Por último, asociado al estrés se encuentran las habilidades de afrontamiento. Lazarus y Folkman (1986) definen como afrontamiento los esfuerzos cognitivos y conductuales cambiantes que se desarrollan para manejar las demandas internas o externas evaluadas como desbordantes de los recursos de los individuos.
El modo en que un sujeto interpreta una determinada situación y decide hacerle frente, también determina que esa situación induzca una serie de respuestas de estrés y sus efectos. Así, se diferencian varias fases en el proceso de evaluación de la situación que
un individuo realiza:
A) Evaluación automática de la información procedente del estímulo estresor.
B)Evaluación primaria: gracias a ella la persona evalúa las demandas de la situación, es decir, el sujeto analiza si en la situación hay
algún componente estresor. Para Lazarus y Folkman las situaciones que pueden ser estresantes pueden suponer un año o pérdida, amenaza y desafío.
C)Evaluación secundaria haciendo referencia a los recursos que tenemos para poder afrontar la situación y sus demandas.
D) La toma de decisiones sobre qué conducta debemos de seguir. En este caso la posibilidad de respuesta puede ser desde no hacer
nada, evitar la situación, huir de ella o intentar afrontarla y controlarla.
También se han realizado estudios sobre el tipo de sujetos y sus estilos de valoración ante situaciones de estrés:
· Sujetos autorreferentes: se centran en sí mismos, más que en las demandas. Les preocupa cómo les afecta, cómo se sienten y
no prestan atención al medio. No tendrán claves para orientar conductas inadecuadas con consecuencias negativas aumento de
malestar aumento de activación.
· Sujetos autoeficaces: tienen alto concepto de su propia eficacia, aprenden a desarrollar habilidades, se centran en analizar las
exigencias de la situación para poder dar respuestas adecuadas y sus conductas suelen ser adecuadas para afrontar el estrés.
· Sujetos negativistas: niegan la existencia del problema, sobre todo en las situaciones en las que perciben que no pueden hacer
nada. Sus conductas no son adecuadas para solucionar problemas, pero no se angustian. No solucionan el problema, pero no
presentan correlatos negativos de activación fisiológica excesiva o el deterioro consecuente con ella.
Las estrategias de afrontamiento son los elementos y/o capacidades, internos o externos, con que cuenta la persona para hacer
frente a las demandas de la situación o acontecimiento potencialmente estresantes. Comprenden todas aquellas variables personales y sociales que permiten que las personas manejen las situaciones estresantes de manera más eficiente, lo cual se debe a que
experimenten pocos o ningún síntoma al exponerse a un estresor o que se recuperen rápidamente de su exposición.
Las respuestas de estrés que nuestro organismo pone en marcha ante determinadas situaciones se encuentran distribuidas en varias etapas que Selye planteó en el Síndrome de Adaptación General que vemos en la figura:
Selye propuso el Síndrome General de Adaptación al estrés. Incluyo diferentes fases de las respuestas fisiológicas del estrés y sus
consecuencias para el individuo.
Teniendo en cuenta estas fases se describen brevemente las respuestas fisiológicas implicadas:
Fase de alarma. Se ponen en funcionamiento una serie de mecanismos de alerta y de respuestas rápida ante situaciones potencialmente peligrosas. Estas respuestas son mediadas principalmente por el sistema nervioso periférico. Así, ante una situación
determinada de riesgo , peligro o incertidumbre, el organismo muestra unos cambios:
• Se produce una movilización de las defensas del organismo.
• Aumenta la frecuencia cardiaca.
• Se contrae el bazo, liberándose gran cantidad de glóbulos rojos.
• Se produce una redistribución de la sangre, que abandona los puntos menos importantes, como es la piel (aparición de palidez)
y las vísceras intestinales, para acudir a músculos, cerebro y corazón, que son las zonas de acción.
• Aumenta la capacidad respiratoria.
• Se produce una dilatación de las pupilas.
• Aumenta la coagulación de la sangre.
• Aumenta el número de linfocitos (células de defensa).
En esta primera fase, los responsables principales de estas respuestas son el sistema nervioso simpático y sistema somático para la
regulación de la tensión de los músculos esqueléticos.
Fase de resistencia. Durante esta fase el organismo intenta superar, adaptarse o afrontar la presencia de los factores que percibe
como una amenaza o agente nocivo y se producen las siguientes reacciones:
• Los niveles de corticoesteroides se normalizan.
• Reducción de la respuesta simpático.
• Tiene lugar una desaparición de la sintomatología.
Fase de agotamiento. Ocurre cuando la agresión se repite con frecuencia o es de larga duración, y cuando los recursos de la persona para conseguir un nivel de adaptación no son suficientes. Conlleva lo siguiente:
• Se produce una alteración tisular.
• Agotamiento físico y psicológico: aparición de síntomas depresivos.
• Aparece la patología llamada psicosomática.
• Importancia de la respuesta del sistema inmune sobre la aparición de enfermedades.
Por último, se exponen algunos ejemplos para mostrar la relación entre las enfermedades cardiacas y estrés, como en el caso de
sujetos hostiles, que sufren más episodios de isquemias miocardiacas transitorias.
Las isquemias miocardiacas transitorias se definen como periodos breves en donde existe un inadecuado flujo sanguíneo a
los músculos del corazón.
La respuesta de estrés disminuye el flujo sanguíneo que llega al estómago para suministrar oxígeno y glucosa a otra parte del cuerpo. Aumenta la producción de ácido clorhídrico en el interior del sistema gastrointestinal disminuyendo las defensas del estómago,
lo que constituye un factor primordial en la formación y empeoramiento de úlceras gástricas. Facilita la infección por bacterias que
pueden dañar las paredes del aparato digestivo.
En el ámbito de la salud es importante destacar la relación de estrés y sistema inmune. Se han visto cómo, en situaciones de estrés
continuado, éste induce una respuesta de inmunosupresión (reducción de la respuesta de defensa), estando así el individuo expuesto a una mayor vulnerabilidad a la acción de virus, bacteria, etc.., es decir, a agentes nocivos para la salud.
La relación entre estrés y sistema inmune explica aquella vulnerabilidad a enfermedades que aparece cuando hemos pasado una
situación de estrés continuado. Es importante recordar que el cortisol es un agente inmuno supresor, por lo que un estado continuado de cortisol podría facilitar esta vulnerabilidad. Así, en general las consecuencias del estrés continuado se reflejan en:
§Fatiga, debilitamiento muscular, diabetes esteroidea.
§Hipertensión arterial.
§Infarto de miocardio.
§Úlceras.
§Supresión de la ovulación, impotencia, pérdida de la libido.
Estrés y cerebro, ¿cómo es esa relación?
Aunque la mayoría de los estudios clásicos sobre el estrés se han centrado en las respuestas anteriormente descritas, el estrés también influye en el cerebro como en cualquier otro órgano. Y cómo ya anteriormente hemos dicho “no es ni bueno ni malo tener
estrés... depende…?.
En las últimas décadas, se ha estudiado cómo el estrés puede afectar a los procesos de aprendizaje y memorización. Y cómo estos
procesos se ven relacionados con el cerebro. ¿Qué ocurre en este enigmático órgano cuando estamos estresados y tenemos que
estudiar? Para entender el proceso debemos de partir de la curva de Yerkes y Dodson propuesta en 1908. Esta curva nos indica
que la relación entre estrés (activación) y el rendimiento tiene forma de U invertida. Esto supone que para conseguir un adecuado
rendimiento en una tarea se requiere un nivel de activación (también llamado arousal) intermedio. Por lo tanto, una escasa activación (producida por, por ejemplo, una falta de interés por la tarea, o por encontrarnos en una fase de relajación previa al sueño) no
favorece unos buenos resultados, al igual que una sobreexcitación.
Para resumir, el rendimiento se verá dificultado a medida que el nivel de activación se aleje del sujeto (nivel medio). “Ni poco ni
mucho”, por decirlo en un lenguaje coloquial. Consecuentemente, cada tarea exige un determinado nivel de estimulación ambiental
para conseguir un “arousal” adecuado. Aumentos o disminuciones de la estimulación ambiental afectarán al rendimiento.
¿Cómo esto puede asociarse esto con el cerebro y a su nivel de activación? En las últimas décadas, el estudio de esta relación ha
potenciado multitud de investigaciones, llegándose a varias conclusiones:
• El cortisol es uno de los principales responsables del nivel de activación cerebral.
