Al: Tribunal Constitucional de la República Dominicana De: Luis A

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Al:
Tribunal Constitucional
Dominicana
de
la
República
De:
Luis A. Bircann Rojas; Ramón Antonio (Negro)
Veras; Carlos Alfredo Fondeur Victoria; Rafael
Emilio Yunén; Enmanuel Castillo Sánchez;
María de Jesús Pola Zapico; Carlos Manuel
Estrella; Rafael Armando Vallejo; Nelson Hahn;
César Augusto Hilario Brito; Mario Fernández;
Juan Alejandro Castillo Burgos; Naby de Jesús
Lantigua Paulino; Juan Ramírez; Salvador
Castellanos; Juan José Batlle; José Luis Taveras;
José Lorenzo Fermín Mejía; Cristina María
Fernández Gutiérrez; Anselmo Muñiz
Asunto:
Intervención en calidad de Amicus Curiae
Referencia:
Acción directa en inconstitucionalidad sometida
por el señor Víctor José Díaz Rúa en fecha de la
8 de noviembre de 2013, en contra del párrafo
tercero del artículo 85 de la Ley 76-02 del 19 de
julio de 2002, que instituye el Código Procesal
Penal, por presunta contradicción con el
artículo 22.5 de la Constitución de la República
del 26 de enero de 2010
Honorables jueces:
Los señores 1. Luis A. Bircann Rojas, dominicano, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de
identidad y electoral No. 031-009320070-0, domiciliado en la segunda planta del edificio marcado
con el No. 34 de la calle San Luis de la ciudad de Santiago de los Caballeros; 2. Ramón Antonio
(Negro) Veras, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de identidad y electoral No.0310226664-4, domiciliado en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 3. Carlos Alfredo Fondeur
Victoria, dominicano, mayor de edad, licenciado en Administración de Empresas, titular de la
cédula de identidad y electoral No. 031-0032118-5, domiciliado y residente en la ciudad de Santiago
de los Caballeros; 4. Rafael Emilio Yunén, dominicano, mayor de edad, titular de la cédula de
identidad y electoral No. 031-0098592-2, licenciado en educación, domiciliado y residente en la
avenida Juan Pablo Duarte No. 70 de la ciudad de Santiago de los Caballeros; 5. Enmanuel Castillo
Sánchez, dominicano, mayor de edad, sociólogo, titular de la cédula de identidad y electoral No.
031-0031476-8, domiciliado y residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 6. María de
Jesús Pola Zapico, dominicana, mayor de edad, abogada, titular de la cédula de identidad y
electoral No. 031-0188051-0, domiciliada y residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 7.
Carlos Manuel Estrella, dominicano, mayor de edad, periodista, titular de la cédula de identidad y
electoral No. 031-0072490-9, domiciliado y residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 8.
Rafael Armando Vallejo, dominicano, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de identidad y
electoral No. 031-0097945-3, domiciliado en la calle 16 de Agosto No. 100, primero planta, de la
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ciudad de Santiago de los Caballeros; 9. Nelson Hahn, dominicano, mayor de edad, contador
público, titular de la cédula de identidad y electoral No. 031-0245821-7, domiciliado en la avenida
Independencia No. 43 de la ciudad de Santiago de los Caballeros; 10. César Augusto Hilario Brito,
dominicano, mayor de edad, sacerdote, titular de la cédula de identidad y electoral No. 0310041749-6, domiciliado y residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 11. Mario Apunto
Fernández Burgos, dominicano, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de identidad y
electoral No. 031-0099704-2, domiciliado en Calle Cuba No. 58, de la ciudad de Santiago de los
Caballeros; 12. Juan Alejandro Castillo Burgos, dominicano, mayor de edad, titular de la cédula de
Identidad y Electoral No. 031-0107476-7, domiciliado y residente en la ciudad de Santiago de los
Caballeros; 13. Naby de Jesús Lantigua Paulino, dominicano, mayor de edad, comerciante, titular
de la cédula de identidad y electoral No. 031-0032759-6, domiciliado y residente en la calle 5 # 10,
Los Laureles de la ciudad de Santiago de los Caballeros; 14. Juan Ramírez, dominicano, mayor de
edad, médico, titular de la cédula de identidad y electoral No. 031-0198704-2, domiciliado y
residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 15. Salvador Castellanos, dominicano, mayor
de edad médico, titular de la cédula de identidad y electoral No. 031-0104608-8, domiciliado y
residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 16. Juan José Batlle, dominicano, mayor de
edad, médico, titular de la cédula de identidad y electoral No.031-0093260-1, domiciliado y
residente en la ciudad de Santiago de los Caballeros; 17. José Luis Taveras, dominicano, mayor de
edad, abogado, titular de la cédula de identidad y electoral No. 031-0459274-0, domiciliado en la
calle A esquina calle C, Las Amapolas, Villa Olga, de la ciudad de Santiago de los Caballeros; 18. José
Lorenzo Fermín Mejía, dominicano, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de identidad y
electoral No. 031-0459274-0, domiciliado en la calle A esquina calle C, Las Amapolas, Villa Olga, de
la ciudad de Santiago de los Caballeros; 19. Cristina María Fernández Gutiérrez, dominicana,
mayor de edad, abogada, titular de la cédula de identidad y electoral No. 031-0195651-8,
domiciliada en la calle A esquina calle C, Las Amapolas, Villa Olga, de la ciudad de Santiago de los
Caballeros; 20. Anselmo Muñiz dominicano, mayor de edad, abogado, titular de la cédula de
identidad y electoral No. 031-0459274-0, domiciliado en la calle A esquina calle C, Las Amapolas,
Villa Olga, de la ciudad de Santiago de los Caballeros; quienes actúan en su propia representación y
han hecho elección de domicilio ad–hoc en la calle Profesor Emilio Aparicio, No. 30, ensanche Julieta,
Santo Domingo, D.N., en el estudio del Dr. Julio Anibal Suárez; someten a su alta ponderación la
presente instancia de intervención en calidad de Amicus Curiae:
PREÁMBULO
Los suscritos somos dominicanos preocupados por el afianzamiento y la legitimación de
nuestro sistema democrático. Hombres y mujeres de la ciudad de Santiago de los
Caballeros que aspiramos a una sociedad mejor en la que nuestros hijos y nietos puedan
seguir viviendo con dignidad.
Somos ciudadanos que ejercemos diferentes profesiones u oficios para poder mantener a
nuestras familias; no hacemos del ejercicio de la política un modo de vida. Munícipes,
defensores de los valores democráticos, del patrimonio público, de los derechos humanos y
de la seguridad ciudadana. En este contexto, preocupados por los aprestos de ciertos
intereses de que se suprima el derecho ciudadano previsto en el párrafo tercero del artículo
85 del Código Procesal Penal dominicano, hemos decidido actuar colectivamente a través de
la intervención Amicus Curiae para mantener la vigencia e integridad del derecho de
interponer querellas en contra de los funcionarios o servidores públicos que en el ejercicio
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o en ocasión del ejercicio de sus funciones, puedan cometer atentados en perjuicio del
patrimonio público y los derechos humanos.
