MISAEL ACOSTA Y EL CONSERVACIONISMO EN EL ECUADOR

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Geo Crítica
Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 191, 15 de junio de 2005
MISAEL ACOSTA SOLÍS Y EL CONSERVACIONISMO EN EL ECUADOR,
1936-1953
Nicolás Cuvi
Universitat Autònoma de Barcelona
[email protected]
Misael Acosta Solís y el conservacionismo en el Ecuador, 1936-1953 (Resumen)
Entre 1936 y 1953 el geobotánico ambateño Misael Acosta Solís (1910-1994) lideró, en
el Ecuador, un proceso de divulgación por un cambio de actitud en la relación con la
naturaleza y por la institucionalización del conservacionismo. Sus argumentos fueron
especialmente económicos, pero también ecológicos, estéticos, morales, patrióticos.
Hacia 1952 logró instalar el discurso en la academia, círculos científicos, sectores
productivos y el Estado; fundó y dirigió varias instituciones que incluyeron una quinta
privada de experimentación y el primer Departamento Forestal del país. Aprovechó su
autoridad científica y la coyuntura de un país abocado a lograr el “desarrollo” para
integrar el discurso conservacionista en el Estado. Algunas de sus ideas y prácticas,
vistas de forma anacrónica, aparecen como poco ecologistas, pero la mayor
contradicción aparece cuando se constata que tal institucionalización del
conservacionismo coincide con el inicio de una dramática transformación del paisaje en
el Ecuador (1948-1949).
Palabras clave: conservacionismo, ecología, ecologismo, Ecuador, Misael Acosta
Solís.
Misael Acosta Solís and the conservationism in Ecuador, 1926-1953 ( Abstract)
Between 1936 and 1953 the geobotanist Misael Acosta Solís (1910-1994) leaded an
intense divulgation campaign to promote the institutionalization of conservationism and
a change of attitudes in the relation with nature in Ecuador. He mainly used economic
arguments, but also ecological, aesthetical, moral, and patriotic ones. Around 1952 he
succeeded in introducing the conservationist discourse in the academy, scientific circles,
agribusiness people and the State; he founded and directed various institutions: a private
farm for experiments, the first Forest Department in Ecuador, between others. He used
his scientific authority and take advantage of Ecuador’s situation in 1948 —a country
involved in “development”— to integrate the conservationist discourse in the State.
Some of his ideas and practices, seen from today, appear as non-environmentalists, but
the biggest contradiction shows up when it is confirmed that in Ecuador (as in the
world) that period of institutionalization of conservationism coincides with the
intensification of landscapes transformation.
Keywords: conservationism, ecology, environmentalism, Ecuador, Misael Acosta
Solís.
“Todos sabemos los abusos que se han cometido en la explotación de las reservas forestales [...]
verdaderas víctimas de la civilización.”
Misael Acosta Solís, Por la protección y fomento forestal, p. 205.
Este trabajo comenzó con mi interés por conocer qué ideas de la naturaleza tenían los
científicos ecuatorianos a mediados del siglo XX y en qué momento habían “aparecido”
las ideas ecologistas entre este colectivo. Revisé varias revistas científicas publicadas
entre 1930 y 1975 en cuyas páginas destacaron dos tendencias: la de aquellos científicos
que aprehendían el ambiente como un espacio que debía ser dominado para completar la
obra de Dios, sin reparar en la sostenibilidad; y la de un grupo que compartía tal imagen
de la vida como una máquina de producción de recursos que debía se controlada, pero
añadiendo ideas conservacionistas como la reforestación o el control de la erosión,
basadas en el conocimiento de la agricultura y las ciencias naturales; entre éstos la
figura más visible fue el polifacético geobotánico Misael Acosta Solís.
Las lúcidas exposiciones de Acosta Solís sobre la deforestación o la erosión en el
contexto ecuatoriano y su visión universal del tema llamaron mi atención. No eran las
primeras “llamadas de alerta” hechas en el Ecuador y menos aun el mundo, pero sí
particulares en su contexto. Llamó mi atención pues creía que hasta las décadas de 1960
y especialmente las de 1970 y 1980 no hubo en el Ecuador una preocupación por la
conservación. Así que tras constatar la ausencia de análisis históricos del personaje
(existen algunos homenajes)[1] orienté mi investigación hacia su figura, y
específicamente hacia su faceta ecologista.
En este artículo, que es un resumen de mi tesis de maestría[2], ilustro el protagonismo
de Acosta Solís y de su círculo de científicos en la institucionalización del
conservacionismo, las ciencias naturales y la silvicultura en el Ecuador. Para ello detallo
la historia de las instituciones que fundó, las publicaciones, las iniciativas ejecutadas en
el campo, sus discursos sobre erosión, deforestación, reforestación, conservación de
áreas y especies en peligro, insalubridad. Es también un señalamiento hacia un
personaje cuyas ideas geográficas sobre el Ecuador y propuestas para la restauración de
estas tierras andinas equinocciales aun son vigentes.
He dividido el artículo en cuatro partes. En la primera parte aparece un Acosta Solís
recién graduado como primer doctor en ciencias naturales del Ecuador y fundador del
Instituto Botánico, comenzando una campaña por la institucionalización del
conservacionismo. Cuento sus estrategias de divulgación y los argumentos que esgrimía
ante la sociedad ecuatoriana (refrendados por su autoridad científica) para impulsar
estas ideas.
En la segunda parte, que arranca a comienzos de la década de 1940, Acosta Solís funda
el Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales, institución privada que convirtió el
conservacionismo en su quehacer principal; es el momento del estrecho contacto con los
botánicos, forestales, edafólogos, químicos estadounidenses que llegaron en misiones de
guerra para exportar quina, quinina, caucho, tagua, arroz, entre otros productos, y que
permitiría a Acosta Solís viajar al norte estadounidense para investigar y estudiar, al
tiempo que aumentar su autoridad científica.
En la tercera parte me detengo en el Departamento Forestal, dependencia de corte
conservacionista fundada en 1948 dentro del Ministerio de Economía. Desde esta
institución, dirigida por Acosta Solís entre 1949 y 1953 se intensificó la campaña
divulgadora del conservacionismo, y se puede señalar como el momento de
institucionalización del discurso conservacionista en el Ecuador (del discurso, pues
como expongo más adelante, el ambiente material se degradó más). Aludo también a la
Quinta Equinoccial, su finca privada de experimentación.
En la cuarta parte, antesala de las conclusiones, ejemplifico más esta
institucionalización del conservacionismo con la aparición de nuevas instituciones,
publicaciones y eventos que consolidaron la difusión de ese discurso.
He evitado ahondar en datos sobre el estado material del Ecuador; no obstante, para
entender a Acosta Solís en su contexto (y a sus contemporáneos) cabe tener en cuenta lo
que pensaba de los paisajes que recorrió:
“La destrucción sigue sin tregua ni descanso, desde el Carchi (al norte) a Loja (al sur), desde la Costa al
Oriente, desde las densas y siempre verdes selvas del litoral a las formaciones achaparradas de nuestros
páramos. Y todo esto es todavía más desconsolador, al ver que no existe control defensivo de ninguna
clase, por parte de los Organismos llamados a hacerlo.”[3]
El comienzo de la campaña conservacionista
En 1936, el recién graduado como primer doctor en ciencias naturales del Ecuador,
Misael Acosta Solís (Ambato 1910 - Quito 1994) fundó en Quito el Instituto Botánico
de la Universidad Central del Ecuador, convirtiéndose en su director. Adscrito a la
también reciente Facultad de Ciencias, la creación de este Instituto —que coincide con
la de otros en Bogotá o Sao Paulo— sucedió en un momento importante de
institucionalización de las ciencias naturales en aquel país.
En el Instituto Botánico se describió especies de interés forestal, agrícola y médico y las
formas de aprovecharlas; su objetivo era poner el conocimiento científico y la
investigación universitaria en función de las necesidades del país. Al año de su
fundación el Instituto Botánico lanzó su medio de difusión: Flora. Revista de Botánica
y Farmacognosia, donde se explicitaba tal objetivo[4]. Y es que, pese a las numerosas
expediciones botánicas que se había realizado al actual Ecuador, y pese a ciertas
sistematizaciones del conocimiento indígena, la flora de aquel país continuaba siendo en
buena parte desconocida. En un panorama mundial aun afectado por la crisis de 1929,
las naciones latinoamericanas querían a toda costa el “progreso”, y ello obligaba a
conocer y aprovechar materias primas para exportar a las “metrópolis”, y para crear y
fortalecer la industria local.