• Los efectos del cortisol sobre el cerebro siguen un patrón muy similar a la U invertida.
• En el papel potenciador del cortisol sobre el aprendizaje hay una región cerebral directamente implicada: el hipocampo.
• Esta región clásicamente se ha asociado a procesos de memoria declarativa, a recuerdos de información adquirida a lo largo de
los años.
Figura 3. Modificado de Stress: metaplastic effects in the Hippocampus (1998). (Kim, J.J. and Kenneth S. Yoon. Trends in Neuroscience.
Sin embargo, este efecto potenciador se ve mermado cuando los niveles de cortisol aumentan. Así se observa que en esos casos
hay incluso una reducción de las dendritas de regiones hipocampales, acompañada con una pérdida de volumen del hipocampo en
general. De nuevo, niveles elevados de cortisol parecen dificultar y deteriorar todos aquellos mecanismos moleculares que habían
favorecido la memorización.
Figura 4: Imagen que muestra cómo es el efecto del estrés psicosocial en las neuronas piramidales del hipocampo (CA3).
Se ha observado, por ejemplo, que en el caso de pacientes con estrés postraumático (como los excombatientes) muestran un hipocampo reducido en volumen, teniendo problemas de recuerdo de tareas que han realizado. Por ello, una reducción en su volumen
podría dificultar el recuerdo de la información y los procesos de retención. Esta pérdida de volumen se relaciona con una pérdida
de conexiones de las dendritas que forman parte de la neurona. (figura 5).
Figura 5: Región hipocampal reducida en pacientes que muestran trastornos por estrés postraumático (PTSD).
Pero los efectos del estrés no sólo se restringen al hipocampo; otra región cerebral importante para nuestro funcionamiento cognitivo se ve afectada por el cortisol: la corteza prefrontal. (figura 6). Esta región se relaciona con las funciones ejecutivas. Estas se
definen como todas aquellas operaciones que realizamos cuando estamos buscando un objetivo o meta, planificamos una tarea,
realizamos procesos de abstracción, etc. Se han asociado estas funciones con otras como la atención, memoria de trabajo en donde
la corteza prefrontal también participa.
Figura 6. Corteza prefrontal en cerebro humano (coloreada en rojo).
Entre los cambios asociados al estrés en esta región se observa también una reducción en las dendritas, reduciendo así el número
de conexiones de las neuronas de las sinápticas se ven reducidas.
Figura 7. Ilustración que muestra los cambios producidos en las dendritas de regiones prefrontales ante situaciones de estrés
crónico. Como se observa, hay una reducción de la longitud de las dendritas y una pérdida de las mismas, además de verse reducido su tamaño tanto en las dendritas cercanas (basales) como en las dendritas más alejadas del cuerpo neuronal. (Radley, J.J.
(2012). Front. Behav. Neuroscience).
Como ya hemos comentado, esta región prefrontal se encuentra relacionada en funciones cognitivas importantes como la memoria
de trabajo, la toma de decisiones, la abstracción. Por ello todos estos efectos del estrés podrían tener una repercusión crucial para el
funcionamiento cognitivo en sujetos que padecen situaciones de este tipo.
Aunque se ha avanzado mucho en el conocimiento de cómo el estrés puede afectar al cerebro, aún quedan preguntas sin contestar.
¿Cómo las habilidades de afrontamiento pueden influir en que los efectos cerebrales sean unos u otros? o ¿es posible una recuperación funcional del cerebro alterado por factores estresores? son cuestiones que siguen siendo foco de atención de disciplinas vinculadas al campo de la salud. Por ello, queda aún mucho camino por recorrer.
¿Dónde estoy y a dónde voy?
Clara Zancada Menéndez (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
La orientación espacial es el proceso cognitivo que nos permite interpretar, configurar e interactuar con el medio que nos rodea
(Waller y Nadel, 2013). Este proceso resulta vital en el reino animal, sobre todo en los procesos migratorios, pero también, es imprescindible en nuestro día a día. De hecho, gracias a la cognición espacial, realizamos tareas cotidianas como tomar atajos en
nuestra ciudad, recordar dónde hemos dejado las llaves, localizar la puerta de embarque en un aeropuerto, encontrar nuestro coche
en un parking o localizar una sección específica en unos grandes almacenes. El estudio de este proceso cognitivo ha ido en aumento
en los últimos años, al ser una de las primeras quejas subjetivas que aparecen con el envejecimiento. En este capítulo, se pretende
dar a conocer la relevancia de los procesos de orientación espacial a través de distintos estudios científicos. Además, desvelaremos
qué mecanismos utilizan algunos animales para orientarse, o si es verdad que las mujeres se orientan peor que los hombres. Por
último, se darán algunas recomendaciones para mejorar nuestro sentido de orientación en el día a día.
¿Qué nos descubre el reino animal?
The advances that were made in navigation were always parts of a surrounding culture. (Hutchins. Cognition in the wild).
Comprender cómo algunos animales son capaces de mantener la orientación durante largas migraciones ha sido una de las preguntas claves para la comprensión de los procesos de orientación en el reino animal.
Las migraciones son consideradas un método adaptativo que realizan algunas especies con el fin de encontrar alimento, evitar
climas adversos, huir de los depredadores o tener descendencia. Por ello, la supervivencia de algunas especies animales depende en
gran medida de la capacidad de orientarse durante los largos periodos migratorios.
Este es el ejemplo de la tortuga marina que comienza su vida emprendiendo ya una compleja migración desde la costa de Florida
hasta el Atlántico Norte. Cabe apuntar que este proceso de orientación en mar abierto, que las tortugas marinas realizan nada más
nacer, ha supuesto para el ser humano un reto durante siglos. Ejemplos similares son los pingüinos emperador de la Antártida o las
mariposas monarca de California.
https://www.youtube.com/watch?v=uy0gv6iiOYo
Pero parece ser que el ave marina Charrán Ártico (Sterna paradisaea) es el que realiza las migraciones estacionales más largas de
todo el reino animal. Esta ave recorre aproximadamente unos 70.000 km al año, yendo desde las regiones árticas de Groenlandia
hacia el Océano Antártico (figura 1).
Figura 1. Esta imagen muestra las pistas de geolocalización de estas aves durante su proceso de migración. En verde se muestra
el recorrido que realizan durante el otoño, en rojo durante el invierno y en amarillo en primavera. (A) En las costas de África
Occidental. (B) En las costas de Brasil (Ref. Egevang y cols. 2010).
A este respecto, dada la precisión con que se orientan los animales en las migraciones, muchas investigaciones han tratado de descubrir qué sistemas utilizan para orientarse. Una de las hipótesis apunta a la existencia de ciertas células nerviosas que contienen
depósitos de hierro. La función de éstas, sería detectar los campos magnéticos de la tierra, lo que permitiría tomar como referencia
espacial los puntos cardinales (Norte, Sur, Este y Oeste) (Putman y cols, 2011; Goul. 2008). Investigaciones recientes parecen indicar que dichas células ricas en hierro en las aves no serían neuronas, sino células del sistema inmunológico (macrófagos) implicadas en la regulación del hierro en el organismo.
Además, la hipótesis de que la orientación de las aves se basa en la interpretación de las ondas magnéticas parece reforzarse con el
estudio reciente de Engels y cols. (2014). En éste, trataron de comprender por qué los pájaros del campus de la Universidad de Oldenburgo (Alemania) mostraban una conducta de desorientación. Los investigadores llegaron a la conclusión de que tal desorientación era debida a la interferencia de las múltiples frecuencias emitidas por radios y antenas de telefonía. Así, cuando estos forraron
con papel de aluminio las casas de las aves y las pusieron en contacto con el suelo, éstas eran capaces de orientarse de nuevo sin
dificultad, tomando la referencia de hacia dónde emprender el vuelo antes de salir de sus casas.
Estudios más recientes han indicado que incluso algunos insectos son capaces de seguir estrategias espaciales complejas en su proceso de orientación. Este es el caso del estudio de Dacke y cols. (2013), donde se analizó la conducta de orientación de los escarabajos peloteros, tanto en su hábitat natural como en condiciones experimentales en un planetario. Ambas condiciones, permitieron
concluir que estos insectos eran capaces de orientarse siguiendo la información de la Vía Láctea.
