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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXI, 2, 2004, págs. 431-451
Paradojas del tiempo:
Bion y Deleuze en Alicia en el país de las
maravillas
*Elsa del Valle Echegaray
**Olga Belmonte Lara de Nieves
Nuestra curiosidad fue estimulada por la lectura casual, casi simultánea, de distintas menciones a la obra de Lewis Carroll (1865) Alicia en el país de las maravillas, en dos autores
diferentes. Mientras nos encontrábamos en plena revisión de la obra bioniana, motivadas
siempre por un “volver a pensar” sus pensamientos desde lo inaugural, a partir de nuestro
primer grupo de estudio con el doctor León Grinberg, una lectura azarosa de Gilles
Deleuze nos descubrió las referencias de ambos autores al tema del tiempo en Alicia en
el país de las maravillas.
Para Bion (1965, 1970), un exceso de identificación proyectiva provoca el borramiento
de las dualidades y diferencias, hasta el extremo de anular el fluir del tiempo, como sucede según él en el episodio de “El té del Sombrerero Loco”, donde siempre es la misma hora
(la hora del té). Se muestra de ese modo la reducción del tiempo a un “ahora”, congelado.
En Lógica del sentido (1989), Gilles Deleuze considera que en Alicia, así como en la
obra siguiente de Lewis Carroll (1871), Alicia a través del espejo, se trata siempre de acontecimientos puros, es decir, de un devenir continuo. “El devenir no soporta la separación ni
la distancia entre el antes y el después, entre el pasado y el futuro” (Deleuze, 1989, pág.
25). “Tal es la simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar el presente” (ídem).
De la rápida consideración de ambos comentarios surge una interrogación. Tanto Bion
como Deleuze hablan de la anulación de la diferencia entre el pasado y el futuro, pero a
primera vista surgen dos diferencias:
1) Según Bion, por obra de esta anulación, queda sólo un presente despojado del fluir del
tiempo; según Deleuze, el fluir es lo único que se conserva y el presente es esquivado.
2) Bion se refiere a un ataque al pensamiento provocado por la envidia, la voracidad y el
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Jorge Luis Borges 2485, 2” “B”,
(C1425FFI) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <[email protected]>.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Avda. Scalabrini Ortiz 2831, 8” “B”,
(C1425DBJ) Ciudad Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico:
<[email protected]>.
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“splitting”; Deleuze habla, por el contrario, de una lógica que él llama de superficie, la
del sentido, de una deriva de líneas de fuga, casi de una “metafísica en movimiento”.
Decidimos, entonces, reflexionar sobre las coincidencias y oposiciones respecto al tiempo y sus patologías. El objetivo específico del trabajo es llegar, por tanto, a establecer
estas coincidencias y oposiciones entre el pensamiento de Bion y el de Deleuze, referidas
al tema del tiempo y tomando como eje la obra de Lewis Carroll.
I. El tiempo en psicoanálisis
Comencemos, como es natural, refiriéndonos a Freud. Según él, nuestra actividad perceptual interna produce un efecto de continuidad que luego es proyectado hacia el mundo
exterior contribuyendo a la vivencia del tiempo lineal del Prec-Cc. En un comentario dirigido a Marie Bonaparte, Freud agrega que nuestro sentido del paso del tiempo se origina
en la percepción interna del transcurrir de nuestras vidas.
Recordemos, a la vez, que en su enfoque metapsicológico de la estructuración del psiquismo modeliza una serie de sistemas o instancias que ordena sucesivamente según un
desarrollo temporal (Pc, Inc, Prec, Cc), atribuyendo un sentido progrediente a la dirección
de la excitación psíquica (aunque haciendo salvedad de la circularidad de la deriva, ya
que el proceso, que se inicia con la percepción consciente, termina también en la conciencia) (Freud, 1900). En la regresión alucinatoria onírica y en las regresiones en general (tópica, temporal, formal), Freud propone, por efecto de la represión y de la atracción
de las fijaciones inconscientes, una excitación regrediente. En estos sentidos, progrediente y regrediente, Freud utiliza para los movimientos psíquicos un esquema temporal
clásico basado en recorridos espaciales.
Otro punto fuerte de la argumentación freudiana es el de la atemporalidad del inconsciente. En tanto atemporal no habría en el inconsciente representación del tiempo y, por
tanto, tampoco de la muerte. Las huellas mnémicas y sus fijaciones son inalterables, no
desgastadas por el decurso del tiempo.
Estos deseos siempre alertas, por así decir inmortales de nuestro inconsciente, que recuerdan
a los titanes de la saga sepultados desde los tiempos primordiales bajo las pesadas masas rocosas que una vez les arrojaron los dioses triunfantes, y que todavía ahora, de tiempo en tiempo, son sacudidas por las convulsiones de sus miembros […] Comparten este carácter de la indestructibilidad con todo los otros actos anímicos realmente inconscientes, vale decir, los que
pertenecen con exclusividad al sistema inconsciente (Freud, 1900, n. 3, pág. 546).
En general, en Freud se impone el esquema secuencial al estilo clásico, culminando con
la hipótesis de la elaboración edípica y la instauración del superyó.
Una lectura más minuciosa nos permite, sin embargo, sospechar que ya en Freud, con
la hipótesis del “après-coup” o resignificación, y sobre todo con la de la compulsión a la
repetición ligada a la pulsión de muerte, se introducían cuestionamientos a la idea de un
tiempo tan obediente a la lógica del proceso secundario como hasta ahora habíamos preREV. DE PSICOANÁLISIS, LXI, 2, 2004, págs. 431-451
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sentado.
Veamos, por ejemplo, el importante concepto de après-coup o resignificación.
Conviene, sin embargo, hacer una aclaración. Freud dice que las histéricas sufren de reminiscencias, o sea que determinadas escenas fueron en su momento reprimidas y posteriormente, debido a una reactivación de origen externo o interno, logran que sus retoños
aparezcan como síntomas. El mecanismo de actualización por recrudescencia no corresponde a nuestro entender al concepto de resignificación. Para ejemplificar la hipótesis
histérica, podemos recordar el caso de Isabel de R. frente al féretro de la hermana, o a la
institutriz de Lucy enamorada de su patrón, etcétera, donde la aparición del síntoma no
está ligada de hecho a una resignificación a posteriori sino a una reactivación de lo que en
su momento fue reprimido por causa de la angustia. En cambio, los ejemplos clásicos de
Emma en el “Proyecto de psicología” (1895) y del Hombre de los Lobos en su famoso
sueño, evidencian claramente el significado del après-coup: un acontecimiento reciente
viene a irrumpir y dar sentido a aquello que en su origen no lo tenía, pero que mantuvo latente su capacidad traumática, reservándose un monto de excitación no tramitado que sólo
actuará a posteriori. Esta concepción quebrada del tiempo en dos momentos diferentes,
señala la recursividad que permite desde el presente provocar un trauma actual (con posibilidades nuevas de expresión, en estos casos sintomáticos) sobre un pasado latente que
recién ahora adquiere significado.
