El lugar del padre: rupturas y herencias. Representaciones de la

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estudios avanzados
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El lugar del padre: rupturas y herencias.
Representaciones de la paternidad en grupos
altos, medios y populares chilenos
Ximena Valdés S.
Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer (cedem), Chile
[email protected]
Carmen Gloria Godoy R.
Universidad Academia de Humanismo Cristiano (uahc), Chile
[email protected]
resumen. Paternidad, rupturas intergeneracionales y significados que se
asignan al hecho de ser padres es el tema del artículo. Bajo la hipótesis
que las nuevas generaciones establecen distancias con respecto de sus
padres en el ejercicio de la paternidad, estas distancias parecen encubrir
procesos de cambio que cohabitan con la reproducción de patrones heredados. Bajo estos supuestos, nos preguntamos cómo se construyen los
nuevos padres y las nuevas dimensiones de la identidad masculina que
estarían apareciendo en las representaciones sociales. Ello daría cuenta
del reacomodo de los hombres en el espacio privado a los cambios experimentados por las mujeres y las nuevas concepciones de la infancia. En
este contexto proponemos un cruce entre biografía personal y cambios
sociales y culturales.
palabras clave. Representaciones sociales, paternidad, generaciones,
géneros.
abstract. The subject of this article is paternity, intergenerational ruptures and the meanings that are assigned to the fact of being a father. Our
hypothesis is that while the new generations tend to establish distances
with regard to their parents in parenting, these distances seem to conceal
change processes that coexist with the reproduction of inherited pat-
. Este artículo corresponde al Proyecto Fondecyt núm. 1060018 (marzo 2006-marzo
2009), Paternidad en Chile en las clases populares, medias y superiores en el medio urbano, bajo la responsabilidad de Ximena Valdés S.
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terns. On these assumptions the question that guides this paper is how
the new paternity and the new dimensions of masculine identity, which
are appearing in social representations, are constructed. That supposes to
consider the rearrangements of men in the private sphere opposite to the
transformations experienced by women, and the new childhood conceptions too. In this context, we want to establish a relationship between
personal biography and socio-cultural changes.
keywords.Social representations, paternity, generations, gender relations.
Metamorfosis de la paternidad: un proceso de larga duración
La larga duración en que se inscriben los cambios de la paternidad han sido
documentados por la historia, la sociología y el derecho desde los clásicos de
las ciencias sociales del siglo xix hasta los estudios contemporáneos sobre
familia, género y masculinidad. Según ellos, en el transcurso de los dos últimos siglos, las sociedades occidentales han asistido a la gradual erosión de
la autoridad paterna (Roudinesco, 2002; Giddens, 1995; Comaille y Martin,
1998; Castells, 2000). Existe coincidencia que como resultado de dichos cambios la sociedad contemporánea asiste a transformaciones de la paternidad
(Castelain-Meunier, 1997 y 2003b) en beneficio de la democratización de la
vida privada. No obstante, estos cambios en la figura y los atributos del padre
no son sino uno de los aspectos involucrados en un fenómeno más profundo
que remite a las mutaciones que se han producido en el parentesco, las cuales,
. Ya en el siglo xix se anunciaban cambios importantes en la figura paterna. Con el
quebrantamiento de las monarquías y el advenimiento de los códigos civiles republicanos,
la autoridad del padre en la familia se vio limitada al mismo tiempo que el Estado tomaba
cartas en la regulación de la vida privada de las poblaciones. Al comparar la incidencia
que tenía en Francia la herencia cultural del Antiguo Régimen con respecto de la democracia norteamericana, Tocqueville, en La democracia en América (1840), se refería al ocaso
del padre que ejercía el papel de soberano y magistrado, la autoridad y la ley e imponía
las normas en la familia. Décadas después, Durkheim, en La famille conyugale (1892), se
refería al cambio de la forma en que se ejercía la autoridad paterna sobre la cónyuge y los
hijos, lo que según él implicó el reemplazo de relaciones verticales que caracterizaron a
la familia patriarcal por relaciones horizontales que darían un nuevo carácter a la familia
conyugal.
. Maurice Godelier en Métamorphoses de la parenté (2004) introduce una obra de envergadura de revisión de estos cambios en Occidente en contraste con otras sociedades,
afirmando que «los treinta últimos años del siglo xx han sido testigos de un verdadero
trastorno del parentesco y de las ideas acerca del parentesco […] hemos asistido a profundas mutaciones de las prácticas, de las mentalidades y de las instituciones que definen las
relaciones de parentesco entre los individuos así como entre los grupos que esas relaciones engendran […] Uno de los aspectos que caracterizan estos trastornos, sabiendo que
las vicisitudes y transformaciones han afectado a la familia conyugal ha sido la fragilización del eje de la alianza frente al fortalecimiento del eje de la filiación» (9).
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entre otros aspectos, muestran el debilitamiento del lazo matrimonial —el
eje de la alianza— mientras fortalecen el lazo de la filiación. Es este sostenimiento del lazo de filiación frente a la desinstitucionalización y fragilización del matrimonio lo que coloca la paternidad como campo de estudio,
interrogando la forma que asume en un proceso de transformación que
involucra al conjunto del sistema de parentesco.
Estos procesos son la resultante de las mutaciones que han involucrado las
concepciones de la infancia (Ariés, 1973), la paternidad (Delumeau y Roche,
2000), la maternidad y las relaciones sociales de género.
Si en el siglo xix se anunció el fin de la autoridad patriarcal que el padre
ejercía sin contrapeso en la vida privada, verificándose el tránsito del modelo
de familia patriarcal a la conyugal (o moderno-industrial), los códigos civiles
proporcionaron un marco jurídico a su ejercicio limitando las prerrogativas
del padre.Y sin embargo, los códigos preservaron muchas de las prerrogativas
que legitimaron su poder en la familia, reiterando el sometimiento de la
mujer y los hijos a su tutela. Ello se encarnó en el régimen de matrimonio
que siguió vigente durante gran parte del siglo xx, regulando la familia moderno-industrial (nuclear, de residencia neolocal, con carácter afectivo) que
se extendió bajo la sociedad salarial.
La gradual ruptura del desequilibrio de poder entre los sexos que persistió bajo la sociedad salarial se fue dando en el marco de los movimientos
emancipatorios de las mujeres, iniciados en los años sesenta del siglo xx.
Cuestionando las invariantes del papel materno, las mujeres colocaron en el
escenario público nuevos intereses, entre otros, la decisión sobre la reproducción, número y espaciamiento de los hijos, el trabajo, la participación social
y política, etcétera. En adelante comenzarán a aparecer nuevas concepciones
sobre el papel del padre, ampliándose desde las responsabilidades económicas
al campo afectivo y la crianza de los hijos.
Así, la regulación de la fecundidad, la separación de la reproducción biológica de la sexualidad y el incremento de las mujeres en el mercado laboral
constituyeron el escenario de las transformaciones de la paternidad en la
sociedad contemporánea. Es este proceso el que ha contribuido a la emergencia de un nuevo modelo de familia, que autores como de Singly definen
como relacional, y otros como democrática.
. Lo que Durkheim caracterizó como familia conyugal.
. Robert Castel en La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado (1997),
se refiere a la sociedad salarial como aquella que fue impulsada bajo la industrialización,
en especial durante el siglo xx, en que el Estado y la emergencia del movimiento obrero
lograron crear un tipo de protección social que favoreció los derechos laborales de los
trabajadores. Este marco de protección social se fortaleció bajo los Estados de Bienestar,
originando un escenario apropiado al desarrollo y fortalecimiento de la familia moderno-industrial caracterizada por un padre provisto de salario y derechos laborales y una
madre avocada a las tareas domésticas y la maternidad.
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En la segunda mitad del siglo xx comenzaron a cambiar los códigos
civiles y los regímenes matrimoniales con reformas de la patria potestad,
la potestad marital, de la ley de matrimonio, a lo que se sumaron nuevos
mecanismos de control de la natalidad y, más tarde, un nuevo tipo de legislación que introdujo la regulación y penalización de la violencia conyugal
y mayores responsabilizaciones de los padres de su paternidad (presunción
de paternidad por adn) junto a la regulación y exigibilidad de pensiones
alimenticias. Estas reformas cohabitan con la desinstitucionalización de la
familia sancionada por el matrimonio y el aumento de los divorcios. Así, el
mundo contemporáneo asiste a la fragilización y ruptura de las relaciones de
alianza y al fortalecimiento de las relaciones de filiación al mismo tiempo
que la filiación no es sólo biológica y genealógica, sino también doméstica
(o social) (Théry, 2002: 216), mientras el matrimonio ha dejado de ser el zócalo común de referencia sobre el cual se construyó el edificio simbólico de
la filiación (Théry, 1993). Las nuevas tecnologías reproductivas, como la fertilización asistida, introducirán nuevos referentes a la procreación que pondrán
en evidencia un importante cuestionamiento en el papel de genitor del padre, en la medida que se abre la posibilidad de reemplazar a la figura paterna
y la relación sexual entre un hombre y una mujer por el acceso a bancos de
espermios bajo anonimato, con la mediación de la medicina reproductiva.
Cambios culturales, reformas jurídicas, nuevas tecnologías reproductivas
y contraceptivas contribuyeron a limitar la autoridad paterna y marital en la
familia y a establecer normas jurídicas de igualación de derechos y deberes
entre los cónyuges y de éstos con respecto de sus hijos, lo que ha encaminado a la sociedad a un mayor equilibrio de poder entre los sexos.
Así entonces, los cambios en las normas jurídicas que se verificaron en
la segunda mitad del siglo xx recogieron las transformaciones culturales e
inauguraron hacia los años setenta del siglo pasado el proceso de democratización de la vida privada (véase Giddens, 1995; Comaille y Martin, 1998;
Castells, 2000), en dependencia de la individualización y a la afirmación
de las mujeres como sujetos (Touraine, 1996). Al decir de Michelle Perrot
(1998), lo acontecido durante la segunda mitad del siglo xx fue el resultado
del ingreso de los derechos del Hombre y del Ciudadano a la esfera privada
que limitó el poder unilateral del padre.
En Chile hubo de transcurrir más tiempo para que se introdujeran estas
reformas de regulación de la autoridad paterna y marital. Si bien el régimen de separación de bienes impulsado por el movimiento sufragista data
de los años cuarenta del siglo pasado, un nuevo régimen matrimonial más
paritario como el de Participación en las Gananciales sólo remonta a 1992,
aun cuando todavía la mayoría de la población suscribe el matrimonio bajo
el régimen más inequitativo: el de sociedad conyugal de 1884. La nueva ley
de Filiación de 1998 y la introducción del divorcio en la legislación de familia el año 2004 constituyen reformas en el derecho de familia, proclives a
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la mayor igualdad entre los hijos por un lado y a la mayor significación de
los intereses del sujeto por sobre los intereses familiares por otro. A esto se
agregan dos leyes sobre violencia intrafamiliar, las de 1994 y 2005, que resguardan los derechos individuales y la integridad física y psicológica de los
miembros de la familia, en especial de las mujeres. La construcción social de
la violencia conyugal como problema, la nominación, medición y denuncia
de los feminicidios últimamente, muestran cómo la dominación masculina
sobre las mujeres ha sido objeto no sólo de sanción penal, sino de la creación
de un escenario simbólico muy diferente al que existió hace dos décadas,
colocando la vida privada y el ejercicio del poder ilimitado de los hombres
sobre las mujeres como lugar de regulación pública.