En efecto, en lo que sigue expondremos las razones que sustentan este reclamo
democrático en la convicción de que de que ustedes, honorables magistrados, están
conscientes de la repercusión que para el presente y futuro de nuestro sistema democrático
tendrá la decisión que habrán de adoptar al respecto.
I.
SOBRE LA LEGITIMIDAD DE ESTA ACCIÓN
El 8 de noviembre de 2013 el señor Víctor José Díaz Rúa, interpuso una acción de
inconstitucionalidad en contra del párrafo tercero del artículo 85 de la Ley 76-02 del 19 de
julio de 2002, que instituye el Código Procesal Penal, por presunta contradicción con el
artículo 22.5 de la Constitución de la República. Ante esta acción, los exponentes,
exclusivamente animados de las intenciones expuestas, hemos decidido intervenir en este
caso y presentar nuestros argumentos.
Los exponentes justifican esta intervención de ciudadanía a través de la figura del Amicus
Curiae, debido a que la decisión a ser rendida por este tribunal tendrá una vocación general
y oponible a toda la población (efecto erga omnes). En este sentido, la acción de
inconstitucionalidad incoada por el señor Víctor José Díaz Rúa va dirigida a invalidar un
texto legal que otorga un derecho de carácter universal, y en ese tenor, cualquier ciudadano
dominicano tiene interés legítimo para postular frente a este tribunal y fijar sus pareceres
sobre la procedencia o no de la acción de inconstitucionalidad en cuestión.
El Amicus Curiae en una figura legal que el sistema interamericano de derechos humanos les
brinda a los ciudadanos a través del Reglamento de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos. Así, se define a la persona o institución ajena al litigio y al proceso en torno a los
hechos contenidos en el sometimiento del caso o que formula consideraciones jurídicas
sobre la materia del proceso, a través de un documento o de un alegato en audiencia1. La
participación en el proceso en calidad de Amicus Curiae faculta a la persona o institución
actuante a intervenir de forma activa en el proceso e incluso a proveer los documentos o
pruebas que han de ser ponderados para la producción de un dictamen objetivo en el que
se manifiesten las garantías judiciales y procesales que resguarden los derechos de las
partes en el debido proceso2.
En este orden, es preciso señalar que el presente caso implica un interesante debate público
sobre el alcance de un derecho subjetivo que se reconoce a toda la ciudadanía en el párrafo
tercero del artículo 85 del Código Procesal Penal. En especial, cuando dispone el derecho a
la acción ciudadana o popular que tiene hoy cualquier ciudadano o ciertas instituciones
privadas para promover una acción judicial o querella en contra de los funcionarios o
servidores públicos, que en el ejercicio de sus funciones o con ocasión de ellas, hayan
incurrido en infracciones en perjuicio del patrimonio público o los derechos humanos. Ese
1
2
Ver artículo 2.3 del Reglamento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Ver artículo 44 del Reglamento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
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derecho se encuentra tutelado constitucionalmente, de ahí que su supresión perjudicaría
gravemente a toda la colectividad e individualmente a cada uno de los ciudadanos, por
tanto, a los intervinientes. De ahí la pertinencia de esta iniciativa colectiva.
Así las cosas, en el uso y ejercicio de nuestros derechos civiles y políticos, y al amparo de las
previsiones del artículo 2 de la Constitución de la República, los exponentes tienen calidad e
interés en la presente contestación.
II.
RÉPLICA A LA ACCIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD
En la instancia de referencia el accionante alude de manera dispersa a diferentes aspectos
para pretender justificar su pedido ante esta Corte. Como demostraremos en el curso de
este escrito, todos estos argumentos resultan infundados. En aras de facilitar la
comprensión del presente documento, los exponentes refutarán de manera temática los
principales alegatos planteados por el accionante.
A. El párrafo 3 del artículo 85 del CPP no contradice la correcta interpretación del
artículo 22.5 de la Constitución.
El argumento central de la señalada acción de inconstitucionalidad es que el tercer párrafo
del artículo 85 del Código Procesal Penal presuntamente contradice el artículo 22.5 de la
Constitución y por lo tanto debe ser anulado por esta Corte. En esencia, su alegato es que el
citado texto constitucional supuestamente prohíbe el derecho que contempla el indicado
artículo del código para que cualquier ciudadano y ciertas personas morales de derecho
privado puedan querellarse en contra de los servidores públicos que incurran en actos de
corrupción o violaciones a los derechos humanos. Sin dudas, como expondremos en lo
sucesivo este alegato es erróneo por varias razones:

Primero, porque se hace de manera abstracta o en el vacío, obviando la primacía, que
en la hermenéutica del texto constitucional, tienen los principios que rigen esta
función;

Segundo, porque se llega a esta errada conclusión a través de una desfasada
interpretación literal o exegética de dicho texto constitucional;

Tercero, porque desconoce que los derechos fundamentales previstos en nuestra
Constitución tienen un carácter enunciativo, nunca limitativo;

Cuarto, porque en caso de concurrencia conflictiva de dos derechos fundamentales,
por la vigencia del test de razonabilidad, se impone siempre el derecho fundamental
de mayor y más favorable impacto social, que obviamente no es el defendido por el
accionante sino por la colectividad;
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
Quinto, porque el accionante ignora que en materia de corrupción pública y de
violaciones a los derechos humanos, todos somos víctimas, en aptitud de acusar a
sus presuntos responsables; y,

Sexto, porque en ningún caso es un motivo válido para sustentar la supresión del
indicado derecho fundamental, las eventuales extorsiones que puedan cometerse en
contra del servidor público acusado en ocasión de este derecho popular.
B. La interpretación del artículo 22.5 de la Constitución debe ser a la luz de los
principios que rigen esta actividad
En primer grave yerro en que incurre el accionante, al interpretar el citado canon
constitucional, es hacerlo al margen de principios construidos desde hace décadas por la
doctrina y la jurisprudencia constitucionales más arraigadas. Así pues, en materia de
interpretación constitucional, dominan principios esenciales que animan el espíritu el texto
constitucional a interpretarse en cada caso, traduciéndose, estos, en ejes dogmáticos y
transversales de la Constitución.
Desconociendo estas herramientas de interpretación constitucional, el accionante hace una
interpretación absolutamente abstracta.
Así, por ejemplo, uno de dichos principios, es el de la unidad de la Constitución según el
cual la norma constitucional no debe interpretarse de manera aislada o fuera de su contexto
temático. Al explicar este principio, el profesor Naranjo, apunta: “En otras palabras, este
principio busca considerar a la Constitución como un todo… la norma constitucional
no se puede interpretar en forma aislada, sino que debe considerarse dentro del
conjunto constitucional”3. Y, más luego, dicho autor, remata con un planteamiento que
pareciera hecho a la medida del conflicto de especie,: “De ahí que, el juez constitucional
no debe limitarse en su labor interpretativa al cotejo con uno o varios artículos de la
Carta, sino que debe basar sus decisiones teniendo en cuenta la concordancia o
armonización con todas aquellas que tengan relación con el asunto a dilucidar”. 4
(Negritas y subrayados agregados)
En este orden, es incorrecta la interpretación aislada que asume el accionante del numeral 5
del artículo 22 de la Constitución, cuando soslaya, en su interpretación, su real contexto
temático, no solo con otras disposiciones de la Constitución, sino con Convenciones
Internacionales que integran el bloque de constitucionalidad las cuales promueven el rol
activo del ciudadano en contra de la corrupción pública y la defensa de los derechos
humanos.
