LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CONTEXTO HISTÓRICO V VERSiÓN

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Meteorología Colombiana
N°S
[ pp. 115-127 [
Marzo, 2004
Bogotá D.C.
ISSN·0124-69S4
LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CONTEXTO HISTÓRICO V VERSiÓN CASTELLANA THE KANTIAN THEORV OF WINOS IN HISTORICAL CONTEXT ANO A SPANISH VERSION JOAQuíN PELKOWSKI
Institut für Meteorologie und Geophysik der Johann Goethe-Universitat, Frankfurt, Robert Mayer Str. 1, D-60325 Frankfurt a.M. Pelkowski, J. 2004: La Anemología Kantiana: Contexto Histórico y Versión Castellana. Meteorol. Colomb. S :115-127. ISSN
0124-6984. Bogotá, D.C. Colombia.
RESUMEN
Immanuel Kant publica en 1756 un breve tratado sobre los vientos, en el cual redescubre la hoy famo­
sa explicación que Hadley había publicado en 1735. Ambos ensayos pasaron inadvertidos durante
mucho tiempo. El del filósofo Kant sigue siendo bastante desconocido. a pesar de la multitud de traba­
jos sobre Kant y de incesantes traducciones de sus obras. Se ofrece aquí una traducción y un contex­
to histórico que permitan valorar el aporte kantiano a la meteorología dinámica.
Palabras clave: Vientos alisios, tmmanuet Kant.
ABSTRACT
Immanuel Kant published in 1756 a short treatise on winds, in which he rediscovers the now fa­
mous explanation that Hadley had published in 1735. Both memoirs were overlooked for a long
time. That of the philosopher Kant remains rather unknown, in spite of the wealth of works on Kant
and the ceaseless transtations of many of them. A translation ¡nto Spanish is offered as well as an
historical context to allow for an assessment of the Kantian contribution to dynamic meteorology.
Keywords: Trade winds, Immanuel Kant.
1.
INTRODUCCiÓN
Tras los viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, don­
de el Primer Almirante vio "grandes indicios del Paraíso
Terrenal", el Viejo Mundo se entera de que en los des­
lumbrantes mares de aquellas zonas, inhabitables según
Aristóteles, soplan unos "vientos que en ciertas regiones
corren y son como señores de ellas, sin sufrir competen­
cia de sus contrarios" (Acosta, 1985). En alas de mansos
vientos se deslizaban sigilosamente las carabelas colom­
binas hacia nuestras tierras, "de suerte que la ida es en
poca altura y siempre menos de veinte grados, que es ya
dentro de los Trópicos, ...[donde] reinan siempre vientos
de Oriente, y son buenos para ir de España a Indias
Occidentales, porque es ir de Oriente a Poniente". Así lo
expresó en 1590 el jesuita naturalista José de Acosta
(1540-1600), quien también refiere que "en dos mil sete­
cientas leguas siempre debajo, o no más lejos de diez o
doce grados de la Línea, fue una nao de Lima a Manila,
por febrero y marzo, que es cuando el sol anda más
derecho encima, y en todo este espacio no hallaron cal­
mas sino viento fresco, y así en dos meses hicieron tan
gran viaje". Las nuevas alas no eran un mero capricho de
los climas, "porque en todo lo que se navega entre los
Trópicos, es ordinario y regular viento el de la Brisa, lo
cual por ser una de las maravillosas obras de la naturale­
za, es bien se entienda de raíz cómo pasa". (Acosta,
1985)
La "Brisa" de Acosta no es otra que nuestros vientos
alisios. Éstos son vientos comparativamente regulares y
constantes, de aspecto cartográfico alisado: en francés,
allzés parece tener una etimología (no muy segura) que
implica estar "unido", ser "plano y liso", La expresión en
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11 6
METEOROLOGíA COLOMBIANA W8, MARZO
inglés, trade winds, que no está vinculada, como a me­
nudo se cree, a la actividad comercial que fomentaron
("vientos del comercio"), deriva de tread, que significa
. pisar, hacer sendero.
¿Cuál es la causa de los vientos alisios? No entraremos
ni en su explicación actual, ni en la evolución de ésta.
Desde la explicación cualitativa del padre Acosta, con el
fin de que "se entienda de raíz cómo pasa", hasta los
esfuerzos contemporáneos por entenderlos cuantitativa­
mente como un eslabón de la circulación general de la
atmósfera, media una larga y fascinante historia que no
trazaremos, por razones de espacio, en este ensayo.
Sin embargo, creemos conveniente y hasta imprescindi­
ble ambientar, por medio de un tosco bosquejo, las re­
flexiones del joven Immanuel Kant (1724-1804) sobre la
causa de aquellos vientos. El propósito principal de este
trabajo es rendir homenaje a la memoria del pensador
más brillante de la edad moderna, cuya muerte acaeció
hace doscientos años, con una modesta traducción de su
anemología, la cual reviste suficiente interés para el his­
toriador de la meteorología y aun para el meteorólogo
novato.
A medio camino de dicha historia se hallan las contribu­
ciones del abogado George Hadley (1685-1758) y de
nuestro filósofo. La de Hadley (1735) es considerada hoy
en día por los meteorólogos e historiadores como la ex­
plicación clásica, esencialmente válida, aunque incomple­
ta. Al famoso Dalton le debemos el haberla rescatado del
olvido. Kant propone independientemente en su tratado
sobre los vientos, posterior al de Hadley, un principio
dinámico equivalente al de éste. Igual que en el caso de
Hadley, la publicación pasó inadvertida en su época, y no
influyó en el desarrollo de la meteorología. No obstante,
merece un lugar de honor en la historia de la meteorolo­
gía por dos razones: Por un lado, porque es prueba de la
temprana consagración de Kant al conocimiento de las
leyes naturales, con el fin de darle a la metafísica la soli­
dez de una ciencia newtoniana, y por otro, porque da una
explicación bastante acertada de un fenómeno que, en su
momento, dejando de lado a Hadley, los creadores de la
hidrodinámica clásica y matematizadores de muchas
ramas científicas, al igual que otros eruditos, no lograban
explicar correctamente.
En lo que sigue, citaremos algunas de las explicaciones
anteriores y posteriores a la de Kant, con miras a enten­
der mejor en qué consistió el elemento novedoso de su
teoría. Luego contrastaremos su explicación con un prin­
cipio moderno, con el propósito d.e ver dónde fallaron
Hadley y Kant.
2.
DE ACOSTA A HALLEY
En el Barroco, el aristotelismo y doctrinas afines aún
predominan en las escuelas. Nicolás Copé mico publica
en 1543 el De Revolutionibus, irreverentemente despla­
zando la Tierra del centro del mundo, que empieza a girar
como un trompo alrededor del Sol. Los marineros surcan
los extensos océanos y aportan sus observaciones direc­
tas de los vientos generales, que suelen soplar del este
20041J
en la zona tórrida, y del oeste en las latitudes más altas,
los "vendavales" mencionados por Acosta, y que facilita­
ban el regreso de los navegantes a Europa. Estas obser­
vaciones no podían ser explicadas recurriendo directa­
mente a Aristóteles, ya que para éste los vientos genera­
les eran del norte y sur (en su mundo precopernicano con
la Tierra quieta). Alboreaba el lento desmantelamiento,
más prudente que revolucionario, del sistema aristotélico.
El aristotelismo renacentista osa contrariar abiertamente
a la autoridad, apoyándose en la observación directa,
pero al mismo tiempo no logra reemplazar el arraigado
esquema por uno más efectivo. Acosta, tras haber cruza­
do el ecuador, confiesa que "me reí e hice donaire de los
meteoros de Aristóteles y de su filosofía, viendo que en el
lugar y en el tiempo que conforme a sus reglas había de
arder todo y ser un fuego, yo y todos mis compañeros
teníamos frío; porque el efecto es así que no hay en el
mundo región más templada ni más apacible, que debajo
de la Equinocial (sic)", y nosotros nos reímos con él, pero
en su explicación de los alisios, posterior a Copé mico, no
consigue zafarse del poderoso esquema milenario: "Di­
gamos agora cerca de la cuestión propuesta, cuál sea la
causa de navegarse bien en la Tórrida de Oriente a Po­
niente, y no al contrario, para lo cual se han de presupo­
ner dos fundamentos verdaderos. El uno es que el movi­
mi.ento del primer móbil, que llaman rapto o diurno, no
sólo lleva tras sí y mueve a los orbes celestes a él inferio­
res, como cada día lo vemos en el sol, luna y estrellas,
sino que también los elementos participan aquel movi­
miento, en cuanto no son impedidos. [...] Esos otros dos
elementos, fuego y aire, son más sutiles y más cercanos
a los orbes celestes, y así participan su movimiento sien­
do llevados circularmente como los mismos cuerpos
celestes. [ ...] El aire es el que hace a nuestro caso y que
éste se mueva con el movimiento diurno de Oriente a
Poniente, es certísimo por las apariencias de los cometas
que clarísimamente se ven mover de Oriente a Occiden­
te, naciendo y subiendo, y encumbrando y bajando, y
finalmente dando vuelta a nuestro hemisferio ... Y estando
los cometas en la región y esfera del aire donde se en­
gendran y aparecen y se deshacen, imposible sería mo­
verse circularmente como se mueven, si el movimiento
del aire donde está no se moviese con ese propio movi­
miento. [...] Así que es negocio sin duda el moverse al
aire con el movimiento circular del cielo, de Oriente a
Poniente, que es el presupuesto o fundamento. El se­
gundo no es menos cierto y notorio; es a saber: que este
movimiento del aire por las partes que caen debajo de la
Equinocial y son propincuas a ella, es velocísimo, y tanto
más cuanto más se acerca de la Equinocial, como por el
consiguiente tanto es más remiso y tardío este movimien­
to cuanto más se la aleja de la Línea y se acerca a los
polos. La razón de esto es manifiesta, porque siendo la
causa eficiente de este movimiento el movimiento del
cuerpo celeste, forzoso ha de ser más presuroso donde
el cuerpo celeste se mueve más velozmente; y que en el
cielo la Tórrida tenga más veloz movimiento, yen ella la
Línea más que otra parte alguna del cielo, querer mos­
trarlo, seria hacer a los hombres faltos de vista, pues en
una rueda es evidente que la circunferencia mayor se
mueve más velozmente que la menor, acabando su vuel­
ta grande en el mismo espacio de tiempo que la menor
acaba la suya dicha. [ ... 1 Hase pues, de entender, y es
así la verdad, que el aire movido lleva tras sí los vahos
: CONTEXTO HISTÓRICO Y VERSiÓN CASTELLANA
que halla, porque su fuerza es grande y no halla resisten­
cia, y por eso es continuo y cuasi uniforme el viento de
Oriente a Poniente cerca de la Línea, y cuasi en toda la
Tórridazona, que es el camino que anda el sol entre los
dos círculos de Cancro y Capricornio".