Si los cambios jurídicos que atañen a la familia, la maternidad, paternidad
e infancia son expresión de cambios culturales que se fueron produciendo
a lo largo de dos siglos, y que en la actualidad aparezcan nuevas representaciones sobre la paternidad, es plausible plantear que esta metamorfosis sea
gradual tal como ya lo muestra la historia de la familia. Es decir, que pese a
las nuevas representaciones e imágenes de padre, coexistan diversas formas
de ejercer la paternidad. En un escenario de pluripaternidades, siguiendo
a Castelain-Meunier, los cambios que experimenta el padre no serían ni
tan profundos, ni tan inmediatos, menos aun cubrirían el conjunto de las
dimensiones del cuidado y la crianza. Ulrich Beck, en La sociedad del riesgo,
se refiere a «la retórica del nuevo padre» para dar cuenta de la distancia entre la imagen de éste y las resistencias que muestran las prácticas sociales al
establecimiento de mayores niveles de igualdad entre hombres y mujeres
como figuras parentales, tanto en el plano de las tareas domésticas como en
aquellas de cuidado de los hijos.Y aunque distintos autores hayan puesto de
relieve el papel que han tenido las mujeres en la democratización de la vida
privada (véase Giddens, 1995; Comaille y Martin, 1998; Castells, 2000), que
algunos de ellos afirmen que la sociedad ha llegado «al fin del patriarcado»
(Castells, 2000; Therborn, 2004) y que las representaciones sobre la paternidad se hayan modificado (Castelain-Meunier, 2002 y 2005; Olavarría, 2001),
las prácticas sociales parecen no seguir los mismos ritmos (Olavarría, 2004).
Pese al creciente desplazamiento de las mujeres a las esferas sociales, laborales
y políticas, a un imaginario que ha incorporado la figura de un nuevo padre,
los cambios parecen ser más graduales y no afectar por igual a las distintas
dimensiones de la vida en común y de las rutinas cotidianas. Tal como lo
sostiene Jack Goody en La familia europea (2000), pareciera ser que este tipo
de transformación es más lenta que lo que se pretende, ya que, en general,
se transmiten las formas heredadas de generación en generación pese a los
importantes cambios en la familia y los roles sexuales inducidos por factores
económicos, sociales, políticos o religiosos.
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Cambios y continuidades del patrón del padre industrial en Chile
Durante la última década han comenzado a aparecer nuevas representaciones sobre la paternidad en Chile. El ‘día del padre’ se ha agregado al de la
madre, y al del niño en el calendario anual de celebraciones; la propaganda
mediática suele retratar a ese padre junto a los electrodomésticos y artefactos
de uso hogareño, desplazando a la madre. Este padre aparece, en términos de
imágenes, representado por un padre joven que porta al hijo en sus brazos
o muestra un vínculo próximo con su hijo adolescente. Los ‘nuevos padres’
asisten a los partos, llevan a sus hijos al colegio y se los ve jugar con ellos en
los espacios públicos: plazas, supermercados, centros comerciales, etcétera. A
menudo y en particular cuando se trata de estratos sociales de alto capital
cultural, esos padres participan en las reuniones de los colegios de sus hijos.
Todas éstas son imágenes y señales que difieren enormemente de las del
padre distante en su ausencia de relaciones afectivas y de proximidad física
que monopolizaba la madre en una sociedad que, como la salarial, impulsó
la separación de esferas: hombre/trabajo-mujer/familia.
Los padres, como lo muestran Castelain-Meunier y Théry, están aprendiendo a «parentalizarse», y ello se verifica, como ya lo enunciamos, en un
momento en que la sociedad transforma las concepciones de la infancia a
favor de los derechos del niño y las niñas, y luego de un proceso de transformación de la identidad femenina.
Investigaciones recientes sobre masculinidad en Chile indican que entre
las nuevas generaciones hay nuevas representaciones sobre la paternidad. Así,
un atributo de la masculinidad contemporánea serían las nuevas formas de
ser padre (Olavarría, 2001). No obstante, al analizar las prácticas sociales,
muy a menudo el nivel discursivo no tiene demasiada correspondencia con
la forma en que se ejercen las prácticas sociales relativas a la paternidad. Los
numerosos estudios realizados por Olavarría muestran cambios en las representaciones sociales sin que esto se acompañe necesariamente por modificaciones sustantivas del patrón paterno tradicional. Aunque las representaciones cambien, entre los jóvenes haya mayor involucramiento en el cuidado de
los hijos y en las relaciones afectivas con ellos, este hecho no se acompaña
necesariamente por un proceso de democratización de la vida privada, por
cuanto las mujeres continúan sobrerresponsabilizadas de la esfera doméstica
(Olavarría, 2004: 246), en un país que sólo en el año 2007 aumentó la participación laboral femenina al cuarenta por ciento. A esto se suma que en el caso
chileno, no es la mayoría de las mujeres la que trabaja, ni tampoco se perfila
que todas las mujeres estén dispuestas a hacerle un lugar al padre, o que el
proceso de democratización de la vida privada implique un cuestionamiento
radical al reparto tradicional de responsabilidades económicas y materiales
en la pareja (véase Valdés y otros, 2006: 11-103; Castelain-Meunier y otros,
2006:129-179).
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
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Un estudio de uso del tiempo de hombres y mujeres en la esfera doméstica y laboral (Valenzuela y Herrera, 2006: 283) indica que en Chile los
hombres ocupan muy pocas horas del día a las tareas asociadas a lo doméstico, crianza y cuidado (Valenzuela y Herrera, 2006: 277-278), y que esta
dedicación es comparativamente mucho más baja en Chile que en otros
países, lo que habla de una conducta masculina pertinaz en eludir las tareas
domésticas y un escaso progreso generacional en la materia, en un contexto
en que las tensiones por el reparto de tareas y responsabilidades domésticas se
ve mitigada en ciertas clases sociales por la existencia del servicio doméstico
remunerado.
Dos investigaciones previas bajo nuestra responsabilidad (Valdés y otros,
2006; Castelain-Meunier y otros, 2006) sobre familia, conyugalidad, parentalidad y sujeto, nos permitieron establecer algunas conclusiones sobre los
procesos en curso:
• En todos los estratos sociales las representaciones sobre la paternidad
muestran distancia con la matriz de paternidad de la sociedad salarial. El padre distante y autoritario del modelo de familia modernoindustrial, centrado esencialmente en su trabajo y en proveer a su
familia, es reemplazado por un padre más cercano desde el punto de
vista afectivo y más colaborativo desde el punto de vista de la crianza
y la comunicación con sus hijos. Parecen ser las nuevas concepciones
sobre la infancia —la emergencia del niño sujeto— las que desencadenan las nuevas concepciones acerca de la paternidad.
• No siempre existe una separación entre parentalidad y conyugalidad. Quienes manifiestan otorgar importancia a la conyugalidad, en
general son los entrevistados/as con mayor capital cultural, también
quienes consideran que sus parejas tienen proyectos propios a realizar. Se introduce de esta manera la afirmación de las mujeres como
sujetos (individualización), como factor que contribuye al establecimiento de nuevas concepciones sobre la paternidad, pero también
nuevas concepciones sobre la pareja: vida sexual satisfactoria, autonomía individual, aparición de nuevas prácticas de parentalidad (corresponsabilidad con respecto de los hijos). Muy a menudo y, sobre todo
en los estratos populares, conyugalidad y parentalidad se confunden,
siendo la familia un todo indisociado que encarna el proyecto de vida
en común de padres e hijos.
• Estas nuevas representaciones no necesariamente se expresan en las
prácticas sociales de los padres, o lo hacen sólo en ciertas dimensiones
que en general están vinculadas a los juegos y actividades lúdicas y
recreativas con los hijos o llevarlos al colegio, mientras las de carácter
rutinario continúan recayendo en las madres, «nanas» o abuelas.
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• Aquellos padres que han incorporado cambios en el modo de ejercer
la paternidad se encuentran tensionados por largas jornadas laborales
que les impiden dedicar más tiempo a los hijos, ya que los lugares de
trabajo funcionan según el modelo de familia moderno-industrial de
la madre en la casa, e incluso con jornadas horarias más extensas.
• La importancia que adquiere el salario femenino en los ingresos de
los sectores populares es un elemento que contribuye al mayor involucramiento de los padres en las tareas domésticas y de crianza, pese al
lugar central e insustituible que ocupa la madre en la familia.
• Conviven con las resistencias masculinas a desplegar nuevas formas
de paternidad que abarquen las distintas esferas de la vida cotidiana,
las resistencias que imponen las propias mujeres a crear un lugar al
padre. Las madres, aunque trabajen, suelen preservar el control de lo
doméstico y el monopolio de la crianza o, en su defecto, lo delegan en
otras mujeres. Tanto la red de parientes como el servicio doméstico,
en los estratos de mayor capital económico y cultural, contribuye al
mantenimiento de la esfera doméstica y de cuidado y crianza en la
órbita femenina e interfiere en la construcción del lugar para el nuevo
padre.
La persistencia de una matriz tradicional en los comportamientos de
género puede verificarse en otras investigaciones. El proceso de individualización en las chilenas es complejo: las mujeres aspiran a cambios en lo público, pero no necesariamente hay cambios en la matriz materna tradicional
(Palacios, 2006: 105-127). La sociedad chilena se inscribe más bien (Martínez
y Palacios, 2001) en un «conservadurismo fracturado» que se caracteriza por
modificaciones en ciertas dimensiones que afectan los patrones de género y
en la reproducción de la matriz tradicional en otras, lo que nos ha llevado a
interpretar este proceso de reproducción y cambio como «tradición selectiva» (Valdés y otros, 2004: 163-213).
Por último, el análisis del material recogido para esta investigación
ha permitido avanzar en la comprensión de la paternidad adolescente
(Rebolledo, 2007a) por un lado, y a establecer una tipología de modelos del
padre emergente: presente-próximo, neopatriarca, periférico-comunicativo por otro
(Rebolledo, 2007b), lo que concuerda con otros estudios que indican que
este periodo de transformación se caracteriza por la pluripaternidad.
Propósito: comprender las rupturas y los significados de la paternidad
Partimos de la hipótesis de que las generaciones más jóvenes establecen distancias con sus propios padres, y que habría sin embargo procesos de cambio
y a la vez de reproducción de patrones heredados. Bajo estos supuestos, nos
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preguntamos cómo se construyen los nuevos padres desde la diferencia que
establecen con sus progenitores. Se trata finalmente de indagar en las nuevas dimensiones de la identidad masculina que estarían apareciendo como
proceso de reacomodo de los hombres una vez que las mujeres han logrado
nuevos derechos y lugares en la sociedad y se han modificado las concepciones de la infancia. ¿Cómo hacerlo?
