Unidad 4

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Unidad 4
• Augusto Comte
AUGUSTO COMTE
LA FILOSOFIA POSITIVA
PROEMIO
REVALORACIÓN DE A. COMTE
En la primera década del siglo XX tuvo efecto en algunos centros académicos del
mundo una equivocada devaluación del positivismo, fundado por Comte y desarrollado
por Littré, Mill, Spencer. . . En España y sobre todo en Latinoamérica, tal actitud tomó
los perfiles de una crítica negativa, a veces el mal gusto del improperio. Ceguera
histórica, de un lado; moda filosófica, de otro.1
Pero una vez conocida en estas tierras la corriente del neopositivismo y del
empirocriticismo (Lass, Dürhug, Avenarius, Schuppe, Mach...) e, influido por ésta, la de
la crítica de la ciencia (Boutroux, Poincaré, Deum…) se frenó aquella postura. El fondo
científico que retroalimentó a estas corrientes y los elementos kantianos y neokantianos
que reconocían, fueron signos de los objetivos rendimientos históricos de Comte y de
sus continuadores.
Si no el fundador, Comte es uno de los grandes representantes de la filosofía de
las ciencias, de la filosofía científica. El positivismo es una etapa superior de las
edades de la inteligencia, que dice Brunschvicg, y el positivismo lógico en la actualidad,
subraya Abaganano, “como el positivismo clásico, se funda en la ciencia a la que
considera como único conocimiento válido”. El impacto de la mente positiva va más allá
de las corrientes que lo integran. Declara Demetrio Náñez: “Hasta los detractores de
Comte se manifiestan, en gran parte, como positivistas, aunque teóricamente se crean
muy lejos de ello.”
Hay más: Aún se redactan historiografías y éticas de orientación positivista. La
sociología en muchos autores se acuña con el troquel de “los hechos dados”, y el
llamado positivismo jurídico (Kelsen), para no mencionar otras disciplinas, cuenta con
eminentes investigadores en todas partes del globo.
En Comte la ciencia se trueca en técnica, y la técnica ha de ponerse al servicio
de la humanidad. “Saber para prever, prever para obrar”. El destino práctico del
conocer es la exaltación de las dignidades humanas. La doctrina del fundador del
positivismo es, sin asomo de duda, una suerte de filosofía de la práctica. No en vano se
inspiró en la ideología del filósofo del industrialismo, de Saint-Simon.
Mas éste su humanismo es inseparable de una concepción historicista. “Hegel y
Comte, escribe Ortega y Gasset, fueron los primeros en salvar el pasado que los siglos
1
Sobre la moda filosófica en Iberoamérica, véase mi libro La Filosofía Iberoamericana, pp. 155 y s.
Colección “Sepan Cuantos…”, Editorial Porrúa, S.A.
anteriores habían estigmatizado con el carácter de puro error, de modo que el pasado
no tiene derecho a haber sido. Ambos constituyen la historia como evolución, en que
cada época es un paso insustituible hacia una meta…” La ley de los tres estados es la
formulación sistemática de esta idea en Comte.
Tal historicismo afecta en su base a la ciencia misma. Ésta no suministra
verdades absolutas, sino relativas: “Todo es relativo: he ahí el único principio absoluto”.
La ciencia es así una tarea interminable. El estadio positivo de la humanidad ha
superado el estadio metafísico y el estadio teológico. Pero la ciencia positiva avanza,
avanza sin cesar. Justo: la idea de progreso es un gozne de la doctrina comtiana, el
módulo que permite descubrir y ponderar el devenir cambiante de la historia.
La filosofía positiva tiene una meta: transformar la sociedad. Nada menos, nada
más. Para ello, Comte inventa la sociología, la ciencia de la sociedad, la ciencia de lo
humano. “La humanidad no está hecha para vivir sobre ruinas”. Pero hay que tener
presente, declara una y otra vez Comte, “que no se destruye sino lo que se reemplaza”.
La doctrina de Comte es el primer gran sistema filosófico de la sociedad
industrial, en el siglo XIX; un sistema, por cierto, que declara, además que el hombre ha
de ser alfa y omega de la existencia: la humanidad como fuente renovadora de valores;
por ello, en el culto de ella funda el autor la religión, la religión de la humanidad.
Como de toda gran doctrina filosófica del pasado, hay lo muerto y lo vivo en la
filosofía comtiana. El dogma del naturalismo, producto de una deficiente crítica del
conocimiento, no pocas de sus profecías y las elucubraciones místicas de sus últimas
obras, han sucumbido. Pero la conciencia histórica, la inexcepcional vuelta al objeto (lo
positivo de que habla el propio Husserl), la idea de que existe una interdependencia de
las ciencias, el hecho de que el hombre es un ser explicable por el contexto social a que
pertenece (R. Aron) son, entre otros, acierto que vitalizan la filosofía positiva.
ESTUDIO INTRODUCTIVO
LA FILOSOFÍA POSITIVA DE AUGUSTO COMTE
ANTECEDENTES INMEDIATOS DE LA FILOSOFÍA DE AUGUSTO COMTE
Ha sido llamado el siglo XIX “siglo de la cuestión social”. La filosofía positiva,
fundada por Comte, es, en mucha parte, un producto vivo y característico de tal siglo.
Así lo confirma su vocación social, dominante desde sus orígenes, y que hubo de
abrirse camino entre una muchedumbre de variadas ideas que ofrece en su conjunto la
época señalada.
1. CUADRO DE LA FILOSOFÍA DESDE EL SEGUNDO TERCIO DEL SIGLO XIX A PRINCIPIOS DEL XX
Hegel muere en 1831. Su predominio en la filosofía, ya vigoroso en las primeras
del siglo XIX, continúa en su escuela, que adquiere una triple tendencia: derecha,
centro e izquierda. Pero al propio tiempo surgen pensadores en denodada lucha contra
el hegelianismo (Comte, Kierkegaard…) o, por lo menos, en un plano de independencia
intelectual (Nietzche, Lotze…)
En torno de aquella polémica y de los nuevos aportes de los pensadores
independientes, tienen lugar en el siglo XIX hechos de indudable importancia:
Se separan para siempre de la filosofía las ciencias particulares, segregación
que había comenzado a operarse desde el siglo XVII. No sólo a
l s matemáticas, la
astronomía, la física, la química y la biología se independizan de la filosofía, asimismo
las llamadas ciencias del espíritu, la economía política, la sociología, la demografía, la
historia de la filología.
También se hace autónoma la psicología. El desarrollo que adquiere, sobre todo
a partir de la segunda mitad del siglo XIX, no es comparable ni remotamente con
ninguno de sus anteriores avances: ha constituido de tal modo una especialización de
investigaciones, y una complejidad de doctrinas propias que se requiere para cultivarla
una preparación y un tecnicismo especiales, diferentes de las actitudes y de los
estudios filosóficos en general.
En tercer lugar, los temas y la filosofía de lo social cobran inusitada importancia.
Era explicable. Los efectos del maquinismo se hicieron presentes de manera acuciante,
y la filosofía, reflexiva, vino solícita, a justificar y orientar las reformas sociales de la
vida.
En fin, va creciendo la conciencia histórica de la existencia y de la cultura
humanas. Ya se pudo tener una plena conciencia de que la verdad se conquista
gradualmente, a través de la colaboración entre las generaciones que se suceden en el
tiempo; y que, por lo tanto, la historia de la ciencia y de la filosofía no es una historia de
errores que se pueden descuidar impunemente cuando se cree estar en posesión de la
verdad, sino la historia de las etapas sucesivas a través de las cuales ha tenido que
pasar necesariamente el espíritu humano para llegar al estado actual, etapas que llevan
todas en sí algún elemento insuprimible de esa verdad, a la que se va aproximando en
reiterado esfuerzo.
Todos estos caracteres se funden en nuevas doctrinas, muchas de las cuales
han llegado a tener una influencia vigorosa en la filosofía contemporánea.
La rica variedad de tendencias filosóficas puede contemplarse en los siguientes
grupos de doctrinas y escuelas:
1. El eclecticismo. V. Cousin (1792-1867). Sólo tomando lo aceptable de
diversos sistemas puede integrarse una filosofía verdadera.
2. El tradicionalismo. De Bonald, De Maestre, Ballanche… Existen verdades de
orden moral y metafísico (Dios, inmortalidad del alma…) transmitidas de generación a
generación.
3. El socialismo utópico. Saint-Simon, C. Fourier, R. Owen, P. J. Proudhon, G.
Weitling, F. Lasalle… Aunque inexacto el término, significa ya que es necesario
socializar los medios de producción para bien de todos.
4. El positivismo social. A. Comte (1798-1857), P. Laffitte, E. Littré, C.
Cattaneo… La clave de la reforma social de la humanidad, lo suministra la ciencia
positiva, cuya culminación es la sociología que instituye la religión de la Humanidad.
5. El positivismo utilitarista. J. Bentham, John Stuart Mill (1806-1873). Muestra
psicológicamente que la utilidad referida a los intereses permanentes del hombre como
ser progresivo, es recurso y finalidad de la existencia.
6. El positivismo evolucionista. H. Spencer (1820-1903), T. E. Huxley (18251895)… La ciencia exhibe que la especie humana tiende evolutivamente a una meta de
felicidad individual y social.
7. El evolucionismo biológico. C. Darwin (1809-1882), E. Haeckel (18341919)… Los organismos se transforman en la lucha por la existencia mediante la
selección natural (sexual) y la supervivencia de los mejor adaptados. En Haeckel tal
doctrina es un monismo naturalista y mecanicista.
8. El materialismo científico-natural. C. Vogt, L. Büchner (1824-1899). Cuando
existe es materia o algo derivado de ella. Así lo enseña la ciencia natural.
9. Derecha e izquierda hegelianas. La derecha K. F. Göschel (1784-1867)
utiliza la dialéctica hegeliana para justificar el cristianismo; la izquierda: L. Feuerbach
(1804-1872) cae en un antropologismo y materialismo.
10. El socialismo científico. C. Marx (1818-1883), F. Engels (1829-1895)… Sale
de la izquierda hegeliana. El materialismo dialéctico reduce la realidad a materia,
mediante la dialéctica. Aplicado a la vida social surge el materialismo histórico, que ve
la causa de la historia en hechos económicos.
11. Desarrollo del positivismo. E. Lass, H. Taine, E. Renan, R. Ardigó (18281920). El positivismo va tomando nuevos aspectos a tenor de nuevas ideas de la
época.
12. Metafísica inductiva. G. T. Ferrer, T. H. Lotze, E. Von Hartmann (18421906)… Es dable por inducción de los hechos y de las ciencias, elevarse a la realidad
metafísica.
13. El empiriocriticismo. R. Avenarius, E. Mach, G. Supe… La ciencia tiene un
valor relativo al punto de vista del observador. Este es el resultado de la crítica de la
experiencia empírica.
14. El espiritualismo y la metafísica de la libertad. C. Secretan, A. Fouillé. La
existencia del espíritu lleva en su entraña la libertad humana.
15. Orígenes del existencialismo. Sören Kierkegaard (1813-1855). La existencia
humana concreta ha de ser el módulo del filosofar, no las esencias abstractas.
16. El individualismo histórico. Tomás Carlyle (1795-1881). La historia es hecha
por las grandes figuras humanas, a saber, los héroes.
17. La transmutación axiológica. Federico Nietzsche (1844-1900). Mutación de
todos los valores; nueva cultura que tiene como paradigma al superhombre.
18. La vuelta a Kant. Otto Liebmann (1840-1912). La filosofía después de Kant
recayó en viejos prejuicios. Hay que retornar a Kant.
19. El trascendentalismo norteamericano. R. U. Emerson (1803-1882). El mundo
es una manifestación de algo trascendente, a saber, el espíritu.
20. El neocriticismo y el personalismo. F. Ravaison, C. Renouvier. Hay que
poner al día el criticismo. Una de tales renovaciones es el personalismo, que hace
centro de gravitación filosófico a la persona.
21. La vuelta a Aristóteles y a Santo Tomás. León XIII. Contra las desviaciones
de la filosofía, en parte de orientación escolástica, hay que volver a Aristóteles y Santo
Tomás.
22. Orígenes del historicismo. Guillermo Dilthey (1833-1911). El historicismo
enseña que todo cuanto e xiste, real o ideal, está condicionado por el tiempo.*
2. TRADICIONALISMO Y PROFETISMO SOCIAL
En Alemania y en Europa Central se superó la concepción del mundo de la
Época de las Luces, gracias al vigoroso movimiento del Neohumanismo, con sus
grandes filósofos y poetas. En Francia, la lucha contra aquella concepción del mundo,
mecanicista en la ciencia y liberalista en la política, se libró entre la filosofía del
tradicionalismo (St. Martin, De Maestre, De Bonald, Ballanche) y los ideólogos de la
época. El tradicionalismo preconiza que la verdad eterna, de la que es portadora
* Cfr. F. Larroyo, Historia y sistema de las doctrinas filosóficas. Colab. De E. Escobar. 2ª ed., Editorial
Porrúa, S.A., 1978.
legítima la Iglesia, ha sido dada al hombre en el pasado y, por tanto, debe mantenerse
por la tradición.
La doctrina tradicionalista en su exigencia y llamado teológicos, suele
encontrarse con el fideísmo, por una parte; con el profetismo, por la otra. El fideísmo es
la filosofía basada en la creencia. Por ello, la se concibe como fundada en la autoridad
transmitida por la Iglesia. El fideísmo viene a identificarse con el tradicionalismo.
La doctrina tradicionalista en su exigencia y llamado teológicos, suele
encontrarse con el fideísmo, por una parte; con el profetismo, por la otra. El fideísmo es
la filosofía basada en la creencia. Por ello, la fe se concibe como fundada en la
autoridad trasmitida por la Iglesia.
El fideísmo viene a identificarse con el
tradicionalismo.
La doctrina cristiana es inseparable asimismo del dogma del destino final del
hombre y del mundo; tema capital de la escatología. Concepto esencial de esta
doctrina es la profetización a título de carisma como acto de predecir por inspiración
divina las cosas futuras. (Recuérdese, entre otros, el Libro canónico del Antiguo
Testamento, que contiene los escritos de los doce profetas menores y que se intitula
Libros proféticos.)
A tono con la época, también los tradicionalistas ven la manera de conocer el
futuro del mundo. La profecía, hoy como ayer, es recurso preferido, acaso invocado
para anunciar el porvenir. Existe, en verdad, un movimiento de profetismo social. Dice
Ballanche: “Quiero expresar el gran pensamiento de mi siglo. Este pensamiento
dominante, profundamente simpático y religioso, que ha recibido de Dios mismo la
misión augusta de organizar el nuevo mundo social, ha de ser buscado en todas las
esferas de las facultades humanas, en todos los órdenes de sentimiento e ideas. Este
pensamiento íntimo resulta asimilador, se sustenta en todo lo que ha sido, lo que es y lo
que debe ser, y, por su naturaleza, tiende a convertirse en primer elemento de la
civilización, a ser una creencia.”
3. LA FILOSOFÍA SOCIAL EN FRANCIA . EL LLAMADO SOCIALISMO UTÓPICO.
Francia y, tras ella, Europa ha tenido importantes movimientos políticos y
sociales en la primera mitad del siglo XIX. En 1820, el liberalismo se manifestó por
reiteradas revoluciones en diversos países exigiendo a los reyes Constituciones
Políticas. La Santa Alianza, empero, aún tenía poder. En 1830 ocurren luchas
populares en París contra Carlos X, que fueron seguidas por agitaciones en todos los
países europeos. La Revolución de 1848, iniciada también en París, estableció el
sufragio universal, sin el lastre plutocrático que exigía para ser elector el pagar un
minimun de 200 francos de contribución, y la proclamación de la república. Seguida por
otros liberales en Europa, promovió la práctica política de gobiernos parlamentarios.
Ante tal situación, que enfatizaba cada vez más los derechos de los pueblos,
ciertos pensadores se dieron a la tarea de proponer reformas sociales y políticas. A
favor de éstas fueron conociéndose nuevas ideas económicas, que ponían al
descubierto los errores de los gobernantes, y que, junto al desarrollo de la ciencia
natural, ofrecían nuevas bases para tan delicada empresa humanitaria.
Del lado de la filosofía social se organiza un importante movimiento, el llamado
socialismo utópico (según designación de Marx), designación, empero, que no es propia
del todo, si, en efecto, se toma la utopía como una doctrina halagüeña pero irrealizable
por no recurrir en su pensamiento a un saber científico de la realidad.
En Francia, los representantes más destacados son Saint-Simon, Fourier,
Proudhon y L. Leblanc. Como toda doctrina socialista, su pensamiento tiene perfiles
ideológicos; pero todas ellas se esfuerzan ya por dar una explicación económico-social
de las circunstancias de la época, a la luz de los nuevos métodos de la ciencia. Por ello
rehúyen los supuestos metafísicos, sobre todo la actitud espiritualista y ecléctica que
era en cierto modo la filosofía en la Francia de la Restauración.
El socialismo que llega, se aleja de manera definitiva de la idea socialista
anterior. Ésta, como se sabe, habló siempre de igualdad de bienes y de fortuna de vida
en comunidad, de retorno a la naturaleza, ello es, de la abolición de la propiedad
privada en obsequio de un ideal fraterno de existencia. En la idea predomina la
especulación por sobre la observación, como lo exhiben los proyectos imaginarios de
una sociedad igualitaria ya en la Utopía, de Tomás Moro; ya inclusive en la Nueva
Atlántida, de Bacon; la Oceana, de Harrington, y la Ciudad del Sol, de Campanella.
El socialismo moderno nace ya bajo los efectos de la revolución industrial,
iniciada a fines del siglo XVIII, que vino a propiciar también el liberalismo económico
con su grave consecuencia del empobrecimiento de grandes grupos del proletariado.
Se ve claramente que la actitud debe ser la socialización de los medios de producción y
el control y dirección estables de la actividad económica. Aún no se habla, es cierto, de
lucha de clases, pero se advierte que a través de una reforma jurídica puede lograrse
mucho a favor de los trabajadores.
Las ideas de Saint-Simon, Fourier, Proudhon difieren en patentes aspectos, pero
cabe señalar rasgos comunes que caracterizan en su conjunto a este socialismo:
1) Precisa abolir la propiedad privada, desde su raíz. Para ello la sociedad por
medio de su representante, el Estado, ha de socializar los medios de producción.
2) Esto lleva directamente a un ideal de justicia, que frenará las reiteradas
revoluciones políticas.
3) El disfrute colectivo de los bienes se convierte en desideratum propiciando y
promoviendo un tipo de moral social utilitaria.
4) La ciencia moderna con su orientación empírica confirma y suministrará un
sostén permanente a la implantación de la reforma.
5) Por su parte, la historia en su universalidad revalida la ley del progreso, cuyo
uno de sus testimonios, acaso el principal, será la realización del socialismo.
4. SAINT-SIMON. EL SOCIALISMO HUMANITARIO INDUSTRIAL.
El primero y más influyente pensador de la filosofía social en Francia hacia esta
época, es Claudio Enrique de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825). En su
juventud participó en la guerra de independencia americana (1779-82). De retorno a
Francia, tras una estancia de dos años en España (1787-89), se inclinó a favor de la
Revolución (1789). Más tarde fue industrial. Desde 1798 se consagró a la filosofía.
Dos fases se advierten en su pensamiento. En la inicial estudia la importancia y
aplicación de las ciencias, con la mira de obtener de sus principios el camino para
resolver los agudos problemas sociales. Escribió entonces; Cartas de un habitante de
Ginebra a sus contemporáneos (1802-1803); Introducción a los trabajos científicos del
siglo XIX (2 vols. 1807-1808); Esquema de una nueva Enciclopedia (1810): Memoria
sobre la ciencia del hombre (1913); Trabajo sobre la gravitación universal (1815).
Reorganización de la sociedad europea (1814).
El hombre en su integridad y, consecuentemente, la sociedad han de estudiarse
como lo hacen las ciencias naturales, a saber, echando mano de métodos empíricos.
Hay innegable unidad en el saber científico, incluyendo los hechos de la vida humana
en sociedad. Acaso la síntesis buscada pueda derivarse de la ley de la gravitación, que
venga a comprender la unidad del universo, dentro del cual figura el desarrollo de la
especie humana.
La historia humana, a decir verdad, muestra un progreso continuo e ineludible.
“Todas las cosas que han sucedido y todas las que sucederán forman una sola misma
serie, cuyos primeros términos constituyen el pasado; y los últimos el futuro. La historia
está regida por una ley general que determina la sucesión de épocas críticas y épocas
orgánicas. La época orgánica es la que descansa sobre un sistema de creencias bien
establecido, se desarrolla de conformidad con él y progresa dentro de los límites por él
establecidos. En un cierto momento, este mismo progreso hace cambiar la idea central
sobre la cual la época estaba anclada y determina así el comienza de una época crítica.
De esta manera, la edad orgánica de la Edad Media hizo crisis con la Reforma y, sobre
todo, con el nacimiento de la ciencia moderna.”
“El progreso científico, al destruir las doctrinas teológicas y metafísicas, privó de
fundamento a la organización social de la Edad Media. A partir del siglo XV cristalizó la
tendencia a fundar todo raciocinio sobre hechos observados y debatidos, y esta
tendencia condujo a la reorganización de la astronomía, de la física y de la química
sobre una base positiva. Tal tendencia había de extenderse a todas las demás,
ciencias y, por tanto, a la ciencia general, que es la filosofía. Vendrá, pues, una época
en la cual la filosofía será positiva, y la filosofía positiva será el fundamento de un nuevo
sistema de religión, de política, de moral y de instrucción pública. Sólo en virtud de este
sistema el mundo social podrá volver a adquirir su unidad y su organización, que no
pueden ya fundarse en creencias teológicas o en teorías metafísicas.”
La segunda etapa de su pensamiento comienza con la obra La industria (1817),
seguida de La política (1819), El organizador (1820), Del sistema industrial (1822), El
Catecismo de los industriales (1824) y El nuevo cristianismo (1825). En ésta su
segunda fase predomina la tarea de configurar una nueva etapa orgánica de claros
perfiles socialistas. También son significativas estas obras por sus apreciaciones en
torno de la técnica como fuerza decisiva para reorganizar la sociedad en tal sentido.
La industria, piensa Saint-Simon, es inseparable de la ciencia, cuya aplicación
representa, y la ciencia a su vez en el estado “positivo” que debe alcanzar, se convierte
en una “política positiva” encaminada a resolver las cuestiones de organización social.
El antiguo sistema social –explicaba en El Organizador- partía de la idea de que el país
es el patrimonio de los gobernantes, quienes lo administran en su provecho; pero el
sistema político debe tender a la felicidad de los gobernados, es decir, a la satisfacción
de sus necesidades físicas y morales, lo cual depende del desenvolvimiento de las
artes y de los oficios. Científicos y productores deben ser los dirigentes de la sociedad
política, fundada sobre el trabajo, el cual crea un orden que expresa la colaboración
colectiva de las clases productoras en conformidad con las exigencias de la técnica.
Condenados los “ociosos”, privilegiados del antiguo régimen, se asigna a los
productores, es decir, a los industriales (el neologismo es suyo) la función política
central de la nueva sociedad. Los científicos conservan la misión teórica de establecer
las leyes del cuerpo social.
En una elocuente parábola muestra la conveniencia de confiar a los técnicos y a
la clase productiva el poder político. “Si Francia perdiera de improviso los tres mil
individuos que cubren los cargos político, administrativos y religiosos más importantes,
el Estado no sufriría ningún daño; en efecto, sería fácil sustituir a tales individuos con
otros tantos aspirantes, que no faltan nunca. Pero si Francia perdiera de pronto los tres
mil científicos más expertos y hábiles, los artistas y artesanos que posee, el daño para
la nación sería irreparable. Puesto que estos hombres son los ciudadanos más
esencialmente productores, los que ofrecen los productos más necesarios, dirigen los
trabajos más útiles para la nación y la hacen productiva en las ciencias, en las artes y
en los oficios, la nación, sin ellos, se convertiría en un cuerpo sin alma: caería
inmediatamente en un estado de inferioridad frente a las naciones de las que ahora es
rival y continuaría siendo inferior respecto a ellas hasta que hubiera reparado la pérdida
y hubiera vuelto a tener cabeza.”
Saint-Simon propone un nuevo orden político socializado fundado en la
producción industrial. En un consejo industrial los fabricantes, comerciantes y
agricultores sustituirán a los parlamentos, compuestos de leguleyos y militares, que
tradicionalmente centralizan el poder y disminuyen la libertad de la nación. La actividad
política se reducirá al mero mantenimiento de la tranquilidad pública y a la
administración del capital de la sociedad, es decir, de las energías productivas de la
nación, cuyos intereses se coordinarán entre sí contribuyendo todas al bienestar común
y asegurando la perfecta racionalidad del sistema. En esa colaboración pacífica de
todas las fuerzas se cumplirá el principio de justicia: “A cada uno según su capacidad; a
cada capacidad según sus obras.”
Esta sociedad justa, socializada y pacífica, será el resultado necesario del
progreso inmanente de la historia humana, no un ideal regulativo como lo sugiere Kant.
En efecto, en Saint-Simon predomina una concepción naturalista que trata de armonizar
con el cristianismo que, define a manera de una moral social cuya meta es “el
mejoramiento de la condición moral y física de los más pobres”. Se trata de un
socialismo humanitario-industrial fundado en el trabajo y en la redención del
proletariado por la producción.
En su proyecto Reorganización de la sociedad europea habla de una posible
federación europea bajo un parlamento y gobierno comunes. Dice: “Vendrá, sin duda,
un tiempo en que todos los pueblos de Europa sentirán la necesidad de regular los
puntos de interés general antes descender a los intereses nacionales; entonces los
males empezarán a disminuir, las turbulencias a calmarse y las guerras a extinguirse.
Esta es la meta a la que tendemos sin descanso, a la que nos arrastra el curso del
espíritu humano. Pero ¿qué es más digno de la prudencia humana: dejarse arrastrar
hacia esta meta o correr hacia ella?” La alternativa está, pues, entre dejarse arrastrar o
correr hacia ella; pero el curso de los acontecimientos es fatal. Y este curso tiene un
carácter esencialmente religioso.
El último escrito de Saint-Simon, el Nuevo
cristianismo (1825), anuncia el advenimiento de la sociedad futura como un retorno al
cristianismo primitivo. Después de haber acusado de herejía a los católicos y a los
luteranos, porque uno y otros han quedado cortos ante el precepto fundamental de la
moral evangélica, según el cual los hombres deben considerarse como hermanos y
trabajar para el mejoramiento de los más pobres.*
Comte fue uno de los muchos discípulos de Saint-Simon, quien a su muerte
(1825) dejó numerosos adeptos, “los cuales se unieron por un vínculo cuasi religioso y
se dedicaron a difundir y desarrollar sus ideas, tratando asimismo de realizar su ideal de
renovación social. Los primeros años fuero de activa propaganda de las doctrinas a
través de los periódicos Le producteur, Le globe, Le cédit y de reuniones o lecciones
privadas y públicas, que dieron como resultado la publicación colectiva Exposition de la
doctrine de Saint-Simon (1829-30)”.**
Haciendo un inventario de las ideas de la doctrina del sansimonismo, se advierte
la poderosa y decisiva influencia de Saint-Simon sobre Comte, descontando el hecho
de que este último fue asimismo colaborador de aquél. El nombre de filosofía positiva,
las etapas orgánicas y críticas, teológicas y científicas, la ciencia como capacidad de
previsión, la reforma social como meta del pensamiento, una nueva religión, etc., son
ideas fundamentales en la doctrina comtiana.
5. CARLOS FOURIER Y EL FOURIERISMO. EL SOCIALISMO COOPERA TIVO
Otro partidario de una reforma socialista en Francia es Carlos Fourier (17721837, nacido en Besancon). Primero soldado, después trabajó como cajero y agente
comercial en Lyon y París. Descontento de la situación social, Saint-Simon, de quien
fue asiduo lector, se interesó de temas económicos, para propiciar una existencia
menos ingrata de los más. Escribió: Teoría de los cuatro movimientos y de los destinos,
1808; Tratado de la asociación doméstica y agrícola o Teoría de la unidad universal,
1822;
*Cfr. N. Abbagnano, Historia de la Filosofía, IIII.
** Cr. T. Urdanoz, O. P., Historia de la Filosofía V.
El nuevo mundo industrial, 1829; Trampa y charlatanismo de las sectas, Saint-Simon y
Owen, 1831; La falsa industria, 1835.
Fourier es creyente. Existe en el mundo un plan providencial que rige los
movimientos entre los cuerpos celestes, los de la vida orgánica y los relativos a la vida
animal, movidos por el instinto. Frente a estos tres movimientos, “el movimiento social”,
o conjunto de relaciones entre los hombres en la sociedad, aparece caótico y
desordenado. Pero la providencia divina no sería tal, si no garantizara también una
ordenación entre las actividades del hombre para lograr su felicidad. Es menester,
pues, buscar los principios de armonía que de hecho existen en la naturaleza humana.
En el pasado se veía el trabajo humano como una necesidad penosa. Error de
tal juicio proviene de que no comprendió el hecho de que las pasiones humanas
determinan la conducta del hombre, para bien o para mal. Puede, en verdad, llevar a
los vicios morales y religiosos, pero acertadamente encauzadas constituyen fuentes de
actividad bienhechora. Un trabajo realizado compasión es muy superior al que se
practica de manera obligada, acaso con desagrado y hastío.
Hay que introducir y organizar el trabajo social tratando de que se éste sugestivo,
agradable, mediante un “código pasional”, que logre hacer el trabajo atrayente, capaz
de traer la prosperidad económica. Porque no se han de reprimir las pasiones ni su
insoslayable tendencia al placer, sino que deben utilizarse para su máximo rendimiento.
Ahora bien, el trabajo asociado tiene motivos que le hacen atractivo, gracias a tres
pasiones: el “esmero”, que es el afán de superarse; “la emulación” o rivalidad entre los
grupos, y “la variación” (la papillonne), o deseo de cambio, que proviene de la saciedad
y multiplicidad de los gustos. Es necesario, pues, constituir una nueva asociación de
trabajo, formada de todas las aficiones posibles, que ejerza, por lo tanto, “todos los
oficios, según la ley providencial de armonía, que produzca el bien de todos”.
Tal asociación es la falange, comunidad, ciertamente utópica, que imagina
Fourier y describe detalladamente. Consta de 1620 miembros, número que reúne a su
parecer, las combinaciones posibles de los oficios y gustos y que viven en un
falansterio. “Grande libertad reina en esta comunidad, ya que, según el postulado
fundamental, las varias inclinaciones de sus miembros se armonizan por sí mimas. Son
reconocidas la propiedad, aunque en forma cooperativa y con reglamentación de la
producción y consumo. Y también la familia, si bien con libertad de relaciones sexuales;
la mujer no está obligada a la fidelidad conyugal y nada le prohíbe practicar aquí la
papillone. La educación de los hijos habrá de ser también conjunta, con el aprendizaje
de los varios oficios según los gustos. La agrupación de falanges (al mando cada una
de un etnarca electivo) constituiría la nueva sociedad, regida por un jefe supremo u
omnarca.
Trata Fourier de formar la falange, persuadido de que se experiencia será
rápidamente imitada y acabaría por transformar esta sociedad civilizada en una
constelación de innúmeras falanges; constaba con que el paso de la civilización a la
“armonía” iría acompañado de una revolución profunda, análoga a las descritas por
Cuvier para la naturaleza de las especies orgánicas en el pasado.*
*Op cit.
Fourier tuvo fieles discípulos (J. Lachavalier, J. Muiron, A. Pager, A. Transon, H.
Renaud, V. Hannequí, E. Pelleton, V. Considérant). El más destacado de ellos fue este
último. Víctor Considérant (1808-1893) difunde la doctrina del maestro con su
actuación práctica. Fundó Le Phalanstère, transformándolo más tarde en La Phalange.
Publicó varias obras: Destino social, 3 vols., 1934-44; Teoría de la educación social y
atrayente, 1845; Principios del socialismo, 1847; El socialismo frente al viejo mundo,
1849. En su programa La democracia pacífica, anuncia que la humanidad formará en
un futuro próximo “una asociación cada vez más fuerte de individuos, familias, clases,
naciones y razas…”.
La falange es, por su organización y finalidades, una asociación cooperativa. Por
ello, el de Fourier y sus discípulos puede ser llamado un socialismo cooperativo. El
individuo forma parte de la falange (o falansterio), la cual constituye la unidad de la
organización social y política.
6. PROUDHON. EL SOCIALISMO FEDERATIVO
En Pedro José Proudhon (1809-1865) llega a un extremo la actitud crítica,
polémica y revolucionaria de la filosofía social en Francia en esta época. Autodidacta,
Proudhon lucha contra todo y contra todos, haciendo ostentación de un lenguaje áspero
e incisivo. Tipógrafo en su adolescencia y juventud (lo que le llevó a una lectura variada
y abundante) se convirtió a los treinta años de edad en un escritor reputado. Fue
justamente su libro ¿Qué es la propiedad?, 1840, lo que le granjeó creciente fama y la
oportunidad de afirmarse como un reformador revolucionario. Antes había publicado La
utilidad de la celebración del domingo (1839).
Después se editaron entre otros de sus escritos: La creación del orden de la
humanidad (1843), Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria
(1846); Demostración del socialismo teórico y práctico (1849); Idea general de la
revolución en el siglo XIX (1851); Filosofía del progreso (1853); La justicia en la
Revolución y en la Iglesia (3 vols., 1858), su obra principal; El principio federativo y la
necesidad de formar el partido de la Revolución (1863); La capacidad de la clase obrera
(1865), obra póstuma como lo fueron también, La Biblia anotada (1865); El principio del
arte y del destino social (1875); Jesús y los orígenes del cristianismo (1896). Proudhon
editó asimismo algunos periódicos: El Representante del Pueblo (1847 y ss.); El Pueblo
(1848 y ss.); La Voz del Pueblo (1848 y ss.).
En su obra ¿Qué es la propiedad? o Investigación acerca del principio del
derecho y del gobierno formula Proudhon la famosa tesis de que la propiedad es un
robo. En esta obra el autor trata de probar que todos los males sociales derivan de la
propiedad privada. El robo de la expresada tesis no se refiere a la violenta, directa y
fraudulenta rapiña de cosas, sino a la expoliación (o apropiación) del beneficio del
trabajo de los demás, que el derecho justifica y que los gobernantes sancionan. No es
otro el origen de la riqueza de los poderosos. Son inconsistentes y contradictorias las
doctrinas que acreditan la propiedad en el derecho natural, la originaria ocupación, la
personal faena diligente, el consenso universal y demás asertos interesados. Proudhon
reconoce que la propiedad es un bien, que han de disfrutar todos; lo que se rechaza es
la propiedad capitalista, que permite al poderoso obtenerla a costa del trabajo ajeno.
Arguye: Siendo la aptitud para el trabajo, lo mismo que todo instrumento para el
mismo, un capital acumulado, una propiedad humana, la desigualdad de remuneración
y de fortuna, so pretexto de desigualdad de capacidades, es injusticia y robo. Los
trabajadores han de ser necesariamente iguales en salarios, como lo son en derechos y
deberes. Los productos sólo se adquieren mediante productos; pero siendo condición
del cambio la equivalencia de los productos el lucro es imposible e injusto… La
asociación libre, la libertad, que se limita a mantener la igualdad en los medios de
producción y la equivalencia en los cambios, es la única forma posible de sociedad, la
única justa, la única verdadera. La política es ciencia de la libertad. El gobierno del
hombre por el hombre… es tiranía; el más alto grado de la sociedad está en la unión del
orden y de la anarquía.
Esta obra inicial de Proudhon fue saludada con simpatía, incluso por Marx, quien,
más tarde, como se sabe, se opuso violentamente a él en su obra, La Miseria de la
filosofía, réplica a la Filosofía de la miseria, ya citada. En forma ya positiva, ya
negativa, influyó Proudhon en los socialistas teóricos de la época. Apasionado
polémico, censuró con burla a los sansimonianos, y veía en el pensamiento de Fourier
“la máxima mistificación de la época”. A Blanc le reprueba el haber envinado la doctrina
con fórmulas quiméricas, a Marx llama “la tenia del socialismo”; llegan, en fin, a
concebir al comunismo como un “absurdo antediluviano”…
¿Qué propone Proudhon? Su respuesta es doble y solidaria: la justicia social y
el socialismo federativo (o sindicalista). Parte, como los filósofos sociales de la época
(incluyendo a Comte), de que la humanidad se desenvuelve acorde a una inseparable
ley de progreso. Esta ley, es la justicia, a saber, una fuerza del alma individual y de la
vida social, de manera que puede aparecer “como la primera y la última palabra del
destino humano individual y colectivo, la sanción inicial y final de nuestra felicidad” (De
la justice, I, 1958, p. 73). Con todo “la justicia puede concebirse de dos maneras
diversas: 1ª, como presión del ser colectivo sobre el yo individual, presión por la cual el
primero transforma al segundo a su imagen y le convierte en instrumento suyo; 2ª,
como facultad del yo individual que, sin salir de su fuero interno, siente su dignidad en la
persona del prójimo con la misma vivacidad con que la siente en su propia persona, y
se encuentra así, aunque conservando su individualidad, idéntico y conforme con el ser
colectivo. En el primer caso, la justicia es externa y superior al individuo y reside en la
colectividad social, considerada como un ser sui generis, o en el ser trascendente de
Dios. En el segundo caso, la justicia reside en la intimidad del yo, homogénea a su
dignidad, igual a esta misma dignidad multiplicada por la suma de las relaciones que
constituyen la vida social: el primer sistema es el de la revelación, y el segundo, el de la
revolución. Todas las religiones están fundadas en la transcendencia de la justicia, es
decir, en la exterioridad, respecto al hombre y a su vida social, de la ley que debe
regularlas. El segundo sistema, el de la revolución, afirma la inmanencia de la justicia
en la conciencia y en la historia humana.”
En su libro El principio federalista se halla el desarrollo de la segunda idea. “La
sociedad es pluralidad de grupos y clases, no jerarquizadas, sino en relaciones libres y
contractuales con las otras; se trata de asociaciones de cooperación, no de
subordinación y de dominio. La sociedad económica se organiza a través de una
federación agrícola-industrial, un agregado de grupos económicos. Las asociaciones
obreras son los modelos que deben proponerse a la industria y al comercio. Los grupos
se asocian en federación, partiendo de las exigencias de la base y organizando el
derecho de integración. La soberanía no es el poder de uno, ni de muchos, sino de los
grupos naturales que en el mismo territorio desarrollan una solidaridad espontánea en
la divergencia de actividades. Las ciudades se asocian por cambios de servicios,
realizando una justicia conmutativa que debe sustituir a la distributiva; las pequeñas
comunidades se unen a otras más vastas, nacionales e internacionales. Condiciones
de la federación son la libertad interna de todo grupo o nación, la libertad y la
descentralización administrativa, pues los atributos de la autoridad central deben
restringirse. A través de una serie de formaciones políticas intermedias se realiza el
ideal federalista, que representa una serie de círculos concéntricos donde cada
colectividad desarrolla una fundación autónoma.”
Bien vistas las cosas, esta idea postula una organización sindicalista. “Otros
motivos que anticipan el sindicalismo revolucionario se encuentran en la obra póstuma
De la capacidad de las clases obreras (1865), donde Proudhon expresa la confianza de
un futuro acercamiento de las clases medias a los trabajadores para la realización de su
federalismo. Pero la revolución, si ha de traer violencias para subvertir el orden actual,
fundado en la propiedad y el dominio, deberá da paso a la nueva sociedad pacífica.
Proudhon es pacifista, y su ideal utópico es el de una sociedad basada en la armonía
de voluntades libres que se unen en el trabajo. En su obra De la guerra y la paz
expone este ideal pacifista, donde la guerra aparece como una especie de juicio de
Dios. Marx no le perdonará el no haber aceptado su teoría de la lucha de clases.”*
7. L. BLANC Y EL DERECHO AL TRABAJO
Carlos Luis Blanc (1811-1882) aporta también a la causa de la reforma social
ideas interesantes dentro de los marcos de la filosofía social de la época. Se percibe en
su pensamiento más influencia de Fourier que de Proudhon. Es un historiador,
además. Escribió, de 1847 a 1862, una Historia de la Revolución Francesa, en 12 vols.
Su doctrina social figura en su obra Organización del trabajo, 1839. Denuncia la
miseria de las clases populares, cuya causa fundamental cree descubrir en la libre
concurrencia, censurando así el liberalismo económico. Formula la tesis del derecho al
trabajo de todos, en una sociedad capitalista en la cual sólo el beneficio de tal derecho
es el medio económico de la vida. El Estado tiene el deber de proporcionar medio de
subsistencia a todos; lo que supone una preparación educativa de los ciudadanos y una
reforma social, poco importa que sea necesario expropiar a los capitalistas.
* T. Urdanoz, op. cit.
Sólo por esta vía es dable desterrar la libre concurrencia, ya que los medios de
producción serán asignados a grupos de trabajadores organizados llamados ateliers
sociaux, elementos o células de la nueva sociedad. Se trató de realizar la idea en 1848
en los ateliers nationaux, sin resultado práctico alguno. Con todo, el principio de la
asociación entre los obreros se fortalecía en los medios europeos, así como la
exigencia de que el Estado habría de intervenir en la reforma social.
ANÁLISIS
Este opúsculo (publicado en 1827 en el Catecismo de los Industriales, de SaintSimon), el tercer de los seis de sus iniciales trabajos que considera Comte importantes
en su evolución filosófica, es una manera de entender la constitutiva relación que ha de
existir entre el saber y el obrar humanos. Los otros cinco opúsculos son los siguientes:
I. La separación entre las opiniones y los deseos (aparecido en 1819), en donde
propugna que la política se convierta en una ciencia de observación. Han de ser
conocidos y considerados los deseos del pueblo en las opiniones de los filósofos, con la
mira de realizar la felicidad de los hombres.
II. Sumaria apreciación del conjunto del pasado humano (1820), que ventila el
tema del tránsito de la política teológica a la política positiva, tras de caracterizar una y
otra.
IV. Consideraciones filosóficas sobre las ciencias y los sabios (1825), que
desarrolla y precisa el contenido del opúsculo III, haciendo ver al propio tiempo cómo la
ley de los tres estados (teológico, metafísico y científico), va de la mano de la evolución
de las ciencias.
