“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse los unos a los otros como yo los he amado” Juan 13, 34. I.- LA DIGNIDAD HUMANA Y SU DEFINICIÓN. La mayor problemática que ha suscitado la elevación de la dignidad del ser humano a la categoría de núcleo axiológico central del orden constitucional consiste precisamente en definir qué ha de entenderse por “dignidad del hombre”. Quizá una de las definiciones más citadas sea la de von Wintrich, para quien la dignidad del hombre consiste en que “el hombre, como ente ético-espiritual, puede por su propia naturaleza, consciente y libremente, autodeterminarse, formarse y actuar sobre el mundo que le rodea”. Las dificultades de una definición del concepto de dignidad se documentan en el extremo de que la doctrina jurídico-constitucional no ha llegado todavía a una definición satisfactoria, permaneciendo atrapados los intentos de definición en formulaciones de carácter general (“contenido de la personalidad”, “núcleo de la personalidad humana” ...). Dicha dificultad de definición es transparentada por diversos autores, así en palabras de don Humberto Nogueira Alacala “La dignidad de la persona no es posible definirla, sólo podemos apreciar en cada realidad concreta su vulneración, la que se concreta cada vez que perturbamos, amenazamos o privamos de sus derechos esenciales a la persona, cada vez que la denigramos o humillamos, cada vez que la discriminamos, cada vez que ponemos obstáculos para su plena realización, cada vez que el Estado la utiliza como un medio o instrumento de su propio fin”. De esta forma, la dignidad de la persona constituye una realidad ontológica supraconstitucional al igual que los derechos que le son inherentes el Estado y la constitución sólo la reconocen y garantizan, pero no la crean. Así, el Estado y el ordenamiento jurídico que lo regula debe excluir cualquier aproximación implementalizadora de la persona, toda visión del Estado totalitario o autoritario como fin en sí mismo. Ser persona es ser un fin en sí mismo. Se viola la dignidad humana cuando la persona es convertida en un objeto o se constituye como un mero instrumento para el logro de otros fines”. Algunos autores sostienen que la dignidad de la persona se refiere sólo al ser humano, no a las personas morales o jurídicas. La dignidad de la persona constituye el fundamento de la libertad, la igualdad y de los derechos. La dignidad fundamenta la obligatoriedad moral y jurídica de respetar los bienes en qué consisten los derechos humanos. La dignidad de la persona tiene un contenido integrador de los vacíos o lagunas existentes en el ordenamiento jurídico y en la propia Constitución, de reconocimiento de derechos implícitos. La dignidad de la persona es un elemento de la naturaleza del ser humano; corresponde a todos por igual. La dignidad humana, como condición suprema, prescribe una serie de derechos fundamentales, inalienables e imprescriptibles en beneficio de toda persona, los cuales son llamados “derechos humanos”, que, además, hacen que todos los seres humanos tengamos una igualdad esencial, prescindiendo de la diferente condición social, económica o cultural en que nos encontremos dentro de la vida comunitaria. II.- ¿QUÉ NOS DICE EL SEÑOR RESPECTO A LA DIGNIDAD? El hombre completo es, a la vez, espíritu, alma y cuerpo (1 Tes 5, 23). No es mero fruto de la evolución natural general de la materia, sino efecto de una acción especial de Dios, creado a su imagen (Gén 1, 27). El hombre no es solamente corpóreo, sino que está también dotado de entendimiento que busca la verdad, de conciencia y responsabilidad con las que debe tender al bien según su libre albedrío. En estas dotes está el fundamento de la dignidad que ha de ser respetada en todos y por todos. A su vez, la dignidad del hombre se ensalza en Cristo, quien ha estado y está presente en toda la historia humana. «En el principio existía el Verbo, todas las cosas han sido hechas por él» (Jn 1, 1-3). «Es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura, porque en él han sido hechas todas las cosas en el cielo y en la tierra» (Col 1, 1516; cf. 1 Cor 8, 6; Heb 1, 1-4). En su encarnación confirió a la naturaleza humana la máxima dignidad. Así el Hijo de Dios, en cierto modo, se une a todo hombre. De esta forma, con el corazón y con su obrar, todo cristiano debe conformarse a las exigencias de la vida nueva y obrar según la «dignidad cristiana». Estará especialmente dispuesto a respetar los derechos de todos (Rom 13, 8-10). Según la ley de Cristo (Gál 6, 2) y el mandamiento nuevo de la caridad (cf. Jn 13, 34) no tendrá cuidado por sus cosas propias ni buscará lo suyo (cf. 1 Cor 13, 5). “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse los unos a los otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros.” Juan 13, 34. III.