Por otro lado, una de las investigaciones en el campo de la orientación espacial más relevantes en los últimos años, habiendo recibido el premio Nobel de Medicina y Fisiología 2014, ha sido la realizada por O’Keefe y el matrimonio May-Britt y Edvard Moser
(figura 2). El estudio que durante años han realizado estos investigadores por separado prueba la existencia de celulas específicas
que actuarían como GPS internos en el cerebro de los roedores.
Por su parte, O’Keefe descubrió una serie de neuronas concretas del hipocampo de los roedores, que se activaban en posiciones
espaciales específicas, a las que denominó “células de lugar”. Este descubrimiento permitió vincular la activación de estas neuronas
con la capacidad de localización de la posición en el espacio. Además O’Keefe indicó que dichas células, eran también responsables
de la formación de una especie de mapa del lugar.
Por su parte, años más tarde, May-Britt y Edvard Moser descubrieron otras neuronas, situadas en la corteza entorrinal, también
implicadas en los procesos de orientación. Las llamadas “células de red” proporcionarían en este caso información métrica del espacio a medida que se produce un desplazamiento en el mismo.
Además, este descubrimiento reforzó la teoría de O’Keefe, al apuntar que las células de lugar y las de red se compenetraban permitiendo una orientación eficaz en el medio y actuando como una especie de GPS cerebral.
Figura 2. El dibujo reproduce el modelo de representación espacial de los roedores. En él aparecen las células que proporcionan
la información de la localización de animal, de direccionalidad y de la estructura del espacio, así como aquellas que aportan
información sobre el sentido de latitud y longitud (Fuente: Yadav, G. 2014).
¿Cómo nos orientamos los seres humanos?
I don’t panic when I get lost. I just change where I want to go (Rita Rudner).
No sólo la capacidad de orientación en el medio ha tenido una gran relevancia en la supervivencia de los animales, sino que también ha sido de vital importancia en la supervivencia de nuestra especie.
De hecho, nuestros ancestros prehistóricos dependían en gran medida de la capacidad para recordar la localización de los alimentos y el camino de vuelta una vez finalizadas las expediciones. Es más, aún hoy en algunos lugares del planeta ser capaz de orientarse eficazmente sigue marcando la diferencia entre la vida y la muerte. Este es el caso de los Inuit de la región Nanavut (Ártico), los
isleños de Carolina (Micronesia) o los aborígenes australianos (Aporta, 2009; Legat. 2008). Todos ellos dependen de la cognición
espacial para sobrevivir en tierras inhóspitas donde orientarse a través de los desiertos, océanos o glaciares para encontrar comida
o llegar a otras civilizaciones forman parte de su día a día.
En las sociedades contemporáneas esta capacidad de orientación ha dejado de ser una variable crítica en la supervivencia. Ayudados por el avance de las nuevas tecnologías como los sistemas GPS, resulta difícil perderse incluso en ciudades en las que nunca
hemos estado. Sin embargo, aunque no somos conscientes de ello, casi todas las conductas que realizamos en nuestro día a día
dependen en gran parte de la cognición espacial.
Siendo imprescindible en algunas profesiones, como para un neurocirujano cuando tiene que localizar de manera exacta una estructura cerebral, para un piloto cuando tiene que hacer la aproximación a tierra o para un arquitecto cuando tiene que proyectar o
diseñar un edificio. También es un proceso cognitivo de gran importancia en tareas comunes, como recordar dónde hemos aparcado el coche, armar un mueble, saber a cuánta distancia estamos para tomar la próxima desviación o colocar la ropa en una maleta.
A continuación analizaremos algunos de los elementos necesarios para construir eficazmente la representación espacial del entorno. En primer lugar, un elemento básico en la orientación es el del proceso de localización de objetos, haciendo referencia al recuerdo de la posición en un determinado espacio de aquellos elementos que pueden servir como puntos de referencia. Estos elementos,
véase esculturas, edificios, tiendas, el sol, las estrellas, son comúnmente denominadas pistas espaciales. Así, actúan como tales indicándonos por ejemplo dónde debemos hacer un cambio de dirección o ayudándonos a localizar puntos en un mapa (ej. la escultura
de La Maternidad de Botero, como punto de referencia del centro de Oviedo).
Otro de los pilares necesarios en los sistemas de memoria espacial es el conocimiento de las rutas. Éstas pueden configurarse:
•
Siguiendo una secuencia espacial y temporal de aquellos objetos a los cuales les hemos dado el valor de pistas.
• A través del recuerdo de la secuencia de giros o información métrica (ej. todo recto luego la segunda calle a la derecha y después
la primera a mano izquierda).
• Utilizando la combinación de ambas (ej. a 200 metros está la estatua del violinista donde tengo que girar a la izquierda). Este
conocimiento de rutas permite así unir distintos puntos espaciales de un espacio.
Por otra parte, tras sucesivas experiencias se configura el denominado mapa cognitivo. Éste conlleva la adquisición de la disposición espacial general de un entorno donde la información de las pistas, rutas, así como la información métrica, se unen generando
una visión global del espacio similar a la percepción de un pájaro sobrevolando una ciudad. Una vez formado el mapa cognitivo,
seríamos capaces, entre otras cosas, de tomar atajos o rutas alternativas, ya que mentalmente tendríamos clara la representación de
la configuración del entorno.
Por otro lado, son múltiples los factores que pueden influenciar la mejor o peor formación del mapa cognitivo. Uno de ellos es la
morfología del espacio, es decir, su forma y distribución. De hecho, la forma cómo se estructuran y organizan los espacios, es un
factor muy relevante a la hora de orientarnos en los mismos. Así por ejemplo, será más difícil orientarse en ciudades con una disposición irregular, donde no ha habido una planificación previa del plano (ej. casco histórico de Toledo), mientras que en aquellas con
una disposición ortogonal o de damero, donde predominan las líneas rectas en el trazado de las calles, resulta mucho más sencillo
orientarse (ej. Nueva York). También la capacidad de cambio y actualización de la perspectiva desde la cual se adquiere la información del ambiente es un factor de relevancia.
La propiedad por la cual representamos el espacio teniendo en cuenta una orientación específica, se denomina especificación de la
orientación.
Las memorias espaciales que formamos con respecto a un entorno, son dependientes del punto de vista en que las hayamos adquirido. Por ello, es de gran importancia ser lo suficientemente flexibles como para adaptarlas a otros puntos distintos al que han sido
adquiridas. Ejemplos claros de este cambio de perspectivas son los caminos de regreso cuando aprendemos una nueva ruta, o el
momento en el que salimos de la boca del metro y tenemos por un instante que pensar que dirección hemos de tomar para seguir
nuestro camino.
¿Se orientan mejor los hombres que las mujeres?
A lo largo de la literatura en el campo de la cognición espacial, muchos estudios han comparado la ejecución de hombres y mujeres
en diferentes procesos de orientación espacial. Estos han mostrado una gran variabilidad en los resultados debido en parte a las
numerosas funciones cognitivas básicas que subyacen. Sin embargo, de forma general, se podría decir que los hombres son más
eficientes a la hora de orientarse en el espacio, siendo el principal motivo de tal diferencia, el tipo de estrategia utilizada por ambos
sexos. Por un lado, los hombres tienden a prestar más atención a la configuración global del espacio, resultándoles sencillo generar una perspectiva de mapa del entorno. Por su parte, las mujeres tienden a prestar más atención a los distintos elementos que lo
configuran. Por ello, por ejemplo tiene sentido que los hombres interpreten mejor los mapas y las mujeres localicen de forma más
precisa puntos concretos del entorno.
En conclusión, la variable género en sí no determina la capacidad de orientación en una prueba de memoria espacial, sino más bien
la estrategia necesaria para resolver la tarea.
¿Qué sucede durante el envejecimiento?
Los deterioros en la memoria espacial, específicamente en la de localización de objetos, son una de las primeras quejas subjetivas
que aparecen con el envejecimiento. Ejemplos claros de este deterioro es la incapacidad de recordar dónde hemos guardado algún
objeto como las gafas, llaves del coche, el teléfono móvil… Dado el creciente número de casos de pacientes que cursan con enfermedades neurodegenerativas, el número de estudios enfocados a comprender mejor los procesos cognitivos que subyacen a la memoria espacial ha aumentado.
Precisamente, son numerosas las investigaciones que en la actualidad tratan de comprobar si la utilización de test que evalúan de
forma específica la memoria de localización de objetos, pueden servir como marcadores tempranos en la aparición del deterioro
cognitivo leve (Flöel y cols, 2012; Nguyen y cols. 2003).