V. Consideraciones sobre el poder espiritual (1826), primer fórmula del
cientificismo. Al lado de los poderes temporales, es consecuente crear un poder
regulador, confiado a los sabios.
VI. Examen del tratado de Broussais sobre la irritación (1828), vivo testimonio de
cómo la ciencia positiva desenmascara al saber metafísico, hoy en día, dice, resucitado
en Alemania, bajo el nombre de psicología.
Los seis opúsculos, que el propio Comte considera concernientes a filosofía
social, fueron reeditados bajo el título de Opuscules de philosophie sociale en 1854
como apéndice del cuarto y último volumen de su Política positiva (En español se han
traducido bajo el epígrafe de Primeros Ensayos).1 Comte omitió otros trabajos de su
primera etapa, ya porque no encajaban en la línea general de su evolución intelectual
bien porque los juzgara ajenos al desarrollo de su doctrina. Declara: “Al volver a poner
en manos del público estos escritos enterrados en colecciones olvidadas desde hace
mucho tiempo, este apéndice podrá facilitar la iniciación positivista de aquellos espíritus
dispuestos a seguir con puntualidad el mismo camino que yo. Pero aquí están
destinados, sobre todo, a poner de manifiesto la perfecta armonía de los esfuerzos que
caracterizan mi juventud con los trabajos que mi madurez lleva a e fecto.”
En otro orden de ideas, el Plan de los trabajos científicos es relevante. Se sabe
que este trabajo fue, si no la causa principal, al menos la ocasión de la ruptura entre
Comte y Saint-Simon. Es un momento decisivo de su desarrollo histórico. Toda su
doctrina futura figura ya en in nuce en este opúsculo. Expresa: “A la vez filosófica y
social, mi dirección irrevocable fue determinada en mayo de 1882 por el tercer
1
Editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 1947.
opúsculo, en el que aparece mi descubrimiento de las leyes sociológicas. Su propio
título, que sólo había de figurar aquí, sería suficiente para indicar la íntima ligazón entre
los dos puntos de vista, científico y político, que hasta entonces me habían preocupado
paralelamente pero no separados. La publicidad de este trabajo decisivo quedó
limitada en un principio a cien ejemplares, repartidos gratuitamente como pruebas.
Cuando en el año 1824 se reeditó en mil ejemplares con algunas adiciones
secundarias, creí un deber anteponer a su título especial el prematuro título de Sistema
de política positiva, desde entonces destinado al conjunto de mis trabajos. Al ver así
prometida, ya desde mis comienzos, la sistematización que sólo el presente tratado
podía efectuar, no puede desestimarse la unidad de mi carrera.”
Comte repetía que sólo se destruye algo cuando se le reemplaza. La ley de los
tres estados es el reemplazo de la anterior concepción de la historia. El nuevo principio
interpreta el hecho de la civilización como regido por una ley general sacada de la
naturaleza humana. La civilización actual va a depender del predominio del espíritu de
observación sobre las construcciones sentimentales e imaginarias. En efecto, todos los
conocimientos humanos pasan sucesivamente por tres estados diferentes: teológico,
metafísico y positivo. “Los sabios –dice- deben hoy elevar la política al rango de las
ciencias de observación.”
En el estado positivo, las ciencias se basan en hechos observados. Partiendo de
allí se organizan en sistemas que interpretan la realidad. Dentro de las ciencias no hay
sitio para la libertad como facultad de elegir. La imaginación predomina en el estado
teológico y en el estado metafísico. Así lo exhibe la historia, que, con buen éxito,
emplea la filosofía positiva.
Las ciencias en su evolución han seguido la ley de los tres estados. Por otra
parte, se hallan entrelazadas unas con otras. “La historia de los conocimientos
humanos prueba que todos los trabajos se encadenan en las ciencias y en las artes.”
El Plan de los trabajos científicos para organizar la sociedad consta de tres
partes: Introducción, Exposición general y Primera serie de trabajos. En la Introducción
hace un llamado pertinente para reformar la vida social. El destino de la sociedad,
llegada a su madurez, no es el de habitar la vieja casucha que se construyó en el
pasado. Con los recursos de la ciencia positiva ha de “construirse un edificio apropiado
a sus necesidades y sus goces”.
En la Exposición general (que se inserta como texto a continuación) examina los
principios filosóficos de los medios científicos para colmar tales necesidades,
explicando, primero, por qué hasta ahora han fracasado todos lo intentos de cambio
social, y señalando, después, que la tarea reside en “elevar la política al rango de
ciencia de observación”, es decir, a política positiva.
Como medida de orden práctico, se atreve Comte a convocar a los sabios
europeos, en nombre de la sociedad, para que juzguen del programa de trabajos
orgánicos que presenta, encaminados a tal propósito. Éstos se articularán en tres
series, de las cuales sólo figura en el Plan de la Primera serie, cuyo objeto es el sistema
de observaciones históricas acerca de la marcha por seguir para construir la base
positiva de la política. La segunda, daría el sistema de educación para generar y
mantener la reforma, y la tercera, la acción colectiva de los hombres para aprovechar
técnicamente o de mejor manera las fuerzas de la naturaleza.
El Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad, llevó
en 1822 el título de Prospectus des travaux scientifiques pour réorganiser la société. Ya
desde la edición de 1828, el de Plan des travaux… Desde la primera edición de este
Opúsculo se habla también de una física social, a la luz de un expreso naturalismo,
después de criticar las ideas históricas de Montesquieu, Condorcet, Laplace y Cabanis.
Tocante a la historia, asimismo censura el método de la mera compilación de anales, en
vez de encomendar a ella el descubrimiento de las leyes que presiden el desarrollo
social.
Habiéndose demostrado que es imperfecto el espíritu con que los pueblos y los
reyes han concedido hasta el presente la reorganización de la sociedad, debe
necesariamente concluirse que unos y otros han procedido mal en la formación del plan
de reorganización. Esta es la única explicación posible de un hecho semejante, pero es
importante establecer este aserto de una manera directa, especial y precisa.
POR QUÉ HAN FRACASADO LAS REFORMAS SOCIALES *
La insuficiencia de la opinión de los reyes y de la de los pueblos prueba la
necesidad de una doctrina nueva verdaderamente orgánica, la única capaz de terminar
con la crisis terrible que atormenta a la sociedad. El examen de la mera de proceder
que ha llevado a una y otra parte a estos resultados imperfectos, señalará igualmente la
marcha que debe ser adoptada para la formación y para el establecimiento de la nueva
doctrina, y qué fuerzas sociales son las llamadas a dirigir esta gran tarea.
El defecto general de la marcha seguida por los pueblos y por los reyes en la
persecución del plan de reorganización reside en que unos y otros se han formado
hasta ahora una idea extremadamente falsa de la naturaleza de un trabajo semejante,
y, en consecuencia, han confiado esta importante misión a hombres incompetentes.
Esta es la causa primera de los errores fundamentales comprobados.
Aunque esta causa sea igualmente verdadera para los reyes y para los pueblos,
es, sin embargo, inútil considerarla de manera especial en relación con los primeros,
porque, no habiendo inventado nada los reyes, y habiéndose limitado a reproducir en el
estado social nuevo la doctrina del antiguo, su impotencia para concebir una
reorganización verdadera está suficientemente establecida con ello sólo. Por otro lado,
y por el mismo motivo, aunque haya sido tan absurdo en su principio como la de los
pueblos, su marcha ha debido ser naturalmente más metódica, como estando toda
señalada en sus menores detalles por adelantado. Habiendo sido sólo los pueblos los
que han producido una especie de doctrina nueva, es su manera de proceder la que es
necesario examinar principalmente, con el fin de descubrir en ella la fuente de los
errores de esta doctrina. Será fácil además para todos el trasladar luego a los reyes,
con las modificaciones convenientes, las observaciones generales hechas respecto a
los pueblos.
La multiplicidad de las pretendidas constituciones creadas por los pueblos desde
el comienzo de la crisis, y la minuciosidad excesiva de la redacción que se encuentra
más o menos en todas, serían bastante por sí solas demostrar, con plena, evidencia, a
todo espíritu capaz de juzgarlas, cómo se han desconocido hasta el presente la
naturaleza y la dificultad de la formación de un plan reorganizador. Cuando la sociedad
esté verdaderamente reorganizada, será profundo motivo de asombro para nuestros
nietos el que se hayan producido en un intervalo de treinta años diez constituciones,
siempre proclamadas, una tras otra, como eternas e irrevocables, muchas de las cuales
* Los subtítulos han sido puestos por F. Larroyo, con la mira de orientar la lectura del texto.
contienen más de doscientos artículos muy detallados, sin contar las leyes orgánicas
que se relacionan con ellos. Una verborrea semejante sería la vergüenza del espíritu
humano en política si no fuera una inevitable transición hacia la verdadera doctrina final
en el progreso natural de las ideas.
No es en absoluto así como marcha ni como puede marchar la sociedad. La
pretensión de construir de un solo golpe, en algunos meses, o incluso en algunos años,
toda la economía de un sistema social en su desarrollo integral y definitivo, es una
quimera extravagante, incompatible por completo con las fuerzas del espíritu humano.
Observemos, en efecto, su manera de proceder en casos análogos, pero
infinitamente más sencillos. Cuando una ciencia cualquiera se reconstituye de acuerdo
con una teoría nueva suficientemente preparada ya, se produce, se discute y se
establece en primer lugar el principio general; después, mediante un largo
encadenamiento de trabajos, se consigue llegar a formar en todas las partes de la
ciencia una coordinación que nadie en su comienzo hubiera estado en disposición de
concebir, ni aun siquiera el inventor del principio. Así, por ejemplo, después que
Newton hubo descubierto la ley de la gravitación universal, fue necesario cerca de un
siglo de trabajos muy difíciles por parte de todos los geómetras de Europa para dar a la
astronomía física la constitución que debía resultar de esa ley. Ocurre lo mismo en las
artes. Para no citar más que un solo ejemplo: cuando se concibió la fuerza elástica del
vapor de agua como un nuevo motor aplicable a las máquinas, se necesitó igualmente
cerca de un siglo para desarrollar la serie de reformas industriales que eran las
consecuencias más directas de ese descubrimiento. Si la marcha necesaria e
invariable del espíritu humano en revoluciones que no son sino particulares a pesar de
su enorme importancia y de su dificultad, es así evidentemente, ¡qué frívola debe
parecer la marcha presuntuosa que se ha seguido hasta el presente en la revolución
más general, más importante y difícil de todas: la que tiene por objeto la refundición
completa del sistema social!
Si de estas comparaciones indirectas pero decisivas se pasa a las
comparaciones directas, el resultado será el mismo. Estudiemos la fundación del
sistema feudal y teológico, revolución de la misma naturaleza que la de la actual época.
Lejos de haber sido producida de un solo golpe, la constitución de este sistema no tomó
su propia y definitiva forma hasta el siglo XI, es decir, cinco siglos después del triunfo
general de la doctrina cristiana en la Europa occidental y del establecimiento completo
de los pueblos del norte en el imperio de occidente. Sería imposible concebir que algún
hombre de genio hubiese estado en disposición durante el siglo y de trazar en forma un
poco detallada el plan de esta constitución, aunque el principio fundamental, de que ella
no ha sido sin desarrollo necesario, estuviera ya desde entonces establecido
sólidamente lo mismo en el aspecto temporal que en el aspecto espiritual. Sin duda, la
organización total del sistema a establecer en la actualidad puede hacerse con mucha
más rapidez, a causa del progreso de las luces y de la esencia más natural y sencilla
del nuevo sistema. Pero como, en el fondo, la marcha de la sociedad es siempre la
misma necesariamente, con más o menos velocidad, porque depende de la permanente
naturaleza de la constitución humana esta gran experiencia no deja de probarnos que
es absurdo querer improvisar el plan total de la reorganización social hasta en el más
insignificante detalle.
Si fuera necesario ratificar esta conclusión, sería ratificada observando la forma
en que se ha establecido la doctrina crítica adoptada por los pueblos. Esta doctrina no
es evidentemente sino el desarrollo general y la aplicación completa del derecho
individual de examen, establecido en principio por el protestantismo. Ahora bien,
después del establecimiento de este principio, han hecho falta cerca de dos siglos para
que se hayan deducido todas las consecuencias importantes y para que se haya
formado la teoría indiscutible que la resistencia del sistema feudal y teológico ha influido
mucho en la lentitud de esta marcha, pero no es menos evidente que esta resistencia
no ha podido ser la única causa y que esa lentitud se ha debido en gran parte a la
naturaleza misma del trabajo. Lo que es verdadero en una doctrina puramente crítica
debe serlo, con mucha más razón, en la doctrina orgánica real.
Por tanto, hay que concluir de esta primera clase de consideraciones que los
pueblos no han comprendido hasta el presente el gran trabajo de la reorganización
social.
Tratando de precisar por qué se ha desconocido la naturaleza de este trabajo,
nos encontramos que ha sido por haber considerado como puramente práctica una
empresa esencialmente teórica.
La formación de un plan cualquiera de organización social se compone
necesariamente de dos series de trabajos, totalmente distintas en su fin así como en el
género de capacidad que exigen. Una, teórica o espiritual, tiene como fin el desarrollo
de la idea principal del plan, es decir, del principio nuevo según el cual deben estar
coordinadas las relaciones sociales, y la formación del sistema de ideas generales
destinado a servir de guía a la sociedad. La otra, práctica o temporal, determina la
manera de repartirse el poder y el conjunto de las instituciones administrativas más en
relación con el espíritu del sistema, tal y como han sido fijados por los trabajos teóricos.
Habiéndose fundado la segunda serie sobre la primera, de la cual no es más que la
consecuencia y la realización, es por esta última por donde debe comenzar el trabajo
general. Es el alma, la parte más importante y más difícil, aunque sea solamente
preliminar.
Por no haber adoptado esta división fundamental, o, en otros términos, por haber
fijado exclusivamente su atención sobre la parte práctica, es por lo que los pueblos han
sido conducidos en forma natural a concebir la reorganización social según la errónea
doctrina examinada en el capítulo precedente. Todos sus errores son la consecuencia
de esta gran desviación primitiva. Fácilmente puede establecerse este proceso.
En primer lugar, de esta infracción a la ley natural del espíritu humano resulta
que los pueblos se han quedado encerrados en el sistema antiguo, creyendo construir
un nuevo sistema social. Era inevitable, puesto que no se habían determinado el fin y el
espíritu del sistema nuevo. Siempre será así mientras esta condición indispensable no
haya sido previamente llenada.
Un sistema cualquiera de sociedad, esté hecho por un puñado de hombres o por
varios millones, tiene por objeto definitivo el dirigir hacia un fin general de actividad
todas las fuerzas particulares. Porque no hay sociedad más que allí donde se ejerce
una acción general y combinada. En otro supuesto cualquiera, hay solamente una
aglomeración de un cierto número de individuos sobre un mismo suelo. Es esto lo que
distingue a la sociedad humana de las de otros animales que viven en manadas.
De esta consideración se sigue que la determinación neta y precisa del fin de
actividad es la condición primera y más importante de un verdadero orden social,
puesto que fija el sentido en el cual debe concebirse todo el sistema.
Por otro lado, no hay más que dos fines de actividad posibles lo mismo para una
sociedad, por numerosa que sea, que para un individuo aislado. Son la acción violenta
sobre el resto de la especie humana, o la conquista, y la acción sobre la naturaleza,
para modificarla a favor del hombre, o la producción. Toda sociedad que no esté
claramente organizada para uno y otro de estos fines no será sino una asociación
híbrida y sin carácter. El fin militar era el del antiguo sistema; el fin industrial es el del
nuevo.
El primer paso a dar en la reorganización social era, pues, la proclamación de
este fin nuevo. Por no haberlo dado, no se ha salido todavía del sistema antiguo,
aunque se haya creído haberse deparado de él lo más posible. Ahora bien, está claro
que esta extraña laguna de nuestras pretendidas constituciones, se debió a haber
querido organizar en detalle antes de que se hubiese concebido el conjunto del sistema.
En otros términos, es el resultado de haberse dedicado exclusivamente a la parte
reglamentaria de la organización, sin que hubiese sido fijada la parte teórica y sin que
incluso se hubiese pensado en establecerla.
PODER ESPIRITUAL Y PODER TEMPORAL
Como consecuencia necesaria de este error primero, se han tomado por cambio
total del sistema antiguo simples modificaciones. El fondo ha quedado intacto
esencialmente. Todas las alteraciones no se han llevado más que sobre la forma. Se
han preocupado únicamente en fraccionar los antiguos poderes y en oponer entre ellos
las diferentes ramas. Las discusiones dedicadas a este objeto se han considerado y se
consideran todavía, como lo sublime de la política, de la que no son sino un detalle muy
secundario. La dirección de la sociedad, la naturaleza de los poderes se han concebido
siempre como los mismos.
Es además esencial señalar que las discusiones sobre la división de los poderes,
las únicas de que se han ocupado, han sido, como otra consecuencia de la desviación
primitiva, lo más superficiales posible, porque se ha perdido de vista la gran división en
poder espiritual y en poder temporal, el principal perfeccionamiento que había
introducido en la política general el sistema antiguo. Habiéndose dirigido por entero la
atención hacia la parte práctica de la reorganización social, se ha llegado naturalmente
a la monstruosidad de una constitución sin poder espiritual, que sería un verdadero e
inmenso retroceso hacia la barbarie si pudiera ser duradero. Todo ha sido llevado hacia
lo temporal. No se ha visto más que la división en poder legislativo y poder ejecutivo,
que no es, evidentemente, más que una subdivisión.
Para dirigir su espíritu en las modificaciones del sistema feudal y teológico es
para lo que los pueblos han sido llevados necesariamente a concebir como orgánicos
los principios críticos que les habían servido para combatir contra el sistema antiguo,
desde la época en que su decadencia se había hecho sensible y que, por ello mismo,
estaban destinados a modificarlo. No olvidemos observar a este respecto que,
desconociendo en el trabajo general de la reorganización la división en serie teórica y
en serie práctica, los pueblos han constatado involuntariamente la necesidad de esta
ley, dictada por la imperiosa naturaleza de las cosas, obedeciéndola por sí mismos en
sus empresas de modificación del antiguo sistema.
Tal es el riguroso encadenamiento de resultados derivado del error fundamental
de haber considerado como puramente práctica la obra esencialmente teórica de la
organización social. Es así como los pueblos han llegado gradualmente a considerar
como un verdadero sistema social nuevo, producto de la civilización perfeccionada, lo
que no es sino el antiguo sistema despojado por la doctrina crítica de todo lo que
constituía su fuerza y reducido al miserable estado de un descarnado esqueleto. Esa
es la verdadera generación de los errores capitales señalados en el precedente
capítulo.
Como siempre se hace sentir la necesidad de una verdadera reorganización, lo
que sucederá inevitablemente hasta que haya sido satisfecha los espíritus de los
pueblos se agitan, se esfuerzan en la búsqueda de combinaciones nuevas, pero,
retenidos por un destino inflexible en el estrecho círculo en que les han colocado
primeramente su marcha errónea, y del que la civilización les empuja en vano para salir,
creen encontrar el término de sus esfuerzos en las modificaciones nuevas del sistema
antiguo, es decir, en las aplicaciones todavía más completas de la doctrina crítica. Así,
de modificación en modificación, es decir, destruyendo cada vez más el sistema feudal
y teológico sin reemplazarlo nunca, marchan los pueblos a grandes pasos hacia una
completa anarquía, único fin natural de un camino semejante.
NUEVOS CAMINOS
Tal conclusión prueba evidentemente la urgente e inevitable necesidad de
adoptar para el gran trabajo de la reorganización social la marcha que de una manera
tan clara dicta la naturaleza del espíritu humano. Es éste el único medio de escapar a
las consecuencias desastrosas que amenazan a los pueblos por haber seguido una
marcha diferente.
Como esta afirmación es fundamental, puesto que determina la verdadera
dirección de los grandes trabajos políticos que deben ser emprendidos hoy, no se
podría rodearla de demasiada luz.
Es útil, pues, recordar sumariamente las
consideraciones filosóficas directas sobre las que está fundada, aunque podamos
considerarla como demostrada suficientemente por el examen de la marcha errónea
seguida por los pueblos hasta el presente que acaba de ser trazado.
Es poco digno para la razón humana que se esté obligado a probar
metódicamente, en cuanto a la empresa más general y difícil, la necesidad de una
división que hoy está universalmente reconocida como indispensable en los casos
menos complicados. Se admite como una verdad elemental que la explotación de una
fábrica cualquiera, la construcción de una carretera, de un puente, la navegación de un
barco, etc., deben estar dirigidas por conocimientos teóricos preliminares, ¿y se quiere
que la reorganización de la sociedad sea un asunto de pura práctica, que se puede
confiar a los rutinarios?
Toda operación humana completa, desde la más sencilla hasta la más
complicada, ejecutada por un solo individuo o por un número cualquiera de ellos, se
compone inevitablemente de dos partes, o, en otras palabras, da lugar a dos clases de
consideraciones: una teórica, otra práctica; una de concepción, otra de ejecución. La
primera precede necesariamente a la segunda, a la que está destinada a dirigir. En
otros términos, no hay jamás acción sin una especulación preliminar. En la operación
que parezca más puramente rutinaria puede observarse este análisis. La única
diferencia reside en que la teoría esté bien o mal concebida. El hombre que pretende,
sobre el punto que sea, no dejar dirigir su espíritu por teorías, se limita, como sabemos,
a no admitir los progresos teóricos realizados por sus contemporáneos, conservando
teorías que han llegado a ser anticuadas mucho antes de que hubiesen sido sustituidas.
Así, por ejemplo, los que afectan con altanería no creer en la medicina, se entrega de
ordinario, con una avidez estúpida, al más torpe charlatanismo.
En la primera infancia del espíritu humano el mismo individuo ejecuta en todas
las operaciones los trabajos teóricos y los trabajos prácticos, lo que no impide que,
incluso entonces, su distinción, aunque menos sobresaliente, sea real. Muy pronto
comienzan a separarse estas dos clases de trabajos, como exigiendo capacidades y
culturas diferentes y, en cierto modo, opuestas. A medida que se desarrolla la
inteligencia colectiva e individual de la especie humana, esta división se pronuncia y se
generaliza cada vez más, y se convierte en fuente de nuevos progresos. Desde el
punto de vista filosófico, puede verdaderamente medirse el grado de civilización de un
pueblo por el grado en que se encuentra desarrollada la división de la teoría y de la
práctica, combinando con el grado de armonía que entre ellas exista. Porque el gran
medio de la civilización es la separación de los trabajos y la combinación de los
esfuerzos.
Con el establecimiento definitivo del cristianismo, la división de la teoría y de la
práctica se constituyó de una manera regular y completa para los actos generales de la
sociedad, como lo estaba ya para todas las operaciones particulares. Fue vivificada y
consolidada con la creación de un poder espiritual distinto e independiente del poder
temporal y que tenía con él las relaciones naturales de una autoridad teórica con una
autoridad práctica, modificadas de acuerdo con el carácter especial del sistema antiguo.
Esta grande y hermosa concepción fue la causa principal del vigor y de la consistencia
admirables que distinguieron al sistema feudal y teológico en su época de esplendor.
La caída inevitable de este sistema ha hecho perder de vista momentáneamente esta
importante división. La filosofía superficial y crítica del siglo último no ha sabido
apreciar su valor. Pero es evidente que debe ser cuidadosamente conservada con
todas las otras conquistas que ha realizado el espíritu humano bajo la influencia del
sistema antiguo y que no podían perecer con él. Debe figurar en primera línea, entre
los poderes espiritual y temporal de otra naturaleza, en el sistema a establecer hoy. Sin
duda, la sociedad no podrá estar menos organizada en el siglo XIX de lo que lo estaba
en el siglo XI. 1
Si es necesario reconocer la necesidad de la división en los trabajos teóricos y
prácticos de las operaciones políticas diarias y comunes ¿con cuánta mayor razón no
será indispensable esta división principalmente motivada por la debilidad del espíritu
humano, en la vasta obra de la reorganización total de la sociedad? Es ésta la primera
condición necesaria para tratar este gran problema de la única manera proporcionada a
su importancia.
UTILIDAD DE LA HISTORIA
Lo que indica la observación filosófica lo confirma la experiencia directa.
Ninguna innovación importante se ha introducido nunca en el orden social sin que los
trabajos relativos a su concepción hayan precedido a aquellos cuyo objeto inmediato
era su puesta en acción, y le hayan servido de guía y apoyo al mismo tiempo. La
historia presente a este respecto dos experiencias decisivas.
La primera se refiere a la formación del sistema teológico y feudal,
acontecimiento que hoy debe ser para nosotros una fuente inagotable de enseñanza.
El conjunto de instituciones mediante el cual se ha constituido por completo este
sistema en el silgo XI, evidentemente había sido preparado por los trabajos teóricos
llevados a cabo en los siglos precedentes sobre el espíritu de este sistema, trabajos
que datan de la elaboración del cristianismo por la escuela de Alejandría. El
establecimiento del poder pontificio como autoridad europea suprema era la
continuación necesaria de este desarrollo anterior de la doctrina cristiana. La institución
general del feudalismo, fundada sobre la reciprocidad de obediencia a protección, del
débil al fuerte, no era igualmente sino la aplicación de esta doctrina al reglamento de las
relaciones sociales en el estado de civilización de entonces. ¿Quién no ve que una y
otra fundación no habrían podido tener lugar sin el desarrollo preliminar de la teoría
cristiana?
La segunda experiencia, todavía más evidente, porque la tenemos casi bajo
nuestros ojos, nos lleva sobre la marcha misma de las modificaciones efectuadas por
los pueblos en el sistema antiguo desde el comienzo de la crisis actual. Está claro que
estas modificaciones se han fundado completamente sobre el desarrollo y el arreglo
sistemáticos dados por la filosofía del siglo XVIII a los principios críticos. Aunque de un
género de teoría subalterno, estos trabajos, en tanto que críticos, tenían tan marcado el
carácter teórico, eran tan distintos de los trabajos prácticos subsecuentes, que ninguno
de los hombres que han cooperado en ellos se figuraba de una manera un poco clara y
extendida las modificaciones que habían de producir en la generación siguiente. Esta
reflexión debe haber asombrado a cualquiera que haya comparado atentamente sus
obras con las modificaciones prácticas que las han sucedido. Y a pesar de que en los
1
Esta gran cuestión de la división del poder espiritual y del poder temporal será más tarde objeto de un
trabajo particular.
escritos y en los discursos de los hombres más entendidos, entre los que han llevado
los trabajos de nuestras constituciones, se haya ensayado el suprimir las ideas
adoptadas de los filósofos del silgo XVIII, veremos qué es lo que queda.
Examinando desde el punto de vista histórico la cuestión que nos ocupa, puede
ser decidida fácilmente mediante las consideraciones que siguen y que nosotros nos
limitaremos a indicar aquí, debiendo desarrollarlas en otra parte.
La sociedad está hoy desorganizada lo mismo en el aspecto espiritual que en el
aspecto temporal. La anarquía espiritual ha precedido y engendrado la anarquía
temporal. Incluso el malestar social depende hoy mucho más de la primera causa que
de la segunda. Por otra parte, el estudio cuidadoso de la marcha de la civilización
prueba que está ahora más preparada la reorganización espiritual de la sociedad que
se reorganización temporal. Así, la primera serie de esfuerzos directos para terminar
con la época revolucionaria debe tener por objeto el reorganizar el poder espiritual,
mientras que, hasta el presente, la atención no se ha fijado nunca más que en la
reforma del poder temporal.
De todas las consideraciones anteriores hay que sacar evidentemente la
conclusión de que es de absoluta necesidad el separar los trabajos teóricos de la
reorganización social prescrita a la época actual, de los trabajadores prácticos, es decir,
concebir y ejecutar los que se relacionan con el espíritu del nuevo orden social, con el
sistema de ideas generales que debe sistema de ideas generales que debe
corresponderle, con aislamiento de los que tienen por objeto el sistema de relaciones
sociales y el modo administrativo que deben resultar. No puede hacerse nada esencial
ni sólido en cuanto a la parte práctica en tanto que no esté establecida, o al menos muy
adelantada, la parte teórica. Proceder de manera distinta sería construir sin asientos,
hacer pasar la forma antes que el fondo; sería, en una palabra, prolongar el error
fundamental cometido por los pueblos, que acaba de ser considerado como la fuente
primera de todas sus imperfecciones, el obstáculo que es necesario destruir antes que
nada para que pueda al fin realizarse el deseo de ver organizada la sociedad de una
manera proporcionada al estado presente del saber.
Habiendo establecido la naturaleza de los trabajos preliminares que deben ser
ejecutados para la organización del sistema social nuevo esté fundada sobre sólidas
bases, es fácil determinar cuáles son las fuerzas sociales destinadas a cumplir esta
importante misión. Es esto lo que resta aún por precisar antes de exponer el plan de
trabajos que hay que efectuar.
Puesto que ya está demostrado que la manera en que han procedido los pueblos
hasta hora en la formación del plan de reorganización es radicalmente errónea, sería
superfluo insistir mucho para dejar sentir que eran incompetentes por completo los
hombres a quienes estaba confiado este gran trabajo. Está claro, en efecto, que lo uno
es la consecuencia inevitable de lo otro. Habiendo desconocido los pueblos la
naturaleza del trabajo, no podían dejar de equivocarse en la selección de los hombres
llamados a ejecutarlo. Por lo mismo que estos hombres eran apropiados para el trabajo
tal y como lo concebían los pueblos, no podían ser capaces de dirigirlo en la forma en
que debió haber sido concebido. La incapacidad de estos mandatarios sólo así debió
ser, ya que nadie puede estar dispuesto para dos cosas opuestas en absoluto.
JURISPRUDENCIA, METAFÍSICA, CRÍTICA
Ha sido principalmente la clase de los hombres de leyes la que ha suministrado
las personas llamadas a dirigir los trabajos de las pretendidas constituciones
establecidas por los pueblos de treinta años a esta parte. La naturaleza de las cosas
les ha investido necesariamente de esta función en la forma en que ésta ha sido
concebida hasta ahora.
En efecto, como hasta el presente los pueblos no han tratado más que de
modificar el sistema antiguo, y puesto que los principios críticos destinados a dirigir
estas modificaciones estaban plenamente establecidos, la elocuencia ha debido ser la
facultad especial puesta en juego en este trabajo y es por los hombres de leyes, sobre
todo, por quienes esta facultad está habitualmente cultivada. Aunque no sea más que
subalterna, puesto que se propone únicamente hacer triunfar una opinión dada sin
participar en su formación ni en su estudio, es, por ello mismo, eminentemente
apropiada para su propagación. No son los hombres de leyes los que han combinado
los principios de la doctrina crítica, sino los metafísicos, que, por lo demás, constituyen
en el aspecto espiritual la clase correspondiente a la de los hombres de leyes. La
escena política ha estado principalmente ocupada por ellos durante toda la duración de
la lucha inmediata contra el sistema feudal y teológico. Así, pues, era de ellos de donde
debía salir naturalmente la dirección de las modificaciones a introducir en ese sistema,
de acuerdo con la doctrina crítica que sólo ellos estaban acostumbrados a manejar.
No podría evidentemente ser lo mismo respecto a los trabajos orgánicos de
verdad, cuya necesidad acaba de ser demostrada. No es ya la elocuencia, es decir, la
facultad de persuasión, la que debe estar especialmente en actividad; es el
razonamiento, es decir, la facultad de examen y de coordinación. Por lo mismo que los
hombres de leyes son en general los más capaces en la primera, son los menos
capacitados para la segunda. Al hacer profesión de buscar los medios para convencer
de una opinión cualquiera, mientras más habilidad adquieren con el ejercicio en este
género de trabajo, más inadecuadados llegan a ser para coordinar una teoría de
acuerdo con sus principios verdaderos.
No es en absoluto de una cuestión vana de amor propio de lo que aquí se trata.
Todo se reduce a la relación necesaria y exclusiva que existe entre cada clase de
capacidad y cada naturaleza de trabajo. Los hombres de leyes han dirigido la
formación del plan de reorganización cuando estaba concebido con un espíritu absoluto
erróneo. Han hecho lo que debían hacer. Llamados a modificar y a criticar, han
modificado y criticado. Sería injusto reprocharles los defectos de una dirección que
ellos no han escogido y que no les corresponde rectificar. Su influencia ha sido útil, e
incluso indispensable, en tanto que esa dirección misma lo ha sido. Pero al mismo
tiempo hace falta reconocer que esta influencia tiene que cesar cuando debe prevalecer
una dirección completamente opuesta. Es, sin duda, absurdo pretender verificar la
organización de la sociedad concibiéndola como un asunto puramente práctico y sin
que se ejecute previamente ninguno de los trabajos teóricos necesarios. Pero sería un
absurdo todavía mayor la singular esperanza de ver efectuar una verdadera
reorganización por una asamblea de oradores, extraños a toda idea teórica positiva, y
escogidos sin ninguna condición determinada de capacidad por hombres que en su
mayoría son todavía más incompetentes.2
La naturaleza de los trabajos a ejecutar indica por sí misma, lo más claramente
posible, a qué clase corresponde emprenderlos. Siendo teóricos estos trabajos, está
claro que los hombres que hacen profesión de formar las combinaciones teóricas
seguidas metódicamente, es decir, los sabios ocupados en el estudio de las ciencias de
observación son los únicos que llenan las condiciones necesarias por el género de
capacidad y de cultura intelectual. Puesto que la más urgente necesidad de la sociedad
da lugar a un trabajo general de primer orden de importancia y dificultad, sería
evidentemente monstruoso que este trabajo no fuera dirigido por las más grandes
fuerzas intelectuales existentes por aquéllas cuya manera de proceder está reconocida
como la mejor universalmente. Sin duda, se encuentran en los otros sectores de la
sociedad hombres de una capacidad teórica igual e incluso superior a la de la mayoría
de los sabios, por que la clasificación verdadera de los individuos está lejos de estar de
acuerdo en todo con la clasificación natural o fisiológica. Pero en un trabajo tan
esencial son las clases las que es necesario considerar y no los individuos. Además,
entre estos mismos la educación, es decir, el sistema de hábitos intelectuales que
resulta del estudio de las ciencias de observación, es la única que puede desarrollar su
capacidad teórica natural de una manera conveniente. En una palabra, todas las veces
que la sociedad tiene necesidad de trabajos teóricos en una dirección particular
cualquiera, está reconocido que es a la clase de los sabios correspondiente a la que
debe dirigirse. Así pues, es el conjunto del cuerpo científico el que está llamado a dirigir
2
Estoy muy lejos de concluir de las precedentes consideraciones que la clase de los hombres de leyes
no deba tener en la actualidad actividad política. Sólo he querido establecer que su acción debe cambiar
de carácter.
De acuerdo con los razonamientos que acabo de exponer, el estado presente de la sociedad exige que
la dirección suprema de los espíritus deje de pertenecer a los hombres de leyes. Pero, por su naturaleza,
no dejan de estar llamados a secundar, bajo aspectos muy importantes, la dirección general nueva que
será impuesta por otros. Primero, debido a sus medios de persuasión y a la costumbre que tiene todavía,
más que ninguna otra clase, de colocarse en los puntos de vista políticos, deben colaborar
poderosamente en la adopción de la doctrina orgánica. En segundo lugar, los hombres de leyes, y sobre
todo aquéllos de entre ellos que han hecho un profundo estudio del derecho positivo, poseen de modo
exclusivo la capacidad de reglamentar, que es una de las grandes capacidades necesarias para la
formación del sistema social nuevo, y que se pondrá en juego tan pronto como esté terminada o
adelantada lo suficiente la parte puramente espiritual del trabajo general de reorganización.
los trabajos teóricos generales cuya necesidad acaba de comprobarse.3
Por lo demás, convenientemente interrogada, la naturaleza de las cosas evita en
este punto toda divagación, porque prohíbe en absoluto la libertad de elección al
mostrar a la clase de los sabios, desde varios puntos de vista distintos, como la única
adecuada para ejecutar el trabajo teórico de la reorganización social.
En el sistema a constituir, el poder estará en manos de los sabios y el poder
temporal corresponderá a los directores de los trabajos industriales. Estos dos poderes
debe, pues, proceder naturalmente para la formación de ese sistema como procederán,
cuando esté establecido, con su aplicación diaria, con la diferencia de la importancia
superior del trabajo que hay que ejecutar hoy. En este trabajo hay una parte espiritual
que debe tratarse primero, y una parte temporal que se tratará a continuación. Así, son
los sabios los que tienen que emprender la primera serie de trabajos, y los industriales
más importantes los que tiene que organizar el sistema administrativo, según las bases
que habrá establecido aquélla. Tal es la sencilla marcha indicada por la naturaleza de
las cosas, que enseña que las clases mismas que son los elementos de los poderes de
un nuevo sistema y deben colocarse algún día a su cabeza, pueden por sí solas
constituirlo, porque son capaces de comprender perfectamente el espíritu y son las
únicas que están empujadas en ese sentido por el combinado impulso de sus hábitos y
de sus intereses.
Otra consideración hace todavía más palpable la necesidad de confiar a los
sabios positivos el trabajo teórico de la reorganización social.
Ha sido observado en el capítulo anterior que la doctrina crítica ha creado en la
mayoría de las mentes, y tiene a fortalecerlo cada vez más, el hábito de establecerse en
juez supremo de las ideas políticas generales. Erigido en principio fundamental, este
estado anárquico de las inteligencias es un obstáculo evidente para la reorganización
de la sociedad. Por tanto, sería inútil que las capacidades realmente competentes
formasen la verdadera doctrina orgánica destinada a dar término a la crisis actual, si por
su situación anterior no poseyeran de hecho el poder reconocido de ser autoridad. Sin
3
Conforme a la costumbre ordinaria, incluimos aquí entre los sabios a los hombres que, sin consagrar su
vida al cultivo especial de ninguna ciencia de observación, son poseedores de capacidad científica y han
hecho un estudio lo bastante profundo del conjunto de los conocimientos positivos como para estar
penetrados de su espíritu y familiarizados con las principales leyes de los fenómenos naturales.
Sin duda, es a esta clase de sabios, demasiado pequeña en número todavía a la que le está reservada
una actividad esencial en la formación de la doctrina social nueva. Los otros sabios está demasiado
absorbidos por sus ocupaciones particulares, e incluso demasiado afectados todavía por determinados
hábitos intelectuales equivocados que resultan hoy de esa especialidad, para que puedan ser
verdaderamente activos en el establecimiento de la ciencia política. Pero no dejarán de llenar en esa
gran fundación un papel muy importante aunque sea pasivo: el de jueves naturales de los trabajos. Los
resultados obtenidos por los hombres que sigan la nueva dirección filosófica no tendrán valor ni influencia
mientras no sean adoptados por los sabios especialistas, como teniendo el mismo carácter de sus
trabajos habituales.
He creído un deber dar esta explicación para adelantarme a una objeción que se presentará
naturalmente en el espíritu de la mayoría de los lectores. Pero, por lo demás, es evidente que esta
distinción entre el sector de la clase científica que debe estar activo y el sector que debe ser simplemente
pasivo en la elaboración de la doctrina orgánica, es completamente secundaria y no afecta en nada la
afirmación fundamental establecida en el texto.
esta condición, su trabajo, sometido al control arbitrario y vanidoso de una política de
inspiración, no podría jamás ser adoptado con uniformidad. Ahora bien, si se echa un
vistazo sobre la sociedad, se reconocerá en seguida que esta influencia espiritual se
encuentra hoy exclusivamente en manos de los sabios. En materia de teoría son los
únicos que ejercen una autoridad indiscutible. Así, independientemente de que son
ellos los únicos con competencia para formar la nueva doctrina orgánica, están
investidos de manera exclusiva de la fuerza moral necesaria para determinar la
admisión de ella. Los obstáculos que presente para esto el prejuicio crítico de la
soberanía moral, concebida como un derecho innato en todo individuo, serían
insuperables a cualesquiera que no fuesen ellos. La única palanca que puede derribar
este prejuicio está en sus manos. Es ésta el hábito contraído poco a poco por la
sociedad, desde la fundación de las ciencias positivas, de someterse a las decisiones
de los sabios en todas las ideas teóricas particulares, hábito que los sabios extenderán
con facilidad a las ideas teóricas generales cuando estén encargados de coordinarlas.
Así, con exclusión de todas las otras clases, los sabios poseen hoy los dos
elementos fundamentales del gobierno moral: la capacidad y la autoridad teóricas.
ORGANIZACIÓN EUROPEA
Un último carácter esencial, no menos propio de la fuerza científica que los
precedentes, merece todavía ser señalado.
La crisis actual es evidentemente común a todos los pueblos de la Europa
occidental, aunque no todos participen de ella en el mismo grado. Sin embargo, cada
pueblo la trata como si fuera simplemente nacional. Pero es evidente que una crisis
europea necesita un tratamiento europeo.
Este aislamiento de los pueblos es una consecuencia necesaria de la caída del
sistema feudal y teológico, por la que se han encontrado desechos los lazos espirituales
que aquel sistema había establecido entre los pueblos de Europa, y que se han
intentado vanamente sustituir con un estado de recíproca oposición hostil disfrazado
con el nombre de equilibrio europeo. La doctrina crítica es incapaz de restablecer la
armonía que ha destruido en su principio fundamental antiguo y, por el contrario, la
aleja. Primero, por su naturaleza, tiende al aislamiento, y, en segundo lugar, los
pueblos no podrían entenderse por completo sobre los principios mismos de esta
doctrina porque cada uno de ellos pretende, de acuerdo con ella, modificar el sistema
antiguo en diferentes grados.
La verdadera doctrina orgánica puede, por sí sola, producir esta unión, tan
imperiosamente reclamada por el estado de la civilización europea. Debe forzosamente
determinarla presentando a todos los pueblos de la Europa occidental el sistema de
organización social a que están llamados todos en la actualidad, y del que cada uno
gozará de una manera completa en una época más o menos cercana, según el estado
especial de sus luces. Por otra parte, es necesario observar que esta unión será más
perfecta que la producida por el sistema antiguo, la cual no existía más que en el
aspecto espiritual, mientras que la de hoy debe tener lugar igualmente en el aspecto
temporal, de suerte que los pueblos están llamados a constituir una verdadera sociedad
general, completa y permanente. Y, en efecto, si fuera éste el sitio para emprender un
estudio semejante, sería fácil demostrar que cada uno de los pueblos de la Europa
occidental, por la gradación particular de su estado de civilización, está colocado en la
situación más favorable para tratar ésta o aquella parte del sistema general. De donde
resulta la utilidad inmediata de su colaboración. Así, pues, se sigue de esto que los
pueblos deben trabajar en común y por igual en el establecimiento del sistema nuevo.