El accionante parece desconocer que hoy la defensa del patrimonio público y de los
derechos humanos es una tarea prioritaria para la credibilidad, legitimidad y supervivencia
3
4
NARANJO, V. Teoría Constitucional e Instituciones Políticas, Editorial Termis. Bogotá. 1990. P.408
Idem.
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del sistema democrático y que entre el bloque de constitucionalidad y nuestro
ordenamiento legal se articula una armónica, coherente y vital correlación.
En particular, el artículo 13 de la Convención de Naciones Unidas Contra la Corrupción del
31 de octubre de 2003, debidamente refrendada por el Estado Dominicano, por ende,
vinculante y vigente en nuestro ordenamiento legal, prevé en los numerales 1) y 2) del
artículo 26 de la Carta Magna,: “1. Cada Estado Parte adoptará medidas adecuadas, dentro de
los medios de que disponga y de conformidad con los principios fundamentales de su derecho
interno, para fomentar la participación activa de personas y grupos que no pertenezcan
al sector público, como la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y las
organizaciones con base en la comunidad, en la prevención y la lucha contra la corrupción,
(…)”. (Subrayado y negritas agregadas)
Tan relevante es la citada convención, que ya este Tribunal Constitucional en su Sentencia
TC/0042/12 ha señalado, citando la Convención Interamericana contra la Corrupción, que
la corrupción socava “(…) las instituciones y los valores de la democracia, la ética y la
justicia (…)” (Negritas agregadas). El citado texto, refleja la legítima preocupación que hoy
tienen los organismos internacionales sobre los temas indicados. Pero, al mismo tiempo,
deja muy delimitado el tipo de iniciativa jurídica que deben propiciar los Estados para
lograr la efectiva prevención y lucha contra la corrupción. En este sentido, dicho texto no
deja la menor duda en que es obligación internacional de cada Estado promover la
participación activa de las personas y grupos organizados no gubernamentales en acciones
colectivas vinculantes.
En este contexto, esto fue lo que hizo pura y simplemente el Estado Dominicano, cuando en
el marco de la Ley No. 76-02, que recoge el Código Procesal Penal, incluyó el numeral 3 del
artículo 85, que le otorga derecho a la ciudadanía y a grupos de la sociedad civil, jugar un rol
activo en la prevención y lucha contra la corrupción mediante el mecanismo de la
interposición de querella, no de simple denuncia, como hoy pretende el accionante. Este rol
activo no puede conseguirse como un mero denunciante, sino que requiere que el
ciudadano se inserte en el proceso penal como parte, no como un simple convidado de
piedra.
El objetivo del texto impugnado es dotar a la ciudadanía de herramientas legales para
combatir la corrupción pública y las violaciones a los derechos humanos. Cabría
preguntarse, si la simple denuncia constituye un instrumento legal útil para combatir la
corrupción y las violaciones de derechos humanos. La respuesta es categóricamente
negativa. Para denunciar un hecho basta con publicarlo en los medios de comunicación,
acción para la que no se requería ninguna autorización constitucional, por cuanto vivimos
en un país con libertad de expresión.
Y es que la simple denuncia no tiene ningún efecto, toda vez que no pone en marcha la
acción pública y relega al denunciante a un papel pasivo y colateral porque no es parte del
proceso. Una vez se denuncia el hecho, el denunciante está a merced de la decisión
discrecional del Ministerio Público de investigar o no sin tener que justificar su decisión.
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Queda claro que la simple denuncia no es un mecanismo efectivo para combatir la
corrupción administrativa y las violaciones a los derechos humanos, por lo que una
interpretación del artículo 22.5 que sea acorde con el fin que busca dicha norma debe
asumir que el ciudadano puede jugar un rol más allá que un simple denunciante.
Cónsono con la citada Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción, una
interpretación teleológica o evolutiva del artículo 22.5 debe atribuirle al ciudadano un rol
activo en la lucha contra la corrupción y colocarlo en capacidad para poner en movimiento
la acción pública, así como para contestar las decisiones que se tomen en el caso. De ahí que,
interpretando el artículo 22.5 de la Constitución, a la luz del principio de la unidad de la
Constitución, no hay duda que el citado texto del Código Procesal Penal impugnado por el
accionante es absolutamente constitucional.
Más aun, a la luz de referido principio, cabe destacar que para complementar el citado texto
de la referida convención internacional y apoyar los esfuerzos para la prevención y lucha en
contra de la corrupción, es que la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el
Crimen, organismo encargado de administrar la Convención, indica lo siguiente:
“Existe poca duda de que la corrupción impide el desarrollo económico, disminuye la
razón entre la inversión privada y el Producto Interno Bruto, y tiene un efecto negativo en el
funcionamiento de las instituciones democráticas. Por lo tanto, la corrupción supone un
serio reto para el desarrollo. En el reino político, la corrupción rampante socava la
democracia y buena gobernabilidad al socavar los procesos formales democráticos
como las elecciones. De manera más general, la corrupción corroe la capacidad institucional
de las instituciones gubernamentales debido a que los procesos formales son ignorados, los
recursos son desviados para beneficio privado, y las oficinas públicas se pagan a través de
sobornos u otros medios de enriquecimiento.
Al mismo tiempo, la corrupción quebranta la legitimidad del gobierno y valores democráticos
como la confianza pública y la tolerancia de grupos minoritarios o desempoderados
afectando, por lo tanto, el cumplimiento los derechos civiles y políticos. La corrupción
puede debilitar las instituciones democráticas tanto en las democracias nuevas como en las
viejas. Cuando la corrupción es prevalente, los oficiales públicos no toman decisiones
guiados por el interés de la sociedad. Como resultado, la corrupción daña la legitimidad de
un régimen democrático en los ojos del público y conlleva la pérdida de apoyo a las
instituciones democráticas. La gente se desencanta del ejercicio de sus derechos civiles y
políticos y de demandar que esos derechos sean respetados”5. (Negritas y subrayado
agregados)
Es evidente que la principal víctima de la corrupción no es el Estado sino la ciudadanía, y es
ésta la que tiene mayor interés en enfrentarla. Precisamente por esto la Convención de
Naciones Unidas contra la Corrupción señala que la ciudadanía debe tener un rol activo en
la lucha contra la corrupción.