Finalmente queremos mencionar también la hipótesis de la compulsión a la repetición
como insistencia de un pasado que se repite con una doble vertiente. Por un lado, la repetición parece buscar la ligadura necesaria para elaborar el trauma original. Pero, por
otro lado, paradójicamente, la compulsión expresa el escurrimiento psíquico hacia el agujero u ombligo de lo irrepresentable en tanto claudicación de la vida (pulsión de muerte).
La muerte ya no se ubica del lado del final “ligada” a un futuro no representable, sino del
lado del origen, en ese inicio asignificativo con su doble faz (lo inorgánico por un lado, lo
real por el otro).
A primera vista el enfoque freudiano parece acentuar, en el desarrollo y en la estructuración psíquica, la preeminencia del pasado sobre el futuro. De ahí que la cura, clásicamente, tuviera por objetivo recuperar ese pasado levantando represiones y haciéndolo
consciente, a través de su actualización en la transferencia, la fantasía y la repetición. Se
imponía un determinismo, una causalidad reversible que resultaba operativa a medida
que el pasado se historizaba en el presente de la transferencia.
Además, si uno afina el enfoque, puede advertir que ya en ese modelo de reconstrucción del pasado del sujeto se produce una retranscripción tal que modifica ese pasado.
Como dice Lacan (1981, pág. 27): “La historia no es el pasado. La historia es el pasado
historizado en el presente”. Por eso, al hablar del tiempo durante el proceso psicoanalítico, conviene más hablar de historización o temporalidad historizante.
Es nuestro deseo diferenciar, en la medida de lo posible:
1) el tiempo lineal abstracto del pasado;
2) la historia como historización o temporalidad historizante durante el proceso analítico,
y
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3) el acontecimiento.
El verdadero acontecimiento introduce durante el análisis la noción de algo que irrumpe
con carácter inédito y creativo.
De todos modos, queremos dejar sentada nuestra opinión sobre el inconsciente y la
cura: la concepción del acontecimiento ha venido a enriquecer y complejizar la noción clásica del inconsciente ligado a las huellas mnémicas. Sin embargo, nos parece un error
dejar de lado totalmente el concepto clásico de la cura como historización de un pasado
que persiste e insiste desde el inconsciente; pensamos que teórica y clínicamente es importante seguir sosteniendo la persistencia y eficacia de lo reprimido en el inconsciente.
Los acontecimientos sobrevienen en momentos indeterminados y azarosos, y es en esos
momentos privilegiados donde el análisis abre para el paciente y para el analista un horizonte inesperado de libertad creativa. Diríamos, con Rosa Mirta Goldstein (1998), que al
inconsciente freudiano cabría agregar otra noción: lo que ella llama inconsciente turbulento, autopoiético, autoformador, que introduce la irreversibilidad, la multiplicidad y la indeterminación.
En todas las operaciones que nos vuelven singulares están implícitos los infinitos puntos de bifurcación por los cuales somos lo que estamos siendo y lo que no estamos siendo o estamos
siendo en la posibilidad posible de lo imposible. La atemporalidad del Inconsciente, entonces,
es la temporalidad irreversible de las infinitas bifurcaciones de sus operaciones (Goldstein,
1998, pág. 83).
Subrayamos lo de “agregar” porque se nos ocurre, para aclarar nuevamente nuestro lugar
de analistas, que de ningún modo la irrupción del acontecimiento viene a negar la continuidad y persistencia del pasado y sus fijaciones en huellas mnémicas o inscripciones. En
nuestra idea del tiempo salvaguardamos el tiempo clásico como duración lineal y agregamos la noción del acontecimiento como algo que ocurre contingentemente y abre posibilidades múltiples, incluso la de reordenar ese mismo pasado. El pasado, con todas sus
transformaciones, tiene una base de persistencia y duración. El futuro, en cambio, se abre
hacia lo contingente y azaroso del acontecimiento, sin negar, como dijimos, la recursividad que hace que lo presente, a su vez, modifique siempre tanto el pasado como el porvenir. O sea que, si bien existe, el pasado nunca es del todo “fijo”, pues su misma fijación
o ligadura lo pulsa para actualizarse y revivirse en continuas tramas nuevas que lo modifican. Es al actualizarse en la transferencia que permite la operatoria de su modificación,
su clausura o su elaboración.
Conviene aquí introducir con más detalle la noción de acontecimiento.
II. Acontecimiento
La segunda ley de termodinámica auguraba el fin del universo por el aumento de la entropía, con el enfriamiento progresivo como consecuencia. Se llegaría así a un caos desorganizativo o muerte del universo. Esta presunción es válida en un sistema cerrado sin
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intercambio con el exterior: todo llega así a un equilibrio de muerte.
Pero existe otro tipo de caos: activo, energético, turbulento, lejos del equilibrio, donde
puede aparecer lo nuevo e inesperado como creatividad. Esto tiene lugar en sistemas
abiertos que intercambian energía con el exterior. Sus estructuras se van disolviendo hasta
un máximo donde, a la inversa de la desorganización definitiva, puede ocurrir un proceso
de autoorganización que da origen a nuevas estructuras: son las estructuras disipativas,
aptas para múltiples bifurcaciones y autoorganizaciones.
El universo sería, de este modo, una creación continua, una sucesión infinita de universos que nacen por doquier y que van hacia el infinito. Con ello se postula la posibilidad
de una proliferación de tiempos múltiples asociados a la creación de nuevas formas de
existencia.
A partir de 1960 empieza a desarrollarse lo que se llama ciencia del caos (determinista, para diferenciarlo del caos del azar) o ciencias de la complejidad. Se ocupan de sistemas dinámicos que van cambiando a medida que pasa el tiempo.
Al contrario de lo que nos enseñó el paradigma de la modernidad con su concepto de
linealidad (a cada causa corresponde un efecto), los fenómenos no serían lineales: una
pequeña variación en la causa puede producir efectos desmesurados. Esto se aplica no
sólo en física, sino también en otras disciplinas.
Las nociones relevantes de la actualidad son las siguientes: complejidad (no linealidad), irreversibilidad del tiempo, bifurcaciones, autoorganización.
De todo lo resumido podemos destacar:
1) El cambio de paradigma científico. Desde la modernidad (linealidad, homologación y
vínculo solidario entre causa y efecto, universalidad de las leyes mecánicas y matemáticas, determinismo, modelo del universo como infinidad de átomos que chocan
en un marco tiempo-espacio autónomos, predominio del método científico y creencia
en la posibilidad de un conocimiento verdadero) hasta el paradigma actual de la complejidad, la irreversibilidad, lo disipativo y el caos, con aperturas al cambio, las “reautoorganizaciones” y la novedad.