Considerando la doctrina orgánica nueva desde este punto de vista, está claro
que la fuerza destinada a formarla y a establecerla debe ser una fuerza europea, si ha
de satisfacer la condición de determinar la combinación de los diferentes pueblos
civilizados. Ahora bien, ésta es todavía la propiedad especial, no menos exclusiva que
todas las enumeradas antes, de la fuerza científica. Es notorio que los sabios solos
forman una verdadera coalición, compacta, activa, en la que todos los miembros se
entienden y se corresponden con facilidad y de una manera continua de un extremo al
otro de Europa. Esto se debe a que hoy en día son ellos los únicos que tiene ideas
comunes, un lenguaje uniforme un fin de actividad general y permanente. Ninguna otra
clase posee esta poderosa ventaja, porque ninguna llena estas condiciones en su
integridad. Incluso los industriales, llevados de una manera tan eminente a la unión por
la naturaleza de sus trabajos y de sus costumbres, se dejan todavía dominar demasiado
por las inspiraciones hostiles de un patriotismo salvaje, para que sea posible ya el
establecer entre ellos una verdadera combinación europea. A la acción de los sabios
es a la que está reservado el producirla.
Sin duda, es superfluo demostrar que la unión actual de los sabios alcanzará una
intensidad mucho mayor cuando dirija sus fuerzas generales hacia la formación de la
doctrina social nueva. Esta consecuencia es evidente, puesto que la fuerza de un lazo
social está proporcionada necesariamente a la importancia del fin de la asociación.
Para apreciar bien, en toda su extensión, el valor de esta fuerza europea
particular de los sabios, es necesario comparar la conducta de los reyes con la de los
pueblos en el aspecto que nos ocupa.
Ya hemos observado más arriba que los reyes, aun rigiéndose de acuerdo con
un plan absurdo en su principio, proceden a su ejecución de una manera mucho más
metódica que los pueblos, porque la línea que siguen está por completo descrita en el
pasado del modo más detallado. Así, en el aspecto que consideramos, los reyes
combinan sus esfuerzos en toda Europa mientras los pueblos se aíslan. Por este solo
hecho, tienen los reyes una ventaja relativa sobre los pueblos, contra la cual éstos no
pueden luchar con ningún otro medio, lo que alcanza una importancia extrema.
Los directores de la opinión de los pueblos no tienen otro recurso que el de
protestar contra semejante superioridad de posición, la cual no disminuye por esto.
Como tesis general proclaman que los distintos estados no tienen derecho alguno para
intervenir en las reformas sociales de los otros. Ahora bien, este principio, que no es
otra cosa que la aplicación de la doctrina crítica a las relaciones exteriores, es
absolutamente falso como todos los demás dogmas que la componen; no es, como
ellos, sino la generalización errónea de un hecho transitorio: la disolución de los lazos
que existían entre las naciones europeas bajo la influencia del sistema antiguo. Está
claro que los pueblos de la Europa occidental, debido a la conformidad y al
encadenamiento de su civilización, considerados en su desarrollo sucesivo o en su
estado actual, forman una gran nación, cuyos miembros tienen recíprocamente
derechos, menos extendidos sin duda, pero de la misma naturaleza que los de los
distintos sectores de un estado único.
Además, aunque fuera verdadera, se ve que esta idea crítica no alcanza su fin, lo
aleja incluso, puesto que tiende a impedir que se unan los pueblos. Como una fuerza no
puede ser contenida más que por otra fuerza, en el aspecto europeo los pueblos
estarán evidentemente en una situación de inferioridad con respecto a los reyes
mientras la fuerza de los sabios, que es la única europea, no presida el gran trabajo de
la reorganización social. Sólo ella puede ser para los pueblos el verdadero equivalente
de la santa alianza, con la excepción de la necesaria superioridad de una coalición
espiritual sobre una coalición puramente temporal.
POLÍTICA, CIENCIA DE OBSERVACIÓN
Así, en último análisis, la necesidad de confiar a los sabios los trabajos teóricos
preliminares reconocidos como indispensables para reorganizar la sociedad se
encuentra sólidamente fundada sobre cuatro consideraciones distintas, cada una de las
cuales sería suficiente por sí sola para establecerla: 1ª, los sabios, por su género de
capacidad y de cultura intelectuales, son los únicos con competencia para ejecutar
estos trabajos; 2ª, esta función les está destinada por la naturaleza de las cosas, en
cuanto poder espiritual del sistema a organizar; 3ª, poseen de modo exclusivo la
autoridad moral hoy necesaria para determinar la adopción de la nueva doctrina
orgánica cuando ésta esté formada; por último, 4ª de todas las fuerzas sociales
existentes, la de los sabios es la única europea. Indudablemente, un conjunto de
pruebas como éste, debe colocar la gran misión teórica de los sabios al abrigo de toda
incertidumbre y de toda discusión.
De todo lo que precede, se sigue que los errores capitales cometidos por los
pueblos en su manera de concebir la reorganización de la sociedad, tienen por causa
primera la marcha equivocada según la cual ha n procedido a esa reorganización; que la
equivocación de esa marcha consiste en que la reorganización social ha sido
considerada como una operación puramente práctica, siendo como es esencialmente
teórica; que la naturaleza de las cosas y las experiencias históricas más convincentes
prueban la absoluta necesidad de dividir el trabajo total de la reorganización en dos
series, una teórica y otra práctica, la primera de las cuales debe ejecutarse
previamente, estando destinada a servir de base a la segunda; que la ejecución
preliminar de los trabajos teóricos exige poner en actividad una fuerza social nueva,
distinta de las que hasta ahora han ocupado la escena y han sido por completo
incompetentes; en fin, que, por varias razones decisivas, esta nueva fuerza debe ser la
de los sabios dedicados al estudios de las ciencias de la observación.
El conjunto de estas ideas puede considerarse como habiendo tenido por objeto
el conducir por grados el espíritu de los hombres meditadores al punto de vista elevado
desde el que se puede abarcar, con un solo vistazo general, lo mismo las
equivocaciones de la marcha seguida hasta el presente para reorganizar la sociedad,
como el carácter de la que debe ser adoptada en la actualidad. Todo se reduce, en
último caso, a hacer establecer para la política, mediante las fuerzas combinadas de los
sabios europeos, una teoría positiva distinta de la práctica, teniendo por objeto la
concepción del sistema social nuevo correspondiente al estado presente de las luces.
Así, pues, reflexionando sobre ello, se verá que esta conclusión se resume en una sola
idea: hoy en día los sabios deben elevar la política al rango de las ciencias de
observación.
LA LEY HISTÓRICA DE LOS TRES ESTADOS
Ese es el punto de vista culminante y definitivo en el que es necesario situarse.
Desde este punto de vista es fácil encerrar la sustancia de todo lo que se ha dicho
desde el comienzo de este opúsculo en una seria de consideraciones muy sencillas.
Queda por hacer esa importante generalización, que es la única que puede facilitar los
medios de ir más lejos al permitir hacer más rápido el pensamiento.
Por la naturaleza misma del espíritu humano, cada rama de nuestros
conocimientos está obligada en su marcha a pasar sucesivamente por tres estados
teóricos distintos: el estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; por
último, el estado científico o positivo.
En el primero, las ideas sobrenaturales sirven para ligar el pequeño número de
observaciones aisladas de que entonces se compone la ciencia. En otros términos, los
hechos observados son explicados, es decir, vistos a priori, según hechos inventados.
Este estado es necesariamente el de toda ciencia en mantillas. Por imperfecto que sea,
es el único modo de unión posible en esta época. Por consiguiente, proporciona el
único instrumento por medio del cual se puede razonar sobre los hechos, sosteniendo
la actividad del espíritu que tiene necesidad, por encima de todo, de un punto de
reunión cualquiera. En una palabra, nos es indispensable para poder ir más lejos.
El segundo estado tiene por único destino el servir de medio de transición del
primero al tercero. Su carácter es híbrido: liga los hechos según ideas que no son ya
en absoluto sobrenaturales por entero. En una palabra, estas ideas son abstracciones
personificadas, en las que el espíritu puede ser a su voluntad el nombre místico de una
causa sobrenatural, o la enunciación abstracta de una simple serie de fenómenos,
según esté más cerca del estado teológico o del estado científico. Este estado
metafísico supone que los hechos, cada vez más numerosos, han sido aproximados al
mismo tiempo de acuerdo con las analogías más extendidas.
El tercer estado es el modo definitivo de una ciencia cualquiera. Los dos
primeros no estaban destinados más que a prepararlo gradualmente. Los hechos están
ligados de acuerdo con ideas o leyes generales de un orden enteramente positivo
sugeridos o confirmados por los hechos mismos, y que con frecuencia no son sino
simples hechos lo bastante generales como para convertirse en principios. Se procura
reducirlas siempre al menor número posible, pero sin instituir ninguna hipótesis que no
sea de una naturaleza comprobable algún día por la observación, y no considerándolas
en todos los casos más que como un medio de expresión general de los fenómenos.
Los hombres familiarizados con la marcha de las ciencias pueden fácilmente
comprobar la exactitud de este resumen histórico general en relación con las cuatro
ciencias fundamentales hoy en día positivas: la astronomía, la física, la química y la
fisiología, tanto como en las ciencias que le son relativas. Incluso aquellos que no han
considerado las ciencias más que en su estado actual, pueden hacer esta
comprobación en la fisiología, que, aunque ha llegado a ser al fin positiva como las
otras tres, existe todavía bajo las tres formas en las diferentes clases de espíritu
desigualmente contemporáneas. Este hecho se pone de manifiesto, sobre todo, por el
sector de esta ciencia que considera los fenómenos especialmente denominados
morales, concebidos por unos como el resultado de una acción sobrenatural continua,
por otros como los efectos incomprensibles de la actividad de una abstracto, y por otros,
en fin, como dependiendo de condiciones orgánicas susceptibles de ser demostradas y
más allá de los cuales no podría irse.
Considerando la política como una ciencia, y aplicándole las observaciones
precedentes, nos encontramos con que ha pasado ya por los dos primeros estados y
que está presta en la actualidad para alcanzar el tercero.
La doctrina de los reyes representa el estado teológico de la política. En efecto,
en último análisis, está fundada sobre ideas teológicas. Presenta las relaciones
sociales como apoyadas sobre la idea sobrenatural del derecho divino. Explica los
cambios políticos sucesivos de la especie humana mediante una dirección sobrenatural
inmediata, ejercida de una manera continua desde el primer hombre hasta el actual.
Fue así como estuvo concebida la política únicamente, hasta que el sistema antiguo
comenzó a declinar.
La doctrina de los pueblos expresa el estado metafísico de la política. Está
fundada en su totalidad sobre la suposición abstracta y metafísica de un contrato social
primitivo, anterior a todo desarrollo de las facultades humanas por la civilización. Los
medios habituales de razonamiento que emplea son los derechos, considerados como
naturales y comunes en el mismo grado a todos los hombres, que hace garantizar por
este contrato. Esa es la doctrina primitivamente crítica, sacada en su origen de la
teología, para combatir contra el sistema antiguo, y que después ha sido considerada
como orgánica. Ha sido Rousseau principalmente quien le ha resumido en forma
sistemática, en una obra que ha servido y que todavía sirve de base a las
consideraciones vulgares sobre la organización social.
Por último, la doctrina científica de la política considera el estado social, en el
cual la especie humana ha sido siempre hallada por los observadores como la
consecuencia necesaria de su organización. Concibe el fin de este estado social como
determinado por el rango que ocupa el hombre en el sistema natural, tal y como ha sido
fijado por los hechos y sin ser considerado como susceptible de explicación. En efecto,
ve resultar de esta relación fundamental la tendencia constante del hombre a actuar
sobre la naturaleza para modificarla en su favor. Considera a continuación el orden
social como teniendo por objeto último el desarrollar colectivamente esta tendencia
natural, el regularizarla y concertarla para que la acción útil sea lo más grande posible.
Establecido esto, trata de relacionar con las leyes fundamentales de la organización
humana, mediante observaciones directas sobe el desarrollo colectivo de la especie, la
marcha que ha seguido y los estados intermedios por los cuales se ha visto obligada a
pasar antes de alcanzar este estado definitivo. Dirigiéndose de acuerdo con esta serie
de observaciones, considera los perfeccionamientos reservados a cada época como
dictados, al abrigo de toda hipótesis, por el punto de ese desarrollo a que ha llegado la
especia humana. Después concibe para cada grado de civilización las combinaciones
políticas, teniendo como objeto único el facilitar los pasos que tienden a darse luego de
haber sido determinados con precisión.
Ese es el espíritu de la doctrina positiva que hoy se trata de establecer,
proponiéndose como fin aplicarlo al estado presente de la especie humana civilizada y
no considerando los estados anteriores más como necesarios de observar para
establecer las leyes fundamentales de la ciencia.
Es fácil explicarse al mismo tiempo por qué la política no ha podido convertirse
antes en una ciencia positiva y por qué está llamada a ello en la actualidad.
CLASIFICACIÓN DEL SABER CIENTÍFICO
Dos condiciones
indispensables para ello.
fundamentales,
distintas
aunque
inseparables,
eran
En primer lugar, era menester que todas las ciencias particulares, se hubieran
sucesivamente hecho positivas, porque el conjunto no podría ser positivo en tanto que
todos los elementos no lo fueran. Esta condición está hoy cumplida.
Las ciencias han llegado a ser positivas una tras otra en el orden en que era
natural que se operase esta revolución. Este orden es el del grado de complicación
mayor o menor de sus fenómenos, o, en otros términos, de su relación más o menos
íntima con el hombre. Así, primero los fenómenos astronómicos, por ser los más
simples, y a continuación sucesivamente los físicos, los químicos y los fisiológicos, han
sido conducidos a teorías positivas; estos últimos en una época muy reciente. La
misma reforma no podía efectuarse sino en último lugar para los fenómenos políticos
que son los más complicados, puesto que dependen de todos los demás. Pero
evidentemente es tan necesario que se efectúe ahora, como imposible ha sido que
llegara antes.
En segundo lugar, hacía falta que el sistema social preparatorio, en el cual la
acción sobre la naturaleza no era sino el fin indirecto de la sociedad, hubiera llegado a
su época última.
En efecto, por un parte, la teoría no puedo establecerse hasta entonces porque
hubiera estado demasiado por delante de la práctica. Estando destinada a dirigirla, no
hubiera podido precederla hasta el punto de perderla de vista. Por otra parte, no
hubiera tenido antes una base experimental suficiente. Era menester el establecimiento
de un sistema de orden social, admitido por una población muy numerosa y compuesto
por varias grandes naciones, y la duración máxima posible de ese sistema, para que
hubiese podido fundarse una teoría sobre esta vasta experiencia.
Esta segunda condición se satisface hoy tan bien como la primera. El sistema
teológico destinado a preparar el espíritu humano para el sistema científico, ha llegado
al término de su carrera. Esto es indiscutible, puesto que el sistema metafísico, cuyo
único objeto es destruir el sistema teológico, ha avanzado en general la preponderancia
entre los pueblos. La política científica debe establecerse naturalmente, puesto que,
vista la imposibilidad absoluta de abstenerse de una teoría, se ésta no tuviera lugar,
habría que suponer que la política teológica se iba a reconstruir al no ser la política
metafísica, propiamente hablando, una teoría verdadera, sino una doctrina crítica
solamente útil para una transición.
MEDIDAS DE ORDEN PRÁCTICA
En resumen, no ha habido nunca una revolución moral más inevitable, más
madura y más urgente a la vez que la que debe ahora elevar a la política al rango de las
ciencias de observación en manos de los sabios europeos coordinados. Sólo esta
revolución puede hacer intervenir en la gran crisis actual una fuerza verdaderamente
preponderante, la única capaz de regularla y de preservar a la sociedad de las
explosiones terribles y anárquicas de que está amenazada, al colocarla en el verdadero
camino del siste ma social perfeccionado que reclama imperiosamente el estado de sus
inteligencias.
Para poner en actividad lo más prontamente posible a las fuerzas científicas
destinadas a llenar esta saludable misión, sería necesario presentar el programa
general de los trabajos teóricos a ejecutar para reorganizar la sociedad elevando la
política al rango de las ciencias de observación. Yo me he atrevido a concebir este plan
y lo propongo solemnemente a los sabios de Europa.
Profundamente convencido de que, cuando este estudio sea emprendido, mi
plan, adoptado o rechazado, conducirá necesariamente a la formación del plan
definitivo, no temo convocar a todos lo sabios europeos en nombre de la sociedad,
amenazada de una larga y terrible agonía, de la que sólo puede salvarse por su
intervención, para que emitan pública y libremente la opinión que les merece el cuadro
general de trabajos orgánicos que expongo a su consideración.
Este programa se compone de tres series de trabajos.
La primera tiene por objeto la formación del sistema de observaciones históricas
sobre la marcha general del espíritu humano, destinado a ser la base positiva de la
política, en forma tal que le haga perder por completo el carácter teológico y el carácter
metafísico y le imprima el carácter científico.
La segunda tiende a fundar el sistema completo de educación positiva que es
conveniente para la sociedad regenerada, constituyéndose para actuar sobre la
naturaleza; o, en otros términos, se propone perfeccionar esta acción mientras dependa
de las facultades del agente.
Por último, la tercer consiste en la exposición general de la acción colectiva que,
en el estado presente de todos sus conocimientos, pueden ejercer los hombres
civilizados sobre la naturaleza para reformarla a su favor, dirigiendo todas sus fuerzas
hacia este fin y no considerando las combinaciones sociales más que como medios de
alcanzarlo.*
* Versión española de Francisco Giner de los Ríos.
CURSO DE FILOSOFÍA POSITIVA
SELECCIÓN
ANÁLISIS
En 1826 Comte se halla en aptitud, merced a su interna evolución, de ofrecer
una nueva doctrina. Está maduro, por así decirlo, para redactar el Curso de Filosofía
Positiva, su obra mayor, en la que presenta los materiales, ya ordenados, del
positivismo. El autor, en efecto, expone en ella una imagen de la realidad desde un
punto de vista positivo, ello es, una actitud que rehúye con desenfado y rechaza con
énfasis toda respuesta metafísica.
En el mencionado año (1826) recuerda Comte que compuso el programa de un
Curso de Filosofía Positiva que habría de impartirse en 72 lecciones, del 1º de abril del
propio año al 1º de abril del año siguiente (1827). Constaba de cuatro partes.
I. Preliminares generales (2 lecciones).
1. Exposición del objeto del curso (1).
2. Exposición del p lan (1).
II. Matemáticas (16 lecciones).
1. Cálculo (7).
2. Geometría (5).
3. Mecánica (4).
III. Ciencias de los cuerpos simples (30 lecciones).
1. Astronomía (10).
2. Física (10).
3. Química (10).
IV. Ciencia de los cuerpos organizados (24 lecciones).
1. Fisiología (10).
2. Física Social (14).
El Curso no se inició en la fecha anunciada, sino en 1828; además, hubo de
interrumpirse. El exceso de trabajo le produjo a Comte una inesperada crisis mental
seguida de aguda depresión nerviosa. Por fortuna supera pronto tan inoportuna
peripecia y, ya restablecido, reemprende en 1829 el Curso, con tan creciente éxito que
vino a prodigarle pública fama y numerosos discípulos. Fruto de su labor docente fue la
publicación del definitivo, Curso de Filosofía Positiva, cuyo primer volumen (de los seis
de que consta) tuvo efecto en 1830. Los cinco restantes, también publicados en París,
se editaron a intervalos: 1833, 1835, 1838, 1839, 1842.
Esta edición (la princeps) consta de 60 lecciones, repartida en cinco tomos,
París, Bachelier, Imprimeur, Libraire pour les sciences (Quai des Agustins, 55), que la
Sociedad positivista de enseñanza popular Superior, de París, dirigida por su fiel
discípulo Pedro Laffite, reeditó varias veces garantizando su autenticidad y difusión.
El tomo primero contiene, tras una Advertencia, de suyo importante, del autor, las
nociones preliminares y los fundamentos de la filosofía matemática (lecciones 1-18). La
primera lección expone el objeto general del curso o sea la naturaleza e importancia de
la filosofía positiva. La segunda, el plan o sea la caracterización y jerarquía de las
ciencias. Los temas de la filosofía matemática se extienden de la tercera a la
decimocuarta lección (cálculo y geometría). De la decimoquinta a la decimoctava, en
fin, se acomete el estudio de la mecánica racional en sus dos formas: la estática y la
dinámica. La filosofía positiva es inseparable de las ciencias particulares; más: es la
enciclopedia sistematizada del saber científico. Esta noción ya está preformada
claramente en los Opuscules. Ahora se extiende y profundiza en el Cours.
El tomo segundo está consagrado a la filosofía astronómica y la filosofía física
(19-34 lecciones). Manera de decir, conforme a su concepto científico de la filosofía.
Después de hablar de la filosofía de la astronomía en general, se pasa a considerar en
particular los temas del método de observación, de las aplicaciones de la geometría a
los movimientos de los cuerpos celestes (incluyendo a la Tierra), de la ley de gravitación
universal, de la estática y de la dinámica asimismo celestes. De la lección 28 a la 34,
de la filosofía física, en oportunas reflexiones concernientes a la barología, térmica,
acústica, óptica y electricidad.
Llenan el tomo tercer (lecciones 35-45) consideraciones acerca de la filosofía
química y la filosofía biológica. Respecto de la primera, la meditación toca de frente la
química inorgánica (sin omitir la electroquímica y la química orgánica). Desde la lección
40 a la 45 se aborda la biología en su aspecto filosófico. De inmediato se ofrece un
examen filosófico de las ciencias biológicas (de anatomía y fisiología). En seguida, se
manipulan en su orden problemas de la vida vegetativa y la vida animal. Muy atendible
es la lección 45 en donde se habla en tono elocuente de las funciones intelectuales en
nexo con la vida orgánica. Desde la biología se está ya dentro del grupo de las ciencias
de los cuerpos organizados.
La filosofía biológica trae consigo peculiares nociones de suyo importantes.
Aparece, preformado, el principio metodológico de análisis y síntesis científicos que en
la tercera etapa de la evolución filosófica de Comte (en el Système) será desenvuelto
ampliamente por su aplicación conjunta a biología y sociología.
Los conceptos de órgano, función y medio llevan al autor a la idea de que en
biología la visión sintética (correlativa) del saber es imprescindible. Sólo relacionando
las partes que lo constituyen dentro de un medio ambiente, se tiene una noción exacta
de un organismo. Dice Comte: “Dado el órgano o la modificación orgánica, hallar la
función o el acto, y a la recíproca”. Pero todo organismo, a su turno, nace y se
desarrolla en un medio. Este es el conjunto de las circunstancias exteriores necesarias
para la existencia de la vida orgánica. La biología, en suma, ha de proceder
correlacionando órganos, funciones y medio, ello es, ha de proceder de manera
sintética. En las ciencias precedentes (astronomía, física, química) predomina la
concepción analítica.
El tomo cuarto se ocupa de la parte dogmática de la filosofía social (lecciones 4651). (El término dogmático está concebido en su acepción de punto fundamental de
doctrina). Se inicia el tomo haciendo ver la necesidad y oportunidad de la física social,
ello es, la consideración de los hechos sociales conforme a los métodos de la ciencia
natural. Tras de enjuiciar los caminos hasta entonces seguidos por la filosofía en el
estudio de las ciencias sociales, muestra cómo procede el método positivo en tal
empresa (lección 48). Ante todo, precisa establecer, las relaciones de la física social
con las otras ramas de la filosofía positiva (lección 49). Las lecciones 50 y 51,
respectivamente, abordan los fundamentos de la estática social (orden natural de las
sociedades humanas) y la dinámica social (el progreso natural de la humanidad).
El tomo quinto (lecciones 52-55) contempla en especial la parte histórica de la
filosofía social en todo lo que concierne al estado teológico y al estado metafísico. Del
tercer estado por el que ha atravesado la humanidad, el estado positivo, se ocupará el
tomo sexto. Para el estudio de las tres edades del estado teológico, a saber, el
fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo, están consagradas, en su orden, las
lecciones 52, 53 y 54. A la concepción teológica corresponde un régimen sacerdotal y
militar, a la vez. Con el fetichismo nace este régimen; con el politeísmo, se
desenvuelve, y se consolida y legaliza con el monoteísmo. El estado metafísico
(lección 55) es crítico al respecto al teológico y se prolonga hasta las sociedades
modernas. Con el tiempo, empero, apunta a una época revolucionaria, la cual va
minando al régimen teológico y militar en su conjunto. El gobierno militarista cede el
lugar poco a poco a un gobierno de legistas.
El tomo sexto y último contiene, tras un Prefacio Personal (en donde Comte, ante
los peligros que entraña una nueva doctrina, asegura “mantener con energía” su
pensamiento) las lecciones 56-60, divididas en dos partes: la parte histórica del estado
positivo de la filosofía social (56 y 57), y las Conclusiones generales (58-60). En el
estado positivo de la humanidad: dentro del saber surge, poderosa, la creciente
especialización de las ciencias, y en la política se opera una convergencia progresiva
en favor de un régimen racional y pacifista. Contemplando orígenes, proceso y
resultados de la Revolución Francesa, o europea, se advierte el inmediato futuro del
género humano. A la luz de las nuevas circunstancias se formula en la lección 58 una
apreciación de conjunto acerca de las posibilidades y eficacia del método positivo.
Finalmente se valora (lección 59) la filosofía positiva en general, y de ahí se obtiene un
juicio de la acción consecuencia e inseparable que conlleva el positivismo (lección 60).
Unas palabras finales sobre esta obra. El texto regulativo del Curso de filosofía positiva es el de
la primera edición, la única que apareció en vida de Comte. En 1852, aún en vida del autor, tuvo efecto
una exacta reimpresión del primer volumen, autorizada. Muerto Comte, Emilio Littré dirigió tres
reediciones sucesivas de toda la obra. Por desgracia, aparecieron con no pocas faltas tipográficas, sobre
todo la última. En 1892, el discípulo ortodoxo de Comte, Pedro Laffitte, reeditó nuevamente la obra
estrictamente conforme a la primera, corrigiendo las erratas de imprenta. Desde entonces, ésta es la
más consultada.
NOCIÓN DE LA FILOSOFÍA POSITIVA
Dado el empleo constante (dentro de una acepción invariable) del vocablo
filosofía, en este curso, me ha parecido superfluo definirla de otro modo que por el uso
uniforme que hago de ella. La primera lección puede ser considerada, en particular
como el análisis de la definición exacta de lo que denomino filosofía positiva. Lamento,
sin embargo, haber tenido que aceptar el término filosofía, tan abusivamente empleado
en multitud de acepciones diversas; pero el adjetivo positiva con que modifico su
sentido, me parece suficiente para deshacer desde luego todo equívoco, al menos para
quienes conozcan bien su significación. Me limitaré, por ello, a declarar que uso la
palabra filosofía como la emplearon los antiguos, especialmente Aristóteles, en su
significación de sistema general de las concepciones humanas. Añadiendo la palabra
positiva, anuncia esta manera especial de filosofar, que consiste en ver en las teorías,
cualquiera sea su orden de ideas, como dirigidas a la coordinación de los hechos
observados, lo cual constituye el tercero y último estado de la filosofía general,
primitivamente teológico y después metafísico, según explico desde la primera lección.
Hay sin duda demasiada analogía entre mi filosofía positiva y lo que los sabios
ingleses entienden, sobre todo desde Newton, por filosofía natural. Pero no acepté esta
denominación, ni la de la filosofía de las ciencias –quizá más precisa- porque ni una ni
otra abarcan todas las especies de fenómenos, mientras que la filosofía positiva en la
que implico el estudio de los fenómenos sociales además de todos los otros, designa un
modo uniforme de razonar aplicable a cualesquiera temas sobre los que puede
ejercitarse el espíritu humano. Además, la expresión filosofía natural es usada en
Inglaterra para designar el conjunto de las diversas ciencias de observación, incluyendo
conocimientos muy especiales, mientras que por filosofía positiva, y frente a ciencias
positivas, entiendo sólo el estudio de las generalidades de las diversas ciencias,
interrogándolas como sumisas a un método único y comprensivas de las diferentes
partes de un plan general de investigaciones. La expresión que he debido construir es,
así, a la vez, más extensa y más restringida que dichas denominaciones análogas, las
que en su fundamental carácter, a primera vista podrían verse como equivalentes.*
LA LEY DE LOS TRES ESTADOS
Con la mira de explicar de modo conveniente la verdadera naturaleza y el
carácter propio de la filosofía positiva, es indispensable contemplar en general la
marcha progresiva del espíritu humano, considerado en su conjunto: pues ninguna
concepción puede elaborarse con acierto si no es por su historia.
Estudiando el desarrollo total de la inteligencia humana en las diversas esferas
de su actividad, desde su primer y simple manifestación hasta nuestros días, creo haber
descubierto una gran ley fundamental, a la que se halla sometido por una necesidad
* Advertencia preliminar. Versión de F. Larroyo.
Invariable, y que me parece poder determinar, sea sobre las pruebas racionales
suministradas por el conocimiento de nuestra organización, sea sobre las verificaciones
históricas resultantes de un examen atento del pasado. Esta ley expresa que cada una
de nuestras concepciones principales, cada rama de nuestros conocimientos, pasa
sucesivamente por tres estados teóricos diversos: el estado teológico o ficticio; el
estado metafísico o abstracto, y el estado científico o positivo. En otros términos: el
espíritu humano por su naturaleza emplea sucesivamente en cada una de sus
investigaciones tres métodos de filosofar, cuyo carácter es esencialmente diferente, e
incluso radicalmente opuesto: primero el método teológico, después el método
metafísico y al fin el método positivo. De ahí tres clases de filosofía, o de sistemas
generales de concepciones sobre el conjunto de los fenómenos, que se excluyen
mutuamente: el primero es el punto de partida necesario de la inteligencia humana: el
tercero su estado fijo y definitivo; el segundo está destinado únicamente a servir de
transición.
En el estado teológico, el espíritu humano, dirigiendo esencialmente sus
búsquedas hacia la naturaleza íntima de los seres, las causas primeras y finales de
todos los hechos que percibe, dicho brevemente, hacia los conocimientos absolutos, se
imagina los fenómenos como provocados por la acción directa y permanente de
agentes sobrenaturales más o menos copiosos, cuya arbitraria influencia explica las
aparentes irregularidades del universo.
En el estado metafísico, que no es en verdad sino una mera modificación general
del primero, se sustituyen los agentes sobrenaturales por fuerzas abstractas,
verdaderas entidades (abstracciones personificadas) propias de los diversos seres del
mundo y concebidas como capaces de engendrar por ellas mismas todos los
fenómenos observados, y cuya explicación consiste entonces en atribuir a cada uno de
ellos cierta entidad.
Al fin, en el estado positivo, el espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de
llegar a nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del universo y a
conocer las causas íntimas de los fenómenos, para ver únicamente de descubrir,
mediante el empleo bien combinado del razonamiento y de la observación, sus leyes
efectivas, es decir, sus relaciones invariables de sucesión y de similitud. La explicación
de los hechos, reducida entonces a sus términos reales, no es ya sino la relación
establecida entre los diversos fenómenos particulares y ciertos hechos generales que el
progreso de las ciencias aspira cada vez más a reducir en número.
La doctrina teológica llegó a la más alta evolución de que es susceptible cuando
vino a sustituir el juego vario de las numerosas divinidades independientes que habían
sido ideadas primitivamente, por la acción providencial de un ser único. Asimismo, el
último término de la doctrina metafísica consiste en concebir, en vez de entidades
particulares diversas, una entidad muy general y única, la naturaleza, considerada como
fuente única de todos los fenómenos. De parecida manera, la perfección del sistema
positivo hacia la que tiende sin cesar, aun cuando sea muy probable que no lo logre
nunca, será el poder representarse todos los fenómenos observables como casos
particulares de un solo hecho general, acaso el de la gravitación.*
*Tomo I. Versión de F. Larroyo.
IMPORTANCIA DE LAS IDEAS
Las ideas gobiernan o desarreglan al mundo, o, en otros términos, el mecanismo
social en general reposa en definitiva sobre opiniones... La gran crisis política y moral
de las sociedades actuales se origina, en último análisis, en la anarquía intelectual.
Nuestro mayor de los daños consiste, en efecto, en la profunda divergencia que existe
ahora entre todos los espíritus con respecto a todas las máximas fundamentales cuya
fijeza es la primera condición de un verdadero orden social. Mientras las inteligencias
individuales no reconozcan y acepten mediante un sentimiento unánime, cierto número
de ideas generales capaces de constituir una doctrina social común, no es posible
ignorar que el estado de las naciones continuará siendo, de modo inexorable,
esencialmente revolucionario, a pesar de todos los paliativos políticos que podrán
adaptarse, y que, de hecho, sólo traerán consigo modificaciones precarias.
RELACIONES (LEYES) DE SUCESIÓN Y SIMILITUD, NO CAUSAS
Se advierte, así, por esta serie de consideraciones, que si la filosofía positiva es
el verdadero estado definitivo de la inteligencia humana, hacia el cual propende cada
vez más, no por ello se ha dejando de emplear primero y necesariamente, y a lo largo
de muchos siglos, ya como método, ya como doctrina provisional, la filosofía teológica,
filosofía cuyo carácter es la espontaneidad, y por esto mismo la única que puede
ofrecer un interés suficiente a nuestro espíritu naciente. Es fácil admitir ahora que, para
pasar de esta filosofía provisional a la filosofía definitiva, el espíritu humano ha tenido
que adoptar naturalmente, como filosofía transitoria, los métodos y las doctrinas
metafísicas. Esta última consideración es indispensable para completar la visión
general de la gran ley que vengo señalando.
Compréndese así, en efecto, que nuestro entendimiento, obligado a avanzar por
gradaciones casi insensibles, no podía pasar, bruscamente y sin intermediarios, de la
filosofía teológica a la filosofía positiva. La teología y la física son tan hondamente
incompatibles, sus concepciones tienen un carácter tan radicalmente opuesto, que
antes de renunciar a las ideas de una para emplear las de la otra, la inteligencia
humana ha tenido que servirse de concepciones intermedias, de un carácter híbrido,
adecuadas por ello para lograr gradualmente una transición. Tal es el destino natural
de las concepciones metafísicas: no tienen otra utilidad efectiva. Al sustituir la acción
sobrenatural directriz por una entidad correspondiente e intrínseca, aun cuando ésta no
sea concebida en un principio más que como una emanación de la primera, el hombre
se ha habituado poco a poco a no considerar en el estudio de los fenómenos sino los
hechos en sí, mismos, habiéndose utilizado gradualmente las nociones de estos
agentes metafísicos, hasta llegar a ser, para cualquier espíritu recto, tan sólo nombres
abstractos de fenómenos. No es posible imaginar por qué otro procedimiento hubiera
podido pasar nuestro entendimiento de las consideraciones sobrenaturales a las
consideraciones puramente naturales, ello es, del régimen teológico al régimen positivo.
Establecido de esta manera, una vez más, hasta donde me es posible hacerlo
sin caer en una decisión especial que no sería oportuna ahora, la ley general del
desarrollo del espíritu humano, tal como lo concibo, nos será ahora ya fácil determinar
con precisión la naturaleza propia de la filosofía positiva, objeto esencial de este
discurso.
Por todo lo dicho, vemos que el carácter fundamental de la filosofía positiva
consiste en captar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables,
cuyo descubrimiento preciso y reducción al menor número posible son la meta de todos
nuestros esfuerzos, considerando como absolutamente inaccesible para nosotros y
vacía de sentido la búsqueda de lo que se llaman causas sean primeras, sean finales.
Es inútil insistir demasiado en una actitud que hoy día se ha hecho familiar a todos
aquellos que han estudiado un poco a fondo las ciencias de observación. Ellos saben,
en efecto, que en nuestras explicaciones positivas, aun en las más perfectas, no
tenemos en modo alguno la pretensión de exponer las causas generadores de los
fenómenos, puesto que jamás haríamos nada más sino retrasar la dificultad; queremos,
por el contrario, examinar con exactitud las circunstancias que la han producido, y
enlazar las unas con las otras mediante relaciones normales de sucesión y similitud.
RECORRIDO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA
Una vez caracterizada la tarea de la filosofía positiva lo más exactamente que
me es dado hacerlo en este panorama de conjunto que desarrollo a lo largo de este
curso, debo examinar ahora a qué nivel de formación ha llegado hoy día y qué es lo que
falta para que acabe de constituirse.
Respecto de esto, precisa considerar primero que las diferentes ramas de
nuestros conocimientos no han realizado con la misma velocidad las tres grandes fases
de su desarrollo mencionadas. Tampoco han llegado simultáneamente al estado
positivo. Tocante a ello existe un orden invariable y necesario, que nuestros diversos
modos de concepción han seguido de manera obligada en su progresión, y cuyo
examen preciso es el complemento indispensable de la ley fundamental enunciada
anteriormente. Este orden será el tema principal de la próxima lección. Por ahora
bástenos saber que esta de acuerdo con la variada naturaleza de los fenómenos y que
esta determinado por su grado de generalidad, de simplicidad y de independencia
recíproca, tres consideraciones que, aunque distintas, concurren a un mismo fin. Así,
los fenómenos astronómicos primero, por ser los más generales, los más simples y los
más independientes de todos los demás; y sucesivamente por las mismas razones han
sido aproximados a teorías positivas los fenómenos de la física terrestre propiamente
dicha, los de la química y finalmente los fenómenos fisiológicos.
No es dable señalar el origen preciso de esta revolución; pues puede decirse con
exactitud como de todos los demás acontecimientos humanos, que se han realizado
constantemente y de más en más, principalmente después de los trabajos de
Aristóteles y de la escuela de Alejandría, y mas tarde cuando se introdujeron las
ciencias naturales en la Europa occidental por los árabes. Con todo, puesto que
conviene fijar una fecha para precisar las ideas, señalaré la del gran movimiento dado el
espíritu humano desde hace dos siglos por la acción combinada de los preceptos de
Bacon, las concepciones de Descartes y los descubrimientos de Galileo, como el
momento en que empezó a manifestarse en el mundo este espíritu de la filosofía
positiva, en oposición evidente con el espíritu teológico y metafísico. A la sazón, en
efecto, las concepciones positivas se apartaron, de cierto, de la mezcla supersticiosa y
escolástica que más o menos ocultó el verdadero carácter de todos los precedentes
trabajos.
FUTURO DE LA FILOSOFÍA POSITIVA, EL ESPECIALISMO
Es ley necesaria. Cada rama del sistema científico se desprende poco a poco
del tronco cuando adquiere bastante consistencia para emprender un estudio separado,
es decir, cuando ha llegado al punto en que puede ocupar por ella sola la actividad
permanente de ciertas inteligencias. Sin duda alguna, a esta repartición de las diversas
investigaciones entre diferentes clases de científicos se debe el desarrollo tan
extraordinario que ha alcanzado al fin en nuestros días cada diversa clase de
conocimientos humanos, y que manifiesta la imposibilidad, para los modernos, de
aquella universalidad de las investigaciones especiales, tan fácil y frecuente en los
tiempos antiguos. En una palabra, la división del trabajo intelectual cada vez más
perfeccionada, es uno de los atributos característicos muy significativo de la filosofía
positiva.
Reconociendo las consecuencias prodigiosas de esta división, y viendo ahora ya
en ella la verdadera base fundamental de la organización general del conjunto del
saber, es imposible, por otra parte, no conmoverse ante los graves inconvenientes que
engendra en su estado actual, por el excesivo particularismo de las ideas que ocupan
exclusivamente a cada inteligencia individual. Tal resultado es inevitable, sin duda,
como inherente al principio mismo de la división; es decir, que de ninguna manera
podremos equipararnos en este respecto a los antiguos, en los que semejante
superioridad no se debía sino al exiguo desarrollo de sus conocimientos. Con todo, me
parece que podemos evitar con medios adecuados los efectos más perniciosos de la
especialización exagerada, sin entorpecer la influencia vivificante de la separación de
las investigaciones. Hay que acometer el problema con toda seriedad, porque estos
inconvenientes, que por su naturaleza tienden a acrecentarse sin límite, comienzan ya a
ser muy perceptibles. Todos confiesan que las divisiones establecidas para un mayor
perfeccionamiento de nuestros trabajos entre las diferentes ramas de la filosofía natural
acaban por ser artificiales. No ignoremos que a pesar de esta confesión, es ya muy
pequeño en el mundo científico el número de inteligencias que abarcan en su
concepción el conjunto incluso de una sola ciencia, que a su vez no es más que una
parte del todo. La mayoría se limita ya por completo a la consideración aislada de una
sección más o menos extensa de una ciencia determinada, sin preocuparse demasiado
a la relación de estos trabajos particulares con el sistema general de los conocimientos
positivos. Es muy urgente el remediar este mal antes de que se torne mucho mayor.
Hay que temer que el espíritu humano acabe por perderse en medio de trabajos de
detalle. No nos engañemos; éste es el punto señaladamente débil por el que los
partidos de la filosofía metafísica pueden combatir a la filosofía positiva con algunas
perspectivas de éxito.
El idóneo recurso de atajar la influencia corrosiva que parece amenazar al futuro
intelectual, a consecuencia de una especialización demasiado grande en las
investigaciones individuales, evidentemente no podrá ser la vuelta a la antigua
confusión de los trabajos encaminada a retrogradar el espíritu humano, y que felizmente
hoy día se ha hecho imposible. A la inversa, consiste en el perfeccionamiento de la
división misma del trabajo. Basta, en efecto, con hacer del estudio de las generalidades
científicas una gran especialidad más. Que una nueva clase de científicos, preparados
por una educación adecuada, sin entregarse al estudio especial de ninguna rama
particular en la filosofía natural, se ocupen únicamente, considerando en su estado
actual las diversas ciencias positivas, en determinar exactamente el espíritu de cada
una de ellas, de descubrir sus relaciones y enlaces, de resumir, si es posible, todos los
principios propios en un número de principios comunes, sin descuidar jamás las
máximas fundamentales del método positivo. Por otro lado, que los otros científicos,
antes de entregarse a sus investigaciones respectivas, se hayan capacitado mediante
una educación que se ocupe del conjunto de los conocimientos positivos, para
aprovecharse desde luego de las luces que provengan de estos científicos entregados
al estudio de las generalidades, y recíprocamente para rectificar sus resultados,
situación a la que los científicos se aproximan ostensiblemente día con día. Cuando se
satisfagan estas dos grandes condiciones, y es claro que pueden cumplirse, la división
del trabajo en las ciencias podrá llegar, sin ningún peligro, tan lejos como exija el
desarrollo de los diversos órdenes de conocimiento. Una clase diversa, en contacto
permanente con todas las demás, que tenga como función propia y continua el vincular
cada nuevo descubrimiento particular al sistema general, y no habrá ya que temer el
que una señalada preferencia concedida a los detalles impida jamás ver el conjunto.
