El brío de Goya

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El brío de Goya; por Boris Muñoz
Boris Muñoz · Tuesday, January 20th, 2015
Autorretrato [1795–97]
Orden y Desorden, la exposición antológica de Francisco de Goya y Lucientes que
acaba de cerrar en el Museo de Bellas Artes de Boston, ha sido uno de los hitos más
importantes en el ámbito de las artes visuales en lo que va de década.
Goya (1746-1828) tuvo una larga vida. Su trayectoria artística refleja de modo
excepcional la época en que esa vida fue vivida combinando un talento fuera de serie
con una pasión crítica de insuperable brío. Como retrospectiva de una obra hecha de
miles de pinturas y grabados en diferentes técnicas y periodos, Orden y Desorden
–170 obras en total– es relativamente modesta. Pero la forma inteligente, casi
didáctica, en que las obras están dispuestas para dialogar entre sí, mostrando sus
resonancias, diferencias y ambigüedades, hace que uno abandone la sala con la
certeza de haber visto a Goya más y mejor que nunca.
Goya fue un genio, pero no uno cualquiera. Como algunos críticos han diagnosticado,
no sólo fue genial por su indiscutible superioridad como pintor frente a sus
contemporáneos, al estilo de su antepasado Diego Velázquez, sino por haber puesto su
talento y energía creativa a documentar y comentar los distintos pliegues de una
época caracterizada por pocas luces, muchas sombras y hechos terribles.
La España que le tocó en suerte a Goya era la más atrasada de las grandes potencias
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europeas –salvo, quizás, por Portugal. Francia, vecina rival, vivía la agitación
revolucionaria y su mentalidad había sido penetrada a fondo por las ideas renovadoras
de la Ilustración. Carlos III, el Borbón de turno, había intentado una tímida reforma
social, encabezada por ministros ilustrados como Esquilache, quien propuso cambios
elementales para la calidad de vida de los madrileños como la mejora del alumbrado
público y la prohibición del uso de capas, para que las calles estuviesen iluminadas y
los bandidos no pudieran ocultar sus armas. Ambas medidas fueron abortadas por una
combinación de conspiraciones palaciegas con ignorancia populachera. Pero el hecho
es que los días de gloria de España –que un siglo y medio antes había sido el mayor
imperio sobre la tierra– habían ya quedado atrás y el país vivía un progresivo e
indetenible declive, que se haría evidente con las guerras napoleónicas –sin mencionar
las independentistas que se libraban en América.
Considerándose a sí mismo un hombre de razón, simpatizante de los sainetes de
Ramón de la Cruz y cercano de Gaspar de Jovellanos, Goya llevó a la pintura y el
grabado una crítica sistemática de las costumbres y las estructuras de poder que
perpetuaban el atraso. Lo hizo con humor, empatía para los que sufrían, pero sin
sentimentalismo.
En Los Caprichos es muy frecuente la sátira contra la superchería, la ignorancia, la
corrupción, la avaricia y el arribismo. Un poderoso ejemplo es el grabado “Si sabrá
más el discípulo”, en el que un burro, ataviado de maestra y armado con un silabario,
pretende enseñar a leer a otro más joven. Para la crítica, esta imagen representa el
estado deleznable de la educación en España. Otro Capricho muestra a unos bandidos
raptando una mujer: “Que se la llevan”, una alusión directa la carencia de ley, la
violencia interna y, en fin, el estado caótico de la sociedad española. Hay numerosos
grabados en los que se condena la sevicia, la pederastia y la molicie de los clérigos.
Eran tiempos en los que la Iglesia era la segunda institución social más importante
después de la monarquía; tiempos dominados aun por la Inquisición. No existía ni
remotamente la noción de libertad de expresión que muchos creadores y críticos del
poder hoy en día asumen como un derecho natural y, a veces, absoluto. Aunque Goya
corría riesgos por su furibundo anticlericalismo, también se cuidaba de mantener un
margen relativo de ambigüedad para sus sátiras fuesen tomadas como divertimentos
familiares. Su postura era moral: mostrar las “flaquezas y insensateces que se
encuentran en cualquier sociedad civilizada”. Por ese motivo dejó fuera de la edición
final de Los Caprichos varios grabados que podían haber sido tomados en su contra
por la Inquisición, ya en retirada pero todavía muy presente en la vida religiosa
española, o por la reacción contra los ilustrados del gobierno de Jovellanos.