Aspectos metodológicos
Los modos de abordar los cambios culturales que están en la base de la transformación del sistema de parentesco, la familia y la paternidad en estudios
cualitativos son múltiples. En las indagaciones previas que hemos realizado
en este campo se han considerado a los miembros de la pareja aplicando la
misma pauta de entrevista a ambos. Esto tiene la ventaja de establecer un
control recíproco sobre los discursos masculinos y femeninos por efecto de
contraste entre ambos, en la medida que nos enfrentamos a la posibilidad de
compararlos y de lograr conocer el grado de adecuación o correspondencia
entre lo que los miembros de la pareja afirman y experimentan.
En síntesis, contar con la visión de ambos miembros de la pareja permitió
comprender que hay dimensiones en que se producen cambios, conocer las
percepciones y expectativas que cada miembro de la pareja tiene del otro, las
diferencias entre las nuevas representaciones y las prácticas sociales y aspectos
que no se hacen visibles al entrevistar a un solo miembro de la pareja en particular, porque no hay un testigo que permita conocer cómo estas representaciones cristalizan en la vida cotidiana en las conductas y prácticas sociales.
No obstante las limitaciones que existen al considerar sólo a los padres,
pretendemos, con este nuevo estudio, profundizar en el campo de las representaciones sociales sobre la paternidad estableciendo como eje del análisis
. Así por ejemplo, al abordar los aspectos de la vida conyugal, parental y de cada individuo nos enfrentamos a diferencias entre parejas de estratos acomodados, medios y
populares. Entre las mujeres de clase media compelidas por las exigencias del trabajo y la
familia, sin contar con servicios de apoyo al cuidado infantil satisfactorios, había mayor
malestar en la medida que las expectativas sobre sus compañeros o esposos eran mayores
que lo que ellos contribuían, ya sea con respecto de los hijos o las tareas domésticas. Ellos
se consideraban muy diferentes a sus propios padres, pero ellas esperaban más. Este malestar no se evidenciaba en las clases superiores que disponían de recursos para suplir estos
aspectos: una o dos empleadas domésticas. Tampoco en las clases populares, donde los
padres contribuían en el cuidado y las tareas domésticas por cuanto sus mujeres trabajaban
igual que ellos, sin contar con recursos para encarar estas tareas y responsabilidades. Ellas
no tenían grandes expectativas sobre ellos, cualquier ayuda era bienvenida, puesto que
el rol de madre y organizadora del mundo doméstico estaba incorporado sin cuestionamiento. La madre como eje y corazón de la familia aparecía todavía más importante en
estratos populares de trabajo precario donde encontramos mayores niveles de disolución
de parejas y de abandono masculino.
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las rupturas entre generaciones (o su ausencia). El estudio se basa en entrevistas a treinta hombres con hijos, de diferente condición social, edades y
estados civiles (véase anexo en pág. 111).
Representaciones sobre la paternidad en distintos estratos sociales.
Desde la perspectiva de Vincent de Gaulejac, un relato de carácter biográfico
permite abordar la manera en que el individuo se construye, en la medida
que la identidad emerge del cruce de «las relaciones del individuo con su
inconsciente, con su medio social y cultural y con él mismo, y en el trabajo
que efectúa para producir su individualidad» (de Gaulejac, 1996). Los relatos
de los entrevistados acerca de su infancia y adolescencia permiten aproximarse a las representaciones que manejan sobre la paternidad y a una serie
de interrogantes en torno al lugar que se le asigna al padre, desde el ejercicio de la reflexión sobre su experiencia como hijos, de la distancia o de la
proximidad con esta experiencia, pero también como elemento constitutivo
de la subjetividad masculina. Junto a las representaciones sobre la paternidad,
en las cuales se cruzan elementos biográficos y modelos sociales, es posible
preguntarse por lo que podríamos denominar como ‘el lugar que habita
el padre’. Lugar que se construye en la medida que se produce una suerte
de confrontación con el propio padre y con el/la propio hijo/a además de
consigo mismo.
Si en el caso de las mujeres el rol y la identidad materna se ha ido modelando desde la socialización en la infancia, reproduciéndose pese a los
cambios el imperativo de la «buena madre», cabe preguntarse qué sucede
con los hombres. Tal como señala Olavarría (2002), el modelo de masculinidad hegemónico se sostiene sobre la base de la constitución de una familia y
la paternidad, junto con el ejercicio de la autoridad y la provisión material.
¿Cómo se ha movido ese modelo? ¿Se construye sobre la base de la confrontación con la figura del propio padre o sobre la base de su imitación? ¿Cómo
se conjugan los modelos, sabiendo que se evidencian cambios en las representaciones de la paternidad y resistencias a modificar las prácticas sociales?
«Una cuestión de piel»
Lo que emerge de las entrevistas es la conciencia del cambio que ha sido
experimentado —en mayor o menor medida— por el conjunto de los entrevistados de manera transversal a sus diferentes condiciones culturales y
. Cambios que afectan a la familia, entre los cuales la caída de la tasa de nupcialidad,
el aumento de la convivencia, de las separaciones y divorcios y en la sexualidad: relaciones sexuales más tempranas en hombres y mujeres e inicio de la edad reproductiva más
tardía.
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socioeconómicas. Se trata de la confrontación y rechazo al modelo del padre
proveedor, modelado por el Estado de Bienestar y la sociedad industrial,
cuyos referentes parecen diluirse paulatinamente dando paso al rediseño de
ese patrón.
Sumado a este rechazo y remodelamiento, los padres se ven a sí mismos
como ‘presentes’ e incluidos, por oposición a sus propios padres, más bien
ausentes en contraste con la centralidad de la madre. Más allá de aspectos
biográficos que pudiesen haber determinado la presencia/ausencia efectiva
del padre biológico, producto, por ejemplo, de una separación conyugal, éste
tiende a ser descrito como un «padre ausente» más que nada por la distancia
afectiva y no de su dimisión económica, ya que en general, los padres de
la generación mayor eran los «señores gana pan» en la familia. La ausencia
apunta a la figura de un padre poco comunicativo, distante, que son los
atributos que destaca el imaginario actual, atributos menos valorados en el
«padre industrial» que debía afirmar su papel de proveedor.
Sería aventurado afirmar que los padres emergentes de hoy, cargados de
cercanía y afectividad, no estaban presentes en las generaciones mayores.
Pese al señalamiento de esta distancia con respecto de la generación mayor
hay representaciones que difieren de aquellas más comunes que imprimen la
marca de la distancia afectiva y de la ausencia en los rituales cotidianos de los
progenitores. El modelo hegemónico del padre industrial no es homogéneo
en la generación mayor de los entrevistados. Es el caso de un arquitecto de
40 años y de un estudiante universitario, 21 años, padre soltero:
En mi caso, mi papá es mucho más mamá que mi mamá, en el sentido
que mi mamá no cocina, mi papá sí. En los momentos en que nosotros
estábamos enfermos el que de repente llegaba a cuidarnos a la cama era
mi papá, con el desayuno en bandeja era mi papá, a poner trapitos era mi
papá. En las mañanas nos levantaba mi papá, el que preparaba el desayuno
era mi papá y mi mamá nos daba como la parte lúdica por así decirlo,
nos decía oye hagamos tal cosita, inventaba juegos y hablaba mucho. Mi
mamá nos va trasmitiendo una serie de cuestiones, nos hablaba como sin
tapujos de muchas cosas, y eso también de alguna manera a uno le van
quedando temas que de repente quizás no habitualmente las mamás o los
papás tocan, por un lado mi papá era mucho más mamá, pero hablaba
muy poco y mi mamá no era tan tradicional de la comida y todas esas
cosas, pero hablaba mucho (g.r., 40 años, arquitecto, 3 hijos).
Era activo, generalmente tenía muchas pegas, indistintamente, no sólo de
trabajo, sino por su voluntad también, trabajaba en la radio en un programa deportivo. Entonces igual era súper ocupado, no diría tan ausente, físicamente ausente, pero siempre se preocupaba, preguntaba siempre cómo
te iba en el colegio, hacíamos hartas cosas, jugábamos fútbol pero por el
fin de semana [que] veía harto a mi papá.
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Le tenía miedo, pero no sé por qué le contaba las cosas a él. Es que
también él me demostraba cierta confianza. Durante casi todo el colegio
siempre como que me molestaban, y yo, cuando hablaba con mi mamá
esas cosas, mi mamá me incentivaba a pelear, a que les pegara a los niños
[…] mi papá siempre fue más comprensivo, me decía no importa hijo, tu
tienes que entenderlos, y esas cosas.Y eso me gustó más de mi papá, siempre, como esa postura frente a las cosas. Mi mamá no, mi mamá siempre
tuvo como una cuestión violenta: tenís que pelear, defenderte, cagarte a
combos, no importa, si te pegan pégale más fuerte, y esas cosas.Y yo creo
que por eso, no sé, tuve más confianza con él (g.l., 21 años, estudiante
universitario, 1 hijo).
Hoy, de manera generalizada es necesario comunicarse con el hijo, física y verbalmente: hablar y tocar. Es una «cuestión de piel», dicen algunos.
Como señala Castelain-Meunier (2003a), en las sociedades contemporáneas
el lugar del padre al interior de la familia (en su dimensión institucional) y el
significado de la paternidad se encuentran en un momento de redefinición.
Entre otros aspectos asociados, ella plantea que la figura del hijo aparece
como una suerte de «don» que supone la implicación de la persona (padre y
madre) en una relación en tiempos en que prima el rechazo al compromiso.
«Tener un hijo significa involucrarse, ya que se trata de la expresión de una
elección» (Castelain-Meunier, 2003a: 22) y no simplemente del deber procreativo de la familia.
Aunque en nuestro país el factor electivo no tenga la gravitación que tiene
en los países europeos, por la inexistencia de legislaciones de interrupción de
los embarazos y muy a menudo por el hecho de que las relaciones de filiación
sean producto del azar o del no uso de métodos contraceptivos y los hijos
aparezcan como elementos que desencadenan las uniones sin responder por
ello a la concreción de una elección, los imaginarios sobre la figura del padre
han cambiado, lo que hace pensar en fracturas en las concepciones del padre
que se afirmó bajo la sociedad salarial. Esto concuerda con los hallazgos de
otras investigaciones con los imaginarios que circulan en los medios y en los
dispositivos que ponen en práctica el sistema escolar y hospitalario.
La distinción
Un elemento que se puede considerar transversal es la importancia que adquiere el/la hijo/a en la definición de la paternidad, pero no sólo respecto a
la propia paternidad, sino también como un lente a partir del cual se observa
y se otorga significado a la relación mantenida con el padre, especialmente
durante la infancia y la adolescencia. Esto es expresado como la certeza ante
la diferencia en el ejercicio del rol y del significado asignado a la paternidad,
que determina las relaciones al interior de la familia.