Dicho brevemente: se habrá constituido la organización moderna del mundo científico y
no quedará sino desarrollarla, indefinidamente, conservando siempre el mismo carácter.
Formar del estudio de las generalidades científicas una sección aparte del gran
trabajo intelectual, es simplemente extender la aplicación del mismo principio de división
que sucesivamente ha ido separando las diversas especialidades; pues mientras las
diversas ciencias positivas han estado poco desarrolladas, sus relaciones mutuas no
podían tener importancia suficiente para dar lugar, por lo menos de un modo
permanente, a una clase particular de trabajos, y al mismo tiempo la necesidad de este
nuevo estudio era mucho menos urgente. Mas por ahora cada una de las ciencias ha
adquirido por separado una extensión suficiente para que sus mutuas relaciones
puedan dar lugar a trabajos continuados, al mismo tiempo que este nuevo orden de
estudios se hace indispensable para prevenir la dispersión de las concepciones
humanas.
Es éste la manera como yo concibo el futuro de la filosofía positiva, dentro del
sistema general de las ciencias positivas propiamente dichas. Es ésta, por lo menos, la
finalidad de este curso.
SISTEMA Y UNIDAD DEL MÉTODO
Al señalar por tarea a la filosofía positiva el resumir en un solo cuerpo de doctrina
homogénea el conjunto de los conocimientos adquiridos propios de los diferentes
órdenes de fenómenos naturales, estaba lejos de mi pensamiento el querer proceder al
estudio general de estos fenómenos, considerando a todos ellos a manera de efectos
múltiples de un principio único, como sujetos a una misma y sola ley.
Si bien es preciso tratar en especial esta cuestión en la lección próxima, creo
desde ahora deber manifestarla, a fin de prevenir los reproches muy mal fundados que
podrán dirigirme quienes, a partir de una visión falsa, clasificarían este curso entre los
intentos de explicación universal que aparecen a diario de espíritus completamente
extraños a los métodos y a los conocimientos científicos. No se trata de nada
semejante; y el desarrollo de este curso dará una prueba fehaciente a todos aquellos a
quienes las aclaraciones contenidas en este discurso hayan dejado alguna duda sobre
el particular.
A tenor de mi convicción personal, considero esto intentos de explicación
universal de todos los hechos mediante una ley única como de sobra quiméricos, aun
cuando sean intentados por las inteligencias más competentes. Creo que los recursos
del espíritu humano son demasiado débiles y el universo demasiado complicado para
lograr semejante perfección científica, nunca a nuestro alcance, y además considero
que es una idea demasiado halagüeña de los resultados que se obtendrían en caso de
ser factible.
......................................................................
Ya no es forzoso emitir más argumentos para mostrar que la finalidad de este
curso no es presentar todos los fenómenos naturales como siendo idénticos en el
fondo, excepto la variedad de sus circunstancias. La filosofía positiva, sería, claro, más
completa si pudiera ser así. Mas esta condición no es en absoluto necesaria para su
elaboración sistemática ni ara la realización de grandes y gratas consecuencias para las
que esta sin duda destinada. No hay, en efecto, más unidad necesaria que la unidad
de método, la cual puede y debe existir evidentemente, y se halla ya establecida en su
mayor parte. Tocante a la doctrina no es necesario que sea una, basta con que sea
homogénea. Por ello, desde el doble punto de vista de la unidad de método y de la
homogeneidad de doctrinas, consideremos en este curso las diferentes clases de
teorías positivas. Con la mira de disminuir, en la medida de lo posible, el número de
leyes generales necesarias para la explicación positiva de los fenómenos naturales, lo
cual es, en efecto, el fin filosófico de la ciencia, estimamos como infundado aspirar
nunca, aun en el futuro más alejado, al intento de reducirlas rigurosamente a una sola
ley.
ENCICLOPEDIA DE LAS CIENCIAS POSITIVAS
Las ciencias ofrecen en su variedad un carácter evidente. Constituyen una
enciclopedia, que proviene de las diversas clases de fenómenos naturales que
estudian. Es obvio, en efecto, que antes de emprender el estudio metódico de alguna
de las ciencias fundamentales hay que prepararse necesariamente por el examen de
las relativas a los fenómenos anteriores de una escala enciclopédica, puesto que éstas
influyen siempre de modo preponderante sobre aquellas cuyas leyes se propone uno
conocer. Dicha circunstancia es de tal modo sorprendente que, a pesar de su extrema
importancia práctica, no precisa insistir en este momento sobre un principio que más
tarde se reproducirá en otro sitio consecuentemente en orden a cada ciencia
fundamental. Sólo habré de limitarme a hacer observar que, si es de suyo aplicable a la
educación general, lo es también particularmente a la educación especial de los
hombres de ciencia.
Por ej., los físicos que no han estudiado antes astronomía, al menos desde un
punto de vista general; los químicos que antes de ocuparse de su ciencia propia no han
estudiado con anterioridad astronomía y después física; los fisiólogos que no se han
preparado para sus trabajos especiales con un estudio preliminar de astronomía, de la
física y de la química, han omitido una de las condiciones fundamentales de su
formación intelectual. Esto es aún mucho más obvio para los espíritus que quieren
entregarse al estudio positivo de los fenómenos sociales sin haber adquirido primero en
conocimiento general de la astronomía, de la física, de la química y de la fisiología.
Dado que dichas exigencias raramente se cumplen en la actualidad y ninguna
institución regular se ha organizado para cumplirlas, se puede decir que aún no existe
para los científicos una educación verdaderamente racional. Apreciación tal es a mis
ojos de tan gran importancia que no temo atribuir, en parte, a este vicio de la educación
el actual estado de imperfección extrema en que aún vemos las ciencias más difíciles,
estado verdaderamente inferior a lo que prescribe, en efecto, la naturaleza más
complicada de los fenómenos estudiados.
En relación con la educación general, esta exigencia es aún mucho más
necesaria. Me parece de tal modo indispensable, que ve la enseñanza científica como
incapaz de realizar los resultados generales más esenciales que está destinada a
realizar en la sociedad para poder renovar el sistema intelectual, si las diversas ramas
principales de la filosofía natural no se estudian en un orden conveniente. No se olvide
que en casi todas las inteligencias, incluso las más elevadas, las ideas permanecen de
ordinario aprisionadas, según el orden de su primera adquisición; y que, por
consiguiente, es un mal, las más de las veces irremediable, no haber empezado por
donde se debe.*
* Tomo I. Versión de F. Larroyo
CIENTIFICIDAD Y METODO POSITIVO
Cuando se trata no sólo de saber lo que es el método positivo, sino de tener de
él un conocimiento lo bastante claro y profundo como para utilizarlo efectivamente, hay
que considerarlo actuando: hay que estudiar las diversas y grandiosas aplicaciones bien
comprobadas que de él ha hecho ya el espíritu humano. En una palabra, sólo es
posible llegar a él mediante el examen filosófico de las ciencias. No es posible estudiar
el método aisladamente de las investigaciones en que se emplea, o resulta un estudio
muerto, incapaz de fecundar el espíritu que a él se dedique. Todo lo real que de él se
puede decir cuando se le enfrenta en abstracto, se reduce a generalidades tan vagas
que en nada influirán sobre el régimen intelectual. Si alguien establece lógicamente
que nuestros conocimientos deben fundarse en la observación, que debemos proceder
a veces de los hechos a los principios y a veces de los principios a los hechos, u otros
aforismos análogos, conocerá mucho menos al método que se ha estudiado un poco
profundamente una sola ciencia, creyendo comprender el método positivo por haber
leído los preceptos de Bacon o los discurso de Descartes.
No sé si más adelante ase podrá hacer a priori un verdadero curso de método
totalmente independiente del estudio filosófico de las ciencias; pero estoy seguro de
que hoy es irrealizable, pues los grandes procedimientos lógicos no pueden aún ser
explicados con la precisión suficiente aisladamente de sus aplicaciones. Me atrevo a
añadir, además, que, aun cuando tal empresa pudiese realizarse inmediatamente –lo
que, en efecto, es concebible-, sólo por el estudio de las aplicaciones regulares de los
procedimientos científicos podríamos llegar a formarnos un buen sistema de hábitos
intelectuales, objeto esencial del método.
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Considerando, a través de este curso, la sucesión de las diversas clases de
fenómenos naturales, haré resaltar cuidadosamente una ley filosófica muy importante y
totalmente inadvertida hasta hoy, cuya primera aplicación quiero señalar aquí. Consiste
en que, a medida que los fenómenos que hay que estudiar son más complicados,
resultan más susceptibles, por su naturaleza, de medios de exploración más extensos y
variados, sin que, desde luego, haya exacta compensación entre el crecimiento de las
dificultades y el aumento de éstos; por ello, a pesar de esta armonía, las ciencias
dedicadas a los fenómenos más complejos –siguiendo la escala enciclopédica
establecida desde el comienza de esta obra- son las más imperfectas. Así, los
fenómenos astronómicos, por ser los más simples, deben ser los que se encuentren
con medios de exploración más limitados.
Nuestro arte de observar se compone, en general, de tres procedimientos
diferentes: 1º, observación propiamente dicha, o sea, examen directo del fenómeno tal
como se presenta naturalmente; 2º, experimentación, o sea, contemplación del
fenómeno más o menos modificado por circunstancias artificiales que intercalamos
expresamente buscando una exploración más perfecta; y 3º, comparación, o sea, la
consideración gradual de una serie de casos análogos en que el fenómeno se vaya
simplificando cada vez más.
LA CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS
Para obtener una clasificación natural y positiva de las ciencias fundamentales,
debemos buscar su fundamento en la comparación de los diversos órdenes de
fenómenos cuyas leyes procuran descubrir. Lo que queremos determinar es la
dependencia real de los diversos estudios científicos, y sólo surgirá de la dependencia
de los fenómenos correspondientes.
Considerando así a todos los fenómenos observables, veremos que es posible
clasificarlos en un pequeño número de categorías naturales, dispuestas de tal manera
que el estudio racional de cada categoría precedente y sea el fundamento del estudio
de la siguiente. Este orden es determinado por el grado de simplicidad o, lo que
equivale a lo mismo, por el grado de generalidad de los fenómenos, de donde resulta su
dependencia sucesiva y, por ella, la mayor o menor facilidad de su estudio.
En efecto, a priori se ve que los fenómenos más simples, los que menos se
complican con otros, son también los más generales, pues lo que se observa en la
mayoría de los casos está, por esto mismo, desprendido todo lo posible de las
circunstancias propias de cada caso separado. Hay, pues, que comenzar por el estudio
de los fenómenos más gene rales o más simples, continuando sucesivamente hasta los
más particulares o más complicados, si queremos concebir la filosofía natural de un
modo verdaderamente metódico; porque este orden de generalidad o de simplicidad al
determinar necesariamente el encadenamiento racional de las diversas ciencias
fundamentales por la dependencia sucesiva de sus fenómenos, fija su grado de
facilidad.
A la vez, por una consideración auxiliar que crea importante señalar aquí y que
converge exactamente con todas las precedentes, los fenómenos más generales o más
simples, por ser necesariamente los más extraños al nombre, deben ser estudiados con
una disposición de espíritu más serena, más racional, lo que constituye un nuevo
motivo para que las ciencias correspondientes se desarrollen más rápidamente.
Habiendo indicado así la regla fundamental que debe presidir la clasificación de
las ciencias, puedo pasar inmediatamente a la construcción de la escala enciclopédica
conforme a la cual debe ser determinado el plan de este curso y que cualquiera podrá
apreciar valiéndose de las consideraciones precedentes.
Una primera contemplación del conjunto de los fenómenos naturales nos lleva a
dividirlos en seguida, conforme al principio recién establecido, en dos grandes clases
principales: La primera comprende los fenómenos de los cuerpos brutos; la segunda,
los de los cuerpos organizados.
Estos últimos son, evidentemente, más complicados y particulares que los otros,
y dependen de los precedentes, los que, por el contrario, en modo alguno dependen de
éstos. De aquí la necesidad de no estudiar los fenómenos fisiológicos sino después de
hacerlo con los de los cuerpos inorgánicos. De cualquier modo que se expliquen las
diferencias que hay entre estas dos clases de seres, lo cierto es que se observan en los
cuerpos vivos todos los fenómenos –mecánicos o químicos- que se dan en los cuerpos
brutos, más un orden especial de fenómenos: los vitales propiamente dichos, los que
tienden a la organización. No se trata aquí de examinar si las dos clases de cuerpos
son o no de la misma naturaleza , cuestión insoluble que se agita mucho en nuestros
días, por resabios de hábitos teológicos y metafísicos; tal cuestión no cabe en la
filosofía positiva, que hace profesión formal de ignorar en absoluto la naturaleza íntima
de un cuerpo cualquiera. Pero no es indispensable considerar a los cuerpos brutos con
naturaleza esencialmente diferente de la de los vivos, para reconocer la necesidad de la
separación de sus estudios.
Sin duda, no están aún suficientemente fijas las ideas sobre el modo general de
interpretar los fenómenos de los cuerpos vivos; pero, sea cualquiera el partido que a tal
respecto se pudiera tomar como consecuencia de ulteriores progresos de la filosofía
natural, la clasificación que de ellos establecemos aquí no se vería afectada. En efecto,
dése por demostrado –lo que apenas permitiría entrever el estado presente de la
fisiología - que los fenómenos fisiológicos son siempre meros fenómenos mecánicos,
eléctricos, químicos, modificados por la estructura y composición propias de los cuerpos
organizados, y nuestra división fundamental no se conmovería. Porque continúa siendo
cierto, aun con tal hipótesis, que los fenómenos generales deben ser estudiados antes
de proceder al examen de las modificaciones especiales que experimentan en ciertos
seres del universo, como consecuencia de una disposición particular de las moléculas.
Así, la división, que la mayoría de los espíritus cultos fundan hoy en la diversidad de las
leyes, se mantiene, por naturale za, indefinidamente a causa de la subordinación de los
fenómenos y, por tanto, de los estudios sea cualquiera la vecindad que pudiera
establecerse entre ambas clases de cuerpos.
No hay lugar aquí a desenvolver en sus diversas partes esenciales la
comparación general entre los cuerpos brutos y los vivos, pues será examinado
profundamente en la sección fisiológica de este curso. Basta ahora haber reconocido,
en principio, la necesidad lógica de separar la ciencia de los primeros de la que se
refiere a los segundos, y de no proceder al estudio de la física orgánica sino después de
haber establecido las leyes generales de la física inorgánica.
Pasemos ahora a la determinación de la subdivisión principal de que es
susceptible, según la misma regla, cada una de a
l s grandes mitades de la filosofía
natural.
Respecto a la física inorgánica, vemos primero –ajustándonos siempre al orden
de generalidad y dependencia de los fenómenos- que debe ser dividida en dos
secciones distintas, según que considere los fenómenos generales del universo o que
estudie en particular los de los cuerpos terrestres. De aquí la física celeste o
astronomía –geométrica o mecánica- y la física terrestre. La necesidad de esta división
es exactamente semejante a la de la anterior.
Siendo los fenómenos astronómicos los más generales, simples y abstractos de
todos, la filosofía natural debe comenzar, evidentemente, por su estudio, ya que las
leyes a que están sujetos influyen sobre las de todos los demás fenómenos, de los que
son, a su vez, esencialmente independientes. En efecto, en todos los fenómenos de la
física terrestre se observan los efectos generales de la gravitación universal, a más de
los otros efectos que les son peculiares y que modifican a los primeros. De aquí que,
cuando se analice el fenómeno terrestre más simple –no ya uno químico sino uno
meramente mecánico-, se le halle siempre más complejo que el fenómeno celeste más
complicado. Por eso, por ejemplo, el mero movimiento de un cuerpo grave, aun
tratándose de un sólido, presenta en realidad, teniendo en cuenta todas sus
circunstancias determinantes, un conjunto de investigaciones más complicado que la
más difícil cuestión astronómica.
Tal consideración muestra claramente cuán
indispensable es separar con precisión la física celeste de la terrestre, y no proceder al
estudio de la segunda sino después del de la primera, cuya base racional es.
La física terrestre se subdivide, a su vez y según el mismo principio, en dos
porciones distintas, según que estudie a los cuerpos desde el punto de vista mecánico o
desde el químico; de donde surgen la física propiamente dicha y la química. La
concepción metódica de ésta supone evidentemente el conocimiento previo de la otra,
porque todos los fenómenos químicos son necesariamente más complicados que los
físicos, de los que dependen sin influir sobre ellos. Se sabe, en efecto, que toda acción
química, está sometida previamente a la influencia de la gravedad, del calor, de la
electricidad, etc., presentando además algo peculiar que modifica la acción de los
agentes precedentes. Esta consideración que presenta a la química como incapaz de
marchar sino después de la física, la presenta a la vez como ciencia distinta; porque,
sea cualquiera la opinión que se adopte respecto a las afinidades químicas, y aun no
viendo en ellas –como es concebible- sino modificaciones de la gravitación general
producida por la figura y disposición mutua de los átomos, resultaría evidente que la
necesidad de enfrentarse continuamente con esas condiciones especiales no permitiría
tratar a la química como un mero apéndice de la física. Se estaría, pues, obligado en
todos los casos, aunque sólo fuera por facilitar el estudio, a mantener la división y
encadenamiento que hoy se considera decisivo para la heterogeneidad de los
fenómenos.
Tal es la distribución racional de las principales ramas de la ciencia general de
los cuerpos brutos. Análoga división se establece, del mismo modo, en la ciencia
general de los cuerpos organizados.
Todos los seres vivos presentan dos órdenes de fenómenos esencialmente
distintos: los relativos al individuo, y los que conciernen a la especie, sobre todo cuando
es sociable. Referida al hombre, esta distinción es fundamental. El último orden de
fenómenos es evidentemente más complicado y particular que el primero, del que
depende sin influir sobre él. De aquí, dos grandes secciones en la física orgánica: la
fisiología propiamente dicha y la física social, fundada en la primera.
En todos los fenómenos sociales se observa en primer término la influencia de
las leyes fisiológicas del individuo y, además, algo peculiar que modifica los efectos de
aquélla, y que es debido a la acción de los individuos entre sí, especialmente
complicada en la especie humana por la acción de cada generación sobre la que la
sigue. Es, pues, evidente que, para estudiar convenientemente los fenómenos sociales,
hay que partir de un conocimiento profundo de las leyes referentes a la vida individual.
Por otra parte, esta subordinación necesaria entre los dos estudios no determina –como
han creído algunos fisiólogos de primer orden- que la física social sea un simple
apéndice de la fisiología. Aunque los fenómenos sean en verdad homogéneos, no son
idénticos, y la separación entre las dos ciencias es verdaderamente fundamental, pues
sería imposible tratar el estudio colectivo de la especie como una pura deducción del
estudio del individuo, ya que las condiciones sociales que modifican la acción de las
leyes fisiológicas son precisamente entonces la consideración más esencial. Así, la
física social debe fundarse en un cuerpo propio de observaciones directas, sin dejar de
considerar como es debido su necesaria relación íntima con la fisiología propiamente
dicha.
Podría establecerse fácilmente una simetría perfecta entre la división de la física
orgánica y la antes expuesta para la inorgánica, recordando la distinción vulgar de la
fisiología propiamente dicha en vegetal y animal. Sería fácil referir esta subdivisión al
principio de clasificación que constantemente hemos seguido, ya que los fenómenos de
la vida animal se presentan, en general al menos, como más complicados y especiales
que los de la vegetal; pero la búsqueda de esta simetría precisa tendría algo de pueril si
nos llevase a desconocer o exagerar las analogías reales o las diferencias efectivas de
los fenómenos. Además, la distinción entre la fisiología vegetal y la animal, que tiene
gran importancia en lo que he denominado física concreta , apenas tiene alguna en la
física abstracta, única de que aquí se trata. El conocimiento de las leyes generales de
la vida, que debe ser –a nuestro entender- el verdadero objeto de la fisiología, exige la
consideración simultánea de toda la serie orgánica sin distinción entre vegetales y
animales, distinción que, por otra parte, se borra de día en día a medida que los
fenómenos son estudiados más profundamente.
Persistiremos, pues, en no considerar sino una división en la física orgánica,
aunque hayamos establecido dos, sucesivas, en la inorgánica.
Como resultado de esta disquisición, la filosofía positiva se halla, por tanto,
naturalmente dividida en cinco ciencias fundamentales, cuya sucesión es determinada
por una subordinación necesaria e invariable, fundada, independientemente de toda
opinión hipotética, sobre la mera comparación profundizada de los fenómenos
correspondientes; a saber: astronomía, física, química, fisiología y física social. La
primera considera los fenómenos más generales, simples, abstractos y alejados de la
humanidad; éstos influyen sobre todos los demás sin ser influidos por ellos. Los
fenómenos considerados por la última son, al contrario, los más particulares,
complicados, concretos y directamente interesantes para el hombre, dependen en más
o en menos de todos los precedentes, sin ejercer sobre ellos influencia alguna. Entre
estos dos extremos, los grados de especialidad, complicación y personalidad de los
fenómenos van en aumento gradual y en dependencia sucesiva. Tal es la íntima
relación general que la verdadera observación filosófica, convenientemente empleada,
en vez de vanas distinciones arbitrarias, nos lleva a establecer entre las diversas
ciencias fundamentales.*
*Tomo I. Versión de Demetrio Náñez. Comte. Selección de textos precedidos de un estudio de René
Hubert.
LA MATEMÁTICA EN LA CLASIF ICACIÓN DE LAS CIENCIAS
(...) Queda por considerar ahora una laguna inmensa y capital, que
intencionalmente pospuse en la fórmula enciclopédica, y que de seguro ha percibido el
lector. De cierto no se ha señalado en nuestro sistema científico el lugar de la ciencia
matemática.
La razón de omitirlo se explica por la importancia misma de esta ciencia, tan
vasta y tan fundamental, al punto que la lección siguiente se consagrará por entero a la
determinación exacta de su verdadero carácter general, y, por consiguiente, a la fijación
precisa de su rango enciclopédico. Mas para no dejar incompleto, visto desde este
ángulo tan esencial, el gran cuadro que he tratado de esbozar en esta lección, debo
indicar aquí someramente, de antemano, los resultados generales del asunto.
Dado el actual desarrollo de nuestros conocimientos positivos, creo que conviene
mirar la ciencia matemática menos como una parte constitutiva de la filosofía natural
propiamente dicha que como siendo, desde Descartes hasta Newton, la verdadera base
fundamental de esta filosofía, aun cuando, para hablar con rigor, sea a la vez ambas
cosas. Hoy por hoy, de fijo la ciencia matemática es mucho menos importante por los
conocimientos muy reales y muy precisos, que, sin embargo, la componen
directamente, como constituyendo el instrumento más poderoso que puede emplear el
espíritu humano en la investigación de las leyes de los fenómenos naturales.
Tratando de dar a este respecto una concepción perfectamente clara y exacta,
se verá que hay que dividir la ciencia matemática en dos grandes ciencias, cuyo
carácter es esencialmente distinto: la matemática abstracta o el cálculo, tomando esta
palabra en su mayor extensión, y la matemática concreta, que se integra de un lado, de
la geometría general y, por otra, de la mecánica racional. La parte concreta se halla
necesariamente fundada en la parte abstracta, y se convierte a su vez en base directa
de toda la filosofía natural, al contemplar, en la medida de lo posible, todos los
fenómenos del universo como geométricos o como mecánicos.
La parte abstracta es la única puramente instrumental, ya que cubre una gran
extensión admirable de la lógica natural de un cierto orden de deducciones. La
geometría y la mecánica, deben, por el contrario, ser consideradas como verdaderas
ciencias naturales, fundadas, como todas las demás, en la observación, aun cuando por
la extremada simplicidad de los fenómenos lleva un grado de sistematización
infinitamente más perfecto, lo que de continuo ha llevado a desconocer el carácter
experimental de los primeros principios. Estas dos ciencias físicas tienen, empero, esto
de particular: en el estado presente del espíritu humano son ya, y serán cada vez más,
empleadas como método mucho más que como mera doctrina.
Hay más: es evidente que, colocando así la ciencia matemática a la cabeza de la
filosofía positiva, no se hace sino extender más aún la aplicación de este mismo
principio de clasificación, fundado sobre la independencia sucesiva de las ciencias
como resultado del grado de abstracción de sus fenómenos respectivos, que nos ha
proporcionado la serie enciclopédica establecida en esta lección. No se hace ahora
sino restituir a esta serie su verdadero primer término, cuya importancia propia exigía un
examen especial más amplio. De cierto, se ve que los fenómenos geométricos y
mecánicos son los más generales, los más simples de todos, los más abstractos, los
más irreductibles y los más independientes de los demás, de los cuales, por el
contrario, son la base. De manera parecida se concibe que su estudio sea un
preliminar indispensable para todos los demás órdenes de fenómenos. Por tanto, es la
ciencia matemática la que debe constituir el punto de partida de toda educación
científica racional, sea general, sea especial, lo cual explica el uso universal que se ha
establecido desde hace largo tiempo a este respecto, de una manera empírica; aunque
primitivamente no tuviera más causa que la mayor antigüedad en el desarrollo del
saber.
(...) Este es el plan racional que guiará constantemente el estudio de la filosofía
positiva. Resultado definitivo: la matemática, la astronomía, la física, la química, la
fisiología, y la física social; tal es la fórmula enciclopédica que, entre un gran número de
clasificaciones que comprende las seis ciencias fundamentales, es lógicamente la sola
conforme a la jerarquía natural invariable de los fenómenos.*
LA MATEMÁTICA
Para formarse una idea justa del objeto de la ciencia matemática considerada en
su conjunto, se puede partir, a falta de otra, de la definición vaga e insignificante de ella
se da ordinariamente, diciendo que es la ciencia de las magnitudes, o –lo que es más
positivo- la ciencia que tiene por objeto la medida de las magnitudes. Este anticipo
didáctico exige más precisión y profundidad, pero la idea es justa, en el fondo, y hasta
suficientemente extensa, si se la concibe convenientemente. Interesa en tal materia,
cuando nada lo prohíba, apoyarse en nociones generalmente admitidas. Veamos
cómo, partiendo de tan grosero esbozo, es posible ele varse a una verdadera definición
de las matemáticas que corresponda a la importancia, extensión y dificultad de la
ciencia.
La cuestión de medir una magnitud no presenta al espíritu otra idea que la de la
mera comparación inmediata de tal magnitud con otra semejante que se supone
conocida y es tomada por unidad entre todas las de su especie. Así, al limitarse a
definir las matemáticas diciendo que tienen por objeto la medida de las magnitudes, se
da de ellas una idea muy imperfecta, pues es imposible ver así cómo hay lugar, en tal
sentido, para una ciencia cualquiera, y más para una ciencia tan vasta y profunda como
la matemática. En vez de un inmenso encadenamiento de trabajos racionales
amplísimos, que ofrecen a nuestra actividad intelectual un alimento inagotable, la
ciencia parecería consistir sólo, según tal enunciado, en una mera sucesión de
procedimientos mecánicos, para obtener directamente, valiéndose de operaciones
análogas a la superposición de líneas, las relaciones de las cantidades que hay que
medir con aquellas por las cuales se quiere medirlas. Sin embargo, esta definición no
tiene en realidad otro defecto que el no ser suficientemente profunda; no induce a error
* Tomo I. Versión de F. Larroyo.
acerca del verdadero objeto final de las matemáticas, sino que presenta como directo a
un objeto que es, al contrario, casi siempre, muy indirecto, por lo que no refleja la
verdadera naturaleza de la ciencia.
Para reflejarla, hay que considerar un hecho general, fácil de comprobar: que la
medida directa de una magnitud, por superposición u otro procedimiento semejante, es
frecuentemente una operación totalmente imposible para nosotros; de suerte que, si no
tuviéramos para determinar las magnitudes más medio que las comparaciones
inmediatas, estaríamos obligados a renunciar al conocimiento de la mayoría de las que
nos interesan
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El método general constantemente empleado, la única evidencia concebible para
conocer magnitudes que no permiten la medida directa, consiste en referirlas a otras
que sean susceptibles de ser determinadas inmediatamente y según las cuales se
llegue a descubrir las primeras, mediante relaciones existentes entre unas y otras. Tal
es el objetivo preciso de la ciencia matemática, tomada en su conjunto.
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Llegamos así a definir con exactitud la matemática, asignándole como objeto la
medida indirecta de las magnitudes y diciendo que se propone determinar las
magnitudes unas por otras, conforme a las relaciones precisas que existen entre ellas.
Tal enunciado, en vez de dar sólo la idea de un arte, como hacen las definiciones
ordinarias, significa inmediatamente una verdadera ciencia, y la muestra compuesta de
un inmenso encadenamiento de operaciones intelectuales que pueden complicarse
mucho, por la serie de inte rmediarios que habrá que establecer entre las cantidades
desconocidas y las que permiten una medida directa, por el número de variables
coexistentes en la cuestión propuesta y por la naturaleza de las relaciones que
proporcionarán entre todas estas diversas magnitudes los fenómenos considerados.
Conforme a tal definición, el espíritu matemático consiste en mirar siempre como unidas
entre sí todas las cantidades que puede presentar un fenómeno cualquiera, para
deducirlas de otras. Y no hay, evidentemente, fenómeno que no pueda dar lugar a
consideraciones de este género; de donde resulta la extensión naturalmente indefinida
y hasta la rigurosa universalidad lógica de la ciencia matemática.
LA FILOSOFIA ASTRONÓMICA
La astronomía es la única rama de la filosofía natural en cuyo estudio el espíritu
humano se ha liberado rigurosamente de toda influencia teológica y metafísica, directa
o indirecta, lo que facilita el presentar con claridad su verdadero carácter filosófico.
Pero, para proporcionarse una justa idea general de la naturaleza y composición de
esta ciencia, es indispensable salir de las definiciones vagas que habitualmente se le
dan y circunscribir con exactitud el verdadero campo de los conocimientos positivos que
podemos adquirir respecto a los astros.
Entre los tres sentidos capaces de mostrarnos la existencia de los cuerpos
lejanos, el de la vista es el único utilizable frente a los cuerpos celestes; así, no habrá
astronomía alguna para las especies ciegas, por inteligente que se las imagine; y, para
nosotros mismos, los astros oscuros, más numerosos quizá que los visibles, escapan a
todo estudio real, pudiendo todo lo más sospechar por inducción su existencia. Toda
investigación no reducible a meras observaciones visuales nos está, pues,
necesariamente prohibida respecto a los astros, que son también, de todos los seres
naturales, los que nos presentan relaciones menos variadas.
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Conforme a las consideraciones precedentes, creo poder definir la astronomía
con precisión y amplitud, asignándole como objeto el descubrir las leyes de los
fenómenos geométricos y mecánicos que nos presentan los cuerpos celestes.
Para ajustarse a la realidad científica, hay que añadir a esta necesaria limitación,
referente a la naturaleza de los fenómenos observables, otra relativa a los cuerpos a los
cuerpos susceptibles de tales exploraciones. Esta última restricción no es absoluta,
como la primera, e importa mucho señalarlo; pero, en el estado actual de nuestros
conocimientos, es casi tan rigurosa.
Los espíritus filosóficos, a los que es extraño el estudio profundo de la
astronomía, y aun los mismos astrónomos, no han distinguido suficientemente, en el
conjunto de nuestras investigaciones celestes, el punto de vista que denomino solar del
que merece el nombre de universal. Esta distinción me parece, sin embargo,
indispensable para separar claramente la parte de la ciencia que comporta una
perfección íntegra, de la que, por su naturaleza, sin ser, desde luego, puramente
conjetural, parece estar siempre en la infancia, al menos si se le compara con la
primera. La consideración del sistema solar de que formamos parte nos ofrece
inmediatamente un tema de estudio bien circunscrito, susceptible de exploración
completa y capaz de conducirnos a los conocimientos más satisfactorios. Al contrario,
el pensamiento de lo que llamamos universo es, por sí mismo, necesariamente
indefinido, de suerte que, por extensos que se supongan en el futuro nuestros
conocimientos reales en este género, jamás podríamos elevarnos a la verdadera
concepción del conjunto de los astros. La diferencia es hoy bien notoria, ya que, al lado
de la perfección adquirida en los dos siglos últimos por la astronomía solar, en
astronomía sideral no poseemos aun ni el primero y más simple elemento de toda
investigación positiva; la determinación de los intervalos estelares. Podremos presumir
–como procuraré explicar más adelante- que tales distancias no tardarán en
determinadas, al menos entre ciertos límites y respecto a muchas estrellas, conociendo
así, por estos mismos astros, otros diversos elementos importantes que la teoría está
lista para deducir de estos datos fundamentales, como son sus masas, etcétera; pero la
importante distinción establecida antes no será afectada por ello. Aunque llegásemos
un día a estudiar completamente los movimientos relativos de algunas estrellas
múltiples, esta noción, que sería desde luego valiosísima, sobre todo si concerniera al
grupo de que nuestro sol forma, probablemente, parte, no nos dejaría menos apartados
del verdadero conocimiento del universo que inevitablemente se nos escapará siempre.
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Hay, pues, que separar más profundamente de lo que se acostumbra el punto de
vista solar y el punto de vista universal, la idea del mundo y la del universo, por ser el
primero el más elevado a que realmente podemos llegar y por ser también el único que
verdaderamente nos interesa.
Así, sin renunciar enteramente a la esperanza de obtener algunos conocimientos
siderales, hay que concebir la astronomía positiva como consistente esencialmente en
el estudio geométrico y mecánico del pequeño número de cuerpos celestes que
componen el mundo de que formamos parte. Sólo entre tales límites merece la
astronomía el rango supremo que por su perfección ocupa hoy entre las ciencias
naturales. En cuanto a esos astros innumerables diseminados por el cielo, apenas
tienen para el astrónomo más interés que el de servir de jalones en nuestras
observaciones, pudiendo sus posiciones ser miradas como fijas frente a los
movimientos interiores de nuestro sistema, único objeto esencial de nuestro estudio.
LA FÍSICA
Debemos circunscribir ahora con toda claridad posible el verdadero campo de
investigaciones de que se compone la física propiamente dicha.
No separándola de la química, su conjunto tiene por objeto el conocimiento de
las leyes generales del mundo inorgánico. Caracteres bien definidos, que se analizarán
exactamente más adelante, distinguen a este estudio total tanto de la ciencia de la vida
que la sigue en nuestra escala enciclopédica, como de la ciencia astronómica que en
ella la precede, y cuyo simple objeto –como hemos visto- se reduce a la consideración
de los grandes cuerpos naturales en cuanto a sus formas y movimientos. Pero es, al
contrario, muy difícil la distinción entre la física y la química, dificultad que aumenta de
día en día por las relaciones cada vez más íntimas que el conjunto de los
descubrimientos modernos desarrolla continuamente entre ambas. Tal división es, sin
embargo, real e indispensable, aunque necesariamente menos pronunciada que las
demás separaciones contenidas en nuestra serie enciclopédica fundamental. Creo
poder establecerla sólidamente de acuerdo con tres consideraciones generales,
distintas aunque equivalentes, cada una de las cuales sería, quizá, en ciertos casos,
insuficiente, pero que, reunidas, no dejará incertidumbre real alguna.
La primera consiste en el contraste característico ya entrevisto vagamente por
los filósofos del siglo XVII, entre la generalidad necesaria de las investigaciones
verdaderamente físicas y la especialidad no menos inherente a las exploraciones
puramente químicas. Toda consideración de física propiamente dicha es, por su
naturaleza, más o menos aplicable a un cuerpo cualquiera; mientras que, al contrario,
toda idea química concierne necesariamente a una acción peculiar a ciertas sustancias,
sea cualquiera la similitud que pudiéramos captar entre los diversos casos. Esta
fundamental oposición se señala siempre claramente entre ambas categorías de
fenómenos.
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La segunda consideración elemental apta para distinguir la física de la química
ofrece menos importancia y solidez que la anterior, aunque es susceptible de utilidad
fehaciente. Consiste en señalar que en física los fenómenos considerados son siempre
relativos a las masas, mientras en química lo son a las moléculas; de donde ésta tomó
su antigua denominación de física molecular. Aunque tal distinción no está, en el fondo
desprovista de realidad, hay que reconocer, sin embargo, que las acciones puramente
físicas son casi siempre tan moleculares como las influencias químicas, cuando se las
estudia de modo suficientemente profundo. La gravedad misma nos presenta un
ejemplo irrebatible de ello.
Finalmente, esta tercera observación general es quizá más conveniente que
cualquiera otra para separar claramente los fenómenos físicos de los químicos. En los
primeros, la constitución de los cuerpos, es decir, el modo de organización de sus
partículas, puede hallarse cambiado, aunque casi siempre permanece esencialmente
intacto; pero su naturaleza, o sea la composición de sus moléculas, se mantiene
constantemente inalterable. En los segundos, al contrario, no sólo hay siempre cambio
de estado en los cuerpos considerados, sino que la acción mutua de éstos altera
necesariamente su naturaleza, y hasta es dicha modificación lo que constituye
esencialmente el fenómeno. La mayoría de los agentes considerados en física es sin
duda capaz de operar, cuando su influencia es suficientemente enérgica o prolongada,
composiciones y descomposiciones idénticas a las que determina la acción química
propiamente dicha; de donde resulta el enlace, tan natural, entre la física y la química.
Pero, en tal grado de acción, salen, en efecto, del dominio de la primera para entrar en
el de la segunda.
......................................................................
El conjunto de las consideraciones precedentes me parece bastar para definir
con exactitud el objeto propio de la física, estrictamente circunscrita a sus límites
naturales. Se ve que esta ciencia consiste en estudiar las leyes que rigen las
propiedades generales de los cuerpos, ordinariamente tomados en masa y
constantemente colocados en circunstancias susceptibles de mantener intacta la
composición de sus moléculas y aun, casi siempre, su estado de agregación. Además,
el verdadero espíritu filosófico exige siempre, como ya he recordado frecuentemente,
que toda ciencia digna de tal nombre esté evidentemente destinada a establecer con
seguridad en orden correspondiente de previsión. Es, pues, indispensable añadir, para
completar tal definición, que el objeto final de las teorías físicas es prever, lo más
exactamente posible, todos los fenómenos que haya de presentar un cuerpo colocado
en un conjunto cualquier de circunstancias dadas, excluyendo siempre las que podrían
desnaturalizarle.*
*Tomo II. Versión española de D. Náñez.
LA QUÍMICA
Por vastos y complicados que sean en realidad los temas de la química, la
indicación clara del objeto de esta ciencia, la delimitación rigurosa del campo de sus
investigaciones, en una palabra: su defi nición, presenta mucha menos dificultad que la
que hemos experimentado en el volumen anterior al tratar de la física. Hemos definido
a ésta por contraste con la química y, por ello, nuestra operación actual está ya en
esencia preparada. Es así fácil caracterizar directa y tajantemente lo que constituye los
fenómenos verdaderamente químicos, pues todos presentan una alteración más o
menos completa, pero siempre apreciable, en la constitución íntima de los cuerpos
considerados; es decir, una composición o una descomposición, y casi siempre ambas,
referidas al conjunto de sustancias que participan en la acción.
......................................................................
Para completar esta noción fundamental de los fenómenos químicos, puede ser
útil añadirle dos consideraciones secundarias que también han sido indicadas
indirectamente en el volumen anterior, al definir la física: la más importante atañe a la
naturaleza del fenómeno ; la otra, a sus condiciones generales.
Toda sustancia es susceptible de una actividad química más o menos variada y
enérgica; por lo cual los fenómenos químicos han sido justamente clasificados entre los
fenómenos generales, cuya última categoría constituyen, en el orden de complicación
creciente; se distinguen también profundamente de los fenómenos fisiológicos, que, por
su naturaleza, son exclusivamente peculiares de ciertas sustancias, organizadas según
ciertos modos. Sin embargo, es indudable que los fenómenos químicos, sobre todo por
contraste con los simples fenómenos físicos, presentan en cada caso algo de
específico, o, según la enérgica expresión de Bergman, algo de electivo. No sólo cada
uno de los diferentes elementos materiales produce efectos químicos que le son
enteramente peculiares, sino que hay también innumerable combinaciones de diversos
órdenes, presentando en el campo químico, aun los más análogos, ciertas diferencias
fundamentales, que con frecuencia proporcionan el único medio de caracterizarlos
precisamente.
Por tanto, mientras que las propiedades físicas no presentan
esencialmente, de un cuerpo a otro, sino meras distinciones de grado, las propiedades
químicas son, al contrario, radicalmente específicas.1 Unas constituyen el fundamento
común a toda existencia material, mientras que las individuales se pronuncian gracias a
las otras.
En segundo lugar, entre las condiciones extremadamente variadas, propias del
desarrollo de los diversos fenómenos químicos, se ha podido señalar esta condición
fundamental y común, que está muy lejos de ser suficiente, pero que se presenta
1
Esta especialidad fundamental de las diversas acciones químicas no desaparecería aunque se llegase,
por una extensión exagerada de la teoría electroquímica, a presentar vagamente todos los fenómenos de
composición y descomposición como meros efectos eléctricos. Supuesto esto, la dificultad sólo sería
aplazada, pues aún quedaría firme que cada sustancia, simple o compuesta, manifiesta una naturaleza
de polaridad eléctrica peculiar. Sólo el lenguaje habría cambiado, como sucede frente a todas las
nociones científicas realmente fundadas sobre la inmutable consideración de los fenómenos.
siempre como indispensable: la necesidad del contacto inmediato de las partículas
antagónicas y, por tanto, el estado fluido –líquido o gaseoso- de una al menos de las
sustancias consideradas. Cuado esta disposición no existe espontáneamente, hay que
realizarla artificialmente liquidando la sustancia, por fusión ígnea o por un disolvente
cualquiera. Sin esta modificación previa, la combinación no se realizaría, según refleja
un célebre, y exacto aforismo que se remonta a la infancia de la química. No existe
hasta aquí un solo ejemplo bien comprobado de acción química entre dos cuerpos
realmente sólidos, a no ser elevándolos a temperaturas que hacen difícilmente
apreciable el verdadero estado de agregación de los cuerpos. Cuando ambas
sustancias son líquidas es cuando la acción química se manifiesta con más energía, se
la leve diferencia de densidades facilita una mezcla íntima. Nada mejor que tales
observaciones para comprobar claramente cómo los efectos químicos son, por su
naturaleza, eminentemente moleculares, sobre todo por oposición a los efectos físicos,
a la vez que demuestran una distinción esencial, aunque menos profunda, con los
efectos fisiológicos, ya que la producción de éstos supone indispensablemente el
concurso de sólidos y fluidos, como veremos en la segunda parte de este volumen.