En el siglo siguiente asistimos al gradual rechazo de la
filosofía aristotélica y a la instauración de una nueva
metodología junto con su institucionalización. En anemo­
logía, o teoría de los vientos, el proceso tiene lugar a
gatas y a regañadientes, a pesar de que participan en su
desarrollo los artífices de la revolución científica, así
como algunos escritores menos conocidos: Francis Ba­
con (1561-1626), en su Historia naturalis el experimenta­
lis de ventís, originalmente publicada en 1622 bajo otro
título; Galileo Galilei (1564-1642), en su ameno Dialogo
supra í due massímí sistemi del mondo ptolemaico e
copernicano (1632); René Descartes (1596-1650), en su
fundacional Discours de la méthode (1637), que incluye
su jocosa anemología en el apéndice Les météores;
Bernardo Varenio, en su sistemática y exitosa Geograp­
hia Generalís, in qua affectíones generales Tel/uds expli­
cantur (1650); Ralph Bohun, en el ignorado A Discourse
Concerning the Origine and Properties of Wind (1671);
Edme Mariotte (1620?-1684), en su juiciosa hidrodinámi­
ca, Traité du mouvement des eaux et des autres corps
fluides, redactado en 1684 y publicado póstumamente en
1686; Edmund Halley (1656-1742), en su clásico An
hístorical account of the Trade Winds, and Monsoons,
observable in the Seas between and near the Tropicks,
with an attempt lo assign the Phisical cause to the said
Winds (1686).
La discusión de todas estas propuestas hemos de reser­
varla para un trabajo más extenso sobre este tema. Sin
embargo, cabe destacar las explicaciones de dos de los
autores: la de Bacon, "profeta de la revolución tecnológi­
ca", por representar un primer intento de ruptura con las
explicaciones anteriores, por cuanto introduce una dis­
yuntiva basada en un nuevo principio explicativo, el de la
convección; y la de Halley, por haber sido la que domina­
ría en el Siglo de las Luces, el de Kant, constituyendo el
punto de referencia de los pocos disidentes. Citemos,
pues, traduciéndolos, los pasajes de interés.
Francis Bacon, famoso autor del Novum Organum, que
había de sustituir al organum aristotélico, aplica sus pre­
ceptos de descubrimiento empírico-inductivo a su teoría
del viento en 1622 (véase p.ej., Bacon, 1803): "Hay po­
cos fenómenos observados sobre los vientos generales;
no es sorprendente, ya que estos vientos se encuentran
principalmente dentro de los trópicos, donde precipua­
mente se encuentran los lugares condenados por las
antiguos por inhabitables. [ ...] Es un hecho cierto que una
manifiesta brisa sopla constantemente entre los trópicos;
pero su causa es dudosa. Puede ser debida a esto: que
el aire, como habíamos notado previamente, se mueve
en la dirección de los cielos, aunque menos perceptible­
mente fuera de los trópicos, a raíz de los menores círcu­
los allí. Otra razón puede ser ésta: que todo aire es dila­
tado por el calor, y, debido a esta dilatación, el aire conti­
guo es forzosamente impelido, de tal forma que crea la
brisa constante; mientras que el sol mantiene su curso:
pero esta dilatación ha de ser más considerable dentro
117
de los trópicos, donde el sol calienta al máximo; y, agre­
go, menos considerable por fuera de los trópicos, donde
es más frío". A continuación, no nos sorprende ver cómo
Bacon pone en práctica su célebre estrategia del experi­
mentum crucis: "Parece ser un caso crucial para resolver
esta dificultad si se supiera si esta brisa continúa de no­
che, o no, puesto que la rotación del aire continúa de
noche, aunque el calor del sol no". Y añade enseguida:
"Ahora, es seguro que esta brisa no viene en la noche,
pero en la mañana, o algún tiempo después de levantado
el sol". Finalmente, tras unas explicaciones nebulosas de
vientos del norte y sur que soplan de "arriba" y "abajo",
concluye: "Esta observación la hicieron los antiguos, pero
con incertidumbre y oscuridad: pero encaja excelente­
mente con la experiencia moderna, porque la brisa cons­
tante de que hablamos, que puede ser un movimiento del
aire, no es del este, sino del noreste".
Más de seis décadas después, la explicación de Halley
se inserta en un marco ya plenamente copernicano. Tras
describir lo que se sabía de los alisios y los monzones,
en parte basándose en sus propias observaciones reali­
zadas durante su estadía en la zona tórrida, representán­
dolas en el primer mapa de vientos jamás publicado
(véase la reproducción, reducida, en la Figura más ade­
lante), Halley plantea los siguientes interrogantes
(Halley,1686): "En la historia anterior están contenidos
varios problemas que bien merecen la consideración de
nuestros más agudos naturalistas, tanto por la constancia
del efecto como por la inmensa extensión del mismo,
estando involucrada casi la mitad de la superficie del
globo. Los principales problemas son: 1) ¿por qué estos
vientos son perpetuamente del este en el Atlántico y mar
Etiópico, como también en el océano Pacífico, entre las
latitudes de 30 grados norte y sur? 2) ¿Por qué no se
extienden dichos vientos más allá de los 30 grados? 3)
¿Por qué ha de haber un viento constante del suroeste
sobre y cerca de la costa de Guinea? 4) ¿Por qué, en la
parte del océano índico donde los vientos, que durante la
mitad del año coinciden con los de los otros dos océanos,
han de cambiar durante la otra mitad para soplar de los
puntos opuestos, mientras que en las partes australes de
aquel océano obedecen a la regla general de ser vientos
perpetuos alrededor de sureste? 5) ¿Por qué ha de ser
siempre verdadero que estos vientos alisios, al norte y
sur del ecuador, se inclinan hacia el noreste y sureste,
respectivamente? 6) ¿Por qué en los mares de la China
ha de haber semejante inclinación, del este hacia el nor­
te, más que en las otras partes? Y muchos más proble­
mas, más fácil de proponer que de contestar".
Son estos los problemas que Kant se propondrá resolver
con su propia teoría. Halley en seguida declara: "Pero
para que no parezca que esté proponiendo a otros dificul­
tades que no haya creído dignas de mi propio tiempo y
esfuerzos, tómese aquí el resultado de un serio intento
de dar razón de los fenómenos susodichos, sobre los
cuales hice reflexiones que, aunque no sea capaz de dar
cuenta de todos los detalles, espero no sean juzgadas
totalmente perdidas por los curiosos en pesquisas natura­
les". Inmediatamente pasa a exponer las ideas reinantes,
para luego rechazarlas: "Viento se define lo más apropia­
damente como el flujo o corriente del aire, y donde tal
corriente es perpetua y fija en su curso, es preciso que
METEOROLOGíA COLOMBIANA W8, MARZO 2004
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proceda de una causa permanente, no intermitente. Por
eso algunos se han inclinado por la propuesta de que a
causa de la rotación diurna de la Tierra sobre su eje, el
globo girando hacia el este, las partículas sueltas y flui­
das del aire, siendo sumamente ligeras, se quedan atrás,
de manera que, respecto de la superficie de la Tierra, se
mueven hacia el oeste, ocasionando un viento constante
del levante. Esta opinión parece confirmada, puesto que
estos vientos se encuentran sólo cerca de la equinoccial,
en aquellos paralelos de latitud donde el movimiento
diurno es más raudo; y yo asentiría de buena gana, si en
el Atlántico las calmas constantes, cerca del ecuador, los
vientos del oeste cerca de la costa de Guinea y los mon­
zones periódicos del oeste en el mar índico bajo el ecua­
dor, no declararan la insuficiencia de aquella hipótesis.