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
91
Frente a la figura de un padre o padrastro autoritario —a veces violento—, y poco comunicativo, aparece el padre cariñoso y preocupado de las
necesidades de sus hijos, tanto afectivas como materiales. Precisamente, son
las primeras las que marcan la diferencia intergeneracional, sobre todo entre
los padres del sector popular que revelan experiencias de mayor distancia y
autoritarismo.
No es muy afectuoso, pero tampoco es indiferente con nosotros, más
bien, ahora lo miro de un aspecto que era más bien inmaduro como papá.
No sabía ser bien como papá. Para mí, tenía un rol equivocado de lo que
era ser papá. Para él, por ejemplo, él pensaba que solamente el hecho de
traer plata para la casa, que no nos faltara nada, eso era suficiente, pero no
teníamos una relación más afectuosa (p.g., auxiliar universidad).
El entrevistado tiene 25 años, está casado y tiene un hijo de 4 años. Actualmente su pareja no percibe ingresos; deben vivir en la casa de sus padres —en
la parte posterior del sitio— para hacer rendir su salario. A diferencia de él, el
‘error de su padre justamente tuvo que ver con la relegación de los afectos a
un segundo plano’, centrándose en su papel de proveedor económico.
Otros entrevistados destacaron su capacidad para hacer lo que sus padres
no hacían: por una parte, expresar físicamente el afecto, estableciendo así una
relación de confianza con los hijos; por otra, compartiendo el campo de los
juegos. Así lo sostiene un hombre de 38 años que trabaja como temporero
y estuvo a cargo de sus dos hijos durante un tiempo. Hoy ya es abuelo, vive
con una nueva pareja y la hija de ésta.
Mis papás se tenían que dedicar a trabajar; como ellos tenían que llevar
el sustento pa’ la casa, yo me tenía que quedar con mis hermanos chicos
y eso a nosotros nos marcó mucho.Yo soy mucho más cariñoso con mis
hijos, yo invertí todo el proceso que fue malo conmigo: lo puse al revés,
soy súper cariñoso con mis hijos, les doy besos […] ellos me tutean, me
pueden contar lo que quieran (p.h., 38 años, temporero de la fruta, 2 hijos
y padre doméstico de la hija de su nueva pareja).
En este caso el padre estaba centrado en su rol de proveedor y dedicaba
escaso tiempo a los juegos y la conversación, siendo además un hombre de
pocos amigos. No obstante, era responsable en el trabajo y buen proveedor;
una conducta que el entrevistado replica de alguna forma preocupándose
por comportarse de manera ‘ejemplar’ ante sus hijos, es decir, cubrir las necesidades económicas, el cuidado y los afectos.
En la mayoría de las entrevistas la provisión material no apareció mencionada como un problema durante las etapas de infancia y adolescencia.
De hecho, la inestabilidad laboral y los periodos de cesantía prolongados
son más comunes entre los entrevistados —a pesar de las diferencias eta-
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Estudios Avanzados 6(9): 79-112
rias— que entre sus propios padres, con mayor estabilidad laboral (lo que
podría contribuir a aminorar la distancia con el hogar y las tareas domésticas
como efecto de la cesantía). Si bien esta inestabilidad se ve compensada con
el trabajo de la pareja, entre algunos de los entrevistados de capas medias y
bajas, el haberse convertido en padres al término de la educación secundaria
o en los primeros años de la educación técnico-profesional, los obligó a extender la dependencia familiar de su familia de procreación hasta conseguir
un ingreso. Ambos factores también incidirían en un reforzamiento de la
relación padre-hijo/a.
Yo quiero darle lo mejor, la educación es lo primordial para mí. Y no en
lo económico, sino que yo esté siempre en contacto con él. Que salgamos,
que compartamos en todo sentido. Eso es lo que quiero y es lo que he tratado de hacer. Lo que él quiere lo trato de hacer. Hay veces que le digo que
no. Cuando no se puede, las cosas no se pueden nomás pero me las juego
igual, al cien por ciento (b.a., 29 años, estudiante universitario, 1 hijo).
Tal concepción sobre el papel del padre corresponde a un estudiante
universitario en proceso de titulación, cuyo hijo es fruto de una relación
con una pareja con la cual convivió durante un tiempo. Hoy él vive con sus
padres y su hijo junto a la madre, quedando él a su cargo los fines de semana.
Frente a esto señala que todos aquellos aspectos de la crianza relacionados
con la «formación de hábitos» —lavarse los dientes, por ejemplo— quedan
bajo la responsabilidad de la madre, y con ello al ámbito de lo cotidiano y lo
doméstico, si bien él se preocuparía de «corregir los modales en la mesa y la
forma de hablar». Aún así, lo importante es transmitirle una «buena imagen»
a su hijo, a través del «hacer lo que él quiere» en el tiempo (menor que el de
la madre) que están juntos.
Hay entonces un cuestionamiento del modelo de padre exclusivamente
proveedor. La distancia emocional y/o física experimentada por algunos con
sus respectivos padres («un viejo lejano, lleno de pega […] no hubo mucho cariño
paterno») y, junto a ella, el deseo de diferenciación, que en algunos casos
apunta a una ruptura más radical que expresa el rechazo a una forma de
identidad masculina signada por el despliegue de la paternidad proveedora y
a la vez distante. Es esto lo que lleva a que los jóvenes padres establezcan distinciones con respecto de sus progenitores. Aunque siempre habrá distinciones entre generaciones, ésta se traduce en la agregación de nuevos atributos
al «señor gana pan» que caracterizó al padre de la sociedad industrial.
Yo he construido mi personalidad como la antítesis de la de mi papá, que
no me ha resultado mucho, porque yo siempre he tratado de diferenciarme de él, no ser igual a él, por ejemplo, en todo su rol familiar, en cómo
es él en la casa, yo no soy así, soy muy distinto (g.l., 21 años, estudiante
universitario, 1 hijo).
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
93
De igual manera, se releva la presencia activa del padre en la crianza del
o los/as hijos/as. Una presencia caracterizada además por un fuerte componente afectivo, que parece acentuarse aún más en el caso de los padres
separados o que no están a cargo del cuidado cotidiano de esos/as hijos/as.
La distribución del tiempo para la conciliación de los horarios de trabajo
con las visitas a los/as hijos/as se convierte en requisito fundamental para
construir una relación afectiva y duradera con ellos/as. En la mayoría de los
casos, se trata de hombres con hijos/as pequeños/as; un número menor ya
tiene hijos/as adolescentes o mayores de 18 años, lo que no significa que no
hayan enfrentado este problema.
Los dos casos siguientes tratan de padres separados, de las capas medias.
Uno profesional con estudios de posgrado, el otro empleado en el rubro del
comercio. Ambos dicen considerar como aspecto fundamental de la relación
con sus hijos la disponibilidad de tiempo para ellos, y se esfuerzan por adecuar sus horarios o su tiempo de vacaciones, como sucede con el segundo
caso, cuyos hijos viven con la madre fuera de Chile.
Yo me levanto todos los días a las tres de la mañana, tres y media de la
mañana, yo me despido de todos cuando todos están acá […] aunque
ellos estén durmiendo, ellos lo sienten, y ellos se sienten protegidos por
uno, y […] la lucha mía, yo hablo de lucha en todo caso, es que al final
ellos tengan la confianza suficiente para contarme sus problemas, eso es
fundamental, ése es mi objetivo, que se expresen, que me cuenten sus
problemas, y yo siempre voy a estar al lado de ellos (c.p., 45 años, comerciante, 5 hijos).
Viajo constantemente durante el año, reparto a Italia en las vacaciones
[…] tengo la suerte de tener un trabajo que me lo permite, una buena
relación con mi jefa, que me lo permite. Eso es parte de los acuerdos previos, yo no habría regresado a Chile si no existieran esas condiciones […]
yo le dije que no podía estar un año sin ver a mis hijos, que yo me tenía
que repartir las vacaciones (a.z., 36 años, ingeniero civil, 1 hijo biológico,
1 de su ex pareja).
A pesar de la importancia que los separados dan a la relación y permanencia con sus hijos, se trata de un asunto de dedicación temporal.
Entre los padres de las capas altas también se encuentra esta distinción
con respecto al padre, aunque con algunos matices que la pueden hacer más
radical, o no, y que abordaremos en el apartado siguiente. Llama la atención
de este grupo que entre la mayoría de los entrevistados sus parejas poseen
ingresos propios, y con ellas comparten tareas domésticas, o al menos las
supervisan en conjunto, manifestando un fuerte compromiso respecto a las
labores de crianza y educación de los hijos, tanto entre los casados como
entre los separados.
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Estudios Avanzados 6(9): 79-112
Me gustaba levantarme, mudarlos, llevarlos al jardín infantil ¡qué mamón
más grande! Pero te lo juro que era así, es verdad […] Sí, yo hacía todas
esas cosas (e.s., 50 años, médico, 3 hijos).
Yo hacía todo, le cambiaba pañales, lo llevaba al médico, juntos con la
Marcia, siempre, no porque a la Marcia no la haya querido dejaba de
lado esos detalles, lo llevábamos al deporte juntos, al parque, siempre los
dos juntos, la Marcia, el Felipe y yo, los tres… íbamos para todos lados,
lo llevaba al parque o a la cancha, él iba en coche, ella llevaba el coche, lo
dejaba en el coche y yo me entretenía, pichangueaba con otros amigos
por ahí, y ella se quedaba en el coche (a.b., 46 años, comerciante productos químicos, 2 hijos).
En los casos de estos dos últimos entrevistados, ellos expresan su intento
por adecuarse a las etapas de la niñez y adolescencia asistiendo a las reuniones
de apoderados, participando en actividades extraescolares diferenciadas de
acuerdo a la edad —cuando hay más de un hijo— pero sobre todo manifestando interés por los problemas e inquietudes de los/as hijos/as, al dejar
tiempo para la conversación. Si pensamos en la relación que los entrevistados
dicen mantener con sus hijos, podríamos entenderla como un proyecto que
requiere ser nutrido por el ejercicio permanente de la comunicación para
conocer al hijo/a. Las conversaciones en el trayecto a la escuela, las salidas,
los paseos, los momentos en que los padres se hacen cargo de sus hijos sin la
presencia de la madre parecieran forman parte de los escenarios propicios al
conocimiento del/a hijo/a.
Habría que poner atención entonces en las actividades que estos padres
dicen realizar con sus hijos, las que evidentemente varían de acuerdo a la edad
de los hijos, y en cierta medida, a la edad de los propios padres. Cuando se
trata de niños pequeños, las actividades tienen que ver con cuidado (alimentación, cambio de pañales, etcétera) estimulación y juegos, algo que habría sido
parte de la rutina cotidiana de los entrevistados en todos los casos, es decir entre casados, separados y convivientes, al menos en esta etapa del crecimiento.