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Sabrá más el discípulo [1799] y Que se la llevaron [1799]
En su portentosa biografía de Goya, Robert Hughes, uno de los mayores críticos de
arte del siglo XX, recuerda que en la España de Goya, los ilustrados eran considerados
afrancesados; seres susceptibles a las ideas extranjeras –hoy los llamamos
tecnócratas– lo que los descalificaba como verdaderos españoles. “Es imposible
exagerar cuan remoto el mundo de las ideas políticas, aun en sus formas más crudas,
era para el pueblo español hace 200 años. España carecía de una burguesía fuerte y
creativa y, en cambio, tenía un exceso de clérigos y aristócratas”.
Yo lo viví. Aun si hubiesen sido aceptados, los ilustrados, con sus ideas de derechos,
educación, libertad y soberanía, eran apenas 5 por ciento de la población. Pero Goya
era un miembro decidido de ese ínfimo grupo. Su obra está marcada por las opiniones
sociales fuertes. Éstas derivaban de sus creencias, pero también de la experiencia
directa. Llegó a ser el primer pintor de la Corte de los Borbón, pero nunca fue un
pintor palaciego ni perdió su intensa conexión con la calle. Tanto en los grabados
como en los tapices y las pinturas, lo que pasa en la calle está presente en Goya de un
modo vivaz en escenas que van desde matrimonios, acróbatas y gente patinando en los
parques públicos, hasta riñas en hostales, asaltos de caminos. En ese sentido, Orden y
Desorden pone de manifiesto la tensión de las fuerzas antagónicas en la historia y el
individuo. Goya era un agudo observador, un cronista, que observa los dramas de su
sociedad incluso yendo a sus esquinas más tenebrosas. Fue, de hecho, uno de los
primeros artistas en occidente que pintó manicomios y cárceles, espacios especiales
las cuales la gente es literalmente empujada a los márgenes de la sociedad e inclusive
fuera de ella. Más aún: estas representaciones suelen estar bañadas de una
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inquietante y perturbadora luz que parece venir de fuera o de más allá y que solo
acentúa la oscuridad, el aislamiento y la desesperación de quienes se encuentran
confinados.
Este carácter de testigo de excepción tiene su punto más elaborado en Los desastres
de la guerra, donde Goya despliega a fondo la meticulosidad obsesiva que lo
caracterizó para mostrar las muchas formas que asume la destrucción en los
conflictos bélicos. En esos grabados y aguatintas, el creador está abiertamente del
lado de los que sufren y pagan el precio: las víctimas civiles. Es frecuente ver saqueos,
violaciones y ejecuciones, así como multitudes desplazadas por el paso de lo ejércitos.
O, también su opuesto: las turbas de desastrados tomando el garrote en sus manos
para matar. En muchas de esas imágenes la expresión del rostro de los que sufren el
paso y el peso de la historia está marcada por la desesperación y el desconcierto como
si quisieran hacernos ver que es imposible darle sentido al horror que los rodea.
Desde esa perspectiva, el trabajo de Goya es precursor tanto del cronista moderno
que retrata las costumbres sociales como del reportero de guerra que fotografía la
tragedia que traen consigo los ejércitos y las bandas armadas. Goya parece haber
sentido un orgullo especial en retratar su tiempo. Al menos así lo insinúa la
inscripción al pie de los grabados de Los desastres de la guerra, afirmando “Yo lo
viví”, como si esa afirmación confiriera a la imagen un certificado de autenticidad y de
realismo. No es casual que Hughes llamara a Goya “el más poderoso reportero de la
angustia humana en todo el arte occidental”.