El conjunto de consideraciones precedentes pede ser exactamente resumido
señalando a la química el objeto general de estudiar las leyes de los fenómenos de
composición y de descomposición que resultan de la acción molecular y específica de
diversas sustancias, naturales o artificiales, entre sí.
LA BIOLOGÍA
No conozco más tentativa plenamente eficaz para satisfacer todas las
condiciones esenciales de una definición filosófica de la vida que la de M. de Blainville,
cuando hace quince años, en la bella introducción a su tratado de anatomía comparada,
propuso caracterizar este gran fenómeno por el doble movimiento intestino, general y
continuo a la vez, de composición y de descomposición, que constituye en efecto su
verdadera naturaleza universal. Esta luminosa definición no me parece dejar nada
importante que desear, a no ser una indicación más directa y explícita de estas dos
condiciones fundamental correlativas, necesariamente inseparables del estado y vivo:
un organismo determinado y un medio conveniente. Pero tal crítica es secundaria por
referirse más a la fórmula que la propia concepción. En efecto, el simple enunciado de
M. de Blainville sugiere el doble pensamiento de una organización dispuesta de modo
que permita esta continua renovación íntima y de un medio susceptible a la vez de
proporcionar la absorción y provocar la exhalación, aunque habría sido más
conveniente introducir en la fórmula misma una mención expresa de esta armonía
fundamental. Salvo esta única modificación, es evidente que tal definición llena
directamente, en la más justa medida, todas las prescripciones principales inherentes a
la naturaleza de tal sujeto, suficientemente caracterizadas más arriba, pues presenta la
exacta enunciación del único fenómeno rigurosamente común a la totalidad de los seres
vivos, considerados en todas sus partes constituyentes y en todos sus diversos modos
de vitalidad, a la vez que excluye por su composición misma, a todos los cuerpo
realmente inertes. Tal es, a mi entender la primera base elemental de la verdadera
filosofía biológica.
.. ....................................................................
Este exacto análisis preliminar del fenómeno general que constituye el tema
invariable de las especulaciones biológicas, nos facilitará ahora una definición clara y
precisa de la ciencia misma directamente considerada en su destino positivo más
completo y más extenso. Hemos reconocido, en efecto, que la idea de vida supone
constantemente la correlación necesaria de dos elementos indispensables: un
organismo apropiado y un medio1 conveniente. De la acción recíproca de estos dos
elementos resultan inevitablemente todos los diversos fenómenos vitales, no sólo
animales, como se piensa, ordinariamente, sino también orgánicos. De aquí que el
gran problema permanente de la biología positiva deba consistir en establecer, para
todos los casos y conforme al menor número de leyes invariables, una exacta armonía
científica entre estas dos inseparables potencias del conflicto vital y el acto mismo que
le constituyen previamente analizado; o sea: en unir constantemente, de modo general
y especial, la doble idea de órgano y de medio con la idea de función. En el fondo, esta
segunda idea no es menos doble que la primera; porque, conforme a la ley universal de
la equivalencia necesaria entre la reacción y la acción, el sistema ambiente no
modificará al organismo sin que éste ejerza a su vez sobre él la correspondiente
influencia. La noción de función o de acto debe comprender, en realidad, los dos
resultados del conflicto, pero con la distinción esencial de que, siendo la modificación
orgánica, por su naturaleza, la única verdaderamente importante en biología, se
subestima frecuentemente la reacción sobre el medio, de donde resulta habitualmente
la acepción menos extensa de la palabra función, adscrita sólo a los actos orgánicos,
con independencia de sus consecuencias externas. De todos modos, cuando el medio
no es susceptible de una renovación inmediata y facultativa, como ocurre al vegeta l o al
animal en reposo, el biólogo tiene que considerar atentamente esta necesaria
modificación del ambiente, en vista de la influencia ulterior que ella pudiera ejercer
sobre el organismo. La acción de la especie humana, colectiva, sobre el mundo
exterior, principalmente en el estado de sociedad, único en que puede desarrollarse,
¿no es para el biólogo un elemento de estudio tan esencial como la propia modificación
del hombre? Sin embargo, hay que reconocer que tal consideración, respecto a cada
organismo, pertenece más bien a su historia natural propiamente dicha que a su
fisiología, salvo en la restricción que acabo de indicar.
Habrá, pues, pocos
inconvenientes en conservar aquí a la palabra función su significación más usual,
1
Creo superfluo justificar expresamente el uso frecuente que en adelante haré de la palabra medio para
designar especialmente, de modo claro y rápido, no sólo el fluido en que el organismo está sumergido,
sino, en general, el conjunto total de las circunstancias exteriores de cualquier género, necesarias para la
existencia de cada organismo determinado. Los que hayan meditado suficientemente sobre el papel
capital que debe llenar, en toda biología positiva, la idea correspondiente, no me reprocharán, sin duda,
la introducción de esta expresión nueva. Por mi parte, la espontaneidad con que tan frecuentemente se
ha presentado a mi pluma, a pesar de mi constante aversión por el neologismo sistemático, apenas me
permite dudar que tal término abstracto faltase realmente hasta ahora en la ciencia de los cuerpos vivos.
aunque fuese más racional atribuirle toda su extensión filosófica, empleándola para
designar el conjunto de los resultados de la acción recíproca continua entre el
organismo y el medio.
Conforme a las nociones precedentes, la biología positiva debe, pues, ser
mirada como destinada a referir constantemente, en cada caso determinado, el punto
de vista anatómico y el fisiológico, o, en otros términos, el estado estático y el dinámico.
Esta relación perpetua constituye su verdadero carácter filosófico. Colocado en un
sistema dado de circunstancias exteriores, un organismo definido debe actuar siempre
de modo necesariamente determinado; y, a la inversa, la misma acción no será
producida idénticamente por organismos verdaderamente distintos. Cabe, pues,
concluir alternativamente o el acto por el sujeto o el agente por el acto. Conocido
previamente el sistema ambiente, conforme al conjunto de las otras ciencias
fundamentales, se ve que el doble problema biológico puede ser planteado, lo más
matemáticamente posible, en estos términos generales: Dado el órgano o la
modificación orgánica, hallar la función o el acto, y a la recíproca. Tal definición me
parece satisfacer las principales condiciones filosóficas de la ciencia biológica; me
parece especialmente apropiada para subrayar el fin necesario de previsión racional
que tantas veces he presentado, en las diversas partes de esta obra, como el destino
característico de toda ciencia real, opuesta a la mera erudición. Tal definición indica
claramente que la verdadera biología debe tender a permitirnos prever cómo actuará,
en determinadas circunstancias, un cierto organismo, o por qué estado orgánico ha
podido ser producido tal acto realizado.*
FÍSICA SOCIAL, ESTÁTICA Y DINÁMICA
Es con la mira de articular en la debida forma como lo exige la estructura
razonable de esta obra, el destinar toda esta lección a ciertas explicaciones
preliminares encaminadas a constituir ahora lo que llamo física social. Tal empeño
tiene en apariencia el carácter de abstracto.
......................................................................
La física social es el estudio positivo del conjunto de las leyes fundamentales
propias de los fenómenos sociales (...) Las posibilidades de elaborar las ciencias
positivas ya establecidas como también señalar el verdadero carácter filosófico de ella y
echar sólidamente sus bases: he ahí el cometido.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . ....................................................
La finalidad de la física social es advertir con nitidez el sistema de operaciones
sucesivas, filosóficas y prácticas, que han de liberar a la sociedad de su fatal tendencia
a la disolución inminente y conducirla de modo directo a una nueva organización más
progresiva y sólida que la asentado sobre la filosofía teológica.
* Tomo III. Versión española de D. Náñez.
La nueva ciencia tendrá dos partes, lógicamente unidas: la parte estática y la
parte dinámica. El estudio estático corresponde a la doctrina positiva del orden, que
consiste en la armonía de las diversas condiciones de existencia de las sociedades
humanas. En cambio, el estudio dinámico de la vida colectiva constituye la doctrina
positiva del progreso social. Los dos principios, el orden y el progreso, representan las
dos nociones fundamentales cuya deplorable oposición trae consigo el trastorno de las
sociedades humanas. La anatomía o estática social forma la base, en la fisiología o
dinámica social arraiga el impulso histórico renovador. *
EL MÉTODO POSITIVO EN LA SOCIOLOGÍA. LA COMPARACIÓN HISTÓRICA
En sociología, como en biología, la exploración científica emplea
concurrentemente los tres modos fundamentales que he distinguido, desde el segundo
volumen de este Curso, en el arte general de observar, a saber, la observación pura, la
experimentación propiamente dicha, y, en fin, el método comparativo, esencialmente
adaptado a todo estudio relativo a los cuerpos vivos.** Se trata aquí de apreciar de
manera sumaria el rendimiento y el carácter propio de estos tres procedimientos
sucesivos, en cuanto concierne a la naturaleza y metas, ya definidos con antelación, de
esta ciencia nueva.
.... ..................................................................
Una marcha gradual nos conduce a la apreciación directa de esta última parte
del método comparativo que debo distinguir, en sociología, con el nombre de método
histórico, propiamente dicho, en el que reside esencialmente, por la naturaleza de tal
ciencia, la única base fundamental en que realmente puede descansar el sistema de la
lógica positiva.
La comparación histórica de los diversos estados consecutivos de la humanidad
no es el único artífice científico de la nueva filosofía política; su desarrollo racional
formará también directamente el fondo mismo de la ciencia en todo sentido.
Precisamente en esto debe distinguirse la ciencia sociológica de la biológica
propiamente dicha, como explicaré con detalles en la lección siguiente. En efecto, el
principio positivo de esta indispensable separación filosófica resulta de cierta influencia
de las diversas generaciones siguientes, la cual, gradual y continuamente acumulada,
acaba por constituir la consideración preponderante del estudio directo del desarrollo
social. Hasta que tal preponderancia no es reconocida, este estudio positivo de la
humanidad debe parecer racionalmente un mero prolongamiento espontáneo de este
carácter científico, muy conveniente si se limita a las primeras generaciones, se borra
cada vez más a medida que la evolución social se manifiesta, y debe transformarse
finalmente, cuando el movimiento humano esté bien establecido, en un carácter nuevo,
directamente propio de la ciencia sociológica, en que deben prevalecer las
* Tomo IV. Versión F. Larroyo.
** No hay que olvidar que la sociología estudia al organismo social. Nota de F. Larroyo.
consideraciones históricas. Aunque éste análisis histórico no parece destinado, por su
naturaleza, es, sin embargo, indudable que alcanza al sistema entero de la ciencia, sin
distinción de partes, en virtud de su perfecta solidaridad. Además de que la dinámica
social constituye el principal objeto de la ciencia, se sabe –como antes expliqué- que la
estática social es, en el fondo, racionalmente inseparable de ella, a pesar de la utilidad
real de tan distinción especulativa, ya que las leyes de la existencia se manifiestan
sobre todo durante el movimiento.
No sólo desde el punto de vista científico propiamente dicho debe el uso
preponderante del método histórico dar a la sociología su principal carácter filosófico,
sino también, y quizá de un modo más pronunciado, bajo el aspecto puramente lógico:
En efecto, se debe reconocer –como estableceré en la lección siguiente- que, con la
creación de esta nueva rama esencial del método comparativo, fundamental, la
sociología perfeccionará también a su vez, siguiendo de un modo exclusivamente
reservado a ella, el conjunto del método positivo, en beneficio de toda la filosofía
natural, con tal importancia científica que apenas puede ser hoy entrevista por los más
claros espíritus. Desde ahora, podemos señalar que este método histórico ofrece la
verificación más natural y la aplicación más extensa de ese atributo característico que
hemos demostrado anteriormente en la marcha habitual de la ciencia sociológica, y que
consiste sobre todo en proceder del conjunto a los detalles.
......................................................................
Finalmente, hay que notar aquí, en el aspecto práctico, que la preponderancia
del método histórico en los estudios sociales tiene también la feliz propiedad de
desarrollar espontáneamente el sentimiento social, poniendo en plena evidencia directa
y continua este necesario encadenamiento de los diversos acontecimientos humanos
que nos inspira hoy, aun hacia los más lejanos, un interés inmediato, recordándonos la
influencia real que han ejercido en el advenimiento gradual de nuestra propia
civilización. Conforme a la bella observación de Condorcet, ningún hombre culto
pensará ahora, por ejemplo, en las batallas de Maratón o Salamina, sin apreciar en
seguida las importantes consecuencias de ellas para los destinos actuales de la
humanidad. Sería inútil insistir más sobre tal propiedad, que recibirá durante todo el
volumen una aplicación continua y explícita y, aun más, implícita. No es necesaria
demostración formal alguna para comprobar la aptitud espontánea de la historia para
destacar la íntima subordinación general de las diversas edades sociales. Sólo importa,
a este respecto, no confundir tal sentimiento de la solidaridad social con el interés
simpático que deben excitar todos los aspectos de la vida humana y aun meras
ficciones análogas. El sentimiento de que aquí se trata a la vez más profundo –por
resultar personal en cierto modo- y más reflexivo –como resultante sobre todo de una
convicción científica-, por lo que no será convenientemente desarrollado por la historia
vulgar en el estado puramente descriptivo; pero sí lo será, y exclusivamente, por la
historia racional y positiva, tomada como ciencia real y que dispone el conjunto de los
acontecimientos humanos en series coordinadas donde se muestra con evidencia su
encadenamiento gradual.
......................................................................
Terminando esta previa apreciación general del método histórico propiamente
dicho, como constitutivo del mejor modo de exploración sociológica, hay que subrayar
que la nueva filosofía política, consagrando, tras un libre examen racional, las antiguas
indicaciones de la razón pública, restituye a la historia la total plenitud de sus derechos
científicos para servir de base indispensable a las especulaciones sociales, a pesar de
los sofismas, demasiado acreditados aún, de una vana metafísica que tiende a
desentenderse, en política, de toda consideración amplia del pasado.*
EL PROGRESO SOCIAL
Los filósofos de la antigüedad, faltos de observaciones políticas suficientemente
completas y extensas, carecieron de toda idea de progreso social. Ninguno de ellos
pudo sustraerse a la tendencia, entonces tan universal como espontánea, de considerar
el estado social de su tiempo como radicalmente inferior al de tiempos anteriores. Esta
disposición era natural y legítima, ya que la época de estos trabajos filosóficos coincidía
esencialmente –como explicaré después- con la de la necesaria decadencia del
régimen griego o romano. Y esta decadencia, que, considerando el conjunto del
pasado social, constituye un verdadero progreso como preparación indispensable para
el régimen más avanzado de tiempos posteriores, no podía ser juzgada así por los
antiguos, bien ajenos a sospechar tal sucesión. He indicado ya, en la lección
precedente, el primer esbozo de la noción o, mejor, del sentimiento del progreso de la
humanidad como atribuible al cristianismo, que, al proclamar la superioridad
fundamental de la ley de Jesús sobre la de Moisés, había formulado la idea, hasta
entonces desconocida, de un estado más perfecto que reemplazaba definitivamente a
otro menos perfecto, que, a su vez, y tiempo había sido también indispensable.**
Aunque el catolicismo no haga así más que servir de órgano general al desarrollo
natural de la razón humana, esta preciosa labor no dejará de constituir para los ojos
imparciales de los verdaderos filósofos uno de sus más bellos títulos, merecedores de
eterno reconocimiento. Pero, independientemente de los graves inconvenientes de
misticismo y vaga oscuridad, inherentes a todo empleo del método teológico, tal esbozo
era en verdad insuficiente para constituir un concepto científico del progreso social,
pues éste se hallaba cerrado por la fórmula misma que le proclama, por estar entonces
irrevocablemente limitado, del modo más absoluto, al advenimiento del cristianismo,
más allá del cual la humanidad no podría dar un paso. Pero, estando ya, y para
siempre, agotada la eficacia social de toda filosofía teológica, es evidente que esta
* Tomo IV. Versiones españolas: del primer apartado, F. Larroyo; de los otros tres, D. Náñez.
** Hay que señalar que esta gran noción pertenece esencialmente al catolicismo, del que el
protestantismo la ha tomado imperfecta y aun viciosamente, no sólo por su apelación vulgar e irracional a
los tiempos de la Iglesia primitiva, sino también por su tendencia, aun más ciega y no menos
pronunciada, a proponer como guía de los pueblos modernos la parte más atrasada y peligrosa de las
Sagradas Escrituras: la de la antigüedad judaica. Además, el mahometismo, prolongado a su modo la
misma noción, no ha hecho más que intentar, sin mejora alguna, una grosera imitación, evidentemente
desprovista de toda originalidad.
concepción presenta para el porvenir un carácter esencialmente retrógrado confirmando
una irrecusable experiencia que no cesa de cumplirse ante nuestros ojos.
Observándolo científicamente, se ve que la condición de continuidad constituye un
elemento indispensable de la noción definitiva del progreso de la humanidad, noción
que resultaría impotente para dirigir el conjunto racional de las especulaciones sociales,
si representase al progreso como limitado por naturaleza a un estado determinado, ya
hace tiempo logrado.
Por todo ello se ve que la verdadera idea de progreso, parcial o total, pertenece
necesaria y exclusivamente a la filosofía positiva, a la que ninguna otra podría suplantar
en tal sentido. Sólo esta filosofía podrá descubrir la verdadera naturaleza del progreso
social, es decir, caracterizar el término final, jamás realizable, hacia el que tiende a
dirigir a la humanidad, y hacer conocer a la vez la marcha general de este desarrollo
gradual. Tal atribución es ya claramente verificada por el origen totalmente moderno de
las únicas ideas de progreso continuo que tienen hoy un carácter verdaderamente
racional y que se refiere sobre todo al desarrollo efectivo de las ciencias positivas, de
donde aquéllas se derivan. La primera muestra satisfactoria del progreso general
pertenece a un filósofo esencialmente dirigido por el espíritu geométrico, cuyo
desarrollo, como tan frecuentemente he explicado, debía preceder al de todo otro modo
más complejo del espíritu científico. Pero, sin asignar a esta observación personal una
importancia exagerada, resulta indudable que el sentimiento del progreso de las
ciencias es el único que pudo inspirar a Pascal este admirable aforismo fundamental:
“Toda la sucesión de los hombres durante la larga serie de siglos debe ser considerada
como un solo hombre, que subsiste siempre y que aprende continuamente”. ¿Sobre
qué otra base podía reposar antes tal noción? Cualquiera que haya sido la eficacia de
esta primera visión, es preciso reconocer que las ideas de progreso necesario y
continuo no han comenzado a adquirir verdadera consistencia filosófica ni a reclamar la
atención pública sino a raíz de la memorable controversia del siglo anterior sobre la
comparación general entre los antiguos y los modernos. Esta discusión solemne, cuya
importancia ha sido hasta aquí poco apreciada, constituye, a mi entender, un verdadero
acontecimiento en la historia de la razón humana, que por primera vez se atrevía a
proclamar así su progreso. No es necesario subrayar que el espíritu científico era el
principal animador de los jefes de este gran movimiento filosófico, y constituía toda la
fuerza real de su argumentación general, a pesar de la dirección viciosa que tenía en
otros sentidos; hasta se ve que sus más ilustres adversarios, por una contradicción bien
decisiva, proclamaban preferir el cartesianismo a la antigua filosofía.
Por sumarias que sean tales indicaciones, bastan para caracterizar
irrecusablemente el origen de nuestra noción fundamental del progreso humano, que,
espontáneamente nacido del desarrollo gradual de las diversas ciencias positivas, aún
halla hoy en ellas sus fundamentos más firmes. En el último siglo esta gran noción ha
tendido a abarcar cada vez más el movimiento político de la sociedad, extensión final
que, como antes indiqué, no podía adquirir verdadera importancia propia hasta que el
enérgico impulso determinado por la Revolución Francesa manifestase profundamente
la tendencia necesaria de la humanidad hacia un sistema político poco caracterizado
aún, pero desde luego radicalmente diferente del sistema antiguo. Sin embargo, por
indispensable que haya sido tal condición preliminar, está muy lejos de ser suficiente,
ya que, por su naturaleza, se limita esencialmente a dar una simple idea negativa del
progreso social. Sólo a la filosofía positiva, convenientemente completada por el
estudio de los fenómenos políticos corresponde acabar lo que sólo ella comenzó,
representando en el orden político, igual que en el científico, la serie íntegra de las
transformaciones anteriores de la humanidad, como evolución necesaria y continua de
un desarrollo inevitable y espontáneo cuya dirección final y marcha general están
exactamente determinadas por leyes plenamente naturales. El impulso revolucionario,
sin el que este gran trabajo hubiera sido ilusorio y aun imposible, no podría anularse en
sentido alguno. Hasta es evidente, como expliqué en el capítulo anterior, que una
preponderancia demasiado prolongada de la metafísica revolucionaria tiende, por
diversos modos, a estorbar la sana concepción del progreso político. Sea como fuere,
no hay que extrañarse ahora si la noción general del progreso social permanece aún
vaga y oscura y, por tanto, incierta. Las ideas son todavía demasiado poco avanzadas
a este respecto para poder evitar que una confusión capital que debe parecer a los
científicos extremadamente grosera, domine habitualmente a la mayoría de los espíritus
actuales: Me refiero a ese sofisma universal, que las menores nociones de filosofía
matemática deberían resolver en seguida, y que consiste en tomar un crecimiento
continuo por un crecimiento ilimitado, sofisma que, para vergüenza de nuestro siglo
sirve casi siempre de base a los estériles controversias que diariamente se reproducen
acerca de la tesis general del progreso social.*
LA FILOSOFÍA SOCIOLÓGICA. CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA.
La ley enciclopédica del saber muestra que los fenómenos más comunes son
siempre también los más esenciales en las ciencias positivas. Esta reflexión, tan
patente en astronomía, en física, en química y en biología, es, por su naturaleza, más
aplicable a los estudios sociológicos: a medida que el orden de los fenómenos se
complica y especializa más, se confirma mejor tal principio.
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Generalizando tanto como posible el conjunto de las consideraciones
precedentes acerca de nuestro limitado análisis histórico, se puede fácilmente aceptar
esta prescripción lógica a manera de último grado susceptible de consistencia filosófica,
si se reconoce ahora que lejos de ser particular a la sociología, constituye en el fondo
una nueva aplicación de un principio esencial de la filosofía positiva.
Si nuestros economistas son, en realidad, los sucesores científicos de Adam
Smith, que demuestren cuánto han perfeccionado y completado eficazmente la doctrina
de este maestro inmortal, cuáles descubrimientos realmente nuevos agregaron a sus
acertadas ideas iniciales, que, por el contrario aparecen desfiguradas por un vano y
pueril despliegue de formas científicas. Al considerar de manera imparcial, las estériles
disputas que los dividen acerca de los conceptos del valor, la utilidad, la producción,
* Tomo IV. Versión española de D. Náñez.
etcétera, ¿no se cree asistir a los extraños debates de los escolásticos de la Edad
Media acerca de los atributos fundamentales de sus entidades metafísicas puras, cuyo
carácter se manifiesta cada vez más en las concepciones económicas, a medida que se
dogmatizan y sutilizan más y más?
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La economía política no puede aislarse del conjunto de la filosofía social... Pues
por la naturaleza del asunto, en los estudios sociales, como en todos los que se
relacionan con los cuerpos vivos, los diversos aspectos generales se muestran como
resultado de una necesidad, mutuamente solidarios y racionalmente inseparables, al
extremo de que no es posible dilucidarlos adecuadamente a unos mediante otros. Es
por ello que, cuando se abandona el mundo de las entidades para abordar las
especulaciones reales, es indudable que el análisis económico o industrial de la
sociedad no puede aplicarse positivamente, haciendo abstracción de un examen
intelectual, moral y político, ya del pasado, ya incluso del presente. En suma: esta
separación suministra un síntoma irrecusable de la naturaleza esencialmente metafísica
de las doctrinas que la convierten en su fundamento.*
LA SOCIOLOGÍA COMO FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
Aunque la determinación abstracta de las leyes generales de la vida individual
descansa necesariamente, según la exacta observación de Bacon, en hechos tomados
de la historia efectiva de los diferentes seres vivos, los espíritus científicos están ya
habituados a separar profundamente las concepciones fisiológicas o anatómicas de su
aplicación ulterior a la apreciación concreta del modo real de existencia total peculiar a
cada organismo natural. Motivos esencialmente semejantes deben impedir en adelante
confundir la investigación abstracta de las leyes fundamentales de la sociabilidad con la
historia concreta de las diversas sociedades humanas, cuya explicación satisfactoria no
puede resultar sino de un conocimiento ya muy avanzado del conjunto de estas leyes.
Así, por indispensable que sea la función en sociología debe llenar la historia –como he
demostrado en el cap. 48-, alimentando y dirigiendo sus principales especulaciones, se
ve que su empleo en ella debe mantenerse abstracto: Ello sería, en cierto modo,
historia sin nombres de personas ni aun de pueblos, si no se debiera evitar con cuidado
toda pueril afectación filosófica en privarse sistemáticamente del uso de
denominaciones que pueden contribuir mucho a esclarecer la exposición y aun a
facilitar y consolidar el pensamiento, sobre todo en esta primera elaboración de la
ciencia sociológica. Pero los motivos de esta importante distinción lógica son aun más
poderosos para el estudio de la vida colectiva de la humanidad que para la biología
individual. Para apoyar mejor este gran precepto de filosofía positiva, he establecido,
*Tomo V. Versión de F. Larroyo.
en general, desde la lección 2ª, que cada rama racional de la historia natural, además
de exigir directamente el conocimiento previo de un orden correspondiente de leyes
fundamentales, supone siempre una aplicación combinada del conjunto de leyes
relativas a los diversos órdenes de fenómenos esenciales. Esta solidaridad necesaria
se verifica aun más pronunciadamente en el caso actual, pues sería imposible, por
ejemplo, concebir la historia efectiva de la humanidad separadamente de la historia real
del globo terrestre, teatro inevitable de su actividad progresiva, y cuyos diversos
estados sucesivos han debido influir intensamente en la producción gradual de los
acontecimientos humanos, aun después de la época en que las condiciones física y
químicas de nuestro planeta han permitido la existencia continua del hombre sobre él.
Y no es menos cierto, a la inversa, que toda verdadera historia de la tierra exige
necesariamente la consideración simultánea de la historia de la humanidad, por la
poderosa reacción continuamente creciente, que el desarrollo de nuestra actividad ha
debido ejercer, en todas las edades, para modificar tan variadamente el estado general
de la superficie terrestre. Cuanto más se profundice este gran tema de meditaciones,
mejor se verá que la historia natural propiamente dicha, siempre sintética, no pede
adquirir una verdadera racionalidad hasta que todos los órdenes elementales de
fenómenos no sean simultáneamente considerados en ella; mientras que, al contrario,
la filosofía natural propiamente dicha debe conservar un carácter eminentemente
analítico, sin el que no habría esperanza alguna de llegar a descubrir las leyes
fundamentales correspondientes a cada una de estas diversas categorías generales.
Tal oposición de visiones y métodos entre las dos grandes secciones del sistema total
de las especulaciones humanas, debe hacer resaltar cuánto importa respetar
escrupulosamente y hacer cada vez más sensible esta indispensable división científica,
sin la que se puede asegurar que el estudio de la naturaleza no podría salir de su
confusión primitiva, sobre todo respecto a los fenómenos más complejos. Así, la
historia verdaderamente racional de los diferentes seres existentes, individuales o
colectivos, no comenzará, bajo ningún aspecto, a ser regularmente posible sino cuando
el sistema entero de las ciencias fundamentales haya sido previamente completado por
la creación de la sociología, como frecuentemente he explicado en esta obra. Hasta
entonces, la documentación histórica que se vaya recogiendo, en relación con un orden
cualquiera de fenómenos, deberá reservarse como material para la verdadera historia
ulterior, en tiempos de madurez: Su papel inmediato en la elaboración de la ciencia real
se reduce a proporcionar a las ramas correspondientes de la filosofía natural hechos
destinados a manifestar o a confirmar las leyes abstractas y generales cuya
investigación procura. Esta probada y necesaria subordinación no puede presentar
excepción alguna respecto a los fenómenos sociales, donde es, al contrario, mucho
más indispensable. Si todos los naturalistas coinciden hoy en que aún no puede
concebirse la verdadera historia de la tierra, no sólo por falta de documentos completos,
sino, sobre todo, porque las diversas leyes naturales de que depende son hasta ahora
demasiado poco conocidas, ¡con cuánta más razón se debe mirar como quimérica toda
tentativa actual para constituir directamente la historia mucho más compleja de las
sociedades humanas! Es, pues, sensible que la sociología deba tomar exclusivamente
de la incoherente compilación de hechos impropiamente denominada historia, las
enseñanzas susceptibles de poner en evidencia, según los principios de la teoría
biológica del hombre, las leyes fundamentales de la sociabilidad; o
l que exige casi
siempre, para cada dato, una preparación especial y a veces muy delicada, para
pasarle del estado concreto al abstracto, despojándole de las circunstancias puramente
particulares y secundarias de clima, localidad, etc., sin alterar en él la parte
verdaderamente esencial y general de la observación.
DEL ESTADO PLENAMENTE POSITIVO
Conforme a este resumen general, nuestra apreciación histórica del conjunto del
pasado humano constituye evidentemente una verificación decisiva de la teoría
fundamental de evolución que he fundado y que –me atrevo a decir- está tan
plenamente demostrada como ninguna otra ley esencial de la filosofía natural. Desde
los comienzos de la civilización hasta la situación presente de los pueblos más
adelantados, esta teoría nos ha explicado, la inconsecuencia y sin pasión, el verdadero
carácter de las grandes fases de la humanidad, la participación propia de cada una de
ellas en la eterna elaboración común y su exacta filiación, poniendo en unidad perfecta
y rigurosa continuidad en ese inmenso espectáculo donde se ve de ordinario tanta
confusión e incoherencia. Una ley que ha podido llenar suficientemente tales
condiciones no puede pasar por un simple juego del espíritu filosófico y mantiene
efectivamente la expresión abstracta de la finalidad general. Tal ley puede, pues, ser
empleada hora, con seguridad racional, en unir el conjunto del porvenir con el del
pasado, a pesar de la perpetua variedad que caracteriza la sucesión social, cuya
marcha, sin ser periódica, se halla referida a esa regla constante que, casi imperceptible
en el estudio aislado de una fase demasiado circunscrita, resulta profundamente
irrecusable cuando se examina la progresión total. El uso gradual, de esta gran ley no
ha conducido a determinar, al abrigo de todo arbitrio, la tendencia general de la
civilización actual, señalando con rigurosa precisión el paso ya alcanzado por la
evolución fundamental; de donde resulta la indicación necesaria de la dirección que hay
que imprimir al movimiento sistemático para hacerle converger exactamente con el
movimiento espontáneo. Hemos reconocido claramente que lo más selecto de la
humanidad, después de haber agotado las fases sucesivas de la vida teológica y aun
los diversos grados de la transición metafísica l ega hora al advenimiento directo de la
vida plenamente positiva, cuyos principales elementos han recibido ya la necesaria
elaboración parcial y no esperan más que su coordinación general para constituir un
nuevo sistema social, más homogéneo y estable que jamás pudo serlo el sistema
teológico, propio de la sociabilidad preliminar. Esta indispensable coordinación debe
ser, por su naturaleza, primero intelectual, después moral y finalmente política, ya que
la revolución que se trata de consumar proviene, en último análisis, de la tendencia del
espíritu humano a reemplazar el método filosófico propio de su infancia, por el que
conviene a su madurez. Toda tentativa que no se remonte hasta esta fuente lógica,
será impotente contra el desorden actual, que sin duda alguna, es ante todo mental.
Pero, bajo este aspecto fundamental, el simple conocimiento de la ley de evolución
viene a ser el principio general de tal solución, estableciendo entera armonía en el
sistema total de nuestro entendimiento, por la universal preponderancia así procurada al
método positivo, tras su extensión directa e irrevocable al estudio racional de los
fenómenos sociales, los únicos que hasta hoy no han sido suficientemente
interpretados por los espíritus más avanzados. En segundo lugar, este extremo
cumplimiento de la evolución intelectual tiende a hacer prevalecer en adelante un
verdadero espíritu de conjunto y, por tanto, el verdadero sentimiento del deber, a él
unido por naturaleza, conduciendo así naturalmente a la regeneración moral. Las
reglas morales no peligran hoy sino por su adherencia exclusiva, a concepciones
teológicas justamente desacreditadas; ellas tomarán irresistible vigor cuando estén
convenientemente encauzadas con nociones positivas generalmente respetadas.
Finalmente, bajo el aspecto político, es análogamente indudable que esta íntima
renovación de las doctrinas sociales no se cumpliría sin hacer surgir, por su ejecución
misma, del seno de la anarquía actual, una nueva autoridad espiritual que, después de
haber disciplinado las inteligencias y reconstruido las costumbres, se convertirá
pacíficamente, en toda la extensión del Occidente europeo, en la primera base esencial
del régimen final de la humanidad. Resulta así que la misma concepción filosófica que,
aplicada a nuestra situación, aclara en ella la verdadera naturaleza del problema
fundamental, proporciona espontáneamente, en todo sentido, el principio general de la
verdadera solución y caracteriza así la marcha necesaria de ella.*
EL INDUSTRIALISMO Y LA PAZ
(...) Aun se produce la guerra, pero tiende a desaparecer. Hay, en efecto una
contradicción entre la sociedad moderna y el hecho bélico y guerrero. Todos los
espíritus filosóficos reconocen fácilmente, con satisfacción, al mismo tiempo intelectual
y moral, que ha llegado finalmente el momento en que la guerra grave y duradera debe
desaparecer totalmente de la élite de la humanidad.
......................................................................
Los diversos medios generales de exploración racional, aplicables a las
investigaciones políticas, ya han contribuido espontáneamente a la comprobación de un
modo igualmente decisivo, de la inevitable tendencia primitiva de la humanidad a una
vida principalmente militar, y a su meta final, no menos irresistible, que es una
existencia esencialmente industrial. Asimismo, ninguna inteligencia un poco avanzada
rehusará en adelante reconocer, más o menos explícitamente, el decaimiento constante
del espíritu militar y el gradual predominio del espíritu industrial, como una doble
consecuencia necesaria de nuestra evolución progresiva, que en nuestros días ha sido
apreciada de modo bastante sensato, en este sentido, por la mayoría de los que se
ocupan razonablemente de filosofía política. En una época en la que por otra parte se
manifiesta constantemente, en formas cada vez más variadas, y con energía día a día
más intensa, aún en el seno de los ejércitos, la característica repugnancia de las
sociedades modernas ante la vida guerrera; cuando, por ejemplo, la insuficiencia total
de las vocaciones militares es por doquier cada vez más irrecusable en vista de que se
agrava constantemente la obligación de apelar al reclutamiento forzoso, rara vez
seguido de una persistencia voluntaria; la experiencia cotidiana sin duda nos
Tomo VI. Versión española de D. Náñez.
dispensaría de cualquier demostración directa acerca de una idea que se ha difundido
tan gradualmente en el ámbito público. A pesar del inmenso y excepcional desarrollo
de la actividad militar, momentáneamente determinado, al comienzo de este siglo, por el
movimiento inevitable que debió suceder a irresistibles circunstancias anormales,
nuestro instinto industrial y pacífico no demoró en retomar, de modo más rápido, el
curso regular de su desarrollo preponderante, con el fin de asegurar realmente, en este
aspecto, el reposo fundamental del mundo civilizado, aunque la armonía europea a
menudo deba parecer comprometida, a consecuencia de la falta provisoria de toda
organización sistemática de las relaciones internacionales; lo cual, sin observar
realmente la posibilidad de provocar la guerra, de todos modos basta para inspirar a
menudo peligrosas inquietudes (...).
Mientras la actividad industrial presenta
espontáneamente esta admirable propiedad de que es posible estimularla
simultáneamente en todos los individuos y en todos los pueblos, sin que el impulso de
unos sea inconciliable con el de otros, es evidente, por el contrario, que la plenitud de la
vida militar en una parte notable de la humanidad supone y determina finalmente, en
todo el resto, una inevitable compresión, que constituye la principal función de un
régimen tal cuando se considera el conjunto del mundo civilizado. Asimismo, mientras
que la época industrial no implica otro término general que aquél, aún indeterminado,
que el sistema de las leyes naturales asigna a la existencia progresiva de nuestra
especie, la época militar ha venido a estar, por obra de una imperiosa necesidad,
limitada esencialmente al tiempo de una realización suficientemente gradual de las
condiciones previas que ella estaba destinada a realizar.
MORAL Y POLÍTICA DE LA SOLIDARIDAD
Después de haber explicado las leyes naturales que, en el sistema de la
sociabilidad moderna, deben determinar la indispensable concentración de las riquezas
en los jefes industriales, la filosofía positiva hará comprender que poco importa a los
intereses populares en qué manos se encuentran actualmente los capitales, siempre
que su empleo normal sea necesariamente útil para la masa social. Ahora bien, esta
condición esencial depende mucho más, por su naturaleza, de los medios morales que
de las medidas políticas. Los conceptos estrechos y las pasiones odiosas desearían
instituir legalmente, contra la acumulación espontánea de los capitales, laboriosos
obstáculos, a riesgo de paralizar directamente toda verdadera actividad social; pero es
evidente que esos procedimientos tiránicos tendrían eficacia real mucho menor que la
reprobación universal, aplicada por la moral positiva a todo empleo excesivamente
egoísta de las riquezas privadas; reprobación tanto más irresistible cuanto que los
mismos que deberían sufrirla no estarían en condiciones de recusar el principio,
inculcado a todos por la educación fundamental común, como lo demostró el
catolicismo en la época de su preponderancia (...). Pero, al señalar el pueblo la
naturaleza esencialmente moral de sus reclamos más graves, la misma filosofía hará
sentir necesariamente también a las clases superiores el peso de un juicio tal,
imponiéndoles con energía, en nombre de principios que ya no es posible rechazar
francamente, las grandes obligaciones morales inherentes a su posición; de modo que,
por ejemplo, en el asunto de la propiedad, los ricos se considerarán moralmente como
los depositarios necesarios de los capitales públicos, cuya utilización efectiva, sin poder
acarrear jamás ninguna responsabilidad política, salvo en algunos casos excepcionales
de aberración extrema, no por ello estará menos sujeta a una escrupulosa discusión
moral, inevitablemente accesible a todos en las condiciones apropiadas; y cuya
autoridad espiritual será ulteriormente el órgano normal. De acuerdo con un estudio
profundo de la evolución moderna, la filosofía positiva mostrará que, desde la abolición
de la servidumbre personal, y al margen de toda declamación anárquica, las masas
proletarias aún no están verdaderamente incorporadas al sistema; que el poder del
capital, primero medio natural de emancipación y luego de independencia, ahora ha
llegado a ser exorbitante en las actividades cotidianas; aunque merezca cierta justa
preponderancia que debe ejercer necesariamente, a causa de una generalidad y de una
responsabilidad superiores, de acuerdo con la sana teoría jerárquica. En una palabra,
esta filosofía hará comprender que las relaciones industriales, opresoras, deben
sistematizarse con arreglo a las leyes morales de la armonía universal.*
*Tomo VI. Versión de A. Leal, R. Aron, Las etapas del pensamiento sociológico. Bs. As.
DISCURSO SOBRE EL ESPÍRITU POSITIVO
SELECCIÓN
ANÁLISIS
En su libro intitulado Tratado filosófico de astronomía popular, editado en 1844,
dos años después del postrer tomo (el sexto) del Curso de filosofía positiva (18301842), aparece a guisa de introducción el Discurso sobre el espíritu positivo. De
inmediato se advirtió la significación que tenía por sí mismo este Discurso introductivo y
se publicó como separata. Viose en él, en verdad, una oportuna y abreviada exposición
de la doctrina. Comte mismo dijo: “El presente Discurso constituye por sí mismo un
verdadero conjunto, imagen fiel, bien que muy apretada, de un vasto sistema.”
El Discurso, a manera de la susodicha introducción, fue redactado dentro de un
solo título sin divisiones ni subdivisiones. La Sociedad positivista, habida cuenta de la
importancia del texto, lo editó con un amplio índice analítico, tan meritorio como
pertinente, que las versiones del francés a otras lenguas (incluyendo el español) han
conservado. El Discurso se ofrece conforme a este índice en tres partes, repartidas en
capítulos, secciones y 78 incisos numerados.
El Discurso respecto del Curso de filosofía, selecciona algunos conceptos,
aquellos que, de preferencia, tocan cuestiones de astronomía. Del abundante arsenal
de pensamientos de que consta el Curso, el Discurso reordena, además otras ideas.
Atendible en muchos aspectos es como obligada vía para el advenimiento definitivo del
positivismo.
La primera parte lleva el título de Superioridad mental del espíritu positivo. Se
subdivide en tres capítulos. El inicial de éstos expone la ley de los tres estados
(teológico o ficticio, metafísico o abstracto y positivo o real) o sea la Ley de la evolución
intelectual de la humanidad. La mente positivista se caracteriza en virtud de que
subordina la imaginación a la observación, niega el saber absoluto en obsequio del
relativo y adquiere el hábito de la previsión racional (ver para prever), reconociendo la
invariabilidad de las leyes naturales. El capítulo segundo de esta parte, llamado
Destino del espíritu positivo, alecciona acerca de la armonía entre los individuos y la
entera humanidad; armonía, por cierto, que ha de fundarse en el paso de la teoría
positiva a la práctica, mediante una revolución. El capítulo tres, Atributos correlativos
del espíritu positivo y el sentido común, muestra cómo la nueva doctrina concuerda con
la sana razón.
También consta de tres capítulos la segunda parte de la obra, Superioridad
social del espíritu positivo. El triunfo del positivismo significa una revolución. Las
filosofías de la época, ante todo el eclecticismo, son impotentes para promoverla, y ello
debido a que no concilian el orden (la normalidad) con el progreso (Cap. I: Organización
de la revolución).