Como señala este entrevistado:
Trato de estar con ellas, de sacarlas a caminar, a jugar […] trato de salir con
ellas. De estar con las dos. O sea, por ejemplo la Lauri sale en bicicleta y la
Mati en el coche.Tenemos una mochila también, para llevar a la Mati [...]
y a veces ando con las dos en brazos (m.v, 32 años, periodista, dos hijas).
A medida que los niños crecen se incorporan cuestiones relativas al apoyo
en los estudios (en algunos casos actividades diferenciadas por sexo: el padre le
ayuda al hijo y la madre a la hija), o que consideran los gustos específicos del
hijo/a. Aunque en general, se trata de actividades placenteras. Sólo los padres
separados y que han estado o están a cargo del cuidado cotidiano de los/as
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
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hijos/as mencionaron tareas domésticas, tales como el aseo o la preparación
de la comida, en las cuales consideraban importante incluir a los hijos. Sin
embargo, esto no necesariamente se hace explicito. Es el caso de un padre
separado con un hijo de 13 años, que debido al trabajo de la madre —debía
trasladarse de una ciudad a otra— se hizo cargo del cuidado del niño durante
cuatro meses. Respecto al tipo de tareas asociadas, señaló que era «todo», pero
especificando solamente el tener que llevarlo al jardín infantil.
No obstante, también hay entrevistados que relevan el hecho de hacerse
cargo de las tareas domésticas, si bien esto puede cobrar distintos sentidos.
Mencionaremos dos casos. El primero corresponde a un hombre de origen
popular, minero, que al momento de la entrevista se encontraba separado
desde hacía casi dos años, con cuatro hijos (dos mujeres y dos hombres) de
entre 19 y 8 años. A la mayor, nacida de una primera unión, no la ve desde los
seis meses de vida; los otros tres son producto de su matrimonio, y obtuvo la
tuición legal. Su ritmo de trabajo (sistema de turnos) y la tendencia al consumo excesivo de alcohol fueron detonantes de una separación muy dolorosa,
que lo dejó «solo» sin saber mucho qué hacer con dos hijos de esta relación
—ya que «a la niña se la llevó la madre»—. No sabía qué hacer cuando le
decían «papá, tengo hambre». El esfuerzo dedicado a construir una buena
relación con sus hijos lo ha llevado a dejar su «vida personal» de lado, pero
se siente recompensado porque ahora los conoce mejor. Un proceso que en
su relato resulta interesante, porque surge precisamente de un aprendizaje
conjunto de las responsabilidades domésticas más cotidianas y que contrastan
con las que realizaba antes de la separación:
Antes para mí eran mis hijos porque salíamos a las tiendas, salíamos a dar
una vuelta, jugábamos a la pelota un rato con los niños hombres. Con mi
hija me ponía a dibujar con ella […] para mí eso era ser padre. Ahora no,
ahora es ser un padre más profundo, ahora sé los problemas que tienen, sé
cómo quieren actuar. Sé lo que ellos quieren para mí.Y fíjate que ahora
me he acercado tanto a ellos.
[Cuando regreso del trabajo] llego a comer algo y a ver si hay que
preparar comida o almuerzo. Cuando uno está solo no hay comida fresca,
salvo que la haga en el momento, pero para el otro día te queda para
cuando los niños llegan del colegio. Y preocuparme de la loza que se
ocupó en el día. No sé si te has dado cuenta que a los niños no les gusta
lavar los platos. Y si hay ropa, por ejemplo hoy día que es domingo se
cambian las sábanas cada dos días, sobre todo en verano, por el calor. Y
de eso me preocupo yo, en el turno en que ande, si ando de día igual se
cambia. Lo que me cuesta más en este turno es lavar. O sea, no lavar sino
que… con la tecnología de ahora tú la echas y prácticamente te la deja
seca. Pero tender la ropa, dejarla que se seque no me gusta. Y no es que
te la roben, pero sí, dejarla afuera… es que el sereno tiene un ácido, que
es del huno de acá y quema la ropa […] y, bueno, si se me queda tendida,
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Estudios Avanzados 6(9): 79-112
le digo al Matías. Lo dejo despierto a las seis cuando me voy.Y eso es lo
que más me ha costado con mis hijos, que son dormilones (o.r., 43 años,
maquinista minero, 4 hijos, los 2 hombres a su cargo).
El segundo caso corresponde a un hombre de 36 años, conviviente, con
dos hijos de 15 y 3 años, el segundo producto de su actual relación. El mayor vivía con la madre en una ciudad del sur de Chile y venía durante las
vacaciones escolares, pero desde hace un par de años terminó por quedarse
definitivamente en Santiago con su padre. Al momento de la entrevista se
encontraba cesante; con estudios técnicos en el área social, su último trabajo
en una consultora como gestor de proyectos para pequeños empresarios, no
lo satisfacía en términos económicos ni profesionales. De hecho, éste no era
su primer periodo de cesantía, pero su pareja mantiene un trabajo estable
que les permitía sortear de mejor manera la situación. Mencionamos esto
porque la relación de este hombre con sus hijos, especialmente con su hijo
menor, se debe al hecho que ha debido permanecer más tiempo en la casa,
pero además porque su sistema de trabajo era, en términos de horario, mucho más flexible que el de la madre. Sobre esto señala:
En la cuestión casa, la cuestión papá, yo me manejó bien. Me sale innato,
por ejemplo, cuando era guagua el Maximiliano, tenía las respuestas así.
Está llorando porque ah, esto, me nace, tengo las respuestas. La Jana tenía
como falencias en eso, pero yo la potenciaba. Entonces no… con Nicolás
fue igual (g.m., técnico social, 36 años, 2 hijos).
Con su pareja actual han llegado a una serie de acuerdos respecto al reparto de las tareas domésticas, lo que hace tener una visión bastante crítica
de lo que sucede con otros hombres que son padres sólo cuando se trata de
los aspectos lúdicos:
Es que ésa es la típica, soy papá pa’ jugar. Pa’ jugar soy papá. Pero pa’ otras
cuestiones no soy papá tampoco... «¿tú cocinai?», «sí, ¿por qué?», «¿Y tu
señora no cocina?». Esas son huevadas. Para mí es normal, qué tiene de
raro, no tiene nada de raro. Pero personas con que yo he trabajado a mí
me encuentran raro por el hecho de que yo los lleve al jardín, el hecho
de que yo los lleve al médico, yo los lleve a los controles del consultorio
(g.m., técnico social, 36 años, 2 hijos).
En los dos casos citados la actitud frente a los hijos y el compromiso asumido respecto al ejercicio de la paternidad contrasta con la figura de sus propios padres, quienes pese a ser muy correctos, serios, responsables en el trabajo,
y además únicos sostenes de la familia, al mismo tiempo eran poco comunicativos y contaban con escaso tiempo para compartir con sus hijos, a diferencia
de las madres dueñas de casa que tenían todo el tiempo para hacerlo.
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
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Rupturas y herencias
La figura autoritaria y distante (leída a menudo como ausente) del padre
habría dejado paso —o al menos convive— con otra en que el padre se
compromete afectivamente con sus hijos, más allá de la provisión material.
Castelain-Meunier (2003b: 42-43) plantea que las nuevas maneras de ser
padre tienen que ver con la capacidad de ejercer un papel a partir del reforzamiento de la conciencia paterna, pero al mismo tiempo de la ruptura de
las relaciones de exclusividad entre la madre y el hijo, abriendo un lugar al
padre. Siguiendo a la autora podríamos hablar del tránsito o transmutación
de un padre proveedor a un padre afectuoso que busca hacerse un lugar en
el espacio privado mediante el despliegue de su afectividad y el cuidado del
hijo/a, aunque no necesariamente por el hecho de asumir bajo su responsabilidad las tareas domésticas. Sobre todo, porque dicho cambio supone dificultades asociadas fundamentalmente a la transformación de los roles de mujeres y hombres, tanto fuera como al interior de espacio familiar. Lo que se
hace más claro entre los hombres de capas medias que señalan las diferencias
entre los roles que debían desempeñar sus padres y las exigencias actuales:
Porque los roles estaban definidos, el papá era el papá, el papá era el que
traía las cosas a la casa. La mamá era la mamá, y anda tú que le fueras
a contestar a tu papá, porque era complicado: lo que decía el papá era
ley, ahora no. Por lo mismo las generaciones de hoy en día son distintas.
Porque ahora mi hija me puede decir oye papá, tú estás equivocado. Y
quizás, probablemente yo tenga que aceptar que estoy equivocado. Antes
no, antes los papás tenían la razón y eran dueños de la verdad, ahora no
(f.c., 32 años, ingeniero comercial, 2 hijos).
Él tampoco tenía como muy desarrollada la cuestión paterna, entonces no le
preocupaba mucho el asunto de cuidar, educar, sino que abastecer. Nació en
1916, entonces él sabía única y exclusivamente abastecer.Y que la mujer se
ocupara de educar y todo el asunto (g.m., 36 años, técnico social, 2 hijos).
Cambió cuando se jubiló. Yo creo que, pasados sus cincuenta, mi papá
como que cachó que la había embarrado antes. Porque en lo económico
nunca nos faltó nada, pero en la relación padre e hijo, como de amistad,
ahí como que no lo hizo bien. No hubo comunicación. Cero comunicación. Todo lo contrario que la mamá. Mi mamá, más que una mamá, era
una amiga. Todavía. Igual mi papá cambió harto, ahora está más sociable,
más comunicativo (b.a., 29 años, estudiante universitario, 1 hijo).
. La autora señala que las actuales asociaciones de defensa de la paternidad, presentes en
distintos países, reflejarían esa toma de conciencia en la medida que «la defensa del lazo
del padre con el hijo» constituye también un medio para ejercer la paternidad.
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Estudios Avanzados 6(9): 79-112
En este sentido, la relación con la madre de los hijos, en tanto pareja, también es un factor que influye en la forma de ejercer y entender la paternidad.
Sobre este punto resulta interesante el hecho que los entrevistados valoraran
positivamente los cambios en los roles femeninos que hacen de la paternidad
«presente» no sólo un discurso, sino una responsabilidad ineludible, porque
las madres que trabajan han ocupado nuevos lugares en la sociedad. El padre afectuoso se convierte en un elemento constitutivo de la subjetividad
masculina e inscribe al sujeto en el espacio privado, aunque sin someterlo al
mismo. Esto es, hacerse cargo de los niños, pero no necesariamente del gobierno de la casa (si a menudo del poder en la familia), y si es así otorgándole
una significación ‘masculina’, a veces estableciendo jerarquías, como señalan
hombres de capas medias.
Pídele un montón de trabajo de investigación y lo hace, pero pídele que
maneje la casa un mes y que tenga todo ordenado, se complica. Porque no
es de las minas que está hecha para la casa, no está hecha para la casa, está
hecha para ser profesional.Yo tampoco estoy hecho para la casa, pero tengo
esa cuestión mucho más cercana, la manejo más, mucho más internalizada,
por mi mamá, o solo, lo que sea (g.m., 36 años, técnico social, 2 hijos).