2) Las resonancias y fructíferos desarrollos que, a partir de los aportes de Prygogine
(1988) (a pesar de algunas discrepancias actuales con sus puntos de vista), han significado un derrotero brillante, tanto en relación con el campo de la historia y de la sociología como con el del psicoanálisis mismo.
En relación con estos enfoques surge la noción de acontecimiento.
Algo es un acontecimiento, o sea un hito, un corte, un quiebre, un tajo dentro de la historia,
cuando no era previsible dentro del modelo que uno venía construyendo, pero a la vez cobra
sentido en un modelo posterior, es a posteriori que yo digo que algo es un acontecimiento, porque de alguna manera he logrado legitimarlo e integrarlo dentro de la historia (Najnanovich,
1995).
El acontecimiento se presenta súbitamente con una modalidad de irrupción, de estallido
que emerge donde no se esperaba y produce efectos de creación sobre el pasado y el fu-
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turo, aun cuando su lugar de operatividad sea el presente.
Así como en la física la ciencia de la complejidad deja abierta la posibilidad de reorganizaciones que introducen la novedad, lo inesperado, también en la historia y en la sociología la hipótesis del acontecimiento introduce la idea de que en forma inesperada algo
del orden de lo imprevisible e impredecible venga a instalarse en forma azarosa.
En la actualidad, Badiou (1988) ha desarrollado una teoría específica sobre el acontecimiento. Según él, el acontecimiento capta en parte la virtualidad de lo real: es como
algo de lo real imposible que se presentifica por el acto de su aparición y posterior nominación, y da lugar a un nuevo orden simbólico.
La óptica centrada en el acontecimiento se apoya en una concepción matemática que
se deshace del Uno y revela la caída del Todo-Uno y su conversión en un múltiple de múltiplo, en “múltiplo puro”. Abandona entonces la idea de un fundamento originario como
causa primera u origen. Con este enfoque se desbarata la noción del tiempo lineal a partir de un comienzo determinado. El tiempo es creado por el acto de discontinuidad y de
ruptura que introduce el devenir otro. La discontinuidad quiebra el tiempo, de modo que
cada acto creador difracta en múltiples tiempos la supuesta homogeneidad de la duración.
Este punto de vista, como se comprende, no corresponde a una ideología predeterminada, sino a una filosofía de puntos de ruptura que suceden de tanto en tanto en forma
imprevista. Lo que resta como continuidad se presta a las localizaciones espaciales cronológicas, que de hecho son opuestas a la idea de tiempo como acontecimiento.
III. El tiempo en Bion
Tanto el espacio como el tiempo derivan, para Bion, de la capacidad de tolerar la ausencia del objeto originario: el pecho de la madre. El punto de partida es un supuesto muy
fuerte: los conceptos geométricos del punto y de la línea (espacio), así como el del tiempo, surgen de la vida emocional (Bion, 1965). Se debe tener presente que para este autor,
así como para los autores ingleses en general, todos los desarrollos de la mente son producto de las relaciones objetales, originariamente con el pecho de la madre. Se basan,
por tanto, en vínculos primordialmente emocionales.
La ausencia del pecho se representa con la imagen visual de un punto y con la intuición de un transcurrir del tiempo a partir de algo que se perdió en el pasado. Las posibilidades de desarrollo corresponden a la tolerancia a la ausencia, lo que motoriza una transformación en conocimiento (+K = knowledge = conocimiento positivo). Habría una progresión desde el objeto, su ausencia, la emoción dolorosa tolerada, la imagen visual de
un punto donde solía estar el pecho y, finalmente, las nociones de lugar y tiempo vacíos.
La desintoxicación de las emociones, así como el deslinde de asociaciones, “vacían” el
espacio o el tiempo, que pasan a ser considerados como pensamientos, una preconcepción no saturada, propicia para el desarrollo y la complejización de las construcciones geométricas y matemáticas. En cambio, cuando prima el desarrollo anómalo (-K = -knowledge = -conocimiento) la intolerancia a la frustración de la ausencia se acompaña de sentimientos de odio, avidez, envidia. Aquí, el no-pecho y el consecuente punto o lugar que
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ocupó, son tratados como una no-cosa, o sea, como una cosa concreta, o a lo sumo como
un fantasma hostil teñido de las características sensibles del pecho (Bion, 1965).
Platón objetó el término st gma(punctum, punctura) para nominar el punto, ya que
significa “pinchadura, picadura, puntura”, términos todos que sugieren un trasfondo de realidad por su asociación con el material horadado o grabado. Por lo tanto, nos parece que
el término “punctura” traduce mejor la experiencia de -K, pues el punto en tanto lugar o
posición donde debiera estar el pecho se vive como vaciamiento o denudación del mismo
por efecto de los ataques envidiosos y voraces del sujeto. Está así contaminado de las
asociaciones con el pecho ausente y no es apto para el desarrollo del pensamiento científico abstracto. La emoción negativa puede ser tan violenta y explosiva que lleva a la destrucción incluso del espacio, del tiempo e, incluso, de la existencia misma. Del mismo
modo, en este tipo de perturbación, así como el espacio queda reducido a un punto nocosa incapaz de desarrollo, el tiempo queda reducido a un “ahora” congelado despojado
de pasado y de futuro, es decir, incapaz del desarrollo de una temporalidad historizante
(Bion, 1965).
Desde el vértice psicoanalítico, Bion habla de la especificidad de un espacio-tiempo
psicoanalítico. Se refiere a fenómenos mentales que no quedan circunscriptos a los límites corporales y que permiten la comunicación de inconsciente a inconsciente, o la percepción extrasensorial, de modo que el contacto intuitivo y la comprensión sobrepasan los
límites de las presencias físicas y del tiempo compartido en el momento de la sesión.
Como no existe una teoría adecuada al respecto, los analistas se ven obligados a seguir
usando una escala temporal convencional que corresponde a un concepto de tiempo, no
al tiempo como algo real. En ese sentido, Bion enfatiza el presente. Como bien dice, el
análisis sólo puede tener lugar en el presente. Aun los sentimientos de nostalgia, o de anticipación, sólo ocurren en el presente. Así lo dice en el “Seminario IV” de San Pablo:
Pero el único tiempo en que puedo vivir es siempre el presente; no tiene valor, por lo tanto, lo
que pueda recordar acerca de mi pasado, salvo aquello que no puedo olvidar por no poder recordarlo. En consecuencia, a menos que sepa en qué consiste ese pasado que llena mi mente,
no podré olvidarlo. De la misma manera, no podré prestar atención al presente, si me obsesiona el futuro, acerca del que nada sé puesto que aún no ha ocurrido (Bion, 1978b, pág. 71).