Además, el aire, que está sujeto a la Tierra por el princi­
pio de la gravedad, adquiriría el mismo grado de veloci­
dad que la superficie de la Tierra en movimiento, tanto
respecto de la rotación diurna como respecto de la anual,
en torno al Sol, que es cerca de treinta veces más veloz.
Hace falta, pues, suplir alguna otra causa, capaz de pro­
ducir tal efecto constante, sin estar sujeta a las mismas
objeciones, pero conforme a las propiedades conocidas
de los elementos aire yagua, y a las leyes de los movi­
mientos de los cuerpos fluidos. Tal causa es, según lo
concibo yo, la acción de los rayos del sol sobre el aire y
el agua, a medida que pasa diariamente sobre los océa­
nos, en combinación con la naturaleza del suelo y la
situación de los continentes adjuntos: digo, pues, prime­
ro, que de acuerdo con las leyes de la Estática, el aire
que está menos enrarecido o dilatado por el calor, siendo
por consiguiente más pesado, se pone en movimiento
hacia aquellas partes más enrarecidas y menos pesadas,
para realizar el equilibrio; y segundo, que el sol, conti­
nuamente deslizándose hacia donde tiende también el
aire, lo acarrea hacia el oeste, en virtud del enrarecimien­
to efectuado por el máximo calor meridiano, y por consi­
guiente, la tendencia del cuerpo entero del aire inferior es
en ese sentido.
De tal manera se forma un viento general del este, que
se imprime a todo el aire de un vasto océano, con las
partes impeliéndose una a otra, para mantener el movi­
miento hasta el próximo regreso del sol, recuperándose
entonces tanto movimiento como se había perdido, y
perpetuando de ese modo el viento del este.
Del mismo principio se sigue que este viento del este ha
de soplar, al norte del ecuador, del noreste, y en latitudes
australes, del sureste; pues cerca de la línea, el aire está
mucho más enrarecido que a una mayor distancia de ella,
y el sol, que se encuentra dos veces al año en el cenit, en
ningún momento se aleja más de 23.5 grados de latitud,
donde el calor, siendo proporcional al seno del ángulo de
incidencia, no difiere mucho del rayo perpendicular; mien­
tras que bajo los trópicos, aunque el sol se mantenga
largamente aplomado, puede estar alejado de 47 grados,
de donde resulta una especie de invierno, durante el cual
el aire se enfría hasta tal punto que el calor estival no lo
puede calentar en un mismo grado como ocurre con el
aire bajo el ecuador. Por lo tanto, el aire al norte y al sur,
más denso que en el centro, ha de tender de ambos
lados hacia el ecuador: este movimiento del viento, com­
binado con el anterior, del este, dilucida todos los fenó­
menos de los vientos alisios, que indudablemente sopla­
rían durante todo el año, si toda la superficie del globo
constara de mar, como sabemos que lo hacen en los
océanos Atlántico y Etiópico".
Halley remata su ensayo reconociendo que no podía
explicar todos los rasgos de los vientos que muestra su
mapa (véase la Figura), como son, por ejemplo, el límite
de la zona de los alisios y el distinto comportamiento de
los monzones en las mismas latitudes. Pero su explica­
ción no será seriamente impugnada durante mucho tiem­
po, no porque fuera irrefutable, sino acaso por haber sido
expuesta por un científico que gozaba de gran prestigio
en su época, o, como escribirá Kant en su anemología,
simplemente por falta de una mejor.
Figura 1. "Fuente de no poco placer es el contemplar... el mapa en el que figuran los vientos persistentes o
periódicos en todos los mares..". (Kant, 1756). Mapa tomado de Halley (1686)
•
TORICO y VERSiÓN CASTELLANA
3. LA TEORíA DE LOS VIENTOS EN LA
ÉPOCA DE KANT
La explicación sugerida por el astrónomo Halley es la que
predominaría en el siglo XVIII. En el primer tercio de éste
son muy contados los anemólogos anteriores al gran
renovador de la teoría, de los cuales sólo cabe mencionar
al jesuita Nicolas Sarrabat (1698-1737), con su premiada
Dissertation sur les causes et les variatíons des vents
(1730). Cinco años más tarde aparece la concisa contri­
bución de Hadley (1735), que marca una nueva etapa en
la evolución de la teoría de los vientos. representando
efectivamente el primer jalón en la evolución de lo que se
llamará meteorología dinámica en el siglo XIX. Desafortu­
nadamente, su tersa exposición no llamó la atención de
sus contemporáneos.
El folleto de Kant sobre la teoña de los vientos se publica
en 1756, más de dos décadas después. ¿En qué sentido
representaba un avance? Kant aparentemente nunca vio
el breve ensayo de Hadley. que seguía sin la resonancia
que merecía. El tema de la causa de los vientos, en cam­
bio, mantuvo su actualidad en el entretanto. desafiando la
sagacidad de los arraeces de la hidrodinámica en cier­
nes. En 1746, la Academia de Seriín abre un concurso
proponiendo "determinar el orden y la ley que el viento
debería obedecer si la Tierra estuviera cubierta de agua
por todas partes. de manera que se pueda encontrar la
dirección y velocidad del víento en cualquier momento y
en cada lugar~, De las once contribuciones sometidas, se
publicaron a expensas de la Academia las tres mejores.
destruyéndose según los estatutos las ocho restantes.
Fue premiada la contribución de Jean le Rond
D'Alembert (1717-1783), Réflexions sur la cause généra­
le des vents, la cual se cita ocasionalmente en la historia
de la meteorología, con más admiración que compren­
sión. Se trata de una explicación basada en los efectos
cuantitativos de la atracciones de la Luna y el Sol sobre
la Tierra y sus partes fluidas, quizá la primera en aplicar
las matemáticas a un fenómeno netamente meteorológi­
co. El historiador Frisinger (1977) opina que "el mero
intento de un notable matemático y científico de tratar
una sección de meteorOlogía matemáticamente fue ins­
trumental en el lento pero continuo reconocimiento de la
meteorología como ciencia legítima". Podemos dudar del
dictamen de este historiador tan pronto hayamos leído la
sentencia del inimitable historiador Clifford Truesdell,
recientemente fallecido: "Tortuoso. obscuro, inelegante,
pretencioso, fatigante con sus rodeos, restricciones inúti­
les y enredantes, y ejemplos numéricos irrelevantes con
hasta seis u ocho cifras a medida que se arrastra de un
caso particular o incluso incompatible a otro infinitésima­
mente más general -no obstante, finalmente llega a ob­
tener ciertas ecuaciones en derivadas parciales que, se
afirma, gobiernan el flujo axial mente simétrico de un
fluido compresible en movimiento pequeño sobre una
esfera". (Truesdell, 1975.) El incomparable Leonhard
Euler (1707-1783), quien fue el juez decisivo en la adjudi­
cación del premio, admiró las matemáticas desplegadas
por d'Alembert, y el ensayo es sin duda de importancia
histórica en matemáticas o en física de campos, pero
como explicación de los alisios fue un fracaso total.
iCuánto más provechosa es la lectura de un Hadley o
Kant, en quienes las matemáticas lucen por su ausencia!
El segundo de los otros dos trabajos publicados bajo los
auspicios de la Academia había sido compuesto a las
carreras, a instancias del mismo Euler, por Daniel Ber­
noulli (1700-1782), titulado Recherches physiques et
mathématíques sur la théoríe des vents réglés (Investiga­
ciones físicas y matemáticas sobre los vientos arregla­
dos), mientras que el tercero había sido sometido por el
publicista literato y astrónomo aficionado Christlob Mylius
(1722-1754), bajo el título de Versuch einer Bestimmung
der Gesetze der Winde wenn die Erde überall mít einem
tiefen Meere bedeckt ware (Ensayo sobre la determina­
ción de las leyes de los vientos si la Tierra estuviera cu­
bierta con un mar profundo). La teoría que propuso Da­
niel Bernoulli merece un trabajo aparte, que publicaré en
otra ocasión. Me da la impresión que fue el primero en
aplicar a un problema meteorológico una forma rudimen­
taria del principio del par de fuerzas, la fuerza siendo una
de "adhesión", considerada constante en una atmósfera
estacionaria; para obtener los vientos alisios tuvo que
recurrir a la fantástica hipótesis de que en su borde supe­
rior, nuestra atmósfera colindaba con una atmósfera solar
en reposo, en la cual "nadan todos los planetas", de mo­
do que las condiciones de frontera son esencialmente las
del problema correspondiente de Couette, estudiado a
fines del siglo XIX: un fluido contenido entre dos cilindros
verticales, el menor de los cuales gira en sentido antiho­
rario, mientras que el exterior se mantiene en reposo.