Los canjes de bibliografía fueron muy dinámicos y Flora recibió desde su primer
número respuestas desde Argentina, Brasil, Chile, Perú, Uruguay, Venezuela,
Guatemala, España, Francia, Estados Unidos, Italia, Suecia, Unión Soviética, India,
además de todas las regiones del Ecuador. El director y alma del Instituto, Acosta Solís,
comenzó así a construir importantes redes internacionales de comunicación científica
que le servirían para difundir sus discursos (y recibir en canje los de sus pares
internacionales) y para incrementar y cimentar su autoridad científica y prestigio en el
ámbito local. Ese mismo año comenzó a recibir tanto nombramientos de sociedades
internacionales como condecoraciones del gobierno por su obra; a sus 27 años el
geobotánico ambateño, proveniente de una familia acomodada, era una autoridad
científica dentro y fuera del país.
Aunque la principal preocupación del Instituto Botánico era conocer y difundir la
importancia económica de la naturaleza ecuatoriana, en el segundo número de Flora ya
apareció una alusión claramente conservacionista. En un extracto del Boletín de la
Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, escrito por Henry Pittier, se mencionaba el
sistema de tala y quema para la agricultura, incendio de sabanas, y las cabras, como
causas de la destrucción de los bosques y esterilización del suelo. A ello Acosta Solís
agregó:
“Los dos primeros factores son también los causales de destrucción forestal en nuestro país, el tercero es
sólo para Santa Elena (Guayas) y para Manabí. Tome nota de esto el Departamento de Agricultura de
nuestro País. El Ministerio de Agricultura consulte y aplique al medio ecuatoriano. No permanezca
apático, preste atención a los proyectos desinteresados y patrióticos que hemos presentado. Al respecto,
presenté en Diciembre de 1936 un Proyecto Forestal, con la creación del Instituto Botánico-Forestal. No
sé en que haya quedado.”[5]
En efecto, Acosta Solís llevaba algún tiempo promoviendo el conservacionismo, no solo
mediante informes privados, sino también a través de los periódicos (El Día por
entonces, y luego El Comercio). En 1936 publicó en El Día un artículo mencionando la
necesidad de un departamento forestal para “racionalizar” el manejo de bosques y
tierras agrícolas.
El mensaje conservacionista de Flora fue otro de los primeros pasos de una intensa
campaña que lograría introducir el discurso conservacionista en la agenda del Estado, en
círculos académicos y científicos, e inclusive entre algunos productores agrícolas.
Acosta Solís aprovechó para ello muchas otras tribunas y medios durante los años
siguientes: revistas nacionales e internacionales (Revista de la Cámara de Agricultura,
Boletín de Informaciones Científicas Nacionales, Tungurahua, Maderil de Buenos
Aires, o los Anales de la Universidad Central mediante la cual, en 1937 y tras participar
en una misión científica nacional a Galápagos, sugirió al gobierno la mayor protección
del archipiélago y la creación de estaciones de investigación científica[6]);
publicaciones propias para lo que creó su propio sello editorial —Publicaciones
Científicas MAS—; periódicos; conferencias en radios y aulas; participación en
sociedades excursionistas, foros internacionales y nacionales; exposiciones; promoción
de leyes y políticas; seminarios de capacitación; carteles artísticos. También fue
importante su tarea docente en la Universidad Central (y desde 1950 en la Politécnica
Nacional) en Quito, espacios en los que transmitió conocimientos geobotánicos, de
botánica económica y de conservacionismo a varias generaciones; fue pionero en lo que
hoy conocemos como educación ambiental. Como decía: “El amor y el cuidado de los
árboles, de las plantas y de las flores no es materia de especialización en escuelas y
colegios, es enseñanza obligatoria de cultura general, indispensable para que los
estudiantes adquieran amor a la naturaleza, a lo bello, a lo provechoso, a lo ético y
artístico.”[7]
Entre los primeros logros de la campaña conservacionista estuvo la promulgación en
1939 de las “Disposiciones legislativas sobre bosques, uso de aguas y fuerza motriz”
donde se regulaba el uso de estos recursos naturales, aunque como Acosta Solís
lamentó, si bien el Ministerio de Agricultura envió circulares con instrucciones de
aplicación, “la Ley no fue reforzada con reglamentos ni prácticas efectivas.”[8]
Este interés de Acosta Solís por regular la explotación de los bosques con instituciones
y leyes se entiende pues entonces en el Ecuador regía —salvo revisiones relacionadas
con las tierras comunitarias— la ley de 1875, que en su primer artículo decía que “los
bosques nacionales baldíos serán de libre explotación para los ecuatorianos”. Tales
disposiciones eran una estación en el recorrido hacia una ley forestal, que solo se
promulgó 1958 y que ha tenido desde entonces algunas reformas.
A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Acosta Solís entendía la necesidad
de la sostenibilidad de la producción y que la frontera boscosa era finita. Por ello se
dedicó a transmitir sus ideas. La ecuación principal para su campaña fue “conservación
= dinero”, aquella con más oportunidades de resonar, aunque fuera lejanamente, en el
imaginario de la sociedad ecuatoriana anclado en el mito de una naturaleza inagotable.
Su énfasis en lo económico —constante en todo el globo por entonces— no le impidió
usar argumentos ecológicos, éticos, morales y estéticos, en un sincretismo del cual no
era el único exponente en el mundo (por ejemplo Enrique Beltrán en México o Aldo
Leopold en Estados Unidos) pero sí uno de los pocos en su contexto equinoccial andino.
Un argumento ecológico que escribió en 1944 cuenta de su buen juicio científico, de lo
que consideraba debía ser la relación entre las personas y la naturaleza, y de su valía
como divulgador y educador ambiental:
“El papel de la vegetación en la absorción de la lluvia por el suelo es de capital importancia. Se ha
comparado con razón los bosques a un papel secante [...] Esto nos da idea de lo que sucede si el suelo está
bien cubierto de bosques o bien si es desnudo. Por gruesa que sea la lluvia, si cae en el bosque, su fuerza
mecánica queda disminuida en gran parte por los árboles y chaparrales, de modo que, en un bosque
bastante tupido, el agua no podrá erosionar el suelo. Forestando nuestros terrenos desolados, evitaremos
la erosión y tendremos en un futuro no muy lejano, madera, combustible y reserva de oxígeno.” [9]
Pero el tecnócrata también era capaz de expresar la poesía de la naturaleza. Por ejemplo,
al narrar sus excursiones por la provincia de Esmeraldas se expresó así:
“Seguimos ya el curso del precioso y poético río Onzole; es difícil dejarse llevar solamente por el apuro
del viaje, la belleza de sus paisajes invita a contemplar extasiado lo que la Madre Naturaleza ha hecho en
estas tierras, haciendo contraste la belleza con la exuberancia [...] La hermosura de los paisajes de este río
y de sus montañas no tienen nada igual. El agua parece no caminar, de tal manera que los paisajes de las
orillas y el cielo se observan en el fondo de las aguas como si fuera un espejo.”[10]
El argumento patriótico también estuvo muy presente en sus discursos. Reiteraba frases
como: “Repoblar los bosques destruidos del país es preparar el bienestar futuro de sus
habitantes y dar pruebas de cariño al terruño”, “Defender las riquezas naturales de un
país es defender el patrimonio nacional”, o “Forestar las laderas, arbolar los caminos y
reforestar los antiguos bosques, es obra de patriotismo y de previsión”, o “El arbolado
es la mejor obra que podemos hacer en favor de la patria.» Consideraba que su
patriotismo incluía increpar a los gobierno de turno sobre los temas forestal y agrícola,
razón por la cual una vez fue encarcelado durante la dictadura militar de la década de
1970.
¿De dónde surgió su interés por el conservacionismo? De varias vías. En primer lugar
(aunque no primero en importancia), conocía bien las iniciativas e ideas de otras
regiones como México o Estados Unidos, y textos como los de Emilio Huguet del
Villar. Y con seguridad también estaba al tanto de los sucesos en España, Inglaterra, etc.
En segundo lugar, como incasable excursionista y excelente observador adquirió un
conocimiento profundo de la naturaleza y tuvo el tiempo de apreciar su valor estéticoético de manera romántica. Así su preocupación por la conservación de la naturaleza
vino tras reflexionar sobre el estado material de las tierras agrícolas (pasadas y
presentes) de la Sierra centro-norte del Ecuador: en su natal Ambato le impactó desde
niño la pérdida del suelo agrícola, y fueron decisivas sus excursiones por el norte de
Quito donde la erosión hídrica y eólica degradaba las tierras de los otrora bosques secos
y húmedos. La visión de estos paisajes, el conocimiento de que la situación empeoraba
en el corto plazo, y el haber contado con dinero para dedicarse por entero a excursionar
y escribir, lo volcaron a empatar su labor geobotánica con la realización de campañas
conservacionistas para alertar sobre la destrucción de las selvas andinas primero,
promover su uso y restauración luego, y ejecutarlo él mismo finalmente.