Por otro lado, los procesos de desorientación, también son un problema en estados avanzados de demencia. Aunque en este nivel
de deterioro, es difícil que se produzca una mejoría significativa y sobre todo que ésta se mantenga, algunos estudios han mostrado
que dar una serie de pautas de orientación sí puede disminuir el grado de ansiedad y estrés que produce sentirse desorientado. A
este respecto, McGilton y cols. (2003) observaron que el simple hecho de colocar una serie de pistas en las paredes de una residencia geriátrica, y entrenar a personas con demencia a utilizar dicha información espacial, reduce por algún tiempo la desorientación,
pero sobre todo observaron una reducción en los niveles de ansiedad que provocaba sentirse perdido.
¿Qué aportan las nuevas tecnologías a la orientación espacial?
A la hora de medir las capacidades de orientación, las técnicas de realidad virtual han supuesto un gran avance. Específicamente,
los entornos de realidad virtual suponen una gran revolución en este campo de estudio, al aunar la precisión metodológica de prue-
bas clásicas con la validez ecológica de los entornos reales (figura 3). Una de las grandes ventajas de estos entornos virtuales es la
posibilidad de medir de forma mucho más precisa y fiable los procesos de cognición espacial. Además, son una buena herramienta
de entrenamiento para mejorar la orientación al medio.
Figura 3. En la imagen se muestra el ejemplo de un entorno virtual (Zancada-Menéndez y cols. 2015).
¿Cómo podemos mejorar nuestro sentido de la orientación?
The path to our destination is not always a straight one. We go down the wrong road, we get lost, we turn back. Maybe it doesn’t
matter which road we embark on. Maybe what matters is that we embark (Barbara Hall).
1. Mantente alerta, presta atención a toda la información de tu alrededor.
2. A la hora de aprender una ruta nueva, de vez en cuando gírate y observa con detenimiento de dónde vienes. Este cambio de perspectiva te será de gran ayuda cuando tengas que realizar el camino de vuelta.
3. Cuando utilices un mapa para orientarte, posiciónalo de tal modo que el lugar de partida y de destino estén alineados. No gires el
mapa a medida que avanzas, mantenlo en la misma posición siempre en línea recta hacia el objetivo.
4. Haz un plan previo de cuál va a ser la ruta a realizar. De esta manera, podrás hacerte una idea general de las distancias y la topografía del ambiente.
5. Realiza el mismo recorrido varias veces, tanto la ida como la vuelta. Esta simple práctica, te permitirá construir y consolidar el
mapa cognitivo del ambiente antes y de forma más precisa.
6. Cuando utilices sistemas GPS, escucha las indicaciones verbales a la par que miras la información de la pantalla. Tener ambos
tipos de información mejorará tu proceso de adquisición.
7. Aprende a utilizar el sol o las estrellas como guía. Te hará mejorar en gran medida la capacidad de orientación al medio. Además
es una información que siempre estará disponible para ser utilizadas en cualquier momento.
Un envejecimiento saludable es posible. Estrategias y métodos de
intervención.
Patricia Sampedro Piquero (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
En la actualidad, el cambio demográfico de nuestro país y del resto del mundo ha hecho que el envejecimiento sea un tema fundamental a tratar desde diferentes perspectivas tanto política, como social o médica. Uno de los factores a los que se debe este envejecimiento de la población es el aumento de la esperanza de vida, como recientemente ha puesto de manifiesto el Instituto Nacional
de Estadística (INE), así como la caída de la fecundidad.
De este modo, a mitad de siglo XXI se espera que el 37,6% de los españoles tenga 65 años o más, lo que equivaldría a unos 16,4 millones de personas, y esta tendencia se mantendrá en los años siguientes (Christensen y cols., 2009). De esta forma, en los últimos
años, la investigación en el campo del envejecimiento se ha centrado en conocer cómo diferentes hábitos saludables pueden mejorar nuestra calidad de vida a medida que nos vamos haciendo mayores.
En este capítulo no te daremos fórmulas ni elixires mágicos para envejecer saludablemente, sino estrategias de acción que cuanto
antes pongas en marcha, tanto tu cuerpo como tu cerebro te lo agradecerán. Así, como ya dijo el famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos “Hoy, sólo con una dosis moderada de prevención, la expectativa de una vida completa y saludable no es el privilegio de unos
pocos, sino la suerte de la mayoría”.
Nuestros mayores no son lo que eran: cambios en la sociedad y en la visión del envejecimiento
No mires al pasado con aflicción. Ya no vuelve. Sabiamente, mejora el presente. Es tuyo. Ve al encuentro del sombrío futuro, sin
miedo, y con un viril corazón (Henry Wadsworth Longfellow)
Tradicionalmente, la vejez se ha asociado a un estado de deterioro y pérdida de capacidades físicas y mentales. Afortunadamente,
la evolución de la sociedad actual y la mayor calidad de vida en los países industrializados están ayudando mucho a cambiar estas ideas hacia una cultura positiva del envejecimiento. No es cierto que los avances médicos y científicos hayan logrado alargar la
duración máxima de la vida humana. El máximo de edad conocido en los humanos (alrededor de los 115-120 años) no parece haber
cambiado, lo que sí se ha conseguido, sin embargo, es que cada vez más personas lleguen a edades que antes sólo alcanzaban algunos privilegiados. Por tanto, lo que se ha incrementado es la expectativa de vida, pero no la duración de la vida humana, debido
a que la investigación nos ha ido aportando mucho conocimiento sobre aspectos relacionados con el envejecimiento que antes se
desconocían.
Todos estos conocimientos nos han permitido ir rompiendo con los estereotipos clásicos sobre la vejez. Así, lejos nos quedan ya
aquellas concepciones erróneas del envejecimiento que Cicerón, hace ya más de dos mil años, plasmó en su libro De Senectute,
donde las personas mayores eran consideradas como improductivas, poco comprometidas, inflexibles, enfermas, conservadoras o
sabias y con mayor experiencia, en el mejor de los casos. Afortunadamente, estudios como el realizado por Fernández-Ballesteros
y cols. (2009) muestran cómo las personas jóvenes experimentan con mucha más frecuencia emociones negativas como la tristeza, miedo, vergüenza, ansiedad o irritación en comparación a una muestra de personas mayores, e incluso más sorprendente es el
hecho que emociones positivas como la sensación de cumplimiento con lo prometido, la compasión o el sosiego son más frecuentes
en personas mayores (Figura 1).
Figura 1. Frecuencia de emociones positivas y negativas en una muestra de personas jóvenes (21 a 30 años) y de mayores a partir de los 60 años.
Del mismo modo, encuestas generales sobre cómo perciben las personas jóvenes a los mayores también han mostrado un cambio
importante de la visión que se tenía en la década de los 90 respecto a la de nuestros días. Así, cada vez se les ve con una mayor capacidad para aprender cosas nuevas, activos y comprometidos con la sociedad, e incluso con una buena salud para disfrutar de una
vida plena tras la jubilación (Figura 2).
Ver vídeo (youtube.com/watch?v=G8iLo2JYNqc)
Figura 2. Resultados de encuestas realizadas a personas jóvenes en 1991 y 2005 acerca de su visión de las personas mayores y
en envejecimiento. Se puede observar como se ha ido avanzando hacia una concepción mucho más positiva y activa de nuestros
mayores.
En conclusión, por tanto, conceptos como envejecimiento activo, autonomía, independencia y calidad de vida comienzan a ser
habitualmente empleados cuando nos referimos a los mayores de nuestra sociedad actual y su empleo revela un cambio total en la
sensibilidad respecto al envejecimiento contemplándolo con un período todavía lleno de oportunidades.
Un nuevo reto por delante: envejecimiento activo
Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo (Sófocles)
Hoy en día, las personas mayores son, en buena parte, activas, sanas y se cuidan para ser independientes y autónomas el mayor
tiempo posible.