Pero cabe una aclaración: la prevalencia del presente sobre el pasado y el futuro no contradice la fuerte hipótesis de Bion acerca de los ataques sádicos envidiosos que convierten el fluir del tiempo en un presente congelado. A lo que Bion se refiere es a la experiencia emocional que debe estar abierta y atenta a la captación intuitiva del momento presente para no clausurar o saturar la mente (la preconcepción) con esfuerzos de memoria
o prevención. Vivencia plena para evitar que el peso de la memoria o el deseo bloqueen
la intuición de lo nuevo desconocido que está sucediendo. Pero ello no hace obstáculo
para que el fluir del tiempo se mantenga en movimiento (Bion, 1970, 1958-1979, 1978b).
El privilegio del presente se funda en el valor preferencial que Bion da a los momentos de síntesis o conjunción constante del hecho seleccionado (o sea al pasaje de la posición esquizoparanoide a la posición depresiva), momentos de coherencia que permiten
integrar elementos hasta entonces dispersos, sobre lo secuencial de las explicaciones
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causales. Él dice que la causalidad es una teoría discutible, aunque tenga el poder de
hacer más claras las explicaciones gracias al estilo narrativo que le es inherente. Pero en
el transcurso del análisis, el paciente recurre a explicaciones causales sólo para evitar la
angustia por los sentimientos persecutorios y depresivos propios de la síntesis depresiva
(Bion, 1965). Del mismo modo, el analista debe prescindir de la memoria y el deseo, que
al estilo de Caribdis y de Escila atraen sus oídos y su atención con sus cantos de sirenas.
La memoria que Bion aconseja dejar de lado, es aquella relacionada con los intentos
conscientes de evocar. La memoria consciente y el deseo voluntario son como filtraciones
de luz que estropean el revelado de una foto en la cámara oscura (Bion, 1970). En cambio, el buen desarrollo de una sesión o del psicoanálisis provoca el surgimiento de una especie de “memoria” espontánea, a la que Bion llama “rememoración”, que aparece y desaparece de golpe en la mente del psicoanalista al modo de un sueño. Estos elementos
corresponden a la realidad psíquica, no sensorial, y reflejan lo desconocido a descubrir,
es decir, aquello cuya recurrencia, observación e interpretación aseguran la evolución del
psicoanálisis en cuanto crecimiento mental (Bion, 1958-1979, 1970).
En relación con la preeminencia, ya sea de una concepción lineal cronológica del tiempo, ya sea de una noción de acontecimiento, nosotras creemos que Bion no adhiere en
forma absoluta a ninguno de los dos enfoques, sino que ofrece una visión propia. Aunque
no lo diga explícitamente, se inclina por una conjunción, por momentos excluyente y por
momentos inclusiva, del tiempo en tanto desarrollo y del tiempo en tanto síntesis ordenadora o integración (conjunción constante del hecho seleccionado). Sus dos modelos de
desarrollo (pasaje a doble vía de la posición esquizoparanoide a la posición depresiva y
viceversa, y continente-contenido) interactúan entre sí. Nos adelantamos a decir que en
su interpretación de la escena de “El té del Sombrerero Loco” en Alicia en el país de las
maravillas, predomina una concepción cronológica lineal.
Sin embargo, encontramos en Bion una hipótesis que se acerca al concepto de acontecimiento: nos referimos a la del cambio catastrófico. El cambio catastrófico es una crisis
irruptiva que se caracteriza por: la subversión del sistema o del orden de las cosas; la
brusquedad y violencia; los sentimientos de desastre en los participantes; la invariancia
de algunos elementos que permiten reconocer el sistema originario. O sea que bruscamente se produce una modificación aparentemente total de la situación psicoanalítica, por
ejemplo, con emergencia de elementos caóticos y violentos (alucinaciones del paciente,
ideas persecutorias, movilización de familiares y médicos). Para Bion, se trata más bien
de un reordenamiento, y para ubicarse es necesario pensar la invariancia (o sea los elementos que, al no variar, permiten comprender lo sucedido como transformación de la situación previa). El cambio catastrófico, si bien es crítico, actúa al modo de un calidoscopio que provoca y enfoca transformaciones, y su potencial para dar nuevo sentido a lo anterior y a lo por venir, permite que lo acotemos al concepto de acontecimiento.
En situaciones grupales o institucionales, la aparición de un individuo excepcional o leader –un individuo mesiánico, lo llama Bion– produce una tensión entre la institución o
grupo con sus convenciones y reglas como continente, que ensaya en el mejor de los
casos contener al mesiánico revolucionario, o anularlo en el peor de los casos, y el mesiánico con sus ideas como contenido que intenta romper el continente o hacerlo estallar.
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Equilibrio inestable, frágil, que puede socialmente también dar lugar a cambios catastróficos.
Como dijimos, esta noción de cambio catastrófico parece la más cercana a la de acontecimiento. En general, Bion la usa para situaciones de crisis y ruptura, donde lo propicio
para el crecimiento mental es el equilibrio con sus momentos de integración creativa. Así,
Bion (1970, pág. 104) dice: “A menudo se ha considerado el tiempo como perteneciente
por esencia al psicoanálisis; en el proceso de crecimiento no interviene. La evolución, o
crecimiento mental, es catastrófica y atemporal”.
IV. El tiempo en Deleuze
Deleuze piensa que hay dos modos de entender el tiempo; esta concepción dual se apoya
en los fundamentos filosóficos de los estoicos. Nos dice así que hay dos lecturas diferentes del tiempo, ambas completas pero excluyentes. Por una lado está el tiempo de las
cosas y los estados de las cosas, designados en las proposiciones por sustantivos y los
adjetivos. Ese tiempo es el de Cronos: un presente continuo, que está ligado a la identidad permanente, sustancial, tanto del yo (identidad personal) como de las cosas del
mundo como entidades fijas. El tiempo de Cronos es cíclico, vuelve en un eterno retorno
físico de lo Mismo: “[…] mide el movimiento de los cuerpos, y depende de la materia que
lo limita y lo llena” (Deleuze, 1989, pág. 82).