La restauración de la naturaleza degradada y el manejo de la prístina debía realizarse de
una manera: solo la ciencia y la técnica podían revertir el desastre ecológico. El
científico era la luz hacia el progreso y la salvación estaba en el futuro, no en el pasado.
Y el mundo del futuro era el de la técnica, por lo que sus conocedores serían “dueños y
hacedores del porvenir.” Para sortear la adversidad que suponía la destrucción del
ambiente, la ciencia y los tecnócratas estaban destinados a tornarlo inagotable.
Reproducía así la visión de progreso basada en la dominación de la naturaleza y de las
pasiones humanas. Se trataba de modernizar el Ecuador y para eso servían los caminos,
los ferrocarriles, los planes de colonización y para eso era necesario vencer cualquier
resistencia, de elites o campesinos[11]. Todo con conocimiento técnico, cuya ausencia
debía ser erradicada.
“Una idiosincrasia ecuatoriana ha venido retardando entre nosotros el imperativo de plantar árboles. Una
falta de comprensión o egoísmo de los llamados técnicos del Ministerio de Agricultura ha impedido la
pronta realización de este patriótico proyecto. Ellos creo esperan que la producción de árboles se haga por
“generación espontánea”. Estamos muy atrasados en materia de plantaciones forestales, para parques,
jardines, caminos, haciendas. En el Ministerio de Economía y Agricultura, no existe una orientación sobre
las especies que convienen más para producción de madera, leña [...] Un área sin árboles en nuestra tierra,
en plena Región Interandina, es signo de la despreocupación gubernamental y particular.” [12]
Casi todos los demás estaban equivocados: los campesinos eran culpables de su poco
desarrollo, algunos hacendados por su desinterés de aumentar la productividad; el
Estado por la falta de vías, capitales, fomento a la inmigración, apertura desordenada de
la frontera...
A comienzos de 1940 Acosta Solís salió del Instituto Botánico y viajó a la provincia de
Esmeraldas donde permaneció casi un año y conoció de cerca esta región húmeda
tropical. En su libro Nuevas contribuciones al conocimiento de la provincia de
Esmeraldas (que contiene información geológica, geográfica, forestal, meteorológica,
climatológica, económica, social, arqueológica, lingüística, sanitaria, epidemiológica,
educativa, arqueológica, pesquera y etnográfica) también apareció su idea sobre la
conservación.
Por un lado vociferó contra la destrucción no-técnica de las selvas, acusando a
campesinos y compañías aserradoras de extraer de forma indiscriminada la madera y
productos forestales (como tagua o caucho). Pero al mismo tiempo promocionó la
incorporación a la producción de esas inmensas selvas, que eran la verdadera llave al
progreso y la modernidad. Era necesario aprovecharlas pero garantizando la
sostenibilidad de la producción vegetal.
Pero no solo criticó la forma de aprovechar los bosques. También mencionó unas
huertas en el río Santiago donde los campesinos cultivaban caucho, tagua y otras
especies arbóreas, hecho que consideró “muy halagador y de gran esperanza” pues en
otras zonas tropicales del Ecuador nunca había visto cultivar productos forestales, “sino
que se contentan con explotar solamente lo de los bosques naturales.” Con firmeza
sentenció: “Esto me ha dado más valor para continuar en mi campaña en favor de la
reforestación nacional (principalmente de especies útiles y en la introducción de
nuevas)”[13].
El Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales
Tras regresar de Esmeraldas a Quito, a fines de 1940, Acosta Solís carecía del cobijo
institucional del Instituto Botánico. Fue así que lideró la creación del Instituto
Ecuatoriano de Ciencias Naturales (IECN) al que consideró la primera institución
científica del Ecuador, “alejada completamente de la política y de los políticos, quienes
no comprenden el valor de la ciencia.”[14] Y también la primera institución
conservacionista cuando dijo: “En el Ecuador, la Protección a la Naturaleza y
Conservación de los Recursos Naturales asoma como mística y solamente desde su
fundación con el Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales en 1940.”[15] Acosta Solís
reconoció hitos conservacionistas anteriores, como el manejo precolombino de tierras
agrícolas, la introducción del eucalipto en el siglo XIX por García Moreno, el Día del
Árbol en 1920, la fundación del Instituto Botánico, o las “Disposiciones para la
explotación de bosques, uso de aguas y fuerza motriz” de 1939, pero situaba el inicio
del tema de la “conservación” en la labor del IECN.
El IECN contó el primer año con medio centenar de miembros nacionales y con el
apoyo moral o económico de más de 40 instituciones académicas, administrativas y
agrícolas. El primer año también nombró al menos 60 miembros extranjeros; las redes
de comunicación, construidas por Acosta Solís con el canje de Flora desde 1937 (título
que Acosta Solís se llevó consigo del Instituto Botánico, quizás porque él financiaba la
publicación) fueron aumentadas hasta llegar en 1943, por ejemplo, a realizarse con
cerca de 820 bibliotecas, academias, universidades, institutos científicos, facultades de
ciencias, agronomía, farmacia, museos, herbarios y especialistas[16].
El principal objetivo del IECN era similar al del Instituto Botánico: prospección de la
biodiversidad. Y al igual que en el Instituto Botánico, la conservación no constó entre
sus estatutos de fundación. Pero a través de Flora el IECN adquirió una clara tendencia
conservacionista. Flora se convirtió, como decía su subtítulo, en una “Revista al
servicio de las Ciencias Naturales y Biológicas. Defensora de las Riquezas Naturales del
Ecuador y principalmente de su Geobotánica y sus Productos Forestales”. Desde el
IECN se insistió permanentemente sobre la necesidad de realizar la ecuación “ciencia y
conservación para el progreso”. Se continuó promocionando la institucionalización del
conservacionismo, especialmente la creación de una instancia estatal encargada de
supervisar el tema forestal y de proponer políticas y una legislación coherente con la
sostenibilidad de la producción. Asimismo, se divulgó ideas y técnicas para el manejo
de las tierras agrícolas, las que resonaron en el ámbito local y extranjero. Por ejemplo
desde Colombia le escribieron frases como: “Debe pasar el forestador como el fundador
y sostenedor de una República, que como el gran navegante que guía su barco, lo
enrumba por la vía segura que llevan las naciones poderosas.”[17]
En 1940 también participó en la Convención de Washington 1940 (el primer intento de
organización continental donde se consideró el ambiente como un tema independiente)
donde presentó una contribución sobre protección florística. Allí contactó con sus pares,
intercambió información sobre conservacionismo y reforzó sus ideas sobre el tema.
Por esos años, en 1942, comenzaron a llegar al Ecuador las misiones de guerra
económica que envió Estados Unidos a varios países latinoamericanos. Los científicos
de estas misiones de guerra (botánicos, forestales, edafólogos y químicos
especialmente) inauguraron estaciones de experimentación agrícola y se dedicaron a
extraer quina y caucho, entre otros productos. Acosta Solís fue botánico jefe de las
expediciones que buscaban quina y el contacto fue clave en su carrera. Tras la guerra,
entre 1946 y 1948 recibió una beca para estudiar silvicultura en la Universidad de
Michigan y además pasó varios meses en el Chicago Field Museum ordenando sus
colecciones. El contacto con el conservacionismo estadounidense aumentó su
conocimiento técnico (por ejemplo sobre el uso de especies de clima templado como
pinos, hayas, etc) y también su autoridad científica allí y en el Ecuador, donde continuó
publicando y divulgando regularmente. Además participó en encuentros
conservacionistas como el de Denver 1948, donde explicó la alarmante situación de los
bosques en el Ecuador, que por lo demás era similar en todo el continente. En definitiva,
recibió en Estados Unidos los preparativos de lo que sería la segunda gran ola del
ambientalismo en el mundo.
Algo importante de recordar es que Acosta Solís no estaba solo en el contexto local y
que en la década de 1940 hubo otras voces con discursos similares. En el IECN se
prepararon leyes que fueron enviadas a los gobiernos de turno y la edafología y los
estudios sobre conservación de suelos y agrosilvicultura ya estaban incorporadas en los
intereses de varios estudiantes (ni qué decir que en ello fueron clave el contacto con los
científicos estadounidenses y la creación de las estaciones experimentales agrícolas
durante la guerra, algunas de las cuales funcionan hasta la actualidad). Científicos entre
los que se contaba el zoólogo Francisco Campos, el jesuita Rafael Chaix (ambos del
IECN) o el botánico lojano Reinaldo Espinosa se referían con entusiasmo a la necesidad
de conservar los recursos naturales[18]. Inclusive por aquellos años el cónsul del
Ecuador en California urgió al gobierno nacional a establecer una legislación
conservacionista para Galápagos y reclutó la ayuda de individuos e instituciones
influyentes[19].