Las chiquillas se ríen mucho y la Jacque también, que yo les digo que la
casa es como una empresa y yo soy el gerente general, la Jacque es como
la gerente de operaciones y ustedes son los administrativos, a las chiquillas
le digo. Entonces ustedes tienen que bailar al ritmo que yo cante (f.c., 32
años, ingeniero comercial, 2 hijos).
O, en el mismo grupo social, los separados que estimaron que mientras
estuvieron con la madre de sus hijos su dedicación era completa, siendo excelentes padres, pero señalando que al mismo tiempo, la loza podía dejarla dos
días sin lavar y ella se ponía histérica. Lo doméstico, en ese sentido continuaría
siendo terreno femenino exclusivo. De esta forma, emerge la duda respecto a
afirmaciones que han pasado a ser casi un lugar común en la caracterización
de la paternidad, como, por ejemplo, que ahora los hombres son amorosos
y afectuosos con sus hijos y, sin embargo, estos nuevos atributos por sí solos
no cambian los tradicionales atributos maternos de cuidado y crianza, ya
que es el hijo/a y la relación de filiación paterna la que parece modificarse
sin cambiar la trama de la división sexual del trabajo en la familia. Es lo que
encontramos en un estudio anterior (Valdés y otros, 2006) y lo encontrado
por Olavarría.
Castelain-Meunier señala que los comportamientos tradicionales que reproducen las desigualdades en la esfera doméstica coexisten con otras conductas. En la medida que los salarios masculinos son más altos que los de las
mujeres se entiende que el hombre es el jefe de familia, y debe mantener a
la mujer y a los hijos. Pero al mismo tiempo se «impone un modo de vida
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
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que incluye la referencia a dos sueldos, o a que al de la mujer pueda añadirse
una pensión alimenticia en caso de separación» (Castelain-Meunier, 2003b:
43). En última instancia, como señala Maruani (2005), el mercado de trabajo
impone la división sexual del trabajo doméstico. El éxito profesional continúa siendo patrimonio masculino en el discurso y en la práctica, además de
una forma de reafirmación identitaria, pero la paternidad ya no tiene como
referente el rol institucional y una forma específica de autoridad, produciéndose una serie de variaciones en la forma de ejercerla. Esto contrasta con la
mirada que se adopta con respecto a la maternidad, ya que el debate, sobre
la base de la incuestionable importancia de las relaciones de proximidad
entre madre e hijo/a, continúa enfocándose en la pregunta sobre si la mujer
debe o no trabajar, o hacerlo a medio tiempo para (ella), ‘conciliar trabajo y
familia’, mientras que a los padres se les abre un tiempo casi simbólico para
entrar en esta conciliación en una cultura que se sostiene en el modelo del
‘padre industrial’.
Precisamente, uno de los entrevistados cuestionó el grado de profundidad que el modelo de padre afectuoso y comprometido tiene efectivamente
entre los hombres, señalando que se produce una distancia entre las políticas
y discursos que impulsan de manera incipiente un mayor compromiso —no
sólo afectivo— e involucramiento en la crianza de los hijos, y las prácticas
concretas asociadas a una forma de entender los roles masculinos y femeninos que permanecen profundamente enraizados en la cultura.
Tengo entendido que el papá puede tener como una licencia, pero también es como muy poco aplicable en la realidad ese tipo de cuestiones
en la industria, en la empresa. Anda tú a pedir una licencia de hombre
porque nació tu hijo, o porque tu hijo está enfermo, qué tenis que ver. En
la pega hasta hace poco, «tengo que llevar a mi hijo al médico, así que voy
a salir antes», «¿y tu señora?», «está trabajando». «Pero que lo lleve ella», ¿y
por qué no lo puedo llevar yo?» (g.m., 36 años, técnico social, 2 hijos).
Entre los hombres con alto capital cultural, no obstante cierta tendencia a
mostrar conformidad con un discurso «políticamente correcto» (mujeres que
trabajan fuera de la casa, compartir las tareas domésticas y el cuidado de los
hijos), también hay lugar a la crítica de estos nuevos roles, en la medida que a
ellos se les sigue exigiendo, por ejemplo, ser los principales proveedores:
El hombre proveedor se tuvo que acomodar a esta mujer en multifunción
[…] tú también tienes que transformarte en un hombre multifunción pero
yo no tengo problemas en funciones múltiples en mi casa; yo lavo los platos, cocino, llevo a los niños al colegio […] el hombre termina siendo tan
multifunción como la mujer en casi todos los ámbitos, pero a la hora de
que falta plata en la casa, todos le reprochan tácitamente a los hombres…
eres un fracasado, me estás quitando plata (r.m., 44 años, abogado, 3 hijos).
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
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Ahora bien, como mencionábamos antes, en este nuevo escenario de tareas compartidas, la autoridad paterna incontestable parece haber sido reemplazada por la comunicación permanente con los hijos. La presencia activa
del padre va acompañada de un nuevo lugar para el/la niño/a al interior
de la familia.Ya no se trata de individuos pasivos, sino de sujetos cuyas personalidades se van revelando desde muy temprana edad y adquiriendo una
importancia que antes no existía. Algo que se evidencia tanto en las capas
bajas como altas:
Lo otro que también es importante es saber cómo se siente el niño.
Cómo se siente mi hijo en el momento de decirle: «quiero ponerte en
este colegio, ¿cómo te sientes tú, quieres ir a ese colegio?». Yo creo que
la opinión de mis hijos también influye mucho. Me estoy refiriendo al
tiempo actual, no era como antes que el papá te decía «ya, a ese colegio
te vas». No, yo siempre les pido la opinión a mis hijos (o.r., 43 años, maquinista, 4 hijos, 2 a su cargo).
Bueno, los niños de esa época no teníamos ninguna noción de los derechos del niño, no reclamábamos nada, mi mamá lo dijo y punto… cuando muy chico, mi mamá nos daba la orden como para no hablar de algo
y tú no podías hablar, eso no era de cómo hables, sino que era como que
si te miraba, era como ya pues y si no te miraba, o si te miraba con una
mirada penetrante era como quédate callado, o sea había todo un código
(r.y., 33 años, ingeniero comercial, 2 hijos).
El adulto experimenta dificultades para educar, cuando las referencias
tradicionales (moralidad, autoridad, etcétera) se encuentran en pleno cambio
y es en este contexto donde ingresa la figura del padre que vuelca su mirada
al hijo en términos distintos a cómo lo hacían las generaciones mayores.
El nacimiento del padre
La paternidad no habría tenido un lugar especial en el imaginario de los
entrevistados previamente al nacimiento de sus hijos, o en algunos casos, al
emparejamiento.
¿Cuándo me veía yo como papá? Cuando ya realmente me casé y ahí
uno se va proyectando, pero antes que conociera a Pati no, incluso mis
miras era seguir estudiando, pero como no se pudo… y después ya que
me casé, ahí ya uno ve las cosas de otra forma, y la ve a nivel como matrimonio y como papá, ahí uno se proyecta, pero antes no (a.r, 34 años,
técnico paramédico, 2 hijos).
Para un joven que ha sido recientemente padre se trata de un proceso
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
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más lento que el que vive la madre, que no pasa sólo por la imaginación,
sino por una cuestión más concreta: el reconocimiento mutuo. Algo que se
manifiesta más claramente entre los hombres más jóvenes.
Yo creo que el papá se va formando. Es que es distinto sentir a tu hijo
dentro tuyo que verlo que nació […] pero quizás ese amor incondicional
que siente la mamá, con el papá es un poco más lento, es un poco más…
es más lento, es más tranquilo, tiene sus pausas, o sea ya tienes que sentir
también algo, tú tienes que recibir algo, tienes que sentir que es recíproco.
Porque claro, uno al principio toma en sus brazos a tu hijo y… y no te
pesca. No te pesca, entonces es más fácil tú le pasas a la mamá y uno lo sigue viendo como tu hijo nomás, pero ese cariño, ese amor incondicional
que uno puede sentir, yo creo que se va dando en el camino, se va dando
a medida que también tu hijo te va reconociendo como papá (c.c., 24
años, vendedor, 1 hijo).
No obstante, hay excepciones. En algunos existía un deseo previo de
ser padre, relacionado con el hecho de estar en pareja, pero también con la
distancia emocional y generacional existente con el propio padre durante la
infancia y adolescencia.
Es que yo quería ser papá. Quería ser papá joven. Porque igual es súper
rico ser papá joven. Es súper lindo. Es que ser papá… tienes que vivirlo.
Es difícil sí, es más fácil ser hijo que papá. Complicadísimo (b.a., 29 años,
estudiante universitario, 1 hijo).
Yo siempre pensé que quería tener un cabro chico joven porque quería
comunicarme con un cabro chico joven, no quería esperar tantos años
como para eso. Eso se contraponía con mis ganas de estudiar y con un
montón de cuestiones, pero quería tener mi cabro chico joven. Era muy
importante (g.m., 36 años, técnico social, 2 hijos).
Aún así, la pregunta que surge es ¿cuándo nace el padre?
Entre los entrevistados de capas bajas y medias el parto parece ser la
instancia fundamental. El padre nace al reconocerse en la existencia ‘visible’
del hijo, y los hijos son reconocidos como una fuente de gratificación y de
sentido en sus vidas, prácticamente desde su nacimiento.
El hecho de trabajar, trabajar para mi subsistir, ya para mí ya ése fue otro
cambio como hombre, y el ser papá ya fue otra página de la historia. De
ahí, de hecho, cambió toda mi vida, después de que nació él yo no, ni
carretié, lo único que quería era llegar a la casa temprano para ver a mi
hijo. No quería salir con amigos en Santiago, quería llegar a la casa (p.g.,
25 años, auxiliar universidad, 1 hijo).
102
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
Fue súper fuerte, una experiencia súper fuerte, de hecho, yo en ese momento sentí que era papá. Lo vi, lo tuve, y tenía a mi hijo en los brazos,
antes era... estaba en la güata de la Marcia […] era una persona, que me
miraba, que lloraba, que me tomaba el dedo si yo le tiraba la mano, no sé,
fue distinto, ahí sentí, no sé, otra cosa, así como: Ya, no, éste es mi hijo (p.v.,
25 años, estudiante universitario, 1 hijo).
Mientras que los entrevistados de las capas altas no identifican un momento preciso en que tomaran conciencia de la paternidad, sino justamente
el reconocimiento de la ausencia del padre en la conformación de su identidad masculina, y al mismo tiempo, el trabajo que supone construir la imagen
paterna para los hijos:
A nosotros no nos enseñaron que íbamos a ser papás, nos enseñaron que
íbamos a ser arquitectos, doctores, chofer de micro, no sé, a nosotros nos
enseñaron que nos íbamos a desarrollar en una profesión o un oficio, a
mis primas les enseñaban que iban a ser mamás, y después de eso, tal vez,
doctora, psicóloga, enfermera, pero primero era mamá y después, por desarrollo personal, o motivación personal iban a ser capaces de desarrollar
algún oficio o profesión (r.y., 33 años, ingeniero comercial, 2 hijos).