La Organización Mundial de la Salud definió el envejecimiento activo como el proceso de optimización de oportunidades de salud, participación
y seguridad con el objetivo de mejorar la calidad de vida a medida que las personas envejecen (OMS, 2001). Es por tanto un concepto en el que
se resalta la idea de potenciar las capacidades de la persona cuando envejece permitiéndole preservar su autonomía, dignidad y ofreciéndole
igualdad de oportunidades. En relación a esta definición, habría 5 pautas necesarias para potenciar ese envejecimiento activo:
1. Tener una buena salud: prevención y promoción de salud.
2. Tener un buen funcionamiento físico.
3. Tener un buen funcionamiento mental.
4. Ser independiente y autónomo.
5. Vinculación y participación social.
Para ello es necesario impulsar políticas sociales y proyectos interdisciplinares que promuevan estas cinco pautas a través de programas preventivo-educativos a la vez que recreativos, llevados a cabo por profesionales y que permitan atender a las necesidades
de todas las personas mayores.
Evidentemente también, el aumento de la esperanza de vida hace que las enfermedades neurodegenerativas y cardiovasculares sean
cada vez más frecuentes en nuestra sociedad, por lo que estas estrategias preventivas también irían dirigidas a evitar la aparición de
estos problemas.
¿Qué hacer para envejecer mejor?
El cuerpo se me arruga, es inevitable, pero no el cerebro. Mantén tu cerebro ilusionado, activo, hazlo funcionar y nunca degenerará (Rita Levi-Montalcini)
Actividad física
Existe abundante evidencia científica de que la actividad física puede producir enormes beneficios para la salud de las personas mayores. Sin embargo, son todavía muchas las personas mayores que no participan regularmente en este tipo de actividades debido a
ideas equivocadas como que hay que estar sano para hacer ejercicio, que se es demasiado mayor para hacer estas actividades o que
no se tiene ropa ni material especial. Para todos aquellos que tienen estas ideas hay que poner de relieve que la actividad física se
refiere a una gama amplia de actividades y movimientos que incluyen actividades cotidianas, tales como caminar en forma regular y
rítmica, jardinería, tareas domésticas pesadas o baile, para las cuales todos estamos preparados.
Los beneficios de la actividad física están bien documentados. Existe evidencia de que una vida sedentaria es uno de los riesgos de
salud modificables más altos para muchas condiciones crónicas que afectan a las personas adultas mayores, tales como la hipertensión, las enfermedades del corazón, el accidente cerebro-vascular, la diabetes, el cáncer y la artritis. Aumentar la actividad física
después de los 60 años tiene un impacto positivo notable sobre estas condiciones y sobre el bienestar general.
En la siguiente tabla pueden ver algunos de los beneficios, tanto sobre la salud física como mental, que nos aporta este tipo de actividades:
Actividad mental y nivel educativo
Por otro lado, los estudios con roedores sometidos a distintos programas de ejercicio nos han permitido conocer los efectos positivos de esta intervención a nivel cerebral.
Por ejemplo, se ha observado que la actividad física es capaz de aumentar la proliferación de neuronas nuevas en el hipocampo,
región cerebral altamente implicada en procesos de aprendizaje, memoria y regulación de los niveles de estrés.
Adicionalmente, otro de sus beneficios sobre el sistema vascular, ya que ha mostrado aumentar el número de vasos sanguíneos
nuevos permitiendo un mayor aporte de oxígeno y nutrientes a las neuronas. Además, diferentes proteínas conocidas como factores
de crecimiento aumentan su expresión, lo cual parece favorecer un microambiente positivo para el mantenimiento de esas nuevas
neuronas.
Por último, el bienestar psicológico y la reducción de la ansiedad promovida por el ejercicio se entiende si observamos su impacto
sobre la secreción de cortisol (corticosterona en roedores) cuyos niveles se reducen tras este tipo de intervenciones (Cotman y Berchtold, 2002).
Ver vídeo (Antena3 - El Hormiguero)
Estudios recientes han mostrado que la participación en un estilo de vida activo, a través de actividades que promuevan la estimulación mental, puede ayudar a reducir el riesgo de demencia y constituir una medida prometedora de salud (LoGiudice y Watson,
2014).
El nivel educativo es uno de los factores más estudiados. Así, aunque se ha demostrado que la educación no previene el inicio de
Alzheimer, quizás proporciona protección contra la manifestación clínica de sus síntomas (Snowdon y cols., 1996).
En sujetos con alto nivel educativo, el grado de atrofia cerebral que acompaña a una demencia como la enfermedad de Alzheimer
puede ser mucho más severo que en casos de bajo nivel educativo, pero curiosamente las alteraciones cognitivas que presentan puede que sean mucho más leves. Los estudios post-mortem han permitido observar signos neuropatológicos propios de la demencia
de Alzheimer, como ovillos neurofibrilares o placas seniles, en cerebros de personas mayores que nunca tuvieron deterioro cognitivo (Neuropathology Group, 2001). Sin embargo, en el momento en el que los síntomas clínicos aparecen, los sujetos con alto nivel
educativo muestran un declive mucho más rápido, probablemente debido a que el grado de patología cerebral ya se encuentra muy
avanzado. Todos estos datos proporcionan la base de la hipótesis conocida como reserva cognitiva y cerebral promovida por el tipo
de actividades mentales que llevemos a cabo durante nuestra vida.
En relación a esto, un estudio reciente ha observado que aquellas personas que han desempeñado durante su vida profesiones en
las que se requiere supervisar, organizar o dirigir presentan una reducción de la atrofia hipocampal que suele acompañar al envejecimiento normal (Suo y cols., 2012). Además, el aprendizaje de un idioma nuevo, un instrumento musical o el manejo de las nuevas
tecnologías también suponen desafíos mentales capaces de favorecer la formación de una reserva cerebral.
Figura 3. El estudio realizado por el científico Snowdon en un convento con 678 monjas mostró la importancia de un estilo de vida
activo para hacer frente a la patología propia de la demencia de Alzheimer (placas seniles y ovillos neurofibrilares). Así, aunque un
cerebro posea todos los signos neuropatológicos de una demencia de Alzheimer no se tienen porqué manifestar los síntomas clínicos si nuestra reserva cognitiva y cerebral nos permiten compensar esas alteraciones.
Alimentación
Cuidar nuestra alimentación es algo fundamental durante todo el ciclo vital, pero ¿por qué es mucho más relevante durante el envejecimiento? La respuesta es que durante estas edades se producen alteraciones funcionales, por ejemplo, en el aparato digestivo que
pueden llevar a un estado de desnutrición:
· Disminuyen las papilas gustativas y la capacidad olfativa.
· Disminuye la producción de saliva.
· El tránsito de alimentos al esófago es mucho más lento.
· Hay una menor secreción de ácido en el estómago lo cual afecta a la digestión de los alimentos.
· Es frecuente la intolerancia a la lactosa lo que limita el consumo de lácteos.
· Se altera la capacidad de masticación.
· Pobre soporte social y familiar, y consecuente aumento de soledad.
En consecuencia, es fundamental cuidar la alimentación en estas edades ya que aunque las personas mayores necesitan de una menor cantidad de energía que el resto de la población, hay nutrientes que son fundamentales y que deben de ser aumentados, como
por ejemplo el calcio y la vitamina D. En la siguiente pirámide nutricional se muestra la frecuencia de consumo de cada uno de los
distintos grupos de alimentos para una persona de 70 años de edad.
Por otra parte, la vitamina F, más conocida como omega-3, ha mostrado ser un buen aliado contra los problemas de memoria, para
aumentar la fuerza muscular y para ayudar en la prevención, así como, en la recuperación, de las enfermedades cardiovasculares.
Así, una importante investigación del Hospital de Rhode Island (EE.UU.) constató un vínculo entre los suplementos de omega-3
y la función cognitiva de los ancianos. Los investigadores estudiaron la evolución de 819 ancianos, 117 de los cuales tomaron su-
plementos de aceite de pescado. Posteriormente, gracias a resonancias magnéticas a las que se sometieron todos los participantes,
los científicos observaron una relación positiva entre la ingesta de los suplementos y un incremento del volumen cerebral en áreas
cruciales para la memoria y el pensamiento (la corteza cerebral y el hipocampo).
Relaciones sociales e intergeneracionales
La falta de vínculos sociales, la ausencia de contactos interpersonales que posibiliten un grado de comunicación e intercambio
personal, y las relaciones sociales insatisfactorias pueden conllevar riesgos para la integración social de las personas mayores, por
ejemplo, en la viudedad, en la pérdida de personas coetáneas, y, en términos generales, puede suponer la falta de una persona de
confianza con la que compartir momentos y pensamientos. Estos riesgos implican una cierta vulnerabilidad psíquica y física, así
como sensaciones de malestar emocional que se convierten en una pérdida de bienestar general.