El botánico Espinosa, por ejemplo, se expresó así:
“Hace falta una propaganda sistemática respecto de la explotación racional de los bosques, de la
necesidad de conservar éstos hasta cuando sea inaplazable destruirlos, y de evitar los incendios que,
seguramente, son una de las causas más poderosas para la destrucción del suelo, y la alteración del paisaje
natural. Una de las labores más importantes para el porvenir del país puede ser el perfeccionamiento de
métodos para efectuar desmontes sin acudir al fuego.”[20]
Pero el Estado, además de decretar leyes (como las disposiciones de 1939 o una Ley de
Riego y Saneamiento del Suelo en 1944, por ejemplo), no asumió de modo institucional
el control del tema forestal de forma activa hasta 1948-1949, cuando se creó el
Departamento Forestal, adscrito al Ministerio de Economía, con lo cual se consolidó la
institucionalización del conservacionismo en el Ecuador. Acosta Solís fue el primer
director de este Departamento Forestal, cargo que mantuvo hasta 1953, con lo cual
puede ser integrado en el grupo de ambientalistas asociados con la aparición de agencias
de los recursos y burocracias ambientales, adoptando una perspectiva relacionada con el
uso de la ciencia y la experiencia para el manejo más eficiente y racional del ambiente
natural y del orden urbano e industrial[21].
El Departamento Forestal y la contradicción entre discurso y práctica
La fundación del Departamento Forestal respondió tanto al trabajo previo como a la
coyuntura. En cuanto al trabajo previo, había sido pedido por Acosta Solís desde 1936
en reiteradas ocasiones: por ejemplo un editorial de Flora en 1944 llevó como título
“En el Ecuador es de inmediata necesidad la creación de un Departamento BotánicoForestal”[22], y dijo haber influido por correspondencia desde la Universidad de
Michigan para que Galo Plaza creara esta instancia[23].
En cuanto a la coyuntura, hubo una presumible conjunción de factores. Primero la
campaña conservacionista del IECN. Luego lo sucedido en Denver 1948, donde el
espíritu continental conservacionista encontró su plataforma: el movimiento mundial y
continental sensible al agotamiento de los recursos naturales ya no podía ser ignorado.
Y en tercer lugar la perspectiva de calma social y política inaugurada en el país en 1948,
cuando comenzó un período de estabilidad política y recuperación económica
importante. En las décadas de 1930 y 1940 los gobiernos estuvieron especialmente
dedicados a sofocar rebeliones y entablar rencillas; el conservacionismo era un asunto
de segundo (o tercer) orden.
Una cuarta razón es que Galo Plaza, presidente que inauguró en 1948 este período de
calma, “se propuso racionalizar el modelo de dominación burguesa, siendo el iniciador
de la política que hoy denominamos desarrollista”: contrató misiones extranjeras para
estudios técnicos, enfocó el problema en la producción, elaboró planes de fomento, de
crédito y de asistencia técnica; planificó el aprovechamiento de los recursos naturales,
con el apoyo e interpretando los designios estadounidenses[24]. Este “desarrollo” era
consistente con las ideas de Acosta Solís: dominar la naturaleza para beneficio y
progreso del país.
Plaza era un tecnócrata, miembro de la elite terrateniente serrana y “funcionario” de las
multinacionales bananeras que ese año ingresaron con intensidad a la Costa ecuatoriana.
Por ello puede sorprender que haya “acogido” el discurso conservacionista; pero al
menos en su discurso supo conciliar el entregar el país a intereses extranjeros con una
“conciencia” de la importancia de garantizar la productividad vegetal de las selvas. La
perspectiva de mayores exportaciones y la modernización del agro requerían la
fundación de nuevas dependencias[25], y en ese sentido era fundamental administrar
también el tema forestal, tan de moda en el discurso del desarrollo agrícola.
Plaza quizá entendió el papel del conservacionismo en el camino hacia la modernidad
—pese a que su alianza con las multinacionales bananeras pareciera alejarlo de
cualquier etiqueta conservacionista—, en cuyo caso hay que considerar que de todas
maneras no supo conciliarla con sus otros intereses, con las bananas en primer lugar.
Quizás fue incapaz solamente de instrumentalizar el conservacionismo, acogiéndolo en
una presentación inocente, de promoción del uso de la naturaleza acorde con el
progreso.
Por la pobre ejecución en lo material del discurso conservacionista, también se puede
elucubrar que Plaza solo quería silenciar a los conservacionistas. Y por ello acaso haya
atisbado la oportunidad en una alianza estratégica. Quizá Plaza creó una alianza con
Acosta Solís porque era conveniente a su programa, cediendo a aquel la posibilidad de
divulgar, pero vedando su intervención en asuntos materiales; pese a la divulgación,
Acosta Solís reconoció que fue poco lo que se hizo y que la legislación propuesta y
promulgada no fue cumplida. Pocos fondos y personal y leyes, como el reglamento para
proteger los manglares de 1949, que raramente dieron paso a programas vigorosos[26].
Como en México, en el Ecuador el Estado estaba interesado en el desarrollo, en la
industrialización, en la modernización agrícola, y la elite política “no estaba dispuesta a
hacer cumplir leyes que prohibían o restringían el uso de los recursos naturales”[27].
Quizás el rechazo a ejecutar el conservacionismo en la práctica recaía en algo menos
palpable, como que Plaza y las elites terratenientes de la Sierra (de las que formaba
parte) veían con malos ojos la intervención forestal en sus tierras; los bosques eran
mercancías de gran valor pero no estaba del todo asegurada su propiedad y a las elites
no les interesaba llamar mucho la atención sobre éstos y se resistían a nuevas ideas
sobre uso de la tierra. Quizás no aceptaban el fin del mito de la inagotabilidad —como
sucede aun en el siglo XXI— creyendo en una tierra infinitamente productiva, como
una bodega de recursos para satisfacer los deseos humanos.
En definitiva, el conservacionismo fue asumido especialmente de manera retórica, como
testimonia el estado material actual de la Costa, cuyo proceso de degradación se aceleró,
paradójicamente, desde 1948-1949, año de institucionalización del conservacionismo.
Con la arribada del banano y otros productos agrícolas para exportación (asociados con
la extracción de madera) los tupidos bosques húmedos costeros cedieron ante el avance
de la máquina y el progreso. El proceso modernizador conllevó además el crecimiento
de la red vial, aumento demográfico, uso intensivo de agroquímicos, alteración de las
relaciones entre campesinos y los pueblos indígenas con el ambiente. El proceso de
deforestación adquirió un vértigo y una inercia que continúa. La completa
despreocupación por la sostenibilidad de los sistemas naturales fue manifiesta en la
“externalización” de los costos de la energía, fertilidad, agua, emisiones, etc. De la
misma manera que se externalizaron los costos ambientales de la producción
agroindustrial, caracterizada por una gran entropía debido al uso ingente de fuentes de
energía y materias primas, y a la producción de desechos.
Es que en realidad, en el tiempo de Plaza, hablar de impedimentos ecológicos al
desarrollo económico era impensable; era el auge del desarrollo.[28] La misma
Comisión Económica para América Latina (CEPAL) apoyó un modelo económico
desarrollista, tecnocrático, con ideas como la sustitución de importaciones. En 1954
respecto al Ecuador se decía que la Costa “encierra aún inmensas posibilidades de
desarrollo [...] por la habilitación de nuevas tierras mediante la tala de bosques y el
riego, y después por la incorporación de la técnica.”[29]
En todo caso, cualesquiera las causas, y sincronías y sinergias de estas hipótesis, el tema
conservacionista caló hondo en el Ecuador desde el discurso. Acosta Solís se encargó de
ello. Más allá de la mesura de su impacto material, con el Departamento Forestal el
conservacionismo se institucionalizó a fines de la década de 1940 y el discurso —
optimista pero también apocalíptico— fue dispersado como nunca antes.
Bajo la dirección de Acosta Solís el Departamento Forestal fue la plataforma para una
gran campaña divulgadora con materiales de todo tipo y dirigido a diversos públicos.
Aunque hubo alguna incidencia directa en el ambiente material (las campañas de
forestación y reforestación fueron importantes y se sabe que el Departamento Forestal
estableció viveros provinciales “desde donde se distribuían plantas a precio de costo y
muchas veces gratuitamente”[30]), el impacto no fue tan notorio como en la difusión del
discurso conservacionista, que a su vez tuvo incidencia indirecta y difícil de cuantificar.
Y así en 1949 el conservacionismo estaba institucionalizado gracias en gran medida al
trabajo de un geobotánico de la elite.