En Orden y Desorden, hay por supuesto contrapesos a las tinieblas humanas. En la
España de fines del siglo XVIII y principios del XIX, la gente también se divertía. La
obra de Goya está provista de un enorme elenco de ciegos, enanos, celestinas, novias,
madres viejas, clérigos, soldados, brujas, prostitutas, sátiros y seres fantásticos vistos
a través del cristal hiperrealista de la sátira o distorsionante de la alegoría y la
invención. Aunque el artista nunca cierre su ojo moralista, también hay en su obra
lugar para la normalidad y el goce mundano. En las escenas cortesanas que muestran
la vanidad de los petimetres y las doncellas y en las escenas populares pobladas de
orgullosos majos y altivas majas. O en las populares corridas de toros de la
Tauromaquia y los bucólicos paseos, como el representado en la Pradera de San
Isidro. Incluso el placer erótico tiene un lugar consagrado en los grabados y
aguatintas dedicadas a la prostitución, por ejemplo, o en el inmortal díptico “La maja
desnuda / La maja vestida”. Aunque el placer y el ocio no son el lado fuerte de la
exposición, no es difícil percibir en estas obras el sabor de lo que era la España de los
últimos Borbones, previamente a la guerra que la devastaría.
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La maja vestida [1802 y 1805]
Goya y nosotros. Lo que hace trascender a Goya es su capacidad de interpelar a sus
contemporáneos y su época con opiniones fuertes y valientes. Como lo escribió el
mismo artista en un aviso publicado en el Diario de Madrid en 1999, estaba
convencido de que la crítica de los errores y vicios humanos era tan propia de la
pintura como de la poesía o de la prosa, “aunque se crea que la crítica es un asunto
exclusivamente de la literatura”. Las tonterías y disparates de la sociedad, los
prejuicios, el egoísmo, la ignorancia y costumbres atávicas eran sus propias palabras
no solo “material para la sátira, sino también un estímulo para la imaginación del
artista”. Goya se apartó de los artistas cortesanos de su época tomando una vía
heterodoxa, pero estas palabras definen con bastante aproximación el sentido de su
búsqueda pictórica, imaginativa e intelectual.
Casi 200 años después de su muerte, cuesta trabajo pensar en un artista tan completo
y complejo intentando hoy participar con su trabajo en la esfera pública como lo hizo
él. Eso se debe, en parte, a que la vanguardia se alejó de la sátira progresivamente
optando por la ironía hasta volverla esencialmente un juego de humor metafísico y un
espectáculo directamente cínico, como se ve, desde el dadaísmo hasta el pop art, en la
obra de Duchamp, Dalí o Warhol.
Goya fue racionalista y escéptico. Creía que “gritar no te llevará a ninguna parte”,
como reza uno de sus Caprichos, lo que implica a su vez que para poder llegar a la
verdad hay ver la realidad de manera desnuda, sin velos. Pero nunca fue un cínico. Por
ejemplo, de las más de mil copias que se editaron de Los Caprichos solo llegaron a
venderse menos de treinta en las librerías de Madrid mientras que Los desastres de la
guerra no vieron la luz de la imprenta sino treinta años después de su muerte, en
1828, exiliado en Burdeos. Esto, sin embargo, no lo volvió más descreído, amargo o
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malas pulgas de lo que ya era. Sordo, pero con los ojos bien abiertos, continuó
pintando y experimentando en sus visiones tenebrosas como lo demuestran las
pinturas negras que fueron encontradas en la Quinta del Sordo, su residencia de
Madrid. En pocas palabras, las pintó sin otro público en mente que él mismo y, si
acaso, el pequeño grupo de contertulios que lo frecuentaba.
Hoy, como hace 200 años, el sueño de la razón sigue produciendo monstruos. Cuando
el artista cierra los ojos y recuesta su cabeza para descansar aparecen batiendo sus
enormes alas de murciélagos y búhos, pero detrás de las cuales están las verdades
primordiales que entrañan los sueños. En un mundo donde cuando la razón y el
sentido común pestañean irrumpen la sinrazón y la violencia, Goya nos recuerda que
el artista debe usar sus poderes creadores para despojar la realidad de telarañas y
llegar a la verdad de lo humano: una verdad tan conmovedora e incontrovertible como
la desesperada expresión del hombre que va a ser fusilado por las tropas napoleónicas
en Los fusilamientos del tres de mayo. Es justamente la universal actualidad de esta
visión lo que hace a su obra trascender las épocas y llegar hasta nosotros con
inusitado vigor.
Los fusilamientos del tres de mayo [1814]
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