Como ya se dijo, Bernoulli no pudo dedicarle sino pocos
días al tema, y por eso no pensó que merecía el premio,
sobre todo ante el premiado talento de d'Alembert. Pero
tan pronto hubo leído la memoria ganadora de
d'A1embert, no pudo contener un intenso disgusto, escri­
biéndole, en 1750, a Su amigo Euler: "Al Sr. d'Alembert lo
considero como uno gran matemático en abstracto; pero
cuando hace una incursión en matemáticas aplicadas, se
me acaba toda estima; su hidrodinámica es demasiado
infantil como para que pudiera tenerlo en alguna estima
en tales asuntos. Su pieza sobre los vientos no significa
nada, y cuando uno la ha leído toda, sabe tanto acerca
de los vientos como antes. Yo creí que se exigían deter­
minaciones físicas y no integraciones abstractas; empie­
za a infiltrarse un gusto viciado, que más que avanzarlas,
perjudicará las ciencias, y sería a menudo mejor para los
físicos reales si no existieran las matemáticas en el mun­
do". (Bernoulli, 2002).
El aporte del joven Mylius no sale del marco de las expli­
caciones del siglo anterior. Detalló algo la importancia del
ángulo de incidencia de los rayos solares, cuyo calor veía
como la causa principal de los vientos, con algunas modi­
ficaciones debidas a las atracciones del Sol y de la Luna.
En todo caso, niega que la rotación de la Tierra pudiera
ser la causa de los vientos regulares.
Estas prolijas consideraciones se incluyen por dos moti­
vos. Primero, porque Kant, en sus tempranas reflexiones
sobre hondos problemas de la ciencia natural, se dejó
inspirar por las cuestiones propuestas para competición
por las academias; y segundo, porque las tres contribu­
ciones del concurso de 1746, pese a su originalidad en
los dos primeros casos, además de su gran importancia
METEOROLOGíA COLOMBIANA W8, MARZO 2004
histórica, no acertaron ninguna en la explicación de las
causas de los vientos regulares. Kant hace gala de ingenio
cuando enuncia su tercera anotación (vide apéndice), en la
cual anuncia una regla que le hubiera podido valer el reco­
nocimiento de los meteorólogos, si favorables vientos publi­
citarios hubiesen divulgado a tiempo su folleto.
Pese a todos estos esfuerzos por entender la distribución
y causa de los vientos observados, la explicación de
Halley parece haber prevalecido hasta finales del siglo y
aun más allá, como lo prueba el artículo dedicado a los
vientos en la edición príncipe de la prestigiosa Encyclo­
paedia Britanníca (1771), donde leemos: "Aunque otras
causas pueden ocasionar vientos en determinadas cir­
cunstancias, su causa principal y más universal es el sol,
que calienta el aire en algunos lugares de la atmósfera
más que en otros; y como el aire es susceptible de dila­
es
calentado
tarse
bastante
más
donde
considerablemente, se dilata de tal manera que se vuelve
más ligero que el aire de aquellos lugares donde está
más frío; de modo que este aire frío de las partes
circunyacentes, más pesado, corre hacia el punto más
caldeado para restablecer el equilibrio que había sido
destruido. Así que si existiera un lugar particular sobre la
superficie de la Tierra donde el sol actuara
constantemente con mayor fuerza que sobre cualquier
otra parte, una constante corriente de aire fluiría hacia la
región más cálida: pero el sol actúa con mayor fuerza
sobre aquellas partes de la Tierra más cercanas al
ecuador que a uno u otro de los polos; así, cabría esperar
que un viento soplaría natural y constantemente de las
regiones polares hacia el ecuador; lo cual es
efectivamente el caso en la zona tórrida, donde la in­
fluencia del sol prevalece sobre casi todas las otras
causas menores que producen los vientos variables en
nuestras latitudes más norteñas. Sin embargo, incluso en
la zona tórrida estos vientos del norte y del sur son modi­
ficados de distintas maneras.
Aunque el calor de la región ecuatorial es mayor que
cualquier otro, el sol en su curso diurno actúa
perpendicularmente sobre un punto del ecuador apenas
en un instante e inmediatamente pasa por encima de él;
el aire retiene el calor que le fue comunicado por el sol no
más que por un tiempo breve, enfriándose gradualmente
a medida que aquél se retira, hasta que su influencia se
haga sentir nuevamente al día siguiente. El grado de
calor sobre ese círculo máximo ha de ser muy distinto en
distintas partes, variando perpetuamente en cada punto;
lo cual tiene que perturbar, en cierta medida, aquellos
vientos, ya mencionados, que vienen de las regiones
polares. Para comprender claramente cuáles son los
efectos de la rotación, consideremQs su efecto sobre el
viento ecuatorial, suponiendo que ninguna otra causa lo
interrumpiera. Y aquí hemos de observar que como el
punto sobre el cual el sol actúa con la mayor fuerza se
está moviendo constantemente de oriente a occidente, el
aire al este de aquel punto sobre el cual el sol acaba de
pasar será enrarecido más que el que se encuentra hacia
el oeste, y fluirá naturalmente hacia ese punto de este a
oeste, con mayor velocidad que de oeste a este, ya que
el aire frío se verá interrumpido en su curso hacia aquel
punto por el movimiento del sol que viene a su encuentro.
Por lo tanto, se sigue que del movimiento diurno de la
Tierra, de oeste a este, siempre se produciría una co­
rriente constante de aire del este, a no ser que otras
causas la obstruyesen. Pero como hay una corriente
constante de aire que fluye de las regiones polares a las
ecuatoriales, una composición de estas dos corrientes
simultáneas de aire, actuando al mismo tiempo, producirá
un viento del noreste en todas partes del hemisferio nor­
te, y uno del sureste en todas partes del hemisferio sur.
Estos vientos se conocen con el nombre de los vientos
alisios generales".
Treinta y seis años antes Hadley había reconocido un
elemento dinámico en la rotación de la Tierra que echa­
mos de menos en el artículo enciclopédico: "Las causas
de los vientos alisios generales no han sido explicadas
plenamente por ninguno de quienes han escrito sobre el
tema, por falta de considerar de manera más detallada y
distintiva, la participación del movimiento diurno de la
Tierra en la producción de los mismos". Ni Kant ni los tres
concursantes de 1746 parecen haber conocido el ensayo
de Hadley, pero el principio de su explicación será redes­
cubierto por dos de los cuatro: primero, por Daniel Ber­
noulli en 1751, en su memoria ganadora del premio doble
en un concurso de la Academia de Ciencias de París,
que había propuesto como tema "la mejor manera de
determinar en el mar la fuerza e intensidad de las corrien­
tes", pero que no fue publicada sino hasta en 1769; y
luego, por Immanuel Kant en el tratado de 1756, al cual
estamos dedicando este artículo. Mas no fueron los úni­
cos en emplear el mismo principio de Hadley: Jean André
Deluc (1727-1817) lo aplica en sus variopintas cartas
sobre el mundo (Deluc, 1779), y nuevamente en 1788,
en sus influyentes Idées sur la météorologie; en 1790,
Johann Michael Hube (1737-1807) desarrolla el mismo
principio en un tratado sobre la evaporación, pero su
explicación podría haber derivado de Deluc, y, finalmen­
te, reaparece en los célebres Meteorological Observa­
tions and Essays de John Dalton (1766-1844), cuya pri­
mera edición se publicó en 1793, y en cuyo prólogo llama
la atención sobre el ensayo de Hadley, mencionando
igualmente a Deluc en una nota de pie de página. Sin
embargo, todos estos sabios son señeras excepciones
en un siglo en el que la explicación de los vientos alisios
fue dominada por la teoría de Edmund Halley, recogida
en tratados de física de gran difusión, como el Essai de
physique (1751) del holandés Musschenbroek (1692­
1761), a quien Kant menciona en su anemología, además
de seguir resonando en artículos enciclopédicos como el
ya citado, y en tratados como La théorie des vents, del
caballero De la Coudrayes (1743-1817), una obra más
sobre los vientos coronada por una Academia, esta vez la
de Dijon, en 1786.
4. LA EXPLICACiÓN KANTIANA A LA LUZ
DE LA METEOROLOGíA ACTUAL
Es hoy en día imposible encontrar un filósofo capaz de
ofrecer una explicación correcta de algún fenómeno me­
teorológico. Immanuel Kant muere hace dos siglos y su
filosofía no deja de ofrecer orientación y luces a quienes
la estudian profesionalmente. Pero sus escritos científi­
cos han sido criticados en algunas ocasiones, con la
excepción de su teoría cosmogónica, que se suele citar
[[ PELKOWSKI: LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CONTEXTO HISTÓRICO Y VERSiÓN CASTELLANA
junto con la posterior de Laplace. Como ya vimos, en su
teoría del viento Kant propone un principio que le valió la
inmortalidad a Hadley, además de haber "resuelto el enigma
más dícifil de la meteorología de su tiempo", la génesis de
los monzones, como escribe un editor moderno de las obras
geográficas y científicas del regiomontano.
Recordemos que Immanuel Kant nació, vivió y murió en
Koenigsberg (Kaliningrado). De él se ha escrito que fue el
pensador más brillante de la edad moderna, que revolu­
cionó la filosofía como antes Copérnico había revolucio­
nado la astronomía. En la fase "precrítica" de su vida, o
sea, antes de su famosa filosofía criticista, Kant trató de
mantenerse al corriente de los progresos de la ciencia.