Como podemos ver el concepto de soledad es a veces mal entendido, así un estudio muy interesante realizado por Rubio y Aleixandre (2001) intentó determinar qué entienden en concreto las personas mayores por estar solo/a y sentirse solo/a. Los resultados
fueron los siguientes:
1. Un sentimiento de vacío y tristeza.
2.La pérdida de las personas queridas.
3.El hecho de no tener a nadie como apoyo, haciendo referencia a la falta de contactos sociales y/o familiares.
4.La ausencia de familia o tenerla lejos.
5.El sentimiento de no sentirse útil para los demás.
El resultado de este trabajo y otros similares nos muestra cómo las personas mayores valoran muy positivamente las relaciones
sociales con otras personas para compartir la vida. Además, las relaciones interpersonales impulsan la participación social y, por
tanto, son un aspecto clave para el envejecimiento activo. Junto a esto, previenen riesgos de dependencia y ayudan a mantener la
independencia, a la vez que fomentan la autonomía personal.
Otros de sus beneficios son los siguientes:
Por último, en la sociedad actual cada vez son más frecuentes las relaciones sociales intergeneracionales en las que niños o jóvenes
y personas mayores comparten actividades, experiencias y conocimiento. Los resultados de este tipo de actividades muestran que
aproximadamente el 95,3% de las personas mayores que participaron en este tipo de programas afirman sentirse mucho más activas, autónomas, así como útiles para los demás. Por su parte, las personas jóvenes han cambiado la percepción que tenían sobre el
envejecimiento y comienzan a verles con mejor salud de lo que creían, más felices y satisfechos con su vida (Figura 5).
Beneficios de las relaciones intergeneracionales tanto para las personas mayores como para los jóvenes. Así, además de la mejor
comprensión mutua, disfrute y amistad que se forman entre ambos, este tipo de relaciones mejoran la salud y bienestar de nuestros mayores.
Conclusiones
Todos estos datos muestran cómo, aunque en el envejecimiento haya ciertos déficits psíquicos y físicos, nuestro estilo de vida tiene
mucho que decir acerca de cómo va a ser nuestra forma de envejecer. De esta forma, hábitos tan sencillos y fáciles de realizar todos
los días como caminar 30 minutos, leer el periódico, hacer crucigramas, comer de forma sana, relacionarnos con los demás y, para
los más intrépidos, aprender un idioma nuevo o a tocar un instrumento musical, pueden ser acciones que además de placenteras
supongan grandes beneficios para nuestro cuerpo y cerebro.
Viernes y tengo invitados a cenar. Una aproximación a las funciones de la corteza prefrontal.
Laudino López Álvarez (Departamento de Psicología, Universidad de Oviedo)
Hagamos, en primer lugar, una pequeña introducción a las funciones de la corteza cerebral. Anatómicamente, nuestra corteza
cerebral está dividida en cuatro lóbulos (figura 1): el lóbulo frontal, bien delimitado posteriormente por la cisura central o de Rolando y ventralmente por la cisura lateral o de Silvio, el lóbulo parietal, el lóbulo temporal y el lóbulo occipital, localizado en la parte
posterior del cerebro. Con los sucesivos avances en el conocimiento de la estructura y función de dichos lóbulos, hoy en día podemos adjudicarles distintas funciones.
LÓBULO PARIETAL
LÓBULO FRONTAL
LÓBULO TEMPORAL
LÓBULO
OCCIPITAL
Figura 1. Vista lateral del hemisferio izquierdo con la ubicación de los cuatro lóbulos.
Como se puede observar en la figura 2, el lóbulo occipital está dedicado por completo a la visión. A él llegan las imágenes captadas
en la retina y es en esa zona de la corteza en donde son procesadas y analizadas, de tal manera que podemos apreciar el color, el
movimiento o la forma. De dicho lóbulo la información visual se transmite en dos direcciones. Una se dirige hacia la parte superior
y finaliza en el parietal. Es la llamada corriente dorsal o vía del dónde, y es imprescindible para la localización de los objetos espacialmente, algo necesario si tenemos que introducir la tarjeta bancaria en el cajero automático o coger el vaso situado sobre la mesa
para beber. La otra vía visual se dirige hacia el lóbulo temporal. Constituye la llamada vía del qué o corriente ventral. Es la vía por
la que podemos saber qué es lo que estamos viendo. Incluso hay estudios que han demostrado que en el córtex temporal tenemos
localizaciones diferentes para el nombre de las cosas, los animales y las personas. Ello explica por qué algunas personas tienen dificultades a la hora de reconocer animales y no objetos comunes como las gafas o una llave, lo que se conoce como agnosia visual (en
este caso para una categoría específica).
CORTEZA MOTORA
PRIMARIA Y PREMOTORA
CORTEZA SENSORIAL
PRIMARIA (dolor,
tacto, frío, calor ….)
La vía de la visión dorsal se
dirige al parietal y nos
permite saber dónde están
los objetos que veo
Figura 2. Localización de algunas funciones corticales en el hemisferio izquierdo.
En la figura 2 también podemos observar que en el lóbulo parietal, justo por detrás de la cisura de Rolando, se localiza la corteza
sensorial primaria. Esta parte de la corteza es la encargada de nuestras sensaciones cutáneas y propioceptivas. Es gracias a ella por
la que somos capaces de percibir la temperatura, el dolor, la textura de las cosas, la vibración o las sensaciones internas.
Posteriormente a esta zona cortical se situaría la corteza sensorial de asociación que incluso nos permite saber qué es lo que estamos tocando.
Las funciones motoras están localizadas en el lóbulo frontal, como muestra la figura 2. El área motora primaria se localizaría por
delante de la cisura central y el área premotora por delante de ésta. Esta zona cortical es importante para la realización y coordinación de nuestros movimientos y la lesión de estas estructuras provocaría una parálisis contralateral o una paresia. También se ubica
en el lóbulo frontal nuestra capacidad para dirigir la mirada de forma voluntaria en cualquier dirección es la zona cortical conocida
como el campo ocular frontal.
Finalmente, la corteza ubicada alrededor de la cisura lateral o de Silvio es importante para nuestro lenguaje (ver figura 3). En el
lóbulo temporal tendríamos el área auditiva primaria, que nos permite diferenciar los diferentes sonidos que llegan desde el oído
interno, y en la zona posterior al área auditiva primaria la denominada área de Wernicke, que cumple un papel importante en nuestra comprensión del lenguaje. En la parte frontal, limitando con la cisura lateral, se ubica el área de Broca, de especial relevancia
para nuestra producción del lenguaje hablado. Y, por último, en el parietal nos encontramos con el giro angular que es necesario
para nuestra capacidad de leer los grafemas.
ÁREA DE BROCA
(producción del
lenguaje hablado)
CÓRTEX AUDITIVO
PRIMARIO
ÁREA DE WERNICKE
(comprensión del
lenguaje)
GIRO ANGULAR
(lectura y escritura)
Figura 3. Localización en el hemisferio izquierdo de las funciones lingüísticas.
Además de las distintas funciones de la corteza cerebral, expuestas de forma resumida, no debemos olvidarnos de dos estructuras
subcorticales, ubicadas en la profundidad del lóbulo temporal, de especial importancia para nuestras emociones y nuestra memoria. Se trata, respectivamente, de la amígdala y del hipocampo. La amígdala es importante por su rápida respuesta ante situaciones amenazantes y su participación en la percepción de las emociones faciales en nuestras interacciones sociales. El hipocampo es
transcendental para nuestra capacidad de almacenar y recuperar los frutos de nuestro aprendizaje que conforman nuestra memoria
y nuestros recuerdos.
Llegado a este punto hemos adjudicado y distribuido por la corteza cerebral las principales funciones de ésta.
Pero, como se observa en la figura 4, hay una parte de nuestra corteza cerebral que parece no tener funciones asignadas. De hecho,
una lesión en esa parte de la corteza no causa problemas motores, ni del lenguaje, ni sensoriales. Tampoco altera nuestra capacidad
de memoria a largo plazo o nuestra respuesta emocional ante amenazas potenciales. Por ese motivo, esa parte de la corteza cerebral
fue conocida durante mucho tiempo como el cerebro silencioso. Ahora bien, partamos de la base de que las funciones anteriormente mencionadas son correctas y que no hay alteraciones en las mismas. Aun así, nos quedan algunas preguntas por responder:
¿Cómo decidimos a qué prestar atención? ¿Cómo decidimos qué objeto tocar o cuándo movernos? ¿Cómo planificamos y ejecutamos las tareas o los recados? ¿Cómo logramos comportarnos adecuadamente mientras cenamos en un restaurante o escuchamos
una conferencia?