Nosotras pensamos que esta concepción del tiempo como medida del movimiento de
los cuerpos coincidiría con la de Aristóteles en tanto número del movimiento según el
antes y el después, en los ciclos eternamente repetidos, por ejemplo el del recorrido de
los astros en el universo. Sin embargo, esta noción secuencial del tiempo contrasta con
la atribución de un eterno presente que subraya Deleuze. Tropezamos aquí con un enganche forzoso, a primera vista contradictorio, entre el movimiento continuo y el presente
continuo. Pero la división que Newton adjudicó al tiempo, tiempo absoluto por un lado y
tiempo relativo por el otro, nos proporciona la respuesta a esa dificultad. En efecto, para
Newton, el tiempo absoluto verdadero, como ya dijimos, equivale a la duración eterna. Es
el tiempo del Ser eterno, como duración continua, siempre igual a sí misma y en sí misma
inmóvil. No dudamos de que esta concepción del tiempo referida a la Causa Primera, o a
lo que Platón llamó “la imagen móvil de la eternidad”, se adecua al tiempo de Cronos de
los estoicos y de Deleuze, ya que se acopla al Saber fundado en el principio de identidad,
al eterno retorno de lo Mismo, y a la eterna sabiduría moral como eterna sabiduría de la
Causa (Deleuze, 1989, 10“ Serie: “Del juego ideal”). Así queda claramente definido por
Deleuze (1989, pág. 158) en su 21“ Serie: “Del acontecimiento”:
Lo que los hombres captan como pasado o futuro, el dios lo vive en su eterno presente. El dios
es Cronos: el presente divino es el círculo eterno mientras que el pasado y el futuro son dimensiones relativas a tal o cual segmento que deja el resto fuera de él.
Por el contrario, el tiempo relativo de Newton, éste al que se refiere Deleuze cuando en
la cita mencionada dice que el pasado y el futuro son dimensiones relativas a tal o cual
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segmento, es el tiempo del movimiento observable y medible por los hombres y sus instrumentos con las imperfecciones inevitables. Es el tiempo como una medida de duración
sensible y externa por medio del movimiento de los cuerpos. Al no exigir la pretensión homogeneizante, globalizadora, de la Eternidad, se desprende de toda connotación de absoluto y se adecua a las narraciones secuenciales de causalidad, o sea, al tiempo secuencial cronológico, como nosotras preferimos llamarlo en nuestro trabajo.
Tampoco es a este tiempo al que se refiere Deleuze (1989) cuando habla del Aión
equiparándolo al sentido como fenómeno de superficie en la proposición. Aión equivale al
devenir como temporalidad que esquiva siempre el presente. Aión es esencialmente paradójico, ya que se alarga simultáneamente en el sentido del pasado y del porvenir por
una infinita subdivisión del presente en pasado y futuro a la vez. Se refiere a los efectos
incorporales suscitados por el acontecimiento.
Los acontecimientos son los hechos que acaecen a las cosas, pero no tienen existencia de por sí, a lo sumo poseen un mínimo de ser que se desliza en la superficie de los
cuerpos –efectos de superficie– por la división continua y en doble deslizamiento hacia el
pasado y el futuro. Se trata, por tanto, de efectos incorporales, insustanciales. De esta
concepción del tiempo como deslizamiento infinito en ambos sentidos, surge la idea de un
tiempo lineal, vacío de contenido, simple efecto de superficie en despliegue interminable,
en la medida en que cada instante –el presente devaluado a puro instante matemático,
ente de razón– se subdivide siempre en pasado y futuro, retrocede y avanza en dos sentidos a la vez. De modo que el acontecimiento siempre está por pasar o acaba de pasar,
nunca pasa en el presente. Es furtivo y deslizante y termina así coincidiendo con Aión, tendido como una línea recta inacabable del tiempo autoengendrándose continuamente.
Siguiendo o dejándose llevar por sus efectos de superficie, llegaríamos a pasar “al otro
lado del espejo” como una cinta de Moebius inacabable y en movimiento continuo.
Si comparamos las nociones de acontecimiento en Badiou y en Deleuze, encontraremos
muchas diferencias, pero en lo esencial hay una coincidencia importante. Tanto para uno
como para otro, la noción de acontecimiento rompe la cosmovisión clásica del tiempo como
sucesión a partir de un solo punto de origen, y destituye de este modo la idea de causa primera y de identidades permanentes. Ponen en entredicho el principio de identidad y la consistencia de la unicidad y la mismidad, para dar preeminencia a la lectura del tiempo como
una multiplicidad de múltiples, como una difracción y bifurcación continua de caminos a descubrir.
Para concluir, resaltaremos cómo la noción de acontecimiento, según la tradición estoica, coincide con la de sentido, entendido éste también como una efecto de superficie
que se desliza a lo largo de la proposición. Se produce así una triple coincidencia entre el
deslizamiento del sentido, el del lenguaje, y el del acontecimiento como devenir. Las
cosas y los estados de cosas se designan en las proposiciones por medio de sustantivos
y adjetivos y ensayan fijar con cierta estabilidad sus identidades como cristalizadas en significaciones generales. En cambio, el sentido es expresado por los verbos infinitivos: son
aquellos hechos que les acontecen a las cosas y a los estados de las cosas, como seres
incorpóreos, insustanciales, puros efectos de superficie (por ejemplo, “el árbol verdea”).
Retomemos, para terminar, el tema de la dualidad excluyente del tiempo: 1) el de
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Cronos como presente eterno, y 2) el del acontecimiento como simultaneidad de un devenir cuya propiedad es esquivar siempre el presente. Ensayaremos, como lo hemos
hecho en todo nuestro trabajo, mostrar si no una complementariedad, por lo menos una
posible coincidencia de estas dos dimensiones a primera vista incompatibles. El mismo
Deleuze (1989) así nos lo confiesa en la 21“ Serie mencionada:
En todo acontecimiento, sin duda hay el momento presente de la efectuación, aquel en que el
acontecimiento se encarna en un estado de cosas, un individuo, una persona, aquel que se designa diciendo venga, ha llegado el momento, y el futuro y el pasado del acontecimiento no se
juzgan sino en función de este presente definitivo, desde el punto de vista de aquel que lo encarna. Pero hay, por otra parte, el futuro y el pasado del acontecimiento tomado en sí mismo,
que esquiva todo presente, porque está libre de las limitaciones de un estado de cosas, al ser
impersonal y preindividual, neutro, ni generales ni particulares […] o, mejor, porque no tiene otro
presente sino el del instante móvil que lo representa siempre desdoblado en pasado-futuro […]
Nosotras agregaremos que, en tanto seres particulares, sujetos, personas, los acontecimientos que nos suceden, o que se encarnan en nosotros, dejan por esa “efectuación presente” una marca, una huella mnémica, que puede luego quedar engarzada en una historia secuencial cronológica, la cual sellará nuestro carácter y nuestra historia, pero que
se irá modificando a medida que se historice, se actualice en la fantasía, la rememoración, la transferencia, la repetición que se flexibiliza en el curso del análisis.