Las altas calidades del espíritu positivo conllevan a una
sistematización de la moral humana (Cap. II). Ésta ha de ser independiente de la
teología y de la metafísica y acentuar el Desarrollo de los sentimientos sociales (Cap.
III). La moral del antiguo régimen es egoísta; la del espíritu positivo, social (moral de la
simpatía).
La tercera parte, Condiciones de advenimiento de la escuela positiva, lleva un
subtítulo muy expresivo: Alianza de los proletarios y los filósofos. Como en las partes
anteriores, esta tercera consta de tres capítulos. La inquietud social y política se explica
por una anarquía moral reinante, efecto directo de una paralela anarquía intelectual. El
positivismo busca la concordia, la solución de los problemas sociales. Para lograrlo es
preciso implantar una enseñanza popular superior de orientación positivista (Cap. I).
Presupuesto eficaz cometido tal es el desarrollo de una educación política que llegue a
todas las capas sociales y que tenga a modo de mira de las virtudes morales (Cap. II).
Aquí la adecuada participación de os gobiernos es necesaria. En todo caso precisa
establecer el orden de los estudios positivos. Apela para ello a la clasificación de las
ciencias y a la ley enciclopédica y jerárquica de ellas. Sólo a tal precio la mente de los
educados podrá asimilar y practicar la enciclopedia, tan vasta, tan práctica, del
positivismo (Capítulo III).
Se cierra el opúsculo con unas breves indicaciones relativas a la aplicación
directa de la pedagogía positivista a los estudios de la astronomía (incisos 78 y 79), la
segunda de la serie de la clasificación (matemáticas, astronomía, física, química,
biología, sociología) pero cuya importancia pervade como las otras ciencias, dado el
carácter enciclopédico de la doctrina, la formación positivista del hombre.
OBJETO DE ESTE CURSO*
1. En lo futuro, los conocimientos astronómicos, considerados hasta ahora de
manera muy aislada, han de formar parte ya a manera de uno de los elementos
indispensables de un nuevo sistema indivisible de filosofía general, preparado
gradualmente por el concurso espontáneo de todos los grandes trabajos científicos
realizados durante los tres siglos últimos, y que han llegado hoy, finalmente, a su
palpable madurez abstracta. En virtud de este íntimo nexo, por cierto todavía poco
aceptado, naturaleza y destino de este Tratado1 no podrían ser suficientemente
ponderados, si este preámbulo necesario no estuviera consagrado a explicar
convenientemente el verdadero espíritu fundamental de esta filosofía, cuyo
conocimiento universal debe ser, en el fondo, la finalidad esencial de tal enseñanza.
Como se destaca de señalada manera por una preponderancia continua, a la vez lógica
y científica, respecto del punto de vista histórico o social, debo en primer término, para
caracterizarla mejor, recordar brevemente la gran ley que he establecido en mi Sistema
de Filosofía positiva acerca de la evolución intelectual entera de Humanidad, ley a la
que, por otra parte, nuestros estudios astronómicos habrán de recurrir con frecuencia.
PRIMERA PARTE
SUPERIORIDAD MENTAL DEL ESPÍRITU POSITIVO
1° CARÁCTER PRINCIPAL: LA LEY O SUBORDINACIÓN CONSTANTE DE LA
IMAGINACIÓN A LA OBSERVACIÓN
12. Esta prolijada sucesión de preámbulos necesarios conduce finalmente a la
comprensión, gradualmente emancipada, de su estado definitivo de positividad racional,
que ha de caracterizarse aquí de un modo más pormenorizado que en los dos estados
preliminares.2 Una vez confirmado lo radicalmente inútil de las explicaciones vagas y
arbitrarias propias de la filosofía anterior, sea teológica, sea metafísica, el espíritu
humano renuncia desde ahora a las indagaciones absolutas peculiares de su infancia, y
circunscribe sus esfuerzos al dominio a partir de entonces aceleradamente progresivo,
de la verdadera observación, única base posible de los conocimientos accesibles en
verdad, adaptados sensatamente a nuestras necesidades reales.
La lógica
* Texto que precede a la primera parte del Discurso sobre el espíritu positivo. Versión de F. Larroyo.
1
La obra ya mencionada en el Análisis. Tratado filosófico de astronomía popular.
2
El estado teológico o ficticio y el estado metafísico o abstracto (N. de F. Larroyo).
especulativa había consistido hasta entonces en razonar, con más o menos sutileza,
sobre principios confusos que, no ofreciendo prueba alguna suficiente, suscitaban
siempre disputas sin fin. Desde ahora la lógica reconoce, como regla fundamental, que
toda proposición que no puede reducirse estrictamente al mero enunciado de un hecho,
particular o general, no puede tener ningún sentido real e inteligible. Los principios
mismos que emplea no son ya sino verdaderos hechos, bien que más generales y
abstractos que aquellos de cuyo vínculo sirve. Por otra parte, cualquiera que sea el
modo, racional o experimental, su eficacia científica resulta exclusivamente de su
concordancia, directa o indirecta, con los fenómenos observados. La pura imaginación
pierde entonces su inveterada preponderancia mental y se subordina necesariamente a
la observación, dentro de un estado lógico enteramente normal, no dejando de ejercer,
sin embargo, en las especulaciones positivas, un oficio tan principal como inagotable
para crear o perfeccionar los medios de enlace ora definitivo, ora provisional. En una
palabra, la revolución fundamental que caracteriza a la virilidad de nuestra inteligencia
consiste esencialmente en sustituir de todo, la inaccesible determinación de las causas
propiamente dichas por la mera búsqueda de las leyes, es decir, de las relaciones
constantes que existe n entre los fenómenos observados. Se trata de los hechos
mínimos o de los más sublimes, del choque y gravedad como del pensamiento y
moralidad, no podemos verdaderamente conocer sino las diversas conexiones
naturales aptas para su cumplimiento, sin penetrar nunca en el misterio de su causa
productora.
2º NATURALEZA RELATIVA DEL ESPÍRITU POSITIVO
13. Las investigaciones positivas han de limitarse a la apreciación sistemática de
lo que es, renunciando a descubrir su primer origen y su destino final. También interesa
señalar que este estudio de los fenómenos, no puede lograr lo absoluto en modo
alguno, sino, permanecer siempre en un nivel relativo de nuestra organización y a
nuestra y a nuestra circunstancia. Admitiendo en este doble aspecto la necesaria
imperfección de nuestros diversos recursos especulativos, se ve que, lejos de poder
estudiar en su totalidad alguna realidad efectiva, no podríamos garantizar de ningún
modo la posibilidad de comprobar, así sea muy superficialmente, todo cuanto existe
realmente, cuya mayor parte acaso debe escapar a nosotros por completo. Si la
pérdida de un sentido importante basta para ocultarnos radicalmente un orden entero
de fenómenos naturales, se puede pensar, recíprocamente, que la adquisición de un
nuevo sentido nos revelaría una clase de hechos de los que ahora no tenemos la menor
idea, so pena de creer que la diversidad de los sentidos, tan diferente en los principales
tipos de animalidad, se halle en nuestro organismo. En el más alto grado de eficacia
para explorar en su totalidad el mundo exterior, suposición evidentemente infundada y
casi ridícula. Ninguna ciencia puede exhibir mejor que la astronomía este carácter
necesariamente relativo de todos nuestros conocimientos reales, puesto que, no
pudiendo hacerse en ella la investigación de los fenómenos más que por un único
sentido, es muy fácil notar las consecuencias especulativas de su desaparición o de su
simple alteración. No podría existir astronomía alguna para una especie ciega, por
inteligente que se la suponga, ni acerca de astros oscuros, que son tal vez los más
numerosos, ni siquiera inclusive, si la atmósfera a través de la cual observamos los
cuerpos celestes permaneciera siempre y en todas partes nebulosa. Todo el desarrollo
de este Tratado nos brindará muchas ocasiones para apreciar del modo más
inequívoco, esta íntima dependencia en que el conjunto de nuestras condiciones
propias, tanto internas como externas, mantiene de manera obligada cada uno de los
estudios positivos.
14. Con la mira de aclarar en lo posible este carácter necesariamente relativo de
todos nuestros conocimientos reales, importa demás advertir, desde el punto de vista
más filosófico, que, si nuestras concepciones, cualesquiera que sean, deben
considerarse ellas mismas como otros tantos fenómenos humanos, tales fenómenos no
son simplemente individuales, sino también, y sobre todo, sociales, puesto que son
resultado de una evolución colectiva y continua, en la que todos los elementos y todas
las fases están en una esencial conexión. De modo que, si en el primer aspecto se
reconoce que nuestras existencia individual, es obligado admitir asimismo, en el
segundo, que no están menos subordinados al conjunto del progreso social, de suerte
que no pueden tener nunca la fijeza absoluta que los metafísicos han creído. Ahora
bien: la ley general del desarrollo fundamental de la Humanidad consiste, en este
respecto, en que nuestras teorías tiendan cada vez más a representar exactamente los
objetos externos de nuestras constantes investigaciones, pero sin que pueda en caso
alguno ser plenamente apreciada la verdadera constitución de cada uno de ellos, ya
que la perfección científico sólo puede aproximarse a aquel límite ideal hasta donde lo
exijan nuestras diversas necesidades reales. Este segundo género de dependencia,
propio de las especulaciones positivas, se manifiesta con tanta claridad como el primero
en todo el curso de los estudios astronómicos. Considérese, por ejemplo, la serie de
nociones, cada más vez satisfactorias, obtenidas desde el origen de la geometría
celeste, acerca de la figura de la tierra, la forma de las órbitas planetarias, etc. Así,
aunque, por una parte, las doctrinas científicas sean suficientemente variables como
para rechazar toda pretensión de absoluto, sus variaciones graduales no presentan, por
otra parte, ningún carácter arbitrario susceptible de motivar un escepticismo aún más
peligroso; cada cambio sucesivo conserva, por lo demás, espontáneamente, en las
teorías correspondientes, una posibilidad indefinida para representar los fenómenos
que les han servido de base, por lo menos mientras no haya que rebasar el grado
primitivo de efectiva precisión.
3º DESTINO DE LAS LEYES POSITIVAS: PREVISIÓN RACIONAL
15. Una vez reconocida la subordinación de la imaginación a la observación
como primer condición fundamental de todo sano trabajo científico, cierta viciosa
tendencia ha conducido con frecuencia a exagerar mucho este gran principio lógico,
haciendo degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos
incoherentes, que no ofrece otro mérito que el de la exactitud parcial. Interesa, pues,
percatarse bien de que el verdadero espíritu positivo no está menos lejos, en el fondo,
del empirismo que del misticismo; entre esto dos extravíos, igualmente nocivos, ha de
avanzar siempre: la necesidad de tal reserva continua, tan difícil como importante,
bastaría por otra parte para comprobar, conforma a nuestras explicaciones iniciales,
cuán maduramente preparada debe estar la auténtica positividad, para que no pueda
en forma alguna retornar al estado naciente de la Humanidad. En las leyes de los
fenómenos reside realmente la ciencia, a la cual los hechos propiamente dichos, por
exactos y numerosos que puedan ser, jamás aportan otra cosa que materiales
indispensables. Contemplando el destino constante de esta leyes, se puede decir, sin
exageración alguna, que la verdadera ciencia, lejos de estar formada de meras
observaciones, tiende siempre a dispensar, en los posible, de la exploración directa,
sustituyéndola por aquella previsión racional, que constituye, por todos aspectos, el
principal carácter del espíritu positivo, como nos lo mostrará efectivamente el conjunto
de los estudios astronómicos. Una previsión tal, consecuencia necesaria de las
relaciones constantes descubiertas entre los fenómenos, no consentirá jamás confundir
la ciencia real con esa vana erudición que acumula hechos inútilmente sin aspirar a
inferir unos de otros. Este gran atributo de todas nuestras sanas especulaciones es tan
significativo para su utilidad efectiva como para su propia dignidad; pues la exploración
directa de los fenómenos realizados no podría bastar para permitirnos modificar su
cumplimiento, si no nos condujera a preverlos convenientemente. Así, el verdadero
espíritu positivo consiste, ante todo, en ver para prever, en estudiar lo que es, a fin de
concluir de ello lo que será conforme al dogma general de la invariabilidad de las leyes
naturales.1
4º EXTENSIÓN UNIVERSAL DEL DOGMA FUNDAMENTAL
DE LA INVARIABILIDAD DE LAS LEYES NATURALES
16. Este principio fundamental de toda filosofía positiva, que todavía no abarca,
ni con mucho, suficientemente al conjunto de los fenómenos, comienza, por fortuna,
desde hace tres siglos, a hacerse en cierto modo familiar, pues, a causa de los hábitos
arraigados, se ha desconocido las más de las veces su verdadera fuente,
empeñándose con una vana y confusa argumentación metafísica, por representar como
una especia de noción innata, o al menos primitiva, lo que no ha podido resultar sino de
una lenta inducción gradual, a la vez individual y colectiva. No solamente motivo
racional alguno, fuera de toda exploración exterior, nos indica primero la invariabilidad
de las relaciones físicas; también es incontestable, por el contrario, que el espíritu
humano experimenta, durante su larga infancia, una muy viva inclinación a
desconocerla, incluso allí donde una observación imparcial se la mostraría ya, si no
estuviera entonces arrastrado por su tendencia necesaria a referir todos los sucesos
1
Acerca de este juicio general sobre el espíritu y la marcha peculiar del método positivo, se puede
estudiar, con innegable beneficio, la preciosa obra titulada: A System of logic, ratiocinative and inductive,
publicada recientemente en Londres (John Parker, West Strand, 1843), por mi eminente amigo Mr. John
Stuart Mill, tan plenamente vinculado desde ahora a la fundación directa de la nueva filosofía. Los siete
últimos capítulos del tomo primero contienen una admirable exposición dogmática, tan profunda como
luminosa, de la lógica inductiva, que no podrá nunca, me atrevo a asegurarlo, ser concebida ni
caracterizada mejor, desde el punto de vista en que el autor se ha situado.
cualesquiera que fueran a voluntades arbitrarias. En cada orden de fenómenos existen,
sin duda, algunos lo bastante simples y lo bastante familiares para que su observación
espontánea haya sugerido siempre el sentimiento confuso e incoherente de una cierta
regularidad secundaria; de suerte que el punto de vista puramente teológico no ha
podido ser nunca, en rigor, universal. Mas esta convicción parcial y precaria se limita
por mucho tiempo a los fenómenos menos numerosos y más subalternos, sin poder
siquiera preservarlos a la sazón de las repetidas alteraciones atribuidas a la
intervención preponderante de los agentes sobrenaturales.
El principio de la
invariabilidad de las leyes naturales sólo empezó realmente a adquirir alguna
consistencia filosófica cuando los primeros trabajos verdaderamente científicos
pudieron exhibir su esencial exactitud dentro de un orden entero de grandes
fenómenos; lo que sólo podía provenir suficientemente gracias a la fundación de la
astronomía matemática, durante los últimos siglos del politeísmo.
Según esta
introducción sistemática, dicho dogma fundamental ha tendido, sin duda, a extenderse,
por analogía, a fenómenos más complicados, incluso antes de que sus leyes propias
pudieran conocerse en modo alguno. Pero, aparte de su esterilidad efectiva, esta vaga
anticipación lógica tenía entonces poco, muy poco vigor para resistir convenientemente
a la activa supremacía mental que aún conservaban las ilusiones teológico-metafísicas.
Después fue indispensable un primer bosquejo del establecimiento de las leyes
naturales respecto a cada orden principal de fenómenos, para suministrar a tal noción
esa fuerza inquebrantable que comienza a presentarse en las ciencias más
adelantadas. Convicción tal sólo podría hacerse lo bastante firme al difundirse una
parecida tarea a todas las especulaciones fundamentales, ya que la incertidumbre que
traen consigo las más complejas afecta más o menos a cada una de las otras. Es muy
bien conocida esta tenebrosa reacción, incluso hoy, cuando, por desconocimiento
todavía habitual acerca de las leyes sociológicas, el principio de la invariabilidad de las
relaciones físicas queda a veces sujeto a graves alteraciones, hasta en los estudios
puramente matemáticos, en que vemos, por ejemplo, auspiciar a diario un pretendido
cálculo de probabilidades que supone implícitamente la ausencia de toda ley real
acerca de algunos sucesos, sobre todo cuando el hombre interviene en ellos. Pero, por
fin, al difundirse universalmente este empeño, condición ahora cumplida en los espíritus
más adelantados, cobra este gran principio filosófico una plenitud decisiva, bien que las
leyes efectivas de la mayor parte de los casos particulares hayan de permanecer mucho
tiempo ignoradas; porque una irresistible analogía plica entonces de antemano a todos
los fenómenos de cada orden lo que no ha sido comprobado sino para algunos de ellos,
a condición de tener siempre una apreciable importancia.*
* Primera parte. Versión de F. Larroyo.
SEGUNDA PARTE
SUPERIORIDAD SOCIAL DEL ESPÍRITU POSITIVO
ORGANIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN
38. No basta bosquejar el destino histórico del positivismo dentro de una
sistematización conclusa de las concepciones humanas como acabamos de hacerlo; es
obligado asimismo considerar aquí, bien que de manera distinta aunque sumaria, su
necesaria aptitud para encontrar la única solución intelectual que pueda realmente tener
la enorme crisis social desenvuelta desde hace medio siglo en todo el Occidente, y
señaladamente en Francia.
IMPOTENCIA DE LAS ESCUELAS ACTUALES
(39...) La gran crisis final1 se inició cuando una común decadencia, espontánea
primero, después sistemática, llegó al fin al punto de hacer universalmente irrecusable
la imposibilidad de conservar el antiguo régimen y la creciente urgencia de un orden
nuevo (...). Pero esta transformación, cada vez más urgente, ha tenido que ser hasta
ahora imposible debido a la ausencia de una filosofía verdaderamente adecuada para
darle una base intelectual indispensable. Las filosofías existentes son impotentes para
contener la crisis. A pesar de su tendencia antianárquica, la escuela teológica se ha
mostrado impotente para impedir el despliegue de las opiniones subversivas, que,
después de haberse desarrollado durante su primera restauración son propagadas por
ella, a través de fríos cálculos dinásticos. De parecida manera, cualquiera que sea el
instinto antirretrógrado de la escuela metafísica ya no tiene hoy la fuerza lógica que
reclamaría su cometido revolucionario.
CONCILIACIÓN POSITIVA DEL ORDEN Y DEL PROGRESO
42. (...) La razón pública ha de encontrarse implícitamente dispuesta a aceptar
hoy el espíritu positivo como la única base posible de una verdadera solución de la
honda anarquía intelectual y moral que caracteriza la gran crisis moderna. La escuela
positiva, todavía la margen de tales cuestiones, se ha ido preparando gradualmente
para ello (...). Afianzada en sus bases científicas y lógicas, libre, por otro lado, de los
reiterados extravíos contemporáneos, hace acto de presencia hoy como la doctrina que
acaba de lograr la plena generalidad filosófica de que hasta ahora carecía.
......................................................................
43. Ante todo, no se puede desconocer la aptitud connatural de tal filosofía para
promover directamente la conciliación fundamental, en vano aún buscada, entre las
exigencias recíprocas del orden y del progreso, puesto que le basta para ello extender
hasta los fenómenos sociales una tendencia de su naturaleza y que ha hecho ahora
muy familiar en los otros casos esenciales. En una cuestión cualquiera, el espíritu
positivo conduce siempre a establecer una exacta y elemental armonía entre las ideas
de existencia y las de movimiento, que confirma, más especialmente para los cuerpos
vivos, la correlación permanente de las ideas de organización con las de vida, y luego,
por una última especialización, inseparable del organismo social, la comunidad
reiterada de las ideas de orden y las de progreso. Para la nueva filosofía, el orden
constituye siempre la condición fundamental del progreso, y, recíprocamente, el
progreso viene a ser la finalidad del orden: en la mecánica animal, el equilibrio y el
progreso son mutuamente indispensables, a manera de fundamento o finalidad.
44. Respecto del orden, en su extensión social, el espíritu positivo le brinda
poderosas garantías directas, no sólo científicas, sino también lógicas, y que podrán
juzgarse pronto como muy superiores a las vanas pretensiones de una teología
retrógrada, cada vez más degenerada, desde hace siglos, movidas por activas
discordias individuales o nacionales, e incapaz de contener las futuras divagaciones
subversivas de sus propios adeptos. Viendo de corregir el desorden actual en su
verdadero origen, necesariamente mental, reconstruye, todo lo que puede, la armonía
lógica, regenerando los métodos antes que las doctrinas por una triple conversión
simultánea; la índole de las cuestiones dominantes, la forma de tratarlas, y las
condiciones de su elaboración (...) El orden es, dicho en una palabra, inseparable de
las doctrinas positivas.
45. Lo propio sucede, y con mayor evidencia aún, respecto del progreso, que, a
pesar de las vanas pretensiones ontológicas, halla hoy su más indiscutible
manifestación en el conjunto de los estudios científicos. Dentro de una concepción
absolutista y, por tanto, esencialmente inmóvil, la metafísica y la teología no podrían
experimentar, apenas una más que la otra, un verdadero progreso, es decir, un avance
continuo hacia un fin determinado. Sus transformaciones históricas consisten, al
contrario, en una creciente decadencia, mental o social, sin que las cuestiones
debatidas hayan podido nunca dar un paso real, por razón misma de su intrínseca
incapacidad resolutiva (...) El dogma del progreso no puede, por consecuencia, llegar a
ser suficientemente filosófico sino después de una exacta apreciación general de lo que
constituye este continuo mejoramiento de nuestra propia naturaleza, principal objeto del
adelanto humano. Ahora bien; tocante a ello el conjunto de la filosofía positiva
demuestra plenamente, como puede verse en la obra señalada al comienzo de este
Discurso, que este perfeccionamiento consiste esencialmente, sea para el individuo o
para la especie, en hacer prevalecer cada vez más los atributos eminentes que
distinguen a nuestra humanidad de la mera animalidad: a saber, de una parte la
inteligencia; de la otra, la sociabilidad, facultades solidarias que se apoyan mutuamente
de medio a fin.
......................................................................
46. Este doble señalamiento de la capacidad fundamental del espíritu positivo
para sistematizar espontáneamente las sanas nociones del orden y del progreso basta
aquí para subrayar la gran eficacia social propia de la nueva filosofía general. Su
idoneidad, en este aspecto, depende sobre todo de su plena realidad científica, o sea,
de la exacta armonía que establece siempre, en grado posible, entre los principios y los
hechos, así para los fenómenos sociales como para todos los demás. La integral
reorganización, única que puede solventar la honda crisis moderna, precisa derivarla,
efectivamente, de la madurez mental que ante todo ha de elaborar una teoría
sociológica capaz de explicar convenientemente el pasado humano en su conjunto: tal
es el modo más racional de plantear el problema esencial, a fin de evitar toda pasión
perturbadora. Así también puede ser más claramente apreciada la superioridad de la
escuela positiva, sobre las diversas escuelas actuales, ya que el espíritu teológico y el
espíritu metafísico encaminados ambos, por su índole absolutista, a sólo considerar la
porción del pasado en que cada uno de ellos ha dominado; cuanto precede y lo que
sigue sólo les parece una oscura mezcolanza y un desorden inexplicable, cuyo nexo
con aquélla reducida parte del gran espectáculo histórico no puede ser, a sus ojos, sino
efecto de una milagrosa intervención. Por ejemplo, el catolicismo ha tenido siempre
respecto del politeísmo antiguo, una actitud crítica tan obnubilada como la que hoy
reprocha, con justicia, para con él mismo, al espíritu revolucionario propiamente dicho.
Una auténtica explicación de todo el pasado conforma a las leyes constantes de nuestra
naturaleza, individual o colectiva, es, pues, necesariamente imposible para las diversas
escuelas absolutistas que todavía imperan; ninguna de ellas, en efecto, ha intentado
fijarla a satisfacción. El espíritu positivo, gracias a su naturaleza eminentemente
relativa, es el único que puede considerar de manera adecuada todas las grandes
épocas históricas como fases determinadas de una misma evolución fundamental, en
que cada una resulta de la precedente y prepara la que sigue, según leyes invariables
(...)
SISTEMATIZACIÓN DE LA MORAL HUMANA
47. La expresada consideración de las relevantes propiedades sociales que
caracterizan al espíritu positivo, no bastarían so pena de añadir una breve apreciación
de su espontánea aptitud para sistematizar finalmente la moral humana, que
representará siempre la principal aplicación de toda verdadera doctrina de la
Humanidad.
EVOLUCIÓN DE LA MORAL POSITIVA
48. Dentro de la organización politeísta en la antigüedad, subordinada
radicalmente la moral a la política, no pudo nunca obtener la dignidad ni la universalidad
que convienen a su naturaleza.
Su independencia fundamental y su normal
ascendencia resultaron, en cuanto era posible entonces, del régimen monoteísta propio
de la Edad Media. Este enorme servicio social, debido principalmente al catolicismo,
será siempre su más importante título para el reconocimiento eterno del género
humano. Sólo a partir de esta obligada separación, sancionada y completada por la
división necesaria de los dos poderes, pudo comenzar realmente la moral humana a
tomar un carácter sistemático, estableciendo, a salvo de los impulsos pasajeros, reglas
verdaderamente generales para la totalidad de la existencia personal, doméstica y
social. Las hondas deficiencias de la filosofía monoteísta, empero, dominante a la
sazón en esta importante actividad, hubieron de alterar mucho su influencia y hasta
comprometer gravemente su estabilidad, provocando en seguida un fatal conflicto entre
la tendencia intelectual y el desarrollo moral. Unida a una doctrina que no podía seguir
siendo mucho tiempo progresiva, la moral debía encontrarse cada vez más afectada por
el descrédito creciente que, por consecuencia, iba a sufrir una teología que, en lo
sucesivo retrógrada, llegaría a ser radicalmente repulsiva a la razón moderna. Presa
desde entonces de la acción disolvente de la metafísica, la moral teológica ha recibido,
en efecto, durantes los cinco últimos siglos, en cada una de sus tres partes esenciales,
golpes cada vez más duros, que la rectitud y la moralidad naturales del hombre no ha
podido restañar, a pesar del feliz y continuo desarrollo que entonces pudo
suministrarles el curso espontáneo de nuestra civilización. Si el prestigio del espíritu
positivo no viniera por fin a poner término a estas anárquicas divagaciones, acarrearían
éstas de seguro un mortal escepticismo respecto de ideas un tanto delicadas de la
moral usual, no sólo social, sino también doméstica, e incluso personal, dejando
subsistir sólo las reglas relativas a los casos más burdos, que la apreciación vulgar
podría avalar fácilmente.
DESARROLLO DEL SENTIMIENTO MORAL
54. No pudiendo hacer aquí una valoración real de la filosofía positiva, hay que
señalar, empero, la tendencia continua que resulta directamente de su propia
constitución, científica o lógica, para promover y afirmar el sentimiento del deber,
propiciando el espíritu de sociabilidad que se halla unido a él de manera natural. El
nuevo régimen mental borra la fatal oposición que, desde las postrimerías de la Edad
Media, cada vez más se manifiesta entre las necesidades intelectuales y morales. En
adelante, al contrario, todas las meditaciones efectivas, convenientemente
sistematizadas, vendrán a favorecer en lo posible la universal preponderancia de la
moral, ya que el punto de vista social se convertirá en el nexo científico y regulador
lógico de los demás aspecto positivos. Es factible que tal articulación, desenvolviendo
las ideas de orden y de armonía, referidas siempre a la Humanidad, vengan a moralizar
profundamente, no sólo a los espíritu selectos, sí que también a las inteligencias toas
que, en mayor o menor grado, habrán de participar en esta gran tarea dentro de un
sistema adecuado de educación universal.
EL ANTIGUO RÉGIMEN MORAL ES INDIVIDUAL
55. Un examen más íntimo y más amplio, práctico y teórico a la vez, exhibe a la
vez, exhibe al espíritu positivo como el único capaz, por su índole de desarrollar
directamente el sentimiento social, base primordial imprescindible de toda sana moral.
El antiguo régimen mental no podía estimular ese sentimiento sino recurriendo a
penosos artificios indirectos, cuyo resultado debía ser muy imperfecto, por la tendencia
esencialmente personal de tal filosofía, cuando la sabiduría sacerdotal no moderaba su
influencia espontánea. Esta necesidad es reconocida hora, al menos empíricamente,
en cuanto al espíritu metafísico propiamente dicho, que nunca pudo llegar en moral a
ninguna otra teoría efectiva que al desastroso sistema del egoísmo, tan en boga hoy, a
pesar de tantas declamaciones en contra. Hasta las sectas ontológicas que han
protestado seriamente contra semejante extravío, sólo la han sustituido con nociones
vagas o incoherentes, incapaces de eficacia práctica. Una actitud tan deplorable y
empero, tan reiterada, ha de tener raíces más profundas de lo que se supone de
ordinario.
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EL ESPÍRITU POSITIVO ES SOCIAL
56. Directamente social, en todo lo posible y exento de violencia, por su propia
realidad, es, por el contrario, el espíritu positivo. Para él no existe el hombre
propiamente dicho; sólo puede existir la Humanidad, dado que todo nuestro desarrollo
se debe a la sociedad, cualquiera que sea el aspecto considerado. Si la idea de
sociedad se antoja aún una abstracción de nuestra inteligencia, es, sobre todo, por
culpa del antiguo régimen filosófico, pues es, de cierto, a la idea de individuo a la que
pertenece tal carácter, al menos en nuestra especie. La nueva filosofía aspirará
siempre a subrayar, así en la vida activa como en la especulativa, el vínculo de cada
uno con todos dentro de una serie de variados aspectos, haciendo involuntariamente
familiar el sentimiento íntimo de la solidaridad social convenientemente extendido a
todos los tiempos y en todos los lugares. No sólo será siempre considerada la
búsqueda activa del bien público como el modo más propio de asegurar la común
felicidad privada, sino que, por una influencia más directa y pura y, por tanto, más
eficaz, la principal fuente de la felicidad personal se convertirá en el más completo
ejercicio posible de las inclinaciones generosas, aunque, por excepción, no
proporcionare más recompensa que una consecuente satisfacción interior. Ya que,
como es indudable, la felicidad proviene sobre todo de una acertada actividad, debe
depender principalmente de los instintos simpáticos, aunque nuestra organización no
les conceda ordinariamente una eficacia preponderante, puesto que los sentimientos
benévolos son los únicos que pueden desenvolverse libremente en el estado social,
que naturalmente los estimula cada vez más brindándoles un campo ilimitado, mientras
que exige indispensablemente cierta represión permanente de los impulsos personales
cuyo despliegue espontáneo suscitaría continuos conflictos. Dentro de tan amplio
círculo social encontrará cada uno la satisfacción de esta tendencia a eternizarse, la
cual antes no podía ser satisfecha sino mediante ilusiones, ya incompatibles con
nuestra evolución mental. No pudiendo prolongarse más que por la especie, el
individuo quedará así obligado a incorporarse a ella lo más completamente posible,
vinculándose profundamente a toda su existencia colectiva, no sólo actual, sino también
pasada y sobre todo futura, para obtener toda la intensidad de vida que implica en cada
caso el conjunto de las leyes reales. Esta gran identificación podrá llegar a ser tanto
más íntima.*
TERCERA PARTE
CONDICIONES DEL ADVENIMIENTO DEL POSITIVISMO
(ALIANZA DE LOS PROLETARIOS Y DE LOS FILÓSOFOS)
LA ESCUELA POSITIVISTA Y LAS CIRCUNSTANCIAS
57. (...) Importa constatar la feliz correlación existente entre la filosofía positiva y
las actitudes discretas, pero empíricas, que la experiencia contemporánea advierte cada
vez más, así en los gobernados como en los gobernantes. Reemplazando de manera
directa con una poderosa corriente de pensamiento una estéril agitación política, el
positivismo explica y sanciona, tras un examen sistemático, la indiferencia o repulsa que
la razón pública y el buen juicio de los gobiernos coinciden en manifestar hoy acerca de
establecer seriamente instituciones propiamente dichas, en una época en que sólo
pueden surtir efectos provisionales o transitorios, por carencia de una base racional
adecuada, mientras persista la anarquía intelectual. Encaminada a eliminar al fin este
desorden fundamental, por las únicas vías que pueden superarlo, esta nueva filosofía
ha menester, ante todo, del mantenimiento continuo del orden material, tanto interno
como externo, sin el cual ninguna doctrina social podría ser convenientemente
aceptada, ni siquiera formulada de un modo suficiente. Se orienta, pues, a justificar y a
secundar la preocupación, muy legítima, que hoy inspira en todas partes el único gran
resultado político que sea de inmediato compatible con la situación actual, la cual, por
otra parte exígele una dedicación referente habida cuenta de las graves dificultades que
le suscita al plantear siempre el problema, insoluble a la larga, de mantener un cierto
orden político en el seno de un profundo desorden moral.
DIFUSIÓN UNIVERSAL DE LA ENSEÑANZA POSITIVA
59. Viendo de superar con acierto esta actitud espontánea de resistencias
diversas que presentan los intelectuales, la escuela positiva no puede encontrar otro
recurso general que lanzar una llamada directa y sostenida al buen sentido,
empeñándose desde ahora en propagar sistemáticamente, en la masa activa, los
medulares estudios científicos propios para suministrar a ella la base indispensable de
* Segunda parte. Versión de F. Larroyo.
su gran formación filosófica. Estos estudios preliminares, dominados hasta hora por un
espíritu de especialización empírico que rige las ciencias correspondientes, son
concebidos y dirigidos siempre como si cada uno de ellos tuviera por objeto principal
preparar para una cierta profesión exclusiva; lo cual impide la posibilidad, incluso en los
que tendrían más ocasión de ello, de abarcar varias, o, por lo menos, tantas como lo
exigiría la formación ulterior de sanas concepciones generales. Esto, empero, no
continuará así cuando tal instrucción se destine directamente a la educación universal,
que cambie por consecuencia su carácter y su dirección, a pesar de toda tendencia
contraria. Los más, en efecto, que no quieren hacerse geómetras, ni astrónomos, ni
químicos, etcétera, sienten de continuo la necesidad simultánea de todas las ciencias
fundamentales, reducida cada una a sus nociones esenciales (...). Así, la universal
difusión de los principales estudios positivos no tiene como único objeto satisfacer una
necesidad, ya muy acentuada en el público, al sentir que cada vez más las ciencias no
están reservadas exclusivamente para los sabios, sino que existen de preferencia para
todos. Gracias a una feliz reacción espontánea, un destino semejante, una vez
desarrollado, deberá mejorar radicalmente el espíritu actual, al despojarlo de su
especialismo ciego y dispersivo, haciéndole adquirir poco a poco el verdadero carácter
filosófico indispensable a su principal misión (...).
60. Pero para lograr todo esto hay que tomar en cuenta a todas las inteligencias,
no sólo a una clase social por numerosa que sea (...). Es de sobra importante, por ello,
que la nueva escuela filosófica desarrolle, desde su origen y todo cuanto pueda, el
carácter grandioso de universalidad social, que, con vistas a su principal destino,
constituirá su mayor fuerza contra toda resistencia que encuentre en el camino.
ORDEN DE LOS ESTUDIOS. LEYES DE LA CLASIFICACIÓN
Y DE LA ENCICLOPEDIA JERÁRQUICA DEL SABER
68. Se ha explicado de manera suficiente la importancia principal que tiene en la
actualidad la difusión universal de los estudios positivos, ante todo entre los proletarios,
para establecer, en lo sucesivo, un necesario punto de apoyo, mental y social a la vez,
del saber filosófico que determinará gradualmente la reorganización espiritual de las
sociedades modernas. Tal explicación, empero, sería incompleta, e incluso insuficiente,
si la última parte de este Discurso no se dedicara a fijar el orden fundamental y propio
de éste orden de estudios.
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69. El dicho orden ha de cumplir dos condiciones esenciales, dogmática una,
histórica otra, cuya convergencia es obligado reconocer. La primera reside en ordenar
las ciencias en su sucesiva dependencia, de manera que cada una de ellas se apoye
en la inmediata anterior y prepare la siguiente. La segunda, ve de disponerlas a tenor
de la marcha de su aparición efectiva, pasando sin excepción de las más antiguas a las
más recientes. La equivalencia natural de estas dos vías enciclopédicas procede de la
fundamental idoneidad existente entre la evolución individual y la evolución colectiva,
las cuales, merced a su común origen de una finalidad semejante y un mismo agente,
ofrecen etapas correspondientes, salvo variaciones de duración, de intensidad y de
ritmo de movilidad, inseparables de la desemejanza de los dos organismos. Todo ello
permite concebir estos dos modos a manera de dos aspectos correlativos de un solo
principio enciclopédico, pudiendo emplearse aquel que en cada caso revele mejor las
relaciones por considerar, y la admirable facultad de poder comprobar por uno cuanto
resulte por el otro.
70. (...) La ley de clasificación reside en clasificar las diferentes ciencias,
fundándose en la naturaleza de los fenómenos estudiados, según su generalidad y su
independencia crecientes o su complejidad en aumento, de donde resultan estudios
cada vez menos abstractos y cada vez más difíciles, pero asimismo cada vez más
elevados y completos, merced a su vínculo más íntimo con el hombre, mejor dicho con
la Humanidad, meta final de todo el sistema teórico... *
* Parte tercera. Versión de F. Larroyo.
SISTEMA DE POLÍTICA POSITIVA
TRATADO DE SOCIOLOGÍA QUE INSTITUYE LA RELIGION DE LA HUMANIDAD
ANÁLISIS
No hay duda. En el Discurso sobre el espíritu positivo se depuran algunos
conceptos del Curso de filosofía positiva, pero se mantiene en su conjunto el cuadro de
ideas de éste. No ocurre lo propio en la nueva obra, el Sistema de política positiva.
Aquí tiene efecto una innegable evolución del pensamiento, señaladamente en la
concepción y sentido de la sexta ciencia, la física social; evolución que aho ra se
subraya con el nombre reiterado de sociología. Hay que enfatizar que este tránsito
evolutivo de ideas, no es, no con mucho, una revolución de la doctrina; se limita a una
mudanza con vistas en parte mayor al tema de la religión.
Ya se dijo (en el Estudio preliminar): si en el Curso la filosofía se concibe como
una enciclopedia del saber metódicamente organizado, en el Sistema el centro de
gravitación es la religión, y la sociología, el vehículo para instituirla. Dicho en otro giro:
se va proyectando la filosofía como doctrina de la religión, o, por lo menos, haciendo de
ésta el ángulo de reflexión del sistema entero. En todo caso, el Catecismo positivista
radicaliza la proyectada idea, con una dogmática, un ritual e incluso un calendario, el
Calendario positivista.
La doctrina histórica de los tres estados y de las ciencias positivas se mantiene,
pero se capitaliza. Se hace dar de sí a la sociología como ciencia positiva del orden y
progreso humanos sus mayores rendimientos. Aflora la moral como destacada
disciplina científica en la enciclopedia del saber. Se habla ahora, en efecto de una
escala enciclopédica de siete grados; matemáticas, astronomía, física, química,
biología, sociología como filosofía de la humanidad. El positivismo integral es teoría de
la unidad y concordia del género humano, ello es, religión de la Humanidad. ¿No se
trata de una filosofía de la praxis, de la praxis religiosa?
El Sistema de política positiva o tratado de sociología que instituye la religión de
la humanidad, 4 tomos, fue editado de 1851 a 1854. El tema a que alude esta obra ya
había sido perfilado en la inicial etapa de su desarrollo en un breve trabajo de 1824.
Asó, una vez más se confirma la idea de que la evolución del pensar comtiano tuvo un
origen complejo, saturado de múltiples incitaciones.
La tarea emprendida el en Sistema se advierte en un Prefacio del tomo I (julio de
1851), que contiene un Discurso preliminar sobre el conjunto del positivismo, expuesto
ya en un amplio estudio (de más de 300 págs.), en 1848, y una Introducción, que Comte
califica de científica y lógica a la vez.
El Discurso preliminar, a su turno, ofrece un Preámbulo general, cinco partes y
una Conclusión. La filosofía positiva tiene la tarea de sistematizar toda la existencia
humana, individual y social. Contempla en unidad el pensar, el sentir y el actuar
humanos. De ahí que el positivismo reflexione por igual sobre la teoría y la práctica y
vea cómo la vida intelectual y la existencia política y religiosa se penetran mutuamente.
Una vez bien descritos los elementos fundamentales del positivismo (1ª parte) se
inquiere el destino social a que está llamado (2ª parte), mostrado en seguida la eficacia
popular de la nueva doctrina (3ª parte), su influencia femenina (4ª parte), para conc luir
con la dimensión estética de él (5ª parte). La Conclusión general lleva en derechura a
la idea de la religión de la humanidad.
La Introducción comprende tres capítulos y un apéndice. En ella se trata de
mostrar que las leyes aplicables en las ciencias de la naturaleza rigen también en la
vida social (Cap. I). Con todo, hay especificaciones. En el Capítulo II se habla de la
Cosmología (matemáticas, astronomía, física, química) o estudio indirecto,
esencialmente analítico y en el Capítulo III, de la Biología, estudio directo,
predominantemente sintético, y en donde se discurre sobre la naturaleza bio-social del
hombre. El Apéndice es un Discurso fúnebre sobre Enrique Ducrotay de Blainville
(1777-1850), destacado naturalista francés, colaborador y continuador de Cuvier (17691832), el creador de la anatomía comparada y de la paleontología.
Al hilo de la idea de la unidad de las ciencias y de su método, el tomo II (mayo de
1852) del Sistema se ocupa de la Estática social o tratado abstracto del orden humano.
(El mencionado tomo se distribuye en un Prefacio, siete amplios capítulos y una
Conclusión). El primero de los capítulos ofrece la teoría de la religión. De las dos
tendencias del hombre, la egoísta y la altruista, la vida religiosa se desenvuelve gracias
a la benevolencia universal. La doctrina positiva de la religión es el estudio de la
concordia de la Humanidad. La meta de la sociología como ciencia positiva es mostrar
la necesidad de la armonía humana (Cap. I). “Hay una tendencia social, irresistible de
la naturaleza humana” que contrasta con otra tendencia, de señalado carácter
intelectual, de la posesión material. Una suerte de síntesis de ambas actitudes hace
posible la sociabilidad (Cap. II). La familia (objeto de estudio del Cap. II de la Estática
social), constituye la primera base esencial del espíritu social. La familia no el individuo
aislado, representa el elemento social. La sociedad es un organismo viviente que
emana del germen familiar (organicismo). De parecida manera que la propiedad
material es una constante de la sociedad, el lenguaje (Cap. IV) es principio de toda
actividad asociada y de cooperación, en base de su fuerza comunicativa. Permite,
entre otras cosas, la formación del capital cultural. El cuerpo social tiene sus órganos;
es, en conjunto, como se reitera, un organismo. La Estática social como anatomía de la
sociedad tiene que describir sus instituciones constantes (Cap. V). Mas ¿Cómo es
dable a la luz del positivismo la existencia y permanencia de la sociedad? La respuesta
yace en el hecho de la educación, cuyos fines (la solidaridad, la obediencia y la
previsión) han de estar garantizados por la autoridad ejercida por sabios y sacerdotes
(Cap. VI). ¿Hasta dónde es posible tal hecho? El Cap. VII examina los límites
generales de ello. En la Conclusión vuelve al tema religioso. Hace ver que la religión
no es el vínculo del hombre con Dios, sino el principio unificador de los individuos entre
sí.