En resumen, ¿cómo logra el cerebro orquestar la actividad de millones de neuronas para producir un comportamiento que es intencional, coordinado, adaptado y se extiende a través del tiempo? Pues esa es, precisamente, la función de esa zona de corteza conocida como corteza prefrontal, llamada así por estar ubicada en parte anterior del lóbulo frontal.
MOVIMIENTOS
Figura 4. ¿Qué funciones son las que realiza esa parte del lóbulo frontal?
Para explicar de forma más concreta y aplicada algunas de sus funciones, vamos a utilizar, como ejemplo, la preparación de una
cena de cumpleaños a la que nuestro protagonista ha invitado a tres compañeros de trabajo. Antes de desarrollar la historia, y para
una mejor comprensión, hemos de señalar que la corteza prefrontal tiene dos grandes divisiones en base a su origen embriológico y
a sus funciones: la denominada corteza prefrontal dorsolateral (CPDL) y la corteza orbitofrontal (CPO), llamada así por estar situada justo por encima de las órbitas oculares (ver figura 5).
Nuestro protagonista se llama Pepe. Vive en Madrid frente a la parada de metro Urgel y trabaja en un banco en Madrid, próximo
a la parada de metro de Nueva Numancia. El viernes es su cumpleaños y ha invitado a cenar a su casa a tres de sus compañeros
de trabajo: Luis, Rodrigo, conocido por todos como el simpático, y Rebeca. Pepe piensa en una cena con la que pueda quedar bien
frente a Rebeca, por la que siente cierta atracción y, aunque no es un experto cocinero, decide preparar, como plato principal, una
lubina al horno.
Tiene un libro de cocina y lee la receta para saber qué ingredientes necesita: una lubina de 1200 Kg, patatas, pimiento verde, tomate, cebolla, ajo y vino blanco. Su plan consiste en ir al centro comercial de la parada de metro de la Cruz del Rayo después de salir
del trabajo a las 3 de la tarde.
La capacidad de planificación es una de las conductas reguladas por la CPDL. En general, las funciones dependientes de la CPDL se
conocen como funciones ejecutivas y comprenden las tareas que requieren planificación, conductas guiadas a un objetivo, memoria
de trabajo, atención, clasificación y flexibilidad cognitiva.
Corteza prefrontal
dorsolateral (CPDL)
Corteza prefrontal
orbitodorsal (CPO)
Figura 5. Principales divisiones de la corteza prefrontal.
Para la realización correcta de un plan (preparar una cena como en el caso de nuestro protagonista) es necesario enumerar y programar los pasos a seguir de una forma lógica, y tener en cuenta ciertas cuestiones: ¿qué ingredientes necesito? ¿De qué tiempo
dispongo y cuánto tiempo requiere preparar la receta? ¿Por dónde empezar la tarea y en qué orden voy a hacer estas cosas? ¿Qué
voy a hacer si durante la realización del plan surge algún contratiempo?
Los sujetos con lesiones prefrontales dorsolaterales tienen muchas dificultades para planificar y organizar sus vidas. Wilder Penfield, famoso neurocirujano canadiense del siglo pasado, describe el caso de su hermana (a quien le extirparon un tumor frontal
grande) de la siguiente manera: “Antes de la cirugía era una excelente cocinera y, aunque conservó sus habilidades básicas para
cocinar, tras la operación parecía incapaz de organizar su comportamiento para que todos los elementos de la comida estuvieran listos al mismo tiempo. En la realización de la tarea se movía al azar, de modo que una parte de la comida podía quemarse
mientras que otras ni siquiera se habían iniciado”.
Los psicólogos han desarrollado diversas tareas con el fin de evaluar las capacidades de planificación de los sujetos. Con ellas han
demostrado la participación del córtex prefrontal dorsolateral en la planificación, como ocurre cuando se realiza el Test de la Torre
de Londres. Shallice y Burgess (1991) demostraron los problemas que sujetos con lesiones prefrontales tienen para realizar determinadas tareas que se les solicita en el interior de un centro comercial utilizando el Multiple Errands Test: los sujetos entraban en
tiendas en las que no debían entrar o visitaban más de una vez locales que ya habían visitado.
En nuestro caso, Pepe debe, en primer lugar, planificar la ruta correcta en el metro para desplazarse desde el trabajo al centro
comercial y desde éste hasta su casa para preparar la cena (ver figura 6). Posteriormente, deberá enfrentarse a los diferentes pasos
que requiere la preparación de la cena. Las lesiones en la CPDL impiden que ambas tareas se ejecuten de forma correcta.
compra al Carrefour
de la Cruz del Rayo
después de salir del
trabajo. Después irá
a su casa en la
parada de Urgel.
Debe planificar la
mejor ruta en el
metro
Figura 6. Plano del metro de Madrid
La CPDL, conjuntamente con la corteza cingulada anterior, también perteneciente al córtex prefrontal, regula los procesos atencionales y es quien decide a qué estímulos atender o qué estímulos hay que inhibir.
Como señala Goldberg en su libro El cerebro ejecutivo (2002): “La capacidad para seguir un plan interno e inhibir la tendencia
natural surge relativamente tarde en la evolución. La capacidad para responder a estímulos externos es el primer atributo de un
cerebro primitivo, y la evolución del cerebro se caracteriza por la transición lenta y laboriosa desde un cerebro que simplemente
reacciona hasta un cerebro capaz de sostener una acción deliberada y sostenida”.
Esta capacidad de atención se pone a prueba cuando debemos inhibir respuestas que surgen de forma automática. Una de las pruebas más utilizadas para demostrar esta capacidad es el Test de Stroop, que utiliza nuestra tendencia natural a leer las palabras que
vemos escritas solicitándonos su inhibición. A modo de ejemplo, tratemos de decir de forma rápida el color en el que están escritas
las palabras de la siguiente lista:
Esta incapacidad para inhibir y no atender a los estímulos ambientales en pacientes con lesiones prefrontales se observa en la
denominada conducta de utilización y de imitación. La conducta de utilización consiste en que el paciente usa lo que encuentra en
su medio como reacción primaria al estímulo. Si encuentra un peine se peina, si encuentra un vaso con agua bebe, si encuentra un
lápiz escribe, si encuentra unas gafas se las pone. En los casos más extremos, el comportamiento dependiente del ambiente toma la
forma de imitación directa, llamada ecolalia (imitación del habla) o ecopraxia (imitación de la acción).
En nuestro caso, Pepe sabe que no dispone de mucho tiempo desde que sale del trabajo hasta la hora de la cena, y que debe darse
prisa para ir al centro comercial, comprar lo que necesita y volver a casa para preparar la cena. En el caso de que su capacidad de
inhibición no fuera la correcta, podría haber muchas situaciones que comprometerían su correcta ejecución. A modo de ejemplos:
Pepe juega al futbol sala con un grupo de amigos, y en su camino al centro comercial, en busca de la lubina, encuentra unas botas
rebajadas y no puede evitar entrar en la tienda a comprarlas; o se encuentra con un amigo al salir del trabajo y se va con él a tomar
una cerveza en lugar de dirigirse a realizar la compra.
Por otra parte, si bien los sujetos con lesiones prefrontales no son sujetos amnésicos, muestran deficiencias en un tipo de memoria
dependiente de la corteza prefrontal dorsolateral. La llamada memoria de trabajo o working memory. Este tipo de memoria es la
que se utiliza para mantener la información de forma activa y poder operar con ella. Constituye la base para realizar operaciones
matemáticas mentalmente (sumar tres cantidades por ejemplo) o para realizar una lectura comprensiva (debemos mantener en
nuestra mente lo leído anteriormente para entender el texto que viene a continuación). Además de la memoria de trabajo, las lesiones prefrontales también afectan a la memoria episódica y al recuerdo del orden temporal en el que ocurren las actividades.
La memoria episódica hace referencia al contexto en el que se ha adquirido cierta información. Y en ocasiones es necesario recordar dónde aprendimos algo: si estamos haciendo una receta de cocina no necesitamos saber dónde la hemos aprendido, pero si no
recordamos un ingrediente resulta útil saber dónde encontrar dicha información.