5
http://www.track.unodc.org/CorruptionThemes/Pages/home.aspx
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Por otra parte, en el armónico entendimiento entre el ordenamiento constitucional y el
legislativo en materia de defensa al patrimonio público, hay otras disposiciones que militan
para que se prosiga reconociéndose como un derecho de ciudadanía, con raigambre
constitucional, el previsto en el citado artículo del Código Procesal Penal. Nos referimos a
las previsiones combinadas de los artículos 146 y 246 de la Constitución, cuando, de una
parte, en el primero de dichos textos, se consagra la proscripción de la corrupción, mientras
que en el 246 se le otorga facultad a la sociedad, vale decir, la ciudadanía, para velar por el
control y la fiscalización de los fondos públicos. Este último texto es muy preciso cuando
dispone: “El control y fiscalización sobre el patrimonio, los ingresos, gastos y uso de los fondos
públicos se llevará a cabo por el Congreso Nacional, la Cámara de Cuentas, la Contraloría
General de la República, en el marco de sus respectivas competencias, y por la sociedad a
través de los mecanismos establecidos en las leyes”. (Negritas agregadas)
En este marco, la interpretación más armónica y correcta del artículo 22.5 de la
Constitución no puede estar dirigida a entender que el derecho ciudadano para ejercer
válidamente esta atribución constitucional se satisface, como pretende el accionante, a
través de la simple denuncia que pueda ejercer el ciudadano y las organizaciones civiles de
la sociedad. Por el contrario, reducirla a este rol ciudadano, sería darle carácter de poesía a
una facultad implicada visceralmente en el bloque de constitucionalidad.
Finalmente, de conformidad a la aplicación del indicado principio de la unidad de la
Constitución, en una ortodoxa interpretación del texto constitucional en debate, no puede
pasarse por alto que la la propia Ley No. 107-13, que regula los derechos y deberes de los
ciudadanos frente a la administración pública, por ende, frente a los funcionarios y
servidores públicos, en sintonía con lo previsto al respecto en el aludido marco
constitucional, dispone: “En un Estado Social y Democrático de Derecho los ciudadanos
no son súbditos, ni ciudadanos mudos, sino personas dotadas de dignidad humana,
siendo en consecuencia los legítimos dueños y señores del interés general, (…)”
(Negritas agregadas) De ahí, que existiendo la capacidad de los ciudadanos de actuar
directamente sobre el control de la gestión pública, no hay excusa para pretender que sean
los propios funcionarios quienes se autocontrolen sin ninguna intervención ciudadana,
como persigue con su acción el accionante.
Otros de los principios estelares que pautan la interpretación constitucional son el principio
pro homine (o pro persona), el principio de la adaptación a las circunstancias y el principio
de la previsión de las consecuencias de las decisiones.
El principio pro homine (o pro persona) establecido en la parte final del artículo 74 de
nuestra Constitución: “es un criterio hermenéutico que informa todo el derecho de los
derechos humanos, en virtud del cual se debe acudir a la norma más amplia, o a la
interpretación más extensiva, cuando se trata de reconocer derechos protegidos e,
inversamente, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de
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establecer restricciones permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión
extraordinaria”6. (Negritas agregadas)
No hay que hacer mayores esfuerzos para saber que, a la hora de interpretar el artículo 22.5
de la Constitución, la interpretación que inexorablemente se impondría es la que favorece el
ejercicio democrático de la ciudadanía respecto de la prevención y lucha en contra de la
corrupción pública y la defensa de los derechos humanos, vale decir lo que mandan el
artículo 13 de la de la Convención de Naciones Unidas Contra la Corrupción y el artículo 85
del Código Procesal Penal, entre otras disposiciones de nuestro ordenamiento legal vigente.
De la mano del anterior principio, se encuentra el de la progresividad o no regresividad de
los derechos fundamentales adquiridos por los ciudadanos. Si fuéramos a aplicarlo en la
interpretación de especie, sería contraproducente que se acogiera la excepción del
accionante, ya que esto supondría una indiscutible regresión en el derecho fundamental
adquirido por la ciudadanía que desde hace años la faculta a defender de manera efectiva y
activa el patrimonio público y los derechos humanos en virtud de la aplicación combinada
del artículo 22.5 de la Constitución y el tercer párrafo del artículo 85 del citado código.
De su lado, en relación al principio de la adaptación a las circunstancias, cabe destacar que
referirse a este, es hurgar en el contexto social, político o económico existente al momento
en que se interpreta el texto constitucional en particular. Por consiguiente, al resolver un
caso concreto, el juez debe buscar la adaptación de las normas de la Constitución a las
circunstancias sociales, políticas o económicas vigentes en el momento de realizarse la
interpretación7.
Mientras que el principio de la previsión de las consecuencias de las decisiones, alude a la
obligación que tiene el juez constitucional, de ponderar las consecuencias prácticas que
entrañan para la sociedad las decisiones que haya que adoptar al interpretar algún texto
constitucional.
Si examináramos estos últimos dos principios generales en el marco de este debate
tendríamos que concluir que la interpretación constitucional que más favorece la
participación colectiva en la materia es la combinación de los citados textos del bloque de
constitucionalidad y de la legislación adjetiva que autoriza la acción ciudadana de acusar.
Esto así puesto que asumir el criterio opuesto sería restringir el ejercicio ciudadano de
velar por la defensa activa del patrimonio público y de los derechos humanos, lo que
vendría a arraigar en la conciencia ciudadana la cultura de la impunidad que tanto daño le
ha hecho al sistema democrático de nuestro país en los últimos 50 años.
Ahora bien, al margen de las razones expuestas, es también improcedente la solicitud del
accionante porque este llega a su conclusión, no solo por un absoluto desconocimiento de
PINTO M. El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas para la regulación de los derechos
humanos. En Martín Abregú y Christian Courtis (compiladores). La aplicación de los tratados sobre derechos
humanos por los tribunales locales. CELS - Editores del Puerto, Buenos Aires, 1997, p. 163.
7 NARANJO, Vladimiro. Op. Cit., p. 409.
6
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los anteriores principios generales de la interpretación constitucional, sino por una
desfasada interpretación de los métodos específicos de esta interpretación. Así por ejemplo,
se prevalece del método de la interpretación literal o exegética del citado texto
constitucional para solicitarle a este tribunal que decida la supresión del derecho de
ciudadanía que consagra el citado artículo del Código Procesal Penal. En primer lugar, la
interpretación gramatical o exegética, como método herméutico, es arcaico e inútil. Desde
finales del siglo XIX este método entró en una fuerte crisis debido a lo que Gény denomina
su tendencia fetichista y abstracta, que provoca la búsqueda de una inexistente intención
del legislador y que “esteriliza el dinamismo del derecho”8. (Negritas agregadas) El
desarrollo de las ciencias provocó el surgimiento de nuevos métodos de interpretación de la
ley, entre ellos los más importantes están el método teleológico y el método evolutivo (o
histórico)9.
El método teleológico propone que lo importante no es la intención original del
constituyente o legislador, sino que el “fin de la norma es el que va acorde con el momento en
que la norma será aplicada”10. Así, este método busca descubrir cuál es la finalidad u
objetivo social de la norma y darle una interpretación acorde con esa finalidad sin importar
la letra del texto11.