Mientras dirigía el Departamento Forestal, en 1950 Acosta Solís emprendió su proyecto
privado conservacionista: fundó la Estación Experimental de Tierras Áridas Quinta
Equinoccial en la que trabajó hasta el fin de sus días y que en el papel era parte del
IECN. Su necesidad de demostrar de forma empírica que era posible conservar y
restaurar mediante la técnica, incluso los terrenos más afectados, le llevaron a fundar
esta finca experimental en 4,5 hectáreas en San Antonio de Pichincha, al norte de Quito
donde excursionó tanto y donde la precipitación anual promedio es de 450 mm. Su
adquisición le fue posible por el dinero familiar y allí pasó gran parte del resto de su
vida. En la decisión pudo ser determinante, además de su pasión por la agricultura y el
recuerdo familia, en la constatación de la poca operatividad material en la labor del
Departamento Forestal. Allí experimentó con especies nativas de clima seco como
algarrobos, molles, guarangos, junto a aclimatadas como pinos, cipreses, acacias y
eucaliptos. Lo cual lo convierte quizás en el primer agroforestador integral del Ecuador,
y pionero en el mundo. Como Aldo Leopold con su finca, Acosta Solís convirtió el
desierto en un oasis[31]. Fiel a sus discursos, intentó recuperar los sitios degradados y
restaurar los bosques como si fueran cultivos.
En 1952 apareció uno de los libros más importantes de Acosta Solís de aquel momento:
Por la conservación de las tierras andinas. La erosión en el Ecuador y métodos
aconsejados para su control. Ahí contó de su experiencia previa y especialmente la que
estaba adquiriendo en la Quinta Equinoccial. Anunció que quería “prevenir el Peligro de
la destrucción de nuestras tierras y dar los consejos apropiados para su buena
conservación”, avisando de la incredulidad de propietarios y agricultores sobre la
degradación de los bosques en 1952, que tras recibir información los agricultores
“parecen algo inclinados a oír las sugerencias y consejos sobre conservación, aunque
contadísimos son los que hayan hecho trabajos aplicados a sus propias tierras.”[32] Era
un tomo grueso con consejos técnicos para prevenir la erosión y que aun 50 años
después se podría comenzar a aplicar: protección de quebradas, laderas, tierras planas y
bajas, cauces fluviales, canales y acequias, nivelación de terrenos con terrazas, especies
adecuadas para evitar la erosión, técnicas de rehabilitación, conservación de pastos, todo
con ilustraciones didácticas.
Pero ni siquiera estas sugerencias, perfectamente adecuadas y amoldables al modelo
desarrollista, fueron ejecutadas por el Estado en una magnitud importante. No solo
entonces; tampoco se tomó la iniciativa cuando el problema de la erosión ya apareció en
los documentos de planificación, a partir de la década de 1960[33].
La actividad divulgadora del Departamento Forestal
La ciencia de fines de la década de 1940 y principios de la de 1950 ―como antes y
como ahora― tenía en sus filas a tecnócratas al servicio de la producción. Las ciencias
naturales estaban dirigidas a la producción para “proteger la vida del hombre en su dura
lucha contra las fuerzas de la naturaleza”[34]. Acosta Solís compartía esta visión
aunque se preocupaba de la reposición de la materia vegetal y las fuentes de energía.
Por ello el Departamento Forestal tenía entre sus objetivos una agenda similar a las del
Instituto Botánico y el IECN: conocer, describir y divulgar la riqueza vegetal del
Ecuador, a lo que también estaban abocadas las otras instituciones científicas. Se
buscaba materias primas y desarrollar fuentes de energía en las fronteras boscosas
(Costa, Amazonía y estribaciones de los Andes) para ratificar la soberanía territorial. Y
en ese preciso momento la Costa era la región indicada para “la explotación inmediata y
en gran escala.”
Fue en las actividades divulgadoras del Departamento Forestal donde tuvo mejores
resultados, al menos visibles desde una perspectiva histórica. Éstas fueron conferencias
públicas, revistas, libros, folletos, exposiciones, radio. Dos medios monográficos,
escritos en su mayoría por Acosta Solís, fueron Publicación y Circular. En la primera
Publicación, titulada “Por la protección y fomento forestal”, explicitó la agenda del
Departamento Forestal: demostrar los efectos de la destrucción de los bosques,
defenderlos y tender al fomento forestal señalando las especies más adecuadas para cada
región. Comenzó a utilizar la metáfora de la “madre naturaleza” y el “amor” que le se
debía tener. El ecólogo-tecnócrata comenzaba a convertirse en ecologista, preocupado
de más cuestiones que la sola destrucción de los bosques. Señaló la contaminación de
las ciudades como causante de extinción, y también a la industria de pesca de ballenas y
focas, la colonización de América, el África, el Asia Meridional y Australia, y las
insaciables exigencias del comercio de pieles. Reiteró la necesidad de áreas de
protección, como la de Galápagos, sobre la que escribió:
“El Ecuador, sin embargo de tener el Archipiélago de Galápagos, que es el Parque Nacional del
Paleontológico viviente, todavía no ha hecho nada. La importancia de la fauna y flora de Galápagos es
enorme, desde luego que en ella existe formas y especies completamente extinguidas en otras partes del
mundo; muchas de ellas están desapareciendo, precisamente por falta de protección.” [35]
En esta Publicación también abordó temas como el turismo, la recreación, las leyes
forestales y conservacionistas, usos del bosque, concordando con lo realizado por los
demás servicios forestales latinoamericanos[36]. Por ejemplo, pedía reglamentar con
cuotas el tema de la leña y carbón para el autoconsumo y para las industrias.
Si el primer número de Publicación fue programático, los demás fueron más “técnicos”,
dedicados a temas como el eucalipto (según Acosta Solís “la salvación maderera de la
Sierra”), a divulgar planes de protección y fomento forestal, a consideraciones sobre la
introducción de especies forestales exóticas, a la industria de papel, a presentar
manuales para formar almácigas forestales, a aconsejar sobre plantación y conservación
especies forestales y ornamentales, entre otros temas. Desde el Departamento Forestal
también se insistió sobre la necesidad de industrializar productos forestales como fibras
y lanas vegetales, o pulpa para papel. Era necesario terminar la importación y garantizar
la provisión mediante la forestación y reforestación.
El conservacionismo institucionalizado
A comienzos de la década de 1950 el Departamento Forestal estaba consolidado, por lo
menos en lo que tenía que ver con la divulgación del conservacionismo, pero Acosta
Solís continuó con su campaña institucionalizadora. Un editorial de Flora en 1950 llevó
como título “La creación del Instituto Nacional de Conservación es una necesidad en el
Ecuador”. Tal Instituto estaría encargado de la protección y buen manejo del suelo y
subsuelo), bosques, aguas, fauna, caza y pesca. Ya no se trataba únicamente del tema
forestal: el conservacionismo tenía que adquirir una dimensión mayor. Acosta Solís
expuso inclusive el organigrama administrativo del Instituto, cuyos departamentos,
excepto el de investigación, ya existían: tierras baldías, colonización, comunas y
cooperativas; conservación de suelos; forestal; y agua, piscicultura y caza), por lo que
solo era necesario centralizarlos “bajo una dirección verdaderamente técnica”[37]. El
cargo, además de necesario, tenía en él mismo a su mejor postulante.
Asimismo, en 1952 se creó el Comité Nacional de Protección a la Naturaleza y
Conservación de los Recursos Naturales del Ecuador, institución que Acosta Solís había
solicitado crear por lo menos desde 1944. Ello se consiguió En el documento “Fines del
Comité, Personal Técnico y Directivo” constan los nombres de los 28 miembros, entre
los que Acosta Solís figura como presidente (otros miembros eran Julio Aráuz, químico
y director del Boletín de Informaciones Científicas Nacionales; Alfredo Paredes,
sucesor de Acosta Solís en la dirección del Instituto Botánico; entre otros científicos
notables del momento, la mayoría pertenecientes al IECN pero también a instituciones
estatales y universidades y colegios de Quito y Guayaquil). Conviene reproducir los
ocho fines propuestos por el Comité:
“1º.- Velar por la protección de la Naturaleza, la Conservación de los Recursos Naturales renovables e
irrenovables, la supervigilancia de las áreas y sitios que fueren declarados monumentos nacionales, ya sea
por sus bellezas escénicas, o por su importancia científica, geográfica e histórica;
2º.- Propender a la investigación y formación del inventario de los recursos naturales: flora, fauna y gea;
3º.- Declarar previo el estudio de las Comisiones Técnicas respectivas:
a) Parques Nacionales,
b) Areas de Reserva,
c) Monumentos Nacionales.