- ¿QUÉ ENSEÑA LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA RESPECTO A LA DIGNIDAD? Nos enseña el respeto por la persona humana. En efecto, las bases del pensamiento social católico son el adecuado entendimiento y valor de la persona humana. En palabras del Papa Juan Pablo II, los cimientos de la enseñanza social católica son "la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma». En él ha impreso su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable". La iglesia adopto el concepto de "derechos humanos" para comunicar que todos y cada uno de los seres humanos, como hijos de Dios, tienen ciertas inmunidades contra el daño que puedan infligirnos otras personas y merecen ciertos tipos de tratamiento. En particular, la Iglesia ha sido contundente en la defensa del derecho a la vida de todos los seres humanos inocentes desde su concepción hasta la muerte natural. La oposición al aborto y a la eutanasia forman los cimientos necesarios para respetar la dignidad humana en otras áreas tales como la educación, la pobreza y la inmigración. La doctrina social de la Iglesia es un buen ejemplo de constancia e insistencia acerca de la dignidad y su respeto. Y así, por recordar algunos mensajes de esta doctrina, podemos hacernos eco de cómo en la Encíclica del Papa Juan XXIII Pacem in Terris puede leerse: “Hoy se ha extendido y consolidado por doquier la convicción de que todos los hombres son, por dignidad natural, iguales entre sí”. Y en la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II “Gaudium et Spes” se dedica un capítulo (capítulo primero de la parte primera) a la dignidad de la persona humana. Más allá del mismo, en el parágrafo 29, se afirma: “Como todos los hombres, dotados de alma racional y creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen, y como, redimidos por Cristo, gozan de una misma vocación y de un mismo destino divino, se debe reconocer más y más la fundamental igualdad entre todos”. IV.- ¿QUÉ NOS DICE LA CONSTITUCIÓN ACTUAL RESPECTO A LA DIGNIDAD? En nuestra Constitución Política de la Republica, esta garantía constitucional, se reconoce en el artículo 1 que señala: “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. V.- LA DIGNIDAD Y SU PROYECCIÓN SOBRE LA CONSTITUCIÓN Y LA CONCIENCIA UNIVERSAL DE RESPETO A LA DIGNIDAD HUMANA. Sólo al término de la Segunda Guerra Mundial todos los pueblos de la tierra inician una nueva etapa de convivencia pacífica, la que tiene como su fundamento la dignidad de la persona humana, tal como lo declararon los estados reunidos en la Conferencia de San Francisco de 1945, aprobando la resolución de “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y de las naciones grandes y pequeñas”. Luego, la Asamblea General de Naciones Unidas, del 10 de diciembre de 1948, que constituye el primer texto de alcance universal que reconoce la dignidad de la persona y los derechos esenciales o fundamentales que derivan de ella. En efecto, el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos proclama su fe “en la dignidad y el valor de la persona humana” y determina que “todos los seres humanos nacen libres o iguales en dignidad y derechos y, dotados están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Sin embargo, esta declaración universal, la de mayor trascendencia conocida por el género humano hasta entonces, se encontró con la falta de voluntad por cumplirla y la ausencia de instrumentos jurídicos eficaces para garantizar los derechos en ella contenidos. Con objeto de superar dichos problemas vienen luego los pactos o tratados internacionales de derechos humanos, de ámbito mundial y regional. En el ámbito americano, la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, del 2 de mayo de 1948, dada en la IX Conferencia Interamericana desarrollada en Bogotá, Colombia, y por tanto, anterior en varios meses a la Declaración Universal, se complementará con la Convención Americana de Derechos Humanos, aprobada en San José, Costa Rica, el 22 de noviembre de 1969, cuyo artículo 11.1 establece el principio esencial de que: “Toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad”. A su vez, a nivel planetario ya se había aprobado en Nueva York el 19 de diciembre de 1966, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en el que los estados firmantes