las farc, hugo chávez y ¿la conexión cubana?

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PROYECTO CUBA-VENEZUELA
Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos
Universidad de Miami
Mayo, 2008
LAS FARC, HUGO CHÁVEZ Y ¿LA CONEXIÓN CUBANA?
Los vínculos del gobierno cubano con la subversión colombiana se remontan a la década de los
sesenta, con el abierto apoyo, financiamiento y entrenamiento a los grupos de Fabio Vázquez
Castaño, con el tiempo convertido en “respetable” hombre de negocios asentado en Cuba, y la
exaltación de la figura del sacerdote Camilo Torres, incorporado a las guerrillas, y quien poco
tiempo después cayera en combate.
En aquellos tiempos los grupos de Manuel Marulanda, “Tirofijo”, ya de tiempo campeando en la
“república independiente de Marquetalia” y las “republiquetas” colombianas, eran vistos con
cierto recelo desde La Habana, donde se les consideraba confederados al bandidaje rural y
demasiado afines a Moscú, en momentos en qué Castro pretendía un liderazgo tercermundista
relativamente distanciado de la Unión Soviética y aupaba las izquierdas radicales surgidas como
alternativa a los partidos comunistas clásicos en América Latina.
En la medida que la intervención en Venezuela cobraba intensidad, y se preparaba la
Conferencia Tricontinental, las huestes de Tirofijo, que no se deslumbraban con Ernesto Guevara
y tenían sus propios “focos” guerrilleros, eran menos populares con Castro que las guerrillas
venezolanas de Pedro Medina Silva, las guatemaltecas de Luís Augusto Turcios Lima o las
peruanas de Luís de la Puente Uceda.
Pero en la medida que la subversión fue recibiendo demoledores golpes en toda América Latina,
desde las montañas bolivianas, venezolanas y centroamericanas hasta las calles de Sao Paulo y
Montevideo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) demostraban mayor
consolidación, permanencia y capacidad de combate, terminando por resultar vitales en la
estrategia intervencionista cubana en América del Sur.
Los desastres económicos en la isla que corre entre la llamada ofensiva revolucionaria y el
tremendo fracaso de la zafra de los diez millones, obligaron a Cuba a flexibilizar sus relaciones
con Moscú y modificar, sin abandonar totalmente, su estrategia subversiva, lo que provocó
establecer una determinada distancia con las izquierdas no comunistas de corte violento.
Al mismo tiempo, el triunfo electoral de Salvador Allende en Chile, un aliado cercano de Cuba,
y la subida en la intensidad de los candentes enfrentamientos chino-soviéticos, eufemísticamente
llamados discrepancias, obligaron a Castro a una estrategia mucho más ortodoxa, al menos
públicamente, con un abierto y absolutamente comprometido apoyo hacia el gobierno chileno, y
un acercamiento con las FARC colombianas en su condición de guerrilla “seria”, con más
experiencia, mucho más sólidamente establecida en zonas rurales y enfocadas en una estrategia
de “alianza obrero-campesina” a largo plazo.
El apoyo de Castro a las FARC no significó, sin embargo, abandonar completamente al resto de
la subversión colombiana, a quien se mantuvo apoyando como contrapeso de las FARC y para
ganar protagonismo ante los diferentes grupos armados, como mecenas subversivo, con los
dineros soviéticos y la “tecnología” guerrillera tropical.
El entonces embajador cubano en Bogotá había sido detectado en sus contactos con las guerrillas
y expulsado del país, y Colombia rompió relaciones con Cuba, lo que no impidió que las huestes
de “Barbarroja” (Manuel Piñeiro, Jefe del Departamento América a cargo de la subversión en
América Latina) continuaran apoyando las falanges de Tirofijo.
Gobiernos colombianos, débiles ante el avance de la subversión guerrillera, consideraron que a
través de Cuba podrían negociar determinados compromisos de entendimiento con la subversión,
con lo que el papel de Fidel Castro en el conflicto colombiano ganó en importancia para ambas
partes, en momentos en que Cuba tenía comprometido un cuerpo expedicionario de sesenta mil
hombres, simultáneamente, en dos grandes guerras y varios conflictos en África, más una cada
vez más creciente participación en Nicaragua.