V. Alicia en el país de las maravillas
Bion hace referencia a Alicia en el país de las maravillas en “Una teoría del pensamiento”,
publicado en Volviendo a pensar (1961-1962), y en Transformaciones (1965). En
Cogitations (1958-1979) menciona en forma dispersa, en varios pasajes, a Alicia a través
del espejo. Finalmente, la estructura de Alicia le proporciona a Bion un modelo para su trilogía Memorias del futuro (1975), donde los personajes encarnan diferentes aspectos del
mundo interno del autor en tanto sus escenas y diálogos reflejan la convergencia y la oposición entre los estados oníricos y los de vigilia.
Deleuze (1989), en Lógica del sentido, analiza la obra de Lewis Carroll desde la óptica del acontecimiento, del tiempo como devenir o Aión y del sentido como fenómeno de
superficie.
Elegimos centrarnos en el mismo tema en ambos autores: el capítulo VII de Alicia en el
país de las maravillas: “Una merienda de locos” o “El té del Sombrerero Loco”. Alicia se dirige a la casa de la Liebre de Marzo y encuentra a tres personajes tomando el té (el
Sombrerero Loco, la Liebre de Marzo y el Lirón) sentados en el extremo de una gran mesa.
El diálogo entre Alicia, el Sombrerero y la Liebre (porque el Lirón duerme profundamente)
chispea entre la agresión y el humor, por la cantidad de paradojas y sin sentidos que abruman a Alicia. Se produce un contraste entre el uso “normal” del lenguaje por parte de la
niña y las extravagancias que suscita la inversión de frases y el uso literal de los términos
por parte de los comensales. El debate central entre el Sombrerero y Alicia gira alrededor
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de la función de los relojes y de la noción del tiempo. El reloj del Sombrerero señala los
días del mes pero no las horas del día. Además está atrasado y resiste las tentativas de la
Liebre para corregirlo sumergiéndolo en la taza del té o untándolo con mantequilla. El
Sombrerero le cuenta a Alicia que, si uno se lleva bien con Don Tiempo, éste será complaciente y se moverá de acuerdo con los deseos de uno. Pero como está enojado con el
Sombrerero se ha detenido a las 6 de la tarde manteniéndose inmóvil y obligando a los
contertulios a un continuo desplazamiento alrededor de la mesa para tomar siempre el té.
Comencemos por Bion. En “Una teoría del pensamiento” (1961-1962) dice:
En la medida en que el espacio y el tiempo son percibidos como idénticos a un objeto malo que
es destruido, es decir, como un no-pecho, la realización que debería entrar en conjunción con
la preconcepción, no está disponible para completar las condiciones necesarias para la formación de una concepción.
De hecho, lo que Bion explica es que la intolerancia a la frustración, al mantener el funcionamiento de la psiquis en un nivel meramente concreto (“cosas”), no permite la formación ni siquiera de concepciones y mucho menos de pensamientos que evolucionen hacia
un enfoque abstracto del tiempo y del espacio. Bion interpreta así el caso de un paciente
que se quejaba siempre de “perder” el tiempo y de continuar perdiéndolo. Este mismo mecanismo de pérdida o destrucción del tiempo aparece, según él, en el episodio de “El té
del Sombrerero Loco”, donde siempre es la hora del té. El tiempo queda congelado en un
“ahora” fijo, lo que resulta, según las ideas de Bion, de la destrucción maligna del tiempo
y del espacio por las causas ya mencionadas.
La segunda mención de Alicia en el país de las maravillas figura en Transformaciones
(1965). Se refiere a la misma escena. Bion considera que existe una fuerza destructora,
predatoria, cuyo afán envidioso es destruir todos los objetos existentes, el espacio y el
tiempo, y la existencia misma. Esa fuerza se encarnará en los pacientes psicóticos o en
las partes psicóticas de la personalidad. Así dice sobre “El té del Sombrerero Loco: “[...]
es una representación a la cual se aproxima este espacio atemporal e inespacial” (Bion,
1965). Se despoja al tiempo de pasado y de futuro. El pasado: donde solía estar el pasado, hay ahora un no-presente. El futuro: donde solía estar el futuro, hay ahora un no-presente.
Gilles Deleuze (1989), en Lógica del sentido, al referirse a “El té del Sombrerero
Loco”, dice que tanto el Sombrerero como la Liebre de Marzo indican dos direcciones inseparables subdivididas siempre cada una en la otra. Ellos “mataron” al tiempo, destruyeron las medidas; el presente sólo sobrevive en la imagen dormida del lirón, y subsiste
como momento abstracto, la hora del té, indefinidamente subdivisible en pasado y futuro. Por ello cambian ahora de lugar sin cesar, siempre atrasados y adelantados en las
dos direcciones a la vez, pero nunca a la hora.
A primera vista, Deleuze repite la fórmula de “Una merienda de locos”: tanto el
Sombrerero como la Liebre están locos. Emblemáticamente, la liebre (dibujada con una paja
en la cabeza en las ilustraciones de J. Tenniel para la edición original de Alicia en el país de
las maravillas de 1865) está “loca”, según la creencia popular, porque se decía que las liebres machos atravesaban una crisis de locura en el período de celo, durante el mes de
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marzo. Esta creencia es errónea y se basa en una equívoca alusión de Erasmo de
Roterdam (como se aclara en una nota al pie de página en Alicia en el país de las maravillas, edición de Manuel Garrido, 1999). Este equívoco sirve para mostrar el doble sentido de
“locura” según Deleuze. Para la opinión común (la doxa), para el “buen sentido” y el “sentido común”, los personajes del té están locos, pero Deleuze proclama la creación de sentido operada por Lewis Carroll donde se desarrolla toda la potencia genética de la paradoja,
en tanto figuración literaria del Aión (sentido, acontecimiento). Por eso Deleuze vuelve a
mencionar a estos dos personajes (el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo) en Alicia a
través del espejo (1871), donde llevan simultáneamente dos mensajes, uno para ir y otro
para volver, uno para buscar y otro para traer.
Como vemos, la interpretación de la escena del té es opuesta a la de Bion. Para éste,
es índice de una fuerza psicótica que congela el presente y destruye el espacio y el tiempo. Esta interpretación coincide con el “buen sentido” y la opinión popular. En cambio,
Deleuze sostiene que el presente en efecto ha sido atacado (Lirón), pero que ello no hace
sino graficar el movimiento incesante del tiempo Aión en dos sentidos a la vez (pasadofututo) y en infinitas subdivisiones.
La razón de estos distintos enfoques estriba en la concepción diferente del tiempo que
ambos autores manejan para la interpretación de la escena: un esquema de tiempo lineal cronológico cercano a Cronos en Bion y el esquema de Aión en Deleuze. Los aspectos
psicóticos que Bion subraya en sus comentarios sobre Alicia pueden también ser considerados como el contenido de un sueño. El continente obra de arte o sueño sirve para
amortiguar y tolerar las ansiedades.