Inauguró sus publicaciones científicas en 1746 con los
Pensamientos sobre la verdadera estimación de las fuer­
zas vivas, dedicada a esclarecer la confusión que había
reinado a lo largo de las décadas anteriores entre carte­
sianos y leibnizianos respecto a la medida verdadera de
lo que hoy se conoce como energía cinética. Kant prefie­
re la medida cartesiana, que para nuestros propósitos
podemos identificar con el producto de la masa por (el
valor absoluto de) la velocidad, un dato útil para entender
mejor su teoría sobre los alisios. En 1755 publica su
Historia natural y general, y teoría del cielo, en la que
expone la formación de los cuerpos celestes a partir de
una nebulosa, hipótesis conocida como de Kant-Laplace.
No hace falta mencionar las otras obras de su fase
precrítica, que termina hacia 1770, sobre terremotos, el
fuego etc., pues no nos interesa aquí sino su teoría de los
vientos, o anemología, y en particular, su explicación de
los vientos alisios.
¿Cómo juzgamos hoy en día esta explicación de los
alisios? En meteorología dinámica de nuestro tiempo,
uno de los principios fundamentales es el de la conserva­
ción del momento angular. La historia de este principio no
se ha narrado de forma definitiva. Según Truesdell
(1975), "en las investigaciones de Mecánica llevadas a
cabo en la primera mitad del siglo XVIII, especialmente
en las de Euler, se aplicaba una y otra vez el principio del
momento de la cantidad de movimiento considerado
como una consecuencia de la ley de las aceleraciones
invertidas de Jaime Bernoulli aplicada a la antigua ley de
la palanca. Ahora bien, al no haber sido enunciado toda­
vía dicho principio del momento de la cantidad de movi­
miento, los geómetras de aquella época no se daban
cuenta de que estuvieran aplicándolo. De hecho estaban
descubriendo este principio ..".. Hadley, por consiguiente,
no pudo haber aplicado el principio del "momento de la
cantidad de movimiento", o momento angular, como a
veces se le reprocha. El proceso de destilación fue lento
y penoso, y sólo un sostenido esfuerzo de fundamenta­
ción y generalización permitió que se extrajera el nuevo
principio independientemente de los casos en que resul­
taba ser una consecuencia del principio del momento
newtoniano. El finado pero finísimo experto en esta mate­
ria, Truesdell (1975), afirma que "Euler descubrió la
solución tan simple como eficaz. La clave de esta solu­
ción consiste en considerar al principio del momento de la
cantidad de movimiento como una ley fundamental de la
mecánica y en no especificar ni la magnitud ni la direc­
ción de las fuerzas y pares de contacto. De esta manera
consiguió escribir en 1771 las ecuaciones generales de la
121
II
mecantca para un cable plano deformable. A partir de
aquí le resultó muy sencillo enunciar el principio del mo­
mento de la cantidad de movimiento en su forma más
general:
dr
d r rx
dm=L(P)
dtJI'
dt
r
donde
es el vector de posición y L es el par total apli­
cado a una parte P del cuerpo y que incluye pares de
contacto si éstos fueran necesarios".
Expresemos el momento angular de la atmósfera de la
siguiente manera (Egger, 2002):
M = Jvr piñdV
donde el momento angular específico viene dado por:
iñ = r X dr
dt
= r X (v + r X Q) ,
y cuya componente a lo largo del eje de rotación terrestre
puede demostrarse ser igual a:
+ aQcoscp)a coscp = urq¡ + Qr: '
(u
en donde Q es la velocidad angular de rotación de la
Tierra, a su radio, rtp el radio del paralelo
¡p,
que desig­
na la latitud de una parcela de aire, y u su componente
zonal de velocidad relativa a la superficie terrestre.
Con el auxilio de las ecuaciones del movimiento, se puede
obtener una ecuación para la componente en cuestión:
d
dt(urtp
+ Qr:)
dp _ \7 . ( f
dA
rtp)'
El primer término del miembro derecho representa el
efecto debido a la orografía, un efecto que se tuvo en
cuenta en casi todas las explicaciones verbales de los
vientos (alisios), incluyendo la de Acosta, pero que se
descartaba de entrada en los tratamientos matemáticos,
puesto que se buscaba una explicación de los alisios que
no dependiera de causas "accidentales". El segundo
término del miembro derecho lo incluyeron tanto Hadley
como Kant en sus explicaciones cualitativas, pero el
primero, a mi juicio, que intentó explicar los alisios, ba­
sándose en un razonamiento físico-matemático equiva­
lente a la anulación de ese segundo término, fue Daniel
Bernoulli, en la memoria citada más arriba, donde inves­
tiga el caso de divergencia nula en el plano ecuatorial, o
sea, para
r,," = a.
El vector
f
es el esfuerzo cortante
relacionado con el transporte de momento debido a la
viscosidad del aire. Si descartamos la orografía y el ro­
zamiento, obtenemos:
METEOROLOGíA COLO
d
-(ur",
dt
,
o sea,
+ Qr;)
O,
que es la ecuación que aparece en Riehl (1979), p. 3,
como representando la conservación del momento angu­
lar, pero que realmente representa la conservación del
momento angular alrededor del eje de rotación (Egger,
2002). Mediante esta ecuación es fácil entender la expli­
cación que dieron Hadley y Kant. Para ello considérese
una parcela de aire sobre la República Dominicana que
tiende a moverse hacia la costa colombiana, donde el
aire ha sido enrarecido por calentamiento en tierra firme.
La distancia inicial de la parcela al eje de rotación, es
menor que la distancia que corresponde al litoral caribe.
Si suponemos que en un momento dado la velocidad de
aquella parcela es nula, tendremos, después de unas
horas:
urIiICar
2
Qr,Re ¡,I"(),J1
2
+ QrlilCar
J
o sea,
urIiICat -_Q(r,2
. Re pDom
2 )<0
r IitCor
'
es decir, una velocidad zonal u negativa, lo cual significa
que el viento sopla con una componente u del este. Esta
es una conclusión debida, en su esencia, a Hadley e,
independientemente, a Kant. Pero como no disponían del
principio de la consé,vación del momento angular, ambos
se basaron en un principio cartesiano de conservación,
que no había sido formulado muy claramente y que no se
aplicaba consistentemente. Hadley supuso la conserva­
ción de la celeridad absoluta de movimiento, mientras
que Kant habla del momento de una tal velocidad de
rotación. En el caso de Hadley, la ley se podría escribir
en nuestros términos matemáticos:
du
dt
O,
es decir, introduciendo la longitud geográfica de la parce­
la,
A11 , y agregando el índice zero al valor inicial,
J
d ( r ~dA p -O
dt '" dt de donde se sigue que si t~
> f",p.o' dA p / dt < Q ,
implicando que la parcela gira más lentamente que la
Tierra y se rezaga, causando una componente del este
en el viento del norte.
Si interpretamos a Kant modernamente, su ley de con­
servación se expresaría así:
y mediante un razonamiento parecido se infiere que una
componente del este aparece a medida que el viento se
acerca a la costa colombiana, con la sola diferencia que
el viento sopla más fuertemente.
Pero no creo probable que Kant hubiese tenido en mente
nuestra definición de momento de la velocidad (o, equiva­
lentemente, momento de la cantidad de movimiento),
aunque la palabra momento se empezaba a emplear en
el sentido que le dimos. Kant parece haber enredado en
sus propios escritos distintas acepciones de la noción de
momento, prefiriendo significados como disposición a,
impulso, causa etc. Pero incluso si sólo se interpreta en
el sentido vagamente cartesiano que le dio Hadley, las
deducciones cualitativas son las mismas, y Kant merece
la medalla de plata en este historial. Hadley tiene el gran
mérito de haber prefigurado el principio de la conserva­
ción del momento angular global por cuanto supuso que
si soplaban vientos del este sobre grandes extensiones
de la superficie terrestre, habían de soplar, en compen­
sación, vientos del oeste en otras regiones, puesto que la
Tierra no se acelera ni se desacelera. Kant, por otro lado,
fue más allá que Hadley, al intentar explicar con su teoría
los monzones y todas las desviaciones de vientos que
aparecían en mapas de la época como el que reproduci­
mos aquí.
5.
CONCLUSiÓN
La explicación que de los vientos alisios y los vientos
predominantes del oeste se dieron en el tiempo de Kant,
empleando el mismo razonamiento de Hadley, consciente
o independientemente, parecía ser satisfactoria. Las
bases matemático-físicas de nuestra explicación moder­
na del régimen de vientos conocidos desde hace siglos
fueron sentadas hacia 1860 por William Ferrel (1917­
1891), primer teórico de la moderna rama de meteorolo­
gía dinámica. No hay una diferencia esencial entre su
explicación y la que podemos encontrar en los manuales
modernos de meteorología dinámica. En cambio, todas
las explicaciones anteriores son casi sin excepción cuali­
tativas. La más explícita y elaborada es precisamente la
de nuestro filósofo. y aunque esa forma de razonar cuali­
tativamente no sea aceptable o suficiente hoy en día,
puede iluminar algunos aspectos importantes de la diná­
mica atmosférica, sin ahogarlos en un formalismo mate­
mático demasiado elaborado, como ya ocurre en los
trabajos de FerreL La lectura de los textos clásicos, debi­
damente anotados y traducidos, puede facilitar la
comprensión de los fenómenos meteorológicos desde
una perspectiva que no pueden asumir los textos mo­
dernos, cuyo carácter técnico tiende a enajenar el espíritu
de las explicaciones fenomenológicas, un espíritu que
anhela, hoy no menos que hace dos siglos, abarcar todo
cuanto se encuentra entre los fenómenos a que alude el
famoso epigrama funerario en la lápida conmemorativa
de Immanuel Kant: "Dos cosas llenan el alma de
admiración y reverencia, renovadas con creces cuanto
[1 PELKOWSKI:
LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CONTEXTO HISTÓRICO Y VERSiÓN CASTELLANA
reverencia, renovadas con creces cuanto más frecuente y
sostenidamente reflexionamos sobre ellas: el cielo estre­
llado encima de mí y la ley moral que hay en mr'.