Por su parte, el método evolutivo propone que la norma es una creación siempre cambiante
de la sociedad, por lo que es necesario desprenderse de su sentido original y otorgarle un
nuevo sentido, que se adapte mejor a las necesidades de la sociedad12.
En este orden, en el derecho constitucional moderno se aboga por una interpretación de la
Constitución de tipo sistemática y finalista. Según este especial principio de interpretación,
el texto constitucional no se consume en la interpretación de una palabra, realizada fuera de
su contexto o del espíritu que tiene en su sentido de cuerpo la Constitución. Al destacar
este método, Canosa, nos dice: “La interpretación sistemática es considerada como la base de
los métodos de interpretación, entendida como la unidad y coherencia de todo el sistema
jurídico con fundamento en la Constitución, el cual, además, debe tener en cuenta los
intereses sociales que se le plantean al intérprete para que no sea la mera aplicación
abstracta de la norma…”13 (Negritas agregadas). Por consiguiente, si el texto del artículo
22.5 de la Constitución va a interpretarse en sentido exegético o gramatical, como quiere el
accionante, entonces devendría en letra muerta; su objetivo no será alcanzado.
Por otro lado, haciendo abstracción de las razones planteadas, carece de razón el accionante
en su planteamiento pues se olvida que los derechos fundamentales previstos en nuestra
Constitución tienen un carácter enunciativo, nunca limitativo. En este orden, parece
BERGEL, J.L. Théorie Générale Du Droit, 3ra Ed., Dalloz, París, 1999, p. 250.
TERRÉ, F. Introduction générale au droit, 5ta Ed., Dalloz, París, 2000, p. 499.
10 JORGE PRATS, E. Derecho Constitucional, vol I. Iusnovum, Santo Domingo, 2010, p. 392.
11 Cfr. BERGE, Op. Cit., p. 252; TERRÉ, Op. Cit., p. 499.
12 Ídem.
13 CANOSA USERA, R. Interpretación constitucional y formulas políticas. Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1988. pp. 96 y ss.
8
9
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desconocer el accionante que el artículo 74 de la Constitución dispone que los derechos
contenidos en ella no tienen carácter limitativo y, por consiguiente, no excluyen otros
derechos y garantías de igual naturaleza. En el mismo sentido, el autor argentino Helio Juan
Zarini señala que “las declaraciones, derechos y garantías de la Constitución son simplemente
ejemplificativas. En consecuencia existen otros derechos y garantías que también son
reconocidos, aunque no estén específicamente enunciados”14. (Negritas agregadas)
Aún en el hipotético y remoto caso en el que se entendiera que el artículo 22.5 no puede
servir de fundamento constitucional para la acción ciudadana ello no implica que esta esté
prohibida, ya que en ningún texto de algún convenio o tratado internacional vinculante a
nuestro ordenamiento constitucional ni de la Carta Magna, prohíben, el mecanismo activo
de ciudadanía. Si esto fuera así, los derechos fundamentales fueran solamente aquellos que
están taxativamente enumerados en la Constitución, y su alcance sería únicamente el que el
constituyente pudo prever. El Derecho sería algo inmutable y fijo, incapaz de responder a
una realidad tan cambiante como contigente.
En este sentido, yerra el accionante cuando aduce que el derecho de ciudadanía que
consigna el mencionado artículo 13 de la Convención de las Naciones Unidas contra la
Corrupción, combinado con el artículo 22.5 de la Constitución y que se concretiza en el
texto impugnado del Código Procesal Penal, no está expresamente dispuesto en la
Constitución.
Precisamente para evitar ese tipo de restricciones, el constituyente incluyó el artículo 74 de
la Constitución ya mencionado, en aras de incluir, dentro del catálogo de derechos
fundamentales, aquellos que crean las leyes, los tratados internacionales y la
jurisprudencia. En este tenor, el derecho a la acción ciudadana consagrado en el tercer
párrafo del artículo 85 del Código Procesal Penal deviene en un derecho fundamental por la
trascendencia que este texto tiene para el fortalecimiento de la democracia participativa e
inclusiva y el efectivo control ciudadano de la gestión pública.
Para cerrar este enfoque, resulta oportuno traer a colación el atinado criterio de Orlidis
Inoa Lazala, Directora Ejecutiva del Instituto Caribeño para el Estado de Derecho (ICED),
quien, al destacar el mérito que tiene la referida acción ciudadana o popular, precisa: “La
acusación popular es uno de los principales mecanismos de la democracia
participativa para garantizar el control social de la justicia, al igual que lo es el jurado en
el ejercicio de la función jurisdiccional. Con ella se profundiza en la idea democrática de
implicación de la ciudadanía en los asuntos que le afectan como miembros activos de
una comunidad”15. (Negritas agregadas)
C. Aplicación del test de proporcionalidad para la restricción de derechos.
ZARINI, H. J. Derecho constitucional, 2da Ed., Astrea, Buenos Aires, 1999, p. 421.
INOA LAZALA, O. Sobre la legitimidad para querellarse contra la corrupción. Publicado en línea:
http://www.acento.com.do/index.php/blog/13688/78/Sobre-la-legitimidad-para-querellarse-contra-lacorrupcion.html
14
15
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En todo caso, según la aplicación del principio de ponderación o test de proporcionalidad el
conflicto de derechos fundamentales tutelados se inclina a favor de la acción ciudadana.
El accionante pierde de vista que en la situación hipotética en que se entienda que en este
caso suscite un conflicto entre dos derechos fundamentales, vale decir, el del accionante y el
de la ciudadanía, por la vigencia del principio de ponderación o test de proporcionalidad, se
impone siempre el derecho fundamental de mayor y favorable impacto social.
En este orden, el accionante aduce que la acción ciudadana de especie agrava su situación
de imputado en ocasión del proceso judicial que hoy le atañe, puesto que, en vez de tener
aquí a un denunciante tiene a un querellante adhesivo al ministerio público. Ahora bien, en
este caso lo que nos encontramos es frente a un conflicto de derechos: de un lado, está el
derecho del imputado a que se interprete la norma en su favor, y de otro, el derecho de la
ciudadanía a la transparencia y a jugar un rol activo en la lucha contra la corrupción.
Al respecto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido que en los casos
de colisión de derechos o cuando se evalúa la restricción, para determinar el derecho que
debe prevalecer, o para analizar si la restricción está acorde la Convención Americana sobre
Derechos Humanos, se debe hacer el correspondiente test de proporcionalidad16. Este test
consiste en determinar: si a) la medida restrictiva ha sido consagrada legalmente, b) la
medida es idónea y busca un fin legítimo, c) la medida es necesaria en una sociedad
democrática, y d) existe proporcionalidad entre el derecho restringido y la medida17. En
este sentido, si se considera que hay un conflicto de derechos, para determinar cuál derecho
habría que restringir para que prevalezca el otro, se debe aplicar a ambos el test de
proporcionalidad, veamos:
a) Estricta legalidad:
La legalidad se refiere a que la norma restrictiva esté contenida en un texto legal que sea
suficientemente claro18.