Pero no debemos engañarnos. Enfrentemos los hechos: Deleuze no coincide con Bion
respecto a que haya elementos psicóticos, contenidos o no, en las obras de Lewis Carroll.
La diferencia, como ya hemos dicho, se basa en el enfoque particular de Deleuze sobre
el tiempo devenir o Aión. Según él, desde el inicio de Alicia en el país de las maravillas
aparecen ejemplos de puro devenir. Cuando Alicia crece, se vuelve más grande de lo que
era, pero más chica de lo que será; “[...] lo más joven se vuelve más viejo que lo más viejo,
y lo más viejo más joven que lo más joven, pero acabar este devenir es precisamente
aquello de lo que no son capaces, pues si lo acabaran, dejarían de devenir [...]” (Deleuze,
1989, pág. 25). En la obra de Lewis Carroll, los trastocamientos revelan el flujo incesante
de ese devenir y la paradoja como coexistencia de los contrarios lo ejemplifica: crecer en
ambos sentidos a la vez, equivalencia del más y del menos, de lo activo y de lo pasivo,
de la causa y del efecto: “mermelada ayer y mañana, pero nunca hoy...”; “¿se comen los
gatos a los murciélagos equivale a se comen los murciélagos a los gatos?”; la ausencia y
la presencia del gato de Cheshire como mostración de múltiples disyuntivas y como esfumado de la presencia, etcétera. La sabiduría popular captó siempre el juego irónico y angustioso del deslizamiento. En los negocios de barrio solía aparecer el cartelito: “Hoy no
se fía, mañana sí”, señalando lo inaprehensible del presente.
La actitud crítica de Deleuze respecto a la homologación entre el discurso del acontecimiento (Lewis Carroll) y el del psicótico se revela fuertemente en la Serie 13: “Del esquizofrénico y la niña” (Deleuze, 1989, pág. 99), donde opone a Lewis Carroll (Alicia) y a
Antonin Artaud, no justificando en absoluto “[...] la grotesca trinidad del niño, el poeta y el
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loco”. Según Deleuze, Carroll espera al niño y lo encuentra en el momento en que abandona las profundidades del cuerpo materno y sube hacia la superficie; de acuerdo con el
sentido del lenguaje incorporal, Carroll “[...] es el agrimensor de las superficies [...] en la
que se encuentra toda la lógica del sentido” (ídem, pág. 109).
Pero bien lo dice Deleuze: Artaud no es Carroll ni Alicia, Carroll no es Artaud, Carroll
ni siquiera es Alicia. Aunque siempre es posible tratar la obra de Lewis Carroll como un
cuento esquizofrénico (y aquí Deleuze se permite hacer una crítica mordaz a los intentos
de los psicoanalistas de analizar las obras literarias y sus autores, crítica que no compartimos totalmente), “[..]no por ello es menos execrable y fastidioso mezclarlo todo: la conquista de la superficie en el niño, la quiebra de la superficie en el esquizofrénico, y el dominio de las superficies en el llamado, por ejemplo, perverso” (ídem, pág. 108).
Se denuncia de este modo, la evidente divergencia entre Bion y Deleuze respecto al
problema de lo psicótico con relación a Alicia en el país de las maravillas.
Sin embargo, a contramano de todo lo dicho hasta ahora, nosotras encontramos y deseamos subrayar una coincidencia esencial. Para Bion, la destrucción del tiempo (del espacio y de la existencia) es obra de fuerzas psicóticas malignas. Deleuze, aunque no considera el relato de Alicia como psicótico, también piensa que en el psicótico se destruye
el tiempo como devenir o Aión, ya que en este misma Serie nos dice que en el esquizofrénico la superficie ha reventado y por eso se ha roto la línea divisoria entre las cosas
y el lenguaje. Pero como el Aión es la línea vacía del tiempo, autoengendrándose ilimitadamente por infinitas subdivisiones en pasado y futuro, línea sobre la que se deslizan los
acontecimientos, siempre como efectos de superficie, concluimos entonces que la ruptura de esa superficie equivale a la destrucción del tiempo devenir. “Como no hay superficie, el interior y el exterior, el continente y el contenido no tienen límite preciso y se hunden en una profundidad universal o giran en el círculo de un presente cada vez más encogido a medida que está más abarrotado” (Deleuze, 1989, pág. 103).
Como vemos, a pesar de sus criterios distintos sobre el tema del tiempo y su enfoque
diferente respecto a Alicia, tanto Bion como Deleuze coinciden en que la psicosis termina
destruyendo el tiempo.
VI. Conclusiones
Al iniciar este trabajo, nos propusimos estudiar las coincidencias y oposiciones entre el
pensamiento de W. R. Bion y el de G. Deleuze acerca del tema del tiempo. Partimos de
una diferencia conceptual:
– Según Bion, al anularse la diferencia entre el pasado y el futuro, queda sólo un presente congelado. Ello equivale a la destrucción del fluir del tiempo por un ataque psicótico al pensamiento, provocado por la envidia, la voracidad y el splitting.
– Según Deleuze, el tiempo es un fluir continuo que se produce por una infinita subdivisión simultánea del mismo en pasado y futuro, de modo que el presente resulta siempre esquivado. No se trata de un fenómeno psicótico, sino de un modo de ser propio
del tiempo vivido como acontecimiento o devenir puro (Aión).
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Después de tan largo recorrido, podemos apreciar que, si bien las concepciones y los términos teóricos son distintos, de hecho es posible hacerlos coincidir, porque el presente
furtivo que se desliza puede no tener existencia material, pero es justamente lo contrario
de un presente cosificado, transformado en un no-objeto malo destructor.
Concluimos que, en relación con las ideas generales y concepciones de Bion, encontramos una gran coincidencia con Deleuze. Ambos piensan la vida anímica como un movimiento, un fluir que sólo puede generar conocimiento emocional y vital en la medida en
que no se estanque. El cambio, la dinámica del acontecimiento, evitan el anquilosamiento. Se deviene creciendo y en ello coinciden ambos autores.
Sin embargo, esas analogías de fondo para entender la mente y la vida como fluir de
multiplicidades siempre en ebullición no impiden enfrentarlos en sus diferencias, que oponen, según Deleuze, el discurso poético de Alicia al discurso perverso y al psicótico. Bion,
por su parte, se inclina a pensar en fenómenos psicóticos cuando se impone la repetición,
la automatización de un decir o de una conducta que paraliza todo cambio. En este sentido adherimos a su opinión sobre “El té del Sombrerero Loco”: más allá de sus juegos de
ingenio y sus paradojas adecuadas al “crecer en dos sentidos a la vez”, remite a una escena “aburrida” (como la califica Alicia), ya que una vez y siempre se repite lo mismo. Esta
escena “psicótica” congelada es muy diferente de la acción de los mismos personajes, el
Sombrerero y la Liebre, cuando en “Del otro lado del espejo” muestran la simultaneidad y
la dualidad de los mensajes para ir y para venir, para recibir y para llevar. Así, aislada y
despojada de algunos de sus comentarios paradójicos, pensamos que la escena del té es
“loca” según el buen sentido y la creencia general, pero también en el sentido profundo
psicoanalítico. Habría una inmovilidad estática de repetición de lo mismo: ¿compulsión a
la repetición? Si bien Bion no habla en estos términos, no hay duda de que la destrucción
del tiempo a la que él se refiere se vincula con la pulsión de muerte, en tanto ataque al
pensamiento y a la vida.