APÉNDICE
Nota sobre la traducción
El texto a continuación es la traducción que aquí ofrece­
mos de las "Neue Anmerkungen zur Erlauterung der
Theorie der Winde", tratado publicado como folleto en
1756, incluido en las obras kantianas publicadas por la
Real Academia Prusiana de Berlín, en el primer tomo de
la gran edición (Kant, 1902). En la traducción he procu­
rado ser literal, evitando emplear términos técnicos mo­
dernos que, o no existían o no tenían el mismo significa­
do que en nuestros días. Sin embargo, para ahorrarle al
lector mi propia experiencia de tener que releer algunas
de las escabrosas frases kantianas, no vacilé en sacrifi­
car aquí y allá la fidelidad textual en aras de una lectura
más fluida.
NUEVAS ANOTACIONES PARA ACLARAR LA TEORíA DE LOS VIENTOS (1756) IMMANUEL KANT
Advertencia preliminar
Es preciso imaginar la atmósfera como un mar de materia
fluida y elástica, compuesto en cierto modo por capas de
distinta densidad, siempre menor en cotas superiores. Si
ese mar fluido ha de mantenerse en equilibrio, no basta
que las columnas aéreas, que imaginamos contiguas,
pesen lo mismo; también tienen que ser de igual altura,
es decir, que la capa de determinada densidad tenga el
mismo nivel en todas las partes de su extensión; de lo
contrario, según las leyes de los fluidos, la parte más alta
necesariamente fluiría hacia la inferior, y el equilibrio
quedaría anulado en el mismo instante. Las causas que
pueden romper el equilibrio son, bien sea la disminución
de la fuerza elástica debida al frío y los vapores que debi­
litan la elasticidad del aire, bien sea la disminución de la
gravedad, en parte por el calor, que hace que una cierta
región aérea se dilate más que otra y se vea por lo mis­
mo obligada a ascender por encima del nivel de ésta, y
en parte por la confluencia de los vapores de agua que,
tras haber sido transportados por el aire y haberse sepa­
rado de éste, le sustraen una parte de su peso. En am­
bos casos se origina un viento hacia la región que ha
perdido su elasticidad o su peso, pero con la diferencia
de que en el primer caso se restablece pronto el equili­
brio, como también ocurre cuando se da la segunda cau­
sa del otro caso, ya que para que persistan los vientos en
estos casos se requiere un incremento de la causa, lo
cual es imposible que dure mucho tiempo. En cambio,
como la primera causa en el último caso puede ser conti­
nuada sin aumentar, representa un vigoroso manantial de
vientos persistentes.
Las causas motrices de la atmósfera, que se atribuyan al
aumento de la elasticidad, debido, por ejemplo, al calor, o
al peso, que aumenta al mismo tiempo, como cuando el
aire es liberado por la fusión de la nieve, no son ni con
mucho tan fuertes, porque entonces el movimiento tiene
lugar, tanto contra una capa en reposo, que resiste con
todo su peso, como porque la región aérea que se dilata
lo hace por igual hacia arriba y hacia los lados, debilitan­
do así su propia fuerza; por lo tanto, es imposible que en
vastas extensiones se sienta un viento debido a estas
causas.
Menciono todo esto solamente con brevedad, presupo­
niendo que la misma reflexión del lector vierta la luz ne­
cesaria sobre lo expuesto. No me gustaría decir muy
poco en tan pocas hojas.
Primera anotación
Un grado mayor de calor, actuando sobre una reglan
aérea más que sobre otra, hace un viento hacia aquella
región recalentada, viento que persiste mientras perdura
el mayor calor de ésta.
El incremento de calor obliga al aire a ocupar un mayor
espacio, dilatándose aquél con igual fuerza tanto lateral
como verticalmente hacia arriba. Al mismo tiempo se
modifica el peso de la región aérea, puesto que, al des­
bordarse el aire que ascendió, la columna contendrá
menos aire. Éste es desplazado del lugar por el peso
excedente del aire circundante, más frío y por ello más
denso y pesado. A su vez, se enrarece, al igual que el
anterior, haciéndose más liviano y cediendo a la presión
del aire que le sigue, y así sucesivamente. Que no se
crea que el aire recalentado, que tiende a dilatarse tam­
bién lateralmente, vaya a producir un viento desde el
lugar del calentamiento hacia la región más fría. Como la
dilatación hacia todos lados ocurre homogéneamente, y
como la fuerza de distensión, inversamente proporcional
al cubo de la distancia del centro, disminuye inversamen­
te, el ímpetu de un lugar de aire en dilatación, de cuatro
millas cuadradas, tras aumentar en una décima parte,
crecería, a una milla de distancia, en solamente una
80ava parte de la fuerza aumentada, y por consiguiente
no podría percibirse. Pero la dilatación ni siquiera puede
llegar hasta ahí. Porque antes de que el aire se extienda
toda esa distancia, tendrá que ceder, debido a la dismi­
nución de su peso, a la presión del más pesado, el cual
tomará su lugar.
Confirmación por la experiencia
La regla enunciada es tan confirmada por toda experien­
cia que no se podrá alegar ni siquiera una excepción
contra ella. Todas las islas en el mar, todas las costas de
los países en zonas donde el calor solar es muy intenso,
sienten una continua brisa de mar, tan pronto como el sol
se haya elevado lo suficiente por encima del horizonte
como para actuar considerablemente sobre la tierra.
Puesto que ésta recibe un mayor calentamiento que el
mar, el aire de tierra es enrarecido más que el aire mari­
no, cediendo al peso de éste. En el extenso océano Etió­
pe el viento, lejos de la tierra firme, es el viento natural y
general del este, pero cerca de las costas de Guinea se
METEOROLOGíA COLOMBIANA W8, MARZO 20041
retuerce, desviándose de ese derrotero, y es obligado a
soplar hacia Guinea, que por estar más recalentada por
el sol que el océano, da origen a una corriente sobre su
suelo caliente. Véase no más el mapa que Jurin añadió a
la geografía general de Varenio, o el que Musschenbroek
incluyó en su física, y se podrá entender y explicar cabal
e inmediatamente, teniendo presentes tanto el viento
natural del este como la antedicha regla, todas las direc­
ciones del viento que sopla cabe a Guinea, con tornados
y todo lo demás. Por eso reinan en el norte los vientos
del norte en época de invierno, cuando el sol enrarece el
aire en el hemisferio austral, y por eso se levantan los
vientos a principios de la primavera, soplando del ecua­
dor hacia el hemisferio boreal, en el que el acrecentado
calor solar enrarece el aire, causando su repliegue desde
el ecuador hacia la zona templada en el norte. Pero este
viento no se extiende mucho en esa misma zona templa­
da, porque en esa época el sol todavía no puede surtir un
gran efecto a mayores distancias del ecuador. En dicha
época, en abril y mayo, los vientos soplan del interior de
Etiopía, llegando hasta Egipto; se denominan chamsín y
traen consigo, ya que provienen de un suelo recalentado,
un aire fogoso; pues el aire enrarecido en la zona tem­
plada obliga al aire ecuatorial a retirarse y a extenderse
por un tiempo sobre esta zona.
Segunda anotación
Una región aérea que se enfría más que otra, acarrea en
la vecindad un viento, el cual sopla hacia el lugar del
enfriamiento.
La causa se comprende como consecuencia de la reduc­
ción de la fuerza de dilatación cuando disminuye el calor.
Confirmación por la experiencia
En todos los mares cerca a las costas de tierra firme o
cerca de las islas, si están expuestas a una acción fuerte
del sol, sopla de noche una brisa de tierra. Pues a esa
hora el aire marítimo pierde más rápidamente su calor
que el aire de tierra, ya que el suelo recalentado conser­
va en éste el calor sin mayor disminución, mientras que el
mar, que durante el día ingiere poco calor, deja enfriar
más rápidamente el aire sobre él. Por eso éste cede a la
fuerza de dilatación de aquél, permitiendo así una co­
rriente aérea de la tierra hacia la región de mar enfriada.
Los vientos del sur, que soplan, como anota Mariotte, a
principios de noviembre, son atribuíbles al enfriamiento
del aire en el lejano norte, cuando se da el principio del
invierno con todo su rigor.