4º.- Catalogar las especies raras o de interés científico con el fin de protegerlas de su extinción;
5º.- Infundir en la conciencia nacional el amor por la Naturaleza, despertando los sentimientos de
protección y conservación de los recursos naturales, desde la escuela hasta la universidad;
6º.- Dedicar especial atención al promulgamiento de Leyes especiales que regulen la defensa y
conservación de las riquezas naturales; principalmente la explotación forestal, la protección de las tierras
agrícolas contra la erosión y el servicio y aprovechamiento de las aguas;
7º.- Propender a la formación del Museo Nacional de Ciencias Naturales así como al establecimiento de
un Jardín Botánico y Zoológico y una Biblioteca especializada como fuentes de información científica; y,
8º.- Relacionarse con todas las Instituciones similares y educacionales organizadas dentro y fuera del
País.”[38]
Inventariar, legislar, comunicar, fundar instituciones para conservar y preservar,
objetivos que fueron reiterados en Nuestra madre naturaleza, documento histórico de
educación ambiental en el Ecuador: 22 páginas cuyo objetivo fue “ofrecer algunas ideas
fundamentales sobre el amplio, complejo e importante problema de la Protección de la
Naturaleza y la Conservación de los Recursos Naturales”. Era una guía para el maestro
de escuela primaria, para que se motivara a “llamar la atención de los niños, tanto de las
escuelas rurales como urbanas [...] para transformarles en nuevos defensores de la
Madre Naturaleza.” Firmado por Acosta Solís y amparado por la institucionalidad del
Comité, este documento transmitió la idea de una naturaleza generosa, pero que también
podía castigar y ocasionar un futuro apocalíptico, por lo cual era necesario terminar con
el mito de la inagotabilidad:
“Desde nuestra niñez y porque nos dijeron en la escuela, hemos venido repitiendo mecánicamente que
nuestro país es riquísimo en minas, bosques, flora, fauna, y hemos seguido creyendo que el Ecuador es un
almacén de incalculables riquezas y que para alcanzarlas, no tenemos sino que extender las manos y, por
último hemos creído y creemos que nuestras riquezas no se acabarán nunca. Nada más falso que tales
afirmaciones.”[39]
Había que cuidar los recursos naturales: ese era el mensaje. Especial cuidado requería
el suelo, pero también la provincia de Esmeraldas, el agua, la reserva ictiológica y los
bosques y sus productos forestales. Por primera vez mencionó la pesca, asunto que solo
cobró importancia a fines de esa década y especialmente en la de 1960; es interesante
que haya señalado ya la pesca ilegal realizada por barcos extranjeros como un problema
y la necesidad de legislar al respecto. El turismo, aprovechando las “bellezas escénicas”
era otro beneficio.
Dos semanas después del manifiesto de fundación del Comité Nacional de Protección a
la Naturaleza, en marzo de 1952, ocurrió otro acontecimiento conservacionista, también
promovido por Acosta Solís. Fue la Primera Conferencia Provincial de Conservación de
los Recursos Naturales, llevada a cabo en Ambato. Acosta Solís consiguió que sus
paisanos se juntasen a debatir el tema de la conservación en su provincia (Tungurahua)
en una reunión que él presidió y cuyas principales resoluciones, que fueron entregadas
al ejecutivo para que las examinara, ilustran las prioridades en los asuntos de índole
productiva y conservacionista. En el primer grupo constaron varios pedidos: rebajar el
impuesto predial en el campo, fortalecer el instituto indigenista, aprobar la ley forestal,
mejorar el sistema de riego de Ambato, la ampliación de la fábrica de abonos (por el
empobrecimiento de los suelos en la Sierra), la desgravación de la importación de
fertilizantes, pesticidas y fungicidas, reglamentación del pastoreo indiscriminado. Y
entre las resoluciones conservacionistas (aunque algunas de las anteriores podrían ser
interpretadas como tales) se incluyó: solicitar la declaración de dos monumentos
nacionales y dos parques nacionales, declarar bellezas escénicas, sitios de interés
paleontológico, protección de la fauna de zonas como los Llanganates, reglamentar la
caza de aves, conejos y venados, aprobar un Proyecto de Educación Agrícola Nacional
enviado al Congreso, impartir seminarios y cursos especiales de protección y
conservación de los recursos naturales, introducir el tema en los textos educativos, entre
otros. Sin embargo, pese a las buenas intenciones, Acosta Solís afirmó luego que tales
resoluciones “no se pusieron en práctica, porque no cooperaron los Gobiernos o
Departamentos de Agricultura, de Minas o Petróleo, etc.”[40]. La comunidad científica
ambientalista vivía las vicisitudes de pedir y depender del poder central.
De cualquier manera, en 1953, cuando Acosta Solís dejó el Departamento Forestal, la
conservación contaba con más adeptos y ya no era una “gran desconocida”. Aunque
poco atendida por la mayoría de sectores, era fuertemente impulsada por sus mayores
entusiastas y el discurso circulaba, con diferentes intensidades y repercusiones, en los
ámbitos gubernamental, rural, intelectual. La naturaleza seguía siendo un espacio que
debía ser dominado para consolidar el poder humano sobre la tierra y el de las personas
ecuatorianas sobre su territorio. Pero cada vez existía mayor conciencia y aceptación de
que tal naturaleza era finita y que era necesario planificar mejor su uso, pensar en su
sostenibilidad. El camino que transitarían las siguientes generaciones de ambientalistas,
al declarar reserva a Galápagos, al sumarse a la segunda ola del ambientalismo, y al
formar sus propias organizaciones, tenía antecedentes.
Cincuenta años después, las ideas de “manejo sostenible” o “desarrollo sostenible” que
predominan en el discurso de las instituciones estatales, ONG y agencias de
cooperación del Ecuador, pueden ser consideradas herederas de Acosta Solís y sus
colegas cercanos, que las transmitieron con intensidad desde la década de 1930 (que
fueron el puente de otras ideas similares antes, fuera del alcance de esta investigación).
Pese a la aparición de movimientos preservacionistas extremos, desde una perspectiva
macro se observa que en el Ecuador la conservación de la biodiversidad aun está
hipotecada a su rentabilidad económica. El proyecto es bastante similar que hace 70
años, cuando Acosta Solís era un novel doctor en ciencias naturales y fundó el Instituto
Botánico y cuando la Costa, la Amazonía y los bosques de las estribaciones de los
Andes aun conservaban la mayoría de su cobertura vegetal, en relación a como la
encontraron los conquistadores de América, casi intacta.
Conclusiones
La institucionalización del conservacionismo y de la silvicultura, una intensificación de
la institucionalización de las ciencias naturales, su obra geobotánica, agroecológica,
periodística, pedagógica, política, diplomática, su actividad excursionista, y su
protagonismo como divulgador en todos estos campos, son parte de la obra de Misael
Acosta Solís. Respecto a su papel en la institucionalización del conservacionismo, ello
resulta evidente tras investigar sus publicaciones entre 1936 y 1953. El Instituto
Botánico y los primeros números de Flora de 1937 carecían de una intención
conservacionista como objetivo central (ideas de reforestación, control de erosión, etc.)
pero por entonces Acosta Solís ya hacía campaña en favor de leyes y cambio de
actitudes, con objetivos conseguidos como las “Disposiciones sobre bosques, aguas y
fuerza motriz” de 1939.
En las décadas de 1940 y 1950 su actividad tuvo mayor impacto, como testimonia la
fundación del IECN, el contenido de la revista Flora, el Departamento Forestal y sus
publicaciones, la Quinta Equinoccial, el Comité Nacional para la Protección a la
Naturaleza, la Conferencia Provincial de Conservación de los Recursos Naturales, la
participación en reuniones conservacionistas internacionales, sus artículos de prensa
(críticas, sugerencias, divulgación científica sobre conservación), y las decenas de
artículos y libros para denunciar la destrucción y transmitir técnicas conservacionistas.
Acosta Solís supo combinar sus conocimientos de geobotánica y el prestigio que
representaba ser el primer doctor en ciencias naturales, reconocido divulgador y técnico
forestal especializado en el norte estadounidense para promover la creación y dirigir
luego una institución estatal de discurso conservacionista: el Departamento Forestal.
Aprovechó una coyuntura favorable: paz interna, un presidente tecnócrata como él
abocado al modelo agroexportador y que, por lo menos en el discurso, necesitaba
instituciones para conseguirlo. En ese proceso controlar el ambiente significaba poder;
“saber cómo” controlar la naturaleza confería parte de este poder y Acosta Solís tenía
autoridad en ese campo, otorgándola en el ámbito local a quienes él apoyaba. Su
autoridad científica fue aprovechada de la misma forma que él aprovechó la coyuntura.
Aun ahora (y antes) el Estado ve en la administración científica forestal una oportunidad
de reforzar su hegemonía y justificar su existencia, y la aprovecha.