establecen que: “conforme a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la paz del mundo tienen por base la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables”, reconociendo que tales “derechos derivan de la dignidad inherente a la persona humana” y considerando que los derechos que se contienen en el pacto, los estados parte se comprometen “a respetarlos y a garantizarles a todos los individuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción”. Dicho pacto entró en vigencia el 23 de marzo de 1976, entre otros pactos internacionales que reconocen como fundamento la dignidad. VI.LA DIGNIDAD HUMANA COMO FUNDAMENTO CONSTITUCIONAL. Es la dignidad humana que se identifica con la libertad y estrechamente unida e interrelacionada con la igualdad, entendida esta última como reconocimiento de la misma naturaleza y derechos a todos los seres humanos, como lo afirma nuestra carta fundamental en el artículo 1 prescribe “Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, Hay así, una fuerte vinculación interna entre dignidad de la persona, libertad e igualdad, como la trilogía ontológica que configura el núcleo de los derechos humanos y fundamenta los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico. La dignidad humana, como condición suprema, prescribe una serie de derechos fundamentales, inalienables e imprescriptibles en beneficio de toda persona, los cuales son llamados “derechos humanos”, que, además, hacen que todos los seres humanos tengamos una igualdad esencial, prescindiendo de la diferente condición social, económica o cultural en que nos encontremos dentro de la vida comunitaria. Los derechos fundamentales son inherentes a la dignidad del ser humano y, por lo mismo, se fundan en ella y, a la par, operan como el fundamento último de toda comunidad humana, pues sin su reconocimiento quedaría conculcado ese valor supremo de la dignidad de la persona en el que ha de encontrar su sustento toda comunidad humana civilizada. A la par, como ya indicamos, la dignidad de la persona bien puede entenderse que consiste o, por lo menos, que entraña ineludiblemente la libre autodeterminación de toda persona para actuar en el mundo que la rodea. Lo anterior, debido a que ser persona es un rango que sólo tienen los seres humanos, careciendo de dicha dignidad los seres infrahumanos. La persona conserva su dignidad desde el nacimiento hasta su muerte. No hay nada más valioso e importante en la creación que la persona humana, que toda persona, que cualquier persona. Las personas nunca pueden ser instrumentos, sino que siempre por su dignidad reclamen un respeto de ser siempre sujetos y no objetos, por ser siempre fin en sí mismos, lo que llama al reconocimiento de su personalidad jurídica y todo lo que necesita para vivir dignamente. Esta dignidad de la persona implica reconocer al otro como otro yo, en las relaciones interpersonales, como, asimismo, corresponde especialmente al Estado reconocer, garantizar y promover la dignidad y los derechos humanos removiendo los obstáculos que se oponen a ello. La dignidad de la persona emana de su naturaleza de ser moral, de ser libre y racional, por su superioridad sobre todo lo creado, por ser siempre sujeto de derecho y nunca instrumento o medio para un fin. La persona es el valor jurídico supremo y su dignidad es independiente de su edad, capacidad intelectual o estado de conciencia. La dignidad de la persona es la que se le debe a la persona en su calidad de tal, lo que es adecuado a la naturaleza humana como ser personal, su respeto es la base del Estado de derecho. En palabras de Jorge Reinaldo A. Vanossi “son falsamente “progresistas” las tesis que predican el alcance de objetivos de cambio (social, económico, cultural, etcétera) a través de formulaciones reñidas con las “reglas del juego” de un sistema democrático. Podrán obtenerse así ciertos resultados —especialmente los de índole material— a relativamente corto plazo, pero en el ciclo de la evolución política de la comunidad que adopta o padece ese régimen, los resultados serán negativos en cuanto a la plena realización de la dignidad del hombre, del goce de sus más variadas libertades (derechos civiles, derechos políticos, derechos sociales), de la consolidación de la paz social. Las grandes regresiones históricas han sido obra de los regímenes autocráticos, nunca de los sistemas inspirados en la democracia. La pura concentración del poder no ha demostrado en ninguna parte que se encuentre justificada o compensada por su aporte final a la liberación del hombre.