Tercera anotación
Un viento que sopla del ecuador hacia el polo, se toma,
cuanto más dura tanto más de poniente, y el que tira del
polo hacia el ecuador, muda su dirección con un movi­
miento colateral del este.
Esta regla, la cual no ha sido, que yo sepa, anotada
jamás, puede considerarse como una clave para la teoría
general de los vientos. La demostración de la misma es
muy comprensible y convincente. La Tierra gira de
occidente a oriente alrededor de su eje. Por lo tanto, cada
lugar sobre su superficie tiene tanto más celeridad cuanto
más cercano esté al ecuador, y tanto menos cuanto más
alejado esté de él. Luego el aire que corre al ecuador
encuentra siempre en su camino lugares con más
movimiento de poniente a levante, que el que él mismo
tiene. Les ofrecerá, pues, una resistencia en dirección
opuesta, o sea, de este a oeste, y por lo tanto el viento se
desviará en esta dirección colateral; por cuanto es
indiferente que sea el suelo el que se desplace debajo de
un cuerpo fluido, el cual no es movido con igual celeridad
en la misma dirección, o que éste sea movido en
dirección opuesta. Si en cambio el viento sopla del
ecuador al polo, llegará siempre a lugares de la Tierra
que tienen menor movimiento de poniente a levante que
el aire que transporta; pues éste tiene un movimiento
igual a la celeridad del lugar desde donde se propagó
aquél. Pasará por encima, pues, de los lugares adonde
llega, de poniente a levante, y su movimiento hacia el
polo estará vinculado a un movimiento colateral del
poniente.
Para imaginarnos esto claramente, hemos de tener ante
todo presente que, cuando la atmósfera está en
equilibrio, cada una de sus partes tiene igual velocidad de
giro, de poniente a levante, que el lugar de la superficie
de la Tierra sobre el cual se encuentra, y por
consiguiente está en reposo. Pero si una parte de la
atmósfera cambia su posición en dirección meridional,
encuentra lugares que se mueven con mayor o menor
celeridad, de poniente a levante, que la que todavía lleva
impresa del lugar original. Así se moverá, sobre las
regiones que atraviesa, ya sea con una desviación de
poniente a levante, ya sea oponiéndole resistencia a la
superficie de la Tierra en la dirección de levante a
poniente, lo cual produce en ambos casos un viento con
el mismo movimiento colateral. La intensidad de ese
movimiento lateral estriba tanto en la celeridad del lugar
sobre el que se mueve, como en la diferencia de la
celeridad de los lugares de y hacia donde transita. Ahora,
la celeridad de rotación de cada punto de la superficie de
la Tierra alrededor de su eje es proporcional al coseno de
la latitud, y la diferencia de este coseno entre dos lugares
de la superfice muy cercanos, por ejemplo a la distancia
de un grado, es proporcional al seno de la latitud. Por
ende, el momento de la velocidad, con la que se
desplaza lateralmente desde una latitud a otra, estará en
relación compuesta de los senos y cosenos de las
latitudes, y por conSiguiente será máxmio en la latitud de
45°, e igual a la misma distancia de éste.
Para dar una idea del grado de este movimiento colateral,
tomemos por ejemplo un viento del norte que sopla de la
latitud de 23.5° hacia el ecuador. Aquél tiene, cuando
parte de dicho grado, un movimiento de poniente a
levante igual al de su lugar. Una vez se haya acercado de
5° al círculo equinoccial, se encuentra con una zona que
se mueve más rápido en dicha dirección. Ahora,
mediante un cálculo sencillo, se encuentra que la
diferencia de la celeridad de estos dos paralelos es de 45
pies por segundo; por lo tanto, el aire que partió de la
latitud de 23° y llega a la de 18°, causaría en esa región
un contraviento de levante a poniente, capaz de cubrir 45
pies por segundo, si no fuera por el hecho de que, a lo
largo de todo el camino de 5°, se le hubiese comunicado
j
LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CON1"EXTO HISTÓRICO y VERSiÓN CASTELLANA
125
al aire, en virtud de la rotación de la Tierra, algo de su
movimiento, de tal modo que en el quinto grado de
desplazamiento la diferencia no puede valer ni con
mucho tanto. Pero como, a pesar de ello, siempre tiene
que quedar una diferencia, la vamos a suponer ser igual
a la quinta parte de lo que resultaría sin aducir esa razón,
de modo que el movimiento colateral ascendería, con
todo, a 9 pies por segundo, lo cual es suficiente para
hacer de un viento norte, levantándose desde los 23°
para llegar a los 18°, y que barre rectilíneamente 18 pies
por segundo, un viento del noreste. Asimismo se mudará
un viento del sur, que pasa con esa misma celeridad de
los 18° a los 23°, en su último grado, en un viento del
suroeste, ya que pasa al paralelo que se mueve más
lentamente, con el exceso de impulso latitudinal que
calculamos anteriormente.
los que fueron abandonados hace más tiempo por el sol.
¿Pero, si yo concediera que todo ocurre como lo exigen,
cabe imaginar de alguna forma razonable que sea
posible que la corriente de aire que sigue al sol, cuando
éste esté en el horizonte vespertino, pueda originarse a
180°, o sea, 2700 millas, hacia el oriente de él? ¿Y no ha
de desaparecer totalmente a tan asombrosas distancias
un movimiento tan pequeño? Y sin embargo, el viento se
mueve en todas partes del círculo del trópico y a toda
hora del día del levante al poniente. El Sr. Jurin, quien
sostiene precisamente la misma opinión, lo hace desde
luego por buenos motivos, no pudiendo demostrar el que,
lejos de los trópicos, donde ciertamente la acción del sol
también es considerable, no se siente el mismo viento del
este. Y es que de hecho no se puede explicar por la
causa alegada.
Confirmación por la E¡lxperiencia.
Ved, pues, aquí, una causa distinta, que concuerda mejor
con los principios más conocidos de las ciencias de la
naturaleza. El calor, más intenso en la zona tropical y sus
inmediaciones que en otras partes, mantiene el aire
correspondiente en un estado de enrarecimiento invariable.
Las zonas aéreas menos cálidas, y por ello más pesadas,
que se encuentran a mayor distancia del ecuador, se
abren paso hacia esas zonas enrarecidas, de acuerdo
con las leyes del equilibrio, y así, puesto que se mueven
hacia el ecuador, su dirección norteña tendrá que
desviarse, dando lugar a un movimiento colateral del
este, conforme a la tercera anotación. Por lo tanto, el
viento del este general será un viento colateral a uno y
otro lado de la línea ecuatorial, tornándose, a lo largo de
ésta. hacia donde tienden el viento del noreste y del
sureste desde ambos hemisferios, en un viento
puramente del este; pero cuanto más se aleja uno de la
linea. tanto más se desvían hacia la dirección polar.
Se incluirá en lás anotaciones siguientes.
Cuarta anotación
El viento general del este, que reina en todo el océano
entre los trópicos, no se ha de atribuir a ninguna otra
causa que la que se sigue de la combinación de las
anotaciones primera y tercera.
Aquella opinión, que atribuye el viento del este al rezago
de la atmósfera, debido a la rotación de la Tierra. de
oeste a este, ha sido desechada con buena razón por los
conocedores de la naturaleza. porque. incluso si al
comienzo se haya retrasado la atmósfera un tanto en la
primera rotación, pronto tuvo que haber sido arrastrada
con la misma celeridad. Pero yo aplico este pensamiento
de manera más ventajosa y correcta, por cuanto
demuestro que es válido, si el aire pasa al ecuador desde
paralelos más alejados, ya que entonces ciertamente no
tendrá la misma velocidad que el movimiento del mayor
de los círculos, y sin duda habrá de rezagarse algo. El
viento resultante del este será incesante, mientras no
cese el flujo lateral de nuevo aire hacia el ecuador, sin lo
cual, indudablemente, pronto perdería su movimiento
contrario, debido a la acción constante de la superficie
terrestre.
Desde que se había eliminado la primera causa por
acuerdo general. se convino que dentro de los trópicos el
viento del este general se había de atribuir al arrastre del
aire que sigue al que ha sido enrarecido por el sol en su
movimiento de levante a poniente. Ciertamente, nadie se
hubiese dado por contento con esta explicación, de haber
habido una mejor. Ahora, si de acuerdo con la causa de
la primera anotación, el aire fluyera hacia el lugar
caldeado por el sol, el que dista hacia el poniente debería
hacer un tanto, justamente como el que se encuentra
hacia levante; no veo, pues, por qué habría de haber
alrededor de todo el suelo de la Tierra nada más que
viento del este. Pero si el aire. tan sólo a raíz del
enfriamiento de aire previamente calentado, se moviera
hacia el lugar de éste, por ello mismo es de poniente a
levante que se debiera mover, porque los lugares
ubicados hacia levante, con relación al sol, se habrán
enfriado más, y tienen por lo tanto menos elasticidad, que
Confirmación por la experiencia.