La presencia del padre, aunque sea una foto, que sienta la presencia del
padre en la casa, y eso es responsabilidad de la madre, es fundamental, la
imagen del padre la hace la madre, el respeto al padre lo hace la madre,
el amor de los hijos a la madre es natural, pero el amor de los hijos a los
padres es mucho por responsabilidad de la madre, por la actitud de la madre hacia el padre, ella tiene la responsabilidad de reforzar la figura (s.m.,
54 años, ingeniero, 5 hijos).
En otros casos en este mismo estrato social no hay hecho, ni momento, ni
proceso que configure la paternidad, puesto que ésta es ‘una vocación’ que se
tiene o no se tiene. La adscripción religiosa, como es el caso de un adherente
al Opus Dei cuya mujer, profesional como él, se dedica a la familia desde el
nacimiento del tercer hijo para el cuidado de sus doce actuales, hace intervenir esta noción de vocación en la configuración de la paternidad, junto al
lugar del padre al gobierno de la familia, su presencia permanente y vigilante,
su proximidad comunicativa, en particular para lograr la transmisión de los
valores familiares y el mantenimiento de los ritos religiosos que se imponen
con disciplina (rezos, presencia en la iglesia, retiros espirituales) y sociales
(sociabilidad con los pares, elección de colegios del Opus, vigilancia sobre
las amistades de los hijos, etcétera).
Ser papá es una vocación. No basta con ser papá biológico, sino comprometerse con los hijos a sacarlos adelante, esto es mutuo. Es una vocación
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
103
que llena de felicidad, ser papá es una aventura, ya que las distintas variables no se conocen, y en ese sentido también se enfrentan problemas
nuevos que a veces no sabes cómo resolverlos, pero la fe en Dios ayuda
mucho a abordarlos y a no asustarse con estas cosas. Es una gran aventura
sacar adelante a una persona pequeña y transformarla en un adulto, que
pueda vivir plenamente y ser feliz, desarrollando lo mejor que cada uno
tiene de sí mismo: sus capacidades intelectuales, sus capacidades de trabajo, sus capacidades sociales para que sean un aporte a la sociedad y no un
lastre. Lo más importante es sacar lo mejor de cada persona con la ayuda
de Dios (j.a., 50 años, ingeniero, 12 hijos).
El haber ejercido el rol de hermano mayor o haber sido el único hijo
hombre se presenta en varios casos como una instancia importante de aprendizaje en lo que más adelante será su propia paternidad. En el primer caso
se trata de una experiencia que adopta características muy similares entre
los tres grupos sociales, fundamentalmente en cuanto a la responsabilidad
que asume el hijo mayor en el cuidado de sus hermanos/as, al establecer
una relación más afectiva con ellos dentro de un esquema donde el grado
de involucramiento del padre en los juegos infantiles o las actividades de los
hijos era menor.
No tenía conversación conmigo, él no conversaba, con decirle que como
yo era el mayor, yo era el responsable de mi familia, porque por ejemplo,
nosotros somos del sector de Puente Alto de Vizcachas, y en esa parte se
sale, la gente va a cazar, sale a pescar, entonces él salía con mi hermano,
con el Claudio que viene después de mí, salían a pescar, o sea, a cazar al
cerro y yo me tenía que quedar a cargo de la casa, no mi mamá (p.h., 38
años, temporero de la fruta, 2 hijos).
Mi papá administraba una bomba de bencina, pero yo tengo un, así, jamás chutée una pelota con mi papá porque a él no le gustaba el fútbol ni
nada, y después cuando nacieron mis hermanos yo me transformé en eso,
yo era el que les compraba el equipo de fútbol, la pelota, chuteaba, tenemos fotos, los llevaba al estadio qué se yo […] él era más intelectual, le
gustaba sentarse a leer, pero no hacíamos cosas, nosotros jugábamos con
los amigos, los amigos de la cuadra. Armábamos cosas, armábamos casas
con fonolas, con cuestiones viejas, hacíamos cuestiones pero los papás no
participaban (e.s., 50 años, médico, 3 hijos).
Como yo fui el mayor de los hermanos, siempre yo tuve un papel medio autoritario, como de padre, o sea yo siempre fui el dueño de casa, y
siempre sobreprotegiendo a mis hermanas, a mis hermanos y en el caso
de ella, ausencia de padre… (s.m., 54 años, ingeniero, 5 hijos).
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
104
Respecto a lo segundo —ser el único varón de la familia— esto se puede
traducir también en una relación diferenciada con la madre y el padre, como
lo expresa uno de los entrevistados.
Porque mi hermana siempre fue mi mamá. Ellas dos siempre cómplices
y todo. Mi hermana con mi mamá. Y hasta el día de hoy es así todavía;
mi hermana se casó y todo y vive al lado de mi mamá, y la ve todos los
días, es muy dependiente de mi mamá. En cambio con mi papá no, eran
otro tipo de relación […] Igual siempre fui el regalón de la casa […] El
más chico. Con mi mamá sobre todo. Pero era distinto, porque yo no le
contaba cosas a mi mamá.Yo se las contaba a mi papá (g.l., 21 años, estudiante universitario, 1 hijo).
Los sentidos de la paternidad
Definir la paternidad no resultó una tarea fácil para los entrevistados, de hecho,
sólo en algunos casos expresaron claramente el sentido de lo que para ellos
es la paternidad. Cabría preguntarse también por qué esta dificultad, cuando
aparentemente resulta tan fácil referirse a los cambios experimentados por
estos mismos hombres en relación a la generación anterior. Por ejemplo, un
padre de las capas medias señaló que para él la paternidad tenía que ver con la
capacidad de proteger a su familia cuando la situación lo ameritara. Una suerte de mandato de género, podríamos decir, frente al cual todo hombre-padre
debiera estar preparado. No la entrega de sí, como sucede con las mujeres —la
idea del ‘don de sí misma’— sino la entrega de un objeto material o inmaterial: las herramientas para desenvolverse en el espacio social.
Es como el efecto paraguas, porque en cierta manera… en mi caso personal mi señora puede ser independiente, pero yo sé que en algún momento de crisis a lo mejor no sabría qué hacer. Eh… y muchas veces uno
también no sabría qué hacer, pero como eres tú el pilar del clan, tienes
que aperrar nomás y jugártela en ese momento. En el fondo es la protección, cariño, valores… y más que el efecto, el paraguas que te decía yo,
darle herramientas hoy en día como padre dentro de mis posibilidades
(f.c., 32 años, ingeniero comercial, 2 hijos).
En general, los entrevistados se refirieron a sus experiencias concretas
como padres, y en cierta medida aludieron a un modelo paterno que combina elementos del modelo tradicional —provisión, virilidad— con las nuevas
formas de ejercer la paternidad.
Es una responsabilidad muy grande, que se toma con mucho cariño,
y… tratar de, no sé, de ser buen papá en ese aspecto, y… y, tratar que
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
105
las cosas resulten con bastante cariño, afecto, y… y que eso sea reflejado
en el futuro en los niños, cuando ya sean grandes (a.r., 34 años, técnico
paramédico, 2 hijos).
Creo que el ser papá es si los tipos fueran como mucho más cercanos
o mucho más, no sé, mucho más querendones con los cabros, o por último, joderlos por estar en la edad adolescente, pero estar ahí. Que los
tipos vean una imagen, a su papá que los está jodiendo, a su papá que
los está queriendo. Es como que entrega más fuerza el tipo, es como te
pavimenta el camino para adelante. No sé si es muy cuerdo lo que estoy
diciendo, pero más que nada estoy haciendo una proyección, y creo que
esa cuestión no está. Los papás son buenos en navidad, son buenos para
el día del niño, pero el resto del tiempo la mamá los cría (g.m., 36 años,
técnico social, 2 hijos).
Ser padre es un evento muy importante, para mí ha sido uno de los eventos más importantes de mi vida, cuando fui padre por primera vez me
sentí familia y me sentí responsable de alguien, recién sentí ‘chuta, tengo
una familia de la que hacerme cargo’ (s.m., 54 años, ingeniero, 5 hijos).
Porque el hombre está para reproducirse, o sea me sentí contento con mi
primer trabajo, en fin, cuando me casé etcétera, pero lo que te determina
como hombre es reproducirte, porque ves que lo que a ti fue entregado
tú lo estás entregando, además que en esta sociedad siempre el que no
tiene hijos pasa por maricón (r.m., 44 años, abogado, 3 hijos).
Sin embargo, este modelo de paternidad que se construye con elementos
nuevos, y otros heredados, también da cabida al modelo tradicional reinventado, es decir, a una concepción de familia con separación de roles y con un
proyecto de vida orientado por el fortalecimiento de la familia-institución
dentro de lo cual la adscripción religiosa es lo que sostiene a este padre tradicional, pero muy presente en el gobierno y fortalecimiento de la familia,
lo que implica una madre en la casa.
Antes los valores eran más normales, existían valores compartidos por
la familia y la sociedad. Hoy día muchas cosas se ponen en duda, por
ejemplo, cómo debe ser la familia, qué es lo bueno y qué es lo malo.
Todo esto obliga a estar más presente, a tener más responsabilidades que
antes, porque si el papá no estaba presente, igual los valores estaban en el
ambiente. Hoy día la cosa no es así, se requiere una actitud mucho más
proactiva de los papás. El ambiente familiar es el mejor para crecer. El
que una persona tenga papá y mamá y los tenga juntos ayuda a la persona
a desarrollarse, esto es lo mejor para el ser humano. Es evidente. En la
medida que las sociedades modernas van fragmentándose o no siguen un
modelo son más infelices y hay más problemas. Uno tiene que tener claro
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
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que éste es el modelo familiar y por supuesto defenderlo y apoyarlo. En la
actualidad hay mucha confusión de valores, la televisión y los medios de
información transmiten esto. Hay también valores en contra del concepto de familia. Muchas cosas vienen desde fuera, y atentan en contra de la
familia natural —papá, mamá e hijo—. Si bien, la sociedad actual tiene
situaciones diversas, uno siempre tiene que hacer que la sociedad vuelva
a lo que más le conviene, al modelo que más le conviene. […] es importante que la mamá aporte con recursos, pero también es fundamental su
presencia en la casa (j.a., ingeniero, 50 años, 12 hijos).
Como observamos en las citas anteriores, la paternidad remite a una
serie de valores, actitudes e ideas claramente relacionadas con la concepción
tradicional de la identidad masculina y del lugar de la figura paterna, que
son reelaboradas en función de este modelo paterno contemporáneo que
privilegia la comunicación y la expresión de afectos. En cierta forma, se
produciría una tensión entre el modelo tradicional que privilegia el rol de
proveedor, si no único, al menos el que se hace cargo de los gastos más importantes al interior de la familia, y el modelo comunicativo-afectivo, que se
apropia de ciertos aspectos de la rutina doméstica, especialmente la relación
y comunicación con los hijos/as que no son vistos como un tránsito hacia ‘lo
femenino’, sino al contrario, como una reafirmación de la masculinidad.