De una parte, no cabe duda que la presunta limitación a los derechos del imputado que
representa la acción de ciudadanía se encuentra amparada, no en uno sino en dos textos
legales, en el artículo 85 numeral 3 del Código Procesal Penal. Asimismo, el artículo 13 de la
Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción. De ahí que ambos textos vigentes,
uno nacional y otro supranacional, constituyen el marco de estricta legalidad de esta acción
Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Kimel vs. Argentina. sentencia de 2 de mayo de 2008,
párr. 51-53; Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Tristán Donoso vs. Panamá. Sentencia de 27 de
enero de 2009, párr. 56.
17 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Usón Ramírez vs. Venezuela. sentencia de 20 de
noviembre de 2009, párr. 49; Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Tristán Donoso vs. Panamá.
Sentencia de 27 de enero de 2009, párr. 56.
18 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Tristán Donoso vs. Panamá. Sentencia de 27 de enero de
2009, párr. 117.
16
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de ciudadanía, ahora reivindicada con la presente acción. En este sentido, cumple con la
estricta legalidad requerida.
De la otra parte, la posible restricción al derecho de la acción de ciudadanía se ampararía en
un texto constitucional, por lo que también cumpliría con este aspecto del test.
b) Idoneidad y finalidad:
El segundo aspecto del test consiste en determinar si la restricción planteada constituye un
medio idóneo o adecuado para contribuir a la obtención de un fin legítimo19.
En cuanto a la acción ciudadana, el fin que persigue es garantizar la transparencia en la
gestión pública y combatir la corrupción mediante un rol activo de la ciudadanía. Como
vimos, los funcionarios públicos ejercen funciones de interés colectivo y administran
recursos públicos. En una sociedad democrática, los recursos públicos y su gestión
incumben a todos y cada uno de los ciudadanos. De igual forma, el combate a la corrupción
busca contrarrestar el impacto negativo que esta tiene en el ejercicio de los derechos
fundamentales. Los actos de corrupción afectan de manera directa los derechos
individuales y colectivos de la ciudadanía, ya sea desnaturalizando el derecho al voto,
menoscabando la eficiencia de los servicios públicos, reduciendo el acceso a una educación
o salud de calidad, etc. En definitiva, en este tipo de hechos, se caracterizan infracciones
difusas que afectan a la colectividad o ciudadanía en su conjunto.
Por esto, la referida acción ciudadana busca asegurar el control ciudadano de la gestión
pública, mediante la “implicación de la ciudadanía en los asuntos que le afectan como
miembros activos de una comunidad”20. (Negritas agregadas)
Es por todo esto que nuestro país ha reconocido y asumido la obligación internacional de
combatir la corrupción, al ratificar la Convención de Naciones Unidas Contra la Corrupción,
otorgando para ello un rol activo a la ciudadanía. Asimismo, la República Dominicana ha
proscrito la corrupción en el artículo 146 de la Carta Magna. De todo cuando precede, queda
claro que el combate contra la corrupción es un fin legítimo y la acción pública es idónea
para lograrlo.
Por otro lado, no cabe duda que la protección a los derechos del imputado también es un fin
notablemente legítimo.
c) Necesidad en una sociedad democrática
El tercer aspecto que debe analizarse es la necesidad en una sociedad democrática de la
medida en cuestión, para esto la Corte Interamericana ha señalado que deben evaluarse las
Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Usón Ramírez vs. Venezuela. sentencia de 20 de
noviembre de 2009, párr. 62; Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Kimel vs. Argentina,
sentencia de 2 de mayo de 2008, párr. 70.
20 INOA LAZALA, O. Op. Cit.
19
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alternativas existentes para alcanzar el fin legítimo perseguido21. Así la pregunta es, de un
lado, si es necesario, en una sociedad democrática, permitir la acción popular, o, a lo
inverso, si se debe restringir, de acuerdo a las alternativas existentes en cada caso.
Lo cierto es que la acción propiciada hoy por el accionante pretende que la facultad de
denunciar las faltas de los funcionarios es suficiente para que los ciudadanos ejerzan un
control sobre la gestión pública y participen de la lucha contra la corrupción. Sin embargo,
como ya se ha señalado, la mera denuncia no implica participación activa en la lucha contra
la corrupción, ese es el rol pasivo por antonomasia. Al dejar al Estado combatir la
corrupción sin participación ni supervisión ciudadana solo se incentiva su impunidad y
constituiría una regresión a la concepción arcaica de la democracia representativa, en la
que los ciudadanos son una suerte de súbditos que deben aceptar lo que los funcionarios
decidan por ellos.
El concepto de Estado Social y Democrático de Derecho al que se suscribe nuestro país no
admite la idea del Estado como soberano, muy por el contrario, la soberanía reside, según el
artículo 2 de la propia Constitución, exclusivamente en el pueblo, el cual la ejerce tanto a
través de sus representantes o de manera directa conforme lo establece la Constitución y
las leyes. Los funcionarios públicos, al ejercer una función delegada, de interés general y en
la cual gestionan los recursos públicos, deben rendir cuentas a la ciudadanía y deben estar
sometidos al escrutinio público. No solo los funcionarios administrativos, sino también el
Ministerio Público y los jueces en su función de enjuiciar los hechos punibles cometidos por
funcionarios.
Precisamente, al referirse al control democrático que ejercen los ciudadanos sobre sus
funcionarios, la Corte Interamericana ha señalado que éste fomenta la transparencia de
las actividades estatales y promueve la responsabilidad de los funcionarios sobre su
gestión pública22.
Por otro lado, respecto de la defensa de los derechos del imputado, cabe resaltar que no
existe un derecho a la impunidad, sino que lo que podría reclamar el accionante es no ser
sometido a querellas extorsionadoras o temerarias. Como ya se ha establecido hasta la
saciedad, los ciudadanos son víctimas reales y directas de los delitos de corrupción, por lo
que no corresponde al Ministerio Público decidir si persigue o no un hecho punible, sino
que su obligación es investigar y rendir cuentas a la ciudadanía, quien debe tener la
posibilidad de recurrir las decisiones que se tomen en cada caso hasta agotar los recursos.
En todo esto, parece soslayar el accionante que el derecho del imputado es a que, hasta que
recaiga sentencia definitiva en su contra, se le respete su presunción de inocencia, se
observe el debido proceso de ley en todo el proceso investigativo o acusatorio seguido en su
Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Usón Ramírez vs. Venezuela. sentencia de 20 de
noviembre de 2009, párr. 72.
22 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Kimel vs. Argentina, sentencia de 2 de mayo de 2008,
párr. 87.
21
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contra, se evalúen objetivamente los méritos de la querella y a ser descargado en caso de
que no se pruebe su culpabilidad más allá de toda duda razonable.
Para garantizar sus derechos, el imputado tiene una gama de figuras jurídicas que ya hemos
mencionado, cuenta con los recursos ordinarios y extraordinarios incluyendo la facultad de
recurrir al Tribunal Constitucional, tiene la acción de Hábeas Corpus. Asimismo, tiene la
facultad de iniciar acciones civiles o penales en casos de querellas temerarias que hayan
vulnerado su honra, o que hayan llegado a la extorsión directa. Pero, además, el imputado
de este tipo de delito y acusación ciudadana, tiene, a su disposición, todas las vías abiertas
para que pueda eficazmente contrarrestar querellamientos temerarios o extorsionadores.