La altura barométrica, según todas las observaciones
unánimes, mide una pulgada menos cerca del ecuador
que en las zonas templadas. ¿No se sigue de aquí, de
por sí mismo, que el aire de estas últimas tiene que
tender hacia el ecuador, según las leyes del equilibrio,
haciendo un viento perenne del norte en la zona tórrida
de nuestro hemisferio? ¿Por qué se desvía cada vez más
y más, hasta volverse completamente un viento del este
bajo la línea? La respuesta se encuentra al final de la
cuarta anotación. ¿Pero por qué allí no se restablece
completamente el equilibrio jamás? ¿Por qué en el
ardiente cinturón de la Tierra el aire es una pulgada de
columna de mercurio más liviano que en la zona
templada? El calor siempre activo allá mantiene a todo el
aire constantemente dilatado y enrarecido. Y al tender
nuevamente aire hacia esa región para establecer el
equilibrio, es igualmente dilatado como el anterior. La
crecida columna aérea se eleva por encima del nivel de
las otras, derramándose arriba hacia los lados. Por lo
tanto, el aire ecuatorial, que no puede ascender jamás
por encima del aire de las zonas templadas, siendo sin
embargo más tenue, será siempre más liviano y tendrá
que ceder a la presión del aire de dichas zonas.
METEOROLOGí
Explicación de los ponientes que en su mayoría
predominan sobre el océano en el espacio intermedio
entre los 28° y 40°.
La exactitud de la observación misma ha sido
suficientemente comprobada por los navegantes, tanto
en los océanos Pacífico y Atlántico como en el Mar del
Japón. Para determinar la causa, no se precisa de otro
principio que el de la anotación anterior. Propiamente
hablando, según la razón alegada, debería soplar en este
caso un viento moderado del noreste. Pero como el aire
que de ambos hemisferios se acumula en el ecuador,
donde se desborda incesantemente, difundiéndose, en la
región superior de nuestro hemisferio, hacia el norte, y
habiendo tomado casi completamente el movimiento del
ecuador de donde procede, se traslada con un
movimiento colateral, de poniente a levante, por encima
de los paralelos más alejados (véase la tercera
anotación); sin embargo, sólo ejercerá su acción sobre el
aire inferior cuyo movimiento opuesto esté debilitándose,
y adonde desciende. Pero esto tiene que ocurrir a una
distancia bastante considerable del ecuador, donde
reinarán vientos colaterales y del poniente.
Quinta anotación
Los monzones o vientos periódicos, que reinan en el Mar
Arábigo, Golfo Pérsico y Océano índico, se explican
naturalmente conforme a /a ley demostrada en la tercera
anotación.
En estos mares soplan, de abril a septiembre, vientos del
suroeste, seguidos durante cierto tiempo de calmas; y de
septiembre a marzo soplan nuevamente los vientos
contrarios del noreste. La causa de ello se ve de
inmediato, una vez preparados por lo dicho
anteriormente. En marzo el sol entra en nuestro
hemisferio y calienta más fuertemente las tierras de
Arabia, Persia, el lndostán y la península contigua, la
China y el Japón, que los mares entre estos países y el
ecuador. De modo que el aire quieto de estos mares es
obligado, por el enrarecimiento del aire septentrional, a
extenderse en esta dirección, y sabemos que un viento
que va del ecuador al norte, tiene que desviarse de tal
manera que sopla del suroeste. En cambio, cuando el sol
traspasa el equinoccio otoñal, enrareciendo el aire del
hemisferio austral, el aire más al norte de la zona tórrida
baja hacia el ecuador. Ahora, un viento que acude
corriendo del norte hacia la línea, abandonado a sí
mismo, necesariamente se desvía, convirtiéndose en uno
del noreste; luego se comprende fácilmente que éste
tiene que relevar al anterior, del suroeste.
También es fácil percatarse de la conexión de estas
causas, en la medida que se conciertan para generar los
vientos periódicos. Ha de haber cerca del trópico una
extensa tierra firme, que por la acción solar recibe más
calor que los mares ubicados entre entre ella y el
ecuador, de modo que el aire de estos mares se vería
obligado ora a soplar sobre esas tierras, haciendo un
viento del oeste colateral, ora a propagarse a su vez
desde estas tierras a los mares.
Confirmación por la experiencia.
En todo el océano entre Madagascar y Nueva Holanda
sopla el estable viento del sureste, propio de los mares
cerca del trópico de Capricornio. Sólo en la región de la
Nueva Holanda, en un mar extenso junto a esta tierra,
encontramos los vientos periódicos, que soplan del
sureste, de abril a octubre, y del noroeste, el resto de los
meses. Pues durante estos últimos hace verano en los
países australes, de los cuales sólo conocemos las
costas de la Nueva Holanda. El sol calienta la tierra allí
mucho más fuertemente que los mares vecinos,
obligando a los vientos de la región ecuatorial a soplar
hacia el polo sur, lo cual causa, de acuerdo con lo que se
dijo en la tercera anotación, un viento del noroeste. En
los meses desde abril hasta octubre el sol se eleva sobre
el hemisferio septentrional, y entonces el aire del sur se
retira nuevamente hacia el ecuador, para fluir hacia la
región del enrarecimiento, constituyendo así el viento
opuesto del sureste. No es de asombrar que la mayoría
de los naturalistas no sea capaz de dar una razón de la
variación periódica de los vientos de la parte imaginada
del océano austral, porque ignoraban la ley que hemos
expuesto en la tercera anotación. Este conocimiento
podría ser de gran utilidad, si se aplica para descubrir
nuevas tierras. Si un navegante en el hemisferio sur
siente, no lejos del trópico, una vez que el sol lo haya
traspasado, un viento sostenido del noroeste, es algo que
le puede servir de signo casi infalible de que al sur tiene
que haber una extensa tierra firme, hacia donde es
obligado a correr el aire ecuatorial por el calor solar,
formándose un viento del norte con desviación al oeste.
La región de Nueva Holanda, de acuerdo con las
observaciones actuales, nos inclina a barruntar la
existencia de una vasta tierra austral. Aquellos que
navegan por el océano Pacífico no pueden batir todas las
regiones del hemisferio austral en busca de nuevas
tierras. Precisan de una guía que les permita juzgar a qué
lado pueden verosímilmente encontrarlas. Esa guía la
podrían ofrecer los vientos del noroeste en verano, en el
supuesto de que se dé con ellos en las vastas zonas
marítimas, ya que es indicio de una cercana tierra austral.
Conclusión
Fuente de no poco placer es el contemplar, una vez
preparados mediante las anotaciones anteriores, el mapa
en el que figuran los vientos persistentes o periódicos en
todos los mares; puesto que estamos en condiciones,
recurriendo además a la regla de que las costas de las
tierras paralelizan la dirección de los vientos aledaños, de
dar cuenta de todos los vientos. Los tiempos intermedios,
en que los vientos periódicos de una región, que corren
durante un tiempo, para luego ser relevados por vientos
opuestos, el tiempo intermedio de esta alternancia, digo
yo, es perturbado por calmas, lluvias, tormentas y
repentinos huracanes. Es entonces que ya reina en el
aire superior el viento contrario, aún cuando en el inferior
el anterior no haya amainado completamente, y pujando
mutuamente el uno contra el otro, se detienen finalmente
equilibrados, espesando los vapores que llevan consigo y
ocasionando las variaciones mencionadas. Se puede
admitir casi como una regla general que las tormentas
son congregadas por vientos que pujan en direcciones
IL KOWSKI: LA ANEMOLOGíA KANTIANA: CONTEXTO HISTÓRICO Y VERSION CASTELLANA
contrarias. Pues de ordinario se puede notar que
después de la tormenta cambia el viento. Pero este
viento opuesto realmente ya se hallaba antes de la
tormenta en el aire superior, siendo también el que juntó
la materia del tiempo (meteorológico) y el que dirigió la
nube tormentosa por encima del horizonte, pues de
común se halla que las tormentas se elevan por encima
del viento inferior; al detenerse en equilibrio los vientos,
se genera la tormenta, tras de la cual prepondera el
viento contrario. Las lluvias continuas que se observan a
menudo con el barómetro alto, como se percibieron por
ejemplo en el verano pasado, se deben muy probablemente
a tales corrientes contrarias. Uno puede, mediante la regla de
la tercera anotación, explicar perfectamente la observación de
Mariotte, quien observó que los vientos, que con la nueva luz
comienzan a soplar del norte, recorren en aproximadamente
14 días toda la brújula, empezando la vuelta primero desde
el noreste, pasando luego a este, enseguida a sureste y así
sucesivamente, al mismo tiempo que nunca realizan el ciclo
completo en dirección opuesta. Así es que el viento del
norte se desvía naturalmente, para convertirse en uno del
noreste; éste, cuando se ha establecido el equilibrio con
la región hacia donde tira, se vuelve enteramente del
este, a raíz de la resistencia de la misma región aérea. A
continuación, debido a que el aire comprimido en el sur
vuelve a dilatarse hacia el norte, en combinación con el
viento del este es desviado formando un viento sureste,
el cual se inclina, según la causa aludida en la tercera
anotación, primero hacia el norte y luego hacie el noreste,
y estabilizado a continuación, a causa de la resistencia
del aire del norte, se torna del oeste. para. en unión con
el aire que se dilata nuevamente del norte, torcer al
noroeste, y finalmente sopla completamente del norte.
1
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Fecha de recepción: 20 de noviembre de 2003.
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