El tomo III (agosto de 1853), está dedicado a la Dinámica social o sea el tratado
general del progreso humano. El propio Comte, que apela consecuentemente al
método comparativo e histórico, llama también a esta parte de la sociología Filosofía de
la historia. El tomo se desenvuelve en un Prefacio (con un Apéndice que aborda cuatro
asuntos) un Preámbulo general, siete capítulos (cada uno importante de cuyo, y en
donde expone lo sustancial) y una Conclusión general. Se inicia la exposición con la
teoría positiva de la evolución humana, o leyes generales del movimiento intelectual y
social (Cap. I). La naturaleza humana, diferente de las oras especies animales, posee
facultades que la llevan a un desarrollo constante llamado progreso. Éste se especifica
en leyes, las leyes del progreso intelectual, del progreso afectivo y de la actividad. El
fetichismo, claro está, es una manifestación de la naturaleza humana, a mera de un
régimen espontáneo de la humanidad (Cap. II). El politeísmo asimismo es efecto de
intrínsecas posibilidades humanas como lo pone de relieve su carácter conservador en
Oriente, primero (Cap. III), y después el politeísmo intelectual, propio de la civilización
griega (Cap. IV) y el politeísmo social en la época de la incorporación romana (Cap. V).
Gracias también a la naturaleza humana, surge más tarde la tercera fase del estado
teológico, el monoteísmo, época del catolicismo feudal o aparición general del
monoteísmo defensivo (Cap. VI). El Cap. VII expone la teoría positiva de la revolución
occidental en los tiempos modernos, poniendo de relieve la constante social del
progreso humano.
El tomo IV (agosto de 1854) contiene un panorama del porvenir de la humanidad.
Consta de un Prefacio, un Apéndice al Prefacio que incluye todas las Circulares,
denominación de Comte bajo los cuales lanza exhortaciones que propician, a su juicio,
la transición final de la república occidental formada por el libre acuerdo de los pueblos
más avanzados, a saber, el inglés, el alemán, el italiano y el español, un Preámbulo
general, cinco capítulos, doctrinarios, una Conclusión general del tomo IV, una
Conclusión general del Sistema de política positiva, una Invocación general y una
Bibliografía positivista del siglo XIX.
Sobre los cimientos puestos en la sociología, estática y dinámica, levanta ahora
el autor la doctrina de la religión. El dogma central es la Humanidad, que ocupará el
lugar de Dios, como teoría fundamental del Gran Ser, definido como el conjunto de los
seres pasados, presentes y futuros que concurren a perfeccionar el orden universal. Al
paso que la teocracia y teolatría reposaron en la teología, la sociología constituye la
base de la nueva religión, que es sociocracia y sociolatría (Cap. I). En el Cap. II habla
del culto de la nueva religión cuyo uno de sus pilares es la existencia efectiva del
hombre vinc ulándolo así a la vida del arte. El dogma positivo se radicaliza en la
existencia teorética (Cap. III). Síntesis final del culto lo brinda la existencia volitivoactiva del hombre (Cap. IV). Un ejemplo lo suministra el tópico de los sacramentos.
“Los nueve sacramentos sociales en que la religión positiva santifica las fases
generales de la vida privada, ligándolas a la vida pública son: la presentación, la
iniciación, la admisión, la destinación, el matrimonio, el retiro, la transformación y la
incorporación”. La filosofía positiva es inseparable de la vida. El presente Ens.
Integridad es la combinación de futuro y pasado. Comte, desde este ángulo, reflexiona
sobre el paso o transición de la época (Cap. V).
Tras la Conclusión general del tomo IV en particular, la Conclusión total del
Sistema de la Política positiva en general, y una Invocación final, a favor de la doctrina,
enlista el autor una bibliografía de orientación positivista existente hacia los cincuenta.
La llama Biblioteca positivista en el siglo XIX.
El texto regulativo del Système de politique positive, ou Traité de sociologie
instituant la religión de l’Humanité, 4 volúmenes, es la de la inicial edición, reeditada al
cuidado de la Sociedad Positivista, que presidió Pierre Laffite, París , 10, rue Monsier-lePrince.
MISION DEL POSITIVISMO. CIENCIA Y POLÍTICA
En esta serie de visiones sistemáticas sobre el positivismo, caracterizaré primero
sus elementos fundamentales, después sus bases necesarias y finalmente su
complemento esencial. Por somera que deba ser esta triple apreciación, espero que
baste para superar definitivamente las prevenciones excusables más empíricas. Todo
lector bien preparado podrá constatar de este modo que la verdadera doctrina general,
que aún parece no poder satisfacer más que a la razón, no es en el fondo menos
favorable al sentimiento, e incluso a la imaginación.*
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El positivismo se compone esencialmente de una filosofía y de una política,
necesariamente inseparables, como formando la una la base y la otra el fin de un
mismo sistema universal, en el que la inteligencia y la sociabilidad se hallan
íntimamente combinadas. En efecto, por una parte, la ciencia social no es sólo la más
importante de todas, sino que sobre todo proporciona el único lazo, a la vez lógico y
científico, que desde ahora soporta el conjunto de nuestras contemplaciones reales.1
Ahora bien, esta ciencia final, aun menos que cada una de las ciencias preliminares,
puede desarrollar su carácter verdadero con una exacta armonía general con el arte
correspondiente. Mas por una coincidencia, en modo alguno fortuita, su fundación
teórica se halla inmediatamente después de una destinación práctica, para presidir hoy
día la total regeneración de Europa Occidental. Y, por otra parte, a medida que el curso
natural de los acontecimientos caracteriza la gran crisis moderna, la reorganización
política se presenta cada vez más como necesariamente imposible sin la reconstrucción
precedente de las opiniones y de las costumbres. Una sistematización real de todos los
pensamientos humanos constituye, pues, nuestra primera necesidad social,
análogamente referente al orden y al progreso. La realización gradual de esta vasta
elaboración filosófica hará surgir espontáneamente en todo el Occidente una nueva
autoridad moral, cuyo inevitable ascendiente instaurará la base directa de la
reorganización final, uniendo los diversos pueblos, adelantados mediante una misma
educación general, que suministrará en todas partes, tanto en la vida pública como en
la privada, principios fijos de juicio y de conducta. Así es como el movimiento intelectual
y la conmoción social, cada vez más solidarios, conducirán, a partir de ahora, a la élite
de la Humanidad al advenimiento decisivo de un verdadero poder espiritual, a un tiempo
más consistente y más progresivo que aquel cuyo esbozo admirable intentó
prematuramente la Edad Media.
*Palabras iniciales al Discurso preliminar sobre el conjunto del positivismo, incluido en el Sistema de
política positiva, tomo I.
1 El establecimiento de este gran principio constituye el resultado más esencial de mi Sistema de filosofía
positiva. Aun cuando los seis volúmenes de esta obra hayan aparecido todos, de 1830 a 1842, bajo el
título de Curso (sugerido por la elaboración oral que preparó en 1826 y 1829 este fundamental tratado),
siempre lo he calificado después de Sistema, para mejor señalar su verdadero carácter. En espera de
que una segunda edición regularice esta rectificación, espero que esta advertencia especial prevendrá
cualquier equivocación a este respecto.
Tal es, pues, la misión fundamental del positivismo, generalizar la ciencia real y
sistematizar el arte social. Estas dos caras inseparables de una misma concepción
serán caracterizadas sucesivamente en las dos primeras partes de este Discurso,
indicando primero el espíritu y general de la nueva filosofía, y después su conexión
necesaria con el conjunto de la gran revolución cuya terminación orgánica viene a
dirigir.*
LA FILOSOFÍA, GUÍA DE LA POLÍTICA
La verdadera filosofía, se propone sistematizar, en la medida de lo posible, toda
la existencia humana, individual y sobre todo colectiva, contemplada simultáneamente
en los tres órdenes de fenómenos que la caracterizan –pensamientos, sentimientos y
actos-. En todos estos aspectos, la evolución fundamental de la humanidad es
necesariamente espontánea, y la apreciación exacta de su desenvolvimiento natural es
lo único que puede aportarnos la base general de una sabia intervención. Pero las
modificaciones sistemáticas que podemos introducir en ella tienen, sin embargo, suma
importancia, para disminuir mucho las desviaciones parciales, los retrasos funestos y
las grandes incoherencias, propias de un impulso tan complejo, si quedase totalmente
abandonado a sí mismo. La realización continua de esta indispensable intervención
constituye el dominio esencial de la política. Sin embargo, su verdadera concepción no
puede emanar jamás sino de la filosofía, que perfecciona sin cesar la determinación
general de aquélla. En relación con este común destino fundamental, el servicio propio
de la filosofía consiste en coordinar entre sí todas las partes de la existencia humana,
con el fin de reducir el concepto teórico a una unidad total. Una síntesis tal sería real
sólo en cuanto representa exactamente el conjunto de relaciones naturales, cuyo
estudio juicioso se convierte así en condición previa de esta construcción. Si la filosofía
intentase influir directamente sobre la vida activa por otro camino, distinto de esta
sistematización, usurparía malignamente la misión necesaria de la política, único
árbitro legítimo de toda evolución práctica. Entre estas dos funciones principales del
gran organismo, el vínculo continuo y la separación normal residen a la vez en la moral
sistemática, que constituye naturalmente la aplicación característica de la filosofía y la
guía general de la política.**
APRECIACIÓN DEL MATERIALISMO
Le importa más a la nueva filosofía esclarecer la grave imputación de
materialismo que necesariamente le atrae su indispensable preámbulo científico.1
* Tomo I, Discurso preliminar. Versión de Carmen Castro.
** Tomo I, Discurso preliminar. Versión de A. Leal.
1
En los párrafos anteriores toma partido Comte respecto del ateísmo (Nota de F. Larroyo).
Dejando a un lado toda vana discusión sobre los misterios impenetrables, mi teoría
fundamental de la evolución humana me permite caracterizar netamente lo que hay de
real en el fondo de estos detalles confusos.
El espíritu positivo, durante mucho tiempo limitado a los más simples estudios,
no habiendo podido extenderse a los más eminente sino por una sucesión espontánea
de grados intermedios, ha debido realizar cada una de sus nuevas adquisiciones,
primero bajo el ascendiente exagerado de métodos y doctrinas propias al dominio
anterior. En semejante exageración consiste, a mis ojos, la aberración científica a la
que el instinto público aplica con justicia el calificativo de materialismo, porque, en
efecto, tiende a degradar siempre las más nobles especulaciones, asimilándolas a las
más groseras. Semejante usurpación era tanto más inevitable cuanto que se apoya en
todas partes en la necesaria dependencia de los fenómenos menos generales con
respecto a los generales, de donde resulta una influencia legítima deductiva por la que
cada ciencia participa en la evolución continua de la ciencia siguiente, cuyas especiales
inducciones no podrían adquirir de otro modo suficiente racionalidad. Así, toda ciencia
ha tenido que luchar mucho tiempo contra las invasiones de la precedente; y estos
conflictos subsisten aún, incluso hacia los estudios más antiguos. No puede cesar por
completo más que bajo la universal disciplina de la filosofía, que hará prevalecer en
todas partes un justo sentimiento habitual de las verdaderas relaciones enciclopédicas,
tan mal apreciadas por el empirismo actual. En este sentido, el materialismo constituye
un peligro inherente a la iniciación científica; tal como hasta aquí ha venido
realizándose, cada ciencia tiende a absorber a la siguiente en nombre de un positivismo
más antiguo y mejor instaurado. El mal es, pues, más profundo y más extenso de lo
que suponen la mayoría de quienes lo deploran. Hoy día no se nota más que con
respecto a las más elevadas especulaciones que, en efecto, participan más de ellos
porque padecen más la invasión de todas las otras; pero existe también, en grados
diversos, para un elemento cualquiera de nuestra jerarquía científica, sin tan siquiera
exceptuar su base matemática, que parecía estar naturalmente preservada. Una
verdadera filosofía reconoce el materialismo tanto en la tendencia del vulgo de los
matemáticos actuales a absorber la Geometría o la Mecánica en el cálculo como en la
usurpación más pronunciada de la Física por el conjunto de la Matemática, o de la
Química por la Física, sobre todo de la Biología por la Química, y, finalmente, en la
disposición constante de los biólogos más eminentes a concebir la ciencia social como
un simple corolario o apéndice de la suya. En todas partes hay el mismo vicio radical:
el abuso de la lógica deductiva, y el mismo resultado necesario: la inminente
desorganización de los estudios superiores bajo la ciega dominación de los inferiores.
Todos los científicos propiamente dichos son hoy día más o menos materialistas, según
la simplicidad y la generalidad más o menos pronunciada de los fenómenos
correspondientes. Los geómetras se hallan así más expuestos a esta aberración, con
arreglo a sus tendencias involuntarias a constituir la unidad especulativa por el
ascendiente universal de las contemplaciones más groseras numéricas, geométricas o
mecánicas. Pero los biólogos que reclaman más contra semejante usurpación,
merecen, a su vez, los mismos reproches cuando pretenden, por ejemplo, explicarlo
todo en sociología por las influencias puramente secundarias de clima o de raza, puesto
que desconocen entonces las leyes fundamentales, que sólo puede descubrir una
combinación directa de las inducciones históricas.
Esta apreciación filosófica del materialismo explica a un tiempo la fuente natural
y la profunda injusticia de la grave equivocación cuya corrección decisiva explico aquí.
Lejos de ser, el verdadero positivismo, favorable en modo alguno a estas peligrosas
aber5raciones, se ve, por el contrario que sólo puede disiparlas irrevocablemente por su
actitud exclusiva en procurar una justa satisfacción a las tendencias muy legítimas de
las que no ofrece más que una empírica exageración. Hasta aquí, el mal no se ha
contenido más que por la resistencia espontánea del espíritu teológico-metafísico; y
este oficio provisional ha constituido el destino, insuficiente, aun cuando indispensable,
del espiritualismo propiamente dicho. Mas tales obstáculos no podían impedir la
enérgica ascensión del materialismo, investido así, a ojos de la razón moderna, de un
cierto carácter progresivo, por su prolongada amistad con la justa insurrección de la
Humanidad contra un régimen que se había hecho retrógrado. Así, a pesar de estas
protestas impotentes, la dominación opresiva de las teorías inferiores compromete
mucho hoy la independencia y la dignidad de los estudios superiores. Satisfaciendo
más allá de toda posibilidad anterior lo que hay de legítimo en las pretensiones
opuestas del materialismo y del espiritualismo, el positivismo las rechaza
irrevocablemente a la vez, launa como anárquica, la otra como retrógrada. Este doble
servicio, resulta espontáneamente de la simple fundamentación de la verdadera
jerarquía enciclopédica, que asegura a cada estudio elemental su libre florecer
inductivo, sin alterar su subordinación deductiva. Pero esta conciliación fundamental
será debida sobre todo a la preponderancia universal, lógica y científica, que sólo la
nueva filosofía podía procurar desde el punto de vista social. Haciendo prevalecer de
este modo las especulaciones más nobles, donde la tendencia materialista es la más
peligrosa y también la más inminente, se representa directamente como no menos
retrasada ahora ya que su antagonista, puesto que dificultan igualmente la elaboración
de la ciencia final. Por aquí, esta doble eliminación se halla incluso ligada al conjunto
de la regeneración social, que puede sola dirigir un conocimiento exacto de las leyes
naturales propias a los fenómenos morales y políticos. Pronto tendré ocasión de hacer
ver también cómo el materialismo sociológico perjudica hoy día al verdadero arte social,
como predisponiendo a desconocer su principio más fundamental, la división
sistemática de dos potencias, espiritual y temporal, que se trata sobre todo de hacer
ahora inalterable, volviendo a forjar sobre mejores bases la admirable construcción de
la Edad Media. Se reconocerá de este modo que el positivismo no se halla menos
radicalmente opuesto al materialismo por su destino político que por su carácter
filosófico.*
FATALISMO Y OPTIMISMO
(...) Cuando cualquier pasa del régimen de las voluntades al régimen de las
leyes, el contraste de su regularidad final con su inestabilidad primitiva debe presentar
primero un carácter de fatalidad que no puede desaparecer después más que por una
apreciación muy profunda del verdadero espíritu científico. Esta equivocación es tanto
* Tomo I, Discurso preliminar.
menos evitable cuanto nuestro tipo inicial de leyes naturales se refiere a fenómenos
inmutables por nosotros; aquellos de los movimientos celestes, que nos recuerdan
siempre una necesidad absoluta, que no puede uno dejar de extender a los suceso más
complejos, a medida que se introduce en ellos el método positivo. Concebirlos
desprovistos de todo límite equivaldría, en efecto, a la total negación de las leyes
naturales. Pero, explicando así la inevitable imputación de fatalismo que se dirigió
siempre a las nuevas teorías positivas, se ve igualmente que la ciega persistencia de
semejante reproche indica hoy día una apreciación muy superficial del verdadero
positivismo. Porque si, para todos los fenómenos, el orden natural es inconmovible en
sus principales disposiciones, para todos también, excepto para los del cielo, sus
disposiciones secundarias son tanto más modificables cuanto se trata de efectos más
complicados. El espíritu positivo, que debió ser fatalista mientras se limitó a los estudios
matemático-astronómicos, perdió necesariamente este primer carácter al extenderse a
las investigaciones fisicoquímicas, y sobre todo a las especulaciones biológicas, donde
se hacen tan considerables las variaciones. Al elevarse finalmente hasta el dominio
sociológico, debe hoy dejar de inc urrir en el reproche que mereció en su infancia,
puesto que su principal ejercicio se referirá, de ahora en adelante, a los fenómenos más
modificables, sobre todo por nuestra intervención. Es, pues, evidente, que lejos de
invitarnos al torpor, el dogma positivo nos empuja a la actividad, especialmente social,
mucho más que no hizo el dogma teológico. Disipando todo escrúpulo vano y todo
recurso quimérico, no podemos intervenir más que en caso de imposibilidad constatada.
La acusación de optimismo está aun menos fundada que la precedente; porque
esta tendencia no ofrece, como la otra, cierta solidaridad inicial con el espíritu positivo.
Por el contrario, su origen es puramente teológico: su influencia decrece siempre a
medida que se desarrolla la positividad. Aun cuando los fenómenos inmodificables del
cielo nos sugieran naturalmente la idea de perfección tanto como la necesidad, su
simplicidad manifiesta de tal modo los vicios del orden real que jamás el optimismo
hubiera buscado allí sus principales argumentos, si el primer bosquejo de sus teorías no
hubiera podido realizarse bajo el régimen monoteico, que necesariamente hacía
suponer una sabiduría absoluta. Con arreglo a la teoría de la evolución sobre la que
descansa hoy el positivismo sistemático, la filosofía nueva se opone espontáneamente
cada vez más al optimismo tanto como al fatalismo a medida que abarca
especulaciones más complicadas, donde las imperfecciones de la economía natural se
notan más, así como sus modificaciones. Son, pues, los estudios sociales los que
menos merecen esta imputación, así como tampoco merecían la otra. Si aún parece
motivada, no se debe hoy día más que a una insuficiente introducción del verdadero
espíritu científico, por pensadores que no podían conocer suficientemente su naturaleza
y sus principios. A falta de una preparación lógica conveniente, en nuestros días se ha
abusado a menudo, en efecto, de un carácter propio a los de los fenómenos sociales
para presentar como absoluta una sabiduría espontánea que solamente es superior a lo
que comportaría su grado de complicación. En cuanto debidos a seres inteligentes, que
tienden siempre a corregir las imperfecciones de su economía colectiva, estos
fenómenos deben ofrecer un orden menos imperfecto que si, con igual complicación
sus agentes pudieran ser ciegos. La verdadera noción del bien se refiere siempre al
estado social correspondiente, y es imposible que cada situación y cada cambio
cualquiera no sea, en ciertos respectos, justificable, sin lo cual se harían
inmediatamente inexplicables, como contrarios a la naturaleza de los seres y a la de los
acontecimientos. Tales son los motivos naturales que mantiene hoy día una peligrosa
tendencia al optimismo político entre los pensadores, incluso eminentes, a los que una
severa educación científica no ha preparado para que se liberaran bastante de las
costumbres teológico metafísicas hacia las más elevadas especulaciones. En la
armonía espontánea de cada régimen con la civilización correspondiente, su vaga
apreciación supone una perfección quimérica. Pero sería injusto atribuir al positivismo
aberraciones evidentemente contrarias a su verdadero espíritu, y debidas tan sólo a la
insuficiente preparación lógica y científica de quienes han abordado hasta ahora las
cuestiones sociales. La obligación de explicarlo todo no conduce a justificar que
quienes no saben, en Sociología distinguir la influencia de las personas de la de las
situaciones.
FUNCIONES DEL POSTIVISMO
Considerando en su conjunto esta resumida apreciación del espíritu fundamental
del positivismo, debe sentirse ahora que todos lo caracteres esenciales de la nueva
filosofía se resumen espontáneamente por la calificación que le apliqué desde su
nacimiento. Todas nuestras lenguas occidentales concuerdan, en efecto, en indicar
mediante la palabra positivo, y sus derivados, los dos atributos de realidad y de utilidad,
cuya sola combinación bastaría para definir desde ahora el verdadero espíritu filosófico,
que en el fondo no puede ser más que el sentido generalizado y sistematizado. Este
mismo término recuerda también, en Occidente, las cualidades de certeza y precisión
por las que se distingue profundamente la razón moderna de la antigua. Una última
acepción universal caracteriza sobre todo la tendencia directamente orgánica del
espíritu positivo, de manera que lo separa, a pesar de la alianza preliminar, del simple
espíritu metafísico, que jamás pudo ser más que crítica: así se anuncia el destino social
del positivismo para reemplazar al teologismo en el gobierno espiritual de la
Humanidad.
Esta quinta significación del título esencial de sana filosofía conduce
naturalmente al carácter siempre relativo del nuevo régimen intelectual, puesto que la
razón moderna no puede dejar de ser crítica, con respecta al pasado, más que
renunciando a todo principio absoluto. Cuando el público occidental haya sentido esta
última conexión, no menos real que las precedentes, aun cuanto más oculta, positivo se
hará, en todas partes inseparable de relativo, como es hoy día de orgánico, de preciso,
de cierto, de útil, de real. En esta condensación gradual de los principales títulos de la
verdadera sabiduría humana en torno a una feliz denominación, no quedará ya pronto
más que desear que la reunión, necesariamente más tardía, de los atributos morales a
los simples caracteres intelectuales. Aun cuando éstos hayan sido hasta ahora sólo
recordados por esta fórmula decisiva, la marcha natural del movimiento moderno
permite asegurar que la palabra positivo tomará finalmente un destino aún más relativo
al corazón que al espíritu. Esta última extensión se realizará cuando se hay apreciado
dignamente cómo, en virtud de esta realidad que la caracteriza sólo en un primer
momento la impulsión positiva conduce hoy día a hacer prevalecer sistemáticamente el
sentimiento sobre la razón, y sobre la actividad. Mediante tal transformación, el nombre
de filosofía no hará, por lo demás, sino recobrar para siempre el noble destino inicial
que siempre recuerda su etimología, y que no se hecho plenamente realizable más que
después de la reciente conciliación de las condiciones morales con las condiciones
mentales, por la fundación definitiva de la verdadera ciencia social.*
EL ARTE. SU NATURALEZA
Caracterizada la filosofía positiva y su destino social, única capaz de concluir la
revolución, se ha mostrado cómo su promoción sistemática debe lograr la activa
colaboración de los proletarios y la profunda simpatía de las mujeres (...). Precisa
coordenar razón, sentimiento e imaginación. He ahí el estado normal de nuestra
naturaleza, dentro de la cual las funciones estéticas revisten tal importancia que no
pueden ser omitidas en el régimen final de la Humanidad.
......................................................................
Reside el arte en una representación mental de lo existente, destinada a cultivar
nuestra innata tendencia a la perfección. Su campo es tan extenso como el de la
ciencia. Ciencia y arte abarcan a su manera el conjunto de las realidades que la
primera conoce y el segundo embellece. Sus respectivas contemplaciones siguen el
mismo curso natural; a tenor de mi ley enciclopédica, se elevan de las especulaciones
más simples y externas a las más complicadas y humanas. Así, la gradación
fundamental de lo verdadero, establecida en la segunda parte, debe constituir también
la de lo bueno y coincidir con la de lo bello, instituyendo la más íntima armonía entre las
tres grandes creaciones de la Humanidad: la filosofía, la política y la poesía.**
EL ARTE. SU FUNCIÓN
Al hacer consistir la principal satisfacción de cada uno en cooperar a la felicidad
de los demás, el positivismo convoca al arte a su mejor destino; el cultivo de los
sentimientos benevolentes, mucho más estéticos que los instintos de odio y opresión
que hasta hora exaltó. Siendo este cultivo nuestro objeto principal, la poesía se halla
directamente incorporada al conjunto del régimen definitivo y adquiere así una dignidad
antes imposible.
Se comprende así cómo constituye el arte la representación más completa, a la
vez que la más natural, de la unidad humana, ya que se enlaza directamente con los
tres órdenes de nuestros fenómenos característicos: sentimientos, pensamientos y
* Sistema I. Discurso preliminar. Versión de C. Castro.
** Tomo I. Versión de F. Larroyo.
actos. Su fuente está en el primero, aun más evidentemente que la de nuestras otras
dos creaciones generales; tiene por base el segundo y por objeto el tercero. De aquí su
feliz aptitud para actuar indistintamente sobre todas las partes de nuestra existencia
personal o social y su privilegio exclusivo de entusiasmar igualmente a todas las
jerarquías y a todas las edades. El arte devuelve suavemente a la realidad las
contemplaciones demasiado abstractas del teórico, a la vez que estimula noblemente al
práctico a las especulaciones desinteresadas. Su naturaleza intermedia le hace más
indicado para cultivar el natural intercambio entre el efecto y la razón. Es igualmente
apropiado para estimular el sentimiento en los que ejercitan demasiado la inteligencia, y
para desarrollar el gusto por la contemplación en las armas más afectuosas.
LAS BELLAS ARTES
Para que la filosofía del arte quede caracterizada en todos sus aspectos
estáticos, hay que indicar cuá l es la jerarquía estética.
Como intermediaria
enciclopédica que es entre la jerarquía teórica y la práctica, descansa también sobre el
mismo principio fundamental de generalidad decreciente que desde hace mucho tiempo
he erigido en regulador universal de todas las clasificaciones positivas. Hemos
reconocido ya que tal principio proporciona una escala de lo bello esencialmente
equivalente a la que, establecida en principio para lo verdadero, era extendida en
seguida a lo bueno. Debemos aplicarle también a ordenar las diversas bellas artes, de
acuerdo a una escala simultánea de concepción y de sucesión, análoga a la que
conviene al sistema científico y al industrial, según se ve en mi gran tratado filosófico.
Esta clasificación procede, en efecto, según la generalidad decreciente y la
energía creciente de nuestros diversos medios de expresión, que se van haciendo
paralela y gradualmente más técnicos. La serie estética, que en su término superior se
unía directamente con la teórica, vendrá a unirse, por su extremo inferior, con la
práctica, de acuerdo con la verdadera posición intelectual del arte entre la ciencia y la
industria. Haciéndose menos general y más técnico, el arte, aunque siempre relativo al
hombre, se refiere menos directamente a nuestros más eminentes atributos y propende
más hacia la naturaleza inorgánica, al expresar preferentemente la mera belleza
material.
Para constituir una jerarquía estética que cumpliera todas estas condiciones de
clasificación, hay que colocar a su cabeza, como base de todas las otras artes, la más
general y menos técnica: la poesía propiamente dicha. Aunque sus impresiones
propias sean las menos enérgicas, su dominio es, evidentemente, el más extenso, ya
que abarca toda nuestra existencia personal, doméstica y social.
......................................................................
Además de suponer más generalidad, espontaneidad y popularidad, el arte por
excelencia es también superior a las demás por su función característica: la ideación; es
la que más idealiza y la que menos imita. Por todo ello, el arte poética domina a las
demás, y su preeminencia resaltará más a medida que las predilecciones estéticas se
dirijan a la idealización sin acordar tanta importancia a la expresión. Las artes
especiales no la superan sino en este último aspecto; en dar más energía a sus
respectivos temas, que casi siempre toman de la poesía.
Este primer término estético puede facilitar la clasificación de los otros, que se
alinean espontáneamente de acuerdo a su afinidad propia para con él. Es preciso
distinguirlas según el sentido a que se dirigen, y el orden artístico resultará así conforme
con el que los biólogos, siguiendo a Gall, han establecido entre los sentidos especiales,
por su sociabilidad decreciente. Así pues, sólo tenemos dos sentidos verdaderamente
estéticos: el oído y la vista, únicamente susceptibles de elevarnos a la idealización.
Aunque el olfato sea de naturaleza bastante sintética, es demasiado débil en el hombre
para permitir efectos artísticos. Nuestros dos sentidos estéticos corresponden a los dos
modos de nuestro lenguaje natural: el vocal y el mímico. El primero posibilita el arte
musical, mientras el segundo, aunque menos estético, permite las tres artes relativas a
las formas. Éstas son más técnicas que la otra y su dominio es menos extenso, a la
vez que se apartan más de la influencia poética, con la que permaneció mucho tiempo
confundida la música. Puede, pues, distinguirse el arte primero por dirigirse a un
sentido cuya función es involuntaria, lo que contribuye mucho a hacer las emociones
más espontáneas y profundas, aunque menos determinadas, que cuando, a pesar de
uno, no es posible emocionarse. También difieren por referencia al tiempo y al espacio,
principales campos del arte de los sonidos y de las artes de la forma respectivamente,
ya que una expresa sobre todo la sucesión y las otras la coexistencia. Por todo ello, la
música constituye la primera de las artes especiales y el segundo término de nuestra
serie estética. Aunque la pedantería interesada exagere mucho sus requisitos técnicos,
la músico no exige ni para ser gozada ni para su producción un aprendizaje tan especial
como el reclamado por las otras tres artes especiales. Es también, en todo sentido,
más popular y más social.*
CIENCIAS ANALÍTICAS Y CIENCAS SINTÉTICAS
La filosofía positiva ha mostrado que la ley de los tres estados y la dosificación
de las ciencias, unidas, explican acertadamente los principios de la matemática, de la
astronomía, de la física, de la química, de la biología, y que tal explicación se impone
finalmente en el ámbito de la política en la constitución de la sociología.
Para hacerlo es necesario considerar a las ciencias ya como analíticas, ya como
sintéticas. Las ciencias de la naturaleza inorgánica (o cosmológicas), a saber, la
astronomía, la física y la química son analíticas, pues establecen leyes de fenómenos,
por separado. A la inversa en la biología no es posible explicar una función o un órgano
si no se considera la totalidad del ser vivo. Lo mismo es el caso de la sociología, ya
que su objeto de estudio, la sociedad, es un organismo.**
* Tomo I, Discurso preliminar. Versión de D. Náñez.
** Tomo I, Introducción. Versión de F. Larroyo.
RESUMEN DE LA TEORÍA CEREBRAL1
El conjunto de estos dieciocho órganos cerebrales constituye el aparato nervioso
central, que, por una parte, estimula la vida de nutrición, y por otra, coordena la vida de
relación, enlazando sus dos clases de funciones exteriores. Su región especulativa
comunica directamente con los nervios sensitivos, y su región activa con los nervios
sensitivos, y su región activa con los nervios motores. Pero su región efectiva no tiene
conexiones nerviosas sino correspondencia alguna incompleta como la de los sentidos
y mediata con el mundo exterior, que no se comunica con ella sino por medio de las
otras dos regiones. Este centro esencial de toda existencia humana, funciona
continuamente, en virtud del reposo alternativo de las dos mitades simétricas de cada
uno de sus órganos. En el resto del cerebro, la intermitencia periódica es tan de los
músculos. Así la armonía vital depende de la principal región cerebral, bajo cuyo
impulso las otras dos dirigen las relaciones, pasivas y activas, del animal con el medio.*
IMAGEN PÁGINA 96
CLASIFICACIÓN POSITIVA DE LOS DIECIOCHO FUNCIONES INTERIORES
DEL CEREBRO
1
Se incluye en este lugar el estudio de las funciones del cerebro de Comte, no sólo para ejemplificar su
doctrina del principio sintético de las ciencias, sino también porque el autor se refiere con frecuencia a
esta doctrina en sus reflexiones sobre el hombre y la sociedad (Nota de F. Larroyo).
* Version de Antonio Zozaya.
CONCEPTO Y DESARROLLO DE LA RELIGIÓN
Primitivamente espontánea, luego inspirada, después revelada, la religión,
finalmente viene a ser demostrada. Su constitución normal debe satisfacer a la vez el
sentimiento, fuentes respectivas de sus tres modos preparatorios. Además abrazará
directamente la actividad que no pudieron jamás consagrar ni el fetichismo ni sobre todo
el monoteísmo (…).
Ante todo debo aquí disipar la vaga incertidumbre que presenta aún la
significación general de la palabra religión. Los mejores espíritus confunden casi
siempre el fin esencial con los medios temporales. No se ha fijado su destinación
principal, alternativamente dirigida al sentimiento o a la inteligencia. Además la
pluralidad con frecuencia atribuida a este término indica bastante que su sentido
fundamental no fue jamás captado claramente.
En este tratado la religión será siempre caracterizada por el estado de plena
armonía propio de la existencia humana, tanto colectiva como individual, cuando todas
sus partes, sean las que sean, están dignamente coordinadas.
Esta definición, sólo común a los diversos casos principales, atañe igualmente al
corazón y al espíritu, cuyo concurso es indispensable a una tal unidad. La religión
constituye, pues, para el alma, un consenso normal exactamente comparable al de la
salud respecto al cuerpo. Según la íntima solidaridad entre lo moral y lo físico, la
aproximación de estos dos estados generales podría incluso extenderse hasta concebir
el segundo como mediatizado por el primero. Esta absorción estaría completamente
conforme al uso constante de las teocracias iniciales, en las que cada prescripción
higiénica emanaba de un precepto religioso. La separación creciente de las dos reglas
no fue más que un resultado pasajero de la descomposición necesaria del primer
régimen humano. Pero el orden final debía desarrollar mucho su conexión natural; esta
plenitud sistemática de la religión le es más propia que en la edad primitiva.
Una tal definición excluye toda pluralidad; de suerte que en adelante será tan
irracional suponer varias religiones como suponer que la salud puede ser varia. En uno
y otro caso, la unidad moral o física comporta solamente diversos grados de realización.
La evolución fundamental de la humanidad, como el conjunto de la jerarquía animal,
presenta, en todos los aspectos, una armonía más y más completa a medida que se
aproxima a los tipos superiores. Pero la naturaleza de esta unidad permanece siempre
la misma, a pesar de las desigualdades, sean las que sean, de su vuelo efectivo.
La sola distinción admisible tiende a los dos modos diferentes de nuestra
existencia, tanto individual como colectiva. Aunque vinculados cada vez más, estos dos
modos no serán jamás confundidos, y cada uno de ellos suscita una atribución
correspondiente de la religión. Este estado sintético consiste, de este modo, tanto en
regular cada existencia personal como en reunir las diversas individualidades. A pesar
de la importancia de esta distinción, no debe jamás desconocer el vínculo fundamental
de estas dos aptitudes. Su concurso natural constituye la primera noción general que
exige la teoría positiva de la religión, que no será sistemática si estas dos destinaciones
humanas no coinciden.
Pero su correspondencia espontá nea resulta de la identidad necesaria entre
todos los elementos respectivos de dos existencias. Nuestra vida personal y nuestra
vida social no pueden radicalmente diferir; su diferencia no es mas que de magnitud y
duración, jamás de principio.
Habiendo ya demostrado suficientemente la conexión necesaria de las dos
actitudes religiosas, podría, desde ahora, emplear alternativamente una u otra para
caracterizar la unidad humana. Su acuerdo fundamental no es, sin duda, plenamente
desarrollado más que bajo un positivismo definitivo, hacia el cual tiende la élite actual
de nuestra especie. En tanto prevalece el teologismo provisional, una de ellas domina a
la otra, según la naturaleza más o menos social de las creencias dirigentes. El
politeísmo unió mucho más que formó individualmente, mientras que el monoteísmo no
podía unir más que formando. Pero estas diversidades temporales hicieron por sí
mismas resaltar ya la vinculación normal de las dos aptitudes, en la que cada una se
hace así la base directa de la otra.
Esta primera noción empieza a construir la teoría general de la religión,
conciliando radicalmente las dos condiciones permanentes que deben y parecen
igualmente propias para definir el estado sintético. Yo debo por lo tanto proseguir en
una tal construcción para el examen, mas difícil y menos preparado; de las dos bases,
exterior e interior, cuya íntima combinación permite únicamente formar y unir.
Todo estado religioso exige el concurso de dos influencias espontáneas; una
objetiva, esencialmente intelectual; otra subjetiva, puramente moral. De este modo es
como la religión se relaciona, a la vez, con el razonamiento y el sentimiento, donde
aisladamente a cada uno le será imposible establecer una verdadera unidad, individual
o colectiva. Por una parte es preciso que la inteligencia nos haga concebir desde fuera
una potencia bastante superior para que nuestra existencia deba subordinársele
siempre. Pero, por otro lado, es igualmente indispensable estar interiormente animado
de una afección capaz de unir habitualmente todas las otras. Estas dos condiciones
fundamentales tienden naturalmente a combinarse, puesto que la sumisión exterior
secunda necesariamente la disciplina interior, que a su vez, se dispone a ello
espontáneamente.
LO OBJETIVO Y LO SUBJETIVO, EL GRAN DOGMA SOCIOLÓGICO
La extrema dificultad que presenta hoy día la condición intelectual lleva con
frecuencia a concebir la unidad humana sólo bajo la condición moral. Ésta, en efecto, es
el único sentimiento que lo mantiene habitualmente una cierta convergencia en medio
de la anarquía actual. Pero la imperfección, demasiado evidente, de tal orden, privado o
público, bastará para comprobar la insuficiencia necesaria de este principio exclusivo
para unir y para formar.
Aun cuando nuestra condición cerebral permitiera mayor preponderancia a
nuestros mejores instintos, su imperio habitual no establecería ninguna verdadera
unidad, especialmente activa, sin una base objetiva que a inteligencia sola puede
proporcionar. Cuando la creencia en un poder exterior se encuentra incompleta o
vacilante, los más puros sentimientos no impiden nunca inmensas divagaciones ni
profundas disidencias. ¿Qué será, pues, si se supone la existencia humana
enteramente independiente de lo externo? En esta quimérica hipótesis, además de que
nuestra actividad perdería así toda destinación real, nuestro mismo bienestar tomaría
un carácter vago, hasta que se agotaría por un ejercicio estéril e incoherente.
Para formarnos y unirnos, la religión debe pues, ante todo, subordinarnos a un
poder exterior, a cuya irresistible supremacía no falte ninguna certeza. Este gran dogma
sociológico no es, en el fondo, más que el pleno desarrollo de la noción
fundamentalmente elaborada por la verdadera biología sobre la subordinación
necesaria del organismo respecto al medio. A principios del siglo actual, esta
dependencia permanecía aún desconocida profundamente por los mas eminentes
pensadores. Su apreciación gradual constituye la principal adquisición científica de
nuestro tiempo (…).
La existencia de un orden inmutable constituye, pues, la primera base, a la vez
espontánea y sistemática, de la verdadera religión. Este dogma fundamental, sin el que
la unidad humana sería imposible, debe ser mirado como la mas preciosa adquisición
de nuestra inteligencia, descubriendo fuera el único punto de apoyo sólido que
comporta el conjunto de nuestra naturaleza individual o colectiva. La teoría positiva de
la religión tiene, pues, necesidad de caracterizar bien tal construcción, a la vez objetiva
y subjetiva, que sistematiza finalmente el gran dualismo filosófico, uniendo
irrevocablemente el hombre al mundo.
LA ARMONÍA SOCIAL
Aunque la principal fuente del dogma positivo sea enteramente independiente de
nosotros, nuestra inteligencia ejerce directamente una influencia continua sobre su
construcción efectiva. En principio esta gran noción exige tanto un espíritu que la
perciba como un mundo que la presente, como Kant ha visto justamente. Por ejemplo,
la economía interior de la luna queda desconocida, falta de espectadores; y apenas
desde aquí podemos conjeturar vagamente a su respecto. Sobre nuestro propio
planeta, las razas poco inteligentes ignoran esencialmente el orden que nosotros
admiramos, y en el que alcanzan solamente algunos detalles empíricos. Por otra parte,
la humanidad no permanece jamás pasiva en tal apreciación, siempre modificada por el
conjunto de nuestra constitución cerebral. Esta inevitable subjetividad no se refiere
solamente a la vida efectiva y a la vida activa, que, como todo, proporcionan a las
operaciones habituales, una el motor y otra el fin. Por una influencia más directa y mas
íntima, nuestras propias tendencias mentales se mezclan espontáneamente a las
indicaciones exteriores, de las que modifican siempre el resultado definitivo. El órgano
comparativo busca en todas partes analogías, para formar hipótesis, según las cuales la
función coordinadora aspira sin cesar a construir sistemas. Ahora bien, estas
inclinaciones cerebrales participan necesariamente de la noción final, así convertida, en
general, más regular en nosotros que en lo exterior.
......................................................................
La filosofía marcha firmemente entre estos dos escollos continuos. Se presenta
todas las leyes reales como construidas por nosotros con materiales exteriores.
Apreciadas objetivamente, su actitud sólo puede ser aproximativa. Más, estando sólo
destinadas a nuestras necesidades sobre todo activas, estas aproximaciones se hacen
plenamente suficientes cuando están bien instituidas respecto a las exigencias
prácticas, que fijan habitualmente la precisión conveniente. Más allá de esta medida
principal, queda con frecuencia un grado normal de libertad teórica, del que debemos
usar prudentemente para mejor satisfacer nuestras puras inclinaciones mentales, al
principio científicas y después incluso estéticas.