Pero la autoridad científica y el criterio de Acosta Solís no fueron determinantes en la
toma de decisiones. Dicen B. Parentau y L.A. Sandberg acerca del tema de la pulpa en
Canadá, que en un contexto amplio la forma de administración tuvo mucho más que ver
con cambios en la política económica estadounidense, y que la conservación de recursos
forestales solo fue un asunto secundario[41]. Allí la administración científica fue más
retórica y por lo menos hasta 1947 la obtención de madera se hizo pensando
exclusivamente en el dinero que se iba a obtener.
En el Ecuador, como en Canadá y muchos otros sitios, lo político y económico
oscureció lo científico. La autoridad científica de Acosta Solís a mediados del siglo XX
fue acogida solo de forma retórica, de la misma forma que ocurrió en torno al cultivo
del banano, donde se hizo el mínimo esfuerzo por alcanzar realmente un manejo técnico
y moderno[42], o con el cacao, cuando las opiniones científicas en torno al manejo de
plagas a fines del siglo XIX y comienzos del XX fueron desoídas en pro de aumentar la
productividad o a la espera de que las cosas mejoraran por sí solas (cosa que no
sucedió)[43]. Con las plagas del camarón ha sucedido igual, hasta el abandono de miles
de piscinas a fines de la década de 1990. La continuidad de esta situación es palpable en
decenas más de procesos de producción de excedente conducidos desde mediados del
siglo XX en el Ecuador (flores, madera, recursos del subsuelo, palma africana, áreas
protegidas).
En el mediano plazo, la institucionalización mundial del conservacionismo que ocurrió
en la década de 1940, fue clave también en el Ecuador para preparar a un grupo mayor
de personas a recibir la segunda ola del ambientalismo. Acosta Solís y sus
contemporáneos no fueron pioneros en ideas conservacionistas en el Ecuador (ideas que
se pueden rastrear hasta la colonia), pero sí de su institucionalización y de lograr que
resonaran en la sociedad de entonces. La intensidad y nuevos paradigmas que adquirió
el ambientalismo ecuatoriano en las décadas de 1970, no necesariamente como una
preocupación de las elites, en estrecho contacto con los movimientos ecologistas del
norte, y con muchos más adeptos, no es comparable con el de las décadas de 1930, 1940
y 1950, pero sí discípulo de un conocimiento de la naturaleza y una actitud hacia ésta.
Si bien el valor otorgado a la naturaleza por aquellos ecologistas de mediados del siglo
era principalmente económico, también incorporaron y entendieron los argumentos
ecológicos, éticos, morales... Fueron concientes que la naturaleza tenía un límite y su
preocupación incluía la suerte de las generaciones futuras, donde quizás se ubica una de
las “discontinuidades” hacia el pensamiento ambientalista moderno[44]. Al respecto
Acosta Solís decía: “debemos amar a la Naturaleza como se ama a nuestra generosa
madre, a la que debemos gratitud eterna. El mejor modo de amarla es protegiéndola no
sólo para nosotros, sino para nuestros descendientes.”[45]
La importancia que dieron a la sostenibilidad de la madre naturaleza, enfrentando a
aquellos que sostenían el mito de la inagotabilidad, los convierte en ecologistas de
primera fila a quienes sucedimos las siguientes generaciones preocupadas por temas
ambientales en el contexto ecuatoriano. Cuando se recuerda que Acosta Solís, por
ejemplo, no tenía reparo en cortar bosques para aprovecharlos, como se ha hecho con la
figura de Gifford Pinchot en Estados Unidos, se oscurece su pensamiento ecológico
asociado a las tierras andinas equinocciales, secas y húmedas, y su conciencia ecológica
sobre la relación entre las personas y la Tierra.
J. Radkau advierte que el movimiento ecologista actual ha construido un concepto de lo
que es la felicidad y la salud que se ha vuelto peligroso, e invita a mirar en la prehistoria
del movimiento actual y no rechazar las ideas anteriores “como meros callejones sin
salida o ideas pseudoecológicas”[46]. Conocer las ideas de Acosta Solís y de parte de la
comunidad científica ecuatoriana de mediados del siglo XX ilustra, con las distancias
ante la ruptura que significó 1970 para el ambientalismo global, continuidades
(positivas y negativas) respecto de la situación actual. Conocer ayuda a evitar
consideraciones ahistóricas que llevan a constructos perversos y a fortalecer la
colonialidad en tanto sostienen la idea de la incapacidad local.
Sin embargo, esta relevancia de los conservacionistas de la primera mitad del siglo XX,
como Acosta Solís, tampoco debe desorientar al situarlos en relación a lo que, a mi
juicio, es un camino plausible a seguir en la relación entre las personas y el ambiente.
Aquellos conservacionistas agrupados en torno a las instituciones reseñadas, con Acosta
Solís como líder, reprodujeron y reconstruyeron en varias ocasiones la idea de que una
naturaleza que no produce es inútil, idea que aún predomina y que sustenta ―unida a
otros valores― buena parte de los programas de las instituciones conservacionistas.
Aunque el tema forestal es visto con mayor “tecnicismo” la esencia se mantiene en
muchos casos. Para los científicos conservacionistas de mediados del siglo XX lo bueno
era lo útil; entendieron bien que si no interesaba a la economía, al nacionalismo,
simplemente no era interesante y eso aun importa.
En la misma línea crítica, tampoco se ha de oscurecer que pese a sus buenas intenciones
conservacionistas, la administración científica de los bosques podría ser comparada
―con los matices respectivos― con programas forestales como el de la India colonial.
En aquel país, M. Gadgil y R. Guha cuestionan que pueda hablarse de una silvicultura
científica en aras de la conservación de los recursos: más bien hablan de una silvicultura
para satisfacer los intereses comerciales del Estado[47]. No sería, por supuesto, la
primera ni la última vez que las elites americanas despreciaran los saberes locales. En el
mismo sentido social, el conservacionismo de Acosta Solís, al menos en los años
investigados, poco tuvo que ver con la promoción de la equidad, como sí sucedió en
otras naciones. En ese sentido, no se puede hablar de inocencia, sino de reproducción de
valores asociados a la ciencia occidental, que Acosta Solís tenía profundamente
integrados.
Cabe recordar que Acosta Solís en los años estudiados no criticó los monocultivos ni los
agroquímicos, y en torno a sus palabras sobre la urbanización se adivina en éstas más un
temor de que el campo quedase abandonado. Quería, como en las revoluciones agrícolas
europeas, poner a producir la tierra al máximo; quería lograr la mayor producción
aprovechando los mercados donde estuvieran presentes; quería integrar las economías
campesinas al mercado en lo que, desde una visión anacrónica, es una forma de
desecologizar su forma de vida. Acosta Solís, deslumbrado por la ilusión de un proyecto
capitalista de progreso material no veía la contradicción ecológica que implicaba
integrar la esfera de la producción campesina a la del mercado. Era parte del proyecto
que consiguió que los sistemas agrícolas de la Sierra no se orientaran más a la
producción para la familia sino para la demanda urbana e internacional, con un cambio
en los productos y las técnicas[48]. Si bien se referiría a la “madre naturaleza” y
admiraba su belleza, la pensaba también como una máquina que podía (y debía) ser
dominada por la humanidad.
Como algunos conservacionistas estadounidenses, se dedicó a reorganizar la naturaleza
de forma que cumpliese con su propia visión ideal[49]. Heredó y transmitió ideas sobre
el dominio de la naturaleza que aun nos acompañan (como el desarrollo sostenible) a las
que integró el “conservacionismo”. Sabía conjugarlas, como conjugaba especies nativas
y exóticas. Como él mismo decía, debían tener una prioridad y un orden, pero no por
ello ser descartadas: “debe procurarse emplear primeramente las especies autóctonas y
útiles, y luego las importadas y aclimatables.”[50] Lo que hacía con los árboles lo
aplicaba también a las ideas. Aunque ahí estuvo su peculiaridad en su contexto
(conciliar discursos que se presentaban como antagónicos), de forma anacrónica puedo
dudar de su ecologismo.
Otras ideas de Acosta Solís que de forma anacrónica pueden ser vistas como “poco
ecologistas” son sus proyectos de colonización de Galápagos y las regiones cálidas del
territorio continental, la forestación con especies exóticas, la promoción del turismo en
zonas prístinas como fue la costa esmeraldeña, su permanente pedido de incremento de
la red vial, su crítica a lo indígena (llegando a apoyar de manera indirecta
planteamientos eugenésicos inclusive), su defensa del latifundio en tanto fuera
productivo, sus ideas sobre reforestación de los páramos, su apoyo al ganado en la
Costa, su crítica del comunismo y la movilización que éste apoyaba en el campo...