Pero cuando el socialismo real comenzó a resquebrajarse en la Unión Soviética y Europa, y
Castro se dio cuenta de que los aliados “naturales” se desvanecían, la importancia de relaciones
positivas con América Latina dio un vuelco estratégico y se convirtió en prioritaria: en esos
momentos, mejorar el entendimiento con el gobierno colombiano era más importante que apoyar
movimientos guerrilleros que, aunque no habían podido ser derrotados durante décadas, tampoco
estaban en condiciones de prevalecer.
Sin dejar de mantener acciones “solidarias” con la subversión colombiana, tales como
tratamiento médico en Cuba a combatientes heridos, becas de estudio para los hijos de los jefes
guerrilleros, pasaportes de cobertura, traspaso de información de inteligencia, o envío de
“asesores y entrenadores” de terceros países, como los combatientes de ETA o IRA, Castro dio
una mayor importancia a su papel de mediador entre las partes colombianas en conflicto.
La llamada insurgencia colombiana estaba compuesta entonces por tres grupos bien definidos:
las FARC, el ELN, desde sus inicios muy vinculado con Cuba, y el M19, además de las fuerzas
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paramilitares, compuestas por una amalgama del más amplio espectro de posiciones políticas
entre la extrema izquierda y la extrema derecha.
Un accidente de aviación muy peculiar donde murieron varios líderes de ese movimiento, creó
las condiciones para dejar al M19 prácticamente fuera de la escena; el ELN, presionado por
Cuba, redujo sensiblemente su beligerancia; y las fuerzas paramilitares fueron contenidas por los
propios colombianos, reduciendo el conflicto real a partir de entonces al enfrentamiento del
gobierno legítimo de Colombia con las FARC.
La complicidad y entretejido de intereses de las FARC con el narcotráfico, y su cada vez más
extendida práctica del recurrir al secuestro, extorsión y terrorismo urbano, fueron desacreditando
cada vez más a la organización, convirtiéndola en un movimiento “revolucionario” de dudosa
legitimidad, al que constantemente la izquierda “elegante” duda más en apoyar y la radical gana
menos apoyándola.
La victoria de Hugo Chávez en Venezuela brindó a Cuba la oportunidad de pasar la tarea más
activa y visible de la “solidaridad” con las FARC al bolivariano, manteniéndose a partir de
entonces en un más circunspecto papel de mediador, que aunque interesado a favor de las
guerrillas, guarda la compostura tras la hoja de parra.
Cuando las relaciones de Venezuela con Estados Unidos se fueron acalorando, sobre todo
después de abril del 2002, Chávez volcó su apoyo abiertamente al gobierno cubano con el
suministro petrolero y relaciones comerciales y crediticias muy preferenciales, que aseguraban la
supervivencia del régimen.
Pero como la posibilidad de que el apoyo chavista a la insurgencia colombiana trajera conflictos
con capacidad potencial de desestabilizar a Venezuela, ese mismo apoyo a las FARC que Castro
había delegado en Chávez podría entonces volverse contra los intereses del régimen en Cuba.
Por ello, Castro intentó aplacar a las FARC e “inducirlas” a buscar arreglos negociados, lo que
no resultó del agrado de los narcoguerrilleros de Tirofijo, que comenzaron a definir una distancia
“revolucionaria” hacia el decano dictador, mostrando mucho más calor hacia el presumible
heredero de la antorcha continental, a quien además sobraban los recursos gracias al petróleo.
Al enfermar Fidel Castro en julio del 2006 y transferir el poder provisionalmente, las relaciones
de Raúl Castro y sus generales con el teniente coronel venezolano tomaron otro carácter, y
aunque aparentemente seguían siendo “fraternales e indestructibles” debido a la dependencia del
financiamiento y el petróleo venezolanos, en la práctica tomaron un matiz de apoyo menos
incondicional y más pragmático.
Así, aunque la influencia de un Fidel Castro que se mantiene apartado reflexionando, ni vivo ni
muerto, proyecta su siniestra sombra sobre la generalocracia cubana, los intereses del raulismo
en el poder apuestan por mejores relaciones con el gobierno constitucional de Colombia y una
distancia prudencial con la narcoguerrilla.