Así, por ejemplo, el imputado que sea víctima de alguna extorsión o chantaje a propósito del
ejercicio abusivo de la acción ciudadana, puede querellarse en contra de la persona que
incurra en estas infracciones. Por igual, puede reivindicar en todo momento su honra
lesionada en caso de alguna difamación o injuria. Asimismo, puede demandar por la vía
civil, accesoria o principal, en contra de la persona que, al perpetrar estas infracciones, le
haya causado algún daño o perjuicio. Y, más aun, hasta podría promover la correspondiente
acción disciplinaria en contra de los profesionales del Derecho que se hayan prestado para
un ejercicio abusivo de esta acción ciudadana de acusación. En definitiva, como se habrá
comprobado, no es verdad, que el imputado esté huérfano de tutela legal y a merced del
sujeto acusador.
En todo caso, la práctica ha demostrado durante el tiempo en que ha estado vigente en
nuestro país una acción ciudadana de esta naturaleza, que se haya masificado un uso
abusivo de la misma. Por el contrario, lo cierto es que la corrupción pública ha ido en
aumento en los últimos años según lo revelan las mediciones periódicas que hacen
instituciones internacionales vinculadas a la lucha contra ese vicio social, como
Transparencia Internacional. En su informe anual de 2012 sobre la corrupción en todo el
mundo, la República Dominicana obtuvo el lugar 118 de 174 países evaluados. En el año
2013 nuestro país obtuvo el lugar 123, cayendo cinco puestos23.
La eliminación de esta garantía no solo contravendría las obligaciones internacionales del
Estado dominicano en la lucha contra la corrupción y las disposiciones de los artículos 22.5
y 146 de la Constitución, sino que propiciaría la extensión del manto de impunidad que
existe en nuestro país en este tipo de infracción.
d) Proporcionalidad:
Ver: i) Transparencia Internacional, Índice de percepción de corrupción 2012. consultado en línea:
http://www.transparency.org/ajax/publication_embed.php?dID=121204175349a039a6b6a7e84a5ba94d4ebf6695d06e&lT=Corruption+Perceptions+Index+2012; ii) Transparencia
Internacional, Barómetro global de la corrupción 2013. consultado en línea:
http://www.transparency.org/ajax/publication_embed.php?dID=2496456/3903358&lT=Global+Corruption+
Barometer+2013
23
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El último aspecto del test consiste en evaluar si la restricción resulta estrictamente
proporcional, de tal forma que el sacrificio inherente a aquélla no resulte exagerado o
desmedido frente a las ventajas que se obtienen mediante tal limitación24.
En este sentido, de un lado tenemos la acción ciudadana que agrava la situación de un
imputado al obligarle a contender contra un acusador más además del Ministerio Público; y
del otro, una eventual supresión de dicha acción que dejaría a los ciudadanos sin vía legal
alguna para garantizar su rol activo en la lucha contra la corrupción y el control ciudadano
de la gestión pública.
Al respecto, cabe resaltar que la Corte Interamericana ha señalado que “en una sociedad
democrática los funcionarios públicos están más expuestos al escrutinio y a la crítica del
público. Este diferente umbral de protección se explica porque se han expuesto
voluntariamente a un escrutinio más exigente. Sus actividades salen del dominio de la
esfera privada para insertarse en la esfera del debate público. Este umbral no solo se asienta
en la calidad del sujeto, sino en el interés público de las actividades que realiza" 25 (Negritas y
subrayado agregados).
Como bien ha señalado la Corte Interamericana, los funcionarios públicos tienen un umbral
de protección distinto al de las personas privadas, toda vez que, al asumir voluntariamente
una función pública, deben permitir el escrutinio del público en general respecto de sus
actuaciones. Así, la proporcionalidad debe valorarse en atención a un umbral distinto.
Lo que el accionante alega en su instancia es que para proteger el derecho de los imputados
se elimine por completo la acción ciudadana de referencia. ¿Es esto proporcional? Claro que
no, lo que esta solución busca es poner el derecho del funcionario imputado por encima del
derecho de cada ciudadano a participar activamente en el control de la gestión pública y a
pretender que los funcionarios merecen mayor protección que los ciudadanos. La opinión
de la Corte Interamericana es contraria, ella pretende que los funcionarios deben recibir
menor protección precisamente por su posición.
En este orden de ideas, ¿resulta proporcional permitir la acción ciudadana? Claro, ya que
dicha acción no elimina el derecho del imputado, toda vez que éste sigue teniendo abiertas
las vías de derecho para sancionar el abuso de derecho.
Es preciso entender que, en todo caso, la señalada acción en modo alguno implica una
condena. El hecho de un ciudadano se querelle contra un funcionario, no supone que el
imputado ya haya sido condenado; esa querella debe ser valorada por el Ministerio Público,
el juez de la instrucción, el juez de fondo, la Corte de Apelación y la Suprema Corte de
Justicia. Incluso, pudiendo el imputado recurrir al Tribunal Constitucional mediante una
Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Usón Ramírez vs. Venezuela. sentencia de 20 de
noviembre de 2009, párr. 79.
25 Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Fontevecchia y D’amico vs. Argentina, sentencia de 29 de
noviembre de 2011, párr. 47; Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Kimel vs. Argentina,
sentencia de 2 de mayo de 2008, párr. 86.
24
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revisión constitucional. En este orden, la situación actual protege a ambos derechos: el de la
ciudadanía y el del imputado. De acogerse la acción de inconstitucionalidad, se eliminaría el
derecho del ciudadano y solo se protegería el derecho del imputado, lo que a todas luces es
desproporcional.
Así las cosas, la restricción que se busca del derecho a la acción popular tampoco resiste
este aspecto del test. Por el contrario, el texto del tercer párrafo del artículo 85 del Código
Procesal Penal, en tanto una restricción del derecho del imputado, sí supera dicho test,
puesto que se ha demostrado que la acción popular está consagrada legalmente y persigue
un fin legítimo, el de garantizar un rol activo de los ciudadanos en la lucha contra la
corrupción y en el control de la gestión pública. Sin considerar que esta iniciativa legal es
una medida necesaria para una sociedad democrática y para prevenir, perseguir y castigar
la corrupción que socava sus bases y afecta el ejercicio de los derechos humanos; de igual
modo la medida en cuestión es proporcional pues no elimina el derecho del imputado,
quien sigue teniendo acceso a diversas vías legales para protegerse de querellamientos
temerarios y para asegurar el respeto a la presunción de inocencia.
D. El accionante olvida que todos somos víctimas en las infracciones de corrupción
pública.
Otros de los gravísimos errores en que incurre el accionante es estimar que la población en
general no es víctima de los delitos de corrupción, sino que es el Estado, de donde se
desprende que sea el Ministerio Público el que tenga el monopolio de la persecución en
estos casos.