Pero algunas de sus ideas, como el cuidado ante capitales extranjeros —y otras tantas
que he mencionado en este artículo— serían similares a las del ecologismo actual,
inclusive el más radical. Pues en algo su situación fue igualmente dramática que la de
las generaciones actuales: testificó una transformación intensa del espacio en el
Ecuador, justificada con un discurso de modernización que hipoteca los recursos
naturales a los intereses de regiones lejanas del globo antes que al bienestar del entorno
local.
Hacia una construcción histórica del ambientalismo en el Ecuador
Los resultados de mi investigación sitúan puntos clave de la historia del ambientalismo
en el Ecuador. Por ejemplo, que la creación de áreas protegidas no ocurrió
exclusivamente por la influencia de instituciones internacionales que hicieron un intenso
lobby para lograr la protección de Galápagos en 1959 primero, y áreas continentales
después. Para encontrar la participación de Acosta Solís en Noticias de Galápagos, el
medio de difusión de la Fundación Charles Darwin, se debe buscar con minuciosidad y
solamente hay una referencia[51]. Ello no es nuevo: en 1960, en el Boletín de
Informaciones Científicas Nacionales se publicó una comunicación de UNESCO donde
el crédito de la declaración recayó en científicos extranjeros. No es de extrañar que,
dado que el financiamiento y buena parte de la ejecución de las tareas de la fundación
las hacen científicos de fuera, ello continúe siendo la regla.
Lo peligroso de esta situación no solo radica en que se oscurece la participación de
Acosta Solís y otros científicos, sino la misma intención que tuvo el gobierno al declarar
desde 1934 algunas islas de Galápagos como “Parques Nacionales de Reserva para la
Fauna y Flora”, mencionando la necesidad de conservar, prohibir la caza de ciertas
especies por el riesgo de extinción, controlar el turismo y hacer investigación
científica[52]. La falta de recursos económicos no significa ausencia de intención. Al
respecto conviene también mirar lo que se ha propuesto en materia forestal desde siglos
atrás, para entender que, al igual que en el resto del mundo, la intención de proteger los
bosques y las pugnas que esto ha creado ha contado desde varios siglos atrás con
protagonistas activos. Por ejemplo, las ordenanzas del cabildo de Guayaquil para
proteger algunas especies maderables en 1650, o la “Ordenanza provisional para el
arreglo, aumento y conservación de los montes de la provincia de Guayaquil” de
1779[53], las propuestas de Eugenio Espejo para garantizar la sostenibilidad de los
bosques de quina en 1791[54]; la introducción de eucaliptos por Gabriel García Moreno
en 1865 (con fines de reforestación de la Sierra); o el Día del Árbol celebrado desde
1920 en el Ecuador. Acosta Solís y sus colegas serían, en cuanto a intenciones
conservacionistas, el puente de la mitad del siglo XX, el nudo en la línea del tiempo que
destaca en ese aspecto, pero de ninguna manera pioneros ni únicos.
Reconocer las voces “ambientalistas” del pasado es saludable para entender la
complejidad que conlleva la interacción de sus las variadas vertientes del ambientalismo
en la sociedad, en su afán de transformar la forma de relación entre las personas y el
ambiente. Y también lo es para rescatar proyectos e ideas que, por su riqueza histórica
sumada a su potencialidad actual, coadyuven a materializar estas ideas.
Agradecimientos
Agradezco a Agustí Nieto-Galan, Joan Martínez-Alier, Jorge Molero Mesa y Pablo
Ospina sus comentarios sobre mi investigación, que sirvieron para que este artículo
analice con mayor profundidad y complejidad que mi investigación de maestría lo que
fue el conservacionismo de Misael Acosta Solís y su impacto en el Ecuador durante la
primera mitad del siglo XX. También agradezco a Víctor Bretón haber comentado este
artículo antes de su publicación, y a la Agencia Española de Cooperación y el
Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación de España haberme concedido una
beca MAEC-AECI para mis estudios en Barcelona.
Notas
[1] El más completo es: Carrera, Currículum - vitae. Pero véase también Ortiz Crespo,
En memoria; Astudillo Espinosa, El Dr. Misael Acosta Solís; Pérez Pimentel, Misael
Acosta Solís; Revelo, Misael Acosta Solís.
[2] Cuvi, Misael Acosta Solís y el conservacionismo.
[3] Acosta Solís, Por la protección y fomento forestal, p. 199.
[4] Acosta Solís, Editorial. El Instituto Botánico y “Flora”, p. 1-4.
[5] Acosta Solís, Bibliografía y comentarios, p. 123.
[6] Acosta Solís, Galápagos observado fitológicamente.
[7] Acosta Solís, Por la protección y fomento forestal, p. 216.
[8] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 16.
[9] Acosta Solís, Los bosques impiden los deslaves, p. 22.
[10] Acosta Solís, Nuevas contribuciones, p. 114, 117.
[11] Pérez, Cuando los montes se vuelven carbón, p. 5.
[12] Acosta Solís, Por la protección y fomento forestal, p. 229.
[13] Acosta Solís, Nuevas contribuciones, p. 37, 118.
[14] Acosta Solís, El Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales.
[15] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 1-2.
[16] Correspondencia, canjes e intercambios. Nota en Flora, 1943, n° 7-8-9-10, p. 225.
[17] Carta de Ernesto Vélez a Misael Acosta Solís, en Medellín, sin fecha. Reproducida
en Flora no. 7-8-9-10 (diciembre de 1943): 289-293.
[18] Chaix, Discurso. Respecto a Campos, no he consultados sus documentos, pero de
manera indirecta Acosta Solís mencionó su contribución sobre “Protección faunística” a
Washington 1940.
[19] Corley Smith, Early attempts at Galapagos conservation.
[20] Espinosa, Algo sobre la destrucción de los suelos, p. 28.
[21] Gottlieb, Reconstructing environmentalism.
[22] Acosta Solís, Editorial. En el Ecuador es de inmediata necesidad.
[23] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 19.
[24] Cueva, El Ecuador de 1925 a 1960, p. 113.
[25] Villalobos, El proceso de industrialización hasta los años 50, p. 83-84.
[26] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 19.
[27] Simonian, La defensa de la tierra del jaguar, p. 144.
[28] Guha, Environmentalism. A global history, p. 66.
[29] CEPAL 1954 citada en: Larrea, Hacia un análisis ecológico de la historia, p. 29.
[30] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 113.
[31] Worster, Nature’s economy, p. 286.
[32] Acosta Solís, Por la conservación de las tierras andinas, p. 133.
[33] Kaarhus, Conceiving environmental problemas, p. 275-276.
[34] Jarrín, Las ciencias naturales aplicadas a la producción, p. 377.
[35] Acosta Solís, Por la protección y fomento forestal, p. 208. (Este artículo fue
reproducido en el número 15-16 de Flora, que fue publicada en 1949 aunque apareció
con fecha 1945).
[36] Salcedo y Leyton, El sector forestal latinoamericano, p. 459.
[37] Acosta Solís, Editorial. La creación del Instituto Nacional de Conservación.
[38] Comité Nacional de Protección a la Naturaleza, Fines del Comité.
[39] Acosta Solís, Nuestra madre naturaleza, p. 10-11.
[40] Acosta Solís, Historia, reuniones y legislación de recursos naturales, p. 20-30.
[41] Parentau y Sandberg, Conservation and economic nationalism, p. 66.
[42] Larrea, Hacia un análisis ecológico de la historia.
[43] McCook, Las epidemias liberales, p. 235-240
[44] Bevilacqua, Las políticas ambientales, p. 149. (Hay más, por supuesto: la
masificación, las nuevas tecnologías, la visibilización de la industrialización, del
complejo guerra-industria-estado-academia-etc, entre otros.)
[45] Acosta Solís, Nuestra madre naturaleza, p. 16.
[46] Radkau, ¿Qué es la historia del medio ambiente?, p. 146.
[47] Gadgil y Guha, This fissured land, p. 210.
[48] Pérez, Cuando los bosques se vuelven carbón, p. 44.
[49] Worster 1994, Nature’s economy, p. 266.
[50] Acosta Solís, Por la reforestación de la Sierra ecuatoriana, p. 7.
[51] Corley Smith, Early attempts at Galapagos conservation.
[52] Registro Oficial del 14 de mayo de 1936, p. 137.
[53] Laviana Cuetos, Los intentos de controlar la explotación forestal en Guayaquil.
[54] Puig-Samper, El oro amargo, p. 234.
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Copyright
© Copyright Scripta Nova, 2005
Nicolás
Cuvi,
2005
Ficha bibliográfica:
CUVI, N. Misael Acosta Solís y el conservacionismo en el Ecuador, 1936-1953. Geo
Crítica / Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona:
Universidad de Barcelona, 15 de juniode 2005, vol. IX, núm. 191.
<http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-191.htm> [ISSN: 1138-9788]
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