Los problemas que presentan los pacientes con lesiones prefrontales en cuanto a la fuente de información o al orden temporal de
los hechos ocasiona en muchas ocasiones la aparición de las llamadas confabulaciones. Si les preguntamos dónde han leído tal cosa
no lo recuerdan y pueden rellenar ese recuerdo con situaciones inventadas. Pepe, en el caso de que no lleve la receta de la lubina al
horno con él, debe utilizar su memoria de trabajo para recordar qué ingredientes necesita y también para saber qué ha comprado ya
y qué le falta por comprar.
En muchas situaciones es necesario modificar un plan establecido debido a que las circunstancias nos impiden llevarlo a cabo. Esto
requiere el abandono de la idea o plan inicial y cambiar la estrategia. Para ello es necesario tener la capacidad de generar nuevas
estrategias dentro de las posibilidades que existen.
En la evaluación neuropsicológica se utiliza el Test de Clasificación de Tarjetas de Wisconsin para esta función. Los sujetos deben
ordenar las tarjetas en función de ciertas categorías (por número o color por ejemplo) y cuando lo consiguen se les fuerza para que
busquen otra forma de clasificar. Cuando nuestro protagonista llega a la pescadería del centro comercial se percata de que no hay
lubina y ello requiere un cambio de plan.
Debe tener la suficiente capacidad para generar un nuevo plan alternativo y no empeñarse en el anterior, que le obliga a buscar otra
pescadería aunque no disponga de tiempo para ello. Incluso durante la preparación de la cena debe contar con suficiente flexibilidad cognitiva para cambiar de tarea de forma alternativa. Por otra parte, la CPDL también es importante para nuestro razonamiento abstracto y nuestra capacidad para categorizar.
Los psicólogos utilizan diversas pruebas para este fin, desde la interpretación de refranes o proverbios o la clasificación de diferentes objetos o alimentos en diversas categorías en base a sus propiedades semánticas o perceptivas. En nuestra vida diaria utilizamos
este conocimiento cuando estamos en el interior de un supermercado sabemos que los tomates o los pimientos los vamos a encontrar en la sección de verduras, por ejemplo, o que el lavavajillas no se encontrará en la zona de bebidas.
Finalmente, las lesiones en la CPDL también afectan a la conducta y a la personalidad de los sujetos. Producen un cuadro clínico
que se conoce como síndrome prefrontal dorsolateral y que se manifiesta con cambios depresivos, humor triste, indiferencia afectiva, hipoespontaneidad verbal, acinesia, apatía y falta de iniciativa para la acción, desinterés por el mundo exterior, por el pasado y
el futuro.
El síndrome dorsolateral se ha conocido como síndrome seudodepresivo (Blumer y Benson, 1975) porque produce un comportamiento que simula el de un paciente severamente deprimido. La característica más notable del comportamiento del lesionado
prefrontal dorsolateral es una incapacidad para iniciar y terminar cualquier comportamiento. Si nuestro personaje protagonista
padeciese este síndrome, no habría tenido nunca la iniciativa de preparar e invitar a sus amigos a una cena de cumpleaños.
Por otra parte, las lesiones en la corteza prefrontal orbitofrontal (sobre todo en la parte medial también llamada ventromedial) ocasionan principalmente problemas de conducta y de personalidad.
Esta corteza es importante para la inhibición de respuestas motoras inapropiadas mediante sus proyecciones a la corteza motora,
premotora y estructuras subcorticales, como los ganglios basales y el cerebelo (a éste a través de los núcleos del puente), y también
es importante por su control sobre las emociones regulando la amígdala y el hipotálamo.
Posiblemente el paciente con problemas de conducta más famoso, y que llegó a nuestro conocimiento a través del relato que realizó
el médico que lo atendió, fue el del paciente Phineas Gage (figura 7). Un reputado capataz que, tras un accidente fortuito, una barra
de hierro le atravesó la corteza prefrontal dañando sus corteza orbitofrontal (el caso está descrito en el libro El error de Descartes
de Antonio Damasio, 1994).
Figura 7. Paciente Phineas Gage
La conducta de los sujetos con lesiones orbitofrontales se manifiesta con comportamientos desinhibidos, pueriles, egocéntricos,
fanfarrones y a veces megalomaníacos o maníacos. Los pacientes siempre se ven optimistas y eufóricos. Generalmente muestran un
comportamiento hiperactivo pero improductivo (hace de todo y nada). A veces presentan hipersexualidad y bulimia. Los pacientes
están emocionalmente desinhibidos. Su tono emocional oscila constantemente entre la euforia y la irritabilidad con una franca deficiencia en el control de impulsos.Hacen lo que les apetece cuando les da la gana sin mostrar ninguna preocupación por las normas
sociales. No tienen previsión por las consecuencias de sus actos, pueden incurrir en robos, comportamiento sexualmente agresivo,
conducción imprudente y otras conductas antisociales.
Al síndrome orbitofrontal también se le llama síndrome pseudo-psicopático (Blumer y Benson, 1975), porque algunos pacientes
pueden incurrir en comportamientos antisociales. Un paciente con el síndrome orbitofrontal puede distinguir lo correcto de lo erróneo y pese a todo ser incapaz de utilizar este conocimiento para regular su comportamiento. Un buen ejemplo de conducta desinhibida lo proporciona Goldberg en el libro El cerebro ejecutivo (2002).
Cuenta que va a visitar un hospital en el que hay un paciente de 42 años, con lesión frontal tras un accidente de tráfico a los 25 años,
que participa en un programa de rehabilitación. Está acompañado de la doctora del centro. Goldberg le pregunta: ¿Le gusta estar
aquí en este programa? No, contesta el paciente, ¿Por qué no? Porque estoy cachondo, doctor, y esta bruja (señalando a la doctora
con una socarrona sonrisa) no es de mucha ayuda... ¿tiene usted alguna hija para mí, doctor? (me da palmadas en la rodilla, guiña
el ojo y se ríe amistosamente)... ¿No le importa mi libertad de pensamiento, verdad?
Los problemas que manifiestan estos pacientes en cuanto al deterioro de su conducta social han sido objeto de investigación por
parte de diversos autores. Posiblemente las dos teorías explicativas que más apoyos han recibido han sido la Teoría del Marcador
Somático del grupo de Damasio y la Teoría de la Mente del grupo de Baron-Cohen.
Según explica Damasio, un marcador somático es un cambio corporal que refleja un estado emocional, ya sea positivo o negativo,
que puede influir en las decisiones tomadas en un momento determinado. La anticipación de las posibles consecuencias de una
elección genera respuestas somáticas de origen emocional que guían el proceso de la toma de decisiones.
Las respuestas surgidas de la anticipación de las posibles consecuencias de una elección tienen su origen en la reacción emocional
producida por decisiones que se tomaron anteriormente. El marcador somático facilita y agiliza la toma de decisiones, especialmente en la conducta social, donde pueden darse situaciones de mayor incertidumbre.
¿Y qué ocurrió con nuestro personaje y sus invitados? Pepe realizó su plan de forma impecable. No tiene ningún trastorno prefrontal y su objetivo lo realizo de forma correcta. Le dio tiempo a comprar y a preparar la cena. El problema apareció durante la cena.
Resulta que Rodrigo, el simpático de la oficina, resultó ser una persona absolutamente desinhibida y sin mucho control de las situa-
ciones sociales. Se pasó toda la cena contando chistes verdes y haciendo continuos comentarios con connotaciones sexuales hacia
Rebeca, insensible a las caras de desagrado del resto de comensales.
Además, Pepe se percató de que Rebeca no se sentía atraída por él y que sus miradas y anhelos estaban más destinados hacia Luis.
Con el paso de los días, Pepe sufrió una depresión y su amígdala hiperactivada provocó una hipoactivación de su córtex prefrontal
que no logra controlarla.
Tras consultar con varias personas le dijeron que podía tomar antidepresivos que actuarían sobre la amígdala o podría ir a un psicólogo que con terapia cognitiva lograría reactivar su córtex prefrontal y, de este modo, controlar a la amígdala. Pepe optó por esta
solución.
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Agradecimientos
La elaboración de este libro ha sido posible gracias al apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT). A
ellos agradecemos su aportación, además de los autores de los capítulos, tan receptivos a la hora de participar en las actividades
promovidas por la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación de la Universidad de Oviedo (UCC+i)
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