Nuestra construcción fundamental del orden universal resulta pues de un
concurso necesario entre lo externo y lo interno. Las leyes reales, es decir, los hechos
generales, no son nunca más que hipótesis suficientemente confirmadas por la
observación. Sí la armonía no existiera de ningún modo fuera de nosotros, nuestro
espíritu sería enteramente incapaz de concebirla; pero, de ningún modo fuera de
nosotros, nuestro espíritu sería enteramente incapaz de concebirla; pero, en ningún
caso se verifica tanto como la suponemos. En esta cooperación continua el mundo
proporciona la materia y el hombre la forma de cada noción positiva. Pues la fusión de
estos dos elementos no se hace posible más que por sacrificios mutuos. Un exceso de
objetividad entorpecería toda vista general, siempre fundada en la abstracción. Pero la
descomposición que nos permite abstraer quedaría imposible si no descartásemos un
exceso natural de subjetividad. Cada hombre, al compararse con los otros, quita
espontáneamente a sus propias observaciones lo que ellas tienen en principio de
demasiado personal, a fin de permitir el acuerdo social que construye la principal
destinación de la vida contemplativa.
LA HUMANIDAD, EL GRAN SER, SUS ÓRGANOS
La unidad humana se establece irrevocablemente sobre bases enteramente
cimentadas en una sana apreciación general de nuestra condición y de nuestra
naturaleza. Un estudio profundizado del orden universal nos revela, en fin, la existencia
preponderante del verdadero gran ser que, destinado a perfeccionarlo sin cesar
conformándose siempre con él, nos representa el mejor, el más verdadero conjunto.
Esta indiscutible providencia, árbitro supremo de nuestra suerte, viene a ser
naturalmente el centro común de nuestras afecciones, de nuestros pensamientos, de
nuestras acciones. Aunque este gran ser sobrepasa evidentemente toda fuerza
humana, incluso colectiva, su constitución necesaria y su propio destino le hacen
eminentemente simpático respecto a todos sus servidores. El menor de entre nosotros
puede y debe esperar constantemente a conservarlo, incluso a mejorarlo. Este fin
normal de toda nuestra actividad, privada o pública, determina el verdadero carácter
general de los que nos queda en existencia, afectiva y especulativa, siempre inclinada
a amarle y conocerle, a fin de servirle dignamente, por un sabio empleo de todos los
medios que él nos proporciona. Recíprocamente, este servicio continuo, al consolidar
nuestra verdadera unidad, nos hace, a la vez, mejores y más felices. Su último
resultado necesario consiste en incorporarnos irrevocablemente al gran ser cuyo
desarrollo hemos nosotros de esta manera secundarlo.
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Tal es, pues, el espíritu general de la verdadera religión, indicado ya en mi
discurso preliminar. Debo reservar para el cuarto volumen su exposición directa y
especial, fundada en una preparación histórica conducente a una apreciación
comparativa. Pero es preciso aquí precisar bien la noción fundamental, adónde llega el
conjunto del dogma positivo, caracterizando mejor la naturaleza compuesta y relativa de
la suprema existencia.
Este inmenso y eterno organismo se distingue sobre todo de los otros seres
porque está formado de elementos separables, de los que cada uno puede sentir su
propia cooperación, y por lo siguiente quererla o rechazarla, por lo menos en lo que
tiene de directa. Sus atributos esenciales y sus condiciones indispensables resultan
igualmente de esta interdependencia parcial, que permite un vasto concurso, pero
también profundos conflictos. En una palabra, la principal superioridad del gran ser
consiste en que sus órganos son ellos mismos seres, individuales o colectivos. Todas
sus funciones afectivas, especulativas y activas son, pues, ejercidas finalmente por
individuos cuya libre intervención es indispensable, aunque cada rechazo personal
puede ordinariamente encontrarse compensado después por otros asentimientos. Mas,
para esclarecer una tal noción, debo entre ta nto distinguir las dos existencias propias de
los verdaderos elementos humanos que mi discurso preliminar había podido considerar
bajo un aspecto único, sin suscitar ningún inconveniente.
La potencia suprema es el resultado continuo de todas las fuerzas susceptibles
de concurrir voluntariamente al perfeccionamiento universal, sin exceptuar nuestros
dignos auxiliares, los animales. Cada uno de sus verdaderos elementos incluye dos
existencias sucesivas: una objetiva, siempre pasajera, en la que sirve directamente al
gran ser, después del conjunto de preparaciones anteriores; la otra subjetiva,
naturalmente perpetua, en la que su servicio se prolonga indirectamente, por los
resultados que deja a sus sucesores. Hablando propiamente, cada hombre no puede
casi nunca llegar a ser un órgano de la humanidad más que en esta segunda vida. La
primera no constituye realmente sino una prueba destinada a merecer esta
incorporación final que no debe ordinariamente obtenerse más que después del entero
acabamiento de la existencia objetiva. Así, el individuo no es todavía un órgano del gran
ser; pero aspira a serlo por sus servicios como ser distinto. Su independencia relativa
no se refiere sino a esta primera vida durante la cual permanece inmediatamente
sometido al orden universal, a la vez material, vital y social. Incorporado al ser supremo,
llega a serle verdaderamente inseparable. Sustraído desde entonces, a todas las leyes
físicas, no queda sujeto más que a las leyes superiores que rigen directamente la
evolución fundamental de la humanidad.
De este paso a la vida subjetiva depende la principal extensión del gran
organismo. Los otros seres no se acrecientan más que por la ley de renovación
elemental, por la preponderancia de la absorción sobre la exhalación. Pero, además de
esta fuente de expansión, la suprema potencia aumenta sobre todo en virtud de la
perpetuidad subjetiva de sus dignos servidores objetivos. Así, las existencias subjetivas
prevalecen necesariamente, cada vez más, tanto en número como en duración en la
composición total de la humanidad. Es, sobre todo, bajo este aspecto que su poder
sobrepasa siempre el de una colección cualquiera de individualidades.
COMETIDO DE LA MUJER
Respecto a los atributos que deben directamente prevalecer, el orden natural
proporciona en seguida una multitud de personificaciones vivientes del ser supremo.
Pues, además de los caracteres propios del sexo efectivo, tal es, para todo hombre bien
nacido, la actitud espontánea de toda digna mujer. En cuanto el orden artificial habrá
desarrollado bastante, en este aspecto, el orden natural, esta propiedad universal
proporcionará la principal solución de las dificultades religiosas inherentes a la
composición necesaria del verdadero gran ser. Superiores por el amor, mejor
dispuestas siempre a subordinar al sentimiento, la inteligencia y la actividad, las
mujeres constituyen espontáneamente los seres intermedios entre la humanidad y los
hombres. Tal es su sublime destino, a los ojos de la religión demostrada. El gran ser les
confía especialmente su providencia moral para sostener el cultivo directo y continuo de
la afección universal en medio de las tendencias, teóricas y prácticas, que nos desvían
sin cesar. Esta común aptitud del sexo amoroso se hace aún más sensible por la
uniformidad de naturalezas y situaciones femeninas. En fin, por este supremo oficio la
influencia subjetiva prolonga mejor la acción objetiva. Pues ninguna mujer digna puede
realmente morir, en cuanto a su principal función.
Tal atribución no debe solamente ser apreciada como general, sino sobre todo
como especial. Además de la influencia uniforme de toda mujer sobre todo hombre para
arraigarlo en la humanidad, la importancia y la dificultad de tal oficio exigen que cada
uno de nosotros esté siempre situado bajo la providencia particular de uno de estos
ángeles que de él responden al Gran Ser. Este guardián moral comporta tres tipos
naturales, la madre, la esposa y la hija, y cada uno tiene muchas derivaciones, que
explicaré en mi volumen final. En conjunto abraza los tres modos elementales de la
solidaridad obediencia, unión y protección, como también los tres órdenes de
continuidad, vinculándonos al pasado, al presente y al porvenir. Según mi doctrina
cerebral, cada uno de ellos responde especialmente a uno de nuestros tres instintos
altruistas, la veneración, la adhesión y la bondad. Esta teoría indica también que, para
obtener una salvaguarda completa, es preciso habitualmente combinar los tres ángeles,
supliendo las lagunas naturales por tipos artificiales. Su unión espontánea constituye el
primer grado de la generación mental y moral que debe poco a poco elevarnos hasta el
gran ser.
LA FORMULA SAGRADA
Después de este complemento indicador, la noción fundamental que condensa el
dogma positivo no ofrece ninguna laguna capaz de alterar su eficacia religiosa. Así,
vinculados a la supremacía colectiva por individualidades intermediarias, tanto objetivas
como subjetivas, sentimos mejor y desarrollamos con ventaja la simpatía propia de tal
homogeneidad. La preponderancia del verdadero Gran Ser se refiere únicamente a
nuestra debilidad personal o social. Su existencia está siempre sometida al conjunto del
orden natural, del que constituye solamente el más noble elemento. Pero su
dependencia necesaria, que por otra parte no altera en ningún modo su superioridad
relativa, viene a ser la principal fuente de aptitud religiosa. Pues sus destinos pueden,
así, ser, por una parte, previstos, y, por otra parte, mejorados. La fe y el amor se
encuentran entonces consolidados y desarrollados por una actividad en la que cada
operación implica un carácter verdaderamente religioso. En cada fase o modo
cualquiera de nuestra existencia, individual o colectiva, se debe siempre aplicar la
fórmula sagrada de los positivistas: el amor por principio, el orden por base, el progreso
por fin. La verdadera unidad está, pues, constituida al fin por la religión de la
humanidad. Esta sola doctrina verdaderamente universal puede ser indiferentemente
caracterizada como la religión del amor, la religión del orden, o la religión del progreso,
según se aprecie su aptitud moral, su naturaleza intelectual, o su destino activo.*
FUERZA POLÍTICA, NÚMERO O RIQUEZA
Las ideas gobiernan el mundo, pero la inteligencia y el afecto, o sea el poder
espiritual, requiere del poder temporal o material (…). Todos los que se sientan
adversos a la proposición de Hobbes, sin duda hallarán extraño que, en lugar de ofrecer
la fuerza como base del orden político, se quisiera levantar este último sobre la
impotencia. Ahora bien, eso sería, sin embargo, lo que pudiera resultar de su vana
crítica, de acuerdo con el análisis fundamental de los tres elementos, inherentes a todo
poder social. Pues faltando una auténtica fuerza material, nos veríamos obligados a
recibir del espíritu del corazón las bases primitivas que estos endebles elementos nunca
pueden aportar. Aptos sólo para modificar dignamente un orden preexistente, no
podrían cumplir ninguna función social allí donde la fuerza material no hubiera
comenzado por crear adecuadamente un régimen cualquiera.
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De tal suerte, el único principio de la cooperación, sobre el cual reposa la
sociedad política propiamente dicha, suscita naturalmente el gobierno que debe
mantenerla y desarrollarla. Un poder tal aparece, en verdad, como esencialmente
material, pues resulta siempre de la grandeza o de la riqueza. Mas precisa reconocer
que el orden social jamás puede tener otra base inmediata. El célebre principio de
Hobbes sobre el dominio espontáneo de la fuerza constituye, en el fondo, el único paso
capital que hasta ahora ha dado, desde Aristóteles hasta mí, la teoría positiva del
gobierno. Pues la admirable anticipación de la Edad Media respecto de la división de los
dos poderes se debió, dentro de un orden favorable, más el sentimiento que a la razón;
lo que después resistió la discusión hasta que yo retomé el asunto. Todos los odiosos
* Tomo II. Versión de F. Canals Vidal. Textos de los grandes filósofos. Heder.
reproches que soportó la concepción de Hobbes se originaron exclusivamente en su
fuente metafísica, y en la confusión radical que en ella se manifiesta luego entre la
apreciación estática y la apreciación dinámica que ya no sería posible diferencias. Pero
esta doble imperfección habría culminado, con jueces menos malévolos y más
esclarecidos, en una mejor apreciación tanto de la dificultad como de la importancia de
esta luminosa reseña, que sólo podía ser utilizada en la medida adecuada por la
doctrina del positivismo.
LENGUAJE Y PROPIEDAD PRIVADA
En coyuntura tal, la institución del lenguaje debe cotejarse finalmente con la
institución de la propiedad (…). Pues la primera presta a la vida espiritual de la
humanidad un servicio fundamental, equivalente al de la segunda con respecto a la vida
material. Una vez que se ha suministrado en esencia todos los fundamentales
conocimientos humanos, teóricos o prácticos, y orientado nuestro impulso estético, el
lenguaje consagra esta doble riqueza, y la transmite a nuevos colaboradores. Mas la
diversidad de las acumulaciones crea una diferencia fundamental entre las dos
instituciones conservadoras. Contemplando los productos destinados a satisfacer
necesidades personales, que inevitablemente los destruyen, la propiedad trae consigo
dueños individuales cuya eficacia social aún aumenta gracias a una sensata
concentración. Por el contrario, en relación con las riqueza que implican una posesión
simultanea sin sufrir ninguna alteración, el lenguaje instituye naturalmente una
comunidad total, en la que todos aprovechan libremente el tesoro universal, y concurren
espontáneamente a su conservación. No obstante este diferencia fundamental, los dos
sistemas de acumulación suscitan abusos equivalentes, en ambos casos resultado del
deseo de gozar sin producir. Los conservadores de los bienes materiales pueden
degenerar en árbitros exclusivos de su uso, dirigido con excesiva frecuencia hacia
satisfacciones egoístas. De parecida manera, los que en realidad nada incorporaron al
tesoro espiritual, se adornan, con él para usurpar un brillo que les dispensa de toda
colaboración efectiva.
LA FAMILIA
La familia tiene su base espontánea en la naturaleza. Constituye el primer
fundamento del espíritu social; la unidad primordial de la sociedad, en la cual el hombre
comienza a vivir para los otros. Aunque natural, la familia experimenta profundos
cambios en el curso de la evolución social. La nueva política trata de afirmar e impulsar
la naturaleza y desarrollo de la familia (…). La subordinación de los sexos es el principio
esencial del matrimonio, y, por ello, de la familia. Se funda en la observación biológica,
testimonio de la racionalidad más saliente del hombre, guía del grupo familiar. El
régimen biológico ha de coordinarse con los instintos sociales o simpáticos, más
caracterizados, por cierto, en la mujer. De ahí que el destino social esté eminentemente
reservado a la mujer. Los hijos constituyen el segundo aspecto de la familia. En ésta
aquéllos se incorporan a la vida social, cuyos sentimientos decisivos son la solidaridad,
la obediencia y la previsión. *
FUNCIONARIOS Y SACERDOCIO
Pero la armonía habitual entre las funciones y los funcionarios exhibirá siempre
inmensas imperfecciones. Aunque se quisiera poner a cada uno en su lugar, la breve
duración de nuestra vida objetiva impediría necesariamente lograrlo, pues no se
conseguiría examinar en la medida suficiente los títulos para realizar a tiempo las
mutaciones. Por otra parte, es necesario reconocer que la mayoría de las funciones
sociales no exigen ninguna aptitud realmente natural, que no pueda ser cabalmente
compensaba por un ejercicio apropiado, del que nadie debería abstenerse totalmente.
Como el mejor órgano necesita siempre un aprendizaje especial, es necesario respetar
mucho toda posesión eficaz, tanto de funciones como de capitales, reconociendo
cuánto importa esta seguridad personal para la eficacia social. Por lo demás, aún
menos deberíamos enorgullecernos de las cualidades naturales que de las ventajas
adquiridas, pues en aquellas nuestra intervención es menor. Por lo tanto, nuestro
verdadero mérito, como nuestra felicidad, depende del digno empleo voluntario de las
diferentes fuerzas que el orden real, tanto artificial, como natural, nos aportan. Tal es la
sana apreciación de acuerdo con la cual el poder espiritual debe inspirar
constantemente a los individuos y a las clases una sabia resignación hacia las
imperfecciones necesarias de la armonía social, expuesta a mayores abusos a causa
de su superior complicación.
Sin embargo, esta convicción, habitual sería insuficiente para contener los
reclamos anárquicos, si el sentimiento que puede justificarlos no recibiera, al mismo
tiempo, cierta satisfacción normal, regulada dignamente por el sacerdocio. Ella es
resultado de la aptitud de apreciación que constituye directamente el carácter principal
del poder espiritual, cuyas funciones sociales de consejo, consagración y disciplina
derivan evidentemente de dicha aptitud. Ahora bien, esta apreciación, que se inicia
necesariamente en relación con los servicios, en definitiva debe extenderse hasta los
órganos individuales. Es indudable que el sacerdocio debe esforzarse siempre por
contener las mutaciones personales, cuyo libre curso llegaría muy pronto a ser más
funesto que los abusos que las habrían inspirado. Pero también debe construir y
desarrollar, en contraste con este orden objetivo que es resultado del poder eficaz, un
orden subjetivo fundado en la estima personal, de acuerdo con una apreciación
suficiente de todos los títulos individuales. Aun que esta segunda clasificación no puede
ni debe prevalecer jamás, salvo en el culto sagrado, su justa oposición a la primera
determina los perfeccionamientos realmente practicables, suavizando también las
imperfecciones insuperables.**
* Tomo II Versión de F. Larroyo.
** Tomo II. Versión de A. Leal.
IMPORTANCIA DE LA HISTORIA
Hay que pasar ahora de la estática social o tratado abstracto del orden humano a
la dinámica social o tratado general del progreso humano, que es propiamente la
historia como fuerza propulsora. En el tomo anterior1 se instituye una religión de la
humanidad que une a los hombres armónicamente, un régimen de propiedad que lleva
a su entraña tendencias altruistas, una constitución de la familia que surge y se
mantiene gracias al poder espiritual de la mujer y una organización política que
distribuye y ordena los poderes espirituales y temporales.
En este tomo, se considera cómo se originan y progresan estas constantes de la
sociedad.
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El siglo XIX se caracterizará ante todo por la resuelta preponderancia de la
historia, en filosofía, en política y aún en la poesía. Tan generalizada importancia del
punto de vista histórico es justamente el principio esencial del positivismo y su
reconocida consecuencia. Dado que la auténtica positividad consiste de suyo en la
sustitución de lo absoluto por lo relativo, su influencia llega a ser total cuando la
movilidad regulada, ya reconocida con respecto al objeto, se encuentra
convenientemente extendida al sujeto mismo.
La anarquía occidental reside ante todo en la alteración de la continuidad
humana, violada sucesivamente por el catolicismo que maldijo en la antigüedad, al
protestantismo que reprobó a la Edad Media, y al deísmo que negó toda filiación. El
positivismo manifiesta preferencias, y así suministra a la situación revolucionaria su
única salida implícita, superando a todas estas doctrinas más o menos subversivas que
impulsaron gradualmente a los vivos a alzarse contra el conjunto de los muertos.
Después de un servicio tal, la historia se convertirá muy pronto en ciencia sagrada, de
acuerdo con su función normal, en el estudio directo de los distintos del Gran Ser, cuya
idea resume todas nuestras teorías sanas. La política sistematizada en adelante
vinculará con él sus diferentes actividades, subordinadas naturalmente al estado que
corresponde a la gran evolución.
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LEY GENERAL DEL PROGRESO
Otro servicio de la historia concierne a la organización industrial (…). La vida
industrial crea clases vinculadas entre sí de manera muy imperfecta, porque falta un
impulso que las coordine. La ley del progreso enseña que éste es el problema principal
1
Se refiere Comte al tomo II. (N. de F. Larroyo.)
de la civilización moderna. No se puede obtener la verdadera solución
establece la cohesión cívica.
si no se
El desarrollo continuo y gradual de la humanidad es la noción y motor el cambió,
ello es, de la dinámica social. La sociedad humana posee facultades de que carecen los
animales; facultades que la llevan de manera necesaria a tal desenvolvimiento. La
humanidad en general marcha a través de una serie de etapas que la van
perfeccionando en su ser y en su obrar de parecida manera como el individuo se
desarrolla pasando por una sucesión de estados y de edades en su existencia
biológica. El progreso social es necesario e irresistible a manera de una ley física. Pero,
a diferencia de ciertas doctrinas, progreso tal es limitado. La humanidad no progresa
hacia una meta absoluta, pues ésta no existe para la filosofía positiva. Todo es relativo
en la existencia del hombre. Éste no alcanzará jamás una plenitud de perfección, dado
que no existe el absoluto.*
EVOLUCIÓN SOCIAL Y EVOLUCIÓN INTELECTUAL
Importa conocer la conexión fundamental de las dos evoluciones caracterizando
suficientemente la afinidad natural que ha existido, de continuo, primero entre el espíritu
teológico y el espíritu militar, después entre el espíritu industrial y el espíritu científico, y,
por consiguiente, también entre las dos funciones transitorias de los metafísicos y los
legistas.
La rivalidad más o menos pronunciada entre el poder militar y el teológico que ha
turbado tan a menudo la armonía general, ha disimulado a veces a o
l s ojos de los
filósofos su afinidad fundamental. Pero en principio, no puede evidentemente existir
rivalidad verdadera más que entre los diversos elementos de un mismo sistema político,
a consecuencia de esa simulación espontánea, que, en todo concurso humano, debe
ordinariamente tomar tanta más extensión e intensidad cuando el fin es más indirecto e
importante y, por consiguiente, los medios son más independientes distintos, sin que
esto impida, sin embargo, una inevitable participación voluntaria o instintiva e el destino
común. Cuando dos poderes, siempre igualmente enérgicos, nacen crecen y declinan
simultáneamente, a pesar de las diferencias de sus naturalezas, se puede estar seguro
de que pertenecen necesariamente a u régimen único, cualesquiera que puedan ser
sus disputas habituales; la lucha continua no probaría por sí misma una
incompatibilidad radical más que sí tuviera lugar, por el contrario, entre dos elementos
llamados a funciones análogas, e hiciese coincidir constantemente el acrecentamiento
gradual del uno con la decadencia continua del otro… En el caso actual es
evidentemente, sobre todo, que en cualquier sistema político, ha de haber de continuo
una profunda rivalidad entre el poder especulativo y el poder activo, que por la debilidad
de nuestra naturaleza están tan frecuentemente dispuestos a desconocer su necesaria
coordinación y a desdeñar los límites generales de sus atribuciones recíprocas.
* Tomo III. Versión de F. Larroyo.
Cualquiera que sea también entre los elementos del régimen entre los elementos del
régimen moderno, la irrecusable afinidad social entre la ciencia y la industria, es preciso
igualmente esperar de parte de ellas inevitables conflictos ulteriores, a medida que su
común ascendiente político llega a ser más importa nte; estos conflictos se anuncian
muy claramente, ya por la profunda antipatía, a la vez intelectual y moral, que inspira a
la ciencia la inferioridad natural de los trabajos de la industria , inferioridad combinada,
sin embargo, con una inevitable superioridad de riqueza, ya también por la repugnancia
instintiva de la industria hacia la abstracción características de las investigaciones de la
ciencia y hacia el justo orgullo que a ésta anima.
Descartadas estas objeciones preliminares, nada nos impide ya percibir desde
luego, de una manera directa, el lazo fundamental que une espontáneamente, con tanta
energía, el poder teológico y el poder militar, lazo que, en toda época, ha sido
vivamente comprendido y dignamente respetado por todos los hombres de elevada
inteligencia que ha concedido realmente igual importancia a ambos poderes, a pesar de
la influencia de las rivalidades políticas. En efecto; no se concibe que ningún régimen
militar puede establecerse y sobre todo ser duradero más que reposando previamente
en una suficiente consagración teológica, sin la cual la subordinación que exige no
podría ser bastante completa ni bastante prolongada.
CIENCIA POSITIVA E INDUSTRIA
Cada época impone, a este respecto, por caminos especiales, exigencias
equivalentes; en un principio, cuando la restricción y la proximidad del fin no prescriben
una sumisión absoluta de espíritu, la poca energía ordinaria de lazos sociales aún
imperfectos no permite asegurar un concurso permanente de otro modo que por medio
de la auto ridad religiosa de que se hallan entonces naturalmente investidos los jefes
militares; en tiempos avanzados, el fin llega a ser hasta tal punto vasto y lejano y la
participación de tal modo indirecta, que a pesar de los hábitos de disciplina ya
profundamente arraigados, la cooperación continua sería insuficiente y precaria; si no
estuviera garantizada por convenientes convicciones teológicas, que determinan
espontáneamente, hacia los superiores militares, una confianza ciega e involuntaria, y
con demasiada frecuencia confundida por otra siempre ha sido excepcional. Sin esta
parte con un abyecto servilismo que íntima correlación con el espíritu teológico, es
evidente que el espíritu militar no hubiera podido cumplir el elevado destino social que
le estaba reservado en el conjunto de la evolución humana; así su principal ascendiente
únicamente se ha producido por completo en la antigüedad, donde los dos poderes se
hallaban necesariamente concentrados en general en los mismos jefes. Importa, por
otra parte, advertir que cualquier autoridad espiritual no hubiera podido convenir
suficientemente a la fundación y consolidación del gobierno militar, que exigía
especialmente, por su naturaleza, el indispensable concurso de la filosofía teológica y
no de otra alguna. Cualesquiera que sean, por ejemplo, los incontestables y eminentes
servicios que en los tiempos modernos haya prestado la filosofía natural al arte de la
guerra, el espíritu científico, por los hábitos de discusión racional que tiende a propagar
necesariamente, es, sin embargo, naturalmente incompatible con el espíritu militar; en
efecto, es bien sabido que la sujeción gradual de dicho arte a las prescripciones de la
ciencia real ha sido siempre amargamente deplorada por los más caracterizados
guerreros, por constituir una decadencia creciente del verdadero régimen militar en el
origen sucesivo de cada modificación importante. La afinidad especial de los poderes
temporales militares y los poderes espirituales teológicos ha quedado, pues, aquí, en
principio suficientemente explicada.
Se puede creer s primera vista que semejante coordinación es en el fondo
menos indispensable, en sentido inverso, al ascendiente político del espíritu teológico,
puesto que han existido sociedades puramente teocráticas, mientras no se conoce
ninguna exclusivamente militar, aunque las sociedades antiguas hayan manifestado
casi siempre a la vez una y otra naturaleza, en grados más o menos parecidos. Pero un
examen más profundo nos hará percibir constantemente la necesaria eficacia del
régimen militar para consolidar y sobre todo para extender la autoridad teológica, así
desenvuelto por la continua aplicación política, como el instinto sacerdotal ha
comprendido siempre perfectamente. Además de la mutua afinidad radical de los dos
elementos esenciales del sistema político primitivo, se puede ver que las repugnancias
y las simpatías comunes, así como los intereses parecidos y generales, se reúnen
necesariamente para establecer siempre una indispensable combinación, no menos
íntima que espontánea, entre dos poderes que deben concurrir constantemente, en el
conjunto de la evolución humana, a un mismo destino fundamental, inevitable aunque
transitorio.
EL DOBLE MOVIMIENTO MODERNO
El dualismo fundamental de la política moderna es por su naturaleza aún más
irrecusable que el que acaba de ser caracterizado. Estamos hoy colocados muy bien
para apreciarle mejor, precisamente porque sus dos elementos no están aún investidos
de su definitivo ascendiente político, aunque ya su desenvolvimiento social se muestra
con claridad. Cuando el poder científico y el poder industrial hayan podido adquirir
ulteriormente todo el impulso político que les está reservado, y por consecuencia, su
rivalidad radical se haya mostrado igualmente, la filosofía hallará quizá más obstáculos
para hacerles reconocer la similitud de origen y de destinos, la conformidad de
principios y de intereses, que no pueden ser formalmente discutidos mientras una lucha
común contra el antiguo sistema político deba espontáneamente contener inevitables
divergencias.
No se puede desconocer, en general, la alta influencia política por medio de la
cual el gradual impulso de la industria humana debe naturalmente secundar el
ascendiente progresivo del espíritu científico.
Consintiendo principalmente hasta aquí el pasado político de estos dos
elementos fundamentales del sistema moderno en su común y gradual sustitución al
poder social de los elementos correspondientes del sistema antiguo, es preciso que
nuestra atención se haya fijado sobre todo en la asistencia necesaria que se han
prestado recíprocamente para semejante operación preliminar. Pero este concurso
crítico puede hacer entrever con facilidad la fuerza y la eficacia que deberán
espontáneamente adquirir dichos lazos generales, cuando ese gran dualismo político
haya recibido al fin el carácter orgánico de que ha carecido hasta aquí, para poder
dirigir convenientemente la reorganización de las sociedades modernas. *
SOCIEDAD INDUSTRIAL. PAZ Y GUERRA
Los diversos medios generales de exp loración racional, aplicables a las
investigaciones políticas, ya han contribuido espontáneamente a la comprobación de un
modo igualmente decisivo, de la inevitable tendencia primitiva de la humanidad a una
vida principalmente militar, y a su meta final, no menos irresistible, que es una
existencia esencialmente industrial. Asimismo, ninguna inteligencia un poco avanzada
rehusará en adelante reconocer, más o menos explícitamente, el decaimiento constante
del espíritu militar y el gradual predominio del espíritu industrial, como una doble
consecuencia necesaria de nuestra evolución progresiva, que en nuestros días ha sido
apreciada de modo bastante sensato, en este sentido, por la mayoría de los que se
ocupan razonablemente de filosofía política. En una época en la que por otra parte se
manifiesta constantemente, en formas cada vez más variadas, y con energía día a día
mas intensa, aun en el seno de los ejércitos, la característica repugnancia de las
sociedades modernas ante la vida guerrera; cuando, por ejemplo, la insuficiencia total
de las vocaciones militares es por doquier cada vez más irrecusable en vista de que se
agrava constantemente la obligación de apelar al reclutamiento forzoso, rara vez
seguido de una persistencia voluntaria; la experiencia cotidiana sin duda nos
dispensaría de cualquier demostración directa acerca de una idea que se ha difundido
tan gradualmente en el ámbito público. A pesar del inmenso y excepcional desarrollo de
la actividad milita, momentáneamente determinado, al comienzo de este siglo, por el
movimiento inevitable que debió suceder a irresistibles circunstancias anormales,
nuestro instinto industrial y pacífico no demoró en retomar, de modo más rápido, el
curso regular de su desarrollo preponderante, con el fin de asegurar realmente, en este
aspecto, el reposo fundamental del mundo civilizado, aunque la armonía europea a
menudo deba parecer comprometida, a consecuencia de la falta provisoria de toda
organización sistemática de las relaciones internacionales; lo cual, sin observar
realmente la posibilidad de provocar la guerra, de todos modos basta par a inspirar a
menudo peligrosas inquietudes (…). Mientras la actividad industrial presenta
espontáneamente esta admirable propiedad de que es posible estimularla
simultáneamente en todos los individuos y en todos los pueblos, sin que el impulso de
unos sea inconciliable con el de otros, es evidente, por el contrario, que la plenitud de la
vida militar en una parte notable de la humanidad supone y determina finalmente, en
todo el resto , una inevitable comprensión, que constituye la principal función de un
régimen tal cuando se considera el conjunto del mundo civilizado. Asimismo, mientras
que la época industrial no implica otro término general que aquél, aún indeterminado,
que el sistema de las leyes naturales asigna a la existencia progresiva de nuestra
* Tomo III. Versión de J. Moreno B.
especie, la época militar ha venido a estar, por obra de una imperiosa necesidad
limitada esencialmente al tiempo de una realización suficientemente gradual de las
condiciones previas que allá estaba destinado a realizar.*
SOCIOCRACIA Y SOCIOLATRIA
La base general de la sociedad industrial es la dualidad de poderes, según ya se
ha dicho: el poder espiritual y el poder temporal, como lo ha sido en a
l s sociedades
pasadas. Pero su régimen de gobierno será la sociocracia (…). De esta suerte la
herencia teocrática antigua, fundada en el nacimiento, queda reemplazada por la
herencia sociocrática (…). La forma y práctica de la sociocracia dispensará
espontáneamente de recurrir con frecuencia a los medios de excepción destinados a la
transición final, como son las rectificaciones aportadas de manera artificial a la
distribución natural de los bienes por suscripciones a, al contrario, por confiscaciones.
.. ....................................................................
La nueva sociedad positiva estará impregnada, además, en la religión de la
humanidad. Los actos de sus miembros han de ser continua expresión de veneración y
servicio del Gran Ser, ya que la felicidad reside en unirse a la humanidad (…). Si pues,
la teocracia y la teolatría reposan sobre la teología, la sociología constituye, sin lugar a
dudas, la base sistemática de la sociocracia y la sociolatría.
EL GOBIERNO EN LA SOCIEDAD POSITIVA
El gobierno en la sociedad positiva se ejerce por el gran sacerdote de la
humanidad, con su corporación de sacerdotes y sabios positivistas. Se trata de la
suprema dirección religiosa, científica y moral. Con intervención en los asuntos
políticos. En cada república particular el supremo poder temporal se lleva a cabo por los
jefes de la industria y la agricultura. Existe un triunvirato a la cabeza de tal poder,
integrado, naturalmente, por los tres principales hombres de empresa, dedicados,
respectivamente a las operaciones comerciales, manufactureras y agrícolas. Su inicial
tarea es el designar a los demás funcionarios, intérpretes de las leyes y agentes e
poder.
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Es nocivo el sistema electivo popular, como lo muestra la disolución anárquica de
Occidente. La mejor fórmula es la designación sucesoria. El digno órgano de una
función cualquiera es siempre el mejor juez de su sucesor, cuya designación ha de
* Tomo IV. Versión de A. Leal.
someterse a su correspondiente e inmediato superior. La herencia teocrática antigua
fundada en el nacimiento, es reemplazada por la herencia sociocrática.
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Amar, saber, querer y poder, se convierten en atributos respectivos de los cuatro
servicios necesarios cuya separación y coordinación caracterizan la madurez del gran
Ser.*
COMETIDO DE LA MORAL POSITIVISTA
Con la mira de precisar mejor el destino social del positivismo, hay que indicar
someramente su aptitud para sistematizar la moral universal, que representa la finalidad
de la filosofía y el punto de partida de la política. Debiendo apreciarse todo el poder
espiritual por tal atributo, nada puede manifestar mejor que esto la superioridad natural
de la doctrina positivista sobre la doctrina católica.
El positivismo concibe directamente la práctica moral como la indicada para
hacer prevalecer en lo posible, los instintos simpáticos sobre los impulsos egoístas, la
sociabilidad por sobre la individualidad. Este modo de enfocar el conjunto de la moral es
peculiar de la nueva filosofía, única que sistematiza los progresos logrados en los
Tiempos Modernos conforme a la verdadera teoría de la naturaleza humana, tan
imperfectamente representada por el catolicismo.
Al tomar como pauta universal la preponderancia del sentimiento social, la moral
positivista se aparta así de la moral metafísica como también de la teológica; concibe la
felicidad humana, privada y pública, como la probabilidad mayor de realizar los efectos
benevolentes, que son a la vez los más gratos y los únicos cuya difusión puede
compartirse por todos los individuos.
MORAL INDIVIDUAL, DOMESTICA Y SOCIAL
Tratando de mejor fijar la perfecta unidad que suministra a la moral positiva su
principio del amor universal, hay que contemplar a éste presidiendo ya la coordinación
natural de sus diversas partes, ya la realización específica de cada una de ellas.
Los tres grados esenciales de nuestra existencia – personal, doméstica y social –
representan la educación gradual del sentimiento fundamental, desarrollado poco a
poco por efectos cada vez menos enérgicos y más señalados. Esta marcha progresiva
y natural constituye el principal recurso para llegar, tanto como posible, a la
preponderancia normal de la sociabilidad sobre la individualidad. Entre estos dos
estados extremos del corazón humano, existe un estado intermedio apto para promover
una transición espontánea que permite la verdadera solución habitual del gran
* Tomo IV. Versión de A. Leal.
problema moral: el hombre se ele va de su personalidad primitiva y llega a la
sociabilidad final ante todo merced a sus efectos familiares. Toda tentativa para dirigir la
educación moral a favor de esa sociabilidad, omitiendo este grado medio, es quimérica
y profundamente nociva.
El individuo adquiere los iniciales sentimientos sociales en la familia, por la
inevitable impronta del afecto familiar, fuente primera de la educación moral. Por esta
vía surge el instinto de la continuidad, y, por ello la veneración de los ascendientes: de
esta suerte cada nuevo hombre se enlaza con la totalidad del pasado humano. En
seguida, el afecto fraternal completa este esbozo primero de la sociabilidad, al añadir a
ella el instinto directo de la solidaridad vivida. La edad viril inaugura después un nuevo
desarrollo doméstico, al introducir relaciones voluntarias y más sociales, claro está, que
los enlaces voluntarios de la primera edad. Esta segunda etapa de la educación moral
se inicia gracias al efecto conyugal, el mas fundamental de todos, en que la mutualidad
y permanencia del lazo afirman la plenitud de dedicación. Por ser el supremo de los
instintos simpáticos su nombre no exige calificación alguna. De esta unión por
antonomasia deriva el último afecto doméstico: la paternidad, la cual da término a la
iniciación espontánea en la sociabilidad universal enseñando a querer a nuestros
sucesores. Quedamos de esta manera unidos al futuro como antes no vinculamos al
pasado.
LA MORAL CIENTÍFICA
El régimen positivo funda la educación moral propiamente dicha, a la vez, en la
razón y en el sentimiento, pero dando siempre a este último la preponderancia práctica.
Los preceptos morales se hallarán racionalmente referidos a verdaderas
demostraciones capaces de superar toda la discusión, si se ajustan al conocimiento de
la naturaleza personal y social cuyas leyes permiten ponderar con exactitud en la vida
real – privada o pública – cualquiera influencia – directa o indirecta, particular o general
– de todo afecto, pensamiento, acción o hábito. Las convicciones correspondientes
susceptibles de llegar a ser las que inspiran en la actualidad las mejores pruebas
científicas, gozan del natural incremento que ha de resultar de su importancia y de su
íntima correlación con los más edificantes instintos. No es consecuente reconocer que
obran bien sólo quienes hayan podido comprender plenamente la validez lógica de
estas pruebas; numerosos ejemplos han demostrado, en los demás problemas
positivos, que las nociones admitidas por confianza pueden ser adaptadas y aplicadas
con tanto entusiasmo y firmeza como aquellas cuyos motivos fueron mejor
comprendidos. Es suficiente que las condiciones mentales y morales de esta fe
necesaria sean cumplidas de manera conveniente; a menudo, inclusive, el espíritu
moderno, pese a su pretendida indocilidad, se viene sometiendo a ellas. Esta
aceptación voluntaria que se otorga a las leyes de las artes matemáticas, astronómicas,
físicas, químicas y biológicas, no importa que con ello se afecten los más grandes
intereses, ha de extenderse también a las reglas morales, cuando sea reconocida su
factibilidad de análogas pruebas.
VIVIR PARA EL PRÓJIMO. EL ALTRUISMO
El amor constituye un principio universal. El amor general de la humanidad
significa la íntegra solidaridad. El amar al prójimo como así mismo y por Dios, no hace
sino sancionar el egoísmo, dejando aparte, la simpatía humana en general.
Nuestra vida moral descansó exclusivamente sobre el altruismo. Al reducir la
filosofía positiva toda la moral humana al precepto vivir para el prójimo, se limita
realmente a sistematizar el instinto universal, después de haber elevado el espíritu
teórico hasta el punto de vista social inaccesible a las síntesis teológicas y metafísicas.
Por ello, vivir para el prójimo significa en cada hombre el deber continuo.
Ya que la armonía moral descansa sólo sobre el altruismo, únicamente éste
puede procurar también la mayor intensidad de la vida. La filosofía positiva se hace a la
vez digna y verdadera, efectivamente, cuando reclama vivir para el prójimo. Esta
fórmula de la moral humana, así, consagra directamente las inclinaciones benévolas,
fuente común de bienestar y del deber.
MORAL Y RELIGIÓN
La humanidad está formada de población subjetiva, ello es, los seres pasados y
futuros, y de población objetiva, ello es, los seres vivientes. La existencia del Gran Ser
implica que se subordine la población objetiva a la población subjetiva. Ésta suministra
la fuente, por una parte, y por otra el objetivo de la acción que sólo ella ejerce
directamente. Trabajamos siempre para nuestros descendientes, pero bajo el impulso
de nuestros antepasados, de los cuales derivan a la vez los elementos y procedimientos
de todas nuestras acciones. El privilegio principal de nuestra naturaleza consiste en el
hecho de que toda individualidad se perpetúa indirectamente a través de la existencia
subjetiva, si su obra objetiva ha dejado resultados dignos. Se establece así desde el
principio la continuidad propiamente dicha, que nos caracteriza más que la simple
solidaridad, cuando nuestros sucesores prosiguen nuestros objetivos como nosotros
hemos seguido los de predecesores.
MORAL Y DERECHO
Como he dicho en el Curso de filosofía positiva, la verdadera realidad será la
Humanidad, sobre todo en lo moral e intelectual. La vida colectiva es la sola vida real, la
vida individual no puede existir sino como abstracción1 (…) La actividad individual sólo
tiene sentido en cuanto se incorpora el orden social, en la medida en que se realiza en
la sociedad.
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La libertad verdadera y eficiente consiste en una aceptación consciente de las
leyes naturales, que rigen el orden social y moral, ya que éste, al igual que las otras
ciencias, está constituido por leyes inmutables.
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El origen del derecho como libertad ilimitada viene de las concepciones
metafísicas y teocráticas. En el estado positivo, que no admite los títulos celestes, tal
idea de derecho desaparece por modo irrevocable. La moral universal tiende en todo a
sustituir los deberes por los derechos; de esta manera se subordina la individualidad a
la sociabilidad2 (…) El deber, no el derecho concebido teológica y metafísicamente,
desarrolla en nosotros la solidaridad, cuyo final destino es el potenciamiento del Gran
Ser.*
1
Había dicho en el Discurso sobre el espíritu positivo: “Si la idea de la sociedad parece una abstracción
de nuestra inteligencia, es sobre todo en virtud del antiguo régimen filosófico; porque, a decir verdad, es
la idea del individuo a la que corresponde tal carácter, al menos en nuestra especie”. (N. de F. Larroyo.)
2
En el curso de filosofía positiva había dicho: “El término derecho ha de ser eliminado del lenguaje
político como el de causa del lenguaje filosófico” (N. de F. Larroyo.)
* Tomo IV. Versión de F. Larroyo.
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