Sin embargo, contrario a lo razonado por el accionante, el concepto de víctima no solo
incluye al que ha sufrido un daño en el sentido tradicional, sino que también incluye a las
personas que tienen algún interés dentro de los bienes jurídicos difusos o generales, como
son la democracia, la transparencia, la justicia, el medio ambiente, la salud pública, la paz
social, etc., cuando estos bienes jurídicos son afectados. En esta tesitura, la Declaración
sobre los Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas de los Delitos y del Abuso
de Poder, adoptada por la Asamblea General en su Resolución 40/34, del 29 de noviembre
de 1985, en su numeral 18 consagra lo siguiente: “18. Se entenderá por "víctimas" las
personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones
físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial
de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que no lleguen
a constituir violaciones del derecho penal nacional, pero violen normas internacionalmente
reconocidas relativas a los derechos humanos”. (Negritas agregadas)
Por otro lado, la concepción de que es el Estado el que representa al interés público,
corresponde a una visión anacrónica de la soberanía. Esa visión de la democracia
representativa asume que el pueblo, como un colectivo, es incapaz de actuar si no es a
través de sus representantes elegidos. Sin embargo, en la concepción contemporánea del
Estado Social y Democrático de Derecho, a los ciudadanos se les reconoce el derecho
individual y colectivo de participar en el ejercicio de la soberanía que reposa en cada uno de
ellos y no en el Estado.
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En este mismo sentido se pronuncia la autora Orlidy Inoa quien señala “Las funciones que
ejercen los funcionarios públicos son funciones de interés colectivo en el entendido de que
gestionan recursos públicos que le corresponden a todos y cada uno de las/los ciudadanos
por igual para satisfacer sus necesidades básicas en pos de una vida digna”26. (Negritas
agregadas)
Es preciso apuntar, finalmente, que la acción popular no atenta contra el principio de
oficialidad del ejercicio de la acción pública, toda vez que, a pesar de la querella incoada por
los ciudadanos, sigue siendo el Ministerio Público el que dirige la acción penal. Lo que se
busca con la acción popular es justamente que el Ministerio Público tenga cierta
responsabilidad frente a la sociedad por sus actuaciones en los casos de corrupción y se
ajuste a la transparencia y al deber de motivar sus decisiones. En este sentido, lo que se
busca es que la ciudadanía pueda ejercer un control del órgano acusador para evitar la
colusión entre éste y el funcionario subjudice.
E. La supuesta extorsión o chantaje en contra de los imputados por acción ciudadana
no es motivo para su supresión.
A manera de reforzar sus alegatos, el accionante pretende señalar que la acción ciudadana o
popular se presta para el ejercicio de acciones temerarias o extorsionadoras. En este
sentido, ha citado la supuesta experiencia del Reino de España y ha alegado, incluso, que
por esa razón la acción popular constituye una excepción en el Derecho Comparado
Contemporáneo.
Lo primero que debe destacarse es que, contrario a lo afirmado por el accionante, esta
acción es una figura muy difundida en el Derecho Comparado, en especial Latinoamericano.
Así, se encuentra prevista en el artículo 78 del Código Procesal Penal Modelo para
Iberoamérica, el artículo 116 del Código Procesal Penal de Guatemala; los artículos 68.4 y
69.1 combinados del Código Procesal Penal de Ecuador; el artículo 119.4 del Código
Procesal Penal de Venezuela; el artículo 111 del Código Procesal Penal de Costa Rica; el
artículo 111 del Código Procesal Penal de Chile, entre otros. De ahí que, muy a contrario de
lo aducido por el accionante, lo previsto en el tercer párrafo del artículo 85 de nuestro
Código Procesal Penal, no ha sido un invento sin contexto, pertinencia e historia en el
Derecho Procesal Penal.
Asimismo, es pertinente señalar que la opinión algunos autores españoles respecto de su
disconformidad con las supuestas querellas extorsionadoras no constituye un juicio
definitivo sobre el valor de la acción popular. Lo que sí es patente que casos como Banesto,
Malaya (conocido como caso Marbella) o Gürtel revelaron que el Reino de España tiene una
mayor fortaleza institucional a la hora de investigar y sancionar la corrupción privada o
pública. En este orden, los contextos español y dominicano no son similares, ya que en el
caso nuestro lo único que podemos afirmar es lo difícil ha sido para el propio Estado
enfrentarse a la cultura de la impunidad en los casos de fraudes bancarios para alcanzar
26
INOA LAZALA, O. Op. Cit.
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condenas como las obtenidas. Mientras que en los casos de corrupción pública, la estela de
impunidad es tan amplia que se podría afirmar que en los poquísimos casos donde se han
iniciado procesos penales, estos no han culminado en condenas, sino que los funcionarios
perseguidos han vuelto a ocupar cargos públicos.
En todo caso, la decisión que pueda o no tomar el Estado español de restringir el derecho de
sus ciudadanos no puede constituirse en una excusa para que el Estado dominicano haga lo
propio.
Por último, magistrados que decidirán este caso, tengan muy presente, que, al hacerlo, no
están fallando un asunto de despacho jurisdiccional ordinario sino la oportunidad de
afirmar o no la institucionalidad democrática del país. Confiamos en su prudencia y sano
juicio.
CONCLUSIONES
Por todas las razones antes expuestas, los exponentes muy respetuosamente, solicitan a
este Tribunal Constitucional lo siguiente:
PRIMERO: Admitir, en cuanto a la forma, la presente intervención en calidad de
Amicus Curiae, por haber sido interpuesta conforme a las reglas procesales
vigentes.
SEGUNDO: En cuanto al fondo, rechazar la acción directa en
inconstitucionalidad sometida por el señor Víctor José Díaz Rúa en fecha de la
8 de noviembre de 2013, en contra del párrafo tercero del artículo 85 de la Ley
76-02 del 19 de julio de 2002, que instituye el Código Procesal Penal, por
presunta contradicción con el artículo 22.5 de la Constitución de la República
del 26 de enero de 2010.
TERCERO: En consecuencia, declarar conforme la Constitución el párrafo
tercero del artículo 85 de la Ley 76-02 del 19 de julio de 2002, que instituye el
Código Procesal Penal.
En la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, Distrito Nacional, República Dominicana, a los
treinta (30) días del mes de abril del año dos mil catorce (2014).
Luis A. Bircann Rojas
Ramón Antonio (Negro) Veras
Rafael Emilio Yunén
Carlos Alfredo Fondeur Victoria
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María de Jesús Pola Zapico
Enmanuel Castillo Sánchez
Carlos Manuel Estrella
César Augusto Hilario Brito
Rafael Armando Vallejo
Nelson Hahn
Juan Alejandro Castillo Burgos
Naby de Jesús Lantigua Paulino
Mario Fernández
José Luis Taveras
Cristina María Fernández Gutiérrez
José Lorenzo Fermín Mejía
Juan Ramírez
Salvador Castellanos
Juan José Batlle
Anselmo Muñiz
Intervinientes
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