¿Por qué Deleuze no acepta el criterio de Bion sobre la naturaleza de lo psicótico?
Porque él exige algo más que la ruptura de la unidad, el trastocamiento de los significados o la vivencia de lo inconmensurable. Deleuze, apoyándose en palabras de Artaud,
exige que el dolor venga del cuerpo, del sufrimiento físico de las profundidades, de la fusión e indiferenciación de los fluidos y de los objetos parciales kleinianos, donde sólo se
exprese sin alivio el clamor de un cuerpo desvencijado, desenchufado y ensamblado en
sus partes rotas.
Sin embargo, volvemos a insistir, para terminar, en una coincidencia básica entre Bion
y Deleuze. Aunque lo entiendan de modo distinto (Bion conoce el devenir del acontecimiento y su ritmo biunívoco o multívoco del tiempo como laberinto borgesiano, pero reconoce la necesidad, por momentos, de las paradas y medidas del reloj), se encuentran finalmente en un punto: el psicótico destruye el tiempo. Bion dice que ataca el fluir y deja
un presente congelado. Deleuze dice que hace estallar la superficie como línea estructural bidimensional del desarrollo del acontecimiento (Aión), de modo que ese presente esquivo que normalmente no existe sino como ente de razón, pasa a abarrotarse, estancarse y estallar, frenando el fluir del tiempo y sumergiendo todo en el caos de las profundi-
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dades.
Nos ha tranquilizado, después de tanto esfuerzo, y a pesar de lo forzado que resulta
tratar de acomodar esquemas referenciales distintos, encontrar esa coincidencia básica
sobre la destrucción del tiempo en ambos autores. No dejamos de reconocer, de todos
modos, que las hipótesis sobre los motivos o mecanismos que provocan ese efecto son
diferentes y existe entre ellos una divergencia fuerte respecto al significado de la obra
Alicia en el país de las maravillas.
Resumen
Las autoras se centran en la confrontación de los enfoques de W. R. Bion y de G. Deleuze acerca
del tiempo en Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Descubren además que el tema
se enlaza con la problemática del funcionamiento psicótico.
En psicoanálisis, ellas revisan las ideas de Freud acerca del tiempo: a) su noción lineal, espacial (excitaciones progredientes y regredientes); b) atemporalidad del inconsciente. En términos generales, sostienen, predomina entre los psicoanalistas una concepción lineal más o menos uniforme del tiempo. Pero ya en Freud aparecen elementos disruptivos con las hipótesis de après-coup
o resignificación (recursividad, noción quebrada del tiempo) y de compulsión a la repetición. Las
autoras tienen especial interés en el proceso de la cura, introduciendo las nociones de temporalidad historizante y acontecimiento.
Luego, ellas se ocupan del acontecimiento según Badiou. Este enfoque desbarata la noción del
tiempo como lineal a partir de un comienzo determinado. Ahora el tiempo es creado por el acto de
la discontinuidad y ruptura que introduce el devenir otro.
Para desembocar en el punto central que las convoca, hacen un repaso de las ideas sobre el
tiempo en Bion y Deleuze. Destacan la división del tiempo en Cronos, como tiempo ligado a la estabilidad y la unidad de las cosas y del yo, en tanto entidades fijas, y en Aión, temporalidad fluyente que esquiva siempre el presente.
En relación con Alicia en el país de las maravillas, las autoras toman como eje el análisis de la
escena de “El té del Sombrerero Loco” y comprueban que Bion y Deleuze difieren, ya que para el
primero la escena ejemplifica la congelación del “ahora” en un presente absoluto, por efecto depredatorio del ataque psicótico, y para el segundo la escena representa el deslizamiento biunívoco y
continuo hacia el pasado y el futuro al mismo tiempo, como fenómeno de superficie (Aión). De todos
modos, y a pesar de esta diferente interpretación, ambos autores coinciden en que en las psicosis
el tiempo es atacado y destruido.
DESCRIPTORES: TIEMPO / INCONSCIENTE / AUSENCIA / ESPACIO / REMEMORACIÓN / DESTRUCCIÓN / PSICOSIS / ATEMPORALIDAD / ACONTECIMIENTO / DEVENIR
Summary
PARADOXES OF TIME: BION AND DELEUZE IN ALICE IN WONDERLAND
The authors focus on a comparison of the perspectives of W. R. Bion and G. Deleuze concerning
time in Lewis Carroll's Alice in Wonderland. They also discover that this subject relates to the problem of psychotic functioning.
In psychoanalysis they review Freud’s ideas on time: a) his linear, spatial notion (progradient
and regradient excitations); b) the atemporalness of the unconscious. In general terms, a more or
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less uniform linear conception of time predominates among psychoanalysts. But they find lines of
thought in Freud that break with the hypotheses of apres-coup or re-signification (recursiveness, a
broken notion of time) and of the repetition compulsion. They were especially interested in the
process of the cure, introducing the notions of historizing temporality and event.
Thus, they discuss the event according to Badiou. This view overturns the notion of time as linear, based on a given beginning. Now, time is created by the act of discontinuity and rupture that
becoming another introduces.
In order to get to the main point, they review the ideas of time in Bion and in Deleuze: the division of time into Chronos, as time linked to the stability and unity of things and the ego, as fixed entities, and into Aion, flowing temporality that always dodges the present.
In relation to Alice in Wonderland, the authors focus on the analysis of the scene of the Mad Hatter,
finding that Bion and Deleuze differ, since for the former, this scene exemplifies the freezing of “now”
into an absolute present, because of the predatory effect of the psychotic attack, while for the latter,
the scene represents the bi-univocal and continuous slide toward the past and the future as a surface phenomenon (Aion). In any case, in spite of their differing interpretations, these two authors
agree that in the psychoses time is attacked and destroyed.
KEYWORDS: TIME / UNCONSCIOUS / ABSENCE / SPACE / REMEMBRANCE / DESTRUCTION / PSYCHOSIS / ATEMPORALNESS / EVENT / BECOMING
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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 10 de diciembre de 2003; su primera revisión tuvo lugar
el 17 de mayo de 2004, y ha sido aceptado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 26 de mayo
de 2004.)
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