Conclusiones
Las representaciones de la paternidad han cambiado, y los mayores cambios
se observan en la subjetividad masculina que incorpora al hijo/a en la construcción de la individualidad y, por lo tanto, nuevas relaciones de filiación
llegan a conformar parte significativa de las identidades masculinas. Ese eje,
que autores como Godelier y Théry señalan como el que desplaza al eje de
la alianza —matrimonio, conyugalidad— lo vemos fortalecido.
Las nuevas representaciones sobre la paternidad muestran rupturas intergeneracionales, apareciendo atributos vinculados a la cercanía afectiva y la
comunicación con los hijos, frente al padre autoritario, violento, distante y
lejano, pero sostén económico de la familia, según sea el caso de las definiciones que den los entrevistados de los distintos grupos sociales. Debemos
enfatizar en el hecho de que para las generaciones de los entrevistados, sus
padres buenos proveedores de la familia, no pueden ser definidos como ausentes. Estuvieron en la gran mayoría de los casos cumpliendo con el papel
que les asignó la sociedad salarial: tener un ingreso para mantener a esa familia en un contexto en que generalmente las madres no trabajaban.
Esas rupturas están dadas por la incorporación de los aspectos subjetivos y
emocionales que cobran importancia a la hora de definir la paternidad contemporánea que se agrega como atributo en la construcción de las identidades
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
107
masculinas, formando parte de una masculinidad que incorpora la experiencia
paterna con una significativa valoración de lo afectivo y comunicativo.
En general, no se nace padre, sino se aprende a serlo. De esta forma, las
biografías personales construyen nuevas representaciones de la paternidad
que se entrecruzan en diálogo con el medio social y cultural actual, en que
el niño deviene sujeto disolviendo probablemente la antigua asociación del
papel del genitor en el patrón de la virilidad tradicional, sabiendo que ser
hombre era mostrarse como procreador y proveedor. Parafraseado a Godelier, si «la virilidad de los hombres generalmente ha estado asociada a su
capacidad de hacer hijos» (571), hoy en cambio no se trata tanto de hacerlos
como de estar próximo a ellos, lo que habla de la devaluación del genitor
(la filiación biológica) frente al redimensionamiento y la valorización del
lazo afectivo. La disminución de la fecundidad acompaña este proceso y,
sin embargo, un modelo opuesto, fuertemente involucrado con referentes
religiosos, se yergue como baluarte de la defensa de los valores familiares y
relaciones de género tradicionales.
Parece ser el nuevo lugar y concepción de la infancia lo que gatilla esta
reinvención de las relaciones entre padres e hijos.
Sin embargo, las herencia de la matriz tradicional está presente no sólo
porque ha sido objeto de una reinvención que está dada fundamentalmente
por el acercamiento de los lazos entre padres e hijos, sino también en algunos
casos por la búsqueda de fortalecimiento de la institución familiar sobre la base
de la reproducción de los roles de género del patrón de familia industrial.
Desde la perspectiva de Vincent de Gaulejac, el relato de carácter biográfico otorga posibilidades de conocer la manera en que el individuo se
construye, en la medida que la identidad emerge de un proceso de reflexividad sobre sí mismo, en la confrontación con su medio social y cultural,
para producir su individualidad.Vemos que este trabajo para producir la individualidad y configurar distintos modelos de paternidad se realiza bajo
distintos referentes culturales, polarizados entre las visiones más modernas
sobre el lugar del padre en la familia y al otro extremo, las más tradicionales
que apuntan al fortalecimiento de la institución con un padre quizás más
fortalecido en la medida que tiene su mirada puesta en el ámbito privado y
en la reproducción de los valores tradicionales.
Las rupturas señaladas corresponden normalmente con las relaciones de
filiación: es el hijo el motor del paso del padre distante y de la transfiguración
de ese padre industrial ‘gana pan’ en un individuo afectuoso y comunicativo
que comparte con sus hijos, que a veces refuerza el gobierno del hogar para
fortalecer a la familia, sin que haya necesariamente cambios en la repartición
de roles sexuales, y que también coexiste con aquellos padres que a veces
desplazan a la madre y la reemplazan en sus funciones tradicionales. En la
combinación de ambos modelos, se entrecruzan las representaciones que
muestran estos cambios y estas herencias.
108
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
Un aspecto importante en estos modelos es su carácter plural. En efecto, vemos que estamos frente a la cohabitación de distintos formas de ser
padre con elementos en común que cruzan los distintos medios sociales y
los distintos capitales económicos y culturales. Lo que figura como nueva
imagen de paternidad, ya sea en los medios escritos o audiovisuales, está en
los discursos individuales sin que podamos afirmar que el lugar que habita
el padre se haya modificado en todos los planos de la parentalidad. Se puede
ser un padre próximo en una familia en que nada ha cambiado en cuanto
a la división sexual del trabajo doméstico, así como se puede ser padre por
el azar, sin haberlo elegido ni deseado (fundamentalmente los adolescentes),
se puede ser padre recuperando las funciones tradicionales de la madre, se
puede ser padre sin la presencia de la madre.
En esta combinación está el carácter multicultural de la pluralidad de
modelos encontrados, todos ellos con una fuerte separación del patrón del
padre que afirmó la sociedad salarial.
¿En qué medida los destinos individuales, sea cual fuera su irreductible
singularidad, están condicionados por el campo social en el cual se inscriben?
Y ¿cómo éste va a influenciar la vida de los individuos, es decir, sus maneras
de ser, de pensar, sus elecciones afectivas, ideológicas, etcétera?
Hemos visto que los referentes socioculturales influyen en las representaciones de los entrevistados de manera relativamente homogénea pese a las
diferencias de ingresos y capitales escolares y culturales. Una nueva construcción social de la paternidad parece estar diseñándose e influenciando estas
representaciones, aunque ciertamente ellas forman parte de un movimiento
de cambios a nivel de la subjetividad masculina, que se hacen visibles en las
nuevas representaciones sociales acerca de la paternidad.
Sin embargo, permanecen abiertas otras interrogantes: entre ellas, ¿cuán
gravitante es la devaluación del trabajo —sabiendo que el trabajo fue el elemento fundamental de la constitución de las identidades masculinas bajo la
sociedad salarial— en la irrupción generalizada de este padre afectivo? ¿No
es que la devaluación del trabajo contribuye también a la revalorización de
lo privado? ¿Y cuán gravitantes son los cambios que han experimentado
las mujeres en la configuración de este padre con nuevos atributos? ¿Abren
ellas un lugar al padre, más allá del flujo comunicativo-afectivo con sus hijos?
¿Cómo contribuyen ambos en el proceso de democratización de la vida
privada?
El rediseño de las representaciones masculinas sobre la paternidad forma
parte de la redefinición de la familia y del parentesco, de las transformaciones
en las relaciones sociales de género y de las nuevas concepciones de la infancia. Lo que hemos avanzado en interpretar, coincidente en varios aspectos
con otras investigaciones, es una manifestación más de este proceso que no
podría ser comprendido sólo bajo este aspecto.
Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
109
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Valdés y Godoy • El lugar del padre: rupturas y herencias
111
Anexo. Los casos
Nivel
ingreso
Alto
Medio
Bajo
Identificación
Edad
Profesión u oficio
Estado civil
Número de
hijos
S.M.
E.S.
J.A.
A.B.
L.C.
R.M.
R.Y.
54
50
50
46
45
44
33
Ingeniero
Médico
Ingeniero
Vendedor químicos
Ingeniero comercial
Abogado
Ingeniero comercial
Casado
Casado
Casado
Separado de hecho
Casado
Casado
Casado
5
3
12
2
3
3
2
S.L.
A.Y.
C.P
G.R.
G.R.
C.M.
P.B.
G.M.
A.Z.
F.C.
M.V.
B.A.
P.V.
G.L.
46
45
41
40
37
36
36
36
33
32
29
25
21
Periodista
Empresario
Comerciante
Tecnólogo recursos mar
Arquitecto
Tecnólogo recursos mar
Profesor de filosofía
Técnico social
Ingeniero civil
Ingeniero comercial
Periodista
Estudiante universitario
Estudiante universitario
Estudiante universitario
Casado
Separado
Separado
Anulado dos veces
Casado
Separado de hecho
Casado
Soltero (convive)
Separado/ divorcio
Soltero/ convive
Casado
Soltero
Soltero
Soltero
2
1
5
1
3
1
2
2
S.B.
O.R.
P.H.
M.P.
A.R.
L.E.
M.A.
P.G.
R.
C.C.
44
43
38
36
34
31
29
25
24
Pescador
Maquinista
Temporero de la fruta
Conserje
Técnico paramédico
Técnico electrónico
Guardia de seguridad
Auxiliar universidad
Guardia
Vendedor
Separado
Separado de hecho
Soltero
Casado
Casado
Casado
Casado
Casado
Casado
Soltero
2 (1 biológico)
3 (2 biológicos)
2
1
1
1
2
4
3 (2 biológicos)
3
2
2
1
1
1
1
***
recibido 10/3/08 • aceptado 14/4/08
Ximena Valdés Subercaseaux. Chilena. Geógrafa, Licencia y Maestría
en Geografía, Universidad París vii; dea Tercer Mundo, Universidad París
vii; Doctora en Estudios Americanos, Mención Historia Económica y
Social, Universidad de Santiago de Chile. Ha sido responsable de seis
proyectos Fondecyt sobre transformaciones familiares y laborales en el
112
Estudios Avanzados 6(9): 79-112
medio rural y vida privada y familia en el medio urbano. Docencia como
Profesora invitada en la Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y
Humanidades, cegegal y Facultad de Ciencias Sociales, cieg en nivel
Maestría. Entre sus publicaciones (libros) se encuentran: La vida en común,
Lom, Santiago 2007; Puertas adentro: masculino y femenino en la familia contemporánea (con Christine Castelain-Meunier y Margarita Palacios), Lom,
Santiago, 2006; Vida privada y modernización (con Kathya Araujo), cedem,
Santiago, 1999.
Carmen Gloria Godoy Ramos. Chilena. Antropóloga, Magister en Género y Cultura, Universidad de Chile. Doctoranda en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Docente Escuela de Historia, Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Ha participado como asistente
de investigación en varios proyectos Fondecyt sobre familia y género, y
como coinvestigadora el 2006 y 2007. Algunas publicaciones: «La Casa de
los Espíritus. Familia, nación y clases». Espéculo. Revista de estudios literarios.
Universidad Complutense de Madrid, 38, marzo-junio 2008; «Memoria
visual de una Nación. La identidad revisitada». Revista chilena de Antropología Visual 9, junio 2007, uahc; «Discurso católico, familia y géneros.
La Revista Católica 1925-2000». Conservadurismo y Transgresión en Chile.
Reflexiones sobre el mundo privado. Colección de Investigadores Jóvenes.
cedem-flacso, Santiago, 2005.
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