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Si bien la presencia del embajador cubano en el circo publicitario de la liberación de rehenes de
las FARC gracias a gestiones de Hugo Chávez demuestra que Cuba no está completamente
apartada del escenario, y que las redes y mecanismos creados por la inteligencia castrista durante
casi medio siglo son efectivas y funcionales no solamente en Venezuela, sino en todo el
continente y más allá, en realidad la participación de Cuba en el proceso fue discreta.
La revisión profunda y detallada de las computadoras de Raúl Reyes, el segundo de las FARC,
abatido en una certera operación militar del ejército colombiano, han sacado a la luz la
inmundicia y el nivel de compromiso y complicidad de los gobiernos de Venezuela y Ecuador
con la narcoguerrilla terrorista.
Sin embargo, las “culpas” de Cuba en tan valiosas fuentes de información no acaban de aparecer,
como habría sido de esperar si sus vínculos actuales hubieran sido demasiado evidentes,
profundos y extensos.
A pesar del profesionalismo de la inteligencia cubana para ocultar pistas y señales sobre sus
relaciones, de haber existido evidencias de sus conexiones en los discos duros, no hubieran
podido escapar al ojo experto de los especialistas de INTERPOL, que revisan las computadoras
de Reyes hasta el último bit.
Más aún, el frío silencio del régimen cubano mientras el presidente Rafael Correa se rasgaba las
vestiduras gritando “agresión”, y Chávez se disfrazaba de “Mambrú se fue a la guerra”,
movilizando batallones de tanques e infantería hacia la frontera colombiana, demuestra sin dudas
de ningún tipo que el raulismo en estos momentos apuesta al presidente Uribe más que a
Tirofijo.
No hablemos de estado de derecho ni respeto a la legalidad, sino de pragmatismo: cien mil
barriles diarios de petróleo y miles de millones de dólares anuales financiados a pagar quien sabe
cuando y como, no pueden arriesgarse con Hugo Chávez queriendo jugar a Simón Bolívar, como
tampoco se arriesgaron cuando pretendió el pucherazo en el referéndum del 2 de diciembre y la
Habana dijo “no”.
Por eso, en menos de diez días, el “Mariscal de Sabaneta”, que no de Ayacucho, se convirtió de
repente en la Cumbre de Río en Santo Domingo en un Mahatma Ghandi tropical, privilegiando
las negociaciones por sobre el conflicto armado, y en vez de viajar de República Dominicana a
Caracas por la hipotenusa, debió utilizar el itinerario angular con escala en La Habana para
aclarar las cosas y recibir instrucciones… y cocotazos.
En términos morales, el castrismo sigue siendo cómplice de haber apoyado, financiado,
entrenado y aupado a la subversión colombiana por más de cuarenta años, y por lo tanto
responsable también por las muertes, la violencia, las pérdidas y los daños sufridos por el
gobierno constitucional y el pueblo colombiano en casi medio siglo, en última instancia desde el
día del “bogotazo” al que Fidel Castro se sumó con absoluta irresponsabilidad y escaso valor
personal.
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Sin embargo, en estos últimos tiempos todo parece indicar que el régimen raulista no solamente
no está interesado en aparecer involucrado en el muy sucio y despreciable proyecto
narcoterrorista, sino que preferiría que Hugo Chávez mantuviera una posición mucho más
moderada en el conflicto, para tal vez en última instancia llevarlo incluso a una solución
negociada como en Centroamérica.
Nada de moral o principios democráticos de los raulistas, sino pura realpolitik: si hay que
sacrificar a Tirofijo y su narcoguerrilla terrorista para garantizar la supervivencia del raulismo,
así se hará. Nada personal: asunto de negocios.
* Eugenio Yánez, PhD en Economía, Lic.Ciencias Políticas, ex-Profesor de la Universidad de La
Habana. Coautor de "Jaque al Rey: La muerte de Fidel Castro" y "Secreto de Estado: Las
primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro". Editor de Cubanálisis-El Think-Tank
(www.cubanalisis.com)
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